La pastora, las ovejas y los corderos (1867)

En el siguiente pasaje, Don Bosco, fundador del Oratorio de Valdocco, relata a sus jóvenes un sueño que tuvo entre el 29 y el 30 de mayo de 1867 y que narró la noche del Domingo de la Santísima Trinidad. En una llanura infinita, rebaños y corderos se convierten en alegoría del mundo y de los muchachos: prados exuberantes o desiertos áridos figuran la gracia y el pecado; cuernos y heridas denuncian escándalo y deshonor; la cifra «3» preanuncia tres carestías –espiritual, moral, material– que amenazan a quien se aleja de Dios. Del relato brota el apremiante llamado del santo: custodiar la inocencia, volver a la gracia con la penitencia, para que cada joven pueda revestirse de las flores de la pureza y participar de la alegría prometida por el buen Pastor.

El domingo de la Santísima Trinidad, 16 de junio, en cuya festividad, hacía veintiséis años, había celebrado don Bosco su primera misa, los jóvenes esperaban con impaciencia que les contara un sueño, según les había prometido el día 13 del mismo mes. Su ardiente deseo era buscar el bien espiritual de su rebaño, y su norma, las amonestaciones y promesas del capítulo XXVII, versículos 23 – 25 del libro de los Proverbios: Diligenter agnosce vultum pecoris tui, tuosque greges considera: non enim habebis jugiter potestatem; sed corona tribuetur in generationem et generationem. Aperta sunt prata, et apparuerunt herbas virentes, et collecta sunt foena de montibus… (Conoce a fondo el estado de tu ganado, aplica tu corazón a tu rebaño; porque no es eterna la riqueza; no se transmiten los tesoros de edad en edad. Cortada la hierba, aparecido el retoño, y apilado el heno de los montes…). En sus oraciones pedía al cielo el conocimiento exacto de sus ovejas; la gracia de vigilar atentamente; de asegurar la custodia del redil aun después de su muerte y de proveerle de fácil alimento material y espiritual. Don Bosco, pues, después de las oraciones de la noche, habló así:

En una de las últimas noches del mes de María, el 29 o el 30 de mayo, estando en la cama y no pudiendo dormir, pensaba en mis queridos jóvenes y me decía a mí mismo:
– ¡Oh si pudiese soñar algo que les sirviese de provecho!
Después de reflexionar durante un rato añadí:
– ¡Sí! Ahora quiero soñar algo para contarlo a mis jóvenes.
Y he aquí que me quedé dormido. Apenas el sueño se apoderó de mí, me pareció encontrarme en una inmensa llanura cubierta de un número extraordinario de ovejas de gran tamaño, las cuales, divididas en rebaños, pacían en los extensos prados que se ofrecían ante mi vista. Quise acercarme a ellas y se me ocurrió buscar al pastor, causándome gran maravilla que pudiese haber en el mundo quien pudiera poseer tan crecido número de animales de aquella especie. Después de breves indagaciones me encontré ante un pastor apoyado en su cayado. Inmediatamente comencé a preguntarle:
– ¿De quién es este rebaño tan numeroso?
El pastor no me contestó. Volví a repetir la pregunta y entonces me dijo:
– ¿Y a ti qué te interesa?
– ¿Por qué, repliqué, me contesta de esa manera?
– Pues bien, dijo el pastor, este rebaño es de su dueño.
– ¿De su dueño? Eso ya me lo suponía, dije para mí. Y continué en alta voz:
– ¿Y quién es el dueño?
– No te preocupes, me dijo, ya lo sabrás.
Después, recorriendo en su compañía aquel valle, comencé a observar el rebaño y la región en que nos encontrábamos. Algunas zonas estaban cubiertas de rica vegetación; numerosos árboles extendían sus ramas proporcionando agradable sombra, y una hierba fresquísima que servía de alimento a gran número de ovejas de hermosa y lucida presencia. En otros parajes la llanura era estéril, arenosa, llena de piedras, recubierta de espinos, desprovistos de hojas, y de grama amarillenta; no había en toda ella ni un tallo de hierba fresca; a pesar de ello, también allí había numerosas ovejas paciendo, pero su aspecto era miserable.
Hice algunas preguntas a mi guía referentes a este rebaño, pero él, sin contestarme a ninguna, dijo:
– Tú no estás destinado a cuidarlas. En éstas no debes pensar. Te voy a llevar a que veas el rebaño que te ha sido reservado.
– Pero ¿tú quién eres?
– Soy el dueño; ven conmigo; vamos hacia aquella parte y verás.
Y me condujo a otro lugar de la llanura donde había millares y millares de corderillos. Tan numerosos eran, que no se podían contar y estaban tan flacos que apenas si se podían tener en pie. El prado en que estaban era seco, árido y arenoso, no descubriéndose en él ni un tallo de hierba fresca, ni un arroyuelo, sino nada más que algunos gamones secos y matas escuálidas. Todo el pasto había sido totalmente destruido por los mismos corderos.
A primera vista se podía deducir que aquellos pobres animales, que estaban además cubiertos de llagas, habían sufrido mucho y continuaban sufriendo. ¡Cosa extraña! Cada uno tenía dos cuernos largos y gruesos que le salían de la frente, como si fuesen carneros viejos, y en la punta de cada cuerno tenían un apéndice en forma de ese. Contemplé maravillado aquella rara particularidad, causándome gran inquietud el no saberme explicar por qué aquellos corderillos tenían los cuernos tan largos y tan gruesos y la causa de que hubiesen destruido tan pronto la hierba del prado.
– Pero ¿cómo puede ser esto?, dije al pastor. ¿Unos corderos tan pequeños y ya tienen unos cuernos tan grandes:
– Mira bien, me dijo, observa atentamente.
Y al hacerlo pude comprobar que aquellos animales tenían grabado el número 3 en todas las partes del cuerpo: en el lomo, en la cabeza, en el hocico, en las orejas, en las narices, en las patas, en las pezuñas.
– ¿Qué quiere decir esto?, pregunté a mi guía. A la verdad que no entiendo nada.
– ¿Cómo? ¿Que no comprendes nada?, me replicó el pastor. Escucha, pues, y todo lo comprenderás. Esta extensa llanura es figura del mundo. Los lugares cubiertos de hierba significan la palabra de Dios y la gracia. Los parajes estériles y áridos, aquellos sitios en los cuales no se escucha la palabra divina, en los que sólo se procura agradar al mundo. Las ovejas son los hombres hechos y derechos; los corderos, los jovencitos, para atender a los cuales ha mandado Dios a don Bosco. Este rincón de la llanura que contemplas, representa el Oratorio y los corderos en él reunidos, tus hijos. Este lugar tan árido es símbolo del estado de pecado. Los cuernos son imagen de la deshonra. La letra S quiere decir Scandalum (escándalo). Los escandalosos, por la fuerza del mal ejemplo, marchan a su perdición. Entre los corderos observarás algunos que tienen los cuernos rotos; fueron escandalosos, pero ahora cesaron en sus escándalos. El número 3 quiere decir que soportan la pena de su culpa; esto es, que tendrán que sufrir tres grandes carestías: una carestía espiritual, otra moral y otra material. 1.° La carestía de los auxilios espirituales; pedirán estos auxilios y no los tendrán. 2.° La carestía de la palabra de Dios. 3.° La carestía del pan material. El que los corderos hayan agotado toda la hierba quiere decir que no les queda más que el deshonor y el número 3, o sea, las carestías. Este espectáculo significa también los sufrimientos que padecen actualmente muchos jóvenes en medio del mundo. En el Oratorio, en cambio, incluso los que son indignos de ello, no carecen del pan material.
Mientras yo escuchaba y observaba todas aquellas cosas como desmemoriado, he aquí una nueva maravilla. Todos aquellos corderos cambiaban de aspecto.
Levantándose sobre las patas posteriores adquirían una estatura elevada y la forma de otros tantos jóvenes. Yo me acerqué para comprobar si conocía alguno. Eran todos muchachos del Oratorio. A muchísimos no los había visto nunca, pero todos aseguraban que pertenecían a nuestro Oratorio. Y entre los que eran desconocidos para mí había unos pocos que están actualmente aquí. Son los que no se presentan nunca a don Bosco; los que no acuden jamás a pedirle un consejo; los que, por el contrario, huyen de él; en una palabra: los jóvenes a los cuales don Bosco aún no conoce… Pero la inmensa mayoría de los desconocidos estaba integrada por los que no están ni han estado en el Oratorio.
Mientras observaba con pena aquella multitud, el que me acompañaba me tomó de la mano y me dijo:
– Ven conmigo y verás otras cosas. Y así diciendo me condujo a un extremo apartado del valle rodeado de pequeñas colinas y cercado de un vallado de plantas esbeltas, en el cual había un gran prado cubierto de verdor, lo más riente que imaginarse puede y embalsamado por multitud de plantas aromáticas, esmaltado de flores silvestres y en el que, además, se descubrían frescos bosquecillos y corrientes de agua límpida. En él me encontré con una gran multitud de chicos, todos alegres, dedicados a formar un hermosísimo vestido con flores del prado.
– Al menos, tienes a éstos que te proporcionan grandes consuelos.
– ¿Quiénes son?, pregunté.
– Son los que están en gracia de Dios.
¡Ah! Os puedo asegurar que jamás vi criaturas tan bellas y resplandecientes y que nunca habría podido imaginar tanta hermosura. Sería imposible que me pusiese a describirlo, pues sería echar a perder lo que no se puede imaginar si no se ve. Pero me estaba reservado un espectáculo aún más sorprendente. Mientras estaba yo contemplando con inmenso placer a aquellos jóvenes, entre los que había muchos a los cuales no conocía, el guía me dijo:
– Ven, ven conmigo y te haré ver algo que te proporcionará una alegría y un consuelo aún mayor. Y me condujo a otro prado todo esmaltado de flores más bellas y olorosas que las que había visto anteriormente. Parecía un jardín regio. En él pude ver un número menor de jóvenes que en el prado anterior, pero de una tan extraordinaria belleza y de un esplendor tal que anulaban por completo a los que había admirado poco antes. Algunos de éstos están en el Oratorio, otros lo estarán con el tiempo.
Entonces el pastor me dijo:
– Estos son los que conservan la bella azucena de la pureza. Estos están revestidos aún con la estola de la inocencia.
Yo contemplaba extático aquel espectáculo. Casi todos llevaban en la cabeza una corona de flores de belleza indescriptible. Dichas flores estaban compuestas por otras florecillas de sorprendente gallardía y de colores tan vivos y variados que encantaban al que las miraba. Había más de mil colores en una sola flor y en cada flor se veían más de mil flores. Hasta los pies de aquellos jóvenes descendía una vestidura de fascinante blancura, entretejida de guirnaldas de flores, semejantes a las que formaban la corona. La luz encantadora que partía de las flores iluminaba toda la persona haciendo reflejar en ella la propia belleza. Las flores se espejaban unas en otras y las de las coronas en las que formaban las guirnaldas, reverberando cada una los rayos emitidos por las otras. Un rayo de un color al encontrarse con otro de distinto color daba origen a nuevos rayos, diversos entre sí y, por consiguiente, cada nuevo rayo producía otros distintos, de manera que yo jamás habría creído que en el paraíso hubiese un espectáculo tan múltiple y encantador. Pero esto no es todo. Los rayos de las flores y de las coronas de unos jóvenes se reflejaban en las flores y en los de las coronas de todos los demás; lo mismo sucedía con las guirnaldas y con las vestiduras de cada uno. Además, el resplandor del rostro de un joven al expandirse, se fundía con el resplandor del rostro de los compañeros y al reverberar sobre aquellas facciones inocentes y redondas, producían tanta luz que deslumbraban la vista e impedían fijar los ojos en ellas.
Y así, en uno solo, se concentraban las bellezas de todos los compañeros con una armonía de luz inefable. Era la gloria accidental de los santos. No hay imagen humana capaz de dar una idea, aunque pálida, de la belleza que adquiría cada uno de aquellos jóvenes, en medio de un océano de esplendor tan grande. Entre ellos pude ver a algunos que se encuentran actualmente en el Oratorio y estoy seguro de que, si pudiesen apreciar, aunque sólo fuese la décima parte de la hermosura de que los vi revestidos, estarían dispuestos a sufrir el tormento del fuego, a dejarse descuartizar, a afrontar el más cruel de los martirios, antes que perderla.
Apenas pude reaccionar un poco, después de haber contemplado semejante espectáculo, me volví a mi guía y le dije:
– Pero ¿en tan crecido número de mis jóvenes, son tan pocos los inocentes? ¿Tan contados son los que nunca han perdido la gracia de Dios?
El pastor respondió:
– ¿Cómo? ¿Te parece pequeño su número? Por otra parte, ten presente que los que han tenido la desgracia de perder el hermoso lirio de la pureza, y, por tanto, la inocencia, pueden seguir a sus compañeros por el camino de la penitencia. ¿Ves allá? En aquel prado hay muchas flores; con ellas pueden tejer una corona y una vestidura hermosísima y seguir también a los inocentes en la gloria.
– Dime algo más que yo pueda comunicar a mis jóvenes, añadí entonces.
– Repíteles que si supiesen cuán bella y preciosa es a los ojos de Dios la inocencia y la pureza, estarían dispuestos a hacer cualquier sacrificio para conservarla. Diles que se animen a cultivar esta bella virtud, la cual supera a las demás en hermosura y esplendor. Por algo los castos son los que crescunt tanquam lilia in conspectu Domini. (Crecen como lirios a los ojos del Señor).
Yo quise entonces introducirme en medio de aquellos mis queridos hijos tan bellamente coronados, pero tropecé al andar y me desperté encontrándome en la cama.
Hijos míos: ¿sois todos inocentes? Tal vez entre vosotros hay algunos que lo son y a ellos van dirigidas estas mis palabras. Por caridad: no perdáis un tesoro de tan inestimable valor. ¡La inocencia es algo que vale tanto como el Paraíso, como el mismo Dios! ¡Si hubieseis podido admirar la belleza de aquellos jovencitos recubiertos de flores! El conjunto de aquel espectáculo era tal, que yo habría dado cualquier cosa por seguir gozando de él, y si fuese pintor, consideraría como una gracia grande el poder plasmar en el lienzo, de alguna manera, lo que vi. Si conocieseis la belleza de un inocente, os someteríais a las pruebas más penosas, incluso a la misma muerte, con tal de conservar el tesoro de la inocencia.
El número de los que habían recuperado la gracia, aunque me produjo un gran consuelo, creí, con todo, que sería mayor. También me maravillé de ver a alguno que aquí parece bueno y en el sueño tenía unos cuernos muy grandes y muy gruesos…
Don Bosco terminó haciendo una cálida exhortación a los que habían perdido la inocencia para que se empeñasen voluntariosamente en
recuperar la gracia por medio de la penitencia.
Dos días después, el 18 de junio, el siervo de Dios subía a su tribuna y daba algunas nuevas explicaciones del sueño.
No sería necesaria explicación alguna respecto al sueño, pero volveré a repetir lo que ya os dije. La gran llanura es el mundo, y los distintos parajes y el estado al que fueron llamados aquí todos nuestros jóvenes. El rincón donde estaban los corderos es el Oratorio. Los corderos son todos los jóvenes que estuvieron, están y estarán en el Oratorio. Los tres prados de esta zona, el árido, el verde y el florido, indican los estados de pecado, de gracia y de inocencia. Los cuernos de los corderos son los escándalos dados en el pasado. Había, además, quienes tenían los cuernos rotos, o sea los que fueron escandalosos y después se enmendaron por completo. Todas aquellas cifras que representaban el número 3, y que se veían grabadas en las distintas partes del cuerpo de cada cordero, simbolizan, según me dijo el pastor, tres castigos que Dios enviará a los jóvenes: 1.° Carestía de auxilios espirituales. 2.° Carestía moral, o sea, falta de instrucción religiosa y de la palabra de Dios. 3.° Carestía material, o sea, carencia incluso del alimento. Los jóvenes resplandecientes son los que se encuentran en gracia de Dios y, sobre todo, los que conservan la inocencia bautismal y la bella virtud de la pureza. íQué gloria tan grande les espera a los tales!
Entreguémonos, pues, queridos jóvenes, con el mayor entusiasmo a la práctica de la virtud. El que no esté en gracia de Dios, que la adquiera y después emplee todos los medios necesarios y la ayuda de Dios para conservarse en ella hasta la muerte; pues, si es cierto que no todos podemos estar en compañía de los inocentes y formar corona a Jesús, Cordero Inmaculado, al menos podemos seguir detrás de ellos.
Uno de vosotros me preguntó si estaba entre los inocentes y yo le dije que no, que tenía los cuernos rotos. Me preguntó también si tenía llagas y le dije que sí.
– ¿Y qué significan esas llagas?, me preguntó.
Yo le respondí:
– No temas. Tus llagas están ya casi cicatrizadas y desaparecerán con el tiempo; tales llagas no son deshonrosas, como no lo son las cicatrices de un combatiente, el cual, a pesar de las heridas y de los ataques del enemigo, supo vencer y conseguir la victoria. ¡Por tanto, son cicatrices gloriosas! Pero aún es más honroso combatir en medio del enemigo sin ser herido. La incolumidad del que lo consigue es causa de admiración para todos.
Explicando este sueño, don Bosco dijo también que no pasaría mucho tiempo sin que se dejasen sentir estos tres males; – Peste, hambre y también falta de medios para hacer bien a las almas.
Añadió que no pasarían tres meses sin que sucediese algo de particular.
Este sueño produjo en los jóvenes la impresión y los frutos que había conseguido otras muchas veces con relatos semejantes.
(MB IT VIII 839- 845 / MB ES 713-718)




Beatificación de Camille Costa de Beauregard. ¿Y después…?

La diócesis de Saboya y la ciudad de Chambéry vivieron tres jornadas históricas, el 16, 17 y 18 de mayo de 2025. Un relato de los hechos y las perspectivas futuras.

Las reliquias de Camille Costa de Beauregard fueron trasladadas desde Bocage a la iglesia de Notre-Dame (lugar del bautismo de Camille), el viernes 16 de mayo. Un magnífico cortejo recorrió las calles de la ciudad a partir de las ocho de la noche. Después de los cuernos de los Alpes, las gaitas tomaron el relevo para abrir la marcha, seguidas por una carroza florida que transportaba un retrato gigante del «padre de los huérfanos». Luego seguían las reliquias, sobre una camilla llevada por jóvenes estudiantes del liceo de Bocage, vestidos con magníficas sudaderas rojas en las que se podía leer esta frase de Camille: «Cuanto más alta es la montaña, mejor vemos lejos«. Varias centenas de personas de todas las edades desfilaban en un ambiente «bon enfant». A lo largo del recorrido, los curiosos, respetuosos, se detenían, asombrados, para ver pasar este inusual cortejo.

Al llegar a la iglesia de Notre-Dame, un sacerdote estaba allí para animar una vigilia de oración acompañada por los cantos de un hermoso coro de jóvenes. La ceremonia se desarrolló en un clima relajado pero recogido. Todos desfilaban, al final de la vigilia, para venerar las reliquias y confiar a Camille una intención personal. ¡Un momento muy hermoso!

Sábado 17 de mayo. ¡Gran día! Desde Pauline Marie Jaricot (beatificada en mayo de 2022), Francia no había conocido un nuevo «Beato». Así que toda la Región Apostólica estaba representada por sus obispos: Lyon, Annecy, Saint-Étienne, Valence, etc. A ellos se sumaron dos ex arzobispos de Chambéry: monseñor Laurent Ulrich, actualmente arzobispo de París, y monseñor Philippe Ballot, obispo de Metz. Dos obispos de Burkina Faso hicieron el viaje para participar en esta fiesta. Numerosos sacerdotes diocesanos vinieron a concelebrar, así como varios religiosos, entre ellos siete salesianos de Don Bosco. El nuncio apostólico en Francia, monseñor Celestino Migliore, tenía la misión de representar al cardenal Semeraro (Prefecto del Dicasterio para las causas de los santos), retenido en Roma para la entronización del papa León XIV. No hace falta decir que la catedral estaba llena, al igual que los capiteles, el atrio y Bocage: más de tres mil personas en total.

¡Qué emoción cuando, después de la lectura del decreto pontificio (firmado solo el día anterior por el papa León XIV) leído por don Pierluigi Cameroni, postulador de la causa, se reveló el retrato de Camille en la catedral! ¡Qué fervor en este gran navío! ¡Qué solemnidad acompañada por los cantos de un magnífico coro interdiocesano y por el gran órgano maravillosamente tocado por el maestro Thibaut Duré! En resumen, una ceremonia grandiosa para este humilde sacerdote que entregó toda su vida al servicio de los más pequeños.

Un reportaje fue asegurado por RCF Savoie (una emisora regional francesa que forma parte de la red RCF, Radios Cristianas Francófonas) con entrevistas a diversas personalidades involucradas en la defensa de la causa de Camille, y por otro lado, por el canal KTO (el canal televisivo católico de lengua francesa) que transmitió en directo esta magnífica celebración.

Una tercera jornada, el domingo 18 de mayo, coronó esta fiesta. Se celebró en Bocage, bajo una gran carpa; fue una misa de acción de gracias presidida por monseñor Thibault Verny, arzobispo de Chambéry, rodeado por los dos obispos africanos, el provincial de los salesianos y algunos sacerdotes, entre ellos el padre Jean François Chiron (presidente, desde hace trece años, del Comité Camille creado por monseñor Philippe Ballot), quien pronunció una homilía notable. Una multitud considerable acudió a participar y a rezar. Al final de la misa, una rosa «Camille Costa de Beauregard fundador de Bocage» fue bendecida por el padre Daniel Féderspiel, inspector de los salesianos de Francia (esta rosa, elegida por los exalumnos, ofrecida a las personalidades presentes, está a la venta en los invernaderos de Bocage).

Después de la ceremonia, los cuernos de los Alpes ofrecieron un concierto hasta el momento en que el papa León, durante su discurso, en el momento del Regina Coeli, declaró estar muy alegre por la primera beatificación de su pontificado, el sacerdote de Chambéry Camille Costa de Beauregard. ¡Trueno de aplausos bajo la carpa!

Por la tarde, varios grupos de jóvenes de Bocage, liceo y casa de los niños, o scouts, se sucedieron en el podio para animar un momento recreativo. ¡Sí! ¡Qué fiesta!

¿Y ahora? ¿Todo ha terminado? ¿O hay un después, una continuación?

La beatificación de Camille es solo una etapa en el proceso de canonización. El trabajo continúa y están llamados a contribuir. ¿Qué queda por hacer? Dar a conocer cada vez mejor la figura del nuevo beato a nuestro alrededor, con múltiples medios, porque es necesario que muchos recen para que su intercesión nos obtenga una nueva curación inexplicable para la ciencia, lo que permitiría considerar un nuevo proceso y una rápida canonización. La santidad de Camille sería entonces presentada al mundo entero. ¡Es posible, hay que creerlo! ¡No nos detengamos a mitad de camino!

Disponemos de varios medios, como:
– el libro Camille Costa de Beauregard. La noblesse du coeur, de Françoise Bouchard, Ediciones Salvator;
– el libro Prier 15 jours avec Camille Costa de Beauregard, del padre Paul Ripaud, Ediciones Nouvelle Cité;
– un cómic: Bienheureux Camille Costa de Beauregard, de Gaëtan Evrard, Ediciones Triomphe;
– los videos para descubrir en el sitio de «Amis de Costa», y el de la beatificación;
– las visitas a los lugares de memoria, en Bocage en Chambéry; son posibles contactando tanto con la recepción de Bocage como directamente con el señor Gabriel Tardy, director de la Maison des Enfants.

A todos, gracias por apoyar la causa del beato Camille, ¡se lo merece!

don Paul Ripaud, sdb




Quinto sueño misionero: Pekín (1886)

Durante la noche del día nueve al diez de abril, tuvo don Bosco otro sueño sobre las misiones, que después contó a don Miguel Rúa, a don Juan Branda y a Carlos Viglietti, con voz ahogada a veces por los sollozos. Viglietti lo escribió inmediatamente después y, por orden suya, envió una copia a don Juan Bautista Lemoyne, para que la leyese a todos los Superiores del Oratorio y sirviese de aliento general. «La copia adjunta, advertía el secretario, no es más que el esbozo de una magnífica y amplísima visión». El texto que damos a la publicidad es el de Viglietti, un poco retocado por Lemoyne, en cuanto a la forma y estilo.

Don Bosco se encontraba en las proximidades de Castelnuovo, sobre el cerro denominado Bricco del Pino, cerca del valle Sbarnau. Dirigía todas partes su mirada, pero lo único que distinguía era una densa espesura de bosque, que lo cubría todo, recubierta, al mismo tiempo, de una cantidad innumerable de hongos.
– Este, decía don Bosco, debe ser el Condado de José Rossi, o al menos merecería serlo. (Don Bosco, para despertar la hilaridad entre los alumnos, había nombrado conde de aquellas tierras al coadjutor José Rossi.)
Y en efecto, después de algún tiempo descubrió a Rossi que, muy serio, contemplaba desde un cerro los valles que se extendían a sus pies. El siervo de Dios lo llamó, pero él no respondió más que con una mirada, como quien está preocupado.
Don Bosco, volviéndose hacia otra parte, vio a don Miguel Rúa, el cual de la misma manera que Rossi, permanecía con toda seriedad sentado, descansando.
Don Bosco llamó a entrambos, pero ellos continuaron silenciosos y no respondieron ni con un ademán.
Entonces descendió de aquel montículo y, después de caminar un rato, llegó a otro desde cuya altura descubrió una selva, pero cultivada y atravesada por caminos y senderos. Desde allí dirigió su mirada alrededor, proyectándola hasta el horizonte, pero, antes que la retina, quedó impresionado su oído por el alboroto que hacía una turba incontable de niños.
A pesar de cuanto hacía por descubrir de dónde procedía aquel ruido, no veía nada; después, a aquel rumor sucedió un griterío como el que estalla al producirse una catástrofe. Finalmente vio una inmensa cantidad de jovencitos, los cuales, corriendo a su alrededor, le decían:
– ¡Te hemos esperado, te hemos esperado mucho tiempo, pero finalmente estás aquí; ahora estás entre nosotros y no te dejaremos escapar!
Don Bosco no comprendía nada y pensaba qué querrían de él aquellos niños; pero mientras permanecía como atónito en medio de ellos, vio un inmenso rebaño de corderos conducidos por una pastorcilla, la cual, una vez que hubo separado los jóvenes y las ovejas y colocado a los unos en una parte y a las ovejas en otra, se detuvo junto a él y le dijo:
– ¿Ves todo lo que tienes delante?
– Sí que lo veo, replicó el siervo de Dios.
– Pues bien, ¿te acuerdas del sueño que tuviste a la edad de diez años?
– ¡Oh, es muy difícil recordarlo! Tengo la mente cansada, no lo recuerdo bien ahora.
– Bien, bien; reflexiona y lo recordarás.

Después, haciendo que los muchachos se acercasen a Don Bosco, le dijo:
– Mira ahora hacia esa parte, dirige allá tu mirada; haced vosotros lo mismo y leed lo que veáis escrito… Y bien, ¿qué veis?
– Veo, contestó el siervo de Dios, montañas, colinas, y más allá más montañas y mares.
Un niño dijo:
– Yo leo: Valparaíso.
– Yo, Santiago, dijo otro.
– Yo, añadió un tercero, leo las dos cosas.
– Pues bien, continuó la pastorcilla, parte ahora desde aquel punto y sabrás la norma que han de seguir los Salesianos en el porvenir.
Vuélvete ahora hacia esta parte, tira una línea visual y mira.
– Veo montañas, colinas, mares…
Y los jóvenes afinaban la vista exclamando a coro:
– Leemos Pekín.
Don Bosco vio entonces una gran ciudad. Estaba atravesada por un río muy ancho sobre el cual había construidos algunos puentes muy grandes.
– Bien, dijo la doncella que parecía su Maestra, ahora tira una línea desde una extremidad a la otra, desde Pekín a Santiago, haz centro en corazón de África y tendrás una idea exacta de cuanto deben hacer los Salesianos.
– Pero ¿cómo hacer todo esto?, exclamó don Bosco. Las distancias son inmensas, los lugares difíciles y los Salesianos pocos.
– No te preocupes. ¿No ves allá cincuenta misioneros preparados? ¿Y más allá no ves más y muchos más aún? Traza una línea desde Santiago al África Central. ¿Qué ves?
– Diez centros de misión.
– Bien; estos centros que ves serán casas de estudio y de noviciado que se dedicarán a la formación de los misioneros que han de trabajar en estas regiones. Y ahora vuélvete hacia esta parte. Aquí verás otros diez centros desde el corazón del África a Pekín. También estas casas proporcionarán misioneros a todas estas otras regiones. Allá está Hong- Kong, allí Calcuta, más allá Madagascar. En todas estas ciudades y otras más habrá numerosas casas, colegios y noviciados. Don Bosco escuchaba mientras observaba detenidamente todo aquello, después dijo:
– ¿Y dónde encontrar tanta gente y cómo enviar misioneros a esos lugares? En esos países existen salvajes que se alimentan de carne
humana; hay herejes y perseguidores de la Iglesia: ¿cómo hacer?
– Mira, replicó la pastorcilla, es menester que emplees toda tu buena voluntad. Sólo tienes que hacer una cosa: recomendar que mis hijos cultiven constantemente la virtud de María.

– Bien, sí; me parece haber entendido. Repetiré a todos tus palabras.
– Y guárdate del error actual, o sea el de mezclar a los que estudian las artes humanas con los que se dedican al estudio de las artes divinas, pues la ciencia del cielo no quiere estar unida a las cosas de la tierra.
Don Bosco quería continuar hablando, pero la visión desapareció; el sueño había terminado.
(MB IT XVIII, 71-74 / MB ES 69-72)




El Siervo de Dios Andrej Majcen: un salesiano todo para los jóvenes

Este año se cumple el 25 aniversario del paso a la eternidad del Siervo de Dios P. Andrej Majcen. Profesor en Radna, llegó a las filas de los Salesianos por amor a los jóvenes. Una vida de entrega.

Lo primero es que don Andrej amaba mucho a los jóvenes: por ellos consagró su vida a Dios como salesiano, como sacerdote, como misionero. Ser salesiano no significa sólo dar la vida a Dios: significa dar la vida por los jóvenes. Por eso, sin los jóvenes, don Andrej Majcen no habría sido salesiano, sacerdote, misionero: por los jóvenes hizo opciones exigentes, aceptando condiciones de pobreza, penurias, preocupaciones, para que «sus muchachos» encontraran un techo, un plato que les llenara el estómago y una luz que les guiara en la existencia.
Así pues, el primer mensaje es que el padre Majcen ama a los jóvenes e intercede por ellos.

El segundo es que Andrej era un joven capaz de escuchar. Nacido en 1904, aún niño durante la Primera Guerra Mundial, enfermo y pobre, marcado por la muerte de un hermano pequeño, Andrej guardaba en su corazón grandes deseos y sobre todo muchas preguntas: estaba abierto a la vida y quería comprender por qué merecía ser vivida. Nunca descartó las preguntas y siempre se empeñó en buscar respuestas, incluso en entornos distintos al suyo, sin cerrazones ni prejuicios. Al mismo tiempo, Andrej era dócil: prestaba atención a lo que le decían y preguntaban su madre, su padre, sus educadores… Andrej confiaba en que los demás pudieran tener algunas respuestas a sus preguntas y que en sus sugerencias no hubiera un deseo de sustituirle, sino de indicarle una dirección que luego él seguiría en su propia libertad y por su propio pie.
Su papá, por ejemplo, le aconsejó que fuera siempre bueno con todo el mundo y que nunca se arrepentiría. Trabajó para el juzgado, se ocupó de casos testamentarios, de muchas cosas difíciles en las que la gente suele pelearse y hasta los lazos más sagrados se ven ofendidos. De su papá, Andrej aprendió a ser bueno, a traer la paz, a reconciliar las tensiones, a no juzgar, a estar en el mundo (con sus tensiones y contradicciones) como una persona justa. Andrej escuchaba a su papá y confiaba en él.

Su mamá era una gran mujer de oración (Andrej la consideraba una religiosa en el mundo y le confiaba que no había alcanzado su devoción ni siquiera como religiosa). En su adolescencia, cuando podría haber perdido el contacto con las ideas y las ideologías, ella le pedía que fuera a la iglesia unos momentos cada día. Nada en particular, ni demasiado tiempo: “Cuando vayas a la escuela, no olvides entrar un momento en la iglesia franciscana.Puedes entrar por una puerta y salir por la otra; haces la señal de la cruz con agua bendita, rezas una breve oración y te encomiendas a María. Andrej obedeció a su madre y todos los días acudía a saludar a María a la iglesia, a pesar de que «ahí fuera» le esperaban muchos compañeros y animados debates. Andrej escuchó y confió en su madre, y descubrió que ahí estaban las raíces de muchas cosas, había un vínculo con María que le acompañaría para siempre. Son estas pequeñas gotas las que cavan grandes profundidades en nosotros, ¡casi sin darnos cuenta!

Un profesor le invitó a ir a la biblioteca y allí le dieron un libro con los Aforismos de Th.G. Masaryk: político, hombre de gobierno, hoy diríamos un “laico”. Andrej leyó ese libro y fue decisivo para su crecimiento. Allí descubrió lo que significaba un cierto trabajo sobre sí mismo, la formación del carácter, el compromiso. Andrej escuchó los consejos y escuchó a Masaryk, sin dejarse influir demasiado por su “Currículum”, sino viendo lo bueno incluso en alguien alejado de la forma de pensar católica de su propia familia. Descubrió que existen valores humanos universales y que hay una dimensión de compromiso y seriedad que es “terreno común” para todos.

Profesor en los Salesianos, en Radna, el joven Majcen escuchó por fin a quienes -de distintas maneras- le dieron la idea de una posible consagración. Había muchas razones por las que Andrej podría haberse echado atrás: la inversión de la familia en su educación; el trabajo que había encontrado sólo unos meses antes; tener que dejarlo todo y exponerse a una incertidumbre total si fracasaba… Era en aquel momento un joven que miraba hacia el futuro, que no se había planteado aquella propuesta. Al mismo tiempo, buscaba algo más y diferente y, como hombre y como maestro, se dio cuenta de que los Salesianos no sólo enseñaban, sino que orientaban a Jesús, Maestro de Vida. La pedagogía de Don Bosco era para él esa “pieza” que le faltaba. Andrej escuchó la propuesta vocacional, afrontó una dura lucha durante la oración, de rodillas, y decidió solicitar la admisión al noviciado: no dejó pasar mucho tiempo, pero pensó seriamente, rezó y dijo que sí. No dejó pasar la oportunidad, no dejó pasar el momento…: escuchó, confió, decidió aceptando y sabiendo tan poco de lo que se iba a encontrar.
A menudo todos creemos que nos vemos bien en nuestra propia vida, que tenemos las claves de ella, su secreto: a veces, sin embargo, son precisamente los demás los que nos invitan a enderezar la mirada, el oído y el corazón, mostrándonos caminos hacia los que nunca habríamos ido por nuestra cuenta. Si estas personas son buenas y quieren nuestro bien, obedecerlas es importante: ahí reside el secreto de la felicidad. Don Majcen confió, no desperdició años, no desperdició la vida… Dijo sí. Decidir a tiempo era también el gran secreto recomendado por Don Bosco.

Lo tercero es que Andrej Majcen se dejaba sorprender. Siempre acogió bien las sorpresas, las propuestas y los cambios: el encuentro con los Salesianos, por ejemplo; luego el encuentro con un misionero que le hizo arder en deseos de poder gastarse por los demás en una tierra lejana. También recibió algunas sorpresas no tan buenas: va a China y allí está el comunismo; le echan, entra en Vietnam del Norte y el comunismo también hace daño allí; le echan, sigue hacia el sur, luego llega a Vietnam del Sur; pero el comunismo también llega a esa zona y le echan otra vez (¡parece una película de acción, con una larga persecución con sirenas ululando!). Vuelve a casa, a su querida Eslovenia, y -entretanto- allí se establece el régimen comunista, hay persecución de la Iglesia. ¿Qué es esto? ¿Una broma? Andrej no se quejó. Vivió durante décadas en países en guerra o en situaciones de riesgo, con persecuciones, emergencias, lutos… Durmió durante más de veinte años mientras al otro lado de la ventana, allí, disparaban… Otras veces lloraba… Sin embargo -aunque tenía puestos de responsabilidad y tantas vidas que salvar- casi siempre estaba sereno, con una hermosa sonrisa, tanta alegría y amor en su corazón. ¿Cómo lo hacía?
No ponía su corazón en los acontecimientos externos, en las cosas, en lo que no se puede controlar o.… en sus propios planes (“tiene que ser así porque yo lo he decidido”: cuando «no es así» entras en crisis). Había puesto su corazón en Dios, en la Congregación y en sus queridos jóvenes. Entonces era verdaderamente libre, el mundo podía caer, pero las raíces estaban a salvo. Las raíces estaban en las relaciones, en una buena manera de gastarse por los demás; los cimientos estaban en algo que no pasa.
Tantas veces, basta con que nos muevan una pequeña cosa para que nos enfademos porque no está de acuerdo con nuestras necesidades, deseos, planes o expectativas. Andrej Majcen me dice, nos dice: “¡sé libre!”, “confía tu corazón a quien no te lo robará ni lo dañará”, “¡construye sobre algo que permanecerá para siempre!”, “entonces serás feliz, aunque te lo quiten todo y siempre tendrás el TODO”.

Lo cuarto es que don Andrej Majcen hacía bien el examen de conciencia. Cada día se examinaba a sí mismo para ver en qué había obrado bien, menos bien o mal. Cuando tenía ocasión (es decir, cuando ya no había bombas cerca de su casa o el Viet Cong a poca distancia, etc.) cogía un cuaderno, anotaba preguntas, reflexionaba sobre la Palabra de Dios, verificaba que la había puesto en práctica… Se interrogaba a sí mismo.
Hoy vivimos en una sociedad que da mucha importancia a la exterioridad: también es un don (por ejemplo, cuidarse, vestirse con corrección, presentarse bien), pero no lo es todo. Hay que escarbar dentro de uno mismo, profundizar -quizá con la ayuda de alguien.
Andrej siempre ha tenido el valor de mirarse a la cara, de mirar dentro de su corazón y de su conciencia, de pedir perdón. Al hacerlo, se ha encontrado con algunos aspectos poco bellos de sí mismo, sobre los que trabajar y confiar: pero también ha visto mucho bien, belleza, pureza, amor que, de otro modo, habrían permanecido “bajo el radar”.
Muchas veces, ¡hace falta más valor para viajar dentro de uno mismo que para ir al otro lado del mundo! Don Andrej Majcen afrontó ambos viajes: desde Eslovenia llegó al Lejano Oriente y, sin embargo, el itinerario más exigente permaneció siempre -hasta el final- dentro de su propio corazón.
San Agustín, un joven que buscó la verdad de tantas maneras antes de encontrarla en la persona de Jesús, dentro de sí mismo, dice: “Noli foras ire, redi in te ipsum, in interiore homini habitat veritas” (“No quieras ir fuera, vuelve dentro de ti, la verdad habita en la interioridad del hombre”).
Y así concluyo con un pequeño ejercicio de latín: una lengua muy querida por nuestro Andrej y vinculada a su discernimiento vocacional. Pero eso sería…, al menos por ahora, ¡otra historia!




Un millón de niños rezan el Rosario

Si un millón de niños rezan el Rosario, el mundo cambiará (San Pío de Pietrelcina – Padre Pío)

Cada año, en octubre, una ola de oración se extiende por todo el mundo, uniendo a niños de diferentes nacionalidades, culturas y orígenes en un poderoso gesto de fe. Esta extraordinaria iniciativa, titulada “Un millón de niños rezan el Rosario”, se ha convertido en un acontecimiento anual esperado por muchos, encarnando la esperanza de un futuro mejor a través de la oración y la devoción de los más pequeños.

Orígenes y significado de la iniciativa
La idea de esta iniciativa surgió en 2005 en Caracas, capital de Venezuela, cuando un grupo de niños se reunió para rezar el Rosario ante una imagen de la Santísima Virgen María. Muchas de las mujeres allí presentes sintieron fuertemente la presencia de la Virgen María y recordaron la profecía de San Pío de Pietrelcina(Padre Pío): “Cuando un millón de niños recen el Rosario, el mundo cambiará”. Esa frase aparentemente sencilla expresaba la profunda convicción de que la oración de los más pequeños tiene una capacidad especial para tocar el corazón de Dios e influir positivamente en el mundo.

Inspiradas por esta experiencia y por las palabras del Padre Pío, estas mujeres decidieron convertir esa imagen en realidad. Empezaron organizando actos locales de oración, invitando a los niños a rezar el Rosario. La iniciativa creció rápidamente, traspasando las fronteras de Venezuela y extendiéndose a otros países latinoamericanos.

En 2008, la iniciativa atrajo la atención de la fundación pontificia “Ayuda a la Iglesia Necesitada” (AEC), una organización católica internacional que apoya a la Iglesia necesitada en todo el mundo. Reconociendo el potencial de esta campaña de oración, la AEC decidió adoptarla y promoverla a escala mundial, con el objetivo de implicar a un millón de niños en el rezo del Rosario, una de las oraciones más antiguas y queridas de la tradición cristiana católica.

Bajo el liderazgo de la AEC, “Un millón de niños rezan el Rosario” se ha convertido en un acontecimiento mundial. Cada año, el 18 de octubre, niños de todos los continentes se unen en oración, rezando el Rosario por la paz y la unidad en el mundo. La fecha del 18 de octubre no es casual: es el día en que la Iglesia católica celebra la fiesta de San Lucas Evangelista, conocido por su especial atención a la Virgen María en sus escritos.

El Rosario: oración mariana y símbolo de paz
El Rosario es una oración muy antigua, centrada en la reflexión sobre los misterios de la vida de Jesús y María, su madre. Consiste en la repetición de oraciones como el Ave María, el Padre Nuestro y el Gloria, y permite a los fieles meditar sobre los momentos centrales del viaje de Cristo por la tierra. Esta práctica no es sólo una forma de devoción individual, sino que tiene una fuerte dimensión comunitaria y de intercesión, hasta el punto de que, en muchas apariciones marianas, como las de Fátima y Lourdes, la Virgen pidió expresamente a los niños que rezaran el Rosario como medio para obtener la paz en el mundo y la conversión de los pecadores.

El Rosario, al ser repetitivo, permite incluso a los niños pequeños, a menudo incapaces de seguir oraciones complejas o lecturas largas, participar activamente y comprender el sentido de la oración. Mediante el simple acto de repetir las palabras del Ave María, los niños se unen espiritualmente a la comunidad global de fieles, intercediendo por la paz y la justicia en el mundo.

La dimensión espiritual y educativa
La iniciativa tiene lugar cada año el 18 de octubre, aunque muchos grupos, parroquias y colegios optan por prolongarla durante todo el mes, tradicionalmente dedicado a Nuestra Señora del Rosario.

El día del evento, los niños se reúnen en diversos lugares: escuelas, iglesias, casas particulares o espacios públicos. A menudo, se instruye a los niños sobre cómo rezar el Rosario y los significados espirituales de los distintos misterios, para que puedan participar con conciencia y fe. Bajo la guía de adultos -padres, profesores o líderes religiosos-, los niños rezan juntos el Rosario. Muchas comunidades organizan actos especiales en torno a esta oración, como cantos, lecturas bíblicas o breves reflexiones adecuadas para los jóvenes.

Algunas parroquias organizan celebraciones completas, durante las cuales los niños llevan cuentas del Rosario hechas a mano o con materiales creativos, para expresar su participación de forma activa y comprometida. La iniciativa concluye con la celebración de una Santa Misa especial dedicada a Nuestra Señora del Rosario y a la paz mundial.

“Un millón de niños rezan el Rosario” no es sólo un momento de oración, sino también una oportunidad educativa. Muchas escuelas y grupos pastorales aprovechan este acontecimiento para enseñar a los niños los valores de la paz, la solidaridad y la justicia social. A través del Rosario, los niños aprenden la importancia de confiar sus preocupaciones y el sufrimiento del mundo a Dios, y comprenden que la paz comienza en sus corazones y familias.

Además, la iniciativa pretende que los niños comprendan la universalidad de la Iglesia y de la fe cristiana. Saber que, al mismo tiempo, otros miles de niños de todas las partes del mundo rezan la misma oración crea un sentimiento de comunidad y fraternidad global que trasciende las barreras lingüísticas, culturales y geográficas.

El valor de la oración de los niños
La oración de los niños suele considerarse especialmente poderosa en la tradición cristiana debido a su inocencia y pureza de corazón. En la Biblia, el propio Jesús invita a sus discípulos a fijarse en los niños como ejemplo de fe: “En verdad os digo que, si no cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mt 18,3).

Los niños, con su corazón abierto y sincero, son capaces de rezar con total confianza en Dios, sin dudas ni reservas. Esta confianza y sencillez hacen que su oración sea especialmente eficaz a los ojos de Dios. Además, la oración de los niños también puede tener un fuerte impacto en los adultos, llamándoles a una fe más pura y profunda.

Impacto mundial
A lo largo de los años, “Un millón de niños rezan el Rosario” ha visto crecer su participación, involucrando a millones de niños en más de 140 países. En 2023, más de un millón de niños se unieron a la oración, rezando especialmente por la paz en Tierra Santa y por otras intenciones urgentes.

El acto también atrajo la atención de los medios de comunicación de varios países, ayudando a difundir un mensaje de esperanza y unidad en un mundo a menudo dominado por noticias negativas. Las redes sociales se convirtieron en una herramienta importante para promover la iniciativa y compartir experiencias. Hashtags como #MillionChildrenPraying y #ChildrenPrayingTheRosary se han hecho virales en muchos países, creando un sentimiento de comunidad global entre los participantes.

La iniciativa del millón de niños rezando el rosario ha recibido el apoyo de muchos líderes de la Iglesia católica, incluidos Papas. El Papa Francisco, en particular, ha expresado en repetidas ocasiones su aprecio por esta campaña, subrayando la importancia de la oración de los niños para la paz mundial.

Más allá del ámbito religioso, la iniciativa ha atraído la atención de educadores y psicólogos, que han destacado los beneficios de implicar a los niños en actividades que promuevan la reflexión, la compasión y un sentido de conexión global.

Objetivos de la campaña
La campaña Un millón de niños rezan el Rosario tiene varios objetivos clave:

1. Educación espiritual: Enseñar a los niños la importancia de la oración y del Rosario como parte integrante de su vida espiritual, para crecer en la fe.
2. Honrar a la Virgen María: La iniciativa refuerza la devoción mariana, elemento central de la fe católica.
3. Aprender a rezar juntos: El evento crea un sentido de unidad y solidaridad entre los participantes, superando las barreras geográficas y culturales.
4. Promover la paz mundial: La oración de los niños se considera una poderosa herramienta para invocar la paz en un mundo a menudo plagado de conflictos y divisiones.
5. A través de la oración, se anima a los niños a reflexionar sobre los problemas mundiales y su papel en la creación de un futuro mejor.

Cómo participar
Participar en la iniciativa es muy sencillo. Basta con
1. Infórmate: Visita la web oficial de la AEC para descargarte materiales gratuitos, como carteles, cuentos ilustrados y guías de oración.
2. Organiza un momento de oración: Elige un momento para rezar el Rosario, el 18 de octubre (u otro día más cercano si el 18 no es posible). Puede hacerse en grupo o individualmente.
3. Involucra a los niños: de tu familia, colegio o parroquia en un momento de oración en común. Explica a los niños la importancia de la oración y el significado del Rosario. Anímales a participar activamente.
4. Inscríbeteonline: Registra tu participación en la web de la AEC para hacer oír tu voz y ayudar a alcanzar el objetivo del millón de niños.
5. Comparte la experiencia: Comparte fotos, vídeos y testimonios en las redes sociales utilizando el hashtag #MillionChildrenPraying. Esto ayuda a crear una comunidad global de oración

“Un millón de niños rezan el Rosario” es una iniciativa extraordinaria que demuestra el poder de la oración y la importancia de la fe. A través del rezo del Rosario, los niños de todo el mundo pueden unirse en una comunidad global de fe, aportando esperanza y paz. Unámonos a ellos en esta gran cadena de oración y ayudemos a construir un mundo más hermoso.




San Francisco de Sales catequista de niños

            Formado según en la doctrina cristiana desde la infancia, en su ambiente familiar, luego en las escuelas y finalmente en contacto con los jesuitas, Francisco de Sales había asimilado perfectamente el contenido y el método de la catequesis de la época.

Una experiencia de catequesis en Thonon
            El misionero de Chiablese se preguntaba cómo catequizar a la juventud de Thonon, que había crecido impregnada de calvinismo. Los medios autoritarios no son necesariamente los más eficaces. ¿No era mejor atraer a los jóvenes e interesarlos? Este era el método que solía seguir el prebítero de Sales durante su estancia como misionero en Chiablese.
            También había intentado una experiencia que merece ser recordada. El 16 de julio de 1596, aprovechando la visita de sus dos jóvenes hermanos, Jean-François de dieciocho años y Bernard de trece, organizó una especie de recitación pública del catecismo para atraer a la juventud de Thonon. Él mismo compuso un texto en forma de preguntas y respuestas sobre las verdades fundamentales de la fe, e invitó a su hermano Bernard a responder.
            El método del catequista es interesante. Al leer este pequeño catecismo dialogado, hay que recordar que no se trata simplemente de un texto escrito, sino de un diálogo destinado a ser representado ante un público de jóvenes en forma de “teatrito”. En realidad, la “representación” tenía lugar en un “escenario”, o podio, como era costumbre entre los jesuitas del colegio de Clermont. De hecho, hay indicaciones escénicas al principio:

Francisco, hablando en primer lugar, dirá: Hermano mío, ¿eres cristiano?
Bernard, situado frente a Francisco, responderá: Sí, hermano mío, por la gracia de Dios.

            Lo más probable es que el autor haya previsto el uso de gestos para hacer más viva la recitación. A la pregunta: “¿Cuántas cosas debes saber para salvarte?”, la respuesta es: “¡Cuántos dedos de la mano!”, expresión que Bernard debía pronunciar con gestos, es decir, señalando los cinco dedos de la mano: el pulgar para la fe, el índice para la esperanza, el corazón para la caridad, el anular para los sacramentos, el meñique para las buenas obras. Del mismo modo, al tratar de las diferentes unciones del bautismo, Bernard debía colocar la mano primero sobre el pecho, para indicar que la primera unción consiste en “ser abrazado por el amor de Dios”; después sobre los hombros, porque la segunda unción tiene por objeto “hacernos fuertes para llevar el peso de los mandamientos y preceptos divinos”; finalmente sobre la frente para revelar que la finalidad de la última unción es “hacernos confesar públicamente, sin temor y sin vergüenza, nuestra fe en Nuestro Señor”.
            Se da gran importancia a la “señal de la cruz”, normalmente acompañada de la fórmula En el nombre del Padre con la que comenzaba el catecismo, un signo que con el gesto de la mano sigue, en las partes del cuerpo, un recorrido invertido respecto a la unción bautismal: la frente, el pecho y los dos hombros. La señal de la cruz, diría Bernard, es “el verdadero signo del cristiano”, añadiendo que “el cristiano debe hacerla en todas sus oraciones y en sus principales acciones”.
            Cabe señalar también que el uso sistemático de los números servía de medio mnemotécnico. De este modo, el catequizado aprende que hay tres promesas bautismales (renunciar al demonio, profesar la fe y guardar los mandamientos), doce artículos del Credo, diez mandamientos de Dios, tres tipos de cristianos (herejes, malos cristianos y verdaderos cristianos), cuatro partes del cuerpo que hay que ungir (el pecho, los dos hombros y la frente), tres unciones, cinco cosas necesarias para salvarse (fe, esperanza, caridad, sacramentos y buenas obras), siete sacramentos y tres buenas obras (oración, ayuno y limosna).
            Si se examina atentamente el contenido de este catecismo dialogal, es fácil detectar su insistencia en varios puntos impugnados por los protestantes. El tono fuerte de ciertas afirmaciones recuerda la proximidad de Thonon con Ginebra y el ardor polémico de la época.
            Desde el principio, aparece una invocación a la “bendita Virgen María”. A propósito de la observancia de los Diez Mandamientos, se precisa que hay que añadir los preceptos de “nuestra santa Madre Iglesia”. En los tres tipos de cristianos, los herejes son los que “no tienen más que el nombre”, “estando fuera de la Iglesia católica, apostólica y romana”. Los sacramentos son siete en número. Los ritos y ceremonias de la Iglesia no son meros actos simbólicos, sino que producen un cambio real en el alma del creyente debido a la eficacia de la gracia. También se observa la insistencia en las «buenas obras» para salvarse y la práctica de la “santa señal de la Cruz”.
            A pesar de la “puesta en escena” bastante excepcional con la participación del hermano menor, este tipo de catequesis debía repetirse a menudo y bajo formas bastante similares. Se sabe, en efecto, que el Apóstol de Chiablese “enseñaba el catecismo, lo más a menudo posible, en público o en casas particulares”.

El obispo catequista
            Convertido en obispo de Ginebra, pero residente en Annecy, Francisco de Sales enseñó personalmente el catecismo a los niños. Tuvo que dar ejemplo a canónigos y párrocos que dudaban en rebajarse a este tipo de ministerio: es bien sabido, diría un día, que “muchos quieren predicar, pero pocos hacen el catecismo”. Según un testigo, el obispo “se tomó la molestia de enseñar el catecismo en persona durante dos años en la ciudad, sin ser ayudado por otros”.
            Un testigo lo describe sentado “en un pequeño teatro creado al efecto, y, mientras estaba allí, interrogaba, escuchaba y enseñaba no sólo a su pequeño auditorio, sino también a todos los que acudían de todas partes, acogiéndolos con una facilidad y afabilidad increíbles”. Su atención se centraba en las relaciones personales que debía establecer con los niños: antes de interrogarlos, “los llamaba a todos por su nombre, como si tuviera la lista en la mano”.
            Para hacerse entender, utilizaba un lenguaje sencillo, sacando a veces las comparaciones más inesperadas de la vida cotidiana, como la del perrito: “Cuando venimos al mundo, ¿cómo nacemos? Nacemos como perritos que, lamidos por su madre, abren los ojos. Así, cuando nacemos, nuestra santa madre Iglesia nos abre los ojos con el bautismo y la doctrina cristiana que nos enseña’”
            Con la ayuda de algunos colaboradores, el obispo preparó unos “tarjetas” en los que estaban escritos los puntos principales que debían aprenderse de memoria durante la semana para poder recitarlos los domingos. Pero ¿cómo hacerlo si los niños aún no sabían leer y sus familias también eran analfabetas? Había que contar con la ayuda de personas benévolas: párrocos, vicepárrocos, maestros de escuela, que estuvieran disponibles durante la semana para dar las repeticiones.
            Como buen educador, repetía con demasiada frecuencia las mismas preguntas con las mismas explicaciones. Cuando el niño se equivocaba en la recitación de sus notas o en la pronunciación de palabras difíciles, “sonreía tan amablemente y, corrigiendo el error, volvía a encaminar al interrogado de un modo tan encantador que parecía que, de no haberse equivocado, no habría podido pronunciarlo tan bien; lo que redoblaba el valor de los pequeños y aumentaba singularmente la satisfacción de los mayores”.
            La pedagogía tradicional de la emulación y la recompensa tenía su lugar en las intervenciones de este antiguo alumno de los jesuitas. Un testigo relata esta representación: “Los pequeños corrían exultantes de alegría, compitiendo entre sí; se enorgullecían cuando podían recibir de manos del Beato algún regalito como estampitas, medallas, coronas y agnus dei, que les daba cuando habían respondido bien, y también caricias especiales que les hacía para animarles a aprender bien el catecismo y a responder correctamente”.
            Ahora bien, esta catequesis a los niños atraía a los adultos, y no sólo a los padres, sino también a grandes personalidades, “médicos, presidentes de cámara, consejeros y maestros, religiosos y superiores de monasterios”. Todos los estratos sociales estaban representados, “tanto nobles como clérigos y gente del pueblo”, y la multitud estaba tan abarrotada que «uno no podía moverse». La gente acudía de la ciudad y de los alrededores.
            Se había creado, pues, un movimiento, una especie de fenómeno contagioso. Según algunos, “ya no se trataba del catecismo de los niños, sino de la educación pública de todo el pueblo”. La comparación con el movimiento creado en Roma medio siglo antes por las asambleas vivas y alegres de San Felipe Neri viene espontáneamente a la mente. En palabras del Padre Lajeunie, “el Oratorio de San Felipe parecía renacer en Annecy”.
            El obispo no se contentaba con fórmulas aprendidas de memoria, aunque estaba lejos de despreciar el papel de la memoria. Insistía en que los niños supieran lo que debían creer y comprendieran la enseñanza.
            Sobre todo, quería que la teoría aprendida durante el catecismo se convirtiera en práctica en la vida cotidiana. Como escribió uno de sus biógrafos, “no sólo enseñaba lo que hay que creer, sino que también persuadía a vivir de acuerdo con lo que se cree”. Animaba a sus oyentes de todas las edades “a acercarse con frecuencia a los sacramentos de la confesión y la comunión”, “les enseñaba personalmente el modo de prepararse adecuadamente”, y “explicaba los mandamientos del Decálogo y de la Iglesia, los pecados capitales, utilizando ejemplos apropiados, símiles y exhortaciones tan cariñosamente atractivas, que todos se sentían dulcemente obligados a cumplir con su deber y abrazar la virtud que se les enseñaba”.
            En cualquier caso, el obispo catequista estaba encantado con lo que hacía. Cuando se encontraba entre los niños, dice un testigo, parecía “estar entre sus delicias”. A la salida de una de estas catequesis, en carnaval, tomó la pluma para contárselo a Juana de Chantal:

Acabo de terminar la escuela de catecismo, donde me he divertido un poco, ridiculizando las máscaras y los bailes para hacer reír al público; estaba de buen humor, y un numeroso público me ha invitado con sus aplausos a seguir siendo un niño con los niños. Me dicen que lo consigo, ¡y yo lo creo!

            Le gustaba hablar de las bellas expresiones de los niños, a veces asombrosas por su profundidad. En la carta que acabamos de citar, relataba a la baronesa la respuesta que acababan de darle a la pregunta: ¿Es Jesucristo nuestro? “No hay que dudarlo lo más mínimo: Jesucristo es nuestro”, le había contestado una niña, que añadió: “Sí, es más mío que yo suya y más que yo misma”.

San Francisco de Sales y su “pequeño mundo”
            El ambiente familiar, cordial y alegre que reinaba en la catequesis era un importante factor de éxito, favorecido por la armonía natural que existía entre la límpida alma cariñosa de Francisco y los niños, a los que llamaba su “pequeño mundo”, porque había conseguido “ganarse sus corazones”.
            Cuando caminaba por las calles, los niños corrían delante de él; a veces se le veía tan rodeado de ellos que no podía ir más lejos. Lejos de irritarse, los acariciaba, se entretenía con ellos, preguntándoles: “¿De quién eres hijo? ¿Cómo te llamas?”

            Según su biógrafo, un día diría “que le gustaría tener el placer de ver y considerar cómo el espíritu de un niño se abre y se expande poco a poco”.




El sueño del elefante (1863)

Como don Bosco no había podido dar el último día del año el aguinaldo a sus alumnos, al regresar de Borgo Cornalense, el día 4, domingo, les había prometido dárselo por la noche de la fiesta de Epifanía. Era el 6 de enero de 1863 y todos los alumnos, aprendices y estudiantes reunidos, esperaban ansiosos el aguinaldo. Recitadas las oraciones, subió el buen padre a la tribuna de costumbre y empezó a hablar así:

            Esta es la noche del aguinaldo. Todos los años, por las fiestas de Navidad, acostumbro elevar oraciones a Dios para que se complazca inspirarme un aguinaldo que os pueda ser útil. Pero este año he redoblado las plegarias considerando el crecido número de alumnos. Transcurrió el último día del año, llegó el jueves, el viernes, y nada de nuevo. La noche del viernes fui a descansar, cansado por los trabajos del día, y no pude dormir durante la noche, de modo que por la mañana me levanté postrado y medio muerto. No me apuré por esto, antes, al contrario, me alegré, porque sabía que ordinariamente cuando el Señor está para manifestarme alguna cosa, lo paso muy mal la noche anterior. Proseguí por tanto mis habituales ocupaciones en el pueblo de Borgo Cornalense y el sábado por la tarde llegué entre vosotros. Después de confesar me fui a dormir, y debido al cansancio motivado por las pláticas y las confesiones de Borgo, y lo poquísimo que había descansado la noche precedente, me quedé dormido. Y aquí comienza el sueño que me ha de servir para daros el aguinaldo.

            Mis queridos jóvenes, soñé que era un día festivo, a la hora del recreo después de comer y que os divertíais de mil maneras. Me pareció encontrarme en mi habitación con el caballero Vallauri, profesor de bellas letras. Habíamos hablado de algunos temas literarios y de otras cosas relacionadas con la religión. De pronto, oí a la puerta el tantán de alguien que llamaba.
            Corrí a abrir. Era mi madre, muerta hace seis años, que me decía asustada:
            -Ven a ver, ven a ver.
            – Qué hay?, le pregunté.
            Y sin más, me condujo al balcón desde donde vi en el patio en medio de los jóvenes un elefante de tamaño colosal.
            – Pero ¿cómo puede ser eso? exclamé. ¡Vamos abajo!
            Y lleno de pavor miraba al caballero Vallauri y él a mí como si nos preguntásemos la causa de la presencia de aquella bestia descomunal en medio de los muchachos. Sin pérdida de tiempo bajamos los tres a los pórticos.
            Muchos de vosotros, como es natural, os habíais acercado a ver al elefante. Este parecía de índole dócil; se divertía correteando con los jóvenes; los acariciaba con la trompa; era tan inteligente, que obedecía los mandatos de sus pequeños amigos como si hubiese sido amaestrado y domesticado en el Oratorio desde sus primeros años, de forma que numerosos jóvenes le acariciaban con toda confianza y le seguían por doquier. Mas no todos estabais alrededor de él. Pronto vi que la mayor parte huíais asustados de una a otra parte buscando un lugar de refugio, y que al fin penetrasteis en la iglesia.
            Yo también intenté entrar en ella por la puerta que da al patio, pero al pasar junto a la estatua de la Virgen, colocada cerca de la fuente, toqué la extremidad de su manto como para invocar su patrocinio, y entonces Ella levantó el brazo derecho. Vallauri quiso imitarme haciendo lo mismo por la otra parte y la Virgen levantó el brazo izquierdo.
            Yo estaba sorprendido, sin saber explicarme un hecho tan extraño.
            Llegó entretanto la hora de las funciones sagradas y vosotros os dirigisteis todos a la iglesia. También yo entré en ella y vi al elefante de pie al fondo del templo, cerca de la puerta.
            Se cantaron las Vísperas y después de la plática me dirigí al altar acompañado de don Víctor Alasonatti y de don Angel Savio para dar la bendición con el Santísimo Sacramento. Pero en el momento solemne en que todos estaban profundamente inclinados para adorar al Santo de los Santos, vi, siempre al fondo de la iglesia, en el centro del pasillo, entre las dos hileras de los bancos, al elefante arrodillado e inclinado, pero en sentido inverso, esto es, con la trompa y los colmillos vueltos en dirección a la puerta principal.
            Terminada la función, quise salir inmediatamente al patio para ver qué sucedía; pero, como tuviese que atender en la sacristía a alguien que me quería comunicar una noticia, hube de detenerme un poco.
            Salí poco después bajo los pórticos, mientras vosotros reanudabais en el patio vuestros juegos. El elefante, al salir de la iglesia, se dirigió al segundo patio, alrededor del cual están los edificios en obra. Tened presente esta circunstancia, pues en aquel patio tuvo lugar la escena desagradable que voy a contaros ahora.
            De pronto vi aparecer al final del patio un estandarte en el que se leía escrito con caracteres cubitales: Sancta María, succurre miseris. (Santa María, socorre a los desgraciados.)
            Los jóvenes formaban detrás procesionalmente. Cuando de repente, y sin que nadie lo esperara, vi al elefante que al principio parecía tan manso, arrojarse contra los circunstantes dando furiosos bramidos y agarrando con la trompa a los que estaban más próximos a él, los levantaba en alto, los arrojaba al suelo, pisoteándolos y haciendo un estrago horrible. Mas a pesar de ello, los que habían sido maltratados de esta manera no morían, sino que quedaban en estado de poder sanar de las heridas espantosas que les produjeran las acometidas de la bestia.
            La dispersión fue entonces general: unos gritaban; otros lloraban; algunos, al verse heridos, pedían auxilio a los compañeros, mientras, cosa verdaderamente incalificable, ciertos jóvenes a los que la bestia no había hecho daño alguno, en lugar de ayudar y socorrer a los heridos, hacían un pacto con el elefante para proporcionarle nuevas víctimas.
            Mientras sucedían estas cosas (yo me encontraba en el segundo arco del pórtico junto a la fuente) aquella estatuita que veis allá (don Bosco indicaba la estatua de la Santísima Virgen) se animó y aumentó de tamaño; se convirtió en una persona de elevada estatura, levantó los brazos y abrió el manto, en el cual se veían bordadas, con exquisito arte, numerosas inscripciones. El manto alcanzó tales proporciones que llegó a cubrir a todos los que acudían a guarecerse bajo él: allí todos se encontraban seguros. Los primeros en acudir a tal refugio fueron los jóvenes mejores, que formaban un grupo escogido. Pero al ver la Santísima Virgen que muchos no se apresuraban a acudir a Ella, gritaba en alta voz:
            – ¡Venite ad me ommes! (¡Venid todos a mí!).
            Y he aquí que la muchedumbre de los jóvenes seguía afluyendo al amparo de aquel manto, que se extendía cada vez más y más.
            Algunos, en cambio, en vez de refugiarse en él, corrían de una parte a otra, resultandos heridos antes de ponerse en seguro. La Santísima Virgen, angustiada, con el rostro encendido, continuaba gritando, pero cada vez eran menos los que acudían a Ella.
            El elefante proseguía causando estragos, y algunos jóvenes, manejando una y dos espadas, situándose a una y otra parte, dificultaban a los compañeros, que aún se encontraban en el patio, que acudiesen a María, amenazando e hiriendo. A los de las espadas el elefante no les molestaba lo más mínimo.
            Algunos de los muchachos que se habían refugiado cerca de la Virgen, animados por Ella, comenzaron a hacer frecuentes correrías; y en sus salidas conseguían arrebatar al elefante alguna presa, y transportaban al herido bajo el manto de la estatua misteriosa, quedando los tales inmediatamente sanos. Después, los emisarios de María volvían a emprender nuevas conquistas. Varios de ellos, armados con palos, alejaban a la bestia de sus víctimas, manteniendo a raya a los cómplices de la misma. Y no cesaron en su empeño, aun a costa de la propia vida, consiguiendo poner a salvo a casi todos.
            El patio aparecía ya desierto. Algunos muchachos estaban tendidos en el suelo, casi muertos. Hacia una parte, junto a los pórticos, se veía una multitud de jóvenes bajo el manto de la Virgen. Por la otra, a cierta distancia, estaba el elefante con diez o doce muchachos que le habían ayudado en su labor destructora, esgrimiendo aun insolentemente en tono amenazador sus espadas. Cuando he aquí que el animal, irguiéndose sobre las patas posteriores, se convirtió en un horrible fantasma de largos cuernos; y tomando un amplio manto negro o una red, envolvió en ella a los miserables que le habían ayudado, dando al mismo tiempo un tremendo rugido. Seguidamente los envolvió a todos en una espesa humareda y, abriéndose la tierra bajo sus pies, desaparecieron con el monstruo.
            Al finalizar esta horrible escena miré a mi alrededor para decir algo a mi madre y al caballero Vallauri, pero no los vi.
            Me volví entonces a María, deseoso de leer las inscripciones bordadas en su manto, y vi que algunas estaban tomadas literalmente de las Sagradas Escrituras, y otras un poco modificadas. Leí éstas entre otras muchas: Qui elucidant me, vitam aeternam habebunt: qui me invenerit, inveniet vitam; si quis est parvulus veniat ad me; refugium peccatorum; salus credentium; plena omnis pietatis, mansuetudinis et misericordiae. Beati qui custodiunt vias meas. (Los que me honran tendrán la vida eterna; el que me encuentre, encontrará la vida; si uno es niño venga a mí; refugio de los pecadores; salud de los que creen; toda llena de piedad, de mansedumbre y de misericordia. Dichosos los que guardan mis caminos).
            Tras la desaparición del elefante todo quedó tranquilo. La Virgen parecía como cansada de tanto gritar. Después de un breve silencio dirigió a los jóvenes la palabra, diciéndoles bellas frases de consuelo y de esperanza; repitiendo la misma sentencia que veis bajo aquel nicho, mandada escribir por mí: Qui elucidant me, vitam aeternam habebunt. Después dijo:
            – Vosotros que habéis escuchado mi voz y habéis escapado de los estragos del demonio, habéis visto y podido observar a vuestros compañeros pervertidos. ¿Queréis saber cuál fue la causa de su perdición? Sunt colloquia prava: las malas conversaciones contra la pureza, las malas acciones a que se entregaron después de las conversaciones inconvenientes. Visteis también a vuestros compañeros armados de espadas: son los que procuran vuestra ruina alejándoos de mí; los que fueron la causa de la perdición de muchos de sus condiscípulos. Pero quos diutius expectat durius dammat. Aquéllos a los que Dios espera durante más largo tiempo, son después más severamente castigados; y aquel demonio infernal, después de envolverlos en sus redes, los llevó consigo a la perdición eterna. Ahora vosotros, marchaos tranquilos, pero no olvidéis mis palabras: huid de los compañeros amigos de Satanás; evitad las conversaciones malas, especialmente contra la pureza; poned en mí una ilimitada confianza, y mi manto os servirá siempre de refugio seguro.
            Dichas estas y otras palabras semejantes, se esfumó y nada quedó en el lugar que antes ocupara, a excepción de nuestra querida estatuita.
            Entonces vi aparecer nuevamente a mi difunta madre; otra vez se alzó el estandarte con la inscripción: Sancta Maria, succurre miseris. Todos los jóvenes se colocaron en orden detrás de él y así procesionalmente dispuestos, entonaron la canción: Load a María.
            Pero pronto el canto comenzó a decaer; después desapareció todo aquel espectáculo y yo me desperté completamente bañado en sudor. Esto es lo que soñé.
            – Hijos míos: deducid vosotros mismos el aguinaldo. Los que estaban bajo el manto, los que fueron arrojados a los aires por el elefante, los que manejaban la espada se darán cuenta de su situación si examinan sus conciencias. Yo solamente os repito las palabras de la Santísima Virgen: Venite ad me, omnes, recurrid todos a Ella; en toda suerte de peligros invocad a María, y os aseguro que seréis escuchados. Por lo demás, los que fueron tan cruelmente maltratados por la bestia, hagan el propósito de huir de las malas conversaciones, de los malos compañeros; y los que pretendían alejar a los demás de María, que cambien de vida o que abandonen esta Casa. Quien desee saber el lugar que ocupaba en el sueño, que venga a verme a mi habitación y yo se lo diré. Pero lo repito: los ministros de Satanás, que cambien de vida o que se marchen. ¡Buenas noches!

            Estas palabras fueron pronunciadas por Don Bosco con tal unción y con tal emoción, que los jóvenes, pensando en el sueño, no le dejaron en paz durante más de una semana. Por las mañanas las confesiones fueron numerosísimas y después de la comida un buen número se entrevistó con el siervo de Dios, para preguntarle qué lugar ocupaba en el sueño misterioso.
            Que no se trataba de un sueño, sino más bien de una visión, lo había afirmado indirectamente don Bosco mismo, al decir:
            – Cuando el Señor quiere manifestarme algo, paso… etc… Suelo elevar a Dios especiales plegarias para que me ilumine…
            Y después, al prohibir que se bromease sobre el tema de esta narración.
            Pero aún hay más.
            En esta ocasión el mismo siervo de Dios escribió en un papel los nombres de los alumnos que había visto heridos en el sueño, de los que manejaban la espada y de los que esgrimían dos; y enseñó la lista a don Celestino Durando, encargándole de vigilarlos. Este nos proporcionó dicha lista, que tenemos ante la vista. Los heridos son trece, a saber: los que probablemente no se refugiaron bajo el manto de la Virgen; los que manejaban una espada eran diecisiete; los que esgrimían dos, se reducían a tres. La nota al lado de algún nombre indica un cambio de conducta. Hemos de observar también que el sueño, como veremos más adelante, no se refería solamente al tiempo presente, sino también al futuro.
            Sobre la realidad del sueño, los mismos jóvenes fueron los mejores testigos. Uno de ellos decía: «No creía yo que don Bosco me conociese tan bien; me ha manifestado el estado de mi alma, y las tentaciones a que estoy sometido, con tal precisión, que nada podría añadir.
            A otros dos jóvenes, a los cuales don Bosco aseguraba haberlos visto con la espada, se les oyó exclamar: “¡Ah, sí, es cierto; hace tiempo que me he dado cuenta de ello; lo sabía!” Y cambiaron de conducta.
            Un día, después de comer, hablaba de su sueño y tras haber manifestado que algunos jóvenes ya se habían marchado y otros tendrían que hacerlo, para alejar las espadas de la casa, comenzó a comentar la astucia de los tales, como él la llamaba; y a propósito de ello refirió el siguiente hecho:
            Un joven escribió hace poco tiempo a su casa endosando a las personas más dignas del Oratorio, como superiores y sacerdotes, graves calumnias e insultos. Temiendo que don Bosco pudiese leer aquella carta, estudió y encontró la manera de que llegase a manos de sus parientes sin que nadie lo pudiese impedir. La carta salió por la tarde, lo llamé; se presentó en mi habitación y tras de hacerle recapacitar sobre su falta, le pregunté el motivo que le había inducido a escribir tantas mentiras. El negó descaradamente el hecho; y yo le dejé hablar; después, comenzando por la primera palabra, le repetí toda la carta.
            Confundido y asustado, se arrojó llorando a mis pies, diciendo:
            – Entonces mi carta no ha salido?
            – Sí, le respondí; a esta hora está en tu casa; pero debes pensar en la reparación.
            Algunos preguntaron al siervo de Dios cómo lo había sabido; y don Bosco respondió sonriendo:
            – ¡Ah, mi astucia…!».
            Esta astucia debía ser la misma del sueño, que no sólo se refería al momento presente, sino a la vida futura de cada alumno, uno de los cuales, que sostenía estrecha relación con don Miguel Rúa, le escribía así a la vuelta de muchos años. Es de advertir que la carta lleva el nombre y apellido del comunicante con el nombre de la calle y el número de su casa en Turín.

Queridísimo Padre (don Miguel Rúa):

            …Recuerdo entre otras cosas una visión que tuvo don Bosco en 1863, do yo estaba interno en su casa. Vio en ella el futuro de todos los suyos y él mismo nos lo contó después de las oraciones de la noche. Fue el sueño del elefante (Describe aquí cuanto hemos expuesto y sigue): don Bosco, al terminar la narración, nos dijo:
            Si deseáis saber dónde estabais, venid a mi habitación, y yo os lo diré.

            Yo también fui.
            – Tú, me dijo, eras uno de los que corrían junto al elefante, antes y después de las funciones religiosas, y naturalmente, te apresó, te lanzó por los aires con la trompa y al caer quedaste malparado, de forma que no podías escapar, aunque hicieras esfuerzos. Luego, un compañero tuyo sacerdote, desconocido por ti, se acercó, te agarró por un brazo y te trasladó hasta el manto de la Virgen. Te salvaste.
            Esto no fue un sueño, como expresaba don Bosco, sino una verdadera revelación del futuro, que el Señor hacía a su Siervo. Acaeció durante el segundo año de mi estancia en el Oratorio, en una época en la que yo era modelo de mis compañeros, lo mismo en el estudio que en la piedad, y, sin embargo, don Bosco me vio en aquel estado.
            Llegaron las vacaciones de 1863. Marché para descansar, por mi maltrecha salud y no regresé más al Oratorio. Tenía trece años cumplidos. Al año siguiente mi padre me puso a aprender el oficio de zapatero. Dos años después (1866) me trasladé a Francia, para perfeccionarme en mi profesión. Allí me encontré con gente sectaria y poco a poco abandoné la iglesia y las prácticas religiosas, comencé a leer libros escépticos y llegué al extremo de aborrecer la santa Iglesia Católica, Apostólica, Romana, como la más dañosa de las religiones. Dos años más tarde regresé a la patria y seguí lo mismo, leyendo siempre libros impíos y alejándome cada vez más de la verdadera Iglesia.
            Con todo, durante este tiempo nunca dejé de pedir a Dios Padre, en nombre de Jesucristo, que me iluminase y diese a conocer la verdadera religión.
            Durante estas circunstancias, al menos trece años, realizaba todo esfuerzo para levantarme, pero estaba herido, era presa del elefante, no me podía mover.
            A fines del año 1878 se dio una misión en una parroquia. Asistían muchos a las instrucciones y también yo empecé a ir, para oír a aquellos famosos oradores.
            Escuché cosas hermosas, verdades irrefutables, y finalmente la última plática, que trataba precisamente del Santísimo Sacramento, el último y principal punto que me quedaba en duda (pues yo no creía ya en la presencia de Jesucristo en el Santísimo Sacramento, ni real ni espiritual). Supo el predicador explicar tan maravillosamente la verdad, confutar los errores y convencerme, que yo, tocado por la gracia del Señor, decidí confesarme y retornar bajo el manto de la Virgen María. Desde entonces no dejo de agradecer a Dios y a la bienaventurada Virgen el favor recibido.
            Advierto que, para afirmación de la visión, supe después que aquel predicador misionero era compañero mío del Oratorio de don Bosco.

            Turín, 25 de febrero, 1891.
            DOMlNGO N….

            PS. Si V.R. cree conveniente publicar esta mi carta, le otorgo plena facultad hasta para retocarla, a condición de que no se cambie el sentido, porque es la pura verdad. Respetuosamente beso su mano, amado padre Rúa, entendiendo que, al hacerlo, beso la de nuestro querido don Bosco.

            Mediante este sueño don Bosco ciertamente recibió también luz para poder juzgar las vocaciones al estado religioso o eclesiástico, las aptitudes de unos y de otros para realizar el bien. Había visto a aquellos valientes que combatían al elefante y a sus partidarios para salvar a los compañeros, curarles las heridas y llevarlos bajo el manto de la Virgen. El, por tanto, continuaba aceptando las peticiones de los que, entre éstos, deseaban formar parte de la Pía Sociedad, o admitiendo, a los que ya eran novicios, a pronunciar los votos trienales. Será su eterno título honorífico el haber sido elegidos por don Bosco. Algunos de ellos no pronunciaron los votos o, cumplida la promesa trienal, salieron del Oratorio; pero es una realidad que perseveraron casi todos en su misión de salvar e instruir a la juventud como sacerdotes diocesanos o como profesores seglares en las escuelas del Estado.
(MB IT VII, 356-363 / MB ES VII, 307-314)




El camino educativo de Don Bosco (2/2)

(continuación del artículo anterior)

El mercado de los brazos jóvenes
            La época histórica en la que vivió Don Bosco no fue de las más felices. En los barrios de Turín, el santo educador descubrió un verdadero “mercado de brazos jóvenes”: la ciudad estaba cada vez más llena de menores inhumanamente explotados.
            El mismo Don Bosco recuerda que los primeros muchachos a los que pudo acercarse eran “canteros, albañiles, yeseros, cuadradores y otros, que venían de países lejanos”. Se empleaban en todas partes, sin estar protegidos por ninguna ley. Eran “vendedores ambulantes, vendedores de azufre, limpiabotas, deshollinadores, mozos de cuadra, vendedores ambulantes de hojas, tenderos en el mercado, todos chicos pobres que vivían al día”. Los veía trepar en los andamios de los albañiles, buscando trabajo como aprendices en los talleres, deambulando por ahí lanzando el llamado de limpiachimeneas. Los vio jugar por dinero en las esquinas: si intentaba acercarse a ellos, se apartaban recelosos y despectivos. No eran los chicos de los Becchi, en busca de cuentos o juegos de manos. Eran los “lobos” de sus sueños; eran los primeros efectos de una revolución que conmocionaría al mundo, la revolución industrial.
            Llegaban por centenares desde pequeños pueblos de la ciudad, en busca de trabajo. No encuentran más que lugares miserables, en los que se hacina toda la familia, sin aire, sin luz, fétidos por la humedad y los desagües de las alcantarillas. En las fábricas y talleres, ninguna medida higiénica, ninguna reglamentación salvo las impuestas por el amo.
            Escapar de la pobreza del campo a la ciudad significaba también aceptar salarios de miseria o adaptarse a un nivel de vida arriesgado para tener algo que ganar. Hasta 1886 no llegó una primera ley, gracias también al celo del sacerdote de los artesanos, que regulaba de alguna manera el trabajo de los menores. En las obras en construcción, Don Bosco veía “niños de ocho a doce años, lejos de su patria, al servicio de los albañiles, pasando el día subiendo y bajando por los puentes inseguros, al sol, al viento, subiendo las empinadas escaleras cargadas de cal, de ladrillos, sin otra ayuda educativa que rudas divagaciones o palizas”.
            Don Bosco traza rápidamente la línea. Esos chicos necesitan una escuela y un trabajo que les abran un futuro más seguro: necesitan ser chicos, ante todo, vivir la exuberancia de su edad, sin abatirse en las aceras y abarrotar las cárceles. La realidad social de nuestro tiempo parece resonar con la de ayer: otros inmigrantes, otros rostros llaman como un río desbordado a las puertas de nuestras conciencias.

            Don Bosco fue un educador dotado de intuición, de sentido práctico, reacio a las soluciones de mesa, a las metodologías abstrusas y a los proyectos abstractos. La página educativa la escribe el santo con su vida, ante su pluma. Es la forma más convincente de hacer creíble un sistema educativo. Para hacer frente a la injusticia, a la explotación moral y material de los menores, crea escuelas, organiza talleres artesanales de todo tipo, inventa y promueve iniciativas contractuales para proteger a los niños, estimula las conciencias con propuestas cualificadas de formación para el trabajo. A la vacía política de palacio y a las manifestaciones instrumentales de la plaza responde con estructuras de acogida eficaces, servicios sociales innovadores, objeto de estima y admiración incluso de los anticlericales más ardientes de la época. Y la historia de hoy no es tan diferente de la de ayer; es más, la historia lleva el vestido que sus sastres confeccionan con sus propias manos e ideas.
            Don Bosco creyó en el muchacho, apostó por sus capacidades, fueran pocas o muchas, visibles u ocultas. Amigo de tantos chicos de la calle, supo leer en sus corazones el potencial oculto de bondad. Era capaz de escarbar en la vida de cada uno y sacar recursos preciosos para adaptar el vestido a la dignidad de sus jóvenes amigos. Una pedagogía que no toca la esencia de la persona y no sabe conjugar los valores eternos de cada criatura, al margen de toda lógica histórica y cultural, corre el riesgo de intervenir sobre personas abstractas o sólo en la superficie.

            El impacto en el territorio de su tiempo estaba determinado. Miró a su alrededor, a todas partes: vio y creó lo imposible para realizar sus santas utopías. Entró en contacto con las realidades extremas de la desviación juvenil. Entró en las cárceles: pudo mirar dentro de esta lacra con valentía y espíritu sacerdotal. Fue una experiencia que le marcó profundamente. Se acercó a los males de la ciudad con una participación viva y conmovida: era consciente de la existencia de tantos jóvenes que esperaban que alguien se ocupara de ellos. Vio con el corazón y la mente sus traumas humanos, incluso lloró, pero no se detuvo ante los barrotes; consiguió gritar con la fuerza de su corazón, a los que conoció, que la cárcel no es el hogar que hay que recibir como regalo de la vida, sino que hay otra forma de vivir la vida. Lo gritó con opciones concretas a las voces que salían de las celdas insalubres, y con gestos de cercanía a la multitud de chicos sembrados en las calles, cegados por la ignorancia y congelados por la indiferencia de la gente. Fue la insistencia de toda una vida: evitar que tantos acabaran entre rejas o colgados de la horca. Ni siquiera es concebible que su Sistema Preventivo no tuviera relación con esta amarga e impactante experiencia juvenil. Aunque quisiera, nunca podría haber olvidado aquella última noche pasada junto a un joven condenado a la horca, ni la escolta de los condenados a muerte y el desmayo ante la horca. ¿Cómo es concebible que su corazón no tuviera una reacción, al pasar entre la gente, tal vez petulante, tal vez compadecida, y ver una vida joven apagada por la lógica humana, que ajusta cuentas con los que han acabado en un barranco y no se agachan para tenderles una mano para sacarlos? El campesino de los Becchi, con un corazón tan grande como la arena del mar, era una mano siempre tendida hacia la juventud pobre y abandonada.

Valioso legado
            Todo hombre deja siempre una huella de su paso por la tierra. Don Bosco ha dejado a la historia la encarnación de un método educativo que es también una espiritualidad, fruto de una sabiduría educativa experimentada en el trabajo cotidiano, al lado de los jóvenes. ¡Se ha escrito mucho sobre esta preciosa herencia!
            El campo educativo es hoy tan complejo como siempre, porque se mueve en un tejido cultural desarticulado. Existe un amplísimo pluralismo metodológico de intervenciones operativas, tanto sociales como políticas.
            El educador se enfrenta a situaciones difíciles de descifrar y a menudo contradictorias, con modelos a veces permisivos, a veces autoritarios. ¿Qué hacer? ¡Ay del educador inseguro, frenado por la duda! Quien educa no puede vivir indeciso y perplejo, transitando entre “por aquí o por allá”. Educar en una sociedad fragmentada no es fácil. Con una gran clase de marginados, dividida en tantos fragmentos, no es fácil arrojar luz; prevalece lo subjetivo, el interés propio, la tendencia a refugiarse en ideales efímeros y transitorios. De los años en que prevalecía la tendencia al protagonismo, hemos pasado al rechazo o al desinterés por la vida pública, por la política: poca participación, poco deseo de implicación.
            A la ausencia de un centro que proporcione puntos de referencia estables, se añade la ausencia de un fundamento de certezas, que dé a los jóvenes la voluntad de vivir y el amor al servicio de los demás.

            Y sin embargo, en este mundo de hegemonías provisionales, carente de una cultura unitaria, con elementos heterogéneos y aislados, surgen nuevas necesidades: una mejor calidad de vida, unas relaciones humanas más constructivas, la afirmación de una solidaridad centrada en el voluntariado. Surgen necesidades de nuevos espacios abiertos de diálogo y encuentro: los jóvenes deciden cómo, dónde y qué decirse.
            En la era de la bioética, del control remoto, de la búsqueda de las cosas bellas y sencillas de la tierra, buscamos un nuevo rostro de la pedagogía. Es la pedagogía que se viste de acogida, de disponibilidad, de espíritu de familia, que genera confianza, alegría, optimismo, simpatía, que abre horizontes propositivos de esperanza, que busca los medios y los caminos para trabajar la novedad de la vida. Es la pedagogía del corazón humano, la herencia más preciosa que Don Bosco dejó a la sociedad.
            Sobre este tejido, abierto y sensible a la prevención, debe construirse con valor y voluntad un futuro mejor para los muchachos perturbados de hoy. Siempre es posible hacer presente la intervención pedagógica de Don Bosco, porque se fundamenta en la esencia natural de todo ser humano. Son los criterios de la razón, la religión y la bondad: el trinomio sobre el que tantos jóvenes se han formado “como honrados ciudadanos y buenos cristianos”.
            No es un método de estudio, repetimos, sino una forma de vida, la adhesión a un espíritu, que contiene valores nacidos y madurados con el hombre, creado a imagen y semejanza del Creador. La extraordinaria predilección por los jóvenes, el profundo respeto por su persona y su libertad, la preocupación por conjugar las necesidades materiales con las del espíritu, la paciencia para vivir los ritmos de crecimiento o cambio del muchacho como sujeto activo, no pasivo, de todo proceso educativo, son la síntesis de esta “preciosa herencia”.
            Y hay otro aspecto. Hay una cuenta abierta con la sociedad: los jóvenes del futuro exigen un Don Bosco “universal”, más allá de los márgenes de su familia apostólica. ¡Cuántos de nuestros jóvenes no han oído hablar nunca de Don Bosco!
            Es urgente relanzar su mensaje, que sigue vivo: si prescindimos de este proceso natural de reactualización, corremos también el riesgo de matar los signos positivos presentes en la cultura actual que, aunque con sensibilidades diferentes y objetivos y motivaciones opuestos, tiene en el corazón la promoción humana del joven.
            La pedagogía de Don Bosco, antes de traducirse en documentos reflexivos, en escritos sistemáticos tomó el rostro de los muchísimos jóvenes que educó. Cada página de su sistema educativo tiene un nombre, un hecho, un logro, tal vez incluso fracasos. ¿El secreto de su santidad? ¡Los jóvenes! “Por vosotros estudio, por vosotros trabajo, por vosotros estoy dispuesto a dar la vida”.
            A los jóvenes sin amor, Don Bosco les devolvía el amor. A los jóvenes sin familia, porque no existía o estaba física y espiritualmente alejada de ellos, Don Bosco procuraba construir o reconstruir el ambiente y el clima de la familia. Hombre dotado de una profunda voluntad de mejora a través del cambio continuo, Don Bosco se dejó guiar por la certeza de que todos los jóvenes, en la práctica, podían llegar a ser mejores. La semilla de la bondad, la posibilidad del éxito estaba en cada joven; sólo hacía falta encontrar el camino: “Se tomó muy a pecho el destino de miles de pequeños vagabundos, ladrones por abandono o miseria, chicos y chicas hambrientos y sin hogar.
            Aquellos a los que la sociedad ponía en los márgenes, para Don Bosco estaban en primer lugar; eran el objeto de su fe. Los jóvenes rechazados por la sociedad representaban incluso su gloria; era el reto en un momento histórico en el cual la atención y los cuidados educativos de la sociedad y de los organismos estaban dirigidos a los chicos de bien, de modo correcto, incluso lo más correctamente posible

            Don Bosco percibió el poder del amor del educador. No le preocupaba en absoluto adaptarse y conformarse a los sistemas, métodos y conceptos pedagógicos en uso en su época. Era un enemigo abierto de una educación que destacaba la autoridad por encima de todo, que predicaba una relación fría y desapegada entre educadores y alumnos. La violencia castigaba momentáneamente a los viciosos, pero no curaba a los viciosos. Por eso no aceptaba ni permitía nunca los castigos “ejemplares”, que supuestamente tenían un efecto preventivo, infundiendo miedo, ansiedad y angustia.
            Comprendía que ninguna educación era posible sin ganarse el corazón del joven; el suyo era un método educativo que conducía al consentimiento, a la participación del joven. Estaba convencido de que ningún esfuerzo pedagógico daría fruto mientras no encontrara su fundamento en toda la disposición a escuchar.
            Hay una característica que concierne al ámbito en el que se desarrolla la educación y que es típica de la pedagogía de Don Bosco: la creación y conservación de una “alegría”, por la que cada día se convierte en una fiesta. Una alegría que sólo existe, y no podría ser de otro modo, en virtud de la actividad creadora, que excluye todo aburrimiento, toda sensación de cansancio por no saber cómo ocupar el tiempo. En este campo, Don Bosco poseía una inventiva y una habilidad que le permitían, con extraordinaria destreza, no sólo entretener, sino atraer hacia sí a los jóvenes mediante juegos, recitaciones, canciones, paseos: el ámbito de la alegría representaba un pasaje obligado para su pedagogía.
            Los jóvenes, por supuesto, tienen que descubrir dónde está su error, y para ello necesitan la ayuda del educador, incluso mediante la desaprobación, pero ésta no tiene por qué ir acompañada de violencia. La desaprobación es un llamamiento a la conciencia. El educador debe ser el guía de los valores, no de su propia persona. En la intervención educativa, un vínculo excesivamente fuerte del alumno con la persona del educador puede amenazar el efecto favorable de la actividad educativa del educador; fácilmente puede surgir un mito, generado por la emotividad, hasta el punto de convertirlo en un ideal absolutizado. Los jóvenes no deben estar dispuestos a hacer nuestra voluntad: deben aprender a hacer lo que es correcto y significativo para su crecimiento humano y existencial. El educador trabaja para el futuro, pero no puede trabajar sobre el futuro; debe aceptar, por tanto, estar continuamente expuesto a la revisión de su trabajo, de sus metodologías y, sobre todo, debe preocuparse continuamente por descubrir cada vez más profundamente la realidad del educando, para intervenir en el momento oportuno.
            Don Bosco solía decir: “no basta con que el primer círculo, es decir, la familia, esté sano, es necesario también que ese segundo círculo, inevitable, que está formado por los amigos del muchacho, esté sano. Empieza por decirle que hay una gran diferencia entre compañeros y amigos. A los compañeros no los puede elegir; los encuentra en el pupitre del colegio y en el lugar de trabajo o en las reuniones. A los amigos, en cambio, puede y debe elegirlos…. No obstaculices la vivacidad natural del muchacho y no le llames malo porque no se queda quieto”.
            Pero esto no basta; el juego y el movimiento pueden ocupar una buena parte, pero no toda la vida del niño. El corazón necesita su propio alimento, necesita amar.
             “Un día, tras una serie de consideraciones sobre Don Bosco, invité a los chicos de nuestro centro a expresar con un dibujo, con una palabra, con un gesto la imagen que se habían hecho del Santo.
            Algunos reprodujeron la figura del sacerdote rodeado de chicos. Otro dibujó una barra: la cara de un chico estaba esbozada en el interior, mientras que desde el exterior una mano intentaba forzar un cerrojo. Otro, tras un largo silencio, dibujó dos manos entrelazadas. Un tercero dibujó corazones de formas variadas y en el centro un medio busto de Don Bosco, con montones y montones de manos tocando esos corazones. Un último escribió una sola palabra: ¡padre! La mayoría de estos chicos no conocen a Don Bosco”.
             “Hacía tiempo que soñaba con acompañarles a Turín: las circunstancias no siempre nos habían sido favorables. Tras varios intentos infructuosos, habíamos conseguido reunir a un grupo de ocho chicos, todos con condenas penales. A dos chicos se les había permitido salir de la cárcel durante cuatro días, tres estaban bajo arresto domiciliario, los demás estaban sujetos a diversas prescripciones.
            Ojalá tuviera la pluma de un artista para describir las emociones que leí en sus ojos mientras escuchaban la historia de sus compañeros ayudados por Don Bosco. Deambulaban por aquellos lugares benditos como si revivieran sus historias. En los aposentos del Santo seguían la Santa Misa con un recogimiento conmovedor. Los veo cansados, apoyando la cabeza en la urna de Don Bosco, contemplando su cuerpo, susurrando oraciones. Lo que dijeron, lo que Don Bosco dijo a aquellos muchachos nunca lo sabré. Con ellos disfruté de la alegría de mi propia vocación”.
            En Don Bosco encontramos una sabiduría suprema al centrarse en la vida concreta de cada chico o joven que encontraba: su vida se convertía en su vida, sus sufrimientos se convertían en sus sufrimientos. No descansaba hasta haberles ayudado. Los chicos que entraban en contacto con Don Bosco se sentían sus amigos, sentían que estaba a su lado, percibían su presencia, saboreaban su afecto. Esto les hizo sentirse seguros, menos solos: para los que viven en los márgenes, éste es el mayor apoyo que pueden recibir.
            En un manual de primaria, amarillento y desgastado por los años, leí unas frases, escritas con tinta, al pie de la historia del malabarista Becchi. Quienes las habían escrito era la primera vez que oían hablar de Juan Bosco: “Sólo Dios, su Palabra, es la regla y la guía inmortal de nuestro comportamiento y nuestras acciones. Dios está ahí a pesar de las guerras. La tierra a pesar del odio sigue dándonos pan para vivir’.

            P. Alfonso Alfano, sdb




El camino educativo de Don Bosco (1/2)

Sobre las sendas del corazón
            Don Bosco lloraba al ver a los muchachos que acababan en la cárcel. Ayer como hoy, la agenda del mal es implacable: afortunadamente, también lo es el del bien. Y siempre más. Siento que las raíces de ayer son las mismas que las de hoy. Como ayer, otros encuentran hoy un hogar en las calles y en las cárceles. Creo que la memoria del sacerdote de tantos chicos que no tenían parroquia es el termómetro insustituible para medir la temperatura de nuestra intervención educativa.
            Don Bosco vivió en una época de llamativa pobreza social. Estábamos al principio del proceso de agregaciones juveniles en las grandes metrópolis industriales. Las propias autoridades policiales denunciaban este peligro: había tantos “chiquillos que, criados sin principios de Religión, Honor y Humanidad, acababan pudriéndose totalmente en el odio”, leemos en las crónicas de la época. Fue la creciente pobreza la que empujó a una gran multitud de adultos y jóvenes a vivir de artimañas, y en particular del robo y la limosna.
            La decadencia urbana hizo estallar las tensiones sociales, que iban de la mano de las tensiones políticas; los muchachos desordenados y la juventud descarriada, hacia mediados del siglo XIX, atrajeron la atención pública, sacudiendo las sensibilidades gubernamentales.
            Al fenómeno social se añadió un evidente pauperismo educativo. La desintegración de la familia preocupaba sobre todo a la Iglesia; la prevalencia del sistema represivo estaba en el origen del creciente malestar juvenil; la relación entre padres e hijos, educadores y educandos se veía afectada. Don Bosco tuvo que enfrentarse a un sistema hecho de “malos tratos”, proponiendo el de la bondad amorosa.
            Una vida en los límites de lo lícito y lo ilícito de tantos padres, la necesidad de procurarse lo necesario para sobrevivir, llevará a multitud de jóvenes al desarraigo de la familia, al desapego del propio territorio. La ciudad se llena cada vez más de muchachos y jóvenes a la caza de un trabajo; para muchos que vienen de lejos falta también un rincón donde dormir.
            No es raro encontrarse a una señora, como María G., mendigando, utilizando a niños colocados ingeniosamente en puntos estratégicos de la ciudad o delante de las puertas de las iglesias; a menudo, los propios padres confiaban sus hijos a los mendigos, que los utilizaban para despertar la compasión de los demás y recibir más dinero. Parece una fotocopia de un sistema probado en una gran ciudad del sur: el alquiler de niños ajenos, para compadecer al transeúnte y hacer más rentable la mendicidad.
            Sin embargo, el robo era la verdadera fuente de ingresos: fue un fenómeno que creció y se hizo imparable en la Turín del siglo XIX. El 2 de febrero de 1845, nueve traviesos de entre once y catorce años comparecieron ante el comisario de policía del Vicariato, acusados de haber robado en una librería numerosos volúmenes… y diversos artículos de papelería, utilizando una ganzúa. La nueva raza de “bosacazas” atraía constantes quejas de la gente. Casi siempre eran niños abandonados, sin padres, parientes ni medios de subsistencia, muy pobres, perseguidos y abandonados por todos, que acababan robando.
            El panorama de la desviación juvenil era impresionante: la delincuencia y el estado de abandono de tantos chicos se extendía como un reguero de pólvora. Sin embargo, el creciente número de “granujas”, de “temerarios bolsacazas” en las calles y plazas era sólo un aspecto de una situación generalizada. La fragilidad de la familia, el fuerte malestar económico, la constante y fuerte inmigración del campo a la ciudad, alimentaban una situación precaria, ante la que las fuerzas políticas se sentían impotentes. El malestar crece a medida que la delincuencia se organiza y penetra en las estructuras públicas. Comienzan las primeras manifestaciones de violencia por parte de bandas organizadas, que actúan con actos repentinos y repetidos de intimidación, destinados a crear un clima de tensión social, política y religiosa.
            Así lo expresaron las bandas, conocidas como “el coche”, que se extendieron en varios números, tomando diferentes nombres de los barrios donde se asentaban. Su único objetivo era “molestar a los pasajeros, maltratarlos si se quejaban, cometer actos obscenos con las mujeres y atacar a algún soldado o responsable aislado”. En realidad, no se trataba de asociaciones delictivas, sino más bien de agregaciones, formadas no sólo por turineses, sino también por inmigrantes: jóvenes de entre dieciséis y treinta años que solían reunirse en encuentros espontáneos, sobre todo por la noche, dando rienda suelta a sus tensiones y frustraciones del día. En esta situación, a mediados del siglo XIX, se insertaron las actividades de Don Bosco. No eran los pobres muchachos, amigos y compañeros de infancia de su tierra de los Becchi en Castelnuovo, no eran los valerosos jóvenes de Chieri, sino “los lobos, los pendencieros, los díscolos” de sus sueños.
            Es en este mundo de conflictos políticos, en esta viña, donde abunda la siembra de cizaña, entre este mercado de brazos jóvenes, alquilados para la depravación, entre estos jóvenes sin amor y desnutridos en cuerpo y alma, donde Don Bosco es llamado a trabajar. El joven sacerdote escucha, sale a la calle: ve, se conmueve, pero, concreto como era, se arremanga; esos muchachos necesitan escuela, educación, catecismo, formación para el trabajo. No hay tiempo que perder. Son jóvenes: necesitan dar sentido a sus vidas, tienen derecho a disponer de tiempo y medios para estudiar, para aprender un oficio, pero también de tiempo y espacio para ser felices, para jugar.
Ve, ¡mira a tu alrededor!
            Sedentarios por profesión o por elección, informatizados en pensamiento y acción, corremos el riesgo de perder la originalidad de “ser”, de compartir, de crecer “juntos”.
Don Bosco no vivió en la era de los preparados de probeta: legó a la humanidad la pedagogía del “compañerismo”, el placer espiritual y físico de vivir junto al muchacho, pequeño entre los pequeños, pobre entre los pobres, frágil entre los frágiles.
            Un sacerdote amigo suyo y guía espiritual, Don Cafasso, conocía a Don Bosco, conocía su celo por las almas, intuía su pasión por aquella multitud de muchachos; le instó a salir a la calle. “Ve, mira a tu alrededor”. Desde los primeros domingos, el sacerdote, que venía de la tierra, el sacerdote que no había conocido a su padre, salió a ver la miseria de los suburbios de la ciudad. Quedó conmocionado. “Se encontró con un gran número de jóvenes de todas las edades -declaró su sucesor, el P. Rua- que deambulaban por las calles y plazas, sobre todo en las afueras de la ciudad, jugando, peleándose, insultando e incluso haciendo cosas peores”.

            Entra en las obras, habla con los obreros, se pone en contacto con los empleadores; siente emociones que le marcarán para el resto de su vida cuando se encuentra con estos chicos. Y a veces encuentra a estos pobres “albañiles” tirados en el suelo en un rincón de una iglesia, cansados, somnolientos, incapaces de sintonizar con sermones sin sentido sobre sus vidas vagabundas. Tal vez ése era el único lugar donde podían encontrar algo de calor, después de un día de trabajo, antes de aventurarse en busca de un lugar donde pasar la noche. Entraron en las tiendas, vagaron por los mercados, visitaron las esquinas de las calles, donde había muchos mendigos. Por todas partes, chicos mal vestidos y desnutridos; es testigo de escenas de malas prácticas y transgresiones: protagonistas, aún chicos.
            Al cabo de unos años, pasó de las calles a las cárceles. “Durante veinte años continuos y asiduos frecuenté las cárceles reales de Turín y, en particular, las cárceles senatoriales; después seguí yendo allí, pero ya no con regularidad…”. (MB XV, 705)
            ¡Cuántos malentendidos al principio! ¡Cuántos insultos! Una “sotana” desentonaba en aquel lugar, identificada tal vez con algún superior mal considerado. Se acercó a aquellos “lobos”, rabiosos y desconfiados; escuchó sus historias, pero sobre todo hizo suyo su sufrimiento.
            Comprendió el drama de aquellos muchachos: unos astutos explotadores les habían empujado a aquellas celdas. Y se convirtió en su amigo. Su trato sencillo y humano devolvió la dignidad y el respeto a cada uno de ellos.
            Había que hacer algo, y pronto; había que inventar un sistema diferente, para apoyar a los que se habían descarriado. “Cuando el tiempo se lo permitía, pasaba días enteros en las cárceles. Todos los sábados iba allí con bolsillos llenos, unas veces de tabaco, otras de barras de pan, pero con el objetivo de cultivar a los jóvenes en particular… ayudarles, hacerles amigos, y así excitarles a venir al oratorio, cuando tuvieran la suerte de abandonar el lugar de perdición”. (MB II, 173)
            En la “Generala”, Casa de Corrección inaugurada en Turín el 12 de abril de 1845, como se indica en el reglamento de la Casa de castigo, venían “recogidos y gobernados con el método del trabajo en común, del silencio y de la segregación nocturna en celdas especiales los jóvenes condenados a una pena correccional por obrar sin discernimiento, cometiendo el delito, y los jóvenes sostenidos en prisión por amor paterno”. Este fue el contexto de la extraordinaria excursión a Stupinigi organizada por Don Bosco en solitario, con el consentimiento del Ministro del Interior, Urbano Rattazzi, sin guardias, basada únicamente en la confianza mutua, el compromiso de conciencia y la fascinación del educador. Quería saber la “razón por la que el Estado no tiene la influencia” del sacerdote sobre estos jóvenes. “La fuerza que tenemos es una fuerza moral: a diferencia del Estado, que sólo sabe mandar y castigar, nosotros hablamos ante todo al corazón de los jóvenes, y nuestra palabra es la palabra de Dios”.
            Conociendo el sistema de vida adoptado dentro de la Generala, el desafío lanzado por el joven sacerdote piamontés adquiere un valor increíble: pedir un día de “Salida libre” para todos aquellos jóvenes reclusos. Era una locura y tal fue la petición de Don Bosco. Obtuvo el permiso en la primavera de 1855. Todo lo organizó Don Bosco solo, con la ayuda de los propios muchachos. El consentimiento que recibió del ministro Rattazzi fue sin duda una señal de estima y confianza hacia el joven sacerdote. La experiencia de sacar a los muchachos de aquella Casa de Corrección en completa libertad y conseguir que todos volvieran a la cárcel, a pesar de lo que ocurría normalmente dentro de la estructura penitenciaria, es extraordinaria. Es el triunfo de la apelación a la confianza y a la conciencia, es el ensayo de una idea, de una experiencia, que le guiará durante toda su vida para apostar por los recursos escondidos en el corazón de tantos jóvenes condenados a una marginación irreversible.

Adelante y en mangas de camisa
            Incluso hoy, en un contexto cultural y social diferente, las intuiciones de Don Bosco no tienen en absoluto el molde de las cosas “pasadas de moda”, sino que siguen siendo proactivas. Sobre todo, en la dinámica de recuperación de chicos y jóvenes que han entrado en el circuito penal, sorprende el espíritu de inventiva para crear oportunidades concretas de trabajo para ellos.
            Hoy nos preocupa ofrecer oportunidades de empleo a nuestros menores en situación de riesgo. Quienes trabajan en el sector social saben lo difícil que es superar los mecanismos y engranajes burocráticos para hacer realidad, por ejemplo, simples becas de trabajo para menores. Con fórmulas y estructuras ágiles, con Don Bosco se realizó una especie de “acogida” de chicos a empresarios, bajo la tutela educativa del garante.
            Los primeros años de la vida sacerdotal y apostólica de Don Bosco estuvieron marcados por una búsqueda continua de la forma correcta de sacar a los muchachos y jóvenes del peligro de la calle. Los planes estaban claros en su mente, como arraigado en su mente y en su alma estaba el método educativo. “No con golpes, sino con mansedumbre”. También estaba convencido de que no era fácil convertir a los lobos en corderos. Pero tenía a la Divina Providencia de su parte.
            Y cuando se enfrentaba a problemas inmediatos, nunca se echaba atrás. No era de los que “hablaba n” sobre la condición sociológica de los menores, ni de los que se comprometían política o formalmente; era santamente terco en sus propósitos de bien, pero era fuertemente tenaz y concreto en realizarlos. Tenía un gran celo por la salvación de la juventud y no había obstáculos que pudieran condicionar esta santa pasión, que marcaba cada paso y puntuaba cada hora de su jornada.

            “Encontrar en las cárceles multitudes de jóvenes e incluso de niños de doce a dieciocho años, todos ellos sanos, robustos y de un ingenio despierto; verlos allí inoperantes y roídos por los insectos, luchando por el pan espiritual y temporal, expiando en esos lugares de castigo con remordimientos los pecados de una depravación precoz, horroriza al joven sacerdote. Ve en esos desgraciados personificados la deshonra de la patria, el deshonor de la familia, la infamia de sí mismos; sobre todo, ve almas redimidas y rotas por la sangre de un Dios que gime en cambio en el vicio, y en el más claro peligro de perderse eternamente. ¿Quién sabe si hubieran tenido un AMIGO, que les hubiera cuidado amorosamente, asistido e instruido en la religión en los días de fiesta, quién sabe si no se habrían guardado del mal y de la ruina, y si no habrían evitado venir y volver a estos lugares de infortunio? Ciertamente, al menos el número de estos pequeños prisioneros habría disminuido mucho”. (MB II, 63)
            Se arremangó y se entregó en cuerpo y alma a la prevención de estos males; aportó toda su contribución, su experiencia, pero sobre todo su perspicacia para poner en marcha sus propias iniciativas o las de otras asociaciones. Fue la salida de la cárcel lo que preocupó tanto al gobierno como a la “sociedad” privada. Fue precisamente en 1846 cuando se creó una estructura asociativa autorizada por el gobierno, que se parecía, al menos en sus intenciones y en algunos aspectos, a lo que ocurre hoy en el sistema penal juvenil italiano. Se llamaba “Real Sociedad para el Patronato de los Jóvenes Liberados de la Casa de Educación Correccional”. Su objetivo era apoyar a los jóvenes liberados de la Generala.
            Una lectura atenta de los Estatutos nos remite a algunas de las medidas penales que hoy en día se prevén como medidas alternativas a la prisión.
            Los miembros de la Sociedad se dividían en “operantes”, que asumían el cargo de tutores, “que pagan” y “que pagan a los operantes”. Don Bosco era un “miembro operante Don Bosco aceptó varios, pero con resultados desalentadores. Quizá fueron estos fracasos los que le hicieron decidirse a pedir a las autoridades que enviaran a los chicos de manera preventiva.
            No es importante tratar aquí la relación entre D. Bosco, las casas de corrección y los servicios colaterales, sino recordar la atención que el Santo prestó a este grupo de menores. Don Bosco conocía el corazón de los jóvenes de la Generala, pero sobre todo tenía en mente algo más que permanecer indiferente ante la degradación moral y humana de aquellos pobres y desgraciados internos. Continuó su misión: no los abandonó: “Desde que el Gobierno abrió aquella Penitenciaría, y confió su dirección a la Sociedad de San Pedro Encadenado, Don Bosco pudo ir de vez en cuando entre aquellos pobres jóvenes […]. Con el permiso del Director de las cárceles les instruía en el catecismo, les predicaba, les confesaba y muchas veces les entretenía amistosamente en los recreos, como hacía con sus hijos del Oratorio” (BS 1882, n. 11 pg. 180).
            El interés de Don Bosco por los jóvenes en dificultad se concentró a lo largo del tiempo en el Oratorio, verdadera expresión de una pedagogía preventiva y recuperadora, siendo un servicio social abierto y multifuncional. Un contacto directo con los jóvenes pendencieros y violentos, rayanos en la delincuencia hacia 1846-50. Se trata de los encuentros con los cocche, bandas o grupos de barrio en permanente conflicto. Se cuenta la historia de un muchacho de catorce años, hijo de un padre borracho y anticlerical que, al encontrarse por casualidad en el Oratorio en 1846, se lanza de cabeza a las diversas actividades recreativas, pero se niega a asistir a los oficios religiosos, porque, según las enseñanzas de su padre, no quiere convertirse en un “mohoso y cretino”. Don Bosco lo fascinó con su tolerancia y paciencia, que le hicieron cambiar de comportamiento en poco tiempo.
            Don Bosco también estaba interesado en asumir la dirección de instituciones reeducativas y correccionales. Propuestas en este sentido le habían llegado de diversas partes. Hubo intentos y contactos, pero los borradores y las propuestas de acuerdos quedaron en nada. Todo esto basta para mostrar hasta qué punto Don Bosco se preocupaba por el problema de los descartados. Y si había resistencia, siempre provenía de la dificultad de utilizar el sistema preventivo. Allí donde encontraba una “mezcla” de sistema represivo y preventivo, era categórico en su rechazo, como también era claro en su rechazo a cualquier denominación o estructura que volviera a la idea del “reformatorio”. Una lectura atenta de estas tentativas revela el hecho de que Don Bosco nunca se negó a ayudar al muchacho en dificultad, pero estaba en contra de la gestión de institutos, casas de corrección o dirección de obras con un evidente compromiso educativo.
            Es muy interesante la conversación que tuvo lugar entre Don Bosco y Crispi en Roma, en febrero de 1878. Crispi pidió a Don Bosco noticias sobre la marcha de su obra y, en particular, habló de los sistemas educativos. Lamentó los disturbios que se estaban produciendo en las cárceles de los corregidores. Fue una conversación en la que el Ministro quedó fascinado por el análisis de Don Bosco; no sólo le pidió consejo, sino también un programa para estas casas de corrección (MB XIII, 483).
            Las respuestas y propuestas de Don Bosco encontraron simpatía, pero no voluntad: la fractura entre el mundo religioso y el político era fuerte. Don Bosco expresó su opinión, indicando varias categorías de muchachos: bribones, disipados y buenos. Para el santo educador había esperanza de éxito para todos, incluso para los disolutos, como solía referirse entonces a lo que hoy llamamos chicos en riesgo.
            “Que no empeoren”. “…Con el tiempo dejemos que los buenos principios adquiridos lleguen más tarde a producir su efecto… muchos se reducen a utilizar el sentido común”. Ésta es una respuesta explícita y quizá la más interesante.
            Tras mencionar la distinción entre los dos sistemas educativos, determina qué muchachos deben considerarse en peligro: los que van a otras ciudades o pueblos en busca de trabajo, aquellos cuyos padres no pueden o no quieren hacerse cargo de ellos, los vagabundos que caen en manos de la “seguridad pública”. Señala las medidas necesarias y posibles: “Los jardines de recreo festivos asisten durante la semana a aquellos ubicados en los asilos y casas de protección laboral, con actividades y artesanías, así como con colonias agrícolas”.
            No propone una gestión gubernamental directa de las instituciones educativas, sino un apoyo adecuado en edificios, equipamiento y subvenciones financieras, y presenta una versión del Sistema Preventivo que conserva los elementos esenciales, sin la referencia religiosa explícita. Además, una pedagogía del corazón no podía ignorar los problemas sociales, psicológicos y religiosos.
            Don Bosco atribuye su desorientación a la ausencia de Dios, a la incertidumbre de los principios morales, a la corrupción del corazón, a la nubosidad de la mente, a la incapacidad y descuido de los adultos, especialmente de los padres, a la influencia corrosiva de la sociedad y a la acción negativa intencionada de los “malos compañeros” o a la falta de responsabilidad de los educadores.
            Don Bosco juega mucho con lo positivo: las ganas de vivir, la afición al trabajo, el redescubrimiento de la alegría, la solidaridad social, el espíritu de familia, la diversión sana.

(continuación)

            P. Alfonso Alfano, sdb




El sueño de Don Bosco está más vivo que nunca

Ante todo, lo que estoy viendo en el mundo salesiano, siento que puedo decir con cierta autoridad: amado Don Bosco, tu Sueño sigue realizándose.

            Queridos amigos, lectores del Boletín Salesiano, como cada mes, os envío un saludo personal desde mi corazón y mis reflexiones, motivado por lo que estoy viviendo, porque creo que la vida nos llega a todos y que lo que compartimos, si es bueno, nos hace bien y nos da nuevas ilusiones.
            La Cuaresma y la Pascua nos invitan a renacer. Cada día. Renacer a la confianza, a la esperanza, a la paz serena, al deseo de amar, de trabajar y crear, de cuidar y cultivar las personas y los talentos y las criaturas, todo el pequeño o gran jardín que Dios nos ha confiado.
            A nosotros, salesianos, la Pascua nos recuerda siempre la fiesta de 1846 en Valdocco, cuando Don Bosco pasó de las lágrimas del prado de Filippi al pobre cobertizo de Pinardi y a la franja de tierra que lo rodeaba, donde el sueño comenzó a hacerse realidad.
            He visto cómo el sueño continuaba haciéndose realidad.
            Les escribo ahora desde Santo Domingo, en la República Dominicana. Antes hice una visita magnífica, muy significativa, a Juazeiro do Norte (en el nordeste brasileño de Recife) y estos últimos días han sido dominicanos.
            Dentro de unas horas seguiré hacia Vietnam, y en medio de este “ajetreo”, que también se puede vivir con mucha tranquilidad, he alimentado mi corazón salesiano con hermosas experiencias y reconfortantes certezas.
            Os las iré contando, porque hablan de la misión salesiana, pero permitidme que empiece con una anécdota que me contó ayer un salesiano, que me hizo reír, me emocionó y me habló de “corazón salesiano”

Una pequeña lanzador de piedras
            Me contaba un hermano que hace unos días, viajando por una de las carreteras del interior de este país, pasó por un lugar donde unos niños habían tomado la costumbre de tirar piedras a los coches para provocar pequeños accidentes -como romper una ventanilla- y en la confusión robar algo al viajero.
            Pues bien, así fue como le ocurrió a él. Iba conduciendo por el pueblo y un niño lanzó una piedra para romper una ventanilla de su coche y lo consiguió. El salesiano salió del coche, recogió al niño y dejó que sus padres se lo llevaran. Sólo que en aquella familia no había padre (los había abandonado hacía tiempo). Sólo había una madre sufriente que se quedó sola con este niño y una niña más pequeña. Cuando el salesiano le dijo a la madre que su hijo había roto la ventanilla del coche (que el niño reconoció), y que eso costaba mucho dinero, y que tendría que devolvérselo, la pobre mujer entre lágrimas se disculpó, pidiendo perdón, pero haciéndole comprender que no tenía cómo devolvérselo, que era pobre, que le echaría la culpa a su hijo… En ese momento, la niña, la hermanita del “pequeño Magone de Don Bosco”, se acercó tímidamente con el puñito cerrado, lo abrió y le entregó al salesiano la única moneda, casi sin valor, que tenía. Era todo su tesoro y le dijo: “Tome, señor, para pagar el vidrio. Mi hermano me contó que estaba tan conmovido que ya no podía hablar y acabó dándole a la mujer algo de dinero para ayudar un poco a la familia.
            Yo no sabía cómo interpretar la historia, pero estaba tan llena de vida, dolor, necesidad y humanidad que juré compartirla con vosotros. Y unas horas más tarde, muy cerca de donde me alojaba en la casa salesiana, me enseñaron otra pequeña casa salesiana donde acogemos a niños sin nadie que viven en la calle.
            La mayoría son haitianos. Conocemos bien la tragedia que se está viviendo en Haití, donde no hay orden, ni gobierno, ni ley… Sólo las mafias lo dominan todo. Pues bien, saber que estos niños, menores que llegaron aquí nadie sabe cómo, que no tienen dónde quedarse, son acogidos en nuestra casa (20 en total en este momento), para luego pasar a otras casas, una vez estabilizados, con otros objetivos educativos (donde tenemos, entre varias casas y siempre con Salesianos y educadores laicos, otros 90 menores), me llenó el corazón de alegría y me hizo pensar que Valdocco en Turín, con Don Bosco, nació así, y así nacimos nosotros los Salesianos, y un pequeño grupo de aquellos chicos de Valdocco, junto con Don Bosco, dieron vida “de facto” a la congregación salesiana aquel 18 de diciembre de 1859.
            ¿Cómo no ver “la mano de Dios en todo esto?” ¿Cómo no ver que toda esta obra es el resultado de mucho más que una estrategia humana? ¿Cómo no ver que aquí y en miles de otros lugares salesianos del mundo se sigue haciendo el bien, siempre con la ayuda de tantas personas generosas y de tantos otros que comparten la pasión por la educación?
            Este año, en España-Madrid y en otros lugares (incluso América), se ha presentado el magnífico cortometraje “Canillitas”, que muestra la vida de tantos de estos jóvenes. Me sentí feliz de tocar esta realidad con mis manos y mis ojos. Y es verdad, amigos míos, que el sueño de Don Bosco se sigue realizando hoy, 200 años después.
            Ayer luego pasé todo el día con jóvenes del mundo salesiano que se llaman y se sienten líderes en toda América Latina Salesiana de un movimiento que busca que al menos el mundo educativo salesiano tome muy en serio el cuidado de la creación y la ecología con la sensibilidad del Papa Francisco expresada en “Laudato Si”. Jóvenes de 12 países latinoamericanos estuvieron presentes (presencialmente o por internet) en su movimiento “América Latina Sustentable”. Es hermoso que los jóvenes sueñen y se comprometan en algo que es bueno para ellos, para el mundo y para todos nosotros. Para que el mundo se salve: salvar significa preservar, y nada se perderá, ni un suspiro, ni una lágrima, ni una brizna de hierba; ningún esfuerzo generoso, ninguna paciencia dolorosa, ningún gesto de cuidado, por pequeño y oculto que sea, se perderá: si podemos evitar que un Corazón se rompa, no habremos vivido en vano. Si podemos aliviar el Dolor de una Vida, o calmar un Dolor, o ayudar a un niño a crecer, no habremos vivido en vano.
            Siento, ante todo esto, decir con cierta autoridad: amado Don Bosco, tu Sueño sigue MUY VIVO.
            Que estéis bien y seáis feliz.