Corona de los siete dolores de María

La publicación “Corona de los siete dolores de María” representa una devoción querida que san Juan Bosco inculcaba a sus jóvenes. Siguiendo la estructura del “Vía Crucis”, las siete escenas dolorosas se presentan con breves consideraciones y oraciones, para guiar a una participación más viva en los sufrimientos de María y de su Hijo. Rico en imágenes afectivas y espiritualidad contrita, el texto refleja el deseo de unirse a la Dolorosa en la compasión redentora. Las indulgencias concedidas por varios Pontífices atestiguan el alto valor pastoral del texto, que es un pequeño tesoro de oración y reflexión para alimentar el amor hacia la Madre de los dolores.

Prólogo
El fin principal de esta pequeña obra es facilitar el recuerdo y la meditación de los más amargos Dolores del tierno Corazón de María, cosa que a Ella le agrada mucho, como ha revelado varias veces a sus devotos, y un medio muy eficaz para nosotros para obtener su patrocinio.
Para que sea más fácil el ejercicio de tal meditación, se practicará primero con un rosario en el que se mencionan los siete principales dolores de María, que luego se podrán meditar en siete breves consideraciones distintas, de la manera que se suele hacer en el Vía Crucis.
Que el Señor nos acompañe con su gracia celestial y bendición para que se logre el deseado propósito, de modo que el alma de cada uno quede vivamente penetrada por la frecuente memoria de los dolores de María con beneficio espiritual para el alma, y todo para mayor gloria de Dios.

Corona de los siete dolores de la Bienaventurada Virgen María con siete breves consideraciones sobre los mismos expuestas en forma del Vía Crucis

Preparación
Queridos hermanos y hermanas en Jesucristo, hacemos nuestros ejercicios habituales meditando devotamente los más amargos dolores que la Bienaventurada Virgen María padeció en la vida y muerte de su amado Hijo y nuestro Divino Salvador. Imaginémonos presentes junto a Jesús colgado en la cruz, y que su afligida madre nos diga a cada uno: Venid y ved si hay dolor igual al mío.
Persuadidos de que esta Madre piadosa quiere concedernos especial protección al meditar sus dolores, invoquemos la ayuda divina con las siguientes oraciones:

Antífona: Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.

Envía tu Espíritu y serán creados
Y renovarás la faz de la tierra.
Acuérdate de tu congregación,
Que poseíste desde el principio.
Señor, escucha mi oración.
Y llegue a ti mi clamor.

Oremos.
Ilumina, te rogamos, Señor, nuestras mentes con la claridad de tu luz, para que podamos ver lo que debe hacerse y podamos actuar rectamente. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

Primer dolor. Profecía de Simeón
El primer dolor fue cuando la Bienaventurada Virgen Madre de Dios, habiendo presentado a su único Hijo en el Templo en brazos del santo anciano Simeón, recibió de él la palabra: esta será una espada que atravesará tu alma, lo que indicaba la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo.
Un Padre Nuestro y siete Ave Marías.

Oración
Oh, Virgen dolorosa, por aquella agudísima espada con la que el santo anciano Simeón te predijo que sería traspasada tu alma en la pasión y muerte de tu querido Jesús, te suplico me concedas la gracia de tener siempre presente la memoria de tu corazón traspasado y de los amargos sufrimientos padecidos por tu Hijo por mi salvación. Así sea.

Segundo dolor. Huida a Egipto
El segundo dolor de la Bienaventurada Virgen fue cuando tuvo que huir a Egipto por la persecución del cruel Herodes, que impíamente buscaba matar a su amado Hijo.
Un Padre Nuestro y siete Ave Marías.

Oración
Oh, María, mar amarguísimo de lágrimas, por aquel dolor que sentiste huyendo a Egipto para asegurar a tu Hijo de la bárbara crueldad de Herodes, te suplico que quieras ser mi guía, para que por medio tuyo quede libre de las persecuciones de los enemigos visibles e invisibles de mi alma. Así sea.

Tercer dolor. Pérdida de Jesús en el templo
El tercer dolor de la Bienaventurada Virgen fue cuando en tiempo de Pascua, después de haber estado con su esposo José y con el amado hijo Jesús Salvador en Jerusalén, al regresar a su pobre casa, lo perdió y durante tres días continuos suspiró por la pérdida de su único Amado.
Un Padre Nuestro y siete Ave Marías.

Oración
Oh, Madre desconsolada, tú que en la pérdida de la presencia corporal de tu Hijo lo buscaste ansiosamente durante tres días continuos, ¡oh!, obtén gracia para todos los pecadores para que también ellos lo busquen con actos de contrición y lo encuentren. Así sea.

Cuarto dolor. Encuentro de Jesús que lleva la cruz
El cuarto dolor de la Bienaventurada Virgen fue cuando se encontró con su dulcísimo Hijo que llevaba una pesada cruz sobre sus delicados hombros hacia el Monte Calvario para ser crucificado por nuestra salvación.
Un Padre Nuestro y siete Ave Marías.

Oración
Oh, Virgen más apasionada que ninguna otra, por aquel espasmo que sentiste en el corazón al encontrarte con tu Hijo mientras llevaba el madero de la Santísima Cruz hacia el Monte Calvario, haz, te ruego, que yo lo acompañe siempre con el pensamiento, llore mis culpas, causa manifiesta de sus y vuestros tormentos. Así sea.

Quinto dolor. Crucifixión de Jesús
El quinto dolor de la Bienaventurada Virgen fue cuando vio a su Hijo levantado sobre el duro tronco de la Cruz, que de todas partes de su Santísimo Cuerpo derramaba sangre.
Un Padre Nuestro y siete Ave Marías.

Oración
Oh, Rosa entre las espinas, por aquellos amargos dolores que traspasaron tu pecho al contemplar con tus propios ojos a tu Hijo traspasado y levantado en la Cruz, obtén para mí, te ruego, que con meditaciones asiduas solo busque a Jesús crucificado por mis pecados. Así sea.

Sexto dolor. Descendimiento de Jesús de la cruz
El sexto dolor de la Bienaventurada Virgen fue cuando su amado Hijo, herido en el costado después de su muerte y bajado de la Cruz, así cruelmente muerto, fue puesto entre sus Santísimas brazos.
Un Padre Nuestro y siete Ave Marías.

Oración
Oh, Virgen afligida, tú que, derrotado en la Cruz tu Hijo, lo recibiste muerto en tu regazo, y besando aquellas santísimas llagas, derramaste sobre ellas un mar de lágrimas, ¡oh!, haz que también yo con lágrimas de verdadera compunción lave continuamente las heridas mortales que me causaron mis pecados. Así sea.

Séptimo dolor. Sepultura de Jesús
El séptimo dolor de María Virgen Señora y Abogada de nosotros sus siervos y miserables pecadores fue cuando acompañó el Santísimo Cuerpo de su Hijo a la sepultura.
Un Padre Nuestro y siete Ave Marías.

Oración
Oh, Mártir de los Mártires María, por aquel acerbo tormento que sufriste cuando, sepultado tu Hijo, tuviste que alejarte de aquella tumba amada, obtén gracia, te ruego, para todos los pecadores, para que conozcan cuán grave daño es para el alma estar lejos de su Dios. Así sea.

Se rezarán tres Ave Marías en señal de profundo respeto a las lágrimas que derramó la Bienaventurada Virgen en todos sus Dolores para obtener por medio suyo un llanto semejante por nuestros pecados.
Ave María etc.

Terminada la Corona se recita el llanto de la Bienaventurada Virgen, es decir, el himno Stabat Mater etc.
Himno – Llanto de la Bienaventurada Virgen María

Stabat Mater dolorosa
Iuxta crucem lacrymosa,
Dum pendebat Filius.

Cuius animam gementem
Contristatam et dolentem
Pertransivit gladius.

O quam tristis et afflicta
Fuit illa benedicta
Mater unigeniti!

Quae moerebat, et dolebat,
Pia Mater dum videbat.
Nati poenas inclyti.

Quis est homo, qui non fleret,
Matrem Christi si videret
In tanto supplicio?

Quis non posset contristari,
Christi Matrem contemplari
Dolentem cum filio?

Pro peccatis suae gentis
Vidit Iesum in tormentis
Et flagellis subditum.

Vidit suum dulcem natura
Moriendo desolatum,
Dum emisit spiritum.

Eia mater fons amoris,
Me sentire vim doloris
Fac, ut tecum lugeam.

Fac ut ardeat cor meum
In amando Christum Deum,
Ut sibi complaceam.

Sancta Mater istud agas,
Crucifixi fige plagas
Cordi meo valide.

Tui nati vulnerati
Tam dignati pro me pati
Poenas mecum divide.

Fac me tecum pie flere,
Crucifixo condolere,
Donec ego vixero.

Iuxta Crucem tecum stare,
Et me tibi sociare
In planctu desidero.

Virgo virginum praeclara,
Mihi iam non sia amara,
Fac me tecum plangere.

Fac ut portem Christi mortem,
Passionis fac consortem,
Et plagas recolere.

Fac me plagis vulnerari,
Fac me cruce inebriari,
Et cruore Filii.

Flammis ne urar succensus,
Per te, Virgo, sim defensus
In die Iudicii.

Christe, cum sit hine exire,
Da per matrem me venire
Ad palmam victoriae.

Quando corpus morietur,
Fac ut animae donetur
Paradisi gloria. Amen.

Estaba la Madre dolorosa,
llorando junto a la Cruz,
de la que penda su Hijo.

Su alma quejumbrosa,
apesadumbrada y gimiente,
atravesada por una espalda.

Que triste y afligida,
estaba la bendita Madre
del Hijo Unigénito!

Se lamentaba y afligida
y temblaba viendo sufrir
a su Divino Hijo.

Qu hombre no llorara
viendo a la Madre de Cristo
en tan gran suplicio?

Quien no se entristecerá,
al contemplar a la querida Madre,
sufriendo con su Hijo?

Por los pecados de su pueblo,
vio a Jess en el tormento,
y sometido a azotes.

Ella vio a su dulce Hijo
entregar el espíritu
y morir desamparado.

Madre, fuente de amor,
hazme sentir todo tu dolor
para que llore contigo!

Haz que arda mi corazón
en el amor a Cristo Señor,
para que as le complazca.

Santa Mara, hazlo as!,
Graba las heridas del Crucificado
profundamente en mi corazón.

Comparte conmigo las penas
de tu Hijo querido, que se ha dignado
a sufrir la pasión por mí.

Haz que llore contigo,
que sufra con el Crucificado
mientras viva.

Deseo permanecer contigo,
cerca de la Cruz,
y compartir tu dolor.

Virgen excelsa entre las vírgenes,
no seas amarga conmigo,
haz que contigo me lamente.

Haz que soporte la muerte de Cristo,
haz que comparta Su pasión
y contemple Sus heridas.

Haz que sus heridas me hieran,
embriagadas por esta Cruz,
y por el amor de tu Hijo.

Inflamado y ardiendo,
que sea por ti defendido, oh Virgen,
en el da del Juicio.

Haz que sea protegido por la Cruz,
fortificado por la muerte de Cristo,
fortalecido por la gracia.

Cuando muera mi cuerpo,
haz que se conceda a mi alma
la gloria del paraíso.

El Sumo Pontífice Inocencio XI concede la indulgencia de 100 días cada vez que se reza el Stabat Mater. Benedicto XIII otorgó la indulgencia de siete años a quien recite la Corona de los siete dolores de María. Muchísimas otras indulgencias fueron concedidas por otros sumos Pontífices, especialmente a los Hermanos y Hermanas de la compañía de María Dolorosa.

Los siete dolores de María meditados en forma del Vía Crucis

Se invoque la ayuda divina diciendo:
Actiones nostras, quaesumus Domine, aspirando praeveni, et adiuvando prosequere, ut cuncta nostra oratio et operatio a te semper incipiat, et per te coepta finiatur. Per Christum Dominum Nostrum. Amen.

Acto de Contrición
¡Muy afligida Virgen! ¡Ay! ¡Cuán ingrato he sido en el tiempo pasado hacia mi Dios, con cuánta ingratitud he correspondido a sus innumerables beneficios! Ahora me arrepiento, y en la amargura de mi corazón y en el llanto de mi alma, le pido humildemente perdón por haber ultrajado su infinita bondad, resolviendo en adelante, con la gracia celestial, no ofenderle jamás más. ¡Oh! Por todos los dolores que soportaste en la bárbara pasión de tu amado Jesús, te ruego con los suspiros más profundos que me obtengas de Él piedad y misericordia por mis pecados. Acepta este santo ejercicio que estoy por hacer y recíbelo en unión con aquellos padecimientos y dolores que sufriste por tu hijo Jesús. ¡Ah, concédemelo! Sí, concédemelo para que esas mismas espadas que traspasaron tu espíritu, atraviesen también el mío, y que viva y muera en la amistad de mi Señor, para participar eternamente de la gloria que Él me ha ganado con su precioso Sangre. Así sea.

Primer dolor
En este primer dolor imaginémonos encontrarnos en el templo de Jerusalén, donde la Santísima Virgen escuchó la profecía del anciano Simeón.

Meditación
¡Ah! ¿Qué angustias habrá sentido el corazón de María al escuchar las dolorosas palabras con que el santo anciano Simeón le predijo la amarga pasión y la atroz muerte de su dulcísimo Jesús? Mientras en ese mismo instante se le presentaron en la mente los ultrajes, los tormentos y las matanzas que los impíos judíos harían al Redentor del mundo. Pero ¿sabes cuál fue la espada más penetrante que en esta circunstancia la traspasó? Fue considerar la ingratitud con que su amado Hijo sería correspondido por los hombres. Ahora, reflexionando que, por causa de tus pecados, miserablemente estás entre esos tales, ¡ah! échate a los pies de esta Madre Dolorosa y dile llorando así (cada uno se arrodilla): ¡Oh! Virgen piadosísima, que sufriste un tan acerbo espasmo en tu espíritu al ver el abuso que yo, criatura indigna, habría hecho de la sangre de tu amado Hijo, haz, sí haz por tu muy afligido Corazón, que en adelante corresponda a las Divinas Misericordias, aproveche las gracias celestiales, no reciba en vano tantas luces y tantas inspiraciones que te dignarás obtener para mí, para que tenga la suerte de estar entre aquellos por quienes la amarga pasión de Jesús sea de eterna salvación. Así sea. Ave María etc. Gloria Patri etc.

María, dulce bien mío,
Graba en mi corazón tus penas.

Segundo dolor
En este segundo dolor consideremos el penosísimo viaje que la Virgen hizo hacia Egipto para liberar a Jesús de la cruel persecución de Herodes.

Meditación
Considera el amargo dolor que habrá sentido María cuando de noche tuvo que ponerse en camino por orden del Ángel para preservar a su Hijo de la matanza ordenada por aquel fiero Príncipe. ¡Ah! que a cada grito de animal, a cada soplo de viento, a cada movimiento de hoja que escuchaba por aquellas calles desiertas se llenaba de miedo por temor a algún daño al niño Jesús que llevaba consigo. Ahora se volvía de un lado, ahora del otro, a veces aceleraba el paso, ahora se escondía creyendo que la habían alcanzado los soldados, que arrancándola de sus brazos a su amadísimo Hijo le harían bajo su mirada un trato bárbaro, y fijando la mirada llorosa sobre su Jesús y apretándolo fuertemente al pecho, dándole mil besos, enviaba desde el corazón los suspiros más angustiosos. Y aquí reflexiona cuántas veces has renovado este acerbo dolor a María forzando a su Hijo con tus graves pecados a huir de tu alma. Ahora que conoces el gran mal cometido, vuélvete arrepentido a esta piadosa Madre y dile así:
¡Ah, Madre dulcísima! Una vez Herodes os obligó a ti y a tu Jesús a huir por la inhumana persecución ordenada por él; pero yo, ¡oh!, cuántas veces obligué a mi Redentor y por consiguiente a ti también a salir rápidamente de mi corazón, introduciendo en él el maldito pecado, despiadado enemigo tuyo y de mi Dios. ¡Oh! todo doliente y contrito te pido humildemente perdón.
Sí, misericordia, oh querida Madre, misericordia, y te prometo en adelante, con la ayuda divina, mantener siempre a mi Salvador y a ti en el total dominio de mi alma. Así sea. Ave María etc. Gloria Patri etc.

María, dulce bien mío,
Graba en mi corazón tus penas.

Tercer dolor
En este tercer dolor consideremos a la muy afligida Virgen que, llorosa, va en busca de su perdido Jesús.

Meditación
¡Cuán grande fue el dolor de María cuando se dio cuenta de haber perdido a su amado Hijo! y cómo aumentó su pena cuando, habiéndolo buscado diligentemente entre amigos, parientes y vecinos, no pudo tener noticia alguna de Él. Ella, sin atender a las incomodidades, al cansancio, a los peligros, vagó tres días continuos por las comarcas de Judea, repitiendo aquellas palabras de desolación: ¿acaso alguien ha visto a aquel que verdaderamente ama mi alma? ¡Ah! la gran ansiedad con que lo buscaba le hacía imaginar en cada momento verlo o escuchar su voz; pero luego, al darse cuenta de la decepción, ¡oh!, cómo se horrorizaba y sentía más intensamente el pesar de tan deplorable pérdida. Gran confusión para ti, pecador, que habiendo perdido tantas veces a tu Jesús con tus graves faltas, no te has preocupado en buscarlo, claro signo de que poco o nada valoras el precioso tesoro de la Divina amistad. Llora, pues, tu ceguera, y volviéndote a esta Madre Dolorosa, dile suspirando así:
¡Muy afligida Virgen! Haz que aprenda de ti el verdadero modo de buscar a Jesús que he perdido por seguir mis pasiones y las iniquidades del demonio, para que logre encontrarlo, y cuando lo haya recuperado, repita continuamente tus palabras: He encontrado a aquel que verdaderamente ama mi corazón; lo retendré siempre conmigo, y nunca más lo dejaré partir. Así sea. Ave María etc. Gloria Patri etc.

María, dulce bien mío,
Graba en mi corazón tus penas.

Cuarto dolor
En el cuarto dolor consideremos el encuentro que tuvo la Virgen Dolorosa con su apasionado Hijo.

Meditación
Venid, corazones endurecidos, y ved si podéis soportar este espectáculo tan lloroso. Es una madre la más tierna, la más amorosa, que encuentra a su Hijo el más dulce, el más amable; ¿y cómo lo encuentra? ¡Oh, Dios! en medio de la más impía chusma que lo arrastra cruelmente a la muerte, cargado de heridas, goteando sangre, desgarrado por las heridas, con una corona de espinas en la cabeza y con un tronco pesado sobre los hombros, fatigado, jadeante, débil, que parece a cada paso querer exhalar el último suspiro.

¡Ah! considera, alma mía, la detención mortal que hace la Santísima Virgen al primer vistazo que fija sobre su atormentado Jesús; quisiera darle el último adiós, pero ¿cómo, si el dolor le impide pronunciar palabra? Quisiera arrojarse a su cuello, pero queda inmóvil y petrificada por la fuerza de la aflicción interna; quisiera desahogarse con el llanto, pero siente el corazón tan cerrado y oprimido que no logra derramar una lágrima. ¡Oh! ¿y quién puede contener las lágrimas al ver a una pobre Madre sumida en tan gran aflicción? Pero ¿quién es la causa de tan acerbo dolor? ¡Ah, soy yo, sí, soy yo con mis pecados que he hecho tan bárbara herida a tu tierno corazón, oh Virgen Dolorosa! ¿Quién lo creería? Permanezco insensible sin conmoverme en absoluto. Pero si fui ingrato en el pasado, en adelante no lo seré más.
Mientras tanto, postrado a tus pies, oh Virgen Santísima, te pido humildemente perdón por tanto pesar que te he causado. Lo sé y lo confieso, que no merezco piedad, siendo yo la verdadera causa por la que caíste en dolor al encontrar a tu Jesús todo cubierto de heridas; pero recuerda, sí recuerda que eres madre de misericordia. ¡Ah, muéstrate tal hacia mí, que te prometo en adelante ser más fiel a mi Redentor, y así compensar tantos disgustos que he dado a tu muy afligido espíritu! Así sea. Ave María etc. Gloria Patri etc.

María, dulce bien mío,
Graba en mi corazón tus penas.

Quinto dolor
En este quinto dolor imaginémonos encontrarnos en el Monte Calvario donde la muy afligida Virgen vio expirar en la Cruz a su amado Hijo.

Meditación
Aquí estamos en el Calvario donde ya están levantados dos altares de sacrificio, uno en el cuerpo de Jesús, otro en el corazón de María. ¡Oh espectáculo funesto! Contemplamos a la Madre ahogada en un mar de aflicciones al ver arrebatada por la muerte despiadada a la querida y amable criatura de sus entrañas. ¡Ay de mí! Cada martillazo, cada herida, cada desgarradura que recibe el Salvador sobre su carne, resuena profundamente en el corazón de la Virgen. Ella está a los pies de la Cruz tan penetrada por el dolor y traspasada por el duelo que no sabrías decidir quién será el primero en expirar, si Jesús o María. Fija la mirada en el rostro agonizante de su Hijo, contempla las pupilas languideciendo, el rostro pálido, los labios lívidos, la respiración dificultosa y finalmente sabe que ya no vive y que ha entregado el espíritu en el seno de su eterno Padre. ¡Ah, qué esfuerzo hace entonces su alma por separarse del cuerpo y unirse a la de Jesús! ¿Y quién puede soportar tal vista?
Oh Madre dolorosísima, tú en lugar de retirarte del Calvario para no sentir tan vivamente las angustias, permaneces inmóvil para absorber hasta la última gota el amargo cáliz de tus aflicciones. ¡Qué confusión debe ser esta para mí que busco todos los medios para evitar las cruces y esos pequeños sufrimientos que por mi bien el Señor se digna enviarme! Virgen dolorosísima, me humillo ante ti, ¡oh! haz que conozca una vez claramente el valor y el gran mérito del padecer, para que me tome tanto apego que nunca me canse de exclamar con San Francisco Javier: Plus Domine, Plus Domine, más sufrir, Dios mío. ¡Ah sí, más sufrir, oh Dios mío! Así sea. Ave María etc. Gloria Patri etc.

María, dulce bien mío,
Graba en mi corazón tus penas.

Sexto dolor
En este sexto dolor imaginémonos ver a la Virgen desconsolada que recibe en sus brazos a su Hijo muerto bajado de la Cruz.

Meditación
Considera el amargo dolor que penetró el alma de María cuando vio en su seno el cuerpo muerto de su amado Jesús. ¡Ah! Al fijar la mirada sobre sus heridas y llagas, al mirarlo teñido de su propia sangre, fue tal el ímpetu del dolor interior que su corazón fue mortalmente traspasado, y si no murió fue la omnipotencia divina la que la conservó con vida. ¡Oh pobre Madre, sí, pobre madre, que llevas a la tumba al querido objeto de tus más tiernas complacencias, y que de un ramo de rosas se ha convertido en un manojo de espinas por los malos tratos y desgarraduras hechas por los impíos malhechores! ¿Y quién no te compadecerá? ¿Quién no se sentirá desgarrado por el dolor al verte en un estado de aflicción que conmueve hasta la piedra más dura? Contemplo a Juan inconsolable, a Magdalena con las otras Marías que lloran amargamente, a Nicodemo que ya no puede soportar el dolor. ¿Y yo? ¡yo solo no derramo una lágrima en medio de tanto duelo! ¡Ingrato e ingrato que soy!
¡Oh, Madre piadosísima, aquí estoy a tus pies, recíbeme bajo tu poderosa protección y haz que este mi corazón quede traspasado por esa misma espada que atravesó de parte a parte tu muy afligido espíritu, para que se ablande una vez y llore de verdad mis graves pecados que te han causado tan cruel martirio! Y así sea. Ave María etc. Gloria Patri etc.

María, dulce bien mío,
Graba en mi corazón tus penas.

Séptimo dolor
En este séptimo dolor consideremos a la Virgen dolorosísima que ve cerrar en el sepulcro a su Hijo muerto.

Meditación
Considera qué suspiro mortal lanzó el afligido corazón de María cuando vio puesto en la tumba a su amado Jesús. ¡Oh qué pena, qué duelo sintió su espíritu cuando se levantó la piedra con que se debía cerrar aquel sacratísimo monumento! No era posible despegarla del borde del sepulcro, mientras el dolor era tal que la volvía insensible e inmóvil, sin cesar de contemplar aquellas llagas y aquellas crueles heridas. Cuando luego se cerró la tumba, entonces sí que fue tan fuerte la fuerza del dolor interior que sin duda habría caído muerta si Dios no la hubiera conservado con vida. ¡Oh madre tan afligida! Ahora partirás con el cuerpo de este lugar, pero aquí seguramente quedará tu corazón, siendo aquí tu verdadero tesoro. ¡Ah destino, que en compañía de él quede todo nuestro afecto, todo nuestro amor, allí cómo podrá ser que no nos consumamos de benevolencia hacia el Salvador que dio toda su sangre por nuestra salvación? ¿Cómo podrá ser que no te amemos a ti que tanto sufriste por nuestra causa?

Ahora nosotros, dolientes y arrepentidos de haber causado tantos dolores a tu Hijo y a ti tanta amargura, nos postramos a tus pies y por todos esos dolores que nos hiciste la gracia de meditar, concédenos este favor: que la memoria de los mismos quede siempre vivamente impresa en nuestra mente, que se consuman nuestros corazones por amor a nuestro buen Dios y a ti, nuestra dulcísima Madre, y que el último suspiro de nuestra vida se una a los que derramaste desde lo más profundo de tu alma en la dolorosa pasión de Jesús, a quien sea honor, gloria y acción de gracias por todos los siglos de los siglos. Así sea. Ave María etc. Gloria Patri etc.

María, dulce bien mío,
Graba en mi corazón tus penas.

Luego se dice el Stabat Mater, como arriba.

Antífona. Tuam ipsius animam (ait ad Mariam Simeon) pertransiet gladius.
Ora por nosotros, Virgen Dolorosísima.
Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.

Oremos
Dios, en cuya pasión según la profecía de Simeón, la dulcísima alma de la Gloriosa Virgen y Madre María Dolorosa fue traspasada por la espada, concede propicio que quienes recordamos la memoria de sus dolores, alcancemos felizmente el efecto de tu pasión. Que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

Alabado sea Dios y la Virgen Dolorosísima.
Con permiso de la Revisión Eclesiástica

La Fiesta de los Siete Dolores de María Virgen Dolorosa que celebra la Pía Unión y Sociedad, cae el tercer domingo de septiembre en la Iglesia de San Francisco de Asís.

Texto de la 3ª edición, Turín, Imprenta de Giulio Speirani e hijos, 1871




La radicalidad evangélica del Beato Stefano Sándor

Stefano Sándor (Szolnok 1914 – Budapest 1953) es un mártir coadjutor salesiano. Joven alegre y devoto, tras estudiar metalurgia ingresó entre los Salesianos, convirtiéndose en maestro tipógrafo y guía de los jóvenes. Animó oratorios, fundó la Juventud Obrera Católica y transformó trincheras y obras en «oratorios festivos». Cuando el régimen comunista confiscó las obras eclesiales, continuó clandestinamente educando y salvando a jóvenes y maquinaria; arrestado, fue colgado el 8 de junio de 1953. Enraizado en la Eucaristía y en la devoción a María, encarnó la radicalidad evangélica de Don Bosco con dedicación educativa, coraje y fe inquebrantable. Beatificado por el papa Francisco en 2013, sigue siendo un modelo de santidad laical salesiana.

1. Datos biográficos
            Sándor Stefano nació en Szolnok, Hungría, el 26 de octubre de 1914, hijo de Stefano y Maria Fekete, el primero de tres hermanos. Su padre era empleado de los Ferrocarriles del Estado, mientras que su madre era ama de casa. Ambos transmitieron a sus hijos una profunda religiosidad. Stefano estudió en su ciudad, obteniendo el diploma de técnico metalúrgico. Desde joven era estimado por sus compañeros, era alegre, serio y amable. Ayudaba a sus hermanos menores a estudiar y a rezar, siendo el primero en dar el ejemplo. Hizo con fervor la confirmación comprometiéndose a imitar a su santo protector y a san Pedro. Servía cada día la santa Misa con los padres franciscanos, recibiendo la Eucaristía.
            Leyendo el Boletín Salesiano conoció a Don Bosco. Se sintió inmediatamente atraído por el carisma salesiano. Consultó con su director espiritual, expresándole el deseo de ingresar en la Congregación salesiana. También lo habló con sus padres. Ellos le negaron el consentimiento y trataron de disuadirlo por todos los medios. Pero Stefano logró convencerlos, y en 1936 fue aceptado en el Clarisseum, sede de los Salesianos en Budapest, donde en dos años hizo el aspirantado. Asistió en la imprenta “Don Bosco” a los cursos de técnico impresor. Comenzó el noviciado, pero tuvo que interrumpirlo por la llamada a las armas.
            En 1939 obtuvo el alta definitiva y, tras el año de noviciado, emitió su primera profesión el 8 de septiembre de 1940 como salesiano coadjutor. Destinado al Clarisseum, se comprometió activamente en la enseñanza en los cursos profesionales. También tuvo la responsabilidad de la asistencia al oratorio, que llevó a cabo con entusiasmo y competencia. Fue el promotor de la Juventud Obrera Católica. Su grupo fue reconocido como el mejor del movimiento. Siguiendo el ejemplo de Don Bosco, se mostró como un educador modelo. En 1942 fue llamado al frente y se ganó una medalla de plata al valor militar. La trinchera era para él un oratorio festivo que animaba salesianamente, reconfortando a sus compañeros de servicio. Al final de la Segunda Guerra Mundial se comprometió en la reconstrucción material y moral de la sociedad, dedicándose en particular a los jóvenes más pobres, a quienes reunía enseñándoles un oficio. El 24 de julio de 1946 emitió su profesión perpetua. En 1948 obtuvo el título de maestro impresor. Al final de sus estudios, los alumnos de Stefano eran contratados en las mejores imprentas de la capital Budapest y de Hungría.
            Cuando el Estado en 1949, bajo Mátyás Rákosi, confiscó los bienes eclesiásticos y comenzaron las persecuciones contra las escuelas católicas, que tuvieron que cerrar, Sándor trató de salvar lo salvable, al menos algunas máquinas de impresión y algo del mobiliario que había costado tantos sacrificios. De repente, los religiosos se encontraron sin nada, todo había pasado a ser del Estado. El estalinismo de Rákosi continuó arremetiendo: los religiosos fueron dispersados. Sin hogar, trabajo, comunidad, muchos se redujeron a la clandestinidad. Se adaptaron a hacer de todo: basureros, campesinos, peones, cargadores, sirvientes… También Stefano tuvo que “desaparecer”, dejando su imprenta que se había vuelto famosa. En lugar de refugiarse en el extranjero, permaneció en su país para salvar a la juventud húngara. Capturado in fraganti (estaba tratando de salvar algunas máquinas de impresión), tuvo que huir rápidamente y permanecer escondido durante algunos meses; luego, bajo otro nombre, logró conseguir trabajo en una fábrica de detergentes de la capital, pero continuó valiente y clandestinamente su apostolado, a pesar de saber que era una actividad estrictamente prohibida. En julio de 1952 fue capturado en su lugar de trabajo y no fue más visto por sus hermanos. Un documento oficial certifica su proceso y condena a muerte, ejecutada por ahorcamiento el 8 de junio de 1953.
            La fase diocesana de la Causa de martirio comenzó en Budapest el 24 de mayo de 2006 y concluyó el 8 de diciembre de 2007. El 27 de marzo de 2013, el Papa Francisco autorizó a la Congregación de las Causas de los Santos a promulgar el Decreto de martirio y a celebrar el rito de beatificación, que tuvo lugar el sábado 19 de octubre de 2013 en Budapest.

2. Testimonio original de santidad salesiana
            Los rápidos datos sobre la biografía de Sándor nos han introducido en el corazón de su historia espiritual. Contemplando la fisonomía que ha asumido en él la vocación salesiana, marcada por la acción del Espíritu y ahora propuesta por la Iglesia, descubrimos algunos rasgos de esa santidad: el profundo sentido de Dios y la plena y serena disponibilidad a su voluntad, la atracción por Don Bosco y la cordial pertenencia a la comunidad salesiana, la presencia animadora y alentadora entre los jóvenes, el espíritu de familia, la vida espiritual y de oración cultivada personalmente y compartida con la comunidad, la total consagración a la misión salesiana vivida en la dedicación a los aprendices y a los jóvenes trabajadores, a los chicos del oratorio, a la animación de grupos juveniles. Se trata de una activa presencia en el mundo educativo y social, toda animada por la caridad de Cristo que lo impulsa interiormente.
            No faltaron gestos que tienen de heroico y de inusual, hasta el supremo de donar su propia vida por la salvación de la juventud húngara. «Un joven quería saltar al tranvía que pasaba frente a la casa salesiana. Cometiendo un error, cayó bajo el vehículo. La tren se detuvo demasiado tarde; una rueda lo hirió profundamente en el muslo. Una gran multitud se reunió para observar la escena sin intervenir, mientras el pobre desafortunado estaba a punto de desangrarse. En ese momento se abrió la puerta del colegio y Pista (nombre familiar de Stefano) corrió afuera con una camilla plegable bajo el brazo. Tiró su chaqueta al suelo, se metió debajo del tranvía y sacó al joven con prudencia, apretando su cinturón alrededor del muslo sangrante, y colocó al chico en la camilla. En ese momento llegó la ambulancia. La multitud aplaudió a Pista con entusiasmo. Él se sonrojó, pero no pudo ocultar la alegría de haber salvado la vida a alguien».
            Uno de sus chicos recuerda: «Un día me enfermé gravemente de tifus. En el hospital de Újpest, mientras mis padres se preocupaban por mi vida a mi lado, Stefano Sándor se ofreció a darme sangre, si fuera necesario. Este acto de generosidad conmovió mucho a mi madre y a todas las personas a mi alrededor».
            Aunque han pasado más de sesenta años desde su martirio y ha sido profunda la evolución de la Vida Consagrada, de la experiencia salesiana, de la vocación y de la formación del salesiano coadjutor, el camino salesiano hacia la santidad trazado por Stefano Sándor es un signo y un mensaje que abre perspectivas para el hoy. De este modo se cumple la afirmación de las Constituciones salesianas: «Los hermanos que han vivido o viven en plenitud el proyecto evangélico de las Constituciones son para nosotros estímulo y ayuda en el camino de santificación». Su beatificación indica concretamente esa «alta medida de la vida cristiana ordinaria» indicada por Juan Pablo II en la Novo Millennio Ineunte.

2.1. Bajo el estandarte de Don Bosco
            Siempre es interesante tratar de identificar en el plan misterioso que el Señor teje sobre cada uno de nosotros el hilo conductor de toda la existencia. Con una fórmula sintética, el secreto que ha inspirado y guiado todos los pasos de la vida de Stefano Sándor se puede sintetizar con estas palabras: siguiendo a Jesús, con Don Bosco y como Don Bosco, en todas partes y siempre. En la historia vocacional de Stefano, Don Bosco irrumpe de manera original y con los rasgos típicos de una vocación bien identificada, como escribió el párroco franciscano, presentando al joven Stefano: «Aquí en Szolnok, en nuestra parroquia, tenemos un joven muy bueno: Stefano Sándor, de quien soy padre espiritual y que, al terminar la escuela técnica, aprendió el oficio en una escuela metalúrgica; hace la Comunión diariamente y le gustaría ingresar en una orden religiosa. Con nosotros no tendríamos ninguna dificultad, pero él querría entrar en los Salesianos como hermano laico».
            El juicio halagador del párroco y director espiritual destaca: los rasgos de trabajo y oración típicos de la vida salesiana; un camino espiritual perseverante y constante con una guía espiritual; el aprendizaje del arte tipográfico que con el tiempo se perfeccionará y se especializará.
            Había llegado a conocer a Don Bosco a través del Boletín Salesiano y las publicaciones salesianas de Rákospalota. De este contacto a través de la prensa salesiana nació quizás su pasión por la tipografía y por los libros. En la carta al Inspector de los Salesianos de Hungría, don János Antal, donde pide ser aceptado entre los hijos de Don Bosco, declaraba: «Siento la vocación de entrar en la Congregación salesiana. Se necesita trabajo en todas partes; sin trabajo no se puede alcanzar la vida eterna. A mí me gusta trabajar».
            Desde el principio emerge la voluntad fuerte y decidida de perseverar en la vocación recibida, como luego de hecho sucederá. Cuando el 28 de mayo de 1936 solicitó la admisión al noviciado salesiano, declaró haber «conocido la Congregación salesiana y haber sido cada vez más confirmado en su vocación religiosa, tanto que confía en poder perseverar bajo el estandarte de Don Bosco». Con pocas palabras, Sándor expresa una conciencia vocacional de alto perfil: conocimiento experiencial de la vida y del espíritu de la Congregación; confirmación de una elección justa e irreversible; seguridad para el futuro de ser fiel en el campo de batalla que lo espera.
            El acta de admisión al noviciado, en lengua italiana (2 de junio de 1936), califica unánimemente la experiencia del aspirantado: «Con excelente resultado, diligente, de buena piedad y se ofreció por sí mismo al oratorio festivo, fue práctico, de buen ejemplo, recibió el certificado de impresor, pero aún no tiene la perfecta practicidad». Ya están presentes esos rasgos que, consolidados posteriormente en el noviciado, definirán su fisonomía de religioso salesiano laico: la ejemplaridad de la vida, la generosa disponibilidad a la misión salesiana, la competencia en la profesión de impresor.
            El 8 de septiembre de 1940 emite su profesión religiosa como salesiano coadjutor. De este día de gracia, reproducimos una carta escrita por Pista, como se le llamaba familiarmente, a sus padres: «Queridos padres, tengo que informarles de un evento importante para mí y que dejará huellas indelebles en mi corazón. El 8 de septiembre, por gracia de Dios y con la protección de la Santa Virgen, me he comprometido con la profesión a amar y servir a Dios. En la fiesta de la Virgen Madre he hecho mi matrimonio con Jesús y le he prometido con el triple voto ser Suyo, no separarme nunca más de Él y perseverar en la fidelidad a Él hasta la muerte. Por lo tanto, les pido a todos ustedes que no me olviden en sus oraciones y en las Comuniones, haciendo votos para que yo pueda permanecer fiel a mi promesa hecha a Dios. Pueden imaginar que ese fue para mí un día alegre, nunca antes vivido en mi vida. Creo que no podría haberle dado a la Virgen un regalo de cumpleaños más grato que el regalo de mí mismo. Imagino que el buen Jesús los habrá mirado con ojos afectuosos, siendo ustedes quienes me donaron a Dios… Saludos afectuosos a todos. PISTA».

2.2. Dedicación absoluta a la misión
            «La misión da a toda nuestra existencia su tono concreto…», dicen las Constituciones salesianas. Stefano Sándor vivió la misión salesiana en el campo que le había sido confiado, encarnando la caridad pastoral educativa como salesiano coadjutor, con el estilo de Don Bosco. Su fe lo llevó a ver a Jesús en los jóvenes aprendices y trabajadores, en los chicos del oratorio, en los de la calle.
            En la industria tipográfica, la dirección competente de la administración es considerada una tarea esencial. Stefano Sándor estaba encargado de la dirección, del entrenamiento práctico y específico de los aprendices y de la fijación de los precios de los productos tipográficos. La imprenta “Don Bosco” gozaba en todo el país de gran prestigio. Formaban parte de las ediciones salesianas el Boletín Salesiano, Juventud Misionera, revistas para la juventud, el Calendario Don Bosco, libros de devoción y la edición en traducción húngara de los escritos oficiales de la Dirección General de los Salesianos. Es en ese ambiente que Stefano Sándor comenzó a amar los libros católicos que no solo eran preparados por él para la impresión, sino también estudiados.
            En el servicio a la juventud, él también era responsable de la educación colegial de los jóvenes. También esta era una tarea importante, además de su entrenamiento técnico. Era indispensable disciplinar a los jóvenes, en fase de desarrollo vigoroso, con firmeza afectuosa. En cada momento del período de aprendiz, él los acompañaba como un hermano mayor. Stefano Sándor se destacó por una fuerte personalidad: poseía una excelente formación específica, acompañada de disciplina, competencia y espíritu comunitario.
            No se contentaba con un solo trabajo determinado, sino que se mostraba disponible a cada necesidad. Asumió la tarea de sacristán de la pequeña iglesia del Clarisseum y se ocupó de la dirección del “Pequeño Clero”. Prueba de su capacidad de resistencia fue también el compromiso espontáneo de trabajo voluntario en el floreciente oratorio, frecuentado regularmente por los jóvenes de los dos suburbios de Újpest y Rákospalota. Le gustaba jugar con los chicos; en los partidos de fútbol, hacía de árbitro con gran competencia.

2.3. Religioso educador
            Stefano Sándor fue educador en la fe de cada persona, hermano y joven, especialmente en los momentos de prueba y en la hora del martirio. Realmente, Sándor había hecho de la misión por los jóvenes su propio espacio educativo, donde vivía diariamente los criterios del Sistema Preventivo de Don Bosco – razón, religión, amabilidad – en la cercanía y asistencia amorosa a los jóvenes trabajadores, en la ayuda prestada para comprender y aceptar las situaciones de sufrimiento, en el testimonio vivo de la presencia del Señor y de su amor indefectible.
            En Rákospalota, Stefano Sándor se dedicó con celo a la formación de los jóvenes tipógrafos y a la educación de los jóvenes del oratorio y de los “Pajes del Sagrado Corazón”. En estos frentes manifestó un marcado sentido del deber, viviendo con gran responsabilidad su vocación religiosa y caracterizándose por una madurez que suscitaba admiración y estima. «Durante su actividad tipográfica, vivía concienzudamente su vida religiosa, sin ninguna voluntad de aparecer. Practicaba los votos de pobreza, castidad y obediencia, sin ninguna obligación. En este campo, su sola presencia valía un testimonio, sin decir ninguna palabra. También los alumnos reconocían su autoridad, gracias a sus modos fraternales. Ponía en práctica todo lo que decía o pedía a los alumnos, y a nadie se le ocurría contradecirlo de ninguna manera».
            György Érseki conocía a los Salesianos desde 1945 y después de la Segunda Guerra Mundial fue a vivir a Rákospalota, en el Clarisseum. Su conocimiento con Stefano Sándor duró hasta 1947. Durante este período no solo nos ofrece un vistazo de la múltiple actividad del joven coadjutor, tipógrafo, catequista y educador de la juventud, sino también una lectura profunda, de la cual emerge la riqueza espiritual y la capacidad educativa de Stefano: «Stefano Sándor fue una persona muy dotada por naturaleza. En calidad de pedagogo, puedo sostener y confirmar su capacidad de observación y su personalidad polifacética. Fue un buen educador y lograba manejar a los jóvenes, uno por uno, de una manera óptima, eligiendo el tono adecuado con todos. Hay aún un detalle perteneciente a su personalidad: consideraba cada uno de sus trabajos un santo deber, consagrando, sin esfuerzos y con gran naturalidad, toda su energía a la realización de este propósito sagrado. Gracias a un instinto innato, lograba captar la atmósfera y influirla positivamente. […] Tenía un carácter fuerte como educador; se preocupaba de todos individualmente. Se interesaba por nuestros problemas personales, reaccionando siempre de la manera más adecuada para nosotros. De esta manera realizaba los tres principios de Don Bosco: la razón, la religión y la amabilidad… Los coadjutores salesianos no usaban la vestimenta fuera del contexto litúrgico, pero el aspecto de Stefano Sándor se distinguía de la masa de la gente. En lo que respecta a su actividad de educador, nunca recurría al castigo físico, prohibido según los principios de Don Bosco, a diferencia de otros maestros salesianos más impulsivos, incapaces de dominarse y que a veces daban bofetadas. Los alumnos aprendices confiados a él formaban una pequeña comunidad dentro del colegio, aunque eran diferentes entre sí desde el punto de vista de la edad y la cultura. Ellos comían en el comedor junto a los otros estudiantes, donde habitualmente durante las comidas se leía la Biblia. Naturalmente, también estaba presente Stefano Sándor. Gracias a su presencia, el grupo de aprendices industriales siempre resultó ser el más disciplinado… Stefano Sándor siempre se mantuvo juvenil, demostrando gran comprensión hacia los jóvenes. Captando sus problemas, transmitía mensajes positivos y sabía aconsejarlos tanto en el plano personal como en el religioso. Su personalidad revelaba gran tenacidad y resistencia en el trabajo; incluso en las situaciones más difíciles, se mantenía fiel a sus ideales y a sí mismo. El colegio salesiano de Rákospalota albergaba una gran comunidad, requiriendo un trabajo con los jóvenes a más niveles. En el colegio, junto a la tipografía, vivían jóvenes salesianos en formación, que estaban en estrecha relación con los coadjutores. Recuerdo los siguientes nombres: József Krammer, Imre Strifler, Vilmos Klinger y László Merész. Estos jóvenes tenían tareas diferentes a las de Stefano Sándor y también se diferenciaban en carácter. Sin embargo, gracias a su vida en común, conocían los problemas, las virtudes y los defectos unos de otros. Stefano Sándor en su relación con estos clérigos siempre encontró la medida adecuada. Stefano Sándor logró encontrar el tono fraternal para amonestarlos, cuando mostraban alguna de sus faltas, sin caer en el paternalismo. De hecho, fueron los jóvenes clérigos quienes pidieron su opinión. En mi opinión, él realizó los ideales de Don Bosco. Desde el primer momento de nuestro conocimiento, Stefano Sándor representó el espíritu que caracterizaba a los miembros de la Sociedad Salesiana: sentido del deber, pureza, religiosidad, practicidad y fidelidad a los principios cristianos».
            Un joven de esa época recuerda así el espíritu que animaba a Stefano Sándor: «Mi primer recuerdo de él está ligado a la sacristía del Clarisseum, en la que él, en calidad de sacristán principal, exigía el orden, imponiendo la seriedad debida a la situación, permaneciendo sin embargo siempre él, con su comportamiento, a darnos el buen ejemplo. Era una de sus características el darnos las directrices con un tono moderado, sin alzar la voz, pidiéndonos más bien cortésmente que hiciéramos nuestros deberes. Este su comportamiento espontáneo y amigable nos conquistó. Le queríamos de verdad. Nos encantó la naturalidad con la que Stefano Sándor se ocupaba de nosotros. Nos enseñaba, oraba y vivía con nosotros, testimoniando la espiritualidad de los coadjutores salesianos de ese tiempo. Nosotros, jóvenes, a menudo no nos dábamos cuenta de cuán especiales eran estas personas, pero él se destacaba por su seriedad, que manifestaba en la iglesia, en la tipografía y hasta en el campo de juego».

3. Reflejo de Dios con radicalidad evangélica
            Lo que daba espesor a todo esto – la dedicación a la misión y la capacidad profesional y educativa – y que impactaba inmediatamente a quienes lo encontraban era la figura interior de Stefano Sándor, la de discípulo del Señor, que vivía en cada momento su consagración, en la constante unión con Dios y en la fraternidad evangélica. De los testimonios procesales emerge una figura completa, también por ese equilibrio salesiano por el cual las diferentes dimensiones se conjugan en una personalidad armónica, unificada y serena, abierta al misterio de Dios vivido en lo cotidiano.
            Un rasgo que impacta de tal radicalidad es el hecho de que desde el noviciado todos sus compañeros, incluso aquellos aspirantes al sacerdocio y mucho más jóvenes que él, lo estimaban y lo veían como modelo a imitar. La ejemplaridad de su vida consagrada y la radicalidad con la que vivió y testificó los consejos evangélicos lo distinguieron siempre y en todas partes, por lo que en muchas ocasiones, incluso en el tiempo de la prisión, varios pensaban que era un sacerdote. Tal testimonio dice mucho de la singularidad con la que Stefano Sándor vivió siempre con clara identidad su vocación de salesiano coadjutor, evidenciando precisamente lo específico de la vida consagrada salesiana como tal. Entre los compañeros de noviciado, Gyula Zsédely habla así de Stefano Sándor: «Entramos juntos en el noviciado salesiano de Santo Stefano en Mezőnyárád. Nuestro maestro fue Béla Bali. Aquí pasé un año y medio con Stefano Sándor y fui testigo ocular de su vida, modelo de joven religioso. Aunque Stefano Sándor tenía al menos nueve-diez años más que yo, convivía con sus compañeros de noviciado de manera ejemplar; participaba en las prácticas de piedad junto a nosotros. No sentíamos en absoluto la diferencia de edad; él estaba a nuestro lado con afecto fraternal. Nos edificaba no solo a través de su buen ejemplo, sino también dándonos consejos prácticos en relación con la educación de la juventud. Se veía ya entonces cómo estaba predestinado a esta vocación según los principios educativos de Don Bosco… Su talento de educador saltó a la vista también para nosotros los novicios, especialmente en ocasión de las actividades comunitarias. Con su encanto personal nos entusiasmaba de tal manera, que dábamos por sentado que podíamos afrontar con facilidad incluso las tareas más difíciles. El motor de su profunda espiritualidad salesiana fueron la oración y la Eucaristía, así como la devoción a la Virgen María Auxiliadora. Durante el noviciado, que duró un año, veíamos en su persona un buen amigo. Se convirtió en nuestro modelo también en la obediencia, ya que, siendo él el mayor, fue puesto a prueba con pequeñas humillaciones, pero él las soportó con dominio y sin dar signos de sufrimiento o resentimiento. En ese tiempo, desafortunadamente, había alguien entre nuestros superiores que se divertía humillando a los novicios, pero Stefano Sándor supo resistir bien. Su grandeza de espíritu, arraigada en la oración, era perceptible para todos».
            Respecto a la intensidad con la que Stefano Sándor vivía su fe, con una continua unión con Dios, emerge una ejemplaridad de testimonio evangélico, que podemos bien definir como un “reflejo de Dios”: «Me parece que su actitud interior surgió de la devoción a la Eucaristía y a la Virgen, la cual había transformado también la vida de Don Bosco. Cuando se ocupaba de nosotros, “Pequeño Clero”, no daba la impresión de ejercer un oficio; sus acciones manifestaban la espiritualidad de una persona capaz de orar con gran fervor. Para mí y para mis coetáneos “el Señor Sándor” fue un ideal y ni por asomo pensábamos que todo lo que hemos visto y oído fuera una puesta en escena superficial. Considero que solo su íntima vida de oración pudo alimentar tal comportamiento cuando, aún siendo un confrater muy joven, había comprendido y tomado en serio el método de educación de Don Bosco».
            La radicalidad evangélica se expresó en diversas formas a lo largo de la vida religiosa de Stefano Sándor:
            – En esperar con paciencia el consentimiento de los padres para entrar en los Salesianos.
            – En cada paso de la vida religiosa tuvo que esperar: antes de ser admitido al noviciado tuvo que hacer el aspirantado; admitido al noviciado tuvo que interrumpirlo para hacer el servicio militar; la solicitud para la profesión perpetua, antes aceptada, será pospuesta después de un período adicional de votos temporales.
            – En las duras experiencias del servicio militar y en el frente. El enfrentamiento con un ambiente que tendía muchas trampas a su dignidad de hombre y de cristiano reforzó en este joven novicio la decisión de seguir al Señor, de ser fiel a su elección de Dios, cueste lo que cueste. Realmente no hay discernimiento más duro y exigente que el de un noviciado probado y evaluado en la trinchera de la vida militar.
            – En los años de la supresión y luego de la cárcel, hasta la hora suprema del martirio.

            Todo esto revela esa mirada de fe que acompañará siempre la historia de Stefano: la conciencia de que Dios está presente y actúa para el bien de sus hijos.

Conclusión
            Stefano Sándor desde su nacimiento hasta su muerte fue un hombre profundamente religioso, que en todas las circunstancias de la vida respondió con dignidad y coherencia a las exigencias de su vocación salesiana. Así vivió en el período del aspirantado y de la formación inicial, en su trabajo de tipógrafo, como animador del oratorio y de la liturgia, en el tiempo de la clandestinidad y de la encarcelación, hasta los momentos que precedieron su muerte. Deseoso, desde su primera juventud, de consagrarse al servicio de Dios y de los hermanos en la generosa tarea de la educación de los jóvenes según el espíritu de Don Bosco, fue capaz de cultivar un espíritu de fortaleza y de fidelidad a Dios y a los hermanos que lo pusieron en condiciones, en el momento de la prueba, de resistir, primero a las situaciones de conflicto y luego a la prueba suprema del don de la vida.
            Quisiera destacar el testimonio de radicalidad evangélica ofrecido por este hermano. De la reconstrucción del perfil biográfico de Stefano Sándor emerge un real y profundo camino de fe, iniciado desde su infancia y juventud, robustecido por la profesión religiosa salesiana y consolidado en la ejemplar vida de salesiano coadjutor. Se nota en particular una genuina vocación consagrada, animada según el espíritu de Don Bosco, por un intenso y fervoroso celo por la salvación de las almas, especialmente juveniles. Incluso los períodos más difíciles, como el servicio militar y la experiencia de la guerra, no mellaron el íntegro comportamiento moral y religioso del joven coadjutor. Es sobre tal base que Stefano Sándor sufrirá el martirio sin reconsideraciones o vacilaciones.
            La beatificación de Stefano Sándor compromete a toda la Congregación en la promoción de la vocación del salesiano coadjutor, acogiendo su testimonio ejemplar e invocando en forma comunitaria su intercesión por esta intención. Como salesiano laico, logró dar buen ejemplo incluso a los sacerdotes, con su actividad en medio de los jóvenes y con su ejemplar vida religiosa. Es un modelo para los jóvenes consagrados, por la manera con la cual enfrentó las pruebas y las persecuciones sin aceptar compromisos. Las causas a las que se dedicó, la santificación del trabajo cristiano, el amor por la casa de Dios y la educación de la juventud, son todavía misión fundamental de la Iglesia y de nuestra Congregación.

            Como educador ejemplar de los jóvenes, en particular de los aprendices y de los jóvenes trabajadores, y como animador del oratorio y de los grupos juveniles, nos es de ejemplo y de estímulo en nuestro compromiso de anunciar a los jóvenes el Evangelio de la alegría a través de la pedagogía de la bondad.




Don Elia Comini: sacerdote mártir en Monte Sole

El 18 de diciembre de 2024, el Papa Francisco reconoció oficialmente el martirio de don Elia Comini (1910-1944), Salesiano de Don Bosco, quien será beatificado. Su nombre se suma al de otros sacerdotes—como don Giovanni Fornasini, ya Beato desde 2021—que fueron víctimas de las feroces violencias nazis en el área de Monte Sole, en las colinas de Bolonia, durante la Segunda Guerra Mundial. La beatificación de don Elia Comini no es solo un acontecimiento de extraordinaria relevancia para la Iglesia bolonesa y la Familia Salesiana, sino que también constituye una invitación universal a redescubrir el valor del testimonio cristiano: un testimonio en el que la caridad, la justicia y la compasión prevalecen sobre toda forma de violencia y odio.

De los Apennino a los patios salesianos
            Don Elia Comini nace el 7 de mayo de 1910 en la localidad “Madonna del Bosco” de Calvenzano de Vergato, en la provincia de Bolonia. Su casa natal está contigua a un pequeño santuario mariano, dedicado a la “Madonna del Bosco”, y esta fuerte impronta en el signo de María lo acompañará toda la vida.
            Es el segundo hijo de Claudio y Emma Limoni, quienes se casaron, en la iglesia parroquial de Salvaro, el 11 de febrero de 1907. Al año siguiente nació el primogénito Amleto. Dos años más tarde, Elia vino al mundo. Bautizado al día siguiente de su nacimiento – 8 de mayo – en la parroquia Sant’Apollinare de Calvenzano, Elia recibe ese día también los nombres de “Michele” y “Giuseppe”.
            Cuando tiene siete años, la familia se traslada a la localidad “Casetta” de Pioppe de Salvaro en el municipio de Grizzana. En 1916, Elia comienza la escuela: asiste a las tres primeras clases de primaria en Calvenzano. En ese período también recibe la Primera Comunión. Aún pequeño, se muestra muy involucrado en el catecismo y en las celebraciones litúrgicas. Recibe la Confirmación el 29 de julio de 1917. Entre 1919 y 1922, Elia aprende los primeros elementos de pastoral en la “escuela de fuego” de Mons. Fidenzio Mellini, quien de joven había conocido a don Bosco, quien le había profetizado el sacerdocio. En 1923, don Mellini orienta tanto a Elia como a su hermano Amleto hacia los Salesianos de Finale Emilia, y ambos aprovecharán el carisma pedagógico del santo de los jóvenes: Amleto como docente y “emprendedor” en el ámbito escolar; Elia como Salesiano de Don Bosco.
            Noviado desde el 1 de octubre de 1925 en San Lázaro de Savena, Elia Comini queda huérfano de padre el 14 de septiembre de 1926, a pocos días (3 de octubre de 1926) de su Primera Profesión religiosa, que renovará hasta la Perpetua, el 8 de mayo de 1931 en el aniversario de su bautismo, en el Instituto “San Bernardino” de Chiari. En Chiari será además “tirocinante” en el Instituto Salesiano “Rota”. Recibe el 23 de diciembre de 1933 los órdenes menores del ostiariado y del lectorado; del exorcistado y del acolitado el 22 de febrero de 1934. Es subdiácono el 22 de septiembre de 1934. Ordenado diácono en la catedral de Brescia el 22 de diciembre de 1934, don Elia es consagrado sacerdote por la imposición de manos del Obispo de Brescia Mons. Giacinto Tredici el 16 de marzo de 1935, con solo 24 años: al día siguiente celebra la Primera Misa en el Instituto salesiano “San Bernardino” de Chiari. El 28 de julio de 1935 celebrará con una Misa en Salvaro.
            Inscrito en la facultad de Letras Clásicas y Filosofía de la entonces Real Universidad de Milán, es muy querido por los alumnos, ya como docentes, ya como padre y guía en el Espíritu: su carácter, serio sin rigidez, le vale estima y confianza. Don Elia es también un fino músico y humanista, que aprecia y sabe hacer apreciar las “cosas bellas”. En los trabajos escritos, muchos estudiantes, además de desarrollar el tema, encuentran natural abrirle a don Elia su propio corazón, proporcionándole así la ocasión para acompañarlos y orientarlos. De don Elia “Salesiano” se dirá que era como la gallina con los pollitos alrededor («Se leía en su rostro toda la felicidad de escucharlo: parecían una camada de pollitos alrededor de la gallina»): ¡todos cerca de él! Esta imagen evoca la de Mt 23,37 y expresa su actitud de reunir a las personas para alegrarlas y cuidarlas.
            Don Elia se gradúa el 17 de noviembre de 1939 en Letras Clásicas con una tesis sobre el De resurrectione carnis de Tertuliano, con el profesor Luigi Castiglioni (latinista de fama y coautor de un célebre diccionario de latín, el “Castiglioni-Mariotti”): al detenerse en las palabras «resurget igitur caro», Elia comenta que se trata del canto de victoria después de una larga y extenuante batalla.

Un viaje sin retorno
            Cuando el hermano Amleto se traslada a Suiza, la madre – señora Emma Limoni – queda sola en Apeninos: por lo tanto, don Elia, en plena sintonía con los Superiores, le dedicará cada año sus vacaciones. Cuando regresaba a casa ayudaba a la madre, pero – sacerdote – se mostraba ante todo disponible en la pastoral local, apoyando a Mons. Mellini.
            De acuerdo con los Superiores y en particular con el Inspector, don Francesco Rastello, don Elia regresa a Salvaro también en el verano de 1944: ese año espera poder evacuar a su madre de una zona donde, a poca distancia, fuerzas Aliadas, Partisanos y efectivos nazi-fascistas definían una situación de particular riesgo. Don Elia es consciente del peligro que corre al dejar su Treviglio para ir a Salvaro y un hermano, don Giuseppe Bertolli sdb, recuerda: «al despedirlo le dije que un viaje como el suyo podría también ser sin retorno; le pregunté también, naturalmente bromeando, qué me dejaría si no regresaba; él me respondió con mi mismo tono, que me dejaría sus libros…; luego no lo volví a ver». Don Elia ya era consciente de dirigirse hacia “el ojo del ciclón” y no buscó en la casa Salesiana (donde fácilmente podría haber permanecido) una forma de protección: «El último recuerdo que tengo de él data del verano de 1944, cuando, con motivo de la guerra, la Comunidad comenzó a disolverse; aún siento mis palabras que se dirigían a él con un tono casi de broma, recordándole que él, en esos oscuros períodos que estábamos a punto de enfrentar, debería sentirse privilegiado, ya que en el techo del Instituto se había trazado una cruz blanca y nadie tendría el valor de bombardearlo. Sin embargo, él, como un profeta, me respondió que tuviera mucho cuidado porque durante las vacaciones podría leer en los periódicos que Don Elia Comini había muerto heroicamente en el cumplimiento de su deber». «La impresión del peligro al que se exponía era viva en todos», ha comentado un hermano.

            A lo largo del viaje hacia Salvaro, don Comini hace una parada en Módena, donde sufre una grave herida en una pierna: según una reconstrucción, al interponerse entre un vehículo y un transeúnte, evitando así un accidente más grave; según otra, por haber ayudado a un señor a empujar un carrito. De todos modos, por haber socorrido al prójimo. Dietrich Bonhoeffer escribió: «Cuando un loco lanza su auto sobre la acera, yo no puedo, como pastor, contentarme con enterrar a los muertos y consolar a las familias. Debo, si me encuentro en ese lugar, saltar y agarrar al conductor en su volante».
            El episodio de Módena expresa, en este sentido, una actitud de don Elia que en Salvaro, en los meses siguientes, se manifestaría aún más: interponerse, mediar, acudir en primera persona, exponer su vida por los hermanos, siempre consciente del riesgo que ello conlleva y serenamente dispuesto a pagar las consecuencias.

Un pastor en el frente de guerra
            Cojeando, llega a Salvaro al atardecer del 24 de junio de 1944, apoyándose como puede en un bastón: ¡un instrumento inusual para un joven de 34 años! Encuentra la casa parroquial transformada: Mons. Mellini alberga a decenas de personas, pertenecientes a núcleos familiares de evacuados; además, las 5 hermanas Esclavas del Sagrado Corazón, responsables de la guardería, entre ellas la hermana Alberta Taccini. Anciano, cansado y sacudido por los eventos bélicos, en ese verano Mons. Fidenzio Mellini tiene dificultades para decidir, se ha vuelto más frágil e incierto. Don Elia, que lo conoce desde niño, comienza a ayudarlo en todo y toma un poco el control de la situación. La herida en la pierna le impide además evacuar a su madre: don Elia permanece en Salvaro y, cuando puede volver a caminar bien, las circunstancias cambiantes y las crecientes necesidades pastorales harán que se quede.
            Don Elia anima la pastoral, sigue el catecismo, se ocupa de los huérfanos abandonados a sí mismos. Además, acoge a los evacuados, anima a los temerosos, modera a los imprudentes. La presencia de don Elia se convierte en un elemento aglutinador, un signo bueno en esos dramáticos momentos donde las relaciones humanas son desgarradas por sospechas y oposiciones. Pone al servicio de tanta gente las capacidades organizativas y la inteligencia práctica adquiridas en años de vida salesiana. Escribe a su hermano Amleto: «Ciertamente son momentos dramáticos, y peores se presagian. Esperamos todo en la gracia de Dios y en la protección de la Madonna, que debéis invocar vosotros por nosotros. Espero poder haceros llegar aún nuestras noticias».

            Los alemanes de la Wehrmacht vigilan la zona y, en las alturas, está la brigada partisana “Estrella Roja”. Don Elia Comini permanece una figura ajena a reivindicaciones o partidarismos de ningún tipo: es un sacerdote y hace valer instancias de prudencia y pacificación. A los partisanos les decía: «Muchachos, miren lo que hacen, porque arruinan a la población…», exponiéndola a represalias. Ellos lo respetan y, en julio y septiembre de 1944, pedirán Misas en la parroquia de Salvaro. Don Elia acepta, haciendo descender a los partisanos y celebrando sin esconderse, evitando en cambio subir él a la zona partisana y prefiriendo – como siempre hará ese verano – quedarse en Salvaro o en zonas limítrofes, sin esconderse ni deslizarse en actitudes “ambiguas” a los ojos de los nazi-fascistas.

            El 27 de julio, don Elia Comini escribe las últimas líneas de su Diario espiritual: «27 de julio: me encuentro justo en medio de la guerra. Tengo nostalgia de mis hermanos y de mi casa en Treviglio; si pudiera, regresaría mañana».
            Desde el 20 de julio, compartía una fraternidad sacerdotal con el padre Martino Capelli, Dehoniano, nacido el 20 de septiembre de 1912 en Nembro en la provincia de Bérgamo y ya docente de Sagrada Escritura en Bolonia, también él huésped de Mons. Mellini y ayudando en la pastoral.
            Elia y Martino son dos estudiosos de lenguas antiguas que ahora deben ocuparse de las cosas más prácticas y materiales. La casa parroquial de Mons. Mellini se convierte en lo que Mons. Luciano Gherardi luego llamará «la comunidad del arca», un lugar que acoge para salvar. El padre Martino era un religioso que se había entusiasmado al escuchar hablar de los mártires mexicanos y habría deseado ser misionero en China. Elia, desde joven, es perseguido por una extraña conciencia de “deber morir” y ya a los 17 años había escrito: «Siempre persiste en mí el pensamiento de que debo morir! – ¿Quién sabe?! Hagamos como el siervo fiel: siempre preparado para el llamado, a “reddere rationem” de la gestión».
            El 24 de julio, don Elia inicia el catecismo para los niños en preparación a las primeras Comuniones, programadas para el 30 de julio. El 25, nace una niña en el baptisterio (todos los espacios, desde la sacristía hasta el gallinero, estaban abarrotados) y se cuelga un lazo rosa.
            Durante todo el mes de agosto de 1944, soldados de la Wehrmacht se estacionan en la casa parroquial de Mons. Mellini y en el espacio frente a ella. Entre alemanes, evacuados, consagrados… la tensión podría estallar en cualquier momento: don Elia media y previene también en pequeñas cosas, por ejemplo, actuando como “amortiguador” entre el volumen demasiado alto de la radio de los alemanes y la paciencia ya demasiado corta de Mons. Mellini. También hubo un poco de Rosario todos juntos. Don Angelo Carboni confirma: «Con la intención siempre de confortar a Monseñor, D. Elia se esforzó mucho contra la resistencia de una compañía de alemanes que, estableciéndose en Salvaro el 1 de agosto, quería ocupar varios ambientes de la casa parroquial, quitando toda libertad y comodidad a los familiares y evacuados allí hospedados. Acomodados los alemanes en el archivo de Monseñor, aquí están de nuevo perturbando, ocupando con sus carros buena parte del patio de la Iglesia; con modos aún más amables y persuasivas palabras, D. Elia logró también esta otra liberación en favor de Monseñor, que la opresión de la lucha había obligado a descansar». En esas semanas, el sacerdote salesiano es firme en proteger el derecho de Mons. Mellini a moverse con cierta comodidad en su propia casa – así como el de los evacuados a no ser alejados de la casa parroquial –: sin embargo, reconoce algunas necesidades de los hombres de la Wehrmacht y eso le atrae la benevolencia hacia Mons. Mellini, que los soldados alemanes aprenderán a llamar el buen pastor. De los alemanes, don Elia obtiene comida para los evacuados. Además, canta para calmar a los niños y cuenta episodios de la vida de don Bosco. En un verano marcado por asesinatos y represalias, con don Elia algunos civiles logran incluso ir a escuchar un poco de música, evidentemente difundida por el aparato de los alemanes, y comunicarse con los soldados a través de breves gestos. Don Rino Germani sdb, Vicepostulador de la Causa, afirma: «Entre las dos fuerzas en lucha se inserta la obra incansable y mediadora del Siervo de Dios. Cuando es necesario se presenta al Comando alemán y con educación y preparación logra conquistar la estima de algún oficial. Así muchas veces logra evitar represalias, saqueos y lutos».

            Liberada la casa parroquial de la presencia fija de la Wehrmacht el 1 de septiembre de 1944 – «El 1 de septiembre los alemanes dejaron libre la zona de Salvaro, solo algunos permanecieron por unos días más en la casa Fabbri» – la vida en Salvaro puede respirar un alivio. Don Elia Comini persevera mientras tanto en las iniciativas de apostolado, ayudado por los otros sacerdotes y las hermanas.
            Mientras tanto, el padre Martino acepta algunas invitaciones a predicar en otros lugares y sube a la montaña, donde su cabello claro le causa un gran problema con los partisanos que lo sospechan alemán, don Elia permanece sustancialmente en Salvaro. El 8 de septiembre escribe al director salesiano de la Casa de Treviglio: «Te dejo imaginar nuestro estado de ánimo en estos momentos. Hemos atravesado días negrísimos y dramáticos. […] Mi pensamiento está siempre contigo y con los queridos hermanos de allí. Siento vivísima la nostalgia […]».

            Desde el 11 predica los Ejercicios a las Hermanas sobre el tema de los Novísimos, de los votos religiosos y de la vida del Señor Jesús.
            Toda la población – declaró una mujer consagrada – amaba a Don Elia, también porque él no dudaba en entregarse a todos, en cada momento; no solo pedía a las personas que rezaran, sino que les ofrecía un ejemplo válido con su piedad y ese poco de apostolado que, dada la circunstancia, era posible ejercer.
            La experiencia de los Ejercicios imprime un dinamismo diferente a toda la semana, y involucra transversalmente a consagrados y laicos. Por la noche, de hecho, don Elia reúne a 80-90 personas: se intentaba suavizar la tensión con un poco de alegría, buenos ejemplos, caridad. En esos meses tanto él como el padre Martino, al igual que otros sacerdotes: primero entre todos don Giovanni Fornasini, estaban en primera línea en muchas obras de bien.

La masacre de Montesole
            La matanza más feroz y más grande llevada a cabo por las SS nazis en Europa, durante la guerra de 1939-45, fue la que se consumó alrededor de Monte Sole, en los territorios de Marzabotto, Grizzana Morandi y Monzuno, aunque comúnmente se conoce como la “masacre de Marzabotto”.
            Entre el 29 de septiembre y el 5 de octubre de 1944, los caídos fueron 770, pero en total las víctimas de alemanes y fascistas, desde la primavera de 1944 hasta la liberación, fueron 955, distribuidas en 115 localidades diferentes dentro de un vasto territorio que comprende los municipios de Marzabotto, Grizzana y Monzuno y algunas porciones de los territorios limítrofes. De estos, 216 fueron niños, 316 mujeres, 142 ancianos, 138 víctimas reconocidas como partisanos, cinco sacerdotes, cuya culpa a los ojos de los alemanes consistía en haber estado cerca, con la oración y la ayuda material, a toda la población de Monte Sole en los trágicos meses de guerra y ocupación militar. Junto a don Elia Comini, Salesiano, y al padre Martino Capelli, Dehoniano, en esos trágicos días también fueron asesinados tres sacerdotes de la Arquidiócesis de Bolonia: don Ubaldo Marchioni, don Ferdinando Casagrande, don Giovanni Fornasini. De los cinco está en curso la Causa de Beatificación y Canonización. Don Giovanni, el “Ángel de Marzabotto”, cayó el 13 de octubre de 1944. Tenía veintinueve años y su cuerpo permaneció sin sepultar hasta 1945, cuando fue encontrado gravemente martirizado; fue beatificado el 26 de septiembre de 2021. Don Ubaldo murió el 29 de septiembre, asesinado por una ráfaga de ametralladora en el altar de su iglesia de Casaglia; tenía 26 años, había sido ordenado sacerdote dos años antes. Los soldados alemanes lo encontraron a él y a la comunidad en la oración del rosario. Él fue asesinado allí, a los pies del altar. Los otros – más de 70 – en el cementerio cercano. Don Ferdinando fue asesinado, el 9 de octubre, por un disparo en la nuca, junto a su hermana Giulia; tenía 26 años.

De la Wehrmacht a las SS
            El 25 de septiembre la Wehrmacht abandona la zona y cede el mando a las SS del 16º Batallón de la Decimosexta División Acorazada “Reichsführer – SS”, una División que incluye elementos SS “Totenkopf – Cabeza de muerto” y que había estado precedida por una estela de sangre, habiendo estado presente en Sant’Anna di Stazzema (Lucca) el 12 de agosto de 1944; en San Terenzo Monti (Massa-Carrara, en Lunigiana) el 17 de ese mes; en Vinca y alrededores (Massa-Carrara, en Lunigiana a los pies de los Alpes Apuanos) del 24 al 27 de agosto.
            El 25 de septiembre las SS establecen el “Alto mando” en Sibano. El 26 de septiembre se trasladan a Salvaro, donde también está don Elia: zona fuera del área de inmediata influencia partisana. La dureza de los comandantes en perseguir el más total desprecio por la vida humana, la costumbre de mentir sobre el destino de los civiles y la estructura paramilitar – que recurría gustosamente a técnicas de “tierra quemada”, en desprecio a cualquier código de guerra o legitimidad de órdenes impartidas desde arriba – lo convertía en un escuadrón de la muerte que no dejaba nada intacto a su paso. Algunos habían recibido una formación de carácter explícitamente concentracionista y eliminacionista, destinada a: supresión de la vida, con fines ideológicos; odio hacia quienes profesaban la fe judeocristiana; desprecio por los pequeños, los pobres, los ancianos y los débiles; persecución de quienes se opusieran a las aberraciones del nacionalsocialismo. Había un verdadero catecismo – anticristiano y anticatólico – del cual las jóvenes SS estaban impregnadas.
            «Cuando se piensa que la juventud nazi estaba formada en el desprecio de la personalidad humana de los judíos y de las otras razas “no elegidas”, en el culto fanático de una supuesta superioridad nacional absoluta, en el mito de la violencia creadora y de las “nuevas armas” portadoras de justicia en el mundo, se comprende dónde estaban las raíces de las aberraciones, facilitadas por la atmósfera de guerra y por el temor a una decepcionante derrota».
            Don Elia Comini – con el padre Capelli – acude para confortar, tranquilizar, exhortar. Decide que se acojan en la casa parroquial sobre todo a los supervivientes de las familias en las que los alemanes habían asesinado por represalia. Al hacerlo, aleja a los sobrevivientes del peligro de encontrar la muerte poco después, pero sobre todo los arranca – al menos en la medida de lo posible – de esa espiral de soledad, desesperación y pérdida de voluntad de vivir que podría haberse traducido incluso en deseo de muerte. Además, logra hablar con los alemanes y, en al menos una ocasión, hacer desistir a las SS de su propósito, haciéndolas pasar de largo y pudiendo así advertir posteriormente a los refugiados de salir del escondite.
            El Vicepostulador don Rino Germani sdb escribía: «Llega don Elia. Los tranquiliza. Les dice que salgan, porque los alemanes se han ido. Habla con los alemanes y los hace ir más allá».
            También es asesinado Paolo Calanchi, un hombre a quien la conciencia no le reprocha nada y que comete el error de no escapar. Será nuevamente don Elia quien acuda, antes de que las llamas agredan su cuerpo, intentando al menos honrar sus restos al no haber llegado a tiempo para salvarle la vida: «El cuerpo de Paolino es salvado de las llamas precisamente por don Elia que, a riesgo de su vida, lo recoge y transporta con un carrito a la Iglesia de Salvaro».
            La hija de Paolo Calanchi ha testificado: «Mi padre era un hombre bueno y honesto [“en tiempos de cartilla de racionamiento y de hambruna daba pan a quien no tenía”] y había rechazado escapar sintiéndose tranquilo hacia todos. Fue asesinado por los alemanes, fusilado, en represalia; más tarde también fue incendiada la casa, pero el cuerpo de mi padre había sido salvado de las llamas precisamente por Don Comini, que, a riesgo de su propia vida, lo había recogido y transportado con un carrito a la Iglesia de Salvaro, donde, en un ataúd que él construyó con tablas de desecho, fue inhumado en el cementerio. Así, gracias al coraje de Don Comini y, muy probablemente, también de Padre Martino, terminada la guerra, mi madre y yo pudimos encontrar y hacer transportar el ataúd de nuestro querido al cementerio de Vergato, junto al de mi hermano Gianluigi, que murió 40 días después al cruzar el frente».
            Una vez don Elia había dicho de la Wehrmacht: «Debemos amar también a estos alemanes que vienen a molestarnos». «Amaba a todos sin preferencia». El ministerio de don Elia fue muy valioso para Salvaro y muchos evacuados, en esos días. Testigos han declarado: «Don Elia fue nuestra fortuna porque teníamos al párroco demasiado anciano y débil. Toda la población sabía que Don Elia tenía este interés por nosotros; Don Elia ayudó a todos. Se puede decir que todos los días lo veíamos. Decía la Misa, pero luego a menudo estaba en el atrio de la iglesia mirando: los alemanes estaban abajo, hacia el Reno; los partisanos venían de la montaña, hacia la Creda. Una vez, por ejemplo, (unos días antes del 26) vinieron los partisanos. Nosotros salíamos de la iglesia de Salvaro y allí estaban los partisanos, todos armados; y Don Elia se preocupaba mucho de que se fueran, para evitar problemas. Lo escucharon y se fueron. Probablemente, si no hubiera estado él, lo que sucedió después, habría ocurrido mucho antes»; «Por lo que sé, Don Elia era el alma de la situación, ya que con su personalidad sabía manejar muchas cosas que en esos momentos dramáticos eran de vital importancia».

            Aunque era un sacerdote joven, don Elia Comini era confiable. Esta su confiabilidad, unida a una profunda rectitud, lo acompañaba desde siempre, incluso desde que era seminarista, como resulta de un testimonio: «Lo tuve cuatro años en el Rota, desde 1931 hasta 1935, y, aunque aún era seminarista, me dio una ayuda que difícilmente habría encontrado en otro hermano, incluso anciano».

El triduo de pasión
            La situación, sin embargo, se precipita después de pocos días, el 29 de septiembre por la mañana cuando las SS cometen una terrible masacre en la localidad “Creda”. La señal para el inicio de la masacre son un cohete blanco y uno rojo en el aire: comienzan a disparar, las ametralladoras golpean a las víctimas, atrincheradas contra un pórtico y prácticamente sin salida. Se lanzan entonces granadas de mano, algunas incendiarias y el establo – donde algunos habían logrado encontrar refugio – se incendia. Pocos hombres, aprovechando un instante de distracción de las SS en ese infierno, se precipitan hacia el bosque. Attilio Comastri, herido, se salva porque el cuerpo yerto de su esposa Ines Gandolfi le ha hecho escudo: vagará durante días, en estado de shock, hasta que logre cruzar el frente y salvar su vida; había perdido, además de a su esposa, a su hermana Marcellina y a su hija Bianca, de apenas dos años. También Carlo Cardi logra salvarse, pero su familia es aniquilada: Walter Cardi tenía solo 14 días, fue la más pequeña víctima de la masacre de Monte Sole. Mario Lippi, uno de los sobrevivientes, atestigua: «No sé yo mismo cómo me salvé milagrosamente, dado que, de 82 personas reunidas bajo el pórtico, quedaron asesinadas 70 [69, según la reconstrucción oficial]. Recuerdo que además del fuego de las ametralladoras, los alemanes también nos lanzaron granadas de mano y creo que algunas esquirlas de estas me hirieron levemente en el costado derecho, en la espalda y en el brazo derecho. Yo, junto con otras siete personas, aprovechando que en [un] lado del pórtico había una puertita que daba a la calle, escapé hacia el bosque. Los alemanes, al vernos huir, nos dispararon, matando a uno de nosotros [de] nombre Gandolfi Emilio. Preciso que entre las 82 personas reunidas bajo el mencionado pórtico había también una veintena de niños, de los cuales dos en pañales, en brazos de sus respectivas madres, y una veintena de mujeres».
            En la Creda hay 21 niños menores de 11 años, algunos muy pequeños; 24 mujeres (de las cuales una adolescente); casi 20 “ancianos”. Entre las familias más afectadas están los Cardi (7 personas), los Gandolfi (9 personas), los Lolli (5 personas), los Macchelli (6 personas).
            Desde la casa parroquial de Mons. Mellini, mirando hacia arriba, en un momento se ve el humo: pero es muy temprano, la Creda permanece oculta a la vista y el bosque amortigua los ruidos. En la parroquia ese día – 29 de septiembre, fiesta de los Santos Arcángeles – se celebran tres Misas, por la mañana temprano, en inmediata sucesión: la de Mons. Mellini; la de padre Capelli que luego se va a llevar una Unción de los Enfermos en la localidad “Casellina”; la de don Comini. Y es entonces cuando el drama llama a la puerta: «Ferdinando Castori, que también había escapado de la masacre, llegó a la iglesia de Salvaro manchado de sangre como un carnicero, y se fue a esconder dentro de la cúspide del Campanario». Hacia las 8 llega a la casa parroquial un hombre desconcertado: parecía «un monstruo por su aspecto aterrador», dice la hermana Alberta Taccini. Pide ayuda para los heridos. Una setentena de personas ha muerto o está muriendo entre terribles suplicios. Don Elia, en pocos instantes, tiene la lucidez de esconder a 60/70 hombres en la sacristía, empujando contra la puerta un viejo armario que dejaba el umbral visible desde abajo, pero era no obstante la única esperanza de salvación: «Fue entonces cuando Don Elia, precisamente él, tuvo la idea de esconder a los hombres al lado de la sacristía, poniendo luego un armario frente a la puerta (lo ayudaron una o dos personas que estaban en casa de Monsignore). La idea fue de Don Elia; pero todos estaban en contra de que fuera Don Elia quien hiciera ese trabajo… Él lo quiso. Los demás decían: “¿Y si luego nos descubren?”». Otra reconstrucción: «Don Elia logró esconder en un local contiguo a la sacristía a una sesentena de hombres y contra la puerta empujó un viejo armario. Mientras tanto, el crepitar de las ametralladoras y los gritos desesperados de la gente llegaban desde las casas cercanas. Don Elia tuvo la fuerza de comenzar el S. Sacrificio de la Misa, la última de su vida. No había terminado aún, cuando llegó aterrorizado y agitado un joven de la localidad “Creda” a pedir socorro porque las SS habían rodeado una casa y arrestado a sesenta y nueve personas, hombres, mujeres, niños».
            «Aún en vestiduras sagradas, postrado en el altar, inmerso en oración, invoca por todos la ayuda del Sagrado Corazón, la intercesión de María Auxiliadora, de san Juan Bosco y de san Miguel Arcángel. Luego, con un breve examen de conciencia, recitando tres veces el acto de dolor, les hace una preparación a la muerte. Recomienda a la asistencia de las hermanas a todas esas personas y a la Superiora que guíe fuertemente la oración para que los fieles puedan encontrar en ella el consuelo del cual tienen necesidad».
            A propósito de don Elia y del padre Martino, que regresó poco después, «se constatan algunas dimensiones de una vida sacerdotal gastada conscientemente por los demás hasta el último instante: su muerte fue un prolongar en el don de la vida la Misa celebrada hasta el último día». Su elección tenía «raíces lejanas, en la decisión de hacer el bien incluso si se estaba en la última hora, dispuestos incluso al martirio»: «muchas personas vinieron a buscar ayuda en la parroquia y, a espaldas del párroco, Don Elia y el Padre Martino trataron de esconder a cuantas más personas posible; luego, asegurándose de que estuvieran de alguna manera asistidas, corrieron al lugar de las masacres para poder llevar ayuda también a los más desafortunados; el mismo Mons. Mellini no se dio cuenta de esto y continuaba buscando a los dos sacerdotes para que le ayudaran a recibir a toda esa gente» («Tenemos la certeza de que ninguno de ellos era partisano o había estado con los partisanos»).

            En esos momentos, don Elia demuestra una gran lucidez que se traduce tanto en un espíritu organizativo como en la conciencia de poner en riesgo su propia vida: «A la luz de todo esto, y Don Elia lo sabía bien, no podemos, por lo tanto, buscar esa caridad que induce al intento de ayudar a los demás, sino más bien ese tipo de caridad (que luego fue la misma de Cristo) que induce a participar hasta el fondo en el sufrimiento ajeno, sin temer siquiera la muerte como su última manifestación. El hecho de que su elección haya sido clara y bien razonada también se demuestra por el espíritu organizativo que manifestó hasta unos minutos antes de su muerte, al intentar con prontitud e inteligencia esconder a tantas personas como fuera posible en los locales ocultos de la canonjía; luego la noticia de la Creda y, después de la caridad fraterna, la caridad heroica».
            Una cosa es cierta: si don Elia se hubiera escondido con todos los demás hombres o incluso solo se hubiera quedado al lado de Mons. Mellini, no habría tenido nada que temer. En cambio, don Elia y padre Martino toman la estola, los óleos santos y una caja con algunas Partículas consagradas «partieron, por lo tanto, hacia la montaña, armados con la estola y el aceite de los enfermos»: «Cuando Don Elia regresó de haber ido con Monseñor, tomó la Píxide con las Hostias y el Aceite Santo y se volvió hacia nosotros: ¡aún ese rostro! estaba tan pálido que parecía uno ya muerto. Y dijo: “¡Recen, recen por mí, porque tengo una misión que cumplir!”». «¡Recen por mí, no me dejen solo!». «Nosotros somos sacerdotes y debemos ir y debemos hacer nuestro deber». «Vamos a llevar al Señor a nuestros hermanos».

            Arriba en la Creda hay mucha gente que está muriendo entre suplicios: deben acudir, bendecir y – si es posible – intentar interponerse respecto a las SS.
            La señora Massimina [Zappoli], luego testigo también en la investigación militar de Bolonia, recuerda: «A pesar de las oraciones de todos nosotros, ellos celebraron rápidamente la Eucaristía y, impulsados solo por la esperanza de poder hacer algo por las víctimas de tanta ferocidad al menos con un consuelo espiritual, tomaron el SS. Sacramento y corrieron hacia la Creda. Recuerdo que mientras Don Elia, ya lanzado en su carrera, pasó junto a mí en la cocina, me aferré a él en un último intento de disuadirlo, diciendo que nosotros quedaríamos a merced de nosotros mismos; él hizo entender que, por grave que fuera nuestra situación, había quienes estaban peor que nosotros y era a esos a quienes debían ir».
            Él está inamovible y se niega, como luego sugirió Mons. Mellini, a retrasar la subida a la Creda cuando los alemanes se hubieran ido: «Ha sido [por lo tanto] una pasión, antes que cruento, […] del corazón, la pasión del espíritu. En esos tiempos se estaba aterrorizado por todo y por todos: no se tenía más confianza en nadie: cualquiera podía ser un enemigo determinante para la propia vida. Cuando los dos Sacerdotes se dieron cuenta de que alguien realmente necesitaba de ellos no dudaron tanto en decidir qué hacer […] y sobre todo no recurrieron a lo que era la decisión inmediata para todos, es decir, encontrar un escondite, intentar cubrirse y estar fuera de la contienda. Los dos Sacerdotes, en cambio, se adentraron, conscientemente, sabiendo que su vida estaba al 99% en riesgo; y lo hicieron para ser verdaderamente sacerdotes: es decir, para asistir y consolar; para dar también el servicio de los Sacramentos, por lo tanto, de la oración, del consuelo que la fe y la religión ofrecen».
            Una persona dijo: «Don Elia, para nosotros, ya era santo. Si hubiera sido una persona normal […] no se habría puesto; también se habría escondido, detrás del armario, como todos los demás».
            Con los hombres escondidos, son las mujeres las que intentan retener a los sacerdotes, en un intento extremo de salvarles la vida. La escena es al mismo tiempo agitada y muy elocuente: «Lidia Macchi […] y otras mujeres intentaron impedirles partir, trataron de retenerlos por la sotana, los persiguieron, los llamaron a gritos para que regresaran: impulsados por una fuerza interior que es ardor de caridad y solicitud misionera, ellos estaban ya decididamente caminando hacia la Creda llevando los consuelos religiosos».
            Una de ellas recuerda: «Los abracé, los sostenía firmes por los brazos, diciendo y suplicando: – ¡No vayan! – ¡No vayan!».
            Y Lidia Marchi añade: «Yo tiraba de Padre Martino por la vestimenta y lo retenía […] pero ambos sacerdotes repetían: – Debemos ir; el Señor nos llama».

            «Debemos cumplir con nuestro deber. Y [don Elia y padre Martino,] como Jesús, se dirigieron hacia un destino marcado».
            «La decisión de ir a la Creda fue elegida por los dos sacerdotes por puro espíritu pastoral; a pesar de que todos intentaban disuadirlos, ellos quisieron ir impulsados por la esperanza de poder salvar a alguien de aquellos que estaban a merced de la rabia de los soldados».
            A la Creda, casi con seguridad, nunca llegaron. Capturados, según un testigo, cerca de un “pilar”, apenas fuera del campo visual de la parroquia, don Elia y padre Martino fueron vistos más tarde cargados de municiones, a la cabeza de los rastreados, o aún solos, atados, con cadenas, cerca de un árbol mientras no había ninguna batalla en curso y las SS comían. Don Elia intimó a una mujer que escapara, que no se detuviera para evitar ser asesinada: «Anna, por caridad, escapa, escapa».
            «Estaban cargados y encorvados bajo el peso de tantas cajas pesadas que de las espaldas envolvían el cuerpo por delante y por detrás. Con la espalda hacían una curva que los llevaba casi con la nariz en el suelo».
            «Sentados en el suelo […] muy sudados y cansados, con las municiones en la espalda».
            «Arrestados son obligados a llevar municiones arriba y abajo por la montaña, testigos de inauditas violencias».
            «[Las SS los hacen] bajar y subir más veces por la montaña, bajo su custodia, y además, realizando, ante los ojos de las dos víctimas, las más espeluznantes violencias».
            ¿Dónde están, ahora, la estola, los óleos santos y sobre todo el Santísimo Sacramento? No queda ninguna traza. Lejos de ojos indiscretos, las SS despojaron a la fuerza a los sacerdotes, deshaciéndose de ese Tesoro del que nada más se encontraría.
            Hacia la tarde del 29 de septiembre de 1944, fueron trasladados con muchos otros hombres (rastreados y no por represalia o no porque fueran filo-partisanos, como demuestran las fuentes), a la casa “de los Birocciai” en Pioppe di Salvaro. Más tarde ellos, divididos, tendrán destinos muy diferentes: pocos serán liberados, tras una serie de interrogatorios. La mayoría, evaluados como aptos para el trabajo, serán enviados a campos de trabajo forzado y podrán – posteriormente – regresar a sus familias. Los evaluados como no aptos, por mero criterio de estado civil (cf. campos de concentración) o de salud (joven, pero herido o que simula estar enfermo con la esperanza de salvarse) serán asesinados la noche del 1 de octubre en la “Botte” de la Canapiera de Pioppe di Salvaro, ya una ruina porque bombardeada por los Aliados días antes.
            Don Elia y padre Martino – que fueron interrogados – pudieron moverse hasta el último en la casa y recibir visitas. Don Elia intercedió por todos y un joven, muy afectado, se durmió sobre sus rodillas: en una de ellas, don Elia recibió el Breviario, tan querido para él y que quiso mantener consigo hasta los últimos instantes. Hoy, la atenta investigación histórica a través de las fuentes documentales, apoyada por la más reciente historiografía de parte laica, ha demostrado cómo nunca había tenido éxito un intento de liberar a don Elia, llevado a cabo por el Caballero Emilio Veggetti, y cómo don Elia y padre Martino nunca fueron realmente considerados o al menos tratados como “espías”.

El holocausto
            Finalmente, fueron incluidos, aunque jóvenes (34 y 32 años), en el grupo de los no aptos y con ellos ejecutados. Vivieron esos últimos instantes orando, haciendo orar, absolviéndose mutuamente y brindando cada posible consuelo de fe. Don Elia logró transformar la macabra procesión de los condenados hasta una pasarela frente a la laguna de cáñamos, donde serán asesinados, en un acto coral de entrega, sosteniendo hasta donde pudo el Breviario abierto en la mano (luego, se lee, un alemán golpeó con violencia sus manos y el Breviario cayó en el embalse) y sobre todo entonando las Letanías. Cuando se abrió el fuego, don Elia Comini salvó a un hombre porque le hacía escudo con su propio cuerpo y gritó «Piedad». Padre Martino invocó en cambio “Perdón”, levantándose con dificultad en la laguna, entre los compañeros muertos o moribundos, y trazando la señal de la Cruz pocos instantes antes de morir él mismo, a causa de una enorme herida. Las SS quisieron asegurarse de que nadie sobreviviera lanzando algunas granadas. En los días siguientes, dada la imposibilidad de recuperar los cadáveres sumergidos en agua y barro a causa de abundantes lluvias (lo intentaron las mujeres, pero ni siquiera don Fornasini pudo lograrlo), un hombre abrió las rejas y la impetuosa corriente del río Reno se llevó todo. Nunca se volvió a encontrar nada de ellos: consummatum est!
            Se había delineado su disposición «incluso al martirio, aunque a los ojos de los hombres parece necio rechazar la propia salvación para dar un mísero alivio a quien ya estaba destinado a la muerte». Mons. Benito Cocchi en septiembre de 1977 en Salvaro dijo: «Bien, aquí delante del Señor digamos que nuestra preferencia va a estos gestos, a estas personas, a aquellos que pagan de su persona: a quienes en un momento en que solo valían las armas, la fuerza y la violencia, cuando una casa, la vida de un niño, una familia entera eran valoradas en nada, supieron realizar gestos que no tienen voz en los balances de guerra, pero que son verdaderos tesoros de humanidad, resistencia y alternativa a la violencia; a quienes de este modo sembraban raíces para una sociedad y una convivencia más humana».
            En este sentido, «El martirio de los sacerdotes constituye el fruto de su elección consciente de compartir la suerte del rebaño hasta el sacrificio extremo, cuando los esfuerzos de mediación entre la población y los ocupantes, largamente perseguidos, pierden toda posibilidad de éxito».
Don Elia Comini había sido lúcido sobre su propia suerte, diciendo – ya en las primeras fases de detención –: «Para hacer el bien nos encontramos en tantas penas»; «Era Don Elia quien señalando al cielo saludaba con los ojos perlados». «Elia se asomó y me dijo: “Vaya a Bolonia, al Cardenal, y dígale dónde nos encontramos”. Le respondí: “¿Cómo hago para ir a Bolonia?”. […] Mientras tanto los soldados me empujaban con la culata del rifle. D. Elia me saludó diciendo: “¡Nos veremos en el paraíso!”. Grité: “No, no, no diga eso”. Él respondió, triste y resignado: “Nos veremos en el Paraíso”».
            Con don Bosco…: «[Les] espero a todos en el Paraíso»!
Era la tarde del 1° de octubre, inicio del mes dedicado al Rosario y a las Misiones. En los años de su primera juventud, Elia Comini había dicho a Dios: «Señor, prepárame para ser el menos indigno de ser víctima aceptable» (“Diario” 1929); «Señor, […] recíbeme también como víctima expiatoria» (1929); «me gustaría ser una víctima de holocausto» (1931). «[A Jesús] le he pedido la muerte en lugar de faltar a la vocación sacerdotal y al amor heroico por las almas» (1935).




Las “Estaciones Romanas”. Una tradición milenaria

Las “Estaciones romanas” son una antigua tradición litúrgica que, durante la Cuaresma y la primera semana del Tiempo de Pascua, asocia cada día a una iglesia específica de Roma, dentro de un camino de peregrinación. El término “statio” (del latín stare, detenerse) remite a la idea de una pausa comunitaria para la oración y la celebración. En siglos pasados, el Papa y los fieles se movían en procesión desde la iglesia llamada “collecta” hasta la estación del día, donde se celebraba la Eucaristía. Este rito, aunque tiene raíces en los primeros siglos del cristianismo, conserva su vitalidad incluso hoy, cuando la indicación de la iglesia estacional figura aún en los libros litúrgicos. Es un verdadero peregrinaje entre las basílicas y los santuarios de la Ciudad Eterna que se puede realizar en este año jubilar no solo como un camino de conversión, sino también como un testimonio de fe.

Origen y difusión
Los orígenes de las Estaciones romanas se remontan al menos al siglo III, cuando la comunidad cristiana aún sufría persecuciones. Los primeros testimonios hacen referencia al Papa Fabiano (236-250) que se dirigía a los lugares de culto surgidos cerca de las catacumbas o las sepulturas de los mártires, distribuyendo a los necesitados lo que los fieles ofrecían como limosna y celebrando la Eucaristía. Esta costumbre se fortaleció en el siglo IV, con la libertad de culto sancionada por Constantino: surgieron grandes basílicas, y los fieles comenzaron a reunirse en días precisos para celebrar la Misa en los sitios vinculados a la memoria de los santos. Con el paso del tiempo, el itinerario adquirió un carácter más orgánico, creando un verdadero calendario de estaciones que tocaban los diferentes barrios de Roma. La dimensión comunitaria – con la presencia del obispo, del clero y del pueblo – se convirtió así en un signo visible de comunión y de testimonio de la fe.

Fue el Papa Gregorio Magno (590-604) quien dio estructura y regularidad al uso de las Estaciones, especialmente en Cuaresma. Estableció un calendario que, día tras día, asignaba a una iglesia específica la celebración principal. Su reforma no nació de la nada, sino que organizó una práctica ya existente: Gregorio quiso que la procesión partiera de una iglesia menor (collecta) y concluyera en un lugar más solemne (statio), donde el pueblo, unido al Papa, celebraba los ritos penitenciales y la Eucaristía. Era una forma de prepararse para la Pascua: el propio camino que indicaba el peregrinaje terrenal hacia la eternidad, las iglesias que con su arquitectura sagrada y las obras de arte desempeñaban una función pedagógica en una época en la que no todos podían leer o acceder a libros, las reliquias de los mártires conservadas en esas iglesias testimoniaban la fe vivida hasta dar la vida y su intercesión traía gracias a quienes las solicitaban, la celebración del Sacrificio de la Misa santificaba a los fieles participantes.

A lo largo de la Edad Media, la práctica de las Estaciones romanas se difundió cada vez más, convirtiéndose no solo en un evento eclesial, sino también en un fenómeno social de gran relevancia. Los fieles, de hecho, que provenían de las diferentes regiones de Italia y de Europa, se unían a los romanos para participar en estos encuentros litúrgicos.

Estructura de la celebración estacional
El elemento característico de estas celebraciones era la procesión. Por la mañana, los fieles se reunían en la iglesia de la collecta, donde, después de un breve momento de oración, se dirigían en cortejo hacia la iglesia estacional, entonando letanías y cantos penitenciales. Al llegar a destino, el Papa o el prelado encargado presidía la Misa, con lecturas y oraciones propias del día. El uso de las letanías tenía un fuerte sentido espiritual y pedagógico: mientras se caminaba físicamente por las calles, se oraba por las necesidades de la Iglesia y del mundo, invocando a los santos de Roma y de toda la cristiandad. La celebración culminaba en la Eucaristía, confiriendo a esta “pausa” un valor sacramental y de comunión eclesial.

La Cuaresma se convirtió en el tiempo privilegiado para las Estaciones, desde el Miércoles de Ceniza hasta el Sábado Santo o, según algunas costumbres, hasta el segundo domingo después de Pascua. Cada día estaba marcado por una iglesia designada, elegida a menudo por la presencia de reliquias importantes o por su historia particular. Ejemplos notables incluyen Santa Sabina en el Aventino, donde generalmente comienza el rito del Miércoles de Ceniza, y Santa Cruz en Jerusalén, vinculada al culto de las reliquias de la Cruz de Cristo, meta tradicional del Viernes Santo. Participar en las Estaciones cuaresmales significa entrar en un peregrinaje diario, que une a los fieles en un camino de penitencia y conversión, sostenido por la devoción hacia los mártires y los santos. Cada iglesia cuenta una página de historia, ofreciendo imágenes, mosaicos y arquitecturas que comunican el mensaje evangélico en forma visual.

Uno de los rasgos más significativos de esta tradición es el vínculo con los mártires de la Iglesia de Roma. En el período de las persecuciones, muchos cristianos encontraron la muerte a causa de su fe; en la época constantiniana y posterior, sobre sus sepulcros se erigieron basílicas o capillas. Celebrar una statio en estos lugares significaba evocar el testimonio de quienes habían dado la vida por Cristo, reforzando la convicción de que la Iglesia se edifica también sobre la sangre de los mártires. Cada visita litúrgica se convertía así en un acto de comunión entre los fieles de ayer y los de hoy, unidos por el sacramento de la Eucaristía. Este “peregrinaje en la memoria” conectaba el camino cuaresmal con una historia de fe transmitida de generación en generación.

Del declive al redescubrimiento
En la Edad Media y en los siglos posteriores, la práctica de las Estaciones conoció vicisitudes alternas. A veces, debido a epidemias, invasiones o situaciones políticas inestables, se redujo o suspendió. Los libros litúrgicos, sin embargo, continuaron indicando las iglesias estacionales para cada día, señal de que la Iglesia conservaba al menos el recuerdo simbólico. Con la reforma litúrgica tridentina (siglo XVI), la centralidad del Papa en tales celebraciones se hizo menos frecuente, pero el uso de citar la iglesia estacional permaneció en los textos oficiales. Con el renovado interés por la historia y la arqueología cristiana, la tradición estacional fue redescubierta y propuesta como un camino de formación espiritual.
En la época moderna, especialmente a partir de León XIII (1878-1903) y posteriormente con los papas del siglo XX, se ha asistido a un creciente interés por la recuperación de esta tradición. Varias órdenes religiosas y asociaciones laicales han comenzado a promover el redescubrimiento del “peregrinaje de las estaciones”, organizando momentos comunitarios de oración y de catequesis en las iglesias designadas.

Hoy, en una época caracterizada por la frenética velocidad, la statio propone redescubrir la dimensión de la “pausa”: detenerse para orar, contemplar, escuchar, hacer silencio y encontrar al Señor. La Cuaresma es por definición un tiempo de conversión, de oración más intensa y de caridad hacia el prójimo: realizar un itinerario entre las iglesias de Roma, aunque solo sea en algunos días significativos, puede ayudar al fiel a redescubrir el sentido de una penitencia vivida no como una renuncia por sí misma, sino como una apertura al misterio de Cristo.

Aún hoy, en el Calendario Romano, encontramos indicada la iglesia estacional para cada día: esto recuerda la unidad del pueblo de Dios, reunido en torno al sucesor de Pedro, y la memoria de los santos que han dedicado su vida al Evangelio. Quien participe en estas liturgias – incluso de forma ocasional – descubre una ciudad que no es solo un museo al aire libre, sino un lugar donde la fe se ha expresado de manera original y duradera.

Quien desee redescubrir el profundo sentido de la Cuaresma y de la Pascua, puede dejarse guiar por el itinerario estacional, uniendo su voz a la de los cristianos de ayer y de hoy en el gran coro que conduce a la luz pascual.

Presentamos a continuación el itinerario de las Estaciones Romanas, acompañado de la lista de las iglesias y su ubicación geográfica. Es importante notar que el orden de la lista permanece inalterado cada año; solo varía la fecha de inicio de la Cuaresma y, en consecuencia, las fechas posteriores. Deseamos un fructífero peregrinaje a quienes deseen recorrer, aunque solo sea en parte, este camino en el año jubilar.


     

Estación
romana

Mártires
y santos custodiados o reliquias

1

03.05

X

Santa
Sabina en el Aventino

Santa Sabina y Santa Serapia, mártir († 126); Santos Alejandro,
Evencio y Teódulo, mártires

2

03.06

J

San
Jorge en el Velabro

San Jorge,
mártir († 303)

3

03.07

V

San
Juan y San Pablo en el Celio

Santos Juan
y Pablo
,
mártires († 362); San Pablo
de la Cruz
(† 1775), fundador de la Congregación de la Pasión
de Jesucristo (los Pasionistas)

4

03.08

S

San
Agustín en Campo Marzio

Santa Mónica († 387), madre de San Agustín;
reliquias de San Agustín († 430)

5

03.09

D

San
Juan de Letrán

Las
cabezas de San
Pedro y San Pablo:
estas reliquias se custodian en bustos de plata situados sobre el
altar papal, visibles a través de una reja dorada; la Escalera
Santa
(en la cercana capilla del Sancta Sanctorum); la Mesa de la Última
Cena – la mesa sobre la que se celebró la Última
Cena, según la tradición (reliquia significativa que
se encuentra en el altar del Santísimo Sacramento)

6

03.10

L

San
Pedro Encadenado en el Monte Oppio

Cadenas
de San Pedro; reliquias atribuidas a los Siete Hermanos Macabeos,
personajes del Antiguo Testamento venerados como mártires

7

03.11

M

Santa
Anastasia en el Palatino

Santa Anastasia
de Sirmio
(† 304); reliquias del Santo Manto de San José;
parte del Velo de la Virgen María

8

03.12

X

Santa
María la Mayor

El
Madero Sagrado del Pesebre (el pesebre del Niño Jesús);
Panniculum (un pequeño trozo de tela, parte de los pañales
con que fue envuelto el recién nacido Jesús); San
Mateo,
apóstol († 70 o 74); San Jerónimo († 420); San Pío
V
,
papa († 1572)

9

03.13

J

San
Lorenzo en Panisperna

Lugar
del martirio de San
Lorenzo († 258); San Lorenzo, mártir; Santa Crispina, mártir
(† 304); Santa Brigida
de Suecia
(† 1373)

10

03.14

V

Los
Doce Apóstoles en el Foro de Trajano

San Felipe,
apóstol († 80); Santiago
el Menor
,
apóstol († 62); Santos Crisanto
y Daria
,
mártires († c. 283)

11

03.15

S

San
Pedro en el Vaticano

San Pedro († 67); San Lino († 76); San Cleto († 92); San Evaristo († 105); San Alejandro
I
(† 115); San Sixto
I
(† 126–128); San Telesforo († 136); San Igino († 140); San Pío
I
(† 155); San Aniceto († 166); San Eleuterio († 189); San Víctor
I
(† 199); San Juan
Crisóstomo
(† 407, partes, en la Capilla del Coro); San León
I, el Magno
(† 461); San Simplicio († 483); San Gelasio
I
(† 496); San Simaco († 514); San Hormisda († 523); San Juan
I
(† 526); San Félix
IV
(† 530); San Agapito
I
(† 536); San Gregorio
I, el Magno
(† 604); San Bonifacio
IV
(† 615); San Eugenio
I
(† 657); San Vitaliano († 672); San Agatón († 681); San León
II
(† 683); San Benedicto
II
(† 685); San Sergio
I
(† 701); San Gregorio
II
(† 731); San Gregorio
III
(† 741); San Zacarías († 752); San Pablo
I
(† 767); San León
III
(† 816); San Pascual
I
(† 824); San León
IV
(† 855); San Nicolás
I
(† 867); San León
IX
(† 1054); Beato Urbano
II
(† 1099); Beato Inocencio
XI
(† 1689); San Pío
X
(† 1914); San Juan
XXIII
(† 1963); San Pablo
VI
(† 1978); Beato Juan
Pablo I
(† 1978); San Juan
Pablo II
(† 2005); fragmento de la cruz de San Andrés; lanza
de San Longino; fragmento de la Cruz de Cristo

12

03.16

D

Santa
María en Domnica en la Navicella

San Lorenzo,
mártir († 258); Santa Ciriaca, mártir

13

03.17

L

San
Clemente de Letrán

San Clemente
I
,
papa y mártir († 101); San Ignacio
de Antioquía
,
obispo y mártir († c. 110); San Cirilo († 869), apóstol de los eslavos

14

03.18

M

Santa
Balbina en el Aventino

Santa Balbina,
virgen y mártir († 130); San Felicísimo y San
Quirino (su padre) asociados al martirio de Santa Balbina

15

03.19

X

Santa
Cecilia en Trastevere

Santa Cecilia († 230); San Valeriano, esposo de Cecilia, convertido al
cristianismo y martirizado († 229); San Tiburcio, hermano
de Valeriano y compañero en el martirio; San Máximo,
el soldado o funcionario encargado de la ejecución de
Valeriano y Tiburcio, que luego se convirtió y fue
martirizado a su vez; Papa Urbano
I
(c. † 230), quien habría bautizado a Cecilia y a su
esposo Valeriano

16

03.20

J

Santa
María en Trastevere

San Julio
I
,
papa († 352); San Calixto
I
,
papa mártir (c. † 222); Santos Florentino, Corona,
Sabino y Alejandro, mártires

17

03.21

V

San
Vitale en Fovea

Santos Vitale († 304), Valeria (siglo II), Gervasio
y Protasio
(siglo II)

18

03.22

S

San
Pedro y San Marcelino en Letrán

Santos
Marcelino y Pedro, mártires († 304); Santa Marcia,
mártir asociada a los santos Marcelino y Pedro

19

03.23

D

San
Lorenzo fuera de las murallas

San Lorenzo († 258); Santo Esteban,
protomártir (siglo I); Santo Hipólito († siglo III); San Justino,
mártir († 167); Papa San Sixto
III
(† 440); Papa San Zósimo († 418); Beato Pío
IX
,
papa († 1878)

20

03.24

L

San
Marcos en el Capitolio

San Marcos,
el evangelista y mártir (siglo I); Papa San Marcos († 336); Santos Abdón
y Sennen
,
mártires persas (siglo III)

21

03.25

M

Santa
Pudenziana en el Viminal

Santa Pudenciana,
mártir (siglo II); Santa Práxedes,
su hermana (siglo II)

22

03.26

X

San
Sixto (San Nereo y San Aquileo)

San Sixto
I
,
papa († 125); Santos Nereo
y Aquileo
(† 300); Santa Flavia
Domitila
,
mártir (siglo I)

23

03.27

J

San
Cosme y San Damián en la Vía Sacra

Santos Cosme
y Damián
,
médicos y mártires († 303); Santos Antimo y
Leoncio, hermanos y mártires

24

03.28

V

San
Lorenzo en Lucina

La
reja de San Lorenzo sobre la cual se dice que el santo fue asado
vivo; un vaso que contiene la carne quemada de San Lorenzo

25

03.29

S

Santa
Susana en las Termas de Diocleciano

Santa Susana,
virgen y mártir († 294)

26

03.30

D

Santa
Cruz en Jerusalén

Fragmentos
de la Vera Cruz, parte del Titulus Crucis (la inscripción
“I.N.R.I.”); clavos de la crucifixión y algunas
espinas de la Corona; un fragmento de la cruz del Buen Ladrón,
san
Dimas;
la falange de San Tomás Apóstol (siglo I)

27

04.31

L

Los
Cuatro Coronados en el Celio

Santos Castorio,
Sinfroniano, Claudio y Nicostrato
,
mártires (siglo IV)

28

04.01

M

San
Lorenzo en Damaso

San Lorenzo,
mártir († 258); San Damaso,
papa y mártir († 384); Juan y Faustino, mártires

29

04.02

X

San
Pablo fuera de las murallas

San Pablo,
apóstol († 67); la cadena de San Pablo; el bastón
de San Pablo

30

04.03

J

San
Silvestre y San Martín en los montes

Santos
Artemio, Paulina y Sisinnio, mártires; Beato Ángel
Paoli († 1720)

31

04.04

V

San
Eusebio en el Esquilino

San
Eusebio, presbítero y mártir († 353); Santos
Orosio y Paulino, sacerdotes y mártires

32

04.05

S

San
Nicolás en la Cárcel

San Nicolás
de Bari
(† 270); Santos Marcelino y Faustino, mártires (†
250)

33

04.06

D

San
Pedro en el Vaticano

 

34

04.07

L

San
Crisógeno en Trastevere

San Crisógono,
mártir († 303); Santa Anastasia,
mártir († 250); San Rufus, mártir (siglo I);
Beata Anna
Maria Taigi
(† 1837)

35

04.08

M

Santa
María en la Vía Lata

San Agapito,
mártir († 273); Santos Hipólito y Darío,
mártires (siglo IV); fragmento de la Vera Cruz

36

04.09

X

San
Marcelo en el Corso

San Marcello
I
,
papa († 309); Santa Digna y Santa Emerita, mártires

37

04.10

J

San
Apolinario en Campo Marzio

San Apolinar (siglo II); Santos Eustracio, Bardario, Eugenio, Orestes y
Eusencio, mártires

38

04.11

V

San
Esteban en el Celio

San Esteban,
protomártir († 36); Santos Primo
y Feliciano
,
mártires († 303); fragmentos de la Vera Cruz

39

04.12

S

San
Juan en la Puerta Latina

Fragmentos
óseos o pequeños relicarios que contienen partes del
cuerpo u objetos personales atribuidos a San
Juan
Evangelista
(† 98); Santos Gordiano
y Epímaco
,
mártires (siglo IV)

40

04.13

D

San
Juan de Letrán

 

41

04.14

L

Santa
Práxedes en el Esquilino

Santa Práxedes,
mártir (siglo II); Santa Pudenciana, mártir (siglo
II); Santa Victoria,
mártir († 253); Columna de la Flagelación

42

04.15

M

Santa
Prisca en el Aventino

Santa
Prisca, una de las primeras mártires cristianas (siglo I);
Santos
Aquila
y Priscila
,
esposos cristianos; fragmentos de la Vera Cruz

43

04.16

X

Santa
María la Mayor

 

44

04.17

J

San
Juan de Letrán

 

45

04.18

V

Santa
Cruz en Jerusalén

 

46

04.19

S

San
Juan de Letrán

 

47

04.20

D

Santa
María la Mayor

 

48

04.21

L

San
Pedro en el Vaticano

 

49

04.22

M

San
Pablo fuera de las murallas

 

50

04.23

X

San
Lorenzo fuera de las murallas

San Lorenzo,
mártir († 258); Santo Esteban,
protomártir († 36); San Sebastián,
mártir († 288); San Francisco
de Asís
(† 1226); Papa San Zósimo († 418), Papa San Sixto
III
(† 440), Papa San Hilario († 468), Papa San Damaso
II
(† 1048); Beato Pío
IX
,
papa († 1878); fragmentos de la Vera Cruz

51

04.24

J

Los
Doce Apóstoles

San Felipe,
apóstol († 80); Santiago
el Menor
(† 62)

52

04.25

V

Santa
María ad Martyres (Panteón)

San Longino,
soldado romano que atravesó el costado de Jesucristo
durante la crucifixión (siglo I); Santa Bibiana,
mártir († 362–363); Santa Lucía,
mártir († 304); San Rasio y San Anastasio, mártires;
durante la consagración de la iglesia en el año 609
d.C. por el Papa Bonifacio IV, se transfirieron aquí, desde
los cementerios romanos, los huesos de nada menos que 28 grupos de
mártires

53

04.26

S

San
Juan de Letrán

 

54

04.27

D

San
Pancracio

San Pancracio,
mártir († 304); fragmentos de la Vera Cruz





Los nuevos ambientes de la Postulación General Salesiana

El 4 de junio de 2024, los nuevos ambientes de la Postulación General Salesiana ubicadas en la comunidad «Ceferino Namuncurá» en Via della Bufalotta en Roma fueron inauguradas y bendecidas por el entonces Rector Mayor, Cardenal Ángel Fernández Artime.En el plan de reestructuración de la sede, el Rector Mayor con su Consejo decidió ubicar las salas relativas a la Postulación General Salesiana en esta nueva presencia salesiana en Roma.

            Desde Don Bosco hasta nuestros días reconocemos una tradición de santidad que merece atención, porque es la encarnación del carisma que se originó con él y que se ha expresado en una pluralidad de estados de vida y de formas. Se trata de hombres y mujeres, jóvenes y adultos, consagrados y laicos, obispos y misioneros que, en diferentes contextos históricos, culturales y sociales, en el tiempo y en el espacio, han hecho brillar con luz singular el carisma salesiano, representando un patrimonio que juega un papel eficaz en la vida y en la comunidad de los creyentes y para las personas de buena voluntad. La Postulación acompaña 64 Causas de Beatificación y Canonización relativas a 179 Santos, Beatos, Venerables, Siervos de Dios. Cabe señalar que cerca de la mitad de los grupos de la Familia Salesiana (15 de 32) tienen al menos una Causa de Beatificación y Canonización en curso.
Elproyecto de la obra fue elaborado y supervisado por el arquitecto Toti Cameroni. Una vez identificado el espacio para la ubicación de las salas de Postulación, originalmente compuesto por un largo y amplio pasillo y una gran sala, se pasó al estudio de su distribución, en función de las necesidades. Así se diseñó y realizó la solución final:

La biblioteca con estanterías a toda altura divididas en cuadrados de 40×40 cm que cubren completamente las paredes. El objetivo es recoger y almacenar las diversas publicaciones sobre personajes santos, sabiendo que las vidas y los escritos de los santos constituyen, desde la antigüedad, una lectura frecuente entre los fieles, suscitando la conversión y el deseo de una vida mejor: reflejan el esplendor de la bondad, la verdad y la caridad de Cristo. Además, este espacio es también muy adecuado para la investigación personal, la acogida de grupos y reuniones.

            De aquí pasamos al ambiente de la acogida, que pretende ser un espacio para la espiritualidad y la meditación, como en las visitas a los monasterios del Monte Athos, donde al huésped se le presentaba primero la capilla de las reliquias de los santos: allí se encontraba el corazón del monasterio y de allí procedía la incitación a la santidad de los monjes. En este espacio hay una serie de pequeñas vitrinas que iluminan relicarios u objetos de valor relacionados con la santidad salesiana. La pared de la derecha está revestida de paneles de madera reemplazables que representan a algunos santos, beatos, venerables y siervos de Dios de la Familia Salesiana.

            Una puerta conduce a la sala más grande de la postulación: el archivo. Un compactador de 640 metros lineales permite archivar un gran número de documentos relativos a los diversos procesos de beatificación y canonización. Bajo las ventanas se encuentra una larga cajonera: en ella se guardan imágenes litúrgicas y ornamentos.
            Un pequeño pasillo desde la acogida, donde se pueden admirar lienzos y pinturas en las paredes, conduce primero a dos despachos luminosos con mobiliario y después a la vitrina de las reliquias. También en este espacio, los muebles llenan las paredes, los armarios y cajones acogen las reliquias y los ornamentos litúrgicos.

Un almacén y una pequeña sala utilizada como zona de descanso completan las salas de postulación.
            La inauguración y bendición de estas salas nos recuerda que somos custodios de un patrimonio precioso que merece ser conocido y valorado. Además del aspecto litúrgico-celebrativo, debe valorizarse plenamente el potencial espiritual, pastoral, eclesial, educativo, cultural, histórico, social, misionero… de las Causas. La santidad reconocida, o en vías de reconocimiento, por una parte, es ya una realización de radicalidad evangélica y de fidelidad al proyecto apostólico de Don Bosco, a la que hay que mirar como un recurso espiritual y pastoral; por otra parte, es una provocación a vivir fielmente la propia vocación para estar disponibles a dar testimonio de amor hasta el extremo. Nuestros Santos, Beatos, Venerables y Siervos de Dios son la auténtica encarnación del carisma salesiano y de las Constituciones o Reglamentos de nuestros Institutos y Grupos en los tiempos y situaciones más diversas, superando esa mundanidad y superficialidad espiritual que minan de raíz nuestra credibilidad y fecundidad.
            La experiencia confirma cada vez más que la promoción y el cuidado de las Causas de Beatificación y Canonización de nuestra Familia, la celebración coral de acontecimientos relacionados con la santidad, son dinámicas de gracia que suscitan alegría evangélica y sentido de pertenencia carismática, renovando intenciones y compromisos de fidelidad a la llamada recibida y generando fecundidad apostólica y vocacional. Los santos son verdaderos místicos de la primacía de Dios en el don generoso de sí, profetas de la fraternidad evangélica, servidores de sus hermanos y hermanas con creatividad.
            Para promover las Causas de Beatificación y Canonización de la Familia Salesiana y conocer de cerca el patrimonio de santidad que floreció a partir de Don Bosco, la Postulación está disponible para acoger a personas y grupos que deseen conocer y visitar estos ambientes, ofreciendo también la posibilidad de mini-retiros con itinerarios sobre temas específicos y la presentación de documentos, reliquias, objetos significativos. Para más información, escriba a postulatore@sdb.org.

Galería fotográfica – Los nuevos ambientes de la Postulación General Salesiana

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Los nuevos ambientes de la Postulación General Salesiana
Los nuevos ambientes de la Postulación General Salesiana
Los nuevos ambientes de la Postulación General Salesiana
Los nuevos ambientes de la Postulación General Salesiana
Los nuevos ambientes de la Postulación General Salesiana
Los nuevos ambientes de la Postulación General Salesiana
Los nuevos ambientes de la Postulación General Salesiana
Los nuevos ambientes de la Postulación General Salesiana
Los nuevos ambientes de la Postulación General Salesiana
Los nuevos ambientes de la Postulación General Salesiana
Los nuevos ambientes de la Postulación General Salesiana





El Buen Pastor da la vida: Don Elia Comini en el 80° aniversario de su sacrificio

            Monte Sole es una colina de los Apeninos boloñeses que hasta la Segunda Guerra Mundial tenía varios pequeñas localidades habitados a lo largo de sus crestas: entre el 29 de septiembre y el 5 de octubre de 1944, sus habitantes, en su mayoría niños, mujeres y ancianos, fueron víctimas de una terrible masacre a manos de las tropas de las SS (Schutzstaffel, «escuadrones de protección»; organización paramilitar del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán creada en la Alemania nazi). Murieron 780 personas, muchas de ellas refugiadas en iglesias. Cinco sacerdotes perdieron la vida, entre ellos Don Giovanni Fornasini, proclamado beato y mártir en 2021 por el Papa Francisco.

            Se trata de una de las masacres más atroces llevadas a cabo por las SS nazis en Europa durante la Segunda Guerra Mundial, que tuvo lugar en los alrededores de Monte Sole, en los territorios de Marzabotto, Grizzana Morandi y Monzuno (Bolonia) y conocida comúnmente como la «masacre de Marzabotto». Entre las víctimas había varios sacerdotes y religiosos, entre ellos el salesiano P. Elia Comini, que durante toda su vida y hasta el final se esforzó por ser un buen pastor y gastarse sin reservas, generosamente, en un éxodo de sí mismo sin retorno. Esta es la verdadera esencia de su caridad pastoral, que lo presenta como modelo de pastor que vela por el rebaño, dispuesto a dar la vida por él, en defensa de los débiles y de los inocentes.

«Recíbeme como víctima expiatoria»
            Elia Comini nació en Calvenzano di Vergato (Bolonia) el 7 de mayo de 1910. Sus padres Claudio, carpintero, y Emma Limoni, costurera, lo prepararon para la vida y lo educaron en la fe. Fue bautizado en Calvenzano. En Salvaro di Grizzana hizo la Primera Comunión y recibió la Confirmación. Desde muy pequeño mostró gran interés por el catecismo, los oficios religiosos y el canto en serena y alegre amistad con sus compañeros. El arcipreste de Salvaro, monseñor Fidenzio Mellini, de joven soldado en Turín había frecuentado el oratorio de Valdocco y había conocido a Don Bosco, que le había profetizado el sacerdocio. Monseñor Mellini estimaba mucho a Elías por su fe, su bondad y sus singulares capacidades intelectuales y le exhortó a convertirse en uno de los hijos de Don Bosco. Por esta razón lo dirigió al pequeño seminario salesiano de Finale Emilia (Módena), donde Elia cursó la escuela media y el gimnasio. En 1925 ingresó en el noviciado salesiano de Castel De’ Britti (Bolonia), donde emitió la profesión religiosa el 3 de octubre de 1926. En los años 1926-1928 frecuentó el liceo salesiano de Valsalice (Turín), donde entonces se encontraba la tumba de Don Bosco, como estudiante clérigo de filosofía. Fue en este lugar donde Elías inició un exigente camino espiritual, atestiguado por un diario que llevó hasta poco más de dos meses antes de su trágica muerte. Son páginas reveladoras de una vida interior tan profunda como poco perceptible en el exterior. En vísperas de la renovación de sus votos, escribiría: «Soy feliz más que nunca en este día, en vísperas del holocausto que espero sea de Tu agrado. Recíbeme como víctima expiatoria, aunque no lo merezca. Si crees, dame alguna recompensa: perdona mis pecados de la vida pasada; ayúdame a convertirme en santo.

            Completó su aprendizaje práctico como asistente de educador en Finale Emilia, Sondrio y Chiari. Se licenció en Letras en la Universidad Estatal de Milán. El 16 de marzo de 1935 fue ordenado sacerdote en Brescia. Escribió: «Pedí a Jesús: la muerte, antes que faltar a mi vocación sacerdotal; y el amor heroico por las almas». De 1936 a 1941 enseñó Literatura en la escuela de aspirantes «San Bernardino» de Chiari (Brescia), dando excelentes pruebas de su talento pedagógico y de su atención a los jóvenes. En los años 1941-1944 la obediencia religiosa lo trasladó al instituto salesiano de Treviglio (Bérgamo). Encarnó particularmente la caridad pastoral de Don Bosco y los rasgos de la bondad salesiana, que transmitía a los jóvenes con su carácter afable, su bondad y su sonrisa.

Triduo de pasión
            La dulzura habitual de su comportamiento y la entrega heroica al ministerio sacerdotal resplandecían claramente durante las breves estancias anuales de verano con su madre, que se quedaba sola en Salvaro, y en su parroquia de adopción, donde el Señor pediría más tarde al P. Elías la donación total de su existencia. Algún tiempo antes, había escrito en su diario: «El pensamiento de que debo morir persiste siempre en mí. ¡Quién sabe! Hagamos como el siervo fiel siempre preparado para la llamada, para dar cuenta de la administración’. Nos encontramos en el período comprendido entre junio y septiembre de 1944, cuando la terrible situación creada en la zona entre Monte Salvaro y Monte Sole, con el avance de la línea del frente aliada, la brigada partisana Stella Rossa asentada en las alturas y los nazis en riesgo de embotellamiento, llevó a la población al borde de la destrucción total.

            El 23 de julio, los nazis, tras el asesinato de uno de sus soldados, inician una serie de represalias: diez hombres asesinados, casas incendiadas. Don Comini hace todo lo posible por acoger a los familiares de los asesinados y ocultar a los buscados. También ayuda al anciano párroco de San Michele di Salvaro, monseñor Fidenzio Mellini: da catequesis, dirige ejercicios espirituales, celebra, predica, exhorta, toca, canta y hace cantar para mantener la calma en una situación que se encamina hacia lo peor. Luego, junto con el padre Martino Capelli, dehoniano, el padre Elias se apresura continuamente a ayudar, consolar, administrar los sacramentos y enterrar a los muertos. En algunos casos consigue incluso salvar a grupos de personas conduciéndolas a la rectoría. Su heroísmo se manifiesta con creciente claridad a finales de septiembre de 1944, cuando la Wehrmacht (Fuerzas Armadas alemanas) cede en gran parte el paso a las terribles SS.

            El triduo de pasión por Don Elia Comini y el Padre Martino Capelli comienza el viernes 29 de septiembre. Los nazis provocan el pánico en la zona de Monte Salvaro y la población se vuelca en la parroquia en busca de protección. Don Comini, arriesgando su vida, esconde a unos setenta hombres en una habitación contigua a la sacristía, cubriendo la puerta con un viejo armario. La treta tiene éxito. De hecho, los nazis, que registran tres veces las distintas habitaciones, no se dan cuenta. Mientras tanto, llegan noticias de que las terribles SS han masacrado a varias decenas de personas en «Creda», entre las que había heridos y moribundos necesitados de consuelo. El P. Elías celebra su última misa por la mañana temprano y luego, junto con el P. Martino, tomando el óleo santo y la Eucaristía, se apresuran a partir con la esperanza de poder ayudar todavía a algunos de los heridos. Lo hace libremente. De hecho, todo el mundo le disuade: desde el párroco hasta las mujeres del lugar. «No vaya, padre. Es peligroso». Intentan retener a Don Elías y al Padre Martino por la fuerza, pero toman esta decisión con plena conciencia del peligro de muerte. Don Elías dice: «Recen, recen por mí, porque tengo una misión que cumplir»; «¡Recen por mí, no me dejen solo!».
            Cerca de Creda di Salvaro, los dos sacerdotes son capturados; utilizados «como yeguas», son obligados a transportar municiones y, por la noche, son encerrados en el establo de Pioppe di Salvaro. El sábado 30 de septiembre, el padre Elia y el padre Martino gastan toda su energía en consolar a los numerosos hombres encerrados con ellos. El prefecto comisario de Vergato, Emilio Veggetti, que no conocía al padre Martino, pero conocía muy bien al padre Elia, intenta en vano obtener la liberación de los prisioneros. Los dos sacerdotes siguen rezando y consolándose. Por la noche, se confiesan mutuamente.
            Al día siguiente, domingo 1 de octubre de 1944, al anochecer, la ametralladora acribilla inexorablemente a las 46 víctimas de lo que pasaría a la historia como la «Masacre de Pioppe di Salvaro»: eran los hombres considerados no aptos para el trabajo; entre ellos, los dos sacerdotes, jóvenes y obligados dos días antes a realizar trabajos pesados. Los testigos que se encontraban a poca distancia, a vuelo de pájaro, del lugar de la masacre pudieron oír la voz de Don Comini dirigiendo las letanías y, a continuación, escucharon el ruido de los disparos. Don Comini, antes de caer muerto, dio la absolución a todos y gritó: «¡Piedad, piedad!», mientras el padre Capelli se levantaba del fondo del cañón y hacía amplios signos de la cruz, hasta caer boca arriba, con los brazos extendidos, en cruz. No se pudo recuperar ningún cuerpo. Al cabo de veinte días, se abrieron las rejas y las aguas del Reno arrastraron los restos mortales, perdiéndose por completo su rastro. En la Botte la gente moría entre bendiciones e invocaciones, entre oraciones, actos de arrepentimiento y perdón. Aquí, como en otros lugares, la gente moría como cristianos, con fe, con el corazón vuelto hacia Dios con la esperanza de la vida eterna

Historia de la masacre de Montesole
            Entre el 29 de septiembre y el 5 de octubre de 1944 fueron asesinadas 770 personas, pero en total las víctimas de nazis y fascistas, desde la primavera de 1944 hasta la liberación, ascendieron a 955, distribuidas en 115 localidades diferentes dentro de un vasto territorio que incluía los municipios de Marzabotto, Grizzana y Monzuno (y algunas porciones de territorios vecinos). De ellos, 216 eran niños, 316 mujeres, 142 ancianos, 138 víctimas reconocidas de los partisanos y cinco sacerdotes, cuya culpa a los ojos de los nazis consistía en haber estado cerca, con la oración y la ayuda material, de toda la población de Monte Sole durante los trágicos meses de guerra y ocupación militar. Junto al P. Elia Comini, salesiano, y al P. Martino Capelli, dehoniano, en aquellos trágicos días fueron asesinados también tres sacerdotes de la archidiócesis de Bolonia: el P. Ubaldo Marchioni, el P. Ferdinando Casagrande y el P. Giovanni Fornasini. La causa de beatificación y canonización de los cinco está en curso. Don Giovanni, el «Ángel de Marzabotto», cayó el 13 de octubre de 1944. Tenía veintinueve años y su cuerpo permaneció insepulto hasta 1945, cuando fue encontrado fuertemente torturado. Fue beatificado el 26 de septiembre de 2021. El P. Ubaldo murió el 29 de septiembre, asesinado por una ametralladora en el estrado del altar de su iglesia de Casaglia; tenía 26 años y había sido ordenado sacerdote dos años antes. Los soldados nazis le encontraron junto a la comunidad rezando el rosario. Lo mataron allí, al pie del altar. Los demás, más de 70, en el cementerio cercano. El P. Ferdinando fue asesinado de un tiro en la nuca el 9 de octubre, junto con su hermana Giulia; tenía 26 años.




Siervo de Dios Akash Bashir

            El pasado 25 de febrero, celebramos la fiesta de nuestros protomártires salesianos, Mons. Luigi Versiglia y el Sacerdote Calisto Caravario. El martirio, desde los tiempos de la primera comunidad cristiana, ha sido siempre un signo evidente de nuestra fe, similar al sacrificio de Jesús en la cruz por nuestra salvación. En la actualidad, en nuestra Congregación Salesiana, estamos abordando la causa de martirio de Akash Bashir, un joven salesiano exalumno de Pakistán, que a tan solo 20 años entregó su vida por la salvación de su comunidad parroquial. La fase de investigación diocesana para el proceso de beatificación concluye el 15 de marzo, aniversario de su martirio.
            Pakistán es uno de los países musulmanes más extremistas del mundo. La República Islámica de Pakistán surgió después de la Segunda Guerra Mundial, con la independencia de la India en 1947. Sin embargo, los cristianos ya estaban presentes en esta región gracias a los misioneros dominicos y franciscanos. En la actualidad, los cristianos en Pakistán representan aproximadamente el 1,6% de la población total (católicos y anglicanos), alrededor de 4 millones de personas. Las minorías religiosas enfrentan discriminación diaria, marginación, falta de igualdad de oportunidades en el trabajo y la educación, y persisten la discriminación y, a veces, persecuciones religiosas, lo que convierte a la libertad religiosa en un tema crítico.
            A pesar de los desafíos, las comunidades cristianas en Pakistán demuestran resiliencia y esperanza. Las iglesias y organizaciones cristianas desempeñan un papel fundamental en brindar apoyo y promover la unidad interreligiosa, y los Salesianos han contribuido significativamente con su presencia.
            La vida de Akash Bashir comienza en un pequeño pueblo cercano a Afganistán, en una familia de cinco hijos, siendo él el tercero. Akash, nacido durante el verano el 22 de junio de 1994, enfrentó un clima extremo, sobreviviendo con dificultad. A pesar de las dificultades relacionadas con el clima adverso, la pobreza familiar y la escasa alimentación, estos desafíos contribuyeron a forjar su carácter.
            El sueño de Akash de servir en el ejército se vio obstaculizado por la precariedad educativa y financiera. La familia Bashir decide emigrar hacia el este, al Punjab, a la ciudad de Lahore, cerca de la frontera con la India, específicamente en el barrio cristiano de Youhanabad, donde los Salesianos gestionan un internado, una escuela primaria y una escuela técnica. En septiembre de 2010, Akash Bashir ingresa al Instituto Salesiano Don Bosco Technical and Youth Center.
            En un contexto político-religioso difícil, Akash se ofrece como voluntario como guardia de seguridad en la Parroquia de Youhanabad en diciembre de 2014. Su papel como guardia de seguridad en la Parroquia de San Juan consistía en vigilar la entrada al atrio y controlar a los fieles en la puerta de entrada, ya que las iglesias están protegidas por un muro con una sola puerta de acceso. El 15 de marzo de 2015, durante la celebración de la Misa, Akash está prestando servicio.
            Ese día era el cuarto domingo de Cuaresma (domingo “Laetare”) celebrado con la participación de 1200-1500 fieles en la Misa, presidida por el padre Francis Gulzar, el párroco. A las 11:09, un primer ataque terrorista golpea la comunidad anglicana a menos de 500 metros de la iglesia católica. Un minuto después, a las 11:10, una segunda detonación ocurre justo en la entrada del atrio de la Parroquia Cristiana, donde Akash Bashir, como guardia de seguridad voluntario, está prestando servicio.
            Su Eminencia, Cardenal Ángel Fernández, el Rector Mayor de los Salesianos, en la introducción a su biografía describe el martirio de Akash con estas palabras:
“El 15 de marzo de 2015, mientras se celebraba la Santa Misa en la parroquia de San Juan, el grupo de guardias de seguridad compuesto por jóvenes voluntarios, entre los cuales se encontraba Akash Bashir, vigilaba fielmente la entrada. Ese día sucedió algo inusual. Akash notó que una persona con explosivos debajo de la ropa intentaba entrar en la iglesia. Lo retuvo, le habló y le impidió continuar, pero al darse cuenta de que no podía detenerla, la abrazó estrechamente diciendo: ‘Moriré, pero no te dejaré entrar en la iglesia’. Así, el joven y el kamikaze murieron juntos. Nuestro joven ofreció su vida salvando la de cientos de personas, niños, niñas, madres, adolescentes y hombres adultos que estaban rezando en ese momento dentro de la iglesia. Akash tenía 20 años”.
            Después de la explosión, cuatro personas agonizantes yacen en el suelo: el hombre con explosivos, un comerciante de legumbres, una niña de seis años y Akash Bashir. Su sacrificio impidió que el número de víctimas fuera mucho mayor. El Evangelio proclamado ese día recordaba las palabras de Jesús a Nicodemo: “Porque todo aquel que hace el mal, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios.” (Jn 3,20-21). Akash selló estas palabras con su sangre de joven cristiano.
            El 18 de marzo, el Arzobispo de Lahore preside una celebración ecuménica de las exequias de Akash y de los cristianos anglicanos, con la participación de 7,000-10,000 fieles. Posteriormente, el cuerpo es trasladado al cementerio de Youhanabad, donde es enterrado en una tumba construida por el padre de Akash.
            La vida de Akash Bashir es un testimonio poderoso que evoca las primeras comunidades cristianas rodeadas de persecuciones y desafíos culturales. Las comunidades de los Hechos de los Apóstoles eran minoritarias, pero con una fe fuerte y valentía ilimitada, similares a los cristianos en Pakistán.
            El brillante ejemplo de Akash Bashir, exalumno Salesiano, sigue inspirando al mundo. Él vivió las palabras de Jesús: “Nadie tiene amor más grande que el dar su vida por sus amigos” (Jn 15,13).
            El 15 de marzo de 2022, comenzó oficialmente la investigación diocesana, marcando un paso significativo hacia la posible beatificación del primer ciudadano paquistaní. La conclusión de la investigación diocesana el 15 de marzo de 2024 marca un hito fundamental en el proceso de beatificación y canonización.
            Termino recordando las palabras de su Eminencia Card. Ángel Fernández sobre Akash Bashir:
“¡Ser santo hoy es posible! Y es, sin duda, el signo carismático más evidente del sistema educativo salesiano. En particular, Akash es la bandera, el signo, la voz de tantos cristianos que son atacados, perseguidos, humillados y martirizados en países no católicos. Akash es la voz de tantos jóvenes valientes que logran dar su vida por la fe a pesar de las dificultades de la vida, la pobreza, el extremismo religioso, la indiferencia, la desigualdad social, la discriminación. La vida y el martirio de este joven paquistaní, de solo 20 años, nos hacen reconocer el poder del Espíritu Santo de Dios, vivo y presente en los lugares menos esperados, en los humildes, en los perseguidos, en los jóvenes, en los pequeños de Dios. Su Causa de Beatificación es para nosotros un signo de esperanza y un ejemplo de santidad juvenil hasta el martirio”.

don Gabriel de Jesús CRUZ TREJO, sdb
vice postulador de la causa de Akash Bashir




Los protomártires salesianos: Luis Versiglia y Calixto Caravario

Luis y Calixto: la misma vocación misionera por la salvación de las almas, pero una historia diferente.
El 25 de febrero de este año se cumple el 94 aniversario del martirio de monseñor Luis Versiglia y del padre Calixto Caravario, misioneros en tierra china.
Luis Versiglia y Calixto Caravario: dos figuras diferentes en muchos aspectos, pero unidas por un gran celo apostólico y su último acto de amor puro en defensa de la religión católica y de la pureza de tres jóvenes chinas.

Luis: el aspirante a veterinario que se convirtió en misionero salesiano

Luis Versiglia, nacido el 5 de junio de 1873 en Oliva Gessi (PV), de niño, aunque era un asiduo monaguillo en la iglesia parroquial de su pueblo, no tenía ninguna intención de hacerse sacerdote. De hecho, se enfadaba cuando sus paisanos, al verle tan devoto en la iglesia, le profetizaban su futuro como sacerdote. Esto no entra en su plan de vida en absoluto, ni siquiera cuando a los 12 años le envían a estudiar al internado Valdocco de Turín. Le encantan los caballos y sueña con ser veterinario. Estudiar en Turín refuerza en él la esperanza de ingresar más tarde en la prestigiosa Facultad de Veterinaria de la Universidad de Turín.

Versiglia con el P. Braga y los alumnos del Instituto San José de Ho Sai

En Valdocco, sin embargo, conoce a Don Bosco, ya anciano y enfermo, y queda casi hechizado por su carisma.
Durante estos años en Valdocco, algo empezó a tomar forma en el alma de Versiglia. La caridad y la devoción que irradiaba el ambiente salesiano, junto con la fascinación de Don Bosco, fueron abriéndose paso poco a poco en el alma de Luis, hasta que sucedió un hecho decisivo, y a partir de ese día ya no tendría dudas. El 11 de marzo de 1888, en la Basílica de María Auxiliadora, mientras asistía a la ceremonia de despedida de un grupo de misioneros que partían hacia Argentina, quedó impresionado por el porte modesto y sereno de uno de los seis jóvenes que partían. De ahí su vocación. Desde aquel día nació en él el fuerte deseo de hacerse sacerdote, sacerdote misionero salesiano. (La historia de su vocación misionera está bien descrita en la carta que escribió a su Director, el P. Barberis, en 1890).
Así pues, Luis asistió al noviciado de Foglizzo (1888-1890), donde fue irreprochable en todo: caritativo con sus compañeros, muy piadoso y al mismo tiempo emprendedor y lleno de vida.  Luego obtuvo una beca para un curso de filosofía en la Universidad Gregoriana de Roma y se licenció en filosofía a los veinte años.
Es ordenado sacerdote cuando sólo tenía veintidós años con una dispensa concedida por la Santa Sede en virtud de su madurez psíquica y moral, superior a su edad.
Inmediatamente fue enviado a enseñar filosofía a los novicios de Foglizzo, donde, con su carácter franco y siempre alegre, fue estimado y admirado por todos por su competencia, afabilidad e imparcialidad. Exige el cumplimiento de las normas, guiando a todos con el ejemplo.
Después de Foglizzo, se le confió la dirección del nuevo noviciado de Genzano di Roma, donde también transmitió el ideal misionero a sus clérigos.

Calixto: un joven puro y deseoso de ser misionero

Clérigo Caravario en Shanghai con el P. Garelli y 20 alumnos bautizando

La vocación de Calixto Caravario, en cambio, tiene una historia completamente distinta. Nació el 8 de junio de 1903, exactamente treinta años después de Luis Versiglia, en Courgnè (TO), y se trasladó a Turín con su familia a la edad de cinco años. De buena índole, muy apegado a su madre, para la que tenía gestos y atenciones singulares, y desde muy pequeño mostró una marcada vocación por el sacerdocio. Sus primeras diversiones son imitar los gestos del sacerdote que celebra la misa. Pronto aprende a servir la misa, lo hace con devoción y asiste con pasión y entrega al oratorio San José de Turín, que se convierte en su segunda casa.

En las escuelas primarias del Colegio San Juan Evangelista tuvo como profesor durante dos años al clérigo Carlo Braga, hoy Siervo de Dios.
Repetía constantemente a su madre que de mayor sería sacerdote.
En 1914 comenzó el gimnasio en el Oratorio de Valdocco, donde se sintió particularmente atraído por los misioneros que visitaban allí a los Superiores y con los que pasaba a menudo ratos de recreo, alimentando su deseo por las Misiones.
En 1918 comienza el noviciado en Foglizzo y emite los votos religiosos al año siguiente. Acudió al Oratorio San Luis de Via Ormea, donde inició a más de un joven en el sacerdocio.
En 1922 conoce a monseñor Versiglia, que había llegado a Turín desde China para asistir al Capítulo General, y le expresa su vivo deseo de seguirle en la Misión. Los Superiores, sin embargo, no le permitieron realizar su sueño inmediatamente, porque esto le obligaría a interrumpir sus estudios, pero Calixto aseguró a Versiglia: “Monseñor, verá que seré fiel a mi palabra: le seguiré a China. Verá que le seguiré con toda seguridad”.
Al año siguiente, a través de un grupo de misioneros que partían para China, envió una carta al P. Braga, misionero en Shiu-chow, pidiéndole que “le preparase un lugarcito”.

Luis y Calixto: experiencias misioneras diferentes, pero unidas por la entrega total al prójimo y por ganarse el afecto y la adhesión de los jóvenes.
Don Versiglia mantuvo vivo su ideal misionero a lo largo de los años y la oportunidad de ir a la misión se le presentó en 1906, cuando el Rector Mayor de los Salesianos, tras negociaciones con el obispo de Macao, le nombró jefe de una expedición a Macao, colonia portuguesa en la costa sur de China, para dirigir y gestionar un orfanato.
La expedición estaba formada por otros dos sacerdotes y tres coadjutores: un sastre, un zapatero y un impresor. Los misioneros llegaron a Macao el 13 de febrero de 1906.
Don Versiglia adoptó el método educativo de Don Bosco, tratando de crear un ambiente familiar basado en la bondad amorosa. Para sus huérfanos “Luì San-fù’ (Padre Luis) tiene una dedicación total y amorosa y es plenamente correspondido por ellos. En cuanto llega, corren hacia él y le saludan festivamente. Por eso Don Versiglia llegó a ser conocido en Macao como el “padre de los huérfanos”.
En el orfanato que dirige Versiglia, los juegos y la música son herramientas educativas fundamentales. Es la razón que le impulsa a abrir un oratorio festivo y a montar una banda de música, con instrumentos de metal y tambores, que enseguida capta la curiosidad y la simpatía de todos los chinos, a cuyos ojos los pequeños músicos parecen “un grupo fantástico, caído de otro mundo”.
Con el paso de los años, el padre Versiglia transformó el orfanato en una escuela profesional de Artes y Oficios para alumnos huérfanos, tan apreciada que se toma como modelo para otras escuelas de Macao. Los muchachos que allí se gradúan encuentran inmediatamente empleo en las oficinas administrativas de la ciudad o consiguen abrir sus propias tiendas de artesanía. Esta escuela realiza una valiosa contribución a la promoción social y cultural, y su importancia es reconocida por todos.
En 1911, el obispo de Macao confió a Versiglia la evangelización del distrito de Heung Shan, región situada en el vasto delta del río de las Perlas.
En este territorio, la tarea de evangelización es particularmente difícil. “Hay de todo por hacer, preparar catequistas, profesores, escuelas…”, escribe Don Versiglia. Una tarea difícil sobre todo por la falta de personal, tanto masculino como femenino, y la gran desconfianza del pueblo chino hacia los misioneros, considerados como extranjeros enviados por los países colonialistas y, por tanto, enemigos.
Pocos meses después, la milenaria monarquía china fue derrocada y se instauró la República en octubre de 1911, pero los enfrentamientos entre las tropas imperiales y las revolucionarias continuaron. La piratería volvió a florecer y estallaron epidemias. La peste bubónica llegó a extenderse y Don Versiglia no escatimó sacrificios para ayudar a quien lo necesitara, visitando lazaretos, consolando a los enfermos y administrando bautismos. Una vez al mes visita también a los leprosos relegados a una isla cercana.
En el firme deseo de Versiglia de ayudar a todos, incluso a los más desdichados, alejados y olvidados, de asistirles tanto materialmente en las necesidades cotidianas de la vida, como espiritualmente salvando sus almas, no podemos sino ver en él un amor sin límites por el prójimo.
En 1918 nació la primera Misión Salesiana completamente autónoma en China, la Misión de Shiu-Chow, que abarcaba una vasta región montañosa, donde sólo se podía circular en barca, a pie o a caballo, y los habitantes estaban dispersos en aldeas muy alejadas unas de otras.

En 1921, fue consagrado obispo.
Todos los hermanos dieron testimonio de la gran caridad de Versiglia, que le llevaba a ser casi el servidor de sus misioneros, y en las enfermedades les asistía día y noche. Caridad incluso en las pequeñas cosas. Don Garelli, por ejemplo, contará que cuando llegó de Italia a la residencia de Shiu-chow, que era pequeña, pobre y sin muebles, Versiglia le dijo: “Ya ve, aquí sólo hay una cama. Yo ya estoy acostumbrado a la vida misionera, pero tú no. Todavía estás acostumbrado a las comodidades de la vida civilizada. Así que tú duermes en esa cama y yo aquí, en el suelo”.
Incluso siendo obispo, sigue sacrificándose por sus hermanos y por los chinos, y se ofrece para cualquier servicio: impresor, sacristán, jardinero, pintor, incluso barbero.
Emprende visitas pastorales muy fatigosas y muy largas, algunas de hasta dos meses, en condiciones muy incómodas, duerme en las tablas de los barcos públicos en medio de gente que te pisotea, en hoteles destartalados, en medio de diluvios…
Construye escuelas, residencias, iglesias, dispensarios, un orfanato, un orfanato maternal, una residencia de ancianos, todo ello gracias a sus especiales aptitudes: 1) tiene dotes de arquitecto; de hecho, él mismo diseña y planifica todos los edificios y luego dirige las obras, 2) tiene grandes dotes oratorias que le permiten recaudar los fondos necesarios. En sus dos únicos viajes a Italia, en 1916 y 1922, y en su viaje al Congreso Eucarístico de Chicago, al que acudió por motivos concretos, impartió varios seminarios en los que encandiló a la gente abriendo el corazón de muchos benefactores.
Los de Shiu-chow fueron años aún más difíciles. El gobierno republicano, para expulsar a los poderosos generales que aún controlan vastas zonas del norte, pide ayuda a Rusia, que envía su armamento, pero también comienza a hacer propaganda bolchevique contra el imperialismo occidental, y los misioneros son vistos como enemigos a los que hay que echar, sus residencias son ocupadas a menudo por los militares, etc. Con los años, el clima se vuelve cada vez más caluroso, cada vez es más peligroso viajar, la piratería hace estragos, algunos misioneros son secuestrados por piratas.
Mons. Versiglia hace todo lo posible por defender las residencias y a las personas en peligro y afirma: “Si hace falta una víctima para el Vicariato, ruego al Señor que me lleve”.

Calixto: joven misionero apasionado por Cristo hasta la entrega total
La experiencia misionera de Calixto es diferente y más breve, pero igualmente llevada a cabo con la mayor entrega de sí mismo.
Consiguió realizar su sueño misionero a los veintiún años (1924), cuando obtuvo el permiso para seguir a Don Garelli a Shanghai, donde a los Salesianos se les confió la dirección de un gran instituto profesional.
En la entrega de la cruz misionera en la Basílica de María Auxiliadora, el clérigo Caravario formuló esta oración: “Señor, mi cruz no quiero que sea ni ligera ni pesada, sino como Tú quieras. Dámela como Tú quieras. Sólo te pido que la lleve con gusto”. Palabras que nos dicen mucho sobre su disposición a aceptar la voluntad de Dios incluso en el sufrimiento y la penuria.
Así pues, Caravario llegó a Shanghai en noviembre de 1924, y aquí, además de estudiar chino, se le encomendó una ingente cantidad de trabajo: el cuidado completo, veinticuatro horas al día, de cien huérfanos, la escuela de catecismo, la preparación para el bautismo y la confirmación, la animación de los recreos. Persiguiendo su ideal de hacerse sacerdote, comenzó también a estudiar teología con gran seriedad.
En 1927, debe abandonar Shanghai debido al estallido de la revolución y es enviado a la lejana isla de Timor, colonia portuguesa del archipiélago indonesio, eclesiásticamente dependiente del obispo de Macao, para abrir una escuela de artes y oficios. Permanecerá en Timor dos años, que aprovechará para enriquecer su cultura religiosa y su relación con Dios con vistas al sacerdocio. En Timor, como en Shanghai, su apostolado dio fruto a varias vocaciones, y se ganó la confianza y el afecto de los jóvenes “que lloraron todos su partida” cuando se cerró la casa salesiana de Dili en 1929.
Así pues, fue enviado a la misión de Shiu-chow, donde conoció a su profesor de primaria, a Don Carlo Braga, y al obispo Versiglia, que lo ordenó sacerdote el 18 de mayo de 1929. Ese día escribió a su madre: “Madre, te escribo con el corazón lleno de alegría. Esta mañana he sido ordenado sacerdote, soy sacerdote para siempre. Ahora tu Calixto ya no es tuyo: debe ser completamente del Señor. ¿El tiempo de mi sacerdocio será largo o corto? No lo sé. Lo importante es que presentándome al Señor puedo decir que he hecho fructificar la gracia que me ha concedido”.
Caravario estaba extremadamente delgado y débil debido a la malaria contraída en Timor, y Versiglia le confió la misión de Lin-chow, pensando que el buen clima de aquella zona beneficiaría su salud física.
Al igual que Versiglia, Caravario afronta las dificultades de los viajes apostólicos con espíritu de sacrificio y adaptación. “En esta tierra hay muchas almas que salvar y los obreros son pocos; por tanto, debemos, con la ayuda del Señor, salvarlas aun a costa de cualquier sacrificio”.
Gracias a sus cualidades de pureza, piedad, mansedumbre y sacrificio, es considerado por sus hermanos como el modelo perfecto de sacerdote misionero.

Luis y Caravario: juntos en el último sacrificio
El 24 de febrero de 1930, Mons. Versiglia partió para la visita pastoral a la residencia de Lin-chow junto con el P. Calixto Caravario, dos profesores y tres jóvenes que habían estudiado en el internado de Shiu-chow. El 25 de febrero, remontando el río Lin-chow, su embarcación es detenida por una docena de piratas bolcheviques que exigen quinientos dólares como salvoconducto (que los misioneros obviamente no llevan consigo) e intentan secuestrar a las jóvenes, pero Versiglia y Caravario se oponen firmemente para proteger la pureza de las jóvenes. Monseñor Versiglia está decidido a cumplir con su deber hasta el punto de dar su vida: “Si es necesario morir para salvar a las que me han sido confiadas, estoy dispuesto”. Los piratas se abalanzan sobre ellos, insultan a la religión católica y los golpean brutalmente. Luego los conducen a un matorral, les disparan y destrozan sus cuerpos.
Las muchachas, liberadas unos días más tarde por el ejército regular, darán testimonio de la serenidad con la que los dos misioneros van a la muerte.
Luis y Calixto se sacrificaron para defender la fe y la pureza de las tres jóvenes.
Quienes los conocieron atestiguan que su fuerza de voluntad y su apego a Dios impregnaron toda su vida de manera heroica, y que su celo por la salvación de las almas era inconfundible.
La santidad de estas hermosas almas fue su conquista diaria y su martirio su coronación.

Dra. Giovanna Bruni




Beato Tito Zeman, mártir de las vocaciones

Un hombre destinado a la eliminación
            Tito Zeman nace en Vajnory, cerca de Bratislava (en Eslovaquia), el 4 de enero de 1915, el primero de los diez hijos de una familia sencilla. A los 10 años, curado repentinamente por intercesión de la Virgen, prometió “ser su hijo para siempre” y hacerse sacerdote salesiano. Comenzó a realizar este sueño en 1927, después de superar la oposición de su familia durante dos años. Había pedido a la familia que vendiera un campo para poder pagar sus estudios, y había añadido: “Si yo hubiera muerto, bien habríais encontrado el dinero para mi entierro. Por favor, usad ese dinero para pagar mis estudios”.
            La misma determinación vuelve constantemente en Zeman: cuando el régimen comunista se estableció en Checoslovaquia y persiguió a la Iglesia, el Padre Tito defendió el símbolo del crucifijo (1946), pagando con su despido de la escuela donde enseñaba. Habiendo escapado providencialmente a la dramática “Noche de los Bárbaros” y a la deportación de los religiosos (13-14 de abril de 1950), decide cruzar la cortina de hierro con los jóvenes salesianos hasta Turín, donde es acogido por el Rector Mayor, Don Pietro Ricaldone. Tras dos travesías con éxito (verano y otoño de 1950), la expedición fracasó en abril de 1951. El P. Zeman se enfrentó a una primera semana de torturas y a otros diez meses de detención preventiva, con nuevas y duras torturas, hasta el juicio del 20 al 22 de febrero de 1952. Después pasaría 12 años detenido (1952-1964) y casi cinco en libertad condicional, siempre espiado y perseguido (1964-1969).
            En febrero de 1952, el Fiscal General pidió para él la pena de muerte por espionaje, alta traición y cruce ilegal de fronteras, que le fue conmutada por 25 años de reclusión sin libertad condicional. Sin embargo, Don Zeman es calificado de “hombre destinado a la eliminación” y experimenta la vida en campos de trabajos forzados. Le obligan a moler uranio radiactivo a mano y sin protección; pasa largos periodos en régimen de aislamiento, con una ración de comida seis veces inferior a la de los demás. Enferma gravemente del corazón, los pulmones y los nervios. El 10 de marzo de 1964, tras haber cumplido la mitad de su condena, sale de la cárcel en libertad condicional por siete años. Está físicamente irreconocible y vive un periodo de intenso sufrimiento, también espiritual, debido a la prohibición de ejercer públicamente su ministerio sacerdotal. Muere, tras recibir la amnistía, el 8 de enero de 1969.

Salvador de vocaciones hasta el martirio
            El P. Tito vivió con gran espíritu de fe su vocación y la misión especial a la que se sentía llamado para trabajar por la salvación de las vocaciones, abrazando la hora de la “prueba” y del “sacrificio” y dando testimonio de su capacidad, debida también a la gracia recibida de Dios, para afrontar con conciencia cristiana, consagrada y sacerdotal, la ofrenda de su vida, la pasión de la cárcel y de la tortura y, finalmente, la muerte. Así lo atestigua el rosario de 58 cuentas, una por cada período de tortura, que confeccionó con pan e hilo, y sobre todo la referencia al Ecce homo, como Aquel que le hizo compañía en sus sufrimientos, y sin el cual no habría podido afrontarlos. Guardó y defendió la fe de los jóvenes en tiempos de persecución, para oponerse a la reeducación comunista y a la reconversión ideológica. Su camino de fe es un continuo “resplandor” de virtudes, fruto de una intensa vida interior, que se traduce en una misión valiente, en un país donde el comunismo pretendía borrar todo rastro de vida cristiana. Toda la vida del P. Tito se resume en animar a los demás a esa “fidelidad en la vocación” con la que él siguió decididamente la suya. El suyo fue un amor total a la Iglesia y a su propia vocación religiosa y misión apostólica. De este amor unitario y unificador brotan sus audaces empresas.

Testimonio de esperanza
            El heroico testimonio del Beato Tito Zeman es una de las más bellas páginas de fe que las comunidades cristianas de Europa del Este y la Congregación Salesiana escribieron durante los duros años de persecución religiosa por parte de los regímenes comunistas en el siglo pasado. En él brilló especialmente su compromiso con las jóvenes vocaciones consagradas y sacerdotales, decisivas para el futuro de la fe en aquellos territorios.
            Con su vida, el P. Tito se muestra como un hombre de unidad, que rompe barreras, media en los conflictos, busca siempre el bien integral de la persona; además, siempre considera posible una alternativa, una solución mejor, una no rendición ante las circunstancias desfavorables. En los mismos años en que algunos apostataron o traicionaron, y otros se desanimaron, él fortaleció la esperanza de los jóvenes llamados al sacerdocio. Su obediencia es creativa, no formalista. Actúa no sólo por el bien del prójimo, sino de la mejor manera posible. Así, no se limita a organizar las escapadas de los clérigos al extranjero, sino que los acompaña pagando en persona, permitiéndoles llegar a Turín, con la convicción de que “en la casa de Don Bosco” vivirían una experiencia destinada a marcar toda su vida. En la raíz está la conciencia de que salvar una vocación es salvar muchas vidas: en primer lugar, la de quien es llamado, después aquellas a las que llega la vocación obedecida, en este caso a través de la vida religiosa y sacerdotal.

            Es significativo que el martirio del P. Tito Zeman haya sido reconocido en el contexto del bicentenario del nacimiento de San Juan Bosco. Su testimonio es la encarnación de la llamada vocacional y de la predilección pastoral de Jesús por los niños y los jóvenes, especialmente por sus hermanos salesianos jóvenes, predilección que se manifestó, como en Don Bosco, en una verdadera “pasión”, buscando su bien, poniendo en ello todas sus energías, todas sus fuerzas, toda su vida con espíritu de sacrificio y de ofrenda: “Aunque perdiera mi vida, no la consideraría desperdiciada, sabiendo que al menos uno de aquellos a los que había ayudado se ha convertido en sacerdote en mi lugar”.




Alexandre Planas Saurì, el mártir sordo (2/2)

(continuación del artículo anterior)

El Salesiano
            Está cerca de los enfermos, de los niños. El Oratorio, que los salesianos habían fundado al principio de la casa, terminó con su partida en 1903. Pero la parroquia de Sant Vicenç recogió la antorcha a través de un joven, Joan Juncadella, catequista nato, y el Sordo, su gran ayudante. Entre ellos nació una amistad muy fuerte y una colaboración permanente, que sólo terminó con la tragedia de 1936. Alexandre se ocupaba de la limpieza y el orden del lugar, pero pronto se reveló como un verdadero animador de los juegos y excursiones que se organizaban. Y si era necesario, no dudaba en poner a disposición el dinero que ahorraba.

Llevaba el corazón salesiano dentro. La sordera no le permitió profesar como salesiano, cosa que sin duda deseaba. Sin embargo, parece que emitió votos privados, que hizo con el permiso del entonces inspector, el P. Filippo Rinaldi, según el testimonio de uno de los directores de la casa, el P. Crescenzi.
            Demostró su identificación con la causa salesiana de mil maneras, pero de forma particularmente significativa ocupándose personalmente de la casa durante casi 30 años y defendiéndola en la difícil situación del verano y otoño de 1936.

“Parecía el padre de cada uno de nosotros. Cuando, en 1935, tres niños se ahogaron en el río, “el dolor de aquel hombre fue como el de perder tres hijos a la vez”. Sabemos que los salesianos no le consideraban un empleado, sino uno más de la familia, o un cooperador. Hoy quizá podríamos decir un laico consagrado al estilo de los Voluntarios con Don Bosco. “Un salesiano de gran talla espiritual”.

Abrazado a la Cruz, verdadero testigo de fe y reconciliación
            En el otoño de 1931, los salesianos regresaron a Sant Vicenç dels Horts. Los disturbios que condujeron a la caída de la monarquía española afectaron a la casa de El Campello (Alicante), donde se encontraba entonces el Aspirantado. Por ello, se tomó la decisión de trasladarlo a Sant Vicenç. La casa, aunque relativamente ruinosa, estaba lista. Y pudo ampliarse con la compra de una torre adyacente. Aquí transcurrió la vida de los aspirantes, cuyo testimonio sobre el Sordo ha permitido trazar el retrato del hombre, del artista, del creyente y del salesiano al que nos hemos referido.

Cristo clavado en la cruz, en el patio de la casa, por Alexandre

La Deposición en manos de María, en el patio de la casa, por Alexandre

El Santo Sepulcro, en el patio de la casa, por Alexandre

            No es el momento de referirnos a la crítica situación de los años 1931-1936 en España. A pesar de todo, la vida en el Aspirantado de Sant Vicenç transcurrió con toda normalidad. El motor de la vida cotidiana era la conciencia vocacional de los jóvenes, que siempre les empujaba a mirar hacia adelante con la esperanza de vincularse definitivamente a Don Bosco en una fecha no muy lejana.
            Hasta que llegó la revolución, el 18 de julio de 1936. Ese mismo día salesianos y jóvenes hicieron su excursión de peregrinación al Tibidabo. Cuando regresaron por la tarde, las cosas estaban cambiando. En pocos días, la casa parroquial del pueblo fue incendiada, el seminario salesiano fue incautado, un clima de intolerancia religiosa se había extendido por todas partes, el párroco y el vicario fueron detenidos y asesinados, las fuerzas del orden no pudieron o no supieron hacer frente a los disturbios. En Sant Vicenç tomó el poder el “Comité Antifascista”, claramente anticristiano.
            Aunque al principio se respetó la vida de los educadores por la atención a los niños que albergaba la casa, sin embargo, tuvieron que asistir a la destrucción y quema de todos los objetos religiosos, en particular los tres monumentos erigidos por el Sordo. “Cómo sufrió” viéndose obligado a colaborar en la destrucción de lo que era expresión de su profunda espiritualidad y presenciando la expulsión de los sacerdotes.
            En aquellos días, el Sordo tomó clara conciencia del nuevo papel que la revolución le obligaba a asumir: sin dejar de ser el principal enlace de la comunidad con el exterior (siempre se había movido libremente como mandadero y en todo tipo de necesidades), tenía que custodiar la propiedad como antes y, sobre todo, proteger a los seminaristas. “En realidad, era él quien representaba a los salesianos y actuaba como nuestro padre”. En pocos días, de hecho, sólo quedaban los coadjutores y un grupo cada vez más reducido de aspirantes.
            La expulsión definitiva de ambos se produjo el 12 de noviembre. En Sant Vicenç sólo quedó el señor Alexandre. De sus últimos días de vida sólo tenemos tres hechos ciertos: dos de los coadjutores expulsados volvieron al pueblo el día 16 para convencerle de que buscara un lugar más seguro fuera del pueblo, a lo que Alexandre se negó. No podía abandonar la casa que había custodiado durante tantos años, ni podía mantener el espíritu salesiano incluso en medio de aquellas difíciles circunstancias. Uno de ellos, Eliseo García, no queriendo dejarle solo, se quedó con él. Ambos fueron detenidos la noche del 18 al 19. Pocos días después, al ver que Eliseo no había regresado a Sarriá, otro salesiano coadjutor y un seminarista fueron a Sant Vicenç para tener noticias de ellos. “¿No saben lo que ha pasado?”, les dijo una amiga que conocían y que regentaba un bar. “Nos contó en pocas palabras la desaparición de Sordo y Eliseo”.
            ¿Cómo pasó esta última semana? Conociendo como se conoce la trayectoria vital del Sordo, siempre fiel a sus principios y a su forma de hacer las cosas, no es difícil imaginárselo: ayudando a los demás, sin ocultar su fe y su caridad, con la certeza de que hacía el bien, contemplando el misterio de la pasión y muerte de Cristo, real y presente en la vida de los perseguidos, desaparecidos y asesinados… Tal vez con la esperanza de poder ser el guardián no sólo de los bienes de los salesianos, sino de tantas personas que sufrían. Del crucifijo, como hemos recordado, no quiso despojarse ni siquiera durante los meses de persecución religiosa que culminaron en su martirio. Con esta fe, con esta esperanza, con este inmenso amor oiría del Señor de la gloria: “Muy bien, siervo bueno y fiel. Has sido fiel en lo poco; te confiaré mucho más. Entra en el gozo de tu Señor”. (Mt 25,21)

El Evangelio del Sordo
            Llegados a este punto, cualquier espíritu, por insensible que sea, sólo puede callar y tratar de recoger, en la medida de sus posibilidades, el precioso legado espiritual que Alexandre dejó a la Familia Salesiana, su familia adoptiva. ¿Podemos decir algo sobre “su evangelio”, es decir, sobre la Buena Noticia que Él hizo suya y nos sigue proponiendo con su vida y su muerte?
            Alexandre es como el “sordo que apenas puede hablar” de Mc 7,32. La súplica de sus padres a Jesús para que lo curara habría sido continua. Como a él, Jesús lo llevó a un lugar solitario, lejos de los suyos, y le dijo: “¡Effata!”. El milagro no consistió en la curación del oído físico, sino del oído espiritual. Me parece que la aceptación de su situación con espíritu de fe fue una de las experiencias fundantes de su vida creyente que le llevó a proclamar, como el sordo del Evangelio, a los cuatro vientos: “Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos” (Mc 7,37).
            Y desde aquí podemos contemplar en la vida del Sordo “el tesoro escondido del Reino” (Mt 13,44); “la levadura que hace fermentar toda la masa” (Mt 13,33); al mismo Jesús “que acoge a los enfermos” y “bendice a los niños”; a Jesús que reza al Padre horas y horas y nos enseña el Padrenuestro (dar gloria al Padre, desear el Reino, hacer su voluntad, confiar en el pan de cada día, perdonar, liberar del mal. …) (Mt 7,9-13); “el administrador de la casa que saca de su bolsa cosas nuevas y cosas viejas como mejor le parece” (Mt 13,52); “el Buen Samaritano que se apiada del hombre apaleado, se acerca a él, venda sus heridas y se encarga de su curación” (Lc 10,33-35); “el Buen Pastor, guardián del redil, que entra por la puerta, ama a las ovejas, hasta dar la vida por ellas” (Jn 10,7-11)… En una palabra, un icono vivo de las Bienaventuranzas, de todas ellas, en la vida cotidiana (Mt 5,3-12).
            Pero, aún más, podemos acercarnos a Alexandre y contemplar con él el Misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Un misterio que se desarrolla en su vida desde el nacimiento hasta la muerte. Un misterio que le fortalece en la fe, alimenta su esperanza y le llena de amor, con el que dar gloria a Dios, hecho todo a todos, con los niños y jóvenes de la casa salesiana, y con los aldeanos de Sant Vicenç, especialmente los más pobres, incluidos los que le quitaron la vida: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). Haz de mí, Señor, un testigo de fe y de reconciliación. Puedan también ellos, un día, oír de tus labios: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23,43).
            Beato Alexandre Planas Saurí, laico, mártir salesiano, testigo de la fe y de la reconciliación, semilla fecunda de la civilización del Amor para el mundo de hoy, intercede por nosotros.

P. Joan Lluís Playà, sdb