26 Set 2025, Sex

El Venerable padre Carlo Crespi “testigo y peregrino de esperanza”

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El padre Carlo Crespi, misionero salesiano en Ecuador, vivió su vida dedicándose a la fe y a la esperanza. En los últimos años, en el santuario de María Auxiliadora, consoló a los fieles, infundiendo optimismo incluso en los momentos de crisis. Su práctica ejemplar de las virtudes teologales, evidenciada por el testimonio de quienes lo conocieron, se expresó también en el compromiso por la educación: fundando escuelas e institutos, ofreció a los jóvenes nuevas perspectivas. Su ejemplo de resiliencia y dedicación continúa iluminando el camino espiritual y humano de la comunidad. Su legado perdura e inspira a generaciones de creyentes.


            En los últimos años de su vida, el padre Carlo Crespi (Legnano, 29 de mayo de 1891 – Cuenca, 30 de abril de 1982), misionero salesiano en Ecuador, dejando gradualmente en segundo plano los anhelos académicos de la juventud, se rodea de esencialidad y su crecimiento espiritual parece imparable. Se le ve en el santuario de María Auxiliadora divulgando la devoción a la Virgen, confesando y aconsejando a filas interminables de fieles, para quienes los horarios, las comidas e incluso el sueño ya no cuentan. Así como lo había hecho de manera ejemplar durante toda su vida, mantiene la mirada fija hacia los bienes eternos, que ahora parecen más cercanos que nunca.
            Él tenía esa esperanza escatológica que se liga a las expectativas del hombre en vida y más allá de la muerte, influyendo de modo significativo en la visión del mundo y el comportamiento cotidiano. Según san Pablo, la esperanza es un ingrediente indispensable para una vida que se dona, que crece colaborando con los otros y desarrollando la propia libertad. El futuro se convierte así en una tarea colectiva que nos hace crecer como personas. Su presencia nos invita a mirar al futuro con un sentido de confianza, iniciativa y conexión con los demás.
            ¡Esta era la esperanza del Venerable padre Crespi! Una gran virtud que, como los brazos de un yugo, sostiene la fe y la caridad; como el brazo transversal de la cruz es trono de salvación, es apoyo de la serpiente saludable levantada por Moisés en el desierto; puente del alma para emprender el vuelo en la luz.
            El no común nivel alcanzado por el padre Crespi en la práctica de todas las virtudes ha sido evidenciado, de manera concorde, por los testigos escuchados en el curso de la Investigación diocesana de la Causa de beatificación, pero emerge también del análisis atento de los documentos y de las vicisitudes biográficas del padre Carlo Crespi. El ejercicio de las virtudes cristianas por su parte fue, según quienes lo conocieron, no solo fuera de lo común, sino también constante en el curso de su larga vida. La gente lo seguía fielmente porque en su cotidiano traslucía, casi naturalmente, el ejercicio de las virtudes teologales, entre las cuales la esperanza destacaba de modo particular en los tantos momentos de dificultad. Él sembró la esperanza en el corazón de las personas y vivió tal virtud en grado máximo.
            Cuando la escuela “Cornelio Merchan” fue destruida por un incendio, al pueblo que acudió llorando delante de las ruinas humeantes, él, también llorando, manifestó una constante y no común esperanza animando a todos: “Pachilla ya no está, pero nosotros construiremos una mejor y los niños serán más felices y más contentos”. De sus labios no salió nunca una palabra de amargura o de dolor por lo que se había perdido.
            En la escuela de don Bosco y de Mamá Margarita, ha vivido y testimoniado la esperanza en plenitud porque, confiando en el Señor y esperando en la Divina Providencia, ha realizado grandes obras y servicios sin presupuesto, aunque nunca le faltó el dinero. No tenía tiempo para agitarse o desesperarse, su actitud positiva daba confianza y esperanza a los demás.
            Don Carlo era descrito a menudo como un hombre de corazón rico de optimismo y esperanza ante los grandes sufrimientos de la vida, porque estaba inclinado a relativizar las vicisitudes humanas, incluso las más difíciles; en medio de su gente era testigo y peregrino de esperanza en el camino de la vida.
            Muy edificante, a fin de comprender de qué modo y en cuáles ámbitos de la vida del Venerable la virtud de la esperanza encontró concreta expresión, es también el relato que el mismo padre Carlo Crespi hace en una carta, enviada desde Cuenca en 1925, al Rector Mayor don Filippo Rinaldi. En ella, acogiendo una insistente solicitud suya, le refiere un episodio vivido en primera persona, cuando, al consolar a una mujer kivara por la pérdida prematura del hijo, le anuncia la buena nueva de la vida sin fin: “Conmovido hasta las lágrimas me acerqué a la venerable hija de la selva de los cabellos sueltos al viento: le aseguré que el hijo había muerto bien, que antes de morir no había tenido en los labios más que el nombre de la madre lejana, y que había tenido una sepultura en una caja expresamente trabajada, siendo ciertamente su alma recogida por el gran Dios en el Paraíso […]. Pude entonces intercambiar tranquilamente algunas palabras, echando en aquel corazón destrozado el suave bálsamo de la Fe y de la Esperanza cristiana”.
            La práctica de la virtud de la esperanza creció paralelamente a la práctica de las otras virtudes cristianas, incentivándolas: fue hombre rico de fe, de esperanza y de caridad.
            Cuando la situación socioeconómica de Cuenca en el siglo XX empeoró notablemente, creando importantes repercusiones en la vida de la población, tuvo la intuición de comprender que formando a los jóvenes desde un punto de vista humano, cultural y espiritual, habría sembrado en ellos la esperanza en una vida y en un futuro mejor, contribuyendo a cambiar la suerte de la entera sociedad.
            El padre Crespi emprendió, por lo tanto, numerosas iniciativas en favor de la juventud de Cuenca, partiendo ante todo de la educación escolar. La Escuela Popular Salesiana “Cornelio Merchán”; el Colegio Normal Orientalista dirigido a los enseñantes salesianos; la fundación de las escuelas de artes y oficios – que sucesivamente se convirtieron en el “Técnico Salesiano” y el Instituto Tecnológico Superior, culminante en la Universidad Politécnica Salesiana – confirman el deseo del Siervo de Dios de ofrecer a la población cuencana mejores y más numerosas perspectivas para un crecimiento espiritual, humano y profesional. Los jóvenes y los pobres, considerados ante todo como hijos de Dios destinados a la beatitud eterna, fueron por lo tanto alcanzados por el padre Crespi a través de una promoción humana y social capaz de confluir en una dinámica más amplia, la de la salvación.
            Todo esto fue realizado por él con pocos medios económicos, pero abundante esperanza en el futuro de los jóvenes. Trabajó activamente sin perder de vista el objetivo último de la propia misión: la consecución de la vida eterna. Es precisamente en este sentido que el padre Carlo Crespi entendió la virtud teologal de la esperanza y es a través de esta perspectiva que pasó todo su sacerdocio.
            La reafirmación de la vida eterna fue sin duda uno de los temas centrales tratados en los escritos del padre Carlo Crespi. Este dato nos permite captar la evidente importancia por él asignada a la virtud de la esperanza. Tal dato muestra claramente cómo la práctica de esta virtud permeó constantemente el recorrido terreno del Siervo de Dios.
            Ni siquiera la enfermedad pudo apagar la inagotable esperanza que siempre animó al padre Crespi.
            Poco antes de cerrar su propia existencia terrena don Carlo pidió que le fuera dado entre las manos un crucifijo. Su muerte ocurrió el 30 de abril de 1982 a las 17.30 en la Clínica Santa Inés de Cuenca a causa de una bronconeumonía y de un ataque cardíaco.
            El médico personal del Venerable Siervo de Dios, que durante 25 años y hasta la muerte, fue testigo directo de la serenidad y de la conciencia con la cual el padre Crespi, que siempre había vivido con la mirada dirigida al cielo, vivió el tan esperado encuentro con Jesús.
            En el proceso testimonió: “Para mí una señal especial es precisamente aquella actitud de haber comunicado con nosotros en un acto simplemente humano, riendo y bromeando y, cuando -digo- ha visto que las puertas de la eternidad estaban abiertas y quizás la Virgen lo esperaba, nos ha hecho callar y nos ha hecho rezar a todos”.

Carlo Riganti
Presidente Asociación Carlo Crespi

By Editor BSOL

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