San Francisco de Sales le instruye. Futuro sobre las vocaciones (1879)

En el sueño profético que Don Bosco relata el 9 de mayo de 1879, San Francisco de Sales aparece como un maestro atento y entrega al Fundador un librito lleno de advertencias para novicios, profesos, directores y superiores. La visión está dominada por dos batallas épicas: primero jóvenes y guerreros, luego hombres armados y monstruos, mientras que el estandarte de «María Auxilium Christianorum» garantiza la victoria a quienes lo siguen. Los supervivientes parten hacia Oriente, Norte y Mediodía, prefigurando la expansión misionera salesiana. Las palabras del Santo insisten en la obediencia, la castidad, la caridad educativa, el amor al trabajo y la templanza, columnas indispensables para que la Congregación crezca, resista las pruebas y deje a los hijos una herencia de santidad laboriosa. Termina con un ataúd, un severo recordatorio a la vigilancia y la oración.

Sea lo que fuere de este sueño, el Beato tuvo otro de los acostumbrados, que contó el 9 de mayo. En él asistió a las encarnizadas luchas que habrían de afrontar los individuos llamados a la Congregación, recibiendo en él una serie de avisos útiles para todos, y algunos saludables consejos para el porvenir.

Grande y prolongada fue la batalla entablada entre los jovencitos y unos guerreros ataviados de diversas maneras y dotados de armas extrañas. Al final quedaron pocos supervivientes.
Otra batalla más horrible y encarnizada fue la que tuvo lugar entre unos monstruos de formas gigantescas contra hombres de elevada estatura, bien armados y mejor adiestrados. Estos tenían un estandarte muy alto y muy ancho, en el centro del cual se veían dibujadas en oro estas palabras: MariaAuxiliumChristianorum. El combate fue largo y sangriento. Pero los que seguían esta enseña eran como invulnerables, quedando dueños de una amplia zona de terreno. A éstos se unieron los jovencitos supervivientes de la batalla precedente y entre unos y otros formaron una especie de ejército llevando como armas, a la derecha, el Crucificado, y en la mano izquierda un pequeño estandarte de María Auxiliadora, semejante al que hemos dicho anteriormente.
Los nuevos soldados hicieron muchas maniobras en aquella extensa llanura, después se dividieron y partieron los unos hacia Oriente, unos cuantos hacia el Norte y muchos hacia el Mediodía.
Cuando desaparecieron éstos, se reanudaron las mismas batallas, las mismas maniobras e idénticas expediciones en idénticas direcciones.
Conocí a algunos de los que participaron en las primeras escaramuzas; los que les siguieron me eran desconocidos, pero daban a entender que me conocían y me hacían muchas preguntas.
Sobrevino poco después una lluvia de llamitas resplandecientes que parecían de fuego de color vario. Resonó el trueno y después se serenó el cielo y me encontré en un jardín amenísimo. Un hombre que se parecía a San Francisco de Sales, me ofreció un librito sin decirme palabra. Le pregunté quién era:
– Lee en el libro, me respondió.
Lo abrí, pero apenas si podía leer. Mas al fin pude comprender estas precisas palabras: A los novicios: -Obediencia en todo. Con la obediencia merecerán las bendiciones del Señor y la benevolencia de los hombres. Con la diligencia combatirán y vencerán las insidias de los enemigos espirituales.
A los profesos:
– Guardad celosamente la virtud de la castidad. Amad el buen nombre de los hermanos y promoved el decoro de la Congregación.
A los directores:
– Todo cuidado, todo esfuerzo para hacer observar y observar las reglas con las que cada uno se ha consagrado a Dios.
Al Superior:
– Holocausto absoluto para ganarse a sí mismo y a los propios súbditos para Dios.
Muchas otras cosas estaban estampadas en aquel libro, pero no pude leer más, porque el papel parecía azul como la tinta.
– ¿Quién sois vos?, pregunté de nuevo a aquel hombre que me miraba serenamente.

– Mi nombre es conocido por todos los buenos y he sido enviado para comunicarte algunas cosas futuras.
– ¿Qué cosas?
– Las expuestas y las que preguntes.
– Qué debo hacer para promover las vocaciones?
– Los Salesianos tendrán muchas vocaciones con su ejemplar conducta, tratando con suma caridad a los alumnos e insistiendo sobre la frecuencia de la Comunión.
– ¿Qué norma he de seguir en la aceptación de los novicios?
– Excluir a los perezosos y a los golosos.
– ¿Y al aceptar a los votos?
– Vigila si ofrecen garantía sobre la castidad.
– ¿Cuál será la mejor manera para conservar el buen espíritu en nuestras casas?
– Escribir, visitar, recibir y tratar con benevolencia; y esto muy frecuentemente por parte de los Superiores.
– ¿Cómo hemos de conducirnos en las Misiones?
– Enviando a ellas individuos de moralidad segura; haciendo volver a los dudosos; estudiando y cultivando las vocaciones indígenas.
– ¿Marcha bien nuestra Congregación?
– Qui justus est justificetur adhucNon progredi est regredi. Qui perseveraverit salvus erit. (El que es justo justifíquese más. No adelantar es retroceder. El que perseverase se salvará).
– ¿Se extenderá mucho?
– Mientras los superiores cumplan con su deber, se extenderá y nada podrá oponerse a su propagación.
– ¿Durará mucho tiempo?
– Vuestra Congregación durará mientras sus socios amen el trabajo y la templanza. Si llega a faltar una de estas dos columnas, vuestro edificio se convertirá en ruinas, aplastando a los superiores, a los inferiores y a sus seguidores.
En aquel momento aparecieron cuatro individuos llevando una caja mortuoria. Se dirigieron hacia mí.
– ¿Para quién es esto?, pregunté yo.
– ¡Para ti!
– ¿Pronto?
– No lo preguntes; piensa solamente en que eres mortal.
– ¿Qué me queréis decir con este ataúd?
– Que debes predicar en vida lo que deseas que tus hijos practiquen después de ti. Esta es la herencia, el testamento que debes dejar a tus hijos; pero has de prepararlo y dejarlo cumplido y practicado a la perfección.
– ¿Abundarán más las flores o las espinas?
– Os aguardan muchas flores, muchas rosas, muchos consuelos; pero también es inminente la aparición de agudísimas espinas que causarán a todos gran amargura y pesar. Es necesario rezar mucho.
– ¿Iremos a Roma?
– Sí, pero despacio, con la máxima prudencia y con extremada cautela.
– ¿Es inminente el fin de mi vida mortal?
– No te preocupes de eso. Tienes las reglas, tienes los libros, practica lo que enseñas a los demás. Vigila.

Quise hacer otras preguntas, pero estalló un trueno horrible acompañado de relámpagos y de rayos, mientras algunos hombres, mejor dicho, algunos monstruos horrendos, se arrojaron sobre mí para destrozarme. En aquel momento una densa oscuridad me privó de la visión de todo. Me creí morir y comencé a gritar frenéticamente. Pero me desperté encontrándome vivo. Eran las cuatro y tres cuartos de la mañana.
Si hay algo en todo esto que pueda servir de provecho para nuestras almas, aceptémoslo. Y en todo se dé gloria y honor a Dios por los siglos de los siglos.
(MB IT XIV, 123-125 / MB ES XIV, 135-137)

Foto en la portada. San Francisco de Sales. Anónimo. Sacristía de la Catedral de Chieri.




San Francisco de Sales, fundador de una nueva escuela de perfección

            Para Francisco de Sales, la vida religiosa es «una escuela de perfección», en la cual uno «se consagra de manera más simple y total a Nuestro Señor». «La vida religiosa – añade el fundador de la Visitación – es una escuela donde cada uno debe aprender la lección: el maestro no exige que el alumno sepa la lección todos los días sin equivocarse, es suficiente que se esfuerce por hacer lo que puede para aprenderla». Hablando de la congregación de la Visitación que él fundó, usaba el mismo lenguaje: «La congregación es una escuela»; se entra «para encaminarse hacia la perfección del amor divino».
            Correspondía al fundador formar a sus hijas espirituales, desempeñando el papel de «institutor» y maestro de las novicias. Lo hizo de manera excelente. Según T. Mandrini, «san Francisco de Sales ocupa en la historia de la vida religiosa un lugar de primer orden, como san Ignacio de Loyola; podemos afirmar que en la historia de la vida religiosa femenina san Francisco de Sales ocupa el lugar que san Ignacio tiene en la historia de la vida masculina».

Juana de Chantal en los orígenes de la Visitación
            En 1604, Francisco de Sales se encontró en Dijon, donde estaba predicando la cuaresma, con la mujer que estaba a punto de convertirse en la «piedra fundamental» de un nuevo instituto. En esa fecha, Jeanne-Françoise Frémyot era una joven viuda de treinta y dos años. Nacida en 1572 en Dijon, se había casado a los veinte años con Christophe Rabutin, barón de Chantal. Tuvieron un hijo y tres hijas. Quince días después del nacimiento de la última hija, el marido fue mortalmente herido durante una partida de caza. Quedándose viuda, Juana continuó valientemente ocupándose de la educación de los hijos y de ayudar a los pobres.
            El encuentro de Chantal con el obispo de Ginebra marcó el inicio de una verdadera amistad espiritual que desembocaría en una nueva forma de vida religiosa. Al principio, Francisco de Sales inculcó a Juana que amara la humildad requerida por su estado de viuda, sin pensar en un nuevo matrimonio o en la vida religiosa; la voluntad de Dios se manifestaría a su debido tiempo. La animó en las pruebas y tentaciones contra la fe y contra la Iglesia.
            En 1605, la baronesa llegó a Sales para ver a su director y profundizar con él los temas que la preocupaban. Francisco respondió evasivamente al deseo de Juana de hacerse religiosa, pero añadiendo estas fuertes palabras: «El día en que abandonen todo, vendrán a mí y haré en modo que se encuentren en un total despojo y desnudez, para ser toda de Dios». Para prepararla para este objetivo final, le sugería: “la dulzura de corazón, la pobreza de espíritu y la simplicidad de vida, junto con estos tres modestos ejercicios: visitar a los enfermos, servir a los pobres, consolar a los afligidos y otros similares”.
            Al inicio de 1606, ya que el padre de la baronesa la empujaba a volver a casarse, el problema de la vida religiosa se volvió urgente. ¿Qué hacer, se preguntaba el obispo de Ginebra? Una cosa era clara, pero la otra estaba en el aire:

He aprendido hasta este momento, Hija mía, que, un día, deberán dejar todo; o mejor, para que no entiendan la cosa de manera diferente a como la he entendido yo, que, un día, les tendré que aconsejar que dejen todo. Digo dejar todo. Pero que deban hacerlo para entrar en la vida religiosa, es poco probable, porque aún no me ha ocurrido estar de este parecer: todavía estoy en duda, y no veo, ante mí, nada que me invite a desearlo. Compréndanme bien, por amor de Dios. No digo que no, pero solo digo que mi espíritu aún no ha encontrado una razón para decir que sí.

            La prudencia y la lentitud de Francisco de Sales son fácilmente explicables. La baronesa, de hecho, soñaba quizás con hacerse carmelita, y él, por su parte, aún no había madurado el proyecto de la nueva fundación. Pero el principal obstáculo eran los hijos de la señora Chantal, todos aún pequeños de edad.

La fundación
            En el transcurso de un nuevo encuentro ocurrido en Annecy en 1607, Francisco le declaró esta vez: «¡Bien! Hija mía, me he decidido sobre lo que quiero hacer de ustedes»; y le reveló el proyecto de fundar con ella un nuevo instituto. Quedaban dos obstáculos mayores para la realización: los deberes familiares de la señora de Chantal y su estable llegada a Annecy, porque, decía, «es necesario sembrar la semilla de nuestra congregación en la pequeña Annecy». Y mientras la señora de Chantal soñaba probablemente con una vida enteramente contemplativa, Francisco le citaba el ejemplo de santa Marta, pero una Marta «corregida» por el ejemplo de María, que dividía las horas de sus días en dos, «dedicando una buena parte a las obras exteriores de caridad, y la parte mejor a su intimidad con la contemplación».
            Durante los tres años siguientes, los principales obstáculos cayeron uno tras otro: el padre de Chantal le permitió seguir su propio camino, aceptando también cuidar la educación del primogénito; la hija mayor se casó con Bernard de Sales, hermano de Francisco, y lo siguió a Saboya; la segunda hija acompañará a la madre a Annecy; en cuanto a la última, ella murió a finales de enero de 1610 a la edad de nueve años.
            El 6 de junio de 1610, Juana de Chantal se estableció en una casa privada con Charlotte, una amiga de Borgoña, y Jacqueline, hija del presidente Antoine Favre. Su propósito era «consagrar todos los momentos de su vida a amar y servir a Dios», sin descuidar «el servicio de los pobres y de los enfermos». La Visitación será una «pequeña congregación», que une la vida interior con una forma de vida activa. Las tres primeras visitandinas hicieron su profesión exactamente un año después, el 6 de junio de 1611. El 1 de enero de 1612 comenzarán las visitas a los pobres y a los enfermos, previstas en el primitivo proyecto de Constituciones. El 30 de octubre del mismo año, la comunidad abandonó la casa, que se había vuelto demasiado pequeña, y se trasladó a una nueva casa, a la espera de erigir el primer monasterio de la Visitación.
            Durante los primeros años no se soñó con ninguna otra fundación, hasta que en 1615 llegó una solicitud insistente de algunas personas de Lyon. El arzobispo de dicha ciudad no quería que las hermanas salieran del monasterio para las visitas a los enfermos; según él, era necesario transformar la congregación en un verdadero orden religiosa, con votos solemnes y clausura, siguiendo las prescripciones del concilio de Trento. Francisco de Sales tuvo que aceptar la mayoría de las condiciones: la visita a los enfermos fue suprimida y la Visitación se convirtió en una orden casi monástica, bajo la regla de san Agustín, aunque conservando la posibilidad de acoger a personas externas por un tiempo de descanso o para ejercicios espirituales. Su desarrollo fue rápido: contará con trece monasterios a la muerte del fundador en 1622 y ochenta y siete a la muerte de la madre de Chantal en 1641.

La formación en forma de encuentros
            Georges Rolland ha descrito bien el papel de la formación de las «hijas» de la Visitación, que Francisco de Sales asumió desde el inicio del nuevo instituto:

Las asistía en sus inicios, esforzándose mucho y dedicando mucho tiempo a educarlas y a guiarlas por el camino de la perfección, primero todas juntas y luego cada una en particular. Por eso iba a verlas, a menudo dos o tres veces al día, dándoles indicaciones sobre cuestiones que de vez en cuando le venía a la mente, tanto de orden espiritual como de naturaleza material. […] Era su confesor, capellán, padre espiritual y director.

            El tono de sus «encuentros» era muy simple y familiar. Un encuentro, de hecho, es una amable conversación, un diálogo o coloquio familiar, no una «predica», sino más bien una «simple conferencia en la que cada uno dice su opinión». Normalmente, las preguntas eran planteadas por las hermanas, como se ve claramente en el tercero de sus Entretenimientos donde habla De la confianza y el abandono. La primera pregunta era saber «si un alma consciente de su miseria puede dirigirse a Dios con plena confianza». Un poco más adelante, el fundador parece aprovechar una nueva pregunta: «Pero ustedes dicen que no sienten en absoluto esta confianza». Más adelante aún afirma: «Ahora pasemos a la otra pregunta que es el abandonarse a sí mismo». Y aún más adelante se encuentra una cadena de preguntas como estas: «Ahora ustedes me preguntan en qué se ocupa esta alma que se abandona totalmente en las manos de Dios»; «ustedes me dicen a esta hora»; «ahora ustedes me preguntan»; «para responder a lo que ustedes preguntan»; «ustedes quieren saber también». Es posible, de hecho, probable, que las secretarias hayan suprimido las preguntas de las interlocutoras para ponerlas en boca del obispo. Las preguntas también podían ser formuladas por escrito, porque al inicio del undécimo Entretenimiento se lee: «Empiezo nuestra conversación respondiendo a una pregunta que me ha sido escrita en este papel».

Instrucciones y exhortaciones
            El otro método utilizado en la formación de las visitandinas excluía las preguntas y respuestas: eran sermones que el fundador pronunciaba en la capilla del monasterio. El tono familiar que los caracteriza no permite incluirlos entre las grandes prédicas para el pueblo según el estilo de la época. R. Balboni prefiere llamarlos exhortaciones. «El discurso que estoy a punto de hacerles», decía el fundador al comenzar a hablar. A veces se refería a su «discursito», calificación que ciertamente no se aplicaba a la duración, que normalmente era de una hora. Una vez dirá: «Teniendo tiempo, trataré de…». El obispo se dirigía a un público particular, las visitandinas, a las que podían sumarse familiares y amigos. Cuando hablaba en la capilla, el fundador debía tener en cuenta a este público, que podía ser diferente al de los Entretenimientos reservados para las religiosas. La diversidad de sus intervenciones se describe bien en la comparación entre el barbero y el cirujano:

Queridas hijas, cuando hablo delante de los seglares, hago como el barbero, me contento con rasurar lo superfluo, es decir, uso jabón para suavizar un poco la piel del corazón, como hace el barbero para suavizar la del mentón antes de rasurarlo; pero en cambio, cuando estoy en el locutorio, me comporto como el cirujano experto, es decir, vendo las heridas de mis queridas hijas, aunque ellas griten un poco: ¡Ay!, y no dejo de presionar la mano sobre la herida para asegurarme de que el vendaje ayude a sanarla bien.

            Pero incluso en la capilla el tono continuaba siendo familiar, similar a una conversación. «Es necesario ir más allá – decía –, porque me falta tiempo para detenerme más en este tema»; o aún: «Antes de terminar, digamos una palabra más». Y otra vez: «Pero voy más allá de este primer punto sin añadir nada más, porque no es sobre este tema que quiero detenerme». Cuando habla del misterio de la Visitación, necesita un tiempo suplementario: «Concluiré con dos ejemplos, aunque el tiempo ya ha pasado; de todos modos, un breve cuarto de hora será suficiente». A veces expresa sus sentimientos, diciendo que ha sentido «placer» al tratar del amor mutuo. Ni temía hacer alguna digresión: «A este respecto – dirá en otra ocasión – les contaré dos historias que no narraría si tuviera que hablar desde otra cátedra; pero aquí no hay peligro». Para mantener atento al auditorio, lo interpela con un «díganme ustedes», o con la expresión: «Noten, por favor». A menudo se relacionaba con un tema que había desarrollado anteriormente, diciendo: «Deseo añadir aún una palabra al discurso que les hice el otro día». «Pero veo que la hora se va rápido – exclama –, lo que me hará terminar completando, en el poco tiempo que me queda, la historia de este evangelio». Ha llegado el momento de concluir, dice: «He terminado».

            Es necesario tener en cuenta que el predicador era deseado, escuchado con atención y también autorizado a veces a contar de nuevo la misma historia: «Aunque ya la he narrado, no dejaré de repetirla, dado que no estoy delante de personas tan disgustadas que no estén dispuestas a escuchar dos veces la misma historia; de hecho, quienes tienen buen apetito comen gustosamente dos veces el mismo alimento».
            Los Sermones se presentan como una instrucción más estructurada en comparación con los Entretenimientos, donde los temas a veces se suceden rápidamente impulsados por las preguntas. Aquí la conexión es más lógica, las diferentes articulaciones del discurso están mejor indicadas. El predicador explica la Escritura, la comenta con los Padres y los teólogos, pero es una explicación bastante meditada y capaz de alimentar la oración mental de las religiosas. Como toda meditación, comprende consideraciones, afectos y resoluciones. Todo su discurso, de hecho, giraba en torno a una pregunta esencial: «¿Quieren convertirse en una buena hija de la Visitación?».

El acompañamiento personal
            Por último, había el contacto personal con cada hermana. Francisco tenía una larga experiencia como confesor y director espiritual de personas individuales. Era necesario tener en cuenta, es del todo evidente, la «variedad de espíritus», de temperamentos, de situaciones particulares y de progresos en la perfección.
            En los recuerdos de Marie-Adrienne Fichet se lee un episodio que muestra el modo de hacer del obispo de Ginebra: «Monsieur, su Excelencia, ¿tendría la bondad de asignar a cada una de nosotras una virtud para comprometernos individualmente a practicarla?». Quizás se trataba de un piadoso estratagema inventado por la superiora. El fundador respondió: «Madre mía, con gusto, hay que comenzar por ustedes». Las hermanas se retiraron y el obispo las llamó una por una y, paseando, lanzaba a cada una un «desafío» en secreto. Durante la recreación posterior, todas se enteraron evidentemente del desafío que había confiado a cada una en particular. A la madre de Chantal le había recomendado «la indiferencia y el amor a la voluntad de Dios»; a Jacqueline Favre, «la presencia de Dios»; a Charlotte de Bréchard, «la resignación a la voluntad de Dios». Los desafíos destinados a las otras religiosas se referían, una tras otra, a la modestia y la tranquilidad, el amor a su propia condición, la mortificación de los sentidos, la amabilidad, la humildad interior, la humildad exterior, el desapego de los padres y del mundo, la mortificación de las pasiones.
            A las hermanas de la Visitación tentadas a considerar la perfección como un vestido que ponerse, les recordaba con un toque de humor su responsabilidad personal:

Ustedes querrían que les enseñara un camino de perfección ya listo y hecho, por lo que no habría que hacer otra cosa que ponérselo, como harían con un vestido, y así se encontrarían perfectas sin esfuerzo, es decir, querrían que les presentara una perfección ya confeccionada […]. Ciertamente, si eso estuviera en mi poder, sería el hombre más perfecto del mundo; de hecho, si pudiera dar la perfección a los demás sin hacer nada, les aseguro que primero la tomaría para mí.

            ¿Cómo conciliar en una comunidad la necesaria unidad, incluso uniformidad, con la diversidad de las personas y los temperamentos que la componen? El fundador escribía a este respecto a la superiora de la Visitación de Lyon: «Si se encuentra alguna alma o incluso alguna novicia que siente demasiada repugnancia a someterse a esos ejercicios que están señalados, y si esta repugnancia no nace de un capricho, de presunción, de altanería o tendencias melancólicas, tocará a la maestra de novicias conducir por otro camino, aunque este sea útil para lo ordinario, como lo demuestra la experiencia». Como siempre, la obediencia y la libertad no deben oponerse la una a la otra.
            Fuerza y dulzura deben además caracterizar la manera en que las superiores de la Visitación debían «modelar» las almas. De hecho, les dice, es «con sus manos» que Dios «modela las almas, usando o el martillo, o el cincel, o el pincel, con el fin de configurarlas todas a su gusto». Las superiores deberán tener «corazones de padres sólidos, firmes y constantes, sin descuidar las ternuras de madres que hacen desear lo dulce a los niños, siguiendo el orden divino que todo gobierna con una fuerza muy suave y una suavidad muy fuerte».
            Las maestras de novicias merecían tener atenciones particulares por parte del fundador, porque «de la buena formación y dirección de las novicias depende la vida y la buena salud de la congregación». ¿Cómo formar a las futuras visitandinas, cuando se está lejos de los fundadores? se preguntaba la maestra de novicias de Lyon. Francisco le responde: «Digan lo que han visto, enseñen lo que han oído en Annecy. ¡He aquí! Esta plantita es muy pequeña y tiene raíces profundas; pero la ramita que se separará de ella, sin duda perecerá, se secará y no será buena para nada más que para ser cortada y arrojada al fuego».

Un manual de la perfección
            En 1616 san Francisco de Sales publicó el Tratado del amor de Dios, un libro «hecho para ayudar al alma ya devota a que pueda progresar en su proyecto». Como es fácil notar, el Teotimo propone una doctrina sublime sobre el amor de Dios, la cual ha procurado a su autor el título de «doctor de la caridad», pero lo hace con un marcado sentido pedagógico. El autor quiere acompañar a lo largo del camino del amor más alto a una persona llamada Teotimo, nombre simbólico que designa «el espíritu humano que desea progresar en la santa dilección», es decir, en el amor de Dios.
            El Teotimo se revela como el «manual» de la «escuela de perfección» que Francisco de Sales ha querido crear. Se descubre de manera implícita la idea de la necesidad de una formación permanente, ilustrada por él mediante esta imagen tomada del mundo vegetal:
            ¿No vemos, por experiencia, que las plantas y los frutos no tienen un crecimiento y maduración adecuados si no llevan sus granos y sus semillas que sirven para la reproducción de las plantas y los árboles de la misma especie? Las virtudes nunca tienen la dimensión y suficiencia adecuadas si no producen en nosotros deseos de hacer progresos. En resumen, es necesario imitar a este curioso animal que es el cocodrilo: «Pequeñísimo al nacer, no cesa nunca de crecer mientras está vivo».
            Frente a la decadencia y a veces a la conducta escandalosa de numerosos monasterios y abadías, Francisco de Sales trazaba un camino exigente pero amable. En referencia a las órdenes reformadas, donde reinaban una severidad y una austeridad tales que alejaban a un buen número de personas de la vida religiosa, el fundador de las visitandinas tuvo la profunda intuición de concentrar la esencia de la vida religiosa simplemente en la búsqueda de la perfección de la caridad. Con los necesarios ajustes, esta «pedagogía llegada a su apogeo», nacida en contacto con la Visitación, superará ampliamente los muros de su primer monasterio y fascinará a otros «aprendices» de la perfección.




Perfil virtuoso de Andrea Beltrami (2/2)

(continuación del artículo anterior)

3. Historia de un alma

3.1. Amar y sufrir
            Don Barberis esboza muy bien la parábola existencial de Beltrami, leyendo en ella la acción misteriosa y transformadora de la gracia actuando “a través de las principales condiciones de la vida salesiana, para que fuera un modelo general de alumno, clérigo, profesor, universitario, sacerdote, escritor, enfermo; un modelo en todas las virtudes, en la paciencia como en la caridad, en el amor a la penitencia como en el celo”. Y es interesante que el propio don Barberis, al introducir la segunda parte de su biografía que trata de las virtudes de don Beltrami, afirme: “Podría decirse que la vida de nuestro don Beltrami es la historia de un alma más que la historia de una persona. Es todo intrínseco; y hago todo lo posible para que el querido lector penetre en esa alma, para que admire sus carismas celestiales”. La referencia a “la historia de un alma” no es casual, no sólo porque don Beltrami es contemporáneo de la Santa de Lisieux, sino que podemos decir que son verdaderamente hermanos en el espíritu que les animaba. El celo apostólico por la salvación es más auténtico y fecundo en quienes han experimentado la salvación y, habiéndose encontrado salvados por la gracia, viven su vida como un puro don de amor a sus hermanos, para que también ellos sean alcanzados por el amor redentor de Jesús. “Toda la vida, en verdad, de nuestro don Andrea podría resumirse en dos palabras, que forman su tarjeta o división: Amar y sufrir – Amar y sufrir. Amor el más tierno, el más ardiente y, diría también, el más celoso posible hacia ese bien, en el que se concentra todo el bien. El Dolor el más vivo, el más agudo, el más penetrante de sus pecados, y a la contemplación de ese bien supremo, que para nosotros se rebajó a la locura, a los dolores y a la muerte de la Cruz. De aquí nació en él un afán febril por el sufrimiento, del que, cuanto más abundaba, más deseo sentía: de aquí vino de nuevo ese gusto, esa voluptuosidad inefable en el sufrimiento, que es el secreto de los santos, y una de las maravillas más sublimes de la Iglesia de Jesucristo”.
            “Y como en el Sagrado Corazón de Jesús, ardiente de llamas y coronado de espinas, encuentran pasto tan abundante y tan admirablemente proporcionado estos afectos de amor y de dolor, así, desde el primer instante en que conoció esta devoción, hasta el último de su vida, su corazón fue como un jarrón de aromas elegidos que ardía siempre ante aquel divino corazón, y transmitía el perfume del incienso y de la mirra, del amor y del dolor”. “Obtener del Corazón de Jesús la anhelada gracia de vivir largos años para sufrir y expiar mis pecados. No morir, sino vivir para sufrir, pero siempre sometida a la voluntad de Dios. Así podré saciar esta sed. ¡Es tan hermoso, tan dulce sufrir cuando Dios ayuda y da paciencia!”. Estos textos son una síntesis de la espiritualidad victimal de don Beltrami, que, en la perspectiva de la devoción al Sagrado Corazón, tan querida por la espiritualidad del siglo XIX y por el propio Don Bosco, supera cualquier lectura dolorosa o, peor aún, un cierto masoquismo espiritualista. De hecho, fue también gracias a Don Beltrami que Don Rua consagró oficialmente la Congregación Salesiana al Sagrado Corazón de Jesús en la última noche del siglo XIX.

3.2. Tras el rastro de la Santa de Lisieux
            La brevedad de la vida cronológica se ve compensada por la sorprendente riqueza del testimonio de una vida virtuosa, que en poco tiempo expresó un intenso fervor espiritual y una singular lucha por la perfección evangélica. No es insignificante que el Venerable Beltrami cerrara su existencia exactamente tres meses después de la muerte de Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, que fue proclamada Doctora de la Iglesia por Juan Pablo II por la eminente Ciencia del Amor Divino que la distinguió. A través de «Historia de un alma» emerge la biografía interior de una vida que, modelada por el Espíritu en el jardín del Carmelo, floreció con frutos de santidad y fecundidad apostólica para la Iglesia universal, hasta el punto de que en 1927 fue proclamada Patrona de las Misiones por Pío XI. Don Beltrami también murió como Santa Teresina de tuberculosis, pero ambos, en las efusiones de sangre que les llevaron rápidamente al final, no vieron tanto el desgaste de un cuerpo y el menguar de las fuerzas, sino que captaron una vocación particular a vivir en comunión con Jesucristo, que les asimilaba a su sacrificio de amor por el bien de sus hermanos. El 9 de junio de 1895, en la fiesta de la Santísima Trinidad, Santa Teresa del Niño Jesús se ofreció como víctima del holocausto al Amor misericordioso de Dios. El 3 de abril del año siguiente, en la noche entre el Jueves Santo y el Viernes Santo, tuvo una primera manifestación de la enfermedad que la llevaría a la muerte. Teresa la recibe como una visita misteriosa del Esposo divino. Al mismo tiempo entra en la prueba de la fe, que durará hasta su muerte. Al deteriorarse su salud, fue trasladada a la enfermería a partir del 8 de julio de 1897. Sus hermanas y otras religiosas recogieron sus palabras, mientras los dolores y las pruebas, soportados con paciencia, se intensificaban hasta culminar en su muerte la tarde del 30 de septiembre de 1897. “No muero, entro en la vida”, había escrito a su hermano espiritual, el padre Bellière. Sus últimas palabras “Dios mío, te amo” son el sello de su existencia.
            Hasta el final de su vida, también don Beltrami sería fiel a su ofrenda de víctima, como escribió unos días antes de su muerte a su maestro de noviciado: “Rezo siempre y me ofrezco como víctima por la Congregación, por todos los Superiores y hermanos y especialmente por estas casas de noviciado, que contienen las esperanzas de nuestra piadosa Sociedad”.

4. Espiritualidad de víctima
            Don Beltrami relaciona también con esta espiritualidad de víctima, un grado sublime de caridad: “Nadie tiene amor más grande que éste: dar la vida por sus amigos” (Jn 15, 13). Esto no sólo significa el gesto extremo y supremo de la entrega física de la propia vida por otro, sino la vida entera del individuo orientada al bien de otro. Se sintió llamado a esta vocación: “Hay muchos -añadió-, incluso entre nosotros, los Salesianos, que trabajan mucho y hacen un gran bien; pero no hay tantos que realmente amen sufrir y quieran sufrir mucho por el Señor: yo quiero ser uno de ellos”. Precisamente porque no es algo codiciado por la mayoría, en consecuencia, tampoco se comprende. Pero esto no es nada nuevo. Incluso Jesús, cuando habló a los discípulos de su Pascua, de su subida a Jerusalén, se encontró con la incomprensión, y el propio Pedro le apartó de ello. En la hora suprema, sus «amigos» le traicionaron, le negaron y le abandonaron. Sin embargo, la obra de la redención sólo se realizó y se realiza mediante el misterio de la cruz y la ofrenda que Jesús hace de sí mismo al Padre como víctima de expiación, uniendo a su sacrificio a todos los que aceptan compartir sus sufrimientos por la salvación de sus hermanos. La verdad de la ofrenda de Beltrami reside en la fecundidad que ofrece su vida santa. De hecho, dio eficacia a sus palabras apoyando en particular a sus hermanos en su vocación, estimulándolos a aceptar con espíritu de sacrificio las pruebas de la vida en fidelidad a la vocación salesiana. Don Bosco, en las Constituciones primitivas, presentaba al Salesiano como aquel que “está dispuesto a soportar el calor y el frío, la sed y el hambre, el trabajo y el desprecio, siempre que se trate de la gloria de Dios y de la salvación de las almas”.
            La misma enfermedad llevó a don Beltrami tanto a una tisis progresiva como a un aislamiento forzoso, que dejaron intactas sus facultades perceptivas e intelectuales, es más, casi las refinaron con la cuchilla del dolor. Sólo la gracia de la fe le permitió abrazar aquella condición que día a día le asimilaba más y más a Cristo crucificado y que una estatua del Eccehomo, de un realismo chocante que le repugnaba, querida por él en su habitación, le recordaba constantemente. La fe era la regla de su vida, la clave para comprender a las personas y las diferentes situaciones; a la luz de la fe consideraba sus propios sufrimientos como gracias de Dios, y junto con el aniversario de su profesión religiosa y de su ordenación sacerdotal, celebraba el del comienzo de su grave enfermedad, que creía que había comenzado el 20 de febrero de 1891. En esta ocasión recitó de corazón el TeDeum por haberle sido concedido por el Señor sufrir por él. Meditaba y cultivaba una viva devoción a la Pasión de Cristo y a Jesús Crucificado: “Gran devoción, de la que puede decirse que informó toda la vida del siervo de Dios… Éste era el tema casi continuo de sus meditaciones. Siempre tenía un crucifijo delante de los ojos y sobre todo en las manos… que besaba de vez en cuando con entusiasmo”.
            Tras su muerte, se encontró colgado de su cuello un monedero, con el crucifijo y la medalla de María Auxiliadora, que contenía algunos papeles: oraciones en recuerdo de su ordenación; un mapa en el que estaban dibujados los cinco continentes, para recordar siempre al Señor a los misioneros esparcidos por el mundo; y algunas oraciones con las que se hacía formalmente víctima del Sagrado Corazón de Jesús, especialmente por los moribundos, por las almas del purgatorio, por la prosperidad de la Congregación y de la Iglesia. Estas oraciones, en las que el pensamiento predominante se hacía eco de la súplica de Pablo “Opto ego ipse anathema esse a Christo pro fratribus meis” (Yo mismo desearía ser anatema, separado de Cristo, por el bien de mis hermanos), fueron firmadas por él con su propia sangre y aprobadas por su director, el P. Luigi Piscetta, el 15 de noviembre de 1895.

5. ¿Es actual el P. Beltrami?
            La pregunta, no ociosa, ya fue planteada por los jóvenes hermanos del Estudiantado Teológico Internacional de Turín-Crocetta cuando, en 1948, con ocasión del 50 aniversario de la muerte del Venerable don Beltrami, organizaron una jornada conmemorativa. Desde las primeras líneas del folleto que recogía los discursos pronunciados en aquella ocasión, uno se pregunta qué tenía que ver el testimonio de Beltrami con la vida salesiana, una vida de apostolado y de acción. Pues bien, tras recordar cómo fue ejemplar en los años en que pudo lanzarse a la labor apostólica, también fue salesiano al aceptar el dolor cuando éste parecía aplastar una carrera y un futuro tan brillante y fructíferamente emprendidos. Porque fue allí donde el P. Andrés reveló una profundidad de sentimientos salesianos y una riqueza de entrega que antes, en el trabajo, podían tomarse por una audacia juvenil, un impulso a actuar, una riqueza de dones, algo normal, ordinario, en definitiva. Lo extraordinario comienza, o mejor dicho, se revela en y a través de la enfermedad. Don Andrea, segregado, excluido ya para siempre de la enseñanza, de la vida fraterna de colaboración con sus hermanos y de la gran empresa de Don Bosco, se sintió abocado a un nuevo camino solitario, quizá repugnante para sus hermanos; ciertamente repugnante para la naturaleza humana, tanto más para la suya, ¡tan rica y exuberante! Don Beltrami aceptó este camino y lo emprendió con espíritu salesiano: “salesianamente”.
            Llama la atención que se afirme que don Beltrami inauguró en cierto modo un nuevo camino en la estela trazada por Don Bosco, una llamada especial a iluminar el núcleo profundo de la vocación salesiana y el verdadero dinamismo de la caridad pastoral: “Necesitamos tener lo que él tenía en su corazón, lo que él vivía profundamente en lo más íntimo de su ser. Sin esa riqueza interior, nuestra acción sería vana; el P. Beltrami podría reprocharnos nuestra vida vana, diciendo con Pablo: “nos quasi morientes, et ecce: vivimos”. Él mismo era consciente de que había iniciado un nuevo camino, como atestiguó su hermano Giuseppe: “A mitad de la lección intentó convencerme de la necesidad de seguir su camino, y yo, al no pensar como él, me opuse, y él sufrió”. Este sufrimiento vivido en la fe fue verdaderamente fecundo apostólica y vocacionalmente: “Fue una manifestación de la nueva y original concepción salesiana querida y puesta en práctica por él, de un dolor físico y moral, activo, productivo, incluso materialmente, para la salvación de las almas”.
            También hay que decir que, bien debido a un cierto clima espiritual un tanto pietista, o quizá más inconscientemente para no provocar demasiado con su testimonio, con el tiempo se fue arraigando una cierta interpretación que poco a poco condujo, también debido a los grandes cambios que se produjeron, al olvido. Expresión de este proceso son, por ejemplo, los cuadros que le reproducen, que a quienes le conocieron, como don Eugenio Ceria, no les gustaban mucho, porque le recordaban jovial, con un aspecto abierto que inspiraba confianza y seguridad a quienes se acercaban a él. El P. Ceria recuerda también que, ya durante sus años en Foglizzo, don Beltrami vivía una intensa vida interior, una profunda e impetuosa unión con Dios, alimentada por la meditación y la comunión eucarística, hasta tal punto que incluso en pleno invierno, con temperaturas bajo cero, no llevaba abrigo y mantenía abierta la ventana, por lo que le llamaban “oso blanco”.

5.1. Testimonio de unión con Dios
            Este espíritu de sacrificio le hizo madurar una profunda unión con Dios: “Su oración consistía en estar continuamente en presencia de Dios, con la mirada fija en el Tabernáculo y desahogándose ante el Señor con continuas jaculatorias y aspiraciones afectuosas. Su meditación podría decirse que era continua… le penetraba tanto que no se daba cuenta de lo que ocurría a su alrededor, y penetraba tanto en el sujeto que le oí decirme en confianza que generalmente llegaba a comprender tan bien los misterios que meditaba que le parecía verlos como si aparecieran ante sus ojos”. Esta unión se significaba y realizaba de modo especial en la celebración de la Eucaristía, cuando cesaban como por arte de magia todos los dolores y toses, traducidos en una perfecta conformidad con la voluntad de Dios, sobre todo aceptando el sufrimiento: “Consideraba el apostolado de los sufrimientos y de las aflicciones como no menos fecundo que el de la vida más activa; y mientras otros habrían dicho que ocupaba suficientemente aquellos no cortos años en el sufrimiento, él santificaba el sufrimiento ofreciéndolo al Señor y conformándose a la voluntad divina de manera tan general que no sólo se resignaba a él, sino que se contentaba con él”.
            La petición hecha por el propio Venerable al Señor tiene un valor considerable, como se desprende de varias cartas y, en particular, de la dirigida a su primer director de Lanzo, don Giuseppe Scappini, escrita poco más de un mes antes de su muerte: “No te aflijas, mi dulcísimo padre en Jesucristo, por mi enfermedad; al contrario, alégrate en el Señor. Yo mismo se lo pedí al Buen Dios, para tener la oportunidad de expiar mis pecados en este mundo, donde el Purgatorio se hace con méritos. En verdad no pedí esta enfermedad, pues no tenía idea de ella, pero pedí mucho que sufrir, y el Señor me lo ha concedido. Bendito seas por siempre; y ayúdame a llevar siempre la Cruz con alegría. Créeme, en medio de mis penas, soy feliz con una felicidad plena y cumplida, de modo que me río, cuando me dan el pésame y desean mi recuperación”.

5.2. Saber sufrir
             “Saber sufrir”: para la propia santificación, para la expiación y para el apostolado. Celebró el aniversario de su propia enfermedad: “El 20 de febrero es el aniversario de mi enfermedad: y lo celebro, como un día bendecido por Dios; un día bendito, lleno de alegría, entre los días más hermosos de mi vida”. Quizás el testimonio de don Beltrami confirma la afirmación de Don Bosco “de Beltrami sólo hay uno”, como para indicar la originalidad de la santidad de este hijo suyo al haber experimentado y hecho visible el núcleo secreto de la santidad apostólica salesiana. Don Beltrami expresa la necesidad de que la misión salesiana no caiga en la trampa de un activismo y una exterioridad que con el tiempo conducirían a un destino fatal de muerte, sino que conserve y cultive el núcleo secreto que expresa a la vez profundidad y amplitud de horizonte. Traducciones concretas de este cuidado de la interioridad y de la profundidad espiritual son: la fidelidad a la vida de oración, la preparación seria y competente para la propia misión, especialmente para el ministerio sacerdotal, la lucha contra la negligencia y la ignorancia culpable; el uso responsable del tiempo.
            Más profundamente, el testimonio de don Beltrami nos dice que no se vive de glorias pasadas ni de rentas vitalicias, sino que cada hermano y cada generación deben hacer fructificar el don recibido y saber transmitirlo de forma fiel y creativa a las generaciones futuras. La interrupción de esta cadena virtuosa será fuente de daños y ruina. Saber sufrir es un secreto que da fecundidad a toda empresa apostólica. El espíritu de ofrenda de víctima de don Beltrami está admirablemente asociado a su ministerio sacerdotal, para el que se preparó con gran responsabilidad y que vivió en forma de una singular comunión con Cristo inmolado por la salvación de sus hermanos y hermanas: en la lucha y mortificación contra las pasiones de la carne; en la renuncia a los ideales de un apostolado activo que siempre había deseado; en la sed insaciable de sufrimiento; en la aspiración a ofrecerse como víctima por la salvación de sus hermanos y hermanas. Por ejemplo, para la Congregación además de la oración y el ofrecimiento nominativo por varios hermanos, teniendo en sus manos el catálogo de la Congregación, casas y misiones, pedía la gracia de la perseverancia y el celo, la conservación del espíritu de Don Bosco y su método educativo. Uno de los libros escritos sobre él lleva significativamente el título de “Lapassifloraseráfica”, que significa “flor de la pasión”, nombre que le dieron los misioneros jesuitas en 1610, debido a la similitud de algunas partes de la planta con los símbolos religiosos de la pasión de Cristo: los zarcillos el látigo con el que fue flagelado; los tres estilos los clavos; los estambres el martillo; los rayos corolíneos la corona de espinas. Autorizada es la opinión de Don Nazareno Camilleri, un alma profundamente espiritual: “Don Beltrami nos parece que representa eminentemente, hoy, el ansia divina de la “santificación del sufrimiento” para la fecundidad social, apostólica y misionera, mediante el entusiasmo heroico de la Cruz, de la Redención de Cristo en medio de la humanidad”.

5.3 Paso del testigo
            En Valsalice, don Andrea fue un ejemplo para todos: un joven clérigo, Luigi Variara, lo eligió como modelo de vida: se hizo sacerdote y misionero salesiano en Colombia y fundó, inspirado por don Beltrami, la Congregación de las Hijas de los Sagrados Corazones de Jesús y de María. Nacido en Viarigi (Asti) en 1875, Luigi Variara fue llevado a los 11 años a Turín-Valdocco por su padre. Ingresó en el noviciado el 17 de agosto de 1891 y lo completó emitiendo los votos perpetuos. Después se trasladó a Turín-Valsalice para estudiar filosofía. Allí conoció al Venerable Andrea Beltrami. Don Variara se inspirará en él cuando más tarde en Agua de Dios (Colombia) proponga la “consagración victimal” a sus Hijas de los Sagrados Corazones.

Fin




San Francisco de Sales, acompañante personal

            «Mi espíritu siempre acompaña al tuyo,» escribió Francisco de Sales un día a Juana de Chantal, en un momento en que ella se sentía asaltada por la oscuridad y las tentaciones. El añadió: “Camina, por lo tanto, mi querida Hija, y avanza con mal tiempo y durante la noche. Sé valiente, mi querida Hija; con la ayuda de Dios, haremos mucho”. Acompañamiento, dirección espiritual, guía de almas, dirección de conciencia, asistencia espiritual: son fórmulas más o menos sinónimas, ya que designan esta forma particular de educación y de formación ejercida en el ámbito espiritual de la conciencia individual.

Formación de un futuro acompañante
            La formación que recibió de joven había preparado a Francisco de Sales para convertirse a su vez en director espiritual. Como estudiante de los jesuitas en Paris muy probablemente tuvo un padre espiritual cuyo nombre desconocemos. En Padua, Antonio Possevino había sido su director; con este famoso jesuita Francisco se felicitaría más tarde por haber sido uno de sus «hijos espirituales». Durante su tormentoso camino hacia el estado clerical, su confidente y apoyo fue Amé Bouvard, sacerdote amigo de la familia, que le preparó entonces para la ordenación.
            Al comienzo de su episcopado, confió el cuidado de su vida espiritual al padre Fourier, rector de los jesuitas de Chambéry, «un religioso grande, erudito y devoto», con el que estableció «una amistad muy especial» y que estuvo muy cerca de él «con sus consejos y advertencias». Durante varios años, se confiesa regularmente con el penitenciario de la catedral, a quien llama «querido hermano y perfecto amigo».
            Su estancia en París en 1602 influyó profundamente en el desarrollo de sus dotes de director de almas. Enviado por el obispo para negociar algunos asuntos diocesanos en la corte, tuvo poco éxito diplomático, pero esta prolongada visita a la capital francesa le permitió establecer contactos con la élite espiritual que se reunía en casa de Dame Acarie, mujer excepcional, mística y anfitriona al mismo tiempo. Se convirtió en su confesor, observó sus éxtasis y la escuchó sin rechistar. Qué error cometí», diría más tarde, “por no haber aprovechado suficientemente su santísima compañía”. En efecto, ella me abrió libremente su alma; pero el extremo respeto que le tenía hizo que no me atreviera a informarme de la menor cosa».

Una actividad persistente «que tranquiliza y anima»
            Ayudar a cada uno, acompañarle personalmente, aconsejarle, corregir eventualmente sus errores, animarle, todo ello requiere tiempo, paciencia y un esfuerzo constante de discernimiento. El autor de Filotea habla por experiencia propia cuando afirma en el prefacio:

Es un trabajo, lo confieso, guiar almas individuales, pero un trabajo que hace que uno se sienta ligero, como el de los segadores y los cosechadores, que nunca están tan contentos como cuando tienen mucho trabajo y mucho que llevar. Es un trabajo que tranquiliza y anima, por la dulzura que aporta a quien lo emprende.

            Conocemos este importante ámbito de su labor formativa sobre todo por su correspondencia, pero hay que señalar que la dirección espiritual no se hace sólo por escrito. Los encuentros personales y las confesiones individuales forman parte de ella, aunque hay que distinguirlos adecuadamente. En 1603 conoció al duque de Bellegarde, gran figura del reino y gran pecador, que pocos años después le pidió que le guiara por el camino de la conversión. La Cuaresma que predicó en Dijon al año siguiente fue un punto de inflexión en su «carrera» como director espiritual, porque conoció a Jeanne Frémyot, viuda del barón de Chantal.
            A partir de 1605, la visita sistemática de su vasta diócesis le puso en contacto con infinidad de personas de toda condición, principalmente campesinos y montañeses, la mayoría de los cuales eran analfabetos y no nos dejaron correspondencia. Predicando la Cuaresma en Annecy en 1607, encontró en sus «sagradas redes» a una joven de veintiún años, «pero toda de oro», llamada Luisa Du Chastel, que se había casado con el primo del obispo, Enrique de Charmoisy. Las cartas de dirección espiritual que Francisco envió a Madame de Charmoisy servirían de material básico para la redacción de su futura obra, la Philothea.

            La predicación en Grenoble en 1616, 1617 y 1618 le aportó un número considerable de hijas e hijos espirituales que, tras haberle escuchado en la cátedra, buscarían contactar con él de cerca. Nuevas Filoteas lo seguirán en su último viaje a París en 1618-1619, donde formó parte de la delegación de Saboya que negociaba el matrimonio del príncipe de Piamonte, Víctor Amadeo, con Cristina de Francia, hermana de Luis XIII. Tras la boda principesca, Christine lo eligió como su confesor y «gran capellán».

El director es padre, hermano, amigo
            Al dirigirse a las personas que dirige, Francisco de Sales hace un uso abundante, por no decir excesivo, según la costumbre de la época, de títulos y apelativos tomados de la vida familiar y social, como padre, madre, hermano, hermana, hijo, hija, tío, tía, sobrina, padrino, madrina o sirviente. El título de padre significaba autoridad y al mismo tiempo amor y confianza. El padre «asiste» a su hijo y a su hija aconsejándoles con sabiduría, prudencia y caridad. Como padre espiritual, el director es el que en ciertos casos dice: ¡Yo hago! Francisco de Sales sabía utilizar ese lenguaje, pero sólo en circunstancias muy especiales, como cuando ordena a la baronesa que no evite un encuentro con el asesino de su marido:

Me preguntasteis cómo quería que os comportaseis en el encuentro con el que mató a vuestro señor esposo. Te respondo en orden. No es necesario que usted misma busque la fecha y la ocasión. Sin embargo, si ésta se presenta, quiero que la acojas con un corazón gentil, amable y compasivo.

            Una vez escribió a una mujer angustiada: «Te lo ordeno en nombre de Dios», pero fue para quitarle los escrúpulos. Su autoridad permaneció siempre humilde, buena, incluso tierna; su papel con respecto a las personas que dirigía, precisó en el prefacio a la Filotea, consistía en una «asistencia» especial, término que aparece dos veces en este contexto. La intimidad que se estableció entre él y el duque de Bellegarde fue tal que Francisco de Sales pudo responder a la petición del duque, no sin vacilar en utilizar los epítetos «hijo mío» o «monseñor hijo mío», sabiendo perfectamente que el duque era mayor que él. La implicación pedagógica de la dirección espiritual queda subrayada por otra imagen significativa. Tras recordar la veloz carrera de la tigresa para salvar a su cachorro, movida por la fuerza del amor natural, continúa diciendo:

Y cuánto más de buena gana cuidará un corazón paternal de un alma que ha encontrado llena de deseos de santa perfección, llevándola sobre su pecho, como una madre a su hijo, sin sentir el peso de la querida carga.

            Con respecto a la gente que él dirige, mujeres y hombres, Francisco de Sales también se comporta como un hermano, y es en esta capacidad que él se presenta a menudo a la gente que recurre a él. A Antoine Favre le llama constantemente «mi hermano». Al principio se dirige a la baronesa de Chantal con el apelativo de «madame» (señora), más tarde pasa al de «hermana», «este nombre, con el que los apóstoles y los primeros cristianos se expresaban su amor mutuo». El hermano no manda, aconseja y corrige fraternalmente.

            Pero lo que mejor caracteriza el estilo salesiano es el ambiente amistoso y recíproco que une al director y a la persona dirigida. Como bien dice André Ravier, «no hay verdadera dirección espiritual si no hay amistad, es decir, intercambio, comunicación, influencia mutua». No es sorprendente que Francisco de Sales ame a sus referentes con un amor que les testimonia de mil maneras; es sorprendente, en cambio, que desee ser igualmente amado por ellos. Con Jeanne de Chantal, la reciprocidad llega a ser tan intensa que a veces convierte «lo mío» y «lo tuyo» en «lo nuestro»: «No me es posible distinguir lo mío y lo tuyo en lo que nos concierne es nuestro».

Obediencia al director, pero en un clima de confianza y libertad
            La obediencia al director espiritual es una garantía contra los excesos, las ilusiones y los pasos en falso cometidos las más de las veces por cuenta propia; mantiene una actitud prudente y sabia. El autor de la Filotea la considera necesaria y beneficiosa, sin recurrir a ella; «la humilde obediencia, tan recomendada y tan practicada por todos los antiguos devotos», forma parte de una tradición. Francisco de Sales se la recomienda a la baronesa de Chantal a propósito de su primer director, pero indicándole cómo vivirla:

Alabo mucho el respeto religioso que sentís por vuestro director, y os exhorto a conservarlo con mucho cuidado; pero debo deciros también una palabra más. Este respeto debe indudablemente induciros a perseverar en la santa conducta a la que tan felizmente os habéis adaptado, pero de ningún modo debe impedir o sofocar la justa libertad que el Espíritu de Dios da a quien posee.

            En todo caso, el director debe poseer tres cualidades indispensables: «Debe estar lleno de caridad, ciencia y prudencia: si falta una de estas tres, hay peligro» (I I 4). No parece ser el caso del primer director de la señora de Chantal. Según su biógrafa, la Madre de Chaugy, este hombre la «vinculaba a su dirección» advirtiéndole de non pensar jamás en cambiarlo; eran «lazos inapropiados que mantenían su alma atrapada, encerrada y sin libertad». Cuando, tras conocer a Francisco de Sales, quiso cambiar de director, se vio sumida en un mar de escrúpulos. Para tranquilizarla, él le mostró otro camino:

Aquí está la regla general de nuestra obediencia, escrita en letras muy grandes: DEBES HACER TODO POR AMOR, Y NADA POR FUERZA; DEBES AMAR LA OBEDIENCIA MÁS DE LO QUE TEMES LA DESOBEDIENCIA. Os dejo el espíritu de la libertad: no la que excluye la obediencia, porque entonces habría que hablar de la libertad de la carne, sino la que excluye la compulsión, el escrúpulo y la prisa.

            El camino salesiano se funda en el respeto y la obediencia debidos al director, sin duda alguna, pero sobre todo en la confianza: «Tened en él la mayor confianza, unida a una sagrada reverencia, de modo que la reverencia no disminuya la confianza y la confianza no impida la reverencia; confiad en él con el respeto de una hija hacia su padre, respetadlo con la confianza de una hija hacia su madre».

La confianza inspira sencillez y libertad, que favorecen la comunicación entre dos personas, sobre todo cuando la dirigida es una joven novicia temerosa:

Te diré, en primer lugar, que no debes usar, a mi respecto, palabras de ceremonia o disculpa, pues, por voluntad de Dios, siento por ti todo el afecto que puedas desear, y no sabría prohibirme sentirlo. Amo profundamente tu espíritu, porque creo que Dios lo quiere, y lo amo tiernamente, porque te veo todavía débil y demasiado joven. Escríbame, pues, con toda confianza y libertad, y pídame todo lo que le parezca útil para su bien. Y que esto quede dicho de una vez por todas.

            ¿Cómo se debe escribir al obispo de Ginebra? Escríbeme con libertad, con sinceridad, con sencillez -dijo a una de las almas que dirigía-. Sobre este punto, no tengo nada más que decir, excepto que no debes poner Monseñor en la carta ni solo ni acompañado de otras palabras: basta con que pongas Señor, y ya sabes por qué. Soy un hombre sin ceremonias, y os amo y os honro de todo corazón». Este estribillo vuelve con frecuencia al comienzo de una nueva relación epistolar. El afecto, cuando es sincero y sobre todo cuando tiene la suerte de ser correspondido, autoriza la libertad y la mayor franqueza. Escríbeme cuando te apetezca», le dijo a otra mujer, “con toda confianza y sin ceremonias, porque así es como hay que comportarse en este tipo de amistad”. A uno de sus corresponsales le pidió: «No me pidas que te excuse por escribir bien o mal, porque no me debes más ceremonia que la de quererme». Esto significa hablar «de corazón a corazón». Tanto el amor a Dios como el amor al prójimo nos hacen seguir adelante «de buena manera, sin muchos aspavientos» porque, como él decía, «el verdadero amor no necesita método». La clave es el amor, porque «el amor iguala a los amantes», es decir, el amor opera una transformación en las personas que uno ama, haciéndolas iguales, semejantes y al mismo nivel.

«Cada flor requiere un cuidado especial».
            Aunque el objetivo de la dirección espiritual es el mismo para todos, es decir, la perfección de la vida cristiana, las personas no son todas iguales, y pertenece al arte del director saber indicar a cada uno el camino adecuado para alcanzar la meta común. Hombre de su tiempo, consciente de que las estratificaciones sociales eran una realidad, Francisco de Sales conocía bien la diferencia entre el caballero, el artesano, el ayuda de cámara, el príncipe, la viuda, la muchacha y la mujer casada. Cada uno, de hecho, debía producir frutos ‘de acuerdo a su calificación y profesión’. Pero el sentido de pertenencia a un determinado grupo social iba bien, en él, con la consideración de las peculiaridades del individuo: hay que “adaptar la práctica de la devoción a las fuerzas, actividades y deberes de cada uno en particular”. También creía que «los medios para alcanzar la perfección son diferentes según la diversidad de las vocaciones».
            La diversidad de temperamentos es un hecho que debe ser tomado en cuenta. Uno puede detectar en Francisco de Sales un “instinto psicológico” que es anterior a los descubrimientos modernos. La percepción de las características únicas de cada persona es muy pronunciada en él y es la razón por la que cada sujeto merece una atención especial por parte del padre espiritual: “En un jardín, cada hierba y cada flor requiere un cuidado especial”. Como un padre o una madre con sus hijos, se adapta a la individualidad, al temperamento y a las situaciones particulares de cada individuo. A esta persona, impaciente consigo misma, decepcionada porque no progresa como quisiera, le recomienda el amor propio; a esta otra, atraída por la vida religiosa pero dotada de una fuerte individualidad, le aconseja un estilo de vida que tenga en cuenta estas dos tendencias; a una tercera, oscilante entre la exaltación y la depresión, le sugiere la paz del corazón mediante la lucha contra las imaginaciones angustiosas. A una mujer desesperada por el carácter «derrochador y frívolo» de su marido, el director tendrá que aconsejarle «los medios adecuados y la moderación» y los medios para superar su impaciencia. Otra, una mujer con la cabeza en el cuello, con un carácter “de una sola pieza”, llena de ansiedades y pruebas, necesitará “santa dulzura y tranquilidad”. A otra le angustia el pensamiento de la muerte y a menudo se deprime: su director le inspira valor. Hay almas que tienen mil deseos de perfección; es necesario calmar su impaciencia, fruto de su amor propio. La famosa Angélique Arnauld, abadesa de Port-Royal, quiere reformar su monasterio con rigidez: es necesario recomendarle flexibilidad y humildad.
            En cuanto al duque de Bellegarde, que se había inmiscuido en todas las intrigas políticas y amorosas de la corte, el obispo le anima a adquirir «una devoción masculina, valiente, invariable, que sirva de espejo a muchos, exaltando la verdad del amor celestial, digna de reparación por las faltas pasadas». En 1613 redacta una Memoria para hacer una buena confesión, que contiene ocho «advertencias» generales, una descripción detallada «de los pecados contra los diez mandamientos», un «examen sobre los pecados capitales», «los pecados cometidos contra los preceptos de la Iglesia», un «medio para discernir el pecado mortal del venial» y, por último, «medios para apartar a los grandes del pecado de la carne».

Método «regresivo
            El arte de la dirección de la conciencia exige muy a menudo que el director dé un paso atrás y deje la iniciativa al destinatario, o a Dios, sobre todo cuando se trata de hacer elecciones que requieren una decisión exigente. «No tome mis palabras demasiado al pie de la letra», escribió a la baronesa de Chantal, “no quiero que sean una imposición para usted, sino que conserve la libertad de hacer lo que mejor le parezca”. Escribía, por ejemplo, a una mujer muy apegada a las «vanidades»:

Cuando te fuiste, se me ocurrió decirte que debías renunciar a las fragancias y a los perfumes, pero me contuve, para seguir mi sistema, que es suave y procura esperar los movimientos que, poco a poco, los ejercicios de piedad tienden a suscitar en las almas que se consagran por entero a la Bondad divina. Mi espíritu, en efecto, es sumamente amigo de la sencillez; y el gancho con que se acostumbra cortar los chupones inútiles, lo dejo habitualmente en manos de Dios.

            El director no es un déspota, sino alguien que «guía nuestras acciones con sus advertencias y consejos», como dice al principio de la Filotea. Se abstiene de mandar cuando escribe a Madame de Chantal: «Son consejos buenos y convenientes para ti, pero no mandatos». También dirá, en su proceso de canonización, que a veces lamentaba no haber sido suficientemente guiada con mandatos. De hecho, el papel del director queda definido por la siguiente respuesta de Sócrates a un discípulo: «Me ocuparé, pues, de devolverte a ti mismo mejor de lo que eres». Como siempre declaraba a Madame de Chantal, Francisco se había «consagrado», se había puesto al «servicio» de la «santísima libertad cristiana». Lucha por la libertad:

Veréis que digo la verdad y que lucho por una buena causa cuando defiendo la santa y amable libertad del espíritu, que, como sabéis, honro de manera muy especial, siempre que sea verdadera y esté libre de disipación y libertinaje, que no son más que una máscara de la libertad.

            En 1616, durante un retiro espiritual, Francisco de Sales hizo que la propia madre de Chantal hiciera un ejercicio de «desvestirse», para reducirla a «la hermosa y santa pureza y desnudez de los niños». Había llegado el momento de dar el paso hacia la «autonomía» de la persona directa. La exhortó, entre otras cosas, a no ‘tomar ninguna nodriza’ y a no seguir diciéndole -precisó- ‘que yo seré siempre su nodriza’, y, en suma, a estar dispuesta a renunciar a la dirección espiritual de Francisco. Sólo Dios basta: «No tengáis otros brazos para llevaros que los de Dios, ni otros pechos en los que descansar que los Suyos y la Providencia. […] No pienses más en la amistad ni en la unidad que Dios ha establecido entre nosotros». Para Madame de Chantal, la lección es dura: «¡Dios mío! ¡Mi verdadero Padre, al que has cortado profundamente con tu navaja! ¿Puedo permanecer mucho tiempo en este estado de ánimo? Ahora se ve «despojada y desnuda de todo lo que le era más precioso». Francisco confiesa también: «Y sí, también yo me encuentro desnudo, gracias a Aquel que murió desnudo para enseñarnos a vivir desnudos». La dirección espiritual alcanza aquí su punto culminante. Después de una experiencia así, las cartas espirituales serán más raras y los afectos más contenidos y ventajosos en favor de una unidad totalmente espiritual.




Perfil virtuoso de Andrea Beltrami (1/2)

            El venerable don Andrea Beltrami (1870-1897) es una expresión emblemática de una dimensión constitutiva no sólo del carisma salesiano, sino del cristianismo: la dimensión oblativa y sin víctimas, que en términos salesianos encarna las exigencias del “caeteratolle”. Un testimonio que, bien por su singularidad, bien por razones en parte ligadas a lecturas fechadas o transmitidas a través de una cierta vulgata, ha ido desapareciendo de la visibilidad del mundo salesiano. El hecho es que el mensaje cristiano presenta intrínsecamente aspectos incompatibles con el mundo que, si se ignoran, corren el riesgo de hacer infecundo el propio mensaje evangélico y, en concreto, el carisma salesiano, desprotegido en sus raíces carismáticas de espíritu de sacrificio, trabajo y renuncia apostólica. El testimonio de don Andrea Beltrami es paradigmático de toda una corriente de santidad salesiana que, partiendo de los tres Santos Andrea Beltrami, el Beato Augusto Czartoryski, el Beato Luis Variara, continúa a lo largo del tiempo con otras figuras de la familia como la Beata Eusebia Palomino, la Beata Alexandrina Maria da Costa, la Beata Laura Vicuña, sin olvidar el numeroso grupo de mártires.

1. Radicalismo evangélico

1.1 Radical en la elección vocacional
            Andrea Beltrami nació en Omegna (Novara), a orillas del lago de Orta, el 24 de junio de 1870. Recibió en su familia una educación profundamente cristiana, que luego se desarrolló en el colegio salesiano de Lanzo, donde ingresó en octubre de 1883. Aquí maduró su vocación. En Lanzo, un día tuvo la gran suerte de conocer a Don Bosco. Fascinado por él, surgió en su interior una pregunta: “¿Por qué no puedo ser como él? ¿Por qué no dedicar también mi vida a la formación y salvación de los jóvenes?” En 1885, Don Bosco le dijo: “Andrea, ¡hazte tú también salesiano!”. En 1886 recibió el hábito clerical de Don Bosco en Foglizzo y el 29 de octubre de 1886 comenzó su año de noviciado con una resolución: “Quiero hacerme santo”. Esta resolución no era formal, sino que se convirtió en una razón de vida. Especialmente el P. Eugenio Bianchi, su maestro de noviciado, en su informe a Don Bosco, lo describió como perfecto en todas las virtudes. Tal radicalidad desde el noviciado se expresaba en la obediencia a los superiores, en el ejercicio de la caridad hacia sus compañeros, en la observancia religiosa, que se le definía como “la Regla personificada”. El 2 de octubre de 1887, en Valsalice (Turín), Don Bosco recibió los votos religiosos: se había hecho salesiano e inmediatamente emprendió los estudios para prepararse al sacerdocio.
            La firmeza y determinación en su respuesta a la llamada del Señor fue muy llamativa, signo del valor que atribuía a su vocación: “La gracia de la vocación era para mí una gracia singular, invencible, irresistible, eficaz. El Señor había puesto en mi corazón una firme persuasión, una íntima convicción de que el único camino que me convenía era hacerme salesiano; era una voz de mando que no admitía réplica, que removía todo obstáculo al que no habría podido resistir, aunque hubiera querido, y por eso habría superado mil dificultades, aunque hubiera sido para pasar sobre el cadáver de mi padre y de mi madre, como hizo Chantal cuando pasó sobre el cadáver de su hijo”. Estas expresiones son muy fuertes y quizá poco agradables a nuestro paladar; son como el preludio de una historia vocacional vivida con una radicalidad que no es fácil de comprender, y mucho menos de aceptar.

1.2. La radicalidad en el itinerario formativo
            Un aspecto interesante y revelador de la acción prudencial es la capacidad de dejarse aconsejar y corregir y, a su vez, volverse capaz de corrección y consejo: “Me arrojo como un niño en sus brazos, abandonándome por completo a su dirección. Que ella me conduzca por el camino de la perfección, estoy resuelto, con la gracia de Dios, a superar cualquier dificultad, a hacer cualquier esfuerzo para seguir sus consejos”; así a su director espiritual don Giulio Barberis. En el ejercicio de la enseñanza y de la asistencia ‘hablaba siempre con calma y serenidad… primero leyó atentamente los reglamentos de los mismos oficios… las reglas y los reglamentos sobre la asistencia y sobre el modo de enseñar… pronto adquirió un conocimiento de cada uno de sus alumnos, de sus necesidades individuales, entonces se convirtió en todo para todos y para cada uno’. En la corrección fraterna, se inspiraba en los principios cristianos e intervenía sopesando bien sus palabras y expresando con claridad sus pensamientos.

            Fue durante este periodo cuando conoció al príncipe polaco Augusto Czartoryski, que acababa de ingresar en la Congregación, y con quien entabló una estrecha amistad: estudiaron juntos lenguas extranjeras y se ayudaron mutuamente a ascender a la cumbre de la santidad. Cuando Augusto cayó enfermo, los superiores le pidieron a Andrea que permaneciera cerca de él y le ayudara. Pasaron juntos las vacaciones de verano en los institutos salesianos de Lanzo, Penango d’Asti y Alassio. Augusto, que entretanto había alcanzado el sacerdocio, fue para Andrea ángel de la guarda, maestro y ejemplo heroico de santidad. Don Augusto falleció en 1893 y don Andrea diría de él: “He curado a un santo”. Cuando don Beltrami enfermó a su vez de la misma enfermedad, una de las causas probables fue esta familiaridad de vida con su amigo enfermo.

1.3. Radical en el juicio
            Su enfermedad comenzó de forma brutal el 20 de febrero de 1891 cuando, tras un viaje muy agotador y durante días de duro clima invernal, aparecieron los primeros síntomas de una enfermedad que minaría su salud y le llevaría a la tumba. Si entre las causas figuran la escolarización y el contacto con el príncipe Czartoryski, que padecía la enfermedad, cabe destacar tanto el esfuerzo ascético como la ofrenda de la víctima. Su compatriota y compañero de noviciado Giulio Cane da testimonio de esta lucha contra su hombre viejo: “Siempre estuve convencido de que el siervo de Dios recibió el golpe más grave para su salud por la forma violenta y constante en que se obligaba a renunciar a todos sus movimientos voluntarios para hacerse, diría yo, esclavo de la voluntad del Superior, en quien veía la de Dios. Sólo aquellos que pudieron conocer al siervo de Dios en los años de su adolescencia y juventud, con su espíritu impulsivo y ardiente, casi rebelde a toda restricción, y que saben lo tenaz a sus propias opiniones que es típico del pueblo Beltrami Manera, pueden formarse una idea clara del esfuerzo que el siervo de Dios tuvo que imponerse para dominarse a sí mismo. De las conversaciones que mantuve con el siervo de Dios, llegué a esta convicción: que él, receloso de poder conquistarse a sí mismo por grados en su carácter, se propuso, desde los primeros meses de su noviciado, renunciar radicalmente a su voluntad, a sus tendencias, a sus aspiraciones. Todo esto lo consiguió con una vigilancia constante sobre sí mismo para no fracasar nunca en su propósito. Es imposible que semejante lucha interior no contribuyera, más que las fatigas del estudio y de la enseñanza, a minar la salud del siervo de Dios”. Verdaderamente, el joven Beltrami tomó al pie de la letra las palabras del Evangelio: “El reino de los cielos sufre violencia y los violentos se apoderan de él” (Mt 11,12).
            Vivía su sufrimiento con alegría interior: “El Señor quiere que sea sacerdote y víctima: ¿qué puede haber más hermoso? Su jornada comenzaba con la Santa Misa, en la que unía su sufrimiento al Sacrificio de Jesús presente en el altar. La meditación se convirtió en contemplación. Ordenado sacerdote por el obispo Cagliero, se entregó por entero a la contemplación y al apostolado de la pluma. Con una tenacidad de voluntad a toda prueba y un vehemente deseo de santidad, consumió su existencia en el dolor y el trabajo incesante. «La misión que Dios me confía es rezar y sufrir”, decía. “Estoy contento y feliz y siempre celebro. Ni morir ni curar, sino vivir para sufrir: en el sufrimiento he encontrado la verdadera satisfacción», era su lema. Pero su vocación más verdadera era la oración y el sufrimiento: ser víctima sacrificial con la Víctima divina que es Jesús. Así lo revelan sus luminosos y ardientes escritos: “También es hermoso en la oscuridad, cuando todos descansan, hacer compañía a Jesús, a la luz titilante de la lámpara ante el Sagrario. Uno conoce entonces la grandeza infinita de su amor”. “Pido a Dios largos años de vida para sufrir y expiar, para reparar. Me contento y me regocijo siempre porque puedo hacerlo. Ni morir ni curar, sino vivir para sufrir. En el sufrimiento está mi alegría, sufrimiento ofrecido con Jesús en la cruz”. «Me ofrezco como víctima con Él, por la santificación de los sacerdotes, por los hombres del mundo entero”.

2. El secreto
            En su texto fundamental para comprender la historia de don Andrea Beltrami, don Giulio Barberis sitúa la santidad del joven salesiano en la órbita de la de Don Bosco, apóstol de la juventud abandonada. Barberis habla del P. Beltrami como “¡brillando como una estrella insigne… que derramó tanta luz como un buen ejemplo y nos animó al bien con sus virtudes!” Se trata, pues, de comprender qué vida ejemplar es ésta y hasta qué punto es un estímulo para quienes la contemplan. El testimonio de don Barberis se hace aún más riguroso y de forma muy atrevida declara: “Llevo más de 50 años en la Pía Sociedad Salesiana; más de 25 años he sido Maestro de Novicios: ¡cuántos santos hermanos he conocido, cuántos buenos jóvenes han pasado bajo mis órdenes en ese tiempo! ¡Cuántas flores escogidas se complació el Señor en trasplantar al jardín salesiano del Paraíso! Y sin embargo, si tengo que decir todo mi pensamiento, aunque no pretendo hacer comparaciones, mi convicción es que nadie ha superado a nuestro queridísimo don Andrea en virtud y santidad”. Y afirmaba: “Estoy convencido de que es una gracia extraordinaria la que Dios ha querido conceder a la Congregación fundada por el incomparable Don Bosco, para que, tratando de imitarle, alcancemos en la Iglesia el objetivo que el venerable Don Bosco tuvo al fundarla”. Este testimonio, compartido por muchos, se basa tanto en un profundo conocimiento de la vida de los santos como en una familiaridad con don Beltrami de más de diez años.
            A primera vista, la luz de santidad de Beltrami parecería contrastar con la santidad de Don Bosco de la que se supone que es un reflejo, pero una lectura atenta permite captar una urdimbre secreta sobre la que se teje la auténtica espiritualidad salesiana. Es esa parte oculta, no visible, la que sin embargo constituye la columna vertebral de la fisonomía espiritual y apostólica de Don Bosco y sus discípulos. La ansiedad del “Damihianimas” se nutre de la ascesis del “caeteratolle”; la parte delantera del carácter misterioso del famoso sueño de los diez diamantes, con las gemas de la fe, la esperanza, la caridad, el trabajo y la templanza, exige que la parte trasera corresponda a las de la obediencia, la pobreza, la recompensa, la castidad y el ayuno. La breve existencia del P. Beltrami está densa de un mensaje que representa la levadura evangélica que fermenta toda acción pastoral y educativa típica de la misión salesiana, y sin la cual la acción apostólica está destinada a agotarse en un activismo estéril e inconcluso. “La vida de don Beltrami, transcurrida enteramente oculta en Dios, enteramente en la oración, en el sufrimiento, en la humillación, en el sacrificio, enteramente en el trabajo oculto pero constante, en la caridad heroica, aunque restringida a un pequeño círculo según su condición, en conjunto me parece tan admirable que hace decir: la fe siempre ha obrado maravillas, obra maravillas incluso hoy, como ciertamente obrará maravillas mientras dure el mundo.
            Es una entrega total e incondicional de uno mismo al plan de Dios lo que motiva la auténtica radicalidad del discipulado evangélico, es decir, de lo que está en la base de una existencia vivida como respuesta generosa a una llamada. El espíritu con el que don Beltrami vivió su vida está bien expresado por este testimonio relatado por uno de sus compañeros que, mientras se compadecía de él por su enfermedad, fue interrumpido por Beltrami en estos términos: “Déjalo, dijo, Dios sabe lo que hace; a cada uno le corresponde aceptar su lugar y en eso ser un verdadero salesiano. Vosotros otros sanos trabajáis, yo enfermo sufro y rezo”, tan convencido estaba de ser un verdadero imitador de Don Bosco.
            Por supuesto, no es fácil captar un secreto así, una perla tan preciosa. No fue fácil para don Barberis, que lo conoció seriamente durante diez años como director espiritual; no fue fácil para la tradición salesiana, que fue marginando a esta figura; tampoco es fácil para nosotros hoy y para todo un contexto cultural y antropológico que tiende a marginar el mensaje cristiano, especialmente en su núcleo de obra redentora que pasa por el escándalo de la humillación, la pasión y la cruz. “Describiendo las virtudes singulares de un hombre que vivió siempre encerrado en una casa religiosa, y, en sus años más importantes, en una pequeña habitación, sin poder siquiera bajar las escaleras, a causa de su enfermedad, de un hombre de tal humildad que se deshizo cuidadosamente de todos aquellos documentos que hubieran podido dar a conocer sus virtudes, y que procuró evitar que se filtrara una sombra de sus altos sentidos piadosos; De alguien que, ante los que querían y ante los que no querían, se proclamaba un gran pecador mencionando sus innumerables pecados, mientras que siempre se le había tenido por el mejor en cualquier escuela y colegio al que se hubiera presentado, es un trabajo no sólo difícil, sino casi imposible”. La dificultad para captar el perfil virtuoso depende del hecho de que tales virtudes no eran conspicuas ni estaban apoyadas por hechos externos particulares que llamaran la atención o despertaran admiración.

(continuación)




Tercer sueño misionero: viajar en avión (1885)

El sueño de Don Bosco en la víspera de la partida de los misioneros hacia América es un evento lleno de significado espiritual y simbólico en la historia de la Congregación Salesiana. Durante esa noche entre el 31 de enero y el 1 de febrero, Don Bosco tuvo una visión profética que destaca la importancia de la piedad, del celo apostólico y de la plena confianza en la Providencia Divina para el éxito de la misión. Este episodio no solo animó a los misioneros, sino que también consolidó la convicción de Don Bosco sobre la necesidad de expandir su obra más allá de las fronteras italianas, llevando educación, apoyo y esperanza a las nuevas generaciones en tierras lejanas.

Se acercó, entre tanto, a la víspera de la partida. A lo largo de toda la jornada, seguía don Bosco con la idea puesta en Monseñor y los otros que iban a marchar tan lejos, y en la absoluta imposibilidad de acompañarlos, como las veces anteriores, hasta el embarque. Esto y más aún la imposibilidad de darles al menos el adiós en la iglesia de María Auxiliadora le causaban sobresaltos de conmoción, que por momentos le oprimían y le dejaban abatido. Y he aquí que, en la noche del treinta y uno de enero al primero de febrero, tuvo un sueño semejante al de 1883 sobre las Misiones. Lo contó a don Juan Bautista Lemoyne, el cual lo escribió inmediatamente. Es el siguiente:

Me pareció acompañar a los misioneros en su viaje. Hablamos durante unos momentos antes de salir del Oratorio. Todos estaban a mi alrededor y me pedían consejo; y me pareció que les decía:
– No con la ciencia, no con la salud, no con las riquezas, sino con el celo y la piedad, haréis mucho bien, promoviendo la gloria de Dios y la salvación de las almas. Poco antes estábamos en el Oratorio y después, sin saber qué camino habíamos seguido y de qué medios habíamos usado, nos encontramos inmediatamente en América. Al llegar al final del viaje, me vi sólo en medio de una extensísima llanura, colocada entre Chile y la República Argentina. Mis queridos misioneros se habían dispersado tanto por aquel espacio sin límites que apenas si los distinguía. Al contemplarlos, quedé maravillado, pues me parecían muy pocos. Después de haber mandado tantos Salesianos a América, pensaba que vería un mayor número de misioneros. Pero seguidamente, reflexionando, comprendí que el número era pequeño porque se habían distribuido por muchos sitios, como simiente que debía ser transportada a otro lugar para ser cultivada y para que se multiplicase.
Aparecían en aquella llanura muchas y. numerosas calles formadas por casas levantadas a lo largo de las mismas. Aquellas calles no eran como las de esta tierra, ni las casas como las de este mundo. Eran objetos misteriosos y diría casi espirituales. Las calles se veían recorridas por vehículos o por otros medios de locomoción que, al correr, adoptaban mil aspectos fantásticos y mil formas diversas, aunque todas magníficas y estupendas, tanto que no sería capaz de describir ni una sola de ellas. Observé con estupor que los vehículos, al llegar junto a los grupos de las casas, a los pueblos, a las ciudades, pasaban por encima, de manera que el que en ellos viajaba veía al mirar hacia abajo los tejados de las casas, las cuales, aunque eran muy elevadas, estaban muy por debajo de aquellos caminos, que mientras atravesaban el desierto estaban adheridos al suelo y, al llegar a los lugares habitados, se convertían en caminos aéreos, como formando un mágico puente. Desde allá arriba, se veían los habitantes en las casas, en los patios, en las calles y en los campos, ocupados en labrar sus tierras.
Cada una de aquellas calles conducía a una de nuestras Misiones. Al fondo de un camino larguísimo que se dirigía hacia Chile, vi una casa 1 con muchos Salesianos, los cuales se ejercitaban en la ciencia, en la piedad, en los diferentes artes y oficios y en la agricultura. Hacia el Mediodía estaba la Patagonia. En la parte opuesta, de una sola ojeada, pude ver todas nuestras casas de la República Argentina. Las del Uruguay, Paysandú, Las Piedras, Villa Colón; en Brasil pude ver el Colegio de Niterói y muchos otros institutos esparcidos por las provincias de aquel imperio. Hacia Occidente se abría una última y larguísima avenida que, atravesando ríos, mares y lagos, conducía a países desconocidos. En esta región, vi pocos Salesianos. Observé con atención y pude descubrir solamente a dos.

En aquel momento, apareció junto a mí un personaje de noble aspecto, un poco pálido, grueso, de barba rala y de edad madura. Iba vestido de blanco, con una especie de capa color rosa bordada con hilos de oro. Resplandecía en toda su persona. Reconocí en él a mi intérprete.
– ¿Dónde nos encontramos?, le pregunté señalándole aquel último país.
– Estamos en Mesopotamia, me replicó.
– ¿En Mesopotamia?, le repliqué. Pero, si esto es la Patagonia.
– Te repito, me replicó, que esto es Mesopotamia.
– Pues a pesar de ello… no logro convencerme.
– Pues así es: Esto es Me… so… po… ta… mia, concluyó el intérprete silabeando la palabra, para que me quedase bien impresa en la memoria.
– ¿Y por qué los Salesianos que veo aquí son tan pocos?
– Lo que no hay ahora, lo habrá con el tiempo, contestó mi intérprete.
Yo, entretanto, siempre de pie en aquella llanura, recorría con la vista aquellos caminos interminables y contemplaba con toda claridad, pero de manera inexplicable, los lugares que están y estarán ocupados por los Salesianos. ¡Cuántas cosas magníficas! Todos los detalles topográficos anteriores y los que siguen, parecen indicar la casa de Fortín Mercedes, a la orilla izquierda del Colorado. Es la casa de formación de la Inspectoría de San Francisco Javier, con estudiantado numeroso, escuelas profesionales, escuela de agricultura, y santuario, meta de peregrinaciones. ¡Vi todos y cada uno de los colegios! Vi como en un solo punto el pasado, el presente y el porvenir de nuestras misiones. De la misma manera que lo contemplé todo en conjunto de una sola mirada, lo vi también particularmente, siéndome imposible dar una idea, aunque somera, de aquel espectáculo. Solamente lo que pude contemplar en aquella llanura de Chile, de Paraguay, de Brasil, de la República Argentina, sería suficiente para llenar un grueso volumen, si quisiese dar una breve noticia de todo ello. Vi también en aquella amplia extensión, la gran cantidad de salvajes que están esparcidos por el Pacífico hasta el golfo de Ancud, por el Estrecho de Magallanes, Cabo de Hornos, Islas de San Diego, en las islas Malvinas. Toda la mies destinada a los Salesianos. Vi que entonces los Salesianos sembraban solamente, pero que nuestros seguidores cosecharían. Hombres y mujeres vendrán a reforzarnos y se convertirán en predicadores. Sus mismos hijos, que parece imposible puedan ser ganados para la fe, se convertirán en evangelizadores de sus padres y de sus amigos. Los Salesianos lo conseguirán todo con la humildad, con el trabajo, con la templanza. Todas las cosas, que yo contemplaba en aquel momento y que vi seguidamente, se referían a los Salesianos, su regular establecimiento en aquellos países, su maravilloso aumento, la conversión de tantos indígenas y de tantos europeos allí establecidos. Europa se volcará hacia América del Sur. Desde el momento en que en Europa se empezó a despojar a las iglesias de sus bienes, comenzó a disminuir el florecimiento del comercio, el cual fue e irá cada vez más de capa caída. Por lo que los obreros y sus familias, impulsados por la miseria, irán a buscar refugio en aquellas nuevas tierras hospitalarias.
Una vez contemplado el campo que el Señor nos tiene destinado y el porvenir glorioso de la Congregación Salesiana, me pareció que me ponía en viaje para regresar a Italia. Era llevado a gran velocidad por un camino extraño, altísimo, y de esa manera llegué al Oratorio. Toda la ciudad de Turín estaba bajo mis pies y las casas, los palacios, las torres me parecían bajas casucas: tan alto me encontraba. Plazas, calles, jardines, avenidas, ferrocarriles, los muros que rodean la ciudad, los campos, las colinas circundantes, las ciudades, los pueblos de la provincia, la gigantesca cadena de los Alpes cubierta de nieve estaban bajo mis pies y ofrecían a mis ojos un espectáculo maravilloso. Veía a los jóvenes allá en el Oratorio, tan pequeños que parecían ratoncitos. Pero su número era extraordinariamente grande; sacerdotes, clérigos, estudiantes, maestros de talleres lo llenaban todo; muchos partían en procesión y otros llegaban a ocupar las vacantes dejadas por los que se marchaban. Era un ir y venir continuo.
Todos iban a concentrarse en aquella extensísima llanura entre Chile y la República Argentina, de la cual había vuelto en un abrir y cerrar de ojos. Yo lo contemplaba todo. Un joven sacerdote, parecido a nuestro don José Pavía, pero que no lo era, con aire afable, palabra cortés y de cándido aspecto y encarnadura de niño, se acercó a mí y me dijo:
– He aquí las almas y los países destinados a los hijos de San Francisco de Sales. Yo estaba maravillado al ver la inmensa multitud que se había concentrado allí en un momento, desapareciendo seguidamente, sin que se distinguiese apenas en la lejanía la dirección que había tomado.

Ahora noto que, al contar mi sueño, lo hago a grandes rasgos, no siéndome posible precisar la sucesión exacta de los magníficos espectáculos que se me ofrecían a la vista y las varias circunstancias accesorias. El ánimo desfallece, la memoria flaquea, la palabra es insuficiente. Además del misterio que envolvía aquellas escenas, éstas se alternaban, se mezclaban, se repetían según diversas Concentraciones y divisiones de los misioneros y el acercarse o alejarse de ellos a aquellos pueblos llamados a la fe y a la conversión. Lo repito: veía en un solo punto el presente, el pasado y el futuro de aquellas misiones, con todas sus fases, peligros, éxitos, contrariedades y desengaños momentáneos que acompañaban a este apostolado. Entonces lo comprendía claramente todo, pero ahora es imposible deshacer esta intriga de hechos, de ideas, de personajes. Sería como quien quisiese condensar en un solo capítulo y reducir a un solo hecho y a una unidad el espectáculo del firmamento, describiendo el movimiento, el esplendor, las propiedades de todos los astros con sus relaciones y leyes particulares y recíprocas; mientras que un solo astro proporcionaría materia suficiente para ocupar la atención estudiosa de la mente mejor dotada. Y he de hacer notar que aquí se trata de cosas que no tienen relación con los objetos materiales.
Reanudemos, pues, el relato: dije que quedé maravillado al ver desaparecer tan inmensa multitud. Monseñor Cagliero estaba en aquel momento a mi lado. Algunos misioneros permanecían a cierta distancia. Otros estaban a mi alrededor, en compañía de un buen número de Cooperadores Salesianos, entre los cuales distinguí a Monseñor Espinosa, al Doctor Torrero, al Doctor Carranza y al Vicario General de Chile. Entonces el intérprete de siempre vino hacia mí, mientras yo hablaba con monseñor Cagliero y con muchos otros intentando aclarar si aquel hecho encerraba algún significado. De la manera más cortés, el intérprete me dijo:
– Escucha y verás.
Y he aquí que, al instante, aquella extensa llanura se convirtió en un gran salón. Yo no sería capaz de describir su magnificencia y riqueza. Solamente diré que, si alguien intentase dar una idea de ella y lo consiguiese, ningún hombre podría soportar su esplendor ni aun con la imaginación. Su amplitud era tal que no se podía abarcar con la vista, ni se podían ver sus muros laterales. Su altura era inconmensurable. Su bóveda terminaba en arcos altísimos, amplios y resplandecientes en sumo grado, sin que se distinguiese el lugar sobre el que se apoyaban. No existían pilastras ni columnas. En general, parecía que la cúpula de aquella gran sala fuese de candidísimo lino a guisa de tapiz. Lo mismo habría que decir del pavimento. No había luces, ni sol, ni luna, ni estrellas, pero sí un resplandor general que se difundía igualmente por todas partes. La misma blancura del lino resplandecía y hacía visible y amena cada una de las partes del salón, su ornamentación, las ventanas, la entrada, la salida. Se sentía en todo el ambiente una suave fragancia mezclada con los más gratos olores.
Un fenómeno se produjo en aquel momento. Una serie de pequeñas mesas formaban una sola de longitud extraordinaria. Las había dispuestas en todas las direcciones y todas convergían en un único centro. Estaban cubiertas de elegantísimos manteles y, sobre ellas, se veían colocados hermosísimos floreros con multiformes y variadas flores.
La primera cosa que notó monseñor Cagliero fue:
– Las mesas están aquí, pero ¿y los manjares? En efecto, no había preparada comida alguna, ni bebida de ninguna especie, ni había tampoco platos, ni copas, ni recipientes en los cuales se pudiesen colocar los manjares. Tal vez quería decir monseñor Domingo Cruz, Vicario Capitular de la diócesis de Concepción. El intérprete replicó entonces: – Los que vienen aquí neque sitient, neque esurient amplius (Ya no tendrán hambre ni sed Ap 7.16.)

Dicho esto, comenzó a entrar gente, vestida de blanco, con una sencilla cinta a manera de collar, de color rosa, recamada de hilos de oro que les ceñía el cuello y las espaldas. Los primeros en entrar formaban un número limitado, sólo un pequeño grupo. Apenas penetraban en aquella gran sala se iban sentando en torno a la mesa para ellos preparada, cantando: ¡Viva! ¡Triunfo! Y entonces comenzó a aparecer una variedad de personas, grandes y pequeños, hombres y mujeres, de todo género, de diversos colores, formas y actitudes, resonando los cánticos por todas partes. Los que estaban ya colocados en sus puestos cantaban: ¡Viva! Y los que iban entrando: ¡Triunfo! Cada turba que penetraba en aquel local representaba a una nación o sector de nación que sería convertida por los misioneros.

Di una ojeada a aquellas mesas interminables y comprobé que había sentadas junto a ellas muchas hermanas nuestras y gran número de nuestros hermanos. Estos no llevaban distintivo alguno que proclamase su calidad de sacerdotes, clérigos o religiosas, sino que, al igual de los demás, tenían la vestidura blanca y el manto de color rosa. Pero mi admiración creció de pronto cuando vi a unos hombres de aspecto tosco, con el mismo vestido que los demás, cantando: ¡Viva! ¡Triunfo!
Entonces nuestro intérprete dijo:
– Los extranjeros y los salvajes, que bebieron la leche de la palabra divina de sus educadores, se hicieron propagandistas de la palabra de Dios.
Vi, en medio de la multitud, grupos de muchachos con aspecto rudo y extraño, y pregunté:
– ¿Y estos niños que tiene una piel tan áspera que parece la de los sapos, pero tan bella y de un color tan resplandeciente? ¿Quiénes son?
El intérprete respondió:
– Son los hijos de Cam que no han renunciado a la herencia de Leví. Estos reforzarán los ejércitos para defender el reino de Dios que ha llegado finalmente a nosotros. Su número era reducido, pero los hijos de sus hijos lo han acrecentado. Ahora escuchad y ved, pero no podréis entender los misterios que contemplaréis.
Aquellos jovencitos pertenecían a la Patagonia y al África Meridional.
Entretanto aumentaron tanto las filas de los que penetraron en aquella sala extraordinaria, que todos los asientos aparecían ocupados. Sillas y escaños no tenían una forma determinada, sino que tomaban la que cada uno quería. Cada uno estaba contento del lugar que ocupaba y del que ocupaban los demás.
Y he aquí que, mientras de todas partes salían voces de: ¡Viva! ¡Triunfo!, llegó finalmente una gran turba que, en actitud festiva, venía al encuentro de los que ya habían entrado, cantando: ¡Aleluya, gloria, triunfo!
Cuando la sala apareció completamente llena y los millares de reunidos eran incontables, se hizo un profundo silencio y, seguidamente, aquella multitud comenzó a cantar dividida en coros diversos:
El primer coro: Appropinquavit in nos regnum Dei (El reino de Dios está cerca, Lc. 10:11), laetentur Coeli et exultet terra (Alégrense los cielos, exulte la tierra, 1 Cr 16:31), Dominus regnavit super nos, alleluia (El Señor reinó sobre nosotros).

El segundo coro: Vicerunt et ipse Dominus dabit edere de ligno vitae et non esurient in aeternum, alleluia (Al vencedor daré a comer del árbol de la vida, y no tendrá hambre para siempre, aleluya, Ap. 2:7)

Y un tercer coro: Laudate Dominum omnes gentes, laudate eum omnes populi (Todos los pueblos alaben al Señor, todos los pueblos canten su alabanza, Sal 117:1)

Mientras cantaban estas y otras cosas alternando los unos con los otros, de pronto se hizo por segunda vez un profundo silencio. Después comenzaron a resonar voces
que procedían de lo alto y de lejos. El sentido del cántico era éste y la armonía que le acompañaba era difícil de expresar: Soli Deo honor et gloria in saecula saeculorum (sólo a Dios honor y gloria por los siglos de los siglos 1Ti 1:17). Otros coros, que resonaban siempre en la altura y desde muy lejos, respondían a estas voces: Semper gratiarum actio illi qui erat, est et venlurus est. Illi eucharistia, illi soli honor sempiternus (Acción de gracias eterna a Aquel que era, que es y que ha de venir. A Él la Eucaristía, sólo a Él el honor eterno).

Pero, en aquel momento, los coros bajaron y se acercaron. Entre aquellos músicos celestes estaba Luis Colle. Los que estaban en la sala comenzaron entonces a cantar y se unieron, mezclándose las voces de manera que semejaban instrumentos músicos maravillosos, con unos sonidos cuya extensión no tenía límites. Aquella música parecía compuesta al mismo tiempo por mil notas y mil grados de elevación que se unían formando un solo acorde. Las voces altas subían de una manera imposible de imaginar. Las voces de los que estaban en la sala bajaban sonoras y alcanzaban escalas difíciles de expresar. Todos formaban un coro único, una sola armonía, pero tanto los bajos como los contraltos eran de tal gusto y belleza y penetraban en los sentidos produciendo tal efecto, que el hombre se olvidaba de su propia existencia y yo caí de rodillas a los pies de monseñor Cagliero exclamando:
– ¡Oh, Cagliero! ¡Estamos en el Paraíso!
Monseñor Cagliero me tomó por la mano y me dijo:
– No es el Paraíso, es una sencilla, una débil figura de lo que en realidad será el Paraíso.

Entretanto las voces humanas de los dos grandiosos coros proseguían y cantaban con indecible armonía: Soli Deo honor et gloria et triumphus, alleluia, in aeternum, in aeternum! (Sólo a Dios el honor, la gloria y la victoria, aleluya, por los siglos de los siglos). Aquí me olvidé de mí mismo y no sé qué fue de mí. Por la mañana, a duras penas me podía levantar del lecho; apenas me daba cuenta de lo que hacía cuando me dirigía a celebrar la Santa Misa.

El pensamiento principal, que me quedó grabado después de este sueño, fue el de dar a monseñor Cagliero y a mis queridos misioneros un aviso de suma importancia relacionado con la suerte futura de nuestras Misiones: – Todas las solicitudes de los Salesianos y de las Hijas de María Auxiliadora han de encaminarse a promover vocaciones eclesiásticas y religiosas.
(MB IT XVII, 299-305 / MB ES 260-265)




Misioneros 2024

El domingo 29 de septiembre, a las 12.30 horas (UTC+2), en la basílica de María Auxiliadora de Valdocco, 27 Salesianos de Don Bosco y 8 Hijas de María Auxiliadora recibirán el crucifijo misionero, renovando su generosidad apostólica en favor de tantos jóvenes de todo el mundo.


Como cada año, el último domingo de septiembre, el corazón misionero de Don Bosco se renueva a través de la disponibilidad de los Salesianos de Don Bosco y de las Hijas de María Auxiliadora enviadas como misioneros ad gentes.
Ha pasado tanto tiempo desde aquel 11 de noviembre de 1875, día en que se dio un paso fundamental: el primer grupo de misioneros salesianos con destino a Argentina inició la transformación de los Salesianos en una congregación mundial, extendida hoy por 138 países. Dos años más tarde, también las FMA cruzaron el océano, iniciando la obra de difusión más allá de las fronteras italianas.

Al acercarse el 150 aniversario de la primera expedición misionera, podemos acercarnos a la preparación de los neo-misioneros salesianos, que se desarrolla en el curso “Germoglio”, organizado por el equipo del Sector Misiones y coordinado por don Reginaldo Cordeiro. El curso tiene una duración de cinco semanas, inmediatamente antes de la expedición misionera. En la oración, en la escucha de testimonios, en el intercambio de experiencias, en la reflexión personal y en la convivencia alegre con los demás participantes del curso, los nuevos misioneros son ayudados a verificar, profundizar y, a veces, descubrir las razones profundas de su ida a la misión.

Obviamente, el discernimiento de la propia vocación misionera comienza mucho antes. Tradicionalmente, el 18 de diciembre, día de la fundación de la Congregación Salesiana, el Rector Mayor emite un llamamiento misionero indicando las prioridades misioneras que hay que atender. En respuesta a la llamada, muchos salesianos escriben su disponibilidad, después de haber escuchado la voluntad de Dios, ayudados por su guía espiritual y por el director de su comunidad, siguiendo las orientaciones del Sector Misiones. Una profunda relectura de la propia vida y un atento camino de discernimiento son necesarios para madurar la vocación misionera ad gentes, ad exteros, ad vitam. El misionero, de hecho, parte para un proyecto de vida, con la perspectiva de la inculturación en un país diferente y de la incardinación en una nueva Provincia, en un contexto que se convertirá en «casa», a pesar de los muchos desafíos y dificultades.
Por otro lado, es importante que haya un proyecto misionero bien estructurado en las Provincias, que permita al misionero que llega estar acompañado, encajar y servir de la mejor manera posible.

El Curso Germoglio se inicia en Roma, con un núcleo introductorio, que tiene como objetivo proporcionar a los misioneros que parten las habilidades y actitudes básicas necesarias para realizar con éxito el curso. Se abordan las motivaciones de la elección misionera, en un camino gradual de toma de conciencia y purificación. Se invita a cada misionero a elaborar un proyecto personal de vida misionera, destacando los elementos esenciales y los pasos a dar para responder adecuadamente a la llamada de Dios. A continuación, una introducción a la cultura italiana y un encuentro sobre la “alfabetización emocional”, fundamental para vivir plenamente la experiencia en un contexto diferente del propio, y una sesión sobre la animación misionera y el voluntariado misionero salesiano. Todo ello en un contexto comunitario, donde los momentos informales son preciosos y la participación en momentos comunitarios de oración es vital, al estilo de Pentecostés, donde las lenguas y las culturas se mezclan para el enriquecimiento de todos. En estos días, la peregrinación a los lugares de la fe cristiana ayuda a desandar las raíces de la propia fe, junto con la cercanía a la Iglesia universal, que se manifiesta también en la participación en la audiencia papal. Este año, el 28 de agosto, el Papa mostró su cercanía a los misioneros, recordándoles en una breve conversación durante una foto de grupo la figura de San Artemisa Zatti, junto a la belleza e importancia de la vocación de los coadjutores salesianos.

La segunda parte del curso se traslada a Colle Don Bosco, lugar de nacimiento de Don Bosco, donde se entra en el corazón de la experiencia profundizando en la preparación desde un punto de vista antropológico, teológico/misionológico y carismático salesiano. Prepararse para el inevitable choque cultural, ser conscientes de la importancia y el esfuerzo de conocer una nueva cultura y una nueva lengua, y estar abiertos al diálogo intercultural, sabiendo que habrá que afrontar conflictos e incomprensiones, son elementos fundamentales para vivir una experiencia verdadera, humana y plena. Algunos fundamentos misionológicos ayudan a comprender qué es la misión para la Iglesia, y las nociones sobre el Primer Anuncio y la evangelización integral completan la visión del misionero. Por último, las características típicamente salesianas, comenzando con algunas notas históricas y centrándose después en la situación actual, el discernimiento y la espiritualidad salesiana.
A continuación, el grupo de misioneros tiene la oportunidad de visitar los lugares de Don Bosco, en una semana de ejercicios espirituales itinerantes en los que pueden confrontarse con el santo de la juventud y confiarle su sueño misionero.
La experiencia continúa con una peregrinación a Mornese, donde se presenta el carisma misionero en la versión femenina de Santa María Dominica Mazzarello, junto con las Hijas de María Auxiliadora. Los últimos días se transcurren en Valdocco, donde se completa el itinerario en los lugares de Don Bosco y la preparación para el «sí» a la llamada misionera. El diálogo con el Rector Mayor y la Madre General cierra el programa antes del domingo, cuando se entregan los crucifijos misioneros a los difuntos durante la misa de 12:30.

Si nos fijamos en quiénes son los salesianos de la 155ª expedición misionera, notamos inmediatamente cómo el cambio de paradigma es evidente: todas las Inspectorías, y todos los países, pueden ser destinatarios y enviadores al mismo tiempo. Los misioneros ya no son sólo italianos, como al principio, o europeos, sino que proceden de los cinco continentes, en particular de Asia (11 misioneros, de las dos regiones de Asia Meridional y Asia Oriental-Oceanía) y África (8 misioneros), mientras que la región mediterránea acogerá al mayor número de misioneros en esta expedición. Desde hace algunos años, el Sector Misiones elabora un mapa que permite visualizar gráficamente la distribución de los nuevos misioneros en el mundo (puede descargarlo aquí). Este año son cinco sacerdotes, dos coadjutores, un diácono y 19 estudiantes salesianos. Junto a ellos, se han incorporado algunos misioneros de pasadas expediciones que no pudieron asistir al curso de preparación.

A continuación se detalla la lista de los nuevos misioneros:
Donatien Martial Balezou, de Rep. Centroafricana (ATE) a Brasil – Belo Horizonte (BBH);
Guy Roger Mutombo, de Rep. Dem. del Congo (ACC) a Italia (IME);
Henri Mufele Ngandwini, de Rep. Dem. del Congo (ACC) a Italia (IME);
Coadjutor Alain Josaphat Mutima Balekage, de Rep. Dem. del Congo (AFC) a Uruguay (URU);
Clovis Muhindo Tsongo, de la Rep. Dem. del Congo (AFC) a Brasil (BPA);
Confiance Kakule Kataliko, de Rep. Dem. del Congo (AFC) a Uruguay (URU);
P. Ephrem Kisenga Mwangwa, de República Democrática del Congo (AFC) a Taiwán (CIN);
Ernest Kirunda Menya, de Uganda (AGL) a Rumanía (INE);
Éric Umurundi Ndayicariye, de Burundi (AGL) a Mongolia (KOR);
Daniel Armando Nuñez, de El Salvador (CAM) a África del Norte (CNA);
Marko Dropuljić, de Croacia (CRO) a Mongolia (KOR);
Krešo Maria Gabričević, de Croacia (CRO) a Papúa Nueva Guinea – Islas Salomón (PGS);
Rafael Gašpar, de Croacia (CRO) a Brasil (BBH);
P. Marijan Zovak, de Croacia (CRO) a la República Dominicana (ANT);
P. Enrico Bituin Mercado, de Filipinas (FIN) a África Austral (AFM);
Alan Andrew Manuel, de India (INB) a África del Norte (CNA);
P. Joseph Reddy Vanga, de India (INH) a Papúa Nueva Guinea – Islas Salomón (PGS);
P. Hubard Thyrniang, de India (INS) a África del Noroeste (AON);
P. Albert Tron Mawa, de India (INS) a Sri Lanka (LKC);
Eruthaya Valan Arockiaraj, de India (INT) a Congo (ACC);
Herimamponona Dorisse Angelot Rakotonirina, de Madagascar (MDG) a Albania/Kosovo/Montenegro (AKM);
Coadjutor Mouzinho Domingos Joaquim Mouzinho, de Mozambique (MOZ) a Albania/Kosovo/Montenegro (AKM);
Nelson Alves Cabral, de Timor Oriental (TLS) a la República Democrática del Congo (AFC);
Elisio Ilidio Guterres Dos Santos, de Timor Oriental (TLS) a Rumanía (INE);
Francisco Armindo Viana, de Timor Oriental (TLS) a Congo (ACC);
Tuấn Anh Joseph Vũ, de Vietnam (VIE) a Chile (CIL);
Trong Hữu Francis Ɖỗ, de Vietnam (VIE) a Chile (CIL).

Estos son los integrantes de la 155ª expedición misionera salesiana, mientras que las FMA vivirán la 147ª expedición.

Las neo-misioneras Hijas de María Auxiliadora son:
Sor Cecilia Gayo, de Uruguay;
Sor Maria Goretti Tran Thi Hong Loan, de Vietnam;
Sor Sagma Beronica, de la India, Provincia de Shillong;
Sor Serah Njeri Ndung’u, de la Provincia de África Oriental, enviada a Sudán del Sur;
Sor Lai Marie Pham Thi, de Vietnam;
Hna Maria Bosco Tran Thi Huyen, de Vietnam;
Hna Philina Kholar, de India, Provincia de Shillong, enviada a Italia (Sicilia);
Sor Catherine Ramírez Sánchez, de Chile.
La mayoría de ellos aún no conocen su destino misionero, que les será comunicado después del curso de formación.

Este año, un grupo perteneciente a la Comunidad de la Misión Don Bosco (CMB), grupo de la Familia Salesiana dirigido por el Diácono Guido Pedroni, recibirá también la cruz misionera junto con los Salesianos y las Hijas de María Auxiliadora.
¡Recemos para que esta variada disponibilidad vocacional dé sus frutos en todo el mundo!

Marco Fulgaro




Difundir el espíritu misionero de Don Bosco

Nos acercamos a la celebración del 150 aniversario de la Primera Expedición Misionera Salesiana (1875-2025). La dimensión misionera de la Sociedad Salesiana forma parte de su “ADN”. Así lo quiso Don Bosco desde el principio, y hoy la congregación está presente en 136 países. Este impulso inicial continúa hoy en día y cuenta con el apoyo del Dicasterio para las Misiones. Presentemos brevemente sus actividades y su organización.

            Aunque Don Bosco nunca partió hacia tierras lejanas como misionero ad gentes, siempre tuvo un corazón misionero y un ardiente deseo de compartir el carisma salesiano para llegar a todas las fronteras del mundo y contribuir a la salvación de los jóvenes.
Esto ha sido posible gracias a la disponibilidad de tantos salesianos enviados en expediciones misioneras (a finales de septiembre de este año se celebrarán la 155) que, trabajando con los lugareños y los laicos, han permitido difundir e inculturar el carisma salesiano. En comparación con los primeros “pioneros”, hoy la figura del misionero debe responder a desafíos diferentes, y el paradigma misionero se ha actualizado para ser un vehículo eficaz de evangelización en el mundo de hoy. En primer lugar, como nos recuerda el P. Alfred Maravilla, Consejero General para las Misiones (en 2021 escribió la carta “La vocación misionera salesiana”), las misiones ya no responden a criterios geográficos, como antaño, y los misioneros de hoy proceden y son enviados a los cinco continentes, por lo que ya no existe una separación clara entre “tierras de misión” y otras presencias salesianas. Además, es muy importante la distinción entre la vocación misionera salesiana, es decir, la llamada que algunos salesianos reciben para ser enviados de por vida a otro lugar como misioneros, y el espíritu misionero, típico de todos los salesianos y de todos los miembros de una comunidad educativo-pastoral, que se manifiesta en el corazón oratoriano y en el impulso a la evangelización de los jóvenes.

            La tarea de promover el espíritu misionero y de mantenerlo vivo en los salesianos y en los laicos está confiada sobre todo a los “Delegados Inspectoriales para la Animación Misionera” (DIAM), es decir, a aquellos salesianos, o laicos, que reciben del Inspector, el superior salesiano de la inspectoría (“inspectoría”) en cuestión, la tarea de ocuparse de la animación misionera. El DIAM tiene un papel muy importante, es el “centinela misionero” que, por su sensibilidad y experiencia, se compromete a difundir la cultura misionera a diversos niveles (ver Animación Misionera Salesiana. Manual del Delegado Inspectorial, Roma, 2019).

            El DIAM desencadena la sensibilidad misionera en todas las comunidades de la Inspectoría y trabaja en sinergia con los responsables de las otras áreas para testimoniar la importancia de este ámbito transversal, común a todo cristiano. A nivel práctico, organiza una serie de iniciativas, promueve la oración por las misiones el día 11 de cada mes, en memoria de la primera expedición misionera del 11 de noviembre de 1875, promueve cada año la “Jornada Misionera Salesiana” en la Inspectoría, difunde los materiales preparados por la Congregación sobre temas misioneros, como el boletín “Cagliero11” o el vídeo «CaglieroLife». La Jornada Misionera Salesiana, que se repite desde 1988, es una hermosa ocasión para detenerse a reflexionar y relanzar la animación misionera. No tiene que ser necesariamente un día, puede ser un itinerario de varios días, y no tiene una fecha fija, para que cada uno pueda elegir el momento del año que mejor se adapte al ritmo y al calendario de la Inspectoría. Cada año se elige un tema común y se preparan algunos materiales de animación como material de reflexión y actividades, que pueden adaptarse y modificarse. Este año el tema es “Constructores de diálogo”, mientras que en 2025 se centrará en el 150 aniversario de la primera expedición misionera, según los tres verbos “Dar gracias, Repensar, Relanzar”. El “Cagliero11”, por su parte, es un sencillo boletín de animación misionera, creado en 2009 y publicado cada mes, de dos páginas que contiene reflexiones misioneras, entrevistas, noticias, curiosidades y la oración mensual que se propone. El «CaglieroLife» es un vídeo de un minuto que, a partir de la oración misionera del mes (basada a su vez en la intención mensual propuesta por el Papa), ayuda a reflexionar sobre el tema. Todas estas son herramientas que permiten al DIAM realizar bien su tarea de promoción del espíritu misionero, en línea con los tiempos actuales.
            El DIAM colabora o coordina, según las Inspectorías, el Voluntariado Misionero Salesiano (“VMS”), es decir, aquellas experiencias juveniles de servicio solidario y gratuito en una comunidad distinta de la propia durante un período continuado de tiempo (en verano, durante varios meses, un año…), motivadas por la fe, con un estilo misionero y según la pedagogía y la espiritualidad de Don Bosco (El Voluntariado en la Misión Salesiana. Identidad y orientaciones del voluntariado misionero salesiano, Roma, 2019).
            Este año, en marzo, se celebró en Roma un primer encuentro de los coordinadores del VMS, al que asistieron unos cincuenta participantes, entre laicos y salesianos, bajo la guía de un equipo mixto de asesores que se ocupó de la organización. Entre los puntos más destacados que surgieron de la reunión, muy rica sobre todo en el intercambio de experiencias, estuvieron la exploración de la identidad del voluntario misionero salesiano, la formación de voluntarios y coordinadores, la colaboración entre laicos y religiosos, el acompañamiento a todos los niveles y el trabajo en red. Se presentó una nueva cruz simbólica del VMS, que podrá ser utilizada por todos los voluntarios en las distintas experiencias en el mundo, y el proyecto de una nueva página web, que servirá como plataforma de datos y trabajo en red.
            Además, el DIAM visita las comunidades de la inspectoría y las acompaña desde un punto de vista misionero, cuidando especialmente de aquellos salesianos que están caminando para ver si son llamados a ser misioneros ad gentes.

            Obviamente, todo este trabajo no lo puede hacer una sola persona, es importante el trabajo en equipo y la mentalidad de proyecto. Cada Inspectoría tiene una comisión de animación misionera, formada por salesianos, laicos y jóvenes corresponsables, que formula propuestas, sugerencias creativas y coordina las actividades. Además, elabora el proyecto inspectorial de animación misionera, para presentarlo al Inspector, que es la brújula a seguir con objetivos, calendarios, recursos y pasos concretos. De este modo, se evita la improvisación y se actúa siguiendo un plan estructurado y estratégico sobre la base del más amplio Proyecto Educativo Pastoral Inspectorial Salesiano (PEPSI), promoviendo una visión compartida de la animación misionera. En la Inspectoría se organizan momentos de formación permanente, de reflexión y de discusión, y se promueve la cultura misionera a diversos niveles. Estas estructuras creadas a lo largo del tiempo permiten una animación y coordinación más eficaces, con vistas a dar siempre lo mejor por el bien de los jóvenes.

            Otro aspecto importante es el intercambio entre DIAM de distintos países y provincias. Cada Región (hay siete: América del Cono Sur, Interamérica, Europa Centro-Norte, Mediterráneo, África – Madagascar, Asia Oriental – Oceanía y Asia Meridional) se reúne regularmente, de forma presencial una vez al año y on-line cada tres meses aproximadamente, para poner en común sus riquezas, compartir retos y elaborar un camino regional. Las reuniones en línea, que comenzaron hace unos años, permiten un mayor conocimiento de los DIAM y de los contextos en los que actúan, una actualización continua de la calidad y un intercambio fructífero que enriquece a todos. En cada Región hay un coordinador, que convoca los encuentros, promueve el camino regional y modera los procesos comunes, junto con la persona de contacto salesiana del equipo central del Sector para las Misiones, que representa al Consejero General para las Misiones, aportando ideas, intuiciones y sugerencias al grupo.

            Este gran compromiso, fatigoso pero muy útil y lleno de verdadera alegría, es una de las piezas que une las muchas piezas del mosaico salesiano, y asegura que el sueño de Don Bosco pueda continuar hoy.

Marco Fulgaro




Un gran colaborador de Don Bosco: Don Antonio Sala

Una figura importante pero prácticamente desconocida en la historia de los primeros años de la Congregación Salesiana. Dedicó toda su vida salesiana al ámbito económico. Dinámico y emprendedor, fue un gran administrador en el sentido moderno. A su «visión» previsora y clarividente debemos muchas obras que son un orgullo actual de la Congregación. Pero sobre todo su amor por Don Bosco fue intenso.

Infancia y juventud
Nació el 29 de enero de 1836 en Brianza de Lecco, en Monticello di Olgiate Molgora, diócesis de Milán. Su padre Pedro y su hermano, administradores de una hilandería, se habían casado con dos hermanas. Eran dos familias muy religiosas con un hijo sacerdote (el salesiano Antonio y su primo Federico, teólogo y futuro obispo auxiliar de Milán) y un hijo religioso: Ambrosio, hermano de Antonio, salesiano durante algunos años, y sor María Serafina, hermana de Federico, religiosa de clausura en Bérgamo. Antonio, una vez terminados sus estudios primarios, adolescente fuerte y robusto, se puso inmediatamente a trabajar en el ámbito familiar. Como animador del oratorio parroquial, demostró aptitudes para la vida sacerdotal, con su habilidad para atraer a los chicos, organizar los entretenimientos y llevarlos a los oficios religiosos. De regreso del servicio militar en el ejército austrohúngaro, asumió la responsabilidad de dirigir el negocio familiar, donde reveló excelentes dotes administrativas y un gran sentido práctico. Cuando murió su madre, el joven Antonio maduró el deseo de hacerse sacerdote. El párroco P. Nava lo interpretó y escribió a Don Bosco a principios de 1863, alabando los dones de naturaleza y gracia del joven y pidiéndole que le acogiera en Valdocco. A la respuesta inmediatamente positiva de Don Bosco, Don Nava le dio las gracias y le aseguró que el muy agradecido Antonio, de 26 años, llegaría a Valdocco lo antes posible. El párroco, muy generoso, se comprometió a pagar por adelantado durante cinco años no sólo la pensión “demasiado modesta” solicitada por Don Bosco, sino que en caso de fallecimiento entregaría como garantía muebles, cubiertos de plata y objetos de valor en su posesión.

Estudiante-trabajador y sacerdote-educador
Al llegar a Turín el 5 de marzo de 1863, Sala comenzó sus estudios de gramática. En Valdocco se encontraba a gusto, y como “hijo de María” no sólo compensó los años escolares que había perdido, sino que, desenvuelto y práctico en los asuntos de negocios, en su tiempo libre ayudaba al ecónomo enfermizo P. Alasonatti, daba una mano a los proveedores de las casas, iba él mismo al mercado y asistía en los primeros trabajos de las obras de construcción de la iglesia de María Auxiliadora. La experiencia le serviría para las diversas iglesias y edificios salesianos que supervisaría personalmente en las décadas siguientes.
El 22 de mayo de 1869 el P. Sala era ordenado sacerdote, tras haber estado cuatro años en la casa de Lanzo.

Ecónomo en Valdocco (1869-1880)
Incluso antes de que terminara el curso escolar, el 3 de julio de 1869 Don Bosco le preguntó confidencialmente si estaría dispuesto a trasladarse a Valdocco durante algún tiempo porque había una necesidad absoluta de un ecónomo de la casa, ya que el ecónomo general P. Savio estaba sobrecargado de trabajo. El P. Sala aceptó y fue a Valdocco. Allí permanecería 26 años, hasta su muerte.
Allí pudo profundizar sus apresurados estudios teológicos asistiendo durante tres años a las lecciones de moral en el Convitto: le serían muy útiles en el ministerio pastoral que desempeñaría durante muchos años como confesor ordinario en la iglesia de María Auxiliadora, capellán del Instituto del Buen Pastor, confesor extraordinario del colegio Artigianelli, y sucesivamente también asistente espiritual de los talleres femeninos de San José en el refugio de Barolo.
En la reunión del Consejo Superior del 11 de diciembre de 1869, el padre Savio fue confirmado como ecónomo general, pero el padre Sala también recibió muchos votos y fue elegido ecónomo formalmente en el Capítulo del Oratorio del mes de enero siguiente. Tuvo que llevar a cabo una formidable actividad económico-administrativa dentro de la mega obra de Valdocco, con varios centenares de jóvenes, divididos entre estudiantes, artesanos, oratorianos, clérigos, con muchas aulas, patios, talleres, refectorios, dormitorios, salones, la iglesia de María Auxiliadora, capillas; a esto hay que añadir loterías, edificios, mantenimiento general, problemas de impuestos, actas notariales… No estuvo exento de momentos difíciles, tanto que el 27 de enero de 1870 Don Bosco desde Florencia invitó a Don Rua para darle ánimos.
En enero de 1873, habiendo puesto en marcha una pequeña lotería cuyo primer premio era una preciosa copia de la Madonna di Foligno de Rafael, Don Bosco le confió la venta de los bonos, prevista sobre todo en Lombardía. Don Sala viajó especialmente por las provincias de Milán, Como y Varese, donde pudo ofrecer tarjetas benéficas a las familias más conspicuas, a las que sentía cercanas de alguna manera y que quizás ya estaban en contacto con Don Bosco. Envió muchos bonos, pero muchos otros le fueron devueltos, por lo que fue en busca de otros benefactores hasta Roma. Salesiano de la primera hora, el P. Sala realizó muchos otros humildes servicios, entre ellos la clásica asistencia en el patio y en los talleres y alguna enseñanza a jóvenes coadjutores. En 1876, en Roma, se ocupó de alojar tanto a los salesianos destinados a las nuevas fundaciones de Albano, Ariccia y Magliano como a los misioneros que habían venido a recibir un mandato del Papa. El 17 de diciembre de 1876 asistió por primera vez a las reuniones del Consejo Superior: lo haría durante casi 20 años. En 1878 hizo inspecciones en Mornese y Chieri para prever la necesaria adaptación de las casas de las FMA. En octubre hizo lo mismo con los salesianos de Randazzo en Sicilia y después por el Este y Mogliano Veneto. Hizo lo mismo durante más de quince años. Don Bosco confió en él y él le correspondió la confianza hasta su lecho de muerte, incluso aún después, como veremos.

El Capítulo General de 1880 eligió al P. Sala Ecónomo General, pero también siguió siendo Ecónomo de Valdocco durante otros tres años. Inmediatamente se puso manos a la obra.
En abril de 1881 hizo reanudar las obras de la iglesia del Sagrado Corazón y de la residencia de los Salesianos en Roma. Después se interesó por el nuevo edificio de Mogliano Veneto y examinó el proyecto de una amplia renovación de la casa de La Navarra (Francia). A principios de abril del año siguiente estuvo de nuevo en Mestre para negociar con la benefactora Astori y hacer una inspección de la colonia agrícola que se estaba construyendo en Mogliano; en noviembre acompañó allí a los cuatro primeros salesianos. El 8 de julio de 1883 firmó el pliego de condiciones para las obras de construcción del Hospicio de San Juan Evangelista en Turín y en otoño hizo ordenar los espacios de la imprenta de Valdocco, incluido el despacho del director, que decoró con cortinas en las ventanas, “mereciendo” una benévola reprimenda de Don Bosco por tales “refinamientos extras”. A mediados de enero de 1884, con motivo de la Exposición Nacional de Ciencia y Tecnología de Turín, se decidió instalar la compleja máquina (adquirida para la fábrica de papel salesiana de Mathi), que a partir de trapos producía libros encuadernados. Fue una ardua tarea para el padre Sala conseguir alumnos salesianos debidamente formados para manejarla. Fue un rotundo éxito de público y Don Bosco se tomó la libertad de rechazar otro premio que no fuera el primero. Poco después, el P. Sala viajó a Roma para acelerar los trabajos en Sacro Cuore, de modo que a principios de mayo Don Bosco pudiera colocar la primera piedra del Hospicio, junto con el Conde Colle (que habría traido consigo una ofrenda de 50.000 liras).
Obviamente, el P. Sala asistió a las reuniones del Consejo General para dar su esclarecida opinión sobre todo en asuntos de su interés: aceptación de obras, fundación de una casa en París, pliego de condiciones para la de Lucca, sustitución de un viejo horno por uno nuevo de Viena a un precio favorable, adopción de una “casa de huéspedes” para el personal femenino en Valdocco, estimaciones de los gastos de iluminación para las casas de Viena, Niza Marítima y Milán. El 12 de septiembre presentó el proyecto del escudo oficial de la Congregación Salesiana que, discutido y corregido, fue aprobado por el Consejo. En la misma reunión se le encargó que resolviera la disputa sobre el terreno de Chieri y la franja de terreno municipal de Turín destinada a la iglesia de María Auxiliadora, pero ya compensada mediante una permuta. Siguieron numerosas reuniones en septiembre y octubre con la presencia ocasional del P. Sala. El 9 de diciembre se ocupó de los problemas económicos de varias casas, entre ellas las de Sampierdarena, Nápoles y Schio.

Los tres años 1885-1887
Durante todo el año siguiente (1885) se interesó por la casa de Faenza por lo que “mereció” otra paternal reprimenda de Don Bosco por los excesivos gastos en los cimientos. En abril asistió a una encuesta realizada en el Colegio de Lanzo por orden del Tribunal Civil de Turín. El 22 de junio presentó e hizo aprobar el plan para elevar un piso de la casa de las FMA en Niza. Para erigir la casa en Trento se aseguró de la disponibilidad de recursos económicos locales adecuados, confiado en la colaboración del Municipio, pero puesto en alerta por Don Bosco que, siempre vigilante, le recordaba que a menudo “los Municipios prometen y no tiene cuidado”. El 20 de septiembre de 1885, don Sala informó al Consejo sobre el terreno para el cementerio salesiano que podía adquirirse por 14.000 liras. Se le autorizó a intentar bajar el precio y realizar el proyecto presentado.
Siguieron dos años más de reuniones del Consejo General, de viajes para ayudar a las casas en dificultades por problemas edilicios, administrativos y económicos. Mientras tanto, había sido reelegido ecónomo general (septiembre de 1886; volvería a serlo seis años más tarde) y preparaba todo para la consagración solemne de la iglesia del Sagrado Corazón en Roma (14 de mayo). Allí, unos meses más tarde, por invitación expresa del Papa, fueron nombrados un nuevo Procurador y un nuevo Párroco en sustitución del P. F. Dalmazzo, y el P. Sala tuvo mil quebraderos de cabeza para desenredar la enmarañada madeja de una situación económico-financiera insostenible.

Al lado de Don Bosco moribundo (enero de 1888)
Llamado urgentemente desde Roma el 30 de diciembre, ya estaba junto a la cama de Don Bosco en la mañana de Año Nuevo. Durante todo el mes se alternó con el joven secretario Viglietti en la asistencia al enfermo.
Cuando Don Bosco falleció el 31 de enero, esa misma noche el Consejo General “promete al Señor que, si Nuestra Señora nos concedía la gracia de poder enterrar a Don Bosco bajo la iglesia de María Auxiliadora o al menos en nuestra casa de Valsalice, habría empezado a trabajar en la decoración de su iglesia este año o al menos lo antes posible”. La petición formal realizada por el padre Sala a las autoridades municipales fue rechazada. Entonces apeló a Roma y el Presidente del Consejo F. Crispi, consciente de la ayuda que le había prestado Don Bosco cuando estaba exiliado en Turín, le concedió la sepultura fuera de la ciudad, en el colegio salesiano de Valsalice. Mientras tanto, el cuerpo de Don Bosco se encuentra cerca de la habitación de Don Sala. En la tarde del 4 de febrero fue trasladado a Valsalice. En la pequeña procesión colina arriba, don Sala llora: ha perdido a la persona más querida que aún tenía en la tierra. Durante otros seis años, sin embargo, seguiría desempeñando con gran competencia el arduo campo de trabajo que Don Bosco le había confiado en un principio. El 21 de mayo de 1895 se reuniría con él en el cielo, abatido por un infarto cardíaco.




Entrevista con Nelson Javier MORENO RUIZ, Inspector en Chile

El P. Nelson tiene 57 años y nació en la ciudad de Concepción el 11 de septiembre de 1965. Conoció a los salesianos en el Colegio Salesiano de Concepción, donde fue alumno y participó de los grupos juveniles y de las actividades pastorales.
Sus padres Fabriciano Moreno y María Mercedes Ruiz viven actualmente en la ciudad de Concepción.
Realizó toda su formación inicial en la ciudad de Santiago. Hizo la Profesión Perpetua el 08 de agosto de 1992 en Santiago (La Florida). Fue ordenado sacerdote el 06 de agosto de 1994 en Santiago. Sus primeros años de sacerdote los vivió en la presencia salesiana del Colegio San José de Punta Arenas y en el colegio salesiano de Concepción, donde trabajó en la pastoral. Del 2001 al 2006 fue director de la presencia salesiana de Puerto Natales y del 2006 al 2012 director de la presencia salesiana de Puerto Montt.
Entre los años 2012 y 2017 asumió el servicio de ecónomo inspectorial, a la vez que director de la casa inspectorial. En el año 2018 fue director de la presencia salesiana de la Gratitud Nacional en el centro de la ciudad de Santiago y desde el 2019 director la obra de Puerto Montt donde se encuentra en este momento.
El P. Moreno Ruiz sucede al P. Carlo Lira Airola, que concluyó su mandato de seis años en enero de 2024.

¿Puedes hacernos una auto presentación?
Soy un salesiano agradecido de la vida, que en la vocación religiosa salesiana he encontrado la presencia de Dios en los jóvenes, a quienes sirvo y acompaño como educador pastor.
Soy, el padre Nelson Moreno Ruiz, provincial de la inspectoría chilena. He sido llamado a este servicio de animación por el Rector Mayor Obispo y Cardenal don Ángel Fernández Artime, asumiendo esta responsabilidad desde el mes de enero de este año.
He conocido a los salesianos desde temprana edad al ingresar al colegio salesiano de la ciudad de Concepción, que es la primera obra en nuestro país, donde llegaron los misioneros enviados por don Bosco, pasan desde Argentina a Chile en el año 1887.
En este ambiente escolar salesiano fui creciendo entorno a la propuesta educativa pastoral que ofrecía el colegio; encuentros deportivos, actividades pastorales de misiones y acción social de servicio muchas, todo esto, fue hacinado eco en mi vida de joven, importante también fue, ver y conocer a los salesianos en el patio de la escuela y con estas experiencias se fue gestando mi vocación y con el tiempo me sentí llamado a seguir los pasos de don Bosco como salesiano.
Mi grupo familiar lo componen mis padres, hoy adultos de la tercera edad, mi padre Fabriciano de 93 años y madre de 83 años de edad, mis 4 hermanos, lo tres varones estudiamos en el colegio salesiano y mi hermana mayor, que tuvo muchas veces la tarea de cuidarnos. Somos una familia relativamente pequeña que ser complementan con cuatro sobrinos, que hoy ya son jóvenes profesionales.
Como salesiano realice mi primera profesión religiosa el 31 de enero del 1987, de modo que ya tengo 37 años de Vida Religiosa, y fui ordenado sacerdote el 06 de agosto de 1994. En mi vida religiosa me ha tocado animar algunas comunidades como director de obra, además de desempeñar el servicio como ecónomo provincial antes de ser provincial.
Considero que una de mis características, es estar atento a prestar un buen servicio donde el Señor lo quiera, es así, que he dedicado tiempo a prepararme y a estudiar para la misión. Después de egresar de la Enseñanza Media en el colegio salesiano de Concepción, ingrese a la Congregación donde realice los estudios de Filosofía en la Congregación, luego la Licenciatura en Teología en la Pontificia Universidad Católica de Chile, Pedagogía en Religión y Licenciatura en Educación en Gestión Escolar en la Universidad Católica Raúl Silva Henríquez; posteriormente realice el Magister en Gestión educativa en la Universidad de Concepción de Chile, y el Magíster en Calidad y Excelencia Educativa en la Universidad de Santiago de Compostela en España y el doctorado en Ciencias de la Educación por la Universidad de Sevilla, España.
Y en estos momentos, con humildad y sencillez, sirvo a mi Provincia, en los hermanos y en la animación de las obras.

¿Con qué soñabas de niño?
De niño, junto a mis hermanos y amigos tuve una infancia muy normal y feliz, me gustaba mucho hacer deportes, practicaba en forma regular futbol en un club del sector y esto me llevo a ilusionarme en dedicarme al deporte en mi futuro, lo que más me agradaba, era el compartir y tener amigos y esto me lo ofrecía el deporte.
Cuando me incorpore al colegio y me integre a las diversas actividades de pastoral, me di cuenta de que también me gustaba mucho enseñar a niños y jóvenes con los cuales tenía contacto en estas actividades pastorales. El tema educativo y pedagógico, me hacía mucho sentido, y se fue haciendo parte de mi proyecto de vida, ya que lo veía como un sueño posible de realizar.
Estas inquietudes, se mezclaron con mi inclinación por estudiar algo relacionado con el área de la salud, esta motivación estaba muy presente, ya que en mi familia algunos ejercían profesiones en esta área.
Veo como el hilo conductor de estas inclinaciones que sentí desde niño hasta mi adolescencia, estaban siempre orientadas al trabajo con personas, estar al servicio de ellas, y ser útil para ellos, sirviéndoles, enseñándoles, acompañándolos.

¿Cuál es la historia de tu vocación?
Mi historia vocacional, sin duda, se inicia en mi familia, provengo de un hogar donde se vivía la fe, a través de la devoción a san Sebastián y santa Rita de Casia, y fueron mis padres quienes nos inculcaron la fe, al permitirnos recibir el sacramento del bautismo y la Confirmación. Mi vocación comienza en torno al hogar, en forma muy sencilla, con sentido de Dios que se percibía en forma natural y sin grandes prácticas religiosas, pero con un profundo sentido de gratitud a Dios en lo cotidiano del día a día.
Ya en el colegio salesiano de Concepción, descubro un mundo nuevo, pues era un colegio enorme y de gran prestigio en la ciudad. Al llegar me sentí de inmediato acogido, y motivado a participar en las propuestas que tenía para sus estudiantes, sobre todo las actividades pastorales, en las que me integro paulatinamente, además del deporte que era parte importante para mí en esa edad.
Cuando estaba estudiando en el colegio salesiano, me llamaron mucho la atención todas las actividades pastorales y en el último año de la primaria, tuve la posibilidad de participar como monitor, en las “Colonias de verano – Villa Feliz”, donde descubrí que podía ser útil y entregar algo a los niños más pobres, desde ese momento asumí el compromiso de seguir en ese camino de servicio, el que me daba mucho sentido a mis inquietudes de adolescente.

Fue en los grupos juveniles donde se va definiendo más la vocación a la vida religiosa, me incorporo en la Pastoral sacramental, siendo monitor de Confirmación donde reafirmo el llamado a servir.
Toda esta vida pastor, me dan la posibilidad de conocer y compartir con salesianos que, con su testimonio y cercanía, me van presentando una propuesta vocacional que me llama la atención, ya que fueron testimonios hermosos de servicio cercano a los jóvenes, esto es ya el germen de mi vocación religiosa, lo que me da el impulso para decidirme a ingresar a la Congregación, inicio del camino vocacional en el llamado que el Señor me hace, donde llevo ya, 30 años como sacerdote salesiano, acompañado por el lema que elegí para mi ordenación sacerdotal: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero” (Jn. 21,17),

¿Por qué salesiano?
¿Por qué Salesiano? Porque fue en un colegio de la Congregación donde estudie, donde me forme, donde fui creciendo, se fueron formando mis convicciones, certezas y mi proyecto de vida.
Con los salesianos, a través de las actividades pastoral, conocí la misión de la Iglesia con mayor profundidad, todo este ambiente le daba pleno sentido a mi vida, confirmando que el carisma de la alegría, de los jóvenes y de la educación, era el camino que el Señor me presentaba, en el que participaba activamente, porque respondía a mis inquietudes y anhelos, y me hacía feliz, no había posibilidad de otra respuesta, porque los salesianos eran lo que cubría todo lo que buscaba y anhelaba y a quienes conocí desde mi niñez.
En mi formación, tuve contacto con otras congregaciones y carismas, lo que me ayudó a confirmar, aún más, que la espiritualidad salesiana, era mi estilo, lo que cubría el sentido en lo que quería hacer; la vida de don Bosco, el trabajo con los jóvenes, el trabajo pastoral, todo, fruto de la experiencia que realice con ellos, donde me forme, donde preste servicio y donde se formó y consolido mi vocación.
El Señor me regalo conocer a don Bosco y la espiritualidad salesiana, era la propuesta que él me invitaba a seguir y yo la tomé, aquí consagré mi vida, y hasta el día de hoy siento que mi vocación de salesiano me hace ser todo lo que soy.

¿Cómo reaccionó tu familia?
Una vez que tome la decisión de dar el paso de ingresar a los salesianos, se lo comunicó a la familia, especialmente a mis padres, ellos se sorprendieron y fue la mamá la que primero me entendió, me apoyo y acompaño, invitándome a dar ese paso.
El papá, inquieto preguntó; si estaba realmente seguro, si era lo que realmente quería, lo que me hacía feliz y si era mi camino, a todas estas preguntas respondí que sí. El, ratificando que si era lo que quería y estaba dispuesto a ver si era realmente mi futuro, y dejando en claro que siempre podía contar con ellos y que no olvidara que siempre tendría mi casa, ante la eventualidad de que no fuera mi camino, me dice que cuente con todo su apoyo.
Sentir tan claramente el apoyo de mis padres fue muy bonito, me dio mucha alegría y tranquilidad, ya que iniciaba un camino sin tener la certeza de que realmente era el camino para un joven que recién iniciaba su proceso.
Mis hermanos, también se sorprendieron, porque yo tenía una vida muy natural, ligada al deporte, con amigos y amigas, pero cuando se aseguraron que de verdad quería seguir el llamado del Señor me estaba haciendo, me apoyaron.
Siempre me sentí muy acompañado y respaldado por mis padres y hermanos, lo que me dio mucha tranquilidad para iniciar los procesos de formación, hasta el día de hoy, cuento con ellos, sé que me acompañan con el cariño hecho oración.

¿Cuáles son las necesidades locales y juveniles más urgentes?
En el Chile actual, la cantidad de población de 0 a 17 años es de 4.259.115 habitantes, lo que significa que es el 24% del total de la población del país. Y los salesianos nos dedicamos especialmente a la educación formal de este segmento de la población. Tenemos 22 colegios, donde estudian los niños y jóvenes de 4 a 19 años, siendo un total de 31 mil estudiantes que se educan en nuestras obras. Hoy es la red escolar más grande del país que ofrece este servicio a la juventud.
A esto se suma una Universidad, que atiende aproximadamente a 7 mil estudiantes, y la Fundación don Bosco, dedicada a acoger y acompañar a niños en situación de calle, el segmento más vulnerable de entre ellos, que atiende a más de 7 mil niños y jóvenes.
Las necesidades más urgentes, que viven y padecen nuestros jóvenes es que, están muy expuestos al consumo de alcohol y droga, como también al uso indiscriminado de la tecnología, esto junto a la soledad que viven por la desintegración de las familias, los lleva muchas veces a padecer situaciones de “salud mental”, de depresión, ansiedad, angustia y crisis de pánico u otros similares.
Esta realidad, nos apremia, impulsándonos a buscar con ahínco, acompañarlos en su búsqueda de sentido, bienestar emocional y estabilidad afectiva, todas necesidades básicas del ser humano, mucho más de quienes están en desarrollo y crecimiento. Además de buscar entregarles los valores cristianos y que paso a paso vayan comprometiéndose a vivir su fe dentro de comunidades juveniles y en la Iglesia chilena, así también como entregar la educación necesaria para insertarse en la sociedad.
Son los jóvenes la porción preferida de don Bosco, y a ellos, nos debemos, por lo que en ese empeño estamos, entregarles, educación y herramientas para que lleguen a ser, “Buenos cristianos y honestos ciudadanos”.

¿Cuáles son las obras más significativas de tu zona?
La Inspectoría chilena, tiene una variada propuesta de obras que atiende; Parroquias, Centros Pastorales juveniles, Centros de acogida, colegios y Universidad. Pero la propuesta pastoral se ha centrado fundamentalmente en la Educación formal en colegios, que imparten educación desde pre escolar – 4 años – a la enseñanza media – 19 años.
La educación chilena, permite dar formación tanto para preparar a los jóvenes al ingreso a la Educación superior, universidades, como impartir educación Técnico Profesional, en la que los estudiantes egresan con un título técnico en alguna carrera que ellos hayan elegido.
Podemos decir que la educación Técnico Profesional, es una de las obras más significativas que tenemos, porque constituye una real promoción de los jóvenes, permitiéndoles insertarse en el mundo laboral con un título técnico que si bien es cierto no lo es todo, les facilita la posibilidad de colaborar con sus familias, y muchas veces financiar su continuidad de estudios superiores.
Destaco, igualmente, la obra que llevamos adelante en la “Fundación don Bosco”, la que atiende a niños en situación de calle, que no cuentan o no tienen familia, realizando con ellos una labor de contención, rehabilitación y promoción e inserción social, logrando – como lo hacía don Bosco – niños y jóvenes evangelizados y con valores.

¿Os comunicáis en revistas, blogs, Facebook u otros medios?
Los medios de comunicación social, son hoy, muy importantes y de gran ayuda para llegar a muchos jóvenes y adultos. Regularmente, me comunico con la Familia salesiana, a través de la Revista del Boletín Salesiano, el blog del “Ágora”‘, los sitios oficiales de la Provincia, página Web e Instagram.

¿Cuáles son los ámbitos más relevantes?
De la misión que me toca realizar hoy en la Inspectoría, creo que lo más relevante es acompañar y animar la vida de mis hermanos, especialmente de aquellos con los que trabajo y comparto la responsabilidad de la Inspectoría como consejeros, y a los hermanos que tienen la responsabilidad de animar y acompañar a los hermanos siendo directores de las comunidades y obras. En definitiva, la prioridad es acompañar a mis hermanos salesianos.
Igualmente, me parece relevante, la tarea de animar la vida de la Familia Salesiana, tarea importante, animando en la fidelidad al carisma, todos los que somos parte de ella; Salesianos consagrados, Hijas de María Auxiliadora, Salesianos Cooperadores, Voluntarias de don Bosco, Asociación de María Auxiliadora y otros.
No podemos dejar de mencionar como tarea relevante, la de animar la vida de los jóvenes, a través de la Pastoral juvenil, las asociaciones y los diferentes grupos de puedan existir al alero del carisma salesiano, dando un lugar importante de entre ellos, a la pastoral vocacional, y aquellos jóvenes que sienten la inquietud por responder al llamado del Señor en nuestra Congregación.

¿Cómo ves el futuro?
Ante una sociedad sedienta de sentido de lo que es y hace, me parece que los salesianos estamos llamados a dar respuesta a esas búsquedas y dar sentido a lo que uno está realizando, dar sentido a la vida, especialmente de los jóvenes.
Nos toca realizar una tarea que es fundamental, que es la de educar a los jóvenes y quien educa y trabaja con ellos, ciertamente tiene que ser portador de sueños y esperanza.
El mundo está en constante proceso de construcción, y nos toca precisamente a los salesianos contribuir; con nuestra vida, acciones y misión, a su construcción, a través de la educación de los jóvenes del hoy, para que sabiéndose amados, valiosos, capaces y sacando lo mejor de ellos, puedan darles sentido a sus vidas y ser constructores de esperanza en sus familias y sociedad.

¿Tienes algún mensaje para la Familia Salesiana?
El mensaje que puedo compartir con toda la Familia Salesiana, en primer lugar, es que; somos depositarios y portadores de un regalo, de un don que Dios da a la Iglesia, que es el Carisma Salesiano, don y tarea para cada uno de nosotros.
Este año, el Cardenal y rector mayor de la Congregación, padre Ángel Fernández Artime, nos invita a soñar, a imitación de nuestro padre Don Bosco, un padre soñador. Don Bosco soñó cosas que parecían imposibles, sin embargo, su gran confianza en María Auxiliadora y su trabajo perseverante y tenaz, lo llevaron a ser sus sueños realidad. Nosotros también, dignos hijos de este padre, estamos llamados a soñar y sumar a los jóvenes a estos sueños, que no son otros que querer para ellos un mundo mejor, donde se inserten construyendo una sociedad más amable y sensible a los valores humanos y cristianos, junto a ellos queremos contribuir y llegar a ser buenos cristianos y honestos ciudadanos, sintiéndonos profundamente amados por Dios.