Mons. Giuseppe Malandrino y el Siervo de Dios Nino Baglieri

El pasado 3 de agosto de 2025, día en que se celebra la fiesta de la Patrona de la Diócesis de Noto, María Scala del Paradiso, monseñor Giuseppe Malandrino, IX obispo de la diócesis netina, regresó a la Casa del Padre. 94 años de edad, 70 años de sacerdocio y 45 años de consagración episcopal son cifras respetables para un hombre que sirvió a la Iglesia como Pastor con «el olor a oveja», como a menudo destacaba el Papa Francisco.

Pararrayos de la humanidad
Durante su experiencia como pastor de la Diócesis de Noto (19.06.1998 – 15.07.2007), tuvo la oportunidad de cultivar la amistad con el Siervo de Dios Nino Baglieri. Casi nunca faltaba una «parada» en casa de Nino cuando los motivos pastorales lo llevaban a Módica. En uno de sus testimonios, Mons. Malandrino dice: «…encontrándome al lado de Nino, tenía la viva percepción de que este amado hermano enfermo nuestro era verdaderamente un «pararrayos de la humanidad», según una concepción de los que sufren que me es muy querida y que quise proponer también en la Carta Pastoral sobre la misión permanente «Seréis mis testigos» (2003). Escribe Mons. Malandrino: «Es necesario reconocer en los enfermos y sufrientes el rostro de Cristo sufriente y asistirlos con la misma solicitud y con el mismo amor de Jesús en su pasión, vivida en espíritu de obediencia al Padre y de solidaridad con los hermanos». Esto fue plenamente encarnado por la queridísima madre de Nino, la señora Peppina. Ella, una mujer siciliana típica, con un carácter fuerte y mucha determinación, responde al médico que le propone la eutanasia para su hijo (dadas las graves condiciones de salud y la perspectiva de una vida de paralítico): «si el Señor lo quiere, se lo lleva, pero si me lo deja así, estoy contenta de cuidarlo toda la vida». ¿Era consciente la madre de Nino, en ese momento, de lo que le esperaba? ¿Era consciente María, la madre de Jesús, de cuánto dolor tendría que sufrir por el Hijo de Dios? La respuesta, si se lee con ojos humanos, no parece fácil, sobre todo en nuestra sociedad del siglo XXI donde todo es lábil, fluctuante, se consume en un «instante». El Fiat de mamá Peppina se convirtió, como el de María, en un Sí de Fe y de adhesión a esa voluntad de Dios que encuentra cumplimiento en saber llevar la Cruz, en saber dar «alma y cuerpo» a la realización del Plan de Dios.

Del sufrimiento a la alegría
La relación de amistad entre Nino y Mons. Malandrino ya había comenzado cuando este último era todavía obispo de Acireale; de hecho, ya en el lejano 1993, a través del Padre Attilio Balbinot, un camiliano muy cercano a Nino, le obsequió su primer libro: «Del sufrimiento a la alegría». En la experiencia de Nino, la relación con el Obispo de su diócesis era una relación de filiación total. Desde el momento de su aceptación del Plan de Dios sobre él, hacía sentir su presencia «activa» ofreciendo los sufrimientos por la Iglesia, el Papa y los Obispos (así como los sacerdotes y los misioneros). Esta relación de filiación se renovaba anualmente con motivo del 6 de mayo, día de la caída, visto luego como el misterioso inicio de un renacimiento. El 8 de mayo de 2004, pocos días después de que Nino celebrara el 36º aniversario de la Cruz, Mons. Malandrino fue a su casa. Él, en recuerdo de ese encuentro, escribe en sus memorias: «es siempre una gran alegría cada vez que la veo y recibo tanta energía y fuerza para llevar mi Cruz y ofrecerla con tanto Amor por las necesidades de la Santa Iglesia y en particular por mi Obispo y por nuestra Diócesis, que el Señor le dé cada vez más santidad para guiarnos por muchos años siempre con más ardor y amor…». Y también: «… la Cruz es pesada pero el Señor me concede tantas Gracias que hacen que el sufrimiento sea menos amargo y se vuelva ligero y suave, la Cruz se convierte en Don, ofrecida al Señor con tanto Amor para la salvación de las almas y la Conversión de los Pecadores…». Finalmente, cabe destacar cómo, en estas ocasiones de gracia, nunca faltaba la apremiante y constante petición de «ayuda para hacerse Santo con la Cruz de cada día». Nino, de hecho, quería absolutamente hacerse santo.

Una beatificación anticipada
Un momento de gran relevancia fueron, en este sentido, las exequias del Siervo de Dios el 3 de marzo de 2007, cuando el propio Mons. Malandrino, al inicio de la Celebración Eucarística, se inclinó con devoción, aunque con dificultad, para besar el ataúd que contenía los restos mortales de Nino. Era un homenaje a un hombre que había vivido 39 años de su existencia en un cuerpo que «no sentía» pero que desprendía alegría de vivir en 360 grados. Mons. Malandrino subrayó que la celebración de la Misa, en el patio de los Salesianos, convertido para la ocasión en «catedral» a cielo abierto, había sido una auténtica apoteosis (participaron miles de personas en lágrimas) y se percibía clara y comunitariamente que no se trataba de un funeral, sino de una verdadera «beatificación». Nino, con su testimonio de vida, se había convertido de hecho en un punto de referencia para muchos, jóvenes o no tan jóvenes, laicos o consagrados, madres o padres de familia, que gracias a su valioso testimonio lograban leer su propia existencia y encontrar respuestas que no lograban encontrar en otro lugar. También Mons. Malandrino ha subrayado varias veces este aspecto: «en efecto, cada encuentro con el queridísimo Nino fue para mí, como para todos, una fuerte y viva experiencia de edificación y un potente –en su dulzura– estímulo a la paciente y generosa donación. La presencia del Obispo le confería cada vez una inmensa alegría porque, además del afecto del amigo que venía a visitarlo, percibía la comunión eclesial. Es obvio que lo que recibía de él era siempre mucho más de lo poco que yo podía darle». El «clavo» fijo de Nino era «hacerse santo»: el haber vivido y encarnado plenamente el evangelio de la Alegría en el Sufrimiento, con sus padecimientos físicos y su donación total por la amada Iglesia, hicieron que todo no terminara con su partida hacia la Jerusalén del Cielo, sino que continuara aún, como subrayó Mons. Malandrino en las exequias: «… la misión de Nino continúa ahora también a través de sus escritos, Él mismo lo había anunciado en su Testamento espiritual»: «… mis escritos continuarán mi testimonio, seguiré dando Alegría a todos y hablando del Gran Amor de Dios y de las Maravillas que ha hecho en mi vida». Esto todavía se está cumpliendo porque no puede estar escondida «una ciudad asentada sobre un monte, ni se enciende una lámpara para ponerla debajo del almud, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en casa» (Mateo 5, 14-16). Metafóricamente se quiere subrayar que la «luz» (entendida en sentido amplio) debe ser visible, tarde o temprano: lo que es importante saldrá a la luz y será reconocido.
Volver a estos días –marcados por la muerte de Mons. Malandrino, por sus funerales en Acireale (5 de agosto, Madonna della Neve) y en Noto (7 de agosto) con la posterior sepultura en la catedral que él mismo quiso con fuerza que se reestructurara tras el derrumbe del 13 de marzo de 1996 y que fue reabierta en marzo de 2007 (mes en que murió Nino Baglieri)– significa recorrer este vínculo entre dos grandes figuras de la Iglesia netina, fuertemente entrelazadas y ambas capaces de dejar en ella una huella que no se borra.

Roberto Chiaramonte




Con Nino Baglieri peregrino de la Esperanza, en el camino del Jubileo

El recorrido del Jubileo 2025, dedicado a la Esperanza, encuentra un testigo luminoso en la historia del Siervo de Dios Nino Baglieri. Desde la dramática caída que lo dejó tetrapléjico a los diecisiete años hasta su renacimiento interior en 1978, Baglieri pasó de la sombra de la desesperación a la luz de una fe activa, transformando su lecho de dolor en un púlpito de alegría. Su historia entrelaza los cinco signos jubilares – peregrinación, puerta, profesión de fe, caridad y reconciliación – mostrando que la esperanza cristiana no es evasión, sino fuerza que abre el futuro y sostiene cada camino.

1. Esperar como espera
            La esperanza, según el diccionario en línea Treccani, es un sentimiento de “expectativa confiada en la realización, presente o futura, de lo que se desea”. La etimología del sustantivo “esperanza” deriva del latín spes, a su vez derivado de la raíz sánscrita spa- que significa tender hacia una meta. En español, “esperar” y “aguardar” se traducen con el verbo esperar, que engloba en una sola palabra ambos significados: como si solo se pudiera aguardar lo que se espera. Este estado de ánimo nos permite afrontar la vida y sus desafíos con coraje y una luz en el corazón siempre encendida. La esperanza se expresa – en positivo o en negativo – también en algunos proverbios de la sabiduría popular: “La esperanza es lo último que muere”, “Mientras hay vida hay esperanza”, “Quien vive de esperanza, desesperado muere”.
            Casi recogiendo este “sentir compartido” sobre la esperanza, pero consciente de la necesidad de ayudar a redescubrir la esperanza en su dimensión más plena y verdadera, el Papa Francisco quiso dedicar el Jubileo Ordinario de 2025 a la Esperanza (Spes non confundit [La esperanza no defrauda] es la bula de convocatoria) y ya en 2014 decía: “La resurrección de Jesús no es el final feliz de un cuento bonito, no es el happy end de una película; sino la intervención de Dios Padre donde se quiebra la esperanza humana. En el momento en que todo parece perdido, en el momento del dolor, cuando muchas personas sienten la necesidad de bajar de la cruz, es el momento más cercano a la resurrección. La noche se vuelve más oscura justo antes de que comience la mañana, antes de que empiece la luz. En el momento más oscuro interviene Dios y resucita” (cf. Audiencia del 16 de abril de 2014).
            En este contexto encaja perfectamente la historia del Siervo de Dios Nino Baglieri (Modica, 1 de mayo de 1951 – 2 de marzo de 2007), joven albañil de diecisiete años que, al caer de un andamio de diecisiete metros por el repentino colapso de una tabla, se estrelló contra el suelo quedando tetrapléjico: desde esa caída, el 6 de mayo de 1968, solo pudo mover la cabeza y el cuello, dependiendo de por vida de otros para todo, incluso para las cosas más simples y humildes. Nino ni siquiera podía estrechar la mano de un amigo o acariciar a su madre… y vio desvanecerse la posibilidad de realizar sus sueños. ¿Qué esperanza de vida tiene ahora este joven? ¿Con qué sentimientos puede enfrentarse? ¿Qué futuro le espera? La primera respuesta de Nino fue la desesperación, la oscuridad total ante una búsqueda de sentido que no encontraba respuesta: primero un largo peregrinar por hospitales de distintas regiones italianas, luego la compasión de amigos y conocidos llevó a Nino a rebelarse y encerrarse en diez largos años de soledad y rabia, mientras el túnel de la vida se hacía cada vez más profundo.
            En la mitología griega, Zeus confía a Pandora un jarrón que contiene todos los males del mundo: al destaparlo, los hombres pierden la inmortalidad y comienzan una vida de sufrimiento. Para salvarlos, Pandora vuelve a abrir el jarrón y libera elpis, la esperanza, que había quedado en el fondo: era el único antídoto contra las aflicciones de la vida. Mirando al Dador de todo bien, sabemos que «la esperanza no defrauda» (Rm 5,5). El Papa Francisco en Spes non confundit escribe: “En el signo de esta esperanza el apóstol Pablo infunde valor a la comunidad cristiana de Roma […] Todos esperan. En el corazón de cada persona está encerrada la esperanza como deseo y espera del bien, aunque no se sepa qué traerá el mañana. La imprevisibilidad del futuro, sin embargo, genera sentimientos a veces opuestos: desde la confianza al temor, de la serenidad al desaliento, de la certeza a la duda. A menudo encontramos personas desconfiadas, que miran al futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad. Que el Jubileo sea para todos ocasión de reavivar la esperanza” (ídem, 1).

2. De testigo de la “desesperación” a “embajador” de esperanza
            Volvemos entonces a la historia de nuestro Siervo de Dios, Nino Baglieri.
            Deben pasar diez largos años antes de que Nino salga del túnel de la desesperación, las densas tinieblas se disipen y entre la Luz. Era la tarde del 24 de marzo, Viernes Santo de 1978, cuando el padre Aldo Modica con un grupo de jóvenes fue a casa de Nino, impulsado por su madre Peppina y algunas personas que participaban en el camino de la Renovación en el Espíritu, entonces en sus inicios en la parroquia salesiana cercana. Nino escribe: “mientras invocaban al Espíritu Santo sentí una sensación extrañísima, un gran calor invadía mi cuerpo, un fuerte hormigueo en todas mis extremidades, como si una fuerza nueva entrara en mí y algo viejo saliera. En ese momento dije mi ‘sí’ al Señor, acepté mi cruz y renací a una vida nueva, me convertí en un hombre nuevo. Diez años de desesperación borrados en unos instantes, porque una alegría desconocida entró en mi corazón. Yo deseaba la curación de mi cuerpo y en cambio el Señor me concedía una alegría aún mayor: la curación espiritual”.
            Comienza para Nino un nuevo camino: de “testigo de la desesperación” se convierte en “peregrino de esperanza”. Ya no aislado en su pequeña habitación sino “embajador” de esta esperanza, narra su experiencia a través de un programa emitido por una radio local y – gracia aún mayor – el buen Dios le concede la alegría de poder escribir con la boca. Nino confiesa: “En marzo de 1979 el Señor me hizo un gran milagro, aprendí a escribir con la boca, así empecé, estaba con mis amigos que hacían los deberes, les pedí que me dieran un lápiz y un cuaderno, empecé a hacer signos y a dibujar algo, pero luego descubrí que podía escribir y así comencé a escribir”. Entonces comienza a redactar sus memorias y a tener contacto por carta con personas de toda clase y en varias partes del mundo, con miles de cartas que hasta hoy se conservan. La esperanza recuperada lo hace creativo, ahora Nino redescubre el gusto por las relaciones y quiere hacerse – en la medida de lo posible – independiente: con la ayuda de una varilla que usa con la boca y una goma elástica aplicada al teléfono, marca los números para comunicarse con muchas personas enfermas, para dirigirles una palabra de consuelo. Descubre una nueva manera de afrontar su condición de sufrimiento, que lo saca del aislamiento y lo lleva a ser testigo del Evangelio de la alegría y la esperanza: “Ahora hay mucha alegría en mi corazón, en mí ya no existe dolor, en mi corazón está Tu amor. Gracias Jesús, mi Señor, desde mi lecho de dolor quiero alabarte y con todo mi corazón quiero darte gracias porque me has llamado para conocer la vida, para conocer la verdadera vida”.
            Nino cambió de perspectiva, dio un giro de 360° – el Señor le regaló la conversión – puso su confianza en ese Dios misericordioso que, a través de la “desgracia”, lo llamó a trabajar en su viña, para ser signo y instrumento de salvación y esperanza. Así, muchas personas que iban a visitarlo para consolarlo salían consoladas, con lágrimas en los ojos: no encontraban en ese camastro a un hombre triste y apesadumbrado, sino un rostro sonriente que irradiaba – a pesar de tantos sufrimientos, entre ellos las llagas y problemas respiratorios – alegría de vivir: la sonrisa era constante en su rostro y Nino se sentía “útil desde un lecho de cruz”. Nino Baglieri es lo opuesto a muchas personas de hoy, siempre en busca del sentido de la vida, que apuntan al éxito fácil y a la felicidad de cosas efímeras y sin valor, vive on-line, consumen la vida en un clic, quieren todo y ya pero tienen los ojos tristes, apagados. Nino aparentemente no tenía nada, y sin embargo tenía paz y alegría en el corazón: no vivió aislado, sino sostenido por el amor de Dios expresado en el abrazo y la presencia de toda su familia y de cada vez más personas que lo conocen y se relacionan con él.

3. Avivar la esperanza
            Construir la esperanza es: cada vez que no me conformo con mi vida y me esfuerzo por cambiarla. Cada vez que no me dejo endurecer por las experiencias negativas y evito que me vuelvan desconfiado. Cada vez que caigo y trato de levantarme, que no permito que los miedos tengan la última palabra. Cada vez que, en un mundo marcado por los conflictos, elijo la confianza y relanzar siempre, con todos. Cada vez que no huyo del sueño de Dios que me dice: “quiero que seas feliz”, “quiero que tengas una vida plena… plena también de santidad”. La cima de la virtud de la esperanza es, de hecho, una mirada al Cielo para habitar bien la tierra o, como diría Don Bosco, caminar con los pies en la tierra y el corazón en el Cielo.
            En esta línea de esperanza se cumple el jubileo que, con sus signos, nos pide ponernos en camino, cruzar algunas fronteras.
            Primer signo, la peregrinación: cuando uno se mueve de un lugar a otro está abierto a lo nuevo, al cambio. Toda la vida de Jesús fue “ponerse en camino”, un camino de evangelización que se cumple en el don de la vida y luego más allá, con la Resurrección y la Ascensión.
            Segundo signo, la puerta: en Jn 10,9 Jesús afirma «Yo soy la puerta: si alguien entra por mí será salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto». Pasar la puerta es dejarse acoger, ser comunidad. En el evangelio también se habla de la “puerta estrecha”: el Jubileo se convierte en camino de conversión.
            Tercer signo, la profesión de fe: expresar la pertenencia a Cristo y a la Iglesia y declararlo públicamente.
            Cuarto signo, la caridad: la caridad es la contraseña para el cielo, en 1Pe 4,8 el apóstol Pedro amonesta «conservad entre vosotros una gran caridad, porque la caridad cubre multitud de pecados».
            Quinto signo, por tanto, la reconciliación y la indulgencia jubilar: es un “tiempo favorable” (cf. 2Cor 6,2) para experimentar la gran misericordia de Dios y recorrer caminos de acercamiento y perdón hacia los hermanos; para vivir la oración del Padre Nuestro donde se pide “perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Es convertirse en criaturas nuevas.
            También en la vida de Nino hay episodios que lo conectan – en el “hilo” de la esperanza – con estas dimensiones jubilares. Por ejemplo, el arrepentimiento por algunas travesuras de su infancia, como cuando, en tres (él cuenta), “robábamos las ofrendas de las Misas en la sacristía, nos servían para jugar al futbolín. Cuando encuentras malos compañeros te llevan por mal camino. Luego uno tomó el manojo de llaves del Oratorio y lo escondió en mi bolso de libros que estaba en el estudio; encontraron las llaves, llamaron a los padres, nos dieron dos bofetadas y nos echaron de la escuela. ¡Vergüenza!”. Pero sobre todo en la vida de Nino está la caridad, ayudar al hermano pobre, en la prueba física y moral, hacerse presente con quien tiene dificultades también psicológicas y alcanzar por escrito a los hermanos en la cárcel para testimoniarles la bondad y el amor de Dios. A Nino, que antes de la caída había sido albañil, “[me] gustaba construir con mis manos algo que quedara en el tiempo: también ahora – escribe – me siento un albañil que trabaja en el Reino de Dios, para dejar algo que perdure en el tiempo, para ver las Obras Maravillosas de Dios que realiza en nuestra Vida”. Confiesa: “mi cuerpo parece muerto, pero en mi pecho sigue latiendo mi corazón. Las piernas no se mueven, y sin embargo, por los caminos del mundo yo camino”.

4. Peregrino hacia el cielo
            Nino, cooperador salesiano consagrado de la gran Familia Salesiana, concluye su “peregrinación” terrenal el viernes 2 de marzo de 2007 a las 8:00 de la mañana, con solo 55 años, de los cuales 39 los pasó tetrapléjico entre cama y silla de ruedas, después de pedir perdón a la familia por las dificultades que tuvo que afrontar por su condición. Deja la escena de este mundo en ropa deportiva y zapatillas, como pidió expresamente, para correr por los verdes prados floridos y saltar como una cierva junto a los cursos de agua. Leemos en su Testamento espiritual: “nunca dejaré de darte gracias, oh, Señor, por haberme llamado a Ti a través de la Cruz el 6 de mayo de 1968. Una cruz pesada para mis jóvenes fuerzas…”. El 2 de marzo la vida – don continuo que parte de los padres y se alimenta poco a poco con asombro y belleza – inserta para Nino Baglieri su pieza más importante: el abrazo con su Señor y Dios, acompañado por la Virgen.
            Al conocerse su partida, de muchas partes surge un coro unánime: «ha muerto un santo», un hombre que hizo de su lecho de cruz el estandarte de la vida plena, don para todos. Por tanto, un gran testigo de esperanza.
            Pasados 5 años de su muerte, así como lo prevén las Normae Servandae in Inquisitionibus ab Episcopis faciendis in Causis Sanctorum de 1983, el obispo de la Diócesis de Noto, a petición del Postulador General de la Congregación Salesiana, escuchada la Conferencia Episcopal Siciliana y obtenido el Nihil obstat de la Santa Sede, abre la Investigación Diocesana de la Causa de Beatificación y Canonización del Siervo de Dios Nino Baglieri.
            El proceso diocesano, que duró 12 años, se desarrolló a lo largo de dos líneas principales: el trabajo de la Comisión de Historia que buscó recogió, estudió y presentó muchas fuentes, sobre todo escritos “del” y “sobre” el Siervo de Dios; el Tribunal Eclesiástico, titular de la Investigación, que también escuchó bajo juramento a los testigos.
            Este camino concluyó el pasado 5 de mayo de 2024 en presencia de monseñor Salvatore Rumeo, actual obispo de la diócesis de Noto. Pocos días después los Actos procesales fueron entregados al Dicasterio para las Causas de los Santos que procedió a su apertura el 21 de junio de 2024. A principios de 2025, el mismo Dicasterio decretó su “Validez Jurídica”, con lo que la fase romana de la Causa puede entrar en su desarrollo.
            Ahora la aportación a la Causa continúa también dando a conocer la figura de Nino que al final de su camino terrenal recomendó: “no me dejéis sin hacer nada. Yo continuaré desde el cielo mi misión. Os escribiré desde el Paraíso”.
            El camino de la esperanza en su compañía se convierte así en deseo del Cielo, cuando “nos encontraremos cara a cara con la belleza infinita de Dios (cf. 1Cor 13,12) y podremos leer con gozosa admiración el misterio del universo, que participará junto a nosotros de la plenitud sin fin […]. Mientras tanto, nos unimos para hacernos cargo de esta casa que se nos ha confiado, sabiendo que lo bueno que hay en ella será asumido en la fiesta del cielo. Junto con todas las criaturas, caminamos por esta tierra buscando a Dios […] ¡Caminamos cantando!” (cf. Laudato Si, 243-244).

Roberto Chiaramonte




Los chicos del cementerio

El drama de los jóvenes abandonados sigue resonando en el mundo contemporáneo. Las estadísticas hablan de unos 150 millones de jóvenes obligados a vivir en la calle, una realidad que se manifiesta de forma dramática también en Monrovia, capital de Liberia. Con motivo de la fiesta de San Juan Bosco, en Viena, se llevó a cabo una campaña de sensibilización promovida por Jugend Eine Welt, una iniciativa que puso de relieve no solo la situación local, sino también las dificultades encontradas en países lejanos, como Liberia, donde el salesiano Lothar Wagner dedica su vida a dar una esperanza a estos jóvenes.

Lothar Wagner: un salesiano que dedica su vida a los chicos de la calle en Liberia
Lothar Wagner, salesiano coadjutor alemán, ha dedicado más de veinte años de su vida al apoyo de los chicos en África Occidental. Después de haber madurado experiencias significativas en Ghana y Sierra Leona, en los últimos cuatro años se ha concentrado con pasión en Liberia, un país marcado por conflictos prolongados, crisis sanitarias y devastaciones como la epidemia de Ébola. Lothar se ha hecho portavoz de una realidad a menudo ignorada, donde las cicatrices sociales y económicas comprometen las oportunidades de crecimiento para los jóvenes.

Liberia, con una población de 5,4 millones de habitantes, es un país en el que la pobreza extrema se acompaña de instituciones frágiles y una corrupción generalizada. Las consecuencias de décadas de conflictos armados y crisis sanitarias han dejado el sistema educativo entre los peores del mundo, mientras que el tejido social se ha desgastado bajo el peso de dificultades económicas y falta de servicios esenciales. Muchas familias no consiguen garantizar a sus hijos las necesidades primarias, empujando así a un gran número de jóvenes a buscar refugio en la calle.

En particular, en Monrovia, algunos chicos encuentran refugio en los lugares más inesperados: los cementerios de la ciudad. Conocidos como «chicos del cementerio», estos jóvenes, privados de una vivienda segura, se refugian entre las tumbas, lugar que se convierte en símbolo de un abandono total. Dormir al aire libre, en los parques, en los vertederos, incluso en las alcantarillas o dentro de tumbas, se ha convertido en el trágico refugio cotidiano para quien no tiene otra opción.

“Es realmente muy conmovedor cuando se camina por el cementerio y se ven chicos que salen de las tumbas. Se acuestan con los muertos porque ya no tienen un lugar en la sociedad. Una situación así es escandalosa”.

Un enfoque múltiple: del cementerio a las celdas de detención
No solo los chicos de los cementerios están en el centro de la atención de Lothar. El salesiano se dedica también a otra realidad dramática: la de los detenidos menores de edad en las prisiones liberianas. La prisión de Monrovia, construida para 325 detenidos, alberga hoy a más de 1.500 prisioneros, entre ellos muchos jóvenes encarcelados sin una acusación formal. Las celdas, extremadamente superpobladas, son un claro ejemplo de cómo la dignidad humana es a menudo sacrificada.

“Falta comida, agua limpia, estándares higiénicos, asistencia médica y psicológica. El hambre constante y la dramática situación espacial a causa de la superpoblación debilitan enormemente la salud de los chicos. En una pequeña celda, proyectada para dos detenidos, están encerrados ocho-diez jóvenes. Se duerme por turnos, porque esta dimensión de la celda ofrece espacio solo de pie a sus numerosos habitantes”.

Para hacer frente a esta situación, organiza visitas diarias en la prisión, llevando agua potable, comidas calientes y un apoyo psicosocial que se convierte en un ancla de salvación. Su presencia constante es fundamental para tratar de restablecer un diálogo con las autoridades y las familias, sensibilizando también sobre la importancia de tutelar los derechos de los menores, a menudo olvidados y abandonados a un destino infausto. «No los dejamos solos en su soledad, sino que tratamos de donarles una esperanza», subraya Lothar con la firmeza de quien conoce el dolor cotidiano de estas jóvenes vidas.

Una jornada de sensibilización en Viena
El apoyo a estas iniciativas pasa también por la atención internacional. El 31 de enero, en Viena, Jugend Eine Welt organizó una jornada dedicada a evidenciar la precaria situación de los chicos de la calle, no solo en Liberia, sino en todo el mundo. Durante el evento, Lothar Wagner compartió sus experiencias con estudiantes y participantes, involucrándolos en actividades prácticas -como el uso de una cinta de señalización para simular las condiciones de una celda superpoblada- para hacer comprender en primera persona las dificultades y la angustia de los jóvenes que viven cotidianamente en espacios mínimos y en condiciones degradantes.

Además de las emergencias cotidianas, el trabajo de Lothar y de sus colaboradores se concentra también en intervenciones a largo plazo. Los misioneros salesianos, de hecho, están comprometidos en programas de rehabilitación que van desde el apoyo educativo a la formación profesional para los jóvenes detenidos, hasta la asistencia legal y espiritual. Estas intervenciones miran a reintegrar a los chicos en la sociedad una vez liberados, ayudándolos a construir un futuro digno y lleno de posibilidades. El objetivo es claro: ofrecer no solo una ayuda inmediata, sino crear un camino que consienta a los jóvenes desarrollar sus propias potencialidades y contribuir activamente al renacimiento del país.

Las iniciativas se extienden también a la construcción de centros de formación profesional, escuelas y estructuras de acogida, con la esperanza de ampliar el número de jóvenes beneficiarios y garantizar un apoyo constante, día y noche. El testimonio de éxito de muchos ex “chicos del cementerio” -algunos de los cuales se han convertido en profesores, médicos, abogados y empresarios- es la confirmación tangible de que, con el apoyo adecuado, la transformación es posible.

A pesar del compromiso y la dedicación, el camino está plagado de obstáculos: la burocracia, la corrupción, la desconfianza de los chicos y la falta de recursos representan desafíos cotidianos. Muchos jóvenes, marcados por abusos y explotación, tienen dificultades para confiar en los adultos, haciendo aún más ardua la tarea de instaurar una relación de confianza y de oferta de un apoyo real y duradero. Sin embargo, cada pequeño éxito -cada joven que recupera la esperanza y empieza a construir un futuro- confirma la importancia de este trabajo humanitario.

El camino emprendido por Lothar y por sus colaboradores testimonia que, a pesar de las dificultades, es posible hacer la diferencia en la vida de los chicos abandonados. La visión de una Liberia en la que cada joven pueda realizar su propio potencial se traduce en acciones concretas, desde la sensibilización internacional a la rehabilitación de los detenidos, pasando por programas educativos y proyectos de acogida. El trabajo, impregnado de amor, solidaridad y una presencia constante, representa un faro de esperanza en un contexto en el que la desesperación parece prevalecer.
En un mundo marcado por el abandono y la pobreza, las historias de renacimiento de los chicos de la calle y de los jóvenes detenidos son una invitación a creer que, con el apoyo adecuado, cada vida puede resurgir. Lothar Wagner continúa luchando para garantizar a estos jóvenes no solo un refugio, sino también la posibilidad de reescribir su propio destino, demostrando que la solidaridad puede realmente cambiar el mundo.




Perfiles de familias heridas en la historia de la santidad salesiana

1. Historias de familias heridas
            Estamos acostumbrados a imaginar la familia como una realidad armoniosa, caracterizada por la coexistencia de varias generaciones y por el papel guía de los padres que establecen la norma y de los hijos que, al aprenderla, son guiados por ellos en la experiencia de la realidad. Sin embargo, a menudo las familias se ven atravesadas por dramas e incomprensiones, o marcadas por heridas que agreden su configuración óptima y devuelven una imagen distorsionada, falsificada y engañosa.
            También la historia de la santidad salesiana está atravesada por historias de familias heridas: familias donde falta al menos una de las figuras parentales, o donde la presencia de mamá y papá se convierte, por diversas razones (físicas, psíquicas, morales y espirituales), en un obstáculo para sus hijos, hoy en camino hacia los honores de los altares. El mismo Don Bosco, que había experimentado la muerte prematura de su padre y el alejamiento de la familia por la prudente voluntad de Mamá Margarita, quiere – no es casualidad – que la obra salesiana esté particularmente dedicada a la «juventud pobre y abandonada» y no duda en alcanzar a los jóvenes que se han formado en su oratorio con una intensa pastoral vocacional (demostrando que ninguna herida del pasado es un obstáculo para una vida humana y cristiana plena). Por lo tanto, es natural que la misma santidad salesiana, que se nutre de las existencias de muchos jóvenes de Don Bosco que luego fueron consagrados a través de él a la causa del Evangelio, lleve en sí – como lógica consecuencia – la huella de familias heridas.
            De estos chicos y chicas que crecieron en contacto con las obras salesianas se quieren presentar tres, cuyas historias se “inserten” en el surco biográfico de Don Bosco. Los protagonistas son:
            – la beata Laura Vicuña, nacida en Chile en 1891, huérfana de padre y cuya madre inicia en Argentina una convivencia con el rico propietario Manuel Mora; Laura, por lo tanto, herida por la situación de irregularidad moral de su madre, está dispuesta a ofrecer su vida por ella;
            – el siervo de Dios Carlo Braga, valtellinense de 1889, abandonado de pequeño por su padre y cuya madre es alejada porque se la considera, por una mezcla de ignorancia y maledicencia, psíquicamente inestable; Carlo, por lo tanto, que enfrenta grandes humillaciones y verá su vocación salesiana puesta en dificultades en varias ocasiones por aquellos que temen en él un comprometedor resurgimiento del malestar psíquico falsamente atribuido a su madre;
            – finalmente, la sierva de Dios Anna María Lozano, que nace en 1883 en Colombia, sigue con su familia a su padre en el lazareto, donde se ve obligado a trasladarse tras la aparición de la terrible lepra, será obstaculizada en su vocación religiosa, pero podrá finalmente realizarla gracias al encuentro providencial con el salesiano Luigi Variara, beato.

2. Don Bosco y la búsqueda del padre
            Como Laura, Carlo y Anna María – marcados por la ausencia o las “heridas” de una o más figuras parentales – antes que ellos, y en cierto sentido “por ellos”, también Don Bosco experimenta la falta de un núcleo familiar fuerte.
            Las Memorias del Oratorio deben pronto detenerse en la precoz pérdida del padre: Francisco muere a los 34 años y Don Bosco – no sin recurrir a una expresión en ciertos aspectos desconcertante – reconoce que «Dios misericordioso los golpeó a todos con una grave desgracia». Así, entre los primeros recuerdos del futuro santo de los jóvenes se abre paso una experiencia desgarradora: la del cadáver del padre, de quien la madre intenta alejarlo, encontrando sin embargo su resistencia: «Yo quería absolutamente quedarme», explica Don Bosco, quien entonces añadió: «Si papá no viene, no quiero ir [me]». Margarita le responde entonces: «Pobre hijo, ven conmigo, ya no tienes padre». Ella llora y Juancito, que carece de una comprensión racional de la situación, pero intuye todo el drama con una intuición afectiva e identificativa, hace suya la tristeza de la madre: «Yo lloraba porque ella lloraba, ya que a esa edad no podía comprender cuánto gran infortunio era la pérdida del padre».
            Frente al papá muerto, Juancito demuestra considerarlo aún el centro de su vida. De hecho, dice: «no quiero ir [contigo, mamá]» y no, como esperaríamos: «no quiero venir». Su punto de referencia es el padre – punto de partida y deseable punto de retorno –, respecto al cual cada alejamiento parece desestabilizador. En el dramatismo de esos momentos, además, Juancito aún no ha comprendido qué significa la muerte del progenitor. De hecho, espera («si papá no viene…») que el padre aún pueda estar cerca de él: y sin embargo ya intuye su inmovilidad, su mutismo, su incapacidad de protegerlo y defenderlo, la imposibilidad de ser tomado de la mano por él para convertirse a su vez en un hombre. Las vicisitudes inmediatamente posteriores, además, confirman a Giovanni en la certeza de que el padre lo protege amorosamente, lo orienta y lo guía y que, cuando le falta, incluso la mejor de las madres, como lo es Margarita, puede proveer solo en parte. En su camino de chico exuberante, el futuro Don Bosco encuentra sin embargo a otros “padres”: los casi coetáneos Luis Comollo, que despierta en él la emulación de las virtudes, y san José Cafasso, que lo llama «mi querido amigo», le hace «un gesto amable para que se acerque» y, al hacerlo, lo confirma en la persuasión de que la paternidad es cercanía, confianza e interés concreto. Pero hay sobre todo don Calosso, el sacerdote que “intercepta” al rizado Juancito en ocasión de una “misión popular” y se convierte en determinante para su crecimiento humano y espiritual. Los gestos de don Calosso operan en el preadolescente Juancito una verdadera revolución. Don Calosso, ante todo, le habla. Luego le da voz. Después lo anima. Además: se interesa por la historia de la familia Bosco, demostrando saber contextualizar el “ahora” de ese chico en el “todo” de su historia. Además, le revela el mundo, de hecho, de alguna manera lo reintegra al mundo, haciéndole conocer cosas nuevas, regalándole nuevas palabras y demostrándole que tiene las capacidades para hacer mucho y bien. Finalmente, lo cuida con el gesto y con la mirada, y provee a sus necesidades más urgentes y reales: «Mientras yo hablaba, nunca me quitó la mirada de encima.
“Anímate amigo, yo pensaré en ti y en tus estudios”».
            En don Calosso, Juan Bosco hace, por lo tanto, la experiencia de que la verdadera paternidad merece una entrega total y totalizadora; conduce a la conciencia de sí mismo; abre un “mundo ordenado” donde la regla da seguridad y educa a la libertad:

«Yo me puse pronto en manos de don Calosso. Entonces conocí lo que significa tener una guía estable […], un amigo fiel del alma… Él me animó; todo el tiempo que podía lo pasaba cerca de él…. Desde esa época comencé a saborear lo que es la vida espiritual, ya que antes actuaba más bien materialmente y como una máquina que hace una cosa, sin saber la razón».
            El padre terrenal, sin embargo, también es aquel que siempre quisiera estar cerca del hijo, pero en un cierto momento ya no puede hacerlo. También don Calosso muere; incluso el mejor padre en un momento se hace a un lado, para otorgar al hijo la fuerza del desapego y de la autonomía propias de la edad adulta.
            ¿Cuál es entonces, para Don Bosco, la diferencia entre familias exitosas o fracasadas? Se podría estar tentado a decir que está toda aquí: “exitosa” es la familia caracterizada por padres que educan a los hijos a la libertad y, si los dejan, es solo por una imposibilidad sobrevenida o por su bien. “Herida” en cambio es la familia donde el progenitor ya no genera vida, sino que lleva en sí problemas de diversa índole que obstaculizan el crecimiento del hijo: un progenitor que se desinteresa por él y, ante las dificultades, incluso lo abandona, con una actitud tan diferente a la del Buen Pastor.
            Las vicisitudes biográficas de Laura, Carlo y Anna María lo confirman.

3. Laura: una hija que “genera” a su propia madre
            Nacida en Santiago de Chile el 5 de abril de 1891, y bautizada el 24 de mayo siguiente, Laura es la hija mayor de José D. Vicuña, un noble venido a menos que se había casado con Mercedes Pino, hija de modestos agricultores. Tres años después llega una hermanita, Julia Amanda, pero pronto el papá muere, tras haber sufrido una derrota política que ha minado su salud y comprometido, con el sustento económico de la familia, también el honor. Privada de cualquier «protección y perspectiva de futuro», la madre llega a Argentina, donde recurre a la tutela del terrateniente Manuel Mora: un hombre «de carácter soberbio y altivo», que «no disimula odio y desprecio por quienquiera que se oponga a sus planes». Un hombre que solo en apariencia garantiza protección, pero que en realidad está acostumbrado a tomar, si es necesario con la fuerza, lo que quiere, instrumentalizando a las personas. Mientras tanto, paga los estudios de Laura y su hermana en el colegio de las Hijas de María Auxiliadora y su madre – que sufre la influencia psicológica de Mora – convive con él sin encontrar la fuerza para romper el vínculo. Sin embargo, cuando Mora comienza a mostrar signos de deshonesto interés hacia la misma Laura, y sobre todo cuando esta última emprende el camino de preparación para la Primera Comunión, ella de repente comprende toda la gravedad de la situación. A diferencia de la madre – que justifica un mal (la convivencia) en vista de un bien (la educación de las hijas en el colegio) – Laura entiende que se trata de una argumentación moralmente ilegítima, que pone en grave peligro el alma de la madre. En este período, además, Laura quisiera convertirse ella misma en hermana de María Auxiliadora: pero su solicitud es rechazada, porque es hija de una «concubina pública». Y es en este punto que precisamente en Laura – acogida en el colegio cuando en ella dominaban aún «impulsividad, facilidad de resentimiento, irritabilidad, impaciencia y propensión a aparecer» – se manifiesta un cambio que solo la Gracia, unida al compromiso de la persona, puede operar: pide a Dios la conversión de la madre, ofreciéndose a sí misma por ella. En ese momento, Laura no puede moverse ni “hacia adelante” (ingresando entre las Hijas de María Auxiliadora) ni “hacia atrás” (regresando con la madre y Mora). Con un gesto entonces cargado de la creatividad típica de los santos, Laura emprende el único camino que aún le es accesible: el de la altura y la profundidad. En los propósitos de la Primera Comunión había anotado:
            Propongo hacer cuanto sé y puedo para […] reparar las ofensas que ustedes, Señor, reciben cada día de los hombres, especialmente de las personas de mi familia; Dios mío, dame una vida de amor, de mortificación y de sacrificio.

            Ahora finaliza el propósito en “Acto de ofrecimiento”, que incluye el sacrificio de la vida misma. El confesor, reconociendo que la inspiración es de Dios, pero ignorando las consecuencias, consiente, y confirma que Laura es «consciente de la oferta que acaba de realizar». Ella vive los últimos dos años con silencio, alegría y sonrisa y una índole rica de calor humano. Y, sin embargo, la mirada que posa sobre el mundo – como confirma un retrato fotográfico, muy diferente de la estilización hagiográfica conocida – también dice toda la sufrida conciencia y el dolor que la habitan. En una situación donde le falta tanto la “libertad de” (condicionamientos, obstáculos, fatigas), como la “libertad para” hacer tantas cosas, esta preadolescente testifica la “libertad para”: la del don total de sí misma.
            Laura no desprecia, sino que ama la vida: la suya y la de su madre. Por eso se ofrece. El 13 de abril de 1902, Domingo del Buen Pastor, se pregunta: «Si Él da la vida… ¿qué me impide a mí por la mamá?». Moribunda, añade: «¡Mamá, yo muero, yo misma se lo he pedido a Jesús… hace casi dos años que le ofrecí la vida por ti…, para obtener la gracia de tu regreso!».

            Estas son palabras libres de arrepentimiento y reproche, pero cargadas de una gran fuerza, una gran esperanza y una gran fe. Laura ha aprendido a aceptar a su madre por lo que es. De hecho, se ofrece a sí misma para darle lo que ella sola no puede conseguir. Cuando Laura muere, la madre se convierte. Laurita de los Andes, la hija, ha contribuido así a generar a la madre en la vida de fe y gracia.

4. Carlo Braga y la sombra de la madre
            También Carlo Braga, que nace dos años antes que Laura, en 1889, está marcado por la fragilidad de su madre: cuando su marido la abandona a ella y a los hijos, Matilde «casi no comía y se deterioraba a vista de ojo». Llevada entonces a Como, muere allí cuatro años más tarde de tuberculosis, aunque todos están convencidos de que la depresión se había transformado en una verdadera locura. Carlo comienza a ser «compadecido como el hijo de un inconsciente [el padre] y de una madre infeliz». Sin embargo, tres acontecimientos providenciales lo socorren.
            Del primero, ocurrido cuando era muy pequeño, redescubre más tarde el sentido: había caído en el hogar y su madre Matilde, al rescatarlo, lo había consagrado en ese instante a la Virgen. Así, el pensamiento de la madre ausente se convierte para Carlo niño en «un recuerdo doloroso y consolador a la vez»: dolor por su ausencia; pero también la certeza de que ella lo había confiado a la Madre de todas las madres, María Santísima. Escribe don Braga, años después, a un hermano salesiano conmovido por la pérdida de su propia madre:
            Ahora la madre te pertenece mucho más que cuando estaba viva. Déjame que te hable de mi experiencia personal. Mi madre me dejó cuando tenía seis años […]. Pero debo confesarte que ella me siguió paso a paso y, cuando lloraba desolado al murmullo del río Adda, mientras, pastorcillo, me sentía llamado a una vocación más alta, me parecía que la Mamá me sonreía y me secaba las lágrimas.

            Carlo luego conoce a sor Giuditta Torelli, una Hija de María Auxiliadora que «salvó al pequeño Carlo de la desintegración de su personalidad cuando a los nueve años se dio cuenta de que era tolerado y oyó a veces a la gente decir sobre él: “Pobre niño, ¿por qué está en el mundo?”». De hecho, había quienes sostenían que su padre merecía ser fusilado por la traición del abandono y, en cuanto a la madre, muchos compañeros de escuela le replican: «Tú cállate, total tu madre era una loca». Pero sor Giuditta lo ama o lo ayuda de manera especial; posa sobre él una mirada “nueva”; además, cree en su vocación y la alienta.
            Entrado entonces en el colegio salesiano de Sondrio, Carlo vive la tercera y decisiva experiencia: conoce a don Rua, de quien tiene el honor de ser el pequeño secretario por un día. Don Rua sonríe a Carlo y, repitiendo el gesto que Don Bosco había realizado en su momento con él («Miguelito, tú y yo siempre haremos todo a medias»), «mete su mano dentro de la suya y le dice: “siempre seremos amigos”»: si sor Giuditta había creído en la vocación de Carlo, don Rua ahora le permite realizarla, «haciéndolo pasar por encima de todos los obstáculos». Ciertamente, a Carlo Braga no le faltarán dificultades en cada etapa de su vida – de novicio, clérigo, incluso inspector –, concretándose en aplazamientos prudenciales y asumiendo a veces la forma de maledicencia: pero él ya habrá aprendido a enfrentarlas. Mientras tanto, se convierte en un hombre capaz de irradiar una extraordinaria alegría, humilde, activo y de delicada ironía: todas características que dicen del equilibrio de la persona y su sentido de la realidad. Bajo la acción del Espíritu Santo, don Braga desarrolla él mismo una radiante paternidad, a la que se une una gran ternura por los jóvenes a su cargo. Don Braga redescubre el amor por su propio papá, lo perdona y emprende un viaje para reconciliarse con él. Se somete a fatigas sin número para estar siempre entre sus Salesianos y chicos. Se define como aquel que ha sido «puesto en la viña para hacer de palo», es decir, en la sombra, pero para el bien de los demás. Un padre, al confiarle su hijo como aspirante salesiano, dice: «¡Con un hombre así te dejo ir incluso al Polo Norte!». Don Carlo no se escandaliza de las necesidades de los hijos, sino que los educa a manifestarlas, a aumentar el deseo: «¿Necesitas algún libro? No tengas miedo, escribe una lista más larga». Sobre todo, don Carlo ha aprendido a posarse sobre los demás con esa mirada de amor de la que él mismo se sintió alcanzado en su momento gracias a sor Giuditta y don Rua. Testifica don Giuseppe Zen, hoy cardenal, en un largo pasaje que merece ser leído en su totalidad y que comienza con las palabras de su propia madre a don Braga:
            «Mire, Padre, este chico ya no es tan bueno. Quizás no sea adecuado para ser aceptado en este instituto. No quisiera que usted fuera engañado. ¡Ah, si supiera cómo me ha hecho desesperar en este último año! No sabía realmente qué hacer. Y si también aquí me hará desesperar, dígamelo, que iré a recogerlo de inmediato». Don Braga, en lugar de responder, me miraba a los ojos; yo también lo miraba, pero con la cabeza baja. Me sentía como un imputado acusado por el Fiscal, en lugar de defendido por su abogado. Pero el juez estaba de mi lado. Con la mirada me entendió profundamente, de inmediato y mejor que todas las explicaciones de mi madre. Él mismo, escribiéndome muchos años más tarde, se aplicaba las palabras del Evangelio: «Intuitus dilexit eum (“mirándolo lo amó”)». Y desde ese día no tuve más dudas sobre mi vocación.

5. Anna María Lozano Díaz y la fecunda enfermedad del padre
            Los padres de Laura y de Carlo se habían – a diversos títulos – revelado como “lejanos” y “ausentes”. Una última figura, la de Anna María, atestigua en cambio el dinamismo opuesto: el de un padre demasiado presente, que con su presencia abre a la hija un nuevo camino de santificación. Anna nace el 24 de septiembre de 1883 en Oicatà, Colombia, en una familia numerosa, caracterizada por la ejemplar vida cristiana de los padres. Cuando Anna es muy joven, el papá – un día, al lavarse – descubre una mancha sospechosa en la pierna. Es la terrible lepra, que logra ocultar durante algún tiempo, pero finalmente se ve obligado a reconocer, aceptando primero separarse de la familia, y luego reunirse con ella en el lazareto de Agua de Dios. La esposa le había dicho heroicamente: «Tu suerte es la nuestra». Así, los sanos aceptan las condicionantes que les vienen al asumir el ritmo de los enfermos. En este momento, la enfermedad del padre condiciona la libertad de elección de Anna María, obligada a proyectar su vida en el lazareto. Ella, además – como ya había sucedido con Laura – se encuentra imposibilitada para realizar su vocación religiosa a causa de la enfermedad paterna: experimenta entonces, interiormente, esa laceración que la lepra opera en los enfermos. Sin embargo, Anna María no está sola. Como Don Bosco gracias al Calosso, Laura en el confesor y Carlo en don Rua, encuentra un amigo del alma. Es el beato don Luigi Variara, salesiano, que le asegura: «Si tienes vocación religiosa, se realizará», y la involucra en la fundación de las Hijas de los Sagrados Corazones de Jesús y María, en 1905. Es el primer Instituto en acoger en su interior a leprosos o hijos de leprosos. Cuando la Lozano muere, el 5 de marzo de 1982 a casi 99 años, Madre general durante más de medio siglo, la intuición del salesiano don Variara se ha concretado ya en una experiencia que ha confirmado y reforzado la dimensión victimaria-reparadora del carisma salesiano.

6. Los santos enseñan
            En su ineludible diferencia, las vicisitudes de Laura Vicuña (beata), Carlo Braga y Anna María Lozano (siervos de Dios) están unidas por algunos aspectos dignos de nota:
            a) Laura, Anna y Carlo, como ya Don Bosco, sufren situaciones de desasosiego y dificultad, a diversos títulos relacionadas con sus padres. No se puede olvidar a Mamá Margarita, que se ve obligada a alejar a Juancito de casa cuando la ausencia de la autoridad paterna facilita la confrontación con el hermano Antonio; ni olvidar que Laura fue acosada por el Mora y rechazada por las Hijas de María Auxiliadora como su aspirante; que Carlo Braga sufrió incomprensiones y calumnias; o que la lepra del padre parece en un momento dado arrebatar a Anna María toda esperanza de futuro.
            Una familia a diversos títulos herida causa por lo tanto un daño objetivo a quienes forman parte de ella: desconocer o intentar reducir la magnitud de este daño sería una empresa tan ilusoria como injusta. A cada sufrimiento se asocia de hecho un elemento de pérdida que los “santos”, con su realismo, interceptan y aprenden a nombrar.

            b) Juancito, Laura, Anna María y Carlo realizan en este punto un segundo paso, más arduo que el primero: en lugar de sufrir pasivamente la situación, o de gemir sobre ella, se acercan con una mayor conciencia al problema. Además de un vivo realismo, atestiguan la capacidad, típica de los santos, de reaccionar con prontitud, evitando el repliegue autorreferencial. Se dilatan en el don, e insertan este don en las condiciones concretas de vida. Al hacerlo, unen el «da mihi animas» al «caetera tolle».

            c) Los límites y las heridas, así, nunca son removidos: pero siempre reconocidos y nombrados; incluso, son “habitadas”. También la beata Alexandrina María da Costa y el siervo de Dios Nino Baglieri, el venerable Andrea Beltrami y el beato Augusto Czartoryski, “alcanzados” por el Señor en las condiciones invalidantes de su enfermedad, el beato Tito Zeman, el venerable José Vandor y el siervo de Dios Ignacio Stuchlý – parte de vicisitudes históricas más grandes que ellos y que parecen sobrepasarlos – enseñan el difícil arte de permanecer en las dificultades y permitir al Señor hacer florecer a la persona en ellas. ¡La libertad de elección asume aquí la forma altísima de una libertad de adhesión, en el «fiat!».

Nota Bibliográfica:
            Para preservar el carácter de “testimonio” y no de “relación” de este escrito, se ha evitado un aparato crítico de notas. Se señala sin embargo que las citas presentes en el texto son extraídas de las Memorias del Oratorio del Sac. Juan Bosco; de María Dosio, Laura Vicuña. Un camino de santidad juvenil salesiana, LAS, Roma 2004; de Don Carlo Braga cuenta su experiencia misionera y pedagógica (testimonio autobiográfico del siervo de Dios) y de la Vida de Don Carlo Braga, “El Don Bosco de China”, escrita por el salesiano don Mario Rassiga y hoy disponible en copiados. A estas fuentes se añaden luego los materiales de los Procesos de beatificación y canonización, accesibles para Don Bosco y Laura, aún reservados para los siervos de Dios.




Beato Alberto Marvelli: faro de fe y compromiso social en el siglo XX

En el panorama de los grandes testigos de la fe del siglo XX, el nombre de Alberto Marvelli brilla como un ejemplo luminoso de entrega cristiana y compromiso social.Nacido en Ferrara en 1918 y residente en la Rímini de la posguerra, Alberto encarnó los valores del Evangelio a través de una vida dedicada al servicio de los más débiles y necesitados.Beatificado por el Papa Juan Pablo II en 2004, su figura sigue inspirando a jóvenes y adultos en el camino de la fe y la acción social.

Una infancia de valores y espiritualidad
Alberto Marvelli nació el 21 de marzo de 1918, el segundo de los siete hijos de Alfredo Marvelli y Maria Mayr. Su familia, profundamente cristiana, le inculcó desde niño valores de fe, caridad y servicio. Su madre, en particular, ejerció una gran influencia en su formación espiritual, transmitiéndole el amor a la oración y la preocupación por los necesitados. La familia Marvelli era conocida por su generosidad y hospitalidad, abriendo a menudo su casa a cualquier persona necesitada.
Durante sus años de bachillerato en Rímini, Alberto se distinguió no sólo por su excelencia en los estudios, sino también por su compromiso con el deporte y las actividades sociales. Apasionado del ciclismo y el atletismo, veía en el deporte un medio para fortalecer el carácter y promover valores como la lealtad y la disciplina.

Sus años universitarios y su vocación social
Matriculado en la Facultad de Ingeniería Mecánica de la Universidad de Bolonia, Alberto abordó sus estudios con seriedad y pasión. Pero además de su compromiso académico, dedicó tiempo y energía a la Acción Católica, un movimiento que desempeñó un papel fundamental en su crecimiento espiritual y su compromiso social. Organizaba grupos de estudio, encuentros espirituales y proyectos de voluntariado, implicando a sus compañeros de universidad en iniciativas a favor de los más desfavorecidos.
Su habitación se convirtió en lugar de encuentro para debatir cuestiones sociales y religiosas. En ella, Alberto animaba a sus compañeros a reflexionar sobre el papel de los laicos en la Iglesia y en la sociedad, promoviendo la idea de que todo cristiano está llamado a ser testigo activo del Evangelio en el mundo.

La guerra: una prueba de fe y valor
Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, Alberto fue llamado a las armas. Incluso en el entorno militar, no dejó de dar testimonio de su fe, compartiendo momentos de oración con sus compañeros de armas y ofreciendo apoyo moral en un momento de gran incertidumbre y miedo.
Después del 8 de septiembre de 1943, con el armisticio italiano, regresó a Rímini, encontrando una ciudad devastada por los bombardeos y la ocupación nazi. En este dramático contexto, Alberto se implicó activamente en la Resistencia, ayudando a los prisioneros aliados y a los judíos a escapar de las manos de los nazis. Arriesgó su vida en numerosas ocasiones, demostrando un valor extraordinario y una fe inquebrantable.

Caridad sin fronteras
Una de las imágenes más emblemáticas de Alberto es la de él recorriendo en bicicleta las destruidas calles de Rímini, cargado de alimentos, ropa y medicinas para distribuir entre los necesitados. Su bicicleta se convirtió en un símbolo de esperanza para muchos ciudadanos. No hacía distinción de personas: ayudaba a italianos, extranjeros, amigos y enemigos, viendo en todos el rostro de Cristo sufriente.
Abrió las puertas de su casa a los evacuados, organizó comedores para los pobres y trabajó para encontrar alojamiento a los sin techo. Su entrega fue total e incondicional. Como escribió en su diario: “Cada pobre es Jesús. Cada acto de caridad es un acto de amor hacia Él”.

Vida interior y profunda espiritualidad
A pesar de sus compromisos sociales y políticos, Alberto nunca descuidó su vida espiritual. Participaba diariamente en la Eucaristía, dedicaba tiempo a la oración y la meditación, y confiaba constantemente en la Providencia divina. Su diario personal revela una profunda unión con Dios y un ardiente deseo de ajustarse a la voluntad divina en todos los aspectos de su vida.
Escribió: “Dios es mi felicidad infinita. Debo ser santo, de lo contrario nada”. Este afán de santidad impregnaba cada uno de sus gestos, grandes o pequeños. La confesión regular, la adoración eucarística y la lectura de las Sagradas Escrituras fueron para él momentos esenciales de crecimiento espiritual.

El compromiso político como forma de caridad
En la posguerra, Alberto participó activamente en la reconstrucción moral y material de la sociedad. Se afilió a la Democracia Cristiana, viendo en la política un medio para promover el bien común y la justicia social. Para él, la política era una forma elevada de caridad, un servicio desinteresado a la comunidad.
Como concejal de Obras Públicas de Rímini, trabajó incansablemente para mejorar las condiciones de vivienda de los pobres, promovió la reconstrucción de escuelas y hospitales y apoyó iniciativas para la reactivación económica de la ciudad. Rechazó cualquier forma de corrupción o compromiso moral, poniendo siempre en el centro las necesidades de los más vulnerables.

Testimonios de una vida extraordinaria
Son muchos los testimonios de quienes conocieron personalmente a Alberto. Amigos y colegas recuerdan su sonrisa, su disponibilidad y su capacidad de escucha. Solía decir: “No podemos amar a Dios si no amamos a nuestros hermanos”. Esta convicción se traducía en gestos concretos, como acoger en su casa a familias desplazadas o renunciar a su propia comida para dársela a los hambrientos.
Su estilo de vida sencillo y austero, combinado con una profunda alegría interior, atrajo la admiración de muchos. Nunca buscó el reconocimiento ni la gloria personal, sino que actuó siempre con humildad y discreción.

Tragedia y beatificación
El 5 de octubre de 1946, con sólo 28 años, Alberto murió trágicamente en un accidente de coche cuando se dirigía en bicicleta a un mitin electoral. Su repentina muerte fue un duro golpe para la comunidad. Sin embargo, su funeral se convirtió en una efusión de afecto y gratitud: miles de personas se reunieron para rendir homenaje a un joven que lo había dado todo por los demás.
La fama de santidad que rodeaba su figura propició el inicio del proceso de beatificación en la década de 1990. El 5 de septiembre de 2004, durante una ceremonia en Loreto, el Papa Juan Pablo II lo proclamó Beato. La beatificación no fue sólo un reconocimiento personal, sino también un mensaje a los jóvenes de todo el mundo: la santidad es posible en cualquier estado de vida, incluso en el laicado y en el compromiso social y político.

Herencia y actualidad
La figura de Alberto Marvelli sigue siendo un punto de referencia para quien desee conjugar fe y acción social. Su vida testimonia que es posible vivir el Evangelio en lo cotidiano, comprometiéndose con la justicia, la solidaridad y el bien común. En una época caracterizada por el individualismo y la indiferencia, el ejemplo de Alberto nos invita a redescubrir el valor del amor al prójimo y de la responsabilidad social.
Hoy, varias asociaciones e iniciativas llevan su nombre, promoviendo proyectos de solidaridad, formación espiritual y compromiso cívico. Su vida se cita a menudo como ejemplo en cursos educativos y catequéticos, inspirando a las nuevas generaciones a seguir su camino.

Reflexiones finales
El mensaje de Alberto Marvelli es de extraordinaria actualidad. Su capacidad de unir fe profunda y acción concreta es una respuesta a los desafíos de nuestro tiempo. Muestra que la santidad no está reservada a unos pocos elegidos, sino que es un camino accesible a cualquiera que esté abierto al amor de Dios y al servicio de los hermanos.
En un pasaje de su diario, Alberto escribió: “Cada día es un don precioso para amar más”. Esta frase encierra la esencia de su espiritualidad y puede ser un faro para todos aquellos que desean vivir una vida con sentido y orientada al bien.

El beato Alberto Marvelli representa un modelo de santidad laical, un joven que supo transformar su fe en acciones concretas en beneficio de los demás. Su vida, aunque breve, fue un canto al amor, a la justicia y a la esperanza. Hoy más que nunca, su testimonio nos invita a cada uno de nosotros a reflexionar sobre nuestro papel en la sociedad y sobre la posibilidad de ser instrumentos de paz y de bien en el mundo.

Alberto Marvelli sigue inspirando con su vida sencilla y extraordinaria.Una invitación a todos nosotros a recorrer, como él, los caminos de la solidaridad y del amor fraterno.




San Francisco de Sales estudiante universitario en Padua (2/2)

(continuación del artículo anterior)

Medicina
            Junto a las facultades de Derecho y Teología, los estudios de Medicina y Botánica gozaron de extraordinario prestigio en Padua, sobre todo después de que el médico flamenco Andrea Vesalio, padre de la anatomía moderna, asestara un golpe mortal a las viejas teorías de Hipócrates y Galeno con la práctica de la disección del cuerpo humano, que escandalizó a las autoridades establecidas. Vesalio había publicado en 1543 su De humani corporisfabrica, que revolucionó el conocimiento de la anatomía humana. Para procurarse cadáveres, se pedían los cuerpos de los ajusticiados o se desenterraban los muertos, lo que no ocurría sin provocar las disputas, a veces sangrientas, de los sepultureros.
            No obstante, se pueden hacer varias constataciones. En primer lugar, se sabe que durante la grave enfermedad que le postró en Padua a finales de 1590, había decidido donar su cuerpo a la ciencia si moría, y ello para evitar las disputas entre estudiantes de medicina empeñados en buscar cadáveres. ¿Aprobaba, pues, el nuevo método de disección del cuerpo humano? En cualquier caso, parecía alentarlo con este gesto tan discutido. Además, se detecta en él un interés permanente por los problemas de salud, por los médicos y los cirujanos. Hay una gran diferencia, escribió, por ejemplo, entre el bandolero y el cirujano: “El bandolero y el cirujano cortan los miembros y hacen correr la sangre, uno para matar, el otro para curar”.
            También en Padua, a principios del siglo XVII, un médico inglés, William Harvey, descubrió las reglas de la circulación sanguínea. El corazón se convirtió realmente en el autor de la vida, el centro de todo, el sol, como el príncipe en su estado. Aunque el médico inglés no publicaría sus descubrimientos hasta 1628, es posible suponer que en la época en que Francisco era estudiante, tales investigaciones ya estaban en marcha. Él mismo escribió, por ejemplo, que “cor habet motum in se proprium et alia movere facit”, es decir, que “el corazón tiene en sí un movimiento que le es propio y que hace que todo lo demás se mueva”. Citando a Aristóteles, afirmará que “el corazón es el primer miembro que vive en nosotros y el último que muere”.

Botánica
            Probablemente durante su estancia en Padua, Francisco también se interesó por las ciencias naturales. No podía ignorar que en la ciudad existía el primer jardín botánico, creado para cultivar, observar y experimentar con plantas autóctonas y exóticas. Las plantas eran ingredientes de la mayoría de los medicamentos y su uso con fines terapéuticos se basaba principalmente en textos de autores antiguos, que no siempre eran fiables. Poseemos ocho colecciones de Similitudes de Francesco, compiladas probablemente entre 1594 y 1614, pero cuyo origen se remonta a Padua. El título de estas pequeñas colecciones de imágenes y comparaciones extraídas de la naturaleza manifiesta ciertamente su carácter utilitario; su contenido, en cambio, atestigua un interés casi enciclopédico, no sólo por el mundo vegetal, sino también por el mineral y el animal.
            Francisco de Sales consultó a los autores antiguos, que en su época gozaban de una autoridad indiscutible en la materia: Plinio el Viejo, autor de una vasta HistoriaNatural, verdadera enciclopedia de la época, pero también Aristóteles (el de la Historiade los Animales y La Generación de los Animales), Plutarco, Teofrasto (autor de una Historia de las Plantas), e incluso San Agustín y San Alberto Magno. También conocía a autores contemporáneos, en particular el Commentari a Dioscorides del naturalista italiano Pietro Andrea Mattioli.
            Lo que fascinaba a Francisco de Sales era la misteriosa relación entre la historia natural y la vida espiritual del hombre. Para él, escribe A. Ravier, “todo descubrimiento es portador de un secreto de la creación”. Las virtudes particulares de ciertas plantas son maravillosas: “Plinio y Mattioli describen una hierba que es salutífera contra la peste, los cólicos, los cálculos renales, invitándonos a cultivarla en nuestros jardines”. A lo largo de los numerosos caminos que recorrió durante su vida, le vemos atento a la naturaleza, al mundo que le rodeaba, a la sucesión de las estaciones y a su misterioso significado. El libro de la naturaleza se le aparecía como una inmensa Biblia que debía aprender a interpretar, por eso llamaba a los Padres de la Iglesia ‘herbolarios espirituales’. Cuando ejercía la dirección espiritual de personas muy diversas, recordaba que ‘en el jardín, cada hierba y cada flor requieren cuidados especiales’.

Programa de vida personal
            Durante su estancia en Padua, ciudad en la que había más de cuarenta monasterios y conventos, Francisco volvió a recurrir a los jesuitas para su dirección espiritual. Destacando como es debido el papel protagonista de los jesuitas en la formación del joven Francisco de Sales, hay que decir, sin embargo, que no fueron los únicos. Una gran admiración y amistad lo unió al Padre Filippo Gesualdi, un predicador franciscano del famoso convento de San Antonio de Padua. Frecuentaba el convento de los Teatinos, donde el padre Lorenzo Scupoli venía de vez en cuando a predicar. Allí descubrió el libro titulado Combate Espiritual, que le enseñó a dominar las inclinaciones de la parte inferior del alma. Francisco de Sales ‘escribió no pocas cosas’, afirmó Camus, ‘de las que inmediatamente descubro la semilla y el germen en algunos pasajes de dicho Combate’. Durante su estancia en Padua, parece que también se dedicó a una actividad educativa en un orfanato.

            Es sin duda debido a la benéfica influencia de estos maestros, en particular del padre Possevino, el hecho que Francisco escribió varias reglas de vida, de las que se conservan fragmentos significativos. La primera, titulada Ejercicio de preparación, era un ejercicio mental que debía realizarse por la mañana: “Procuraré, por medio de él -escribió-, prepararme para tratar y cumplir mi deber de la manera más loable”. Consistía en imaginarse todo lo que podía ocurrirle durante el día: “Pensaré, pues, seriamente en los imprevistos que pueden sucederme, en las empresas en las que puedo verme obligado a intervenir, en los sucesos que pueden ocurrirme, en los lugares a los que tratarán de persuadirme para que vaya”. Y éste es el propósito del ejercicio:

Estudiaré con diligencia y buscaré los mejores medios para evitar pasos en falsos. Así dispondré y determinaré dentro de mí lo que me convendrá hacer, el orden y conducta que habré de guardar en tal o cual circunstancia, lo que será oportuno decir en compañía, el porte que habré de observar y lo que habré de huir y desear.

            En la Conducta particular para pasar bien el día, el estudiante identificaba las principales prácticas de piedad que se proponía realizar: oraciones matutinas, misa diaria, tiempo de ‘descanso espiritual’, oraciones e invocaciones durante la noche. En el Ejercicio del Sueño o Descanso Espiritual, especificaba los temas en los que debía centrar sus meditaciones. Junto a los temas clásicos, como la vanidad de este mundo, la detestación del pecado, la justicia divina, había reservado un espacio para consideraciones, de sabor humanista, sobre la ‘excelencia de la virtud’, que ‘hace al hombre bello por dentro y también por fuera’, sobre la belleza de la razón humana, esa ‘antorcha divina’ que difunde un ‘esplendor maravilloso’, así como sobre la ‘infinita sabiduría, omnipotencia e incomprensible bondad’ de Dios. Otra práctica de piedad estaba consagrada a la comunión frecuente, a su preparación y a la acción de gracias. Se observa un avance en la frecuencia de la Comunión con respecto al periodo parisino.
            En cuanto a las Reglas para las conversaciones y reuniones, tienen un interés particular desde el punto de vista de la educación social. Contienen seis puntos que el estudiante se propuso observar. En primer lugar, había que distinguir claramente entre los simples encuentros, en los que ‘la compañía es momentánea’, y la ‘conversación’, en la que entra en juego la afectividad. En cuanto a los encuentros, se lee esta regla general:

Nunca despreciaré ni daré la impresión de rehuir por completo el encuentro de ninguna persona; esto podría dar pie a parecer altivo, soberbio, severo, arrogante, censor, ambicioso y controlador. […] No me tomaré la libertad de decir o hacer nada que no se ajuste a la medida, no sea que parezca insolente, dejándome llevar por una familiaridad demasiado fácil. Sobre todo, tendré cuidado de no morder ni picar ni burlarme de nadie […]. Respetaré a todos en particular, observaré la modestia, hablaré poco y bien, para que los compañeros vuelvan a un nuevo encuentro con placer y no con aburrimiento.

            En cuanto a las conversaciones, término que en la época tenía un sentido amplio de conocimiento habitual o compañía, Francisco era más prudente. Quería ser ‘amigo de todos y familiar de pocos’, y siempre fiel a la única regla que no admitía excepciones: “Nada contra Dios”.
            Por lo demás, escribió, “seré modesto sin insolencia, libre sin austeridad, amable sin afectación, dócil sin contradicción a menos que la razón sugiera lo contrario, cordial sin disimulo”. Se comportaba de forma diferente con los superiores, los iguales y los inferiores. Su norma general era ‘adaptarse a la variedad de la compañía, pero sin perjudicar en modo alguno la virtud’. Dividía a las personas en tres categorías: los descarados, los libres y los cerrados. Permanecerá imperturbable ante los insolentes, se mostrará abierto con las personas libres (es decir, sencillas, acogedoras) y será muy prudente con los sujetos melancólicos, a menudo llenos de curiosidad y recelo. Con los adultos, por último, se impondrá estar en guardia, tratarlos ‘como con fuego’ y no acercarse demasiado. Por supuesto, podría hablarles de amor, porque el amor ‘engendra libertad’, pero lo que debe dominar es el respeto que ‘engendra modestia’.
            Es fácil darse cuenta del grado de madurez humana y espiritual que había alcanzado entonces el estudiante de Derecho. Prudencia, sabiduría, modestia, discernimiento y caridad son las cualidades que saltan a la vista en su programa de vida, pero también hay una ‘libertad honesta’, una actitud benévola hacia todos y un fervor espiritual fuera de lo común. Esto no le impidió pasar por momentos difíciles en Padua, de los que quizá haya reminiscencias en un pasaje de la Filotea en el que afirma que ‘un joven o una joven que no acompañe en el hablar, en el jugar, en el bailar, en el beber o en el vestir el desenfreno de una compañía libertina será objeto de burlas y mofas por parte de los demás, y su modestia será tildada de intolerancia o afectación’.

Regreso a Saboya
            El 5 de septiembre de 1591, Francisco de Sales coronó todos sus estudios con un brillante doctorado in utroque jure. Despidiéndose de la Universidad de Padua, partió, decía, de ‘aquella colina en cuya cima habitan, sin duda, las Musas como en otro Parnaso’.
            Antes de abandonar Italia, era oportuno visitar este país tan rico en historia, cultura y religión. Con Déage, Gallois y algunos amigos saboyanos, partieron a finales de octubre hacia Venecia, luego hacia Ancona y el santuario de Loreto. Su destino final era llegar a Roma. Desgraciadamente, la presencia de bandoleros, envalentonados por la muerte del papa Gregorio XIV, y también la falta de dinero no se lo permitieron.
            A su regreso a Padua, reanudó durante algún tiempo el estudio del Códice, incluido el relato del viaje. Pero a finales del año 1591, abandonó a causa del cansancio. Había llegado el momento de pensar en regresar a su patria. Efectivamente, el regreso a Saboya tuvo lugar hacia finales de febrero de 1592.




San Francisco de Sales estudiante universitario en Padua (1/2)

            Francisco fue a Padua, ciudad perteneciente a la República de Venecia, en octubre de 1588, acompañado de su hermano cadete Gallois, un niño de doce años que estudiará con los jesuitas, y de su fiel tutor, don Déage. A finales del siglo XVI, la facultad de Derecho de la Universidad de Padua gozaba de una extraordinaria reputación, que superaba incluso a la del famoso Studium de Bolonia. Cuando pronunció su Discurso de acción de gracias tras su promoción a doctor, Francisco de Sales tejió sus elogios en forma ditirámbica:

Hasta ese momento, yo no había dedicado ningún trabajo a la santa y sagrada ciencia de la ley: pero cuando, después, decidí comprometerme a tal estudio, no tuve absolutamente ninguna necesidad de buscar a donde dirigirme o a donde ir; este colegio de Padua inmediatamente me atrajo por su celebridad y, bajo los auspicios más favorables, de hecho, en ese momento, tenía doctores y lectores como nunca había tenido y nunca más tendré mayores.

            Diga lo que diga, lo cierto es que la decisión de estudiar Derecho no partió de él, sino que le fue impuesta por su padre. Otras razones podrían haber jugado a favor de Padua, a saber, la necesidad que el Senado de un Estado bilingüe tenía de magistrados con una doble cultura, francesa e italiana.

En la patria del humanismo
            Cruzando los Alpes por primera vez, Francisco de Sales puso un pie en la patria del humanismo. En Padua, no sólo pudo admirar los palacios y las iglesias, especialmente la basílica de San Antonio, sino también los frescos de Giotto, los bronces de Donatello, las pinturas de Mantegna y los frescos de Tiziano. Su estancia en la península italiana también le permitió conocer varias ciudades de arte, en particular, Venecia, Milán y Turín.
            En el plano literario, no podía dejar de estar en contacto con algunas de las producciones más famosas. ¿Tuvo en sus manos la Divina Comedia de Dante Alighieri, los poemas de Petrarca, precursor del humanismo y primer poeta de su época, las novelas de Boccaccio, fundador de la prosa italiana, el Orlando furioso de Ariosto, o la Gerusalemme liberata de Tasso? Su preferencia era la literatura espiritual, en particular la lectura reflexiva del Combate espiritual de Lorenzo Scupoli. Reconocía modestamente: “No creo hablar un italiano perfecto”.
            En Padua, Francisco tuvo la suerte de conocer a un distinguido jesuita en la persona del padre Antonio Possevino. Este “humanista errante de vida épica”, al que el Papa había encargado misiones diplomáticas en Suecia, Dinamarca, Rusia, Polonia y Francia, había fijado su residencia permanente en Padua poco antes de la llegada de Francisco. Se convirtió en su director espiritual y guía en sus estudios y conocimiento del mundo.

La Universidad de Padua
            Fundada en 1222, la Universidad de Padua era la más antigua de Italia después de Bolonia, de la que era una rama. En ella se enseñaba con éxito no sólo derecho, considerado como la scientia scientiarum, sino también teología, filosofía y medicina. Los cerca de 1.500 estudiantes procedían de toda Europa y no todos eran católicos, lo que a veces generaba inquietud y malestar.

            Las peleas eran frecuentes, a veces sangrientas. Uno de los juegos peligrosos preferidos era la “caza paduana”. Francisco de Sales contaría un día a un amigo, Jean-Pierre Camus, “que un estudiante, tras golpear con una espada a un desconocido, se refugió con una mujer de la que descubrió que era la madre del joven al que acababa de asesinar”. Él mismo, que no circulaba sin espada, se vio un día envuelto en una pelea por compañeros de estudios, que juzgaron su mansedumbre como una forma de cobardía.
            Profesores y alumnos apreciaban por igual el proverbial patavinamlibertatem, que, además de cultivarse en la búsqueda intelectual, incitaba a un buen número de estudiantes a “revolotear” entregándose a la buena vida. Ni siquiera los discípulos más cercanos a Francisco eran modelos de virtud. La viuda de uno de ellos contaría más tarde, en su pintoresco lenguaje, cómo su futuro marido había montado una farsa de mal gusto con algunos cómplices, destinada a arrojar a Francisco en brazos de una “miserable prostituta”.

El estudio del derecho
            Obedeciendo a su padre, Francisco se dedicó con valentía al estudio del derecho civil, al que quiso añadir el del derecho eclesiástico, que le convertiría en un futuro doctor inutroquejure. El estudio del derecho implicaba también el de la jurisprudencia, que es “la ciencia por medio de la cual se administra el derecho”.
            El estudio se centraba en las fuentes del derecho, es decir, el antiguo derecho romano, recogido e interpretado en el siglo VI por los juristas del emperador Justiniano. A lo largo de su vida, recordaría la definición de justicia, leída al principio del Digesto: “voluntad perpetua, firme y constante de dar a cada uno lo que le pertenece”.
            Examinando los cuadernos de Francisco, podemos identificar algunas de sus reacciones ante ciertas leyes. Está totalmente de acuerdo con el título del Código que abre la serie de leyes: De la Soberana Trinidad y de la Fe Católica, y con la defensa que sigue inmediatamente: Que no se permita a nadie discutirlas en público. “Este título, así escribía, es precioso, yo diría sublime, y digno de ser leído a menudo contra los reformadores, sabihondos y políticos”.

            La educación legal de Francisco de Sales descansaba sobre una base que parecía incuestionable en aquella época. Para los católicos de su tiempo, “tolerar” el protestantismo no podía tener otro significado que el de ser cómplices del error; de ahí la necesidad de combatirlo y por todos los medios, incluidos los previstos por la ley vigente. En ningún caso había que resignarse a la presencia de la herejía, que aparecía no sólo como un error en el plano de la fe, sino también como una fuente de división y de perturbación en la Cristiandad. En el afán de sus veinte años, Francisco de Sales compartía este punto de vista.
            Pero este afán también tenía rienda suelta sobre aquellos que favorecían la injusticia y la persecución, ya que, con respecto al Título XXVI del Libro III, escribió: “Es tan preciosa como el oro y digna de ser escrita en letras mayúsculas la novena ley, que dice: Que los parientes del príncipe sean castigados con fuego si persiguen a los habitantes de las provincias”.
            Más tarde, Francisco apelaría al que designaba como “nuestro Justiniano” para denunciar la lentitud de la justicia por parte del juez, que “se excusa invocando mil razones de costumbre, estilo, teoría, práctica y prudencia”. En sus lecciones sobre derecho eclesiástico, estudió la colección de leyes que utilizaría más tarde, en particular las del canonista medieval Gratianus, entre otras cosas para demostrar que el obispo de Roma es el “verdadero sucesor de San Pedro y cabeza de la Iglesia militante”, y que los religiosos y religiosas deben ponerse “bajo la obediencia de los obispos”.
            Al consultar las notas manuscritas tomadas por Francisco durante su estancia en Padua, llama la atención la extrema pulcritud de su letra. Pasó de la escritura gótica, todavía utilizada en París, a la escritura moderna de los humanistas.
            Pero al final, sus estudios de Derecho debieron aburrirle bastante. En un caluroso día de verano, ante la frialdad de las leyes y su lejanía en el tiempo, escribió, desilusionado, este comentario: “Siendo estas materias antiguas, no parecía provechoso dedicarse a examinarlas en este tiempo canicular, demasiado caluroso para ocuparse cómodamente de discusiones frías y escalofriantes”.

Estudios teológicos y crisis intelectual
            Al tiempo que se dedicaba al estudio del Derecho, Francisco seguía interesándose por la Teología. Según su sobrino, recién llegado a Padua, se puso a trabajar con toda la diligencia posible, y colocó en el atril de su habitación la Suma del Doctor Angélico, Santo Tomás, para tenerla todos los días ante los ojos y poder consultarla fácilmente para entender otros libros. Le gustaba mucho leer los libros de san Buenaventura. Adquirió un buen conocimiento de los Padres latinos, especialmente de las ‘dos brillantes luminarias de la Iglesia’, ‘el gran san Agustín’ y san Jerónimo, que eran también ‘dos grandes capitanes de la Iglesia antigua’, sin olvidar al ‘glorioso san Ambrosio’ y a san Gregorio Magno. Entre los Padres griegos, admiraba a San Juan Crisóstomo ‘que, por su sublime elocuencia, fue alabado y llamado Boca de Oro’. También citaba con frecuencia a san Gregorio Nacianceno, san Basilio, san Gregorio de Nisa, san Atanasio, Orígenes y otros.

            Consultando los fragmentos de notas que han llegado hasta nosotros, aprendemos que también leía a los autores más importantes de su tiempo, en particular, al gran exégeta y teólogo español Juan Maldonado, jesuita que había establecido con éxito nuevos métodos en el estudio de los textos de la Escritura y de los Padres de la Iglesia. Además del estudio personal, Francisco pudo seguir cursos de teología en la universidad, donde don Déage preparaba su doctorado, y beneficiarse de la ayuda y los consejos de don Possevino. También se sabe que visitaba a menudo a los franciscanos, en la basílica de San Antonio.
            Su reflexión se centró de nuevo en el problema de la predestinación y de la gracia, hasta el punto de llenar cinco cuadernos. En realidad, Francisco se encontró ante un dilema: permanecer fiel a las convicciones que siempre habían sido las suyas, o atenerse a las posiciones clásicas de san Agustín y santo Tomás, “el más grande e incomparable doctor”. Ahora le resultaba difícil ‘simpatizar’ con la doctrina tan desalentadora de estos dos maestros, o al menos con la interpretación corriente, según la cual los hombres no tienen derecho a la salvación, porque ésta depende enteramente de una decisión libre de Dios.

            En su adolescencia, Francisco se había formado una visión más optimista del plan de Dios. Sus convicciones personales se vieron reforzadas tras la aparición en 1588 del libro del jesuita español Luis Molina, cuyo título latino Concordia resumía bien la tesis: Concordia del libre albedrío con el don de la gracia. En esta obra, la predestinación en sentido estricto era sustituida por una predestinación que tenía en cuenta los méritos del hombre, es decir, sus buenas o malas acciones. En otras palabras, Molina afirmaba tanto la acción soberana de Dios como el papel decisivo de la libertad que otorgaba al hombre.
            En 1606, el obispo de Ginebra tendría el honor de ser consultado por el Papa sobre la disputa teológica que enfrentaba al jesuita Molina y al dominico Domingo Báñez sobre la misma cuestión, para quien la doctrina de Molina concedía demasiada autonomía a la libertad humana, a riesgo de poner en peligro la soberanía de Dios.
            El Teotimo, aparecido en 1616, contiene en el capítulo 5 del libro III el pensamiento de Francisco de Sales, resumido en ‘catorce líneas’, que, según Jean-Pierre Camus, le habían costado ‘la lectura de mil doscientas páginas de un gran volumen’. Con un encomiable esfuerzo por ser conciso y exacto, Francisco afirmaba tanto la liberalidad y generosidad divinas, como la libertad y responsabilidad humanas en el acto de escribir esta pesada frase: ‘A nosotros nos toca ser suyos: pues, aunque es un don de Dios pertenecer a Dios, es un don que Dios nunca niega a nadie, al contrario, lo ofrece a todos, para concederlo a quienes consientan voluntariamente en recibirlo’.
            Haciendo suyas las ideas de los jesuitas, que a los ojos de muchos aparecían como ‘novelistas’, y a quienes los jansenistas con Blaise Pascal pronto tacharían de malos teólogos, de laxistas, Francisco de Sales injertó su teología en la corriente del humanismo cristiano y optó por el ‘Dios del corazón humano’. La ‘teología salesiana’, que se apoya en la bondad de Dios, que quiere la salvación de todos, se presentará igualmente con una apremiante invitación a la persona humana a responder con todo el ‘corazón’ a las llamadas de la gracia.

(continuación)




Nino, un joven como tantos… encuentra en su Señor el objetivo de la vida

            Nino Baglieri nació en Modica Alta el 1 de mayo de 1951, su madre Giuseppa y su padre Pietro. A los cuatro días fue bautizado en la parroquia de San Antonio de Padua. Creció como muchos chicos, con un grupo de amigos, algunas peleas durante los años escolares y el sueño de un futuro hecho de trabajo y la posibilidad de formar una familia.
            Pocos días después de su decimoséptimo cumpleaños, celebrado a orillas del mar con amigos, el 6 de mayo de 1968, memoria litúrgica de Santo Domingo Savio, Nino, durante una jornada de trabajo ordinario como albañil, cayó desde 17 metros al derrumbarse el andamio del edificio -no lejos de casa- en el que trabajaba: 17 metros, señala Nino en su Diario-Libro, “1 metro por cada año de vida”. Mi estado -cuenta- era tan grave que los médicos esperaban mi muerte en cualquier momento (incluso recibí la extrema unción). [Un médico] hizo una propuesta insólita a mis padres: “si su hijo lograba superar estos momentos, lo que sólo sería fruto de un milagro, estaría destinado a pasar su vida en una cama; si ustedes creen, con una punción letal, tanto ustedes como él se ahorrarán tanto sufrimiento”. “Si Dios lo quiere -respondió mi madre-, lléveselo, pero si lo deja vivir, estaré encantada de cuidar de él el resto de su vida”. Así que mi madre, que siempre ha sido una mujer de gran fe y valentía, abrió sus brazos y su corazón y abrazó primero la cruz”.

Nino también se enfrentará a difíciles años de deambular por distintos hospitales, donde dolorosas terapias y operaciones le pondrán a prueba, sin que se produzca la recuperación deseada. Permanecerá tetrapléjico el resto de su vida.
            De vuelta a casa, seguido por el afecto de su familia y el sacrificio heroico de su madre, que siempre está a su lado, Nino Baglieri recupera la mirada de amigos y conocidos, pero con demasiada frecuencia ve en ellos una lástima que le perturba: “mischinu poviru Ninuzzu…” (“pobrecito pobre Nino…”). Así acaba encerrándose en sí mismo, en diez dolorosos años de soledad y cólera. Fueron años de desesperación y blasfemia ante la no aceptación de su estado y de preguntas como: “¿Por qué me ha pasado todo esto?”
            El punto de inflexión llegó el 24 de marzo de 1978, víspera de la Anunciación y -ese año- Viernes Santo: un sacerdote de la Renovación en el Espíritu Santo fue a visitarle con algunas personas y rezaron por él. Por la mañana, Nino, que seguía postrado en la cama, había pedido a su madre que le vistiera: “Si el Señor me cura, no estaré desnudo delante de la gente”. Leemos en su Diario-Libro: “El Padre Aldo comenzó inmediatamente la Oración, yo estaba ansioso y excitado, puso sus manos sobre mi cabeza, yo no comprendía este gesto; comenzó a invocar al Espíritu Santo para que descendiera sobre mí. Al cabo de unos minutos, bajo la imposición de manos, sentí un gran calor en todo mi cuerpo, un gran cosquilleo, como si una fuerza nueva entrara en mí, una fuerza regeneradora, una fuerza viva, y algo antiguo saliera. El Espíritu Santo había descendido sobre mí, con poder entró en mi corazón, fue una efusión de Amor y Vida, en ese instante acepté la Cruz, dije mi Sí a Jesús y renací a la Vida Nueva, me convertí en un hombre nuevo, con un corazón nuevo; toda la desesperación de 10 años se borró en unos segundos, mi corazón se llenó de una nueva y verdadera alegría que nunca había conocido. El Señor me sanó, yo quería la sanación física y en cambio el Señor obró algo más grande, la Sanación del Espíritu, así encontré Paz, Alegría, Serenidad, y tanta fuerza y tantas ganas de vivir. Cuando terminé de rezar, mi corazón rebosaba de alegría, mis ojos brillaban y mi rostro estaba radiante; aunque me encontraba en las mismas condiciones que un enfermo, era feliz”.
            Comenzó entonces un nuevo periodo para Nino Baglieri y su familia, un periodo de renacimiento marcado en Nino por el redescubrimiento de la fe y el amor a la Palabra de Dios, que leyó durante un año seguido. Se abre a aquellas relaciones humanas de las que se había alejado sin que los demás dejaran nunca de quererle.
            Un día, Nino, impulsado por unos niños que estaban cerca de él y le pidieron que les ayudara a hacer un dibujo, se dio cuenta de que tenía el don de escribir con la boca: en poco tiempo consiguió escribir muy bien -mejor que cuando escribía a mano- y esto le permitió objetivar su propia experiencia, tanto en la forma muy personal de numerosos Cuadernos diarios como a través de poemas/poesías breves que empezó a leer en la Radio. Después, con la ampliación de su red relacional, miles de cartas, amistades, encuentros…, a través de los cuales Nino expresará una forma particular de apostolado, hasta el final de su vida.
Mientras tanto, profundiza en su camino espiritual a través de tres pautas, que ritman su experiencia eclesial, dentro de la obediencia a los encuentros que Dios pone en su camino: la cercanía a la Renovación en el Espíritu Santo; el vínculo con la realidad de los Camilos (Ministros de los Enfermos); el camino con los Salesianos, primero convertido en Salesiano Cooperador y después en laico consagrado en el Instituto Secular de Voluntariado con Don Bosco (interpelado por los delegados del Rector Mayor, da también una contribución en la redacción del Proyecto de Vida del CDB). Fueron los Camilos quienes le propusieron por primera vez una forma de consagración: humanamente parecía captar la especificidad de su existencia, marcada por el sufrimiento. El lugar de Nino, sin embargo, está en la casa de Don Bosco y lo descubre con el tiempo, no sin momentos de fatiga, pero confiándose siempre a quienes le guían y aprendiendo a confrontar sus propios deseos con los caminos a través de los cuales llama la Iglesia. Y mientras Nino pasaba por las etapas de formación y consagración (hasta su profesión perpetua el 31 de agosto de 2004), fueron muchas las vocaciones -incluso al sacerdocio y a la vida consagrada femenina- que se inspiraron en él, le dieron fuerza y luz.
            El Responsable Mundial del CDB se expresa así sobre el significado de la consagración laical hoy, también vivida por Nino: “Nino Baglieri ha sido para nosotros Voluntarios con Don Bosco un don especial del cielo: es el primero de nosotros hermanos que nos muestra un camino de santidad a través de un testimonio humilde, discreto y alegre. Nino ha realizado plenamente la vocación a la secularidad consagrada salesiana y nos enseña que la santidad es posible en cualquier condición de vida, incluso en aquellas marcadas por el encuentro con la cruz y el sufrimiento. Nino nos recuerda que todos podemos vencer en Aquel que nos da la fuerza: la Cruz que tanto amó, como un esposo fiel, fue el puente a través del cual unió su historia personal de hombre con la historia de la salvación; fue el altar en el que celebró su sacrificio de alabanza al Señor de la vida; fue la escalera hacia el paraíso. Animados por su ejemplo, también nosotros, como Nino, podemos llegar a ser capaces de transformar como buena levadura todas las realidades cotidianas, seguros de encontrar en él un modelo y un poderoso intercesor ante Dios”.
            Nino, que no puede moverse, es Nino que con el tiempo aprende a no huir, a no eludir las peticiones, y se hace cada vez más accesible y sencillo como su Señor. Su cama, su pequeña habitación o su silla de ruedas se transfiguran así en ese «altar» al que tantos llevan sus alegrías y sus penas: él los acoge, se ofrece a sí mismo y a sus propios sufrimientos por ellos. Nino «siendo» es el amigo en el que se pueden ‘descargar’ muchas preocupaciones y ‘depositar’ cargas: las acoge con una sonrisa, aunque en su vida -guardada en la reserva- no faltarán momentos de gran prueba moral y espiritual.
            En las cartas, en los encuentros, en las amistades muestra un gran realismo y sabe ser siempre sincero, reconociendo su propia pequeñez, pero también la grandeza del don de Dios en él y a través de él.
            Durante un encuentro con jóvenes en Loreto, en presencia del Card. Angelo Comastri, dirá: “¡Si alguno de vosotros está en pecado mortal, está mucho peor que yo!”: es la conciencia, toda salesiana, de que es mejor «la muerte, pero no los pecados», y de que los verdaderos amigos deben ser Jesús y María, de los que nunca hay que separarse.
            El Obispo de la Diócesis de Noto, Mons. Salvatore Rumeo, subraya que “la aventura divina de Nino Baglieri nos recuerda a todos que la santidad es posible y no pertenece a los siglos pasados: la santidad es el camino para llegar al Corazón de Dios. En la vida cristiana no hay otras soluciones. Abrazar la Cruz significa estar con Jesús en la estación del sufrimiento para participar de su Luz. Y Nino está en la Luz de Dios”.
            Nino nació al Cielo el 2 de marzo de 2007, después de haber celebrado ininterrumpidamente el 6 de mayo (día de la caída) como “aniversario de la Cruz” desde 1982.
            Tras su muerte, se vistió con las hermosas zapatillas de deporte, para que, como había dicho, “en mi último viaje hacia Dios, pueda correr hacia Él”.
            Don Giovanni d’Andrea, inspector de los Salesianos de Sicilia, nos invita así a “…conocer cada vez mejor la persona de Nino y su mensaje de esperanza. También nosotros, como Nino, queremos ponernos ‘las hermosas zapatillas’ y ‘correr’ por el camino de la santidad, que significa realizar el Sueño de Dios para cada uno de nosotros, un Sueño que cada uno de nosotros es: ser ‘felices en el tiempo y en la eternidad’, como escribió Don Bosco en su Carta de Roma del 10 de mayo de 1884”.
            En su testamento espiritual, Nino nos exhorta a “no dejarlo sin hacer nada”: su Causa de Beatificación y Canonización es ahora el instrumento puesto a disposición por la Iglesia para aprender a conocerlo y amarlo cada vez más, para encontrarlo como amigo y ejemplo en el seguimiento de Jesús, para dirigirse a él en la oración, pidiéndole aquellas gracias que ya han llegado en gran número.
            “Que el testimonio de Nino -espera el Postulador General, P. Pierluigi Cameroni sdb- sea un signo de esperanza para los que están en la prueba y en el dolor, y para las nuevas generaciones, para que aprendan a afrontar la vida con fe y valentía, sin desanimarse ni abatirse. Nino nos sonríe y nos sostiene para que, como él, podamos hacer nuestra ‘carrera’ hacia la alegría del cielo”.
            Por último, el obispo Rumeo, al final de la sesión de clausura de la Encuesta Diocesana, dijo: “Es una gran alegría haber alcanzado este hito para Nino y especialmente para la Iglesia de Noto, debemos rezar a Nino, debemos intensificar nuestra oración, debemos pedir alguna gracia a Nino para que interceda desde el cielo. Es una invitación a recorrer el camino de la santidad. El de la santidad es un arte difícil porque el corazón de la santidad es el Evangelio. Ser santos significa aceptar la palabra del Señor: al que te golpea en la mejilla, ofrécele también la otra, al que te pide la capa ofrécele también la túnica. ¡Esto es la santidad! […] En un mundo donde prevalece el individualismo, debemos elegir cómo entendemos la vida: o elegimos la recompensa de los hombres, o recibimos la recompensa de Dios. Jesús lo dijo, vino y sigue siendo un signo de contradicción porque es la divisoria de aguas, el año cero. La venida de Cristo se convierte en la aguja de la balanza: o con él, o contra él. Amar y amarnos es la pretensión que debe guiar nuestra existencia”.

Roberto Chiaramonte




San Francisco de Sales como joven estudiante en París

            En 1578 Francisco de Sales tenía 11 años. Su padre, deseoso de hacer de su hijo mayor una figura prominente en Saboya, lo envió a París para que continuara sus estudios en la capital intelectual de la época. El internado al que quería que asistiera era el colegio de los nobles, pero Francisco prefirió el de los jesuitas. Con la ayuda de su madre, ganó su caso y se convirtió en alumno de los jesuitas en su internado de Clermont.

            Recordando un día sus estudios en París, Francisco de Sales no escatimaría elogios: Saboya le había concedido “sus comienzos en las bellas letras”, escribiría, pero fue en la Universidad de París, “muy floreciente y muy frecuentada”, donde se había “aplicado en serio primero a las bellas letras, luego a todos los campos de la filosofía, con una facilidad y un provecho, favorecidos por el hecho de que, hasta los tejados, por así decirlo, y las paredes parecen filosofar”.
            En una página del Teotimo, Francisco de Sales relata un recuerdo de París de aquella época, en el que reconstruye el clima en el que estaba inmersa la juventud estudiantil de la capital, dividida entre los placeres prohibidos, la herejía de moda y la devoción monástica:

Cuando yo era joven en París, dos estudiantes, uno de los cuales era hereje, mientras pernoctaban en el suburbio de Saint-Jacques, disipándose de manera disoluta, oyeron tocar la campana matutina en la iglesia de los Cartujos; habiendo preguntado el hereje a su compañero católico por qué tocaba aquella campana, éste le ilustró sobre cuán devotamente se celebraban los santos oficios en aquel monasterio; ¡Oh Dios, dijo, ¡qué diferente del nuestro es el ejercicio de esos religiosos! Ellos realizan el de los ángeles, y nosotros el de los animales brutos. Al día siguiente, deseando comprobar por sí mismo lo que había aprendido del relato de su compañero, vio a aquellos padres en sus puestos, alineados como estatuas de mármol en sus nichos, inmóviles, sin hacer ningún gesto, excepto el de salmodiar, lo que hacían con una atención y devoción verdaderamente angelicales, según la costumbre de aquella santa orden. Entonces aquel joven, embelesado por la admiración, se sintió embargado por una extrema consolación al ver a Dios tan bien adorado por los católicos, y decidió, cosa que hizo entonces, entrar en el seno de la Iglesia, verdadera y única esposa de aquel que le había visitado con su inspiración en el deshonroso lecho de infamia en el que yacía.

            Otra anécdota muestra también que Francisco de Sales no ignoraba el espíritu rebelde de los parisinos, que les hacía “aborrecer las acciones mandadas”. Se trataba de un hombre “que, después de vivir ochenta años en la ciudad de París, sin abandonarla jamás, en cuanto el rey le ordenó permanecer allí el resto de sus días, salió inmediatamente a ver el campo, cosa que no había deseado en toda su vida”.

Estudios humanísticos
            Los jesuitas estaban entonces animados por el ímpetu de sus orígenes. Francisco de Sales pasó diez años en su colegio, cubriendo todo el plan de estudios, pasando de la gramática a los estudios clásicos, pasando por la retórica y la filosofía. Como alumno externo, vivía no lejos del colegio con su tutor, el P. Déage, y sus tres primos, Amé, Louis y Gaspard.
            El método de los jesuitas consistía en la conferencia del profesor (praelectio), seguida de numerosos ejercicios por parte de los alumnos, como la composición de versos y discursos, la repetición de conferencias, declamaciones, temas, conversaciones y disputas (disputatio) en latín. Para motivar a sus alumnos, los profesores apelaban a dos “inclinaciones” presentes en el alma humana: el placer, alimentado por la imitación de los antiguos, el sentido de la belleza y la búsqueda de la perfección literaria; y el esfuerzo o emulación, estimulado por el sentido del honor y el premio para los vencedores. En cuanto a las motivaciones religiosas, se trataba ante todo de buscar la mayor gloria de Dios (ad maiorem Dei gloriam).
            Repasando los escritos de Francisco, uno se da cuenta de hasta qué punto su cultura latina era amplia y profunda, aunque no siempre leyera a los autores en el texto original. Cicerón tiene ahí su lugar, pero más bien como filósofo; es un gran espíritu, si no el más grande “entre los filósofos paganos”. Virgilio, príncipe de los poetas latinos, no es olvidado: en medio de un periódico, aparece de repente una línea de la Eneida o de las Églogas, embelleciendo la frase y estimulando la curiosidad. Plinio el Viejo, autor de la Historia Natural, proporcionará a Francisco de Sales una reserva casi inagotable de comparaciones, “símiles” y datos curiosos, a menudo fantasmagóricos.
            Al término de sus estudios literarios, obtuvo el “bachillerato” que le abrió el acceso a la filosofía y a las “artes liberales”.

La filosofía y las “artes liberales”
            Las “artes liberales” abarcaban no sólo la filosofía propiamente dicha, sino también las matemáticas, la cosmografía, la historia natural, la música, la física, la astronomía, la química, todo ello “entremezclado con consideraciones metafísicas”. También hay que señalar el interés de los jesuitas por las ciencias exactas, más cercano en esto al humanismo italiano que al francés.
            Los escritos de Francisco de Sales muestran que sus estudios de filosofía dejaron huellas en su universo mental. Aristóteles, “el cerebro más grande” de la antigüedad, está presente por doquier en Francisco. De Aristóteles, escribió, debemos este “antiguo axioma entre los filósofos, que todo hombre desea conocer”. Lo que más le sorprendió de Aristóteles fue que había escrito “un admirable tratado sobre las virtudes”. En cuanto a Platón, lo considera un “gran espíritu”, si no “el más grande”. Tenía en gran estima a Epicteto, “el mejor hombre de todo el paganismo”.

            Los conocimientos relativos a la cosmografía, correspondientes a nuestra geografía, se vieron favorecidos por los viajes y descubrimientos de la época. Completamente ignorante de la causa del fenómeno del norte magnético, sabía perfectamente que “esta estrella polar” es aquella “hacia la que tiende constantemente la aguja de la brújula; gracias a ella los timoneles se guían en el mar y pueden saber adónde les llevan sus rutas”. El estudio de la astronomía abrió su espíritu al conocimiento de las nuevas teorías copernicanas.
            En cuanto a la música, confiesa que, sin ser un entendido en ella, disfrutaba sin embargo “mucho”. Dotado de un sentido innato de la armonía en todas las cosas, admitió no obstante que conocía la importancia de la discordancia, que es la base de la polifonía: “Para que la música sea bella, se requiere no sólo que las voces sean claras, nítidas y distintas, sino también que estén enlazadas de tal modo que constituyan una consonancia y una armonía agradables, en virtud de la unión existente en la distinción y distinción de las voces, lo que, no sin razón, se llama acorde discordante, o mejor dicho, discordia concordante”. El laúd se menciona a menudo en sus escritos, lo que no es de extrañar, sabiendo que el siglo XVI fue la edad de oro de este instrumento.

Actividades extraescolares
            La escuela no absorbía por completo la vida de nuestro joven, que también necesitaba relajarse. A partir de 1560, los jesuitas iniciaron nuevas orientaciones, como la reducción del horario diario, la inserción del recreo entre las horas de clase y las de estudio, el descanso después de las comidas, la creación de un amplio “patio” para el recreo, el paseo una vez a la semana y las excursiones. El autor de la Filotea recuerda los juegos en los que tuvo que participar durante su juventud, cuando enumera “el juego de la pallacorda (especie de tenis), la pelota, las carreras de sortijas, el ajedrez y otros juegos de mesa”. Una vez a la semana, los jueves, o si esto no era posible, los domingos, se reservaba una tarde entera para divertirse en el campo.
            ¿El joven Francisco asistía e incluso participaba en obras de teatro en el internado de Clermont? Es más que probable, porque los jesuitas eran los promotores de obras de teatro y comedias morales presentadas en público en un escenario, o en tarimas montadas sobre caballetes, incluso en la iglesia del colegio. El repertorio se inspiraba generalmente en la Biblia, en la vida de los santos, especialmente en los actos de los mártires, o en la historia de la Iglesia, sin excluir escenas alegóricas como la lucha de las virtudes contra los vicios, diálogos entre la fe y la Iglesia, entre la herejía y la razón. Generalmente se consideraba que una representación de este tipo bien valía un sermón bien pronunciado.

Equitación, esgrima y danza
            Su padre veló por la completa formación de Francisco como perfecto caballero y la prueba está en que le exigió que se dedicara a aprender las “artes de la nobleza” o artes caballerescas en las que él mismo destacaba. Francisco tuvo que practicar la equitación, la esgrima y la danza.
            En cuanto a la práctica de la esgrima, se sabe que distinguía la tarea caballeresca, del mismo modo que llevar una espada formaba parte de los privilegios de la nobleza. La esgrima moderna, nacida en España a principios del siglo XV, había sido codificada por los italianos, que la dieron a conocer en Francia.
            Francisco de Sales tuvo a veces ocasión de mostrar su destreza en el manejo de la espada durante asaltos reales o simulados, pero a lo largo de su vida libró desafíos a duelo que a menudo acababan con la muerte de un contendiente. Su sobrino contó que, durante su misión en Thonon, incapaz de detener a dos “desgraciados” que “practicaban la esgrima con espadas desnudas” y “no dejaban de cruzar sus espadas una contra otra”, “el hombre de Dios, confiando en su destreza, aprendida debidamente durante mucho tiempo, se lanzó contra ellos y los derrotó de modo que lamentaron su indigna acción”.
            En cuanto a la danza que había adquirido títulos nobiliarios en las cortes italianas, parece que fue introducida en la corte francesa por Catalina de Médicis, esposa de Enrique II. ¿Participó Francisco de Sales en algún ballet, danza figurativa, acompañada de música? No es imposible, pues tenía conocidos en algunas de las grandes familias.
            En sí mismas, escribiría más tarde en la Filotea, las danzas no son algo malo; todo depende del uso que se haga de ellas: “Jugar, bailar es lícito cuando se hace por diversión y no por afecto”. Añadamos a todos estos ejercicios el aprendizaje de la cortesía y los buenos modales, especialmente con los jesuitas, que prestaban mucha atención a la “urbanidad”, la “modestia” y la “honestidad”.

Formación religiosa y moral
            En el plano religioso, la enseñanza de la doctrina cristiana y del catecismo era de gran importancia en los colegios jesuitas. El catecismo se enseñaba en todas las clases, se aprendía de memoria en las inferiores siguiendo el método de la disputatio y con premios para los mejores. A veces se organizaban concursos públicos con una puesta en escena motivada por la religión. Se cultivaba el canto sagrado, que los luteranos y calvinistas habían desarrollado mucho. Se hacía especial hincapié en el año litúrgico y las fiestas, utilizando “historias” de las Sagradas Escrituras.
            Comprometidos con el restablecimiento de la práctica de los sacramentos, los jesuitas animaban a sus alumnos no sólo a asistir diariamente a misa, costumbre nada excepcional en el siglo XVI, sino también a la comunión eucarística frecuente, a la confesión frecuente y a la devoción a la Virgen y a los santos. Francisco respondió con fervor a las exhortaciones de sus maestros espirituales, comprometiéndose a comulgar “lo más a menudo posible”, “al menos cada mes”.
            Con el Renacimiento, la virtus de los antiguos, debidamente cristianizada, volvió al primer plano. Los jesuitas se convirtieron en sus protagonistas, alentando a sus alumnos al esfuerzo, la disciplina personal y la autorreforma. Francisco se adhirió sin duda al ideal de las virtudes cristianas más estimadas, como la obediencia, la humildad, la piedad, la práctica del deber del propio estado, el trabajo, las buenas costumbres y la castidad. Más tarde dedica toda la parte central de su Filotea al “ejercicio de las virtudes”.

Estudio de la Biblia y teología
            Un domingo de carnaval de 1584, mientras todo París salía a divertirse, su tutor vio que Francisco parecía preocupado. Sin saber si estaba enfermo o melancólico, le propuso que asistiera a los espectáculos de carnaval. A esta propuesta, el joven respondió con esta oración tomada de las Escrituras: “Aparta mis ojos de las cosas vanas”, y añadió: “Domine, fac ut videam”. ¿Ver qué? “La Sagrada Teología”, fue su respuesta; “me enseñará lo que Dios quiere que mi alma aprenda”. El P. Déage, que preparaba su doctorado en la Sorbona, tuvo la sabiduría de no oponerse al deseo de su corazón. Francisco se entusiasmó con las ciencias sagradas hasta el punto de saltarse las comidas. Su tutor le daba sus propios apuntes y le permitía asistir a debates públicos sobre teología.

            La fuente de esta devoción no se encontraba tanto en los cursos de teología de la Sorbona como en las clases de exégesis del Colegio Real. Tras su fundación en 1530, este Colegio fue testigo del triunfo de nuevas tendencias en el estudio de la Biblia. En 1584, Gilbert Genebrard, benedictino de Cluny, comentó el Cantar de los Cantares. Más tarde, cuando compuso su Teotimo, el obispo de Ginebra se acordó de este maestro y lo nombró “con reverencia y emoción, porque -escribió- fui su alumno, aunque infructuoso cuando enseñaba en el colegio real de París”. A pesar de su rigor filológico, Genebrard le transmitió una interpretación alegórica y mística del Cantar de los Cantares, que le encantó. Como escribe el padre Lajeunie, Francisco encontró en este libro sagrado “la inspiración de su vida, el tema de su obra maestra y la mejor fuente de su optimismo”.
            Los efectos de este descubrimiento no se hicieron esperar. El joven estudiante vivió un periodo marcado por un fervor excepcional. Se unió a la Congregación de María, una asociación promovida por los jesuitas, que reunía a la élite espiritual de los estudiantes de su colegio, del que pronto se convirtió en asistente y luego en “prefecto”. Su corazón estaba inflamado por el amor de Dios. Citando al salmista, decía que estaba “ebrio de la abundancia” de la casa de Dios, lleno del torrente de la “voluptuosidad” divina. Su mayor afecto estaba reservado a la Virgen María, “bella como la luna, resplandeciente como el sol”.

La Devoción en crisis
            Este fervor sensible duró un tiempo Luego vino una crisis, un “extraño tormento”, acompañado del “miedo a la muerte repentina y al juicio de Dios”. Según el testimonio de la madre de Chantal, “dejó casi por completo de comer y dormir y se volvió muy delgado y pálido como la cera”. Dos explicaciones han atraído la atención de los comentaristas: las tentaciones contra la castidad y la cuestión de la predestinación. No es necesario detenerse en las tentaciones. La forma de pensar y actuar del mundo circundante, los hábitos de ciertos compañeros que frecuentaban a “mujeres deshonestas”, le ofrecían ejemplos e invitaciones capaces de atraer a cualquier joven de su edad y condición.
            Otro motivo de crisis era la cuestión de la predestinación, tema que estaba a la orden del día entre los teólogos. Lutero y Calvino lo habían convertido en su caballo de batalla en la disputa sobre la justificación sólo por la fe, independientemente de los “méritos” que el hombre pueda adquirir mediante las buenas obras. Calvino había afirmado con decisión que Dios “determinó lo que quería hacer con cada hombre individualmente, pues no los crea a todos en la misma condición, sino que destina a unos a la vida eterna y a otros a la condenación eterna”. En la misma Sorbona, donde Francisco seguía cursos, se enseñaba, con la autoridad de San Agustín y Santo Tomás, que Dios no había decretado la salvación de todos los hombres.
            Francisco se creía reprobado por Dios y destinado a la condenación eterna y al infierno. En el colmo de su angustia, realizó un acto heroico de amor desinteresado y de abandono a la misericordia de Dios. Incluso llegó a la conclusión, absurda desde un punto de vista lógico, de aceptar voluntariamente ir al infierno, pero a condición de no maldecir al Bien Supremo. La solución a su “extraño tormento” se conoce, en particular, a través de las confidencias que hizo a la madre de Chantal: un día de enero de 1587, entró en una iglesia cercana y, tras rezar en la capilla de la Virgen, le pareció que su enfermedad había caído a sus pies como “escamas de lepra”.
            En realidad, esta crisis tuvo algunos efectos realmente positivos en el desarrollo espiritual de Francisco. Por un lado, le ayudó a pasar de la devoción sensible, quizá egoísta e incluso narcisista, al amor puro, despojado de toda gratificación interesada e infantil. Y por otra, abrió su espíritu a una nueva comprensión del amor de Dios, que quiere la salvación de todos los seres humanos. Ciertamente, siempre defenderá la doctrina católica sobre la necesidad de las obras para salvarse, fiel en esto a las definiciones del Concilio de Trento, pero el término “mérito” no gozará de sus simpatías. La verdadera recompensa del amor sólo puede ser el amor. Estamos aquí en la raíz del optimismo salesiano.

Equilibrio
            Es difícil exagerar la importancia de los diez años vividos por el joven Francisco de Sales en París. Allí concluyó sus estudios en 1588 con la licencia y el magisterio “en artes”, lo que le abrió el camino a estudios superiores de teología, derecho y medicina. ¿Cuáles eligió, o más bien, cuáles le impuso su padre? Conociendo los ambiciosos planes que su padre tenía para su hijo mayor, se comprende que el estudio del derecho fuera su preferencia. Francisco estudió Derecho en la Universidad de Padua, en la República de Venecia.
            De los once a los veintiún años, es decir, durante los diez años de su adolescencia y juventud, Francisco fue alumno de los jesuitas en París. La formación intelectual, moral y religiosa que recibió de los padres de la Compañía de Jesús dejaría una huella que conservaría durante toda su vida. Pero Francisco de Sales conservó su originalidad. No cayó en la tentación de hacerse jesuita, sino capuchino. El “salesianidad” siempre tendrá rasgos demasiado particulares como para asimilarse sin más a otras formas de ser y de reaccionar ante las personas y los acontecimientos.




Canillitas. Trabajo infantil en la República Dominicana (vídeo)

Por desgracia, el trabajo infantil no es una realidad del pasado. Todavía hay unos 160 millones de niños que trabajan en el mundo, y casi la mitad de ellos están empleados en diversas formas de trabajo peligroso; ¡algunos de ellos empiezan a trabajar a los 5 años! Esto les aleja de la educación y tiene graves consecuencias negativas en su desarrollo cognitivo, volitivo, emocional y social, afectando a su salud y calidad de vida.

Antes de hablar del trabajo infantil, hay que reconocer que no todos los trabajos realizados por niños pueden clasificarse como tales. La participación de los niños en determinadas actividades familiares, escolares o sociales que no obstaculizan su escolarización no sólo no perjudica su salud y desarrollo, sino que es beneficiosa. Tales actividades forman parte de la educación integral, ayudan a los niños a aprender habilidades muy útiles en su vida y les preparan para asumir responsabilidades.

La definición de trabajo infantil de la Organización Internacional del Trabajo es la actividad laboral que priva a los niños de su infancia, su potencial y su dignidad y es perjudicial para su desarrollo físico y psicológico. Son trabajos en la calle, en fábricas, en minas, con largas jornadas laborales que muchas veces les privan incluso del descanso necesario. Son trabajos que física, mental, social o moralmente son arriesgados o perjudiciales para los niños, y que interfieren en su escolarización privándoles de la oportunidad de ir a la escuela, obligándoles a abandonarla prematuramente u obligándoles a intentar conciliar la asistencia a la escuela con largas horas de duro trabajo.

Esta definición de trabajo infantil no es compartida por todos los países. Sin embargo, hay parámetros que pueden definirlo: la edad, la dificultad o peligrosidad del trabajo, el número de horas trabajadas, las condiciones en que se realiza el trabajo y también el nivel de desarrollo del país. En cuanto a la edad, está comúnmente aceptado que no se debe trabajar por debajo de los 12 años: las normas internacionales hablan de una edad mínima de admisión al trabajo, es decir, no inferior a la edad en que se termina la escolaridad obligatoria.

Estadísticas recientes hablan de unos 160 millones de niños que trabajan, y esta cifra en realidad puede ser considerablemente mayor, ya que es difícil calcular la situación real. Concretamente, uno de cada 10 niños en el mundo es víctima del trabajo infantil. Y hay que tener en cuenta que esta estadística incluye también el trabajo degradante -si es que se le puede llamar trabajo-, como el reclutamiento forzoso en conflictos armados, la esclavitud o la explotación sexual. Y es preocupante que las estadísticas muestren que hoy trabajan 8 millones de niños más que en 2016, y que este aumento se dé sobre todo en niños de entre 5 y 11 años. Las organizaciones internacionales advierten de que, si la tendencia continúa así, el número de niños empleados en el trabajo infantil podría aumentar en 46 millones en los próximos años si no se adoptan medidas adecuadas de protección social.

La causa del trabajo infantil es principalmente la pobreza, pero también la falta de acceso a la educación y la vulnerabilidad en el caso de los niños huérfanos o abandonados.
Este trabajo, en la inmensa mayoría de los casos, también conlleva consecuencias físicas (enfermedades y dolencias crónicas, mutilaciones), psicológicas (al ser maltratados, los niños se convierten en maltratadores, tras vivir en entornos hostiles y violentos ellos mismos se vuelven hostiles y violentos, desarrollan una baja autoestima y una falta de esperanza en el futuro) y sociales (corrupción de costumbres, alcohol, drogas, prostitución, delitos).

No es un fenómeno nuevo, también ocurría en tiempos de Don Bosco, cuando muchos chicos, empujados por la pobreza, buscaban en las grandes ciudades medios para sobrevivir. La respuesta del santo fue acogerlos, proporcionarles comida y cobijo, alfabetización, educación, un trabajo digno y hacer que esos chicos abandonados sintieran que formaban parte de una familia.
Aún hoy, estos chicos muestran una gran inseguridad y desconfianza, están desnutridos y tienen graves carencias afectivas. También hoy debemos buscarlos, conocerlos, ofrecerles poco a poco lo que les gusta para darles finalmente lo que necesitan: un hogar, una educación, un entorno familiar y, en el futuro, un trabajo digno.
Se intenta conocer la situación particular de cada uno de ellos, buscar a los familiares para reintegrar a los chicos en la familia cuando sea posible, darles la oportunidad de dejar el trabajo infantil, de socializarse, de asistir a la escuela, acompañándoles para que puedan realizar su sueño y su proyecto de vida gracias a la educación, y convertirse en testigos para otros chicos que se encuentren en la misma situación que ellos.
En 70 países de todo el mundo, los Salesianos actúan en el ámbito del trabajo infantil. Te presentamos uno de ellos, el de la República Dominicana.

Canillitas era el nombre que se daba a los chicos vendedores ambulantes de periódicos, que debido a la pobreza tenían pantalones cortos que le dejaban descubiertas sus “canillas”, es decir, sus piernas. Parecidos a éstos, los chicos de hoy tienen que mover las piernas en la calle todos los días para ganarse la vida, por lo que el proyecto para ellos se llamó Canillitas con Don Bosco.
Comenzó como un proyecto oratoriano salesiano, que luego se convirtió en una actividad permanente: el Centro Canillitas con Don Bosco en Santo Domingo.

El proyecto comenzó el 8 de diciembre de 1985 con tres jóvenes del entorno salesiano que se dedicaron a tiempo completo, renunciando a sus ocupaciones. Tenían claras las cuatro etapas del camino a seguir: Búsqueda, Acogida, Socialización y Acompañamiento. Empezaron a buscar jóvenes en las calles y parques de Santo Domingo, contactando con ellos, ganándose su confianza y estableciendo lazos de amistad. Al cabo de dos meses, les invitaron a pasar un domingo juntos y se sorprendieron cuando más de 300 menores acudieron a la cita. Fue una tarde festiva con juegos, música y meriendas que hizo que los menores preguntaran espontáneamente cuándo podrían volver. La respuesta sólo podía ser “el próximo domingo”.
Su número creció constantemente, cuando se dieron cuenta de que la acogida, los espacios y las actividades eran los adecuados para ellos. Al campamento organizado en verano asistieron un centenar de los más fieles. En él, los chicos recibían una tarjeta de canillitas en el campamento, para darles una identidad y un sentido de pertenencia, también porque muchos de ellos ni siquiera sabían su fecha de nacimiento.
Con el crecimiento en número de los chicos vino el crecimiento en gastos. Esto llevó a la necesidad de buscar financiación e implícitamente de dar a conocer el proyecto a estos chicos.

El 2 de mayo de 1986, la comunidad salesiana presentó el proyecto a los superiores salesianos de la Provincia Salesiana de las Antillas, proyecto que recibió un apoyo unánime. De este modo, se lanzó oficialmente el programa Canillitas con Don Bosco, que continúa en la actualidad tras casi 38 años de existencia. Y no sólo continúa, sino que ha crecido y se ha ampliado, siendo un modelo para otras iniciativas. Así nacieron el programa Canillitas con Laura Vicuña, desarrollado por las Hijas de María Auxiliadora para las chicas trabajadoras, los programas Chiriperos con Don Bosco, para ayudar a los jóvenes que -para ganarse la vida- hacían cualquier “trabajillo” (como acarrear agua, tirar la basura, hacer recados…), y el programa Aprendices con Don Bosco, que se ocupa de los menores que trabajaban en los numerosos talleres mecánicos, explotados por ciertos empresarios. Para estos últimos, los Salesianos construyeron un taller con la ayuda de algunos buenos industriales y de la Primera Dama de la República, para que fueran libres de aprender un oficio y no estuvieran a merced de la injusticia.
A raíz de este éxito, todas estas iniciativas y otras se han fusionado en la Red de Niños y Niñas con Don Bosco, compuesta actualmente por 11 centros con programas adaptados a las edades de los niños, que se han convertido en un ejemplo en la lucha contra el trabajo infantil en el país caribeño. Forman parte de esta red: Canillitas con Don Bosco, Chiriperos con Don Bosco, Aprendices con Don Bosco, Hogar Escuela de Niñas Doña Chucha, Hogar de Niñas Nuestra Señora de la Altagracia, Hogar Escuela Santo Domingo Savio, Quédate con Nosotros, Don Bosco Amigo, Amigos y Amigas de Domingo Savio, Mano a Mano con Don Bosco y Sur Joven.

La red ha llevado a cabo programas enfocados a desarrollar habilidades en niños y jóvenes, fomentando su formación integral y su crecimiento. Ha acompañado directamente a unos 93.000 niños, adolescentes y jóvenes, ha llegado a más de 70.000 familias, e indirectamente ha tenido más de 150.000 beneficiarios, trabajando con una media de más de 2.500 beneficiarios cada año. Todo ello se ha logrado sobre la base del Sistema Preventivo de Don Bosco, que ha llevado a los niños y jóvenes a recuperar su autoestima, a ser protagonistas de su propia vida para convertirse en «honrados ciudadanos y buenos cristianos».

Esta obra también ha tenido un impacto sociopolítico. Contribuyó al crecimiento de la sensibilidad social hacia estos chicos pobres que hacían lo que podían para sobrevivir. El eco del programa salesiano en los medios de comunicación de la República Dominicana dio a un grupo de Canillitas la oportunidad de participar en una sesión del Congreso Nacional del país y en la redacción del Código del Sistema de Protección y Derechos Fundamentales de Niños, Niñas y Adolescentes de la República Dominicana (Ley 136-03), promulgado el 7 de agosto de 2003.

Posteriormente, se firmaron varios convenios con el Instituto de Formación Técnica Profesional, el Consejo Nacional de la Niñez y la Adolescencia y la Escuela de la Magistratura.
Gracias al apoyo de muchos empresarios y de la sociedad civil, se establecieron asociaciones e interrelaciones con UNICEF, la Organización Internacional del Trabajo, el gobierno nacional, la Coalición de ONG por la Infancia de la República Dominicana, e incluso se llegó a la Conferencia de las Américas en la Casa Blanca en 2007, con una recepción por parte del Presidente George Bush y la Secretaria de Estado Condoleezza Rice.

La labor salesiana ha contribuido a la reducción del trabajo infantil y al aumento de las tasas de educación en el país. El misionero salesiano promotor, el padre Juan Linares, fue nombrado Hombre del Año de la República Dominicana en 2011, y durante 10 años fue miembro de la junta directiva del Consejo Nacional para la Niñez y la Adolescencia, órgano rector del Sistema Nacional de Protección de los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes.

Recientemente se ha realizado un documental, «Canillitas», para informar, denunciar y sensibilizar sobre el trabajo infantil. El corto documental refleja la vida cotidiana de seis niños trabajadores en la República Dominicana, así como la labor de los misioneros salesianos para cambiar esta realidad, gracias a la educación.

Te presentamos la ficha técnica de la película.
Título: Canillitas
Año de producción: 2022
Duración: 21 minutos
Género: Documental
Público adecuado: Todos
País: España
Director: Raúl de la Fuente, Premio Goya 2014 por “Minerita” y en 2019 por “Un día más con vida”
Producción: Kanaki Films
Versiones y subtítulos: español, inglés, francés, italiano, portugués, alemán y polaco

Versión en línea:



(Artículo realizado con material enviado por Misiones Salesianas de Madrid, España.)