LA BÚSQUEDA Y EL CUMPLIMIENTO DE LA VOLUNTAD DE DIOS SEGÚN SAN FRANCISCO DE SALES (5/8)
Este es el tema más popular en los escritos de San Francisco de Sales, el tema al que vuelve con más frecuencia.
El descubrimiento de Dios como Padre providente y el amor a su voluntad van de la mano en la vida de Francisco, que nos recuerda que: «Todos los días le decimos “hágase tu voluntad», pero cuando tenemos que hacerla de verdad, ¡qué difícil es! Nos ofrecemos a Dios tan a menudo diciéndole “soy tuyo; aquí está mi corazón”, pero, cuando Él quiere servirse de nosotros, ¡somos tan negligentes! ¿Cómo podemos decir que somos suyos si no queremos ajustarnos a su santa voluntad?».
«¡La voluntad de Dios debe convertirse en lo único que queremos y buscamos, sin apartarnos de ella por ningún motivo! Camine bajo la guía de la Providencia de Dios pensando solo en el día presente y dejando a Nuestro Señor el corazón que le ha dado, sin querer recuperarlo nunca para nada».
Francisco de Sales enseña que seguir la voluntad de Dios es el mejor camino para llegar a ser santo y este camino está abierto a todos. Escribe: «Me propongo ofrecer mis enseñanzas a quienes viven en las ciudades, en familia, en la corte, y que, a causa de su condición, se ven obligados por las conveniencias sociales a vivir en medio de los demás. La devoción debe ser vivida de una forma diferente por el caballero, el artesano, el criado, el príncipe, la viuda, la doncella, la novia; pero no es suficiente, el ejercicio de la devoción debe ser proporcional a las fuerzas, las ocupaciones y los deberes del individuo».
Lo que Francisco de Sales llama devoción, el papa Francisco lo llama santidad y escribe palabras que parecen salir directamente de la pluma de Francisco de Sales: «Para ser santo no es necesario ser obispo, sacerdote, monja o religioso. Muchas veces tenemos la tentación de pensar que la santidad está reservada a quienes son capaces de mantenerse alejados de las ocupaciones ordinarias, de dedicar mucho tiempo a la oración. Esto no es así. Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo cada uno su testimonio en las ocupaciones cotidianas, dondequiera que estemos».
En una carta, Francisco escribe: «Por amor a Dios, abandónese por completo a su voluntad y no crea que puede servirle de otra manera, porque solo le servimos bien cuando le servimos como Él quiere».
Esto requiere: «No sembrar en el campo del prójimo, por muy bonito que sea, hasta no haber sembrado totalmente el nuestro. Esa distracción del corazón que lleva a tener el corazón en un lugar y el deber en otro es siempre muy perjudicial».
De vez en cuando me hacen esta pregunta: «¿Cómo puedo entender cuál es la voluntad de Dios para mí?».
He encontrado una respuesta en la vida del santo.
Juana de Chantal tuvo que esperar más de seis años antes de poder consagrarse por completo al Señor y de fundar con Francisco lo que más tarde se convertirá en la Orden de la Visitación. A lo largo de este período, el santo trató de comprender cuál era la voluntad de Dios al respecto. Él mismo nos lo cuenta en una carta a Juana: «Ese gran movimiento de espíritu que la ha guiado como a la fuerza y con gran consuelo, la larga reflexión que me impuse antes de darle a usted mi aprobación, el hecho de que ni usted ni yo hayamos confiado solo en nosotros mismos, el hecho de que hayamos dado a las primeras agitaciones de su conciencia todo el tiempo necesario para calmarse y las oraciones no de un día ni de dos, sino de varios meses que precedieron a su elección son signos infalibles que nos permiten afirmar sin lugar a dudas que tal era la voluntad de Dios».
Valioso es este testimonio que pone de relieve la prudencia de Francisco, que sabe esperar con calma sin renunciar a todos los medios disponibles para descifrar la voluntad de Dios para él y para la baronesa. Son medios que también se aplican a ti hoy: reflexionar detenidamente ante el Señor, buscar el consejo de personas sabias, no tomar decisiones precipitadas, rezar mucho. Francisco le explica el motivo a Juana: «Mientras Dios quiera que usted permanezca en el mundo por amor a Él, permanezca en él de buena gana y con alegría. Muchos salen del mundo sin salir de sí mismos y buscan así sus gustos, su tranquilidad y su satisfacción. Salimos del mundo para servir a Dios, para seguir a Dios y para amar a Dios. Como no aspiramos a otra cosa que a su santo servicio, dondequiera que lo sirvamos siempre nos encontraremos satisfechos».
Una vez que la voluntad de Dios se entiende con suficiente claridad, se requiere obediencia, es decir, ¡ponerla en práctica, vivirla! A la baronesa de Chantal le escribe estas líneas en mayúsculas: serán el programa de toda su vida y, me atrevería a decir, el concentrado de la espiritualidad de Francisco:
HAY QUE HACER TODO POR AMOR Y NADA POR MIEDO; HAY QUE AMAR LA OBEDIENCIA MÁS QUE TEMER LA DESOBEDIENCIA
Obedecer es afirmar el amor a Dios, que me llama a vivir su voluntad en circunstancias concretas de la vida.
La obediencia es la forma del amor He aquí las consecuencias de esta entrega a la voluntad de Dios que Francisco recuerda a tantas personas con espléndidas imágenes. A la señora Brûlart, madre de familia, le escribe: «Todo lo que hacemos recibe su valor de nuestra conformidad a la voluntad de Dios. Debemos amar lo que Dios ama. Ahora ama nuestra vocación, así que amémosla nosotros también y no perdamos el tiempo pensando en la de los demás».
Es necesario destacar y alentar los progresos. «Me ha dicho usted una palabra maravillosa: que Dios me ponga en la salsa que quiera, no me importa mientras pueda servirle. Debemos amar esta voluntad de Dios y la obligación que comporta para nosotros, aunque sea la de guardar cerdos o realizar los actos más humildes durante toda la vida, porque, sea cual sea la salsa en la que nos ponga el buen Dios, no debe importarnos para nada. Este es el objetivo de la perfección».
Y ahora algunas imágenes: la del jardín. «No siembre sus deseos en el jardín de otro, ocúpese solamente de cultivar bien el suyo. No desee no ser lo que es, desee ser lo que es de la mejor manera posible. Este es el gran secreto y el secreto menos comprendido de la vida espiritual. ¿De qué sirve construir castillos en España si tenemos que vivir en Francia? Esta es una vieja lección mía, y usted la comprende muy bien».
La imagen del barco. «Nos parece que cambiando de barco estaremos mejor. Sí, ¡estaremos mejor si cambiamos nosotros mismos! Soy el enemigo jurado de todos esos deseos inútiles, peligrosos y malvados. De hecho, aunque lo que deseamos sea bueno, nuestro deseo es malo porque Dios no nos pide ese bien, sino otro al que quiere que nos apliquemos».
La imagen del niño. Es necesario confiar «nuestro propósito general a la divina Providencia abandonándonos en sus brazos como el niño pequeño que, para crecer, come cada día lo que su padre le da, seguro de que siempre le proporcionará alimento en proporción a su apetito y a sus necesidades».
Francisco insiste en este punto, que es fundamental: «¿Qué le importa a un alma verdaderamente enamorada que el Esposo celestial sea atendido de una u otra manera? ¡El que solo busca la satisfacción de su amado es feliz con lo que le hace feliz!».
Es conmovedor leer este pasaje, escrito tras una grave enfermedad de Juana de Chantal: «Usted es más valiosa para mí que mi propia persona, pero esto no me impide conformarme plenamente a la voluntad divina. Nosotros deseamos servir a Dios en este mundo con todo nuestro ser: si Él considera mejor que uno de nosotros esté en este mundo y el otro en el otro o ambos en el otro, que se cumpla su santísima voluntad».
Para terminar, algunas breves notas de sus cartas: «Queremos servir a Dios, pero siguiendo nuestra voluntad y no la suya. Dios declaró que no le agrada ningún sacrificio contrario a la obediencia. Dios me manda que sirva a las almas y yo quiero permanecer en la contemplación: la vida contemplativa es buena, pero no cuando se opone a la obediencia. No podemos elegir nosotros mismos nuestros deberes: debemos ver lo que quiere Dios y, si Dios quiere que le sirva haciendo una cosa, no debo querer servirle haciendo otra». «Si somos santos según nuestra propia voluntad, nunca seremos santos de verdad: ¡debemos serlo según la voluntad de Dios!»
En el centenario del nacimiento de la Sierva de Dios Vera Grita, laica, Cooperadora Salesiana (Roma 28 de enero de 1923 – Pietra Ligure 22 de diciembre de 1969) se presenta un perfil biográfico y espiritual de su testimonio.
Roma, Modica, Savona Vera Grita nace en Roma el 28 de enero de 1923, segunda hija de Amleto, fotógrafo de profesión por generaciones, y de María Ana Zacco della Pirrera, de origen noble. La familia, muy unida, estaba compuesta por su hermana mayor Giuseppa (llamada Pina) y sus hermanas menores Liliana y Santa Rosa (llamada Rosa). El 14 de diciembre del mismo año, Vera recibe el Bautismo en la parroquia de San Gioacchino in Prati, también en Roma.
Vera manifiesta desde niña un carácter bueno y apacible que no se estropeará por los acontecimientos negativos que se abaten sobre ella: a los once años tuvo que abandonar a su familia y alejarse de sus afectos más querido junto con su hermana menor Liliana, para reunirse en Módica, Sicilia, con las tías paterna que estaban dispuestas a ayudar a los padres de Vera, afectados por apuros financieros debido a la crisis económica de 1929-1930. En este periodo, Vera manifiesta su ternura hacia su hermana menor estando cerca de ella cuando esta llora por las noches por su mamá. Vera se siente atraída por un gran cuadro del Sagrado Corazón de Jesús, colgado en la sala donde con las tías cada día reza las oraciones de la mañana y el Rosario. A menudo permanece en silencio ante ese cuadro y repite con frecuencia que quiere ser religiosa cuando sea mayor. El día de su Primera Comunión (24 de mayo de 1934) no quiso quitarse el hábito blanco porque temía no mostrar suficientemente a Jesús la alegría de tenerle en el corazón. En la escuela obtiene buenos resultados y es sociable con sus compañeros. A los diecisiete años, en 1940, regresa con su familia. La familia se traslada a Savona y Vera se gradúa en el Istituto Magistrale al año siguiente. Vera a la edad de veinte años debe enfrentarse a una nueva y dolorosa separación debido a la muerte prematura de su padre Amleto (1943) y renuncia a seguir los estudios universitarios a los que aspiraba, para ayudar económicamente a la familia.
El día de la Primera Comunión
El drama de la guerra Pero es la Segunda Guerra Mundial, con el bombardeo de Savona en 1944, lo que causará a Vera un daño irreparable: determinará el curso posterior de su vida. Vera es atropellada y pisoteada por la multitud que huye y busca refugio en un túnel-refugio.
Vera alrededor de los 14-15 años
La medicina llama síndrome de aplastamiento a las consecuencias físicas que se producen tras bombardeos, terremotos, derrumbes estructurales, a consecuencia de los cuales se aplasta un miembro o todo el cuerpo. Lo que se produce entonces es un daño muscular que afecta a todo el cuerpo, especialmente a los riñones. Como consecuencia del aplastamiento, Vera sufrirá lesiones lumbares y de espalda que causarán daños irreparables a su salud, con fiebres, dolores de cabeza y pleuresía. Con este dramático suceso comenzó el “Vía Crucis” de Vera, que durará 25 años, durante los cuales alternaría largas estancias en el hospital con su trabajo. A los 32 años, le diagnostican la enfermedad de Addison, que la consumirá debilitando su organismo: Vera llegará a pesar solamente 40 kilos. A los 36 años, Vera se sometió a una histerectomía total (1959), que le provocará una menopausia prematura y agravará la astenia que ya padecía como consecuencia de la enfermedad de Addison. A pesar de su precaria condición física, Vera se presenta y gana un concurso como maestra de escuela primaria. Se dedicará a la enseñanza durante los últimos diez años de su vida terrena, prestando servicio en escuelas del interior de Liguria de difícil acceso (Rialto, Erli, Alpicella, Deserto di Varazze), suscitando estima y afecto entre sus colegas, padres y alumnos.
Cooperadora Salesiana En Savona, en la parroquia salesiana de María Auxiliadora, participa de la Misa y es asidua al sacramento de la Penitencia. Desde 1963 su confesor es el salesiano P. Juan Bocchi. Cooperadora Salesiana desde 1967, realiza su llamada en la entrega total de sí misma al Señor, que de manera extraordinaria se entrega a Él, en lo más profundo de su corazón, con la “Voz”, con la “Palabra”, para comunicarle la Obra de los Sagrarios Vivientes. Pone a disposición todos sus escritos a su director espiritual, el salesiano P. Gabriello Zucconi, y guarda en el silencio de su corazón el secreto de aquella llamada, guiada por el divino Maestro y por la Virgen María que lo acompañaran por el camino de la vida oculta, del despojo y del vaciamiento de sí misma.
Bajo el impulso de la gracia divina y aceptando la mediación de sus guías espirituales, Vera Grita respondió al don de Dios testimoniando en su vida, marcada por la fatiga de la enfermedad, el encuentro con el Resucitado, y dedicándose con generosidad heroica a enseñar y educar a sus alumnos, contribuyendo a las necesidades de su familia y dando testimonio de una vida de pobreza evangélica. Centrada y firme en el Dios que ama y sostiene, con gran firmeza interior se hace capaz de soportar las pruebas y los sufrimientos de la vida. Sobre la base de esta solidez interior, da testimonio de una existencia cristiana hecha de paciencia y constancia en el bien. Muere el 22 de diciembre de 1969 en Pietra Ligure, en el hospital Santa Corona, en una pequeña habitación donde había pasado los últimos seis meses de su vida en un creciente sufrimientos aceptados y vividos en unión con Jesús Crucificado. “El alma de Vera – escribirá el P. Giuseppe Borra, salesiano, su primer biógrafo, con sus mensajes y cartas entra en las filas de esas almas carismáticas llamadas a enriquecer la Iglesia con llamas de amor a Dios y a Jesús Eucaristía para la expansión del Reino”. Ella es uno de esos granos de trigo que el Cielo ha dejado caer a la Tierra para que fructifique, a su tiempo, en el silencio y en lo oculto.
En peregrinación a Lourdes
Vera de Jesús La vida de Vera Grita se desarrolla en el breve lapso de 46 años marcados por acontecimientos históricos dramáticos, como la gran crisis económica de 1929-1930 y la Segunda Guerra Mundial, y termina en el umbral de otro acontecimiento histórico significativo: la protesta del 1968 (mayo francés de 1968), que tendrá profundas repercusiones a nivel cultural, social, político, religioso y eclesial.
Con algunos miembros de su familia
La vida de Vera comienza, se desarrolla y termina en medio de estos acontecimientos históricos, de los que sufre las dramáticas consecuencias a nivel familiar, emocional y físico. Al mismo tiempo, su historia muestra cómo atravesó estos acontecimientos afrontándolos con la fuerza de su fe en Jesucristo, dando así testimonio de una fidelidad heroica al Amor crucificado y resucitado. Fidelidad que, al final de su vida terrena, el Señor le recompensará dándole un nuevo nombre: Vera de Jesús. “Te he dado mi Santo Nombre, y a partir de ahora te llamarás y serás ‘Vera de Jesús’” (Mensaje del 3 de diciembre de 1968). Probada por diversas enfermedades que, con el tiempo, delinean una situación de desgaste físico generalizado e irrecuperable, Vera vive en el mundo sin ser del mundo, manteniendo la estabilidad y el equilibrio interior gracias a su unión con Jesús en la Eucaristía recibida diariamente, y a la conciencia de su Permanencia Eucarística en su alma. Es por tanto la Santa Misa el centro de la vida cotidiana y espiritual de Vera, donde, como una pequeña “gota de agua”, se une al vino para estar inseparablemente unida al Amor infinito que continuamente se da, salva y sostiene al mundo. Unos meses antes de su muerte, Vera escribe a su padre espiritual, el P. Gabriello Zucconi: “Las enfermedades que he llevado dentro de mí durante más de veinte años han degenerado, devorado por la fiebre y el dolor en todos mis huesos, estoy viva en la Santa Misa”. De nuevo: “Permanece la llama de la Santa Misa, la chispa divina que me anima, me da vida, después el trabajo, los chicos, la familia, la imposibilidad de encontrar en ella un lugar tranquilo donde aislarme para rezar, o el cansancio físico después de la escuela”.
La Obra de los Tabernáculos Vivientes Durante los largos años de sufrimiento, consciente de su fragilidad y limitación humana, Vera aprendió a confiarse a Dios y a abandonarse totalmente a su voluntad. Mantiene esta docilidad incluso cuando el Señor le comunica la Obra de los Sagrarios Vivientes, en los últimos 2 años y 4 meses de su vida terrena. Su amor a la voluntad de Dios llevó a Vera al don total de sí misma: primero con los votos privados y el voto de “pequeña víctima” para los sacerdotes (2 de febrero de 1965); después con el ofrecimiento de su vida (5 de noviembre de 1968) para el nacimiento y desarrollo de la Obra de los Sagrarios Vivientes, siempre en plena obediencia a su director espiritual. El 19 de septiembre de 1967 inicia la experiencia mística que la invitó a vivir plenamente la alegría y la dignidad de ser hija de Dios, en comunión con la Trinidad y en intimidad eucarística con Jesús recibido en la Sagrada Comunión y presente en el Sagrario. “El vino y el agua somos nosotros: yo y tú, tú y yo. Somos uno: yo cavo en ti, cavo, cavo para construirme un templo: déjame trabajar, no me pongas obstáculos […] la voluntad de mi Padre es ésta: que yo permanezca en ti, y tú en mí. Juntos daremos grandes frutos”. Son 186 los mensajes que componen la Obra de los Sagrarios Vivientes que Vera, luchando contra el miedo a ser víctima de un engaño, escribe en obediencia al padre Zucconi. El “Llévame contigo” expresa de forma sencilla la invitación de Jesús a Vera. ¿Dónde, llévame contigo? Donde vives: Vera es educada y preparada por Jesús para vivir en unión con Él. Jesús quiere entrar en la vida de Vera, en su familia, en la escuela donde enseña. Una invitación dirigida a todos los cristianos. Jesús quiere salir de la Iglesia de piedra y quiere vivir en nuestros corazones con la Eucaristía, con la gracia de la permanencia eucarística en nuestras almas. Quiere venir con nosotros adonde vayamos, para vivir nuestra vida familiar, y quiere llegar a los que viven lejos de Él viviendo en nosotros.
En la estela del carisma salesiano En la Obra de los Sagrarios Vivientes hay referencias explícitas a Don Bosco y su “da mihi animas cetera tolle”, vivir en unión con Dios y confiar en María Auxiliadora, para dar a Dios a través de un apostolado incansable que coopere en la salvación de la humanidad. La Obra, por voluntad del Señor, se confía en primer lugar a los hijos de Don Bosco para su realización y difusión en las parroquias, en los institutos religiosos y en la Iglesia: “He elegido a los Salesianos porque viven con los jóvenes, pero su vida de apostolado debe ser más intensa, más activa, más sentida”.
La Causa de Beatificación de la Sierva de Dios Vera Grita fue iniciada el 22 de diciembre de 2019, 50 aniversario de su muerte, en Savona con la entrega del Supplice libello al obispo diocesano Monseñor Calogero Marino por el Postulador P. Pierluigi Cameroni. Actor de la Causa es la Congregación Salesiana. La Investigación Diocesana es celebrada desde el 10 de abril al 15 de mayo de 2022 en la Curia de Savona. El Dicasterio para las Causas de los Santos dio validez jurídica a esta Investigación el 16 de diciembre de 2022. Como escribió el Rector Mayor en el Aguinaldo de este año: “Vera Grita atestigua ante todo una orientación eucarística totalizadora, que se hizo explícita sobre todo en los últimos años de su existencia. No pensaba en términos de programas, iniciativas apostólicas, proyectos: acogía el “proyecto” fundamental que es Jesús mismo, hasta el punto de convertirlo en su propia vida. El mundo de hoy atestigua una gran necesidad de la Eucaristía. Su camino en el duro trabajo del día a día ofrece también una nueva perspectiva laica a la santidad, convirtiéndose en ejemplo de conversión, acogida y santificación para los “pobres”, los “frágiles”, los “enfermos” que pueden reconocerse y encontrar esperanza en ella. Como Salesiana Cooperadora, Vera Grita vive y trabaja, enseña y se encuentra con las personas con una marcada sensibilidad salesiana: desde la bondad amorosa de su presencia discreta pero eficaz hasta su capacidad de hacerse querer por los niños y las familias; desde la pedagogía de la bondad que pone en práctica con su sonrisa constante hasta la generosa disponibilidad con la que, despreocupada de las penurias, se dirige con preferencia a los últimos, a los pequeños, a los lejanos, a los olvidados; desde la generosa pasión por Dios y Su Gloria hasta el camino de la cruz, dejándose arrebatar todo en su condición de enferma”.
En el jardín de Santa Corona en 1966
San Francisco de Sales. Confianza en la Providencia de Dios (4/8)
LA CONFIANZA EN LA PROVIDENCIA DE DIOS SEGÚN SAN FRANCISCO DE SALES (4/8)
Entremos ahora en el corazón de Francisco de Sales para captar toda su belleza y riqueza.
«Nuestra fe en Dios depende de la imagen que tenemos de Dios», donde fe significa nuestra relación con Él.
Francisco nos presenta en sus escritos al Dios en el que cree, nos da su imagen de Dios: un Dios descubierto como Padre que ama a sus hijos y que se ocupa de ellos. En consecuencia, la relación que Francisco vive con Él es de total e ilimitada confianza.
Disfrutemos de estos pasajes de sus cartas, en los que retrata el rostro del Padre que es Providencia y que cuida de nosotros.
«Mi queridísima hija, ¡cuánto piensa el Señor en usted y con cuánto amor la mira! Sí, Él piensa en usted, y no solo en usted, sino hasta en el último cabello de su cabeza: es una verdad de fe de la que no debe dudar en absoluto».
«Sirvamos bien a Dios y no digamos nunca: ¿Qué vamos a comer? ¿Qué vamos a beber? ¿De dónde vendrán nuestras hermanas? Corresponde al dueño de la casa tomarse estas molestias y a la dueña de nuestra casa amueblarla, y nuestras casas son de Dios y de su santa Madre».
En el Evangelio Jesús nos invita a traducir esta confianza en vivir bien el presente, y Francisco insiste en ello en esta carta: «Trate de hacer el bien hoy sin pensar en el mañana, y mañana tratará de hacer lo mismo. Y no piense en lo que hará durante todo el tiempo que dure su cargo: cumpla su deber día a día sin pensar en el futuro, porque su Padre celestial, que se ocupa de guiarla hoy, también la guiará mañana y pasado mañana en proporción a la confianza que, reconociendo su debilidad, ponga en su Providencia».
«Ha cuidado de usted hasta hoy. Agárrese con fuerza a la mano de su Providencia y Él la asistirá en todas las circunstancias y, allá donde no logre caminar, Él la llevará. No piense en lo que le ocurrirá mañana, porque el mismo Padre que hoy cuida de usted, la cuidará mañana y siempre. ¿Qué puede temer un hijo en los brazos de un padre tan grande?».
¿Y cómo se orienta el corazón de Francisco en este sentido? En este extracto tomado de una de sus cartas podemos contemplar su corazón, que es como un polluelo bajo la protección de la Providencia: «Que Dios, a quien pertenezco, disponga de mí según su beneplácito: poco importa dónde deba terminar el miserable resto de mis días mortales mientras pueda terminarlos en su gracia. Escondamos dulcemente nuestra pequeñez en esa grandeza y, como un polluelo que vive seguro y calentito bajo las alas de su madre, dejemos descansar nuestro corazón bajo la dulce y amorosa Providencia de Nuestro Señor».
Francisco vive esta relación de confianza con Dios, por lo que puede ofrecer buenos consejos en este sentido a los destinatarios de sus cartas, basándose en su experiencia. Escuchemos algunos de ellos. «Seamos fieles, humildes, dulce y amorosamente perseverantes para continuar en el camino en el que la Providencia celestial nos ha puesto».
En Lyon, la madre Favre siente el peso de su cargo, que no es de su agrado. ¿El secreto para superar este estado de ánimo? «Eche decididamente sus pensamientos sobre los hombros del Señor y Salvador y Él la llevará y la fortalecerá. Mantenga sus ojos fijos en la voluntad de Dios y en su Providencia».
A veces nuestra confianza en Dios, nuestra convicción de que estamos en buenas manos, es puesta a dura prueba, sobre todo cuando el dolor, la enfermedad y la muerte llaman a la puerta de nuestra vida o a la de nuestros seres queridos. Francisco lo sabe y no se echa atrás ni se desanima por ello.
«Confiar en Dios en la dulzura y la paz de la prosperidad es algo que casi todo el mundo sabe hacer, pero abandonarse a Él por completo en medio de los huracanes y las tormentas es propio de sus hijos».
«Los pequeños acontecimientos ofrecen ocasiones para las mortificaciones más humildes y para los mejores actos de abandono en Dios. En los acontecimientos más dolorosos, hay que adorar profundamente a la divina Providencia. Hay que morir o amar. Quisiera que se me desgarrase el corazón o, si sigo teniéndolo, que sea solo para este amor».
Cuántas personas rezan para obtener esta o aquella gracia del Señor y, cuando no llega o tarda en llegar, se desaniman y ven flaquear su confianza en Él. Espléndida es esta advertencia escrita por el santo a una señora de París pocos meses antes de su muerte: «Dios ha ocultado en el secreto de su Providencia el momento en el que piensa satisfaceros y la manera en que lo hará, y tal vez os satisfaga de manera excelente no haciéndolo según vuestros proyectos, sino según los suyos».
En Pentecostés de 1607, Francisco revela a Juana su plan: fundar un nuevo instituto con ella y a través de ella. Tras esta reunión, describe en una carta el espíritu con el que hay que continuar el viaje, ¡que durará otros cuatro años! «Mantenga su corazón bien abierto y déjelo descansar a menudo en los brazos de la divina Providencia. ¡Ánimo, ánimo! Jesús es nuestro: que nuestro corazón sea siempre suyo».
En cuestión de pocos años, las familias de Francisco y de Juana viven varios lutos.
La hermana pequeña de Francisco, Juana, muere repentinamente. Así es como saben vivir los santos estos acontecimientos: «Mi querida hija, en medio de mi corazón de carne, que siente tanto dolor por esta muerte, percibo muy claramente una cierta suavidad, una tranquilidad y un dulce reposo de mi espíritu en la Providencia divina que infunde una gran alegría en mi alma, incluso en el dolor».
A principios de 1610, dos nuevos lutos: la muerte repentina de Carlota, la última hija de la baronesa de unos diez años de edad, y el fallecimiento de la madre de Francisco, la señora de Boisy. «¿No debemos, pues, querida hija, adorar en todo a la suprema Providencia, cuyos consejos son santos, buenos y amabilísimos? Confesemos, mi querida hija, confesemos que Dios es bueno y que su misericordia perdura eternamente. He sentido un gran dolor por esta separación, pero también debo decir que ha sido un dolor tranquilo, aunque intenso. He llorado sin amargura espiritual».
¿Y en la enfermedad? Tras superar una gravísima crisis de salud, Francisco escribe este precioso testimonio de cómo ha vivido la enfermedad: «No estoy ni curado ni enfermo, pero creo que me recuperaré totalmente muy pronto. Mi queridísima hija, debemos dejar nuestra vida y todo lo que somos a completa disposición de la divina Providencia, porque, en definitiva, no nos pertenecemos a nosotros mismos, sino a Aquel que, para hacernos suyos, quiso ser totalmente nuestro de forma tan amorosa».
A mi parecer, la mejor conclusión de este carrusel de mensajes que Francisco nos lanza a través de sus cartas es la que escribe el santo en la Filotea. Es una obra maestra de frescura y alegría.
«En todas tus ocupaciones apóyate completamente en la Providencia de Dios, que es la única que puede hacer que se cumplan tus proyectos. Haz como los niños, que se aferran a la mano de su padre con una mano mientras recogen fresas y moras de los setos con la otra. Haz lo mismo tú también: mientras recoges y utilizas los bienes de este mundo con una mano, aférrate al Padre celestial con la otra, dirigiéndote a Él de vez en cuando para ver si tus ocupaciones y asuntos son de su agrado. Ten cuidado de no dejar su mano y su protección pensando que así recogerás y acumularás más. Si tu Padre celestial te abandona, no darás ni un paso más y acabarás inmediatamente en el suelo. Quiero decir, Filotea, que cuando estés en medio de los negocios y ocupaciones ordinarias que no requieren una atención muy cuidadosa y asidua, mira a Dios más que a las ocupaciones; y cuando los negocios sean tan importantes que requieran toda tu atención para obtener un buen resultado, mira a Dios de vez en cuando como hacen los navegantes del mar que, para llegar a su puerto de destino, miran más al cielo que al barco. Así, Dios trabajará contigo, en ti y para ti, y tu trabajo irá acompañado de una gran alegría».
ADMA – Un itinerario de santificación y apostolado según el carisma de Don Bosco
La Asociación de María Auxiliadora (ADMA) fue fundada el 18 de abril de 1869 por Don Bosco, como segundo grupo de su obra, después de los Salesianos, con el objetivo de “promover las glorias de la divina Madre del Salvador, para merecer su protección en la vida y particularmente en el momento de la muerte”.
La Pía Asociación de María Auxiliadora se fundó tras la inauguración de la Basílica dedicada a la Santísima Virgen, que tuvo lugar el 9 de junio de 1868 en Turín. Con la construcción de la Basílica, Don Bosco vio con sus propios ojos la realización del famoso sueño de 1844, en el que la Virgen María, a semejanza de una pastora, le hizo ver “una estupenda y alta Iglesia” en cuyo interior había “una banda blanca, en la que en grandes letras estaba escrito: HIC DOMUS MEA, INDE GLORIA MEA”. Muchas personas, especialmente del pueblo, habían contribuido con ofrendas a la construcción del Santuario en señal de gratitud por las gracias recibidas de María Auxiliadora. Los fieles habían hecho “repetidas peticiones para que se iniciara una piadosa Asociación de devotos que, unidos en un mismo espíritu de oración y piedad, rindieran homenaje a la gran Madre del Salvador, invocada bajo el título de Auxilio de los Cristianos”. Esta petición popular – realizada a pesar de que en Turín existía una antigua (siglo XII) y fuerte devoción a Nuestra Señora bajo el título de la Consolata- indica que la iniciativa vino de arriba.
Cúpula de la Basílica Maria Ausiliatrice, Turín, Italia
Así se comprende también el motivo de la solicitud de aprobación de la Asociación hecha por el propio Don Bosco: “El suscripto expone humildemente a V. E. que con el único deseo de promover la gloria de Dios y el bien de las almas tendría en su ánimo que en la iglesia de María Auxiliadora, hace un año consagrada por V. E. al Culto divino, se iniciara una piadosa unión de fieles bajo el nombre de Asociación de los Devotos de María Auxiliadora: el objetivo principal sería promover la veneración del Santísimo Sacramento y la devoción a María Auxilium Christianorum:un título que parece ser del agrado de la Augusta Reina del Cielo”. Su petición no sólo fue aceptada, sino que en menos de un año desde su fundación (febrero de 1870) la Pía Asociación de María Auxiliadora se convirtió en Archicofradía.
El nombre “ADMA” que Don Bosco dio a esta asociación, significaba la Asociación de los Devotos de María Auxiliadora, donde la palabra “devotos” refleja lo que San Francisco de Sales enseñó: “La devoción no es otra cosa que una agilidad y vivacidad espiritual, con la que la caridad realiza sus operaciones en nosotros, y nosotros operamos a través de ella, pronta y afectuosamente”. Esta devoción se especifica aún más: “Don Bosco, consciente de nuestras dificultades y fragilidad, dio un paso más, aún más hermoso: no somos devotos en general, sino devotos de María Auxiliadora”. En su experiencia, el don del amor que une al Padre y al Hijo (la gracia) y que impulsa a la acción (la caridad), pasa explícitamente, casi sensiblemente, por la mediación maternal de María”, como señala el sucesor de Don Bosco, el P. Ángel Fernández Artime. Don Bosco fundó ADMA para compartir la gracia y difundir y defender la fe del pueblo, irradiando en el mundo la veneración a Jesús Eucaristía y la devoción a la Virgen Auxiliadora, dos pilares de nuestra fe. Esta semilla sembrada por el santo se ha extendido hoy a 50 países de todo el mundo, con unos 800 grupos adscritos a ADMA Primaria de Turín. Hoy en ADMA, en la escuela de Don Bosco, se siguen caminos de oración, apostolado y servicio, según un estilo familiar. Se vive y se difunde la devoción a la Eucaristía y a María Auxiliadora, valorando la participación en la vida litúrgica y la reconciliación. La formación cristiana se orienta a imitar a María en la vivencia de la “espiritualidad de la vida cotidiana”, buscando cultivar un ambiente cristiano de acogida y solidaridad en la familia y en los propios lugares de vida. Con ocasión del 150 aniversario de la fundación de ADMA, el sucesor de Don Bosco, en su carta “¡Confía, confía, sonríe!”, dejó a la Asociación algunas instrucciones. La invitación es a dejarse guiar por el Espíritu Santo para un renovado impulso evangelizador, anclado en los dos pilares, la Eucaristía y la devoción a María Auxiliadora, con algunos énfasis: – vivir un camino de santidad en la familia, dando testimonio principalmente a través de la perseverancia en el amor entre los esposos, entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas, entre jóvenes y ancianos; – llevar a la Virgen al hogar, imitando a María en todo lo que se pueda; – ofrecer un itinerario de santificación y apostolado, sencillo y accesible a todos; – participar en la Eucaristía, sin la cual no hay camino de santidad; – confiarnos a María, convencidos de que nos llevará «de la mano» para conducirnos al encuentro con su Hijo Jesús.
Los momentos privilegiados para vivir y difundir la dimensión popular de la devoción a María Auxiliadora, y para pedir gracias, son las prácticas de piedad: la conmemoración del 24 de cada mes, el rosario, la novena de preparación a la fiesta de María Auxiliadora, la bendición de María Auxiliadora, las peregrinaciones a los santuarios marianos, las procesiones, la colaboración en la vida parroquial. Los miembros de ADMA forman parte del gran árbol de la Familia Salesiana, un movimiento de personas promovido por Don Bosco, bajo la guía de María Auxiliadora, para la misión juvenil y popular: “Debemos unirnos -escribió en 1878- entre nosotros y todos con la Congregación… apuntando al mismo objetivo y utilizando los mismos medios… como en una sola familia con los lazos de la caridad fraterna que nos impulsa a ayudarnos y apoyarnos mutuamente en beneficio del prójimo”. En la Familia Salesiana, ADMA conserva la tarea de subrayar la particular devoción eucarística y mariana vivida y difundida por San Juan Bosco, devoción que expresa el elemento fundador del carisma salesiano. En esta perspectiva, entre otras cosas, ADMA promueve para toda la Familia Salesiana el Congreso Internacional de María Auxiliadora, cuya próxima edición se celebrará en Fátima del 29 de agosto al 1 de septiembre de 2024. El título elegido para este evento será “Yo te daré la maestra”, en recuerdo del sueño de nueve años de Don Bosco, del que se celebrará el 200 aniversario. Para conocer mejor a ADMA, además de la página web admadonbosco.org, también se puede seguir su hoja mensual de formación y comunión “ADMA en línea ” y su serie de libros “Cuadernos de María Auxiliadora”, ambos en el mismo sitio. También puedes seguirlos en los canales de las redes sociales Facebook y Youtube, y un folleto puede descargarse desde AQUÍ.
EL DA MIHI ANIMAS SEGÚN SAN FRANCISCO DE SALES (3/8)
En primer lugar, es necesario aclarar lo que se entiende por celo pastoral: «Celo no significa solo compromiso, ocuparse: expresa una orientación global, la ansiedad y casi el tormento de llevar a todas las personas a la salvación, a toda costa, por todos los medios, mediante una búsqueda incansable de los últimos y más abandonados pastoralmente».
A menudo, cuando se oye hablar de celo pastoral nos vienen a la mente figuras que se caracterizan por su gran actividad, generosas a la hora de darse a los demás, animadas por una caridad que a veces ni siquiera les deja «tiempo para comer». Francisco fue una de estas figuras, completamente dedicado al bien de las almas en su diócesis y más allá de ella. Pero con su ejemplo nos da un mensaje más: su vivencia del da mihi animas surge del cuidado de su vida interior, de su oración, de su entrega sin reservas a Dios. Estas son las dos caras que queremos destacar de su celo pastoral, en su vida y en sus escritos.
Cuando nace Francisco acaba de terminar el Concilio de Trento, que desde el punto de vista pastoral ha llamado a los obispos a un cuidado más atento y generoso de sus diócesis, cuidado basado sobre todo en la residencia en el lugar, en la presencia entre la gente y en la instrucción del clero mediante la creación de seminarios, la frecuente visitación de las parroquias, la formación de los párrocos y la difusión del Catecismo como instrumento de evangelización para los más y menos jóvenes…: toda una serie de medidas para llevar a los obispos y sacerdotes a tomar conciencia de su identidad como pastores al cuidado de las almas.
Francisco toma en serio estas llamadas hasta el punto de convertirse, junto con san Carlos Borromeo, en el modelo de obispo pastor dedicado totalmente a su pueblo, como él mismo dijo recordando su consagración episcopal: «Aquel día Dios me apartó de mí mismo para tomarme para sí y entregarme así al pueblo, lo que significa que me transformó de lo que era para mí en lo que debía ser para ellos».
Francisco, sacerdote durante nueve años y obispo durante veinte, dedica su vida a esta donación total a Dios y a sus hermanos. A finales de 1593, pocos días después de su ordenación sacerdotal, pronuncia un famoso discurso llamado arenga por su contenido y por el vigor con el que lo pronuncia.
Al año siguiente, se ofrece como «misionero» en Chablais y parte provisto de una cuerda muy robusta: «La oración, la limosna y el ayuno son las tres partes que componen la cuerda que el enemigo rompe con dificultad. Con la gracia divina, intentaremos atar a este enemigo con ella». Predica en la Iglesia de San Hipólito, en Thonon, después del culto protestante.
Al principio su apostolado en Chablais se basa en el contacto con la gente: sonríe, habla, saluda, se detiene y pregunta… convencido de que los muros de la desconfianza solo se pueden derribar con relaciones de amistad y simpatía. Si consigue hacerse querer, todo será más fácil y sencillo. «Estoy agotado», escribe a su obispo, pero no se rinde.
Le gusta rezar el Rosario todos los días, incluso a altas horas de la noche, y cuando teme dormirse por el cansancio lo recita de pie o caminando. La experiencia misionera de Francisco en Chablais se interrumpe definitivamente a finales de 1601 con su viaje a París, donde tiene que ocuparse de los problemas de la diócesis. Permanecerá allí durante nueve largos meses.
Debido a sus compromisos políticos y a sus múltiples amistades, frecuenta la corte, y es en este lugar donde Francisco descubre a muchos hombres y mujeres deseosos de caminar hacia el Señor. Nace aquí la idea de un texto capaz de resumir de forma concisa y práctica los principios de la vida interior y de facilitar su aplicación a todas las clases sociales. Y así, a partir de este año el santo comienza a reunir los primeros materiales que más tarde concurrirán en la composición de la Filotea.
Al regresar de París recibe la noticia de la muerte de su querido obispo. Se prepara para su consagración episcopal con dos semanas de silencio y oración. Siente el peso del nuevo encargo desde el primer momento: «Es increíble lo acosado y agobiado que me siento a causa de este cargo tan grande y difícil».
Resumiendo, en los veinte años que vivirá como obispo el celo de Francisco se manifiesta sobre todo en estos ámbitos:
Visita las parroquias y los monasterios para conocer su diócesis: poco a poco va descubriendo sus defectos y limitaciones, incluso graves, así como la belleza, la generosidad y el buen corazón de muchísimas personas. Para visitar las parroquias, permanece mucho tiempo fuera de Annecy: «Saldré de aquí dentro de diez días y continuaré mi visita pastoral durante cinco meses enteros en las altas montañas, donde la gente me espera con gran afecto». «Por la noche, al retirarme, soy incapaz de seguir moviendo el cuerpo o el espíritu por lo cansadas que siento todas las partes del cuerpo. Sin embargo, por la mañana estoy siempre lleno de energía». Sobre todo escucha a sus sacerdotes y los anima a vivir fielmente su vocación.
El apostolado de la pluma: la Opera Omnia de Francisco consta de 27 poderosos volúmenes… Uno se pregunta cómo ha podido un hombre escribir tanto. ¡Cuánto esfuerzo! ¡Cuánto tiempo sin dormir, sin descansar! Todas las páginas que han salido de su pluma son una consecuencia de su pasión por las almas, de su gran deseo de llevar al Señor a todas las personas que encontraba, sin excluir a nadie.
La fundación de la Orden de la Visitación En 1610 nace un nuevo instituto: tres mujeres (la baronesa de Chantal, María Jacqueline Favre y Carlota de Bréchard) crean una nueva forma de vida religiosa basada exclusivamente en la oración y la caridad. Se inspiran en el cuadro evangélico de la visitación de la Virgen María a su prima Isabel.
El otro aspecto de su celo es el cuidado de su vida espiritual. El cardenal Carlo Borromeo escribía en una carta al clero: «¿Ejerce el cuidado de las almas? No descuide por ello el cuidado de sí mismo y no se entregue a los demás hasta el punto de no dejar nada de usted para usted mismo».
Vuelve a casa agotado: «Necesito recomponer mi pobre espíritu. Me propongo hacer una revisión completa de mí mismo y poner todas las piezas de mi corazón en su sitio». «Al regresar de mi visita, cuando me puse a examinar bien mi alma, me dio pena: la encontré tan delgada y deshecha que parecía la muerte. ¡Era inevitable! Durante cuatro o cinco meses apenas había tenido un momento para respirar. Estaré cerca de ella durante el próximo invierno e intentaré tratarla bien».
S. Francisco de Sales y Santa Francisca de Chantal. Vidriera, Iglesia de San Mauricio de Thorens, Francia
En la Filotea escribe: «Por muybueno que sea un reloj, hay que cargarlo y darle cuerda al menos dos veces al día, por la mañana y por la noche, y además, al menos una vez al año, hay que desmontarlo por completo para eliminar el óxido acumulado, enderezar las piezas torcidas y sustituir las que estén demasiado desgastadas.
Lo mismo debe hacer el que cuida seriamente su corazón; debe recargarlo en Dios por la noche y por la mañana mediante los ejercicios que se han indicado antes; también debe reflexionar repetidamente sobre su estado, enderezarlo y repararlo; y, por último, debe desmontarlo al menos una vez al año y revisar meticulosamente todas las piezas, es decir, todos sus sentimientos y pasiones, para reparar todos los defectos que descubra en él».
La Cuaresma está a punto de comenzar y Francisco escribe una nota muy significativa a un amigo: «Voy a consagrar esta Cuaresma a observar la obligación de residir en mi catedral y de reordenar un poco mi alma, que está toda como descosida por los grandes esfuerzos a los que se ha visto sometida. Es como un reloj roto: hay que desmontarlo, pieza por pieza, y, después de haberlo limpiado y engrasado bien, volver a montarlo para que marque la hora correcta».
La actividad de Francisco va de la mano con el cuidado de su vida interior: se trata de un mensaje importante para nosotros hoy, para no convertirnos en ramas secas y por tanto inútiles.
Para concluir. «He sacrificado mi vida y mi alma a Dios y a su Iglesia: ¿qué importa si tengo que incomodarme cuando se trata de procurar algún beneficio a la salud de las almas?».
Después de haber conocido a Francisco de Sales a través de la historia de su vida, nos fijamos en la belleza de su corazón y presentamos algunas virtudes con el objetivo de despertar en muchos el deseo de profundizar en la rica personalidad de este santo.
La primera imagen, la que fascina inmediatamente a quienes se acercan a Francisco de Sales, es la amistad. Es la tarjeta de visita con la que se presenta.
Hay un episodio de Francisco a los veinte años que poca gente conoce: tras diez años de estudio en París, ha llegado el momento de volver a su casa de Annecy, en Saboya. Cuatro de sus compañeros lo acompañan hasta Lyon y se despiden de él entre lágrimas.
Este hecho nos ayuda a comprender y apreciar lo que Francisco escribe hacia el final de su vida, ofreciéndonos una rara instantánea de su corazón: «Creo que no hay almas en el mundo que amen más cordialmente y más tiernamente y, para decirlo con sencillez, más amorosamente que yo, porque Dios ha querido hacer así mi corazón. Y, sin embargo, amo a las almas independientes y vigorosas, porque demasiada ternura trastorna el corazón, lo inquieta y lo distrae de la meditación amorosa de Dios. Lo que no es Dios no es nada para nosotros».
Y hablando con una señora sobre su sed de amistad afirma: «Debo decirle en confianza estas pocas palabras: no hay hombre en el mundo cuyo corazón sea más tierno y esté más sediento de amistad que el mío, ni que sienta las separaciones con más dolor que yo».
Antoine FAVRE – Retrato, colección privada Fuente: Wikipedia
De entre los cientos de destinatarios de sus cartas he escogido tres, a quienes Francisco explica las características de la amistad salesiana tal como él la vivió y como nos la propone hoy a nosotros.
El primer gran amigo que conocemos es su conciudadano Antonio Favre. Francisco, licenciado brillante en jurisprudencia, tiene un gran deseo de conocer a esta lumbrera y de ganarse su estima.
En una de sus primeras cartas encontramos una expresión que suena como una especie de juramento: «Este regalo (la amistad), tan apreciable también por su escasez, tiene un valor impagable y especialmente entrañable para mí, dado que nunca me hubiera podido tocar por mis propios méritos. Siempre vivirá en mi pecho el ardiente deseo de cultivar diligentemente todas las amistades».
La primera característica de la amistad es la comunicación, dar noticias y compartir estados de ánimo.
A principios de diciembre de 1593 nace la última hermanita de Francisco, Juana, y este se lo cuenta rápidamente a su amigo: «Me he enterado de que mi querida madre, que tiene cuarenta y dos años, pronto dará a luz a su decimotercer hijo. Corro a visitarla, sabiendo que siempre se alegra mucho de mi presencia».
Estamos a pocos días de su ordenación sacerdotal y Francisco le confiesa a su amigo: «Usted es el único hombre al que considero capaz de comprender plenamente la agitación de mi espíritu: es algo tremendo presidir la celebración de la misa y es realmente difícil celebrarla con la debida dignidad».
No había pasado ni un año desde la ordenación de Francisco y lo encontramos de «misionero» en Chablais. Comunica su cansancio y amargura a su amigo de esta manera: «Hoy empiezo a predicar el Adviento a cuatro o cinco humildes personas: todos los demás ignoran malamente lo que significa el Adviento». Unos meses más tarde le cuenta con alegría sus primeros éxitos apostólicos: «¡Por fin empiezan a dorarse las primeras espigas!».
Otro gran amigo de Francisco fue Juvenal Ancina. Se conocieron en Roma (1599) y ambos fueron consagrados obispos algunos años después. Francisco le escribe varias cartas. En una de ellas le ruega a su amigo, obispo de Saluzzo, que lo mantenga «estrechamente unido a él en su corazón y que se digne a darle también a menudo los avisos y recuerdos que el Espíritu Santo le vaya inspirando».
Entre sus amistades de París destaca la que estableció con el famoso padre Pierre de Bérulle, a quien conoció en el círculo de Madame Acarie. A él le escribe pocos días después de su consagración episcopal: «Soy obispo consagrado desde el 8 de este mes, día de Nuestra Señora. Esto me impulsa a rogarle que me ayude cordialmente con sus oraciones. No hay remedio: siempre tendremos que lavarnos los pies porque caminamos en el polvo. Que nuestro buen Dios nos conceda la gracia de vivir y morir a su servicio».
Otro gran amigo de Francisco fue Vicente de Paúl. Entre ellos nació una amistad que se prolongó más allá de la muerte del fundador de la Visitación, dado que Vicente se hizo cargo de la Orden convirtiéndose en su referente hasta el final de sus días (1660). Vicente siempre estuvo agradecido al santo obispo, de quien había recibido saludables reproches por su carácter impetuoso y susceptible. Los conservó en su corazón y le sirvieron para ir corrigiéndose poco a poco. Pensando en su amigo, no dudaba en describirlo como «la persona que más que nadie había representado la viva imagen del Salvador».
Leyendo estas cartas descubrimos algunas de las cualidades que deben ser el fundamento de una verdadera amistad: comunicación, oración y servicio (perdón, corrección…).
Son muchos los hombres y mujeres a los que Francisco dirige cartas de amistad espiritual. Algunos ejemplos:
A la señora de la Fléchère le escribe: «Tenga paciencia con todos, pero sobre todo con usted misma. Lo que quiero decir es que no deben turbarle sus imperfecciones, debe tener siempre el valor de recuperarse rápidamente».
San Vicente de Paúl – Fundador de la Congregación de la Misión (Lazaristas) Retrato, Simon François de Tours; Fuente: Wikipedia
Y la señora de Charmoisy: «Debe estar atenta a empezar dulcemente y echar un vistazo de vez en cuando a su corazón para ver si ha mantenido esa dulzura. Si no la ha mantenido, es necesario recobrarla antes de hacer nada».
Estas cartas son un tratado de amistad no porque hablen de la amistad, sino porque el escritor vive una relación de amistad sabiendo crear un clima y un estilo que hacen que esta se perciba y fructifique en una buena vida.
Lo mismo ocurre con la correspondencia con sus hijas, las visitandinas.
A la madre Favre, que siente el peso de su cargo, le escribe: «Debemos armarnos de valiente humildad y rechazar todas las tentaciones de desaliento en la santa confianza que tenemos en Dios. Como este cargo le ha sido impuesto por la voluntad de aquellos a quienes debe obedecer, Dios se pondrá a su derecha y lo llevará con usted, o mejor dicho, lo llevará Él, pero usted lo llevará también».
Y a la madre Bréchard: «El que sabe conservar la dulzura en medio de los dolores y enfermedades y la paz en medio del desorden de sus múltiples ocupaciones es casi perfecto. Esta constancia de estado de ánimo, esta dulzura y gentileza de corazón es más rara que la castidad perfecta, pero tan deseable o más. De ella, como del aceite de la lámpara, depende la llama del buen ejemplo, pues no hay nada que edifique tanto como la bondad caritativa».
Santa Juana Francisco FRÉMIOT DE CHANTAL, cofundadora de la Orden de la Visitación de Santa María Autor desconocido, Monasterio de la Visitación de María en Toledo, Ohio (EE.UU.); Fuente: Wikipedia
Entre las diversas madres fundadoras corresponde un lugar especial a la fundadora, Juana de Chantal, a quien Francisco escribe desde el principio: «Crea firmemente que tengo una viva y extraordinaria voluntad de servir a su espíritu con todas mis fuerzas. Aproveche mi afecto y utilice todo lo que Dios me ha dado para el servicio de su espíritu. Aquí estoy, a su total disposición».
Y declara a Juana: «Amo este amor. Es fuerte, amplio, sin medidas ni reservas pero dulce, fuerte, purísimo y tranquilísimo: en una palabra, es un amor que vive solo en Dios. Dios, que ve todos los pliegues de mi corazón, sabe que en esto no hay nada que no sea para Él y según Él, sin el que no quiero ser nada para nadie».
Este Dios al que Francisco y Juana desean servir está presente en todo momento, es la garantía para que este amor siga siendo siempre una consagración a Él exclusivamente: «Me gustaría poder expresarle el sentimiento que he tenido hoy de nuestra entrañable unidad al comulgar, porque ha sido un sentimiento grande, perfecto, dulce y poderoso a tal punto que casi podría considerarse un voto, una consagración». «¿Quién podría haber fundido dos espíritus de manera tan perfecta que no fueran más que un solo espíritu indivisible e inseparable si no Aquel que es la esencia misma de la unidad? […]. Mil y mil veces mi corazón está cerca de usted cada día con mil y mil buenos deseos que presenta a Dios para su consuelo». «La santa unidad que Dios ha forjado es más fuerte que todas las separaciones y la distancia de los lugares no puede dañarla en lo más mínimo. Que Dios nos bendiga siempre con su santo amor. Nos ha hecho un solo corazón en el espíritu y en la vida».
Termino con un deseo, el que Francisco escribe a una de las primeras visitandinas, María Jacqueline Favre: «¿Cómo está ese pobre corazón tan amado? ¿Es siempre valiente y vigilante para evitar las sorpresas de la tristeza? Por favor, no lo atormente ni siquiera cuando le haya jugado alguna mala pasada: repréndalo con dulzura y condúzcalo de nuevo a su camino. Este corazón se convertirá en un gran corazón, hecho según el corazón de Dios».
1. Los primeros años Francisco nació en el castillo familiar de Thorens (a unos 20 km de Annecy). Nació sietemesino y «era un milagro que, con un parto tan peligroso, su madre no hubiera perdido la vida». Es el primogénito, seguido de siete otros siete entre hermanos y hermanas. La madre, Francesca de Sionnaz, solo tenía 15 años y el padre, el señor de Boisy, 43. En aquella época, el matrimonio, en las clases nobles, era una oportunidad para ascender en la escala social (para reunir títulos nobiliarios, tierras, castillos…). El resto, incluido el amor, venía después.
Iglesia de San Mauricio en Thorens, Francia
Fue bautizado en la pequeña iglesia de San Mauricio de Thorens. Francisco eligió años más tarde esa humilde iglesia para su consagración episcopal (8 de diciembre de 1602).
Los primeros años de Francisco los pasó junto a sus tres primos en el mismo castillo: con ellos jugaba, se divertía y contemplaba la espléndida naturaleza que le rodeaba y que se convirtió en el gran libro del que sacaría mil ejemplos para sus libros. La educación que recibe de sus padres es claramente católica. Se debe pensar siempre en Dios y ser un hombre de Dios», repetía su padre, y Francisco atesorará este consejo. Los padres asisten asiduamente a la parroquia y tratan con justicia a los empleados y saben dar generosamente cuando es necesario. Los primeros recuerdos de Francisco no son solo aquellos relacionados a la belleza de esa maravillosa naturaleza, sino también de los espectáculos de destrucción y muerte causados por las guerras fratricidas en nombre del Evangelio
Llega el momento de ir a la escuela: Francisco deja su casa y va al colegio, primero en La Roche durante unos dos años y luego, durante tres años en Annecy en compañía de sus primos. Esta época está marcada por algunos hechos importantes: – recibe la Primera Comunión y la Confirmación en la iglesia de Santo Domingo (actual iglesia de San Mauricio) y, a partir de entonces, comulgará con frecuencia. – se inscribió en la cofradía del Rosario y desde entonces tomó la costumbre de rezarlo todos los días. – Pidió recibir la tonsura: su padre le concedió el permiso, ya que este paso no implicaba el inicio de una carrera eclesiástica. Francisco era un chico normal, estudioso y obediente, con un rasgo característico: «¡nunca se le vio burlarse de nadie!». Para entonces, Saboya le había enseñado todo lo que podía. Así, en 1578, Francisco, con sus inseparables primos y bajo la atenta mirada de su tutor Déage, parte hacia París, donde permanecerá durante diez años, como alumno del colegio de Clermont, dirigido por los jesuitas.
2. Los diez años que cuentan: 1578-1588 El horario en el colegio es estricto y las prescripciones religiosas también son exigentes. Durante estos años, Francisco estudió latín, griego y hebreo, se familiariza con los clásicos y perfecciona su francés. Tiene excelentes profesores. En su tiempo libre, frecuenta los círculos de la alta sociedad, tiene libre acceso a la Corte, destaca en las artes de la nobleza y sigue algunos cursos de teología en la Sorbona. Escucha, en particular, el Comentario al Cantar de los Cantares del padre Génébrard y queda impactado: descubre en la alegoría del amor de un hombre por una mujer la pasión de Dios por la humanidad. Se siente amado por Dios. Pero al mismo tiempo madura en su mente la idea de ser excluido de este amor. ¡Se siente condenado! Entra en crisis y durante seis semanas no duerme, no come, llora, enferma. Sale de este estado encomendándose a la Virgen en la iglesia de St Etienne des Grès con el acto de abandono heroico a la misericordia y la bondad de Dios. Reza una Salve Regina y la tentación desaparece. Finalmente, una vez terminados sus exámenes finales, puede abandonar París, no sin lamentarlo. Qué alegría para Francisco volver a casa y reencontrarse con sus padres, sus hermanitos y hermanitas que mientras tanto habían llegado para alegrar a la familia. Solo por unos meses, porque tuvo que volver a marcharse para completar el «sueño de papá»: llegar a ser grande en el campo del derecho.
3. Los años de Padua: 1588-1591 Estos son los años decisivos para Francisco a nivel humano, cultural y espiritual. Padua es la capital del Renacimiento italiano, con miles de estudiantes llegados de toda Europa: en las universidades se encuentran los profesores más famosos, los mejores espíritus de la época. Aquí Francisco estudió derecho y al mismo tiempo profundizó en la teología, leyó los Padres de la Iglesia y se puso en manos de un sabio director espiritual, el jesuita padre Possevino. Probablemente a causa de una fiebre tifoidea, fue reducido a la muerte; recibió los sacramentos e hizo un testamento: «Mi cuerpo, cuando haya expirado, entréguenlo a los estudiantes de medicina». Era tal el fervor por el estudio y su sed de conocimiento del cuerpo humano que los estudiantes de medicina, a falta de cadáveres, iban al cementerio a desenterrarlos. Este testamento de Francisco es importante porque habla de la sensibilidad, que conservará durante el resto de su vida, hacia la cultura, hacia las innovaciones científicas propias del Renacimiento. Se recuperó, terminó brillantemente sus estudios el 5 de septiembre de 1591 y dejó Padua «graduado con todas las notas en utroque» (derecho civil y eclesiástico). Su padre está orgulloso de él.
4. Hacia el sacerdocio: 1593 En el corazón de Francisco hay otros sueños, muy alejados de los de su padre, pero ¿cómo decírselo? ¡El señor de Boisy puso todas sus esperanzas en Francisco! Fue nombrado preboste de la catedral de Annecy. Gracias a este título honorífico, se reunió con su padre para comunicarle su intención de hacerse sacerdote. Fue un enfrentamiento duro y comprensible. «Pensaba y esperaba que fueras el bastón de mi vejez y el apoyo de la familia… No comparto tus intenciones, pero no te niego mi bendición», concluyó el padre. El camino hacia el sacerdocio estaba abierto: en pocos meses, Francisco recibió las órdenes menores, el subdiaconado, el diaconado y finalmente, el 18 de diciembre, la ordenación sacerdotal. Se prepara tres días para celebrar su primera misa el 21 de diciembre. Pocos días después de Navidad, Francisco de Sales pudo ser «instalado» oficialmente como preboste de la catedral y en esa ocasión pronunció uno de sus discursos más famosos, una verdadera arenga. Ya se percibe el ardor y el celo del pastor, en sintonía con lo que el Concilio de Trento había indicado como camino de reforma.
5. Misionero en Chiablese: 1594-1598 Chiablese es el territorio que bordea el lago Lemán o de Ginebra. Los sacerdotes de esta zona de Saboya habían sido expulsados por los calvinistas de Ginebra y las iglesias estaban sin pastores. Pero ahora, en 1594, el duque Carlos Manuel había reconquistado esas tierras e instó al obispo de Annecy a enviar nuevos misioneros. La propuesta rebotó en el clero, pero nadie tuvo el valor de ir a tierras tan hostiles, arriesgando sus vidas. Solo Francisco ofrece su disponibilidad y el 14 de septiembre, con su primo Luis, parte para esta misión.
Se instala en el castillo de los Allinges, donde el barón Hermanance vela por su seguridad. Así que cada mañana, después de la misa, baja en busca de los Señores de Thonon. Los domingos predica en la iglesia de San Hipólito, pero los fieles son pocos. Así que decide escribir y hacer imprimir sus sermones: los coloca en lugares públicos y los desliza bajo la puerta de católicos y protestantes.
Capilla del Castillo de Allinges, Francia
Su modelo es Jesús en las calles de Palestina: se inspira en su gentileza y bondad, su franqueza y sinceridad. No faltaron las hostilidades y los cierres, pero también llegaron «las primeras espigas», las primeras conversiones. Era severo e inflexible con el error y con aquellos que difundían la herejía, pero de una paciencia ilimitada con todos los que consideraba víctimas de las teorías de los herejes. «Me encanta la predicación que se apoya más en el amor al prójimo que en la indignación, incluso de los hugonotes, a los que hay que tratar con gran compasión, no halagándolos, sino deplorándolos». El espíritu salesiano parece concentrarse en esta expresión de Francisco: «La verdad que no es caritativa brota de la caridad que no es verdadera«. De este periodo extraordinario por el celo, la bondad y el coraje de Francisco, todavía merece la pena recordar la iniciativa de celebrar las tres misas de Navidad en la iglesia de San Hipólito en 1596. Pero la iniciativa que más contribuyó a desmantelar la herejía del territorio chiablese fue la de las Cuarenta Horas, promovida y animada por un nuevo colaborador de Francisco, el padre Cherubin de la Maurienne. En 1597, se celebraron en Annemasse, en las afueras de Ginebra. Al año siguiente se celebraron las Santas Cuarentenas en Thonon (a principios de octubre de 1598). A fin de año, Francisco tuvo que dejar la «misión» e ir a Roma para ocuparse de varios problemas de la diócesis. En Roma, hizo importantes amigos (Bellarmio, Baronio, Ancina…) y conoció a los sacerdotes del Oratorio de San Felipe Neri y se enamoró de su espíritu. Regresó a Annecy pasando por Loreto, y luego, en barco, llegó a Venecia; se detuvo en Bolonia y en Turín, donde discutió con el duque lo que el Papa había concedido a las parroquias de la diócesis. En 1602, viaja de nuevo a París para negociar con el nuncio y el rey sobre delicadas cuestiones diplomáticas relativas a la diócesis y a las relaciones con los calvinistas. Aquí permaneció nueve largos meses y volvió a casa con las manos vacías. Si este es el resultado diplomático, muy rico e importante en cambio es el beneficio espiritual y humano que puede sacar de él. Para la vida de Francisco es decisivo su encuentro con el famoso «Círculo de la Señora Acarie«: es una especie de cenáculo espiritual donde se leen las obras de Santa Teresa de Ávila y de San Juan de la Cruz y gracias a este movimiento espiritual se introducirá en Francia la Orden Carmelita reformada. De regreso, Francisco recibe la noticia de la muerte de su querido obispo.
6. Francisco, obispo de Ginebra: 1602 – 1622 El 8 de diciembre de 1602, en la pequeña iglesia de Thorens, Francisco fue consagrado obispo y permaneció al frente de su diócesis durante veinte años. «Aquel día Dios me había quitado de mí mismo para tomarme para sí y darme así al pueblo, es decir me había transformado de lo que era en lo que debía ser para ellos. De este período destaco tres aspectos importantes:
6.1 Francisco, el pastor Durante estos años, su celo brilla en las palabras: «Da mihi animas«, que se convirtieron en su programa. «El sacerdote es todo para Dios y todo para el pueblo», solía repetir y era el modelo, ¡ante todo! Los problemas de la diócesis son muchos y muy graves: afectan al clero, a los monasterios, a la formación de los futuros ministros, al inexistente seminario, a la catequesis, a la falta de recursos económicos. Francisco comenzó inmediatamente a visitar las más de cuatrocientas parroquias, una visita que duró cinco o seis años: hablaba con los sacerdotes, consolaba, animaba, solucionaba los problemas más espinosos, predicaba, administraba el sacramento de la Confirmación a los niños o a los futuros esposos, celebraba bodas… Para remediar la ignorancia del clero, enseñaba teología en su casa, cada año reunía a sus sacerdotes en sínodo, predicaba… «Durante algunos años, enseñó muchas materias teológicas a sus canónigos en Annecy y les dictaba lecciones en latín. Había muchos que aspiraban a la vida religiosa o al sacerdocio: no eran las vocaciones las que faltaban. ¡Muy a menudo eran las vocaciones las que faltaban! Escribió un folleto Advertencias a los confesores, una joya de celo pastoral donde se entrelazan la doctrina, la experiencia personal y los consejos… Visitó los numerosos monasterios de la diócesis: algunos los cerró, en otros trasladó el personal y fundó otros nuevos. Luchó hasta el final por tener un seminario: faltaban fondos debido al egoísmo de los Caballeros de San Lázaro y San Mauricio, que retenían los ingresos debidos (sugiero correspondientes en lugar de debidos) a la diócesis. La característica dominante en Francisco como pastor es su capacidad de acompañar a las personas. «Es una fatiga guiar a cada una de las almas, pero una fatiga que hace que uno se sienta tan ligero como los segadores y cosechadores, que nunca son tan felices como cuando tienen mucho trabajo y mucho que llevar». Características de esta educación individualizada: Riqueza de humanidad: «Creo que no hay almas en el mundo que amen más cordialmente y más tiernamente y, por decirlo de algún modo, más amorosamente que yo, porque a Dios le ha gustado hacer mi corazón así». Padre y hermano: sabe ser muy exigente, pero siempre con dulzura y serenidad. No baja la apuesta: basta con leer la primera parte de la Filotea para darse cuenta. Prudencia y concreción: «Ten mucho cuidado durante este embarazo… si te cansas de arrodillarte, siéntate y si no tienes suficiente atención para rezar durante media hora, reza solo un cuarto de hora…» (Madame de la Fléchère) Sentido de Dios: «Hay que hacer todo por amor y nada por la fuerza; hay que amar la obediencia más que temer la desobediencia. «Que Dios sea el Dios de tu corazón». Francisco fue llamado la copia más fiel de Jesús en la tierra (Vicente de Paúl).
6.2 Francisco, el escritor A pesar de los compromisos asociados a su condición de obispo, Francisco encuentra tiempo para dedicarse a escribir. ¿Qué? Miles de cartas dirigidas a personas que pedían su guía espiritual, a los monasterios de la Visitación recién fundados, a miembros destacados de la nobleza o de la Iglesia para intentar solucionar problemas, a su familia y amigos. En 1608 se publicó la Introducción a la vida devota: es el escrito más conocido de Francisco. «Es en el carácter, en el genio, pero sobre todo en el corazón de Francisco de Sales donde hay que buscar el verdadero origen y la remota preparación de la Introducción a la vida devota o Filotea«: así escribe Don Machey, un hombre que ha dedicado su vida al estudio de las obras del santo, en la introducción a la edición crítica de Annecy. El prefacio lleva la fecha del 8 de agosto de 1608. Este libro tuvo una acogida entusiasta. La Chantal habla de este libro como «un libro dictado por el Espíritu Santo». En sus 400 años de vida, el libro ha tenido más de 1300 ediciones con millones de ejemplares, traducidos a todos los idiomas del mundo. Cuatro siglos después, estas páginas siguen conservando su encanto y relevancia.
En 1616 apareció otro escrito de Francisco: el Tratado del amor de Dios, su obra maestra, escrita para los que quieren aspirar a las alturas. Los guía con sabiduría y experiencia para que vivan el abandono total a la voluntad de Dios… hasta el punto «donde los amantes se encuentran», es decir, hasta el Calvario. Sólo los santos saben cómo llevar a la santidad.
6.3 Fundador Francisco En 1604, Francisco fue a Dijon a predicar la Cuaresma, invitado por el arzobispo de Bourges, Andrés Fremyot. Desde los primeros días, le llamó la atención y el comportamiento devoto de una señora presente. Es la baronesa Juana Francisca Fremyot, hermana del arzobispo. Desde 1604, año del encuentro de Juana con Francisco, hasta 1610, fecha de la entrada de Juana en el noviciado de Annecy, los dos santos se encontraron cuatro o cinco veces, semanalmente o cada diez días. Las reuniones están animadas por la presencia de diversas personas de la familia (la madre, la hermana de Francisco) o de amigas (la señora Brulart, la abadesa de Puy d’Orbe…). Juana quisiera acelerar los tiempos, pero Francisco procede con cautela. Poco a poco se van soltando los distintos nudos, llega a un acuerdo, crece la serenidad y la paz y esto permite resolver mejor los problemas. Dios ha tomado posesión de su corazón y la ha convertido en una mujer dispuesta a dar su vida por Él. Su sueño largamente acariciado se hizo realidad el 6 de junio de 1610: ¡un día histórico! Juana y sus dos amigas (Giacomina Favre y Carlotta de Bréchard) entran en una pequeña casa, «la Galerie», y comienzan su año de noviciado. El 6 de junio del año siguiente hicieron sus tres primeras profesiones en manos de Francisco. Mientras tanto, otras jóvenes y mujeres pidieron ser recibidas. Así comenzó la familia religiosa inspirada en la Visitación de María. La expansión de la nueva Orden tiene algo de prodigioso. Algunas cifras: de 1611 (año de fundación) a 1622 (año de la muerte de Francisco) hubo trece fundaciones: Annecy, Lyon, Moulins, Grenoble, Bourges, Paris…. A la muerte de Juana, en 1641, habrá 87 monasterios con una media de más de 3 por año. Entre ellos también dos en el Piamonte: en Turín y en Pinerolo.
7. Los últimos años En los últimos años de su vida, Francisco tuvo que emprender dos veces el camino a París: importantes viajes del punto de vista diplomático y espiritual, viajes agotadores para él por el cansancio y la mala salud. La fama de la santidad de Francisco es conocida en París a tal punto que el cardenal Enrique de Gondi piensa en él como su sucesor y lo propone. Es conocida la respuesta simpática de Francisco: «Me casé con una mujer pobre (la diócesis de Annecy); ¡no puedo divorciarme para casarme con una rica (la diócesis de París)!» En su último año de vida realizó otro viaje a Pinerolo, en el Piamonte, a petición del Papa para restablecer la paz en un monasterio de Foglianti (cistercienses reformados) que no se ponían de acuerdo con el superior general. Francisco logró reconciliar las mentes y los corazones a su satisfacción unánime. Otra orden del duque exigía que Francisco acompañara al cardenal Mauricio de Saboya a Aviñón para reunirse con el rey Luis XIII. A su regreso, se detuvo en Lyon, en el monasterio de las Visitandinas. Aquí se encuentra con Joan de Chantal por última vez. Está agotado, pero sigue predicando hasta el final, que llega el 28 de diciembre de 1622. François murió con un sueño: retirarse de los asuntos de la diócesis y pasar los últimos años de su vida en el tranquilo monasterio de Talloires, a orillas del lago, escribiendo su último libro, Tratado sobre el amor al prójimo, y recitando el Rosario. Estamos seguros de que ya había escrito el libro con el ejemplo de su vida; en cuanto al rezo del Rosario, ahora no le faltaba ni tiempo ni tranquilidad.
Siempre había admirado a Don Bosco, su pasión por los jóvenes, su espiritualidad alegre y concreta, pero ignoraba que había una gran familia en torno a él. Cuando alguien me habló por primera vez de la Familia Salesiana hace algún tiempo, señaló un gran roble que se erigía majestuosamente frente a mí y me dijo: «Mira ese árbol. La Familia Salesiana es así: tiene un tronco fuerte y sólido que es Don Bosco, bien arraigado a la tierra, a la realidad concreta de la vida cotidiana —los jóvenes, los pobres, los retos de cada día que esperan respuestas, …— y tiene muchas ramas que miran al cielo —los distintos grupos nacidos de su carisma—. Hay grupos de religiosos y grupos de laicos, hombres y mujeres: hasta treinta y dos comunidades que comparten la misma espiritualidad, la misma pasión por la misión, ¡pero cada uno la realiza a su manera!»
Me gustó la imagen del árbol: las ramas estaban cerca unas de otras, creciendo de forma independiente pero unidas al tronco y alimentadas por la misma savia de la planta. Juntas hacían que el árbol fuera frondoso, exuberante, un refugio excepcional para los numerosos pájaros que lo habían elegido como hogar. ¡Podría haber sido un hogar para mí también! También me gustaba la idea de «familia»: me daba una buena sensación, de intimidad, de apoyo mutuo. Lo primero que atrajo mi interés fue el hecho de que todos los grupos juntos, a pesar de su autonomía, forman una gran comunidad donde se vive un ambiente de fraternidad y alegría, de cercanía y confianza. Es un estilo que caracteriza a todos los grupos: los Salesianos de Don Bosco, las Hijas de María Auxiliadora, los Salesianos Cooperadores, la Asociación ADMA y a todos aquellos que, a lo largo de los años, han sido fundados por «Hijos de Don Bosco», cada uno con su propia particularidad. Hay hermanas que se ocupan de los leprosos y otras que realizan su misión en pequeños centros donde no llegan los demás; religiosas que se ponen al servicio de los nativos y otras que acogen a los niños. También hay grupos de laicos, desde los que evangelizan a través de los medios de comunicación hasta los que se dedican a la actividad misionera ad gentes o se comprometen a estar presentes en el ámbito social, llevando los valores recibidos en los círculos salesianos. Por último, existen también Institutos Seculares masculinos y femeninos, con laicos consagrados que se comprometen a ser misioneros en el corazón del mundo.
Una gran variedad de vocaciones unidas por un único carisma, una única espiritualidad: la de Don Bosco.
Yo también quería entrar en esta aventura. A medida que avanzaba iba comprendiendo lo que significaba «pertenecer»: formar parte de una familia natural no significa simplemente tener el mismo apellido, sino también participar en su historia, compartir sus valores, sus proyectos, sus trabajos, y lo mismo ocurre con la Familia Salesiana. Pertenecer a ella es una elección, es una vocación a la que se responde, y a partir de ese momento se crece juntos, se crean y fortalecen lazos, se sueña juntos, se planifica juntos, se construye juntos, se ofrece y recibe apoyo, se AMA. Esto es lo que significa construir una Familia.
Ya en 2009, el sucesor de Don Bosco en aquel momento, el P. Pascual Chávez, dijo con contundencia: «Hago un llamamiento urgente a esta Familia a adquirir una nueva mentalidad, a pensar y actuar siempre como movimiento, con un intenso espíritu de comunión (concordia), con un convencido deseo de sinergia (unidad de intenciones), con una madura capacidad de trabajar en red (unidad de proyectos)».
No se trata, pues, de una agregación de grupos que, como las mónadas, viven de forma autorreferencial ignorando el camino de los demás, sino de la respuesta a una llamada a vivir en plena comunión, ¡provocando una verdadera revolución copernicana! Se trata de poder sentir, cuando se entra en un grupo salesiano, que no se está solo, que en primer lugar se entra a formar parte de una familia, de un movimiento de espiritualidad apostólica, que luego se concreta en un modo particular de vivir el mismo don. Se trata de aprender a reconocerse como parte de un todo y de entender que caminando y trabajando en sinergia con los demás todos nos enriquecemos y podemos conseguir mejores resultados. Se trata de aprender a reconocer la riqueza de los carismas de los demás, de comprometerse a hacer crecer no solo el propio, sino también el de los otros grupos, y de construir una comunión basada en el respeto a las especificidades de cada uno, de colaboración, de aprecio por todos.
Don Bosco tuvo realmente una intuición original y fascinante: ¡unir las fuerzas para hacer más eficaz nuestra misión!
En una carta al cardenal Giovanni Cagliero (27 de abril de 1876), Don Bosco escribía: «Antes bastaba con unirse en la oración, pero ahora que hay tantos medios de perversión, perjudiciales sobre todo para los jóvenes de ambos sexos, es necesario unirse en el campo de la acción y del trabajo».
Y de nuevo en el Boletín Salesiano de enero de 1878, dirigiéndose a los cooperadores: «Debemos unirnos entre nosotros y todos con la Congregación. Unámonos, pues, apuntando al mismo fin y utilizando los mismos medios para conseguirlo. Unámonos como una sola familia con los lazos de la caridad fraterna».
Sin embargo, «trabajar juntos» no significa siempre trabajar «codo con codo», no significa intervenir de una manera uniforme, no significa hacer todos lo mismo, sino saber leer juntos los contextos personales y sociales de los jóvenes, saber encontrar posibles estrategias de intervención para alcanzar objetivos compartidos y saber coordinarse, en sinergia, con reciprocidad, con responsabilidad común e individual.
Como en cualquier familia, en la Familia Don Bosco cada uno tiene su propio papel, pero todos se esfuerzan por alcanzar los mismos objetivos. Cada grupo tiene su propia especificidad, que debe ser respetada y valorada; tiene su propia caracterización que no cumple por sí misma todo el carisma que el Espíritu ha dado a través de Don Bosco a la Iglesia y al mundo, sino que saca a la luz aspectos del mismo siempre nuevos y originales. Por otra parte, nadie puede pretender ser el «dueño» del carisma, sino simplemente su custodio. En la Familia Salesiana se puede decir que cada grupo está incompleto sin el otro. Todo esto me hace pensar en un rostro de Don Bosco formado por muchas piezas de un rompecabezas: si faltan algunas piezas, los rasgos de la figura se desfiguran, el rostro no es reconocible. Las piezas unidas mostrarán un Don Bosco completo.
¡Juntos, en comunión, para vivir la misión! De esta manera todos los grupos pueden colaborar en la formación y profundización carismática; pueden, a partir de situaciones concretas, planificar juntos y promover un compromiso compartido en el territorio donde cada uno pueda ofrecer su propia «especialización»; pueden trabajar en red con espíritu fraterno, para ser más eficaces.
Sabemos bien lo urgente que es hoy comprometerse por un mundo más justo y más humano, lo necesario que es indicar horizontes de esperanza a muchos jóvenes, lo indispensable que es dar testimonio de solidaridad, de unidad y de comunión en una sociedad tentada constantemente a encerrarse en sí misma.
Sí, es una Familia realmente hermosa.
Quiero cantar mi agradecimiento a Don Bosco que, a disposición del Espíritu Santo, sembró una semilla en la tierra. Esa semilla brotó, se convirtió en una gran planta con muchas ramas, hojas, flores… Un gran árbol.
Ahora sé que quien sienta la misma pasión que Don Bosco, el mismo deseo de hacerse misión para los jóvenes, los pobres y los últimos, encontrará su lugar entre sus ramas y contribuirá a hacer el mundo más hermoso.
Giuseppina BELLOCCHI
Los otros invisibles Don Bosco
Los lectores del Boletín Salesiano ya conocen el viaje intercontinental que realizó hace unos años la urna de Don Bosco. Los restos mortales de nuestro santo llegaron a decenas y decenas de países de todo el mundo y permanecieron millares de ciudades y pueblos, acogidos en todas partes con admiración y simpatía. No sé qué cuerpo de santo ha viajado tan lejos y qué cuerpo de italiano ha sido recibido con tanto entusiasmo más allá de las fronteras de su propia localidad. Quizás ninguno.
Si este “viaje” es historia conocida, el viaje intercontinental de la ACSSA (Asociación de Salesianos Estudiosos de la Historia) de noviembre de 2018 a marzo de 2019 para coordinar una serie de cuatro Seminarios de Estudio promovidos por la misma Asociación en las ciudades de Bratislava (Eslovaquia), Bangkok (Tailandia), Nairobi (Kenia), Buenos Aires (Argentina) ciertamente no lo es. La quinta se celebró en Hyderabad (India) en junio de 2018.
Ahora bien: en estos viajes no he visto las casas, los colegios, las escuelas, las parroquias, las misiones, como he hecho en otras ocasiones y como puede hacer cualquiera que viaje un poco por cualquier lugar del norte al sur, del este al oeste del mundo; en cambio, me he encontrado con una historia de Don Bosco, toda por escribir.
Los otros Don Bosco
En efecto, el tema de los Seminarios de Estudio consistía en presentar figuras de Salesianos e Hijas de María Auxiliadora fallecidos que, a lo largo de un período corto o largo de su vida, se habían destacado por ser particularmente significativos y relevantes, y sobre todo habían dejado huella después de su muerte. Algunos de ellos, pues, fueron auténticos “innovadores” del carisma salesiano, capaces de inculturarlo de las formas más variadas, obviamente en absoluta fidelidad a Don Bosco y a su espíritu.
El resultado fue una galería de un centenar de hombres y mujeres del siglo XX, todos diferentes entre sí, que supieron hacerse “otro Don Bosco”: es decir, abrir los ojos a su tierra de nacimiento o de misión, tomar conciencia de las necesidades materiales, culturales y espirituales de los jóvenes que vivían allí, sobre todo de los más pobres, e “inventar” la mejor manera de satisfacerlas.
Obispos, presbíteros, religiosas, salesianos laicos, miembros de la Familia Salesiana: todas las figuras, hombres y mujeres, que sin ser santos -en nuestra investigación hemos excluido a los santos y a los que ya van camino a los altares- han realizado plenamente la misión educativa de Don Bosco en diferentes ámbitos y funciones: como educadores y presbíteros, como profesores y maestros, animadores de oratorios y centros juveniles, fundadores y directores de obras educativas, formadores de vocaciones y de nuevos institutos religiosos, como escritores y músicos, arquitectos y constructores de iglesias y colegios, artistas de la madera y de la pintura, misioneros ad gentes, testigos de la fe en la cárcel, simples salesianos y simples Hijas de María Auxiliadora. Entre ellos, no pocos han vivido a menudo una vida de duros sacrificios, superando obstáculos de todo tipo, aprendiendo lenguas muy difíciles, arriesgándose a menudo a morir por falta de condiciones sanitarias aceptables, condiciones climáticas imposibles, regímenes políticos hostiles y perseguidores, incluso atentados reales. El último de ellos ocurrió justo cuando partía hacia Nairobi: el salesiano español padre César Fernández, asesinado a sangre fría el 15 de febrero de 2018 en la frontera entre Togo y Burkina Faso. Uno de los más recientes “mártires” salesianos, podríamos llamarle, conociendo a la persona.
Una historia para conocer
La Boca, barrio de Buenos Aires, Argentina; primera misión entre los emigrantes
¿Qué podemos decir entonces? Que esto también es historia desconocida de Don Bosco, o, si queremos, de los Hijos e Hijas del santo. Si la urna del santo ha sido recibida, como decíamos, con tanto respeto y estima por las autoridades públicas y la población sencilla, incluso en países no cristianos, significa que sus Hijos e Hijas no sólo han cantado sus alabanzas -esto también se ha hecho ciertamente, ya que la imagen de Don Bosco se encuentra prácticamente en todas partes-, sino que también han realizado sus sueños: dar a conocer el amor de Dios por los jóvenes, llevar la buena nueva del Evangelio a todas partes, hasta el fin del mundo (¡en Tierra del Fuego!).
Quienes, como yo y mis colegas de ACSSA, he podido en febrero y marzo de 2018 escuchar experiencias de vida salesiana vividas en el siglo XX en unos cincuenta países de cuatro continentes, no podemos sino afirmar, como a menudo hacía Don Bosco al contemplar el impresionante desarrollo de la congregación ante sus ojos: “Aquí está el dedo de Dios”. Si el dedo de Dios ha estado en las obras y fundaciones salesianas, también ha estado en los hombres y mujeres que han consagrado toda su existencia al ideal evangélico realizado a la manera de Don Bosco.
“¿Santos de la puerta de al lado” presentaban estos personajes? Algunos, sin duda, incluso teniendo en cuenta sus limitaciones personales, su carácter, sus caprichos y, por qué no, sus pecados (que sólo Dios conoce). Todos, sin embargo, estaban dotados de una inmensa fe, de una gran esperanza, de una fuerte caridad y generosidad, de mucho amor a Don Bosco y a las almas. Algunos entonces – (si se) piensa en los misioneros pioneros de la Patagonia- uno está tentado de llamarlos verdaderos “locos”, locos por Dios y por las almas, por supuesto.
Los resultados concretos de esta historia están a la vista de todos, pero los nombres de muchos protagonistas han permanecido casi “invisibles” hasta ahora. Podemos conocerlos leyendo “Volti di uno stesso carisma: Salesiani e Figlie di Maria Ausiliatrice nel XX secolo” (Rostros de un mismo carisma: Salesianos e Hijas de María Auxiliadora en el siglo XX), un libro multilingüe, publicado por Editrice LAS, en la serie “Associazione Cultori Storia Salesiana – Studi”. Si el mal arrastra, el bien hace lo mismo. “Bonum est diffusivum sui” (“el bien se difunde por sí mimo”) escribía Santo Tomás de Aquino hace siglos. Los salesianos y salesianas presentados en nuestros Seminarios son prueba de ello; junto a ellos o siguiéndolos, otros han hecho otro tanto, hasta hoy.
Presentemos brevemente estos nuevos rostros de Don Bosco.
1
Antonio COJAZZI, presbítero
1880-1953
brillante educador
Educadores en el terreno concreto
EU
2
Domenico MORETTI, presbítero
1900-1989
experiencia en oratorios salesianos con los jóvenes más pobres
Educadores en el terreno concreto
EU
3
Samuele VOSTI, presbítero
1874-1939
creador y promotor de un oratorio festivo renovado en Valdocco
Educadores en el terreno concreto
EU
4
Karl ZIEGLER, presbítero
1914-1990
amante de la naturaleza y scout
Educadores en el terreno concreto
EU
5
Alfonsina FINCO, sor
1869-1934
dedicación a los niños abandonados
Educadores en el terreno concreto
EU
6
Margherita MARIANI, sor
1858-1939
Hijas de María Auxiliadora en Roma
Educadores en el terreno concreto
EU
7
Sisto COLOMBO, presbítero
1878-1938
hombre de cultura y alma mística
Educadores en el terreno concreto
EU
8
Franc WALLAND, presbítero
1887-1975
teólogo e inspector
Educadores en el terreno concreto
EU
9
Maria ZUCCHI, sor
1875-1949
La impronta salesiana en el Instituto Don Bosco de Mesina
Educadores en el terreno concreto
EU
10
Clotilde MORANO, sor
1885-1963
la enseñanza de la educación física femenina
Educadores en el terreno concreto
EU
11
Annetta URI, sor
1903-1989
de la cátedra a las obras: el valor de construir el futuro de la escuela
Educadores en el terreno concreto
EU
12
Frances PEDRICK, sor
1887-1981
la primera Hija de María Auxiliadora en graduarse en la Universidad de Oxford
Educadores en el terreno concreto
EU
13
Giuseppe CACCIA, hermano coadjutor
1881-1963
una vida dedicada a la publicación salesiana
Educadores en el terreno concreto
EU
14
Rufillo UGUCCIONI, presbítero
1891-1966
escritor para niños, evangelizador y difusor de los valores salesianos
Educadores en el terreno concreto
EU
15
Flora FORNARA, sor
1902-1971
una vida para el teatro educativo
Educadores en el terreno concreto
EU
16
Gaspar MESTRE, hermano coadjutor
1888-1962
la escuela salesiana de tallado, escultura y decoración de Sarriá (Barcelona)
Educadores en el terreno concreto
EU
17
Wictor GRABELSKI, presbítero
1857-1902
precursor de la obra salesiana en Polonia
Educadores en el terreno concreto
EU
18
Antoni HLOND, presbítero
1884-1963
músico, compositor, fundador de una escuela de organistas
Iniciadores
EU
19
Carlo TORELLO, presbítero
1886-1967
devoción popular y memoria cívica en latín
Iniciadores
EU
20
Jan KAJZER hermano coadjutor
1892-1976
ingeniero coautor del estilo «art decò» polaco y modernizador de la escuela profesional salesiana de Oświęcim
Iniciadores
EU
21
Antonio CAVOLI, presbítero
1888-1972
fundador de una congregación religiosa en Japón inspirada en el carisma salesiano
Iniciadores
EU
22
Iside MALGRATI, sor
1904-1992
salesiana innovadora en la imprenta, la escuela y la formación profesional
Iniciadores
EU
23
Anna JUZEK, sor
1879-1957
contribución al establecimiento de las obras de las Hijas de María Auxiliadora en Polonia
Iniciadores
EU
24
Mária ČERNÁ, sor
1928-2011
fundación del renacimiento de las Hijas de María Auxiliadora en Eslovaquia
Iniciadores
EU
25
Antonio SALA, presbítero
1836-1895
ecónomo de Valdocco y ecónomo general de la primera hora salesiana
Salesianos de Don Bosco e Hijas de María Auxiliadora en puestos directivos
EU
26
Francesco SCALONI, presbítero
1861-1926
una extraordinaria figura de superior salesiano
Salesianos de Don Bosco e Hijas de María Auxiliadora en puestos directivos
EU
27
Luigi TERRONE, presbítero
1875-1968
maestro de novicios y director
Salesianos de Don Bosco e Hijas de María Auxiliadora en puestos directivos
EU
28
Marcelino OLAECHEA, Monseñor
1889-1972
promotor de viviendas para trabajadores
Salesianos de Don Bosco e Hijas de María Auxiliadora en puestos directivos
EU
29
Stefano TROCHTA, Cardenal
1905-1974
mártir del nazismo y del comunismo
Salesianos de Don Bosco e Hijas de María Auxiliadora en puestos directivos
EU
30
Alba DEAMBROSIS, sor
1887-1964
constructora de la obra femenina salesiana en la zona de lengua alemana
Salesianos de Don Bosco e Hijas de María Auxiliadora en puestos directivos
EU
31
Virginia FERRARO ORTÍ, sor
1894-1963
de sindicalista a directora salesiana
Salesianos de Don Bosco e Hijas de María Auxiliadora en puestos directivos
EU
32
Raffaele PIPERNI, presbítero
1842-1930
párroco ‘mediador’ de la integración de los inmigrantes italianos en la popular San Francisco
Pioneros en una misión
AM, AS, AF
33
Remigio RIZZARDI, presbítero
1863-1912
el padre de la apicultura en Colombia
Pioneros en una misión
AM, AS, AF
34
Carlos PANE, presbítero
1856-1923
pionero de la presencia salesiana en España y Perú
Pioneros en una misión
AM, AS, AF
35
Florencio José MARTÍNEZ EMBODAS, presbítero
1894-1971
una manera salesiana de construir
Pioneros en una misión
AM, AS, AF
36
Martina PETRINI PRADO, sor
1874-1965
Hijas de María Auxiliadora; orígenes en un Uruguay en camino de modernización
Pioneros en una misión
AM, AS, AF
37
Anna María COPPA, sor
1891-1973
fundadora y rostro de la primera escuela católica de Ecuador
Pioneros en una misión
AM, AS, AF
38
Rose MOORE, sor
1911-1996
pionera en la rehabilitación de jóvenes tailandeses ciegos
Pioneros en una misión
AM, AS, AF
39
Mirta MONDIN, sor
1922-1977
los orígenes de la primera escuela católica femenina de Gwangju (Corea)
Pioneros en una misión
AM, AS, AF
40
Terezija MEDVEŠEK, sor
1906-2001
valiente misionera en el noreste de la India
Pioneros en una misión
AM, AS, AF
41
Nancy PEREIRA, sor
1923-2010
incansable dedicación a los pobres
Pioneros en una misión
AM, AS, AF
42
Jeanne VINCENT, sor
1915-1997
uno de los primeros misioneros en Port-Gentil, Gabón
Pioneros en una misión
AM, AS, AF
43
Maria Gertrudes DA ROCHA, sor
1933-2017
misionero y ecónomo en Mozambique
Pioneros en una misión
AM, AS, AF
44
Pietro GIACOMINI, Monseñor
1904-1982
florecimiento de una obediencia
Salesianos de Don Bosco e Hijas de María Auxiliadora en puestos directivos
AM, AS, AF
45
José Luis CARREÑO ECHANDIA, presbítero
1905-1986
un misionero polifacético con una opción preferencial por los pobres
Salesianos de Don Bosco e Hijas de María Auxiliadora en puestos directivos
AM, AS, AF
46
Catherine MANIA, sor
1903-1983
primera inspectora del noreste de la India
Salesianos de Don Bosco e Hijas de María Auxiliadora en puestos directivos
AM, AS, AF
47
William Richard AINSWORTH, presbítero
1908-2005
un ensayo sobre el liderazgo salesiano moderno
Salesianos de Don Bosco e Hijas de María Auxiliadora en puestos directivos
AM, AS, AF
48
Blandine ROCHE, sor
1906-1999
la presencia salesiana en los años difíciles del Túnez posterior a la independencia
Salesianos de Don Bosco e Hijas de María Auxiliadora en puestos directivos