La radicalidad evangélica del Beato Stefano Sándor

Stefano Sándor (Szolnok 1914 – Budapest 1953) es un mártir coadjutor salesiano. Joven alegre y devoto, tras estudiar metalurgia ingresó entre los Salesianos, convirtiéndose en maestro tipógrafo y guía de los jóvenes. Animó oratorios, fundó la Juventud Obrera Católica y transformó trincheras y obras en «oratorios festivos». Cuando el régimen comunista confiscó las obras eclesiales, continuó clandestinamente educando y salvando a jóvenes y maquinaria; arrestado, fue colgado el 8 de junio de 1953. Enraizado en la Eucaristía y en la devoción a María, encarnó la radicalidad evangélica de Don Bosco con dedicación educativa, coraje y fe inquebrantable. Beatificado por el papa Francisco en 2013, sigue siendo un modelo de santidad laical salesiana.

1. Datos biográficos
            Sándor Stefano nació en Szolnok, Hungría, el 26 de octubre de 1914, hijo de Stefano y Maria Fekete, el primero de tres hermanos. Su padre era empleado de los Ferrocarriles del Estado, mientras que su madre era ama de casa. Ambos transmitieron a sus hijos una profunda religiosidad. Stefano estudió en su ciudad, obteniendo el diploma de técnico metalúrgico. Desde joven era estimado por sus compañeros, era alegre, serio y amable. Ayudaba a sus hermanos menores a estudiar y a rezar, siendo el primero en dar el ejemplo. Hizo con fervor la confirmación comprometiéndose a imitar a su santo protector y a san Pedro. Servía cada día la santa Misa con los padres franciscanos, recibiendo la Eucaristía.
            Leyendo el Boletín Salesiano conoció a Don Bosco. Se sintió inmediatamente atraído por el carisma salesiano. Consultó con su director espiritual, expresándole el deseo de ingresar en la Congregación salesiana. También lo habló con sus padres. Ellos le negaron el consentimiento y trataron de disuadirlo por todos los medios. Pero Stefano logró convencerlos, y en 1936 fue aceptado en el Clarisseum, sede de los Salesianos en Budapest, donde en dos años hizo el aspirantado. Asistió en la imprenta “Don Bosco” a los cursos de técnico impresor. Comenzó el noviciado, pero tuvo que interrumpirlo por la llamada a las armas.
            En 1939 obtuvo el alta definitiva y, tras el año de noviciado, emitió su primera profesión el 8 de septiembre de 1940 como salesiano coadjutor. Destinado al Clarisseum, se comprometió activamente en la enseñanza en los cursos profesionales. También tuvo la responsabilidad de la asistencia al oratorio, que llevó a cabo con entusiasmo y competencia. Fue el promotor de la Juventud Obrera Católica. Su grupo fue reconocido como el mejor del movimiento. Siguiendo el ejemplo de Don Bosco, se mostró como un educador modelo. En 1942 fue llamado al frente y se ganó una medalla de plata al valor militar. La trinchera era para él un oratorio festivo que animaba salesianamente, reconfortando a sus compañeros de servicio. Al final de la Segunda Guerra Mundial se comprometió en la reconstrucción material y moral de la sociedad, dedicándose en particular a los jóvenes más pobres, a quienes reunía enseñándoles un oficio. El 24 de julio de 1946 emitió su profesión perpetua. En 1948 obtuvo el título de maestro impresor. Al final de sus estudios, los alumnos de Stefano eran contratados en las mejores imprentas de la capital Budapest y de Hungría.
            Cuando el Estado en 1949, bajo Mátyás Rákosi, confiscó los bienes eclesiásticos y comenzaron las persecuciones contra las escuelas católicas, que tuvieron que cerrar, Sándor trató de salvar lo salvable, al menos algunas máquinas de impresión y algo del mobiliario que había costado tantos sacrificios. De repente, los religiosos se encontraron sin nada, todo había pasado a ser del Estado. El estalinismo de Rákosi continuó arremetiendo: los religiosos fueron dispersados. Sin hogar, trabajo, comunidad, muchos se redujeron a la clandestinidad. Se adaptaron a hacer de todo: basureros, campesinos, peones, cargadores, sirvientes… También Stefano tuvo que “desaparecer”, dejando su imprenta que se había vuelto famosa. En lugar de refugiarse en el extranjero, permaneció en su país para salvar a la juventud húngara. Capturado in fraganti (estaba tratando de salvar algunas máquinas de impresión), tuvo que huir rápidamente y permanecer escondido durante algunos meses; luego, bajo otro nombre, logró conseguir trabajo en una fábrica de detergentes de la capital, pero continuó valiente y clandestinamente su apostolado, a pesar de saber que era una actividad estrictamente prohibida. En julio de 1952 fue capturado en su lugar de trabajo y no fue más visto por sus hermanos. Un documento oficial certifica su proceso y condena a muerte, ejecutada por ahorcamiento el 8 de junio de 1953.
            La fase diocesana de la Causa de martirio comenzó en Budapest el 24 de mayo de 2006 y concluyó el 8 de diciembre de 2007. El 27 de marzo de 2013, el Papa Francisco autorizó a la Congregación de las Causas de los Santos a promulgar el Decreto de martirio y a celebrar el rito de beatificación, que tuvo lugar el sábado 19 de octubre de 2013 en Budapest.

2. Testimonio original de santidad salesiana
            Los rápidos datos sobre la biografía de Sándor nos han introducido en el corazón de su historia espiritual. Contemplando la fisonomía que ha asumido en él la vocación salesiana, marcada por la acción del Espíritu y ahora propuesta por la Iglesia, descubrimos algunos rasgos de esa santidad: el profundo sentido de Dios y la plena y serena disponibilidad a su voluntad, la atracción por Don Bosco y la cordial pertenencia a la comunidad salesiana, la presencia animadora y alentadora entre los jóvenes, el espíritu de familia, la vida espiritual y de oración cultivada personalmente y compartida con la comunidad, la total consagración a la misión salesiana vivida en la dedicación a los aprendices y a los jóvenes trabajadores, a los chicos del oratorio, a la animación de grupos juveniles. Se trata de una activa presencia en el mundo educativo y social, toda animada por la caridad de Cristo que lo impulsa interiormente.
            No faltaron gestos que tienen de heroico y de inusual, hasta el supremo de donar su propia vida por la salvación de la juventud húngara. «Un joven quería saltar al tranvía que pasaba frente a la casa salesiana. Cometiendo un error, cayó bajo el vehículo. La tren se detuvo demasiado tarde; una rueda lo hirió profundamente en el muslo. Una gran multitud se reunió para observar la escena sin intervenir, mientras el pobre desafortunado estaba a punto de desangrarse. En ese momento se abrió la puerta del colegio y Pista (nombre familiar de Stefano) corrió afuera con una camilla plegable bajo el brazo. Tiró su chaqueta al suelo, se metió debajo del tranvía y sacó al joven con prudencia, apretando su cinturón alrededor del muslo sangrante, y colocó al chico en la camilla. En ese momento llegó la ambulancia. La multitud aplaudió a Pista con entusiasmo. Él se sonrojó, pero no pudo ocultar la alegría de haber salvado la vida a alguien».
            Uno de sus chicos recuerda: «Un día me enfermé gravemente de tifus. En el hospital de Újpest, mientras mis padres se preocupaban por mi vida a mi lado, Stefano Sándor se ofreció a darme sangre, si fuera necesario. Este acto de generosidad conmovió mucho a mi madre y a todas las personas a mi alrededor».
            Aunque han pasado más de sesenta años desde su martirio y ha sido profunda la evolución de la Vida Consagrada, de la experiencia salesiana, de la vocación y de la formación del salesiano coadjutor, el camino salesiano hacia la santidad trazado por Stefano Sándor es un signo y un mensaje que abre perspectivas para el hoy. De este modo se cumple la afirmación de las Constituciones salesianas: «Los hermanos que han vivido o viven en plenitud el proyecto evangélico de las Constituciones son para nosotros estímulo y ayuda en el camino de santificación». Su beatificación indica concretamente esa «alta medida de la vida cristiana ordinaria» indicada por Juan Pablo II en la Novo Millennio Ineunte.

2.1. Bajo el estandarte de Don Bosco
            Siempre es interesante tratar de identificar en el plan misterioso que el Señor teje sobre cada uno de nosotros el hilo conductor de toda la existencia. Con una fórmula sintética, el secreto que ha inspirado y guiado todos los pasos de la vida de Stefano Sándor se puede sintetizar con estas palabras: siguiendo a Jesús, con Don Bosco y como Don Bosco, en todas partes y siempre. En la historia vocacional de Stefano, Don Bosco irrumpe de manera original y con los rasgos típicos de una vocación bien identificada, como escribió el párroco franciscano, presentando al joven Stefano: «Aquí en Szolnok, en nuestra parroquia, tenemos un joven muy bueno: Stefano Sándor, de quien soy padre espiritual y que, al terminar la escuela técnica, aprendió el oficio en una escuela metalúrgica; hace la Comunión diariamente y le gustaría ingresar en una orden religiosa. Con nosotros no tendríamos ninguna dificultad, pero él querría entrar en los Salesianos como hermano laico».
            El juicio halagador del párroco y director espiritual destaca: los rasgos de trabajo y oración típicos de la vida salesiana; un camino espiritual perseverante y constante con una guía espiritual; el aprendizaje del arte tipográfico que con el tiempo se perfeccionará y se especializará.
            Había llegado a conocer a Don Bosco a través del Boletín Salesiano y las publicaciones salesianas de Rákospalota. De este contacto a través de la prensa salesiana nació quizás su pasión por la tipografía y por los libros. En la carta al Inspector de los Salesianos de Hungría, don János Antal, donde pide ser aceptado entre los hijos de Don Bosco, declaraba: «Siento la vocación de entrar en la Congregación salesiana. Se necesita trabajo en todas partes; sin trabajo no se puede alcanzar la vida eterna. A mí me gusta trabajar».
            Desde el principio emerge la voluntad fuerte y decidida de perseverar en la vocación recibida, como luego de hecho sucederá. Cuando el 28 de mayo de 1936 solicitó la admisión al noviciado salesiano, declaró haber «conocido la Congregación salesiana y haber sido cada vez más confirmado en su vocación religiosa, tanto que confía en poder perseverar bajo el estandarte de Don Bosco». Con pocas palabras, Sándor expresa una conciencia vocacional de alto perfil: conocimiento experiencial de la vida y del espíritu de la Congregación; confirmación de una elección justa e irreversible; seguridad para el futuro de ser fiel en el campo de batalla que lo espera.
            El acta de admisión al noviciado, en lengua italiana (2 de junio de 1936), califica unánimemente la experiencia del aspirantado: «Con excelente resultado, diligente, de buena piedad y se ofreció por sí mismo al oratorio festivo, fue práctico, de buen ejemplo, recibió el certificado de impresor, pero aún no tiene la perfecta practicidad». Ya están presentes esos rasgos que, consolidados posteriormente en el noviciado, definirán su fisonomía de religioso salesiano laico: la ejemplaridad de la vida, la generosa disponibilidad a la misión salesiana, la competencia en la profesión de impresor.
            El 8 de septiembre de 1940 emite su profesión religiosa como salesiano coadjutor. De este día de gracia, reproducimos una carta escrita por Pista, como se le llamaba familiarmente, a sus padres: «Queridos padres, tengo que informarles de un evento importante para mí y que dejará huellas indelebles en mi corazón. El 8 de septiembre, por gracia de Dios y con la protección de la Santa Virgen, me he comprometido con la profesión a amar y servir a Dios. En la fiesta de la Virgen Madre he hecho mi matrimonio con Jesús y le he prometido con el triple voto ser Suyo, no separarme nunca más de Él y perseverar en la fidelidad a Él hasta la muerte. Por lo tanto, les pido a todos ustedes que no me olviden en sus oraciones y en las Comuniones, haciendo votos para que yo pueda permanecer fiel a mi promesa hecha a Dios. Pueden imaginar que ese fue para mí un día alegre, nunca antes vivido en mi vida. Creo que no podría haberle dado a la Virgen un regalo de cumpleaños más grato que el regalo de mí mismo. Imagino que el buen Jesús los habrá mirado con ojos afectuosos, siendo ustedes quienes me donaron a Dios… Saludos afectuosos a todos. PISTA».

2.2. Dedicación absoluta a la misión
            «La misión da a toda nuestra existencia su tono concreto…», dicen las Constituciones salesianas. Stefano Sándor vivió la misión salesiana en el campo que le había sido confiado, encarnando la caridad pastoral educativa como salesiano coadjutor, con el estilo de Don Bosco. Su fe lo llevó a ver a Jesús en los jóvenes aprendices y trabajadores, en los chicos del oratorio, en los de la calle.
            En la industria tipográfica, la dirección competente de la administración es considerada una tarea esencial. Stefano Sándor estaba encargado de la dirección, del entrenamiento práctico y específico de los aprendices y de la fijación de los precios de los productos tipográficos. La imprenta “Don Bosco” gozaba en todo el país de gran prestigio. Formaban parte de las ediciones salesianas el Boletín Salesiano, Juventud Misionera, revistas para la juventud, el Calendario Don Bosco, libros de devoción y la edición en traducción húngara de los escritos oficiales de la Dirección General de los Salesianos. Es en ese ambiente que Stefano Sándor comenzó a amar los libros católicos que no solo eran preparados por él para la impresión, sino también estudiados.
            En el servicio a la juventud, él también era responsable de la educación colegial de los jóvenes. También esta era una tarea importante, además de su entrenamiento técnico. Era indispensable disciplinar a los jóvenes, en fase de desarrollo vigoroso, con firmeza afectuosa. En cada momento del período de aprendiz, él los acompañaba como un hermano mayor. Stefano Sándor se destacó por una fuerte personalidad: poseía una excelente formación específica, acompañada de disciplina, competencia y espíritu comunitario.
            No se contentaba con un solo trabajo determinado, sino que se mostraba disponible a cada necesidad. Asumió la tarea de sacristán de la pequeña iglesia del Clarisseum y se ocupó de la dirección del “Pequeño Clero”. Prueba de su capacidad de resistencia fue también el compromiso espontáneo de trabajo voluntario en el floreciente oratorio, frecuentado regularmente por los jóvenes de los dos suburbios de Újpest y Rákospalota. Le gustaba jugar con los chicos; en los partidos de fútbol, hacía de árbitro con gran competencia.

2.3. Religioso educador
            Stefano Sándor fue educador en la fe de cada persona, hermano y joven, especialmente en los momentos de prueba y en la hora del martirio. Realmente, Sándor había hecho de la misión por los jóvenes su propio espacio educativo, donde vivía diariamente los criterios del Sistema Preventivo de Don Bosco – razón, religión, amabilidad – en la cercanía y asistencia amorosa a los jóvenes trabajadores, en la ayuda prestada para comprender y aceptar las situaciones de sufrimiento, en el testimonio vivo de la presencia del Señor y de su amor indefectible.
            En Rákospalota, Stefano Sándor se dedicó con celo a la formación de los jóvenes tipógrafos y a la educación de los jóvenes del oratorio y de los “Pajes del Sagrado Corazón”. En estos frentes manifestó un marcado sentido del deber, viviendo con gran responsabilidad su vocación religiosa y caracterizándose por una madurez que suscitaba admiración y estima. «Durante su actividad tipográfica, vivía concienzudamente su vida religiosa, sin ninguna voluntad de aparecer. Practicaba los votos de pobreza, castidad y obediencia, sin ninguna obligación. En este campo, su sola presencia valía un testimonio, sin decir ninguna palabra. También los alumnos reconocían su autoridad, gracias a sus modos fraternales. Ponía en práctica todo lo que decía o pedía a los alumnos, y a nadie se le ocurría contradecirlo de ninguna manera».
            György Érseki conocía a los Salesianos desde 1945 y después de la Segunda Guerra Mundial fue a vivir a Rákospalota, en el Clarisseum. Su conocimiento con Stefano Sándor duró hasta 1947. Durante este período no solo nos ofrece un vistazo de la múltiple actividad del joven coadjutor, tipógrafo, catequista y educador de la juventud, sino también una lectura profunda, de la cual emerge la riqueza espiritual y la capacidad educativa de Stefano: «Stefano Sándor fue una persona muy dotada por naturaleza. En calidad de pedagogo, puedo sostener y confirmar su capacidad de observación y su personalidad polifacética. Fue un buen educador y lograba manejar a los jóvenes, uno por uno, de una manera óptima, eligiendo el tono adecuado con todos. Hay aún un detalle perteneciente a su personalidad: consideraba cada uno de sus trabajos un santo deber, consagrando, sin esfuerzos y con gran naturalidad, toda su energía a la realización de este propósito sagrado. Gracias a un instinto innato, lograba captar la atmósfera y influirla positivamente. […] Tenía un carácter fuerte como educador; se preocupaba de todos individualmente. Se interesaba por nuestros problemas personales, reaccionando siempre de la manera más adecuada para nosotros. De esta manera realizaba los tres principios de Don Bosco: la razón, la religión y la amabilidad… Los coadjutores salesianos no usaban la vestimenta fuera del contexto litúrgico, pero el aspecto de Stefano Sándor se distinguía de la masa de la gente. En lo que respecta a su actividad de educador, nunca recurría al castigo físico, prohibido según los principios de Don Bosco, a diferencia de otros maestros salesianos más impulsivos, incapaces de dominarse y que a veces daban bofetadas. Los alumnos aprendices confiados a él formaban una pequeña comunidad dentro del colegio, aunque eran diferentes entre sí desde el punto de vista de la edad y la cultura. Ellos comían en el comedor junto a los otros estudiantes, donde habitualmente durante las comidas se leía la Biblia. Naturalmente, también estaba presente Stefano Sándor. Gracias a su presencia, el grupo de aprendices industriales siempre resultó ser el más disciplinado… Stefano Sándor siempre se mantuvo juvenil, demostrando gran comprensión hacia los jóvenes. Captando sus problemas, transmitía mensajes positivos y sabía aconsejarlos tanto en el plano personal como en el religioso. Su personalidad revelaba gran tenacidad y resistencia en el trabajo; incluso en las situaciones más difíciles, se mantenía fiel a sus ideales y a sí mismo. El colegio salesiano de Rákospalota albergaba una gran comunidad, requiriendo un trabajo con los jóvenes a más niveles. En el colegio, junto a la tipografía, vivían jóvenes salesianos en formación, que estaban en estrecha relación con los coadjutores. Recuerdo los siguientes nombres: József Krammer, Imre Strifler, Vilmos Klinger y László Merész. Estos jóvenes tenían tareas diferentes a las de Stefano Sándor y también se diferenciaban en carácter. Sin embargo, gracias a su vida en común, conocían los problemas, las virtudes y los defectos unos de otros. Stefano Sándor en su relación con estos clérigos siempre encontró la medida adecuada. Stefano Sándor logró encontrar el tono fraternal para amonestarlos, cuando mostraban alguna de sus faltas, sin caer en el paternalismo. De hecho, fueron los jóvenes clérigos quienes pidieron su opinión. En mi opinión, él realizó los ideales de Don Bosco. Desde el primer momento de nuestro conocimiento, Stefano Sándor representó el espíritu que caracterizaba a los miembros de la Sociedad Salesiana: sentido del deber, pureza, religiosidad, practicidad y fidelidad a los principios cristianos».
            Un joven de esa época recuerda así el espíritu que animaba a Stefano Sándor: «Mi primer recuerdo de él está ligado a la sacristía del Clarisseum, en la que él, en calidad de sacristán principal, exigía el orden, imponiendo la seriedad debida a la situación, permaneciendo sin embargo siempre él, con su comportamiento, a darnos el buen ejemplo. Era una de sus características el darnos las directrices con un tono moderado, sin alzar la voz, pidiéndonos más bien cortésmente que hiciéramos nuestros deberes. Este su comportamiento espontáneo y amigable nos conquistó. Le queríamos de verdad. Nos encantó la naturalidad con la que Stefano Sándor se ocupaba de nosotros. Nos enseñaba, oraba y vivía con nosotros, testimoniando la espiritualidad de los coadjutores salesianos de ese tiempo. Nosotros, jóvenes, a menudo no nos dábamos cuenta de cuán especiales eran estas personas, pero él se destacaba por su seriedad, que manifestaba en la iglesia, en la tipografía y hasta en el campo de juego».

3. Reflejo de Dios con radicalidad evangélica
            Lo que daba espesor a todo esto – la dedicación a la misión y la capacidad profesional y educativa – y que impactaba inmediatamente a quienes lo encontraban era la figura interior de Stefano Sándor, la de discípulo del Señor, que vivía en cada momento su consagración, en la constante unión con Dios y en la fraternidad evangélica. De los testimonios procesales emerge una figura completa, también por ese equilibrio salesiano por el cual las diferentes dimensiones se conjugan en una personalidad armónica, unificada y serena, abierta al misterio de Dios vivido en lo cotidiano.
            Un rasgo que impacta de tal radicalidad es el hecho de que desde el noviciado todos sus compañeros, incluso aquellos aspirantes al sacerdocio y mucho más jóvenes que él, lo estimaban y lo veían como modelo a imitar. La ejemplaridad de su vida consagrada y la radicalidad con la que vivió y testificó los consejos evangélicos lo distinguieron siempre y en todas partes, por lo que en muchas ocasiones, incluso en el tiempo de la prisión, varios pensaban que era un sacerdote. Tal testimonio dice mucho de la singularidad con la que Stefano Sándor vivió siempre con clara identidad su vocación de salesiano coadjutor, evidenciando precisamente lo específico de la vida consagrada salesiana como tal. Entre los compañeros de noviciado, Gyula Zsédely habla así de Stefano Sándor: «Entramos juntos en el noviciado salesiano de Santo Stefano en Mezőnyárád. Nuestro maestro fue Béla Bali. Aquí pasé un año y medio con Stefano Sándor y fui testigo ocular de su vida, modelo de joven religioso. Aunque Stefano Sándor tenía al menos nueve-diez años más que yo, convivía con sus compañeros de noviciado de manera ejemplar; participaba en las prácticas de piedad junto a nosotros. No sentíamos en absoluto la diferencia de edad; él estaba a nuestro lado con afecto fraternal. Nos edificaba no solo a través de su buen ejemplo, sino también dándonos consejos prácticos en relación con la educación de la juventud. Se veía ya entonces cómo estaba predestinado a esta vocación según los principios educativos de Don Bosco… Su talento de educador saltó a la vista también para nosotros los novicios, especialmente en ocasión de las actividades comunitarias. Con su encanto personal nos entusiasmaba de tal manera, que dábamos por sentado que podíamos afrontar con facilidad incluso las tareas más difíciles. El motor de su profunda espiritualidad salesiana fueron la oración y la Eucaristía, así como la devoción a la Virgen María Auxiliadora. Durante el noviciado, que duró un año, veíamos en su persona un buen amigo. Se convirtió en nuestro modelo también en la obediencia, ya que, siendo él el mayor, fue puesto a prueba con pequeñas humillaciones, pero él las soportó con dominio y sin dar signos de sufrimiento o resentimiento. En ese tiempo, desafortunadamente, había alguien entre nuestros superiores que se divertía humillando a los novicios, pero Stefano Sándor supo resistir bien. Su grandeza de espíritu, arraigada en la oración, era perceptible para todos».
            Respecto a la intensidad con la que Stefano Sándor vivía su fe, con una continua unión con Dios, emerge una ejemplaridad de testimonio evangélico, que podemos bien definir como un “reflejo de Dios”: «Me parece que su actitud interior surgió de la devoción a la Eucaristía y a la Virgen, la cual había transformado también la vida de Don Bosco. Cuando se ocupaba de nosotros, “Pequeño Clero”, no daba la impresión de ejercer un oficio; sus acciones manifestaban la espiritualidad de una persona capaz de orar con gran fervor. Para mí y para mis coetáneos “el Señor Sándor” fue un ideal y ni por asomo pensábamos que todo lo que hemos visto y oído fuera una puesta en escena superficial. Considero que solo su íntima vida de oración pudo alimentar tal comportamiento cuando, aún siendo un confrater muy joven, había comprendido y tomado en serio el método de educación de Don Bosco».
            La radicalidad evangélica se expresó en diversas formas a lo largo de la vida religiosa de Stefano Sándor:
            – En esperar con paciencia el consentimiento de los padres para entrar en los Salesianos.
            – En cada paso de la vida religiosa tuvo que esperar: antes de ser admitido al noviciado tuvo que hacer el aspirantado; admitido al noviciado tuvo que interrumpirlo para hacer el servicio militar; la solicitud para la profesión perpetua, antes aceptada, será pospuesta después de un período adicional de votos temporales.
            – En las duras experiencias del servicio militar y en el frente. El enfrentamiento con un ambiente que tendía muchas trampas a su dignidad de hombre y de cristiano reforzó en este joven novicio la decisión de seguir al Señor, de ser fiel a su elección de Dios, cueste lo que cueste. Realmente no hay discernimiento más duro y exigente que el de un noviciado probado y evaluado en la trinchera de la vida militar.
            – En los años de la supresión y luego de la cárcel, hasta la hora suprema del martirio.

            Todo esto revela esa mirada de fe que acompañará siempre la historia de Stefano: la conciencia de que Dios está presente y actúa para el bien de sus hijos.

Conclusión
            Stefano Sándor desde su nacimiento hasta su muerte fue un hombre profundamente religioso, que en todas las circunstancias de la vida respondió con dignidad y coherencia a las exigencias de su vocación salesiana. Así vivió en el período del aspirantado y de la formación inicial, en su trabajo de tipógrafo, como animador del oratorio y de la liturgia, en el tiempo de la clandestinidad y de la encarcelación, hasta los momentos que precedieron su muerte. Deseoso, desde su primera juventud, de consagrarse al servicio de Dios y de los hermanos en la generosa tarea de la educación de los jóvenes según el espíritu de Don Bosco, fue capaz de cultivar un espíritu de fortaleza y de fidelidad a Dios y a los hermanos que lo pusieron en condiciones, en el momento de la prueba, de resistir, primero a las situaciones de conflicto y luego a la prueba suprema del don de la vida.
            Quisiera destacar el testimonio de radicalidad evangélica ofrecido por este hermano. De la reconstrucción del perfil biográfico de Stefano Sándor emerge un real y profundo camino de fe, iniciado desde su infancia y juventud, robustecido por la profesión religiosa salesiana y consolidado en la ejemplar vida de salesiano coadjutor. Se nota en particular una genuina vocación consagrada, animada según el espíritu de Don Bosco, por un intenso y fervoroso celo por la salvación de las almas, especialmente juveniles. Incluso los períodos más difíciles, como el servicio militar y la experiencia de la guerra, no mellaron el íntegro comportamiento moral y religioso del joven coadjutor. Es sobre tal base que Stefano Sándor sufrirá el martirio sin reconsideraciones o vacilaciones.
            La beatificación de Stefano Sándor compromete a toda la Congregación en la promoción de la vocación del salesiano coadjutor, acogiendo su testimonio ejemplar e invocando en forma comunitaria su intercesión por esta intención. Como salesiano laico, logró dar buen ejemplo incluso a los sacerdotes, con su actividad en medio de los jóvenes y con su ejemplar vida religiosa. Es un modelo para los jóvenes consagrados, por la manera con la cual enfrentó las pruebas y las persecuciones sin aceptar compromisos. Las causas a las que se dedicó, la santificación del trabajo cristiano, el amor por la casa de Dios y la educación de la juventud, son todavía misión fundamental de la Iglesia y de nuestra Congregación.

            Como educador ejemplar de los jóvenes, en particular de los aprendices y de los jóvenes trabajadores, y como animador del oratorio y de los grupos juveniles, nos es de ejemplo y de estímulo en nuestro compromiso de anunciar a los jóvenes el Evangelio de la alegría a través de la pedagogía de la bondad.




Con Nino Baglieri peregrino de la Esperanza, en el camino del Jubileo

El recorrido del Jubileo 2025, dedicado a la Esperanza, encuentra un testigo luminoso en la historia del Siervo de Dios Nino Baglieri. Desde la dramática caída que lo dejó tetrapléjico a los diecisiete años hasta su renacimiento interior en 1978, Baglieri pasó de la sombra de la desesperación a la luz de una fe activa, transformando su lecho de dolor en un púlpito de alegría. Su historia entrelaza los cinco signos jubilares – peregrinación, puerta, profesión de fe, caridad y reconciliación – mostrando que la esperanza cristiana no es evasión, sino fuerza que abre el futuro y sostiene cada camino.

1. Esperar como espera
            La esperanza, según el diccionario en línea Treccani, es un sentimiento de “expectativa confiada en la realización, presente o futura, de lo que se desea”. La etimología del sustantivo “esperanza” deriva del latín spes, a su vez derivado de la raíz sánscrita spa- que significa tender hacia una meta. En español, “esperar” y “aguardar” se traducen con el verbo esperar, que engloba en una sola palabra ambos significados: como si solo se pudiera aguardar lo que se espera. Este estado de ánimo nos permite afrontar la vida y sus desafíos con coraje y una luz en el corazón siempre encendida. La esperanza se expresa – en positivo o en negativo – también en algunos proverbios de la sabiduría popular: “La esperanza es lo último que muere”, “Mientras hay vida hay esperanza”, “Quien vive de esperanza, desesperado muere”.
            Casi recogiendo este “sentir compartido” sobre la esperanza, pero consciente de la necesidad de ayudar a redescubrir la esperanza en su dimensión más plena y verdadera, el Papa Francisco quiso dedicar el Jubileo Ordinario de 2025 a la Esperanza (Spes non confundit [La esperanza no defrauda] es la bula de convocatoria) y ya en 2014 decía: “La resurrección de Jesús no es el final feliz de un cuento bonito, no es el happy end de una película; sino la intervención de Dios Padre donde se quiebra la esperanza humana. En el momento en que todo parece perdido, en el momento del dolor, cuando muchas personas sienten la necesidad de bajar de la cruz, es el momento más cercano a la resurrección. La noche se vuelve más oscura justo antes de que comience la mañana, antes de que empiece la luz. En el momento más oscuro interviene Dios y resucita” (cf. Audiencia del 16 de abril de 2014).
            En este contexto encaja perfectamente la historia del Siervo de Dios Nino Baglieri (Modica, 1 de mayo de 1951 – 2 de marzo de 2007), joven albañil de diecisiete años que, al caer de un andamio de diecisiete metros por el repentino colapso de una tabla, se estrelló contra el suelo quedando tetrapléjico: desde esa caída, el 6 de mayo de 1968, solo pudo mover la cabeza y el cuello, dependiendo de por vida de otros para todo, incluso para las cosas más simples y humildes. Nino ni siquiera podía estrechar la mano de un amigo o acariciar a su madre… y vio desvanecerse la posibilidad de realizar sus sueños. ¿Qué esperanza de vida tiene ahora este joven? ¿Con qué sentimientos puede enfrentarse? ¿Qué futuro le espera? La primera respuesta de Nino fue la desesperación, la oscuridad total ante una búsqueda de sentido que no encontraba respuesta: primero un largo peregrinar por hospitales de distintas regiones italianas, luego la compasión de amigos y conocidos llevó a Nino a rebelarse y encerrarse en diez largos años de soledad y rabia, mientras el túnel de la vida se hacía cada vez más profundo.
            En la mitología griega, Zeus confía a Pandora un jarrón que contiene todos los males del mundo: al destaparlo, los hombres pierden la inmortalidad y comienzan una vida de sufrimiento. Para salvarlos, Pandora vuelve a abrir el jarrón y libera elpis, la esperanza, que había quedado en el fondo: era el único antídoto contra las aflicciones de la vida. Mirando al Dador de todo bien, sabemos que «la esperanza no defrauda» (Rm 5,5). El Papa Francisco en Spes non confundit escribe: “En el signo de esta esperanza el apóstol Pablo infunde valor a la comunidad cristiana de Roma […] Todos esperan. En el corazón de cada persona está encerrada la esperanza como deseo y espera del bien, aunque no se sepa qué traerá el mañana. La imprevisibilidad del futuro, sin embargo, genera sentimientos a veces opuestos: desde la confianza al temor, de la serenidad al desaliento, de la certeza a la duda. A menudo encontramos personas desconfiadas, que miran al futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad. Que el Jubileo sea para todos ocasión de reavivar la esperanza” (ídem, 1).

2. De testigo de la “desesperación” a “embajador” de esperanza
            Volvemos entonces a la historia de nuestro Siervo de Dios, Nino Baglieri.
            Deben pasar diez largos años antes de que Nino salga del túnel de la desesperación, las densas tinieblas se disipen y entre la Luz. Era la tarde del 24 de marzo, Viernes Santo de 1978, cuando el padre Aldo Modica con un grupo de jóvenes fue a casa de Nino, impulsado por su madre Peppina y algunas personas que participaban en el camino de la Renovación en el Espíritu, entonces en sus inicios en la parroquia salesiana cercana. Nino escribe: “mientras invocaban al Espíritu Santo sentí una sensación extrañísima, un gran calor invadía mi cuerpo, un fuerte hormigueo en todas mis extremidades, como si una fuerza nueva entrara en mí y algo viejo saliera. En ese momento dije mi ‘sí’ al Señor, acepté mi cruz y renací a una vida nueva, me convertí en un hombre nuevo. Diez años de desesperación borrados en unos instantes, porque una alegría desconocida entró en mi corazón. Yo deseaba la curación de mi cuerpo y en cambio el Señor me concedía una alegría aún mayor: la curación espiritual”.
            Comienza para Nino un nuevo camino: de “testigo de la desesperación” se convierte en “peregrino de esperanza”. Ya no aislado en su pequeña habitación sino “embajador” de esta esperanza, narra su experiencia a través de un programa emitido por una radio local y – gracia aún mayor – el buen Dios le concede la alegría de poder escribir con la boca. Nino confiesa: “En marzo de 1979 el Señor me hizo un gran milagro, aprendí a escribir con la boca, así empecé, estaba con mis amigos que hacían los deberes, les pedí que me dieran un lápiz y un cuaderno, empecé a hacer signos y a dibujar algo, pero luego descubrí que podía escribir y así comencé a escribir”. Entonces comienza a redactar sus memorias y a tener contacto por carta con personas de toda clase y en varias partes del mundo, con miles de cartas que hasta hoy se conservan. La esperanza recuperada lo hace creativo, ahora Nino redescubre el gusto por las relaciones y quiere hacerse – en la medida de lo posible – independiente: con la ayuda de una varilla que usa con la boca y una goma elástica aplicada al teléfono, marca los números para comunicarse con muchas personas enfermas, para dirigirles una palabra de consuelo. Descubre una nueva manera de afrontar su condición de sufrimiento, que lo saca del aislamiento y lo lleva a ser testigo del Evangelio de la alegría y la esperanza: “Ahora hay mucha alegría en mi corazón, en mí ya no existe dolor, en mi corazón está Tu amor. Gracias Jesús, mi Señor, desde mi lecho de dolor quiero alabarte y con todo mi corazón quiero darte gracias porque me has llamado para conocer la vida, para conocer la verdadera vida”.
            Nino cambió de perspectiva, dio un giro de 360° – el Señor le regaló la conversión – puso su confianza en ese Dios misericordioso que, a través de la “desgracia”, lo llamó a trabajar en su viña, para ser signo y instrumento de salvación y esperanza. Así, muchas personas que iban a visitarlo para consolarlo salían consoladas, con lágrimas en los ojos: no encontraban en ese camastro a un hombre triste y apesadumbrado, sino un rostro sonriente que irradiaba – a pesar de tantos sufrimientos, entre ellos las llagas y problemas respiratorios – alegría de vivir: la sonrisa era constante en su rostro y Nino se sentía “útil desde un lecho de cruz”. Nino Baglieri es lo opuesto a muchas personas de hoy, siempre en busca del sentido de la vida, que apuntan al éxito fácil y a la felicidad de cosas efímeras y sin valor, vive on-line, consumen la vida en un clic, quieren todo y ya pero tienen los ojos tristes, apagados. Nino aparentemente no tenía nada, y sin embargo tenía paz y alegría en el corazón: no vivió aislado, sino sostenido por el amor de Dios expresado en el abrazo y la presencia de toda su familia y de cada vez más personas que lo conocen y se relacionan con él.

3. Avivar la esperanza
            Construir la esperanza es: cada vez que no me conformo con mi vida y me esfuerzo por cambiarla. Cada vez que no me dejo endurecer por las experiencias negativas y evito que me vuelvan desconfiado. Cada vez que caigo y trato de levantarme, que no permito que los miedos tengan la última palabra. Cada vez que, en un mundo marcado por los conflictos, elijo la confianza y relanzar siempre, con todos. Cada vez que no huyo del sueño de Dios que me dice: “quiero que seas feliz”, “quiero que tengas una vida plena… plena también de santidad”. La cima de la virtud de la esperanza es, de hecho, una mirada al Cielo para habitar bien la tierra o, como diría Don Bosco, caminar con los pies en la tierra y el corazón en el Cielo.
            En esta línea de esperanza se cumple el jubileo que, con sus signos, nos pide ponernos en camino, cruzar algunas fronteras.
            Primer signo, la peregrinación: cuando uno se mueve de un lugar a otro está abierto a lo nuevo, al cambio. Toda la vida de Jesús fue “ponerse en camino”, un camino de evangelización que se cumple en el don de la vida y luego más allá, con la Resurrección y la Ascensión.
            Segundo signo, la puerta: en Jn 10,9 Jesús afirma «Yo soy la puerta: si alguien entra por mí será salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto». Pasar la puerta es dejarse acoger, ser comunidad. En el evangelio también se habla de la “puerta estrecha”: el Jubileo se convierte en camino de conversión.
            Tercer signo, la profesión de fe: expresar la pertenencia a Cristo y a la Iglesia y declararlo públicamente.
            Cuarto signo, la caridad: la caridad es la contraseña para el cielo, en 1Pe 4,8 el apóstol Pedro amonesta «conservad entre vosotros una gran caridad, porque la caridad cubre multitud de pecados».
            Quinto signo, por tanto, la reconciliación y la indulgencia jubilar: es un “tiempo favorable” (cf. 2Cor 6,2) para experimentar la gran misericordia de Dios y recorrer caminos de acercamiento y perdón hacia los hermanos; para vivir la oración del Padre Nuestro donde se pide “perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Es convertirse en criaturas nuevas.
            También en la vida de Nino hay episodios que lo conectan – en el “hilo” de la esperanza – con estas dimensiones jubilares. Por ejemplo, el arrepentimiento por algunas travesuras de su infancia, como cuando, en tres (él cuenta), “robábamos las ofrendas de las Misas en la sacristía, nos servían para jugar al futbolín. Cuando encuentras malos compañeros te llevan por mal camino. Luego uno tomó el manojo de llaves del Oratorio y lo escondió en mi bolso de libros que estaba en el estudio; encontraron las llaves, llamaron a los padres, nos dieron dos bofetadas y nos echaron de la escuela. ¡Vergüenza!”. Pero sobre todo en la vida de Nino está la caridad, ayudar al hermano pobre, en la prueba física y moral, hacerse presente con quien tiene dificultades también psicológicas y alcanzar por escrito a los hermanos en la cárcel para testimoniarles la bondad y el amor de Dios. A Nino, que antes de la caída había sido albañil, “[me] gustaba construir con mis manos algo que quedara en el tiempo: también ahora – escribe – me siento un albañil que trabaja en el Reino de Dios, para dejar algo que perdure en el tiempo, para ver las Obras Maravillosas de Dios que realiza en nuestra Vida”. Confiesa: “mi cuerpo parece muerto, pero en mi pecho sigue latiendo mi corazón. Las piernas no se mueven, y sin embargo, por los caminos del mundo yo camino”.

4. Peregrino hacia el cielo
            Nino, cooperador salesiano consagrado de la gran Familia Salesiana, concluye su “peregrinación” terrenal el viernes 2 de marzo de 2007 a las 8:00 de la mañana, con solo 55 años, de los cuales 39 los pasó tetrapléjico entre cama y silla de ruedas, después de pedir perdón a la familia por las dificultades que tuvo que afrontar por su condición. Deja la escena de este mundo en ropa deportiva y zapatillas, como pidió expresamente, para correr por los verdes prados floridos y saltar como una cierva junto a los cursos de agua. Leemos en su Testamento espiritual: “nunca dejaré de darte gracias, oh, Señor, por haberme llamado a Ti a través de la Cruz el 6 de mayo de 1968. Una cruz pesada para mis jóvenes fuerzas…”. El 2 de marzo la vida – don continuo que parte de los padres y se alimenta poco a poco con asombro y belleza – inserta para Nino Baglieri su pieza más importante: el abrazo con su Señor y Dios, acompañado por la Virgen.
            Al conocerse su partida, de muchas partes surge un coro unánime: «ha muerto un santo», un hombre que hizo de su lecho de cruz el estandarte de la vida plena, don para todos. Por tanto, un gran testigo de esperanza.
            Pasados 5 años de su muerte, así como lo prevén las Normae Servandae in Inquisitionibus ab Episcopis faciendis in Causis Sanctorum de 1983, el obispo de la Diócesis de Noto, a petición del Postulador General de la Congregación Salesiana, escuchada la Conferencia Episcopal Siciliana y obtenido el Nihil obstat de la Santa Sede, abre la Investigación Diocesana de la Causa de Beatificación y Canonización del Siervo de Dios Nino Baglieri.
            El proceso diocesano, que duró 12 años, se desarrolló a lo largo de dos líneas principales: el trabajo de la Comisión de Historia que buscó recogió, estudió y presentó muchas fuentes, sobre todo escritos “del” y “sobre” el Siervo de Dios; el Tribunal Eclesiástico, titular de la Investigación, que también escuchó bajo juramento a los testigos.
            Este camino concluyó el pasado 5 de mayo de 2024 en presencia de monseñor Salvatore Rumeo, actual obispo de la diócesis de Noto. Pocos días después los Actos procesales fueron entregados al Dicasterio para las Causas de los Santos que procedió a su apertura el 21 de junio de 2024. A principios de 2025, el mismo Dicasterio decretó su “Validez Jurídica”, con lo que la fase romana de la Causa puede entrar en su desarrollo.
            Ahora la aportación a la Causa continúa también dando a conocer la figura de Nino que al final de su camino terrenal recomendó: “no me dejéis sin hacer nada. Yo continuaré desde el cielo mi misión. Os escribiré desde el Paraíso”.
            El camino de la esperanza en su compañía se convierte así en deseo del Cielo, cuando “nos encontraremos cara a cara con la belleza infinita de Dios (cf. 1Cor 13,12) y podremos leer con gozosa admiración el misterio del universo, que participará junto a nosotros de la plenitud sin fin […]. Mientras tanto, nos unimos para hacernos cargo de esta casa que se nos ha confiado, sabiendo que lo bueno que hay en ella será asumido en la fiesta del cielo. Junto con todas las criaturas, caminamos por esta tierra buscando a Dios […] ¡Caminamos cantando!” (cf. Laudato Si, 243-244).

Roberto Chiaramonte




Don Elia Comini: sacerdote mártir en Monte Sole

El 18 de diciembre de 2024, el Papa Francisco reconoció oficialmente el martirio de don Elia Comini (1910-1944), Salesiano de Don Bosco, quien será beatificado. Su nombre se suma al de otros sacerdotes—como don Giovanni Fornasini, ya Beato desde 2021—que fueron víctimas de las feroces violencias nazis en el área de Monte Sole, en las colinas de Bolonia, durante la Segunda Guerra Mundial. La beatificación de don Elia Comini no es solo un acontecimiento de extraordinaria relevancia para la Iglesia bolonesa y la Familia Salesiana, sino que también constituye una invitación universal a redescubrir el valor del testimonio cristiano: un testimonio en el que la caridad, la justicia y la compasión prevalecen sobre toda forma de violencia y odio.

De los Apennino a los patios salesianos
            Don Elia Comini nace el 7 de mayo de 1910 en la localidad “Madonna del Bosco” de Calvenzano de Vergato, en la provincia de Bolonia. Su casa natal está contigua a un pequeño santuario mariano, dedicado a la “Madonna del Bosco”, y esta fuerte impronta en el signo de María lo acompañará toda la vida.
            Es el segundo hijo de Claudio y Emma Limoni, quienes se casaron, en la iglesia parroquial de Salvaro, el 11 de febrero de 1907. Al año siguiente nació el primogénito Amleto. Dos años más tarde, Elia vino al mundo. Bautizado al día siguiente de su nacimiento – 8 de mayo – en la parroquia Sant’Apollinare de Calvenzano, Elia recibe ese día también los nombres de “Michele” y “Giuseppe”.
            Cuando tiene siete años, la familia se traslada a la localidad “Casetta” de Pioppe de Salvaro en el municipio de Grizzana. En 1916, Elia comienza la escuela: asiste a las tres primeras clases de primaria en Calvenzano. En ese período también recibe la Primera Comunión. Aún pequeño, se muestra muy involucrado en el catecismo y en las celebraciones litúrgicas. Recibe la Confirmación el 29 de julio de 1917. Entre 1919 y 1922, Elia aprende los primeros elementos de pastoral en la “escuela de fuego” de Mons. Fidenzio Mellini, quien de joven había conocido a don Bosco, quien le había profetizado el sacerdocio. En 1923, don Mellini orienta tanto a Elia como a su hermano Amleto hacia los Salesianos de Finale Emilia, y ambos aprovecharán el carisma pedagógico del santo de los jóvenes: Amleto como docente y “emprendedor” en el ámbito escolar; Elia como Salesiano de Don Bosco.
            Noviado desde el 1 de octubre de 1925 en San Lázaro de Savena, Elia Comini queda huérfano de padre el 14 de septiembre de 1926, a pocos días (3 de octubre de 1926) de su Primera Profesión religiosa, que renovará hasta la Perpetua, el 8 de mayo de 1931 en el aniversario de su bautismo, en el Instituto “San Bernardino” de Chiari. En Chiari será además “tirocinante” en el Instituto Salesiano “Rota”. Recibe el 23 de diciembre de 1933 los órdenes menores del ostiariado y del lectorado; del exorcistado y del acolitado el 22 de febrero de 1934. Es subdiácono el 22 de septiembre de 1934. Ordenado diácono en la catedral de Brescia el 22 de diciembre de 1934, don Elia es consagrado sacerdote por la imposición de manos del Obispo de Brescia Mons. Giacinto Tredici el 16 de marzo de 1935, con solo 24 años: al día siguiente celebra la Primera Misa en el Instituto salesiano “San Bernardino” de Chiari. El 28 de julio de 1935 celebrará con una Misa en Salvaro.
            Inscrito en la facultad de Letras Clásicas y Filosofía de la entonces Real Universidad de Milán, es muy querido por los alumnos, ya como docentes, ya como padre y guía en el Espíritu: su carácter, serio sin rigidez, le vale estima y confianza. Don Elia es también un fino músico y humanista, que aprecia y sabe hacer apreciar las “cosas bellas”. En los trabajos escritos, muchos estudiantes, además de desarrollar el tema, encuentran natural abrirle a don Elia su propio corazón, proporcionándole así la ocasión para acompañarlos y orientarlos. De don Elia “Salesiano” se dirá que era como la gallina con los pollitos alrededor («Se leía en su rostro toda la felicidad de escucharlo: parecían una camada de pollitos alrededor de la gallina»): ¡todos cerca de él! Esta imagen evoca la de Mt 23,37 y expresa su actitud de reunir a las personas para alegrarlas y cuidarlas.
            Don Elia se gradúa el 17 de noviembre de 1939 en Letras Clásicas con una tesis sobre el De resurrectione carnis de Tertuliano, con el profesor Luigi Castiglioni (latinista de fama y coautor de un célebre diccionario de latín, el “Castiglioni-Mariotti”): al detenerse en las palabras «resurget igitur caro», Elia comenta que se trata del canto de victoria después de una larga y extenuante batalla.

Un viaje sin retorno
            Cuando el hermano Amleto se traslada a Suiza, la madre – señora Emma Limoni – queda sola en Apeninos: por lo tanto, don Elia, en plena sintonía con los Superiores, le dedicará cada año sus vacaciones. Cuando regresaba a casa ayudaba a la madre, pero – sacerdote – se mostraba ante todo disponible en la pastoral local, apoyando a Mons. Mellini.
            De acuerdo con los Superiores y en particular con el Inspector, don Francesco Rastello, don Elia regresa a Salvaro también en el verano de 1944: ese año espera poder evacuar a su madre de una zona donde, a poca distancia, fuerzas Aliadas, Partisanos y efectivos nazi-fascistas definían una situación de particular riesgo. Don Elia es consciente del peligro que corre al dejar su Treviglio para ir a Salvaro y un hermano, don Giuseppe Bertolli sdb, recuerda: «al despedirlo le dije que un viaje como el suyo podría también ser sin retorno; le pregunté también, naturalmente bromeando, qué me dejaría si no regresaba; él me respondió con mi mismo tono, que me dejaría sus libros…; luego no lo volví a ver». Don Elia ya era consciente de dirigirse hacia “el ojo del ciclón” y no buscó en la casa Salesiana (donde fácilmente podría haber permanecido) una forma de protección: «El último recuerdo que tengo de él data del verano de 1944, cuando, con motivo de la guerra, la Comunidad comenzó a disolverse; aún siento mis palabras que se dirigían a él con un tono casi de broma, recordándole que él, en esos oscuros períodos que estábamos a punto de enfrentar, debería sentirse privilegiado, ya que en el techo del Instituto se había trazado una cruz blanca y nadie tendría el valor de bombardearlo. Sin embargo, él, como un profeta, me respondió que tuviera mucho cuidado porque durante las vacaciones podría leer en los periódicos que Don Elia Comini había muerto heroicamente en el cumplimiento de su deber». «La impresión del peligro al que se exponía era viva en todos», ha comentado un hermano.

            A lo largo del viaje hacia Salvaro, don Comini hace una parada en Módena, donde sufre una grave herida en una pierna: según una reconstrucción, al interponerse entre un vehículo y un transeúnte, evitando así un accidente más grave; según otra, por haber ayudado a un señor a empujar un carrito. De todos modos, por haber socorrido al prójimo. Dietrich Bonhoeffer escribió: «Cuando un loco lanza su auto sobre la acera, yo no puedo, como pastor, contentarme con enterrar a los muertos y consolar a las familias. Debo, si me encuentro en ese lugar, saltar y agarrar al conductor en su volante».
            El episodio de Módena expresa, en este sentido, una actitud de don Elia que en Salvaro, en los meses siguientes, se manifestaría aún más: interponerse, mediar, acudir en primera persona, exponer su vida por los hermanos, siempre consciente del riesgo que ello conlleva y serenamente dispuesto a pagar las consecuencias.

Un pastor en el frente de guerra
            Cojeando, llega a Salvaro al atardecer del 24 de junio de 1944, apoyándose como puede en un bastón: ¡un instrumento inusual para un joven de 34 años! Encuentra la casa parroquial transformada: Mons. Mellini alberga a decenas de personas, pertenecientes a núcleos familiares de evacuados; además, las 5 hermanas Esclavas del Sagrado Corazón, responsables de la guardería, entre ellas la hermana Alberta Taccini. Anciano, cansado y sacudido por los eventos bélicos, en ese verano Mons. Fidenzio Mellini tiene dificultades para decidir, se ha vuelto más frágil e incierto. Don Elia, que lo conoce desde niño, comienza a ayudarlo en todo y toma un poco el control de la situación. La herida en la pierna le impide además evacuar a su madre: don Elia permanece en Salvaro y, cuando puede volver a caminar bien, las circunstancias cambiantes y las crecientes necesidades pastorales harán que se quede.
            Don Elia anima la pastoral, sigue el catecismo, se ocupa de los huérfanos abandonados a sí mismos. Además, acoge a los evacuados, anima a los temerosos, modera a los imprudentes. La presencia de don Elia se convierte en un elemento aglutinador, un signo bueno en esos dramáticos momentos donde las relaciones humanas son desgarradas por sospechas y oposiciones. Pone al servicio de tanta gente las capacidades organizativas y la inteligencia práctica adquiridas en años de vida salesiana. Escribe a su hermano Amleto: «Ciertamente son momentos dramáticos, y peores se presagian. Esperamos todo en la gracia de Dios y en la protección de la Madonna, que debéis invocar vosotros por nosotros. Espero poder haceros llegar aún nuestras noticias».

            Los alemanes de la Wehrmacht vigilan la zona y, en las alturas, está la brigada partisana “Estrella Roja”. Don Elia Comini permanece una figura ajena a reivindicaciones o partidarismos de ningún tipo: es un sacerdote y hace valer instancias de prudencia y pacificación. A los partisanos les decía: «Muchachos, miren lo que hacen, porque arruinan a la población…», exponiéndola a represalias. Ellos lo respetan y, en julio y septiembre de 1944, pedirán Misas en la parroquia de Salvaro. Don Elia acepta, haciendo descender a los partisanos y celebrando sin esconderse, evitando en cambio subir él a la zona partisana y prefiriendo – como siempre hará ese verano – quedarse en Salvaro o en zonas limítrofes, sin esconderse ni deslizarse en actitudes “ambiguas” a los ojos de los nazi-fascistas.

            El 27 de julio, don Elia Comini escribe las últimas líneas de su Diario espiritual: «27 de julio: me encuentro justo en medio de la guerra. Tengo nostalgia de mis hermanos y de mi casa en Treviglio; si pudiera, regresaría mañana».
            Desde el 20 de julio, compartía una fraternidad sacerdotal con el padre Martino Capelli, Dehoniano, nacido el 20 de septiembre de 1912 en Nembro en la provincia de Bérgamo y ya docente de Sagrada Escritura en Bolonia, también él huésped de Mons. Mellini y ayudando en la pastoral.
            Elia y Martino son dos estudiosos de lenguas antiguas que ahora deben ocuparse de las cosas más prácticas y materiales. La casa parroquial de Mons. Mellini se convierte en lo que Mons. Luciano Gherardi luego llamará «la comunidad del arca», un lugar que acoge para salvar. El padre Martino era un religioso que se había entusiasmado al escuchar hablar de los mártires mexicanos y habría deseado ser misionero en China. Elia, desde joven, es perseguido por una extraña conciencia de “deber morir” y ya a los 17 años había escrito: «Siempre persiste en mí el pensamiento de que debo morir! – ¿Quién sabe?! Hagamos como el siervo fiel: siempre preparado para el llamado, a “reddere rationem” de la gestión».
            El 24 de julio, don Elia inicia el catecismo para los niños en preparación a las primeras Comuniones, programadas para el 30 de julio. El 25, nace una niña en el baptisterio (todos los espacios, desde la sacristía hasta el gallinero, estaban abarrotados) y se cuelga un lazo rosa.
            Durante todo el mes de agosto de 1944, soldados de la Wehrmacht se estacionan en la casa parroquial de Mons. Mellini y en el espacio frente a ella. Entre alemanes, evacuados, consagrados… la tensión podría estallar en cualquier momento: don Elia media y previene también en pequeñas cosas, por ejemplo, actuando como “amortiguador” entre el volumen demasiado alto de la radio de los alemanes y la paciencia ya demasiado corta de Mons. Mellini. También hubo un poco de Rosario todos juntos. Don Angelo Carboni confirma: «Con la intención siempre de confortar a Monseñor, D. Elia se esforzó mucho contra la resistencia de una compañía de alemanes que, estableciéndose en Salvaro el 1 de agosto, quería ocupar varios ambientes de la casa parroquial, quitando toda libertad y comodidad a los familiares y evacuados allí hospedados. Acomodados los alemanes en el archivo de Monseñor, aquí están de nuevo perturbando, ocupando con sus carros buena parte del patio de la Iglesia; con modos aún más amables y persuasivas palabras, D. Elia logró también esta otra liberación en favor de Monseñor, que la opresión de la lucha había obligado a descansar». En esas semanas, el sacerdote salesiano es firme en proteger el derecho de Mons. Mellini a moverse con cierta comodidad en su propia casa – así como el de los evacuados a no ser alejados de la casa parroquial –: sin embargo, reconoce algunas necesidades de los hombres de la Wehrmacht y eso le atrae la benevolencia hacia Mons. Mellini, que los soldados alemanes aprenderán a llamar el buen pastor. De los alemanes, don Elia obtiene comida para los evacuados. Además, canta para calmar a los niños y cuenta episodios de la vida de don Bosco. En un verano marcado por asesinatos y represalias, con don Elia algunos civiles logran incluso ir a escuchar un poco de música, evidentemente difundida por el aparato de los alemanes, y comunicarse con los soldados a través de breves gestos. Don Rino Germani sdb, Vicepostulador de la Causa, afirma: «Entre las dos fuerzas en lucha se inserta la obra incansable y mediadora del Siervo de Dios. Cuando es necesario se presenta al Comando alemán y con educación y preparación logra conquistar la estima de algún oficial. Así muchas veces logra evitar represalias, saqueos y lutos».

            Liberada la casa parroquial de la presencia fija de la Wehrmacht el 1 de septiembre de 1944 – «El 1 de septiembre los alemanes dejaron libre la zona de Salvaro, solo algunos permanecieron por unos días más en la casa Fabbri» – la vida en Salvaro puede respirar un alivio. Don Elia Comini persevera mientras tanto en las iniciativas de apostolado, ayudado por los otros sacerdotes y las hermanas.
            Mientras tanto, el padre Martino acepta algunas invitaciones a predicar en otros lugares y sube a la montaña, donde su cabello claro le causa un gran problema con los partisanos que lo sospechan alemán, don Elia permanece sustancialmente en Salvaro. El 8 de septiembre escribe al director salesiano de la Casa de Treviglio: «Te dejo imaginar nuestro estado de ánimo en estos momentos. Hemos atravesado días negrísimos y dramáticos. […] Mi pensamiento está siempre contigo y con los queridos hermanos de allí. Siento vivísima la nostalgia […]».

            Desde el 11 predica los Ejercicios a las Hermanas sobre el tema de los Novísimos, de los votos religiosos y de la vida del Señor Jesús.
            Toda la población – declaró una mujer consagrada – amaba a Don Elia, también porque él no dudaba en entregarse a todos, en cada momento; no solo pedía a las personas que rezaran, sino que les ofrecía un ejemplo válido con su piedad y ese poco de apostolado que, dada la circunstancia, era posible ejercer.
            La experiencia de los Ejercicios imprime un dinamismo diferente a toda la semana, y involucra transversalmente a consagrados y laicos. Por la noche, de hecho, don Elia reúne a 80-90 personas: se intentaba suavizar la tensión con un poco de alegría, buenos ejemplos, caridad. En esos meses tanto él como el padre Martino, al igual que otros sacerdotes: primero entre todos don Giovanni Fornasini, estaban en primera línea en muchas obras de bien.

La masacre de Montesole
            La matanza más feroz y más grande llevada a cabo por las SS nazis en Europa, durante la guerra de 1939-45, fue la que se consumó alrededor de Monte Sole, en los territorios de Marzabotto, Grizzana Morandi y Monzuno, aunque comúnmente se conoce como la “masacre de Marzabotto”.
            Entre el 29 de septiembre y el 5 de octubre de 1944, los caídos fueron 770, pero en total las víctimas de alemanes y fascistas, desde la primavera de 1944 hasta la liberación, fueron 955, distribuidas en 115 localidades diferentes dentro de un vasto territorio que comprende los municipios de Marzabotto, Grizzana y Monzuno y algunas porciones de los territorios limítrofes. De estos, 216 fueron niños, 316 mujeres, 142 ancianos, 138 víctimas reconocidas como partisanos, cinco sacerdotes, cuya culpa a los ojos de los alemanes consistía en haber estado cerca, con la oración y la ayuda material, a toda la población de Monte Sole en los trágicos meses de guerra y ocupación militar. Junto a don Elia Comini, Salesiano, y al padre Martino Capelli, Dehoniano, en esos trágicos días también fueron asesinados tres sacerdotes de la Arquidiócesis de Bolonia: don Ubaldo Marchioni, don Ferdinando Casagrande, don Giovanni Fornasini. De los cinco está en curso la Causa de Beatificación y Canonización. Don Giovanni, el “Ángel de Marzabotto”, cayó el 13 de octubre de 1944. Tenía veintinueve años y su cuerpo permaneció sin sepultar hasta 1945, cuando fue encontrado gravemente martirizado; fue beatificado el 26 de septiembre de 2021. Don Ubaldo murió el 29 de septiembre, asesinado por una ráfaga de ametralladora en el altar de su iglesia de Casaglia; tenía 26 años, había sido ordenado sacerdote dos años antes. Los soldados alemanes lo encontraron a él y a la comunidad en la oración del rosario. Él fue asesinado allí, a los pies del altar. Los otros – más de 70 – en el cementerio cercano. Don Ferdinando fue asesinado, el 9 de octubre, por un disparo en la nuca, junto a su hermana Giulia; tenía 26 años.

De la Wehrmacht a las SS
            El 25 de septiembre la Wehrmacht abandona la zona y cede el mando a las SS del 16º Batallón de la Decimosexta División Acorazada “Reichsführer – SS”, una División que incluye elementos SS “Totenkopf – Cabeza de muerto” y que había estado precedida por una estela de sangre, habiendo estado presente en Sant’Anna di Stazzema (Lucca) el 12 de agosto de 1944; en San Terenzo Monti (Massa-Carrara, en Lunigiana) el 17 de ese mes; en Vinca y alrededores (Massa-Carrara, en Lunigiana a los pies de los Alpes Apuanos) del 24 al 27 de agosto.
            El 25 de septiembre las SS establecen el “Alto mando” en Sibano. El 26 de septiembre se trasladan a Salvaro, donde también está don Elia: zona fuera del área de inmediata influencia partisana. La dureza de los comandantes en perseguir el más total desprecio por la vida humana, la costumbre de mentir sobre el destino de los civiles y la estructura paramilitar – que recurría gustosamente a técnicas de “tierra quemada”, en desprecio a cualquier código de guerra o legitimidad de órdenes impartidas desde arriba – lo convertía en un escuadrón de la muerte que no dejaba nada intacto a su paso. Algunos habían recibido una formación de carácter explícitamente concentracionista y eliminacionista, destinada a: supresión de la vida, con fines ideológicos; odio hacia quienes profesaban la fe judeocristiana; desprecio por los pequeños, los pobres, los ancianos y los débiles; persecución de quienes se opusieran a las aberraciones del nacionalsocialismo. Había un verdadero catecismo – anticristiano y anticatólico – del cual las jóvenes SS estaban impregnadas.
            «Cuando se piensa que la juventud nazi estaba formada en el desprecio de la personalidad humana de los judíos y de las otras razas “no elegidas”, en el culto fanático de una supuesta superioridad nacional absoluta, en el mito de la violencia creadora y de las “nuevas armas” portadoras de justicia en el mundo, se comprende dónde estaban las raíces de las aberraciones, facilitadas por la atmósfera de guerra y por el temor a una decepcionante derrota».
            Don Elia Comini – con el padre Capelli – acude para confortar, tranquilizar, exhortar. Decide que se acojan en la casa parroquial sobre todo a los supervivientes de las familias en las que los alemanes habían asesinado por represalia. Al hacerlo, aleja a los sobrevivientes del peligro de encontrar la muerte poco después, pero sobre todo los arranca – al menos en la medida de lo posible – de esa espiral de soledad, desesperación y pérdida de voluntad de vivir que podría haberse traducido incluso en deseo de muerte. Además, logra hablar con los alemanes y, en al menos una ocasión, hacer desistir a las SS de su propósito, haciéndolas pasar de largo y pudiendo así advertir posteriormente a los refugiados de salir del escondite.
            El Vicepostulador don Rino Germani sdb escribía: «Llega don Elia. Los tranquiliza. Les dice que salgan, porque los alemanes se han ido. Habla con los alemanes y los hace ir más allá».
            También es asesinado Paolo Calanchi, un hombre a quien la conciencia no le reprocha nada y que comete el error de no escapar. Será nuevamente don Elia quien acuda, antes de que las llamas agredan su cuerpo, intentando al menos honrar sus restos al no haber llegado a tiempo para salvarle la vida: «El cuerpo de Paolino es salvado de las llamas precisamente por don Elia que, a riesgo de su vida, lo recoge y transporta con un carrito a la Iglesia de Salvaro».
            La hija de Paolo Calanchi ha testificado: «Mi padre era un hombre bueno y honesto [“en tiempos de cartilla de racionamiento y de hambruna daba pan a quien no tenía”] y había rechazado escapar sintiéndose tranquilo hacia todos. Fue asesinado por los alemanes, fusilado, en represalia; más tarde también fue incendiada la casa, pero el cuerpo de mi padre había sido salvado de las llamas precisamente por Don Comini, que, a riesgo de su propia vida, lo había recogido y transportado con un carrito a la Iglesia de Salvaro, donde, en un ataúd que él construyó con tablas de desecho, fue inhumado en el cementerio. Así, gracias al coraje de Don Comini y, muy probablemente, también de Padre Martino, terminada la guerra, mi madre y yo pudimos encontrar y hacer transportar el ataúd de nuestro querido al cementerio de Vergato, junto al de mi hermano Gianluigi, que murió 40 días después al cruzar el frente».
            Una vez don Elia había dicho de la Wehrmacht: «Debemos amar también a estos alemanes que vienen a molestarnos». «Amaba a todos sin preferencia». El ministerio de don Elia fue muy valioso para Salvaro y muchos evacuados, en esos días. Testigos han declarado: «Don Elia fue nuestra fortuna porque teníamos al párroco demasiado anciano y débil. Toda la población sabía que Don Elia tenía este interés por nosotros; Don Elia ayudó a todos. Se puede decir que todos los días lo veíamos. Decía la Misa, pero luego a menudo estaba en el atrio de la iglesia mirando: los alemanes estaban abajo, hacia el Reno; los partisanos venían de la montaña, hacia la Creda. Una vez, por ejemplo, (unos días antes del 26) vinieron los partisanos. Nosotros salíamos de la iglesia de Salvaro y allí estaban los partisanos, todos armados; y Don Elia se preocupaba mucho de que se fueran, para evitar problemas. Lo escucharon y se fueron. Probablemente, si no hubiera estado él, lo que sucedió después, habría ocurrido mucho antes»; «Por lo que sé, Don Elia era el alma de la situación, ya que con su personalidad sabía manejar muchas cosas que en esos momentos dramáticos eran de vital importancia».

            Aunque era un sacerdote joven, don Elia Comini era confiable. Esta su confiabilidad, unida a una profunda rectitud, lo acompañaba desde siempre, incluso desde que era seminarista, como resulta de un testimonio: «Lo tuve cuatro años en el Rota, desde 1931 hasta 1935, y, aunque aún era seminarista, me dio una ayuda que difícilmente habría encontrado en otro hermano, incluso anciano».

El triduo de pasión
            La situación, sin embargo, se precipita después de pocos días, el 29 de septiembre por la mañana cuando las SS cometen una terrible masacre en la localidad “Creda”. La señal para el inicio de la masacre son un cohete blanco y uno rojo en el aire: comienzan a disparar, las ametralladoras golpean a las víctimas, atrincheradas contra un pórtico y prácticamente sin salida. Se lanzan entonces granadas de mano, algunas incendiarias y el establo – donde algunos habían logrado encontrar refugio – se incendia. Pocos hombres, aprovechando un instante de distracción de las SS en ese infierno, se precipitan hacia el bosque. Attilio Comastri, herido, se salva porque el cuerpo yerto de su esposa Ines Gandolfi le ha hecho escudo: vagará durante días, en estado de shock, hasta que logre cruzar el frente y salvar su vida; había perdido, además de a su esposa, a su hermana Marcellina y a su hija Bianca, de apenas dos años. También Carlo Cardi logra salvarse, pero su familia es aniquilada: Walter Cardi tenía solo 14 días, fue la más pequeña víctima de la masacre de Monte Sole. Mario Lippi, uno de los sobrevivientes, atestigua: «No sé yo mismo cómo me salvé milagrosamente, dado que, de 82 personas reunidas bajo el pórtico, quedaron asesinadas 70 [69, según la reconstrucción oficial]. Recuerdo que además del fuego de las ametralladoras, los alemanes también nos lanzaron granadas de mano y creo que algunas esquirlas de estas me hirieron levemente en el costado derecho, en la espalda y en el brazo derecho. Yo, junto con otras siete personas, aprovechando que en [un] lado del pórtico había una puertita que daba a la calle, escapé hacia el bosque. Los alemanes, al vernos huir, nos dispararon, matando a uno de nosotros [de] nombre Gandolfi Emilio. Preciso que entre las 82 personas reunidas bajo el mencionado pórtico había también una veintena de niños, de los cuales dos en pañales, en brazos de sus respectivas madres, y una veintena de mujeres».
            En la Creda hay 21 niños menores de 11 años, algunos muy pequeños; 24 mujeres (de las cuales una adolescente); casi 20 “ancianos”. Entre las familias más afectadas están los Cardi (7 personas), los Gandolfi (9 personas), los Lolli (5 personas), los Macchelli (6 personas).
            Desde la casa parroquial de Mons. Mellini, mirando hacia arriba, en un momento se ve el humo: pero es muy temprano, la Creda permanece oculta a la vista y el bosque amortigua los ruidos. En la parroquia ese día – 29 de septiembre, fiesta de los Santos Arcángeles – se celebran tres Misas, por la mañana temprano, en inmediata sucesión: la de Mons. Mellini; la de padre Capelli que luego se va a llevar una Unción de los Enfermos en la localidad “Casellina”; la de don Comini. Y es entonces cuando el drama llama a la puerta: «Ferdinando Castori, que también había escapado de la masacre, llegó a la iglesia de Salvaro manchado de sangre como un carnicero, y se fue a esconder dentro de la cúspide del Campanario». Hacia las 8 llega a la casa parroquial un hombre desconcertado: parecía «un monstruo por su aspecto aterrador», dice la hermana Alberta Taccini. Pide ayuda para los heridos. Una setentena de personas ha muerto o está muriendo entre terribles suplicios. Don Elia, en pocos instantes, tiene la lucidez de esconder a 60/70 hombres en la sacristía, empujando contra la puerta un viejo armario que dejaba el umbral visible desde abajo, pero era no obstante la única esperanza de salvación: «Fue entonces cuando Don Elia, precisamente él, tuvo la idea de esconder a los hombres al lado de la sacristía, poniendo luego un armario frente a la puerta (lo ayudaron una o dos personas que estaban en casa de Monsignore). La idea fue de Don Elia; pero todos estaban en contra de que fuera Don Elia quien hiciera ese trabajo… Él lo quiso. Los demás decían: “¿Y si luego nos descubren?”». Otra reconstrucción: «Don Elia logró esconder en un local contiguo a la sacristía a una sesentena de hombres y contra la puerta empujó un viejo armario. Mientras tanto, el crepitar de las ametralladoras y los gritos desesperados de la gente llegaban desde las casas cercanas. Don Elia tuvo la fuerza de comenzar el S. Sacrificio de la Misa, la última de su vida. No había terminado aún, cuando llegó aterrorizado y agitado un joven de la localidad “Creda” a pedir socorro porque las SS habían rodeado una casa y arrestado a sesenta y nueve personas, hombres, mujeres, niños».
            «Aún en vestiduras sagradas, postrado en el altar, inmerso en oración, invoca por todos la ayuda del Sagrado Corazón, la intercesión de María Auxiliadora, de san Juan Bosco y de san Miguel Arcángel. Luego, con un breve examen de conciencia, recitando tres veces el acto de dolor, les hace una preparación a la muerte. Recomienda a la asistencia de las hermanas a todas esas personas y a la Superiora que guíe fuertemente la oración para que los fieles puedan encontrar en ella el consuelo del cual tienen necesidad».
            A propósito de don Elia y del padre Martino, que regresó poco después, «se constatan algunas dimensiones de una vida sacerdotal gastada conscientemente por los demás hasta el último instante: su muerte fue un prolongar en el don de la vida la Misa celebrada hasta el último día». Su elección tenía «raíces lejanas, en la decisión de hacer el bien incluso si se estaba en la última hora, dispuestos incluso al martirio»: «muchas personas vinieron a buscar ayuda en la parroquia y, a espaldas del párroco, Don Elia y el Padre Martino trataron de esconder a cuantas más personas posible; luego, asegurándose de que estuvieran de alguna manera asistidas, corrieron al lugar de las masacres para poder llevar ayuda también a los más desafortunados; el mismo Mons. Mellini no se dio cuenta de esto y continuaba buscando a los dos sacerdotes para que le ayudaran a recibir a toda esa gente» («Tenemos la certeza de que ninguno de ellos era partisano o había estado con los partisanos»).

            En esos momentos, don Elia demuestra una gran lucidez que se traduce tanto en un espíritu organizativo como en la conciencia de poner en riesgo su propia vida: «A la luz de todo esto, y Don Elia lo sabía bien, no podemos, por lo tanto, buscar esa caridad que induce al intento de ayudar a los demás, sino más bien ese tipo de caridad (que luego fue la misma de Cristo) que induce a participar hasta el fondo en el sufrimiento ajeno, sin temer siquiera la muerte como su última manifestación. El hecho de que su elección haya sido clara y bien razonada también se demuestra por el espíritu organizativo que manifestó hasta unos minutos antes de su muerte, al intentar con prontitud e inteligencia esconder a tantas personas como fuera posible en los locales ocultos de la canonjía; luego la noticia de la Creda y, después de la caridad fraterna, la caridad heroica».
            Una cosa es cierta: si don Elia se hubiera escondido con todos los demás hombres o incluso solo se hubiera quedado al lado de Mons. Mellini, no habría tenido nada que temer. En cambio, don Elia y padre Martino toman la estola, los óleos santos y una caja con algunas Partículas consagradas «partieron, por lo tanto, hacia la montaña, armados con la estola y el aceite de los enfermos»: «Cuando Don Elia regresó de haber ido con Monseñor, tomó la Píxide con las Hostias y el Aceite Santo y se volvió hacia nosotros: ¡aún ese rostro! estaba tan pálido que parecía uno ya muerto. Y dijo: “¡Recen, recen por mí, porque tengo una misión que cumplir!”». «¡Recen por mí, no me dejen solo!». «Nosotros somos sacerdotes y debemos ir y debemos hacer nuestro deber». «Vamos a llevar al Señor a nuestros hermanos».

            Arriba en la Creda hay mucha gente que está muriendo entre suplicios: deben acudir, bendecir y – si es posible – intentar interponerse respecto a las SS.
            La señora Massimina [Zappoli], luego testigo también en la investigación militar de Bolonia, recuerda: «A pesar de las oraciones de todos nosotros, ellos celebraron rápidamente la Eucaristía y, impulsados solo por la esperanza de poder hacer algo por las víctimas de tanta ferocidad al menos con un consuelo espiritual, tomaron el SS. Sacramento y corrieron hacia la Creda. Recuerdo que mientras Don Elia, ya lanzado en su carrera, pasó junto a mí en la cocina, me aferré a él en un último intento de disuadirlo, diciendo que nosotros quedaríamos a merced de nosotros mismos; él hizo entender que, por grave que fuera nuestra situación, había quienes estaban peor que nosotros y era a esos a quienes debían ir».
            Él está inamovible y se niega, como luego sugirió Mons. Mellini, a retrasar la subida a la Creda cuando los alemanes se hubieran ido: «Ha sido [por lo tanto] una pasión, antes que cruento, […] del corazón, la pasión del espíritu. En esos tiempos se estaba aterrorizado por todo y por todos: no se tenía más confianza en nadie: cualquiera podía ser un enemigo determinante para la propia vida. Cuando los dos Sacerdotes se dieron cuenta de que alguien realmente necesitaba de ellos no dudaron tanto en decidir qué hacer […] y sobre todo no recurrieron a lo que era la decisión inmediata para todos, es decir, encontrar un escondite, intentar cubrirse y estar fuera de la contienda. Los dos Sacerdotes, en cambio, se adentraron, conscientemente, sabiendo que su vida estaba al 99% en riesgo; y lo hicieron para ser verdaderamente sacerdotes: es decir, para asistir y consolar; para dar también el servicio de los Sacramentos, por lo tanto, de la oración, del consuelo que la fe y la religión ofrecen».
            Una persona dijo: «Don Elia, para nosotros, ya era santo. Si hubiera sido una persona normal […] no se habría puesto; también se habría escondido, detrás del armario, como todos los demás».
            Con los hombres escondidos, son las mujeres las que intentan retener a los sacerdotes, en un intento extremo de salvarles la vida. La escena es al mismo tiempo agitada y muy elocuente: «Lidia Macchi […] y otras mujeres intentaron impedirles partir, trataron de retenerlos por la sotana, los persiguieron, los llamaron a gritos para que regresaran: impulsados por una fuerza interior que es ardor de caridad y solicitud misionera, ellos estaban ya decididamente caminando hacia la Creda llevando los consuelos religiosos».
            Una de ellas recuerda: «Los abracé, los sostenía firmes por los brazos, diciendo y suplicando: – ¡No vayan! – ¡No vayan!».
            Y Lidia Marchi añade: «Yo tiraba de Padre Martino por la vestimenta y lo retenía […] pero ambos sacerdotes repetían: – Debemos ir; el Señor nos llama».

            «Debemos cumplir con nuestro deber. Y [don Elia y padre Martino,] como Jesús, se dirigieron hacia un destino marcado».
            «La decisión de ir a la Creda fue elegida por los dos sacerdotes por puro espíritu pastoral; a pesar de que todos intentaban disuadirlos, ellos quisieron ir impulsados por la esperanza de poder salvar a alguien de aquellos que estaban a merced de la rabia de los soldados».
            A la Creda, casi con seguridad, nunca llegaron. Capturados, según un testigo, cerca de un “pilar”, apenas fuera del campo visual de la parroquia, don Elia y padre Martino fueron vistos más tarde cargados de municiones, a la cabeza de los rastreados, o aún solos, atados, con cadenas, cerca de un árbol mientras no había ninguna batalla en curso y las SS comían. Don Elia intimó a una mujer que escapara, que no se detuviera para evitar ser asesinada: «Anna, por caridad, escapa, escapa».
            «Estaban cargados y encorvados bajo el peso de tantas cajas pesadas que de las espaldas envolvían el cuerpo por delante y por detrás. Con la espalda hacían una curva que los llevaba casi con la nariz en el suelo».
            «Sentados en el suelo […] muy sudados y cansados, con las municiones en la espalda».
            «Arrestados son obligados a llevar municiones arriba y abajo por la montaña, testigos de inauditas violencias».
            «[Las SS los hacen] bajar y subir más veces por la montaña, bajo su custodia, y además, realizando, ante los ojos de las dos víctimas, las más espeluznantes violencias».
            ¿Dónde están, ahora, la estola, los óleos santos y sobre todo el Santísimo Sacramento? No queda ninguna traza. Lejos de ojos indiscretos, las SS despojaron a la fuerza a los sacerdotes, deshaciéndose de ese Tesoro del que nada más se encontraría.
            Hacia la tarde del 29 de septiembre de 1944, fueron trasladados con muchos otros hombres (rastreados y no por represalia o no porque fueran filo-partisanos, como demuestran las fuentes), a la casa “de los Birocciai” en Pioppe di Salvaro. Más tarde ellos, divididos, tendrán destinos muy diferentes: pocos serán liberados, tras una serie de interrogatorios. La mayoría, evaluados como aptos para el trabajo, serán enviados a campos de trabajo forzado y podrán – posteriormente – regresar a sus familias. Los evaluados como no aptos, por mero criterio de estado civil (cf. campos de concentración) o de salud (joven, pero herido o que simula estar enfermo con la esperanza de salvarse) serán asesinados la noche del 1 de octubre en la “Botte” de la Canapiera de Pioppe di Salvaro, ya una ruina porque bombardeada por los Aliados días antes.
            Don Elia y padre Martino – que fueron interrogados – pudieron moverse hasta el último en la casa y recibir visitas. Don Elia intercedió por todos y un joven, muy afectado, se durmió sobre sus rodillas: en una de ellas, don Elia recibió el Breviario, tan querido para él y que quiso mantener consigo hasta los últimos instantes. Hoy, la atenta investigación histórica a través de las fuentes documentales, apoyada por la más reciente historiografía de parte laica, ha demostrado cómo nunca había tenido éxito un intento de liberar a don Elia, llevado a cabo por el Caballero Emilio Veggetti, y cómo don Elia y padre Martino nunca fueron realmente considerados o al menos tratados como “espías”.

El holocausto
            Finalmente, fueron incluidos, aunque jóvenes (34 y 32 años), en el grupo de los no aptos y con ellos ejecutados. Vivieron esos últimos instantes orando, haciendo orar, absolviéndose mutuamente y brindando cada posible consuelo de fe. Don Elia logró transformar la macabra procesión de los condenados hasta una pasarela frente a la laguna de cáñamos, donde serán asesinados, en un acto coral de entrega, sosteniendo hasta donde pudo el Breviario abierto en la mano (luego, se lee, un alemán golpeó con violencia sus manos y el Breviario cayó en el embalse) y sobre todo entonando las Letanías. Cuando se abrió el fuego, don Elia Comini salvó a un hombre porque le hacía escudo con su propio cuerpo y gritó «Piedad». Padre Martino invocó en cambio “Perdón”, levantándose con dificultad en la laguna, entre los compañeros muertos o moribundos, y trazando la señal de la Cruz pocos instantes antes de morir él mismo, a causa de una enorme herida. Las SS quisieron asegurarse de que nadie sobreviviera lanzando algunas granadas. En los días siguientes, dada la imposibilidad de recuperar los cadáveres sumergidos en agua y barro a causa de abundantes lluvias (lo intentaron las mujeres, pero ni siquiera don Fornasini pudo lograrlo), un hombre abrió las rejas y la impetuosa corriente del río Reno se llevó todo. Nunca se volvió a encontrar nada de ellos: consummatum est!
            Se había delineado su disposición «incluso al martirio, aunque a los ojos de los hombres parece necio rechazar la propia salvación para dar un mísero alivio a quien ya estaba destinado a la muerte». Mons. Benito Cocchi en septiembre de 1977 en Salvaro dijo: «Bien, aquí delante del Señor digamos que nuestra preferencia va a estos gestos, a estas personas, a aquellos que pagan de su persona: a quienes en un momento en que solo valían las armas, la fuerza y la violencia, cuando una casa, la vida de un niño, una familia entera eran valoradas en nada, supieron realizar gestos que no tienen voz en los balances de guerra, pero que son verdaderos tesoros de humanidad, resistencia y alternativa a la violencia; a quienes de este modo sembraban raíces para una sociedad y una convivencia más humana».
            En este sentido, «El martirio de los sacerdotes constituye el fruto de su elección consciente de compartir la suerte del rebaño hasta el sacrificio extremo, cuando los esfuerzos de mediación entre la población y los ocupantes, largamente perseguidos, pierden toda posibilidad de éxito».
Don Elia Comini había sido lúcido sobre su propia suerte, diciendo – ya en las primeras fases de detención –: «Para hacer el bien nos encontramos en tantas penas»; «Era Don Elia quien señalando al cielo saludaba con los ojos perlados». «Elia se asomó y me dijo: “Vaya a Bolonia, al Cardenal, y dígale dónde nos encontramos”. Le respondí: “¿Cómo hago para ir a Bolonia?”. […] Mientras tanto los soldados me empujaban con la culata del rifle. D. Elia me saludó diciendo: “¡Nos veremos en el paraíso!”. Grité: “No, no, no diga eso”. Él respondió, triste y resignado: “Nos veremos en el Paraíso”».
            Con don Bosco…: «[Les] espero a todos en el Paraíso»!
Era la tarde del 1° de octubre, inicio del mes dedicado al Rosario y a las Misiones. En los años de su primera juventud, Elia Comini había dicho a Dios: «Señor, prepárame para ser el menos indigno de ser víctima aceptable» (“Diario” 1929); «Señor, […] recíbeme también como víctima expiatoria» (1929); «me gustaría ser una víctima de holocausto» (1931). «[A Jesús] le he pedido la muerte en lugar de faltar a la vocación sacerdotal y al amor heroico por las almas» (1935).




La vida según el Espíritu en Mamá Margarita (2/2)

(continuación del artículo anterior)

4. Éxodo hacia el sacerdocio del hijo
            Desde el sueño de los nueve años, cuando es la única que intuye la vocación de su hijo, “quién sabe, tal vez llegue a ser sacerdote”, es la más convencida y tenaz partidaria de la vocación de su hijo, afrontando por ello humillaciones y sacrificios: “Su madre entonces, que quería sostenerlo a costa de cualquier sacrificio, no dudó en tomar la resolución de hacerlo frecuentar las escuelas públicas de Chieri al año siguiente. Se preocupó entonces de encontrar personas verdaderamente cristianas con las que pudiera colocarlo en un internado”. Margarita siguió discretamente el camino vocacional y formativo de Juan, en medio de graves apuros económicos.
            Siempre le dejó libertad en sus elecciones y no condicionó en absoluto su camino hacia el sacerdocio, pero cuando el párroco intentó convencer a Margarita de por qué Juan no elegía la vida religiosa, para garantizarle seguridad económica y ayuda, ella tendió inmediatamente la mano a su hijo y pronunció unas palabras que quedarían grabadas en el corazón de Don Bosco para el resto de su vida: “Sólo quiero que examines bien el paso que quieres dar, y que luego sigas tu vocación sin mirar a nadie”. El párroco quería que te disuadiera de esta decisión, en vista de la necesidad que podría tener en el futuro de tu ayuda. Pero yo digo: Yo no tengo nada que ver con estas cosas, porque Dios es lo primero. No te preocupes por mí. No quiero nada de ti; no espero nada de ti. Piensa bien: nací en la pobreza, he vivido en la pobreza, quiero morir en la pobreza. De hecho te lo protesto. Si decides hacerte sacerdote secular y por desgracia te haces rico, no vendré a hacerte ni una sola visita, es más, no volveré a pisar tu casa. Recuérdalo bien”.
            Pero en este camino vocacional, no deja de ser fuerte con su hijo, recordándole, con ocasión de su partida para el seminario de Chieri, las exigencias de la vida sacerdotal: “Juan mío, has vestido el hábito sacerdotal; siento todo el consuelo que una madre puede sentir por la buena fortuna de su hijo. Pero recuerda que no es el hábito lo que honra tu estado, sino la práctica de la virtud. Si alguna vez llegas a dudar de tu vocación, ¡ah, por piedad, no deshonres este hábito! Déjalo pronto. Amo más a un pobre campesino, que a un hijo sacerdote descuidado en sus deberes”. Don Bosco no olvidaría nunca estas palabras de su madre, expresión a la vez de la conciencia de su dignidad sacerdotal y fruto de una vida profundamente recta y santa.
            El día de la Primera Misa de Don Bosco, Margarita volvió a hacerse presente con palabras inspiradas por el Espíritu, que expresaban tanto el auténtico valor del ministerio sacerdotal como la entrega total de su hijo a su misión, sin fingimientos ni peticiones: “Eres sacerdote; dices Misa; a partir de aquí estás más cerca de Jesucristo. Recuerda, sin embargo, que empezar a decir Misa es empezar a sufrir. No te darás cuenta enseguida, pero poco a poco verás que tu madre te ha dicho la verdad. Estoy seguro de que rezarás por mí todos los días, tanto si aún vivo como si ya he muerto; eso me basta. A partir de ahora piensa sólo en la salud de las almas y no pienses en mí”. Renuncia por completo a su hijo para ofrecerlo al servicio de la Iglesia. Pero al perderlo lo vuelve a encontrar, compartiendo su misión educativa y pastoral entre los jóvenes.

5. Éxodo de los Becchi a Valdocco
            Don Bosco había apreciado y reconocido los grandes valores que había sacado de su familia: la sabiduría campesina, la sana astucia, el sentido del trabajo, la esencialidad de las cosas, la laboriosidad para ponerse manos a la obra, el optimismo a ultranza, la resiliencia en los momentos de infortunio, la capacidad de recuperarse después de los golpes, la alegría siempre y en todo caso, el espíritu de solidaridad, la fe viva, la verdad y la intensidad del afecto, el gusto por la acogida y la hospitalidad; todos bienes que había encontrado en casa y que le habían construido de esa manera. Está tan marcado por esta experiencia que, cuando piensa en una institución educativa para sus hijos varones, no quiere otro nombre que el de ‘hogar’ y define el espíritu que debía imprimirle con la expresión ‘espíritu de familia’. Y para darle la impronta adecuada, le pide a Mamá Margarita, ya anciana y cansada, que abandone la tranquilidad de su casita en las colinas, para bajar a la ciudad y hacerse cargo de aquellos chicos recogidos de la calle, aquellos que le darían no pocas preocupaciones y penas. Pero ella va para ayudar a Don Bosco y para ser madre de aquellos que ya no tienen familia ni afectos. Si Juan Bosco aprende en la escuela de Mamá Margarita el arte de amar concretamente, generosamente, desinteresadamente y hacia todos, su madre compartirá la elección de su hijo de consagrar su vida a la salvación de los jóvenes hasta el final. Esta comunión de espíritu y de acción entre hijo y madre marca el inicio de la obra salesiana, implicando a muchas personas en esta aventura divina. Llegado a una situación de paz, acepta, ya no joven, dejar la vida tranquila y la seguridad de los Becchi, para ir a Turín, en un suburbio y en una casa despojada. Fue un verdadero cambio en su vida.

            Entonces Don Bosco, después de pensar y repensar cómo salir de las dificultades, fue a hablar con su párroco de Castelnuovo, contándole su necesidad y sus temores.
            – ¡Tienes a tu madre! El párroco le respondió sin dudarlo un instante: haz que venga contigo a Turín.
Don Bosco, que había previsto esta respuesta, quiso hacer algunas reflexiones, pero Don Cinzano replicó:
            – Llévate a tu madre contigo. No encontrarás a nadie mejor que ella para la obra. Ten la seguridad de que tendrás un ángel a tu lado. Don Bosco volvió a casa convencido de las razones que le había expuesto el sacerdote. Sin embargo, dos razones lo retenían. La primera era la vida de privaciones y cambio de costumbres, a la que naturalmente tendría que someterse su madre en aquella nueva posición. La segunda, la repugnancia que le producía proponer a su madre un cargo que de alguna manera la hubiera hecho depender de él. Para Don Bosco su madre lo era todo, y con su hermano José estaba acostumbrado a mantener todos sus deseos como ley incuestionable. Sin embargo, después de pensar y rezar, viendo que no le quedaba otra opción, concluyó:
            – Mi madre es una santa, ¡así que puedo declararme a ella!
Así que un día la llevó aparte y le habló así:
            – He decidido, oh madre, volver a Turín entre mis queridos jóvenes. A partir de ahora, como ya no me alojaré en el Refugio, necesitaré una persona de ayuda; pero el lugar donde tendré que vivir en Valdocco, a causa de ciertas personas que viven cerca de allí, es muy arriesgado, y no me deja tranquilo. Necesito, pues, tener a mi lado una salvaguardia que aleje de las personas malévolas todo motivo de sospecha y de chismorreo. Sólo tú podrías quitarme todo temor; ¿no vendrías de buen grado a quedarte conmigo? Ante esta salida imprevista, la piadosa mujer se quedó un tanto pensativa, y luego contestó:
            – Mi querido hijo, puedes imaginarte cuánto me cuesta el corazón dejar esta casa, a tu hermano y a los demás seres queridos; pero si te parece que tal cosa puede agradar al Señor estoy dispuesta a seguirte. Don Bosco se lo aseguró, y dándole las gracias, concluyó:
            – Arreglemos entonces las cosas, y después de la fiesta de los Santos nos iremos. Margarita fue a vivir con su hijo, no para llevar una vida más cómoda y agradable, sino para compartir con él las penurias y sufrimientos de cientos de muchachos pobres y abandonados; fue allí, no atraída por la codicia del dinero, sino por el amor a Dios y a las almas, porque sabía que la parte del sagrado ministerio que Don Bosco había asumido, lejos de proporcionarle recursos o ganancias, le obligaba a gastar sus propios bienes, y también a buscar limosnas. Ella no se detuvo; al contrario, admirando el valor y el celo de su hijo, se sintió aún más animada a ser su compañera e imitadora, hasta su muerte.

            Margarita vivió en el Oratorio aportando ese calor maternal y sabiduría de mujer profundamente cristiana, entrega heroica a su hijo en tiempos difíciles para su salud y seguridad física, ejerciendo así una auténtica maternidad espiritual y material hacia su hijo sacerdote. De hecho, se instala en Valdocco no sólo para cooperar en la obra iniciada por su hijo, sino también para disipar cualquier ocasión de calumnia que pudiera surgir de la proximidad de locales equívocos.
            Abandona la tranquila seguridad del hogar de José para aventurarse con su hijo en una misión nada fácil y arriesgada. Vive su tiempo en una dedicación sin reservas a los jóvenes ‘de los que fue madre’. Amaba a los muchachos del oratorio como a sus propios hijos y trabajaba por su bienestar, educación y vida espiritual, dando al oratorio ese ambiente familiar que sería característico de las casas salesianas desde el principio. “Si existe la santidad de los éxtasis y las visiones, existe también la de las ollas que limpiar y los calcetines que remendar. Mamá Margarita era una santa así”.
            En sus relaciones con los niños era ejemplar, distinguiéndose por su finura en la caridad y su humildad en el servicio, reservándose para sí las ocupaciones más humildes. Su intuición de madre y de mujer espiritual le llevó a reconocer en Domingo Savio una extraordinaria obra de gracia.
            Sin embargo, incluso en el Oratorio no faltaron las pruebas y cuando hubo un momento de vacilación debido a la dureza de la experiencia, causada por una vida muy exigente, la mirada al Crucifijo señalado por su hijo fue suficiente para infundirle nueva energía: “Desde ese instante no escapó de sus labios ninguna palabra de lamento. En efecto, a partir de entonces pareció insensible a esas miserias”.
            Don Rua resumió bien el testimonio de Mamá Margarita en el oratorio, con quien vivió cuatro años: “Mujer verdaderamente cristiana, piadosa, de corazón generoso y valiente, prudente, que se dedicó por entero a la buena educación de sus hijos y de su familia adoptiva”.

6. Éxodo a la casa del Padre
            Nació pobre. Vivió pobre. Murió pobre con el único vestido que usaba; en su bolsillo había 12 liras destinadas a comprar uno nuevo, que nunca compró.
            Incluso en la hora de la muerte, se dirigió a su amado hijo y le dejó palabras dignas de la mujer sabia: “Ten mucha confianza en los que trabajan contigo en la viña del Señor… Ten cuidado que muchos en vez de la gloria de Dios buscan su propia utilidad…. No busquéis la elegancia ni el esplendor en las obras. Buscad la gloria de Dios; tened como base la pobreza de obras. Muchos aman la pobreza en los demás, pero no en sí mismos. La enseñanza más eficaz es que seamos los primeros en hacer lo que ordenamos a los demás”.
            Margarita, que había consagrado a Juan a la Santísima Virgen, a la que le había encomendado al comienzo de sus estudios, recomendándole la devoción y la propagación del amor a María, le tranquilizaba ahora: “La Virgen no dejará de guiar sus asuntos”.
            Toda su vida fue una entrega total. En su lecho de muerte pudo decir: “He hecho toda mi parte”. Murió a los 68 años en el Oratorio de Valdocco, el 25 de noviembre de 1856. Los chicos del Oratorio la acompañaron al cementerio, llorándola como ‘Mamá’.
            Don Bosco, entristecido, dijo a Pietro Enria: “Hemos perdido a nuestra madre, pero estoy seguro de que nos ayudará desde el Cielo. Era una santa”. Y el mismo Enria añadió: “Don Bosco no exageró al llamarla santa, porque se sacrificó por nosotros y fue una verdadera madre para todos nosotros”.

Para concluir
            Mamá Margarita fue una mujer rica de vida interior y de fe granítica, sensible y dócil a la voz del Espíritu, dispuesta a captar y realizar la voluntad de Dios, atenta a los problemas del prójimo, disponible para proveer a las necesidades de los más pobres y especialmente de los jóvenes abandonados. Don Bosco recordaría siempre las enseñanzas y lo que había aprendido en la escuela de su madre y esta tradición marcaría su sistema educativo y su espiritualidad. Don Bosco había experimentado que la formación de su personalidad estaba vitalmente enraizada en el extraordinario clima de entrega y bondad de su familia; por eso quiso reproducir en su obra sus cualidades más significativas. Margarita entrelazó su vida con la de su hijo y con los inicios de la obra salesiana: fue la primera ‘Cooperadora’ de Don Bosco; con activa bondad se convirtió en el elemento materno del Sistema Preventivo. En la escuela de Don Bosco y de Mamá Margarita esto significa cuidar la formación de las conciencias, educar a la fortaleza de la vida virtuosa en la lucha, sin rebajas ni compromisos, contra el pecado, con la ayuda de los sacramentos de la Eucaristía y de la Reconciliación, creciendo en la docilidad personal, familiar y comunitaria a las inspiraciones y mociones del Espíritu Santo para fortalecer las razones del bien y testimoniar la belleza de la fe.
            Para toda la Familia Salesiana, este testimonio es una ulterior invitación a asumir una atención privilegiada a la familia en la pastoral juvenil, formando e implicando a los padres en la acción educativa y evangelizadora de sus hijos, valorando su contribución en los itinerarios de educación afectiva y favoreciendo nuevas formas de evangelización y de catequesis de y a través de las familias. Mamá Margarita es hoy un modelo extraordinario para las familias. La suya es una santidad familiar: como mujer, esposa, madre, viuda, educadora. Su vida contiene un mensaje de gran actualidad, especialmente en el redescubrimiento de la santidad del matrimonio.
            Pero hay que subrayar otro aspecto: una de las razones fundamentales por las que Don Bosco quiso tener a su madre a su lado en Turín fue encontrar en ella una custodia para su propio sacerdocio. “Llévate a tu madre contigo”, le había sugerido el viejo párroco. Don Bosco acogió a Mamá Margarita en su vida de sacerdote y educador. De niño, huérfano, fue su madre quien le llevó de la mano, de joven sacerdote fue él quien la llevó de la mano para compartir una misión especial. No se puede entender la santidad sacerdotal de Don Bosco sin la santidad de Mamá Margarita, modelo no sólo de santidad familiar, sino también de maternidad espiritual hacia los sacerdotes.




La vida según el Espíritu en Mamá Margarita (1/2)

            Don Lemoyne en su prefacio a la vida de Mamá Margarita nos deja un retrato verdaderamente singular: “No describiremos acontecimientos extraordinarios o heroicos, sino que retrataremos una vida sencilla, constante en la práctica del bien, vigilante en la educación de sus hijos, resignada y previsora en las angustias de la vida, resuelta en todo lo que el deber le imponía. No rica, pero con corazón de reina; no instruida en ciencias profanas, sino educada en el santo temor de Dios; privada a temprana edad de los que habían de ser su sostén, pero segura con la energía de su voluntad apoyada en la ayuda celestial, pudo cumplir felizmente la misión que Dios le había confiado”.
            Con estas palabras, se nos ofrecen las piezas de un mosaico y un lienzo sobre los que podemos construir la aventura del Espíritu que el Señor regaló a esta mujer que, dócil al Espíritu, se arremangó y afrontó la vida con fe laboriosa y caridad maternal. Seguiremos las etapas de esta aventura con la categoría bíblica de “éxodo”, expresión de un auténtico camino en la obediencia de la fe. También Mamá Margarita vivió su “éxodo”, también ella caminó hacia “una tierra prometida”, atravesando el desierto y superando las pruebas. Vemos este camino reflejado a la luz de la relación con su hijo y según dos dinámicas típicas de la vida en el Espíritu: una menos visible, constituida por el dinamismo interior del cambio de sí mismo, condición previa e indispensable para ayudar a los demás; otra más inmediata y documentable: la capacidad de arremangarse para amar al prójimo en la carne, acudiendo en ayuda de los necesitados.

1. Éxodo de Capriglio a la granja de Biglione
            Margarita fue educada en la fe, vivió y murió en la fe. “Dios estaba en el primer plano de todos sus pensamientos”. Sentía que vivía en la presencia de Dios y expresaba esta convicción con la afirmación que era habitual en ella: ‘Dios te ve’. Todo le hablaba de la paternidad de Dios y era grande su confianza en la Providencia, mostrando gratitud a Dios por los dones recibidos y gratitud a todos los que eran instrumentos de la Providencia. Margarita pasó su vida en una continua e incesante búsqueda de la voluntad de Dios, único criterio operativo para sus elecciones y acciones.
            A los 23 años se casa con Francisco Bosco, viudo a los 27, con su hijo Antonio y su madre semiparalizada. Margarita se convierte no sólo en esposa, sino en madre adoptiva y ayuda de su suegra. Este paso es el más importante para los esposos porque saben bien que haber recibido santamente el sacramento del matrimonio es para ellos fuente de muchas bendiciones: para la serenidad y la paz en la familia, para los futuros hijos, para el trabajo y para superar los momentos difíciles de la vida. Margarita vive fiel y fructíferamente su matrimonio con Francisco Bosco. Sus anillos serán signo de una fecundidad que se extenderá a la familia fundada por su hijo Juan. Todo ello despertará en Don Bosco y sus muchachos un gran sentimiento de gratitud y amor hacia esta pareja de santos esposos y padres.

2. Éxodo de la granja Biglione a los Becchi
            Sólo después de cinco años de matrimonio, en 1817, murió su marido Francisco. Don Bosco recordaba que, al salir de la habitación, su madre, llorando, “me tomó de la mano”, y lo condujo fuera. He aquí el icono espiritual y educativo de esta madre. Toma a su hijo de la mano y lo lleva fuera. Ya desde este momento existe ese “tomar de la mano”, que unirá a madre e hijo tanto en el camino vocacional como en la misión educativa.
            Margarita se encuentra en una situación muy difícil desde el punto de vista emocional y económico, incluyendo una disputa pretextada por la familia Biglione. Hay deudas que pagar, duro trabajo en el campo y una terrible hambruna que afrontar, pero ella vive todas estas pruebas con gran fe y confianza incondicional en la Providencia.
            La viudez le abre una nueva vocación como educadora atenta y solícita de sus hijos. Se dedica a su familia con tenacidad y valentía, rechazando una ventajosa propuesta de matrimonio. “Dios me dio un marido y me lo quitó; cuando murió me confió tres hijos, y sería una madre cruel si los abandonara cuando más me necesitan… El tutor… es un amigo, yo soy la madre de mis hijos; nunca los abandonaré, aunque quieras darme todo el oro del mundo”.

            Educa a sus hijos con sabiduría, anticipándose a la inspiración pedagógica del Sistema Preventivo. Es una mujer que ha hecho la elección de Dios y sabe transmitir a sus hijos, en su vida cotidiana, el sentido de su presencia. Lo hace de forma sencilla, espontánea, incisiva, aprovechando cada pequeña oportunidad para educarles a vivir a la luz de la fe. Lo hace anticipando aquel método “de la palabra al oído” que Don Bosco utilizaría más tarde con los muchachos para llamarlos a la vida de la gracia, a la presencia de Dios. Lo hace ayudándoles a reconocer en las criaturas la obra del Creador, que es un Padre providencial y bueno. Lo hace relatando los hechos del Evangelio y la vida de los santos.
            La educación cristiana. Prepara a sus hijos para recibir los sacramentos, transmitiéndoles un vivo sentido de la grandeza de los misterios de Dios. Juan Bosco recibió la Primera Comunión en la Pascua de 1826: “Oh querido hijo, éste ha sido un gran día para ti. Estoy convencido de que Dios ha tomado verdaderamente posesión de tu corazón. Ahora prométele hacer todo lo posible para que sigas siendo bueno hasta el final de tu vida”. Estas palabras de Mamá Margarita hacen de ella una verdadera madre espiritual de sus hijos, especialmente de Juan, que se mostrará enseguida sensible a estas enseñanzas, que tienen el sabor de una verdadera iniciación, expresión de la capacidad de introducir el misterio de la gracia en una mujer iletrada, pero rica en la sabiduría de los niños.
            La fe en Dios se refleja en la exigencia de rectitud moral que practica consigo misma e inculca a sus hijos. “Contra el pecado había declarado una guerra perpetua. No sólo aborrecía lo que era malo, sino que se esforzaba por alejar la ofensa del Señor incluso de aquellos que no le pertenecían. Por eso estaba siempre alerta contra el escándalo, cautelosa, pero decidida y a costa de cualquier sacrificio”.
            El corazón que anima la vida de Mamá Margarita es un inmenso amor y devoción hacia la Santísima Eucaristía. Ella experimenta su valor salvífico y redentor en su participación en el santo sacrificio y en la aceptación de las pruebas de la vida. A esta fe y amor educa a sus hijos desde pequeños, transmitiéndoles esa convicción espiritual y educativa que encontrará en Don Bosco un sacerdote enamorado de la Eucaristía y que hará de ella un pilar de su sistema educativo.

            La fe encontró expresión en la vida de oración y en particular la oración en común en familia. Madre Margarita encontró la fuerza de una buena educación en una vida cristiana intensa y solícita. Ella guía con el ejemplo y orienta con la palabra. En su escuela Juanito aprende así de forma vital el poder preventivo de la gracia de Dios. “La instrucción religiosa, que una madre imparte con la palabra, con el ejemplo, comparando la conducta de su hijo con los preceptos particulares del catecismo, hace que la práctica de la Religión se convierta en algo normal y que el pecado sea rechazado por instinto, del mismo modo que la bondad es amada por instinto. Ser bueno se convierte en un hábito, y la virtud no cuesta mucho esfuerzo. Un niño así educado debe hacerse violencia a sí mismo para volverse malo. Margarita conocía el poder de tal educación cristiana y cómo la ley de Dios, enseñada en el catecismo cada noche y recordada con frecuencia incluso durante el día, era el medio seguro de hacer que los niños fueran obedientes a los preceptos de su madre. Por eso repetía las preguntas y respuestas tantas veces como era necesario para que los niños las aprendieran de memoria”.

            Testimonio de caridad. En su pobreza, practicaba la hospitalidad con alegría, sin hacer distinciones ni exclusiones; ayudaba a los pobres, visitaba a los enfermos, y sus hijos aprendieron de ella a amar desmesuradamente a los más pequeños. “Tenía un carácter muy sensible, pero esta sensibilidad se transmutaba de tal manera en caridad que se la podía llamar con razón la madre de los necesitados”. Esta caridad se manifestaba en una marcada capacidad para comprender las situaciones, para tratar con las personas, para tomar las decisiones adecuadas en el momento oportuno, para evitar los excesos y para mantener en todo momento un gran equilibrio: “Una mujer de mucho sentido común” (Don Giacinto Ballesio). La sensatez de sus enseñanzas, su coherencia personal y su firmeza sin ira llegan al alma de los niños. Proverbios y refranes florecen con facilidad en sus labios y en ellos condensa preceptos de vida: “Mala lavandera nunca encuentra buena piedra”; “Quien a los veinte no sabe, a los treinta no hace y necio morirá”; “la conciencia es como una cosquilla, quien la siente y quien no”.
            En particular hay que subrayar que Juan Bosco iba a ser un gran educador de muchachos, “porque había tenido una madre que le había educado la afectividad. Una madre buena, simpática, fuerte. Con mucho amor educó su corazón. No se puede entender a Don Bosco sin mamá Margarita. No se le puede entender”. Mamá Margarita contribuyó con su mediación materna a la obra del Espíritu en el modelado y formación del corazón de su hijo. Don Bosco aprendió a amar, como él mismo declaró, dentro de la Iglesia, gracias a Mamá Margarita y con la intervención sobrenatural de María, que le fue dada por Jesús como “Madre y Maestra”.

3. El éxodo de los Becchi a la granja de los Moglia
            Un momento de gran prueba para Margarita es la difícil relación entre sus hijos. «Los tres hijos de Margarita, Antonio, José y Juan, eran diferentes en temperamento e inclinaciones. Antonio era tosco de modales, de poca o ninguna delicadeza de sentimientos, un exagerado violento, un verdadero retrato del ¡A mí no me importa! Vivía de la intimidación. A menudo se dejaba llevar y pegaba a sus hermanitos, y mamá Margarita tenía que correr para quitárselos de las manos. Sin embargo, nunca utilizó la fuerza para defenderlos y, fiel a su máxima, jamás le toco un pelo a Antonio. Es de imaginar el dominio que Margarita tenía sobre sí misma para contener la voz de la sangre y el amor que profesaba a José y Juan. Antonio había estado medio escolarizado y había aprendido a leer y escribir, pero se jactaba de no haber estudiado ni ido nunca a la escuela. No tenía aptitudes para los estudios, hacía los trabajos del campo.
            Por otra parte, Antonio se encontraba en una situación particularmente difícil: mayor que su edad, estaba herido en su doble condición de huérfano de padre y de madre. A pesar de su intemperancia, era generalmente sumiso, gracias a la actitud de Mamá Margarita, que conseguía dominarlo con la bondad del razonamiento. Con el tiempo, desgraciadamente, crecerá su intolerancia hacia Juanito en particular, que no se dejaba someter fácilmente, y también sus reacciones hacia Mamá Margarita se harán más duras y a veces pesadas. En particular, Antonio no acepta que Juanito se dedique a los estudios y las tensiones llegarán a un punto culminante: “Quiero acabar con esta gramática. He venido grande y gordo, nunca he visto estos libros”. Antonio es hijo de su tiempo y de su condición campesina y no puede entender ni aceptar que su hermano pueda dedicarse a sus estudios. Todos están disgustados, pero la que más sufre es Mamá Margarita, implicada personalmente y con la guerra en casa día tras día: “Mi madre estaba angustiada, yo lloraba, el capellán afligido”.

            Ante los celos y la hostilidad de Antonio, Margarita busca una solución al conflicto familiar, enviando a Juanito a la granja de los Moglia durante unos dos años y luego, ante la resistencia de Antonio, dispone con firmeza la división de la propiedad para que Juan pueda estudiar. Por supuesto, es sólo Juan, de 12 años, quien abandona el hogar, pero también la Madre experimenta este profundo desapego. No olvidemos que Don Bosco en sus Memorias del Oratorio no habla de este periodo. Tal silencio sugiere una experiencia difícil de procesar, siendo en ese momento un niño de doce años, obligado a dejar su casa porque no podía vivir con su hermano. Juan sufrió en silencio, esperando la hora de la Providencia y con él a Mamá Margarita, que no quiso cerrar el camino de su hijo, sino abrirlo por vías especiales, confiándolo a una buena familia. La solución tomada por la madre y aceptada por el hijo fue una opción temporal en vista de una solución definitiva. Era confianza y abandono en Dios. Madre e hijo viven una temporada de espera.

(continuación)




El Buen Pastor da la vida: Don Elia Comini en el 80° aniversario de su sacrificio

            Monte Sole es una colina de los Apeninos boloñeses que hasta la Segunda Guerra Mundial tenía varios pequeñas localidades habitados a lo largo de sus crestas: entre el 29 de septiembre y el 5 de octubre de 1944, sus habitantes, en su mayoría niños, mujeres y ancianos, fueron víctimas de una terrible masacre a manos de las tropas de las SS (Schutzstaffel, «escuadrones de protección»; organización paramilitar del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán creada en la Alemania nazi). Murieron 780 personas, muchas de ellas refugiadas en iglesias. Cinco sacerdotes perdieron la vida, entre ellos Don Giovanni Fornasini, proclamado beato y mártir en 2021 por el Papa Francisco.

            Se trata de una de las masacres más atroces llevadas a cabo por las SS nazis en Europa durante la Segunda Guerra Mundial, que tuvo lugar en los alrededores de Monte Sole, en los territorios de Marzabotto, Grizzana Morandi y Monzuno (Bolonia) y conocida comúnmente como la «masacre de Marzabotto». Entre las víctimas había varios sacerdotes y religiosos, entre ellos el salesiano P. Elia Comini, que durante toda su vida y hasta el final se esforzó por ser un buen pastor y gastarse sin reservas, generosamente, en un éxodo de sí mismo sin retorno. Esta es la verdadera esencia de su caridad pastoral, que lo presenta como modelo de pastor que vela por el rebaño, dispuesto a dar la vida por él, en defensa de los débiles y de los inocentes.

«Recíbeme como víctima expiatoria»
            Elia Comini nació en Calvenzano di Vergato (Bolonia) el 7 de mayo de 1910. Sus padres Claudio, carpintero, y Emma Limoni, costurera, lo prepararon para la vida y lo educaron en la fe. Fue bautizado en Calvenzano. En Salvaro di Grizzana hizo la Primera Comunión y recibió la Confirmación. Desde muy pequeño mostró gran interés por el catecismo, los oficios religiosos y el canto en serena y alegre amistad con sus compañeros. El arcipreste de Salvaro, monseñor Fidenzio Mellini, de joven soldado en Turín había frecuentado el oratorio de Valdocco y había conocido a Don Bosco, que le había profetizado el sacerdocio. Monseñor Mellini estimaba mucho a Elías por su fe, su bondad y sus singulares capacidades intelectuales y le exhortó a convertirse en uno de los hijos de Don Bosco. Por esta razón lo dirigió al pequeño seminario salesiano de Finale Emilia (Módena), donde Elia cursó la escuela media y el gimnasio. En 1925 ingresó en el noviciado salesiano de Castel De’ Britti (Bolonia), donde emitió la profesión religiosa el 3 de octubre de 1926. En los años 1926-1928 frecuentó el liceo salesiano de Valsalice (Turín), donde entonces se encontraba la tumba de Don Bosco, como estudiante clérigo de filosofía. Fue en este lugar donde Elías inició un exigente camino espiritual, atestiguado por un diario que llevó hasta poco más de dos meses antes de su trágica muerte. Son páginas reveladoras de una vida interior tan profunda como poco perceptible en el exterior. En vísperas de la renovación de sus votos, escribiría: «Soy feliz más que nunca en este día, en vísperas del holocausto que espero sea de Tu agrado. Recíbeme como víctima expiatoria, aunque no lo merezca. Si crees, dame alguna recompensa: perdona mis pecados de la vida pasada; ayúdame a convertirme en santo.

            Completó su aprendizaje práctico como asistente de educador en Finale Emilia, Sondrio y Chiari. Se licenció en Letras en la Universidad Estatal de Milán. El 16 de marzo de 1935 fue ordenado sacerdote en Brescia. Escribió: «Pedí a Jesús: la muerte, antes que faltar a mi vocación sacerdotal; y el amor heroico por las almas». De 1936 a 1941 enseñó Literatura en la escuela de aspirantes «San Bernardino» de Chiari (Brescia), dando excelentes pruebas de su talento pedagógico y de su atención a los jóvenes. En los años 1941-1944 la obediencia religiosa lo trasladó al instituto salesiano de Treviglio (Bérgamo). Encarnó particularmente la caridad pastoral de Don Bosco y los rasgos de la bondad salesiana, que transmitía a los jóvenes con su carácter afable, su bondad y su sonrisa.

Triduo de pasión
            La dulzura habitual de su comportamiento y la entrega heroica al ministerio sacerdotal resplandecían claramente durante las breves estancias anuales de verano con su madre, que se quedaba sola en Salvaro, y en su parroquia de adopción, donde el Señor pediría más tarde al P. Elías la donación total de su existencia. Algún tiempo antes, había escrito en su diario: «El pensamiento de que debo morir persiste siempre en mí. ¡Quién sabe! Hagamos como el siervo fiel siempre preparado para la llamada, para dar cuenta de la administración’. Nos encontramos en el período comprendido entre junio y septiembre de 1944, cuando la terrible situación creada en la zona entre Monte Salvaro y Monte Sole, con el avance de la línea del frente aliada, la brigada partisana Stella Rossa asentada en las alturas y los nazis en riesgo de embotellamiento, llevó a la población al borde de la destrucción total.

            El 23 de julio, los nazis, tras el asesinato de uno de sus soldados, inician una serie de represalias: diez hombres asesinados, casas incendiadas. Don Comini hace todo lo posible por acoger a los familiares de los asesinados y ocultar a los buscados. También ayuda al anciano párroco de San Michele di Salvaro, monseñor Fidenzio Mellini: da catequesis, dirige ejercicios espirituales, celebra, predica, exhorta, toca, canta y hace cantar para mantener la calma en una situación que se encamina hacia lo peor. Luego, junto con el padre Martino Capelli, dehoniano, el padre Elias se apresura continuamente a ayudar, consolar, administrar los sacramentos y enterrar a los muertos. En algunos casos consigue incluso salvar a grupos de personas conduciéndolas a la rectoría. Su heroísmo se manifiesta con creciente claridad a finales de septiembre de 1944, cuando la Wehrmacht (Fuerzas Armadas alemanas) cede en gran parte el paso a las terribles SS.

            El triduo de pasión por Don Elia Comini y el Padre Martino Capelli comienza el viernes 29 de septiembre. Los nazis provocan el pánico en la zona de Monte Salvaro y la población se vuelca en la parroquia en busca de protección. Don Comini, arriesgando su vida, esconde a unos setenta hombres en una habitación contigua a la sacristía, cubriendo la puerta con un viejo armario. La treta tiene éxito. De hecho, los nazis, que registran tres veces las distintas habitaciones, no se dan cuenta. Mientras tanto, llegan noticias de que las terribles SS han masacrado a varias decenas de personas en «Creda», entre las que había heridos y moribundos necesitados de consuelo. El P. Elías celebra su última misa por la mañana temprano y luego, junto con el P. Martino, tomando el óleo santo y la Eucaristía, se apresuran a partir con la esperanza de poder ayudar todavía a algunos de los heridos. Lo hace libremente. De hecho, todo el mundo le disuade: desde el párroco hasta las mujeres del lugar. «No vaya, padre. Es peligroso». Intentan retener a Don Elías y al Padre Martino por la fuerza, pero toman esta decisión con plena conciencia del peligro de muerte. Don Elías dice: «Recen, recen por mí, porque tengo una misión que cumplir»; «¡Recen por mí, no me dejen solo!».
            Cerca de Creda di Salvaro, los dos sacerdotes son capturados; utilizados «como yeguas», son obligados a transportar municiones y, por la noche, son encerrados en el establo de Pioppe di Salvaro. El sábado 30 de septiembre, el padre Elia y el padre Martino gastan toda su energía en consolar a los numerosos hombres encerrados con ellos. El prefecto comisario de Vergato, Emilio Veggetti, que no conocía al padre Martino, pero conocía muy bien al padre Elia, intenta en vano obtener la liberación de los prisioneros. Los dos sacerdotes siguen rezando y consolándose. Por la noche, se confiesan mutuamente.
            Al día siguiente, domingo 1 de octubre de 1944, al anochecer, la ametralladora acribilla inexorablemente a las 46 víctimas de lo que pasaría a la historia como la «Masacre de Pioppe di Salvaro»: eran los hombres considerados no aptos para el trabajo; entre ellos, los dos sacerdotes, jóvenes y obligados dos días antes a realizar trabajos pesados. Los testigos que se encontraban a poca distancia, a vuelo de pájaro, del lugar de la masacre pudieron oír la voz de Don Comini dirigiendo las letanías y, a continuación, escucharon el ruido de los disparos. Don Comini, antes de caer muerto, dio la absolución a todos y gritó: «¡Piedad, piedad!», mientras el padre Capelli se levantaba del fondo del cañón y hacía amplios signos de la cruz, hasta caer boca arriba, con los brazos extendidos, en cruz. No se pudo recuperar ningún cuerpo. Al cabo de veinte días, se abrieron las rejas y las aguas del Reno arrastraron los restos mortales, perdiéndose por completo su rastro. En la Botte la gente moría entre bendiciones e invocaciones, entre oraciones, actos de arrepentimiento y perdón. Aquí, como en otros lugares, la gente moría como cristianos, con fe, con el corazón vuelto hacia Dios con la esperanza de la vida eterna

Historia de la masacre de Montesole
            Entre el 29 de septiembre y el 5 de octubre de 1944 fueron asesinadas 770 personas, pero en total las víctimas de nazis y fascistas, desde la primavera de 1944 hasta la liberación, ascendieron a 955, distribuidas en 115 localidades diferentes dentro de un vasto territorio que incluía los municipios de Marzabotto, Grizzana y Monzuno (y algunas porciones de territorios vecinos). De ellos, 216 eran niños, 316 mujeres, 142 ancianos, 138 víctimas reconocidas de los partisanos y cinco sacerdotes, cuya culpa a los ojos de los nazis consistía en haber estado cerca, con la oración y la ayuda material, de toda la población de Monte Sole durante los trágicos meses de guerra y ocupación militar. Junto al P. Elia Comini, salesiano, y al P. Martino Capelli, dehoniano, en aquellos trágicos días fueron asesinados también tres sacerdotes de la archidiócesis de Bolonia: el P. Ubaldo Marchioni, el P. Ferdinando Casagrande y el P. Giovanni Fornasini. La causa de beatificación y canonización de los cinco está en curso. Don Giovanni, el «Ángel de Marzabotto», cayó el 13 de octubre de 1944. Tenía veintinueve años y su cuerpo permaneció insepulto hasta 1945, cuando fue encontrado fuertemente torturado. Fue beatificado el 26 de septiembre de 2021. El P. Ubaldo murió el 29 de septiembre, asesinado por una ametralladora en el estrado del altar de su iglesia de Casaglia; tenía 26 años y había sido ordenado sacerdote dos años antes. Los soldados nazis le encontraron junto a la comunidad rezando el rosario. Lo mataron allí, al pie del altar. Los demás, más de 70, en el cementerio cercano. El P. Ferdinando fue asesinado de un tiro en la nuca el 9 de octubre, junto con su hermana Giulia; tenía 26 años.




Siervo de Dios Akash Bashir

            El pasado 25 de febrero, celebramos la fiesta de nuestros protomártires salesianos, Mons. Luigi Versiglia y el Sacerdote Calisto Caravario. El martirio, desde los tiempos de la primera comunidad cristiana, ha sido siempre un signo evidente de nuestra fe, similar al sacrificio de Jesús en la cruz por nuestra salvación. En la actualidad, en nuestra Congregación Salesiana, estamos abordando la causa de martirio de Akash Bashir, un joven salesiano exalumno de Pakistán, que a tan solo 20 años entregó su vida por la salvación de su comunidad parroquial. La fase de investigación diocesana para el proceso de beatificación concluye el 15 de marzo, aniversario de su martirio.
            Pakistán es uno de los países musulmanes más extremistas del mundo. La República Islámica de Pakistán surgió después de la Segunda Guerra Mundial, con la independencia de la India en 1947. Sin embargo, los cristianos ya estaban presentes en esta región gracias a los misioneros dominicos y franciscanos. En la actualidad, los cristianos en Pakistán representan aproximadamente el 1,6% de la población total (católicos y anglicanos), alrededor de 4 millones de personas. Las minorías religiosas enfrentan discriminación diaria, marginación, falta de igualdad de oportunidades en el trabajo y la educación, y persisten la discriminación y, a veces, persecuciones religiosas, lo que convierte a la libertad religiosa en un tema crítico.
            A pesar de los desafíos, las comunidades cristianas en Pakistán demuestran resiliencia y esperanza. Las iglesias y organizaciones cristianas desempeñan un papel fundamental en brindar apoyo y promover la unidad interreligiosa, y los Salesianos han contribuido significativamente con su presencia.
            La vida de Akash Bashir comienza en un pequeño pueblo cercano a Afganistán, en una familia de cinco hijos, siendo él el tercero. Akash, nacido durante el verano el 22 de junio de 1994, enfrentó un clima extremo, sobreviviendo con dificultad. A pesar de las dificultades relacionadas con el clima adverso, la pobreza familiar y la escasa alimentación, estos desafíos contribuyeron a forjar su carácter.
            El sueño de Akash de servir en el ejército se vio obstaculizado por la precariedad educativa y financiera. La familia Bashir decide emigrar hacia el este, al Punjab, a la ciudad de Lahore, cerca de la frontera con la India, específicamente en el barrio cristiano de Youhanabad, donde los Salesianos gestionan un internado, una escuela primaria y una escuela técnica. En septiembre de 2010, Akash Bashir ingresa al Instituto Salesiano Don Bosco Technical and Youth Center.
            En un contexto político-religioso difícil, Akash se ofrece como voluntario como guardia de seguridad en la Parroquia de Youhanabad en diciembre de 2014. Su papel como guardia de seguridad en la Parroquia de San Juan consistía en vigilar la entrada al atrio y controlar a los fieles en la puerta de entrada, ya que las iglesias están protegidas por un muro con una sola puerta de acceso. El 15 de marzo de 2015, durante la celebración de la Misa, Akash está prestando servicio.
            Ese día era el cuarto domingo de Cuaresma (domingo “Laetare”) celebrado con la participación de 1200-1500 fieles en la Misa, presidida por el padre Francis Gulzar, el párroco. A las 11:09, un primer ataque terrorista golpea la comunidad anglicana a menos de 500 metros de la iglesia católica. Un minuto después, a las 11:10, una segunda detonación ocurre justo en la entrada del atrio de la Parroquia Cristiana, donde Akash Bashir, como guardia de seguridad voluntario, está prestando servicio.
            Su Eminencia, Cardenal Ángel Fernández, el Rector Mayor de los Salesianos, en la introducción a su biografía describe el martirio de Akash con estas palabras:
“El 15 de marzo de 2015, mientras se celebraba la Santa Misa en la parroquia de San Juan, el grupo de guardias de seguridad compuesto por jóvenes voluntarios, entre los cuales se encontraba Akash Bashir, vigilaba fielmente la entrada. Ese día sucedió algo inusual. Akash notó que una persona con explosivos debajo de la ropa intentaba entrar en la iglesia. Lo retuvo, le habló y le impidió continuar, pero al darse cuenta de que no podía detenerla, la abrazó estrechamente diciendo: ‘Moriré, pero no te dejaré entrar en la iglesia’. Así, el joven y el kamikaze murieron juntos. Nuestro joven ofreció su vida salvando la de cientos de personas, niños, niñas, madres, adolescentes y hombres adultos que estaban rezando en ese momento dentro de la iglesia. Akash tenía 20 años”.
            Después de la explosión, cuatro personas agonizantes yacen en el suelo: el hombre con explosivos, un comerciante de legumbres, una niña de seis años y Akash Bashir. Su sacrificio impidió que el número de víctimas fuera mucho mayor. El Evangelio proclamado ese día recordaba las palabras de Jesús a Nicodemo: “Porque todo aquel que hace el mal, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios.” (Jn 3,20-21). Akash selló estas palabras con su sangre de joven cristiano.
            El 18 de marzo, el Arzobispo de Lahore preside una celebración ecuménica de las exequias de Akash y de los cristianos anglicanos, con la participación de 7,000-10,000 fieles. Posteriormente, el cuerpo es trasladado al cementerio de Youhanabad, donde es enterrado en una tumba construida por el padre de Akash.
            La vida de Akash Bashir es un testimonio poderoso que evoca las primeras comunidades cristianas rodeadas de persecuciones y desafíos culturales. Las comunidades de los Hechos de los Apóstoles eran minoritarias, pero con una fe fuerte y valentía ilimitada, similares a los cristianos en Pakistán.
            El brillante ejemplo de Akash Bashir, exalumno Salesiano, sigue inspirando al mundo. Él vivió las palabras de Jesús: “Nadie tiene amor más grande que el dar su vida por sus amigos” (Jn 15,13).
            El 15 de marzo de 2022, comenzó oficialmente la investigación diocesana, marcando un paso significativo hacia la posible beatificación del primer ciudadano paquistaní. La conclusión de la investigación diocesana el 15 de marzo de 2024 marca un hito fundamental en el proceso de beatificación y canonización.
            Termino recordando las palabras de su Eminencia Card. Ángel Fernández sobre Akash Bashir:
“¡Ser santo hoy es posible! Y es, sin duda, el signo carismático más evidente del sistema educativo salesiano. En particular, Akash es la bandera, el signo, la voz de tantos cristianos que son atacados, perseguidos, humillados y martirizados en países no católicos. Akash es la voz de tantos jóvenes valientes que logran dar su vida por la fe a pesar de las dificultades de la vida, la pobreza, el extremismo religioso, la indiferencia, la desigualdad social, la discriminación. La vida y el martirio de este joven paquistaní, de solo 20 años, nos hacen reconocer el poder del Espíritu Santo de Dios, vivo y presente en los lugares menos esperados, en los humildes, en los perseguidos, en los jóvenes, en los pequeños de Dios. Su Causa de Beatificación es para nosotros un signo de esperanza y un ejemplo de santidad juvenil hasta el martirio”.

don Gabriel de Jesús CRUZ TREJO, sdb
vice postulador de la causa de Akash Bashir




Los protomártires salesianos: Luis Versiglia y Calixto Caravario

Luis y Calixto: la misma vocación misionera por la salvación de las almas, pero una historia diferente.
El 25 de febrero de este año se cumple el 94 aniversario del martirio de monseñor Luis Versiglia y del padre Calixto Caravario, misioneros en tierra china.
Luis Versiglia y Calixto Caravario: dos figuras diferentes en muchos aspectos, pero unidas por un gran celo apostólico y su último acto de amor puro en defensa de la religión católica y de la pureza de tres jóvenes chinas.

Luis: el aspirante a veterinario que se convirtió en misionero salesiano

Luis Versiglia, nacido el 5 de junio de 1873 en Oliva Gessi (PV), de niño, aunque era un asiduo monaguillo en la iglesia parroquial de su pueblo, no tenía ninguna intención de hacerse sacerdote. De hecho, se enfadaba cuando sus paisanos, al verle tan devoto en la iglesia, le profetizaban su futuro como sacerdote. Esto no entra en su plan de vida en absoluto, ni siquiera cuando a los 12 años le envían a estudiar al internado Valdocco de Turín. Le encantan los caballos y sueña con ser veterinario. Estudiar en Turín refuerza en él la esperanza de ingresar más tarde en la prestigiosa Facultad de Veterinaria de la Universidad de Turín.

Versiglia con el P. Braga y los alumnos del Instituto San José de Ho Sai

En Valdocco, sin embargo, conoce a Don Bosco, ya anciano y enfermo, y queda casi hechizado por su carisma.
Durante estos años en Valdocco, algo empezó a tomar forma en el alma de Versiglia. La caridad y la devoción que irradiaba el ambiente salesiano, junto con la fascinación de Don Bosco, fueron abriéndose paso poco a poco en el alma de Luis, hasta que sucedió un hecho decisivo, y a partir de ese día ya no tendría dudas. El 11 de marzo de 1888, en la Basílica de María Auxiliadora, mientras asistía a la ceremonia de despedida de un grupo de misioneros que partían hacia Argentina, quedó impresionado por el porte modesto y sereno de uno de los seis jóvenes que partían. De ahí su vocación. Desde aquel día nació en él el fuerte deseo de hacerse sacerdote, sacerdote misionero salesiano. (La historia de su vocación misionera está bien descrita en la carta que escribió a su Director, el P. Barberis, en 1890).
Así pues, Luis asistió al noviciado de Foglizzo (1888-1890), donde fue irreprochable en todo: caritativo con sus compañeros, muy piadoso y al mismo tiempo emprendedor y lleno de vida.  Luego obtuvo una beca para un curso de filosofía en la Universidad Gregoriana de Roma y se licenció en filosofía a los veinte años.
Es ordenado sacerdote cuando sólo tenía veintidós años con una dispensa concedida por la Santa Sede en virtud de su madurez psíquica y moral, superior a su edad.
Inmediatamente fue enviado a enseñar filosofía a los novicios de Foglizzo, donde, con su carácter franco y siempre alegre, fue estimado y admirado por todos por su competencia, afabilidad e imparcialidad. Exige el cumplimiento de las normas, guiando a todos con el ejemplo.
Después de Foglizzo, se le confió la dirección del nuevo noviciado de Genzano di Roma, donde también transmitió el ideal misionero a sus clérigos.

Calixto: un joven puro y deseoso de ser misionero

Clérigo Caravario en Shanghai con el P. Garelli y 20 alumnos bautizando

La vocación de Calixto Caravario, en cambio, tiene una historia completamente distinta. Nació el 8 de junio de 1903, exactamente treinta años después de Luis Versiglia, en Courgnè (TO), y se trasladó a Turín con su familia a la edad de cinco años. De buena índole, muy apegado a su madre, para la que tenía gestos y atenciones singulares, y desde muy pequeño mostró una marcada vocación por el sacerdocio. Sus primeras diversiones son imitar los gestos del sacerdote que celebra la misa. Pronto aprende a servir la misa, lo hace con devoción y asiste con pasión y entrega al oratorio San José de Turín, que se convierte en su segunda casa.

En las escuelas primarias del Colegio San Juan Evangelista tuvo como profesor durante dos años al clérigo Carlo Braga, hoy Siervo de Dios.
Repetía constantemente a su madre que de mayor sería sacerdote.
En 1914 comenzó el gimnasio en el Oratorio de Valdocco, donde se sintió particularmente atraído por los misioneros que visitaban allí a los Superiores y con los que pasaba a menudo ratos de recreo, alimentando su deseo por las Misiones.
En 1918 comienza el noviciado en Foglizzo y emite los votos religiosos al año siguiente. Acudió al Oratorio San Luis de Via Ormea, donde inició a más de un joven en el sacerdocio.
En 1922 conoce a monseñor Versiglia, que había llegado a Turín desde China para asistir al Capítulo General, y le expresa su vivo deseo de seguirle en la Misión. Los Superiores, sin embargo, no le permitieron realizar su sueño inmediatamente, porque esto le obligaría a interrumpir sus estudios, pero Calixto aseguró a Versiglia: “Monseñor, verá que seré fiel a mi palabra: le seguiré a China. Verá que le seguiré con toda seguridad”.
Al año siguiente, a través de un grupo de misioneros que partían para China, envió una carta al P. Braga, misionero en Shiu-chow, pidiéndole que “le preparase un lugarcito”.

Luis y Calixto: experiencias misioneras diferentes, pero unidas por la entrega total al prójimo y por ganarse el afecto y la adhesión de los jóvenes.
Don Versiglia mantuvo vivo su ideal misionero a lo largo de los años y la oportunidad de ir a la misión se le presentó en 1906, cuando el Rector Mayor de los Salesianos, tras negociaciones con el obispo de Macao, le nombró jefe de una expedición a Macao, colonia portuguesa en la costa sur de China, para dirigir y gestionar un orfanato.
La expedición estaba formada por otros dos sacerdotes y tres coadjutores: un sastre, un zapatero y un impresor. Los misioneros llegaron a Macao el 13 de febrero de 1906.
Don Versiglia adoptó el método educativo de Don Bosco, tratando de crear un ambiente familiar basado en la bondad amorosa. Para sus huérfanos “Luì San-fù’ (Padre Luis) tiene una dedicación total y amorosa y es plenamente correspondido por ellos. En cuanto llega, corren hacia él y le saludan festivamente. Por eso Don Versiglia llegó a ser conocido en Macao como el “padre de los huérfanos”.
En el orfanato que dirige Versiglia, los juegos y la música son herramientas educativas fundamentales. Es la razón que le impulsa a abrir un oratorio festivo y a montar una banda de música, con instrumentos de metal y tambores, que enseguida capta la curiosidad y la simpatía de todos los chinos, a cuyos ojos los pequeños músicos parecen “un grupo fantástico, caído de otro mundo”.
Con el paso de los años, el padre Versiglia transformó el orfanato en una escuela profesional de Artes y Oficios para alumnos huérfanos, tan apreciada que se toma como modelo para otras escuelas de Macao. Los muchachos que allí se gradúan encuentran inmediatamente empleo en las oficinas administrativas de la ciudad o consiguen abrir sus propias tiendas de artesanía. Esta escuela realiza una valiosa contribución a la promoción social y cultural, y su importancia es reconocida por todos.
En 1911, el obispo de Macao confió a Versiglia la evangelización del distrito de Heung Shan, región situada en el vasto delta del río de las Perlas.
En este territorio, la tarea de evangelización es particularmente difícil. “Hay de todo por hacer, preparar catequistas, profesores, escuelas…”, escribe Don Versiglia. Una tarea difícil sobre todo por la falta de personal, tanto masculino como femenino, y la gran desconfianza del pueblo chino hacia los misioneros, considerados como extranjeros enviados por los países colonialistas y, por tanto, enemigos.
Pocos meses después, la milenaria monarquía china fue derrocada y se instauró la República en octubre de 1911, pero los enfrentamientos entre las tropas imperiales y las revolucionarias continuaron. La piratería volvió a florecer y estallaron epidemias. La peste bubónica llegó a extenderse y Don Versiglia no escatimó sacrificios para ayudar a quien lo necesitara, visitando lazaretos, consolando a los enfermos y administrando bautismos. Una vez al mes visita también a los leprosos relegados a una isla cercana.
En el firme deseo de Versiglia de ayudar a todos, incluso a los más desdichados, alejados y olvidados, de asistirles tanto materialmente en las necesidades cotidianas de la vida, como espiritualmente salvando sus almas, no podemos sino ver en él un amor sin límites por el prójimo.
En 1918 nació la primera Misión Salesiana completamente autónoma en China, la Misión de Shiu-Chow, que abarcaba una vasta región montañosa, donde sólo se podía circular en barca, a pie o a caballo, y los habitantes estaban dispersos en aldeas muy alejadas unas de otras.

En 1921, fue consagrado obispo.
Todos los hermanos dieron testimonio de la gran caridad de Versiglia, que le llevaba a ser casi el servidor de sus misioneros, y en las enfermedades les asistía día y noche. Caridad incluso en las pequeñas cosas. Don Garelli, por ejemplo, contará que cuando llegó de Italia a la residencia de Shiu-chow, que era pequeña, pobre y sin muebles, Versiglia le dijo: “Ya ve, aquí sólo hay una cama. Yo ya estoy acostumbrado a la vida misionera, pero tú no. Todavía estás acostumbrado a las comodidades de la vida civilizada. Así que tú duermes en esa cama y yo aquí, en el suelo”.
Incluso siendo obispo, sigue sacrificándose por sus hermanos y por los chinos, y se ofrece para cualquier servicio: impresor, sacristán, jardinero, pintor, incluso barbero.
Emprende visitas pastorales muy fatigosas y muy largas, algunas de hasta dos meses, en condiciones muy incómodas, duerme en las tablas de los barcos públicos en medio de gente que te pisotea, en hoteles destartalados, en medio de diluvios…
Construye escuelas, residencias, iglesias, dispensarios, un orfanato, un orfanato maternal, una residencia de ancianos, todo ello gracias a sus especiales aptitudes: 1) tiene dotes de arquitecto; de hecho, él mismo diseña y planifica todos los edificios y luego dirige las obras, 2) tiene grandes dotes oratorias que le permiten recaudar los fondos necesarios. En sus dos únicos viajes a Italia, en 1916 y 1922, y en su viaje al Congreso Eucarístico de Chicago, al que acudió por motivos concretos, impartió varios seminarios en los que encandiló a la gente abriendo el corazón de muchos benefactores.
Los de Shiu-chow fueron años aún más difíciles. El gobierno republicano, para expulsar a los poderosos generales que aún controlan vastas zonas del norte, pide ayuda a Rusia, que envía su armamento, pero también comienza a hacer propaganda bolchevique contra el imperialismo occidental, y los misioneros son vistos como enemigos a los que hay que echar, sus residencias son ocupadas a menudo por los militares, etc. Con los años, el clima se vuelve cada vez más caluroso, cada vez es más peligroso viajar, la piratería hace estragos, algunos misioneros son secuestrados por piratas.
Mons. Versiglia hace todo lo posible por defender las residencias y a las personas en peligro y afirma: “Si hace falta una víctima para el Vicariato, ruego al Señor que me lleve”.

Calixto: joven misionero apasionado por Cristo hasta la entrega total
La experiencia misionera de Calixto es diferente y más breve, pero igualmente llevada a cabo con la mayor entrega de sí mismo.
Consiguió realizar su sueño misionero a los veintiún años (1924), cuando obtuvo el permiso para seguir a Don Garelli a Shanghai, donde a los Salesianos se les confió la dirección de un gran instituto profesional.
En la entrega de la cruz misionera en la Basílica de María Auxiliadora, el clérigo Caravario formuló esta oración: “Señor, mi cruz no quiero que sea ni ligera ni pesada, sino como Tú quieras. Dámela como Tú quieras. Sólo te pido que la lleve con gusto”. Palabras que nos dicen mucho sobre su disposición a aceptar la voluntad de Dios incluso en el sufrimiento y la penuria.
Así pues, Caravario llegó a Shanghai en noviembre de 1924, y aquí, además de estudiar chino, se le encomendó una ingente cantidad de trabajo: el cuidado completo, veinticuatro horas al día, de cien huérfanos, la escuela de catecismo, la preparación para el bautismo y la confirmación, la animación de los recreos. Persiguiendo su ideal de hacerse sacerdote, comenzó también a estudiar teología con gran seriedad.
En 1927, debe abandonar Shanghai debido al estallido de la revolución y es enviado a la lejana isla de Timor, colonia portuguesa del archipiélago indonesio, eclesiásticamente dependiente del obispo de Macao, para abrir una escuela de artes y oficios. Permanecerá en Timor dos años, que aprovechará para enriquecer su cultura religiosa y su relación con Dios con vistas al sacerdocio. En Timor, como en Shanghai, su apostolado dio fruto a varias vocaciones, y se ganó la confianza y el afecto de los jóvenes “que lloraron todos su partida” cuando se cerró la casa salesiana de Dili en 1929.
Así pues, fue enviado a la misión de Shiu-chow, donde conoció a su profesor de primaria, a Don Carlo Braga, y al obispo Versiglia, que lo ordenó sacerdote el 18 de mayo de 1929. Ese día escribió a su madre: “Madre, te escribo con el corazón lleno de alegría. Esta mañana he sido ordenado sacerdote, soy sacerdote para siempre. Ahora tu Calixto ya no es tuyo: debe ser completamente del Señor. ¿El tiempo de mi sacerdocio será largo o corto? No lo sé. Lo importante es que presentándome al Señor puedo decir que he hecho fructificar la gracia que me ha concedido”.
Caravario estaba extremadamente delgado y débil debido a la malaria contraída en Timor, y Versiglia le confió la misión de Lin-chow, pensando que el buen clima de aquella zona beneficiaría su salud física.
Al igual que Versiglia, Caravario afronta las dificultades de los viajes apostólicos con espíritu de sacrificio y adaptación. “En esta tierra hay muchas almas que salvar y los obreros son pocos; por tanto, debemos, con la ayuda del Señor, salvarlas aun a costa de cualquier sacrificio”.
Gracias a sus cualidades de pureza, piedad, mansedumbre y sacrificio, es considerado por sus hermanos como el modelo perfecto de sacerdote misionero.

Luis y Caravario: juntos en el último sacrificio
El 24 de febrero de 1930, Mons. Versiglia partió para la visita pastoral a la residencia de Lin-chow junto con el P. Calixto Caravario, dos profesores y tres jóvenes que habían estudiado en el internado de Shiu-chow. El 25 de febrero, remontando el río Lin-chow, su embarcación es detenida por una docena de piratas bolcheviques que exigen quinientos dólares como salvoconducto (que los misioneros obviamente no llevan consigo) e intentan secuestrar a las jóvenes, pero Versiglia y Caravario se oponen firmemente para proteger la pureza de las jóvenes. Monseñor Versiglia está decidido a cumplir con su deber hasta el punto de dar su vida: “Si es necesario morir para salvar a las que me han sido confiadas, estoy dispuesto”. Los piratas se abalanzan sobre ellos, insultan a la religión católica y los golpean brutalmente. Luego los conducen a un matorral, les disparan y destrozan sus cuerpos.
Las muchachas, liberadas unos días más tarde por el ejército regular, darán testimonio de la serenidad con la que los dos misioneros van a la muerte.
Luis y Calixto se sacrificaron para defender la fe y la pureza de las tres jóvenes.
Quienes los conocieron atestiguan que su fuerza de voluntad y su apego a Dios impregnaron toda su vida de manera heroica, y que su celo por la salvación de las almas era inconfundible.
La santidad de estas hermosas almas fue su conquista diaria y su martirio su coronación.

Dra. Giovanna Bruni




Laura Vicuña: una hija que “engendra” a su madre

Historias de familias heridas
            Estamos acostumbrados a imaginar la familia como una realidad armónica, caracterizada por la coexistencia de varias generaciones y por el papel orientador de unos padres que marcan la norma y de unos hijos que -al aprenderla- son guiados por ellos en la experiencia de la realidad. Sin embargo, a menudo las familias se encuentran atravesadas por dramas y malentendidos, o marcadas por heridas que atentan contra su óptima configuración y les dan una imagen distorsionada, deformada y falsa.
            La historia de la santidad salesiana también está atravesada por historias de familias heridas: familias en las que falta al menos una de las figuras parentales, o la presencia de la madre y del padre se convierte, por diferentes motivos (físicos, psíquicos, morales y espirituales), en perjudicial para sus hijos, hoy en camino hacia los honores de los altares. El mismo Don Bosco, que había experimentado la muerte prematura de su padre y el alejamiento de la familia por la prudente voluntad de Mamá Margarita, quiso – no es casualidad – la obra salesiana particularmente dedicada a la “juventud pobre y abandonada” y no dudó en tender la mano a los jóvenes formados en su oratorio con una intensa pastoral vocacional (demostrando que ninguna herida del pasado es obstáculo para una vida humana y cristiana plena). Es natural, por tanto, que la misma santidad salesiana, que se nutre de la vida de muchos de los jóvenes de Don Bosco consagrados después a través de él a la causa del Evangelio, lleve en sí -como consecuencia lógica- huellas de familias heridas.
            De estos chicos y chicas que crecieron en contacto con las obras salesianas, presentamos a la Beata Laura Vicuña, nacida en Chile en 1891, huérfana de padre y cuya madre inició una convivencia en Argentina con el rico terrateniente Manuel Mora; Laura, por tanto, herida por la situación de irregularidad moral de su madre, estuvo dispuesta a ofrecer su vida por ella.

Una vida corta pero intensa
            Nacida en Santiago de Chile el 5 de abril de 1891 y bautizada el 24 de mayo siguiente, Laura era la hija mayor de José D. Vicuña, un noble venido a menos que se había casado con Mercedes Pino, hija de modestos campesinos. Tres años más tarde llegó una hermana pequeña, Julia Amanda, pero pronto murió su padre, tras sufrir una derrota política que minó su salud y comprometió, junto con el sustento económico de la familia, también su honor. Privada de toda “protección y perspectiva de futuro”, la madre desembarca en Argentina, donde recurre a la tutela del terrateniente Manuel Mora: un hombre “de carácter soberbio y altivo”, que “no disimula odio y desprecio hacia cualquiera que se oponga a sus designios”. Un hombre, en fin, que sólo en apariencia garantiza protección, pero que en realidad está acostumbrado a tomar, si es necesario por la fuerza, lo que quiere, explotando a la gente. Mientras tanto, paga los estudios en el internado de las Hijas de María Auxiliadora a Laura y a su hermana, y la madre de éstas -que está bajo la influencia psicológica de Mora- vive con él sin encontrar la fuerza para romper el vínculo. Sin embargo, cuando Mora empieza a dar muestras de interés deshonesto por la propia Laura, y sobre todo cuando ésta emprende el camino de la preparación para su Primera Comunión, se da cuenta de repente de la gravedad de la situación. A diferencia de su madre -que justifica un mal (la convivencia) en función de un bien (la educación de sus hijas en el internado)-, Laura comprende que se trata de un argumento moralmente ilegítimo, que pone en grave peligro el alma de su madre. En esta época, Laura también quiso hacerse religiosa de María Auxiliadora ella misma: pero su petición fue rechazada, por ser hija de una “concubina pública”. Y es en ese momento cuando se produce un cambio en Laura -recibida en el internado cuando aún dominaban en ella “la impulsividad, la facilidad para el resentimiento, la irritabilidad, la impaciencia y la propensión a aparentar”- que sólo la Gracia, unida al empeño de la persona, puede producir: pide a Dios la conversión de su madre, ofreciéndose por ella. En aquel momento, Laura no podía ir ni “hacia delante” (entrando en las Hijas de María Auxiliadora) ni “hacia atrás” (volviendo con su madre y Mora). Con un gesto entonces cargado de la creatividad propia de los santos, Laura emprendió el único camino que aún le era accesible: el de la altura y la profundidad. En sus propósitos de Primera Comunión había anotado:

Me propongo hacer todo lo que sé y puedo para […] reparar las ofensas que Tú, Señor, recibes cada día de los hombres, especialmente de las personas de mi familia; Dios mío, dame una vida de amor, mortificación y sacrificio.

            Ahora finaliza la intención en “Acto de ofrend”», que incluye el sacrificio de la propia vida. El confesor, reconociendo que la inspiración viene de Dios, pero ignorando las consecuencias, asiente, y confirma que Laura es “consciente de la ofrenda que acaba de hacer”. Vive los dos últimos años en silencio, alegre y sonriente. Y, sin embargo, la mirada que lanza al mundo -como confirma un retrato fotográfico, muy diferente de la estilización hagiográfica familiar- habla también de la conciencia dolorosa y del dolor que la habitan. En una situación en la que carece tanto de la “libertad de” (condicionamientos, obstáculos, dificultades) como de la “libertad para” hacer muchas cosas, esta preadolescente da testimonio de la “libertad para”: la de la entrega total.
Laura no desprecia, sino que ama la vida: la suya y la de su madre. Por ella se ofrece. El 13 de abril de 1902, domingo del Buen Pastor, se pregunta: “Si Él da la vida… ¿qué me detiene por mamá?”. Moribunda, añade: “¡Mamá, me muero, yo misma se lo he pedido a Jesús… desde hace casi dos años le ofrezco mi vida por ti…, para obtener la gracia de tu regreso!”
            Son palabras desprovistas de pesar y de reproche, pero cargadas de una gran fuerza, de una gran esperanza y de una gran fe. Laura ha aprendido a aceptar a su madre tal como es. De hecho, se ofrece para darle lo que ella sola no puede conseguir. Cuando Laura muere, la mamá se convierte. Laurita de los Andes, la hija, ha contribuido así a engendrar a su madre en la vida de la fe y de la gracia.




Beato Tito Zeman, mártir de las vocaciones

Un hombre destinado a la eliminación
            Tito Zeman nace en Vajnory, cerca de Bratislava (en Eslovaquia), el 4 de enero de 1915, el primero de los diez hijos de una familia sencilla. A los 10 años, curado repentinamente por intercesión de la Virgen, prometió “ser su hijo para siempre” y hacerse sacerdote salesiano. Comenzó a realizar este sueño en 1927, después de superar la oposición de su familia durante dos años. Había pedido a la familia que vendiera un campo para poder pagar sus estudios, y había añadido: “Si yo hubiera muerto, bien habríais encontrado el dinero para mi entierro. Por favor, usad ese dinero para pagar mis estudios”.
            La misma determinación vuelve constantemente en Zeman: cuando el régimen comunista se estableció en Checoslovaquia y persiguió a la Iglesia, el Padre Tito defendió el símbolo del crucifijo (1946), pagando con su despido de la escuela donde enseñaba. Habiendo escapado providencialmente a la dramática “Noche de los Bárbaros” y a la deportación de los religiosos (13-14 de abril de 1950), decide cruzar la cortina de hierro con los jóvenes salesianos hasta Turín, donde es acogido por el Rector Mayor, Don Pietro Ricaldone. Tras dos travesías con éxito (verano y otoño de 1950), la expedición fracasó en abril de 1951. El P. Zeman se enfrentó a una primera semana de torturas y a otros diez meses de detención preventiva, con nuevas y duras torturas, hasta el juicio del 20 al 22 de febrero de 1952. Después pasaría 12 años detenido (1952-1964) y casi cinco en libertad condicional, siempre espiado y perseguido (1964-1969).
            En febrero de 1952, el Fiscal General pidió para él la pena de muerte por espionaje, alta traición y cruce ilegal de fronteras, que le fue conmutada por 25 años de reclusión sin libertad condicional. Sin embargo, Don Zeman es calificado de “hombre destinado a la eliminación” y experimenta la vida en campos de trabajos forzados. Le obligan a moler uranio radiactivo a mano y sin protección; pasa largos periodos en régimen de aislamiento, con una ración de comida seis veces inferior a la de los demás. Enferma gravemente del corazón, los pulmones y los nervios. El 10 de marzo de 1964, tras haber cumplido la mitad de su condena, sale de la cárcel en libertad condicional por siete años. Está físicamente irreconocible y vive un periodo de intenso sufrimiento, también espiritual, debido a la prohibición de ejercer públicamente su ministerio sacerdotal. Muere, tras recibir la amnistía, el 8 de enero de 1969.

Salvador de vocaciones hasta el martirio
            El P. Tito vivió con gran espíritu de fe su vocación y la misión especial a la que se sentía llamado para trabajar por la salvación de las vocaciones, abrazando la hora de la “prueba” y del “sacrificio” y dando testimonio de su capacidad, debida también a la gracia recibida de Dios, para afrontar con conciencia cristiana, consagrada y sacerdotal, la ofrenda de su vida, la pasión de la cárcel y de la tortura y, finalmente, la muerte. Así lo atestigua el rosario de 58 cuentas, una por cada período de tortura, que confeccionó con pan e hilo, y sobre todo la referencia al Ecce homo, como Aquel que le hizo compañía en sus sufrimientos, y sin el cual no habría podido afrontarlos. Guardó y defendió la fe de los jóvenes en tiempos de persecución, para oponerse a la reeducación comunista y a la reconversión ideológica. Su camino de fe es un continuo “resplandor” de virtudes, fruto de una intensa vida interior, que se traduce en una misión valiente, en un país donde el comunismo pretendía borrar todo rastro de vida cristiana. Toda la vida del P. Tito se resume en animar a los demás a esa “fidelidad en la vocación” con la que él siguió decididamente la suya. El suyo fue un amor total a la Iglesia y a su propia vocación religiosa y misión apostólica. De este amor unitario y unificador brotan sus audaces empresas.

Testimonio de esperanza
            El heroico testimonio del Beato Tito Zeman es una de las más bellas páginas de fe que las comunidades cristianas de Europa del Este y la Congregación Salesiana escribieron durante los duros años de persecución religiosa por parte de los regímenes comunistas en el siglo pasado. En él brilló especialmente su compromiso con las jóvenes vocaciones consagradas y sacerdotales, decisivas para el futuro de la fe en aquellos territorios.
            Con su vida, el P. Tito se muestra como un hombre de unidad, que rompe barreras, media en los conflictos, busca siempre el bien integral de la persona; además, siempre considera posible una alternativa, una solución mejor, una no rendición ante las circunstancias desfavorables. En los mismos años en que algunos apostataron o traicionaron, y otros se desanimaron, él fortaleció la esperanza de los jóvenes llamados al sacerdocio. Su obediencia es creativa, no formalista. Actúa no sólo por el bien del prójimo, sino de la mejor manera posible. Así, no se limita a organizar las escapadas de los clérigos al extranjero, sino que los acompaña pagando en persona, permitiéndoles llegar a Turín, con la convicción de que “en la casa de Don Bosco” vivirían una experiencia destinada a marcar toda su vida. En la raíz está la conciencia de que salvar una vocación es salvar muchas vidas: en primer lugar, la de quien es llamado, después aquellas a las que llega la vocación obedecida, en este caso a través de la vida religiosa y sacerdotal.

            Es significativo que el martirio del P. Tito Zeman haya sido reconocido en el contexto del bicentenario del nacimiento de San Juan Bosco. Su testimonio es la encarnación de la llamada vocacional y de la predilección pastoral de Jesús por los niños y los jóvenes, especialmente por sus hermanos salesianos jóvenes, predilección que se manifestó, como en Don Bosco, en una verdadera “pasión”, buscando su bien, poniendo en ello todas sus energías, todas sus fuerzas, toda su vida con espíritu de sacrificio y de ofrenda: “Aunque perdiera mi vida, no la consideraría desperdiciada, sabiendo que al menos uno de aquellos a los que había ayudado se ha convertido en sacerdote en mi lugar”.