El grillo y la moneda

Un sabio de la India tenía un amigo íntimo que vivía en Milán. Se habían conocido en la India, donde el italiano había ido con su familia en un viaje turístico. El indio había hecho de guía para el italiano, llevándoles a explorar los rincones más característicos de su tierra natal.
Agradecido, el amigo milanés había invitado al indio a su casa. Quería devolverle el favor y presentarle su ciudad. El indio era muy reacio a marcharse, pero luego cedió a la insistencia de su amigo italiano y un buen día desembarcó de un avión en Malpensa.
Al día siguiente, el milanés y el indio paseaban por el centro de la ciudad. El indio, con su cara color chocolate, su barba negra y su turbante amarillo atraía las miradas de los transeúntes, y el milanés paseaba orgulloso de tener un amigo tan exótico.
De repente, en la plaza de San Babila, el indio se detuvo y dijo: “¿Oyes lo que yo oigo?” El milanés, un poco desconcertado, aguzó el oído todo lo que pudo, pero admitió que no oía más que el gran ruido del tráfico de la ciudad.
“Hay un grillo cantando cerca”, continuó el indio, confiado. “Te equivocas, replicó el milanés. “Sólo oigo el ruido de la ciudad. Además, imagínate si hay grillos por aquí”.
“No me equivoco. Oigo el canto de un grillo”, replicó el indio y se puso a buscar resueltamente entre las hojas de unos arbolitos encogidos. Al cabo de un rato señaló a su amigo, que le observaba con escepticismo, un pequeño insecto, un espléndido grillo cantor, que se encogía refunfuñando ante los perturbadores de su concierto.
“¿Has visto que había un grillo?”, dijo el indio.
“Es verdad”, admitió el milanés. “Los indios tienen el oído mucho más agudo que nosotros, los blancos…”.
“Esta vez se equivoca”, sonrió el sabio indio. “Pon atención….”. El indio sacó una moneda de su bolsillo y, fingiendo no darse cuenta, la dejó caer sobre la acera.
Inmediatamente, cuatro o cinco personas se volvieron para mirar.
“¿Han visto eso?”, explicó el indio. “Esta moneda hizo un tintineo más fino y débil que el trino del grillo. Sin embargo, ¿se ha dado cuenta de cuántos blancos lo han oído?”

Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón”.




Obsequios de los jóvenes a María (1865)

En el sueño narrado por Don Bosco en la Crónica del Oratorio, fechado el 30 de mayo, la devoción mariana se convierte en un vívido juicio simbólico sobre los jóvenes del Oratorio: una procesión de jóvenes se presenta, cada uno con un don, ante un altar espléndidamente adornado en honor a la Virgen. Un ángel, custodio de la comunidad, acoge o rechaza las ofrendas, revelando su significado moral: flores perfumadas o marchitas, espinas de desobediencia, animales que encarnan vicios graves como la impureza, el robo y el escándalo. En el corazón de la visión resuena el mensaje educativo de Don Bosco: la humildad, la obediencia y la castidad son los tres pilares para merecer la corona de rosas de María.

            En medio de estas penas don Bosco se consolaba con la devoción a María Santísima, honrada durante el mes de mayo por toda la comunidad de una manera especial. De sus pláticas de la noche solamente nos ha conservado la Crónica la del día 30 de mayo, que por cierto es preciosa en extremo.

30 de mayo

            Contemplé un gran altar dedicado a María y magníficamente adornado. Vi a todos los alumnos del Oratorio avanzando procesionalmente hacia él. Cantaban loas a la Virgen, pero no todos del mismo modo, aunque cantaban la misma canción. Muchos cantaban bien y con precisión de compás, aunque unos más fuerte y otros más bajos. Algunos cantaban con voces malas y muy roncas, éstos desentonaban, ésos caminaban en silencio y se salían de la fila, aquéllos bostezaban y parecían aburridos; algunos topaban unos contra otros y se reían entre sí. Todos llevaban regalos para ofrecérselos a María. Tenían todos un ramo de flores, quien más grande, quien más pequeño y distintos los unos de los otros. Unos tenían un manojo de rosas, otros de claveles, otros de violetas, etc. Algunos llevaban a la Virgen regalos muy extraños.

            Quien llevaba una cabeza de cerdito, quien un gato, quien un plato de sapos, quien un conejo, quien un corderito u otros regalos. Había un hermoso joven delante del altar que, si se le miraba atentamente, se veía que detrás de las espaldas tenía alas. Era, tal vez, el Ángel de la Guarda del Oratorio, el cual, conforme iban llegando los muchachos recibía sus regalos y los colocaba en el altar.
            Los primeros ofrecieron magníficos ramos de flores y él, sin decir nada, los colocó al pie del altar. Muchos otros entregaron sus ramos. El los miró; los desató, hizo quitar algunas flores estropeadas, que tiró fuera, y volviendo a arreglar el ramo, lo colocó en el altar. A otros, que tenían en su ramo flores bonitas, pero sin perfume, como las dalias, las camelias, etc., el Ángel hizo quitar también éstas porque la Virgen quiere realidades y no apariencias. Así rehecho el ramo, el Ángel lo ofreció a la Virgen. Muchos tenían espinas, pocas o muchas, entre las flores y, otros, clavos. El Ángel quitó éstos y aquéllas.

            Llegó finalmente el que llevaba el cerdito y el Ángel le dijo: -¿Cómo te atreves a presentar este regalo a María? ¿Sabes qué significa el cerdo? Significa el feo vicio de la impureza. María, que es toda pureza, no puede soportar este pecado. Retírate, pues; no eres digno de estar ante Ella.
            Vinieron los que llevaban un gato y el Ángel les dijo:
            – ¿También vosotros os atrevéis a ofrecer a María estos dones? El gato es la imagen del robo, ¿y vosotros lo ofrecéis a la Virgen? Son ladrones los que roban dinero, objetos, libros a los compañeros, los que sustraen cosas de comer al Oratorio, los que destrozan los vestidos por rabia, los que malgastan el dinero de sus padres no estudiando, etc. E hizo que también éstos se pusieran aparte.
            Llegaron los que llevaban platos con sapos y el Ángel, mirándoles indignado, les dijo: -Los sapos simbolizan el vergonzoso pecado del escándalo y, ¿vosotros venís a ofrecérselos a la Virgen? Retiraos, id con los que no son dignos. Y se retiraron confundidos. Avanzaban otros con un cuchillo clavado en el corazón. El cuchillo significaba los sacrilegios. El Ángel les dijo:
            – ¿No veis que lleváis la muerte en el alma: ¿Que estáis con vida por misericordia de Dios y que de lo contrario estaríais perdidos para siempre? ¡Por favor! ¡Que os arranquen ese cuchillo! También éstos fueron echados fuera.
            Poco a poco se acercaron todos los demás jóvenes y ofrecían corderos, conejos, pescado, nueces, uvas, etc., etc. El Ángel recibió todo y lo puso sobre el altar. Y después de haber separado así los buenos de los malos, hizo formar en filas ante el altar aquéllos cuyos dones habían sido aceptados por María. Con gran dolor vi que los que habían sido puestos aparte eran más numerosos de lo que yo creía.
            Salieron por ambos lados del altar otros dos ángeles que sostenían dos riquísimas cestas llenas de magníficas coronas hechas con rosas estupendas. No eran rosas terrenales, sino como artificiales, símbolo de la inmortalidad.
            Y el Ángel de la Guarda fue tomando una a una aquellas coronas y coronó a todos los jóvenes formados ante el altar. Las había grandes y pequeñas, pero todas de una belleza incomparable. Os he de advertir que no solamente se hallaban allí los actuales alumnos de la casa, sino también muchos más que yo no había visto nunca.
            En esto que sucedió algo admirable. Había muchachos de cara tan fea que casi daban asco y repulsión; a éstos les tocaron las coronas más hermosas, señal de que a un exterior tan feo suplía el regalo de la virtud de la castidad, en grado eminente. Muchos otros tenían la misma virtud, pero en grado menos elevado. Muchos se distinguían por otras virtudes, como la obediencia, la humildad, el amor de Dios, y todos tenían coronas proporcionadas al grado de sus virtudes. El Ángel les dijo:
            -María ha querido que hoy fueseis coronados con hermosas flores. Procurad, sin embargo, seguir de modo que no os sean arrebatadas. Hay tres medios para conservarlas: 1.° humildad, 2.° obediencia, y 3.° castidad; son tres virtudes que siempre os harán gratos a María y un día os harán dignos de recibir una corona infinitamente más hermosa que ésta.
            Entonces los jóvenes empezaron a cantar ante el altar el Ave maris Stella.
            Terminada la primera estrofa, y procesionalmente, como habían llegado, iniciaron la marcha cantando: Load a María, pero con voces tan fuertes que yo quedé estupefacto, maravillado. Les seguí durante un rato y luego volví atrás para ver a los muchachos que el Ángel había puesto aparte: pero no los vi más.
            Amigos míos: yo sé quiénes fueron coronados y quiénes fueron rechazados por el Ángel. Se lo diré a cada uno en particular para que todos procuréis ofrecer a María obsequios que ella se digne aceptar.
            Mientras tanto, he aquí algunas observaciones: La primera. -Todos llevaban flores a la Virgen y, entre ellas, las había de muchas clases, pero observé que todos, unos más otros menos, tenían espinas en medio de las flores. Pensé y volví a pensar qué significaban aquellas espinas y descubrí que significaban la desobediencia. Tener dinero sin licencia y sin querer entregarlo al Administrador; pedir permiso para ir a un sitio y después ir a otro; llegar tarde a clase cuando ya hace tiempo que están los demás en ella, hacer merendolas clandestinas; entrar en los dormitorios de otros, lo que está severamente prohibido, no importa el motivo o pretexto que tengáis; levantarse tarde por la mañana; abandonar las prácticas reglamentarias; hablar en horas de silencio; comprar libros sin hacerlos revisar; enviar cartas por medio de terceros para que no sean vistas y recibirlas por el mismo medio; hacer tratos, comprar y vender cosas entre vosotros: esto es lo que significan las espinas. Muchos de vosotros preguntaréis si es pecado transgredir los reglamentos de la casa. Lo he pensado seriamente y os respondo que sí. No digo si ello es grave o leve; hay que regularse por las circunstancias, pero pecado lo es. Alguno me dirá que en la ley de Dios no se habla de que debamos obedecer los reglamentos de la casa. Escuchad: está en los mandamientos: – ¡Honrar padre y madre! ¿Sabéis qué quieren decir las palabras padre y madre? Comprenden también a los que hacen sus veces. Además, ¿no está escrito en la Escritura: Oboedite praepositis vestris? (Obedeced a vuestros dirigentes). Si a vosotros os toca obedecer, es lógico que a ellos toca mandar. Este es el origen de los reglamentos del Oratorio y ésta la razón de si se deben cumplir o no.
            Segunda observación. -Algunos llevaban entre sus flores unos clavos, clavos que habían servido para enclavar al buen Jesús. ¿Cómo? Siempre se empieza por las cosas pequeñas y luego se llega a las grandes. Aquel tal quería tener dinero para satisfacer sus caprichos y gastarlo a su antojo y por eso no quiso entregarlo; vendió después sus libros de clase y terminó por robar dinero y prendas a sus compañeros. Aquel otro quería estimular el garguero y llegaron las botellas, etc.; después se permitió otras licencias hasta caer en pecado mortal. Así se explican los clavos de aquellos ramos, así es como se crucifica al buen Jesús. Ya dice el Apóstol que los pecados vuelven a crucificar al Salvador. Rursus crucifigentes Filium Dei (Crucifican por su parte de nuevo al Hijo de Dios).
            Tercera observación. -Muchos jóvenes tenían, entre las flores frescas y olorosas de sus ramos, flores secas y marchitas o sin perfume alguno. Estas significaban las buenas obras hechas en pecado mortal, las cuales no sirven para acrecentar sus méritos; las flores sin perfume son las obras buenas hechas por fines humanos, por ambición o solamente para agradar a superiores y maestros. Por esto el Ángel les reprochaba que se atreviesen a presentar a María tales obsequios y les mandaba atrás para que arreglasen su ramo. Ellos se retiraban, lo deshacían, quitaban las flores secas y después, arregladas las flores, las ataban como antes y las llevaban de nuevo al Ángel, el cual las aceptaba y ponía sobre la mesa. Una vez terminada su ofrenda, sin ningún orden, se juntaban con los otros que debían recibir la corona.

            Yo vi en este sueño todo lo que sucedió y sucederá a mis muchachos. A muchos ya se lo he dicho, a otros se lo diré. Por vuestra parte, procurad que la Santísima Virgen reciba de vosotros dones que no tengan que ser rechazados.
(MB IT VIII, 129-132 / MB ES 120-122)

Foto de apertura: Carlo Acutis durante una visita al Santuario mariano de Fátima.




El pañuelo de la pureza (1861)

«El 16 de junio dio don Bosco como flor a los jóvenes rezar una oración especial para que Dios hiciera mudar de vida a los del mono, que según dijo apenas si llegaban al número plural; y la noche del 18 de junio, contó la siguiente historia o sueño, como lo definió en otra ocasión. Su forma de narrar era siempre tal que bien pudo decir el clérigo Ruffino, al recordarla, lo que Baruc de las visiones de Jeremías: El me recitaba todas estas palabras y yo las iba escribiendo en el libro con tinta» (Jeremías, XXXVI, 18).
            Don Bosco, pues, habló así:

            Era la noche del 14 al 15 de junio. Después que me hube acostado, apenas había comenzado a dormirme, sentí un gran golpe en la cabecera, algo así como si alguien diese en ella con un bastón. Me incorporé rápidamente y me acordé en seguida del rayo; miré hacia una y otra parte y nada vi. Por eso, persuadido de que había sido una ilusión y de que nada había de real en todo aquello, volví a acostarme.
            Pero apenas había comenzado a conciliar el sueño cuando, he aquí que el ruido de un segundo golpe, hirió mis oídos despertándome de nuevo. Me incorporé otra vez, bajé del lecho, busqué, observé debajo de la cama y de la mesa de trabajo, escudriñé los rincones de la habitación; pero nada vi.
            Entonces, me puse en las manos del Señor; tomé agua bendita y me volví a acostar. Fue entonces cuando mi imaginación, yendo de una parte a otra, vio lo que ahora os voy a contar.
            Me pareció encontrarme en el púlpito de nuestra iglesia dispuesto a comenzar una plática. Los jóvenes estaban todos sentados en sus sitios con la mirada fija en mí, esperando con toda atención que yo les hablase. Mas yo no sabía de qué tema hablar y cómo comenzar el sermón. Por más esfuerzos de memoria que hacía, ésta permanecía en un estado de completa pasividad. Así estuve por espacio de un poco de tiempo, confundido y angustiado, no habiéndome ocurrido cosa semejante en tantos años de predicación. Mas, he aquí que poco después veo la iglesia convertida en un gran valle. Yo buscaba con la vista los muros de la misma y no los veía, como tampoco a ningún joven. Estaba fuera de mí por la admiración, sin saberme explicar aquel cambio de escena.
            — Pero ¿qué significa todo esto? — me dije a mí mismo —. Hace un momento estaba en el púlpito y ahora me encuentro en este valle. ¿Es que sueño? ¿Qué hago?
            Entonces me decidí a caminar por aquel valle. Mientras lo recorría busqué a alguien a quien manifestarle mi extrañeza y pedirle al mismo tiempo alguna explicación. Pronto vi ante mí un hermoso palacio con grandes balcones y amplias terrazas o como se quieran llamar, que formaban un conjunto admirable. Delante del palacio se extendía una plaza. En un ángulo de ella, a la derecha, descubrí un gran número de jóvenes agrupados, los cuales rodeaban a una Señora que estaba entregando un pañuelo a cada uno de ellos.
            Aquellos jóvenes, después de recibir el pañuelo, subían y se disponían en fila uno detrás de otro en la terraza que estaba cercada por una balaustrada.
            Yo también me acerqué a la Señora y pude oír que en el momento de entregar los pañuelos, decía a todos y a cada uno de los jóvenes estas palabras:
            — No lo abráis cuando sople el viento, y si éste os sorprende mientras lo estáis extendiendo, volveos inmediatamente hacia la derecha, nunca a la izquierda.
            Yo observaba a todos aquellos jóvenes, pero por el momento no conocí a ninguno. Terminada la distribución de los pañuelos, cuando todos los muchachos estuvieron en la terraza, formaron unos detrás de otros una larga fila, permaneciendo derechos sin decir una palabra. Yo continué observando y vi a un joven que comenzaba a sacar su pañuelo extendiéndolo; después comprobé cómo también los demás jóvenes iban sacando poco a poco los suyos y los desdoblaban, hasta que todos tuvieron el pañuelo extendido. Eran los pañuelos muy anchos, bordados en oro con unas labores de elevadísimo precio y se leían en ellos estas palabras, también bordadas en oro: Regina virtutum.
            Cuando he aquí que del septentrión, esto es, de la izquierda, comenzó a soplar suavemente un poco de aire, que fue arreciando cada vez más hasta convertirse en un viento impetuoso. Apenas comenzó a soplar este viento, vi que algunos jóvenes doblaban el pañuelo y lo guardaban; otros se volvían del lado derecho. Pero una parte permaneció impasible con el pañuelo desplegado. Cuando el viento se hizo más impetuoso comenzó a aparecer y a extenderse una nube que pronto cubrió todo el cielo. Seguidamente se desencadenó un furioso temporal, oyéndose el fragoroso rodar del trueno; después comenzó a caer granizo, a llover y finalmente a nevar.
            Entretanto, muchos jóvenes permanecían con el pañuelo extendido, y el granizo, cayendo sobre él, lo agujereaba traspasándolo de parte a parte; el mismo efecto producía la lluvia, cuyas gotas parecía que tuviesen punta; el mismo daño causaban los copos de nieve. En un momento todos aquellos pañuelos quedaron estropeados y acribillados, perdieron toda su hermosura.
            Este hecho despertó en mí tal estupor que no sabía qué explicación dar a lo que había visto. Lo peor fue que, habiéndome acercado a aquellos jóvenes a los cuales no había conocido antes, ahora, al mirarlos con mayor atención, los reconocí a todos distintamente. Eran mis jóvenes del Oratorio. Aproximándome aún más, les pregunté:
            — ¿Qué haces tú aquí? ¿Eres tú fulano?
            — Sí, aquí estoy. Mire, también está fulano, y el otro y el otro
            Fui entonces adonde estaba la Señora que distribuía los pañuelos; cerca de Ella había algunos hombres a los cuales dije:
            — ¿Qué significa todo esto?
            La Señora, volviéndose a mí, me contestó:
            — ¿No leíste lo que estaba escrito en aquellos pañuelos?
            — Sí: Regina virtutum.
            — ¿No sabes por qué?
            — Sí que lo sé.
            — Pues bien, aquellos jóvenes expusieron la virtud de la pureza al viento de las tentaciones. Los primeros, apenas se dieron cuenta del peligro huyeron, son los que guardaron el pañuelo; otros, sorprendidos y no habiendo tenido tiempo de guardarlo, se volvieron a la derecha; son los que en el peligro recurren al Señor volviendo la espalda al enemigo. Otros, permanecieron con el pañuelo extendido ante el ímpetu de la tentación que les hizo caer en el pecado.
            Ante semejante espectáculo me sentí profundamente abatido y estaba para dejarme llevar de la desesperación, al comprobar cuán pocos eran los que habían conservado la bella virtud, cuando prorrumpí en un doloroso llanto. Después de haberme serenado un tanto, proseguí:
            — Pero ¿cómo es que los pañuelos fueron agujereados no sólo por la tempestad, sino también por la lluvia y por la nieve? ¿Las gotas de agua y los copos de nieve no indican acaso los pecados pequeños, o sea, las faltas veniales?
            — Pero ¿no sabes que en esto non datur parvitas materiae? (¿no se da parvedad de materia?). Con todo, no te aflijas tanto, ven a ver.
            Uno de aquellos hombres avanzó entonces hacia el balcón, hizo una señal con la mano a los jóvenes y gritó:
            — ¡A la derecha!
            Casi todos los muchachos se volvieron a la derecha, pero algunos no se movieron de su sitio y su pañuelo terminó por quedar completamente destrozado. Entonces vi el pañuelo de los que se habían vuelto hacia la derecha disminuir de tamaño, con zurcidos y remiendos, pero sin agujero alguno. Con todo, estaban en tan deplorable estado que daba compasión el verlos; habían perdido su forma regular. Unos medían tres palmos, otros dos, otros uno.
            La Señora añadió:
            — Estos son los que tuvieron la desgracia de perder la bella virtud, pero remedian sus caídas con la confesión. Los que no se movieron son los que continúan en pecado y, tal vez, tal vez, caminan irremediablemente a su perdición.
            Al fin, dijo: Nemini dicito, sed tantum admone. (No lo digas a nadie, solamente amonesta).
(MB IT VI, 972-975 / MB ES VI,735-737)




La maté por un trozo de pan

Un hombre que llevaba veinte años sin entrar en una iglesia se acercó vacilante a un confesionario. Se arrodilló y, tras un momento de vacilación, dijo entre lágrimas: “Tengo sangre en las manos. Fue durante la retirada de Rusia. Cada día moría alguien de los míos. El hambre era terrible. Nos dijeron que nunca entráramos en una izbá (casa de madera en los pueblos rurales de Rusia) sin un fusil en la mano, listos para disparar a la primera señal… Donde yo había entrado, había un anciano y una niña rubia de ojos tristes: “¡Pan! Dame pan”. La chica se agachó. Pensé que estaba tomando un arma, una bomba. Disparé con decisión. Cayó al suelo.
Cuando me acerqué, vi que la chica agarraba un trozo de pan en la mano. Había matado a una niña de 14 años, una chica inocente que quería ofrecerme pan. Empecé a beber para olvidar: pero ¿cómo?
¿Puede perdonarme Dios?”.

Quien va por ahí con un fusil cargado acabará disparando. Si la única herramienta que tienes es un martillo, acabas viendo a todos los demás como clavos. Y te pasas el día martilleando.




Halloween: ¿una fiesta para celebrar?

Los sabios nos dicen que para comprender un acontecimiento hay que saber cuál es su origen y cuál es su finalidad.Este es también el caso del fenómeno ya muy extendido de Halloween, que más que una fiesta para celebrar es un acontecimiento sobre el que reflexionar.Se trata de evitar la celebración de una cultura de la muerte que nada tiene que ver con el cristianismo.


Halloween, en su versión actual, es una fiesta que tiene su origen comercial en Estados Unidos y se ha extendido por todo el mundo en las últimas tres décadas. Se celebra la noche entre el 31 de octubre y el 1 de noviembre y tiene algunos símbolos propios:
Los disfraces: vestirse con ropas terroríficas para representar personajes fantásticos o criaturas monstruosas.
Calabazastalladas: la tradición de tallar calabazas, insertando una luz en su interior para hacer lámparas (Jack-o’-lantern).
Truco o treta:  costumbre de llamar a las puertas de las casas y pedir caramelos a cambio de la promesa de no hacer bromas («¿Trick or treat?»).

Parece ser una de las fiestas comerciales cultivadas a propósito por algunos interesados para aumentar sus ingresos. De hecho, en 2023 sólo en Estados Unidos se gastaron 12.200 millones de dólares (según la National Retail Federation) y en el Reino Unido unos 700 millones de libras (según analistas de mercado). Estas cifras también explican la amplia cobertura mediática, con verdaderas estrategias para cultivar el evento, convirtiéndolo en un fenómeno de masas y presentándolo como una diversión casual, un juego colectivo.

Origen
Si vamos a buscar los inicios de Halloween – porque toda cosa contingente tiene su principio y su fin- nos encontramos con que se remonta a las creencias paganas politeístas del mundo celta.
El antiguo pueblo de los celtas, un pueblo nómada que se extendió por toda Europa, supo conservar mejor su cultura, su lengua y sus creencias en las Islas Británicas, más aún, en Irlanda, en la zona donde nunca había llegado el Imperio Romano. Una de sus fiestas paganas, llamada Samhain, se celebraba entre los últimos días de octubre y los primeros de noviembre y era el «año nuevo» que abría el ciclo anual. Como en esa época la duración del día disminuía y la de la noche aumentaba, se creía que la frontera entre el mundo de los vivos y el de los muertos se hacía más fina, lo que permitía que las almas de los difuntos regresaran a la tierra (también en forma de animales) y también que entraran los espíritus malignos. Por eso se utilizaban máscaras aterradoras para confundir o ahuyentar a los espíritus, para no ser tocados por su influencia maligna. La celebración era obligatoria para todos, comenzaba por la noche y consistía en ritos mágicos, fuegos rituales, sacrificios de animales y probablemente también sacrificios humanos. En esas noches, sus sacerdotes druidas iban a cada casa para recibir algo de la gente para sus sacrificios, bajo pena de maldiciones.

La costumbre de tallar un nabo en forma de cara monstruosa, colocar una luz en su interior y colocarlo en el umbral de las casas, dio lugar con el tiempo a una leyenda que explica mejor su significado. Se trata de la leyenda del herrero irlandés Stingy Jack, un hombre que engaña varias veces al diablo y, al morir, no es recibido ni en el cielo ni en el infierno. Estando en tinieblas y obligado a buscar un lugar para su descanso eterno, pidió y recibió del diablo un tronco ardiendo, que metió dentro de un nabo que llevaba consigo, creando una linterna, la Jack-o’lantern. Pero no encontró descanso y sigue vagando hasta hoy. La leyenda quiere simbolizar las almas condenadas que vagan por la tierra y no encuentran descanso. Esto explica la costumbre de colocar un feo nabo delante de la casa, para infundir miedo y ahuyentar a las almas errantes que pudieran acercarse esa noche.

El mundo romano también tenía una fiesta similar, llamada Lemuria o Lemuralia, dedicada a alejar a los espíritus de los muertos de las casas; se celebraba los días 9, 11 y 13 de mayo. Los espíritus se llamaban «lémures» (la palabra «lémur» procede del latín larva, que significa «fantasma» o «máscara»). Se creía que estas celebraciones estaban asociadas a la figura de Rómulo, fundador de Roma, de quien se dice que instituyó los ritos para apaciguar el espíritu de su hermano Remo, al que mató; sin embargo, parece que la fiesta se instituyó en el siglo I d.C.

Este tipo de celebración pagana, que también se encuentra en otras culturas, refleja la conciencia de que la vida continúa después de la muerte, aunque esta conciencia esté mezclada con muchos errores y supersticiones. La Iglesia no quiso negar esta semilla de verdad que, de una forma u otra, estaba en el alma de los paganos, sino que trató de corregirla.

En la Iglesia, el culto a los mártires ha estado presente desde el principio. Alrededor del siglo IV d.C., la conmemoración de los mártires se celebraba el primer domingo después de Pentecostés. En 609 d.C., el Papa Bonifacio IV trasladó esta conmemoración a la fiesta de Todos los Santos, el 13 de mayo. En el año 732, el Papa Gregorio III volvió a trasladar la fiesta de Todos los Santos (en inglés antiguo «All Hallows») al 1 de noviembre, y el día anterior pasó a llamarse All Hallows’Eve (Vigilia de Todos los Santos), de donde deriva la forma abreviada Halloween.
La proximidad inmediata de las fechas sugiere que el cambio de conmemoración por parte de la Iglesia se debió a un deseo de corregir el culto a los antepasados. El último cambio indica que la fiesta pagana celta Samhain también había permanecido en el mundo cristiano.

Difusión
Esta celebración pagana -fiesta principalmente religiosa-, conservada en los submundos de la cultura irlandesa incluso después de la cristianización de la sociedad, reapareció con la emigración masiva de los irlandeses a Estados Unidos tras la gran hambruna que asoló el país en 1845-1846.
Los inmigrantes, para preservar su identidad cultural, empezaron a celebrar diversas fiestas propias como momentos de reunión y esparcimiento, entre ellas All Hallows. Más que una fiesta religiosa, era una fiesta sin referencias religiosas, vinculada a la celebración de la abundancia de las cosechas.
Esto fomentó el resurgimiento del antiguo uso celta del farolillo, y la gente empezó a utilizar no el nabo sino la calabaza por su mayor tamaño y suavidad que favorecía la talla.

En la primera mitad del siglo XX, el espíritu pragmático de los estadounidenses -aprovechando la oportunidad de hacer dinero- extendió esta fiesta a todo el país, y empezaron a aparecer en los mercados disfraces y trajes de Halloween a escala industrial: fantasmas, esqueletos, brujas, vampiros, zombis, etc.

A partir de 1950, la fiesta empezó a extenderse también a las escuelas y los hogares. Apareció la costumbre de que los niños fueran llamando a las casas para pedir golosinas con la expresión: «¿Truco o trato?».

Impulsada por intereses comerciales, dio lugar a una verdadera fiesta nacional con connotaciones laicas, desprovista de elementos religiosos, que se exportaría a todo el mundo, especialmente en las últimas décadas.

Reflexión
Si nos fijamos bien, los elementos que se encuentran en los ritos celtas de la fiesta pagana de Samhain han permanecido. Se trata de ropas, linternas y amenazas de maldiciones.
Las ropas son monstruosas y aterradoras: fantasmas, payasos espeluznantes, brujas, zombis, hombres lobo, vampiros, cabezas atravesadas por puñales, cadáveres desfigurados, diablos.
Horribles calabazas talladas como cabezas cortadas con una macabra luz en su interior.
Los niños paseando por las casas preguntando «¿Trucootrato?». Traducido literalmente significa «truco o trato», que recuerda a la «maldición o sacrificio» de los sacerdotes druidas.

Primero nos preguntamos si estos elementos pueden considerarse dignos de cultivo. ¿Desde cuándo lo espantoso, lo macabro, lo oscuro, lo horroroso, lo irremediablemente muerto definen la dignidad humana? En efecto, son muy escandalosos.

Y nos preguntamos si todo esto no contribuye a cultivar una dimensión ocultista, esotérica, dado que son los mismos elementos que utiliza el oscuro mundo de la brujería y el satanismo. Y si la moda oscura y gótica, como todas las demás decoraciones de calabazas macabramente talladas, telarañas, murciélagos y esqueletos, no fomenta un acercamiento a lo oculto.

¿Es casualidad que periódicamente se produzcan acontecimientos trágicos en torno a esta fiesta?
¿Es casualidad que profanaciones, graves ofensas a la religión cristiana e incluso sacrilegios se produzcan regularmente en estos días?
¿Es casualidad que para los satanistas la fiesta principal, que marca el comienzo del año satánico, sea Halloween?
¿No produce, sobre todo en los jóvenes, una familiarización con una mentalidad mágica y ocultista, distante y contraria a la fe y a la cultura cristianas, especialmente en este momento en que la praxis cristiana está debilitada por la secularización y el relativismo?

Veamos algunos testimonios.

Una británica, Doreen Irvine, antigua sacerdotisa satanista convertida al cristianismo, advierte en su libro De la brujería a Cristo que la táctica utilizada para acercarse al ocultismo consiste precisamente en proponer lo oculto bajo formas atractivas, con misterios que incitan, haciéndolo pasar todo por una experiencia natural, incluso simpática.

El fundador de la Iglesia de Satán, Anton LaVey, declaró abiertamente su alegría por el hecho de que los bautizados participen en la fiesta de Halloween: «Me alegro de que los padres cristianos permitan a sus hijos adorar al diablo al menos una noche al año.Bienvenidos a Halloween».
Don Aldo Buonaiuto, del Servicio Antisectas de la Asociación Comunitaria Papa Juan XXIII, en su ponencia Halloween.El truco del diablo, nos advierte que «los adoradores de Satanás tienen en cuenta las “energías” de todos aquellos que, aunque sólo sea por diversión, evocan el mundo de las tinieblas en los ritos perversos practicados en su honor, durante todo el mes de octubre y, en particular, en la noche entre el 31 de octubre y el 1 de noviembre».

El padre Francesco Bamonte, exorcista y vicepresidente de la Asociación Internacional de Exorcistas (ex presidente de la misma durante dos mandatos consecutivos), advierte:

«Mi experiencia, junto con la de otros sacerdotes exorcistas, demuestra cómo la ocasión de Halloween, incluido el período de tiempo que la prepara, representa de hecho, para muchos jóvenes, un momento privilegiado de contacto con realidades sectarias o en todo caso ligadas al mundo del ocultismo, con consecuencias incluso graves no sólo a nivel espiritual, sino también en el de la integridad psicofísica. En primer lugar, hay que decir que esta fiesta imprime como mínimo fealdad. Y al imprimir en los niños la fealdad, el gusto por lo horrible, lo deforme, lo monstruoso puesto al mismo nivel que lo bello, de alguna manera los orienta hacia el mal y la desesperación. En el cielo, donde sólo reina la bondad, todo es bello. En el infierno, donde sólo reina el odio, todo es feo». […]
«Basándome en mi ministerio como exorcista, puedo afirmar que Halloween es, en el calendario de magos, ocultistas y adoradores de Satán, una de las «fiestas» más importantes; En consecuencia, para ellos es motivo de gran satisfacción que las mentes y los corazones de tantos niños, adolescentes, jóvenes y no pocos adultos se dirijan a lo macabro, lo demoníaco, la brujería, a través de la representación de ataúdes, calaveras, esqueletos, vampiros, fantasmas, adhiriéndose así a la visión burlona y siniestra del momento más importante y decisivo de la existencia de un ser humano: el final de su vida terrenal. » […]
«Nosotros, sacerdotes exorcistas, no nos cansamos de advertir contra esta recurrencia, que no sólo a través de conductas inmorales o peligrosas, sino también a través de la ligereza de diversiones consideradas inofensivas (y por desgracia acogidas cada vez más a menudo incluso en espacios parroquiales) puede tanto preparar el terreno para una futura acción perturbadora, incluso pesada, por parte del demonio, como permitir al Maligno afectar y desfigurar las almas de los jóvenes.»

Son sobre todo los jóvenes quienes sufren el impacto generalizado del fenómeno de Halloween. Sin serios criterios de discernimiento, corren el riesgo de ser atraídos por la fealdad y no por la belleza, por las tinieblas y no por la luz, por la maldad y no por la bondad.

Debemos reflexionar sobre si seguir celebrando la fiesta de las tinieblas, Halloween, o la fiesta de la luz, Todos los Santos