Elección del primer Rector Mayor

Durante el undécimo Capítulo General de la Congregación Salesiana fue elegido el primer Rector Mayor, don Paolo Albera. Aunque formalmente representa al segundo sucesor de don Bosco, en realidad fue el primero en ser elegido, ya que don Rua había sido nombrado personalmente por don Bosco, por inspiración divina y a instancias del Papa Pío IX (el nombramiento de don Rua fue oficializado el 27 de noviembre de 1884 y posteriormente confirmado por la Santa Sede el 11 de febrero de 1888). A continuación, dejémonos guiar por el relato de don Eugenio Ceria, que narra la elección del primer sucesor de don Bosco y los trabajos del Capítulo General.

            No parece casi posible hablar de antiguos Salesianos sin partir de Don Bosco. Esta vez es para admirar la divina Providencia, que a Don Bosco a lo largo del arduo camino hizo encontrar a los hombres indispensables para él en los diversos grados y oficios de su Congregación en formación. Hombres, digo, no hechos, sino por hacer. Correspondió al fundador buscarlos jóvenes, hacerlos crecer, educarlos, instruirlos, informarles de su espíritu, de modo que, dondequiera que los enviara, lo representaran dignamente entre los Socios y ante los extraños. He aquí el caso también de su segundo sucesor. El pequeño y frágil Paolino Albera, cuando del pueblito natal llegó al Oratorio, no destacaba entre la multitud de compañeros por ninguna de esas características que llaman la atención sobre un recién llegado; pero Don Bosco no tardó en descubrir en él inocencia de costumbres, capacidad intelectual velada por una natural timidez, y un carácter de niño, que le daba buenas esperanzas. Llevándolo hasta el altar, lo envió como Director a Sampierdarena, luego Director a Marsella e Inspector para Francia, donde lo llamaban petit Don Bosco, hasta que en 1886 la confianza de los hermanos lo eligió Catequista general o sea Director espiritual de la Sociedad. Pero allí no se detuvieron sus ascensos.
            Tras la muerte de Don Rua, el gobierno de la Sociedad pasó, según la Regla, a manos del Prefecto General Don Felipe Rinaldi, quien por lo tanto presidía el Capítulo Superior y dirigía los preparativos para el Capítulo General que se celebraría dentro del año 1910. Se estableció que el gran congreso se abriera el 15 de agosto, precedido por un curso de ejercicios espirituales, realizados por los Capitulares y predicados por Don Albera.
            Un diario íntimo de Don Albera, en inglés, nos permite conocer cuáles eran sus sentimientos en el período de espera. Bajo el 21 de abril encontramos: “Hablo largo rato con Don Rinaldi y con gran placer. Deseo de todo corazón que sea elegido para el cargo de Rector Mayor de nuestra Congregación. Rezaré al Espíritu Santo para obtener esta gracia”. Y bajo el 26: “Rara vez se habla del sucesor de Don Rua. Espero que se elija al Prefecto. Tiene las virtudes necesarias para el cargo. Cada día rezo por esta gracia”. De nuevo el 11 de mayo: “Acepto ir a Milán para el funeral de Don Rua. Estoy muy contento de obedecer a Don Rinaldi, en quien reconozco a mi verdadero Superior. Rezo todos los días pidiendo que sea elegido Rector Mayor”. Bajo el 6 de junio revela el porqué de tanta inclinación por Don Rinaldi escribiendo de él: “Tengo una alta idea de su virtud, de su capacidad e iniciativa”. Poco después, yendo a Roma en su compañía, escribía el 8 en Florencia: “Veo que Don Rinaldi es bien aceptado en todas partes y considerado como el sucesor de Don Rua. Deja buena impresión en aquellos con los que habla”.
            Si hubiera sido lícito hacer propaganda, él habría sido su gran elector. Ni eran pocos los Salesianos que pensaban de la misma manera. No hablemos de los españoles, entre los cuales había dejado un gran legado de afectos. Inspectores y delegados, cuando llegaban de España para el Capítulo General, no hacían muchos misterios ni siquiera al hablar con él. Pero él a tales discursos mostraba toda la indiferencia de un sordo, que no entiende una sílaba de lo que se le dice. En esto su actitud era tal, que impresionaba a sus alegres interlocutores. Había realmente un misterio.
            La noche de la Asunción se celebró la reunión de apertura, en la que Don Rinaldi “habló muy bien”, nota en el diario Don Albera. A la elección del Rector Mayor se procedió en la sesión de la mañana siguiente. Desde el inicio del escrutinio, los nombres de Don Albera y de Don Rinaldi se alternaban a breves intervalos. El primero aparecía cada vez más turbado y atónito; el otro, en cambio, no daba el menor signo de emoción. La cosa fue notada, y no sin una pizca de curiosidad. Un gran aplauso saludó el voto, que alcanzaba la mayoría absoluta, requerida por la Regla. Don Rinaldi, al haber cumplido el último acto en su calidad de presidente de la asamblea con la proclamación del elegido, pidió poder leer un recordatorio suyo. Obtenido el consentimiento, se hizo restituir por Don Lemoyne, Secretario del Capítulo Superior, un sobre cerrado, entregado el 27 de febrero y que llevaba la sobreescritura: “Abrirse después de las elecciones que se llevarían a cabo a la muerte del querido Don Rua”. Tenido en las manos, lo abrió y leyó: “El sr. Don Rua está gravemente enfermo y yo creo que debo entregar por escrito, lo que se conserva en mi corazón, a su sucesor. El 22 de noviembre de 1877 se celebraba en Borgo S. Martino la habitual fiesta de S. Carlos. En la mesa presidida por el Venerable Juan Bosco y por Mons. Ferrò, yo también estaba sentado al lado de Don Belmonte. En un cierto momento la conversación cayó sobre Don Albera, contando Don Bosco las dificultades que le planteó el clero de su país. Fue entonces cuando Mons. Ferrò quiso saber si Don Albera había superado esas dificultades: — Ciertamente, respondió Don Bosco. Él es mi segundo… — Y pasando una mano sobre la frente, suspendió la frase. Pero yo calculé de inmediato que no era el segundo en entrar ni el segundo en dignidad, no siendo del Capítulo Superior, ni el segundo Director y deduje que era el segundo sucesor; pero guardé estas cosas en mi corazón, esperando los eventos. Turín, 27 de febrero de 1910”. Los electores comprendieron entonces el porqué de su comportamiento y sintieron que se les abría el corazón: habían elegido, por tanto, a quien había sido preconizado por Don Bosco treinta y tres años antes.
            Inmediatamente se encargó a Don Bertello formular dos telegramas de comunicación al Santo Padre y al Card. Rampolla, Protector de la Sociedad. Al Papa se le decía: “Don Paolo Albera, nuevo Rector Mayor de la Pia Sociedad Salesiana y Capítulo General, que con la máxima concordia de ánimos hoy, noventa y cinco aniversario del nacimiento del Venerable Don Bosco, lo eligió y con el máximo júbilo lo festeja elegido, agradecen a Su Santidad los preciosos consejos y oraciones y protestan profundo respeto y obediencia ilimitada”. Su Santidad respondió pronto enviando la bendición apostólica. En el telegrama se alude a un autógrafo pontificio del 9 de agosto. Era del tenor siguiente: “A los dilectos hijos de la Congregación Salesiana del Venerable Don Bosco reunidos para la elección del Rector General, en la certeza de que todos, dejando de lado cualquier afecto humano, darán su voto a aquel Hermano, que juzguen en el Señor el más adecuado para mantener el verdadero espíritu de la Regla, para alentar y dirigir hacia la perfección a todos los Miembros del Instituto religioso, y para hacer prosperar las múltiples obras de caridad y de religión, a las que se han consagrado, impartimos con paternal afecto la Bendición Apostólica. Del Vaticano, 9 de agosto de 1910. Pío PP. X”.
            También el Cardenal Protector había dirigido el 12 de agosto “al Regulador y Electores del Capítulo” una palabra paternal de augurio y de aliento, diciendo entre otras cosas: “Su amadísimo Don Bosco con el más intenso afecto de padre ya sin duda les dirige desde el Cielo la mirada e implora fervientemente del Divino Paráclito que derrame sobre ustedes las celestiales luces inspirándoles sabios consejos. La santa Iglesia espera de sus sufragios un digno sucesor de Don Bosco y de Don Rua, que sepa sabiamente conservar su obra, más aún aumentarla con nuevos incrementos. Y yo también, con el más vivo interés, unido a ustedes en la oración, hago cálidos votos, para que con el favor divino su elección sea en todos los aspectos feliz y tal que me traiga la dulce consolación de ver a la Congregación Salesiana cada vez más floreciente en beneficio de las almas y en honor del Apostolado católico. Hagan, por tanto, que en un acto tan sagrado y solemne sus ánimos se mantengan alejados de consideraciones humanas y sentimientos personales; de modo que guiados únicamente por rectas intenciones y ardiente deseo de la gloria de Dios y del mayor bien del Instituto, unidos en el nombre del Señor en la más perfecta concordia y caridad, puedan elegir como su regidor a aquel que por santidad de vida les sea ejemplo, por bondad de corazón padre amoroso, por prudencia y sabiduría guía segura, por celo y firmeza vigilante guardián de la disciplina, de la observancia religiosa y del espíritu del Venerable Fundador”. Su Eminencia, recibiendo no mucho después a Don Albera, le dio signos no dudosos de considerar que la elección había sido hecha conforme a los votos que él había expresado.
            Cuál era en los primeros instantes el sentimiento del elegido, lo dice el diario, en el cual bajo el 16 de agosto leemos: “Este es un día de gran desgracia para mí. He sido elegido Rector Mayor de la Pia Sociedad de San Francisco de Sales. ¡Qué responsabilidad sobre mis hombros! Ahora más que nunca debo gritar: Dios, en mi ayuda, ven. He rezado muchísimo, especialmente ante la tumba de Don Bosco”. En su cartera se encontró un papel amarillento, en el que había trazado y firmado este programa: “Tendré siempre a Dios en vista, a Jesucristo como modelo, a la Auxiliadora en ayuda, a mí mismo en sacrificio”.
            Habían expirado al mismo tiempo todos los miembros del Capítulo Superior y había que hacer la elección, lo cual se llevó a cabo en la tercera sesión. Primero fue elegido el Prefecto General. La votación sobre el nombre de Don Rinaldi resultó plebiscitaria. De los 73 votantes, 71 le dieron su voto. Solo faltó un voto, que fue para Don Paolo Virion, Inspector francés. El otro, muy probablemente el suyo, fue para Don Pietro Ricaldone, Inspector en España, a quien él tenía en gran estima. Retomó, por lo tanto, su fatiga diaria, que debía durar aún doce años, hasta que él mismo se convirtió en Rector Mayor.
            Hecho esto, el Capítulo pasó a la elección de los restantes, que fueron: Don Julio Barberis, Catequista General; Don José Bertello, Economo; Don Luis Piscetta, Don Francisco Cerruti, Don José Vespignani, Consejeros. Este último, Inspector en Argentina, agradeció a la asamblea por el acto de confianza, y dijo que se sentía obligado por motivos particulares y también por su salud a declinar la nominación, pidiendo que se llegara a otra elección. Pero el Superior no creyó que debía aceptar así de inmediato la renuncia y le pidió que suspendiera hasta el día siguiente cualquier decisión. Al día siguiente, invitado por el Rector Mayor a notificar la resolución tomada, respondió que, siguiendo el consejo del Superior, se sometía completamente a la obediencia con respecto a la carga.
            El primer acto del reelegido Prefecto General fue llevar oficialmente a conocimiento de los Socios la elección del nuevo Rector Mayor. En una breve carta, mencionando de pasada las diversas fases de su vida, recordaba oportunamente el llamado “Sueño de la Rueda”, en el cual Don Bosco había visto a Don Albera con una lámpara en la mano iluminando y guiando a los demás (MB VI,910). Luego, muy oportunamente concluía: “Queridos hermanos, resuenen una vez más en sus oídos las amorosas palabras de Don Bosco en la carta-testamento: ‘Su Rector ha muerto, pero se elegirá otro que cuidará de ustedes y de su eterna salvación. Escúchenlo, ámenlo, obedézcanle, recen por él, como lo han hecho por mí’”.
            A las Hijas de María Auxiliadora, Don Albera consideró oportuno hacer sin demasiada dilación una comunicación, tanto más que de ellas recibía cartas en buen número. Les agradecía, por lo tanto, sus felicitaciones, pero sobre todo sus oraciones. “Espero, escribía, que Dios escuche sus votos y que no permita que mi ineptitud sea un perjuicio para aquellas obras a las que el Venerable Don Bosco y el inolvidable Don Rua consagraron toda su vida”. Finalmente, deseaba que entre las dos ramas de la familia de Don Bosco reinara siempre una santa competencia en conservar el espíritu de caridad y de celo dejado en herencia por el fundador.
            Demos ahora una rápida mirada a los trabajos del Capítulo General. Se puede decir que hubo un solo tema fundamental. El Capítulo anterior, tras realizar una revisión bastante somera de los Reglamentos, había deliberado que, tal como estaban, se practicaran durante seis años a modo de experimento y que el Capítulo XI los revisara fijando el texto definitivo. Estos Reglamentos eran seis: para los Inspectores, para todas las casas salesianas, para las casas de noviciado, para las parroquias, para los oratorios festivos y para la Pia Unión de Cooperadores. El mismo Capítulo X, con una petición firmada por 36 miembros, había solicitado que en el XI se tratara la cuestión administrativa y sobre todo la manera de hacer cada vez más provechosos los ingresos que la Providencia concedía a cada casa salesiana. Para facilitar el arduo trabajo se nombró para cada Reglamento una Comisión, diré así, de técnicos, extracapitular con la tarea de hacer los estudios relativos y presentar al mismo Capítulo las conclusiones.
            Las discusiones, comenzadas en la quinta sesión, se prolongaron por otras 21. Para agotar la materia habría sido necesario prolongar mucho más los trabajos; pero el Capítulo General, con votación unánime, delegó la tarea de finalizar la revisión al Capítulo Superior, el cual prometió llevarla a cabo, nombrando una Comisión específica. Sin embargo, el Capítulo General, para mostrar que no se desinteresaba y para ayudar a la obra, manifestó el deseo de crear una Comisión encargada de formular los principales criterios que debían guiar a la nueva Comisión de los Reglamentos en su larga y delicada tarea. Así se hizo. Por lo tanto, se llevaron a conocimiento de la asamblea y se aprobaron diez normas directivas, elaboradas por sus delegados bajo la presidencia de Don Ricaldone. El trasfondo de ellas era mantener firme el espíritu de Don Bosco, conservando íntegros aquellos artículos que se reconocían como suyos, y eliminar de los Reglamentos lo que contenía de puramente exhortativo.
            Del XI Capítulo General no recordaré más que dos episodios, los cuales parecen tener particular importancia. El primero se refiere al Reglamento de los Oratorios festivos. La Comisión extracapitular había creído conveniente podarlo, especialmente en la parte que concernía a las diversas cargas. A Don Rinaldi le pareció que se destruía el concepto de Don Bosco sobre los Oratorios festivos; por lo que se levantó diciendo: “El Reglamento impreso en 1877 fue realmente compilado por Don Bosco, y así me lo aseguraba Don Rua cuatro meses antes de su muerte. Por lo tanto, hago votos para que se conserve intacto, porque, si se practica, se verá que sigue siendo bueno incluso hoy”.
            Aquí se encendió una animada discusión, de la cual recojo las intervenciones más notables. El relator declaró que la Comisión ignoraba por completo esta particularidad; pero también observó que nunca se había practicado ese Reglamento de manera integral en ningún Oratorio festivo, ni siquiera en Turín. La Comisión opinaba que el Reglamento había sido hecho compilar por Don Bosco sobre Reglamentos de los Oratorios festivos lombardos; de todos modos, había entendido solo podarlo e introducir lo que se considerara práctico en los mejores Oratorios salesianos. Pero Don Rinaldi no se aquietó, e insistió en el deseo de Don Rua de que ese Reglamento fuera respetado, como obra de Don Bosco, incluso con la introducción de lo que se considerara útil para los jóvenes adultos.
            Reforzó esta tesis Don Vespignani. Él, llegado al Oratorio ya sacerdote en 1876, había recibido de Don Rua la tarea de transcribir del original de Don Bosco ese Reglamento y aún conservaba los primeros borradores. También Don Barberis aseguró haber visto el autógrafo. Los opositores lo tenían en contra de las cargas. Pero Don Rinaldi no se desarmó, sino que pronunció estas enérgicas palabras: “Nada se altere del Reglamento de Don Bosco, de lo contrario perdería autoridad”. Don Vespignani confirmó una vez más su pensamiento con ejemplos de América y especialmente de Uruguay, donde, habiéndose querido en el tiempo de Mons. Lasagna probar de manera diferente, no se había logrado nada. Finalmente, la controversia se cerró votando el siguiente orden del día: “El Capítulo General XI delibera que se conserve intacto el ‘Reglamento de los Oratorios festivos’ de Don Bosco, tal como fue impreso en 1877, haciéndole solo en apéndice aquellas adiciones que se consideren oportunas, especialmente para las secciones de los jóvenes más adultos”. Se debe elogiar la sensibilidad de la asamblea ante un intento de reforma en cosas sancionadas por Don Bosco.
            El segundo episodio pertenece a la penúltima sesión por una cuestión no ajena a los Reglamentos, como a primera vista podría parecer. La planteó de nuevo Don Rinaldi, haciéndose intérprete del deseo de muchos, que se definiera la posición de los Directores en las casas después del decreto sobre las confesiones. Hasta 1901, el ser ellos confesores ordinarios de los socios y de los alumnos hacía que al dirigir actuaran habitualmente con un espíritu paternal (este argumento está ampliamente expuesto en Anales III,170-194). Después de entonces, en cambio, se comenzaba a observar que se iba perdiendo el carácter paternal querido por Don Bosco en sus Directores y que él insinuó en el Reglamento de las casas y en otros lugares; los Directores, de hecho, se dedicaban a atender los asuntos materiales, disciplinarios y escolares, de modo que se convertían en Rectores y no más en Directores. “Debemos volver, decía Don Rinaldi, al espíritu y al concepto de Don Bosco, manifestado especialmente en los ‘Recuerdos confidenciales’ (Anales III,49-53) y en el Reglamento. El Director debe ser siempre un Director salesiano. Excepto el ministerio de la confesión, nada ha cambiado”.
            Don Bertello deploró que los Directores hubieran creído que debían dejar con la confesión también el cuidado espiritual de la casa, dedicándose a oficios materiales. “Esperamos, dijo, que haya sido cosa de un momento. Hay que volver al ideal de Don Bosco, descrito en el Reglamento. Se lean esos artículos, se mediten y se practiquen” (Los citó según la edición de entonces; en la presente serían los 156, 157, 158, 159, 57, 160, 91, 195). Concluyó Don Albera diciendo: “Es una cuestión esencial para la vida de nuestra Sociedad, que se conserve el espíritu del Director según el ideal de Don Bosco; de lo contrario, cambiamos la manera de educar y no seremos más salesianos. Debemos hacer todo lo posible para conservar el espíritu de paternidad, practicando los recuerdos que Don Bosco nos dejó: ellos nos dirán cómo debemos actuar. Especialmente en los informes podremos conocer a nuestros súbditos y dirigirlos. En cuanto a los jóvenes, la paternidad no implica caricias o concesiones ilimitadas, sino interesarse por ellos, darles la facultad de venir a vernos. No olvidemos luego la importancia del discursito de la tarde. Que se hagan bien y con corazón las predicaciones. Mostremos que nos importa la salvación de las almas y dejemos a otros las partes odiosas. Así se conservará al Director la aureola, de la que Don Bosco lo quería rodeado”.
            También esta vez los Capitulares encontraron abierta en el Oratorio una Exposición general de las Escuelas Profesionales y Agrícolas Salesianas, la tercera, que duró del 3 de julio al 16 de octubre. Habiendo ya descrito las dos anteriores, no es necesario detenernos a repetir más o menos las mismas cosas (Anales III, 452-472). Naturalmente, la experiencia pasada sirvió para una mejor organización de la muestra. Predominó el criterio enunciado ya dos veces por el organizador Don Bertello que, es decir, según un ordenamiento querido por Don Bosco, cada Exposición de tal género es un hecho destinado a repetirse periódicamente para la enseñanza y estímulo de las escuelas. La apertura y el cierre recibieron lustre por la intervención de las autoridades ciudadanas y de representantes del Gobierno. Nunca faltaron visitantes, y entre ellos personalidades de alto grado y también de verdadera competencia. En el último día, el prof. Piero Gribaudi hizo al nuevo Rector Mayor la primera presentación de ex-alumnos turineses en un número de aproximadamente 300. El Diputado Cornaggia, en su discurso final, pronunció este juicio digno de permanecer (Boletín Salesiano, nov. 1910, p. 332): “Quien ha tenido la ocasión de profundizar el estudio sobre el ordenamiento de estas escuelas y de los conceptos que las inspiran, no puede dejar de admirar la sabiduría de ese Grande, que comprendió las necesidades de los trabajadores en las condiciones de los tiempos nuevos, previniendo a filántropos y legisladores”.
            Habían participado en la muestra 55 casas con un número total de 203 escuelas. El examen de los trabajos expuestos fue confiado a nueve jurados distintos, de los cuales formaron parte 50 de los más insignes profesores, artistas e industriales de Turín. Debiendo tener la Exposición un carácter exclusivamente escolar, según tal criterio fueron juzgados los trabajos y adjudicados los premios. Estos últimos fueron significativos, ofrecidos por el Papa (una medalla de oro), por el Ministerio de Agricultura y Comercio (cinco medallas de plata), por el Municipio de Turín (una medalla de oro y dos de plata), por el Consorcio agrario de Turín (dos medallas de plata), por la “Pro Torino” (una medalla vermeil, una de plata y dos de bronce), por los ex-alumnos del Círculo “Don Bosco” (una medalla de oro), por la Empresa “Augusta” de Turín (500 liras en material tipográfico a dividir en tres premios), por el Capítulo Superior salesiano (corona de laurel en plata dorada para el gran premio) (Las asignaciones están enumeradas en el citado número del Boletín Salesiano).
            Vale la pena reproducir los últimos períodos de la relación, que Don Bertello leyó antes de que se proclamaran los premiados. Dijo: “Hace aproximadamente tres meses, al inaugurar nuestra pequeña Exposición, lamentamos que por la muerte del Reverendísimo Don Rua faltara Aquél a quien pretendíamos hacer el homenaje de nuestros estudios y de nuestros trabajos en su jubileo sacerdotal. La Divina Providencia nos ha dado un nuevo Superior y Padre en la persona del Reverendísimo Don Albera. Por lo tanto, al cerrar la Exposición, depositamos en sus manos nuestros propósitos y nuestras esperanzas, seguros de que el artesano, que ya fue antes cuidado del Venerable Don Bosco y delicia del señor Don Rua, siempre tendrá un lugar conveniente en el afecto y en las solicitudes de su Sucesor”.
            Ese fue el último triunfo de Don Bertello. Poco más de un mes después, el 20 de noviembre, una dolencia repentina apagó de golpe una existencia tan laboriosa. El ingenio robusto, la sólida cultura, la firmeza del carácter y la bondad del alma hicieron de él primero un sabio Director de colegio, luego un diligente Inspector y finalmente durante doce años un experimentado Director General de las escuelas profesionales y agrícolas salesianas. Todo lo debía, después de Dios, a Don Bosco, que lo había educado en el Oratorio desde pequeño y lo había formado a su imagen y semejanza.
            Don Albera no había puesto el menor retraso en cumplir el gran deber de rendir homenaje al Vicario de Jesucristo, a Aquél que la Regla llama “árbitro y supremo Superior” de la Sociedad. Inmediatamente el 1 de septiembre partió hacia Roma, donde, llegado el 2, ya encontró el billete de audiencia para la mañana del 3. Parecía casi que Pío X estaba impaciente por verlo. De los labios del Papa recogió algunas amables expresiones, que guardó en su corazón. A los agradecimientos por el autógrafo y la bendición, el Papa respondió que había creído actuar así para dar a conocer cuánto le agradaba la actividad mundial de los Salesianos y añadió: — Nacieron ayer, es cierto, pero están esparcidos por todo el mundo y en todas partes trabajan mucho. — Estando informado de las victorias ya obtenidas en los tribunales contra los calumniadores de Varazze (Anales III, 729-749), advirtió: — Vigilad, porque otros golpes les preparan sus enemigos. — Finalmente, solicitado humildemente de alguna norma práctica para el gobierno de la Sociedad, respondió: — No se aparten de los usos y tradiciones introducidos por Don Bosco y Don Rua.
            Ya había terminado 1910 y Don Albera aún no había hecho una comunicación a toda la Sociedad. Nuevas ocupaciones para él e incesantes, sobre todo las muchas conferencias con los 32 Inspectores, le impedían siempre concentrarse en la mesa. Solo en la primera mitad de enero, como se desprende del diario, escribió las primeras páginas de una circular, que debía resultarle larga. La envió con la fecha del 25. Disculpándose por el retraso en hacerse presente, conmemorando a Don Rua y elogiando a Don Rinaldi por su buen gobierno interino de la Sociedad, se extendía en particulares noticias sobre el Capítulo General, sobre su propia elección, sobre la visita al Papa, sobre la muerte de Don Bertello. En todo tenía el aire de un padre que se entretiene familiarmente con sus hijos. También les puso al tanto de sus penas por los hechos de Portugal. Despojada en Lisboa la monarquía en octubre de 1910, los revolucionarios habían tomado de manera acérrima como blanco a los religiosos, asaltándolos con una furia salvaje. Los Salesianos no tuvieron que lamentar víctimas; sin embargo, los hermanos del Pinheiro cerca de Lisboa pasaron un mal día. Un grupo de energúmenos invadió y saqueó aquella casa, no solo burlándose de los sacerdotes y de los clérigos, sino también profanando sacrílegamente la capilla y más sacrílegamente dispersando al suelo e incluso pisoteando las hostias consagradas. Casi todos los Salesianos tuvieron que abandonar Portugal, refugiándose en España o en Italia. Los revolucionarios ocuparon sus escuelas y laboratorios, de donde fueron expulsados los alumnos. También en las colonias se extendió la persecución, de modo que hubo que abandonar Macao y Mozambique, donde se hacía un gran bien (Anales III, 606 y 622-4). Pero ya entonces Don Albera podía escribir: “Los mismos que nos han dispersado, reconocen que han privado a su país de las únicas escuelas profesionales que poseía”.
            Él, que tantas veces había oído a Don Bosco en los inicios de la Sociedad predecir la multiplicación de sus hijos en cada nación incluso remota, y veía entonces cumplidas maravillosamente esas predicciones, sentía sin duda todo el peso de la inmensa herencia recibida y consideraba que por algún tiempo no era conveniente emprender nuevas obras, sino que convenía aplicarse a consolidar las existentes. Por lo tanto, estimaba deber inculcar la misma cosa a todos los Salesianos: para lograr esto no bastaban por sí solos los Superiores, se recomendaba encarecidamente la cooperación común. Como luego en esos años el modernismo tendía a poner en peligro también a las familias religiosas, ponía en aviso a los Salesianos, suplicándoles que huyeran de toda novedad que Don Bosco y Don Rua no hubieran podido aprobar.
            Junto con la circular enviaba también a cada casa un ejemplar de las circulares de Don Rua, que desde el lecho de muerte le había encargado recoger en un volumen. El trabajo tipográfico ya había terminado desde hacía aproximadamente dos meses; de hecho, la publicación llevaba en la portada una carta de Don Albera con la fecha del 8 de diciembre de 1910.
            Para el próximo aniversario de la muerte de Don Bosco, enviaba por lo tanto a las casas un doble regalo, la circular y el libro. A este segundo le daba un especial valor, porque sabía que ofrecía en él un gran tesoro de ascética y de pedagogía salesiana. Las huellas de Don Rua se había propuesto seguir, proponiéndose especialmente imitar su caridad y su celo en procurar el bien espiritual de todos los Salesianos.

Anales de la Sociedad Salesiana, vol. IV (1910-1921), pp. 1-13




Vera Grita, peregrina de esperanza

            Vera Grita, hija de Amleto y de María Anna Zacco de la Pirrera, nacida en Roma el 28 de enero de 1923, era la segunda de cuatro hermanas. Vivió y estudió en Savona, donde obtuvo la habilitación docente. A los 21 años, durante un repentino bombardeo aéreo sobre la ciudad (1944), fue atropellada y pisoteada por la multitud en fuga, sufriendo graves consecuencias físicas que la marcaron para siempre. Pasó desapercibida en su breve vida terrenal, enseñando en las escuelas del interior de Liguria (Rialto, Erli, Alpicella, Desierto de Varazze), donde se ganó el respeto y el cariño de todos por su carácter bondadoso y apacible.
            En Savona, en la parroquia salesiana de María Auxiliadora, participaba en la Misa y era asidua al sacramento de la Penitencia. Desde 1963, su confesor fue el salesiano don Giovanni Bocchi. Cooperadora Salesiana desde 1967, realizó su vocación en el don total de sí misma al Señor, que de manera extraordinaria se entregaba a ella, en lo íntimo de su corazón, con la “Voz”, con la “Palabra”, para comunicarle la Obra de los Tabernáculos Vivientes. Sometió todos los escritos al director espiritual, el salesiano don Gabriello Zucconi, y guardó en el silencio de su corazón el secreto de esa llamada, guiada por el Maestro divino y la Virgen María que la acompañaron a lo largo del camino de la vida oculta, del despojo y del aniquilamiento de sí misma.

            Bajo el impulso de la gracia divina y acogiendo la mediación de las guías espirituales, Vera Grita respondió al don de Dios testimoniando en su vida, marcada por la lucha contra la enfermedad, el encuentro con el Resucitado y dedicándose con heroica generosidad a la enseñanza y a la educación de los alumnos, atendiendo a las necesidades de la familia y testimoniando una vida de pobreza evangélica. Centrada y firme en el Dios que ama y sostiene, con gran firmeza interior fue capaz de soportar las pruebas y sufrimientos de la vida. Sobre la base de tal solidez interior dio testimonio de una existencia cristiana hecha de paciencia y constancia en el bien. Murió el 22 de diciembre de 1969, a los 46 años, en una habitación del hospital en Pietra Ligure donde había pasado los últimos seis meses de vida en un crescendo de sufrimientos aceptados y vividos en unión con Jesús Crucificado. “El alma de Vera – escribió don Borra, Salesiano, su primer biógrafo – con los mensajes y las cartas entra en la fila de esas almas carismáticas llamadas a enriquecer la Iglesia con llamas de amor a Dios y a Jesús Eucarístico para la dilatación del Reino”.

Una vida privada de humana esperanza
           
Humanamente, la vida de Vera está marcada desde la infancia por la pérdida de un horizonte de esperanza. La pérdida de la autonomía económica en su núcleo familiar, luego la separación de los padres para ir a Modica en Sicilia con las tías y sobre todo la muerte del padre en 1943, ponen a Vera ante las consecuencias de eventos humanos particularmente sufridos.
            Después del 4 de julio de 1944, día del bombardeo sobre Savona que marcará toda la vida de Vera, también sus condiciones de salud se verán comprometidas para siempre. Por lo tanto, la Sierva de Dios se encontró siendo una joven sin ninguna perspectiva de futuro y tuvo que revisar sus proyectos en varias ocasiones y renunciar a muchos deseos: desde los estudios universitarios hasta la enseñanza y, sobre todo, a una propia familia con el joven que estaba conociendo.
            A pesar del repentino final de todas sus esperanzas humanas entre los 20 y 21 años, en Vera la esperanza está muy presente: tanto como virtud humana que cree en un cambio posible y se compromete a realizarlo (a pesar de estar muy enferma, preparó y ganó el concurso para enseñar), como sobre todo como virtud teologal – anclada en la fe – que le infunde energía y se convierte en instrumento de consuelo para los demás.
            Casi todos los testigos que la conocieron destacan tal aparente contradicción entre condiciones de salud comprometidas y la capacidad de no quejarse nunca, atestiguando en cambio alegría, esperanza y coraje incluso en circunstancias humanamente desesperadas. Vera se convirtió en “portadora de alegría”.
            Una sobrina afirma: «Siempre estaba enferma y sufriendo, pero nunca la vi desanimada o enojada por su condición, siempre tenía una luz de esperanza sostenida por una gran fe. […] Mi tía estaba a menudo hospitalizada, sufriendo y delicada, pero siempre serena y llena de esperanza por el gran Amor que tenía por Jesús».
            También la hermana Liliana sacó de las llamadas vespertinas con ella aliento, serenidad y esperanza, aunque la Sierva de Dios estaba entonces cargada de numerosos problemas de salud y de vínculos profesionales: «me infundía – dice – confianza y esperanza haciéndome reflexionar que Dios siempre está cerca de nosotros y nos guía. Sus palabras me devolvían a los brazos del Señor y encontraba la paz».
            Agnese Zannino Tibirosa, cuyo testimonio tiene un valor particular ya que estuvo con Vera en el hospital “Santa Corona” en su último año de vida, atestigua: «a pesar de los graves sufrimientos que la enfermedad le provocaba, nunca la escuché quejarse de su estado. Daba alivio y esperanza a todos los que se acercaban a ella y cuando hablaba de su futuro, lo hacía con entusiasmo y coraje».
            Hasta el final, Vera Grita se mantuvo así: incluso en la última parte de su camino terrenal guardó una mirada hacia el futuro, esperaba que con los tratamientos el tuberculoma pudiera ser reabsorbido, esperaba poder ocupar la cátedra en los Piani di Invrea en el año escolar 1969-1970 así como poder dedicarse, una vez salida del hospital, a su propia misión espiritual.

Educada en la esperanza por el confesor y en el camino espiritual
           
En este sentido, la esperanza atestiguada por Vera está arraigada en Dios y en esa lectura sapiencial de los eventos que su padre espiritual don Gabriello Zucconi y, antes que él, el confesor don Giovanni Bocchi le enseñaron. Precisamente el ministerio de don Bocchi – hombre de alegría y esperanza – ejerció una influencia positiva sobre Vera, quien él acogió en su condición de enferma y a quien enseñó a dar valor a los sufrimientos – no buscados – de los que estaba cargada. Don Bocchi fue el primero en ser maestro de esperanza, de él se ha dicho: «con palabras siempre cordiales y llenas de esperanza, ha abierto los corazones a la magnanimidad, al perdón, a la transparencia en las relaciones interpersonales; ha vivido las beatitudes con naturalidad y fidelidad diaria». «Esperando y teniendo la certeza de que, así como ocurrió con Cristo, también nos sucederá a nosotros: la Resurrección gloriosa», don Bocchi realizaba a través de su ministerio un anuncio de la esperanza cristiana, fundamentada en la omnipotencia de Dios y la resurrección de Cristo. Más tarde, desde África, donde había partido como misionero, dirá: «estaba allí porque quería llevar y donarles a Jesús Vivo y presente en la Santísima Eucaristía con todos los dones de Su Corazón: la Paz, la Misericordia, la Alegría, el Amor, la Luz, la Unión, la Esperanza, la Verdad, la Vida eterna».
            Vera se convirtió en portadora de esperanza y alegría también en ambientes marcados por el sufrimiento físico y moral, por limitaciones cognitivas (como entre sus pequeños alumnos con discapacidad auditiva) o condiciones familiares y sociales no óptimas (como en el “clima caldeado” de Erli).
            La amiga María Mattalia recuerda: «Veo la dulce sonrisa de Vera, a veces cansada por tanto luchar y sufrir; recordando su fuerza de voluntad trato de seguir su ejemplo de bondad, de gran fe, esperanza y amor […]».
            Antonietta Fazio – ya conserje en la escuela de Casanova – testificó de ella: «era muy querida por sus alumnos a quienes amaba mucho y en particular por aquellos con dificultades intelectuales […]. Muy religiosa, transmitía a cada uno fe y esperanza a pesar de que ella misma estaba muy sufriendo físicamente pero no moralmente».
            En esos contextos, Vera trabajaba para hacer renacer las razones de la esperanza. Por ejemplo, en el hospital (donde la comida es poco satisfactoria) se privó de un racimo especial de uvas para que una parte de él estuviera en la mesita de todas las enfermas de la sala, así como siempre cuidó de su persona para presentarse bien, ordenada, con compostura y refinamiento, contribuyendo también de este modo a contrarrestar el ambiente de sufrimiento de una clínica, y a veces de pérdida de la esperanza en muchos enfermos que corren el riesgo de “dejarse ir”.

            A través de los Mensajes de la Obra de los Tabernáculos Vivientes, el Señor la educó a una postura de espera, paciencia y confianza en Él. Incontables son, de hecho, las exhortaciones sobre esperar al Esposo o al Esposo que espera a su esposa:

            “Espera en tu Jesús siempre, siempre”.

            Venga Él a nuestras almas, venga a nuestras casas; venga con nosotros para compartir alegrías y dolores, fatigas y esperanzas.

            Deja hacer a mi Amor y aumenta tu fe, tu esperanza.

            Sígueme en la oscuridad, en las sombras porque conoces el «camino».

            ¡Espera en Mí, espera en Jesús!

            Después del camino de la esperanza y de la espera vendrá la victoria.

            Para llamarte a las cosas del Cielo”.

Portadora de esperanza en morir y en interceder
           
También en la enfermedad y en la muerte, Vera Grita testificó la esperanza cristiana. Sabía que, cuando su misión estuviera cumplida, también la vida en la tierra terminaría. «Esta es tu tarea y cuando esté terminada saludarás la tierra por los Cielos»: por lo tanto, no se sentía “propietaria” del tiempo, sino que buscaba la obediencia a la voluntad de Dios.
            En los últimos meses, a pesar de una condición que se agravaba y expuesta a un empeoramiento del cuadro clínico, la Sierva de Dios atestiguó serenidad, paz, percepción interior de un “cumplimiento” de su propia vida.
            En los últimos días, aunque estaba naturalmente apegada a la vida, don Giuseppe Formento la describió «ya en paz con el Señor». En tal espíritu pudo recibir la Comunión hasta pocos días antes de morir, y recibir la Unción de los Enfermos el 18 de diciembre.
            Cuando la hermana Pina fue a visitarla poco antes de la muerte – Vera había estado aproximadamente tres días en coma – contraviniendo su habitual reserva le dijo que había visto en esos días muchas cosas, cosas bellísimas que lamentablemente no le quedaba tiempo para contar. Había sabido de las oraciones de Padre Pío y del Papa Bueno por ella, además añadió – refiriéndose a la Vida eterna – «Todos ustedes vendrán al paraíso conmigo, estén seguros de ello».
            Liliana Grita también testificó cómo, en el último período, Vera «sabía más del Cielo que de la tierra». De su vida se extrajo el siguiente balance: «ella, tan sufriente, consolaba a los demás, infundiéndoles esperanza y no dudaba en ayudarles». Muchas gracias atribuidas a la mediación intercesora de Vera se refieren, por último, a la esperanza cristiana. Vera – incluso durante la Pandemia de Covid 19 – ayudó a muchos a reencontrar las razones de la esperanza y fue para ellos protección, hermana en el espíritu, ayuda en el sacerdocio. Ayudó interiormente a un sacerdote que tras un Ictus había olvidado las oraciones, no pudiendo ya pronunciarlas con su extremo dolor y desorientación. Hizo que muchos volvieran a orar, pidiendo la curación de un joven padre afectado por una hemorragia.
            También la hermana María Ilaria Bossi, Maestra de Novicias de las Benedictinas del Santísimo Sacramento de Ghiffa, señala cómo Vera – hermana en el espíritu – es un alma que dirige al Cielo y acompaña hacia el Cielo: «La siento hermana en el camino hacia el cielo… Muchos […] que en ella se reconocen, y a ella se refieren, en el camino evangélico, en la carrera hacia el cielo».
            En resumen, se comprende cómo toda la historia de Vera Grita ha sido sostenida no por esperanzas humanas, por el mero mirar al “mañana” esperando que sea mejor que el presente, sino por una verdadera Esperanza teologal: «era serena porque la fe y la esperanza siempre la han sostenido. Cristo estaba en el centro de su vida, de Él extraía la fuerza. […] era una persona serena porque tenía en el corazón la Esperanza teologal, no la esperanza superficial […], sino aquella que deriva solo de Dios, que es don y nos prepara para el encuentro con Él».

            En una oración a María de la Obra de los Tabernáculos Vivos, se lee: «Súbenos [María] de la tierra para que desde aquí vivamos y seamos para el Cielo, para el Reino de tu hijo». Es bonito también recordar que don Gabriello tuvo que peregrinar en la esperanza entre tantas pruebas y dificultades, como escribe en una carta a Vera del 4 de marzo de 1968 desde Florencia: «Sin embargo, siempre debemos esperar. La presencia de las dificultades no quita que al final el bien, lo bueno, lo bello triunfarán. Regresará la paz, el orden, la alegría. El hombre, hijo de Dios, recuperará toda la gloria que tuvo desde el principio. El hombre será salvo en Jesús y encontrará en Dios todo bien. He aquí que entonces regresan a la mente todas las cosas bellas prometidas por Jesús y el alma en Él encuentra su paz. Ánimo: ahora estamos como en combate. Vendrá el día de la victoria. Es certeza en Dios».

             En la iglesia de Santa Corona en Pietra Ligure, Vera Grita participaba en la Misa y se iba a orar durante los largos ingresos. Su testimonio de fe en la presencia viva de Jesús Eucaristía y de la Virgen María en su breve vida terrena es un signo de esperanza y de consuelo, para aquellos en este lugar de cuidado que pedirán su ayuda y su intercesión ante el Señor para ser aliviados y liberados del sufrimiento.
            El camino de Vera Grita en la laboriosa operosidad de los días también ofrece una nueva perspectiva laica a la santidad, convirtiéndose en ejemplo de conversión, aceptación y santificación para los ‘pobres’, los ‘frágiles’, los ‘enfermos’ que en ella pueden reconocerse y encontrar esperanza.
            Escribe san Pablo, «que los sufrimientos del momento presente no son comparables a la gloria futura que debe ser revelada en nosotros». Con «impaciencia» esperamos contemplar el rostro de Dios ya que «en la esperanza hemos sido salvados» (Rom 8, 18.24). Por lo tanto, es absolutamente necesario esperar contra toda esperanza, «Spes contra spem». Porque, como escribió Charles Péguy, la Esperanza es una niña «irredutible». En comparación con la Fe que «es una esposa fiel» y la Caridad que «es una Madre», la Esperanza parece, a primera vista, que no vale nada. Y, sin embargo, es exactamente lo contrario: será precisamente la Esperanza, escribe Péguy, «que vino al mundo el día de Navidad» y que «trayendo a las otras, atravesará los mundos».
            «Escribe, Vera de Jesús, yo te daré luz. El árbol florecido en primavera ha dado sus frutos. Muchos árboles deberán volver a florecer en la temporada oportuna para que los frutos sean copiosos… Te pido que aceptes con fe cada prueba, cada dolor por Mí. Verás los frutos, los primeros frutos de la nueva floración». (Santa Corona – 26 de octubre de 1969 – Fiesta de Cristo Rey – Penúltimo mensaje).




Santidad salesiana 2024

Cada año, el postulador para las causas de los santos de la Congregación Salesiana, don Pierluigi Cameroni, publica el “Dossier Postulación General Salesianos de Don Bosco – 2024”, que presenta la lista actualizada de los santos y beatos correspondientes al año que acaba de pasar. En esta edición, además de la lista actualizada, encontramos también el nuevo cartel dedicado a estos testigos de la fe salesiana. Les proponemos una panorámica de los nombres incluidos en el dossier y de las principales actividades de la Postulación previstas para 2024, para continuar difundiendo el espíritu de Don Bosco y la devoción hacia sus santos y beatos.

«No olvidemos que son precisamente los santos los que impulsan y hacen crecer a la Iglesia»
(Papa Francisco).

«De ahora en adelante, que sea nuestro lema: que la santidad de los hijos sea prueba de la santidad del padre».
(Don Rúa)

Es necesario expresar una profunda gratitud y alabanza a Dios por la santidad ya reconocida en la Familia Salesiana de Don Bosco y por la que está en proceso de reconocimiento. El resultado de una Causa de Beatificación y Canonización es un acontecimiento de extraordinaria importancia y valor eclesial. De hecho, se trata de discernir la fama de santidad de un bautizado, que ha vivido las bienaventuranzas del Evangelio en grado heroico o que ha dado su vida por Cristo.

Desde Don Bosco hasta nuestros días se atestigua una tradición de santidad a la que hay que prestar atención, porque es la encarnación del carisma que nació de él y que se expresó en una pluralidad de estados de vida y de formas. Se trata de hombres y mujeres, jóvenes y adultos, consagrados y laicos, obispos y misioneros que, en contextos históricos, culturales y sociales diferentes en el tiempo y en el espacio, han hecho brillar con una luz singular el carisma salesiano, representando un patrimonio que desempeña un papel eficaz en la vida y en la comunidad de los creyentes y para las personas de buena voluntad.

1. Lista a 31 de diciembre de 2024
Nuestra Postulación involucra a 179 Santos, Beatos, Venerables, Siervos de Dios.
Las Causas seguidas directamente por la Postulación son 61 (+ 5 extra).

SANTOS (10)
San Juan Bosco, presbítero (fecha de canonización: 1 de abril de 1934) – (Italia)
San José Cafasso, presbítero (22 de junio de 1947) – (Italia)
Santa María D. Mazzarello, virgen (24 de junio de 1951) – (Italia)
Santo Domingo Savio, adolescente (12 de junio de 1954) – (Italia)
San Leonardo Murialdo, presbítero (3 de mayo de 1970) – (Italia)
San Luigi Versiglia, obispo, mártir (1 de octubre de 2000) – (Italia – China)
San Calixto Caravario, presbítero, mártir (1 de octubre de 2000) – (Italia – China)
San Luigi Orione, presbítero (16 de mayo de 2004) – (Italia)
San Luigi Guanella, presbítero (23 de octubre de 2011) – (Italia)
San Artémides Zatti, religioso (9 de octubre de 2022) – (Italia – Argentina)

BEATOS (117)
Beato Miguel Rúa, presbítero (fecha de beatificación: 29 de octubre de 1972) – (Italia)
Beata Laura Vicuňa, adolescente (3 de septiembre de 1988) – (Chile – Argentina)
Beato Filippo Rinaldi, presbítero (29 de abril de 1990) – (Italia)
Beata Magdalena Morano, virgen (5 de noviembre de 1994) – (Italia)
Beato José Kowalski, sacerdote, mártir (13 de junio de 1999) – (Polonia)
Beato Francisco Kęsy, laico, y 4 compañeros mártires (13 de junio de 1999) – (Polonia)
            Czesław Jóźwiak, laico
            Edward Kaz ́mierski, laico
            Clínica Edward, laico
            Jarogniew Wojciechowski, laico
Beato Pío IX, Papa (3 de septiembre de 2000) – (Italia)
Beato José de Calasanz, presbítero, y 31 compañeros mártires (11 de marzo de 2001) – (España)
            Antonio María Martín Hernández, sacerdote
            Recaredo de los Ríos Fabregat, sacerdote
            Julián Rodríguez Sánchez, sacerdote
            José Jiménez López, sacerdote
            Agustín García Calvo, coadjutor
            Juan Martorell Soria, sacerdote
            Santiago Buch Canal, coadjutor
            Pedro Mesonero Rodríguez, clérigo
            José Otín Aquilué, sacerdote
            Álvaro Sanjuán Canet, sacerdote
            Francisco Bandrés Sánchez, sacerdote
            Sergio Cid Pazo, sacerdote
            José Batalla Parramó, sacerdote
            José Rabasa Bentanachs, coadjutor
            Gil Rodicio Rodicio, coadjutor
            Ángel Ramos Velázquez, coadjutor
            Felipe Hernández Martínez, clérigo
            Zacarias Abadía Buesa, clérigo
            Santiago Ortiz Alzueta, coadjutor
            Saverio Bordas Piferrer, clérigo
            Feliz Vivet Trabal, clérigo
            Miguel Domingo Cendra, clérigo
            José Caselles Moncho, sacerdote
            José Castell Camps, presbítero
            José Bonet Nadal, sacerdote
            Santiago Bonet Nadal, sacerdote
            Alejandro Planas Saurí, colaborador laico
            Eliseo García García, coadjutor
            Julio Junyer Padern, sacerdote
            María Carmen Moreno Benítez, vírgen
            María Amparo Carbonell Muñoz, vírgen
Beato Luigi Variara, presbítero (14 de abril de 2002) – (Italia – Colombia)
Beata María Romero Meneses, virgen (14 de abril de 2002) – (Nicaragua – Costa Rica)
Beato Augusto Czartoryski, presbítero (25 de abril de 2004) – (Francia – Polonia)
Beata Eusebia Palomino, virgen (25 de abril de 2004) – (España)
Beata Alejandrina M. Da Costa, laica (25 de abril de 2004) – (Portugal)
Beato Alberto Marvelli, laico (5 de septiembre de 2004) – (Italia)
Beato Bronislao Markiewicz, presbítero (19 de junio de 2005) – (Polonia)
Beato Henry Saiz Aparicio, presbítero y 62 compañeros mártires (28 de octubre de 2007) – (España)
            Feliz González Tejedor, sacerdote
            Juan Codera Marqués, coadjutor
            Virgilio Edreira Mosquera, clérigo
            Paolo Gracia Sánchez, coadjutor
            Carmelo Giovanni Pérez Rodríguez, suddiácono
            Teodulo González Fernández, clérigo
            Tomas Gil de la Cal, aspirante
            Federico Cobo Sanz, aspirante
            Igino de Mata Díez, aspirante
            Justo Juanes Santos, clérigo
            Victoriano Fernández Reinoso, clérigo
            Emilio Arce Díez, coadjutor
            Raimondo Eirín Mayo, coadjutor
            Mateo Garolera Masferrer, coadjutor
            Anastasio Garzón González, coadiutor
            Francisco Giuseppe Martín López de Arroyave, coadjutor
            Juan de Mata Díez, colaborador laico
            Pío Conde Conde, presbítero
            Sabino Hernández Laso, sacerdote
            Salvador Fernández Pérez, sacerdote
            Nicolas de la Torre Merino, coadjutor
            German Martín Martín, sacerdote
            José Villanova Tormo, sacerdote
            Estéfano Cobo Sanz, clérigo
            Francisco Edreira Mosquera, clérigo
            Emanuel Martín Pérez, clérigo
            Valentín Gil Arribas, coadjutor
            Pedro Artolozaga Mellique, clérigo
            Emanuel Borrajo Míguez, chierico
            Dionisio Ullívarri Barajuán, coadjutor
            Miguel Lasaga Carazo, sacerdote
            Luis Martínez Alvarellos, clérigo
            Juan Larragueta Garay, clérigo
            Florencio Rodríguez Güemes, clérigo
            Pasqual de Castro Herrera, clérigo
            Estéfano Vázquez Alonso, coadiutor
            Eliodoro Ramos García, coadjutor
            José María Celaya Badiola, coadjutor
            Andrés Jiménez Galera, sacerdote
            Andrés Gómez Sáez, sacerdote
            Antonio Cid Rodríguez, coadiutor
            Antonio Torrero Luque, sacerdote
            Antonio Enrique Canut Isús, sacerdote
            Miguel Molina de la Torre, sacerdote
            Paulo Caballero López, sacerdote
            Honorio Hernández Martín, clérigo
            Juan Louis Hernández Medina, clérigo
            Antonio Mohedano Larriva, sacerdote
            Antonio Fernández Camacho, sacerdote
            José Limón Limón, sacerdote
            José Blanco Salgado, coadjutor
            Francisco Míguez Fernández, sacerdote
            Emanuel Fernández Ferro, sacerdote
            Feliz Paco Escartín, sacerdote
            Tomás Alonso Sanjuán, coadiutore
            Emanuel Gómez Contioso, sacerdote
            Antonio Pancorbo López, sacerdote
            Estéfano García García, coadiutore
            Rafael Rodríguez Mesa, Coadjutor
            Antonio Rodríguez Blanco, sacerdote diocesano
            Bartolome Blanco Márquez, laico
            Teresa Cejudo Redondo, laica
beato Zeffirino Namuncurá, laico (11 novembre 2007) – (Argentina – Italia)
Beata María Troncatti, virgen (24 de noviembre de 2012) – (Italia – Ecuador)
            Decreto sobre el milagro: 25 de noviembre de 2024
            ¿Canonización el 7 de septiembre de 2025?
Beato Esteban Sándor, religioso, mártir (19 de octubre de 2013) – (Hungría)
Beato Tito Zeman, sacerdote, mártir (30 de septiembre de 2017) – (Eslovaquia).

VENERABLES (20)
Ven. Andrea Beltrami, sacerdote, (fecha del Decreto super virtutibus: 15 de diciembre de 1966) – (Italia)
Ven. Teresa Valsè Pantellini, vírgen (12 de julio de 1982) – (Italia)
Ven. Dorotea Chopitea, laica (9 de junio de 1983) – (España)
Ven. Vincenzo Cimatti, sacerdote (21 de diciembre de 1991) – (Italia – Japón)
Ven. Simone Srugi, religioso (2 de abril de 1993) – (Palestina)
Ven. Rodolfo Komorek, sacerdote (6 de abril de 1995) – (Polonia – Brasile)
Ven. Luigi Olivares, obispo (20 de diciembre de 2004) – (Italia)
Ven. Margherita Occhiena, laica (23 de octubre de 2006) – (Italia)
Ven. Giuseppe Quadrio, sacerdote (19 de diciembre de 2009) – (Italia)
Ven. Laura Meozzi, vírgen (27 de junio de 2011) – (Italia – Polonia)
Ven. Attilio Giordani, laico (9 de octubre de 2013) – (Italia – Brasil)
Ven. Joseph Augustus Arribat, presbítero (8 de julio de 2014) – (Francia)
Ven. Stefano Ferrando, obispo (3 de marzo de 2016) – (Italia – India)
Ven. Francesco Convertini, sacerdote (20 de enero de 2017) – (Italia – India)
Ven. Joseph Vandor, sacerdote (20 de enero – 2017) – (Hungría – Cuba)
Ven. Octavio Ortiz Arrieta Coya, obispo (27 de febrero de 2017) – (Perú)
Ven. Augusto Hlond, cardenal (19 de mayo de 2018) – (Polonia)
Ven. Ignazio Stuchly, sacerdote (21 de diciembre de 2020) – (República Checa)
Ven. Carlo Crespi Croci, sacerdote (23 de marzo de 2023) – (Italia – Ecuador)
Ven. Antonio De Almeida Lustosa, obispo (22 de junio de 2023) – (Brasil)

SIERVOS DE DIOS (27)
Las causas se enumeran de acuerdo con el progreso

Positio examinada por cardenales y obispos
Elia Comini, sacerdote (Italia) mártir
Peculiar Congreso de Teólogos: 5 de mayo de 2022
Peculiar Congreso de Teólogos: 11 de abril de 2024
Sesión ordinaria de cardenales y obispos: 10 de diciembre de 2024
Decreto sobre el martirio: 18 de diciembre de 2024

Positio examinada por los teólogos
Juan Świerc, sacerdote y 8 compañeros, mártires (Polonia)
            Ignacio Dobiasz, sacerdote
            Francis Harazim, sacerdote
            Casimiro Wojciechowski, sacerdote
            Ignazio Antonowicz, sacerdote
            Lodovico Mroczek, sacerdote
            Carlo Golda, sacerdote
            Vladimiro Ojos, sacerdote
            Francesco Miśka, sacerdote
Fecha de entrega: 21 de julio de 2022
Peculiar congreso histórico. 28 de marzo de 2023
Sesión ordinaria del Cardenal y los Obispos: junio de 2025

Positio entregada
Costantino Vendrame, sacerdote (Italia – India)
Decreto de validez de la Investigación Diocesana: 1 de febrero de 2013
Fecha de entrega: 19 de septiembre de 2023
Peculiar Congreso de Teólogos: 23 de enero de 2025

Oreste Marengo, obispo (Italia – India)
Decreto de validez de la Investigación Diocesana: 6 de diciembre de 2013
Cargo entregado:28 de mayo de 2024
Congreso de Teólogos Peculiares: septiembre-octubre de 2025

Rodolfo Lunkenbein, sacerdote (Alemania – Brasil) y Simão Bororo, laico (Brasil), mártires
Decreto de validez de la Investigación Diocesana: 16 de diciembre de 2020
Fecha de entrega: 28 de noviembre de 2024
Congreso de Teólogos Peculiares: septiembre-octubre de 2025

La redacción de la Positio está en marcha
Andrea Majcen, sacerdote (Slovenia – Cina – Vietnam)
Decreto de validez de la Investigación Diocesana: 23 de octubre de 2020

Vera Grita, laica (Italia)
Decreto de validez de la Investigación Diocesana: 14 de diciembre de 2022

Cognata Giuseppe, obispo (Italia)
Decreto de validez de la Investigación Diocesana: 11 de enero de 2023

Carlo Della Torre, sacerdote (Italia – Tailandia)
Decreto de validez de la Investigación Diocesana: 1 de abril de 2016

Silvio Galli, presbítero (Italia)
Decreto de validez de la Investigación Diocesana: 19 de octubre de 2022

Akash Bashir, Laico, mártir(Pakistán)
Decreto de validez de la Investigación Diocesana: 24 de octubre de 2024

A la espera de la validez de la investigación diocesana
Antonietta Böhm, virgen (Alemania – México)
Apertura de la investigación diocesana: 7 de mayo de 2017
Investigación diocesana cerrada: 28 de abril de 2024
Validez de la investigación diocesana

Antonino Baglieri, laico (Italia)
Apertura de la investigación diocesana: 2 de marzo de 2014          
Clausura de la investigación diocesana. 5 de mayo de 2024
Validez de la investigación diocesana

Causa detenida temporalmente
Anna Maria Lozano, virgen (Colombia)
Clausura de la investigación diocesana: 19 de junio de 2014

La investigación diocesana está en marcha
Luigi Bolla, sacerdote (Italia – Ecuador – Perú)
Apertura de la investigación diocesana: 27 de septiembre de 2021
Clausura de la investigación diocesana

Rosetta Marchese, virgen (Italia)
Apertura de la investigación diocesana: 30 de abril de 2021
Clausura de la investigación diocesana

Matilde Salem, laica (Siria)
Apertura de la investigación diocesana: 20 de octubre de 1995

Carlo Braga, sacerdote (Italia – China – Filipinas)
Apertura de la investigación diocesana: 30 de enero de 2014

Causas adicionales seguidas de postulación (5)
Venerabile COSTA DE BEAUREGARD CAMILLO, sacerdote (Francia)
            El Decreto Súper virtubus: 22 de enero de 1991
            Consulta médica Súper Miró: 30 de marzo de 2023
            Peculiar Congreso de Teólogos: 19 de octubre de 2023
            Sesión Ordinaria de Cardenales y Obispos: 20 de febrero de 2024
            Beatificación: 17 de mayo de 2025
Venerable BARELLO MORELLO CASIMIRO
, Terciario franciscano (Italia – España)
            El Decreto Súper virtubus: 1º de julio de 2000
Venerable TYRANOWSKI GIOVANNI, laico (Polonia)
            El Decreto Súper Virtubus: 20 de enero de 2017
Venerable BERTAZZONI AUGUSTO, obispo (Italia)
            El Decreto Súper virtubus: 2 de octubre de 2019
Venerable CANELLI FELICE, presbítero (Italia)
            El Decreto Súper Virtubus: 22 de mayo de 2021

También hay que recordar a los santos, beatos, venerables y siervos de Dios que en diferentes momentos y de diferentes maneras se han encontrado con el carisma salesiano como: el beato Edvige Carboni, el siervo de Dios cardenal Giuseppe Guarino, fundador de los Apóstoles de la Sagrada Familia, el siervo de Dios Salvo d’Acquisto, exalumno y muchos otros.

2. EVENTOS DE 2024

El martes 16 de enero de 2024 tuvo lugar en la capilla de la Fundación Bocage de Chambéry la sesión de apertura para el reconocimiento canónico y el tratamiento de conservación de los restos mortales del Venerable Camille Costa de Beauregard (1841-1910), sacerdote diocesano.

El 27 de febrero de 2024, en  la Sesión Ordinaria de los Cardenales y Obispos del Dicasterio para las Causas de los Santos, se votó a favor (7 de 7) el supuesto milagro atribuido a la intercesión del Venerable Camille Costa de Beauregard, sacerdote diocesano (1841-1910), ocurrido al niño René Jacquemond, para la curación de «una intensa queratoconjuntivitis con rechinamiento de la córnea, fuerte inyección periquerataria,  enrojecimiento e inyección de la conjuntiva, fotofobia y lagrimeo del ojo derecho debido a un traumatismo violento por el agente planta-bardana» (1910).

El 7 de marzo de 2024, el Consejo Médico Asesor del Dicasterio para las Causas de los Santos emitió una opinión positiva, con todos los votos afirmativos, sobre el supuesto milagro atribuido a la intercesión de la Beata María Troncatti, Hija de María Auxiliadora (1883-1969), por «traumatismo cerebral abierto con fractura conminuta de cráneo, exposición de tejido cerebral en la zona fronto-parieto-temporal derecha y estado de coma (G6)» (2015).

El 14 de marzo de 2024, el Sumo Pontífice autorizó al mismo Dicasterio a promulgar el Decreto sobre el milagro atribuido a la intercesión del Venerable Siervo de Dios Camillo Costa de Beauregard, sacerdote diocesano, nacido en Chambéry (Francia) el 17 de febrero de 1841 y fallecido allí el 25 de marzo 1910.Il milagro, ocurrido en 1910, se refiere al niño René Jacquemond,  curado de «Queratoconjuntivitis intensa con rechinamiento de la córnea, fuerte inyección periquerataria, enrojecimiento e inyección de la conjuntiva, fotofobia y lagrimeo del ojo derecho debido a un traumatismo violento por el agente planta-bardana» (1910).

El 15 de marzo de 2024 se cerró en Lahore (Pakistán) la investigación diocesana sobre la causa de beatificación y canonización de Akash Bashir (1994-2015), laico, antiguo alumno de Don Bosco, asesinado por odio a la fe. Es la primera causa de beatificación en Pakistán.

El 11 de abril de 2024, durante el Congreso especial de Consultores Teológicos en el Dicasterio para las Causas de los Santos, se expresó una opinión positiva sobre la Positio super martyrio del Siervo Elia Comini, sacerdote profeso de la Sociedad Salesiana de San Juan Bosco (1910-1944), asesinado por odio a la fe en la masacre nazi de Monte Sole el 1 de octubre de 1944.

El 28 de abril de 2024 en Cuautitlán (México) se clausuró la Investigación Diocesana de la Causa de la Sierva de Dios Antonieta Böhm (1907-2008), Hija de María Auxiliadora.

El 5 de mayo de 2024 en Modica (Ragusa) se clausuró la Investigación Diocesana del Siervo de Dios Antonino Baglieri (1951-2007), Laico, Voluntario de Don Bosco.

El 28 de mayo de 2024, el Peculiar Congreso de Teólogos del Dicasterio para las Causas de los Santos dio voto positivo al supuesto milagro atribuido a la intercesión de la Beata María Troncatti, Hija de María Auxiliadora (1883-1969), por «traumatismo craneoencefálico abierto con fractura conminuta de cráneo, exposición de tejido cerebral en la zona fronto-parieto-temporal derecha y estado de coma (G6)» (2015).

El 31 de mayo de 2024 se entregó al Dicasterio para las Causas de los Santos en el Vaticano el volumen de la Positio super Vita, Virtutibus et Fama Sanctitatis del Siervo de Dios Oreste Marengo (1906-1998), obispo misionero salesiano en el noreste de la India.

El martes 4 de junio de 2024, en la comunidad «Ceferino Namuncurà» de Roma, se inauguró y bendijo los nuevos locales de la Postulación General Salesiana por parte del Rector Mayor, Cardenal Ángel Fernández Artime.

El 24 de noviembre de 2024, el Dicasterio para las Causas de los Santos en el Congreso Ordinario dio validez legal a la Investigación Diocesana para la Causa de Beatificación y Canonización del Siervo de Dios Akash Bashir (Risalpur 22 de junio de 1994 – Lahore 15 de marzo de 2015) Laico, Exalumno de Don Bosco.

El 19 de noviembre de 2024, en la Sesión Ordinaria de los Cardenales y Obispos del Dicasterio para las Causas de los Santos, se votó a favor del supuesto milagro atribuido a la intercesión de la Beata María Troncatti, religiosa profesa de la Congregación de las Hijas de María Auxiliadora (1883-1969), ocurrido milagrosamente curado por un Señor de un «Traumatismo cráneo-encefálico abierto con fractura conminuta de cráneo,  pérdida de sustancia encefálica y exposición de tejido encefálico en el área fronto-parieto-temporal derecha, daño axonal difuso (DAI), coma severo evolucionado en estado vegetativo tipo 2», ocurrido en 2015 en Ecuador.

El 25 de noviembre de 2024, el Santo Padre autorizó al mismo Dicasterio a promulgar el Decreto sobre el milagro atribuido a la intercesión de la beata María Troncatti, monja profesa de la Congregación de las Hijas de María Auxiliadora, nacida en Córteno Golgi (Italia) el 16 de febrero de 1883 y fallecida en Sucúa (Ecuador) el 25 de agosto de 1969.

El 28 de noviembre de 2024 se entregó al Dicasterio para las Causas de los Santos en el Vaticano el volumen de la Positio super martyrio de los Siervos de Dios Rodolfo Lunkenbein, Sacerdote Profeso de la Sociedad de San Francisco de Sales y Simão Bororo, Laico, asesinados por odio a la fe el 15 de julio de 1976.

El martes 3 de diciembre de 2024, los Consultores Teológicos del Dicasterio para las Causas de los Santos, durante el Congreso Peculiar, respondieron afirmativamente sobre la Positio super martyrio de los Siervos de Dios Juan Świerc y VIII Compañeros, Sacerdotes Profesos de la Sociedad de San Francisco de Sales, asesinados in odium fidei en los campos de exterminio nazis en los años 1941-1942.

El martes 10 de diciembre de 2024, durante la Sesión Ordinaria de Cardenales y Obispos en el Dicasterio para las Causas de los Santos, se expresó una opinión positiva sobre la Positio super martyrio del Siervo Elia Comini, Sacerdote Profeso de la Sociedad Salesiana de San Juan Bosco (1910-1944), asesinado por odio a la fe en la masacre nazi de Monte Sole el 1 de octubre de 1944.

El miércoles 18 de diciembre de 2024, el Santo Padre Francisco autorizó al Dicasterio para las Causas de los Santos a promulgar el Decreto relativo al martirio del Siervo de Dios Elia Comini, sacerdote profeso de la Sociedad de San Francisco de Sales; nacido el 7 de mayo de 1910 en Calvenzano di Vergato (Italia, Bolonia) y asesinado, por odio a la Fe, en Pioppe di Salvaro (Italia, Bolonia) el 1 de octubre de 1944.




La Devoción mariana en la perspectiva de don Bosco

San Juan Bosco tuvo una profunda devoción hacia María Auxiliadora, una devoción que tiene sus raíces en las numerosas experiencias de su intervención maternal, que comenzaron cuando solo tenía 9 años. Esta verdadera devoción no podía permanecer solo en el ámbito personal, y así Don Bosco sintió la necesidad de compartirla con los demás. En 1869 fundó la Asociación de María Auxiliadora (ADMA), que aún hoy continúa siendo una realidad espiritual vibrante. Cada 5-6 años, la asociación organiza Congresos internacionales en honor a María Auxiliadora. El último, el IX Congreso, se celebró en Fátima, Portugal, del 29 de agosto al 1 de septiembre 2024. Presentamos la intervención final del Vicario del Rector Mayor, don Stefano Martoglio.

Tomo la palabra con gusto en este Congreso Mariano, después de lo que hemos escuchado y vivido para reafirmar un acto de entrega personal e institucional, según el corazón de Don Bosco y la Fe de la Iglesia. Cerraremos estos días con uno de los aspectos espirituales que Don Bosco percibe y vive como importante a nivel personal y cualificante para su obra: la devoción mariana. Nos encomendamos a las manos maternales de María. Aquí ahora, en este lugar Santo de la presencia de María; a ella le pedimos que haga fecundos en la vida lo que hemos vivido, orado y escuchado aquí. Por lo tanto, lo que quiero decir, después de lo que hemos escuchado y vivido, es hacer memoria, comenzando desde el principio. Hacer memoria es importante: significa reconocer que esto no es nuestro, nos ha sido confiado, y que debemos entregarlo a otras generaciones. Con mucha simplicidad, quiero decir a mí mismo y a cada uno de nosotros algunos aspectos centrales de la Presencia de María en don Bosco, de su devoción y la nuestra.

1. María en los escritos de don Bosco, comencemos desde el principio.
La mujer “de majestuoso aspecto, vestida con un manto, que resplandecía por todas partes”, descrita en el sueño de los nueve años que tanto hemos meditado y pensado en este Bicentenario de este Sueño, es la Madonna querida por la tradición popular y la devoción común. De ella, Don Bosco subraya sobre todo la amabilidad maternal. Esta representación es la más acorde a su alma, que lo acompañará hasta el último aliento de vida.

En las Memorias del Oratorio se mencionan muchos de los aspectos y devociones típicas de la religiosidad popular: rosario en familia, Angelus, novenas y triduos, invocaciones y jaculatorias, consagraciones, visitas a altares y santuarios, fiestas marianas (Maternidad, Nombre de María, Madonna del Rosario, Dolorosa, Consoladora, Inmaculada, Madonna de las gracias…). Atención: cuando decimos aspectos típicos de la religiosidad popular, no decimos algo fácil ni “automático”. La religiosidad popular es la quintaesencia, el destilado, de la experiencia de siglos que nos es traída como un don; de la cual debemos apropiarnos.

Durante el período de estudios en Chieri, aparecen más elementos que conectan la devoción mariana con las elecciones espirituales del joven Bosco, sobre todo la maduración vocacional y el fortalecimiento de las virtudes que forman al buen seminarista. La Madonna del seminario es la Inmaculada (en todos los seminarios piemonteses, y en aquellos influenciados por la tradición lazarista, la capilla está dedicada a la Inmaculada desde el siglo XVII).
Este, precisamente, es el aspecto que caracteriza la piedad mariana del joven don Bosco (formado en la escuela de San Alfonso): la verdadera devoción, que se expresa sobre todo en una vida virtuosa, garantiza el patrocinio más poderoso que se pueda tener en vida y en muerte.

Lo escribirá también en El joven provisto en 1847: “Si sois sus devotos, además de colmaros de bendiciones en este mundo, tendréis el paraíso en la otra vida”.

Pero es sobre todo en el librito El mes de mayo consagrado a María SS. Inmaculada para uso del pueblo (1858), que el santo enmarca explícitamente y de manera insistente la devoción mariana popular y juvenil en un contexto orientado a un compromiso serio y concreto de vida cristiana vivida con fervor y amor.

Tres cosas que deben practicarse durante todo el mes: 1. Hacer todo lo posible para no cometer ningún pecado durante este mes: que sea todo consagrado a María. 2. Preocuparse mucho por el cumplimiento de los deberes espirituales y temporales de nuestro estado… 3. Invitar a nuestros parientes y amigos y a todos aquellos que dependen de nosotros a participar en las prácticas de piedad que se realizan en honor de María durante el mes”.

El otro tema, heredado de toda una tradición devota, es la conexión entre la devoción mariana y la salvación eterna: “Ya que el más bello ornamento del cristianismo es la Madre del Salvador, María Santísima, así a Vos me dirijo, oh clementísima Virgen María, estoy seguro de adquirir la gracia de Dios, el derecho al Paraíso, de recuperar, en resumen, mi dignidad perdida, si Vos oráis por mí: Auxilium christianorum, ora pro nobis”. Don Bosco está convencido de que María interviene como abogada eficaz y mediadora poderosa ante Dios.
Diez años más tarde (1868), para la inauguración de la iglesia de María Auxiliadora, el santo escribe y difunde un folleto titulado Maravillas de la Madre de Dios invocada bajo el título de María Auxiliadora. En esta obrita se subraya la dimensión eclesial, sobre la cual se va abriendo cada vez más la mirada de Don Bosco y se orientan sus preocupaciones misioneras y educativas.

Los títulos de Inmaculada y de Auxiliadora en el contexto eclesial de la época evocan luchas y triunfos, el “gran enfrentamiento” entre la Iglesia y la sociedad liberal. Se hace una lectura religiosa de los eventos políticos y sociales, en la línea de la reacción católica a la incredulidad, al liberalismo, a la descristianización.
Sin embargo, Don Bosco, para sus chicos y sus salesianos, continúa subrayando predominantemente la dimensión ascético-espiritual y apostólica de la piedad mariana. De hecho, la práctica del mes de María y de las diversas devociones busca determinar en los jóvenes la decisión de un mayor compromiso en su deber, de ejercer las virtudes, de un ardor ascético (mortificaciones en honor de María), de una caridad operativa y de una generosa acción de apostolado entre los compañeros. Es decir, Don Bosco tiende a asignar a la Inmaculada y a la Auxiliadora un papel determinante en la obra educativa y formativa y a valorar, en el clima del fervor mariano de la época, ejercicios virtuosos y prácticas devotas para llevar una vida de purificación del pecado y del apego a él y de creciente totalidad de donación de sí a Dios.

Por lo tanto: lucha contra el pecado y orientación hacia Dios, santificación de uno mismo y del prójimo, servicio de caridad, fuerza para llevar la cruz y compromiso misionero. Estos son los rasgos salientes de una devoción mariana que tiene muy poco de devocionalista y de sentimental (a pesar del clima de la época y los gustos populares que, de todos modos, Don Bosco valora).
¡Qué camino en don Bosco y del hombre de fe don Bosco! Entre lo que lleváis en el corazón, quisiera poner un acento: yo también, nosotros también debemos caminar en la devoción. No se está quieto, si no se avanza se retrocede… y nadie puede hacerlo en mi lugar.

2. María en la vida de don Bosco, expresiones cotidianas de la devoción de don Bosco y nuestra devoción

2.1. El sentido de una presencia
María es, en la vida de Don Bosco, una presencia percibida, amada, activa y estimulante, orientada al gran asunto de la salvación eterna y de la santidad. Él la siente cercana y se encomienda a ella, dejándose guiar y conducir por los caminos de su vocación (la sueña, la “ve”).

En Niza Monferrato en junio de 1885, Don Bosco se entretenía en el parlatorio con las madres capitulares de las Hijas de María Auxiliadora, con un hilo de voz, muy cansado. Se le pidió que dejara un último recuerdo. «Oh, entonces, ustedes quieren que les diga algo. Si pudiera hablar, ¡cuántas cosas les diría! Pero soy viejo, viejo caído, como ven; apenas puedo hablar. Solo quiero decirles que la Madonna los quiere mucho, mucho. Y, saben, ella está aquí en medio de ustedes. Entonces Don Bonetti, al verlo conmovido, lo interrumpió y comenzó a decir, únicamente para distraerlo:
– ¡Sí, así, así! Don Bosco quiere decir que la Madonna es su Madre y que ella los mira y los protege.
– No, no, retomó el Santo, quiero decir que la Madonna está aquí, en esta casa y que está contenta con ustedes, y que, si continúan con el espíritu de ahora, que es el deseado por la Madonna… El buen Padre se conmovía más que antes y don Bonetti tomó la palabra otra vez:
– ¡Sí, así, así! Don Bosco quiere decirles que, si siempre son buenos, la Madonna estará contenta con ustedes.
– Pero no, pero no, se esforzaba por explicar don Bosco, tratando de dominar su propia emoción. ¡Quiero decir que la Madonna está realmente aquí, aquí en medio de ustedes! La Madonna pasea en esta casa y la cubre con su manto. – Al decir esto extendía los brazos, levantaba los ojos llorosos hacia arriba y parecía querer persuadir a las hermanas de que la Madonna él la veía ir de un lado a otro como en su propia casa.

Es una presencia operativa: quien acompaña, sostiene, guía, anima; quien le ha sido dada: «Te daré la Maestra bajo cuya disciplina puedes volverte sabio, y sin la cual toda sabiduría se convierte en necedad». Una presencia que estimula a vivir conscientemente en la presencia de Dios en una tensión de totalidad: «Al pensar en Dios presente / haz que el labio, el corazón, la mente / sigan el camino de la virtud / oh gran Virgen María. / Sac. Gio Bosco» (oración escrita por el santo a los pies de una de sus fotografías).

Espléndido y esencial: ¡lo que no es presencia viva en mi vida es ausencia! El sentido de la Presencia, de la Providencia de Dios, de la acción de María. Un camino continuo para cada uno de nosotros y para todos nosotros juntos, Familia Salesiana.

2.2. La energía de la misión
Don Bosco conecta estrechamente a María con su vocación y su ministerio. Aquí es bueno retomar la presentación que Don Bosco hace del sueño de los nueve años: “Tomándome con bondad de la mano – mira – me dijo… Aquí está tu campo, aquí es donde debes trabajar. Hazte humilde, fuerte, robusto; y lo que en este momento ves suceder con estos animales, tú deberás hacerlo por mis hijos”. Es la misión de salvación/transformación/formación de los jóvenes, a través de la prevención, la educación, la instrucción, la evangelización, y un sólido conjunto de virtudes en el educador.
El Hijo de María enseña el método y el objetivo: “No con golpes, sino con mansedumbre y caridad deberás ganar a estos tus amigos. Así que, ponte inmediatamente a darles una instrucción sobre la fealdad del pecado y sobre la preciosidad de la virtud”.
La narración hecha en 1873-74 del antiguo sueño inspirador, se conecta con muchos otros relatos de intervenciones e inspiraciones interiores (los sueños) en los cuales nuestro santo ha referido a María un papel de animación, de guía y de apoyo de su anhelo y de su celo por la misión de salvación juvenil.
En este contexto deben ser colocados e interpretados aquellos que Don Bosco reconoce como intervenciones prodigiosas de María: las «gracias» concedidas a las personas (espirituales y corporales), su poderosa protección sobre el Oratorio y sobre la naciente Familia salesiana y su prodigioso desarrollo en beneficio de las almas.
Las gracias personales, el darnos cuenta de la presencia particular de Dios, por intercesión de María, que guía providencialmente la existencia personal e institucional. Si no percibes la Presencia, estás a merced del azar.

2.3. Estímulo a la santidad
Don Bosco vive la devoción mariana como estímulo y apoyo de la tensión hacia la perfección cristiana. En la misma perspectiva, él la inculca sabiamente a los jóvenes para promover en ellos la vida cristiana y estimularlos al deseo de santidad. Valorando la sensibilidad de sus chicos y los gustos populares de su piedad, Don Bosco supo transformar una tendencia devocional, matizada de sentimiento romántico, en un poderoso instrumento de formación espiritual (animando, corrigiendo, orientando).
María nunca nos deja donde nos encuentra. Como al inicio de los Signos del Evangelio de Juan, sabe que debemos ser guiados, acompañados… por un itinerario preciso: hagan lo que les dirá y llegarán allí donde YO los espero, nos dice don Bosco. Ver lo invisible.

3. Identidad salesiana y devoción mariana
Para concluir, les comparto, con sencillez, lo que vivimos como confraternidad, y que está en el centro de nuestra vocación. Me gusta concluir con esta parte, porque es la estructura de mi vida y de nuestra vida. Si me hace tanto bien a mí, a nosotros, seguramente hará bien a todos.
En primer lugar, las Constituciones, que delinean los rasgos característicos de nuestra devoción mariana. El artículo 8 (ubicado en el primer capítulo, relativo a los elementos que aseguran la identidad de la Congregación Salesiana) sintetiza el sentido de la presencia de María en nuestra Sociedad: ella ha indicado a Don Bosco su campo de acción, lo ha guiado y sostenido constantemente, y continúa entre nosotros su misión de Madre y Auxiliadora: nosotros «nos encomendamos a ella, humilde sierva en quien el Señor ha hecho grandes cosas, para convertirnos entre los jóvenes en testigos del amor inagotable de su Hijo».

El artículo 92 presenta el rol de María en la vida y en la piedad del salesiano: modelo de oración y de caridad pastoral; maestra de sabiduría y guía de nuestra familia; ejemplo de fe, de solicitud por los necesitados, de fidelidad en la hora de la cruz, de alegría espiritual; nuestra educadora hacia la plenitud de donación al Señor y al valiente servicio de los hermanos. Se deriva, por lo tanto, una devoción filial y fuerte, que se expresa en la oración (rosario diario y celebración de sus fiestas) y en la imitación convencida y personal.

La mejor síntesis, sin embargo, se encuentra a mi parecer en la Oración de encomienda a María SS. Auxiliadora que se recita diariamente en cada una de nuestras comunidades después de la meditación. Fue don Rua en 1894 quien la compuso, como expresión de consagración diaria en el compromiso de fidelidad y generosidad. Hoy ha sido revisada, pero conserva la misma estructura de aquella antigua y los mismos contenidos. He aquí el texto primitivo:

«Santísima e inmaculada Virgen Auxiliadora, nos consagramos enteramente a ustedes y les prometemos siempre obrar para la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas.

Les pedimos que dirijan sus miradas piadosas sobre la Iglesia, su augusto Cabeza, los Sacerdotes y los Misioneros, sobre la Familia Salesiana, nuestros parientes y benefactores y la juventud confiada a nuestros cuidados, sobre los pobres pecadores, los moribundos y las almas del purgatorio.

Enséñanos, oh Madre tierna, a reproducir en nosotros las virtudes de nuestro Fundador, en particular la angelical modestia, la profunda humildad y la ardiente caridad.

Haz, oh María Auxiliadora, que su poderosa intercesión nos haga victoriosos contra los enemigos de nuestra alma en vida y en muerte, para que podamos venir a hacerles corona con Don Bosco en el Paraíso. Así sea».
Como se puede ver, la versión actual no hace más que retomar, con algunos desarrollos, el texto de Don Rua. Creo que es bueno, de vez en cuando, retomarla y meditarla. Está estructurada en cuatro partes: promesa; intercesión; docilidad, encomienda.

En la primera parte (Santísima) se recuerda el fin último de nuestra consagración prometiendo orientar cada una de nuestras acciones únicamente al servicio de Dios y a la salvación del prójimo, en fidelidad a la esencia de la vocación salesiana.

En la segunda parte (Te pedimos) se condensa el sentido eclesial, salesiano y misionero de nuestra consagración, encomendando a la intercesión de María la Iglesia, la Congregación y la Familia Salesiana, los jóvenes, sobre todo los más pobres, todos los hombres redimidos por Cristo. Aquí se delinean bien la pasión que debe alimentar y caracterizar la oración salesiana: universalidad, eclesialidad, misionariedad juvenil.

En la tercera parte (Enséñanos) se concentran las virtudes que caracterizan la fisonomía típica del salesiano discípulo de Don Bosco: nos ponemos a la escuela de María para crecer en la unión con Dios, en la castidad, en la humildad y en la pobreza, en el amor al trabajo y a la templanza, en la ardiente caridad amorosa (bondad y donación ilimitada a los hermanos), en la fidelidad a la Iglesia y a su magisterio.

En la última parte (Haz, oh María Auxiliadora) nos encomendamos a la intercesión de la Virgen Auxiliadora para obtener la fidelidad y la generosidad en el servicio a Dios hasta la muerte y la admisión en la comunión eterna de los santos.

Esta excelente síntesis, que contiene un completo programa de vida espiritual y delinea los rasgos fisonómicos de nuestra identidad, puede servirnos hoy de referencia y de traza concreta para la verificación y la programación espiritual. ¡Y así sea para cada uno de nosotros!




Las Jornadas de Espiritualidad Salesiana

Este año, las XLIII Jornadas de Espiritualidad Salesiana se llevarán a cabo del 16 al 19 de enero, como de costumbre, en Valdocco. Representan, para toda la Familia Salesiana esparcida por el mundo, una ocasión preciosa de encuentro, reflexión y renovación espiritual. Cada año, en el mes de enero, religiosos, religiosas, laicos y jóvenes se reúnen para redescubrir las raíces del carisma salesiano, celebrando la figura y la herencia de San Juan Bosco, fundador de la Congregación Salesiana y gran amigo de los jóvenes. El objetivo es promover una reflexión comunitaria sobre los valores de la fe, la fraternidad y la misión educativa, según el espíritu salesiano, en un contexto de fiesta y oración.

Origen y significado de las Jornadas de Espiritualidad Salesiana
La tradición de las Jornadas de Espiritualidad Salesiana tiene sus raíces en la práctica educativa de Don Bosco, quien comprendió la importancia de cultivar momentos de formación para sus jóvenes y para los colaboradores que lo acompañaban en la misión. Desde las primeras décadas de vida de la Congregación, de hecho, se sintió la necesidad de reunirse periódicamente para releer la experiencia vivida en las obras salesianas y hacerla dialogar con los desafíos del presente. Con el paso de los años, el carisma salesiano se ha difundido mucho más allá de los límites de Piamonte, alcanzando los cinco continentes. Al mismo tiempo, la necesidad de encontrarse para un diálogo y un discernimiento común se ha vuelto cada vez más apremiante, haciendo indispensable una ocasión de encuentro que hoy conocemos como Jornadas de Espiritualidad Salesiana.

Las Jornadas, celebradas típicamente en el mes de enero en proximidad de la fiesta litúrgica de San Juan Bosco (31 de enero), representan la síntesis de un año entero de trabajo, oración y reflexión en torno al tema propuesto por el Rector Mayor de los Salesianos con la llamada Strenna. La Strenna es un mensaje anual que, partiendo de una frase o de un concepto clave, pretende orientar la vida y la misión salesiana en el mundo. Durante estas jornadas, los participantes profundizan juntos el sentido de dicho mensaje, confrontándose con otras realidades salesianas, compartiendo testimonios y dejándose inspirar por momentos de oración y celebración.

Estructura y momentos destacados
Las Jornadas de Espiritualidad Salesiana suelen llevarse a cabo en un lugar particularmente significativo para la Congregación, como el Colle Don Bosco o Valdocco en Turín, donde San Juan Bosco dio los primeros pasos de su apostolado juvenil. En otros casos, para favorecer la participación de los fieles y de los miembros de la Familia Salesiana residentes en varias partes del mundo, pueden organizarse eventos paralelos o conexiones en directo por streaming. Esto permite a cualquier interesado, incluso a distancia, seguir los principales momentos de oración, escuchar las meditaciones e interactuar con los ponentes.

Durante estos días, la agenda está marcada por una serie de citas que abarcan desde la reflexión teológica y pastoral hasta momentos de convivencia y fiesta. Entre los momentos destacados se encuentran:

1. Conferencias y relaciones temáticas: figuras autorizadas del mundo salesiano, teólogos, educadores y responsables de las obras presentan profundizaciones sobre el tema anual. Estas relaciones ofrecen un amplio panorama de los desafíos educativos y pastorales contemporáneos, ayudando a situar el carisma salesiano en el contexto actual.

2. Trabajos en grupo y talleres: para pasar del plano teórico al práctico, los participantes se involucran en grupos de trabajo o laboratorios, donde tienen la oportunidad de confrontar las experiencias vividas en sus propias realidades e imaginar nuevas vías de evangelización y acompañamiento juvenil.

3. Celebraciones y momentos de oración: las Jornadas de Espiritualidad Salesiana no son solo estudio y profundización, sino también y sobre todo una ocasión de encuentro con Dios. Las liturgias y las oraciones comunitarias, que marcan toda la duración del evento, constituyen una fuente de alimento espiritual que sostiene y refuerza el sentido de pertenencia a la gran Familia Salesiana.

4. Testimonios y comparticiones de experiencias: escuchar los relatos de misioneros, educadores y jóvenes provenientes de diferentes contextos socio-culturales es un elemento fundamental. Estos testimonios concretos dan un rostro a los valores salesianos y demuestran la vitalidad de un carisma que, a más de un siglo de la muerte de Don Bosco, sigue inspirando a generaciones de creyentes.

5. Encuentro con el Rector Mayor: un momento particularmente esperado y significativo es el encuentro con el Rector Mayor, figura que representa al sucesor de Don Bosco. En su intervención, él exhorta a toda la Familia Salesiana a continuar con empeño la obra educativa y pastoral, recordando la importancia de unir la vida espiritual con la acción concreta a favor de los jóvenes, especialmente los más necesitados.

Los protagonistas: la Familia Salesiana en camino
Las Jornadas de Espiritualidad Salesiana no involucran solo a los religiosos salesianos (SDB) y a las Hijas de María Auxiliadora (FMA), sino que reúnen a todos los grupos que componen la variada Familia Salesiana: los Cooperadores Salesianos, los Exalumnos y Exalumnas de Don Bosco, los Voluntarios de Don Bosco, las Voluntarias de Don Bosco, las Asociaciones de Devotos de María Auxiliadora y muchos otros. Esta pluralidad de expresiones y de pertenencia revela la riqueza de un carisma que ha sabido declinarse en formas y sensibilidades diferentes, pero siempre convergentes en el amor por los jóvenes y por la Iglesia.

Hacia una renovación continua del carisma
Uno de los mensajes más importantes que emergen de las Jornadas de Espiritualidad Salesiana es la necesidad de una renovación continua y creativa del carisma de Don Bosco. El mundo cambia a un ritmo vertiginoso, con desafíos inéditos que afectan la esfera tecnológica, social y educativa. Para permanecer fieles al fundador y al Evangelio, la Familia Salesiana está llamada a estar siempre en salida, a no conformarse con fórmulas “ya probadas”, sino a experimentar formas de apostolado que sepan hablar a los jóvenes de hoy.

La fidelidad a Don Bosco no significa repetir mecánicamente lo que se ha hecho en el pasado, sino profundizar su espíritu y su método preventivo, para encontrar nuevos lenguajes y experiencias educativas adecuadas al presente. Este es el sentido profundo de las Jornadas de Espiritualidad Salesiana: un tiempo de escucha, confrontación y compartición que abre al futuro, manteniendo firme la mirada en esa inspiración originaria que ha hecho de la Congregación Salesiana un punto de referencia para millones de jóvenes en todo el mundo.

Las Jornadas de Espiritualidad Salesiana, celebradas cada año en el mes de enero, no son solo una cita fija del calendario salesiano, sino un verdadero “laboratorio espiritual” donde se respira la riqueza de un carisma en continua evolución. En una época en la que las relaciones humanas son a menudo fragmentadas y la búsqueda de sentido es cada vez más apremiante, el mensaje salesiano conserva intacta su actualidad: poner al joven en el centro, amarlo, valorarlo, acompañarlo en el camino hacia la madurez humana y cristiana. Y es precisamente en esta perspectiva que las Jornadas de Espiritualidad Salesiana se revelan un don precioso para la Familia Salesiana y para toda la Iglesia, un signo de que la pasión educativa de Don Bosco vive aún hoy, fecunda y llena de esperanza, capaz de generar frutos de bien en cada rincón del planeta.

Para saber más, haz clic AQUÍ.




Aguinaldo 2025. Anclados en la esperanza, peregrinos con los jóvenes

INTRODUCCIÓN. ANCLADOS EN LA ESPERANZA, PEREGRINOS CON LOS JÓVENES
1. ENCUENTRO CON CRISTO NUESTRA ESPERANZA PARA RENOVAR EL SUEÑO DE DON BOSCO
1.1 El Jubileo
1.2. El aniversario de la primera expedición misionera salesiana
2. El JUBILEO: CRISTO NUESTRA ESPERANZA
2.1. Peregrinos, anclados en la esperanza cristiana
2.2. Esperanza como camino hacia Cristo, camino hacia la vida eterna
2.3 Características de la esperanza
2.3.1 La esperanza, tensión continua, pronta, visionaria y profética
2.3.2 La esperanza es apuesta de futuro
2.3.3 La esperanza no es un asunto privado
3. LA ESPERANZA FUNDAMENTO DE LA MISIÓN
3.1. La esperanza es una invitación a la responsabilidad
3.2 La esperanza exige coraje a la comunidad cristiana en la evangelización
3.3. «Da mihi animas»: el «espíritu» de la misión
3.3.1 Las actitudes del enviado
3.3.2 Reconocer, repensar y relanzar.
4. UNA ESPERANZA JUBILAR Y MISIONERA QUE SE TRADUCE EN VIDA CONCRETA Y COTIDIANA
4.1 La esperanza fuerza en la vida cotidiana que exige testimonio
4.2 La esperanza es el arte de la paciencia
5. EL ORIGEN DE NUESTRA ESPERANZA: EN DIOS CON DON BOSCO
5.1 Dios es el origen de nuestra esperanza
5.1.1. Breve referencia al sueño
5.1.2. Don Bosco «gigante» de la esperanza
5.1.3. Características de la esperanza en Don Bosco
5.1.4. Los «frutos» de la esperanza en Don Bosco
5.2. La fidelidad de Dios: hasta el final
6. CON… MARÍA, ESPERANZA Y PRESENCIA MATERNA

INTRODUCCIÓN. ANCLADOS EN LA ESPERANZA, PEREGRINOS CON LOS JÓVENES

Queridas hermanas y hermanos pertenecientes a los diferentes grupos de la Familia Salesiana de Don Bosco, ¡reciban un cordial saludo al comienzo de este nuevo año 2025!

No sin emoción me dirijo a todos y cada uno en este tiempo de gracia marcado por dos acontecimientos importantes para la vida de la Iglesia y para nuestra Familia: el Jubileo del año 2025, que comenzó solemnemente el pasado 24 de diciembre con la apertura de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro en el Vaticano, y el 150 aniversario de la primera expedición misionera querida por nuestro padre Don Bosco, que partió el 11 de noviembre de 1875 hacia Argentina y otros países del continente americano.

Se trata de dos acontecimientos importantes que encuentran en la esperanza su punto de encuentro. De hecho, el papa Francisco ha indicado exactamente esta virtud como perspectiva al convocar el Jubileo; de la misma manera la experiencia misionera es un presagio de esperanza para todos: para los que se han ido (y se van) y para los que se han sido alcanzados por los misioneros.

El año que nos ha sido dado está, pues, lleno de ideas para nuestro crecimiento concreto y cotidiano, para que nuestra humanidad sea fecunda en la atención a los demás… Esto sólo sucederá en los corazones que ponen a Dios en el centro, hasta el punto de poder decir: «Antes que a mí te pongo a ti».

En este comentario mío intentaré resaltar estos elementos, para profundizar, en clave carismática, lo que la Iglesia está invitada a vivir a lo largo de este año, y subrayar lo que para nosotros, Familia de Don Bosco, debe guiarnos hacia nuevos horizontes.

1. ENCUENTRO CON CRISTO NUESTRA ESPERANZA PARA RENOVAR EL SUEÑO DE DON BOSCO

El título del Aguinaldo implica el entrelazamiento de dos acontecimientos: el jubileo ordinario del año 2025 y el 150° aniversario de la primera expedición misionera enviada por Don Bosco a Argentina.

La concomitancia, que me atrevo a definir como «providencial», de los dos acontecimientos hace del 2025 un año decididamente extraordinario para todos nosotros y para los Salesianos de Don Bosco todavía más. De hecho, en los meses de febrero, marzo y abril se celebrará el 29º Capítulo General que conducirá, entre otras cosas, a la elección del nuevo Rector Mayor y del nuevo Consejo General.

Acontecimientos globales y particulares, por tanto, que nos involucran de diferentes maneras y que queremos vivir con profundidad e intensidad. Porque es precisamente gracias a estos acontecimientos que podemos experimentar la alegría del encuentro con Cristo y la importancia de permanecer anclados en la esperanza.

1.1 El Jubileo

«¡Spes non confundit! ¡La esperanza no defrauda!»[1].

Así nos presenta el papa Francisco el Jubileo. ¡Qué maravilla! ¡Qué indicación tan «profética»!

El Jubileo es una peregrinación para volver a poner a Jesucristo en el centro de nuestra vida y de la vida del mundo. Porque él es nuestra esperanza. ¡Él es la Esperanza de la Iglesia y del mundo entero!

Todos somos conscientes de que hoy el mundo necesita esa esperanza que nos conecta con Jesucristo y con nuestros demás hermanos y hermanas. Necesitamos esa esperanza que nos hace peregrinos, que nos pone en movimiento y que nos hace caminar.

Hablamos de esperanza como redescubrimiento de la presencia de Dios: escribe el papa Francisco: «¡Que la esperanza les colme corazón!»[2], no sólo calienta el corazón, sino que lo llena, ¡lo llena hasta desbordar!

1.2. El aniversario de la primera expedición misionera salesiana

Y los corazones, de los participantes en la primera expedición misionera salesiana a Argentina hace 150 años, estaban llenos de esta esperanza desbordante.

¡Don Bosco desde Valdocco lanza su corazón más allá de todas las fronteras, enviando a sus hijos al otro lado del mundo! Los envía más allá de toda seguridad humana, los envía a continuar lo que él había comenzado. Se pone en camino con los demás, esperando e infundiendo esperanza. Simplemente los envía y los primeros hermanos (jóvenes) salen y van. ¿Dónde? ¡Ni siquiera lo saben! Pero confían en la esperanza, obedecen. Porque es la presencia de Dios la que nos guía.

En aquella obediencia plena de entusiasmo también nuestra esperanza actual encuentra nueva energía y nos empuja a salir como peregrinos.

Por eso hay que celebrar este aniversario: porque nos ayuda a reconocer un don (no una conquista personal, sino un don gratuito del Señor), nos permite recordar y, desde la memoria, sacar fuerzas para afrontar y construir el futuro.

Vivamos, pues, hoy, para hacer posible este futuro y hagámoslo de la única manera que consideramos grande: compartiendo con los jóvenes y con todas las personas de nuestros ambientes (empezando por los más pobres y olvidados) el viaje para ir al encuentro con Cristo, nuestra única Esperanza.

2. El JUBILEO: CRISTO NUESTRA ESPERANZA

Jubileo es caminar juntos, anclados en Cristo nuestra esperanza. Pero ¿qué significa realmente?

Retomo los elementos de la Bula que convocación del Jubileo 2025 que ponen de relieve algunas características de la esperanza.

2.1. Peregrinos, anclados en la esperanza cristiana

Estamos convencidos de que nada ni nadie podrá separarnos de Cristo[3]. Porque es a Él a quien queremos y debemos permanecer aferrados, anclados. No podemos caminar sin nuestra ancla.

El ancla de la esperanza es, por tanto, Cristo mismo, que lleva en la cruz, en presencia del Padre, los sufrimientos y las heridas de la humanidad.

El ancla, de hecho, tiene forma de cruz, por lo que también se representaba en las catacumbas para simbolizar la pertenencia de los fieles difuntos a Cristo Salvador.

Esta ancla ya está firmemente unida al puerto de la salvación. Nuestra tarea consiste en atar a ella nuestra vida, la cuerda que une nuestra nave al ancla de Cristo.

Navegamos sobre las agitadas olas del mar y necesitamos anclarnos a algo sólido. Pero la tarea ya no es la de echar el ancla y fijarla al fondo del mar. La tarea es atar nuestro barco a la cuerda que, por así decirlo, cuelga del Cielo, donde está firmemente fijada el ancla de Cristo. Al unirnos a esta cuerda, nos unimos al ancla de la salvación y hacemos cierta nuestra esperanza.

La esperanza es cierta cuando la barca de nuestra vida se ata a esa cuerda que nos une al ancla que está fijada en Cristo crucificado que está a la diestra del Padre, es decir, en la comunión eterna del Padre, en el amor del Espíritu Santo[4].

Todo está bien expresado en la oración litúrgica de la solemnidad de la Ascensión del Señor:

«Dios todopoderoso, concédenos exultar santamente de gozo y alegrarnos con religiosa acción de gracias, porque la ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria, y adonde ya se ha adelantado gloriosamente nuestra Cabeza, esperamos llegar también los miembros de su cuerpo»[5].

El escritor y político checo Václav Havel define la esperanza como un estado de ánimo, una dimensión del alma. No depende de una observación previa del mundo, no se trata de una predicción.

Byung-Chul Han añade: «La esperanza es una orientación del corazón que trasciende el mundo inmediato de la experiencia, es un anclaje en algún lugar más allá del horizonte.

Las raíces de la esperanza se encuentran en lo trascendente: por eso no es lo mismo tener Esperanza que estar satisfecho porque las cosas van bien.

Podríamos pensar que esperar es simplemente querer sonreírle a la vida para que ella a su vez te sonría, pero no, hay que profundizar más, hay que caminar esa cuerda que nos lleve hacia el ancla.

La esperanza es la capacidad de cada uno de nosotros de trabajar por algo porque es correcto hacerlo, no porque ese algo tenga un éxito garantizado. Podría ser un fracaso, podría salir mal: no esperamos que vaya bien, no somos optimistas. Trabajamos para que esto suceda. Por eso la esperanza no es lo mismo que el optimismo. La esperanza no es la creencia de que algo saldrá bien sino la certeza de que algo tiene sentido independientemente de su resultado.

Hacer algo porque tiene sentido: en eso consiste la esperanza, que presupone los valores y presupone la fe.

Esto es lo que le da a ella la fuerza para vivir y a nosotros la fuerza para probar algo una y otra vez, incluso en la desesperación»[6].

¿Pero cómo caminar permaneciendo anclado? El ancla te lastra, te frena, te fija. ¿A dónde lleva este camino? Lleva a la eternidad.

2.2. Esperanza como camino hacia Cristo, camino hacia la vida eterna

La promesa de la vida eterna, tal como se nos da a cada uno de nosotros, no pasa por alto el camino de la vida, no es un salto hacia arriba, no propone subirse a un cohete que despega del suelo y vuela hacia el espacio dejando abajo la calle, el polvo del camino, ni deja que el barco vaya a la deriva en medio del mar sin nosotros.

Esta promesa es precisamente un ancla que queda fijada en la eternidad, pero a la que permanecemos unidos por una cuerda que viene a estabilizar la nave que surca el mar. Y es precisamente el hecho de que esté fija en el Cielo lo que permite que la nave no permanezca quieta en medio del mar, sino que avance entre las olas.

Si el ancla de Cristo fijase al hombre en el fondo del mar, todos permaneceríamos quietos donde estamos, quizás tranquilos, sin problemas, pero quietos, sin viajar, sin avanzar. En cambio, precisamente el anclaje de la vida al Cielo significa que la promesa que inspira nuestra esperanza no detiene el camino, no da la seguridad de un refugio en el que encerrarse y detenernos, sino que nos da certeza para caminar y continuar el camino. La promesa de una meta cierta, ya alcanzada por Cristo para nosotros, hace que cada paso en el camino de la vida sea firme y decisivo.

Es importante entender el Jubileo como peregrinación, como una invitación a ponernos en movimiento, a salir de nosotros mismos para ir hacia Cristo.

Jubileo, pues, ha sido, siempre, sinónimo de camino. Si realmente deseas a Dios tienes que moverte, tienes que caminar. Porque el deseo de Dios, la nostalgia de Dios, te mueve a encontrarlo y, al mismo tiempo, te lleva a redescubrirte a ti mismo y a los demás.

«Nacemos para no morir nunca»[7].

Bellísimo y significativo es el título de la biografía de la sierva de Dios Chiara Corbella Petrillo. Sí, porque nuestra venida al mundo está orientada a la vida eterna. La vida eterna es una promesa que derriba la puerta de la muerte, abriéndonos al «cara a cara con Dios», para siempre. ¡La muerte es una puerta que se cierra y al mismo tiempo un portón que se abre de par en par al encuentro definitivo con Dios!

Sabemos cuán vivo estaba en Don Bosco el deseo del Cielo, propuesto y compartido gozosamente con los jóvenes del Oratorio.

2.3 Características de la esperanza

2.3.1 La esperanza, tensión continua, pronta, visionaria y profética

Gabriel Marcel[8], el llamado filósofo de la esperanza, nos enseña que la esperanza se encuentra en el tejido de una experiencia continua, esperar significa dar crédito a una realidad como portadora del futuro.

Eric Fromm[9] escribe que la esperanza no es una espera pasiva, sino una tensión continua y constante. Es como un tigre, agachándose y saltando sólo cuando es el momento preciso.

Tener esperanza significa estar alerta en todo momento, por todo lo que aún no ha sucedido. Las vírgenes que esperaban al novio con las lámparas encendidas esperaban, Don Bosco esperaba ante las dificultades y se arrodillaba para orar.

La esperanza está lista en el momento en que todo está a punto de nacer.

Está vigilante, atenta, en escucha, capaz de liderar la creación de algo nuevo, de dar vida al futuro en la tierra.

Por eso es «visionaria y profética». Focaliza nuestra atención en lo que aún no es, es la que ayuda a dar a luz algo nuevo.

2.3.2 La esperanza es apuesta de futuro

Sin esperanza no hay revolución, no hay futuro, sólo hay un presente hecho de optimismo estéril.

A menudo se piensa que quienes tienen esperanza son optimistas, mientras que los pesimistas son esencialmente su opuesto. No es así. Es importante no confundir esperanza con el optimismo. La esperanza es mucho más profunda, porque no depende de estados de ánimo, sensaciones o sentimentalismos. La esencia del optimismo es la positividad innata. El optimista vive convencido de que, de alguna manera, las cosas mejorarán. Para un optimista el tiempo está cerrado, no contempla el futuro: todo irá bien y ya está.

Paradójicamente, el tiempo también está cerrado para el pesimista: se encuentra atrapado en el presente como en una prisión, niega todo sin aventurarse a otros mundos posibles. El pesimista es tan testarudo como el optimista, ambos están ciegos ante las posibilidades, porque lo posible les es ajeno, les falta la pasión por lo posible.

A diferencia de ambos, la esperanza apuesta por lo que puede ir más allá de lo que podría ser.

Y, todavía, el optimista (como el pesimista) no actúa, porque toda acción implica un riesgo y como no quiere correr ese riesgo, se queda parado, no quiere experimentar el fracaso.

La esperanza, en cambio, se mueve para buscar, intenta encontrar una dirección, se dirige hacia lo que no conoce, toma rumbo hacia cosas nuevas. Esto es el peregrinar de un cristiano.

2.3.3 La esperanza no es un asunto privado

Todos llevamos esperanzas en nuestros corazones. No es posible no tener esperanza, pero también es cierto que podemos engañarnos, considerando perspectivas e ideales que nunca se realizarán, que no son más que quimeras y señuelos.

Gran parte de nuestra cultura, especialmente la occidental, está llena de falsas esperanzas que engañan y destruyen o pueden arruinar irremediablemente la existencia de individuos y sociedades enteras.

Según el pensamiento positivo, basta con sustituir los pensamientos negativos por otros positivos para vivir más felices. A través de este sencillo mecanismo los aspectos negativos de la vida se omiten por completo y el mundo aparece como un mercado de Amazon que nos proporcionará todo lo que queramos gracias a nuestra actitud positiva.

Concluyendo, si nuestro deseo de pensar en positivo fuera suficiente para ser felices, entonces cada uno sería el único responsable de su propia felicidad.

Paradójicamente, el culto a la positividad aísla a las personas, las vuelve egoístas y destruye la empatía, porque las personas están cada vez más ocupadas sólo con ellas mismas y no les interesa el sufrimiento de los demás.

La esperanza, a diferencia del pensamiento positivo, no evita la negatividad de la vida, no aísla sino que une y reconcilia, porque el protagonista de la Esperanza no soy yo, centrado en mi ego, atrincherado exclusivamente en mí mismo, el secreto de la Esperanza somos nosotros.

Por eso, hermanas de la Esperanza son el Amor, la Fe y la Trascendencia.

3. LA ESPERANZA FUNDAMENTO DE LA MISIÓN

3.1. La esperanza es una invitación a la responsabilidad

La esperanza es un don y, como tal, debe transmitirse a todas las personas que encontramos en nuestro camino.

San Pedro lo dice claramente: «Estad siempre dispuestos a dar respuesta a cualquiera que os pida razón de vuestra esperanza»[10]. Nos invita a no tener miedo, a actuar en la vida cotidiana, a dar razón –¡qué espíritu salesiano en esta palabra «razón»! – de esperanza. Esta es una responsabilidad del cristiano. Si somos mujeres y hombres de esperanza, ¡se nota!

«Dar respuesta de la esperanza que hay en nosotros», se convierte en anuncio de la «buena nueva» de Jesús y de su Evangelio.

Pero ¿por qué es necesario responder a quien nos pide cuentas de la esperanza que hay en nosotros? ¿Y por qué sentimos la necesidad de reencontrar la esperanza?

En la Bula que anuncia el Jubileo Spes non confundit, el papa Francisco recuerda que «todos, en realidad, necesitamos recuperar la alegría de vivir, porque el ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, no puede conformarse con sobrevivir o subsistir mediocremente, amoldándose al momento presente y dejándose satisfacer solamente por realidades materiales. Eso nos encierra en el individualismo y corroe la esperanza, generando una tristeza que se anida en el corazón, volviéndonos desagradables e intolerantes»[11].

Una observación que llama la atención, porque describe toda la tristeza que se puede sentir en nuestras sociedades y nuestras comunidades. Es una tristeza disfrazada de falsa alegría, que nos anuncian, prometen y aseguran constantemente los medios de comunicación, la publicidad, la propaganda de los políticos, muchos falsos profetas del bienestar. Estar satisfechos con el bienestar nos impide abrirnos a un bien mucho mayor, mucho más verdadero, mucho más eterno: lo que Jesús y los apóstoles llaman «la salvación del alma, la salvación de la vida»; un bien por el que Jesús nos invita a no temer perder la vida, los bienes materiales, las falsas seguridades que muchas veces se derrumban en un instante.

Sobre estas |cuestiones», más o menos expresadas (incluso por los jóvenes), tenemos la tarea de «dar razón». ¿Qué quiero para los jóvenes y para todas las personas que encuentro en mi camino? ¿Qué me gustaría pedirle a Dios por ellos? ¿Cómo me gustaría que cambiaran sus vidas?

Sólo hay una respuesta: la vida eterna. No sólo la vida eterna como estado sublime al que podemos llegar después de la muerte, sino la vida eterna posible aquí y ahora, vida eterna como la define Jesús: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo»[12], es decir, una vida definida, iluminada por la comunión con Cristo y, a través de Él, con el Padre.

Y tenemos la tarea de acompañar a las generaciones más jóvenes en este camino hacia la vida eterna, en la acción educativa que nos distingue. Una acción que para nosotros Familia Salesiana es una misión. ¿Y qué impulsa esta misión nuestra? Siempre Cristo, nuestra esperanza.

La misión educativa, de hecho, tiene en el centro la esperanza.

En última instancia, la esperanza de Dios nunca es esperanza sólo para sí misma. Es siempre esperanza para los demás: no nos aísla, nos hace solidarios y nos estimula a educarnos unos a otros en la verdad y en el amor.

3.2 La esperanza exige coraje a la comunidad cristiana en la evangelización

El coraje y la esperanza son una combinación interesante. De hecho, si es cierto que es imposible no tener esperanza, también lo es que para tener esperanza es necesario tener coraje. El coraje surge de tener la misma mirada de Cristo, capaz de esperar contra toda esperanza[13], de ver una solución incluso donde aparentemente no hay salida. ¡Y qué «salesiana» es esta actitud!

Todo esto requiere el coraje de ser uno mismo, de reconocer la propia identidad en el don de Dios e invertir las energías en una responsabilidad precisa. Conscientes de que lo que nos ha sido confiado no es nuestro y que tenemos la tarea de transmitirlo a las próximas generaciones. Este es el corazón de Dios, esta es la vida de la Iglesia.

Una actitud que encontramos en la primera expedición misionera.

Creo que es muy útil la referencia al artículo 34 de las Constituciones de los Salesianos de Don Bosco: destaca lo que está en el corazón de nuestro movimiento carismático y apostólico. Sugiero que cada uno de los grupos de nuestra compleja y hermosa Familia retome los mismos elementos que aquí ofrezco, releyendo sus respectivas Constituciones y Estatutos.

El artículo tiene por título Evangelización y catequesis y dice lo siguiente:

«“Esta Sociedad comenzó siendo una simple catequesis”. También para nosotros la evan­gelización y la catequesis son la dimensión fundamental de nuestra misión.

Como Don Bosco, estamos llamados, todos y en todas las ocasiones, a ser educadores de la fe. Nuestra ciencia más eminente es, por tanto, conocer a Jesucristo, y nuestra alegría más ínti­ma, revelar a todos las riquezas insondables de su misterio.

Caminamos con los jóvenes para llevarlos a la persona del Señor resucitado, de modo que, descubriendo en Él y en su Evangelio el sentido supremo de su propia existencia, crezcan como hombres nuevos.

La Virgen María es una presencia materna en este camino. La hacemos conocer y amar como a la Mujer que creyó y que auxilia e infunde esperanza».

Este artículo representa el corazón palpitante que perfila bien, también para este Aguinaldo, cuáles son las energías y oportunidades como cumplimiento y actualización del «sueño global» que Dios inspiró en Don Bosco.

Si vivir el Jubileo significa, ante todo, hacer que Jesús esté y vuelva a estar en primer lugar, el espíritu misionero es consecuencia de esta primacía reconocida, que fortalece nuestra esperanza y se traduce en esa caridad educativa y pastoral que hace anunciar a todos los persona de Jesucristo. Éste es el corazón de la evangelización y caracteriza la auténtica misión.

Es significativo recordar el comienzo de la primera encíclica de Benedicto XVI, Deus caritas est:

«No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva»[14].

Por tanto, el encuentro con Cristo es prioritario y fundamental, no la «simple» difusión de una doctrina, sino una profunda experiencia personal de Dios que nos empuja a comunicarlo, a hacerlo conocer y experimentar, convirtiéndonos en verdaderos «mistagogos» en la vida de los jóvenes.

3.3. «Da mihi animas»: el «espíritu» de la misión

Don Bosco tenía siempre ante sus ojos una frase que los jóvenes podían leer al pasar por su habitación, expresión que llamó especialmente la atención de Domingo Savio: «Da mihi animas cetera peaje».

Hay un equilibrio fundamental que une, en este lema, las dos prioridades que guiaron la vida de Don Bosco –y que significativamente llamamos «gracia de la unidad»–, que nos permiten salvaguardar siempre la interioridad y la acción apostólica.

Si faltara el amor de Dios en el corazón, ¿cómo podría haber verdadera caridad pastoral? Y al mismo tiempo, si el apóstol no descubriera el rostro de Dios en su prójimo, ¿cómo podría decirse que ama a Dios?

El secreto de Don Bosco es el de haber experimentado personalmente el único «movimiento de caridad hacia Dios y hacia los hermanos»[15] que caracteriza el espíritu salesiano.

3.3.1 Las actitudes del enviado

Hay dos sueños-clave en la vida de Don Bosco, en los que se evidencian las actitudes del apóstol, del enviado:

  • el «sueño de nueve años» en el que Jesús y María piden al pequeño Juan que se haga humilde, fuerte y robusto con la obediencia y la ciencia, recomendándole siempre la bondad para ganarse el corazón de los jóvenes y teniendo siempre a María como maestra y guía;
  • el «sueño de la pérgola de rosas», que indica la «pasión» de la vida salesiana que exige tener los «buenos zapatos» de la mortificación y la caridad.

3.3.2 Reconocer, repensar y relanzar.

Celebrar el 150 aniversario de la primera expedición misionera de Don Bosco representa un gran don para

  • Reconocer y agradecer a Dios.

El reconocimiento deja clara la paternidad de cada hermosa realización. Sin reconocimiento no hay capacidad de acoger. Cada vez que no reconocemos un don en nuestra vida personal e institucional, corremos grave riesgo de anularlo y «apropiarnos de él».

  • Repensar, porque «nada dura para siempre».

La fidelidad implica la capacidad de cambiar en la obediencia, hacia una visión que viene de Dios y de la lectura de los «signos de los tiempos». Nada es para siempre: desde el punto de vista personal e institucional, la verdadera fidelidad es la capacidad de cambiar, reconociendo en qué el Señor llama a cada uno de nosotros.

Repensar, entonces, se convierte en un acto generativo, en el que fe y vida se unen; un momento para preguntarnos: ¿qué quieres decirnos Señor con esta persona, con esta situación a la luz de los signos de los tiempos que, para ser leídos, exigen que tengamos el corazón mismo de Dios?

  • Relanzar, recomenzar cada día.

El reconocimiento nos lleva a mirar hacia adelante y acoger los nuevos desafíos, relanzando la misión con esperanza. Misión es llevar la esperanza de Cristo con la conciencia lúcida y clara, ligada a la fe, que nos haga reconocer que lo que veo y vivo «no es cosa mía».

4. UNA ESPERANZA JUBILAR Y MISIONERA QUE SE TRADUCE EN VIDA CONCRETA Y COTIDIANA

4.1 La esperanza fuerza en la vida cotidiana que exige testimonio

Santo Tomás de Aquino escribe: «Spes introducit ad caritatem»[16], la esperanza prepara y predispone a la caridad nuestra vida, nuestra humanidad. Una caridad que es también justicia, acción social.

La esperanza necesita testimonio. Estamos en el corazón de la misión, porque la misión no se trata de hacer cosas, ante todo, sino que es el testimonio de alguien que ha vivido una experiencia y la cuenta. El testigo es portador de una memoria, suscita preguntas en quienes lo encuentran, suscita asombro.

El testimonio de la esperanza requiere una comunidad, es obra de un sujeto colectivo y es contagioso, como lo es nuestra humanidad, porque el testimonio es vínculo con el Señor.

La esperanza en el testimonio de la misión debe construirse de generación en generación, entre adultos y jóvenes: este es el camino del futuro. En nuestra cultura, el consumismo se come el futuro, la ideología del consumo lo apaga todo en el «aquí y ahora», en el «todo y enseguida». Sin embargo, el futuro no puedes consumirlo, no puedes apropiarte de lo que es otro de ti, no puedes apropiarte del otro[17].

En la construcción del futuro, la esperanza es la capacidad de prometer y de mantener las promesas… algo espléndido y raro en nuestro mundo. Prometer es esperar, poner en movimiento, por eso –como hemos dicho– la esperanza es camino, es la energía misma del camino.

4.2 La esperanza es el arte de la paciencia

Cada vida, cada don, cada cosa necesita tiempo para crecer. Así que incluso los dones de Dios necesitan tiempo para madurar. Por eso, en nuestra época en la que, todo e inmediatamente, en nuestro «consumir» el tiempo y la vida, se nos pide que demos aliento y fuerza a la virtud de la paciencia: porque la esperanza se realiza en la paciencia[18]. De hecho, la esperanza y la paciencia están íntimamente relacionadas.

La esperanza implica la capacidad de esperar, de aguardar el crecimiento, ¡casi como si dijera que «una virtud lleva a otra»!

Para que la esperanza se haga realidad, para que se manifieste en sentido pleno, se necesita paciencia. Nada se manifiesta de forma milagrosa, porque todo está sometido a la ley del tiempo. La paciencia es el arte del labrador que siembra y sabe esperar a que el grano sembrado crezca y dé fruto.

La esperanza comienza en nosotros como espera, y se ejerce como espera vivida conscientemente en nuestra humanidad. La espera es una dimensión muy importante de la experiencia humana. El hombre sabe esperar, el hombre está siempre en una dimensión de espera, porque es la criatura que vive en el tiempo de manera consciente.

La espera humana es la verdadera medida del tiempo, una medida que no es numérica ni cronológica. Nos hemos acostumbrado a calcular la espera, a decir que hemos esperado una hora, que el tren llega cinco minutos tarde, que Internet nos hizo esperar catorce interminables segundos antes de responder a nuestro clic, pero cuando lo medimos así, distorsionamos la espera, la convertimos en una cosa, un fenómeno desligado de nosotros mismos y de lo que esperamos. Es como si la espera fuera algo en sí, en sí misma, sin relación. En cambio, la espera –estamos en el punto crucial– es una relación, es una dimensión del misterio de la relación.

Sólo quien tiene esperanza tiene paciencia. Sólo quien tiene esperanza es capaz de «soportar», de «sostener desde abajo» las diferentes situaciones que presenta la existencia. El que soporta aguanta, espera y logra soportarlo todo, porque su esfuerzo tiene el sentido de la espera, tiene la tensión de la espera, la energía amorosa de la espera.

Sabemos que el llamado a la paciencia y a la espera implican, a veces, la experiencia de la fatiga, del trabajo, del dolor y de la muerte[19]. Pues bien, fatiga, dolor y muerte desenmascaran la ilusión de poseer el tiempo, el sentido del tiempo, el valor del tiempo, el sentido y el valor de nuestra vida. Son experiencias negativas, pero también positivas, porque el cansancio, el dolor y la muerte pueden ser oportunidades para reencontrar el verdadero sentido del tiempo de la vida.

Y, una vez más, «dar razón de nuestra esperanza», convirtiéndose en anuncio de la «buena nueva» de Jesús y de su Evangelio.

5. EL ORIGEN DE NUESTRA ESPERANZA: EN DIOS CON DON BOSCO

Don Egidio Viganò ofreció a la Congregación y a la Familia Salesiana una interesante reflexión sobre el tema de la esperanza, inspirándose en nuestra rica tradición y destacando algunas características específicas del espíritu salesiano leído a la luz de esta virtud teologal. Lo hizo de manera particular, comentando el sueño de los diez diamantes de Don Bosco[20] para las participantes en el Capítulo General de las Hijas de María Auxiliadora.

Dada la profundidad de los contenidos propuestos, me parece útil recordar la contribución del VII Sucesor de Don Bosco para recordar lo que, siempre en la perspectiva de la esperanza, todos estamos llamados a vivir.

5.1 Dios es el origen de nuestra esperanza

5.1.1. Breve referencia al sueño

La narración de este extraordinario sueño que Don Bosco tuvo en San Benigno Canavese la noche del 10 al 11 de septiembre de 1881 es conocida por todos. Recordemos brevemente su estructura[21].

El sueño se desarrolla en tres escenas. En la primera el personaje encarna la fisonomía del salesiano. En la parte anterior de su manto brillan cinco diamantes, tres en el pecho – «Fe», «Esperanza» y «Caridad»- y dos en los hombros – «Trabajo» y «Templanza»-. En el lado posterior lucen otros cinco diamantes, en. Que se lee, respectivamente: «Obediencia», «Voto de Pobreza», «Premio», «Voto de Castidad» y «Ayuno»

Don Felipe Rinaldi define a este personaje de los diez diamantes: «El modelo del verdadero salesiano».

En la segunda escena el personaje muestra la adulteración del modelo: su manto «había perdido el color, estaba apolillado y roto. Donde antes estaban los diamantes, había ahora un deterioro profundo producido por la polilla y otros diminutos insectos».

Esta escena tan triste y deprimente muestra «el reverso del verdadero salesiano», el antisalesiano.

En la tercera escena aparece un «jovencito encantador con una túnica blanca bordada en oro y plata (. .. ) , con un aspecto majestuoso, pero dulce y amable». Es portador de un mensaje y exhorta a los salesianos a «escuchar», a «comprender», a mantenerse «fuertes y animosos», a «dar testimonio con las palabras y con la vida», a «ser cautos en la aceptación» y en la formación de las nuevas generaciones, y a hacer crecer sana su Congregación.

Las tres escenas del sueño son animadas y sugerentes. Nos presentan una síntesis ágil, personificada y dramatizada de la espiritualidad salesiana. El contenido del sueño implica sin duda, en la mente de Don Bosco, un importante cuadro de referencia para nuestra identidad vocacional.

Pues bien, el personaje del sueño – como se sabe– lleva sobre su frente el diamante de la esperanza, lo que indica la certeza de la ayuda de lo alto en una vida completamente creativa, comprometida en la planificación diaria de actividades prácticas para la salvación, sobre todo, de juventud. Junto a los demás símbolos vinculados a las virtudes teologales, emerge la fisonomía de una persona sabia y optimista por la fe que lo anima, dinámica y creativa por la esperanza que lo mueve, siempre orante y humanamente bueno por la caridad que lo impregna.

Correspondiente al diamante de la esperanza, en el reverso de la figura encontramos el diamante del «premio». Si la esperanza manifiesta visiblemente el dinamismo y la actividad del salesiano en la construcci6n del Reino, la constancia en sus esfuerzos y el entusiasmo de su dedicación se basan en la certeza de la ayuda de Dios, que le ¡lega por la mediaci6n e intercesi6n de los dos resucitados: Cristo y María, el diamante del «premio» destaca más bien una actitud constante de la conciencia que impregna y anima todo el esfuerzo ascético según la conocida máxima de Don Bosco: «¡Un pedazo de paraíso lo arregla todo!»[22] .

5.1.2. Don Bosco «gigante» de la esperanza

El salesiano –decía Don Bosco– «está dispuesto a soportar el calor y el frío, la sed y el hambre, el cansancio y el desprecio, siempre que se trate de la gloria de Dios y de la salvación de las almas»[23]; el apoyo interior de esta exigente capacidad ascética es el pensamiento del cielo como reflejo de la buena conciencia con la que trabaja y vive. «En todo cargo, trabajo, pena o disgusto, no olvidemos jamás que […] Dios lleva minuciosa cuenta aun de las cosas más pequeñas hechas por su santo nombre, y es de fe que en su día las recompensará con generosidad. Al fin de nuestra vida, cuando nos presentemos ante su divino tribunal, mirándonos con rostro lleno de amor nos dirá: “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor. Como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante. Pasa al banquete de tu Señor”»[24]. «No olvides en los trabajos y sufrimientos que tenemos preparado en el cielo un gran premio»[25]. Y cuando nuestro Padre dice que el salesiano víctima del exceso de trabajo representa una victoria para toda la Congregación, parece insinuar también una dimensión de comunión fraterna en el premio. ¡Casi un sentido comunitario del Paraíso!

El pensamiento y la conciencia continua del Paraíso es una de las ideas soberanas y uno de los valores de fervor de la típica espiritualidad y también de la pedagogía de Don Bosco. Es como un iluminar y profundizar el instinto fundamental del alma, que tiende vitalmente a su propio fin último.

En un mundo sujeto a la secularización y a la pérdida progresiva del sentido de Dios –sobre todo debido al bienestar y a cierto progreso– es importante resistir la tentación –para nosotros y para los jóvenes con los que caminamos– que nos impide elevar nuestra mirada hacia el paraíso y no nos hace sentir la necesidad de sostener y alimentar un compromiso de ascesis vivido en el trabajo cotidiano. En su lugar, va creciendo una mirada temporal, según un horizontalismo más o menos elegante, que cree saber descubrir el ideal de todo dentro mismo del devenir humano y en la vida presente. ¡Todo lo contrario de la esperanza!

Don Bosco ha sido uno de los grandes de la esperanza. Hay muchos elementos que lo demuestran. Su espíritu salesiano está enteramente impregnado de las certezas y la laboriosidad características de este dinamismo audaz del Espíritu Santo.

Hago una breve pausa para recordar cómo Don Bosco supo traducir en su vida la energía de la esperanza en dos frentes: el compromiso de santificación personal y la misión de salvación para los demás; o mejor dicho –y aquí reside una característica central de su espíritu– la santificación personal a través de la salvación de los demás. Recordemos la famosa fórmula de las tres «S»: «Salve, salvando sálvate»[26]. Parece un juego mnemotécnico dicho simplemente, como un eslogan pedagógico, pero es profundo e indica cómo las dos vertientes de la santificación personal y la salvación de los demás están estrechamente vinculados entre sí.

En el binomio «trabajo» y «templanza» percibimos que la esperanza fue vivida por Don Bosco como proyección práctica y cotidiana de una incansable diligencia de santificación y de salvación. Su fe le lleva a preferir, en la contemplación del misterio de Dios, su inefable plan de salvación. Ve a Cristo como el Salvador del hombre y el Señor de la historia; en su Madre, María, Auxiliadora de los cristianos; en la Iglesia, el gran Sacramento de la salvación; en la propia maduración cristiana y en la juventud necesitada, el vasto campo del «todavía-no». Por eso su corazón estalla en el grito: «Da mihi animas», ¡Señor, concédeme salvar a la juventud y quítame el resto! El seguimiento de Cristo y la misión juvenil se funden, en su espíritu, en un único dinamismo teologal que constituye la estructura portante de todo.

Sabemos bien que la dimensión de la esperanza cristiana combina la perspectiva del «ya» y del «todavía no»: algo presente y algo en construcción que, sin embargo, desde hoy comienza a manifestarse, aunque «todavía no» en plenitud.

5.1.3. Características de la esperanza en Don Bosco

La certeza del «ya»

Cuando preguntamos a la teología cuál es el objeto formal de la esperanza, responde que es la convicción íntima de la presencia de Dios que ayuda, que socorre y asiste; la certeza interior sobre el poder del Espíritu Santo; la amistad con Cristo victorioso que nos hace decir con san Pablo: «Todo lo puedo en aquel que me conforta» (Flp 4,13).

El primer elemento constitutivo de la esperanza es, por tanto, la certeza del «ya». La esperanza estimula la fe a ejercitarse en la consideración de la presencia salvadora de Dios en las vicisitudes humanas, de la potencia del

Espíritu en la Iglesia y en el mundo, de la realeza de Cristo sobre la historia, de los valores bautismales que iniciaron la vida de la resurrección en nosotros.

El primer elemento constitutivo de la esperanza es, por tanto, un ejercicio de fe en la esencia de Dios como Padre misericordioso y salvador, en lo que Jesucristo ya ha hecho por nosotros, en Pentecostés como inicio de la era del Espíritu Santo, en lo que ya está dentro de nosotros por el Bautismo, por los sacramentos, por la vida en la Iglesia, por la llamada personal de nuestra vocación.

Necesitamos reflexionar que la fe y la esperanza se intercambian en nosotros, sus dinamismos se estimulan y complementan mutuamente y nos hacen vivir en el clima creativo y trascendente del poder del Espíritu Santo.

La clara conciencia del «todavía no»

El segundo elemento constitutivo de la esperanza es la conciencia del «todavía no». No parece muy difícil de tenerla; sin embargo, la esperanza exige una conciencia clara no tanto de lo que es malo e injusto, sino de lo que falta a la estatura de Cristo en el tiempo y, por tanto, de lo que es injusto y pecado y también de lo que es inmaduro, parcial o raquítico en la construcción del Reino.

Esto supone, como marco de referencia, un conocimiento claro del plan divino de salvación, en el que se injerta la capacidad crítica y de discernimiento del que espera. Así, la crítica al hombre de esperanza no es simplemente psicológica o sociológica, sino trascendente, según la órbita teológica de la «nueva criatura»; también aprovecha los aportes de las ciencias humanas y las supera con creces.

Con la conciencia del «todavía no», quien espera percibe lo que está mal, lo que aún no está maduro, lo que es semilla del Reino de Dios y se compromete a hacer crecer el bien y a combatir el pecado con la perspectiva histórica de Cristo. La capacidad de discernir el «todavía no» se mide siempre por la certeza del «ya». Por eso, y diría especialmente en tiempos difíciles, quien tiene esperanza empuja y estimula su fe a descubrir los signos de la presencia de Dios y las mediaciones que nos guían en la órbita trazada por Él. Esta es una cualidad muy importante hoy en día: saber identificar las semillas para ayudarlas a eclosionar y crecer.

¿Cómo puedes tener esperanza si no tienes esta capacidad de discernimiento? No basta con poder percibir todo el peso del mal, también hay que ser sensibles a la primavera «que brilla por todas partes». Así que, en estos tiempos, que decimos difíciles (y realmente lo son, comparándolos con los que vivíamos antes de cierta tranquilidad), la esperanza nos ayuda a percibir que también hay mucho bien en el mundo y que algo está creciendo.

La laboriosidad salvífica

Un tercer elemento constitutivo de la esperanza es su exigencia operativa acompañada del compromiso concreto de santificación apostólica, de inventiva y de sacrificio. Necesitamos colaborar con el «ya» que está creciendo, es urgente avanzar para luchar contra el mal en nosotros mismos y en los demás, especialmente en la juventud necesitada.

El discernimiento del «ya» y del «todavía no» debe traducirse en la práctica de la vida, abriéndose a intenciones, proyectos, revisión, inventiva, paciencia y constancia. No todo saldrá «como esperábamos»: habrá fracasos, contratiempos, caídas, incomprensiones. La esperanza cristiana participa connaturalmente también en las tinieblas de la fe.

5.1.4. Los «frutos» de la esperanza en Don Bosco

De los tres elementos constitutivos de la esperanza que acabo de indicar se derivan algunos frutos particularmente significativos para el espíritu salesiano de Don Bosco.

La alegría

Del primer elemento constitutivo –la certeza del «ya»– deriva, como fruto más característico, la alegría. Toda esperanza verdadera explota en alegría.

El espíritu salesiano adquiere como afinidad propia la alegría de la esperanza. Incluso la biología sugiere algunos ejemplos. La juventud, que es esperanza humana (y por tanto sugiere una cierta analogía con el misterio de la esperanza cristiana), está ávida de alegría. Y vemos a Don Bosco traducir la esperanza en un clima de alegría para los jóvenes por salvarse. Domingo Savio, que creció en su escuela, dijo: «Hacemos consentir la santidad en estar siempre alegres». No se trata de una hilaridad superficial, propia del mundo, sino de un gozo interior, de un sustrato de victoria cristiana, de una sintonía vital con la esperanza, que explota en alegría. Una alegría que, en última instancia, brota de las profundidades de la fe y de la esperanza.

Hay poco que hacer. Si estamos tristes es porque somos superficiales. Entiendo que hay una tristeza cristiana: Jesucristo la vivió. En Getsemaní su alma se entristeció hasta la muerte, sudó sangre. Se trata, sin duda, de otro tipo de tristeza.

Sin embargo, la aflicción o melancolía por la que una religiosa tiene la impresión de no ser comprendida por nadie, de que los demás no la toman en consideración, de que tienen envidia o incomprensión de sus cualidades, etc. es una tristeza que no se debe alimentar. Esto debe contrastarse con la profundidad de la esperanza: Dios está conmigo y me quiere; ¿Qué importa que otros no me tengan en cuenta?

La alegría, en el espíritu salesiano, es clima cotidiano; deriva de una fe que espera y de una esperanza que cree, es decir, ¡de ese dinamismo del Espíritu Santo que en nosotros proclama la victoria que vence al mundo!… La alegría es indispensable para testimoniar con autenticidad lo que creemos y esperamos.

El espíritu salesiano es, ante todo y sobre todo, esto y no una reducción a justas observancias y mortificaciones. La esperanza nos llevará también a hacer muchas mortificaciones, ¡pero como entrenamiento de vuelo y no como mofas carcelarias! Por consiguiente: ¡de la esperanza tanta alegría!

El mundo busca superar su limitación y su desorientación con una vida llena de sensaciones excitantes. Cultivar la promoción y la satisfacción de los sentidos, la película picante, el erotismo, la droga, etc. Es una forma de escapar de una situación transitoria que parece no tener sentido, de buscar algo que se deslice hacia una «caricatura de trascendencia».

La paciencia

Otro «fruto» de la esperanza, que procede de la conciencia del «todavía no», es la paciencia. Toda esperanza conlleva una indispensable dotación de paciencia. La paciencia es una actitud cristiana, intrínsecamente ligada a la esperanza en su no breve «todavía no», con sus problemas, sus dificultades y sus oscuridades. Creer en la resurrección y trabajar por la victoria de la fe, siendo mortales e inmersos en lo transitorio, requiere una estructura interna de esperanza que conduce a la paciencia.

La expresión más sublime de la paciencia cristiana la experimentó Jesús, especialmente durante su pasión y muerte. Es una paciencia fecunda, precisamente por la esperanza que la anima. Aquí, en la paciencia, más que iniciativa y acción, se trata de aceptación consciente y de pasividad virtuosa que perdura con vistas a la realización del plan de Dios.

El espíritu salesiano de Don Bosco nos recuerda a menudo la paciencia. En la introducción a las Constituciones, Don Bosco recuerda, aludiendo a san Pablo, que los dolores que debemos soportar en esta vida no tienen comparación con la recompensa que nos espera: «Solía decir:

“¡Animo, pues! Que la esperanza nos sostenga cuando pudiera faltarnos la paciencia»[27]. «Sí; lo que sostiene la paciencia debe ser la esperanza del premio»[28].

También Madre Mazzarello insistía sobre este punto. Uno de sus primeros biógrafos, Fernando Maccono, afirma que la esperanza siempre la consoló sosteniéndola en sus sufrimientos, en sus enfermedades, en sus dudas, y la animó en la hora de la muerte: «Su esperanza era muy viva y activa. «Me parece –atestigua una Hermana– que esta virtud la animaba en todo y que procuraba infundirla en las demás. Nos exhortaba a llevar bien las pequeñas cruces diarias y a hacer todo con gran pureza de intención»[29].

La esperanza es la madre de la paciencia y la paciencia es la defensa y escudo de la esperanza.

La sensibilidad educativa

Del tercer elemento constitutivo de la esperanza –la «laboriosidad salvadora»– procede otro fruto: la sensibilidad pedagógica. Es una iniciativa de compromiso adecuado, tanto en el contexto de la propia santificación (seguimiento de Cristo) como en el contexto de la salvación de los demás (misión). Implica un compromiso práctico, medido y constante, traducido por Don Bosco en una metodología concreta que implica estas atenciones:

  • la cautela (o santa «astucia»): cuando se trata de tener iniciativas, de resolver problemas, Don Bosco lo da todo sin pretensiones de perfeccionismo, pero con humilde practicidad; repitió muchas veces esta frase: «Lo óptimo es enemigo de lo bueno»[30].
  • La audacia. El mal está organizado, los hijos de las tinieblas actúan con inteligencia. El Evangelio nos dice que los hijos de la luz deben ser más astutos y valientes. Por tanto, para trabajar en el mundo debemos armarnos de una genuina prudencia, es decir, de ese «auriga virtutum» [guía de las demás virtudes] que nos hace ágiles, oportunos y penetrantes en la aplicación de la verdadera intrepidez para hacer el bien.
  • La magnanimidad. No debemos limitar nuestra mirada dentro de las paredes de la casa. Hemos sido llamados por el Señor a salvar el mundo, tenemos una misión histórica más importante que la de los astronautas o los hombres de ciencia… Estamos comprometidos con la liberación integral del hombre. Nuestra alma debe abrirse a visiones muy amplias. Don Bosco quería que estuviéramos «a la vanguardia del progreso» (y cuando decía esta frase se refería a medios de comunicación social).

Conocemos la magnanimidad de Don Bosco al lanzar a los jóvenes a responsabilidades apostólicas; pensemos, por ejemplo, en los primeros misioneros que partieron hacia América. ¡Tanto los Salesianos como las Hijas de María Auxiliadora eran poco más que muchachos y muchachas!

Don Bosco se movía dentro de vastos horizontes. Ni Valdocco ni Mornese le bastaban; no podía permanecer sólo dentro de los límites de Turín, Piamonte, Italia o Europa. Su corazón latía con el de la Iglesia universal, porque se sentía casi investido con la responsabilidad de salvar a todos los jóvenes necesitados del mundo. Quería que los salesianos sintieran como propios todos los problemas juveniles más grandes y urgentes de la Iglesia para estar disponibles en todas partes. Y, si bien cultivó la magnanimidad de sus proyectos e iniciativas, fue concreto y práctico en su realización, con un sentido de la gradualidad y con la modestia de los comienzos.

Aquí la magnanimidad debe brillar siempre en el rostro del salesiano, como una nota de simpatía: no debe ser una cabecita sin visiones, sino tener grandeza de alma porque tiene un corazón habitado por la esperanza.

Péguy, con su agudeza un poco violenta, escribió: «Una capitulación es en esencia una operación en la que se empieza a explicar en lugar de poner en práctica. Los cobardes siempre han sido gente de muchas explicaciones». En el rostro salesiano debe brillar siempre, como nota de simpatía, también la mística de la decisión y el ardor humilde de la practicidad. Don Bosco era decidido en sus compromisos a hacer el bien, aunque no pudiera empezar por lo mejor; ¡decía que sus obras se iniciaban, quizás, en el desorden para tender luego hacia el orden!

La esperanza pone en el rostro del salesiano, junto a la profundidad de la contemplación, la alegría de la filiación divina, el entusiasmo de la gratitud y del optimismo (que provienen de la «fe»), también el coraje de la iniciativa, el espíritu de sacrificio, la paciencia, la sabiduría de la gradualidad pedagógica, la utopía de la magnanimidad, la modestia de la practicidad, la prudencia de la astucia y la sonrisa de la alegría.

5.2. La fidelidad de Dios: hasta el final

Hasta aquí hemos echado un vistazo a lo que Don Bosco y nuestros santos y beatos expresaron claramente en sus vidas. Son elementos que nos empujan a cada uno de nosotros personalmente, y como Familia Salesiana, a sacar a relucir o –por retomar las palabras de don Egidio Viganò– hacer brillar esa esperanza de la que estamos llamados a «dar razón», especialmente a los jóvenes y, entre estos, a los más pobres.

Ha llegado el momento de «echar un vistazo» un poco más allá de lo que es «inmediatamente visible» y tratar de conocer lo que espera nuestra vida y nos da el valor de esperar diligentemente mientras colaboramos a la venida del «día del Señor».

Por eso, retomando siempre el análisis franco e intenso del VII Sucesor de Don Bosco, centramos nuestra atención en la perspectiva del «premio».

El diamante «premio» se coloca junto con otros cuatro en la parte posterior del manto del personaje del sueño. Es casi un secreto, una fuerza que trabaja desde dentro, que nos da el empujón y nos ayuda a apoyar y defender los grandes valores que se ven en la parte de delante. Es interesante observar que el diamante del «premio» se sitúa debajo del de la «pobreza», porque ciertamente tiene una relación con las «privaciones» vinculadas a aquella.

En sus rayos leemos las siguientes palabras: «Si te deleita la grandeza del premio, que no te espante la multitud del trabajo». «El que conmigo padece, conmigo gozará». «Momentáneo es lo que padecemos en la tierra y eterno lo que deleitará a mis amigos en el cielo».

El verdadero salesiano tiene en su imaginación, en su corazón, en sus anhelos y en sus horizontes de vida, la visión del premio, como plenitud de los valores proclamados por el Evangelio. Por esta razón «siempre está alegre. Difunde esa alegría y sabe educar en el gozo de la vida cristiana y en el sentido de la fiesta»[31].

En la casa de Don Bosco y en nuestras casas salesianas se hablaba mucho del Paraíso. Era una idea permanente y omnipresente resumida en algunos dichos célebres: «Pan, trabajo y paraíso»[32]; «Un trocito de Paraíso lo arregla todo»[33]. Son frases recurrentes en Valdocco y Mornese.

Seguramente muchas Hijas de María Auxiliadora recordarán la descripción que hizo Madre Enriqueta Sorbone del espíritu de Mornese: «¡Aquí estamos en el paraíso, en casa hay un ambiente de paraíso!»[34]. Y ciertamente no fue por las privaciones o por la falta de problemas. Fue como la traducción espontánea, saltada del corazón, del cartel que Don Bosco había puesto: «Servite Domino in laetitia»[35].

También Domingo Savio había percibido el mismo clima de vida cálido y trascendente: «Aquí hacemos consistir la santidad en estar muy alegres»[36].

En las biografías de Domingo Savio, Francisco Besucco y Miguel Magone, Don Bosco, incluso describiendo su agonía, quiere subrayar esta alegría inefable, combinada con un verdadero anhelo del Paraíso. Mucho más que el horror de la muerte, sus muchachos sienten la atracción de la Pascua.

El pensamiento de la recompensa es uno de los frutos de la presencia del Espíritu Santo, es decir, de la intensidad de la fe, la esperanza y la caridad, las tres juntas, aunque esté más estrechamente ligada a la esperanza. Esta infunde en el corazón un gozo y una alegría que vienen de Arriba y encuentran una hermosa armonía con las mismas tendencias innatas del corazón humano que vemos cuando vivimos entre muchachos y chicas: la juventud intuye con mayor frescura que el hombre nace para la felicidad.

Pero ni siquiera hace falta ir a buscarlo entre los jóvenes. Tomemos un espejo y mirémonos: sólo necesitamos escuchar los latidos de nuestro corazón. Hemos nacido para alcanzar la felicidad, la esperamos incluso sin confesarlo.

La idea del Paraíso, siempre presente en la casa de Don Bosco, no es una utopía para ingenuos engaños, no es la zanahoria que engaña al caballo para que camine más rápido, es el ansia sustancial de nuestro ser; y es, sobre todo, la realidad del amor de Dios, de la resurrección de Jesucristo obrando en la historia; es la presencia viva del Espíritu Santo la que realmente empuja, de hecho, hacia el premio.

Don Bosco no desprecia ninguna alegría de los jóvenes. Al contrario, la despierta, la aumenta, la desarrolla. La famosa «alegría» en la que consiste la santidad no es sólo una alegría íntima, escondida en el corazón como fruto de la gracia. Ésta es su raíz. Se expresa también exteriormente, en la vida, en el patio y en el sentido de la fiesta.

¡Cómo preparaba las solemnidades religiosas, los onomásticos, las jornadas festivas del Oratorio! Incluso se preocupaba de organizar la celebración de su propia onomástica, no para él mismo, sino para crear en el ambiente una atmósfera de gozosa gratitud.

Pensemos en los valientes paseos otoñales: dos o tres meses para prepararlos, 15 o 20 días para vivirlos; luego los prolongados recuerdos y comentarios: una alegría muy repartida en el tiempo. ¡Qué imaginación y qué coraje! De Turín a Becchi, a Génova, a Mornese, a numerosas ciudades del Piamonte, con decenas y decenas de muchachos… la caminata, el juego, la música, el canto, el teatro: son elementos sustanciales del Sistema Preventivo que, también como método pedagógico, presupone una espiritualidad adecuada y explosiva, fruto de una fe, de una esperanza y de una caridad convencidas, valores del cielo aquí en la tierra.

El Paraíso siempre se asomaba al firmamento de Valdocco, de día y de noche, con o sin nubes. Ser testigo hoy de los valores del premio es una profecía urgente para el mundo y especialmente para la juventud. ¿Qué ha aportado la civilización técnico-industrial a la sociedad de consumo? Una enorme posibilidad de consuelo y placer, con la consiguiente y pesada tristeza.

Entre otras cosas leemos en las Constituciones de los Salesianos de Don Bosco –pero vale para todo cristiano– que, «el salesiano [es] un signo de la fuerza de la resurrección» y que «en la sencillez y laboriosidad de cada día» es «un educador que anuncia a los jóvenes «un cielo nuevo y una tierra nueva», avivando en ellos los compromisos y el gozo de la esperanza»[37].

En Mornese y en Valdocco no había ni comodidades ni dictaduras y todo respiraba espontaneidad y alegría. El progreso técnico ha facilitado hoy muchas cosas, pero la verdadera alegría del hombre no ha aumentado. En cambio, han aumentado la angustia y las náuseas, ha empeorado la falta de sentido de la existencia, algo que lamentablemente seguimos constatando –especialmente en las sociedades opulentas– con la trágica estadística de los suicidios de adolescentes y jóvenes.

Hoy, además de la pobreza material que aflige todavía a una gran parte de la humanidad, se hace urgente encontrar un modo de hacer que los jóvenes perciban el sentido de la vida, los ideales más elevados, la originalidad de Jesucristo.

Se busca la felicidad, tendencia humana fundamental, pero ya no se conoce el camino correcto y entonces va creciendo una inmensa desilusión.

Los jóvenes, también por la falta de adultos significativos, se sienten incapaces de afrontar el sufrimiento, el deber y el compromiso constante. El problema de la fidelidad a los ideales y a la propia vocación se ha vuelto crucial. La juventud se siente incapaz de asumir sufrimientos y sacrificios. Vive en una atmósfera en la que triunfa el divorcio entre amor y sacrificio, de tal manera que la búsqueda y consecución por sí sola del bienestar acaba por asfixiar la capacidad de amar y, por tanto, de soñar con el futuro.

Con razón, como decíamos, el diamante del premio se sitúa debajo del de la pobreza, como para indicarnos que ambos se complementan y apoyan mutuamente. De hecho, la pobreza evangélica implica una visión concreta y trascendente de toda la realidad con una perspectiva realista también de las renuncias, los sufrimientos, los contratiempos, las privaciones y las penas.

¿Cuál es la energía interior que hace afrontar todo con confianza y con cara alegre, sin desanimarse? Es, en definitiva, la sensación de la presencia del cielo en la tierra. Este sentido procede de la fe, de la esperanza y de la caridad, que nos hacen releer toda la existencia con la perspectiva del Espíritu Santo.

El mundo necesita urgentemente profetas que proclamen con sus vidas la gran verdad del Paraíso. ¡No es una evasión alienante, sino una realidad intensa y estimulante!

Por eso, en el espíritu de Don Bosco hay una preocupación constante por cultivar la familiaridad con el Paraíso, casi como si constituyera el firmamento de la mente, el horizonte del corazón salesiano: trabajamos y luchamos seguros de un premio, mirando a la Patria, a la casa de Dios, a la Tierra Prometida.

Es importante señalar que la perspectiva del premio no consiste simplemente en la consecución de una «recompensa», de una especie de consuelo por una vida vivida en medio de tantos sacrificios, de resistencias… ¡Nada de esto! Si fuera simplemente una «recompensa», parecería un chantaje. Pero Dios no actúa de esa manera. En su amor no puede dejar de ofrecerse al hombre. Esto –como afirma Jesús– es la vida eterna: el conocimiento del Padre. Donde «conocer» significa «amar», hacerse partícipe pleno de Dios, en continuidad con la existencia terrena vivida «en gracia», es decir, en el amor a Dios y a los hermanos y hermanas.

En este camino estamos invitados a dirigir nuestra mirada a María, que se hace presente como ayuda diaria, como Madre precursora y auxiliadora. Don Bosco está seguro de su presencia entre nosotros y quiere signos que nos lo recuerden.

Para ella construyó una Basílica, centro de animación y difusión de la vocación salesiana. Él quería su imagen en nuestros ambientes de vida; vinculó cada iniciativa apostólica a su intercesión y comentó con emoción su eficacia real y maternal. Recordemos, por ejemplo, lo que dijo a las Hijas de María Auxiliadora en la casa de Niza Monferrato: «¡La Virgen está realmente aquí, en medio de vosotras! La Virgen se pasea por esta casa y la cubre con su manto»[38].

Además de Ella, también buscamos otros amigos en la casa de Dios. Nuestros santos y beatos, empezando por los rostros que nos resultan más familiares y que forman parte del llamado «jardín salesiano».

No tomamos estas decisiones para dividir la gran casa de Dios en pequeños apartamentos privados, sino para sentirnos más cómodos en ella y poder hablar de Dios, del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo, de Cristo y de María, de la creación y de la historia, no con la inquietud de quien ha escuchado la elevada lección de un pensador denso, difícil y hasta hermético, sino con ese sentido de familiaridad y gozosa sencillez con el que se conversa con quienes fueron nuestros familiares, nuestros hermanos y nuestras hermanas, nuestros colegas y nuestros compañeros de trabajo. A algunos de ellos no los hemos conocido en vida, pero los sentimos cercanos y nos inspiran una confianza especial. Conversando con san José, con Don Bosco, con Madre Mazzarello, con Don Rua, con Domingo Savio, con Laura Vicuña, con Don Rinaldi, con Mons. Versiglia y don Caravario, con sor Teresa Valsè, con sor Eusebia Palomino, etc., es verdaderamente un diálogo «de casa», de familia.

Esto es lo que nos sugiere el diamante del premio: sentirnos en casa con Dios, con Cristo, con María, con los santos; sentir su presencia en la propia casa, en un clima de familia que da sentido de Paraíso al entorno de la vida diaria.

6. CON… MARÍA, ESPERANZA Y PRESENCIA MATERNA

Al final de este comentario no podemos dejar de volver nuestro corazón y nuestra mirada a la Virgen María, como nos enseñó Don Bosco.

La esperanza requiere confianza, capacidad de entregarse y abandonarse.

En todo esto tenemos una guía y una maestra en María Santísima.

Ella nos testimonia que esperar es abandonarse y entregarse, y esto es válido tanto para la existencia como para la vida eterna.

En este camino, la Virgen nos lleva de la mano, enseñándonos cómo confiar en Dios, cómo entregarnos libremente al amor transmitido por su Hijo Jesús.

La indicación y el «mapa de navegación» que nos presenta es siempre el mismo: «Haced lo que él os diga»[39]. Una invitación que asumimos en nuestra vida cada día.

En María vemos la realización del premio.

María encarna en sí misma la atracción y la concreción del Premio: Ella,

«terminado el decurso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial y fue ensalzada por el Señor como Reina universal con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores y vencedor del pecado y de la muerte»[40].

Podemos leer en sus labios algunas hermosas expresiones provenientes de san Pablo. Puesto que están inspiradas por el Espíritu Santo, Esposo de María, ciertamente son compartidos por Ella.

Aquí están:

Cristo Jesús, murió, más todavía, resucitó y está a la derecha de Dios y además intercede por nosotros ¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?; Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor»[41].

Queridos hermanas y hermanos, queridísimos jóvenes:

María Auxiliadora, Don Bosco y todos nuestros santos y beatos están cerca de nosotros en este año extraordinario. Que nos acompañen a vivir con profundidad las instancias del Jubileo, ayudándonos a poner en el centro de nuestra vida la persona de Jesucristo, «el Salvador anunciado en el Evangelio, que hoy vive en la Iglesia y en el mundo»[42].

Que nos impulsen, siguiendo el ejemplo de los primeros misioneros enviados por Don Bosco, a hacer siempre y en todas partes de nuestra vida un don gratuito para los demás, especialmente para los jóvenes y entre ellos los más pobres.

Finalmente, un deseo: que este año nos ayude a crecer en la oración por la paz, por una humanidad pacificada. Invocamos el don de la paz –el shalom bíblico– que contiene todos los demás y solo encuentra cumplimiento en la esperanza.

Un abrazo fraternal

Don Stefano Martoglio S.D.B.

Vicario del Rector Mayor. Roma, 31 dicembre 2024


[1] Francisco, Spes non confundit. Bula de convocación del Jubileo Ordinario del Año 2025, Ciudad del Vaticano 9 de de mayo de 2024.

[2] Ibidem.

[3] Cf. Rom 8,39.

[4] Cf. Rom 5,3-5

[5] Oración colecta de la Misa del día de la Ascensión, en Misal Romano, Libros litúrgicos, Madrid 2016, p. 363.

[6] Byung-Chul Han, El espíritu de la esperanza , Herder, Barcelona 2024, p. 18.

[7] Cristiana Paccini – Simone Troisi, Nacemos para no morir nunca. La historia de Chiara Corbella Petrillo, Ediciones Palabra, Madrid 2015.

[8] Gabriel Marcel, Philosophie der Hoffnung, List Verlag, München 1964.

[9] Erich Fromm, La revolución de la esperanza, Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México 1970.

[10] 1Pe 3,15.

[11] Francisco, Spes non confundit, 9.

[12] Jn 17,3.

[13] Cf. Rom 4,18.

[14] Benedicto XVI, Carta encíclica Deus caritas est, Ciudad del Vaticano, 25 de diciembre de 2005, 1.

[15] Const. SDB, 3.

[16] Tomás de Aquino, Summa theologiae, IIª-IIae q. 17 a. 8 co.

[17] Cf. E. Levinas, Totalidad e infinito. Ensayo sobre la exterioridad, Sígueme, Salamanca 1977.

[18] Para estas reflexiones he tomado de la rica reflexión del Abad general de la Orden de los Cistercienses M. G. Lepori, Capitoli dell’Abate Generale OCist al CFM 2024. Esperar en Cristo disponible en varios idiomas (también en español) en la web: www.ocist.org.

[19] Cf. Rom 5,3-5.

[20] E. Viganò, Un progetto evangelico di vita attiva, Elle Di Ci, Leumann (TO) 1982, 68-84.

[21] Cf. E. Viganò, Fisionomía del Salesiano, según el sueño del personaje de los diez diamantes, en ACS 300 (1981), 3-44. La narración completa del sueño se puede encontrar en ACS 300 (1981), 45-53; o también en MBe XV, 165-170.

[22] MBe VIII, 381.

[23] Const. SDB, 18.

[24] Juan Bosco, A los socios salesianos, en Constituciones y Reglamentos Generales, Editorial CCS, Madrid 2017, p. 227.

[25] MBe VI, 442.

[26] MBe VI, 409.

[27] MBe XII, 390.

[28] Ibidem.

[29] Fernando Maccono, Santa Maria D. Mazzarello. Confundadora y primera Superiora General de las Hijas de María Auxiliadora. Vol. I, Hijas de Maria Auxiliadora, Madrid 1980, p. 386.

[30] MBe X, 716.

[31] Const. SDB, 17.

[32] MBe XII, 505.

[33] MBe VIII, 381.

[34] Citado en E. Viganò, Descubrir el espíritu de Mornese, en ACS (1981), 64.

[35] Sal 99.

[36] MBe V, 258.

[37] Const. SDB, 63. Véase también, E. Viganò, «Rendere ragione della gioia e degli impegni della speranza, testimoniando le insondabili ricchezze di Cristo». Strenna 1994. Commento del Rettor Maggiore, Istituto Figlie di Maria Ausiliatrice, Roma 1993.

[38] MBe XVII, 478. Cf. G. Capetti, Il cammino dell’Istituto nel corso di un secolo. Vol. I, FMA, Roma 1972-1976, 122.

[39] Jn 2,5.

[40] LG, 59.

[41] Rom 8,34-39.

[42] Const. SDB, 196.




Comunidad de la Misión de Don Bosco, una historia de “familia” y de “profecía”

La Familia Salesiana, nacida de la intuición de Don Bosco, ha continuado a lo largo del tiempo creciendo y asumiendo formas diferentes, manteniendo las mismas raíces. Entre estas realidades se encuentra la Comunidad de la Misión de Don Bosco (CMB), una asociación privada de fieles con un carisma misionero, que desde 2010 forma parte oficialmente de la Familia Salesiana.

Los orígenes de la CMB
            Todo comenzó en 1983 en Roma, en el Instituto Gerini, durante un encuentro de jóvenes Salesianos Cooperadores. Durante la Misa de clausura, un signo claro e indeleble quedó grabado en el corazón y en la mente de algunos participantes: tu vida y tu fe deben tomar una luz misionera… en cada lugar donde estés. De esta intuición nació la Comunidad de la Misión de Don Bosco, surgida como una iniciativa del Espíritu y fundada en el Instituto Salesiano de Bolonia.
            Le pedimos al diácono Guido Pedroni, fundador y custodio general de la CMB, que contara la historia de esta realidad. La CMB, compuesta por laicos, está hoy presente en diferentes partes del mundo. Es una comunidad misionera en estilo y en elecciones, profundamente arraigada en el espíritu salesiano y en la vida de sus fundadores. Junto a Guido Pedroni, otros cuatro laicos han compartido desde el principio el ideal de la CMB: Paola Terenziani (fallecida hace algunos años y para quien se ha iniciado el proceso de beatificación), Rita Terenziani, Andrea Bongiovanni y Giacomo Borghi. A estas figuras, reunidas en la llamada “Tienda Madre”, se ha sumado recientemente Daniele Landi, ya presente en los orígenes de la Comunidad.

Una comunidad mariana y misionera
            Es relevante notar que la CMB es el único grupo de la Familia Salesiana fundado por un laico y nacido de una idea compartida: un sueño misionero y comunitario. Es profundamente mariana, ya que el gesto definitivo de pertenencia a la Comunidad, el Acto de Dedicatoria, está inspirado en la vida de María, toda dedicada a Jesús. Como cuenta Guido Pedroni, la CMB nació de “una intuición, el Acto de Dedicatoria, que para nosotros es una verdadera consagración a Dios y a la Comunidad a ejemplo de María y de Don Bosco”.

El estilo y la espiritualidad
            El estilo de la CMB se concreta en la forma de vivir la fe, en abrir nuevas presencias misioneras, en realizar proyectos, en establecer relaciones educativas y en experimentar la vida comunitaria. Es un estilo marcado por la iniciativa, que algunos incluso han definido como “temeridad”, y se basa en cuatro pilares: suscitar, involucrar, crear y creer. Suscitar motivaciones, involucrar a las personas en la acción, crear relaciones auténticas, creer en la Providencia del Espíritu que precede y custodia cada elección.
            Para la CMB, vivir en un “Estado de Misión” permanente significa testimoniar el Evangelio en cada momento del día y en cada lugar, ya sea África, América, Italia, un campo de nómadas o un aula escolar. Lo esencial es sentirse parte de la misión de la Iglesia, encarnada en el estilo de Don Bosco a favor de los jóvenes.

            Tres son los ejes de la espiritualidad de la CMB:
            – Unidad, construida en el diálogo fraterno;
            – Caridad, hacia jóvenes y pobres, vivida en la comunión;
            – Esencialidad, encarnada en la simple y familiar compartición típica del espíritu salesiano.
            Otros elementos distintivos son la concesión de un mandato específico y la conciencia del “Estado de Misión”. La identidad carismática se arraiga en la espiritualidad salesiana, enriquecida por algunos rasgos propios de la CMB, en particular una espiritualidad de búsqueda y una actitud de familiaridad, que sientan las bases de la unidad entre los miembros de la Comunidad y de la Asociación.

Misiones y difusión en el mundo
            Inicialmente, la CMB estaba comprometida en actividades misioneras a favor de Etiopía. Sin embargo, con el tiempo, el compromiso se ha trasladado del tiempo libre a la vida cotidiana, orientando las elecciones fundamentales de la existencia. El clima de profunda amistad, la vida espiritual intensa marcada por la Palabra de Dios y el trabajo concreto por los pobres y por los jóvenes han llevado a la Dedicatoria. Así se comprendió que la tensión misionera no solo concernía a Etiopía, sino a cada lugar donde hubiera necesidad.
            En 1988 se redactó la primera Regla de Vida, mientras que en 1994 la CMB se convirtió en una Asociación con una propia estructura jurídica, para continuar el compromiso misionero y las actividades de animación en el territorio bolonés.
            Todas las presencias misioneras de la CMB han surgido de una llamada y de un signo. Actualmente, la Comunidad está presente en Europa, África, América del Sur y Central. La primera expedición misionera tuvo lugar en 1998 en Madagascar; desde entonces se ha difundido en nueve países: Italia, Madagascar, Burundi, Haití, Ghana, Chile, Argentina, Ucrania y Mozambique. Las dos “aventuras” más recientes se refieren precisamente a Mozambique y Ucrania.
            En los próximos meses se abrirá una nueva presencia en Mozambique. En septiembre pasado, en la Basílica de María Auxiliadora en Turín-Valdocco, se entregó el crucifijo misionero a Angelica y, idealmente, a otros tres jóvenes de Madagascar y Burundi, ausentes por motivos burocráticos, que junto a ella formarán la primera comunidad en ese país.
            En Ucrania, en cambio, varios miembros de la CMB han ido en varias ocasiones para llevar ayuda debido a la guerra y ahora, en diálogo con los Salesianos, están tratando de entender qué nuevo desafío está indicando el Espíritu.

Una vocación de confianza y servicio
            Es evidente que la vocación de la CMB es misionera y mariana, dentro del carisma salesiano, pero también posee una identidad peculiar, forjada por la historia y los signos de la presencia del Señor que han emergido en las vicisitudes de la Comunidad. Es una historia entrelazada con la vida de Don Bosco y la de las personas que forman parte de ella. Nunca ha sido fácil permanecer fiel a las llamadas del Espíritu, ya que siempre invitan a ampliar el horizonte, a confiar incluso “en la oscuridad”.
            La misión de la CMB es testimonio y servicio, compartición y confianza en Dios. Testimonio con la propia vida, servicio como acción educativa, compartición fruto del discernimiento comunitario y asunción de responsabilidad en todos los aspectos, confianza en Dios a ejemplo de Don Bosco, aprendiendo gradualmente cómo los proyectos pueden adquirir luz y forma.

Marco Fulgaro




Perfiles de familias heridas en la historia de la santidad salesiana

1. Historias de familias heridas
            Estamos acostumbrados a imaginar la familia como una realidad armoniosa, caracterizada por la coexistencia de varias generaciones y por el papel guía de los padres que establecen la norma y de los hijos que, al aprenderla, son guiados por ellos en la experiencia de la realidad. Sin embargo, a menudo las familias se ven atravesadas por dramas e incomprensiones, o marcadas por heridas que agreden su configuración óptima y devuelven una imagen distorsionada, falsificada y engañosa.
            También la historia de la santidad salesiana está atravesada por historias de familias heridas: familias donde falta al menos una de las figuras parentales, o donde la presencia de mamá y papá se convierte, por diversas razones (físicas, psíquicas, morales y espirituales), en un obstáculo para sus hijos, hoy en camino hacia los honores de los altares. El mismo Don Bosco, que había experimentado la muerte prematura de su padre y el alejamiento de la familia por la prudente voluntad de Mamá Margarita, quiere – no es casualidad – que la obra salesiana esté particularmente dedicada a la «juventud pobre y abandonada» y no duda en alcanzar a los jóvenes que se han formado en su oratorio con una intensa pastoral vocacional (demostrando que ninguna herida del pasado es un obstáculo para una vida humana y cristiana plena). Por lo tanto, es natural que la misma santidad salesiana, que se nutre de las existencias de muchos jóvenes de Don Bosco que luego fueron consagrados a través de él a la causa del Evangelio, lleve en sí – como lógica consecuencia – la huella de familias heridas.
            De estos chicos y chicas que crecieron en contacto con las obras salesianas se quieren presentar tres, cuyas historias se “inserten” en el surco biográfico de Don Bosco. Los protagonistas son:
            – la beata Laura Vicuña, nacida en Chile en 1891, huérfana de padre y cuya madre inicia en Argentina una convivencia con el rico propietario Manuel Mora; Laura, por lo tanto, herida por la situación de irregularidad moral de su madre, está dispuesta a ofrecer su vida por ella;
            – el siervo de Dios Carlo Braga, valtellinense de 1889, abandonado de pequeño por su padre y cuya madre es alejada porque se la considera, por una mezcla de ignorancia y maledicencia, psíquicamente inestable; Carlo, por lo tanto, que enfrenta grandes humillaciones y verá su vocación salesiana puesta en dificultades en varias ocasiones por aquellos que temen en él un comprometedor resurgimiento del malestar psíquico falsamente atribuido a su madre;
            – finalmente, la sierva de Dios Anna María Lozano, que nace en 1883 en Colombia, sigue con su familia a su padre en el lazareto, donde se ve obligado a trasladarse tras la aparición de la terrible lepra, será obstaculizada en su vocación religiosa, pero podrá finalmente realizarla gracias al encuentro providencial con el salesiano Luigi Variara, beato.

2. Don Bosco y la búsqueda del padre
            Como Laura, Carlo y Anna María – marcados por la ausencia o las “heridas” de una o más figuras parentales – antes que ellos, y en cierto sentido “por ellos”, también Don Bosco experimenta la falta de un núcleo familiar fuerte.
            Las Memorias del Oratorio deben pronto detenerse en la precoz pérdida del padre: Francisco muere a los 34 años y Don Bosco – no sin recurrir a una expresión en ciertos aspectos desconcertante – reconoce que «Dios misericordioso los golpeó a todos con una grave desgracia». Así, entre los primeros recuerdos del futuro santo de los jóvenes se abre paso una experiencia desgarradora: la del cadáver del padre, de quien la madre intenta alejarlo, encontrando sin embargo su resistencia: «Yo quería absolutamente quedarme», explica Don Bosco, quien entonces añadió: «Si papá no viene, no quiero ir [me]». Margarita le responde entonces: «Pobre hijo, ven conmigo, ya no tienes padre». Ella llora y Juancito, que carece de una comprensión racional de la situación, pero intuye todo el drama con una intuición afectiva e identificativa, hace suya la tristeza de la madre: «Yo lloraba porque ella lloraba, ya que a esa edad no podía comprender cuánto gran infortunio era la pérdida del padre».
            Frente al papá muerto, Juancito demuestra considerarlo aún el centro de su vida. De hecho, dice: «no quiero ir [contigo, mamá]» y no, como esperaríamos: «no quiero venir». Su punto de referencia es el padre – punto de partida y deseable punto de retorno –, respecto al cual cada alejamiento parece desestabilizador. En el dramatismo de esos momentos, además, Juancito aún no ha comprendido qué significa la muerte del progenitor. De hecho, espera («si papá no viene…») que el padre aún pueda estar cerca de él: y sin embargo ya intuye su inmovilidad, su mutismo, su incapacidad de protegerlo y defenderlo, la imposibilidad de ser tomado de la mano por él para convertirse a su vez en un hombre. Las vicisitudes inmediatamente posteriores, además, confirman a Giovanni en la certeza de que el padre lo protege amorosamente, lo orienta y lo guía y que, cuando le falta, incluso la mejor de las madres, como lo es Margarita, puede proveer solo en parte. En su camino de chico exuberante, el futuro Don Bosco encuentra sin embargo a otros “padres”: los casi coetáneos Luis Comollo, que despierta en él la emulación de las virtudes, y san José Cafasso, que lo llama «mi querido amigo», le hace «un gesto amable para que se acerque» y, al hacerlo, lo confirma en la persuasión de que la paternidad es cercanía, confianza e interés concreto. Pero hay sobre todo don Calosso, el sacerdote que “intercepta” al rizado Juancito en ocasión de una “misión popular” y se convierte en determinante para su crecimiento humano y espiritual. Los gestos de don Calosso operan en el preadolescente Juancito una verdadera revolución. Don Calosso, ante todo, le habla. Luego le da voz. Después lo anima. Además: se interesa por la historia de la familia Bosco, demostrando saber contextualizar el “ahora” de ese chico en el “todo” de su historia. Además, le revela el mundo, de hecho, de alguna manera lo reintegra al mundo, haciéndole conocer cosas nuevas, regalándole nuevas palabras y demostrándole que tiene las capacidades para hacer mucho y bien. Finalmente, lo cuida con el gesto y con la mirada, y provee a sus necesidades más urgentes y reales: «Mientras yo hablaba, nunca me quitó la mirada de encima.
“Anímate amigo, yo pensaré en ti y en tus estudios”».
            En don Calosso, Juan Bosco hace, por lo tanto, la experiencia de que la verdadera paternidad merece una entrega total y totalizadora; conduce a la conciencia de sí mismo; abre un “mundo ordenado” donde la regla da seguridad y educa a la libertad:

«Yo me puse pronto en manos de don Calosso. Entonces conocí lo que significa tener una guía estable […], un amigo fiel del alma… Él me animó; todo el tiempo que podía lo pasaba cerca de él…. Desde esa época comencé a saborear lo que es la vida espiritual, ya que antes actuaba más bien materialmente y como una máquina que hace una cosa, sin saber la razón».
            El padre terrenal, sin embargo, también es aquel que siempre quisiera estar cerca del hijo, pero en un cierto momento ya no puede hacerlo. También don Calosso muere; incluso el mejor padre en un momento se hace a un lado, para otorgar al hijo la fuerza del desapego y de la autonomía propias de la edad adulta.
            ¿Cuál es entonces, para Don Bosco, la diferencia entre familias exitosas o fracasadas? Se podría estar tentado a decir que está toda aquí: “exitosa” es la familia caracterizada por padres que educan a los hijos a la libertad y, si los dejan, es solo por una imposibilidad sobrevenida o por su bien. “Herida” en cambio es la familia donde el progenitor ya no genera vida, sino que lleva en sí problemas de diversa índole que obstaculizan el crecimiento del hijo: un progenitor que se desinteresa por él y, ante las dificultades, incluso lo abandona, con una actitud tan diferente a la del Buen Pastor.
            Las vicisitudes biográficas de Laura, Carlo y Anna María lo confirman.

3. Laura: una hija que “genera” a su propia madre
            Nacida en Santiago de Chile el 5 de abril de 1891, y bautizada el 24 de mayo siguiente, Laura es la hija mayor de José D. Vicuña, un noble venido a menos que se había casado con Mercedes Pino, hija de modestos agricultores. Tres años después llega una hermanita, Julia Amanda, pero pronto el papá muere, tras haber sufrido una derrota política que ha minado su salud y comprometido, con el sustento económico de la familia, también el honor. Privada de cualquier «protección y perspectiva de futuro», la madre llega a Argentina, donde recurre a la tutela del terrateniente Manuel Mora: un hombre «de carácter soberbio y altivo», que «no disimula odio y desprecio por quienquiera que se oponga a sus planes». Un hombre que solo en apariencia garantiza protección, pero que en realidad está acostumbrado a tomar, si es necesario con la fuerza, lo que quiere, instrumentalizando a las personas. Mientras tanto, paga los estudios de Laura y su hermana en el colegio de las Hijas de María Auxiliadora y su madre – que sufre la influencia psicológica de Mora – convive con él sin encontrar la fuerza para romper el vínculo. Sin embargo, cuando Mora comienza a mostrar signos de deshonesto interés hacia la misma Laura, y sobre todo cuando esta última emprende el camino de preparación para la Primera Comunión, ella de repente comprende toda la gravedad de la situación. A diferencia de la madre – que justifica un mal (la convivencia) en vista de un bien (la educación de las hijas en el colegio) – Laura entiende que se trata de una argumentación moralmente ilegítima, que pone en grave peligro el alma de la madre. En este período, además, Laura quisiera convertirse ella misma en hermana de María Auxiliadora: pero su solicitud es rechazada, porque es hija de una «concubina pública». Y es en este punto que precisamente en Laura – acogida en el colegio cuando en ella dominaban aún «impulsividad, facilidad de resentimiento, irritabilidad, impaciencia y propensión a aparecer» – se manifiesta un cambio que solo la Gracia, unida al compromiso de la persona, puede operar: pide a Dios la conversión de la madre, ofreciéndose a sí misma por ella. En ese momento, Laura no puede moverse ni “hacia adelante” (ingresando entre las Hijas de María Auxiliadora) ni “hacia atrás” (regresando con la madre y Mora). Con un gesto entonces cargado de la creatividad típica de los santos, Laura emprende el único camino que aún le es accesible: el de la altura y la profundidad. En los propósitos de la Primera Comunión había anotado:
            Propongo hacer cuanto sé y puedo para […] reparar las ofensas que ustedes, Señor, reciben cada día de los hombres, especialmente de las personas de mi familia; Dios mío, dame una vida de amor, de mortificación y de sacrificio.

            Ahora finaliza el propósito en “Acto de ofrecimiento”, que incluye el sacrificio de la vida misma. El confesor, reconociendo que la inspiración es de Dios, pero ignorando las consecuencias, consiente, y confirma que Laura es «consciente de la oferta que acaba de realizar». Ella vive los últimos dos años con silencio, alegría y sonrisa y una índole rica de calor humano. Y, sin embargo, la mirada que posa sobre el mundo – como confirma un retrato fotográfico, muy diferente de la estilización hagiográfica conocida – también dice toda la sufrida conciencia y el dolor que la habitan. En una situación donde le falta tanto la “libertad de” (condicionamientos, obstáculos, fatigas), como la “libertad para” hacer tantas cosas, esta preadolescente testifica la “libertad para”: la del don total de sí misma.
            Laura no desprecia, sino que ama la vida: la suya y la de su madre. Por eso se ofrece. El 13 de abril de 1902, Domingo del Buen Pastor, se pregunta: «Si Él da la vida… ¿qué me impide a mí por la mamá?». Moribunda, añade: «¡Mamá, yo muero, yo misma se lo he pedido a Jesús… hace casi dos años que le ofrecí la vida por ti…, para obtener la gracia de tu regreso!».

            Estas son palabras libres de arrepentimiento y reproche, pero cargadas de una gran fuerza, una gran esperanza y una gran fe. Laura ha aprendido a aceptar a su madre por lo que es. De hecho, se ofrece a sí misma para darle lo que ella sola no puede conseguir. Cuando Laura muere, la madre se convierte. Laurita de los Andes, la hija, ha contribuido así a generar a la madre en la vida de fe y gracia.

4. Carlo Braga y la sombra de la madre
            También Carlo Braga, que nace dos años antes que Laura, en 1889, está marcado por la fragilidad de su madre: cuando su marido la abandona a ella y a los hijos, Matilde «casi no comía y se deterioraba a vista de ojo». Llevada entonces a Como, muere allí cuatro años más tarde de tuberculosis, aunque todos están convencidos de que la depresión se había transformado en una verdadera locura. Carlo comienza a ser «compadecido como el hijo de un inconsciente [el padre] y de una madre infeliz». Sin embargo, tres acontecimientos providenciales lo socorren.
            Del primero, ocurrido cuando era muy pequeño, redescubre más tarde el sentido: había caído en el hogar y su madre Matilde, al rescatarlo, lo había consagrado en ese instante a la Virgen. Así, el pensamiento de la madre ausente se convierte para Carlo niño en «un recuerdo doloroso y consolador a la vez»: dolor por su ausencia; pero también la certeza de que ella lo había confiado a la Madre de todas las madres, María Santísima. Escribe don Braga, años después, a un hermano salesiano conmovido por la pérdida de su propia madre:
            Ahora la madre te pertenece mucho más que cuando estaba viva. Déjame que te hable de mi experiencia personal. Mi madre me dejó cuando tenía seis años […]. Pero debo confesarte que ella me siguió paso a paso y, cuando lloraba desolado al murmullo del río Adda, mientras, pastorcillo, me sentía llamado a una vocación más alta, me parecía que la Mamá me sonreía y me secaba las lágrimas.

            Carlo luego conoce a sor Giuditta Torelli, una Hija de María Auxiliadora que «salvó al pequeño Carlo de la desintegración de su personalidad cuando a los nueve años se dio cuenta de que era tolerado y oyó a veces a la gente decir sobre él: “Pobre niño, ¿por qué está en el mundo?”». De hecho, había quienes sostenían que su padre merecía ser fusilado por la traición del abandono y, en cuanto a la madre, muchos compañeros de escuela le replican: «Tú cállate, total tu madre era una loca». Pero sor Giuditta lo ama o lo ayuda de manera especial; posa sobre él una mirada “nueva”; además, cree en su vocación y la alienta.
            Entrado entonces en el colegio salesiano de Sondrio, Carlo vive la tercera y decisiva experiencia: conoce a don Rua, de quien tiene el honor de ser el pequeño secretario por un día. Don Rua sonríe a Carlo y, repitiendo el gesto que Don Bosco había realizado en su momento con él («Miguelito, tú y yo siempre haremos todo a medias»), «mete su mano dentro de la suya y le dice: “siempre seremos amigos”»: si sor Giuditta había creído en la vocación de Carlo, don Rua ahora le permite realizarla, «haciéndolo pasar por encima de todos los obstáculos». Ciertamente, a Carlo Braga no le faltarán dificultades en cada etapa de su vida – de novicio, clérigo, incluso inspector –, concretándose en aplazamientos prudenciales y asumiendo a veces la forma de maledicencia: pero él ya habrá aprendido a enfrentarlas. Mientras tanto, se convierte en un hombre capaz de irradiar una extraordinaria alegría, humilde, activo y de delicada ironía: todas características que dicen del equilibrio de la persona y su sentido de la realidad. Bajo la acción del Espíritu Santo, don Braga desarrolla él mismo una radiante paternidad, a la que se une una gran ternura por los jóvenes a su cargo. Don Braga redescubre el amor por su propio papá, lo perdona y emprende un viaje para reconciliarse con él. Se somete a fatigas sin número para estar siempre entre sus Salesianos y chicos. Se define como aquel que ha sido «puesto en la viña para hacer de palo», es decir, en la sombra, pero para el bien de los demás. Un padre, al confiarle su hijo como aspirante salesiano, dice: «¡Con un hombre así te dejo ir incluso al Polo Norte!». Don Carlo no se escandaliza de las necesidades de los hijos, sino que los educa a manifestarlas, a aumentar el deseo: «¿Necesitas algún libro? No tengas miedo, escribe una lista más larga». Sobre todo, don Carlo ha aprendido a posarse sobre los demás con esa mirada de amor de la que él mismo se sintió alcanzado en su momento gracias a sor Giuditta y don Rua. Testifica don Giuseppe Zen, hoy cardenal, en un largo pasaje que merece ser leído en su totalidad y que comienza con las palabras de su propia madre a don Braga:
            «Mire, Padre, este chico ya no es tan bueno. Quizás no sea adecuado para ser aceptado en este instituto. No quisiera que usted fuera engañado. ¡Ah, si supiera cómo me ha hecho desesperar en este último año! No sabía realmente qué hacer. Y si también aquí me hará desesperar, dígamelo, que iré a recogerlo de inmediato». Don Braga, en lugar de responder, me miraba a los ojos; yo también lo miraba, pero con la cabeza baja. Me sentía como un imputado acusado por el Fiscal, en lugar de defendido por su abogado. Pero el juez estaba de mi lado. Con la mirada me entendió profundamente, de inmediato y mejor que todas las explicaciones de mi madre. Él mismo, escribiéndome muchos años más tarde, se aplicaba las palabras del Evangelio: «Intuitus dilexit eum (“mirándolo lo amó”)». Y desde ese día no tuve más dudas sobre mi vocación.

5. Anna María Lozano Díaz y la fecunda enfermedad del padre
            Los padres de Laura y de Carlo se habían – a diversos títulos – revelado como “lejanos” y “ausentes”. Una última figura, la de Anna María, atestigua en cambio el dinamismo opuesto: el de un padre demasiado presente, que con su presencia abre a la hija un nuevo camino de santificación. Anna nace el 24 de septiembre de 1883 en Oicatà, Colombia, en una familia numerosa, caracterizada por la ejemplar vida cristiana de los padres. Cuando Anna es muy joven, el papá – un día, al lavarse – descubre una mancha sospechosa en la pierna. Es la terrible lepra, que logra ocultar durante algún tiempo, pero finalmente se ve obligado a reconocer, aceptando primero separarse de la familia, y luego reunirse con ella en el lazareto de Agua de Dios. La esposa le había dicho heroicamente: «Tu suerte es la nuestra». Así, los sanos aceptan las condicionantes que les vienen al asumir el ritmo de los enfermos. En este momento, la enfermedad del padre condiciona la libertad de elección de Anna María, obligada a proyectar su vida en el lazareto. Ella, además – como ya había sucedido con Laura – se encuentra imposibilitada para realizar su vocación religiosa a causa de la enfermedad paterna: experimenta entonces, interiormente, esa laceración que la lepra opera en los enfermos. Sin embargo, Anna María no está sola. Como Don Bosco gracias al Calosso, Laura en el confesor y Carlo en don Rua, encuentra un amigo del alma. Es el beato don Luigi Variara, salesiano, que le asegura: «Si tienes vocación religiosa, se realizará», y la involucra en la fundación de las Hijas de los Sagrados Corazones de Jesús y María, en 1905. Es el primer Instituto en acoger en su interior a leprosos o hijos de leprosos. Cuando la Lozano muere, el 5 de marzo de 1982 a casi 99 años, Madre general durante más de medio siglo, la intuición del salesiano don Variara se ha concretado ya en una experiencia que ha confirmado y reforzado la dimensión victimaria-reparadora del carisma salesiano.

6. Los santos enseñan
            En su ineludible diferencia, las vicisitudes de Laura Vicuña (beata), Carlo Braga y Anna María Lozano (siervos de Dios) están unidas por algunos aspectos dignos de nota:
            a) Laura, Anna y Carlo, como ya Don Bosco, sufren situaciones de desasosiego y dificultad, a diversos títulos relacionadas con sus padres. No se puede olvidar a Mamá Margarita, que se ve obligada a alejar a Juancito de casa cuando la ausencia de la autoridad paterna facilita la confrontación con el hermano Antonio; ni olvidar que Laura fue acosada por el Mora y rechazada por las Hijas de María Auxiliadora como su aspirante; que Carlo Braga sufrió incomprensiones y calumnias; o que la lepra del padre parece en un momento dado arrebatar a Anna María toda esperanza de futuro.
            Una familia a diversos títulos herida causa por lo tanto un daño objetivo a quienes forman parte de ella: desconocer o intentar reducir la magnitud de este daño sería una empresa tan ilusoria como injusta. A cada sufrimiento se asocia de hecho un elemento de pérdida que los “santos”, con su realismo, interceptan y aprenden a nombrar.

            b) Juancito, Laura, Anna María y Carlo realizan en este punto un segundo paso, más arduo que el primero: en lugar de sufrir pasivamente la situación, o de gemir sobre ella, se acercan con una mayor conciencia al problema. Además de un vivo realismo, atestiguan la capacidad, típica de los santos, de reaccionar con prontitud, evitando el repliegue autorreferencial. Se dilatan en el don, e insertan este don en las condiciones concretas de vida. Al hacerlo, unen el «da mihi animas» al «caetera tolle».

            c) Los límites y las heridas, así, nunca son removidos: pero siempre reconocidos y nombrados; incluso, son “habitadas”. También la beata Alexandrina María da Costa y el siervo de Dios Nino Baglieri, el venerable Andrea Beltrami y el beato Augusto Czartoryski, “alcanzados” por el Señor en las condiciones invalidantes de su enfermedad, el beato Tito Zeman, el venerable José Vandor y el siervo de Dios Ignacio Stuchlý – parte de vicisitudes históricas más grandes que ellos y que parecen sobrepasarlos – enseñan el difícil arte de permanecer en las dificultades y permitir al Señor hacer florecer a la persona en ellas. ¡La libertad de elección asume aquí la forma altísima de una libertad de adhesión, en el «fiat!».

Nota Bibliográfica:
            Para preservar el carácter de “testimonio” y no de “relación” de este escrito, se ha evitado un aparato crítico de notas. Se señala sin embargo que las citas presentes en el texto son extraídas de las Memorias del Oratorio del Sac. Juan Bosco; de María Dosio, Laura Vicuña. Un camino de santidad juvenil salesiana, LAS, Roma 2004; de Don Carlo Braga cuenta su experiencia misionera y pedagógica (testimonio autobiográfico del siervo de Dios) y de la Vida de Don Carlo Braga, “El Don Bosco de China”, escrita por el salesiano don Mario Rassiga y hoy disponible en copiados. A estas fuentes se añaden luego los materiales de los Procesos de beatificación y canonización, accesibles para Don Bosco y Laura, aún reservados para los siervos de Dios.




“Curso de Aliento” 2024.Curso de renovación misionera salesiana

El Sector Misionero de la Congregación Salesiana, con sede en Roma, ha organizado un curso de renovación misionera llamado Breath Course, en inglés, para misioneros que ya llevan muchos años en misión y que desean una renovación y actualización espiritual.El curso, que comenzó en la colina de Don Bosco el 11 de septiembre de 2024, concluyó con éxito en Roma el 26 de octubre de 2024.

En el Curso de Aliento participaron 24 personas de 14 países: Azerbaiyán, Botsuana, Brasil, Camboya, Eritrea, Filipinas, India, Japón, Nigeria, Pakistán, Samoa, Sudán del Sur, Tanzania y Turquía. A pesar de que los participantes en el curso procedían de distintos países con diferentes antecedentes culturales y pertenecían a distintas ramas de la Familia Salesiana, rápidamente establecimos un fuerte vínculo entre nosotros y todos nos sentimos como en casa en compañía de los demás.

Una de las particularidades del Curso de Aliento fue que se trataba de un curso misionero en el que participaban por primera vez varios miembros de la Familia Salesiana: 16 Salesianos de Don Bosco (SDB), 3 Hermanas de la Caridad de Jesús (SCG), 2 Hermanas Misioneras de María Auxiliadora (MSMHC), 2 Hermanas de la Visitación de Don Bosco (VSDB) y 1 Salesiano Cooperador. Otro aspecto positivo fue la experiencia con algunos de los miembros menos conocidos y más pequeños de la Familia Salesiana.

Las siete semanas del Curso de Aliento fueron un tiempo de renovación espiritual que nos permitió profundizar en el conocimiento de Don Bosco, la historia, el carisma, el espíritu y la espiritualidad salesiana, y conocer mejor a los diferentes miembros de la Familia Salesiana. La Lectio Divina Salesiana, las peregrinaciones a los lugares ligados a la vida y al apostolado de Don Bosco en los Becchi, Castelnuovo Don Bosco, Chieri y Valdocco, los días pasados en Annecy y Mornese, la peregrinación tras las huellas de San Pablo Apóstol en Roma, la participación en la audiencia general del Papa Francisco en el Vaticano, la visita a la Basílica del Sagrado Corazón construida por Don Bosco y a la Casa Generalicia Salesiana, el intercambio de experiencias misioneras entre todos los participantes del curso, la participación en la solemne «Invocación Misionera» desde la Basílica de María Auxiliadora de Valdocco, el tiempo dedicado diariamente a la oración y reflexión personal, la celebración eucarística común, etc., nos ayudaron mucho a personalizar y profundizar en nuestros valores salesianos y en nuestra vocación misionera. También los días pasados en Roma reflexionando sobre diversos aspectos de la teología de la misión, las sesiones sobre pastoral juvenil salesiana, discernimiento personal, formación permanente, catequesis misionera, literatura emocional, voluntariado misionero, animación misionera de la Congregación, etc., nos ayudaron a personalizar y profundizar nuestra vocación misionera. La peregrinación a Asís, lugar santificado por San Francisco de Asís, con el tema «dar gracias», «repensar» y «relanzar», fue una oportunidad para dar gracias a Dios por nuestra vocación misionera y pedirle la gracia de volver a nuestras tierras de misión con mayor entusiasmo para hacerlo mejor en el futuro. Otra característica especial del Curso de Aliento fue que no tenía un carácter académico, con créditos, tesis, exámenes y evaluaciones, sino que hacía hincapié en la Palabra de Dios, el intercambio de experiencias, la reflexión, la oración y la contemplación, con un mínimo de aportaciones teóricas.

Como participantes en el Curso de Aliento, tuvimos el privilegio especial de asistir a la 155ª «Salida Misionera» de la Basílica de María Auxiliadora de Valdocco, Turín, el 29 de septiembre de 2024. Un total de 27 salesianos, prácticamente todos muy jóvenes, partieron hacia distintos países como misioneros tras recibir la cruz misionera de manos del P. Stefano Martoglio, Vicario del Rector Mayor. Aquel memorable acontecimiento nos recordó nuestra propia recepción de la cruz misionera y partida para las misiones hace muchos años. También tomamos conciencia del «envío misionero» ininterrumpido desde Valdocco desde 1875 y del compromiso perenne de la Congregación Salesiana con el carisma misionero de Don Bosco.

Un aspecto muy enriquecedor del Curso de Aliento fue el intercambio de historias vocacionales y experiencias misioneras por parte de todos los participantes. Todos se prepararon con antelación y compartieron sus historias vocacionales y experiencias misioneras de forma creativa. Mientras que algunos compartieron sus experiencias en forma de sencillos discursos, otros utilizaron fotos, vídeos y presentaciones en PowerPoint. Hubo tiempo suficiente para interactuar con cada misionero, aclarar dudas y recabar más información sobre su vocación misionera, su país y su cultura. Este compartir fue un excelente ejercicio espiritual, ya que cada uno de nosotros tuvo la oportunidad de reflexionar profundamente sobre nuestra vocación misionera y descubrir la mano de Dios actuando en nuestras vidas. Este viaje interior fue muy formativo y nos permitió fortalecer nuestra vocación misionera y comprometernos más generosamente con la Missio Dei (Misión de Dios).

Durante el Curso de Aliento, al compartir nuestras experiencias misioneras, volvimos a convencernos profundamente de que la vida de un misionero no es fácil. La mayoría de los misioneros trabajan en «periferias» de diversos tipos (geográficas, existenciales, económicas, culturales, espirituales y psicológicas), y un buen número de ellos en condiciones muy difíciles, en circunstancias desafiantes y con muchas privaciones. En muchos contextos no hay libertad religiosa para predicar abiertamente el Evangelio. En otros lugares hay gobiernos con ideologías extremistas que se oponen al cristianismo y tienen en vigor leyes anti conversión. Hay países donde uno no puede revelar su identidad sacerdotal o religiosa. También hay lugares donde ni la institución católica ni el personal religioso pueden exhibir símbolos religiosos cristianos como la cruz, la Biblia, estatuas de Cristo o de santos, o vestimentas religiosas. Hay territorios donde los misioneros no pueden reunirse para celebrar reuniones o ejercicios espirituales ni llevar una vida comunitaria. Hay naciones que no permiten que ningún misionero cristiano extranjero entre en su país y bloquean toda ayuda financiera del extranjero a instituciones cristianas. Hay tierras de misión que no tienen suficientes vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa y, en consecuencia, el misionero se ve sobrecargado con muchos trabajos y responsabilidades. También hay situaciones en las que encontrar recursos económicos para hacer frente a los gastos ordinarios de funcionamiento de instituciones como escuelas, internados, institutos técnicos, centros juveniles, dispensarios, etc., es una de las principales preocupaciones de los misioneros. Hay misiones que carecen de recursos económicos para construir infraestructuras muy necesarias o de personas cualificadas para enseñar en escuelas e institutos técnicos o para prestar servicios básicos de atención sanitaria a los pobres. Esta lista de problemas a los que se enfrentan los misioneros no es exhaustiva. Pero lo bueno de los misioneros es que son personas de fe profunda y felices con su vocación misionera. Están felices de estar con la gente y contentos con lo que tienen, y confiando en la Providencia de Dios siguen adelante con su labor misionera a pesar de los muchos retos y dificultades. Algunos misioneros son brillantes ejemplos de santidad cristiana que hacen de su vida un poderoso anuncio del Evangelio. Estos valientes misioneros merecen nuestro aprecio, aliento y apoyo espiritual y material para continuar su labor misionera.

Una palabra especial de agradecimiento a todos los miembros del Sector Misiones que trabajaron duro e hicieron muchos sacrificios para organizar el Curso de Aliento 2024. Espero que el Sector Misiones continúe ofreciendo este curso cada año y, si es posible, en diferentes idiomas y con la participación de más miembros de la Familia Salesiana, especialmente los más pequeños y menos conocidos. El curso ciertamente dará a los misioneros la oportunidad de tener una renovación espiritual, actualización teológica, descanso físico y mental, que son esenciales para ofrecer un servicio misionero y pastoral de mejor calidad en las misiones y para establecer lazos más estrechos entre los miembros de la Familia Salesiana.

don Jose Kuruvachira, sdb




Los nuevos ambientes de la Postulación General Salesiana

El 4 de junio de 2024, los nuevos ambientes de la Postulación General Salesiana ubicadas en la comunidad «Ceferino Namuncurá» en Via della Bufalotta en Roma fueron inauguradas y bendecidas por el entonces Rector Mayor, Cardenal Ángel Fernández Artime.En el plan de reestructuración de la sede, el Rector Mayor con su Consejo decidió ubicar las salas relativas a la Postulación General Salesiana en esta nueva presencia salesiana en Roma.

            Desde Don Bosco hasta nuestros días reconocemos una tradición de santidad que merece atención, porque es la encarnación del carisma que se originó con él y que se ha expresado en una pluralidad de estados de vida y de formas. Se trata de hombres y mujeres, jóvenes y adultos, consagrados y laicos, obispos y misioneros que, en diferentes contextos históricos, culturales y sociales, en el tiempo y en el espacio, han hecho brillar con luz singular el carisma salesiano, representando un patrimonio que juega un papel eficaz en la vida y en la comunidad de los creyentes y para las personas de buena voluntad. La Postulación acompaña 64 Causas de Beatificación y Canonización relativas a 179 Santos, Beatos, Venerables, Siervos de Dios. Cabe señalar que cerca de la mitad de los grupos de la Familia Salesiana (15 de 32) tienen al menos una Causa de Beatificación y Canonización en curso.
Elproyecto de la obra fue elaborado y supervisado por el arquitecto Toti Cameroni. Una vez identificado el espacio para la ubicación de las salas de Postulación, originalmente compuesto por un largo y amplio pasillo y una gran sala, se pasó al estudio de su distribución, en función de las necesidades. Así se diseñó y realizó la solución final:

La biblioteca con estanterías a toda altura divididas en cuadrados de 40×40 cm que cubren completamente las paredes. El objetivo es recoger y almacenar las diversas publicaciones sobre personajes santos, sabiendo que las vidas y los escritos de los santos constituyen, desde la antigüedad, una lectura frecuente entre los fieles, suscitando la conversión y el deseo de una vida mejor: reflejan el esplendor de la bondad, la verdad y la caridad de Cristo. Además, este espacio es también muy adecuado para la investigación personal, la acogida de grupos y reuniones.

            De aquí pasamos al ambiente de la acogida, que pretende ser un espacio para la espiritualidad y la meditación, como en las visitas a los monasterios del Monte Athos, donde al huésped se le presentaba primero la capilla de las reliquias de los santos: allí se encontraba el corazón del monasterio y de allí procedía la incitación a la santidad de los monjes. En este espacio hay una serie de pequeñas vitrinas que iluminan relicarios u objetos de valor relacionados con la santidad salesiana. La pared de la derecha está revestida de paneles de madera reemplazables que representan a algunos santos, beatos, venerables y siervos de Dios de la Familia Salesiana.

            Una puerta conduce a la sala más grande de la postulación: el archivo. Un compactador de 640 metros lineales permite archivar un gran número de documentos relativos a los diversos procesos de beatificación y canonización. Bajo las ventanas se encuentra una larga cajonera: en ella se guardan imágenes litúrgicas y ornamentos.
            Un pequeño pasillo desde la acogida, donde se pueden admirar lienzos y pinturas en las paredes, conduce primero a dos despachos luminosos con mobiliario y después a la vitrina de las reliquias. También en este espacio, los muebles llenan las paredes, los armarios y cajones acogen las reliquias y los ornamentos litúrgicos.

Un almacén y una pequeña sala utilizada como zona de descanso completan las salas de postulación.
            La inauguración y bendición de estas salas nos recuerda que somos custodios de un patrimonio precioso que merece ser conocido y valorado. Además del aspecto litúrgico-celebrativo, debe valorizarse plenamente el potencial espiritual, pastoral, eclesial, educativo, cultural, histórico, social, misionero… de las Causas. La santidad reconocida, o en vías de reconocimiento, por una parte, es ya una realización de radicalidad evangélica y de fidelidad al proyecto apostólico de Don Bosco, a la que hay que mirar como un recurso espiritual y pastoral; por otra parte, es una provocación a vivir fielmente la propia vocación para estar disponibles a dar testimonio de amor hasta el extremo. Nuestros Santos, Beatos, Venerables y Siervos de Dios son la auténtica encarnación del carisma salesiano y de las Constituciones o Reglamentos de nuestros Institutos y Grupos en los tiempos y situaciones más diversas, superando esa mundanidad y superficialidad espiritual que minan de raíz nuestra credibilidad y fecundidad.
            La experiencia confirma cada vez más que la promoción y el cuidado de las Causas de Beatificación y Canonización de nuestra Familia, la celebración coral de acontecimientos relacionados con la santidad, son dinámicas de gracia que suscitan alegría evangélica y sentido de pertenencia carismática, renovando intenciones y compromisos de fidelidad a la llamada recibida y generando fecundidad apostólica y vocacional. Los santos son verdaderos místicos de la primacía de Dios en el don generoso de sí, profetas de la fraternidad evangélica, servidores de sus hermanos y hermanas con creatividad.
            Para promover las Causas de Beatificación y Canonización de la Familia Salesiana y conocer de cerca el patrimonio de santidad que floreció a partir de Don Bosco, la Postulación está disponible para acoger a personas y grupos que deseen conocer y visitar estos ambientes, ofreciendo también la posibilidad de mini-retiros con itinerarios sobre temas específicos y la presentación de documentos, reliquias, objetos significativos. Para más información, escriba a postulatore@sdb.org.

Galería fotográfica – Los nuevos ambientes de la Postulación General Salesiana

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