La educación de la conciencia con san Francisco de Sales

Con toda probabilidad, fue la llegada de la Reforma protestante la que puso en la agenda el problema de la conciencia y, más precisamente, de la «libertad de conciencia». En una carta de 1597 a Clemente VIII, el prelado de Sales deploraba la «tiranía» que el «estado de Ginebra» imponía «sobre las conciencias de los católicos». Pedía a la Santa Sede que interviniera ante el rey de Francia para lograr que los ginebrinos concedieran «lo que llaman libertad de conciencia». Contrario a soluciones militares para la crisis protestante, vislumbraba en la libertas conscientiae una posible salida al enfrentamiento violento, siempre que se respetara la reciprocidad. Reivindicada por Ginebra a favor de la Reforma, y por Francisco de Sales en beneficio del catolicismo, la libertad de conciencia estaba a punto de convertirse en uno de los pilares de la mentalidad moderna.

Dignidad de la persona humana
La dignidad del individuo reside en la conciencia, y la conciencia es ante todo sinónimo de sinceridad, honestidad, franqueza, convicción. El prelado de Sales reconocía, por ejemplo, «para descargar su conciencia», que el proyecto de las Controversias le había sido impuesto de alguna manera por otros. Cuando presentaba sus razones a favor de la doctrina y la práctica católica, se preocupaba por precisar que lo hacía «en conciencia». «Díganme en conciencia», preguntaba a sus contradictores. La «buena conciencia», de hecho, hace que uno evite ciertos actos que lo ponen en contradicción consigo mismo.
Sin embargo, la conciencia subjetiva individual no puede tomarse siempre como garante de la verdad objetiva. No siempre se está obligado a creer lo que uno dice en conciencia. «Muéstrenme claramente –dice el prelado a los señores de Thonon– que no mienten en absoluto, que no me engañan cuando me dicen que en conciencia han tenido esta o aquella inspiración». La conciencia puede ser víctima de la ilusión, de forma voluntaria o incluso involuntaria. «Los avaros empedernidos no solo no confiesan serlo, sino que no piensan en conciencia que lo son».
La formación de la conciencia es una tarea esencial, porque la libertad de conciencia conlleva el riesgo de «hacer el bien y el mal», pero «elegir el mal no es usar, sino abusar de nuestra libertad». Es una tarea dura, porque la conciencia a veces nos aparece como un adversario que «siempre lucha contra nosotros y por nosotros»: ella «opone constante resistencia a nuestras malas inclinaciones», pero lo hace «para nuestra salvación». Cuando uno peca, «el remordimiento interior se mueve contra su conciencia con la espada en mano», pero lo hace para «traspasarla con un santo temor».
Un medio para ejercer una libertad responsable es la práctica del «examen de conciencia». Hacer el examen de conciencia es como seguir el ejemplo de las palomas que se miran «con ojos limpios y puros», «se limpian con cuidado y se adornan lo mejor que pueden». Filotea está invitada a hacer este examen todas las noches, antes de acostarse, preguntándose «cómo se ha comportado en las distintas horas del día; para hacerlo más fácilmente se pensará en dónde, con quién y a qué ocupaciones se ha dedicado».
Una vez al año deberemos hacer un examen profundo del «estado de nuestra alma» ante Dios, el prójimo y nosotros mismos, sin olvidar un «examen de los afectos de nuestra alma». El examen –dice Francisco de Sales a las visitandinas– les llevará a sondear «a fondo su conciencia».
¿Cómo aliviar la conciencia cuando uno la siente cargada de un error o de una falta? Algunos lo hacen de mala manera, juzgando y acusando a otros «de vicios de los que son víctimas», pensando así en «endulzar los remordimientos de su conciencia». De este modo se multiplica el riesgo de hacer juicios temerarios. Al contrario, «aquellos que cuidan correctamente de su conciencia no están en absoluto sujetos a juicios temerarios». Conviene considerar aparte el caso de los padres, educadores y responsables del bien público, porque «una buena parte de su conciencia consiste en velar atentamente por la conciencia de los demás».

El respeto a uno mismo
De la afirmación de la dignidad y la responsabilidad de cada uno debe nacer el respeto a sí mismo. Ya Sócrates y toda la antigüedad pagana y cristiana habían mostrado el camino:

Es un dicho de los filósofos, que sin embargo fue considerado válido por los doctores cristianos: «Conócete a ti mismo», es decir, conoce la excelencia de tu alma para no humillarla ni despreciarla.

Ciertos actos nuestros constituyen no solo una ofensa a Dios, sino también una ofensa a la dignidad de la persona humana y a la razón. Sus consecuencias son deplorables:

La semejanza e imagen de Dios, que llevamos en nosotros, se mancha y desfigura, la dignidad de nuestro espíritu se deshonra, y nos hacemos semejantes a los animales sin razón […], haciéndonos esclavos de nuestras pasiones y trastornando el orden de la razón.

Hay éxtasis y arrebatos que nos elevan por encima de nuestra condición natural y otros que nos rebajan: «Oh hombres, ¿hasta cuándo serán tan insensatos –escribe el autor del Teotimo– de querer pisotear su dignidad natural, descendiendo voluntaria y precipitadamente a la condición de las bestias?».
El respeto a uno mismo permitirá evitar dos peligros opuestos: el orgullo y el desprecio de los dones que uno tiene. En un siglo en que el sentido del honor estaba exaltado al máximo, Francisco de Sales tuvo que intervenir para denunciar fechorías, en particular en el problema del duelo, que le hacía «ponerse los pelos de punta», y aún más el orgullo insensato que era la causa. «Estoy escandalizado» –escribía a la esposa de un marido duelista–; «en verdad, no puedo entender cómo se puede tener un valor tan desmedido incluso por bagatelas y cosas sin importancia». Al batirse en duelo es como si «se convirtieran el uno en verdugo del otro».
Otros, en cambio, no se atreven a reconocer los dones recibidos y pecan así contra el deber de gratitud. Francisco de Sales denuncia «cierta falsa y tonta humildad que impide descubrir el bien que hay en ellos». Están equivocados, porque «los bienes que Dios ha puesto en nosotros deben ser reconocidos, estimados y honrados sinceramente».
El primer prójimo que debo respetar y amar, parece querer decir el obispo de Ginebra, es el propio yo. El verdadero amor hacia mí mismo y el respeto debido me exigen que tienda a la perfección y que me corrija, si es necesario, pero dulcemente, razonablemente y «siguiendo el camino de la compasión» más que el de la ira y el furor.
Existe, de hecho, un amor a uno mismo no solo legítimo, sino también beneficioso y mandado: «La caridad bien ordenada comienza por uno mismo» –dice el proverbio– y refleja bien el pensamiento de Francisco de Sales, pero con la condición de no confundir el amor a uno mismo con el amor propio. El amor a uno mismo es bueno, y Filotea está invitada a interrogarse sobre la manera en que se ama a sí misma:

¿Mantienes un buen orden en el amor hacia ti misma? Porque solo el amor desordenado hacia nosotros mismos puede llevarnos a la ruina. Ahora bien, el amor ordenado quiere que amemos el alma más que el cuerpo, que busquemos procurarnos las virtudes más que cualquier otra cosa.

En cambio, el amor propio es un amor egoísta, «narcisista», hinchado de sí mismo, celoso de su propia belleza y preocupado únicamente por su propio interés: «Narciso –dicen los profanos– era un joven tan desdeñoso que no quería ofrecer su amor a nadie más; y finalmente, contemplándose en una fuente clara fue totalmente cautivado por su belleza».

El «respeto debido a las personas»
Si se respeta a uno mismo, se estará más preparado y dispuesto a respetar a los demás. El hecho de ser «imagen y semejanza de Dios» tiene como corolario la afirmación de que «todos los seres humanos gozan de la misma dignidad». Francisco de Sales, aunque vivía en una sociedad marcada por el antiguo régimen, fuertemente desigual, promovió un pensamiento y una práctica caracterizados por el «respeto debido a las personas».
Hay que empezar por los niños. La madre de san Bernardo –dice el autor de la Filotea– amaba a sus hijos recién nacidos «con respeto como una cosa sagrada que Dios le había confiado». Una reprimenda muy grave dirigida por el obispo de Ginebra a los paganos concernía su desprecio por la vida de seres indefensos. El respeto al niño que está por nacer emerge en este pasaje de una carta, redactada según la retórica barroca de la época, dirigida por Francisco de Sales a una mujer embarazada. La anima explicándole que el niño que se está formando en sus entrañas no es solo «una imagen viva de la divina Majestad», sino también la imagen de su madre. Recomienda a otra mujer:

Ofrezcan a menudo a la gloria eterna de su Creador a la criatura cuya formación quiso encomendarles como su cooperadora.

Otro aspecto del respeto debido a los demás se refiere al tema de la libertad. El descubrimiento de nuevas tierras tuvo, como consecuencia nefasta, el resurgimiento de la esclavitud, que recordaba las prácticas de los antiguos romanos en tiempos del paganismo. La venta de seres humanos los degradaba al rango de bestias:

Un día, Marcantonio compró a un mercader dos jovencitos; entonces, como todavía ocurre hoy en alguna región, se vendían niños; había hombres que los conseguían y luego los traficaban como se hace con los caballos en nuestros países.

El respeto a los demás está continuamente amenazado de forma más sutil por la maledicencia y la calumnia. Francisco de Sales insiste mucho en los «pecados de lengua». Un capítulo de la Filotea que trata explícitamente este tema se titula La honestidad en las palabras y el respeto que se debe a las personas. Arruinar la reputación de alguien es cometer un «asesinato espiritual»; es quitar «la vida civil» a quien se habla mal. Asimismo, «al condenar el vicio», se procurará ahorrar lo más posible «a la persona implicada en él».
Ciertas categorías de personas son fácilmente denigradas o despreciadas. Francisco de Sales defiende la dignidad de la gente del pueblo basándose en el Evangelio: «San Pedro –comenta– era un hombre rudo, tosco, un viejo pescador, un artesano de baja condición; san Juan, en cambio, era un caballero, dulce, amable, sabio; san Pedro, en cambio, ignorante». Pues bien, fue san Pedro quien fue elegido para guiar a los demás y para ser el «superior universal».
Proclama la dignidad de los enfermos, diciendo que «las almas que están en la cruz son declaradas reinas». Denunciando la «crueldad hacia los pobres» y exaltando la «dignidad de los pobres», justifica y precisa la actitud que se debe tener hacia ellos, explicando «cómo debemos honrarlos y por tanto visitarlos como representantes de Nuestro Señor». Nadie es inútil, nadie es insignificante: «No hay en el mundo objeto que no pueda ser útil para algo; pero hay que saber encontrar su uso y lugar».

El «uno-diferente» salesiano
El problema que siempre ha atormentado a las sociedades humanas es cómo conciliar la dignidad y la libertad de cada individuo con las de los demás. Recibió de Francisco de Sales una aclaración original gracias a la invención de una nueva palabra. De hecho, dado que el universo está formado por «todas las cosas creadas, visibles e invisibles» y que «su diversidad se reconduce a la unidad», el obispo de Ginebra propuso llamarlo «uno-diferente», es decir, «único y diferente, único con diversidad y diferente con unidad».
Para él, cada ser es único. Las personas son como las perlas de las que habla Plinio: «son tan únicas, cada una en su cualidad, que nunca se encuentran dos perfectamente iguales». Es significativo que sus dos obras principales, la Introducción a la vida devota y el Tratado del amor de Dios, estén dirigidas a una persona singular, Filotea y Teotimo. ¡Qué variedad y diversidad entre los seres! «Sin duda, como vemos que nunca se encuentran dos hombres perfectamente iguales en los dones de la naturaleza, tampoco se encuentran dos perfectamente iguales en los dones sobrenaturales». La variedad le encantaba también desde un punto de vista puramente estético, pero temía una curiosidad indiscreta sobre sus causas:

Si alguien se preguntara por qué Dios hizo las sandías más grandes que las fresas, o los lirios más grandes que las violetas; por qué el romero no es una rosa o por qué el clavel no es una caléndula; por qué el pavo real es más bello que un murciélago, o por qué el higo es dulce y el limón agrio, se reirían de sus preguntas y le dirían: pobre hombre, como la belleza del mundo requiere variedad, es necesario que en las cosas haya perfecciones diferentes y diferenciadas y que una no sea la otra; por eso unas son pequeñas, otras grandes, unas agrias, otras dulces, unas más bellas, otras menos. […] Todas tienen su mérito, su gracia, su esplendor, y todas, vistas en conjunto en su variedad, constituyen un maravilloso espectáculo de belleza.

La diversidad no obstaculiza la unidad, al contrario, la enriquece y embellece aún más. Cada flor tiene sus características que la distinguen de todas las demás: «No es propio de las rosas ser blancas, me parece, porque las rojas son más bellas y tienen un mejor perfume, que sin embargo es propio del lirio». Ciertamente, Francisco de Sales no soporta la confusión y el desorden, pero es igualmente enemigo de la uniformidad. La diversidad de los seres puede conducir a la dispersión y a la ruptura de la comunión, pero si hay amor, «vínculo de la perfección», nada se pierde, al contrario, la diversidad se exalta con la unión.
En Francisco de Sales hay sin duda una cultura real del individuo, pero esta nunca es un cierre al grupo, a la comunidad o a la sociedad. Él ve espontáneamente al individuo inserto en un contexto o «estado» de vida, que marca notablemente la identidad y pertenencia de cada uno. No será posible fijar un programa o proyecto igual para todos, por el simple hecho de que se aplicará y realizará de manera diferente «para el caballero, para el artesano, para el criado, para el príncipe, para la viuda, para la joven, para la casada»; además hay que adaptarlo «a las fuerzas y deberes de cada uno en particular». El obispo de Ginebra ve la sociedad repartida en espacios vitales caracterizados por la pertenencia social y la solidaridad de grupo, como cuando trata «de la compañía de soldados, del taller de artesanos, de la corte de los príncipes, de la familia de gente casada».
El amor personaliza y, por tanto, individualiza. El afecto que une a una persona con otra es único, como demuestra Francisco de Sales en su relación con la señora de Chantal: «Cada afecto tiene su peculiaridad que lo diferencia de los demás; el que siento por usted posee cierta particularidad que me consuela infinitamente y, para decirlo todo, para mí es sumamente fructífero». El sol ilumina a todos y a cada uno: «al iluminar un rincón de la tierra, no lo ilumina menos que si no brillara en otro lugar, sino solo en ese rincón».

El ser humano está en devenir
Humanista cristiano, Francisco de Sales cree finalmente en la posibilidad que tiene la persona humana de perfeccionarse. Erasmo había forjado la fórmula: Homines non nascuntur sed finguntur. Mientras el animal es un ser predeterminado, guiado por el instinto, el hombre, en cambio, está en perpetua evolución. No solo cambia, sino que puede cambiarse a sí mismo, tanto para bien como para mal.
Lo que preocupaba enteramente al autor del Teotimo era perfeccionarse a sí mismo y ayudar a los demás a perfeccionarse, y no solo en el ámbito religioso, sino en todo. Desde el nacimiento hasta la tumba, el hombre está en situación de aprendiz. Imitamos al cocodrilo que «nunca deja de crecer mientras vive». De hecho, «permanecer mucho tiempo en un mismo estado no es posible: quien no avanza, retrocede en este tráfico; quien no sube, baja en esta escala; quien no vence es vencido en esta lucha». Cita a san Bernardo que decía: «Está escrito especialmente para el hombre que nunca estará en el mismo estado: debe avanzar o retroceder». Sigamos adelante:

¿No sabes que estás en camino y que el camino no es para sentarse, sino para avanzar? Y está hecho para avanzar tanto que moverse hacia adelante se llama caminar.

Esto también significa que la persona humana es educable, capaz de aprender, corregirse y mejorarse. Y esto es cierto a todos los niveles. La edad a veces no tiene nada que ver. Miren a estos niños cantores de la catedral, que superan con mucho las capacidades de su obispo en este ámbito: «Admiro a estos niños –decía– que apenas saben hablar y que ya cantan su parte; comprenden todos los signos y reglas musicales, mientras que yo no sabría cómo arreglármelas, yo que soy un hombre hecho y que quisiera hacerse pasar por un gran personaje». Nadie en este mundo es perfecto:

Hay personas de naturaleza ligera, otras groseras, otras muy reacias a escuchar opiniones ajenas, y otras finalmente propensas a la indignación, otras a la ira y otras al amor; en resumen, encontramos muy pocas personas en las que no sea posible descubrir una u otra de tales imperfecciones.

¿Debemos entonces desesperar de poder mejorar nuestro temperamento, corrigiendo alguna de nuestras inclinaciones naturales? En absoluto.

Por mucho que, de hecho, sean en cada uno de nosotros propias y naturales, si con la aplicación a un apego contrario se pueden corregir y regular, e incluso uno puede liberarse y purificarse, entonces, les digo Filotea, que hay que hacerlo. Incluso se ha encontrado la manera de hacer dulces los almendros amargos: basta con perforarlos en la base y hacer salir el jugo; ¿por qué no podríamos entonces hacer salir nuestras inclinaciones perversas para así ser mejores?

De aquí la conclusión optimista pero exigente: «No hay naturaleza buena que no pueda volverse mala mediante hábitos viciosos; no hay naturaleza tan perversa que no pueda, primero con la gracia de Dios y luego con el esfuerzo industrioso y la diligencia, domarse y vencer». Si el hombre es educable, no debemos desesperar de nadie y debemos cuidarnos de los prejuicios hacia las personas:

No digan: fulano es un borracho, aunque lo hayan visto ebrio; es un adúltero, por haberlo visto pecar; es un incestuoso, por haberlo sorprendido en esa desgracia; porque un solo acto no basta para dar nombre a la cosa. […] Y aunque un hombre haya sido vicioso durante mucho tiempo, se correría el riesgo de mentir llamándolo vicioso.

La persona humana nunca termina de cultivar su jardín. Es la lección que el fundador de las visitandinas les inculcaba cuando las llamaba «a cultivar la tierra y el jardín» de sus corazones y espíritus, porque no existe «hombre tan perfecto que no necesite esforzarse tanto para crecer en la perfección como para conservarla».




Don Bosco y las procesiones eucarísticas

Un aspecto poco conocido pero importante del carisma de san Juan Bosco son las procesiones eucarísticas. Para el santo de los jóvenes, la Eucaristía no era solo una devoción personal, sino una herramienta pedagógica y un testimonio público. En una Turín en transformación, don Bosco vio en las procesiones una oportunidad para fortalecer la fe de los jóvenes y anunciar a Cristo en las calles. La experiencia salesiana, que continuó en todo el mundo, muestra cómo la fe puede encarnarse en la cultura y responder a los desafíos sociales. Aún hoy, vividas con autenticidad y apertura, estas procesiones pueden convertirse en signos proféticos de fe.

Cuando se habla de san Juan Bosco (1815-1888) se piensa inmediatamente en sus oratorios populares, en la pasión educativa por los jóvenes y en la familia salesiana nacida de su carisma. Menos conocido, pero no por ello menos decisivo, es el papel que la devoción eucarística —y en particular las procesiones eucarísticas— tuvo en su obra. Para Don Bosco, la Eucaristía no era solo el corazón de la vida interior; también constituía una poderosa herramienta pedagógica y un signo público de renovación social en una Turín en rápida transformación industrial. Recorrer el vínculo entre el santo de los jóvenes y las procesiones con el Santísimo significa entrar en un laboratorio pastoral donde liturgia, catequesis, educación cívica y promoción humana se entrelazan de manera original y, en ocasiones, sorprendente.

Las procesiones eucarísticas en el contexto del siglo XIX
Para comprender a Don Bosco es necesario recordar que el siglo XIX italiano vivió un intenso debate sobre el papel público de la religión. Tras la época napoleónica y del movimiento risorgimentista, las manifestaciones religiosas en las calles de la ciudad ya no eran algo dado por sentado: en muchas regiones se estaba delineando un estado liberal que miraba con recelo cualquier expresión pública del catolicismo, temiendo concentraciones masivas o resurgimientos “reaccionarios”. Sin embargo, las procesiones eucarísticas mantenían una fuerza simbólica muy poderosa: recordaban la señoría de Cristo sobre toda la realidad y, al mismo tiempo, hacían emerger una Iglesia popular, visible e encarnada en los barrios. Contra este trasfondo se destaca la obstinación de Don Bosco, que nunca renunció a acompañar a sus jóvenes en el testimonio de la fe fuera de los muros del oratorio, ya fueran las calles de Valdocco o los campos circundantes.

Desde los años de formación en el seminario de Chieri, Giovanni Bosco desarrolló una sensibilidad eucarística de sabor “misionero”. Las crónicas cuentan que a menudo se detenía en la capilla, después de las clases, largo tiempo en oración ante el tabernáculo. En las “Memorias del Oratorio” él mismo reconoce haber aprendido de su director espiritual, don Cafasso, el valor de “hacerse pan” para los demás: contemplar a Jesús que se entrega en la Hostia significaba, para él, aprender la lógica del amor gratuito. Esta línea atraviesa toda su historia: “Manténganse amigos de Jesús sacramentado y María Auxiliadora” repetirá a los jóvenes, señalando la comunión frecuente y la adoración silenciosa como pilares de un camino de santidad laical y cotidiana.

El oratorio de Valdocco y las primeras procesiones internas
En los primeros años cuarenta del siglo XIX, el oratorio turinés aún no poseía una iglesia propiamente dicha. Las celebraciones se realizaban en barracas de madera o en patios adaptados. Don Bosco, sin embargo, no renunció a organizar pequeñas procesiones internas, casi “ensayos generales” de lo que se convertiría en una práctica establecida. Los jóvenes llevaban cirios y estandartes, cantaban alabanzas marianas y, al final, se detenían alrededor de un altar improvisado para la bendición eucarística. Estos primeros intentos tenían una función eminentemente pedagógica: acostumbrar a los jóvenes a una participación devota pero alegre, uniendo disciplina y espontaneidad. En la Turín obrera, donde a menudo la miseria desembocaba en violencia, desfilar ordenados con el pañuelo rojo al cuello ya era una señal contracorriente: mostraba que la fe podía educar al respeto de uno mismo y de los demás.

Don Bosco sabía bien que una procesión no se improvisa: se necesitan signos, cantos, gestos que hablen al corazón antes que a la mente. Por eso cuidaba personalmente la explicación de los símbolos. El baldaquino se convertía en la imagen de la tienda del encuentro, signo de la presencia divina que acompaña al pueblo en camino. Las flores esparcidas a lo largo del recorrido recordaban la belleza de las virtudes cristianas que deben adornar el alma. Los faroles, indispensables en las salidas nocturnas, aludían a la luz de la fe que ilumina las tinieblas del pecado. Cada elemento era objeto de una pequeña “predicación” convivencial en el refectorio o en la recreación, de modo que la preparación logística se entrelazara con la catequesis sistemática. ¿El resultado? Para los jóvenes, la procesión no era un deber ritual sino una ocasión de fiesta cargada de significado.

Uno de los aspectos más característicos de las procesiones salesianas era la presencia de la banda formada por los mismos alumnos. Don Bosco consideraba la música un antídoto contra el ocio y, al mismo tiempo, una poderosa herramienta de evangelización: “Una marcha alegre bien ejecutada —escribía— atrae a la gente como el imán atrae al hierro”. La banda precedía al Santísimo, alternando piezas sacras con arias populares adaptadas con textos religiosos. Este “diálogo” entre fe y cultura popular reducía las distancias con los transeúntes y creaba alrededor de la procesión un aura de fiesta compartida. No pocos cronistas laicos testimoniaron haber sido “intrigados” por aquel grupo de jóvenes músicos disciplinados, tan diferente de las bandas militares o filarmónicas de la época.

Procesiones como respuesta a las crisis sociales
La Turín del siglo XIX conoció epidemias de cólera (1854 y 1865), huelgas, hambrunas y tensiones anticlericales. Don Bosco reaccionó a menudo proponiendo procesiones extraordinarias de reparación o de súplica. Durante el cólera de 1854 llevó a los jóvenes por las calles más afectadas, recitando en voz alta las letanías por los enfermos y repartiendo pan y medicinas. En ese momento nació la promesa —luego cumplida— de construir la iglesia de María Auxiliadora: “Si la Madonna salva a mis chicos, le levantaré un templo”. Las autoridades civiles, inicialmente contrarias a los cortejos religiosos por temor al contagio, tuvieron que reconocer la eficacia de la red de asistencia salesiana, alimentada espiritualmente precisamente por las procesiones. La Eucaristía, llevada entre los enfermos, se convertía así en un signo tangible de la compasión cristiana.

Contrariamente a ciertos modelos devocionales cerrados en las sacristías, las procesiones de Don Bosco reivindicaban un derecho de ciudadanía de la fe en el espacio público. No se trataba de “ocupar” las calles, sino de devolverlas a su vocación comunitaria. Pasar bajo los balcones, atravesar plazas y pórticos significaba recordar que la ciudad no es solo lugar de intercambio económico o de enfrentamiento político, sino de encuentro fraterno. Por eso Don Bosco insistía en un orden impecable: capas cepilladas, zapatos limpios, filas regulares. Quería que la imagen de la procesión comunicara belleza y dignidad, persuadiendo incluso a los observadores más escépticos de que la propuesta cristiana elevaba a la persona.

La herencia salesiana de las procesiones
Después de la muerte de Don Bosco, sus hijos espirituales difundieron la práctica de las procesiones eucarísticas en todo el mundo: desde las escuelas agrícolas de Emilia hasta las misiones de la Patagonia, desde los colegios asiáticos hasta los barrios obreros de Bruselas. Lo que importaba no era duplicar fielmente un rito piamontés, sino transmitir el núcleo pedagógico: protagonismo juvenil, catequesis simbólica, apertura a la sociedad circundante. Así, en América Latina, los salesianos incorporaron danzas tradicionales al inicio del cortejo; en India adoptaron alfombras de flores según el arte local; en África subsahariana alternaron cantos gregorianos con ritmos polifónicos tribales. La Eucaristía se convertía en puente entre culturas, realizando el sueño de Don Bosco de “hacer de todos los pueblos una sola familia”.

Desde el punto de vista teológico, las procesiones de Don Bosco encarnan una fuerte visión de la presencia real de Cristo. Llevar el Santísimo “afuera” significa proclamar que el Verbo no se hizo carne para quedarse encerrado, sino para “plantar su tienda en medio de nosotros” (cf. Jn 1,14). Tal presencia pide ser anunciada en formas comprensibles, sin reducirse a un gesto intimista. En Don Bosco, la dinámica centrípeta de la adoración (reunir los corazones alrededor de la Hostia) genera una dinámica centrífuga: los jóvenes, alimentados en el altar, se sienten enviados a servir. De la procesión surgen micro-compromisos: asistir a un compañero enfermo, pacificar una pelea, estudiar con mayor diligencia. La Eucaristía se prolonga en las “procesiones invisibles” de la caridad cotidiana.

Hoy, en contextos secularizados o multirreligiosos, las procesiones eucarísticas pueden plantear interrogantes: ¿siguen siendo comunicativas? ¿No corren el riesgo de parecer folclore nostálgico? La experiencia de Don Bosco sugiere que la clave está en la calidad relacional más que en la cantidad de incienso o de ornamentos. Una procesión que involucra a familias, explica los símbolos, integra lenguajes artísticos contemporáneos y, sobre todo, se conecta con gestos concretos de solidaridad, mantiene una sorprendente fuerza profética. El reciente Sínodo sobre los jóvenes (2018) ha subrayado varias veces la importancia de “salir” y de “mostrar la fe con la carne”. La tradición salesiana, con su liturgia itinerante, ofrece un paradigma ya probado de “Iglesia en salida”.

Las procesiones eucarísticas no eran para Don Bosco simples tradiciones litúrgicas, sino verdaderos actos educativos, espirituales y sociales. Representaban una síntesis entre fe vivida, comunidad educativa y testimonio público. A través de ellas, Don Bosco formaba jóvenes capaces de adorar, respetar, servir y testimoniar.

Hoy, en un mundo fragmentado y distraído, reapropiarse del valor de las procesiones eucarísticas a la luz del carisma salesiano puede ser una forma eficaz de reencontrar el sentido de lo esencial: Cristo presente en medio de su pueblo, que camina con él, lo adora, lo sirve y lo anuncia.
En una época que busca autenticidad, visibilidad y relaciones, la procesión eucarística —si se vive según el espíritu de Don Bosco— puede ser un signo poderoso de esperanza y renovación.

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Patagonia: “La empresa más grande de nuestra Congregación”

Apenas llegaron a la Patagonia, los salesianos – guiados por Don Bosco – buscaron obtener un Vicariato apostólico que garantizara autonomía pastoral y el apoyo de Propaganda Fide. Entre 1880 y 1882, repetidas solicitudes a Roma, al presidente argentino Roca y al arzobispo de Buenos Aires se estrellaron contra disturbios políticos y desconfianzas eclesiásticas. Misioneros como Rizzo, Fagnano, Costamagna y Beauvoir recorrían el Río Negro, el Colorado y hasta el lago Nahuel-Huapi, estableciendo presencias entre indígenas y colonos. El giro llegó el 16 de noviembre de 1883: un decreto erigió el Vicariato de la Patagonia septentrional, confiado a monseñor Giovanni Cagliero, y la Prefectura meridional, dirigida por monseñor Giuseppe Fagnano. Desde ese momento, la obra salesiana se arraigó «en el fin del mundo», preparando su futura florecencia.

            Recién llegados los Salesianos a la Patagonia, el 22 de marzo de 1880 Don Bosco volvió a solicitar a las distintas Congregaciones romanas y al propio Papa León XIII para la erección de un Vicariato o Prefectura de la Patagonia con sede en Carmen, que abarcaría las colonias ya establecidas o que se estaban organizando en las márgenes del Río Negro, desde los 36° a los 50° de latitud Sur. Carmen podría haberse convertido en “el centro de las Misiones Salesianas entre los Indios”.
            Pero los disturbios militares en el momento de la elección del General Roca como Presidente de la República (mayo-agosto de 1880) y la muerte del inspector salesiano P. Francisco Bodrato (agosto de 1880) hicieron que los planes quedaran en suspenso. Don Bosco insistió también ante el Presidente en noviembre, pero fue en vano. El Vicariato no era querido ni por el arzobispo ni por la autoridad política.

            Unos meses más tarde, en enero de 1881, Don Bosco animó al recién nombrado Inspector P. Santiago Costamagna a ocuparse del Vicariato de la Patagonia y aseguró al párroco-director P. Fagnano que con respecto a la Patagonia – “la más grande empresa de nuestra Congregación”- pronto recaería sobre él una gran responsabilidad. Pero el impasse continuaba.
            Mientras tanto en la Patagonia el P. Emilio Rizzo, que en 1880 había acompañado al vicario de Buenos Aires Monseñor Espinosa por Río Negro hasta Roca (50 km), con otros salesianos se preparaba para otras misiones volantes por el mismo río. El P. Fagnano pudo entonces acompañar al ejército hasta la Cordillera en 1881. Don Bosco, impaciente, temblaba y el P. Costamagna, de nuevo en noviembre de 1881, le aconsejó negociar directamente con Roma.
            La suerte quiso que Monseñor Espinosa llegara a Italia a finales de 1881; Don Bosco aprovechó la ocasión para informar a través de él al arzobispo de Buenos Aires, que en abril de 1882 se mostró favorable al proyecto de un Vicariato confiado a los Salesianos. Más que nada, quizá por la imposibilidad de esperar allí con su clero. Pero una vez más no se llegó a nada. En el verano de 1882 y luego en 1883, el P. Beauvoir acompañó al ejército hasta el lago Nahuel-Huapi en los Andes (880 km); otros salesianos habían hecho excursiones apostólicas similares en abril a lo largo del Río Colorado, mientras que el P. Beauvoir regresó a Roca y en agosto el P. Milanesio fue hasta Ñorquín en Neuquén (900 km).
            Don Bosco estaba cada vez más convencido de que sin su propio Vicariato Apostólico los Salesianos no habrían gozado de la necesaria libertad de acción, dadas las dificilísimas relaciones que había tenido con su Arzobispo de Turín y teniendo en cuenta también que el propio Concilio Vaticano I no había decidido nada sobre las nada fáciles relaciones entre Ordinarios y superiores de Congregaciones religiosas en territorios de misión. Además, y no era poco, sólo un Vicariato misionero podía contar con el apoyo económico de la Congregación de Propaganda Fide.
            Por ello Don Bosco reanudó sus gestiones, elevando a la Santa Sede la propuesta de subdivisión administrativa de la Patagonia y Tierra del Fuego en tres Vicariatos o Prefecturas: de Río Colorado a Río Chubut, de éstos al Río Santa Cruz, y de éstos a las islas de Tierra del Fuego, incluidas las Malvinas.
            El Papa León XIII aceptó unos meses después y le pidió los nombres. Don Bosco sugirió entonces al cardenal Simeoni la erección de un Vicariato único para la Patagonia norte con sede en Carmen, del que dependería una Prefectura Apostólica para la Patagonia sur. Para esta última propuso al P. Fagnano; para el Vicariato al P. Cagliero o al P. Costamagna.

Un sueño hecho realidad
            El 16 de noviembre de 1883 un decreto de Propaganda Fide erigía el Vicariato Apostólico de la Patagonia Norte y Central, que comprendía el sur de la provincia de Buenos Aires, los territorios nacionales de La Pampa central, Río Negro, Neuquén y Chubut. Cuatro días más tarde la confió al P. Cagliero como Provicario Apostólico (y más tarde Vicario Apostólico). El 2 de diciembre de 1883, le tocó a Fagnano ser nombrado Prefecto Apostólico de la Patagonia chilena, del territorio chileno de Magallanes-Punta Arenas, del territorio argentino de Santa Cruz, de las islas Malvinas y de las islas indefinidas que se extienden hasta el estrecho de Magallanes. Eclesiásticamente, la Prefectura abarcaba zonas pertenecientes a la diócesis chilena de San Carlos de Ancud.
            El sueño del famoso viaje en tren de Cartagena en Colombia a Punta Arenas en Chile el 10 de agosto de 1883 comenzaba así a hacerse realidad, tanto más cuanto que algunos Salesianos de Montevideo en Uruguay habían venido a fundar la casa de Niteroi en Brasil a principios de 1883. El largo proceso para poder dirigir una misión en plena libertad canónica había llegado a su fin. En octubre de 1884 el P. Cagliero sería nombrado Vicario Apostólico de la Patagonia, donde ingresaría el 8 de julio, siete meses después de su consagración episcopal en Valdocco el 7 de diciembre de 1884.

La secuela
            Aunque en medio de las dificultades de todo tipo que la historia recuerda -incluso acusaciones y francas calumnias- la obra salesiana desde aquellos tímidos comienzos se desplegó rápidamente tanto en la Patagonia Argentina como en la chilena. Echó raíces sobre todo en pequeñísimos núcleos de indios y colonos, hoy convertidos en pueblos y ciudades. Monseñor Fagnano se estableció en Punta Arenas (Chile) en 1887, desde donde poco después inició misiones en las islas de Tierra del Fuego. Misioneros generosos y capaces gastaron generosamente sus vidas a ambos lados del Estrecho de Magallanes “por la salvación de las almas” e incluso de los cuerpos (en la medida de sus posibilidades) de los habitantes de aquellas tierras “allá abajo, en el fin del mundo”. Muchos lo reconocieron, entre ellos una persona que lo sabe, porque él mismo vino ‘casi del fin del mundo’: el Papa Francisco.

Foto de época: los tres Bororòs que acompañaron a los misioneros salesianos a Cuyabà (1904)




Educar las facultades de nuestro espíritu con San Francisco de Sales

San Francisco de Sales presenta el espíritu como la parte más elevada del alma, gobernada por el intelecto, la memoria y la voluntad. El corazón de su pedagogía es la autoridad de la razón, “divina antorcha” que hace al hombre verdaderamente humano y debe guiar, iluminar y disciplinar las pasiones, la imaginación y los sentidos. Educar el espíritu significa, por tanto, cultivar el intelecto mediante el estudio, la meditación y la contemplación, ejercitar la memoria como depósito de las gracias recibidas, y fortalecer la voluntad para que elija constantemente el bien. De esta armonía brotan las virtudes cardinales – prudencia, justicia, fortaleza y templanza – que forman personas libres, equilibradas y capaces de auténtica caridad.

            Francisco de Sales considera el espíritu como la parte superior del alma. Sus facultades son el intelecto, la memoria y la voluntad. La imaginación podría formar parte de él en la medida en que la razón y la voluntad intervienen en su funcionamiento. La voluntad, por su parte, es la facultad maestra a la que conviene reservar un tratamiento particular. El espíritu hace que el hombre se convierta, según la definición clásica, en un «animal racional». «Somos hombres solo mediante la razón», escribe Francisco de Sales. Después de «las gracias corporales», están «los dones del espíritu», que deberían ser objeto de nuestras reflexiones y de nuestro reconocimiento. Entre ellos, el autor de la Filotea distingue los dones recibidos de la naturaleza y los adquiridos con la educación:

            Considerad los dones del espíritu: cuánta gente hay en el mundo idiota, loca furiosa, mentecata. ¿Por qué no os encontráis entre ellos? Dios os ha favorecido. Cuántos han sido educados de forma tosca y en la más extrema ignorancia: pero a vosotros, la Providencia divina os ha hecho criar de un modo civil y honrado.

La razón, “divina antorcha”
           
En un Ejercicio del sueño o reposo espiritual, compuesto en Padua cuando tenía veintitrés años, Francisco se proponía meditar un argumento que asombra:

            Me detendré a admirar la belleza de la razón que Dios ha donado al hombre, para que, iluminado e instruido por su maravilloso esplendor, odiase el vicio y amase la virtud. ¡Oh! Sigamos la esplendente luz de esta divina antorcha, porque nos es donada en uso para ver dónde debemos poner los pies. ¡Ah! Si nos dejamos conducir por sus dictados, raramente tropezaremos, difícilmente nos haremos daño.

            «La razón natural es un buen árbol que Dios ha plantado en nosotros, los frutos que provienen de él solo pueden ser buenos», afirma el autor del Teótimo; es verdad que está «gravemente herida y casi muerta a causa del pecado», pero su ejercicio no está fundamentalmente impedido.
            En el reino interior del hombre, «la razón debe ser la reina, a la que todas las facultades de nuestro espíritu, todos nuestros sentidos y el mismo cuerpo deben permanecer absolutamente sometidos». Es la razón la que distingue al hombre del animal, por lo que hay que guardarse bien de imitar «los ,macacos y los monos que siempre están malhumorados, tristes y quejumbrosos cuando falta la luna; luego, al contrario, con la luna nueva, saltan, danzan y hacen todas las muecas posibles». Es necesario hacer reinar «la autoridad de la razón», reitera Francisco de Sales.
            Entre la parte superior del espíritu, que debe reinar, y la parte inferior de nuestro ser, designada a veces por Francisco de Sales con el término bíblico de «carne», la lucha a veces se vuelve áspera. Cada frente tiene sus aliados. El espíritu, «fortaleza del alma», está acompañado «por tres soldados: el intelecto, la memoria y la voluntad». Atentos, pues, a la «carne» que conspira y busca aliados en el lugar:

            La carne usa ahora el intelecto, ahora la voluntad, ahora la imaginación, las cuales, asociándose contra la razón, le dejan el campo libre, creando división y haciendo un mal servicio a la razón. […] La carne atrae a la voluntad a veces con los placeres, a veces con las riquezas; ahora solicita a la imaginación a inventar pretensiones, ahora suscita en el intelecto una gran curiosidad, todo con el pretexto del bien.

            En esta lucha, incluso cuando todas las pasiones del alma parecen trastornadas, nada está perdido mientras el espíritu resista: «Si estos soldados fueran fieles, el espíritu no tendría ningún temor y no daría ninguna importancia a sus propios enemigos: como soldados que, disponiendo de suficientes municiones, resisten en el bastión de una fortaleza inexpugnable, a pesar de que los enemigos se encuentren en los suburbios o incluso hayan tomado ya la ciudad; le sucedió a la ciudadela de Niza, ante la cual la fuerza de tres grandes príncipes no pudo vencer la resistencia de los defensores». La causa de todas estas laceraciones interiores es el amor propio. En efecto, «nuestros razonamientos ordinariamente están llenos de motivaciones, opiniones y consideraciones sugeridas por el amor propio, y esto causa grandes conflictos en el alma».
            En el ámbito educativo, es importante hacer sentir la superioridad del espíritu. «Aquí está el principio de una educación humana —dice el padre Lajeunie—: mostrar al niño, apenas su razón se despierta, lo que es bello y bueno, y apartarlo de lo que es malo; crear de este modo en su corazón el hábito de controlar sus reflejos instintivos, en lugar de seguirlos servilmente; es así, de hecho, como se forma este proceso de sexualización que lo hace esclavo de sus deseos espontáneos. En el momento de elecciones decisivas, tal hábito de ceder siempre, sin controlarse, a las pulsiones instintivas puede revelarse catastrófico».

El intelecto, “ojo del alma”
           
El intelecto, facultad típicamente humana y racional, la cual permite conocer y comprender, a menudo se compara con la vista. Se afirma, por ejemplo: «Yo veo», para decir: «Yo comprendo». Para Francisco de Sales, el intelecto es “el ojo del alma”; de ahí su expresión «el ojo de vuestro intelecto». La increíble actividad de la que es capaz lo hace similar a «un obrero, el cual, con los cientos de miles de ojos y de manos, como otro Argos, realiza más obras que todos los trabajadores del mundo, porque no hay nada en el mundo que no sea capaz de representar».

            ¿Cómo funciona el intelecto humano? Francisco de Sales ha analizado con precisión las cuatro operaciones de las que es capaz: el simple pensamiento, el estudio, la meditación y la contemplación. El simple pensamiento se ejerce sobre una gran diversidad de cosas, sin ningún fin, «como hacen las moscas que se posan sobre las flores sin querer extraer ningún jugo, sino solo porque las encuentran». Cuando el intelecto pasa de un pensamiento a otro, los pensamientos que así lo atiborran son ordinariamente «inútiles y dañinos». El estudio, al contrario, mira a considerar las cosas «para conocerlas, para comprenderlas y para hablar bien de ellas, con el fin de «llenar la memoria», como hacen los abejorros que «se posan sobre las rosas para ningún otro fin que para saciarse y llenarse el vientre».
            Francisco de Sales podía detenerse aquí, pero conocía y recomendaba otras dos formas más elevadas. Mientras que el estudio mira a aumentar los conocimientos, la meditación tiene como fin el de «mover los afectos y, en particular, el amor»: «Fijemos nuestro intelecto en el misterio del cual esperamos poder extraer buenos afectos», como la paloma que “arrulla reteniendo el aliento y, mediante el murmullo que produce en la garganta sin dejar salir el aliento, produce su típico canto”.
            La actividad suprema del intelecto es la contemplación, la cual consiste en gozar del bien conocido a través de la meditación y amado mediante tal conocimiento; esta vez nos parecemos a los pajaritos que se entretienen en la jaula solo para “dar placer al maestro”. Con la contemplación el espíritu humano llega a su vértice; el autor del Teótimo afirma que la razón «vivifica finalmente el intelecto con la contemplación».
            Volvamos al estudio, la actividad intelectual que nos interesa más de cerca. “Hay un viejo axioma de los filósofos, según el cual todo hombre desea conocer”. Retomando por su parte esta afirmación de Aristóteles, así como el ejemplo de Platón, Francisco de Sales pretende demostrar que esto constituye un gran privilegio. Lo que el hombre quiere conocer es la verdad. La verdad es más bella que aquella «famosa Elena, por cuya belleza murieron tantos griegos y troyanos». El espíritu está hecho para la búsqueda de la verdad: «La verdad es el objeto de nuestro intelecto, el cual, en consecuencia, descubriendo y conociendo la verdad de las cosas, se siente plenamente satisfecho y contento». Cuando el espíritu encuentra algo nuevo, experimenta una alegría intensa, y cuando se empieza a encontrar algo bello, se es impulsado a continuar la búsqueda, «como aquellos que han encontrado una mina de oro y se adentran siempre más para encontrar aún más de este precioso metal». El asombro que produce el descubrimiento es un potente estímulo; «la admiración, de hecho, ha dado origen a la filosofía y a la atenta búsqueda de las cosas naturales». Siendo Dios la verdad suprema, el conocimiento de Dios es la ciencia suprema que llena nuestro espíritu. Es él quien nos «ha donado el intelecto para conocerlo»; fuera de él solo hay «pensamientos vanos y reflexiones inútiles».

Cultivar la propia inteligencia
           
Lo que caracteriza al hombre es el gran deseo de conocer. Fue este deseo «el que indujo al gran Platón a salir de Atenas y correr tanto», y «el que indujo a estos antiguos filósofos a renunciar a sus comodidades corporales». Algunos incluso llegan a ayunar diligentemente «para poder estudiar mejor». El estudio, de hecho, produce un placer intelectual, superior a los placeres sensuales y difícil de detener: «El amor intelectual, al encontrar en la unión con su objeto una satisfacción inesperada, perfecciona el conocimiento, continuando así a unirse a él, y uniéndose cada vez más, no deja de seguir haciéndolo».
            Se trata de «iluminar bien el intelecto», esforzándose por «purgarlo» de las tinieblas de la «ignorancia». Él denuncia «la torpeza y la indolencia de espíritu, que no quiere saber lo que es necesario» e insiste en el valor del estudio y del aprendizaje: «Estudiad siempre más, con diligencia y humildad», escribía a un estudiante. Pero no basta con «purgar» el intelecto de la ignorancia, es necesario además «embellecerlo y adornarlo», «tapizarlo de consideraciones». Para conocer perfectamente una cosa, es necesario aprender bien, dedicar tiempo a «someter» el intelecto, es decir, a fijarlo en una cosa, antes de pasar a otra.
            El joven Francisco de Sales aplicaba su inteligencia no solo a los estudios y a conocimientos intelectuales, sino también a ciertos temas esenciales para la vida del hombre en la tierra, y, en particular, a la «consideración de la vanidad de la grandeza, de las riquezas, de los honores, de las comodidades y de los placeres voluptuosos de este mundo»; a la «consideración de la infamia, abyección y deplorable miseria, presentes en el vicio y en el pecado», y al «conocimiento de la excelencia de la virtud».
            El espíritu humano a menudo se distrae, olvida, se contenta con un conocimiento vago o vano. Mediante la meditación, no solo de las verdades eternas, sino también de los fenómenos y de los acontecimientos del mundo, es capaz de alcanzar una visión más realista y profunda de la realidad. Por este motivo, en las Meditaciones propuestas por el autor a Filotea, hay una primera parte dedicada titulada Consideraciones.
            Considerar significa aplicar el espíritu a un objeto preciso, examinar con atención sus diversos aspectos. Francisco de Sales invita a Filotea a «pensar», a «ver», a examinar los diferentes «puntos», algunos de los cuales merecen ser considerados «aparte». Exhorta a ver las cosas en general y a descender luego a los casos particulares. Quiere que se examinen los principios, las causas y las consecuencias de una determinada verdad, de una determinada situación, así como las circunstancias que la acompañan. Es necesario también saber «sopesar» ciertas palabras o sentencias, cuya importancia corre el riesgo de escapársenos, considerarlas una a una, confrontarlas una con otra.
            Como en todo, así en el deseo de conocer puede haber excesos y deformaciones. Atentos a la vanidad de falsos sabios: algunos, de hecho, «por el poco de ciencia que tienen, quieren ser honrados y respetados por todos, como si cada uno debiera ir a su escuela y tenerlos por maestros: por eso se les llama pedantes». Ahora bien, «la ciencia nos deshonra cuando nos infla y degenera en pedantería». ¡Qué ridiculez querer instruir a Minerva, Minervam docere, la diosa de la sabiduría! «La peste de la ciencia es la presunción, que infla los espíritus y los vuelve hidrópicos, como son ordinariamente los sabios del mundo».
            Cuando se trata de problemas que nos superan y que entran en el ámbito de los misterios de la fe, es necesario «purificarlos de toda curiosidad», es necesario «mantenerlos bien cerrados y cubiertos frente a tales vanas y necias cuestiones y curiosidades». Es la «pureza intelectual», la «segunda modestia» o la «modestia interior». Finalmente, se debe saber que el intelecto puede equivocarse y que existe el «pecado del intelecto», como el que Francisco de Sales reprocha a la señora de Chantal, la cual había cometido un error al depositar una exagerada estima en su director.

La memoria y sus «almacenes»
           
Como el intelecto, así la memoria es una facultad del espíritu que suscita admiración. Francisco de Sales la compara con un almacén «que vale más que los de Amberes o de Venecia». ¿No se dice acaso «almacenar» en la memoria? La memoria es un soldado cuya fidelidad nos es muy útil. Es un don de Dios, declara el autor de la Introducción a la vida devota: Dios os la ha donado «para que os acordéis de él», dice a Filotea, invitándola a huir de «los recuerdos detestables y frívolos».
            Esta facultad del espíritu humano necesita ser entrenada. Cuando era estudiante en Padua, el joven Francisco ejercitaba su memoria no solo en los estudios, sino también en la vida espiritual, en la cual la memoria de los beneficios recibidos es un elemento fundamental:

            Antes que nada, me dedicaré a refrescar mi memoria con todos los buenos impulsos, deseos, afectos, propósitos, proyectos, sentimientos y dulzuras que en el pasado la divina Majestad me ha inspirado y hecho experimentar, considerando sus santos misterios, la belleza de la virtud, la nobleza de su servicio y una infinidad de beneficios que me ha libremente otorgado; pondré también orden en mis recuerdos acerca de las obligaciones que tengo hacia ella por el hecho de que, por su santa gracia, a veces ha debilitado mis sentidos enviándome ciertas dolencias y enfermedades, de las cuales he sacado gran provecho.

            En las dificultades y en los miedos es indispensable servirse de ella «para acordarse de las promesas» y para «permanecer firmes confiando en que todo perecerá antes que las promesas fallen». Sin embargo, la memoria del pasado no es siempre buena, porque puede generar tristeza, como le ocurrió a un discípulo de san Bernardo, que fue asaltado por una mala tentación cuando comenzó «a recordar a los amigos del mundo, a los parientes, a los bienes que había dejado». En ciertas circunstancias excepcionales de la vida espiritual «es necesario purificarla del recuerdo de cosas caducas y de asuntos mundanos y olvidar por un cierto tiempo las cosas materiales y temporales, aunque buenas y útiles». En el campo moral, para ejercitar la virtud, la persona que se ha sentido ofendida tomará una medida radical: «Me acuerdo demasiado de las flechas e injurias, de ahora en adelante perderé la memoria».

«Debemos tener un espíritu justo y razonable»
           
Las capacidades del espíritu humano, en particular del intelecto y de la memoria, no están destinadas solo a gloriosas empresas intelectuales, sino también y sobre todo a la conducta de la vida. Tratar de conocer al hombre, de comprender la vida y definir las normas referentes a los comportamientos conformes a la razón, estos deberían ser los cometidos fundamentales del espíritu humano y de su educación. La parte central de la Filotea, que trata del «ejercicio de las virtudes», contiene, hacia el final, un capítulo que resume en cierto modo la enseñanza de Francisco de Sales sobre las virtudes: «Debemos tener un espíritu justo y razonable».
            Con fineza y una pizca de humor, el autor denuncia numerosas conductas extrañas, locas o simplemente injustas: «Acusamos al prójimo por poco, y nos excusamos a nosotros mismos por mucho más»; «queremos vender con un precio alto y comprar a buen mercado»; «lo que hacemos por los otros nos parece siempre mucho, y lo que hacen los otros por nosotros es nada»; «tenemos un corazón dulce, gracioso y cortés hacia nosotros, y un corazón duro, severo y riguroso hacia el prójimo»; «tenemos dos pesos: uno para pesar nuestras comodidades con la mayor ventaja posible para nosotros, el otro para pesar las del prójimo con la mayor desventaja que se puede». Para juzgar bien, aconseja a Filotea, es necesario siempre ponerse en el lugar del prójimo: «Haceos vendedora al comprar y compradora al vender». No se pierde nada al vivir como personas «generosas, nobles, corteses, con un corazón real, constante y razonable».
            La razón está en la base del edificio de la educación. Ciertos padres no tienen una actitud mental justa; de hecho, «hay chicos virtuosos que padres y madres no consiguen casi soportar porque tienen este o aquel defecto en el cuerpo; hay en cambio viciosos continuamente mimados, porque tienen esta o aquella bella dote física». Hay educadores y responsables que se dejan llevar por preferencias. «Mantened la balanza bien derecha entre vuestras hijas», recomendaba a una superiora de las visitandinas, para que «los dones naturales no os hagan distribuir injustamente los afectos y los favores». Y añadía: «La belleza, la buena gracia y la palabra amable confieren a menudo una gran fuerza de atracción a las personas que viven según sus inclinaciones naturales; la caridad tiene como objeto la verdadera virtud y la belleza del corazón, y se extiende a todos sin particularismos».
            Pero es sobre todo la juventud la que corre los riesgos mayores, porque si «el amor propio nos aleja habitualmente de la razón», esto ocurre quizás aún más en los jóvenes tentados por la vanidad y por la ambición. La razón de un joven corre el riesgo de perderse sobre todo cuando se deja «llevar por enamoramientos». Atención, pues, escribe el obispo a un joven, «a no permitir que vuestros afectos prevengan el juicio y la razón en la elección de los sujetos a amar; puesto que, una vez que se ha puesto en marcha, el afecto arrastra al juicio, como se arrastraría a un esclavo, a elecciones muy deplorables, de las que podría arrepentirse muy pronto». Explicaba también a las visitandinas que «nuestros pensamientos están habitualmente llenos de razones, opiniones y consideraciones sugeridas por el amor propio, que causa grandes conflictos en el alma».

La razón, fuente de las cuatro virtudes cardinales
           
La razón se asemeja al río del paraíso, «que Dios hace correr para irrigar todo el hombre en todas sus facultades y actividades»; este se divide en cuatro brazos correspondientes a las cuatro virtudes que la tradición filosófica llama virtudes cardinales: la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza.
            La prudencia «inclina nuestro intelecto a discernir verdaderamente el mal a evitar y el bien a cumplir». Esta consiste en «discernir cuáles son los medios más apropiados para alcanzar el bien y la virtud». ¡Atención a las pasiones que corren el riesgo de deformar nuestro juicio y de provocar la ruina de la prudencia! La prudencia no se opone a la simplicidad: seremos, conjuntamente, «prudentes como serpientes para no ser engañados; simples como palomas para no engañar a nadie».

            La justicia consiste en «rendir a Dios, al prójimo y a sí mismos lo que se debe». Francisco de Sales comienza con la justicia hacia Dios, conectada con la virtud de la religión, «mediante la cual rendimos a Dios el respeto, el honor, el homenaje y la sumisión a él debidos como nuestro soberano Señor y primer principio». La justicia hacia los padres comporta el deber de la piedad, la cual «se extiende a todos los oficios que se pueden legítimamente rendirles, sea en honor, sea en servicio».
            La virtud de la fortaleza ayuda a «superar las dificultades que se encuentran al cumplir el bien y al rechazar el mal». Es muy necesaria, porque el apetito sensitivo es «verdaderamente un sujeto rebelde, sedicioso, turbulento». Cuando la razón domina las pasiones, la ira deja el puesto a la dulzura, gran aliada de la razón. La fortaleza es acompañada a menudo por la magnanimidad, «una virtud que nos empuja e inclina a cumplir acciones de gran relieve».
            Finalmente, la templanza es indispensable «para reprimir las inclinaciones desordenadas de la sensualidad», para «gobernar el apetito de la avidez» y «frenar las pasiones conectadas». En efecto, si el alma se apasiona demasiado a un placer y a una alegría sensible, se degrada volviéndose incapaz de alegrías más elevadas.
            En conclusión, las cuatro virtudes cardinales son como las manifestaciones de esta luz natural que nos proporciona la razón. Practicando estas virtudes, la razón ejerce «su superioridad y la autoridad que tiene de regular los apetitos sensuales».




Hacia el infierno intenciones ineficaces (1873)

San Giovanni Bosco relata en una «buena noche» el fruto de una larga súplica a la Madonna Auxiliadora: comprender la causa principal de la condenación eterna. La respuesta, recibida en sueños repetidos, es impactante en su sencillez: la falta de una firme y concreta resolución al terminar la Confesión. Sin una decisión sincera de cambiar de vida, incluso el sacramento se vuelve estéril y los pecados se repiten.

Solemne admonición.
– ¿Por qué tantos se condenan…?
– Porque no hacen buenos propósitos cuando se confiesan.

            La noche del 31 de mayo de 1873, después de las oraciones, al dar las «buenas noches» a los alumnos, el Siervo de Dios hizo esta importante declaración, diciendo que era el «resultado de sus plegarias» y que «procedía del Señor».

            Durante todo el tiempo de la novena de María Auxiliadora, mejor dicho, durante todo el mes de mayo, en la misa y en mis oraciones particulares, pedía al Señor y a la Virgen la gracia de que me hiciesen conocer cuál era la causa por la que caía más gente en el infierno.
            Ahora no digo que esto venga o no del Señor; pero sí puedo afirmar que casi todas las noches soñaba con que la causa fundamental era la falta de propósito en las confesiones. Y después me parecía ver a algunos muchachos que salían de la iglesia de confesarse y que tenían dos cuernos.
            – ¿Cómo es esto?, decía para mí – ¡Ah, esto procede de la ineficacia de los propósitos de la confesión! Este es el motivo por el que hay muchos que van a confesarse con frecuencia, pero no se enmiendan jamás, y confiesan siempre las mismas cosas. Son los que (y hablo de casos hipotéticos, pues no puedo servirme de nada de lo que he oído en confesión, porque es secreto), son los que al principio del año tuvieron una calificación desfavorable y continúan con la misma; los que murmuraban al comienzo del año y continúan murmurando.
            He creído oportuno deciros esto, porque es el resultado de las pobres oraciones de don Bosco, y procede del Señor.
            De este sueño no dijo en público más detalles, pero privadamente se sirvió de él para amonestar a los muchachos.
            Para nosotros, lo poco que dijo, y la forma como lo dijo, constituye una grave advertencia, que se ha de recordar con frecuencia a los jovencitos.
(MB IT X,56 / MB ES X,61-62)




Educar nuestras emociones con san Francisco de Sales

La psicología moderna ha demostrado la importancia y la influencia de las emociones en la vida de la psique humana y cada uno sabe que las emociones son particularmente fuertes durante la juventud. Pero ya casi no se habla de las «pasiones del alma», que la antropología clásica ha analizado minuciosamente, como testimonia la obra de Francisco de Sales, y, en particular, cuando escribe que «el alma, en cuanto tal, es la fuente de las pasiones». En su vocabulario el término «emoción» aún no aparece con las connotaciones que le atribuimos. Dirá, en cambio, que nuestras «pasiones» en ciertas circunstancias son «movidas». En el ámbito educativo, la cuestión que se plantea se refiere a la actitud que conviene tener frente a estas manifestaciones involuntarias de nuestra sensibilidad, que siempre tienen un componente fisiológico.

«Yo soy un pobre hombre y nada más»
            Todos los que han conocido a Francisco de Sales han notado su gran sensibilidad y emotividad. Se le subía la sangre a la cabeza y el rostro se ponía todo rojo. Conocemos sus ataques de ira contra los «herejes» y la cortesana de Padua. Como todo buen Saboyano, era «habitualmente calmo y dulce, pero capaz de terribles ataques de ira; un volcán bajo la nieve». Su sensibilidad era muy viva. Con motivo de la muerte de su hermana pequeña Jeanne, escribía a Juana de Chantal, también consternada:

            ¡Ay de mí, Hija mía!: yo soy un pobre hombre y nada más. Mi corazón se ha enternecido más de lo que jamás habría imaginado; pero la verdad es que ha contribuido mucho el disgusto vuestro y de mi madre: he tenido miedo por vuestro corazón y por el de mi madre.

            A la muerte de su madre, no ocultó que esa separación le había hecho derramar lágrimas; tuvo ciertamente el coraje de cerrarle los ojos y la boca y de darle un último beso, pero después de eso, confiaba a Juana de Chantal, «el corazón se me hinchó grandemente, y lloré por esta buena madre más de lo que jamás había hecho desde el día en que abracé el sacerdocio». Él, en efecto, no frenaba sistemáticamente las manifestaciones exteriores de sus sentimientos, su humanismo las aceptaba tranquilamente. Un precioso testimonio de Juana de Chantal nos informa que «nuestro santo no estaba exento de sentimientos y de mociones de las pasiones, y no quería ser liberado de ellos».
            Se sabe bien que las pasiones del alma influyen en el cuerpo, provocando reacciones exteriores a sus movimientos interiores: «Nosotros exteriorizamos y manifestamos nuestras pasiones y los movimientos que nuestras almas tienen en común con los animales por medio de los ojos, con movimientos de las cejas, de la frente y de todo el rostro». Así, no está en nuestro poder no sentir miedo en determinadas circunstancias: «Es como si uno dijera a una persona que se ve venir contra un león o un oso: No tengas miedo». Ahora, «cuando se siente temor se pone uno pálido, y cuando somos reprendidos por una cosa que nos contraría, se nos sube la sangre al rostro y nos ponemos rojos, o bien la contrariedad puede también hacer brotar lágrimas de nuestros ojos». Los niños, «si ven un perro que ladra, inmediatamente se ponen a gritar y no se detienen hasta que están cerca de la mamá».
            Cuando la señora de Chantal encuentre al asesino de su marido, ¿cómo reaccionará su «corazón»? «Sé que, sin duda, vuestro corazón se sobresaltará y se sentirá conmocionado, y vuestra sangre hervirá», prevé su director espiritual, añadiendo esta lección de sabiduría: «Dios nos hace tocar con la mano, en estas emociones, cuán cierto es que estamos hechos de carne, de huesos y de espíritu».

Las doce pasiones del alma
            En la antigüedad, Virgilio, Cicerón y Boecio reducían a cuatro las pasiones del alma, mientras que san Agustín conocía una sola pasión dominante, el amor, articulado a su vez en cuatro pasiones secundarias: «El amor que tiende a poseer lo que ama, se llama ansia o deseo; cuando lo consigue y lo posee, se llama alegría; cuando huye de lo que le es contrario, se llama temor; si le sucede perderlo y siente el peso, se llama tristeza».
            En la Filotea, Francisco de Sales señala siete, comparándolas con las cuerdas que el lutier debe de vez en cuando afinar: el amor, el odio, el deseo, el temor, la esperanza, la tristeza y la alegría.
            En el Teótimo, en cambio, enumera hasta doce. Asombra que «esta multitud de pasiones […] sea dejada en nuestras almas». Las primeras cinco tienen por objeto el bien, o sea, todo aquello que nuestra sensibilidad nos hace espontáneamente buscar y apreciar como bueno para nosotros (pensemos en los bienes fundamentales de la vida, de la salud y de la alegría):

            Si el bien es considerado en sí mismo, según su bondad natural, genera el amor, primera y principal pasión; si el bien es considerado en cuanto faltante, provoca el deseo; si, deseándolo, se piensa que se puede conseguir, se tiene la esperanza; si se teme no poderlo obtener, se entra en la desesperación; y cuando, de hecho, se lo posee, se tiene la alegría.

            Las otras siete pasiones son aquellas que nos hacen espontáneamente reaccionar negativamente frente a todo aquello que nos aparece como mal a evitar y a combatir (pensemos en la enfermedad, en el sufrimiento y en la muerte):

            Apenas conocemos el mal, lo odiamos; si está ausente, lo huimos; si pensamos que no podemos evitarlo, lo tememos; si creemos que podemos evitarlo, nos animamos y nos armamos de coraje; pero si lo sentimos presente, nos entristecemos, y entonces la ira y el disgusto intervienen repentinamente para rechazarlo y alejarlo o al menos vengarse de él; y, si eso no es factible, permanecemos en la tristeza; pero, si logramos rechazarlo o vengarnos, sentimos satisfacción y un sentido de paz, que es placer del triunfo, porque así como la posesión del bien alegra el corazón, la victoria sobre el mal satisface el coraje.

            Como se ve, a las once pasiones del alma propuestas por santo Tomás, Francisco de Sales añade la victoria sobre el mal, que «satisface el coraje» y provoca la alegría del triunfo.

El amor, primera y principal pasión
            Como era fácil prever, el amor es presentado como la «primera y principal pasión»: «El amor viene en primer lugar, entre las pasiones del alma: es el rey de todas las mociones del corazón, transforma en sí todo el resto y nos hace ser lo que él ama». «El amor es la primera pasión del alma», repite.
            Él se manifiesta de mil maneras y su lenguaje es muy diversificado; de hecho, «no se expresa solamente con palabras, sino también con los ojos, con los gestos y con las acciones. Por lo que se refiere a los ojos, las lágrimas que brotan de ellos son pruebas de amor». Existen también los «suspiros de amor». Pero tales manifestaciones del amor son diferentes. La más habitual y superficial es la emoción o pasión, la cual pone en movimiento casi involuntariamente la sensibilidad.
            ¿Y el odio? Odiamos espontáneamente lo que nos aparece como un mal. Es necesario saber que, entre las personas, existen formas de odio y aversiones instintivas, irracionales, inconscientes, como las existentes entre el mulo y el caballo, entre la viña y los repollos. No somos para nada responsables, porque no dependen de nuestra voluntad.

El deseo y la fuga
            El deseo es otra realidad fundamental de nuestra psique. La vida cotidiana provoca múltiples deseos, porque el deseo consiste en la «esperanza de un bien futuro». Los más comunes deseos naturales son aquellos que «se refieren a los bienes, a los placeres y a los honores».
            Al contrario, nosotros huimos espontáneamente de los males de la vida. La voluntad humana de Cristo lo empujaba a huir de los dolores y de los sufrimientos de la pasión; de ahí el temblor, la angustia y el sudar sangre.

La esperanza y la desesperación
            La esperanza concierne un bien que se piensa que se puede obtener. Filotea es invitada a examinar cómo se ha comportado en referencia a la «esperanza, quizás demasiado a menudo depositada en el mundo y en la criatura, y demasiado poco en Dios y en las cosas eternas».
            En cuanto a la desesperación, mirad por ejemplo aquella de los «jóvenes aspirantes a la perfección»: «Apenas encuentran una dificultad en su camino, he aquí inmediatamente una sensación de decepción, que los empuja a hacer un montón de lamentos, tal que da la impresión de estar atribulados por grandes tormentos. El orgullo y la vanidad no pueden tolerar el mínimo defecto, sin sentirse inmediatamente fuertemente turbados hasta llegar a la desesperación».

La alegría y la tristeza
            La alegría es «la satisfacción por el bien obtenido». Así, «cuando encontramos a aquellos que amamos, no es posible no sentirse conmovidos por la alegría y el contento». La posesión de un bien produce infaliblemente una complacencia o alegría, como la ley de gravedad mueve la piedra: «Es el peso que sacude las cosas, las mueve y las detiene: es el peso que mueve la piedra y la arrastra en el descenso apenas se quitan los obstáculos; es el mismo peso que le hace continuar el movimiento hacia abajo; finalmente, es siempre el mismo peso que la hace detenerse y asentarse cuando ha llegado a su lugar».
            La alegría llega a veces a la risa. «La risa es una pasión que irrumpe sin que lo queramos y no está en nuestro poder retenerlo, tanto más que reímos y somos movidos a reír por circunstancias imprevistas». ¿Nuestro Señor ha reído? El obispo de Ginebra piensa que Jesús sonreía cuando quería: «Nuestro Señor no podía reír, porque para él nada era imprevisto, dado que conocía todo antes de que sucediera; podía, ciertamente, sonreír, pero lo hacía voluntariamente».
            Las jóvenes visitandinas, tomadas a veces por una incontenible risa cuando una compañera se golpeaba el pecho o una lectora cometía un error durante la lectura en la mesa, necesitaban una lección sobre este punto: «Los locos ríen de cualquier situación, porque todo los sorprende, no logrando prever nada; pero los sabios no ríen con tanta ligereza, porque emplean mayormente la reflexión, la cual hace que prevean las cosas que deben suceder». Dicho esto, no es un defecto reír de alguna imperfección, «siempre que no se vaya demasiado lejos».
            La tristeza es «el dolor por un mal presente». Ella «turba el alma, provoca temores desmesurados, hace probar disgusto por la oración, debilita y adormece el cerebro, priva al alma de sabiduría, de resolución, de juicio y coraje y aniquila las fuerzas»; es «como un duro invierno que arruina toda la belleza de la tierra y vuelve indolentes a todos los animales; porque quita toda suavidad del alma y la vuelve como perezosa e impotente en toda su facultad».
            Puede desembocar en ciertos casos en el llanto: un padre, al acto de enviar a su hijo a la corte o a los estudios, no puede contenerse «de llorar despidiéndose de él»; y «una hija, aunque se haya casado según los deseos del padre y de la madre, los conmueve hasta las lágrimas al momento de recibir su bendición». Alejandro Magno lloró cuando se enteró de que había otras tierras que nunca podría conquistar: «Como un niño que gimotea por una manzana que se le niega, aquel Alejandro, que los historiadores llaman el Grande, más loco que un niño, se pone a llorar a lágrima viva, porque le parece imposible conquistar los otros mundos».

El coraje y el miedo
El temor se refiere a un «mal futuro». Algunos, queriendo ser valientes, andan por ahí durante la noche, pero «apenas oyen caer una piedra o el susurro de un ratón que huye, se ponen a gritar: ¡Dios mío! – ¿Qué pasa?, les preguntan, ¿qué habéis encontrado? – He oído un ruido. – Pero ¿qué? – No lo sé». Es necesario ser cautelosos, porque «el miedo es un mal mayor que el mal mismo».

            En cuanto al coraje, antes de ser una virtud, es un sentimiento que nos sostiene ante dificultades que normalmente deberían abatimos. Francisco de Sales lo experimentó al emprender una larga y arriesgada visita a su diócesis de montaña:

            Estoy a punto de montar a caballo para la visita pastoral, que durará unos cinco meses. […] Parto lleno de coraje, y, desde esta mañana, he experimentado una gran alegría de poder empezar, aunque, antes, durante varios días, había experimentado vanos temores y tristezas.

La cólera y el sentimiento del triunfo
            En cuanto a la ira o cólera, no podemos impedir que nos invada en ciertas circunstancias: «Si me vienen a decir que alguien ha hablado mal de mí, o que me causan otra contrariedad, inmediatamente estalla la cólera y no me queda ni una vena que no se retuerza, porque la sangre hierve». Incluso en los monasterios de la Visitación no faltaban ocasiones para irritarse y enfadarse, y se sentían prepotentes los ataques del «apetito irascible». Nada extraño en ello: «Impedir que el resentimiento de la cólera se despierte en nosotros y que la sangre nos suba a la cabeza, nunca será posible; seremos afortunados si podemos tener esta perfección un cuarto de hora antes de morir». También puede suceder «que la ira trastorne y ponga patas arriba mi pobre corazón, que la cabeza me humee por todas partes, que la sangre hierva como una olla al fuego».
            La satisfacción de la ira, por haber superado el mal, provoca la exaltante emoción del triunfo. El que triunfa «no puede contener el transporte de su alegría».

En busca del equilibrio
            Las pasiones y los movimientos del alma son la mayoría de las veces independientes de nuestra voluntad: «No se pretende de vosotras que no tengáis pasiones; no está en vuestro poder», decía a las hijas de la Visitación, añadiendo: «¿Qué puede hacer una persona para tener tal o cual temperamento, sujeto a esta o aquella pasión? Todo está, pues, en las acciones que hacemos derivar por medio de ese movimiento, que depende de nuestra voluntad».
            Una cosa es segura, los estados de ánimo y las pasiones hacen del hombre un ser extremadamente sujeto a variaciones de la «temperatura» psicológica, a imagen de las variaciones climáticas. «Su vida transcurre sobre esta tierra como las aguas, fluctuando y ondeando en una perpetua variedad de movimientos». «Hoy se estará felices en exceso, e, inmediatamente después, exageradamente tristes. En tiempo de carnaval se verán manifestaciones de alegría y de alborozo, con acciones necias y alocadas, luego, inmediatamente después, veréis signos de tristeza y de tedio tan exagerados que hacen pensar que se trata de cosas terribles y, en apariencia, irremediables. Otro, en el presente, será demasiado confiado y nada le espantará, e, inmediatamente después, será presa de una angustia que le hundirá hasta debajo de la tierra».
            El director espiritual de Juana de Chantal ha identificado bien las diferentes «estaciones del alma» atravesadas por esta al principio de su fervorosa vida:

            Veo que se encuentran en vuestra alma todas las estaciones del año. Ahora sentís el invierno a través de las muchas esterilidades, distracciones, pesadeces y fastidios; ahora los rocíos del mes de mayo con el perfume de las santas florecillas, y ahora el calor de los deseos de agradar a nuestro buen Dios. No queda más que el otoño del cual, como decís, no veis muchos frutos. Pues bien, a menudo ocurre que, trillando el grano o pisando la uva, se encuentra un fruto más abundante de lo que prometían las mieses y la vendimia. Vos querríais que fuera siempre primavera o verano; pero no, Hija mía: es necesario que ocurra la alternancia de las estaciones en nuestro interior como en nuestro exterior. Solo en el cielo todo será primavera en cuanto a la belleza, todo será otoño en cuanto al goce y todo será verano en cuanto al amor. Allá arriba, no habrá más invierno, pero aquí es necesario para el ejercicio de la abnegación y de mil pequeñas y bellas virtudes, que se ejercitan en el tiempo de las arideces.
            La salud del alma como la del cuerpo no puede consistir en eliminar estos cuatro humores, sino en alcanzar una «invariabilidad de humor». Cuando una pasión predomina sobre las otras, causa las enfermedades del alma; y como es sumamente difícil regularla, de ello se deriva que los hombres son extravagantes y variables, por lo que no se vislumbra otra cosa entre ellos sino fantasías, inconstancias y estupideces.
            Las pasiones tienen de bueno el hecho de consentirnos «ejercitar la voluntad en la adquisición de la virtud y en la vigilancia espiritual». A pesar de ciertas manifestaciones, en las que se debe «sofocar y reprimir las pasiones», para Francisco de Sales no se trata de eliminarlas, cosa imposible, sino de controlarlas como más se pueda, es decir, moderarlas y orientarlas a un fin que sea bueno.
            No se trata, por lo tanto, de fingir ignorar nuestras manifestaciones psíquicas, como si no existieran (lo que una vez más es imposible), sino de «velar continuamente sobre el propio corazón y sobre el propio espíritu para mantener las pasiones en la norma y bajo el control de la razón; de lo contrario se tendrán solamente originalidades y comportamientos desiguales». Filotea no será feliz, si no cuando haya «aplacado y pacificado tantas pasiones que [le] provocaban inquietud».
            Tener un espíritu constante es uno de los mejores ornamentos de la vida cristiana y uno de los más amables medios para adquirir y conservar la gracia de Dios, y también para edificar al prójimo. «La perfección, por lo tanto, no consiste en la ausencia de las pasiones, sino en su correcta regulación; las pasiones están en el corazón como las cuerdas en un arpa: es necesario que estén afinadas para que podamos decir: Te alabaremos con el arpa».
            Cuando las pasiones nos hacen perder el equilibrio interior y exterior, dos métodos son posibles: «oponiendo pasiones contrarias, u oponiendo mayores pasiones de la misma especie». Si estoy turbado por el «deseo de las riquezas o del placer voluptuoso», combatiré tal pasión con el desprecio y la huida, o aspiraré a riquezas y placeres superiores. Puedo luchar contra el miedo físico con lo contrario que es el coraje, o desarrollando un temor saludable concerniente al alma.

            El amor de Dios, por su parte, imprime a las pasiones una verdadera y propia conversión, cambiando su orientación natural y prospectando para ellas un fin espiritual. Por ejemplo, «el apetito por los alimentos se vuelve muy espiritual si, antes de satisfacerlo, se le da el motivo del amor: y no, Señor, no es para complacer a este pobre vientre, ni para satisfacer este apetito que voy a la mesa, sino, según tu Providencia, para mantener este cuerpo que tú has hecho sujeto a tal miseria; sí, Señor, porque así te ha agradado a ti».
            La transformación así operada se asemejará a un «artificio» utilizado en la alquimia que cambia el hierro en oro. «¡Oh santa y sacra alquimia! – escribe el obispo de Ginebra -, ¡oh polvo divino de la fusión, con el cual todos los metales de nuestras pasiones, afectos y acciones son mutados en el oro purísimo de la celestial dilección!».
            Estados de ánimo, pasiones e imaginaciones están profundamente arraigados en el alma humana: representan un recurso excepcional para la vida del alma. Será tarea de las facultades superiores, la razón y sobre todo la voluntad, moderarlas y gobernarlas. Empresa difícil; Francisco de Sales la ha cumplido con éxito, porque, según afirma la madre de Chantal, «poseía tal absoluto dominio de sus pasiones que las hacía obedientes como esclavas; y al final casi no aparecían más».




donbosco.info: un motor de búsqueda salesiano

Presentamos la nueva plataforma donbosco.info, que es un motor de búsqueda salesiano pensado para facilitar la consulta de documentos relacionados con el carisma de Don Bosco. Creado para apoyar el Boletín Salesiano Online, supera las limitaciones de los sistemas de archivo tradicionales, a menudo incapaces de detectar todas las ocurrencias de las palabras. Esta solución integra un hardware dedicado y un software desarrollado específicamente, ofreciendo también una función de lectura. La interfaz web, deliberadamente sencilla, permite navegar entre miles de documentos en diferentes idiomas, con la posibilidad de filtrar los resultados por carpeta, título, autor o año. Gracias al escaneo OCR de los documentos PDF, el sistema identifica el texto incluso cuando no es perfecto, y adopta estrategias para ignorar la puntuación y los caracteres especiales. Los contenidos, ricos en material histórico y formativo, tienen como objetivo difundir el mensaje salesiano de forma capilar. Con la carga libre de documentos, se fomenta el enriquecimiento continuo de la plataforma, mejorando la búsqueda.

En el ámbito de los trabajos para la redacción del Boletín Salesiano Online, se hizo necesaria la creación de varias herramientas de apoyo, entre ellas un motor de búsqueda dedicado.

Este motor de búsqueda se concibió teniendo en cuenta las limitaciones actualmente presentes en los diversos recursos salesianos disponibles en la red. Muchos sitios ofrecen sistemas de archivo con funcionalidad de búsqueda, pero a menudo no consiguen identificar todas las ocurrencias de las palabras, debido a limitaciones técnicas o restricciones introducidas para evitar la sobrecarga de los servidores.

Para superar estas dificultades, en lugar de construir un simple archivo de documentos con una función de búsqueda, hemos creado un verdadero motor de búsqueda, dotado también de una función de lectura. Se trata de una solución completa, basada en hardware dedicado y en un software desarrollado específicamente.

En la fase de diseño, evaluamos dos opciones: un software para instalar localmente o una aplicación del lado del servidor accesible vía web. Dado que la misión del Boletín Salesiano Online es difundir el carisma salesiano al mayor número de personas, se decidió optar por la solución web, para permitir a cualquiera buscar y consultar documentos salesianos.

El motor de búsqueda está disponible en la dirección www.donbosco.info. La interfaz web es deliberadamente esencial y «espartana», para garantizar una mayor velocidad de carga. En la «página de inicio» se enumeran los archivos y las carpetas presentes, con el fin de facilitar la consulta. Los documentos no están sólo en italiano, sino que también están disponibles en otros idiomas, seleccionables a través del icono correspondiente en la parte superior izquierda.

La mayoría de los archivos cargados están en formato PDF obtenido a partir de escaneos con OCR (reconocimiento óptico de caracteres). Dado que el OCR no siempre es perfecto, a veces no se detectan todas las palabras buscadas. Para evitar esto, se han implementado varias estrategias: ignorar la puntuación y los caracteres acentuados o especiales, y permitir la búsqueda incluso en presencia de caracteres faltantes o erróneos. Se pueden consultar más detalles en la sección de preguntas frecuentes, accesible desde el pie de página.

Dada la presencia de miles de documentos, la búsqueda puede devolver un número muy elevado de resultados. Por ello, es posible restringir el ámbito de la búsqueda por carpetas, por título, autor o año: los criterios son acumulativos y ayudan a encontrar más rápidamente lo que se necesita. Los resultados se enumeran en función de una puntuación de pertinencia, que actualmente tiene en cuenta principalmente la densidad de las palabras clave dentro del texto y su proximidad.

Idealmente, sería preferible disponer de los documentos en formato vectorial en lugar de escaneados, ya que la búsqueda sería siempre precisa y los archivos serían más ligeros, con las consiguientes ventajas en términos de velocidad.

Si posee documentos en formato vectorial o de mejor calidad que los ya presentes en el motor de búsqueda, puede cargarlos a través del servicio de carga disponible en www.donbosco.space. También puede añadir otros documentos no presentes en el motor de búsqueda. Para obtener las credenciales de acceso (nombre de usuario y contraseña), envíe una solicitud por correo electrónico a bsol@sdb.org.




Educar el cuerpo y sus 5 sentidos con san Francisco de Sales

            Un buen número de antiguos ascetas cristianos han considerado a menudo el cuerpo como un enemigo, cuya corrupción debía ser combatida, de hecho, como un objeto de desprecio y a no ser tenido en cuenta. Numerosos hombres espirituales de la Edad Media no se preocupaban del cuerpo más que para infligirle penitencias. En la mayoría de las escuelas de la época, no había nada previsto para hacer descansar al “hermano burro”.
            Para Calvino, la naturaleza humana totalmente corrompida por el pecado original, no podía ser otra cosa que un “basurero”. En el lado opuesto, numerosos escritores y artistas renacentistas exaltaban el cuerpo hasta el punto de rendirle culto, en el que la sensualidad tenía un gran relieve. Rabelais, por su parte, magnificaba el cuerpo de sus gigantes y se complacía en exhibir sus funciones orgánicas incluso las menos nobles.

El realismo salesiano
            Entre la divinización del cuerpo y su desprecio, Francisco de Sales ofrece una visión realista de la naturaleza humana. Al final de la primera meditación sobre el tema de la creación del hombre, “el primer ser del mundo visible”, el autor de la Introducción a la vida devota pone en labios de Filotea este propósito que parece resumir su pensamiento: “Quiero sentirme honrada por el ser que él me ha dado”. Ciertamente, el cuerpo está destinado a la muerte. Con crudo realismo, el autor describe la despedida del alma al cuerpo, que abandonará “pálido, lívido, deshecho, horrendo y hediondo”, pero eso no constituye una razón para descuidarlo y denigrarlo injustamente mientras está vivo. San Bernardo se equivocó al anunciar a aquellos que querían seguirlo “que debían abandonar su cuerpo e ir a él solamente en espíritu”. Los males físicos no deben llevar a odiar el cuerpo: el mal moral es mucho peor.
            No encontramos en Francisco de Sales el olvido o la puesta en sombra de los fenómenos corporales, como cuando habla de diferentes formas de enfermedades o cuando evoca las manifestaciones del amor humano. En un capítulo del Tratado del amor de Dios titulado: “El amor tiende a la unión”, él escribe, por ejemplo, que “se aplica una boca sobre la otra cuando se besan, para testimoniar que se querría verter un alma en la otra, para unirlas con una unión perfecta”. Esta actitud de Francisco de Sales hacia el cuerpo ya suscitó, en su tiempo, reacciones escandalizadas. Cuando apareció la Filotea, un religioso aviñonés criticó públicamente este “librito”, lo destrozó tildando a su autor de “doctor corrupto y corruptor”. Enemigo del pudor excesivo, Francisco de Sales aún no conocía la reserva y los temores que emergerían en tiempos posteriores. ¿Sobreviven en él costumbres medievales o es simplemente una manifestación de su gusto “bíblico”? De todos modos, en él no se encuentra nada comparable a las trivialidades del “infame” Rabelais.
            Los dones naturales más estimados son la belleza, la fuerza y la salud. En referencia a la belleza, Francisco de Sales se expresaba así hablando de santa Brígida: “Nació en Escocia; era una chica muy bella, dado que los escoceses son bellos por naturaleza, y en ese país se encuentran las criaturas más bellas existentes”. Pensemos, por otro lado, en el repertorio de imágenes sobre las perfecciones físicas del esposo y la esposa, tomadas del Cantar de los Cantares. Aunque las representaciones están sublimadas y trasladadas a un registro espiritual, siguen siendo significativas de una atmósfera donde se exalta la belleza natural del hombre y de la mujer. Se intentó hacerle suprimir el capítulo del Teotimo sobre el beso, en el que demuestra que “el amor tiende a la unión”, pero siempre se negó a hacerlo. En cualquier caso, la belleza exterior no es la más importante: la belleza de la hija de Sion es interior.

Estrecho vínculo entre el cuerpo y el alma
            Ante todo, Francisco de Sales afirma que el cuerpo es “una parte de nuestra persona”. El alma personificada podrá también decir con un acento de ternura: “Esta carne es mi querida mitad, es mi hermana, es mi compañera, nacida conmigo, alimentada conmigo”.
            El obispo fue muy atento al vínculo existente entre el cuerpo y el alma, entre la sanidad del cuerpo y la del alma. Así escribe de una persona bajo su dirección, enferma de salud, que la salud de su cuerpo “depende mucho de la del alma, y la del alma depende de las consolaciones espirituales”. “No se ha debilitado su corazón –escribía a una enferma–, sino su cuerpo, y, dados los vínculos estrechísimos que los unen, su corazón tiene la impresión de sentir el mal de su cuerpo”. Cada uno puede constatar que las enfermedades corporales “terminan por crear malestar también al espíritu, debido a los estrechos lazos entre uno y otro”. Inversamente, el espíritu actúa sobre el cuerpo hasta el punto que “el cuerpo percibe los afectos que se agitan en el corazón”, como ocurrió en Jesús, que se sentó junto al pozo de Jacob, cansado de su gravoso compromiso al servicio del reino de Dios.
            Sin embargo, dado que “el cuerpo y el espíritu a menudo proceden en dirección contraria, y, a medida que uno se debilita, el otro se fortalece”, y dado que “el espíritu debe reinar”, “debemos sostenerlo y consolidarlo de tal manera que permanezca siempre el más fuerte”. Si luego cuido del cuerpo es “para que esté al servicio del espíritu”.
            Mientras tanto, seamos justos con respecto al cuerpo. En caso de malestar o de errores, a menudo sucede que el alma acusa al cuerpo y lo maltrata, como hizo Balaam con su asna: “¡Oh pobre alma! si tu carne pudiera hablar, te diría, como el asna de Balaam: ¿por qué me golpeas, miserable? Es contra ti, alma mía, que Dios arma su venganza, tú eres la criminal”. Cuando una persona reforma su interior, la conversión se manifestará también externamente: en todas las actitudes, en la boca, en las manos y “incluso en el cabello”. La práctica de la virtud hace al hombre bello interiormente y también exteriormente. Inversamente, un cambio exterior, un comportamiento del cuerpo puede favorecer un cambio interior. Un acto de devoción exterior durante la meditación puede despertar la devoción interior. Lo que aquí se dice de la vida espiritual puede aplicarse fácilmente a la educación en general.

Amor y dominio del cuerpo
            Hablando de la actitud que se debe tener hacia el cuerpo y las realidades corporales, no sorprende ver a Francisco de Sales recomendar a Filotea, como primera cosa, la gratitud por las gracias corporales que Dios le ha dado.

Debemos amar nuestro cuerpo por diferentes motivos: porque nos es necesario para realizar las buenas obras, porque es una parte de nuestra persona, y porque está destinado a participar en la felicidad eterna. El cristiano debe amar su propio cuerpo como una imagen viviente del del Salvador encarnado, como proveniente de él por parentesco y consanguinidad. Sobre todo, después de que hemos renovado la alianza, recibiendo realmente el cuerpo del Redentor en el adorable sacramento de la eucaristía, y, con el bautismo, la confirmación y los otros sacramentos, nos hemos dedicado y consagrado a la suma bondad.

            El amor por el propio cuerpo forma parte del amor debido a uno mismo. En verdad, la razón más convincente para honrar y usar sabiamente el cuerpo radica en una visión de fe, que el obispo de Ginebra explicaba así a la madre de Chantal, que había salido de una enfermedad: “Cuida aún de este cuerpo, porque es de Dios, mi queridísima Madre”. La Virgen María se presenta en este punto como modelo: “¡Con qué devoción debía amar su cuerpo virginal! No solo porque era un cuerpo dulce, humilde, puro, obediente al santo amor y totalmente impregnado de mil sagrados perfumes, sino también porque era la viva fuente de aquel del Salvador y le pertenecía muy estrechamente, con un vínculo que no tiene comparación”.

            El amor por el cuerpo es, sí, recomendado, pero el cuerpo debe permanecer sometido al espíritu, como el sirviente a su maestro. Para controlar el apetito debo “ordenar a las manos que no proporcionen a la boca alimentos y bebidas, sino en la justa medida”. Para gobernar la sexualidad “hay que quitar o dar a la facultad de la reproducción los sujetos, los objetos y los alimentos que la excitan, según los dictados de la razón”. Al joven que se dispone a “navegar en el vasto mar” el obispo le recomienda: “Les deseo también un corazón vigoroso que les impida mimar su cuerpo con excesivas delicadezas en comer, dormir o en otras cosas. Se sabe, de hecho, que un corazón generoso siempre siente un poco de desprecio por las delicadezas y los deleites corporales”.
            Para que el cuerpo permanezca sometido a la ley del espíritu, conviene evitar los excesos: ni maltratarlo ni mimarlo. En todo hay que tener medida. El motivo de la caridad debe tener el primado en todas las cosas; por eso él escribe: “Si el trabajo que hacen les es necesario o es muy útil para la gloria de Dios, preferiría que soportaran las penas del trabajo en lugar de las del ayuno”. De aquí la conclusión: “En general es mejor tener en el cuerpo más fuerzas de las que son necesarias, que arruinarlas más allá de lo necesario; porque arruinarlas se puede siempre, tan pronto como se quiere, pero para recuperarlas no siempre basta con quererlo”.
            Lo que es necesario evitar es esta “ternura que se siente por uno mismo”. Se burla, con fina ironía, pero de manera despiadada, de una imperfección que no es solo “propia de los niños, y, si puedo atreverme a decirlo, de las mujeres”, sino también de hombres poco valientes, de los cuales nos da este interesante cuadro característico: “Otros son los tiernos hacia sí mismos, y que no hacen otra cosa que quejarse, mimarse, acurrucarse y mirarse”.
            De todos modos, el obispo de Ginebra cuidaba de su cuerpo como era su deber, obedecía a su médico y a las “enfermeras”. También se ocupaba de la salud ajena, aconsejando medidas apropiadas. Escribirá, por ejemplo, a la madre de un joven alumno del colegio de Annecy: “Es necesario hacer que Charles sea visitado por los médicos, para que su hinchazón de vientre no se agrave”.
            Al servicio de la salud está la higiene. Francisco de Sales deseaba que tanto el corazón como el cuerpo estuvieran limpios. Recomendaba el decoro, muy diferente de afirmaciones como esta de san Hilario según la cual “no había que buscar la limpieza en nuestros cuerpos que no son más que carroñas pestilenciales y cargadas solo de infección”. Estaba más bien del parecer de san Agustín y de los antiguos que se bañaban “para mantener limpios sus cuerpos tanto de la suciedad producida por el calor y el sudor, como para la salud, que es ciertamente ayudada en gran medida por la limpieza”.
            Para poder trabajar y cumplir con los deberes de su cargo, cada uno debería cuidar de su cuerpo en lo que respecta a la alimentación y el descanso: “Comer poco, trabajar mucho y con mucha agitación y negar al cuerpo el descanso necesario, es como exigir mucho de un caballo que está agotado sin darle tiempo para masticar un poco de avena”. El cuerpo necesita descansar, es algo del todo evidente. Las largas vigilias nocturnas son “perjudiciales para la cabeza y el estómago”, mientras que, en cambio, levantarse temprano por la mañana es “útil tanto para la salud como para la santidad”.

Educar nuestros sentidos, especialmente los ojos y los oídos
            Nuestros sentidos son maravillosos dones del Creador. Nos ponen en contacto con el mundo y nos abren a todas las realidades sensibles, a la naturaleza, al cosmos. Los sentidos son la puerta del espíritu, a la cual le proporcionan, por así decirlo, la materia prima; de hecho, como dice la tradición escolar, “nada está en el intelecto que no haya estado antes en los sentidos”.
            Cuando Francisco de Sales habla de los sentidos, su interés se centra especialmente en el plano educativo y moral, y su enseñanza al respecto se relaciona con lo que ha expuesto sobre el cuerpo en general: admiración y vigilancia. Por un lado, dice que Dios nos da “los ojos para ver las maravillas de sus obras, la lengua para alabarlo, y así para todas las demás facultades”, sin omitir, por otro lado, la recomendación de “poner centinelas en los ojos, en la boca, en los oídos, en las manos y en el olfato”.
            Es necesario comenzar por la vista, porque “entre todas las partes externas del cuerpo humano no hay ninguna, por su estructura y por su actividad, más noble que el ojo”. El ojo está hecho para la luz: lo demuestra el hecho de que cuanto más bellas son las cosas, agradables a la vista y debidamente iluminadas, más el ojo las mira con avidez y vivacidad. “De los ojos y de las palabras se conoce cuál es el alma y el espíritu del hombre, pues los ojos sirven al alma como el cuadrante al reloj”. Es bien sabido que, entre los amantes, los ojos hablan más que la lengua.
            Hay que vigilar los ojos, porque a través de ellos pueden entrar la tentación y el pecado, como ocurrió con Eva, que quedó encantada al ver la belleza del fruto prohibido, o con David, que fijó su mirada en la esposa de Urías. En ciertos casos hay que proceder como se hace con el ave de presa: para hacerla regresar es necesario mostrarle el cebo; para calmarla es necesario cubrirla con un capuchón; de la misma manera, para evitar las miradas malas, “hay que desviar los ojos, cubrirlos con el capuchón natural y cerrarlos”.
            Si bien las imágenes visuales son ampliamente dominantes en las obras de Francisco de Sales, hay que reconocer que las imágenes auditivas son muy dignas de nota. Esto resalta la importancia que atribuía al oído por razones tanto estéticas como morales. “Una sublime melodía escuchada con mucha atención” produce un efecto tan mágico que “encanta los oídos”. Pero hay que tener cuidado de no sobrepasar las capacidades auditivas: una música, por hermosa que sea, si es fuerte y demasiado cercana, nos molesta y ofende el oído.
            Por otro lado, hay que saber que “el corazón y los oídos discurren entre sí”, porque es a través del oído que el corazón “escucha los pensamientos de los demás”. Es también a través del oído que entran en lo más profundo del alma palabras sospechosas, injuriosas, mentirosas o malévolas, de las cuales es necesario cuidarse bien; porque las almas se envenenan a través del oído, como el cuerpo a través de la boca. La mujer honesta se tapará los oídos para no oír la voz del encantador que quiere conquistarla subrepticiamente. Permaneciendo en el ámbito simbólico, Francisco de Sales declara que el oído derecho es el órgano a través del cual escuchamos los mensajes espirituales, las buenas inspiraciones y movimientos, mientras que el izquierdo sirve para oír discursos mundanos y vanos. Para custodiar el corazón, protejamos, por tanto, con gran cuidado los oídos.
            El mejor servicio que podemos pedir a los oídos es el de poder oír la palabra de Dios, objeto de la predicación, la cual exige oyentes atentos y dispuestos a hacerla penetrar en sus corazones para que dé fruto. Filotea es invitada a “hacerla gotear” a su vez en el oído ahora de uno y ahora de otro, y a orar a Dios en lo íntimo de su alma, para que le plazca hacer penetrar esa santa rociada en el corazón de quien la escucha.

Los otros sentidos
            También en el tema del olfato, se ha destacado la abundancia de imágenes olfativas. Los perfumes son tan diversos como lo son las sustancias olorosas, como la leche, el vino, el bálsamo, el aceite, la mirra, el incienso, la madera aromática, el nardo, el ungüento, la rosa, la cebolla, el lirio, la violeta, la viola del pensamiento, la mandrágora, la canela… Aún más sorprendente es constatar los resultados producidos con la fabricación del agua olorosa:

El albahaca, el romero, la orégano, el hisopo, los clavos de olor, la canela, la nuez moscada, los limones y el almizcle, mezclados y triturados, dan efectivamente un perfume muy agradable por la mezcla de sus olores; pero no es ni siquiera comparable al de la agua que se destila, en la cual los aromas de todos estos ingredientes, aislados de sus cuerpos, se funden más perfectamente, dando origen a un exquisito perfume que penetra mucho más el olfato de lo que ocurriría si, junto con el agua, estuvieran las partes materiales.

            Numerosas son las imágenes olfativas extraídas del Cantar de los Cantares, poema oriental donde los perfumes ocupan un lugar relevante y donde uno de los versículos bíblicos más comentados por Francisco de Sales es el grito afligido de la esposa: “Atráeme a ti, caminaremos y correremos juntos en la estela de tus perfumes”. Y cuán refinada es esta anotación: “El suave perfume de la rosa se hace más sutil por la cercanía del ajo plantado cerca de los rosales!”.
            No confundamos, sin embargo, el sagrado bálsamo con los perfumes de este mundo. Existe, de hecho, un olfato espiritual, que debería ser de nuestro interés cultivar. Este nos permite percibir la presencia espiritual del sujeto amado, y además hace que no nos dejemos distraer por los malos olores del prójimo. El modelo es el padre que recibe con los brazos abiertos al hijo pródigo que regresa a él “semi desnudo, sucio, mugriento y apestoso de inmundicias por la larga costumbre con los cerdos”. Otra imagen realista aparece en referencia a ciertas críticas mundanas: no nos sorprendamos, recomienda Francisco de Sales a Juana de Chantal, es necesario “que el poco ungüento del que disponemos parezca apestoso a las narices del mundo”.
            A propósito del gusto, ciertas observaciones del obispo de Ginebra podrían hacernos pensar que era un goloso nato, más bien un educador del gusto: “¿Quién no sabe que la dulzura de la miel se une cada vez más a nuestro sentido del gusto con un progreso continuo de sabor, cuando, manteniéndola largo tiempo en la boca, en lugar de tragarla de inmediato, su sabor penetra más a fondo en nuestro sentido del gusto?”. Admitida la dulzura de la miel, es necesario, sin embargo, apreciar más la sal, por el hecho de que es de uso más común. En nombre de la sobriedad y la templanza, Francisco de Sales recomendaba saber renunciar al gusto personal, comiendo lo que se “nos pone delante”.
            Finalmente, en lo que respecta al tacto, Francisco de Sales habla sobre todo en un sentido espiritual y místico. Así recomienda tocar a Nuestro Señor crucificado: la cabeza, las santas manos, el precioso cuerpo, el corazón. Al joven que está a punto de lanzarse en el vasto mar del mundo le exige que se gobierne enérgicamente y desprecie las blanduras, los deleites corporales y las delicadezas: “Me gustaría que a veces trataras duramente a tu cuerpo para que sienta alguna aspereza y dureza, despreciando delicadezas y cosas agradables a los sentidos; porque es necesario que a veces la razón ejerza su superioridad y la autoridad que tiene para regular los apetitos sensuales”.

El cuerpo y la vida espiritual
            También el cuerpo está llamado a participar en la vida espiritual que se expresa en primer lugar en la oración: “Es cierto, la esencia de la oración está en el alma, pero la voz, los gestos y otros signos exteriores, mediante los cuales se revela lo íntimo de los corazones, son nobles atributos y propiedades utilísimas de la oración; son efectos y operaciones. El alma no se contenta con orar si el hombre en su totalidad no ora; ella ora junto con los ojos, las manos, las rodillas”.
            Él añade que “el alma postrada ante Dios hace inclinar fácilmente sobre sí todo el cuerpo; levanta los ojos donde eleva el corazón, alza las manos allí, de donde espera un auxilio”. Francisco de Sales explica también que “orar en espíritu y en verdad es orar con gusto y afecto, sin fingimiento ni hipocresía, y comprometiendo, además, al hombre entero, alma y cuerpo, para que lo que Dios ha unido no sea separado”. “Es necesario que todo el hombre ore”, repite a las visitandinas. Pero la mejor oración es la de Filotea, cuando decide consagrar a Dios no solo el alma, su espíritu y su corazón, sino también su “cuerpo con todos sus sentidos”; así es como lo amará y servirá verdaderamente con todo su ser.




La “noche buena”

            Una noche, Don Bosco, entristecido por cierta indisciplina general que se notaba en el Oratorio de Valdocco entre los muchachos que estaban dentro, vino, como de costumbre, a decirles unas palabras después de la oración de la tarde. Se detuvo un momento en silencio sobre el pequeño pupitre, en la esquina de los soportales, donde solía dar a los jóvenes las llamadas “Buenas noches”, que consistían en un breve sermón vespertino. Mirando a su alrededor, dijo:
            – No estoy contento con vosotros. Es todo lo que puedo decir esta noche.
            Y descendió de su silla, escondiendo las manos en las mangas de su túnica, para no dejarse besar, como solían hacer los jóvenes antes de irse a descansar. Luego subió lentamente las escaleras hasta su habitación sin decir palabra a nadie. Aquella manera suya producía un efecto mágico. Se oyeron algunos sollozos reprimidos entre los jóvenes, muchos rostros se llenaron de lágrimas y todos se fueron a dormir pensativos, convencidos de haber disgustado no sólo a Don Bosco, sino también al Señor (MB IV, 565).

El toque de la tarde
            El salesiano Don Juan Gnolfo en su estudio: Las “Buenas Noches” de Don Bosco, señala que la mañana es el despertar de la vida y de la actividad, la tarde en cambio es propicia para sembrar en la mente de los jóvenes una idea que germina en ellos incluso en el sueño. Y con una atrevida comparación se refiere incluso al “tañido vespertino” de Dante:
            Era ya la hora que vuelve el deseo
            a los marineros y enternece el corazón…
            Es precisamente a la hora de la oración vespertina cuando Alighieri describe, de hecho, en el octavo Canto del «Purgatorio», a los Reyes en un pequeño valle mientras cantan el himno de la Liturgia de las Horas Te lucis ante terminum… (Antes que termine la luz, oh Dios, te buscamos, para que nos guardes).
            ¡Momento entrañable y sublime el de las “Buenas noches” de Don Bosco! Comenzaba con la alabanza y la oración de la noche y terminaba con sus palabras que abrían el corazón de sus hijos a la reflexión, a la alegría y a la esperanza. Realmente le importaba ese encuentro nocturno con toda la comunidad de Valdocco. El P. G. B. Lemoyne remonta su origen a Mamá Margarita. La buena madre, al acostar al primer niño huérfano que llegó de Val Sesia, le hizo algunas recomendaciones. De ahí derivaría en los colegios salesianos la hermosa costumbre de dirigir breves palabras a los jóvenes antes de enviarlos a descansar (MB III, 208-209). Don E. Ceria, citando las palabras del Santo al recordar los primeros tiempos del Oratorio: “Comencé a dar un sermón muy breve por la noche después de las oraciones” (MO, 205), piensa más bien en una iniciativa directa de Don Bosco. Sin embargo, si el P. Lemoyne aceptó la idea de algunos de los primeros discípulos, fue porque pensó que las «Buenas Noches» de Mamá Margarita cumplían emblemáticamente el propósito de Don Bosco al introducir esa costumbre (Anales III, 857).

Características de las “Buenas Noches”
            Una característica de las “Buenas Noches” de Don Bosco era el tema que trataba: un hecho de actualidad que impactara, algo concreto que creara suspenso y permitiera también preguntas de los oyentes. A veces él mismo hacía preguntas, estableciendo así un diálogo muy atractivo para todos.
            Otras características eran la variedad de temas tratados y la brevedad del discurso para evitar la monotonía y el consiguiente aburrimiento de los oyentes. Sin embargo, Don Bosco no siempre era breve, sobre todo cuando relataba sus famosos sueños o los viajes que había realizado. Pero solían ser discursos de pocos minutos.
            No se trataba, en definitiva, ni de sermones ni de lecciones escolares, sino de breves palabras afectuosas que el buen padre dirigía a sus hijos antes de enviarlos a descansar.
            Las excepciones a la regla causaban, por supuesto, una enorme impresión, como ocurrió la tarde del 16 de septiembre de 1867. Después de haber intentado todos los medios de corrección por parte de los superiores, algunos muchachos resultaron ser incorregibles y constituían un escándalo para sus compañeros.
            Don Bosco tomó la pequeña cátedra. Comenzó citando el pasaje evangélico en el que el Divino Salvador pronuncia palabras terribles contra los que escandalizan a los niños. Recordó las serias amonestaciones que había hecho repetidamente a aquellos escandalosos, los beneficios que habían obtenido en el colegio, el amor paterno con que se les había rodeado, y luego continuó:
            “Ellos creen que no son conocidos, pero yo sé quiénes son y podría nombrarlos en público. Si no los nombro, no piensen que no soy plenamente consciente de ellos…. Que, si quisiera nombrarlos, podría decir: Eres tú, o A… (y pronunciar nombre y apellido) un lobo que merodea entre sus camaradas y los aleja de los superiores ridiculizando sus advertencias… Eres tú, oh B… un ladrón que con tus discursos mancha la inocencia de los demás… Eres tú, oh C… un asesino que con ciertas figuras, con ciertos libros, arranca a sus hijos del lado de María… Eres tú o D… un demonio que estropea a sus compañeros y les impide asistir a los Sacramentos con tus burlas…”.
            Se nombraron seis. La voz de Don Bosco era tranquila. Cada vez que pronunciaba un nombre, se oía un grito ahogado del culpable que resonaba en medio del hosco silencio de los atónitos compañeros.
            Al día siguiente, algunos fueron enviados a casa. Los que se quedaron cambiaron de vida: ¡el “buen padre” Don Bosco no era un buen hombre! Y excepciones de este tipo confirman la regla de su «Buenas noches».

La clave de la moralidad
            No en vano, un día de 1875, Don Bosco, ante quienes se asombraban de que en el Oratorio no hubiera ciertos desórdenes de los que se quejaban en otros colegios, enumeró los secretos puestos en práctica en Valdocco, y entre ellos señaló el siguiente: “Un poderoso medio de persuasión para el bien es dirigir a los jóvenes, cada noche después de las oraciones, dos palabras confidenciales. Así se corta la raíz de los desórdenes incluso antes de que surjan” (MB XI, 222).
            Y en su precioso documento El Sistema Preventivo en la Educación de la Juventud, dejó escrito que las “Buenas Noches” del Director de la Casa podían llegar a ser “la clave de la moralidad, de la buena marcha y del éxito en la educación” (Constituciones de la Sociedad de San Francisco de Sales, p. 239-240).

            Don Bosco hacía que sus jóvenes vivieran el día entre dos momentos solemnes, aunque fueran muy diferentes, por la mañana la Eucaristía, para que el día no apagara su ardor juvenil, por la tarde las oraciones y las “Buenas Noches” para que antes de dormir reflexionaran sobre los valores que iluminarían la noche.




Los nuevos ambientes de la Postulación General Salesiana

El 4 de junio de 2024, los nuevos ambientes de la Postulación General Salesiana ubicadas en la comunidad «Ceferino Namuncurá» en Via della Bufalotta en Roma fueron inauguradas y bendecidas por el entonces Rector Mayor, Cardenal Ángel Fernández Artime.En el plan de reestructuración de la sede, el Rector Mayor con su Consejo decidió ubicar las salas relativas a la Postulación General Salesiana en esta nueva presencia salesiana en Roma.

            Desde Don Bosco hasta nuestros días reconocemos una tradición de santidad que merece atención, porque es la encarnación del carisma que se originó con él y que se ha expresado en una pluralidad de estados de vida y de formas. Se trata de hombres y mujeres, jóvenes y adultos, consagrados y laicos, obispos y misioneros que, en diferentes contextos históricos, culturales y sociales, en el tiempo y en el espacio, han hecho brillar con luz singular el carisma salesiano, representando un patrimonio que juega un papel eficaz en la vida y en la comunidad de los creyentes y para las personas de buena voluntad. La Postulación acompaña 64 Causas de Beatificación y Canonización relativas a 179 Santos, Beatos, Venerables, Siervos de Dios. Cabe señalar que cerca de la mitad de los grupos de la Familia Salesiana (15 de 32) tienen al menos una Causa de Beatificación y Canonización en curso.
Elproyecto de la obra fue elaborado y supervisado por el arquitecto Toti Cameroni. Una vez identificado el espacio para la ubicación de las salas de Postulación, originalmente compuesto por un largo y amplio pasillo y una gran sala, se pasó al estudio de su distribución, en función de las necesidades. Así se diseñó y realizó la solución final:

La biblioteca con estanterías a toda altura divididas en cuadrados de 40×40 cm que cubren completamente las paredes. El objetivo es recoger y almacenar las diversas publicaciones sobre personajes santos, sabiendo que las vidas y los escritos de los santos constituyen, desde la antigüedad, una lectura frecuente entre los fieles, suscitando la conversión y el deseo de una vida mejor: reflejan el esplendor de la bondad, la verdad y la caridad de Cristo. Además, este espacio es también muy adecuado para la investigación personal, la acogida de grupos y reuniones.

            De aquí pasamos al ambiente de la acogida, que pretende ser un espacio para la espiritualidad y la meditación, como en las visitas a los monasterios del Monte Athos, donde al huésped se le presentaba primero la capilla de las reliquias de los santos: allí se encontraba el corazón del monasterio y de allí procedía la incitación a la santidad de los monjes. En este espacio hay una serie de pequeñas vitrinas que iluminan relicarios u objetos de valor relacionados con la santidad salesiana. La pared de la derecha está revestida de paneles de madera reemplazables que representan a algunos santos, beatos, venerables y siervos de Dios de la Familia Salesiana.

            Una puerta conduce a la sala más grande de la postulación: el archivo. Un compactador de 640 metros lineales permite archivar un gran número de documentos relativos a los diversos procesos de beatificación y canonización. Bajo las ventanas se encuentra una larga cajonera: en ella se guardan imágenes litúrgicas y ornamentos.
            Un pequeño pasillo desde la acogida, donde se pueden admirar lienzos y pinturas en las paredes, conduce primero a dos despachos luminosos con mobiliario y después a la vitrina de las reliquias. También en este espacio, los muebles llenan las paredes, los armarios y cajones acogen las reliquias y los ornamentos litúrgicos.

Un almacén y una pequeña sala utilizada como zona de descanso completan las salas de postulación.
            La inauguración y bendición de estas salas nos recuerda que somos custodios de un patrimonio precioso que merece ser conocido y valorado. Además del aspecto litúrgico-celebrativo, debe valorizarse plenamente el potencial espiritual, pastoral, eclesial, educativo, cultural, histórico, social, misionero… de las Causas. La santidad reconocida, o en vías de reconocimiento, por una parte, es ya una realización de radicalidad evangélica y de fidelidad al proyecto apostólico de Don Bosco, a la que hay que mirar como un recurso espiritual y pastoral; por otra parte, es una provocación a vivir fielmente la propia vocación para estar disponibles a dar testimonio de amor hasta el extremo. Nuestros Santos, Beatos, Venerables y Siervos de Dios son la auténtica encarnación del carisma salesiano y de las Constituciones o Reglamentos de nuestros Institutos y Grupos en los tiempos y situaciones más diversas, superando esa mundanidad y superficialidad espiritual que minan de raíz nuestra credibilidad y fecundidad.
            La experiencia confirma cada vez más que la promoción y el cuidado de las Causas de Beatificación y Canonización de nuestra Familia, la celebración coral de acontecimientos relacionados con la santidad, son dinámicas de gracia que suscitan alegría evangélica y sentido de pertenencia carismática, renovando intenciones y compromisos de fidelidad a la llamada recibida y generando fecundidad apostólica y vocacional. Los santos son verdaderos místicos de la primacía de Dios en el don generoso de sí, profetas de la fraternidad evangélica, servidores de sus hermanos y hermanas con creatividad.
            Para promover las Causas de Beatificación y Canonización de la Familia Salesiana y conocer de cerca el patrimonio de santidad que floreció a partir de Don Bosco, la Postulación está disponible para acoger a personas y grupos que deseen conocer y visitar estos ambientes, ofreciendo también la posibilidad de mini-retiros con itinerarios sobre temas específicos y la presentación de documentos, reliquias, objetos significativos. Para más información, escriba a postulatore@sdb.org.

Galería fotográfica – Los nuevos ambientes de la Postulación General Salesiana

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Los nuevos ambientes de la Postulación General Salesiana
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