Maravillas de la Madre de Dios invocadas bajo el título de María Auxiliadora (11/13)

(continuación del artículo anterior)

Apéndice de cosas diversas

I. La antigua costumbre de consagrar las iglesias

            Una vez construida una iglesia, no es posible cantar en ella los oficios divinos, celebrar el santo sacrificio y otras funciones eclesiásticas, si antes no ha sido bendecida o consagrada. El obispo, con la multiplicidad de cruces y la aspersión de agua bendita, pretende purificar y santificar el lugar con exorcismos contra los malos espíritus. Esta bendición puede ser realizada por el obispo o por un simple sacerdote, pero con ritos diferentes. Cuando se trata de la unción del sagrado crisma y de los santos óleos, la bendición corresponde al obispo, y se llama solemne, real y consecutiva porque tiene el complemento de todas las demás, y más aún porque la materia bendecida y consagrada no puede convertirse en uso profano; de ahí que se llame estrictamente consagración. Si entonces en tales ceremonias sólo se realizan ciertas oraciones con ritos y ceremonias similares, la función puede ser realizada por un sacerdote, y se llama bendición.
            La bendición puede ser realizada por cualquier sacerdote, con el permiso del Ordinario, pero la consagración pertenece al Papa, y sólo al obispo. El rito de consagrar las iglesias es muy antiguo y está lleno de profundos misterios, y Cristo como niño santificó su observancia, mientras que su cabaña y el pesebre se convirtieron en un templo en la ofrenda hecha por los Magos. Así pues, la cueva se convirtió en un templo y el pesebre en un altar. San Cirilo nos dice que por los apóstoles el cenáculo donde recibieron el Espíritu Santo fue consagrado en una iglesia, una sala que también representaba a la Iglesia universal. En efecto, según Nicéforo Calisto, hist. lib. 2, cap. 33, tal era la solicitud de los apóstoles que en todos los lugares donde predicaban el Evangelio consagraban alguna iglesia u oratorio. El pontífice san Clemente I, creado en el año 93, sucesor nada menos que del discípulo de san Pedro, entre sus otras ordenaciones decretó que todos los lugares de oración fueran consagrados a Dios. Ciertamente en tiempos de San Pablo las iglesias estaban consagradas, como algunos de los eruditos, escribiendo a los Corintios en el c. III, ¿aut Ecclesiam Dei contemnitis? San Urbano I, elegido en el año 226, consagró la casa de Santa Cecilia en una iglesia, como escribió Burius in vita eius. San Marcelo I, creado en el año 304, consagró la iglesia de Santa Lucina, como relata el papa San Dámaso. También es cierto que la solemnidad de la pompa, con la que hoy se realiza la consagración, aumentó con el tiempo, después de que Constantino, al restablecer la paz en la Iglesia, construyera suntuosas basílicas. Incluso los templos de los gentiles, antes morada de falsos dioses y nido de mentiras, fueron convertidos en iglesias con la aprobación del piadoso emperador, y consagrados con la santidad de las venerables reliquias de los mártires. Entonces, según las prescripciones de sus predecesores, el papa san Silvestre I estableció el rito solemne, que fue ampliado y confirmado por otros papas, especialmente por san Félix III. San Inocencio I estableció que las iglesias no debían consagrarse más de una vez. El Pontífice San Juan I en su viaje a Constantinopla por los asuntos de los arrianos consagró las iglesias de los herejes como católicas, como leemos en Bernini.

II. Explicación de las principales ceremonias utilizadas en la consagración de iglesias.

            Sería largo describir las explicaciones místicas que los santos Padres y Doctores dan de los ritos y ceremonias de la consagración de las iglesias. Cecconi habla de ellos en los capítulos X y XI, y el padre Galluzzi en el capítulo IV, del que podemos resumir lo siguiente.
            Los sagrados Doctores no dudaron, pues, en afirmar que la consagración de la iglesia es una de las más grandes funciones sagradas eclesiásticas, como se deduce de los sermones de los santos Padres y de los tratados litúrgicos de los autores más famosos, que demuestran la excelencia y nobleza que encierra tan hermosa función, encaminada toda ella a hacer respetar y venerar la casa de Dios. Las vigilias, ayunos y oraciones se predican para preparar los exorcismos contra el demonio. Las reliquias representan a nuestros santos. Y para que las tengamos siempre presentes y en el corazón, se colocan en la caja con tres granos de incienso. La escalera por la que el obispo asciende a la unción de las doce cruces nos recuerda que nuestra meta final y primordial es el Paraíso. Dichas cruces y otras tantas velas significan los doce Apóstoles, los doce Patriarcas y los doce Profetas, que son la guía y los pilares de la Iglesia.
            Además, en la unción de las doce cruces en otros tantos lugares distribuidos por la pared consiste formalmente la consagración, y se dice que la iglesia y sus paredes están consagradas, como señala San Agustín, lib. Agustín, lib. 4, Contra Crescent. La iglesia se cierra para representar la Sión celestial, donde no se entra a menos que se esté purgado de toda imperfección, y con varias oraciones se invoca la ayuda de los santos, y la luz del Espíritu Santo. La vuelta que el obispo da tres veces, en unidad con el clero alrededor de la iglesia, pretende aludir a la vuelta que los sacerdotes daban con el arca alrededor de los muros de Jericó, no para que cayeran los muros de la iglesia, sino para que el orgullo del demonio y su poder se apagaran mediante la invocación a Dios y la repetición de las oraciones sagradas, mucho más eficaces que las trompetas de los antiguos sacerdotes o levitas. Los tres golpes que el obispo da con la punta de su báculo en el umbral de la puerta nos muestran el poder del Redentor sobre su Iglesia, no se trata de la dignidad sacerdotal que ejerce el obispo. El alfabeto griego y latino representa la antigua unión de los dos pueblos producida por la cruz del mismo Redentor; y la escritura que el obispo hace con la punta del báculo significa la doctrina y el ministerio apostólicos. La forma, pues, de esta escritura significa la cruz, que debe ser el objeto ordinario y principal de todo aprendizaje de los fieles cristianos. Significa también la creencia y la fe de Cristo transmitida de los judíos a los gentiles, y de ellos transmitida a nosotros. Todas las bendiciones están llenas de profundo significado, como lo están todas las cosas que se emplean en el augusto servicio. La unción sagrada con la que se impregnan el altar y las paredes de la iglesia significa la gracia del Espíritu Santo, que no puede enriquecer el templo místico de nuestra alma si antes no se limpia de sus manchas. El servicio termina con la bendición al estilo de la santa Iglesia, que siempre comienza sus acciones con la bendición de Dios y las termina con ella, porque todo comienza con Dios y termina en Dios. Se termina con el sacrificio no sólo para cumplir el decreto pontificio de San Higino, sino porque no es una consagración completa donde con la Misa no se consume también completamente incluso la víctima.
            Por la grandeza del rito sagrado, por la elocuencia de su significación mística, se ve fácilmente cuánta importancia le concede la santa Iglesia, nuestra madre, y, por consiguiente, cuánta importancia debemos concederle nosotros. Pero lo que debe aumentar nuestra veneración por la casa del Señor es ver hasta qué punto este rito está fundado e informado por el verdadero espíritu del Señor revelado en el Antiguo Testamento. El espíritu que guía hoy a la Iglesia a rodear de tanta veneración los templos del culto católico es el mismo que inspiró a Jacob a santificar con óleo el lugar donde tuvo la visión de la escalera; es el mismo que inspiró a Moisés y a David, a Salomón y a Judas Macabeo a honrar con ritos especiales los lugares destinados a los misterios divinos. ¡Oh, cuánto nos enseña y consuela esta unión de espíritu de uno y otro Testamento, de una y otra Iglesia! Nos muestra cuánto le gusta a Dios ser adorado e invocado en sus iglesias, así como cuán gustosamente responde a las oraciones que le dirigimos en ellas. ¡Cuánto respeto por un lugar, cuya profanación armó la mano de un Dios con el azote y lo transformó de manso cordero en severo castigador!
            Acudamos, pues, al templo sagrado, pero con frecuencia, pues diaria es la necesidad que tenemos de Dios; intervengamos en él, pero con confianza y con temor religioso. Con confianza, pues allí encontramos a un Padre dispuesto a escucharnos, a multiplicarnos el pan de sus gracias como en el monte, a abrazarnos como al hijo pródigo, a consolarnos como a la mujer cananea, en las necesidades temporales como en las bodas de Caná, en las espirituales como en el Calvario; con temor, porque ese Padre no deja de ser nuestro juez, y si tiene oídos para oír nuestras oraciones, también tiene ojos para ver nuestras ofensas, y si ahora calla como cordero paciente en su tabernáculo, hablará con voz terrible el gran día del juicio. Si le ofendemos fuera de la Iglesia, aún nos quedará la iglesia como refugio para el perdón; pero si le ofendemos dentro de la Iglesia, ¿dónde iremos para ser perdonados?
            En el templo se aplaca la justicia divina, se recibe la misericordia divina, suscepimus divinam misericordiam tuam in medio templi tui. En el templo María y José encontraron a Jesús cuando lo habían perdido, en el templo lo encontraremos si lo buscamos con ese espíritu de santa confianza y santo temor con que María y José lo buscaron.

Copia de la inscripción sellada en la piedra angular de la iglesia dedicada a María Auxiliadora en Valdocco.

D. O. M.

UT VOLUNTATIS ET PIETATIS NOSTRAE
SOLEMNE TESTIMONIUM POSTERIS EXTARET
IN MARIAM AGUSTAM GENITRICEM
CHRISTIANI NOMINIS POTENTEM
TEMPLUM HOC AB INCHOATO EXTRUERE
DIVINA PROVIDENTIA UNICE FRETIS
IN ANIMO FUIT
QUINTA TANDEM CAL. MAI. AN. MDCCCLXV
DUM NOMEN CHRISTIANUM REGERET
SAPIENTIA AC FORTITUDINE
PIUS PAPA IX PONTIFEX MAXIMUS
ANGULAREM AEDIS LAPIDEM
IOAN. ANT. ODO EPISCOPUS SEGUSINORUM
DEUM PRECATUS AQUA LUSTRALI
RITE EXPIAVIT
ET AMADEUS ALLOBROGICUS V. EMM. II FILIUS
EAM PRIMUM IN LOCO SUO CONDIDIT
MAGNO APPARATU AC FREQUENTI CIVIUM CONCURSU
HELLO O VIRGO PARENS
VOLENS PROPITIA TUOS CLIENTES
MAIESTATI TUAE DEVOTOS
E SUPERIS PRAESENTI SOSPITES AUXILIO.

I. B. Francesia scripsit.

Traducción.

Como solemne testimonio puesto a la posteridad de nuestra benevolencia y religión hacia la augusta Madre de Dios María Auxiliadora, resolvimos construir este templo desde los cimientos el día XXVII de abril del año MDCCCLXV, gobernando la Iglesia Católica con sabiduría y fortaleza, el Pontífice Máximo Pío IX bendijo la piedra angular de la iglesia según los ritos religiosos por Giovanni Antonio Odone obispo de Susa y Amedeo de Saboya hijo de Vittorio E. II. II la colocó en su lugar por primera vez en medio de gran pompa y gran afluencia de público. Salve, oh Virgen Madre, socorre benignamente a tus devotos con tu majestad y defiéndelos desde el cielo con eficaz ayuda.

Himno leído en la solemne bendición de la piedra angular.

Cuando el adorador de ídolos
            La guerra fue declarada a Jesús,
            Cuántos mil intrépidos
            ¡La tierra ensangrentó!
            De feroces luchas indemne
            De Dios la Iglesia que surgió
            Aún propaga su vida
            De un mar a otro.

Y aún se jacta de sus mártires
            Este humilde valle,
            Aquí murió Octavio,
            Aquí cayó Solutor.
            ¡Hermosa victoria inmortal!
            Sobre el sangriento césped
            De mártires se ensalza
            Tal vez el altar divino.

Y aquí la afligida juventud
            Abre sus suspiros,
            Un refrigerio para su alma
            Encuentra en sus mártires;
            Aquí la viuda despreciada
            De devoto y santo corazón
            Deposita su humilde llanto
            En el seno del Rey de Reyes,

Y a ti, que vences soberanamente
            Más que mil espadas,
            A ti que ostentas glorias
            En todos los ámbitos,
            A Ti poderoso y humilde
            A Quien todo el nombre habla,
            MARÍA, AUXILIO,
            Templo elevamos a Ti.

Así, oh Virgen misericordiosa,
            sé grande para tus devotos,
            Sobre ellos en copia
            derrama tus favores.
            Ya con tierna pupila
            La joven PRÍNCIPE mira
            que aspira a tus laureles,
            ¡Oh Madre del redentor!

El de mente y carácter
            De noble sentimiento,
            A ti se entrega, oh Virgen,
            De años en flor;
            Él con mirada asidua
            Te canta canciones sagradas,
            Y ahora anhela los brazos
            El rugido de siempre.

El de Amadeus la gloria,
            Las grandes virtudes de Umberto
            Guarda en su corazón, y recuerda
            Su celeste corona;
            Y de las nubes blancas,
            De los equipos celestiales
            De la Madre bendita
            Escucha el piadoso discurso.

Querido y amado Príncipe,
            Una hueste de santos héroes,
            ¿Qué benéfico pensamiento
            te trae aquí entre nosotros?
            Utiliza a la aureada realeza
            Del excelso esplendor del mundo
            De miserable escualidez
            ¿Te dignaste visitar?

Hermosa esperanza para el pueblo,
            En medio del cual vienes,
            Que tus días vivan
            Tranquilos, dulces y serenos:
            Nunca sobre tu joven cabeza
            Sobre tu alma segura
            Que no chille la desgracia,
            Que ningún día amargo amanezca.

Sabio y celoso prelado,
            y nobles señores,
            ¿Cuánto gustan al Eterno
            Vuestros santos ardores?
            Bendita vida y plácida
            Vive quien por el decoro
            Del Templo su tesoro
            O la obra prodigó.

¡Oh dulce y piadoso espectáculo!
            ¡Oh día memorable!
            ¡Día más bello y noble!
            ¿Qué se ha visto y cuándo?
            Bien hablas a mi alma:
            De este aún más bello
            Seguramente será el día
            Que el Templo se abre al cielo.

En el difícil trabajo
            Dorados beneficios,
            Y pronto llegará a su fin,
            Con alegría en Dios descansas;
            Y entonces fundiendo fervorosamente
            En mi cítara una canción:
            Alabaremos al Santo
            A la Fortaleza de Israel.

(continuación)




Un millón de niños rezan el Rosario

Si un millón de niños rezan el Rosario, el mundo cambiará (San Pío de Pietrelcina – Padre Pío)

Cada año, en octubre, una ola de oración se extiende por todo el mundo, uniendo a niños de diferentes nacionalidades, culturas y orígenes en un poderoso gesto de fe. Esta extraordinaria iniciativa, titulada “Un millón de niños rezan el Rosario”, se ha convertido en un acontecimiento anual esperado por muchos, encarnando la esperanza de un futuro mejor a través de la oración y la devoción de los más pequeños.

Orígenes y significado de la iniciativa
La idea de esta iniciativa surgió en 2005 en Caracas, capital de Venezuela, cuando un grupo de niños se reunió para rezar el Rosario ante una imagen de la Santísima Virgen María. Muchas de las mujeres allí presentes sintieron fuertemente la presencia de la Virgen María y recordaron la profecía de San Pío de Pietrelcina(Padre Pío): “Cuando un millón de niños recen el Rosario, el mundo cambiará”. Esa frase aparentemente sencilla expresaba la profunda convicción de que la oración de los más pequeños tiene una capacidad especial para tocar el corazón de Dios e influir positivamente en el mundo.

Inspiradas por esta experiencia y por las palabras del Padre Pío, estas mujeres decidieron convertir esa imagen en realidad. Empezaron organizando actos locales de oración, invitando a los niños a rezar el Rosario. La iniciativa creció rápidamente, traspasando las fronteras de Venezuela y extendiéndose a otros países latinoamericanos.

En 2008, la iniciativa atrajo la atención de la fundación pontificia “Ayuda a la Iglesia Necesitada” (AEC), una organización católica internacional que apoya a la Iglesia necesitada en todo el mundo. Reconociendo el potencial de esta campaña de oración, la AEC decidió adoptarla y promoverla a escala mundial, con el objetivo de implicar a un millón de niños en el rezo del Rosario, una de las oraciones más antiguas y queridas de la tradición cristiana católica.

Bajo el liderazgo de la AEC, “Un millón de niños rezan el Rosario” se ha convertido en un acontecimiento mundial. Cada año, el 18 de octubre, niños de todos los continentes se unen en oración, rezando el Rosario por la paz y la unidad en el mundo. La fecha del 18 de octubre no es casual: es el día en que la Iglesia católica celebra la fiesta de San Lucas Evangelista, conocido por su especial atención a la Virgen María en sus escritos.

El Rosario: oración mariana y símbolo de paz
El Rosario es una oración muy antigua, centrada en la reflexión sobre los misterios de la vida de Jesús y María, su madre. Consiste en la repetición de oraciones como el Ave María, el Padre Nuestro y el Gloria, y permite a los fieles meditar sobre los momentos centrales del viaje de Cristo por la tierra. Esta práctica no es sólo una forma de devoción individual, sino que tiene una fuerte dimensión comunitaria y de intercesión, hasta el punto de que, en muchas apariciones marianas, como las de Fátima y Lourdes, la Virgen pidió expresamente a los niños que rezaran el Rosario como medio para obtener la paz en el mundo y la conversión de los pecadores.

El Rosario, al ser repetitivo, permite incluso a los niños pequeños, a menudo incapaces de seguir oraciones complejas o lecturas largas, participar activamente y comprender el sentido de la oración. Mediante el simple acto de repetir las palabras del Ave María, los niños se unen espiritualmente a la comunidad global de fieles, intercediendo por la paz y la justicia en el mundo.

La dimensión espiritual y educativa
La iniciativa tiene lugar cada año el 18 de octubre, aunque muchos grupos, parroquias y colegios optan por prolongarla durante todo el mes, tradicionalmente dedicado a Nuestra Señora del Rosario.

El día del evento, los niños se reúnen en diversos lugares: escuelas, iglesias, casas particulares o espacios públicos. A menudo, se instruye a los niños sobre cómo rezar el Rosario y los significados espirituales de los distintos misterios, para que puedan participar con conciencia y fe. Bajo la guía de adultos -padres, profesores o líderes religiosos-, los niños rezan juntos el Rosario. Muchas comunidades organizan actos especiales en torno a esta oración, como cantos, lecturas bíblicas o breves reflexiones adecuadas para los jóvenes.

Algunas parroquias organizan celebraciones completas, durante las cuales los niños llevan cuentas del Rosario hechas a mano o con materiales creativos, para expresar su participación de forma activa y comprometida. La iniciativa concluye con la celebración de una Santa Misa especial dedicada a Nuestra Señora del Rosario y a la paz mundial.

“Un millón de niños rezan el Rosario” no es sólo un momento de oración, sino también una oportunidad educativa. Muchas escuelas y grupos pastorales aprovechan este acontecimiento para enseñar a los niños los valores de la paz, la solidaridad y la justicia social. A través del Rosario, los niños aprenden la importancia de confiar sus preocupaciones y el sufrimiento del mundo a Dios, y comprenden que la paz comienza en sus corazones y familias.

Además, la iniciativa pretende que los niños comprendan la universalidad de la Iglesia y de la fe cristiana. Saber que, al mismo tiempo, otros miles de niños de todas las partes del mundo rezan la misma oración crea un sentimiento de comunidad y fraternidad global que trasciende las barreras lingüísticas, culturales y geográficas.

El valor de la oración de los niños
La oración de los niños suele considerarse especialmente poderosa en la tradición cristiana debido a su inocencia y pureza de corazón. En la Biblia, el propio Jesús invita a sus discípulos a fijarse en los niños como ejemplo de fe: “En verdad os digo que, si no cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mt 18,3).

Los niños, con su corazón abierto y sincero, son capaces de rezar con total confianza en Dios, sin dudas ni reservas. Esta confianza y sencillez hacen que su oración sea especialmente eficaz a los ojos de Dios. Además, la oración de los niños también puede tener un fuerte impacto en los adultos, llamándoles a una fe más pura y profunda.

Impacto mundial
A lo largo de los años, “Un millón de niños rezan el Rosario” ha visto crecer su participación, involucrando a millones de niños en más de 140 países. En 2023, más de un millón de niños se unieron a la oración, rezando especialmente por la paz en Tierra Santa y por otras intenciones urgentes.

El acto también atrajo la atención de los medios de comunicación de varios países, ayudando a difundir un mensaje de esperanza y unidad en un mundo a menudo dominado por noticias negativas. Las redes sociales se convirtieron en una herramienta importante para promover la iniciativa y compartir experiencias. Hashtags como #MillionChildrenPraying y #ChildrenPrayingTheRosary se han hecho virales en muchos países, creando un sentimiento de comunidad global entre los participantes.

La iniciativa del millón de niños rezando el rosario ha recibido el apoyo de muchos líderes de la Iglesia católica, incluidos Papas. El Papa Francisco, en particular, ha expresado en repetidas ocasiones su aprecio por esta campaña, subrayando la importancia de la oración de los niños para la paz mundial.

Más allá del ámbito religioso, la iniciativa ha atraído la atención de educadores y psicólogos, que han destacado los beneficios de implicar a los niños en actividades que promuevan la reflexión, la compasión y un sentido de conexión global.

Objetivos de la campaña
La campaña Un millón de niños rezan el Rosario tiene varios objetivos clave:

1. Educación espiritual: Enseñar a los niños la importancia de la oración y del Rosario como parte integrante de su vida espiritual, para crecer en la fe.
2. Honrar a la Virgen María: La iniciativa refuerza la devoción mariana, elemento central de la fe católica.
3. Aprender a rezar juntos: El evento crea un sentido de unidad y solidaridad entre los participantes, superando las barreras geográficas y culturales.
4. Promover la paz mundial: La oración de los niños se considera una poderosa herramienta para invocar la paz en un mundo a menudo plagado de conflictos y divisiones.
5. A través de la oración, se anima a los niños a reflexionar sobre los problemas mundiales y su papel en la creación de un futuro mejor.

Cómo participar
Participar en la iniciativa es muy sencillo. Basta con
1. Infórmate: Visita la web oficial de la AEC para descargarte materiales gratuitos, como carteles, cuentos ilustrados y guías de oración.
2. Organiza un momento de oración: Elige un momento para rezar el Rosario, el 18 de octubre (u otro día más cercano si el 18 no es posible). Puede hacerse en grupo o individualmente.
3. Involucra a los niños: de tu familia, colegio o parroquia en un momento de oración en común. Explica a los niños la importancia de la oración y el significado del Rosario. Anímales a participar activamente.
4. Inscríbeteonline: Registra tu participación en la web de la AEC para hacer oír tu voz y ayudar a alcanzar el objetivo del millón de niños.
5. Comparte la experiencia: Comparte fotos, vídeos y testimonios en las redes sociales utilizando el hashtag #MillionChildrenPraying. Esto ayuda a crear una comunidad global de oración

“Un millón de niños rezan el Rosario” es una iniciativa extraordinaria que demuestra el poder de la oración y la importancia de la fe. A través del rezo del Rosario, los niños de todo el mundo pueden unirse en una comunidad global de fe, aportando esperanza y paz. Unámonos a ellos en esta gran cadena de oración y ayudemos a construir un mundo más hermoso.




Maravillas de la Madre de Dios invocadas bajo el título de María Auxiliadora (10/13)

(continuación del artículo anterior)

Capítulo XIX. Medios por los que se construyó esta Iglesia.

            Quienes hayan hablado u oído hablar de este sagrado edificio querrán saber de dónde se obtuvieron los medios, que en total superan ya el medio millón. Me encuentro en una gran dificultad para responderme a mí mismo, por lo que soy menos capaz de satisfacer a los demás. Diré, por tanto, que los órganos legales dieron grandes esperanzas al principio; pero en la práctica decidieron no contribuir. Algunos ciudadanos acaudalados, viendo la necesidad de este edificio, prometieron ostentosas limosnas, pero en su mayoría cambiaron de opinión y juzgaron mejor emplear su caridad en otra parte.
            Es cierto que algunos devotos acomodados habían prometido oblaciones, pero en el momento oportuno, es decir, harían oblaciones cuando estuvieran seguros de la obra y la hubieran visto en marcha.
            Con las ofrendas del Santo Padre y de algunas otras personas piadosas, se pudo comprar el terreno y nada más; de modo que, cuando llegó el momento de comenzar la obra, no tenía ni un céntimo para gastar en ella. Aquí, por una parte, estaba la certeza de que este edificio era para la mayor gloria de Dios, por otra, estaba la absoluta falta de medios. Entonces quedó claro que la Reina del Cielo no quería que los cuerpos morales, sino los cuerpos reales, es decir, los verdaderos devotos de María, tomaran parte en el santo empeño, y María misma quiso poner su mano en ello y hacer saber que era su propia obra la que quería construirlo: Aedificavit sibi domum Maria.
            Emprendo, pues, el relato de las cosas tal como sucedieron, y cuento concienzudamente la verdad, y me encomiendo al benévolo lector para que me compadezca benignamente si encuentra algo que no le agrade. He aquí la verdad. La excavación había comenzado, y se acercaba la quincena en que había que pagar a los excavadores, y no había dinero alguno; cuando un suceso afortunado abrió un camino inesperado a la caridad. A causa del sagrado ministerio, me llamaron a la cabecera de la cama de una persona gravemente enferma. Llevaba tres meses inmóvil, atormentada por la tos y la fiebre, con un grave agotamiento estomacal. Si alguna vez -me dijo- pudiera recuperar un poco de salud, estaría dispuesta a hacer cualquier oración, cualquier sacrificio; sería un gran favor para mí si pudiera siquiera levantarme de la cama.
            – ¿Qué piensas hacer?
            – Lo que tú me digas.
            – Hacer una novena a María Auxiliadora.
            – ¿Qué debo rezar?
            – Durante nueve días reza tres Padrenuestros, Avemarías y Gloria al Santísimo Sacramento con tres Avemarías a la Santísima Virgen.
            – Esto haré; ¿y qué obra de caridad?
            – Si juzgáis bien y si conseguís una mejora real de vuestra salud, haréis algunas ofrendas para la Iglesia de María Auxiliadora que se está iniciando en Valdocco.
            – Sí, sí: con mucho gusto. Si en el curso de esta novena sólo consigo levantarme de la cama y dar unos pasos por esta habitación, haré una ofrenda para la iglesia que mencionas en honor de la Santísima Virgen María.
            Comenzó la novena y ya estábamos en el último día; aquella tarde debía entregar nada menos que mil francos a los albañiles. Fui, pues, a visitar a nuestra enferma, en cuya recuperación estaban invertidos todos mis recursos, y no sin ansiedad y agitación llamé al timbre de su casa. La empleada abre la puerta y me anuncia con alegría que su señora estaba perfectamente recuperada, que ya había dado dos paseos y que ya había ido a la iglesia a dar gracias al Señor.
            Mientras la empleada se apresuraba a contar estas cosas, la misma señora se acercó, jubilosa, diciendo: Estoy curada, ya he ido a dar gracias a la Santísima Virgen; ven, aquí tienes el paquete que te he preparado; ésta es la primera ofrenda, pero sin duda no será la última. Tomé el paquete, fui a casa, lo revisé y encontré en él cincuenta napoleones de oro, que formaban precisamente los mil francos que ella necesitaba.
            Este hecho, el primero en su género, lo mantuve celosamente oculto; sin embargo, se propagó como una chispa eléctrica. Otros y luego otros se encomendaron a María Auxiliadora haciendo la novena y prometiendo alguna oblación si obtenían la gracia implorada. Y aquí, si quisiera exponer la multitud de hechos, tendría que hacer no un pequeño opúsculo, sino grandes volúmenes.
            Cesaron los dolores de cabeza, se vencieron las fiebres, se curaron las llagas y úlceras cancerosas, cesó el reumatismo, se curaron las convulsiones, se curaron instantáneamente las dolencias de ojos, oídos, dientes y riñones; tales son los medios de que se sirvió la misericordia del Señor para proporcionarnos lo necesario para llevar a término esta iglesia.
            Turín, Génova, Bolonia, Nápoles, pero más que ninguna otra ciudad, Milán, Florencia y Roma fueron las ciudades que, habiendo experimentado especialmente la benéfica influencia de la Madre de las Gracias invocada bajo el nombre de Auxilio de los Cristianos, mostraron también su gratitud con oblaciones. Incluso países más remotos como Palermo, Viena, París, Londres y Berlín se dirigieron a María Auxiliadora con las oraciones y promesas habituales. No me consta que nadie haya recurrido en vano. Un favor espiritual o temporal más o menos marcado era siempre el fruto de la petición y del recurso hechos a la Madre piadosa, a la poderosa ayuda de los cristianos. Recurrían, obtenían el favor celestial, hacían su ofrenda sin que se les pidiera en modo alguno.
            Si tú, oh lector, entras en esta iglesia, verás un púlpito elegantemente construido para nosotros; es una persona gravemente enferma, que hace una promesa a María Auxiliadora; Ella cura y ha cumplido su voto. El elegante altar de la capilla de la derecha pertenece a una matrona romana que lo ofrece a María por la gracia recibida.
            Si serias razones, que todo el mundo puede conjeturar a la ligera, no me persuadieran de posponer su publicación, podría decir el país y los nombres de las personas que apelaron a María desde todas partes. En efecto, podría decirse que cada rincón, cada ladrillo de este edificio sagrado recuerda un beneficio, una gracia obtenida de esta augusta Reina del Cielo.
            Una persona imparcial recogerá estos hechos, que a su debido tiempo servirán para dar a conocer a la posteridad las maravillas de María Auxiliadora.
            En estos últimos tiempos la miseria se hacía sentir de manera excepcional, también nosotros frenábamos la obra a la espera de tiempos mejores para su continuación; cuando otros medios providenciales vinieron al rescate. El cólera morbus que hizo estragos entre nosotros y en los países vecinos conmovió a los corazones más insensibles e inescrupulosos.
            Entre otros, una madre, al ver a su único hijo asfixiado por la violencia de la enfermedad, le instó dirigirse a María Santísima en busca de ayuda. En el exceso del dolor pronunció estas palabras: Maria Auxilium Christianorum, ora pro nobis. Con el más cálido afecto de corazón, su madre repitió la misma jaculatoria. En ese momento, la violencia de la enfermedad se mitigó, el enfermo sudó profusamente, de modo que en pocas horas estuvo fuera de peligro y casi completamente curado. La noticia de este hecho se difundió, y entonces otros se encomendaron con fe en Dios Todopoderoso y en el poder de María Auxiliadora con la promesa de hacer alguna ofrenda para continuar la construcción de su iglesia. No se sabe de nadie que haya recurrido a María de este modo sin ser escuchado. Se cumple así el dicho de San Bernardo, según el cual nunca se ha sabido de nadie que haya recurrido confiadamente a María en vano. Mientras escribía (mayo de 1868) recibí un ofrecimiento con un informe de una persona de gran autoridad, que me anunciaba cómo todo un país se había librado de manera extraordinaria de la infestación del cólera gracias a la medalla, al recurso y a la oración hechos a María Auxiliadora. De este modo hubo oblaciones de todas partes, oblaciones, es verdad, de pequeña entidad, pero que juntas fueron suficientes para la necesidad.
            Tampoco debía pasarse en silencio otro medio de caridad para esta iglesia, como la ofrenda de una parte de las ganancias del comercio, o del fruto del campo. Muchos, que durante muchos años habían dejado de recibir el fruto de los gusanos de seda y de las cosechas, prometieron dar la décima parte del producto que recibieran. Se sentían extraordinariamente favorecidos; contentos, pues, de mostrar a su celestial benefactora signos especiales de gratitud con sus ofrendas.
            De este modo, hemos llevado a cabo este majestuoso edificio para nosotros con una asombrosa dispensación, sin que nadie haya hecho nunca una colecta de ningún tipo. ¿Quién podría creerlo? Una sexta parte de los gastos se cubrió con oblaciones de personas devotas; el resto fueron todas oblaciones hechas por gracias recibidas.
            Ahora aún quedan algunas notas por saldar, algunas obras por terminar, muchos ornamentos y mobiliario por proveer, pero tenemos una gran confianza en esta augusta Reina del Cielo, que no cesará de bendecir a sus devotos y de concederles gracias especiales, de modo que por devoción a Ella y por gratitud por las gracias recibidas seguirán prestando su benéfica mano para llevar a término la santa empresa. Y así, como dice el supremo Pastor de la Iglesia, que los devotos de María aumenten sobre la tierra y que sea mayor el número de sus afortunados hijos, que un día harán su gloriosa corona en el reino de los cielos para alabarla, bendecirla y darle gracias por siempre.

Himno de Vísperas de la Fiesta de María A.
Te Redemptoris, Dominique nostri
            Dicimus Matrem, speciosa virgo,
            Christianorum decus et levamen
                                    Rebus in arctis.
Saeviant portae licet inferorum,
            Hostis antiquus fremat, et minaces,
            Ut Deo sacrum populetur agmen,
                                    Suscitet iras.
Nil truces possunt furiae nocere
            Mentibus castis, prece, quas vocata
            Annuens Virgo fovet, et superno
                                    Robore firmat.
Tanta si nobis faveat Patrona
            Bellici cessat sceleris tumultus,
            Mille sternuntur, fugiuntque turmae,
                                    Mille cohortes.
Tollit ut sancta caput in Sione
            Turris, arx firmo fabricata muro,
            Civitas David, clypeis, et acri
                                    Milite tuta.
Virgo sic fortis Domini potenti
            Dextera, caeli cumulata donis,
            A piis longe famulis repellit
                                    Daemonis ictus.
Te per aeternos veneremur annos,
            Trinitas, summo celebrando plausu,
            Te fide mentes resonoque linguae
                                    Carmine laudent. Amén.

Himno de Vísperas de la Fiesta de María A. – TRADUCCIÓN
Virgen Madre del Señor,
            Nuestra ayuda y nuestro orgullo,
            Desde el valle de lágrimas
            Te imploramos con fe y amor.
Desde las puertas del infierno
            Detén la hueste amenazadora,
            Tú piadosamente estás vigilando
            Con tu mirada excelsa.
Sus furias desatadas
            Pasarán sin vergüenza ni daño,
            Si de corazones castos en vano
            Se elevan a Ti las plegarias.
Patrona, en cada guerra
            Nos convertimos en los héroes del campo;
            Al rayo de tu poder
            Mil huestes huyen y aterrizan.
Tú eres el baluarte que rodea
            De Sión las casas santas;
            Tú eres la honda de David
            Que hiere al gigante orgulloso.
Tú eres el escudo que repele
            Las espadas ignorantes de Satanás,
            Tú eres el bastón que le hace retroceder
            Al abismo de donde vino.
[…]

Himno de alabanza
Saepe dum Christi populus cruentis
            Hostis infensis premeretur armis,
            Venit adiutrix pia Virgo coelo
                                    Lapsa sereno.
Prisca sic Patrum monumenta narrant,
            Templa testantur spoliis opimis
            Clara, votivo repetita cultu
                                    Festa quotannis.
En novi grates liceat Mariae
            Cantici laetis modulis referre
            Pro novis donis, resonante plausu,
                                    Urbis et orbis.
O dies felix memoranda fastis,
            Qua Petri Sedes fidei Magistrum
            Triste post lustrum reducem beata
                                    Sorte recepit!
Virgines castae, puerique puri,
            Gestiens Clerus, populusque grato
            Corde Reginae celebrare caeli
                                    Munera certent.
Virginum Virgo, benedicta Iesu
            Mater, haec auge bona: fac, precamur,
            Ut gregem Pastor Pius ad salutis
                                    Pascua ducat.
Te per aeternos veneremur annos,
            Trinitas, summo celebrando plausu,
            Te fide mentes, resonoque linguae
                                    Carmine laudent. Amen.

Himno de alabanza – TRADUCCIÓN.
Cuando el acérrimo enemigo
            Al asalto fue visto
            Con las armas más terribles
            Al pueblo de Cristo,
            A menudo a las defensas
            María del cielo descendió.
Columnas altares y cúpulas
            Con trofeos adornados
            Y ritos, fiestas y cánticos
            le fueron dedicados.
            Oh, cuántos son los recuerdos
            ¡De sus muchas victorias!
Pero a sus nuevos favores
            A sus nuevos favores;
            Que todas las naciones se unan
            Y los coros excelsos
            En divina armonía
            Con la Ciudad Reina.
La inconsolable Iglesia
            Sus párpados se calmen;
            En el día que amaneció
            Del largo y triste exilio
            De Pedro a la Sede suprema
            Regresó el Supremo Heredero.
Los jóvenes virginales
            Los castos adolescentes
            Con el Clero y el pueblo
            Cantin tan auspiciosos acontecimientos:
            Gareggino en homenaje
            De afecto y lengua.
Oh Virgen de las vírgenes
            Madre del Dios de la paz,
            Pueda el Pastor de las almas
            Con labio tan verdadero
            Y su alta virtud
            Guiarnos a la salud.
[…]

Teol. PAGNONE

(continuación)




Jóvenes haciendo bien la novena a la Natividad de María (1868)

El sueño de Don Bosco del 2 de septiembre de 1868

Dijo don Bosco aquella noche después de las oraciones:

            Parece imposible. Cuando empezamos una novena siempre hay jóvenes que quieren irse de casa, o quieren ser despedidos. Había uno, responsable de ciertos desórdenes, al que, por motivos diversos no se quería despedir, pero él, como empujado por una fuerza misteriosa, se marchó.
            Pasemos a otra cosa. Suponed que entra don Bosco en casa por la portería, que viene hasta aquí bajo los pórticos, y se encuentra con una gran señora, que tiene un cuaderno en la mano. Sin que don Bosco abra la boca, se lo entrega, diciendo:
            – Toma y lee.
            Yo, lo tomé y leí sobre su cubierta: Novena de la Natividad de María. Abrí la primera página y vi escritos los nombres de unos pocos jóvenes con letras de oro. Pasé la hoja y vi un número mayor escrito con tinta corriente; pasé el resto de las hojas del cuaderno y estaba todo en blanco hasta el final. Ahora pregunto a cualquiera de vosotros qué quiere decir esto.
            Y pidió la explicación a un joven, al que ayudó a responder diciendo:
            – En aquel libro estaban escritos los nombres de los que hacen la novena. Los poquísimos escritos en oro son los que la hacen bien y con fervor. La otra parte es la de los que la hacen, pero con menos fervor. ¿Y por qué no están escritos todos los demás? ¿Quién sabe por qué? Yo creo que han sido los paseos largos, que han distraído tanto a los jóvenes, que ahora no son capaces de recogerse. Si vinieran por aquí Domingo Savio, Besucco, Magone o Saccardi: ¿qué nos dirían? Exclamarían: ¡cómo ha cambiado el Oratorio!
            Así, pues, para contentar a la Virgen hagamos todo lo que podamos recibiendo los santos sacramentos y practicando las florecillas que don Juan Bautista Francesia y yo os daremos. La flor para mañana será ésta: –Hacerlo todo con diligencia.
(MB IX 314)




Maravillas de la Madre de Dios invocadas bajo el título de María Auxiliadora (9/13)

(continuación del artículo anterior)

Capítulo XVII. Continuación y terminación del edificio.

            Parece que la Santísima Virgen cumplió de hecho la oración hecha públicamente en la bendición de la piedra angular. Las obras continuaron con la mayor celeridad, y en el transcurso de 1865 el edificio fue llevado hasta el tejado, cubierto, y la bóveda completada, con excepción de la sección incluida en la periferia de la cúpula. En 1866 se completó la cúpula y se cubrió todo con cobre estañado.
            En 1867 se terminó la estatua que representa a María Madre de Misericordia bendiciendo a sus devotos. Al pie de la estatua se encuentra esta inscripción: Angela y Benedetto Chirio esposos en homenaje a María Auxiliadora FF. Estas palabras recuerdan los nombres de los beneméritos donantes de esta estatua, que es de cobre forjado. Mide unos cuatro metros de altura y está coronada por doce estrellas doradas que coronan la cabeza de la gloriosa Reina del Cielo. Cuando se colocó la estatua en su lugar, estaba simplemente bronceada, lo que revelaba muy bien la obra de arte, pero a cierta distancia se hacía apenas visible, por lo que se juzgó conveniente dorarla. Una persona piadosa, merecedora ya de muchos títulos, se encargó de ese gasto.

            Ahora brilla intensamente, y a quienes la miran desde lejos, cuando es batida por los rayos del sol, les parece que habla y quiere decir:
            Soy bella como la luna, electa como el sol: Pulcra ut luna, electa ut sol. Estoy aquí para acoger las súplicas de mis hijos, para enriquecer con gracias y bendiciones a los que me aman. Ego in altissimis habito ut ditem diligentes me, et thesauros eorum repleam.
            Una vez terminado el trabajo de decoración y ornamentación de la estatua, fue bendecida con una de las solemnidades más devotas.
            Monseñor Riccardi, nuestro veneradísimo Arzobispo, asistido por tres canónigos de la Metrópoli y muchos sacerdotes, se complació en venir él mismo a realizar esa sagrada función. Tras un breve discurso destinado a demostrar el antiguo uso de las imágenes entre el pueblo judío y en la Iglesia primitiva, se compartió la bendición con el Venerable.
            En el año 1867, las obras estaban casi terminadas. El resto del interior de la iglesia se hizo en los cinco primeros meses del año 1868.
            Hay, pues, cinco altares, todos de mármol trabajado con diferentes diseños y frisos. Por la preciosidad del mármol, destaca el de la capilla lateral de la derecha, que contiene verde antiguo, rojo español, alabastro oriental y malaquita. Las balaustradas también son de mármol; los suelos y los presbiterios son de mosaico. Los muros interiores de la iglesia se colorearon simplemente, sin pintura, por temor a que la reciente construcción de las paredes falsificara el tipo de color.
            Desde la primera base hasta la mayor altura hay 70 metros; los zócalos, los enlaces y las cornisas son de granito. En el interior de la iglesia y en la cúpula hay barandillas de hierro para asegurar a quienes tuvieran que realizar algún trabajo allí. En el exterior de la cúpula hay tres con una escalera, si no muy cómoda, ciertamente segura para quienes deseen subir al pedestal de la estatua. Hay dos campanarios coronados por dos estatuas de dos metros y medio de altura cada una. Una de estas estatuas representa al Ángel Gabriel en el acto de ofrecer una corona a la Santísima Virgen; la otra a San Miguel sosteniendo una bandera en la mano, en la que está escrito en grandes letras: Lepanto. Así se conmemora la gran victoria obtenida por los cristianos contra los turcos en Lepanto por intercesión de la Santísima Virgen María. Encima de uno de los campanarios hay un concierto de cinco campanas en mi bemol, que algunos dignos devotos han promovido con sus ofrendas. Sobre las campanas hay grabadas varias imágenes con inscripciones similares. Una de estas campanas está dedicada al Supremo Pastor de la Iglesia Pío IX, otra a nuestro Arzobispo Riccardi.

Capítulo XVIII. Ancona Mayor. Pintura de San José – Púlpito.

            En el izquierdo izquierdo se encuentra el altar dedicado a San José. La pintura del santo es obra del artista Tomaso Lorenzone. La composición es simbólica. El Salvador es presentado como un niño en el acto de entregar un cesto de flores a la Santísima Virgen como diciendo: flores mei, flores honoris et honestatis. Su Augusta Madre dice que se lo ofrezca a San José, su esposo, para que de su mano se las entregue a los fieles que las esperan con las manos levantadas. Las flores representan las gracias que Jesús ofrece a María, mientras que ella constituye a San José su dispensador absoluto, como le saluda la Santa Iglesia: constituit eum dominum domus suae.
            La altura del cuadro es de 4 metros por 2 metros de ancho.
            El púlpito es muy majestuoso; el diseño es también del cav. Antonio Spezia; la escultura y todas las demás obras son obra de los jóvenes del Oratorio de San Francisco de Sales. El material es nogal tallado y las tablas están bien unidas. Su posición es tal que el predicador puede verse desde cualquier rincón de la iglesia.

            Pero el monumento más glorioso de esta iglesia es el retablo, la gran pintura situada sobre el altar mayor, en el coro. También es obra de Lorenzone. Mide más de siete metros por cuatro. Se presenta a la vista como una aparición de María Auxiliadora de la siguiente manera:
            La Virgen está de pie en un mar de luz y majestad, sentada en un trono de nubes. Está cubierta por un manto sostenido por una hueste de ángeles que, formando una corona, le rinden homenaje como a su Reina. Con la mano derecha sostiene el cetro, símbolo de su poder, casi aludiendo a las palabras que pronunció en el santo Evangelio: Fecit mihi magna qui potens est. Él, Dios, que es poderoso, me hizo grandes cosas. Con la mano izquierda sostiene al Niño que tiene los brazos abiertos, ofreciendo así sus gracias y su misericordia a los que recurren a su Augusta Madre. En la cabeza lleva la diadema o corona con la que es proclamada Reina del cielo y de la tierra. De lo alto desciende un rayo de luz celestial, que desde el ojo de Dios viene a posarse sobre la cabeza de María. En él están escritas las palabras: virtus altissimi obumbrabit tibi: la virtud del Dios Altísimo te cubrirá con su sombra, es decir, te cubrirá y te fortalecerá.
            Del lado opuesto descienden otros rayos de la paloma, Espíritu Santo, que también vienen a posarse sobre la cabeza de María con las palabras en el centro: Ave, gratia plena: Dios te salve, oh María, tú estás llena de gracia. Éste fue el saludo que el Arcángel Gabriel dirigió a María cuando le anunció, en nombre de Dios, que iba a convertirse en la Madre del Salvador.
            Más abajo están los Santos Apóstoles y Evangelistas s. Lucas y s. Marcos en figuras algo más grandes que el natural. Transportados por un dulce éxtasis casi exclaman Regina Apostolorum, ora pro nobis, contemplan atónitos a la Santísima Virgen que se les aparece majestuosamente por encima de las nubes. Por último, en la parte inferior del cuadro aparece la ciudad de Turín con otros devotos que agradecen a la Santísima Virgen los favores recibidos y le suplican que siga mostrándose madre de misericordia en los graves peligros de la vida presente.
            En general, la obra está bien expresada, bien proporcionada, natural; pero el valor que nunca se perderá es la idea religiosa que genera una impresión devota en el corazón de cualquiera que la admire.

(continuación)




Una pérgola de rosas (1847)

Los sueños de Don Bosco son regalos de lo alto para guiar, advertir, corregir, animar. Algunos de ellos fueron puestos por escrito y se han conservado. Uno de ellos -realizado al comienzo de la misión del santo de la juventud- es el de la pérgola de rosas, realizado en 1847. Lo presentamos de manera íntegra.

            Una noche de 1864, después de las oraciones, reunió en su antecámara para la conferencia que solía dar de vez en cuando, a los que ya pertenecían a su Congregación. Estaba entre ellos don Víctor Alasonatti, don Miguel Rúa, don Juan Cagliero, don Celestino Durando, don José Lazzero y don Julio Barberis. Después de hablarles del despego del mundo y de la propia familia, para seguir el ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo, continuó de esta manera:

            Os he contado ya diversas cosas, en forma de sueños, de las que podemos concluir lo mucho que nos quiere y ayuda la Santísima Virgen. Pero ahora que estamos aquí solos, para que cada uno de nosotros esté bien seguro de que la Virgen Santísima ama a nuestra Congregación y para que nos animemos cada vez más a trabajar por la mayor gloria de Dios, no os voy a contar un sueño, sino que la misma bienaventurada Virgen María quiso que yo viera. Quiere Ella que pongamos en su protección toda nuestra esperanza. Os hablo en confianza y deseo que lo que voy a deciros no se propague entre los demás de la casa o fuera del Oratorio, para no dar pie a críticas de los maliciosos.
            Un día del año 1847, después de haber meditado mucho sobre la manera de hacer el bien a la juventud, se me apareció la Reina del Cielo y me llevó a un jardín encantador. Había un rústico, pero hermosísimo y amplio soportal en forma de vestíbulo. Enredaderas cargadas de hojas y de flores envolvían y adornaban las columnas trepando hacia arriba y se entrecruzaban formando un gracioso toldo. Dada este soportal a un camino hermoso sobre el cual, a todo el alcance de la mirada, se extendía una pérgola encantadora, flanqueada y cubierta de maravillosos rosales en plena floración. Todo el suelo estaba cubierto de rosas. La bienaventurada Virgen María me dijo:
            – Quítate los zapatos.
            Y cuando me los hube quitado, agregó:
            – Échate a andar bajo la pérgola: es el camino que debes seguir.
            Me gustó quitarme los zapatos: me hubiera sabido muy mal pisotear aquellas rosas tan hermosas. Empecé a andar y advertí enseguida que las rosas escondían agudísimas espinas que hacían sangrar mis pies. Así que me tuve que para a los pocos pasos y volverme atrás.
            – Aquí hacen falta los zapatos, dije a mi guía.
            – Ciertamente, me respondió; hacen falta buenos zapatos.
            Me calcé y me puse de nuevo en camino con cierto número de compañeros que aparecieron en aquel momento, pidiendo caminar conmigo.
            Ellos me seguían bajo la pérgola, que era de una hermosura increíble. Pero, según avanzábamos, se hacía más estrecha y baja. Colgaba muchas ramas de lo alto y volvían a levantarse como festones; otras caían perpendicularmente sobre el camino. De los troncos de los rosales salían ramas que, a intervalos, avanzaban horizontalmente de acá para allá; otras, formando un tupido seto, invadían una parte del camino; algunas serpenteaban a poca altura del suelo. Todas estaban cubiertas de rosas y yo no veía más que rosas por todas partes: rosas por encima, rosas a los lados, rosas bajo mis pies. Yo, aunque experimentaba agudos dolores en los pies y hacía contorsiones, tocaba las rosas de una y otra parte y sentí que todavía había espinas más punzantes escondidas por debajo. Pero seguí caminando. Mis piernas se enredaban en los mismos ramos extendidos por el suelo y se llenaban de rasguños; movía un ramo transversal, que me impedía el paso o me agachaba para esquivarlo y me pinchaba, me sangraban las manos y toda mi persona. Todas las rosas escondían una enorme cantidad de espinas. A pesar de todo, animado por la Virgen, proseguí mi camino. De vez en cuando, sin embargo, recibía pinchazos más punzantes que me producían dolorosos espasmos.
            Los que me veían, y eran muchísimos, caminar bajo aquella pérgola, decían: “¡Bosco marcha siempre entre rosas! ¡Todo le va bien!”. No veían cómo las espinas herían mi pobre cuerpo.
            Muchos clérigos, sacerdotes y seglares, invitados por mí, se habían puesto a seguirme alegres, por la belleza de las flores; pero al darse cuenta de que había que caminar sobre las espinas y que éstas pinchaban por todas partes, empezaron a gritar: “¡Nos hemos equivocado!”.
            Yo les respondí:
            – El que quiera caminar deliciosamente sobre rosas, vuélvase atrás y síganme los demás.
            Muchos se volvieron atrás. Después de un buen trecho de camino, me volví para echar un vistazo a mis compañeros. Qué pena tuve a ver que unos habían desaparecido y otros me volvían las espaldas y se alejaban. Volví yo también hacia atrás para llamarlos, pero fue inútil; ni siquiera me escuchaban. Entonces me eché a llorar: ¿Es posible que tenga que andar este camino yo solo?”
            Pero pronto hallé consuelo. Vi llegar hacia mí un tropel de sacerdotes, clérigos y seglares, los cuales me dijeron: “Somos tuyos, estamos dispuestos a seguirte”. Poniéndome a la cabeza reemprendí el camino. Solamente algunos se descorazonaron y se detuvieron. Una gran parte de ellos llegó conmigo hasta la meta.
            – Después de pasar la pérgola, me encontré en un hermosísimo jardín. Mis pocos seguidores habían enflaquecido, estaban desgreñados, ensangrentados. Se levantó entonces una brisa ligera y, a su soplo, todos quedaron sanos. Corrió otro viento y, como por encanto, me encontré rodeado de un número inmenso de jóvenes y clérigos, seglares, coadjutores y también sacerdotes que se pusieron a trabajar conmigo guiando a aquellos jóvenes. Conocí a varios por la fisonomía, pero a muchos no los conocía.

            Mientras tanto habiendo llegado a un lugar elevado del jardín, me encontré frente a un edificio monumental, sorprendente por la magnificencia de su arte. Atravesé el umbral y entré en una sala espaciosísima cuya riqueza no podía igualar ningún palacio del mundo. Toda ella estaba cubierta y adornada por rosas fresquísimas y sin espinas que exhalaban un suavísimo aroma. Entonces la Santísima Virgen que había sido mi guía, me preguntó:
            – Sabes qué significa lo que ahora ves y lo que has visto antes?
            – No, le respondí: os ruego me lo expliquéis.
            Entonces Ella me dijo:
            – Has de saber, que el camino por ti recorrido, entre rosas y espinas, significa el trabajo que deberás realizar en favor de los jóvenes. Tendrás que andar con los zapatos de la mortificación. Las espinas del suelo significan los afectos sensibles, las simpatías o antipatías humanas, que distraen al educador de su verdadero fin, lo hieren, y lo detienen en su misión, impidiéndole caminar y tejer coronas para la vida eterna.
            Las rosas son símbolo de la caridad ardiente que debe ser tu distintivo y el de todos sus colaboradores. Las otras espinas significan los obstáculos, los sufrimientos, los disgustos que os esperan. Pero no perdáis el ánimo. Con la caridad y la mortificación, lo superaréis todo llegaréis a las rosas sin espinas.
            Apenas terminó de hablar la Madre de Dios, volví en mí y me encontré en mi habitación.

            Don Bosco, que había comprendido el sueño, concluía asegurando que, a partir de entonces, se percató del todo del camino que debía recorrer; que las oposiciones y las artes con que se le quería detener le eran ya conocidas y, si bien serían muchas las espinas sobre las cuales debería caminar, estaba cierto, seguro de la voluntad de Dios y del éxito de su gran empresa.
            Con este sueño quedaba también don Bosco prevenido para no desanimarse ante las defecciones de los que parecían destinados a ayudar en su misión. Los primeros que se alejaron de la pérgola fueron los sacerdotes diocesanos y los seglares que, al principio, se habían entregado al Oratorio festivo. Los que se le agregan después representan a los salesianos, a los que les está prometido el auxilio y la ayuda divina, figurada por las ráfagas de viento.

            Más tarde manifestó don Bosco que se le había repetido este sueño o visión en diversas ocasiones, a saber, en 1848 y en 1856 y que, cada vez, se le presentaba con alguna variación de circunstancias. Nosotros los hemos reunido aquí, en un solo relato, para evitar repeticiones superfluas.
(MB III IT, 32-36 / MB III ES, 36-40)




Maravillas de la Madre de Dios invocadas bajo el título de María Auxiliadora (8/13)

(continuación del artículo anterior)

Capítulo XV. Devoción y proyecto de una iglesia a María A. en Turín.

            Antes de hablar de la iglesia erigida en Turín en honor de María Auxiliadora, conviene recordar que la devoción de los turineses a esta Benefactora celestial se remonta a los primeros tiempos del cristianismo. San Máximo, el primer obispo de esta ciudad, habla de ella como de un hecho público y antiguo.
            El santuario de la Consolata es un maravilloso monumento a lo que estamos diciendo. Pero tras la victoria de Lepanto, los turineses fueron los primeros en invocar a María bajo el título especial de Auxilio de los Cristianos. El cardenal Mauricio príncipe de Saboya promovió mucho esta devoción, y a principios del siglo X hizo construir en la iglesia de San Francisco de Paula una capilla con un altar y una hermosa estatua dedicada a María Auxiliadora, realizada en mármol precioso y elegante. La Virgen se presenta sosteniendo al Divino Niño en la mano.
            Este príncipe era un ferviente devoto de María Auxiliadora, y como en vida ofrendó a menudo su corazón a su Madre celestial, al morir dejó en su testamento que su corazón, como la prenda más querida de sí mismo, fuera colocado en un ataúd y puesto en la pared a la derecha del altar[1] .
            El paso del tiempo desgastó y afeó un poco esta capilla, por lo que el rey Víctor Manuel II ordenó restaurarla a sus expensas.
            Así, el suelo, la predela y el propio altar quedaron como renovados.
            Observando los turineses que el recurso a María Auxiliadora era un medio muy eficaz para obtener gracias extraordinarias, empezaron a unirse a la Cofradía de Múnich, en Baviera, pero debido al número abrumador de hermanos, se estableció una Cofradía en esta misma iglesia. Recibió la aprobación apostólica del Papa Pío VI, que concedió muchas indulgencias con otros favores espirituales por rescripto del 9 de febrero de 1798.
            Así, la devoción de los turineses a la augusta Madre del Salvador se fue extendiendo cada vez más, y sintieron los efectos más saludables, cuando se concibió el proyecto de una iglesia dedicada a María Auxiliadora en Valdocco, un barrio densamente poblado de la ciudad. Aquí, por tanto, muchos miles de ciudadanos viven sin iglesia de ningún tipo, aparte de la de Borgo Dora, que sin embargo no puede albergar a más de 1.500 personas[2] .
            En este barrio existían las pequeñas iglesias de la Casita de la Divina Providencia y el Oratorio de San Francisco de Sales, pero ambas apenas bastaban para atender a sus respectivas comunidades.
            En el ferviente deseo, por lo tanto, de proveer a las urgentes necesidades de los habitantes de Valdocco, y de los muchos jóvenes que vienen al Oratorio en días festivos desde varias partes de la ciudad, y que ya no pueden ser contenidos en la pequeña iglesia actual, se decidió intentar la construcción de una iglesia suficientemente capaz para este doble propósito. Pero una razón muy especial para la construcción de esta iglesia fue la necesidad comúnmente sentida de dar un signo público de veneración a la B. Virgen María, que, con corazón de Madre verdaderamente misericordiosa, había protegido a nuestros pueblos y nos había salvado de los males a los que tantos otros habían sucumbido.
            Dos cosas quedaban por delante para poner en marcha la piadosa empresa: la ubicación del edificio y el título con el que había de consagrarse. Para que pudieran cumplirse los designios de la Divina Providencia, esta iglesia debía construirse en la calle Cottolengo, en un sitio espacioso y libre, en el centro de aquella numerosa población. Se eligió, pues, una zona comprendida entre dicha calle del Cottolengo y el Oratorio de San Francisco de Sales.
            Mientras se deliberaba sobre el título bajo el cual debía erigirse el nuevo edificio, un incidente disipó toda duda. El   Sumo Pontífice reinante Pío IX, a quien nada se le escapa de lo que puede ser ventajoso para la Religión, habiendo sido informado de la necesidad de una iglesia en el lugar mencionado, envió su primera ofrenda graciosa de 500 francos, haciendo saber que María Auxiliadora sería ciertamente un título agradable a la augusta Reina del Cielo. Acompañó luego la caritativa ofrenda con una bendición especial a los obliteradores añadiendo estas palabras: “Que esta pequeña ofrenda más poderosos y generosos donantes que cooperen a promover la gloria de la augusta Madre de Dios en la tierra, y aumenten así el número de los que un día harán su gloriosa corona en el cielo”.
            Establecidos así el lugar y el nombre del edificio, un benemérito ingeniero, Antonio Spezia, concibió el diseño y lo desarrolló en forma de cruz latina sobre una superficie de 1.200 metros cuadrados. Durante este tiempo, surgieron no pocas dificultades, pero la Santísima Virgen, que quería este edificio para su mayor gloria, disipó, o mejor aún, eliminó todos los obstáculos que había en aquel momento, y que se agravarían en el futuro. Por lo tanto, sólo se pensó en comenzar la ansiada construcción.

Capítulo XVI. Principio de la construcción y función de la piedra fundamental.

            Una vez realizadas las excavaciones a la profundidad habitual, estábamos a punto de colocar las primeras piedras y la primera cal, cuando nos dimos cuenta de que los cimientos descansaban sobre suelo aluvial y, por tanto, incapaz de soportar los cimientos de un edificio de ese tamaño. Por lo tanto, hubo que profundizar más las excavaciones y hacer un pilotaje fuerte y ancho que correspondiera a la periferia del edificio proyectado.
            El pilotaje y la excavación a una profundidad considerable fueron causa de mayores gastos, tanto por el aumento del trabajo como por la copia de materiales y maderas que hubo que colocar bajo tierra. No obstante, las obras continuaron a buen ritmo, y el 27 de abril de 1865 pudieron bendecirse los cimientos y colocarse la primera piedra.
            Para entender el significado de esta función, hay que tener en cuenta que es disciplina de la Iglesia católica que nadie inicie la construcción de un edificio sagrado sin el permiso expreso del obispo, bajo cuya jurisdicción se encuentra el terreno que se va a destinar a este fin. Aedificare ecclesiam nemo potest, nisi auctoritate dioecesani[3] .
            Una vez conocida la necesidad de la Iglesia y establecido su emplazamiento, el obispo en persona o a través de uno de sus designados va a colocar la piedra angular. Esta piedra representa a Jesucristo, a quien los libros sagrados llaman la piedra angular, es decir, el fundamento de toda autoridad, de toda santidad. El obispo, pues, con ese acto indica que reconoce su autoridad de Jesucristo, a quien pertenece ese edificio, y de quien debe depender todo ejercicio religioso que haya de tener lugar en esa iglesia en el futuro, mientras que el obispo toma posesión espiritual de ella al colocar la piedra angular.
            Los fieles de la Iglesia primitiva, cuando deseaban construir alguna iglesia, marcaban primero el lugar con una cruz para denotar que el sitio, habiendo sido destinado al culto del Dios verdadero, ya no podía servir para un uso profano.
            La bendición la hace entonces el obispo como hizo el patriarca Jacob cuando en un desierto levantó una piedra sobre la que hizo un sacrificio al Señor: Lapis iste, quem erexi in titulum, vocabitur domus Dei. (esta piedra que he colocado como estela, se llamará casa de Dios -Gen 28, 22)
            Conviene observar aquí que toda iglesia, y todo culto que en ella se ejerce, se dirige siempre a Dios, a quien está dedicado y consagrado todo acto, toda palabra, todo signo. Este acto religioso se llama Latria, o culto supremo, o servicio por excelencia que se rinde sólo a Dios. Las iglesias también se dedican a los santos con un segundo culto llamado Dulia, que significa servicio prestado a los siervos del Señor.
            Cuando entonces el culto se dirige a la Santísima Virgen, se llama Hiperdulía, es decir, servicio por encima y más allá del que se rinde a los santos. Pero la gloria y el honor que se tributan a los santos y a la Santísima Virgen no se detienen en ellos, sino que a través de ellos van a los santos. Virgen no se detienen en ellos, sino que a través de ellos van a Dios, que es el fin de nuestras oraciones y acciones. De ahí que las iglesias estén todas consagradas primero a Dios Óptimo Máximo, luego a la B. Virgen María; luego a algún santo a voluntad de los fieles. Así leemos que San Marcos Evangelista en Alejandría consagró una iglesia a Dios y a su maestro San Pedro Apóstol[4] .
            También cabe señalar en torno a estas funciones, que a veces el obispo bendice la piedra angular y algún personaje ilustre la coloca en su lugar y le pone la primera cal. Así tenemos por la historia que el Sumo Pontífice Inocencio X en el año 1652 bendijo la piedra angular de la iglesia de Santa Inés en Piazza Navona, mientras que el Príncipe Pamfili Duque de Carpinete la colocaba en los cimientos.
            Así, en nuestro caso, el obispo Odone, de feliz memoria, obispo de Susa, se encargó de dirigir el oficio religioso mientras el príncipe Amadeo de Saboya colocaba la piedra angular en su lugar y le echaba la primera cal.
            Así pues, el 27 de abril de 1865, el servicio religioso comenzó a las dos de la tarde. El tiempo estaba despejado, había acudido una multitud de personas, la primera nobleza de Turín y también no turineses. Los jóvenes pertenecientes a la casa de Mirabello habían acudido en aquella ocasión para formar una especie de ejército con sus compatriotas turineses.
            Después de las oraciones y salmos prescritos, el venerable Prelado roció con agua lustral los cimientos del edificio, y luego se dirigió al pilar de la cúpula del lado del Evangelio, que ya estaba al nivel del suelo actual. Aquí se levantó acta de lo actuado, que fue leída en voz alta en el siguiente tenor:
            “Año del Señor mil ochocientos sesenta y cinco, veintisiete de abril, dos de la tarde; décimo año del Pontificado de Pío IX, de los Condes Mastai Ferretti felizmente reinantes; décimo año del reinado de Víctor Manuel II; vacante la Sede arzobispal de Turín por fallecimiento de Monseñor Luigi dei Marchesi Franzoni, Vicario Capitular el Teólogo Colegial Giuseppe Zappata; coadjutor de la Parroquia de Borgo Dora el Teólogo Cattino Cav. Agostino; director del Oratorio de San Francisco, el sacerdote Bosco Giovanni; en presencia de S.A.R. el Príncipe Amedeo de Saboya, Duque de Aosta; el Conde Costantino Radicati Prefecto de Turín; el Consejo Municipal representado por el Alcalde de esta ciudad Lucerna di Rorà Marqués Emanuele, y la Comisión promotora de esta iglesia[5] para ser dedicada a Dios Óptimo Máximo y María Auxiliadora, Monseñor Odone G. Antonio obispo de Susa, habiendo recibido la oportuna facultad del Ordinario de esta Archidiócesis, procedió a bendecir los cimientos de esta iglesia y colocó la piedra angular de la misma en el gran pilar de la cúpula del lado del Evangelio del altar mayor. Encerradas en esta piedra había varias monedas de diferente metal y valor, algunas medallas con la efigie del Sumo Pontífice Pío IX y de nuestra Soberana, y una inscripción en latín recordando el objeto de esta sagrada función. El benemérito ingeniero arquitecto Cav. Spezia Antonio, que concibió el diseño y con espíritu cristiano prestó y sigue prestando sus servicios en la dirección de la obra.
            La forma de la iglesia es la de una cruz latina, con una superficie de mil doscientos metros; el motivo de esta construcción es la falta de iglesias entre los fieles de Valdocco, y dar un testimonio público de gratitud a la gran Madre de Dios por los grandes beneficios recibidos, por los que se esperan en mayor número de esta celestial Bienhechora. La obra se inició, y se espera que llegue a feliz término con la caridad de los devotos.
            “Los habitantes de este Borgo di Valdocco, el pueblo de Turín y otros fieles beneficiados por María, ahora reunidos en este bendito recinto, envían unánimemente una ferviente plegaria a Dios Nuestro Señor, a la Virgen María, Auxilio de los Cristianos, para que obtenga del cielo abundantes bendiciones sobre el pueblo de Turín, sobre los cristianos de todo el mundo, y de manera especial sobre el Jefe Supremo de la Iglesia Católica, promotor y benefactor distinguido de este sagrado edificio, sobre todas las autoridades eclesiásticas, sobre nuestro augusto Soberano, y sobre toda la Familia Real, y especialmente sobre S. A. R. el Príncipe Amedeo, Comendador Supremo de la            Iglesia Católica, promotor y benefactor distinguido de este sagrado edificio, sobre todas las autoridades eclesiásticas, sobre nuestro augusto Soberano, y sobre toda la Familia Real, y especialmente sobre S. A. R. el Excelentísimo Príncipe de la Orden de Malta. S.A.R. el Príncipe Amadeo, que al aceptar la humilde invitación dio una señal de veneración a la gran Madre de Dios. Que la augusta Reina del Cielo asegure un lugar en la beatitud eterna a todos aquellos que han dado o darán trabajo para completar este sagrado edificio, o que de alguna otra manera contribuyan a aumentar el culto y la gloria de Ella sobre la tierra”.
            Leído y aprobado este informe, fue firmado por todos los arriba nombrados y por las personas más ilustres presentes. A continuación fue doblado y envuelto con el diseño de la iglesia y algún otro escrito, y colocado en un jarrón de cristal especialmente preparado. Cerrado éste herméticamente, se colocó en el hueco hecho en medio de la primera piedra. Bendecida por el obispo, se colocó más piedra encima, y el príncipe Amadeo puso sobre ella la primera cal. Después, los albañiles continuaron su trabajo hasta una altura de más de un metro.
            Una vez concluidos los demás ritos religiosos, las personalidades mencionadas visitaron el establecimiento y asistieron a continuación a una representación a cargo de los propios jóvenes. Se les leyeron diversos poemas de oportunidad, se interpretaron varias piezas de música vocal e instrumental, con un diálogo, en el que se hizo un relato histórico de la solemnidad del día[6] .
            Al final de la agradable velada, la jornada concluyó con una devota acción de gracias al Señor y la bendición del Santísimo Sacramento. S.A.R. y su séquito abandonaron el Oratorio a las cinco y media, mostrándose cada uno plenamente satisfecho.
            Entre otras muestras de agradecimiento, el Príncipe Augusto ofreció la graciosa suma de 500 francos de su caja especial, y regaló los instrumentos de gimnasia para los jóvenes de este establecimiento. Poco después, el ingeniero fue condecorado con la cruz de los santos Mauricio y Lázaro.

(continuación)


[1] A la muerte de aquel príncipe, el conde Tesauro hizo el siguiente epígrafe, que se grabó en el suelo del altar.
D. O. M.
SERENISSIMIS PRINCEPS MAURITIUS SABAUDIAE
MELIOREM SUI PARTEM
COR
QUOD VIVENS
SUMMAE REGINAE COELORUM LITAVERAT
MORIENS CONSECRAVIT
HICQUE AD MINIMOS QUOS CORDE DILIGERAT
APPONI VOLUIT
CLAUSIT ULTIMUM DIEM
QUINTO NONAS OCTOBRIS MDCLVII.

[2] Este distrito se llama Valdocco por las iniciales Val. Oc. Vallis Occisorum o valle de los muertos, porque fue regado con la sangre de los santos Adventor y Octavio, que trajeron aquí la palma del martirio.

Desde la iglesia parroquial de Borgo Dora, trazando una línea hasta la iglesia de la Consolata y la de Borgo s.. Donato; luego girando hacia la fragua real de juncos hasta el río Dora, comenzaba un espacio cubierto de casas, donde vivían más de 35.000 habitantes, entre los cuales no había ninguna iglesia pública.

[3] Consejo Aureliano. dist. l, De consacr.

[4] Véase Moroni, artículo Iglesias.

[5] Miembros de la comisión promotora de la lotería para esta iglesia.

Marcha «LUCERNA DI RORA Emanuele Alcalde de la Ciudad de Turín Presidente de Honor

SCARAMPI DI PRUNEY Marzo. LODOVICO Presidente

FASSATI March. DOMENICO V. Presidente

MORIS Comm. GIUSEPPE Consejero municipal V. Presidente

GRIBAUDI Sr. GIOVANNI Doctor en Medicina y Cirugía. Secretario

OREGLIA DI S. STEFANO Cav. FEDERICO Secretario

COTTA Commendatore GIUSEPPE Senador del Reino Cajero

ANZINO Teólogo Can. VALERIO Capellán de Su Majestad

BERTONE DI SAMBUY Conde ERNESTO Director de la exposición

BOGGIO Bar. GIUSEPPE Director de exposiciones

BOSCO DI RUFFINO Cav. ALERAMO

BONA COMRNEN. Director General de Ferrocarriles del Sur

BOSCO sac. GIOVANNI Director de los Oratorios

CAYAS DE GILEITA Conde CARLO Director de la exposición

DUPRA’ Cav. GIO. Batt. Contable de la Cámara de Cuentas

DUPRÈ Cav. GIUSEPPE Consejero municipal

FENOGLIO Commendatore PIETRO Ecónomo General

FERRARI DE CASTELNUOVO Marzo. EVASIO

GIRIODI Cav. CARLO Director de exposiciones

MINELLA sac. VINCENZO Directora de exposiciones

PERNATI DI MOMO Cav. Com. Ministro de Estado, Senador del Reino

PATERI Cav. ILARIO Prof. y Concejal Municipal

PROVANA DE COLLEGNO Conde y abogado ALESSANDRO

RADICATI Conde COSTANTINO Prefecto

REBAUDENGO Com. Gio. Secretario General del Ministro de la Casa Real

SCARAMPI DI VILLANUOVA Cav. CLEMENTE Director de la exposición

SOLARO DELLA MARGHERITA Conde ALBERTO

SPERINO Comm. CASIMIRO Doctor en Medicina

UCCELLETTI Sr. CARLO Director de la exposición

VOGLIOTTI Cav. ALESSANDRO Can. Pro-Vicar General

VILLA DI MOMPASCALE Conde GIUSEPPE Director de la exposición

VIRETTI Sr. MAURIZIO Abogado Director de la exposición

[6] Uno de los poemas con el diálogo y la inscripción puede leerse en el Apéndice, al final del folleto.




El sueño de los 9 años

La serie de los “sueños” de Don Bosco comienza con el que tuvo a los nueve años, hacia 1824. Es uno de los más importantes, si no el que más, porque apunta a una misión confiada por la Providencia que se concreta en un carisma particular en la Iglesia. Seguirán muchas otras, la mayoría de ellas recogidas en las Memorias Biográficas y retomadas en otras publicaciones dedicadas a este tema. Nos proponemos presentar las más relevantes en varios artículos posteriores.

            «Cuando yo tenía unos nueve años, tuve un sueño que me quedó profundamente grabado en la mente para toda la vida. En el sueño me pareció estar junto a mi casa, en un paraje bastante espacioso, donde había reunida una muchedumbre de chiquillos en pleno juego.
Unos reían, otros jugaban, muchos blasfemaban. Al oír aquellas blasfemias, me metí en medio de ellos para hacerlos callar a puñetazos e insultos. En aquel momento apareció un hombre muy respetable, de varonil aspecto, noblemente vestido. Un blanco manto le cubría de arriba abajo; pero su rostro era luminoso, tanto que no se podía fijar en él la mirada. Me llamó por mi nombre y me mandó ponerme al frente de aquellos muchachos, añadiendo estas palabras:
            – No con golpes, sino con la mansedumbre y la caridad deberás ganarte a estos tus amigos. Ponte, pues, ahora mismo a enseñarles la fealdad del pecado y la hermosura de la virtud.
            Aturdido y espantado, dije que yo era un pobre muchacho ignorante, incapaz de hablar de religión a aquellos jovencitos. En aquel momento, los muchachos cesaron en sus riñas, alborotos y blasfemias y rodearon al que hablaba. Sin saber casi lo que me decía, añadí:
            – Quién sois para mandarme estos imposibles?
            – Precisamente porque esto te parece imposible, debes convertirlo en posible por la obediencia y la adquisición de la ciencia.
            – ¿En dónde? ¿Cómo podré adquirir la ciencia?
            – Yo te daré la Maestra, bajo cuya disciplina podrás llegar a ser sabio y sin la cual toda sabiduría se convierte en necedad.
            – Pero ¿quién sois vos que me habláis de este modo?
            – Yo soy el Hijo de aquélla a quien tu madre te acostumbró a saludar tres veces al día.
            – Mi madre me dice que no me junte con los que no conozco sin su permiso; decidme, por tanto, vuestro nombre.
            – Mi nombre pregúntaselo a mi Madre.
            En aquel momento vi junto a él una Señora de aspecto majestuoso, vestida con un manto que resplandecía por todas partes, como si cada uno de sus puntos fuera una estrella refulgente. La cual, viéndome cada vez más desconcertado en mis preguntas y respuestas, me indicó que me acercase a ella, y tomándome bondadosamente de la mano:
            – Mira, me dijo. Al mirar me di cuenta de que aquellos muchachos habían escapado, y vi en su lugar una multitud de cabritos, perros, gatos, osos y varios otros animales.
            – He aquí tu campo, he aquí en donde debes trabajar. Hazte humilde, fuerte y robusto, y lo que veas que ocurre en estos momentos con estos animales, lo deberás tú hacer con mis hijos.
            Volví entonces la mirada y, en vez de los animales feroces, aparecieron otros tantos mansos corderillos que, haciendo fiestas al Hombre y a la Señora, seguían saltando y bailando a su alrededor.

            En aquel momento, siempre en sueños, me eché a llorar. Pedí que se me hablase de modo que pudiera comprender, pues no alcanzaba a entender qué quería representar todo aquello.
            Entonces ella me puso la mano sobre la cabeza y me dijo:
            – A su debido tiempo todo lo comprenderás.
            Dicho esto, un ruido me despertó y desapareció la visión. Quedé muy aturdido. Me parecía que tenía deshechas las manos por los puñetazos que había dado y que me dolía la cara por las bofetadas recibidas; y después, aquel personaje y aquella señora de tal modo llenaron mi mente, por lo dicho y oído, que ya no pude reanudar el sueño aquella noche.

            Por la mañana conté en seguida aquel sueño; primero a mis hermanos, que se echaron a reír, y luego a mi madre y a la abuela. Cada uno lo interpretaba a su manera. Mi hermano José decía: – Tú serás pastor de cabras, ovejas y otros animales. Mi madre: – ¡Quién sabe si un día serás sacerdote! Antonio, con dureza: – Tal vez, capitán de bandoleros. Pero la abuela, analfabeta del todo, con ribetes de teólogo, dio la sentencia definitiva: – No hay que hacer caso de los sueños.
            Yo era de la opinión de mi abuela, pero nunca pude echar en olvido aquel sueño. Lo que expondré a continuación dará explicación de ello. Yo no hablé más de esto, y mis parientes no le dieron la menor importancia. Pero cuando en el año 1858 fui a Roma para tratar con el Papa sobre la Congregación salesiana, él me hizo exponerle con detalle todas las cosas que tuvieran alguna apariencia de sobrenatural. Entonces conté, por primera vez, el sueño que tuve de los nueve a los diez años. El Papa mandó que lo escribiera literal y detalladamente, y lo dejara para alentar a los hijos de la Congregación; ésta era precisamente la finalidad de aquel viaje a Roma».
(Memorias del Oratorio de San Francisco de Sales. Juan Bosco; MB I IT, 123-125 / MB I ES 115-117)




Maravillas de la Madre de Dios invocadas bajo el título de María Auxiliadora (7/13)

(continuación del artículo anterior)

Capítulo XIII. Institución de la fiesta de María Auxiliadora.

            El modo maravilloso en que Pío VII fue liberado de su prisión es el gran acontecimiento que dio ocasión a la institución de la fiesta de María Auxiliadora.
            El emperador Napoleón I ya había oprimido de varias maneras al Sumo Pontífice, despojándole de sus bienes, dispersando a cardenales, obispos, sacerdotes y frailes, y privándoles asimismo de sus bienes. Después de esto, Napoleón exigió al Papa cosas que no podía conceder. A la negativa de Pío VII, el Emperador respondió con violencia y sacrilegio. El Papa fue arrestado en su propio palacio y, con el cardenal Pacca, su secretario, conducido a la fuerza a Savona, donde el perseguido, pero aún glorioso Pontífice, pasó más de cinco años en severa prisión. Pero como donde está el Papa está la Cabeza de la Religión y, por tanto, la concurrencia de todos los verdaderos católicos, Savona se convirtió en cierto modo en otra Roma. Tantas demostraciones de afecto movieron a envidia al Emperador, que quería que el Vicario de Jesucristo fuera humillado; y por ello ordenó que el Pontífice fuera trasladado a Fontainebleau, que es un castillo no lejos de París.
            Mientras el Jefe de la Iglesia gemía como un prisionero separado de sus consejeros y amigos, a los cristianos sólo les quedaba imitar a los fieles de la Iglesia primitiva cuando San Pedro estaba en prisión, rezar. El venerable Pontífice rezó, y con él rezaron todos los católicos, implorando la ayuda de Aquella a la que se llama: Magnum in Ecclesia praesidium: Gran Guarnición en la Iglesia. Se cree comúnmente que el Pontífice prometió a la Santísima Virgen establecer una fiesta para honrar el título de agosto de María Auxiliadora, en caso de que pudiera regresar a Roma a el trono papal. Mientras tanto, todo sonreía al terrible conquistador. Después de haber hecho resonar su temido nombre por toda la tierra, caminando de victoria en victoria, había llevado sus armas a las regiones más frías de Rusia, creyendo encontrar allí nuevos triunfos; pero la divina Providencia le había preparado, en cambio, desastres y derrotas.

            María, movida a piedad por los gemidos del Vicario de Jesucristo y las oraciones de sus hijos, cambió en un instante el destino de Europa y del mundo entero.
            Los rigores del invierno en Rusia y la deslealtad de muchos generales franceses echaron por tierra todas las esperanzas de Napoleón. La mayor parte de aquel formidable ejército pereció congelado o sepultado por la nieve. Las pocas tropas que se salvaron de los rigores del frío abandonaron al Emperador y éste tuvo que huir, retirarse a París y entregarse en manos de los británicos, que lo llevaron prisionero a la isla de Elba. Entonces la justicia pudo seguir de nuevo su curso; el Pontífice fue rápidamente liberado; Roma le acogió con el mayor entusiasmo, y el Jefe de la Cristiandad, ahora libre e independiente, pudo reanudar la administración de la Iglesia universal. Liberado de este modo, Pío VII quiso inmediatamente dar una señal pública de gratitud a la Santísima Virgen, por cuya intercesión el mundo entero reconoció su inesperada libertad. Acompañado de algunos cardenales, se dirigió a Savona, donde coronó la prodigiosa imagen de la Misericordia que se venera en esa ciudad; y con una multitud sin precedentes, en presencia del rey Víctor Manuel I y de otros príncipes, se celebró la majestuosa función en la que el Papa colocó una corona de gemas y diamantes sobre la cabeza de la venerable efigie de María.
            Volviendo entonces a Roma, quiso cumplir la segunda parte de su promesa instituyendo una fiesta especial en la Iglesia, para atestiguar a la posteridad aquel gran prodigio.
            Considerando, pues, cómo en todos los tiempos la Santísima Virgen ha sido siempre proclamada auxilio de los cristianos, se apoyó en lo que San Pío V había hecho después de la victoria de la Iglesia. Pío V había hecho después de la victoria de Lepanto ordenando que se insertaran en las letanías lauretanas las palabras Auxilium Christianorum ora pro nobis; explicando y ampliando cada vez más la cuarta fiesta que el Papa Inocencio XI había decretado al instituir la fiesta del nombre de María; Pío VII, para conmemorar perpetuamente la prodigiosa liberación de sí mismo, de los Cardenales, de los Obispos y la libertad restaurada a la Iglesia, y para que hubiera un monumento perpetuo a ella en todos los pueblos cristianos, instituyó la fiesta de María Auxilium Christianorum que se celebraría todos los años el 24 de mayo. Se eligió ese día porque fue ese día del año 1814 cuando fue liberado y pudo regresar a Roma entre los aplausos más vivas de los romanos. (Quienes deseen saber más sobre lo que aquí hemos expuesto brevemente, pueden consultar Artaud: Vita di Pio VII. Moroni artículo Pío VII. P. Carini: Il sabato santificato. Carlo Ferreri: Corona di fiori etc. Discursus praedicabiles super litanias Lauretanas del P. Giuseppe Miecoviense). Mientras vivió, el glorioso Pontífice Pío VII promovió el culto a María; aprobó asociaciones y Cofradías dedicadas a Ella, y concedió muchas Indulgencias a las prácticas piadosas realizadas en Su honor. Un solo hecho basta para demostrar la gran veneración de este Pontífice hacia María Auxiliadora.
            En el año 1817 se terminó un cuadro que debía colocarse en Roma, en la iglesia de S. María in Monticelli, bajo la dirección de los Sacerdotes de la doctrina cristiana. El 11 de mayo ese cuadro fue llevado al Pontífice en el Vaticano para que lo bendijera y le impusiera un título. En cuanto vio la devota imagen, sintió una emoción tan grande en su corazón, que, sin ninguna prevención, prorrumpió instantáneamente en el magnífico prefacio: Maria Auxilium Christianorum, ora pro nobis. De estas voces del Santo Padre se hicieron eco los devotos Hijos de María y en la primera develación de aquella (15 del mismo mes) hubo un verdadero transporte de gente, alegría y devoción. Las ofrendas, los votos y las fervientes oraciones han continuado hasta nuestros días. De modo que puede decirse que esa imagen está continuamente rodeada de devotos que piden y obtienen gracias por intercesión de María, Auxilio de los Cristianos.

Capítulo XIV. Hallazgo de la imagen de María Auxilium Christianorum de Espoleto.

            Al relatar la historia del hallazgo de la prodigiosa imagen de María Auxilium Christianorum en las cercanías de Spoleto, transcribimos literalmente el informe hecho por Monseñor Arnaldi Arzobispo de esa ciudad.
            En la parroquia de San Lucas, entre Castelrinaldi y Montefalco, archidiócesis de Spoleto, en campo abierto, lejos de la ciudad y fuera de la carretera, existía en la cima de una pequeña colina una antigua imagen de la Bienaventurada Virgen María pintada al fresco en un nicho en actitud de abrazar al Niño Jesús. Junto a ella, cuatro imágenes que representaban a San Bartolomé, San Sebastián, San Blas y San Roque parecen haber sido alteradas por el tiempo. Expuestas a la intemperie durante mucho tiempo, no sólo han perdido su viveza, sino que han desaparecido casi por completo. Sólo se ha conservado bien la venerable imagen de María y el Niño Jesús. Aún quedan restos de un muro que demuestran que allí existió una iglesia. Desde que se tiene memoria, este lugar estuvo totalmente olvidado y se redujo a una guarida de reptiles y, en particular, de serpientes.
            Desde hacía ya varios meses, esta venerable imagen había excitado de algún modo su culto por medio de una voz que oía repetidamente un niño de no más de cinco años, llamado Enrique, que le llamaba por su nombre y le dirigía una mirada de un modo que no expresaba bien el propio niño. Sin embargo, no atrajo la atención del público hasta el 19 de marzo del año 1862.
            Un joven campesino de los alrededores, de treinta años, agravado posteriormente por muchos males, que se habían vuelto crónicos, y abandonado por sus médicos, se sintió inspirado para ir a venerar la imagen mencionada. Declaró que, después de encomendarse a la Santísima Virgen en dicho lugar, sintió que se le restablecían las fuerzas perdidas, y en pocos días, sin utilizar ningún remedio natural, volvió a gozar de perfecta salud. Otras personas también, sin saber cómo ni por qué, sintieron un impulso natural de ir a venerar esta santa imagen, y refirieron haber recibido gracias de ella. Estos acontecimientos trajeron a la memoria y a la discusión entre la gente de Terrazzana la voz dormida del niño antes mencionado, al que naturalmente no se le había dado crédito ni importancia, como debería haber sido. Fue entonces cuando se supo cómo la madre del niño lo había perdido en las circunstancias de la supuesta aparición y no podía encontrarlo, y finalmente lo encontró cerca de una pequeña iglesia alta y en ruinas. También se sabe cómo una mujer de buena vida, aquejada por Dios de graves aflicciones, anunció a su muerte, hace un año, que la Santísima Virgen quería ser adorada y venerada allí, que se construiría un templo y que los fieles acudirían en gran número.
            De hecho, es cierto que un gran número de personas, no sólo de la diócesis, sino también de las diócesis vecinas de Todi, Perugia, Fuligno, Nocera, Narni, Norcia, etc., acuden en masa al lugar, y el número crece de día en día, especialmente en los días de fiesta, hasta cinco o seis mil. Este es el mayor milagro del que se tiene noticia, ya que no se observa en otros descubrimientos prodigiosos.
            La gran concurrencia de fieles que acuden de todas partes como guiados por una luz y una fuerza celestial, una concurrencia espontánea, una concurrencia inexplicable e inexpresable, es el milagro de los milagros. Los mismos enemigos de la Iglesia, incluso los cojos de fe, se ven obligados a confesar que no pueden explicar este sagrado entusiasmo del pueblo….. Son muchos los enfermos de los que se dice que han sido curados, no pocas las gracias prodigiosas y singulares concedidas, y aunque es necesario proceder con la máxima cautela para discernir rumores y hechos, parece indudablemente cierto que una mujer civilizada yacía afligida por una enfermedad mortal y fue curada invocando aquella sagrada imagen. Un joven de la Villa de Santiago, que tenía los pies aplastados por las ruedas de un carro y se veía obligado a permanecer de pie con muletas, visitó la sagrada imagen y sintió tal mejoría que se deshizo de las muletas y pudo volver a casa sin ellas, y está perfectamente libre. También se produjeron otras curaciones.
            No hay que olvidar que algunos incrédulos, habiendo ido a visitar la santa imagen y burlándose de ella, acudieron al lugar y, en contra de su buen juicio, sintieron la necesidad de arrodillarse y rezar, y volvieron con sentimientos completamente distintos, hablando públicamente de las maravillas de María. El cambio producido en estas personas corruptas de mente y corazón causó una santa impresión en el pueblo. (Hasta aquí Mons. Arnaldi).
            Este Arzobispo quiso ir él mismo con numerosos clérigos y su Vicario al lugar de la imagen para comprobar la verdad de los hechos, y encontró allí a miles de devotos. Ordenó la restauración de la efigie, que estaba algo fracturada en varias partes, y habiendo recaudado ya la suma de seiscientos escudos en piadosas oblaciones, encargó a hábiles artistas que diseñaran un templo, insistiendo en que los cimientos se colocaran con sumo cuidado.
            Para favorecer la gloria de María y la devoción de los fieles a tan gran Madre, ordenó que se cubriera temporal pero decentemente el nicho donde se venera la imagen taumaturga, y que se erigiera allí un altar para celebrar la Santa Misa.

            Estas disposiciones fueron de indecible consuelo para los fieles, y a partir de entonces el número de personas de toda condición creció diariamente.

            La devota imagen no tenía título propio, y el piadoso Arzobispo juzgó que debía venerarse con el nombre de Auxilium Christianorum, como parecía más adecuado a la actitud que presentaba. También dispuso que siempre hubiera un sacerdote custodiando el Santuario o, al menos, algún laico de conocida probidad.
            El informe de este prelado concluye con el relato de un nuevo rasgo de la bondad de María obrado tras la invocación a los “pies” de esta imagen.
            Una joven de Acquaviva estaba en proceso de prueba en este Monasterio de Santa María de la Estrella, donde debía vestir el hábito de conversa. Una enfermedad reumática general la invadió de tal modo que, paralizados todos sus miembros, se vio obligada a regresar con su familia.

            Por muchos remedios que probaran por los providentes padres, nunca pudo curarse; y hacía cuatro años que yacía en cama, víctima de una dolencia crónica. Al oír las gracias de esta efigie taumatúrgica, deseó que la llevaran allí en un carruaje, y en cuanto se encontró ante la venerable imagen, experimentó una notable mejoría. Se dice que otras gracias singulares han sido obtenidas por personas de Fuligno.

            La devoción a María crece siempre de un modo muy consolador para mi corazón. Bendito sea siempre Dios, que en su misericordia se ha dignado reavivar la fe en toda Umbría con la prodigiosa manifestación de su gran Madre María. Bendita sea la Santísima Virgen que con esta manifestación se dignó señalar con preferencia la Archidiócesis de Spoleto.
            Benditos sean Jesús y María, que con esta misericordiosa manifestación abren los corazones de los católicos a una esperanza más viva.

            Spoleto, 17 de mayo de 1862.

† GIOVANNI BATTISTA ARNALDI.

            Así, la venerable imagen de María Auxiliadora cerca de Spoleto, pintada en 1570, que permaneció casi tres siglos sin honor, se ha elevado a la más alta gloria en nuestros tiempos por las gracias que la Reina del Cielo concede a sus devotos en ese lugar: y ese humilde lugar se ha convertido en un verdadero santuario, al que acuden gentes de todo el mundo. Los devotos y benéficos hijos de María dieron muestras de gratitud con conspicuas oblaciones, gracias a las cuales pudieron ponerse los cimientos de un majestuoso templo, que pronto alcanzará su deseada culminación.

(continuación)




El sueño de las dos columnas

Entre los sueños de Don Bosco, uno de los más conocidos es el llamado “Sueño de las dos columnas”. Lo contó la noche del 30 de mayo de 1862.

            «Os quiero contar un sueño. Es cierto que el que sueña no razona; con todo yo que os contaría a vosotros hasta mis pecados si no temiese que salieseis huyendo asustados, o que se cayese la casa, os lo voy a contar para vuestro bien espiritual. Este sueño lo tuve hace algunos días.

            Figuraos que estáis conmigo a la orilla del mar, o mejor, sobre un escollo aislado, desde el cual no divisáis más tierra que la que tenéis debajo de los pies. En toda aquella superficie líquida se ve una multitud incontable de naves dispuestas en orden de batalla, cuyas proas terminan en un afilado espolón de hierro a modo de lanza que hiere y traspasa todo aquello contra lo cual llega a chocar. Dichas naves están armadas de cañones, cargadas de fusiles y de armas de diferentes clases; de material incendiario y también de libros, y se dirigen contra otra embarcación mucho más grande y más alta, intentando clavarle el espolón, incendiarla o al menos hacerle el mayor daño posible.
            A esta majestuosa nave, provista de todo, hacen escolta numerosas navecillas que de ella reciben las órdenes, realizando las oportunas maniobras para defenderse de la flota enemiga. El viento le es adverso y la agitación del mar favorece a los enemigos.
            En medio de la inmensidad del mar se levantan, sobre las olas, dos robustas columnas, muy altas, poco distantes la una de la otra. Sobre una de ellas campea la estatua de la Virgen Inmaculada, a cuyos pies se ve un amplio cartel con esta inscripción: Auxilium Christianorum. (Auxilio de los cristianos). Sobre la otra columna, que es mucho más alta y más gruesa, hay una Hostia de tamaño proporcionado al pedestal y debajo de ella otro cartel con estas palabras: Salus credentium. (Salvación de los que creen).
            El comandante supremo de la nave mayor, que es el Romano Pontífice, al apreciar el furor de los enemigos y la situación apurada en que se encuentran sus leales, piensa en convocar a su alrededor a los pilotos de las naves subalternas para celebrar consejo y decidir la conducta a seguir. Todos los pilotos suben a la nave capitana y se congregan alrededor del Papa. Celebran consejo; pero al comprobar que el viento arrecia cada vez más y que la tempestad es cada vez más violenta, son enviados a tomar nuevamente el mando de sus naves respectivas.
            Restablecida por un momento la calma, el Papa reúne por segunda vez a los pilotos, mientras la nave capitana continúa su curso; pero la borrasca se torna nuevamente espantosa.
            El Pontífice empuña el timón y todos sus esfuerzos van encaminados a dirigir la nave hacia el espacio existente entre aquellas dos columnas, de cuya parte superior penden numerosas áncoras y gruesas argollas unidas a robustas cadenas.
            Las naves enemigas dispónense todas a asaltarla, haciendo lo posible por detener su marcha y por hundirla. Unas con los escritos, otras con los libros, con materiales incendiarios de los que cuentan gran abundancia, materiales que intentan arrojar a bordo; otras con los cañones, con los fusiles, con los espolones: el combate se torna cada vez más encarnizado. Las proas enemigas chocan contra ella violentamente, pero sus esfuerzos y su ímpetu resultan inútiles. En vano reanudan el ataque y gastan energías y municiones: la gigantesca nave prosigue segura y serena su camino. A veces sucede que, por efecto de las acometidas de que se le hace objeto, muestra en sus flancos una larga y profunda hendidura; pero, apenas producido el daño, sopla un viento suave de las dos columnas y las vías de agua se cierran y las brechas desaparecen.
            Disparan entre tanto los cañones de los asaltantes, y, al hacerlo, revientan, se rompen los fusiles, lo mismo que las demás armas y espolones. Muchas naves se abren y se hunden en el mar. Entonces, los enemigos, llenos de furor, comienzan a luchar empleando el arma corta, las manos, los puños, las injurias, las blasfemias, maldiciones, y así continúa el combate.
            Cuando he aquí que el Papa cae herido gravemente. Inmediatamente los que le acompañan acuden a ayudarle y le sujetan. El Pontífice es herido por segunda vez, cae nuevamente y muere. Un grito de victoria y de alegría resuena entre los enemigos; sobre las cubiertas de sus naves reina un júbilo indecible. Pero apenas muerto el Pontífice, otro ocupa el puesto vacante. Los pilotos reunidos lo han elegido inmediatamente de suerte que la ((171)) noticia de la muerte del Papa llega con la de la elección de su sucesor. Los enemigos comienzan a desanimarse.
            El nuevo Pontífice, venciendo y superando todos los obstáculos, guía la nave hacia las dos columnas, y, al llegar al espacio comprendido entre ambas, las amarra con una cadena que pende de la proa a un áncora de la columna de la Hostia; y con otra cadena que pende de la popa la sujeta de la parte opuesta a otra áncora colgada de la columna que sirve de pedestal a la Virgen Inmaculada.
            Entonces se produce una gran confusión. Todas las naves que hasta aquel momento habían luchado contra la embarcación capitaneada por el Papa, se dan a la fuga, se dispersan, chocan entre sí y se destruyen mutuamente. Unas al hundirse procuran hundir a las demás. Otras navecillas, que han combatido valerosamente a las órdenes del Papa, son las primeras en llegar a las columnas donde quedan amarradas.
            Otras naves, que por miedo al combate se habían retirado y se encuentran muy distantes, continúan observando prudentemente los acontecimientos, hasta que, al desaparecer en los abismos del mar los restos de las naves destruidas, bogan aceleradamente hacia las dos columnas, y allí permanecen tranquilas y serenas, en compañía de la nave capitana ocupada por el Papa. En el mar reina una calma absoluta.
            Al llegar a este punto del relato, don Bosco preguntó a don Miguel Rúa:
            – ¿Qué piensas de esta narración?
            Don Miguel Rúa contestó:
            – Me parece que la nave del Papa es la Iglesia de la que es cabeza: las otras naves representan a los hombres y el mar al mundo. Los que defienden a la embarcación del Pontífice son los leales a la Santa Sede; los otros, sus enemigos, que con toda suerte de armas intentan aniquilarla. Las dos columnas salvadoras me parece que son la devoción a María Santísima y al Santísimo Sacramento de la Eucaristía.
            Don Miguel Rúa no hizo referencia al Papa caído y muerto y don Bosco nada dijo tampoco sobre este particular. Solamente añadió: – Has dicho bien. Solamente habría que corregir una expresión. Las naves de los enemigos son las persecuciones. Se preparan días difíciles para la Iglesia. Lo que hasta ahora ha sucedido es casi nada en comparación de lo que tiene que suceder. Los enemigos de la Iglesia están representados por las naves que intentan hundir la nave principal y aniquilarla si pudiesen. ¡Sólo quedan dos medios para salvarse en medio de tanto desconcierto! Devoción a María. Frecuencia de sacramentos: comunión frecuente, empleando todos los recursos para practicarlos nosotros y para hacerlos practicar a los demás siempre y, en todo momento. ¡Buenas noches! ».
(M.B. VII, 169-171).

* * *

            El Siervo de Dios Cardenal Schuster, Arzobispo de Milán, dio tanta importancia a esta visión que, en 1953, estando en Turín como Legado Pontificio al Congreso Eucarístico Nacional, en la noche del 13 de septiembre, durante el solemne Pontifical de clausura, en la Piazza Vittorio, abarrotada de gente, dio a este sueño una parte relevante de su Homilía.
            Dijo entre otras cosas: “En esta hora solemne, en la Turín Eucarística del Cottolengo y de Don Bosco, me viene a la memoria una visión profética que el Fundador del Templo de María Auxiliadora narró a los suyos en mayo de 1862. Le pareció ver cómo la flota de la Iglesia era batida aquí y allá por las olas de una horrible tempestad; tanto que, en un momento dado, el comandante supremo de la nave capitana -Pío IX- convocó a consejo a los jerarcas de las naves menores.
            Desgraciadamente, la tempestad, que bramaba cada vez más amenazadora, interrumpió el Concilio Vaticano en medio (hay que señalar que Don Bosco anunció estos acontecimientos ocho años antes de que tuvieran lugar). En los avatares de aquellos años, dos veces sucumbieron al parto los mismos Sumos Jerarcas. Cuando ocurrió la tercera, en medio del océano embravecido comenzaron a surgir dos pilares, en cuya cúspide triunfaban los símbolos de la Eucaristía y de la Virgen Inmaculada.
            Ante aquella aparición, el nuevo Pontífice -el Beato Pío X- se animó y, con una firme cadena, enganchó la nave capital de Pedro a aquellos dos sólidos pilares, bajando las anclas al mar.
            Entonces, las naves menores comenzaron a remar enérgicamente para agruparse en torno a la nave del Papa, escapando así del naufragio.
            La historia confirmó la profecía del Vidente. El inicio pontificio de Pío X con el ancla en su escudo coincidió precisamente con el quincuagésimo año jubilar de la proclamación dogmática de la Inmaculada Concepción de María, y se celebró en todo el mundo católico. Todos los antiguos recordamos el 8 de diciembre de 1904, cuando el Pontífice, en San Pedro, rodeó la frente de la Inmaculada Concepción con una preciosa corona de gemas, consagrando a la Madre toda la familia que Jesús Crucificado le había encomendado.
            Llevar a los niños inocentes y enfermos a la Mesa Eucarística también entró a formar parte del programa del generoso Pontífice, que quería restaurar el mundo entero en Cristo. Así fue como, mientras vivió Pío X, no hubo guerra, y mereció el título de Pontífice pacífico de la Eucaristía.
            Desde entonces las condiciones internacionales no han mejorado realmente; de modo que la experiencia de tres cuartos de siglo confirma que la barca del pescador en el mar tempestuoso sólo puede esperar la salvación enganchándose a las dos columnas de la Eucaristía y de María Auxiliadora, que se apareció a Don Bosco en sueños” (L’Italia, 13 de septiembre de 1953).

            El mismo santo Card. Schuster, dijo una vez a un salesiano: “He visto reproducida la visión de las dos columnas. Diga a sus Superiores que la hagan reproducir en estampas y postales, y que la difundan por todo el mundo católico, porque esta visión de Don Bosco es de gran actualidad: la Iglesia y el pueblo cristiano se salvarán por estas dos devociones: la Eucaristía y María, Auxilio de los Cristianos”.

don Pedro ZERBINO, sdb