Entrevista al Rector Mayor, Don Fabio Attard

Hemos entrevistado en exclusiva al Rector Mayor de los Salesianos, Don Fabio Attard, repasando las etapas fundamentales de su vocación y su trayectoria humana y espiritual. Su vocación nació en el oratorio y se consolidó a través de un rico itinerario formativo que lo llevó de Irlanda a Túnez, de Malta a Roma. De 2008 a 2020 fue Consejero General para la Pastoral Juvenil, cargo que desempeñó con una visión multicultural adquirida a través de experiencias en diferentes contextos. Su mensaje central es la santidad como fundamento de la acción educativa salesiana: «Me gustaría ver una Congregación más santa», afirma, subrayando que la eficiencia profesional debe arraigarse en la identidad consagrada.

¿Cuál es tu historia vocacional?
Nací en Gozo, Malta, el 23 de marzo de 1959, quinto de siete hijos. Cuando nací, mi padre era farmacéutico en un hospital, mientras que mi madre había montado una pequeña tienda de telas y confección, que con el tiempo creció hasta convertirse en una pequeña cadena de cinco tiendas. Era una mujer muy trabajadora, pero el negocio siempre fue familiar.

Fui a la escuela primaria y secundaria locales. Un aspecto muy bonito y particular de mi infancia es que mi padre era catequista laico en el oratorio, que hasta 1965 había sido dirigido por los salesianos. De joven, él había frecuentado ese oratorio y luego se había quedado allí como único catequista laico. Cuando yo empecé a frecuentarlo, a los seis años, los salesianos acababan de abandonar la obra. Tomó el relevo un joven sacerdote (que todavía vive) que continuó las actividades del oratorio con el mismo espíritu salesiano, ya que él mismo había vivido allí como seminarista.
Se seguía con el catecismo, la bendición eucarística diaria, el fútbol, el teatro, el coro, las excursiones, las fiestas… todo lo que se vive normalmente en un oratorio. Había muchos niños y jóvenes, y yo crecí en ese ambiente. En práctica, mi vida transcurría entre la familia y el oratorio. También era monaguillo en mi parroquia. Así, al terminar la escuela secundaria, me orienté hacia el sacerdocio, porque desde niño tenía este deseo en el corazón.

Hoy me doy cuenta de lo mucho que me influyó aquel joven sacerdote, al que miraba con admiración: siempre estaba con nosotros en el patio, en las actividades del oratorio. Sin embargo, en aquella época los salesianos ya no estaban allí. Así que ingresé en el seminario, donde en aquel entonces se hacían dos años de preparación como internos. Durante el tercer año, que correspondía al primer año de filosofía, conocí a un amigo de la familia de unos 35 años, una vocación adulta, que había ingresado como aspirante salesiano (hoy sigue vivo y es coadjutor). Cuando dio ese paso, se encendió una llama dentro de mí. Y con la ayuda de mi director espiritual, comencé un discernimiento vocacional.
Fue un camino importante, pero también exigente: tenía 19 años, pero ese guía espiritual me ayudó a buscar la voluntad de Dios, y no simplemente la mía. Así, el último año, el cuarto de filosofía, en lugar de seguirlo al seminario, lo viví como aspirante salesiano, completando los dos años de filosofía requeridos.

En mi familia, el ambiente estaba muy marcado por la fe. Asistíamos todos los días a misa, rezábamos el rosario en casa, estábamos muy unidos. Incluso hoy, aunque nuestros padres están en el cielo, mantenemos esa misma unidad entre hermanos y hermanas.

Otra experiencia familiar que me marcó profundamente, aunque solo me di cuenta con el tiempo. Mi hermano, el segundo de la familia, murió a los 25 años por insuficiencia renal. Hoy, con los avances de la medicina, seguiría vivo gracias a la diálisis y los trasplantes, pero entonces no había tantas posibilidades. Estuve a su lado durante los últimos tres años de su vida: compartíamos la misma habitación y a menudo le ayudaba por la noche. Era un joven sereno, alegre, que vivió su fragilidad con una alegría extraordinaria.
Tenía 16 años cuando murió. Han pasado cincuenta años, pero cuando pienso en aquella época, en aquella experiencia cotidiana de cercanía, hecha de pequeños gestos, reconozco lo mucho que marcó mi vida.

Nací en una familia donde había fe, sentido del trabajo y responsabilidad compartida. Mis padres son para mí dos ejemplos extraordinarios: vivieron con gran fe y serenidad la cruz, sin hacer pesar nunca nada a nadie, y al mismo tiempo supieron transmitir la alegría de la vida familiar. Puedo decir que tuve una infancia muy bonita. No éramos ricos ni pobres, pero siempre sobrios y discretos. Nos enseñaron a trabajar, a administrar bien los recursos, a no malgastar, a vivir con dignidad, con elegancia y, sobre todo, con atención a los pobres y a los enfermos.

¿Cómo reaccionó tu familia cuando tomaste la decisión de seguir la vocación consagrada?
Había llegado el momento en que, junto con mi director espiritual, habíamos aclarado que mi camino era el de los salesianos. También tenía que comunicárselo a mis padres. Recuerdo que era una tarde tranquila, estábamos cenando juntos, solo nosotros tres. En un momento dado, dije: «Quiero decirles algo: he discernido y he decidido entrar en los salesianos».

Mi padre se puso muy contento. Me respondió enseguida: «Que el Señor te bendiga». Mi madre, en cambio, se echó a llorar, como suelen hacer todas las madres. Me preguntó: «¿Entonces te vas?». Pero mi padre intervino con dulzura y firmeza: «Se vaya o no, este es su camino».
Me bendijeron y me animaron. Son momentos que quedan grabados para siempre.
Recuerdo especialmente lo que ocurrió al final de la vida de mis padres. Mi padre murió en 1997 y, seis meses después, a mi madre le diagnosticaron un tumor incurable.

En aquella época, mis superiores me habían pedido que fuera profesor a la Universidad Pontificia Salesiana (UPS), pero no sabía qué decisión tomar. Mi madre no estaba bien, estaba a punto de morir. Hablando con mis hermanos, me dijeron: «Haz lo que te piden tus superiores».
Estaba en casa y se lo comenté: «Mamá, mis superiores me piden que me vaya a Roma».
Ella, con la lucidez de una verdadera madre, me respondió: «Escucha, hijo mío, si dependiera de mí, te pediría que te quedaras aquí, porque no tengo a nadie más y no querría ser una carga para tus hermanos. Pero…», y aquí dijo una frase que llevo en mi corazón, «tú no eres mío, tú perteneces a Dios. Haz lo que te digan tus superiores».

Esa frase, pronunciada un año antes de su muerte, es para mí un tesoro, una herencia preciosa. Mi madre era una mujer inteligente, sabia, perspicaz: sabía que la enfermedad la llevaría al final, pero en ese momento supo ser libre interiormente. Libre para decir palabras que confirmaban una vez más el don que ella misma había hecho a Dios: ofrecer un hijo a la vida consagrada.
La reacción de mi familia, desde el principio hasta el final, estuvo siempre marcada por un profundo respeto y un gran apoyo. Y aún hoy, mis hermanos y hermanas siguen manteniendo este espíritu.

¿Cuál ha sido tu trayectoria formativa desde el noviciado hasta hoy?
Ha sido un camino muy rico y variado. Empecé el prenoviciado en Malta y luego hice el noviciado en Dublín, Irlanda. Una experiencia realmente bonita.
Después del noviciado, mis compañeros se trasladaron a Maynooth para estudiar filosofía en la universidad, pero yo ya la había completado anteriormente. Por eso, los superiores me pidieron que me quedara un año más en el noviciado, donde enseñé italiano y latín. Posteriormente, volví a Malta para realizar dos años de prácticas, que fueron muy bonitos y enriquecedores.

Después me enviaron a Roma para estudiar teología en la Universidad Pontificia Salesiana, donde pasé tres años extraordinarios. Esos años me abrieron mucho la mente. Vivíamos en la residencia con cuarenta hermanos procedentes de veinte países diferentes: Asia, Europa, América Latina… incluso el cuerpo docente era internacional. Era mediados de los años 80, unos veinte años después del Concilio Vaticano II, y todavía se respiraba mucho entusiasmo: había animados debates teológicos, la teología de la liberación, el interés por el método y la praxis. Esos estudios me enseñaron a leer la fe no solo como contenido intelectual, sino como una opción de vida.

Después de esos tres años, continué con otros dos de especialización en teología moral en la Academia Alfonsiana, con los padres redentoristas. Allí también conocí a figuras importantes, como el famoso Bernhard Häring, con quien entablé una amistad personal y al que visitaba regularmente cada mes para conversar con él. Fueron cinco años en total, entre el bachillerato y la licenciatura, que me formaron profundamente desde el punto de vista teológico.

Posteriormente, me ofrecí para las misiones y mis superiores me enviaron a Túnez, junto con otro salesiano, para restablecer la presencia salesiana en el país. Nos hicimos cargo de una escuela gestionada por una congregación femenina que, al no tener más vocaciones, estaba a punto de cerrar. Era una escuela con 700 alumnos, por lo que tuvimos que aprender francés y también árabe. Para prepararnos, pasamos unos meses en Lyon, Francia, y luego nos dedicamos al estudio del árabe.
Me quedé allí tres años. Fue otra gran experiencia, porque nos encontramos viviendo la fe y el carisma salesiano en un contexto en el que no se podía hablar explícitamente de Jesús. Sin embargo, era posible construir itinerarios educativos basados en valores humanos: respeto, disponibilidad, verdad. Nuestro testimonio era silencioso pero elocuente. En ese entorno aprendí a conocer y amar el mundo musulmán. Todos —estudiantes, profesores y familias— eran musulmanes y nos acogieron con gran calidez. Nos hicieron sentir parte de su familia. He vuelto varias veces a Túnez y siempre he encontrado el mismo respeto y aprecio, más allá de nuestra pertenencia religiosa.

Después de esa experiencia, regresé a Malta y trabajé durante cinco años en el ámbito social. En concreto, en una casa salesiana que acoge a jóvenes que necesitan un acompañamiento educativo más atento, incluso en régimen residencial.

Tras estos ocho años en total de pastoral (entre Túnez y Malta), se me ofreció la posibilidad de completar el doctorado. Decidí volver a Irlanda, porque el tema estaba relacionado con la conciencia según el pensamiento del cardenal John Henry Newman, hoy santo. Una vez terminado el doctorado, el Rector Mayor de entonces, don Juan Edmundo Vecchi, de feliz memoria, me pidió que entrara como profesor de teología moral en la Universidad Pontificia Salesiana.

Mirando todo mi camino, desde el aspirantado hasta el doctorado, puedo decir que ha sido un conjunto de experiencias no solo de contenidos, sino también de contextos culturales muy diferentes. Doy gracias al Señor y a la Congregación por haberme ofrecido la posibilidad de vivir una formación tan variada y rica.

Entonces, sabes maltés porque es tu lengua materna, inglés porque es la segunda lengua en Malta, latín porque lo has enseñado, italiano porque has estudiado en Italia, francés y árabe porque has estado en Manouba, en Túnez… ¿Cuántas lenguas sabes?
Cinco, seis idiomas, más o menos. Pero cuando me preguntan por los idiomas, siempre digo que son coincidencias históricas.

En Malta crecemos con dos idiomas: el maltés y el inglés, y en la escuela se estudia un tercer idioma. En mi época también se enseñaba italiano. Además, me daban bien los idiomas, así que elegí también el latín. Más tarde, al ir a Túnez, fue necesario aprender francés y también árabe.
En Roma, al vivir con muchos estudiantes de español, el oído se acostumbra, y cuando fui elegido Consejero para la Pastoral Juvenil, profundicé un poco en el español, que es un idioma muy bonito.
Todas las lenguas son hermosas. Por supuesto, aprenderlas requiere esfuerzo, estudio y práctica. Hay quienes tienen más facilidad y quienes menos: es una cuestión de disposición personal. Pero no es un mérito ni una culpa. Es simplemente un don, una predisposición natural.

Desde 2008 hasta 2020 has sido Consejero General de Pastoral Juvenil durante dos mandatos. ¿Cómo te ha ayudado tu experiencia en esta misión?
Cuando el Señor nos confía una misión, llevamos con nosotros todo el bagaje de experiencias que hemos acumulado a lo largo del tiempo.

Al haber vivido en diferentes contextos culturales, no corría el riesgo de verlo todo a través del filtro de una sola cultura. Soy europeo, vengo del Mediterráneo, de un país que fue colonia inglesa, pero he tenido la gracia de vivir en comunidades internacionales y multiculturales.

Los años de estudio en la UPS también me han ayudado mucho. Teníamos profesores que no se limitaban a transmitir contenidos, sino que nos enseñaban a sintetizar, a construir un método. Por ejemplo, si estudiábamos historia de la Iglesia, comprendíamos lo esencial que era para entender la patrística. Si abordábamos la teología bíblica, aprendíamos a relacionarla con la teología sacramental, con la moral, con la historia de la espiritualidad. En definitiva, nos enseñaban a pensar de forma orgánica.
Esta capacidad de síntesis, esta arquitectura del pensamiento, se convierte luego en parte de tu formación personal. Cuando estudias teología, aprendes a identificar puntos fijos y a conectarlos. Y lo mismo ocurre con una propuesta pastoral, pedagógica o filosófica. Cuando te encuentras con personas de gran profundidad, absorbes no solo lo que dicen, sino también cómo lo dicen, y eso forma tu estilo.

Otro elemento importante es que, en el momento de mi elección, ya había vivido experiencias en entornos misioneros, donde la religión católica era prácticamente inexistente, y había trabajado con personas marginadas y vulnerables. También había adquirido cierta experiencia en el mundo universitario y, paralelamente, me había dedicado mucho al acompañamiento espiritual.

Además, entre 2005 y 2008, justo después de la experiencia en la UPS, la Arquidiócesis de Malta me pidió que fundara un Instituto de Formación Pastoral, a raíz de un Sínodo diocesano que había reconocido su necesidad. El arzobispo me confió la tarea de ponerlo en marcha desde cero. Lo primero que hice fue formar un equipo con sacerdotes, religiosos y laicos, hombres y mujeres. Creamos un nuevo método formativo, que todavía se utiliza hoy en día. El instituto sigue funcionando muy bien y, en cierto modo, esa experiencia fue una preparación muy valiosa para el trabajo que realicé posteriormente en la pastoral juvenil.

Desde el principio siempre he creído en el trabajo en equipo y en la colaboración con los laicos. Mi primera experiencia como director fue precisamente en este estilo: un equipo educativo estable, hoy diríamos una CEP (Comunidad Educativa Pastoral), con reuniones sistemáticas, no ocasionales. Nos reuníamos cada semana con los educadores y los profesionales. Y este enfoque, que con el tiempo se ha convertido en un método, ha seguido siendo una referencia para mí.

A todo esto se suma la experiencia académica: seis años como profesor en la Universidad Pontificia Salesiana, donde llegaban estudiantes de más de cien países, y luego como examinador y director de tesis doctorales en la Academia Alfonsiana.
Creo que todo ello me ha preparado para vivir esa responsabilidad con lucidez y visión.
Así, cuando la Congregación, durante el Capítulo General de 2008, me pidió que asumiera este cargo, ya llevaba conmigo una visión amplia y multicultural. Y esto me ayudó, porque reunir la diversidad no me resultaba difícil: era parte de la normalidad. Por supuesto, no se trataba simplemente de hacer una «macedonia» de experiencias: había que encontrar los hilos conductores, dar coherencia y unidad.

Lo que he podido vivir como Consejero General no ha sido un mérito personal. Creo que cualquier salesiano, si hubiera tenido las mismas oportunidades y el apoyo de la Congregación, podría haber vivido experiencias similares y haber aportado su contribución con generosidad.

¿Hay alguna oración, una buena noche salesiana, una costumbre que nunca falta?
La devoción a María. En casa crecimos con el rosario diario, rezado en familia. No era una obligación, era algo natural: lo hacíamos antes de comer, porque siempre comíamos juntos. Entonces era posible. Hoy quizá lo sea menos, pero entonces se vivía así: la familia reunida, la oración compartida, la mesa común.
Al principio quizá no me daba cuenta de lo profunda que era esa devoción mariana. Pero con el paso de los años, cuando se empieza a distinguir lo esencial de lo secundario, comprendí cuánto había acompañado esa presencia materna a mi vida.
La devoción a María se expresa de diversas formas: el rosario diario, cuando es posible; un momento de recogimiento ante una imagen o una estatua de la Virgen; una oración sencilla, pero hecha con el corazón. Son gestos que acompañan el camino de la fe.

Naturalmente hay algunos puntos fijos: la Eucaristía diaria y la meditación diaria. Son pilares que no se discuten, se viven. No solo porque somos consagrados, sino porque somos creyentes. Y la fe solo se vive alimentándola.
Cuando la alimentamos, crece en nosotros. Y solo si crece en nosotros, podemos ayudar a que crezca también en los demás. Para nosotros, que somos educadores, es evidente: si nuestra fe no se traduce en vida concreta, todo lo demás se convierte en fachada.
Estas prácticas —la oración, la meditación, la devoción— no están reservadas a los santos. Son expresión de honestidad. Si he tomado una decisión de fe, también tengo la responsabilidad de cultivarla. De lo contrario, todo se reduce a algo exterior, aparente. Y esto, con el tiempo, no se sostiene.

Si pudieras volver atrás, ¿tomarías las mismas decisiones?
Por supuesto que sí. En mi vida ha habido momentos muy difíciles, como le pasa a todo el mundo. No quiero pasar por la «víctima de turno». Creo que toda persona, para crecer, debe atravesar fases de oscuridad, momentos de desolación, de soledad, de sentirse traicionada o acusada injustamente. Y yo he vivido esos momentos. Pero he tenido la gracia de tener a mi lado a un director espiritual.

Cuando se viven ciertas dificultades acompañados por alguien, se intuye que todo lo que Dios permite tiene un sentido, un propósito. Y cuando se sale de ese «túnel», se descubre que se es una persona diferente, más madura. Es como si, a través de esa prueba, nos transformáramos.
Si me hubiera quedado solo, habría corrido el riesgo de tomar decisiones equivocadas, sin visión, cegado por la fatiga del momento. Cuando se está enfadado, cuando se siente uno solo, no es momento de decidir. Es momento de caminar, de pedir ayuda, de dejarse acompañar.
Vivir ciertos momentos con la ayuda de alguien es como ser una masa puesta en el horno: el fuego la cuece, la madura. Por eso, a la pregunta de si cambiaría algo, mi respuesta es: no. Porque incluso los momentos más difíciles, incluso aquellos que no entendía, me han ayudado a convertirme en la persona que soy hoy.
¿Me siento una persona perfecta? No. Pero siento que estoy en camino, cada día, tratando de vivir ante la misericordia y la bondad de Dios.
Y hoy, mientras concedo esta entrevista, puedo decir con sinceridad que me siento feliz. Quizás aún no he comprendido plenamente lo que significa ser Rector Mayor —se necesita tiempo—, pero sé que es una misión, no un paseo. Conlleva sus dificultades. Sin embargo, me siento amado y estimado por mis colaboradores y por toda la Congregación.
Y todo lo que soy hoy, lo soy gracias a lo que he vivido, incluso en los momentos más difíciles. No los cambiaría. Me han hecho ser quien soy.

¿Tienes algún proyecto que te importe especialmente?
Sí. Si cierro los ojos e imagino algo que realmente deseo, me gustaría ver una Congregación más santa. Más santa. Más santa.
Me inspiró profundamente la primera carta de don Pascual Chávez de 2002, titulada «Sed santos». Esa carta me tocó dentro, me dejó huella.
Los proyectos son muchos, y todos válidos, bien estructurados, con visiones amplias y profundas. Pero ¿qué valor tienen si los llevan a cabo personas que no son santas? Podemos hacer un trabajo excelente, podemos incluso ser apreciados —y esto, en sí mismo, no es negativo—, pero no trabajamos para alcanzar el éxito. Nuestro punto de partida es una identidad: somos personas consagradas.
Lo que proponemos solo tiene sentido si nace de ahí. Está claro que deseamos que nuestros proyectos tengan éxito, pero aún más deseamos que aporten gracia, que toquen a las personas en lo más profundo. No basta con ser eficientes. Debemos ser eficaces, en el sentido más profundo: eficaces en el testimonio, en la identidad, en la fe.

La eficiencia puede existir incluso sin ninguna referencia religiosa. Podemos ser excelentes profesionales, pero eso no basta. Nuestra consagración no es un detalle: es el fundamento. Si se vuelve marginal, si la dejamos de lado para dar espacio a la eficiencia, entonces perdemos nuestra identidad.
Y la gente nos observa. En las escuelas salesianas se reconoce que los resultados son buenos, y eso es bueno. Pero ¿nos reconocen también como hombres de Dios? Esa es la pregunta.
Si solo nos ven como buenos profesionales, entonces solo somos eficientes. Pero nuestra vida debe alimentarse de Él —el Camino, la Verdad y la Vida— y no de lo que «yo pienso», «yo quiero» o «me parece».

Por eso, más que hablar de un proyecto personal, prefiero hablar de un deseo profundo: llegar a ser santos. Y hablar de ello de manera concreta, no idealizada.
Cuando Don Bosco hablaba a sus chicos de estudio, salud y santidad, no se refería a una santidad hecha solo de oración en la capilla. Pensaba en una santidad vivida en la relación con Dios y alimentada por la relación con Dios. La santidad cristiana es el reflejo de esta relación viva y cotidiana.

¿Qué consejo le darías a un joven que se pregunta sobre su vocación?
Le diría que descubra, paso a paso, cuál es el proyecto de Dios para él.
El camino vocacional no es una pregunta que se hace uno mismo y luego se espera una respuesta inmediata por parte de la Iglesia. Es una peregrinación. Cuando un chico me dice: «No sé si hacerme salesiano o no», trato de alejarlo de esa formulación. Porque no se trata simplemente de decidir: «Me hago salesiano». La vocación no es una opción en relación con una «cosa».
También en mi propia experiencia, cuando le dije a mi director espiritual: «Quiero ser salesiano, tengo que serlo», él, con mucha calma, me hizo reflexionar: «¿Es realmente la voluntad de Dios? ¿O es solo un deseo tuyo?»

Y es justo que un joven busque lo que desea, es algo sano. Pero quien lo acompaña tiene la tarea de educar esa búsqueda, de transformarla de entusiasmo inicial en camino de maduración interior.
«¿Quieres hacer el bien? Bien. Entonces conócete a ti mismo, reconoce que eres amado por Dios».
Solo a partir de esa relación profunda con Dios puede surgir la verdadera pregunta: «¿Cuál es el proyecto de Dios para mí?».
Porque lo que hoy deseo, mañana puede que ya no me baste. Si la vocación se reduce a lo que «me gusta», entonces será algo frágil. La vocación es, en cambio, una voz interior que interpela, que pide entrar en diálogo con Dios y responder.
Cuando un joven llega a este punto, cuando es acompañado a descubrir ese espacio interior donde habita Dios, entonces comienza realmente a caminar.
Por eso, quien acompaña debe ser muy atento, profundo, paciente. Nunca superficial.
El Evangelio de Emaús es una imagen perfecta: Jesús se acerca a los dos discípulos, los escucha aunque sabe que están hablando con confusión. Luego, después de escucharlos, comienza a hablar. Y ellos, al final, lo invitan: «Quédate con nosotros, porque se hace tarde».
Y lo reconocen en el gesto de partir el pan. Luego se dicen: «¿No ardía nuestro corazón mientras él nos hablaba por el camino?».

Hoy muchos jóvenes están en búsqueda. Nuestra tarea, como educadores, es no ser precipitados. Sino ayudarles, con calma y gradualidad, a descubrir la grandeza que ya hay en su corazón. Porque allí, en esa profundidad, encuentran a Cristo. Como dice san Agustín: «Tú estabas dentro de mí, y yo fuera. Y allí te buscaba».

¿Tienes algún mensaje que transmitir hoy a la Familia Salesiana?
Es el mismo mensaje que he compartido estos días, durante el encuentro de la Consulta de la Familia Salesiana: La fe. Arraigarnos cada vez más en la persona de Cristo.
De este arraigo nace un conocimiento auténtico de Don Bosco. Los primeros salesianos, cuando quisieron escribir un libro sobre el verdadero Don Bosco, no lo titularon «Don Bosco apóstol de los jóvenes», sino «Don Bosco con Dios», un texto escrito por Don Eugenio Ceria en 1929.
Y esto nos hace reflexionar. Porque ellos, que lo habían visto en acción todos los días, no eligieron destacar al Don Bosco incansable, organizador, educador. No, quisieron contar al Don Bosco profundamente unido a Dios.
Quienes lo conocieron bien no se detuvieron en las apariencias, sino que fueron a la raíz: Don Bosco era un hombre inmerso en Dios.
A la Familia Salesiana les digo: hemos recibido un tesoro. Un don inmenso. Pero todo don conlleva una responsabilidad.
En mi discurso final dije: «No basta con amar a Don Bosco, hay que conocerlo».
Y solo podemos conocerlo verdaderamente si somos personas de fe.

Debemos mirarlo con los ojos de la fe. Solo así podemos encontrar al creyente que fue Don Bosco, en quien actuó con fuerza el Espíritu Santo: con dýnamis, con cháris, con carisma, con gracia.
No podemos limitarnos a repetir algunas de sus máximas o a contar sus milagros. Porque corremos el riesgo de quedarnos en las anécdotas de Don Bosco, en lugar de quedarnos en la historia de Don Bosco, porque Don Bosco es más grande que Don Bosco.
Esto significa estudio, reflexión, profundidad. Significa evitar toda superficialidad.

Y entonces podremos decir con verdad: «Esta es mi fe, este es mi carisma: arraigados en Cristo, siguiendo los pasos de Don Bosco».




Don Bosco y las procesiones eucarísticas

Un aspecto poco conocido pero importante del carisma de san Juan Bosco son las procesiones eucarísticas. Para el santo de los jóvenes, la Eucaristía no era solo una devoción personal, sino una herramienta pedagógica y un testimonio público. En una Turín en transformación, don Bosco vio en las procesiones una oportunidad para fortalecer la fe de los jóvenes y anunciar a Cristo en las calles. La experiencia salesiana, que continuó en todo el mundo, muestra cómo la fe puede encarnarse en la cultura y responder a los desafíos sociales. Aún hoy, vividas con autenticidad y apertura, estas procesiones pueden convertirse en signos proféticos de fe.

Cuando se habla de san Juan Bosco (1815-1888) se piensa inmediatamente en sus oratorios populares, en la pasión educativa por los jóvenes y en la familia salesiana nacida de su carisma. Menos conocido, pero no por ello menos decisivo, es el papel que la devoción eucarística —y en particular las procesiones eucarísticas— tuvo en su obra. Para Don Bosco, la Eucaristía no era solo el corazón de la vida interior; también constituía una poderosa herramienta pedagógica y un signo público de renovación social en una Turín en rápida transformación industrial. Recorrer el vínculo entre el santo de los jóvenes y las procesiones con el Santísimo significa entrar en un laboratorio pastoral donde liturgia, catequesis, educación cívica y promoción humana se entrelazan de manera original y, en ocasiones, sorprendente.

Las procesiones eucarísticas en el contexto del siglo XIX
Para comprender a Don Bosco es necesario recordar que el siglo XIX italiano vivió un intenso debate sobre el papel público de la religión. Tras la época napoleónica y del movimiento risorgimentista, las manifestaciones religiosas en las calles de la ciudad ya no eran algo dado por sentado: en muchas regiones se estaba delineando un estado liberal que miraba con recelo cualquier expresión pública del catolicismo, temiendo concentraciones masivas o resurgimientos “reaccionarios”. Sin embargo, las procesiones eucarísticas mantenían una fuerza simbólica muy poderosa: recordaban la señoría de Cristo sobre toda la realidad y, al mismo tiempo, hacían emerger una Iglesia popular, visible e encarnada en los barrios. Contra este trasfondo se destaca la obstinación de Don Bosco, que nunca renunció a acompañar a sus jóvenes en el testimonio de la fe fuera de los muros del oratorio, ya fueran las calles de Valdocco o los campos circundantes.

Desde los años de formación en el seminario de Chieri, Giovanni Bosco desarrolló una sensibilidad eucarística de sabor “misionero”. Las crónicas cuentan que a menudo se detenía en la capilla, después de las clases, largo tiempo en oración ante el tabernáculo. En las “Memorias del Oratorio” él mismo reconoce haber aprendido de su director espiritual, don Cafasso, el valor de “hacerse pan” para los demás: contemplar a Jesús que se entrega en la Hostia significaba, para él, aprender la lógica del amor gratuito. Esta línea atraviesa toda su historia: “Manténganse amigos de Jesús sacramentado y María Auxiliadora” repetirá a los jóvenes, señalando la comunión frecuente y la adoración silenciosa como pilares de un camino de santidad laical y cotidiana.

El oratorio de Valdocco y las primeras procesiones internas
En los primeros años cuarenta del siglo XIX, el oratorio turinés aún no poseía una iglesia propiamente dicha. Las celebraciones se realizaban en barracas de madera o en patios adaptados. Don Bosco, sin embargo, no renunció a organizar pequeñas procesiones internas, casi “ensayos generales” de lo que se convertiría en una práctica establecida. Los jóvenes llevaban cirios y estandartes, cantaban alabanzas marianas y, al final, se detenían alrededor de un altar improvisado para la bendición eucarística. Estos primeros intentos tenían una función eminentemente pedagógica: acostumbrar a los jóvenes a una participación devota pero alegre, uniendo disciplina y espontaneidad. En la Turín obrera, donde a menudo la miseria desembocaba en violencia, desfilar ordenados con el pañuelo rojo al cuello ya era una señal contracorriente: mostraba que la fe podía educar al respeto de uno mismo y de los demás.

Don Bosco sabía bien que una procesión no se improvisa: se necesitan signos, cantos, gestos que hablen al corazón antes que a la mente. Por eso cuidaba personalmente la explicación de los símbolos. El baldaquino se convertía en la imagen de la tienda del encuentro, signo de la presencia divina que acompaña al pueblo en camino. Las flores esparcidas a lo largo del recorrido recordaban la belleza de las virtudes cristianas que deben adornar el alma. Los faroles, indispensables en las salidas nocturnas, aludían a la luz de la fe que ilumina las tinieblas del pecado. Cada elemento era objeto de una pequeña “predicación” convivencial en el refectorio o en la recreación, de modo que la preparación logística se entrelazara con la catequesis sistemática. ¿El resultado? Para los jóvenes, la procesión no era un deber ritual sino una ocasión de fiesta cargada de significado.

Uno de los aspectos más característicos de las procesiones salesianas era la presencia de la banda formada por los mismos alumnos. Don Bosco consideraba la música un antídoto contra el ocio y, al mismo tiempo, una poderosa herramienta de evangelización: “Una marcha alegre bien ejecutada —escribía— atrae a la gente como el imán atrae al hierro”. La banda precedía al Santísimo, alternando piezas sacras con arias populares adaptadas con textos religiosos. Este “diálogo” entre fe y cultura popular reducía las distancias con los transeúntes y creaba alrededor de la procesión un aura de fiesta compartida. No pocos cronistas laicos testimoniaron haber sido “intrigados” por aquel grupo de jóvenes músicos disciplinados, tan diferente de las bandas militares o filarmónicas de la época.

Procesiones como respuesta a las crisis sociales
La Turín del siglo XIX conoció epidemias de cólera (1854 y 1865), huelgas, hambrunas y tensiones anticlericales. Don Bosco reaccionó a menudo proponiendo procesiones extraordinarias de reparación o de súplica. Durante el cólera de 1854 llevó a los jóvenes por las calles más afectadas, recitando en voz alta las letanías por los enfermos y repartiendo pan y medicinas. En ese momento nació la promesa —luego cumplida— de construir la iglesia de María Auxiliadora: “Si la Madonna salva a mis chicos, le levantaré un templo”. Las autoridades civiles, inicialmente contrarias a los cortejos religiosos por temor al contagio, tuvieron que reconocer la eficacia de la red de asistencia salesiana, alimentada espiritualmente precisamente por las procesiones. La Eucaristía, llevada entre los enfermos, se convertía así en un signo tangible de la compasión cristiana.

Contrariamente a ciertos modelos devocionales cerrados en las sacristías, las procesiones de Don Bosco reivindicaban un derecho de ciudadanía de la fe en el espacio público. No se trataba de “ocupar” las calles, sino de devolverlas a su vocación comunitaria. Pasar bajo los balcones, atravesar plazas y pórticos significaba recordar que la ciudad no es solo lugar de intercambio económico o de enfrentamiento político, sino de encuentro fraterno. Por eso Don Bosco insistía en un orden impecable: capas cepilladas, zapatos limpios, filas regulares. Quería que la imagen de la procesión comunicara belleza y dignidad, persuadiendo incluso a los observadores más escépticos de que la propuesta cristiana elevaba a la persona.

La herencia salesiana de las procesiones
Después de la muerte de Don Bosco, sus hijos espirituales difundieron la práctica de las procesiones eucarísticas en todo el mundo: desde las escuelas agrícolas de Emilia hasta las misiones de la Patagonia, desde los colegios asiáticos hasta los barrios obreros de Bruselas. Lo que importaba no era duplicar fielmente un rito piamontés, sino transmitir el núcleo pedagógico: protagonismo juvenil, catequesis simbólica, apertura a la sociedad circundante. Así, en América Latina, los salesianos incorporaron danzas tradicionales al inicio del cortejo; en India adoptaron alfombras de flores según el arte local; en África subsahariana alternaron cantos gregorianos con ritmos polifónicos tribales. La Eucaristía se convertía en puente entre culturas, realizando el sueño de Don Bosco de “hacer de todos los pueblos una sola familia”.

Desde el punto de vista teológico, las procesiones de Don Bosco encarnan una fuerte visión de la presencia real de Cristo. Llevar el Santísimo “afuera” significa proclamar que el Verbo no se hizo carne para quedarse encerrado, sino para “plantar su tienda en medio de nosotros” (cf. Jn 1,14). Tal presencia pide ser anunciada en formas comprensibles, sin reducirse a un gesto intimista. En Don Bosco, la dinámica centrípeta de la adoración (reunir los corazones alrededor de la Hostia) genera una dinámica centrífuga: los jóvenes, alimentados en el altar, se sienten enviados a servir. De la procesión surgen micro-compromisos: asistir a un compañero enfermo, pacificar una pelea, estudiar con mayor diligencia. La Eucaristía se prolonga en las “procesiones invisibles” de la caridad cotidiana.

Hoy, en contextos secularizados o multirreligiosos, las procesiones eucarísticas pueden plantear interrogantes: ¿siguen siendo comunicativas? ¿No corren el riesgo de parecer folclore nostálgico? La experiencia de Don Bosco sugiere que la clave está en la calidad relacional más que en la cantidad de incienso o de ornamentos. Una procesión que involucra a familias, explica los símbolos, integra lenguajes artísticos contemporáneos y, sobre todo, se conecta con gestos concretos de solidaridad, mantiene una sorprendente fuerza profética. El reciente Sínodo sobre los jóvenes (2018) ha subrayado varias veces la importancia de “salir” y de “mostrar la fe con la carne”. La tradición salesiana, con su liturgia itinerante, ofrece un paradigma ya probado de “Iglesia en salida”.

Las procesiones eucarísticas no eran para Don Bosco simples tradiciones litúrgicas, sino verdaderos actos educativos, espirituales y sociales. Representaban una síntesis entre fe vivida, comunidad educativa y testimonio público. A través de ellas, Don Bosco formaba jóvenes capaces de adorar, respetar, servir y testimoniar.

Hoy, en un mundo fragmentado y distraído, reapropiarse del valor de las procesiones eucarísticas a la luz del carisma salesiano puede ser una forma eficaz de reencontrar el sentido de lo esencial: Cristo presente en medio de su pueblo, que camina con él, lo adora, lo sirve y lo anuncia.
En una época que busca autenticidad, visibilidad y relaciones, la procesión eucarística —si se vive según el espíritu de Don Bosco— puede ser un signo poderoso de esperanza y renovación.

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Con Nino Baglieri peregrino de la Esperanza, en el camino del Jubileo

El recorrido del Jubileo 2025, dedicado a la Esperanza, encuentra un testigo luminoso en la historia del Siervo de Dios Nino Baglieri. Desde la dramática caída que lo dejó tetrapléjico a los diecisiete años hasta su renacimiento interior en 1978, Baglieri pasó de la sombra de la desesperación a la luz de una fe activa, transformando su lecho de dolor en un púlpito de alegría. Su historia entrelaza los cinco signos jubilares – peregrinación, puerta, profesión de fe, caridad y reconciliación – mostrando que la esperanza cristiana no es evasión, sino fuerza que abre el futuro y sostiene cada camino.

1. Esperar como espera
            La esperanza, según el diccionario en línea Treccani, es un sentimiento de “expectativa confiada en la realización, presente o futura, de lo que se desea”. La etimología del sustantivo “esperanza” deriva del latín spes, a su vez derivado de la raíz sánscrita spa- que significa tender hacia una meta. En español, “esperar” y “aguardar” se traducen con el verbo esperar, que engloba en una sola palabra ambos significados: como si solo se pudiera aguardar lo que se espera. Este estado de ánimo nos permite afrontar la vida y sus desafíos con coraje y una luz en el corazón siempre encendida. La esperanza se expresa – en positivo o en negativo – también en algunos proverbios de la sabiduría popular: “La esperanza es lo último que muere”, “Mientras hay vida hay esperanza”, “Quien vive de esperanza, desesperado muere”.
            Casi recogiendo este “sentir compartido” sobre la esperanza, pero consciente de la necesidad de ayudar a redescubrir la esperanza en su dimensión más plena y verdadera, el Papa Francisco quiso dedicar el Jubileo Ordinario de 2025 a la Esperanza (Spes non confundit [La esperanza no defrauda] es la bula de convocatoria) y ya en 2014 decía: “La resurrección de Jesús no es el final feliz de un cuento bonito, no es el happy end de una película; sino la intervención de Dios Padre donde se quiebra la esperanza humana. En el momento en que todo parece perdido, en el momento del dolor, cuando muchas personas sienten la necesidad de bajar de la cruz, es el momento más cercano a la resurrección. La noche se vuelve más oscura justo antes de que comience la mañana, antes de que empiece la luz. En el momento más oscuro interviene Dios y resucita” (cf. Audiencia del 16 de abril de 2014).
            En este contexto encaja perfectamente la historia del Siervo de Dios Nino Baglieri (Modica, 1 de mayo de 1951 – 2 de marzo de 2007), joven albañil de diecisiete años que, al caer de un andamio de diecisiete metros por el repentino colapso de una tabla, se estrelló contra el suelo quedando tetrapléjico: desde esa caída, el 6 de mayo de 1968, solo pudo mover la cabeza y el cuello, dependiendo de por vida de otros para todo, incluso para las cosas más simples y humildes. Nino ni siquiera podía estrechar la mano de un amigo o acariciar a su madre… y vio desvanecerse la posibilidad de realizar sus sueños. ¿Qué esperanza de vida tiene ahora este joven? ¿Con qué sentimientos puede enfrentarse? ¿Qué futuro le espera? La primera respuesta de Nino fue la desesperación, la oscuridad total ante una búsqueda de sentido que no encontraba respuesta: primero un largo peregrinar por hospitales de distintas regiones italianas, luego la compasión de amigos y conocidos llevó a Nino a rebelarse y encerrarse en diez largos años de soledad y rabia, mientras el túnel de la vida se hacía cada vez más profundo.
            En la mitología griega, Zeus confía a Pandora un jarrón que contiene todos los males del mundo: al destaparlo, los hombres pierden la inmortalidad y comienzan una vida de sufrimiento. Para salvarlos, Pandora vuelve a abrir el jarrón y libera elpis, la esperanza, que había quedado en el fondo: era el único antídoto contra las aflicciones de la vida. Mirando al Dador de todo bien, sabemos que «la esperanza no defrauda» (Rm 5,5). El Papa Francisco en Spes non confundit escribe: “En el signo de esta esperanza el apóstol Pablo infunde valor a la comunidad cristiana de Roma […] Todos esperan. En el corazón de cada persona está encerrada la esperanza como deseo y espera del bien, aunque no se sepa qué traerá el mañana. La imprevisibilidad del futuro, sin embargo, genera sentimientos a veces opuestos: desde la confianza al temor, de la serenidad al desaliento, de la certeza a la duda. A menudo encontramos personas desconfiadas, que miran al futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad. Que el Jubileo sea para todos ocasión de reavivar la esperanza” (ídem, 1).

2. De testigo de la “desesperación” a “embajador” de esperanza
            Volvemos entonces a la historia de nuestro Siervo de Dios, Nino Baglieri.
            Deben pasar diez largos años antes de que Nino salga del túnel de la desesperación, las densas tinieblas se disipen y entre la Luz. Era la tarde del 24 de marzo, Viernes Santo de 1978, cuando el padre Aldo Modica con un grupo de jóvenes fue a casa de Nino, impulsado por su madre Peppina y algunas personas que participaban en el camino de la Renovación en el Espíritu, entonces en sus inicios en la parroquia salesiana cercana. Nino escribe: “mientras invocaban al Espíritu Santo sentí una sensación extrañísima, un gran calor invadía mi cuerpo, un fuerte hormigueo en todas mis extremidades, como si una fuerza nueva entrara en mí y algo viejo saliera. En ese momento dije mi ‘sí’ al Señor, acepté mi cruz y renací a una vida nueva, me convertí en un hombre nuevo. Diez años de desesperación borrados en unos instantes, porque una alegría desconocida entró en mi corazón. Yo deseaba la curación de mi cuerpo y en cambio el Señor me concedía una alegría aún mayor: la curación espiritual”.
            Comienza para Nino un nuevo camino: de “testigo de la desesperación” se convierte en “peregrino de esperanza”. Ya no aislado en su pequeña habitación sino “embajador” de esta esperanza, narra su experiencia a través de un programa emitido por una radio local y – gracia aún mayor – el buen Dios le concede la alegría de poder escribir con la boca. Nino confiesa: “En marzo de 1979 el Señor me hizo un gran milagro, aprendí a escribir con la boca, así empecé, estaba con mis amigos que hacían los deberes, les pedí que me dieran un lápiz y un cuaderno, empecé a hacer signos y a dibujar algo, pero luego descubrí que podía escribir y así comencé a escribir”. Entonces comienza a redactar sus memorias y a tener contacto por carta con personas de toda clase y en varias partes del mundo, con miles de cartas que hasta hoy se conservan. La esperanza recuperada lo hace creativo, ahora Nino redescubre el gusto por las relaciones y quiere hacerse – en la medida de lo posible – independiente: con la ayuda de una varilla que usa con la boca y una goma elástica aplicada al teléfono, marca los números para comunicarse con muchas personas enfermas, para dirigirles una palabra de consuelo. Descubre una nueva manera de afrontar su condición de sufrimiento, que lo saca del aislamiento y lo lleva a ser testigo del Evangelio de la alegría y la esperanza: “Ahora hay mucha alegría en mi corazón, en mí ya no existe dolor, en mi corazón está Tu amor. Gracias Jesús, mi Señor, desde mi lecho de dolor quiero alabarte y con todo mi corazón quiero darte gracias porque me has llamado para conocer la vida, para conocer la verdadera vida”.
            Nino cambió de perspectiva, dio un giro de 360° – el Señor le regaló la conversión – puso su confianza en ese Dios misericordioso que, a través de la “desgracia”, lo llamó a trabajar en su viña, para ser signo y instrumento de salvación y esperanza. Así, muchas personas que iban a visitarlo para consolarlo salían consoladas, con lágrimas en los ojos: no encontraban en ese camastro a un hombre triste y apesadumbrado, sino un rostro sonriente que irradiaba – a pesar de tantos sufrimientos, entre ellos las llagas y problemas respiratorios – alegría de vivir: la sonrisa era constante en su rostro y Nino se sentía “útil desde un lecho de cruz”. Nino Baglieri es lo opuesto a muchas personas de hoy, siempre en busca del sentido de la vida, que apuntan al éxito fácil y a la felicidad de cosas efímeras y sin valor, vive on-line, consumen la vida en un clic, quieren todo y ya pero tienen los ojos tristes, apagados. Nino aparentemente no tenía nada, y sin embargo tenía paz y alegría en el corazón: no vivió aislado, sino sostenido por el amor de Dios expresado en el abrazo y la presencia de toda su familia y de cada vez más personas que lo conocen y se relacionan con él.

3. Avivar la esperanza
            Construir la esperanza es: cada vez que no me conformo con mi vida y me esfuerzo por cambiarla. Cada vez que no me dejo endurecer por las experiencias negativas y evito que me vuelvan desconfiado. Cada vez que caigo y trato de levantarme, que no permito que los miedos tengan la última palabra. Cada vez que, en un mundo marcado por los conflictos, elijo la confianza y relanzar siempre, con todos. Cada vez que no huyo del sueño de Dios que me dice: “quiero que seas feliz”, “quiero que tengas una vida plena… plena también de santidad”. La cima de la virtud de la esperanza es, de hecho, una mirada al Cielo para habitar bien la tierra o, como diría Don Bosco, caminar con los pies en la tierra y el corazón en el Cielo.
            En esta línea de esperanza se cumple el jubileo que, con sus signos, nos pide ponernos en camino, cruzar algunas fronteras.
            Primer signo, la peregrinación: cuando uno se mueve de un lugar a otro está abierto a lo nuevo, al cambio. Toda la vida de Jesús fue “ponerse en camino”, un camino de evangelización que se cumple en el don de la vida y luego más allá, con la Resurrección y la Ascensión.
            Segundo signo, la puerta: en Jn 10,9 Jesús afirma «Yo soy la puerta: si alguien entra por mí será salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto». Pasar la puerta es dejarse acoger, ser comunidad. En el evangelio también se habla de la “puerta estrecha”: el Jubileo se convierte en camino de conversión.
            Tercer signo, la profesión de fe: expresar la pertenencia a Cristo y a la Iglesia y declararlo públicamente.
            Cuarto signo, la caridad: la caridad es la contraseña para el cielo, en 1Pe 4,8 el apóstol Pedro amonesta «conservad entre vosotros una gran caridad, porque la caridad cubre multitud de pecados».
            Quinto signo, por tanto, la reconciliación y la indulgencia jubilar: es un “tiempo favorable” (cf. 2Cor 6,2) para experimentar la gran misericordia de Dios y recorrer caminos de acercamiento y perdón hacia los hermanos; para vivir la oración del Padre Nuestro donde se pide “perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Es convertirse en criaturas nuevas.
            También en la vida de Nino hay episodios que lo conectan – en el “hilo” de la esperanza – con estas dimensiones jubilares. Por ejemplo, el arrepentimiento por algunas travesuras de su infancia, como cuando, en tres (él cuenta), “robábamos las ofrendas de las Misas en la sacristía, nos servían para jugar al futbolín. Cuando encuentras malos compañeros te llevan por mal camino. Luego uno tomó el manojo de llaves del Oratorio y lo escondió en mi bolso de libros que estaba en el estudio; encontraron las llaves, llamaron a los padres, nos dieron dos bofetadas y nos echaron de la escuela. ¡Vergüenza!”. Pero sobre todo en la vida de Nino está la caridad, ayudar al hermano pobre, en la prueba física y moral, hacerse presente con quien tiene dificultades también psicológicas y alcanzar por escrito a los hermanos en la cárcel para testimoniarles la bondad y el amor de Dios. A Nino, que antes de la caída había sido albañil, “[me] gustaba construir con mis manos algo que quedara en el tiempo: también ahora – escribe – me siento un albañil que trabaja en el Reino de Dios, para dejar algo que perdure en el tiempo, para ver las Obras Maravillosas de Dios que realiza en nuestra Vida”. Confiesa: “mi cuerpo parece muerto, pero en mi pecho sigue latiendo mi corazón. Las piernas no se mueven, y sin embargo, por los caminos del mundo yo camino”.

4. Peregrino hacia el cielo
            Nino, cooperador salesiano consagrado de la gran Familia Salesiana, concluye su “peregrinación” terrenal el viernes 2 de marzo de 2007 a las 8:00 de la mañana, con solo 55 años, de los cuales 39 los pasó tetrapléjico entre cama y silla de ruedas, después de pedir perdón a la familia por las dificultades que tuvo que afrontar por su condición. Deja la escena de este mundo en ropa deportiva y zapatillas, como pidió expresamente, para correr por los verdes prados floridos y saltar como una cierva junto a los cursos de agua. Leemos en su Testamento espiritual: “nunca dejaré de darte gracias, oh, Señor, por haberme llamado a Ti a través de la Cruz el 6 de mayo de 1968. Una cruz pesada para mis jóvenes fuerzas…”. El 2 de marzo la vida – don continuo que parte de los padres y se alimenta poco a poco con asombro y belleza – inserta para Nino Baglieri su pieza más importante: el abrazo con su Señor y Dios, acompañado por la Virgen.
            Al conocerse su partida, de muchas partes surge un coro unánime: «ha muerto un santo», un hombre que hizo de su lecho de cruz el estandarte de la vida plena, don para todos. Por tanto, un gran testigo de esperanza.
            Pasados 5 años de su muerte, así como lo prevén las Normae Servandae in Inquisitionibus ab Episcopis faciendis in Causis Sanctorum de 1983, el obispo de la Diócesis de Noto, a petición del Postulador General de la Congregación Salesiana, escuchada la Conferencia Episcopal Siciliana y obtenido el Nihil obstat de la Santa Sede, abre la Investigación Diocesana de la Causa de Beatificación y Canonización del Siervo de Dios Nino Baglieri.
            El proceso diocesano, que duró 12 años, se desarrolló a lo largo de dos líneas principales: el trabajo de la Comisión de Historia que buscó recogió, estudió y presentó muchas fuentes, sobre todo escritos “del” y “sobre” el Siervo de Dios; el Tribunal Eclesiástico, titular de la Investigación, que también escuchó bajo juramento a los testigos.
            Este camino concluyó el pasado 5 de mayo de 2024 en presencia de monseñor Salvatore Rumeo, actual obispo de la diócesis de Noto. Pocos días después los Actos procesales fueron entregados al Dicasterio para las Causas de los Santos que procedió a su apertura el 21 de junio de 2024. A principios de 2025, el mismo Dicasterio decretó su “Validez Jurídica”, con lo que la fase romana de la Causa puede entrar en su desarrollo.
            Ahora la aportación a la Causa continúa también dando a conocer la figura de Nino que al final de su camino terrenal recomendó: “no me dejéis sin hacer nada. Yo continuaré desde el cielo mi misión. Os escribiré desde el Paraíso”.
            El camino de la esperanza en su compañía se convierte así en deseo del Cielo, cuando “nos encontraremos cara a cara con la belleza infinita de Dios (cf. 1Cor 13,12) y podremos leer con gozosa admiración el misterio del universo, que participará junto a nosotros de la plenitud sin fin […]. Mientras tanto, nos unimos para hacernos cargo de esta casa que se nos ha confiado, sabiendo que lo bueno que hay en ella será asumido en la fiesta del cielo. Junto con todas las criaturas, caminamos por esta tierra buscando a Dios […] ¡Caminamos cantando!” (cf. Laudato Si, 243-244).

Roberto Chiaramonte




Novena de María Auxiliadora 2025

Esta novena a María Auxiliadora 2025 nos invita a redescubrirnos como hijos bajo la mirada materna de María. Cada día, a través de las grandes apariciones –desde Lourdes a Fátima, de Guadalupe a Banneaux – contemplamos un rasgo de su amor: humildad, esperanza, obediencia, asombro, confianza, consuelo, justicia, dulzura, sueño. Las meditaciones del Rector Mayor y las oraciones de los “hijos” nos acompañan en un camino de nueve días que abre el corazón a la fe sencilla de los pequeños, alimenta la oración y anima a construir, con María, un mundo sanado y lleno de luz, para nosotros y para todos aquellos que buscan esperanza y paz.

Día 1
Ser Hijos – Humildad y fe

Los hijos confían, los hijos se entregan. Y una madre está cerca, siempre. La ves incluso si no está.
¿Y nosotros, somos capaces de verla?
Dichoso quien ve con el corazón.

Nuestra Señora de Lourdes
La pequeña Bernadette Soubirous
11 de febrero de 1858. Acababa de cumplir 14 años. Era una mañana como las demás, un día de invierno. Teníamos hambre, como siempre. Estaba esa gruta, con la boca oscura. En el silencio sentí como un gran soplo. El arbusto se movió, una fuerza lo sacudía. Y entonces vi a una joven, vestida de blanco, no más alta que yo, que me saludó con una leve inclinación de cabeza; al mismo tiempo, separó ligeramente del cuerpo sus brazos extendidos, abriendo las manos, como las estatuas de la Virgen. Sentí miedo. Luego pensé en rezar: tomé el rosario que siempre llevo conmigo y comencé a recitarlo.

María se muestra a su hija Bernadette Soubirous. A ella, que no sabía leer ni escribir, que hablaba en dialecto y no asistía al catecismo. Una niña pobre, marginada por todos en el pueblo, y sin embargo dispuesta a confiar y a entregarse, como quien no tiene nada. Y nada que perder.
María le confía sus secretos y lo hace porque confía en ella. La trata con ternura, se dirige a ella con amabilidad, le dice “por favor”.
Y Bernadette se abandona y le cree, como hace un niño con su madre. Cree en su promesa: que la Virgen no la hará feliz en este mundo, sino en el otro. Y recuerda esa promesa toda su vida.
Una promesa que le permitirá afrontar todas las dificultades con la frente en alto, con fuerza y determinación, haciendo lo que la Virgen le pidió: rezar, rezar siempre por todos nosotros, pecadores.
También ella promete: custodia los secretos de María y da voz a su pedido de un Santuario en el lugar de la aparición.
Y al morir, Bernadette sonríe, recordando el rostro de María, su mirada amorosa, sus silencios, sus pocas pero intensas palabras, y sobre todo aquella promesa.
Y se siente aún hija, hija de una Madre que cumple sus promesas.

María, Madre que promete
Tú, que prometiste convertirte en madre de la humanidad, has permanecido al lado de tus hijos, empezando por los más pequeños y los más pobres. A ellos te acercaste, a ellos te manifestaste.
Ten fe: María también se muestra a nosotros si sabemos despojarnos de todo.

Intervención del Rector Mayor
María Santísima, humildad y fe

Podemos decir que María es como un faro de humildad y fe que ha acompañado a la humanidad a lo largo de los siglos. También acompaña nuestra vida, nuestra historia personal, la de cada uno de nosotros.
Ahora bien, no hay que pensar que la humildad de María es simplemente una apariencia exterior o una actitud discreta. No es algo superficial. Su humildad viene de una profunda conciencia de su pequeñez frente a la grandeza de Dios.
Su “sí”, ese Aquí estoy, la servidora del Señor que pronuncia ante el ángel, es un acto de humildad, no de presunción; es un abandono confiado de quien se reconoce instrumento en las manos de Dios.
María no busca reconocimientos; simplemente desea ser servidora, colocándose en el último lugar, con silencio, humildad y una sencillez que nos desarma.
Esta humildad —una humildad radical— es la llave que abrió el corazón de María a la gracia divina, permitiendo que el Verbo de Dios, con toda su grandeza e inmensidad, se encarnara en su vientre humano.
María nos enseña a presentarnos tal como somos, con nuestra humildad, sin orgullo. No hace falta apoyarnos en nuestra autoridad o autosuficiencia. Basta con colocarnos libremente ante Dios para poder acoger plenamente, con libertad y disponibilidad, su voluntad, como hizo María, y vivirla con amor.
Este es el segundo punto: la fe de María.
La humildad de la servidora la sitúa en un camino constante de adhesión incondicional al proyecto de Dios, incluso en los momentos más oscuros e incomprensibles. Esto significa afrontar con valentía la pobreza de su experiencia en la gruta de Belén, la huida a Egipto, la vida oculta en Nazaret, pero sobre todo, estar al pie de la cruz, donde la fe de María alcanza su punto más alto.
Allí, al pie de la cruz, con el corazón traspasado por el dolor, María no vacila, no cae: cree en la promesa.
Su fe no es un sentimiento pasajero, sino una roca firme sobre la que se funda la esperanza de la humanidad, nuestra esperanza.
Humildad y fe en María están unidas de forma indisoluble.
Dejemos que esta humildad de María ilumine nuestra humanidad, para que también en nosotros pueda germinar la fe. Que al reconocer nuestra pequeñez ante Dios, no nos dejemos abatir por ello ni caigamos en la autosuficiencia, sino que, como María, nos presentemos con una gran libertad interior, con una plena disponibilidad, reconociendo nuestra dependencia de Dios.
Vivamos con Él en la sencillez, pero también en la grandeza.
María nos exhorta a cultivar una fe serena, firme, capaz de superar las pruebas y confiar en la promesa de Dios.
Contemplemos la figura de María, humilde y creyente, para que también nosotros podamos decir generosamente nuestro “sí”, como hizo ella.

¿Y nosotros, somos capaces de captar sus promesas de amor con los ojos de un niño?

La oración de un hijo infiel
María, tú que te muestras a quien sabe ver…
haz puro mi corazón.
Hazme humilde, pequeño, capaz de perderme en tu abrazo de madre.
Ayúdame a redescubrir cuán importante es el rol de ser hijo y guía mis pasos.
Tú prometes, yo prometo en un pacto que solo madre e hijo pueden hacer.
Caeré, madre, tú lo sabes.
No siempre cumpliré mis promesas.
No siempre confiaré.
No siempre podré verte.
Pero tú quédate allí, en silencio, con una sonrisa, los brazos extendidos y las manos abiertas.
Y yo tomaré el rosario y rezaré contigo por todos los hijos como yo.

Dios te salve, María…
Dichoso quien ve con el corazón.

Día 2
Ser Hijos – Sencillez y esperanza

Los hijos confían, los hijos se entregan. Y una madre está cerca, siempre. La ves incluso si no está.
¿Y nosotros, somos capaces de verla?
Dichoso quien ve con el corazón.

Nuestra Señora de Fátima
Los pequeños pastorcitos en Cova de Iria
En Cova de Iria, hacia las 13 horas, el cielo se abre y aparece el sol. De repente, alrededor de las 13:30, ocurre lo improbable: ante una multitud atónita se produce el milagro más espectacular, grandioso e increíble desde los tiempos bíblicos. El sol comienza una danza frenética y aterradora que dura más de diez minutos. Un tiempo larguísimo.

Tres pequeños pastorcitos, simples y felices, presencian y difunden el milagro que conmueve a millones de personas. Nadie puede explicarlo, ni científicos ni hombres de fe. Y, sin embargo, tres niños vieron a María, escucharon su mensaje. Y ellos creen, creen en las palabras de aquella mujer que se les apareció y les pidió regresar a Cova de Iría cada día 13 del mes.
No necesitan explicaciones porque en las palabras repetidas de María depositan toda su esperanza.
Una esperanza difícil de mantener viva, que habría asustado a cualquier niño: la Virgen revela a Lucía, Jacinta y Francisco sufrimientos y conflictos mundiales. Y, sin embargo, ellos no dudan: quien confía en la protección de María, madre que protege, puede afrontarlo todo.
Y lo saben bien, lo vivieron en carne propia arriesgando sus vidas para no traicionar la palabra dada a su Madre celestial.
Los tres pastorcitos estaban dispuestos al martirio, encarcelados y amenazados ante un caldero de aceite hirviendo.
Tenían miedo:
«¿Por qué tenemos que morir sin abrazar a nuestros padres? Yo quisiera ver a mamá.»
Y, sin embargo, decidieron seguir esperando, creyendo en un amor más grande que ellos:
«No tengas miedo. Ofrezcamos este sacrificio por la conversión de los pecadores. Sería peor si la Virgen ya no volviera.»
«¿Por qué no rezamos el Rosario?»
Una madre nunca es sorda al grito de sus hijos. Y en ella los hijos depositan su esperanza.
María, Madre que protege, permaneció junto a sus tres hijos de Fátima y los salvó, permitiéndoles seguir con vida.
Y hoy sigue protegiendo a todos sus hijos en el mundo que peregrinan al Santuario de Nuestra Señora de Fátima.

María, Madre que protege
Tú, que cuidas de la humanidad desde el momento de la Anunciación, permaneciste junto a tus hijos más sencillos y llenos de esperanza. A ellos te acercaste, a ellos te manifestaste.
Pon tu esperanza en María: ella sabrá protegerte.

Intervención del Rector Mayor
María Santísima, esperanza y renovación

María Santísima es aurora de esperanza, fuente inagotable de renovación.
Contemplar la figura de María es como dirigir la mirada hacia un horizonte luminoso, una invitación constante a creer en un futuro lleno de gracia.
Y esa gracia transforma. María es la personificación de la esperanza cristiana en acción. Su fe inquebrantable ante las pruebas, su perseverancia al seguir a Jesús hasta la cruz, su espera confiada en la resurrección: para mí, esas son las cosas más importantes. Para todos nosotros, son un faro de esperanza para la humanidad entera.
En María vemos la certeza, podríamos decir, como la confirmación de la promesa de un Dios que nunca falla a su palabra. Que el dolor, el sufrimiento y la oscuridad no tienen la última palabra. Que la muerte es vencida por la vida.
María, entonces, es esperanza. Es la estrella de la mañana que anuncia la llegada del sol de justicia. Volvernos hacia ella es confiar nuestras esperas y aspiraciones a un corazón materno que las presenta con amor a su Hijo resucitado. De algún modo, nuestra esperanza se sostiene en la esperanza de María. Y si hay esperanza, entonces las cosas no permanecen igual. Hay renovación. Renovación de la vida.
Al acoger al Verbo encarnado, María hizo posible creer en la esperanza y en la promesa de Dios. Hizo posible una nueva creación, un nuevo comienzo.
La maternidad espiritual de María continúa generándonos en la fe, acompañándonos en nuestro camino de crecimiento y transformación interior.
Pidamos a María Santísima la gracia necesaria para que esta esperanza, que vemos cumplida en ella, pueda renovar nuestro corazón, sanar nuestras heridas, y llevarnos más allá del velo de la negatividad, para emprender un camino de santidad, un camino de cercanía a Dios.
Pidamos a María, la mujer que permanece en oración con los apóstoles, que nos ayude hoy a nosotros, creyentes y comunidades cristianas, para que seamos sostenidos en la fe y abiertos a los dones del Espíritu, y para que se renueve la faz de la tierra.
María nos exhorta a no resignarnos nunca al pecado ni a la mediocridad. Llenos de la esperanza cumplida en ella, deseamos con ardor una vida nueva en Cristo. Que María siga siendo para nosotros modelo y sostén para seguir creyendo siempre en la posibilidad de un nuevo comienzo, de un renacimiento interior que nos conforme cada vez más a la imagen de su Hijo Jesús.

¿Y nosotros, somos capaces de esperar en ella y dejarnos proteger con los ojos de un niño?

La oración de un hijo desanimado
María, tú que te muestras a quien sabe ver…
haz mi corazón sencillo y lleno de esperanza.
Yo confío en ti: protégeme en toda circunstancia.
Yo me entrego a ti: protégeme en toda circunstancia.
Yo escucho tu palabra: protégeme en toda circunstancia.
Dame la capacidad de creer en lo imposible y de hacer todo lo que esté a mi alcance
para llevar tu amor, tu mensaje de esperanza y tu protección al mundo entero.
Y te ruego, Madre mía, protege a toda la humanidad, incluso a aquella que aún no te reconoce.

Dios te salve, María…
Dichoso quien ve con el corazón.

Día 3
Ser Hijos – Obediencia y dedicación

Los hijos confían, los hijos se entregan. Y una madre está cerca, siempre. La ves incluso si no está.
¿Y nosotros, somos capaces de verla?
Dichoso quien ve con el corazón.

Nuestra Señora de Guadalupe
El joven Juan Diego
—«Juan Diego», dijo la Señora, «pequeño y predilecto entre mis hijos…». Juan se levantó de un salto.
—«¿Adónde vas, Juanito?», preguntó la Señora.
Juan Diego respondió con la mayor cortesía posible. Le dijo que se dirigía a la iglesia de Santiago para escuchar la misa en honor a la Madre de Dios.
—«Hijo mío amado», dijo la Señora, «yo soy la Madre de Dios, y quiero que me escuches con atención. Tengo un mensaje muy importante para ti. Deseo que me construyan una iglesia en este lugar, desde donde podré mostrar mi amor a tu pueblo.»

Un diálogo dulce, simple y tierno como el de una madre con su hijo. Y Juan Diego obedeció: fue al obispo a contarle lo que había visto, pero él no le creyó. Entonces el joven volvió con María y le explicó lo ocurrido.
La Virgen le dio otro mensaje y lo animó a intentarlo de nuevo, y así una y otra vez.
Juan Diego obedecía, no se daba por vencido: cumpliría con la tarea que la Madre celestial le había confiado.
Pero un día, abrumado por los problemas de la vida, estuvo a punto de faltar a su cita con la Virgen: su tío estaba muriendo.
—«¿De verdad crees que podría olvidar a quien tanto amo?»
María curó a su tío, mientras Juan Diego obedecía una vez más:
—«Hijo mío amado», dijo la Señora, «sube a la cima del cerro donde nos vimos por primera vez. Corta y recoge las rosas que encontrarás allí. Ponlas en tu tilma y tráemelas. Yo te diré qué hacer y qué decir.
A pesar de saber que en ese cerro no crecían rosas —y mucho menos en invierno—, Juan corrió hasta la cima. Y allí encontró el jardín más hermoso que había visto jamás.
Rosas de Castilla, aún brillantes por el rocío, se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Cortó con cuidado los capullos más bellos con su cuchillo de piedra, llenó su manto y volvió deprisa donde lo esperaba la Señora.
La Virgen tomó las rosas y las volvió a colocar en el manto de Juan. Luego se lo ató al cuello y le dijo:
«Este es el signo que el obispo necesita. Ve con él y no te detengas en el camino.»

En el manto había aparecido la imagen de la Virgen. Al ver tal milagro, el obispo creyó.
Y hoy, el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe conserva todavía aquella imagen milagrosa.

María, Madre que no olvida
Tú, que no olvidas a ninguno de tus hijos, que no dejas a nadie atrás, miraste a los jóvenes que pusieron en ti sus esperanzas. A ellos te acercaste, a ellos te manifestaste.
Obedece incluso cuando no comprendes: una madre no olvida, una madre no deja solos.

Intervención del Rector Mayor
María Santísima, maternidad y compasión

La maternidad de María no se agota en su “sí”, que hizo posible la encarnación del Hijo de Dios.
Ciertamente, ese momento es el fundamento de todo, pero su maternidad es una actitud constante, una forma de ser para nosotros, una manera de relacionarse con toda la humanidad.
Jesús, desde la cruz, le confía a Juan con las palabras: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, extendiendo simbólicamente su maternidad a todos los creyentes de todos los tiempos.
María se convierte así en madre de la Iglesia, madre espiritual de cada uno de nosotros.
Vemos entonces cómo esta maternidad se manifiesta en un cuidado tierno y solícito, en una atención constante a las necesidades de sus hijos, y en un profundo deseo por su bien.
María nos acoge, nos alimenta con su fidelidad, nos protege bajo su manto.
La maternidad de María es un don inmenso; al acercarnos a ella, sentimos una presencia amorosa que nos acompaña en cada momento.
Y así, la compasión de María es la consecuencia natural de su maternidad.
Una compasión que no es simplemente un sentimiento superficial de lástima, sino una participación profunda en el dolor del otro, un verdadero “sufrir con”.
La vemos manifestarse de manera conmovedora durante la pasión de su Hijo.
Y del mismo modo, María no permanece indiferente ante nuestro dolor: intercede por nosotros, nos consuela, nos brinda su ayuda materna.
El corazón de María se convierte entonces en un refugio seguro donde podemos depositar nuestras fatigas, encontrar consuelo y esperanza.
Maternidad y compasión en María son, por así decirlo, dos rostros de una misma experiencia humana puesta a nuestro favor, dos expresiones de su amor infinito por Dios y por la humanidad.
Su compasión es la manifestación concreta de su ser madre: compasión como fruto de su maternidad. Contemplar a María como madre nos abre el corazón a una esperanza que en ella encuentra su plenitud. Madre celestial que nos ama.
Pidamos a María que podamos verla como modelo de una humanidad auténtica, de una maternidad capaz de “sentir con”, de amar, de sufrir con los demás, siguiendo el ejemplo de su Hijo Jesús, que por amor a nosotros padeció y murió en la cruz.

¿Y nosotros, estamos tan seguros como los niños de que una madre no olvida?

La oración de un hijo perdido
María, tú que te muestras a quien sabe ver…
haz mi corazón obediente.
Cuando no te escuche, por favor, insiste.
Cuando no regrese, por favor, ven a buscarme.
Cuando no me perdone, por favor, enséñame la indulgencia.
Porque nosotros, los hombres, nos perdemos y siempre nos perderemos,
pero tú no te olvides de nosotros, hijos errantes.
Ven a buscarnos,
ven a tomarnos de la mano.
No queremos ni podemos quedarnos solos aquí.

Dios te salve, María…
Dichoso quien ve con el corazón.

Día 4
Ser Hijos – Asombro y reflexión

Los hijos confían, los hijos se entregan. Y una madre está cerca, siempre. La ves incluso si no está.
¿Y nosotros, somos capaces de verla?
Dichoso quien ve con el corazón.

Nuestra Señora de la Salette
Los pequeños Mélanie y Maximin de La Salette
El sábado 19 de septiembre de 1846, los dos niños subieron temprano por las laderas del monte Planeau, por encima del pueblo de La Salette, guiando cada uno cuatro vacas a pastar. A medio camino, cerca de un pequeño manantial, Mélanie fue la primera en ver sobre un montón de piedras una esfera de fuego «como si el sol hubiese caído allí», y se la señaló a Maximin.
De aquella esfera luminosa comenzó a aparecer una mujer, sentada con la cabeza entre las manos, los codos sobre las rodillas, profundamente triste.
Ante su asombro, la Señora se levantó y con voz dulce, aunque en francés, les dijo:
«Acérquense, hijos míos, no tengan miedo, estoy aquí para anunciarles una gran noticia.»
Reanimados, los niños se acercaron y vieron que aquella figura estaba llorando.

Una madre anuncia una importante noticia a sus hijos… y lo hace llorando.
Y sin embargo, los niños no se sorprenden por su llanto. Escuchan, en uno de los momentos más tiernos entre una madre y sus hijos.
Porque también las madres, a veces, están preocupadas. Porque también las madres confían a sus hijos sus sensaciones, sus pensamientos y reflexiones.
Y María confía a estos dos pastorcitos, pobres y poco amados, un mensaje grande:
«Estoy preocupada por la humanidad, estoy preocupada por ustedes, hijos míos, que se están alejando de Dios. Y la vida lejos de Dios es una vida complicada, difícil, llena de sufrimientos.»
Por eso llora. Llora como cualquier madre y transmite a sus hijos más pequeños y puros un mensaje tan asombroso como profundo.
Un mensaje para anunciar a todos, para llevar al mundo.
Y ellos lo harán, porque no pueden guardar para sí un momento tan hermoso: la expresión del amor de una madre por sus hijos debe ser anunciada a todos.
El Santuario de Nuestra Señora de La Salette, que se levanta en el lugar de las apariciones, se fundamenta en la revelación del dolor de María ante el extravío de sus hijos pecadores.

María, Madre que anuncia, que cuenta
Tú, que te entregas por completo a tus hijos al punto de no temer contarles de ti, tocaste el corazón de los más pequeños, capaces de reflexionar sobre tus palabras y acogerlas con asombro. A ellos te acercaste, a ellos te manifestaste.
Déjate asombrar por las palabras de una madre: siempre serán las más auténticas.

Intervención del Rector Mayor
María Santísima, amor y misericordia

¿Sentimos esta dimensión de María, estas dos dimensiones?
María es la mujer de un corazón desbordante de amor, de atención y también de misericordia. La percibimos como un puerto, un refugio seguro cuando atravesamos momentos de dificultad o de prueba.
Contemplar a María es como sumergirse en un océano de ternura y compasión.
Nos sentimos rodeados por un ambiente, por toda una atmósfera inagotable de consuelo y esperanza. El amor de María es un amor materno que abraza a toda la humanidad, porque es un amor enraizado en su “sí” incondicional al proyecto de Dios.
Al acoger a su Hijo en el seno, María acogió el amor de Dios.
Por eso, su amor no tiene límites ni hace distinciones; se inclina ante las fragilidades, ante las miserias humanas, con una delicadeza infinita.
Lo vemos manifestarse en su cuidado por Isabel, en su intercesión en las bodas de Caná, en su presencia silenciosa y extraordinaria al pie de la cruz.
El amor de María, ese amor materno, es un reflejo del mismo amor de Dios: un amor que se hace cercano, que consuela, que perdona, que nunca se cansa, que nunca se termina. María nos enseña que amar es donarse por completo, hacerse prójimo de quien sufre, compartir las alegrías y los dolores de los hermanos con la misma generosidad y dedicación que animaron su corazón. Amor y misericordia.
La misericordia se vuelve así la consecuencia natural del amor de María: una compasión que podríamos llamar visceral frente al sufrimiento del mundo y de la humanidad.
Contemplamos a María, la encontramos con su mirada maternal que se posa sobre nuestras debilidades, nuestros pecados, nuestra vulnerabilidad, no con juicio ni reproche, sino con infinita dulzura. Es un corazón inmaculado, sensible al clamor del dolor.
María es una madre que no juzga, no condena, sino que acoge, consuela y perdona.
La misericordia de María la sentimos como un bálsamo para las heridas del alma, como una caricia que reconforta el corazón. María nos recuerda que Dios es rico en misericordia y que nunca se cansa de perdonar a quien se vuelve hacia Él con un corazón contrito, sereno, abierto y disponible.
Amor y misericordia en María Santísima se funden en un abrazo que envuelve a toda la humanidad. Pidamos a María que nos ayude a abrir de par en par nuestro corazón al amor de Dios, como lo hizo ella; que dejemos que ese amor inunde nuestro corazón, especialmente cuando más lo necesitamos, cuando más nos pesa la dificultad y la prueba.
En María encontramos una madre tiernísima y poderosa, siempre dispuesta a acogernos en su amor e interceder por nuestra salvación.

¿Y nosotros, somos capaces todavía de asombrarnos como un niño ante el amor de su madre?

La oración de un hijo lejano
María, tú que te muestras a quien sabe ver…
haz mi corazón capaz de compasión y conversión.
En el silencio, te encuentro.
En la oración, te escucho.
En la reflexión, te descubro.
Y ante tus palabras de amor, Madre, me asombro
y descubro la fuerza de tu vínculo con la humanidad.
Lejos de ti, ¿quién me sostiene la mano en los momentos difíciles?
Lejos de ti, ¿quién me consuela en mi llanto?
Lejos de ti, ¿quién me orienta cuando estoy tomando el camino equivocado?
Yo regreso a ti, en unidad.

Dios te salve, María…
Dichoso quien ve con el corazón.

Día 5
Ser Hijos – Confianza y oración

Los hijos confían, los hijos se entregan. Y una madre está cerca, siempre. La ves incluso si no está.
¿Y nosotros, somos capaces de verla?
Dichoso quien ve con el corazón.

Medalla de Catalina
La pequeña Catalina Labouré
La noche del 18 de julio de 1830, hacia las 11:30, oyó que la llamaban por su nombre. Era un niño que le dijo: «Levántate y ven conmigo.» Catalina lo siguió. Todas las luces estaban encendidas. La puerta de la capilla se abrió apenas el niño la tocó con la punta de los dedos. Catalina se arrodilló.
A medianoche llegó la Virgen, se sentó en el sillón que había junto al altar. «Entonces salté junto a ella, a sus pies, sobre los escalones del altar, y puse las manos sobre sus rodillas», relató Catalina. «Permanecí así no sé cuánto tiempo. Me pareció el momento más dulce de mi vida…»
«Dios quiere confiarte una misión», le dijo la Virgen a Catalina.

Catalina, huérfana desde los 9 años, no se resigna a vivir sin su madre. Y se acerca a la Madre del Cielo.
La Virgen, que ya la observaba desde lejos, jamás la habría abandonado.
Es más, tenía grandes planes para ella.
Ella, su hija atenta y amorosa, recibiría una gran misión: vivir una vida cristiana auténtica, con una relación personal con Dios fuerte y firme.
María cree en el potencial de su niña y a ella le encomienda la Medalla Milagrosa, capaz de interceder y obrar gracias y milagros.
Una misión importante, un mensaje difícil. Y sin embargo, Catalina no se desalienta, confía en su Madre del Cielo y sabe que ella jamás la abandonará.

María, Madre que confía
Tú, que confías y encomiendas misiones y mensajes a cada uno de tus hijos, los acompañas en su camino con presencia discreta, permaneciendo junto a todos, pero especialmente a quienes han sufrido grandes dolores. A ellos te acercaste, a ellos te manifestaste.
Confía: una madre solo te encomendará tareas que puedes llevar a cabo, y estará a tu lado en todo el camino.

Intervención del Rector Mayor
María Santísima, confianza y oración

María Santísima se nos presenta como la mujer de una confianza inquebrantable, una poderosa intercesora a través de la oración.
Contemplar estos dos aspectos —la confianza y la oración— nos permite ver dos dimensiones fundamentales de la relación de María con Dios.
La confianza de María en Dios podemos decir que es un hilo de oro que recorre toda su existencia, desde el principio hasta el final.
Ese “sí” pronunciado con plena conciencia de sus consecuencias es un acto de entrega total a la voluntad divina.
María se confía, vive esa confianza en Dios con un corazón firme en la providencia divina, sabiendo que Dios nunca la abandonaría.
Para nosotros, en la vida cotidiana, mirar a María y a esta entrega —que no es pasiva, sino activa y confiada— es una invitación:
no a olvidar nuestras angustias o miedos, sino a mirarlos desde la luz del amor de Dios, un amor que nunca faltó en la vida de María, y que tampoco falta en la nuestra.
Esta confianza conduce a la oración, que podríamos decir es casi el aliento del alma de María, el canal privilegiado de su íntima comunión con Dios.
La confianza lleva a la comunión. Su vida entregada fue un continuo diálogo de amor con el Padre, una ofrenda constante de sí misma, de sus preocupaciones, pero también de sus decisiones.
La visitación a Isabel es un ejemplo de oración que se convierte en servicio.
Vemos a María acompañando a Jesús hasta la cruz, y luego de la Ascensión la encontramos en el cenáculo, unida a los apóstoles en ferviente espera.
María nos enseña el valor de la oración constante como fruto de una confianza total, como camino para encontrarse con Dios y vivir con Él.
Confianza y oración están profundamente unidas en María Santísima.
Una confianza profunda en Dios hace brotar una oración perseverante.
Pidamos a María que, con su ejemplo, nos anime a hacer de la oración un hábito diario, porque queremos vivir continuamente confiados en las manos misericordiosas de Dios.
Volvámonos a ella con amor filial y confianza, para que, imitando su fe y su perseverancia en la oración, podamos experimentar la paz que sólo se recibe cuando uno se abandona en Dios, y obtener así las gracias necesarias para nuestro camino de fe.

¿Y nosotros, somos capaces de confiar incondicionalmente como los niños?

La oración de un hijo sin confianza
María, tú que te muestras a quien sabe ver…
haz que mi corazón sea capaz de orar.
No sé escucharte, abre mis oídos.
No sé seguirte, guía mis pasos.
No sé ser fiel a lo que quieras confiarme, fortalece mi alma.
Las tentaciones son muchas, haz que no caiga.
Las dificultades parecen insuperables, haz que no tropiece.
Las contradicciones del mundo gritan fuerte, haz que no las siga.
Yo, tu hijo frágil y fallido, estoy aquí para que tú te sirvas de mí,
y me conviertas en un hijo obediente.

Dios te salve, María…
Dichoso quien ve con el corazón.

Día 6
Ser Hijos – Sufrimiento y sanación

Los hijos confían, los hijos se entregan. Y una madre está cerca, siempre. La ves incluso si no está.
¿Y nosotros, somos capaces de verla?
Dichoso quien ve con el corazón.

Nuestra Señora de los Dolores de Kibeho
La pequeña Alphonsine Mumureke y sus compañeros
La historia comenzó a las 12:35 de un sábado, el 28 de noviembre de 1981, en un colegio dirigido por religiosas locales, al que asistían poco más de un centenar de chicas de la región.
Un colegio rural y pobre, donde se formaban futuras maestras o secretarias. No tenía capilla y, por tanto, no reinaba un ambiente especialmente religioso.
Ese día, todas las chicas estaban en el comedor. La primera en “ver” fue Alphonsine Mumureke, de 16 años.
Según lo que ella misma escribió en su diario, estaba sirviendo la mesa a sus compañeras cuando oyó una voz femenina que la llamaba: «Hija mía, ven aquí».
Se dirigió hacia el pasillo, junto al comedor, y allí se le apareció una mujer de incomparable belleza.
Vestía de blanco, con un velo blanco que le cubría la cabeza y se unía al resto del vestido, sin costuras.
Iba descalza y tenía las manos juntas sobre el pecho, con los dedos apuntando al cielo.

Posteriormente, la Virgen se apareció también a otras compañeras de Alphonsine, quienes al principio eran escépticas, pero luego, ante la presencia de María, se convencieron.
La Virgen, hablando con Alphonsine, se presenta como la Señora de los Dolores de Kibeho y revela a los jóvenes los terribles y sangrientos acontecimientos que pronto sobrevendrían con la guerra en Ruanda.
El dolor sería inmenso, pero también habría consuelo y sanación, porque ella, la Señora de los Dolores, nunca abandonaría a sus hijos de África.
Los jóvenes permanecen allí, atónitos ante las visiones, pero creen en esta Madre que les tiende los brazos y los llama «hijos míos».
Saben que solo en ella hallarán consuelo.
Y para poder rezar para que la Madre que consuela aliviara el sufrimiento de sus hijos, se erige el Santuario dedicado a Nuestra Señora de los Dolores de Kibeho, hoy lugar marcado por masacres y genocidios.
Y la Virgen sigue allí, abrazando a todos sus hijos.

María, Madre que consuela
Tú, que consolaste a tus hijos como a Juan al pie de la cruz, has mirado con ternura a quienes viven en el sufrimiento. A ellos te acercaste, a ellos te manifestaste.
No tengas miedo de atravesar el sufrimiento: la madre que consuela enjugará tus lágrimas.

Intervención del Rector Mayor
María Santísima, sufrimiento e invitación a la conversión

María es una figura emblemática del sufrimiento, transfigurada y a la vez un poderoso llamado a la conversión.
Cuando contemplamos su camino doloroso, es una advertencia silenciosa y a la vez elocuente, un llamado profundo a revisar nuestras vidas, nuestras decisiones, a volver al corazón del Evangelio.
El sufrimiento que atraviesa la vida de María —como una espada afilada, profetizada por el anciano Simeón, marcado por la desaparición del Niño Jesús y el dolor indescriptible al pie de la cruz.
María lo vive por completo: el peso de la fragilidad humana y el misterio del dolor inocente, de un modo único.
Pero el sufrimiento de María no fue estéril ni una resignación pasiva.
De algún modo, percibimos en ella una actitud activa: una ofrenda silenciosa y valiente, unida al sacrificio redentor de su Hijo Jesús.
Cuando miramos a María, la mujer que sufre, con los ojos de la fe, ese sufrimiento —en lugar de hundirnos— nos revela la profundidad del amor de Dios por nosotros, visible en su vida.
María nos enseña que, incluso en el dolor más agudo, puede haber un sentido, una posibilidad de crecimiento espiritual que nace de la unión con el misterio pascual.
Desde esta experiencia de dolor transfigurado surge un poderoso llamado a la conversión.
Al contemplar a María, que soportó tanto por amor a nosotros y por nuestra salvación, también nosotros somos interpelados: no podemos permanecer indiferentes ante el misterio de la redención.
María, la mujer dulce y maternal, nos exhorta a dejar los caminos del mal para abrazar el camino de la fe.
Su célebre frase en las bodas de Caná —«Hagan todo lo que Él les diga»— resuena hoy como una invitación urgente a escuchar la voz de Jesús, especialmente en los momentos de dificultad, de prueba, en situaciones inesperadas e inciertas.
El sufrimiento de María, claramente, no es un fin en sí mismo, sino que está íntimamente ligado a la redención obrada por Cristo.
Su ejemplo de fe inquebrantable en medio del dolor sea para nosotros luz y guía para transformar nuestras propias heridas en oportunidades de crecimiento espiritual, y para responder con generosidad al llamado urgente a la conversión.
Que esa voz de Dios —que aún resuena en lo profundo del corazón humano— encuentre, por la intercesión de María, sentido, salida y crecimiento incluso en los momentos más difíciles y dolorosos.

¿Y nosotros, nos dejamos consolar como los niños?

La oración de un hijo que sufre
María, tú que te muestras a quien sabe ver…
haz que mi corazón sea capaz de sanar.
Cuando estoy en el suelo, tiéndeme la mano, madre.
Cuando me siento destruido, vuelve a unir mis pedazos, madre.
Cuando el dolor me supera, ábreme a la esperanza, madre.
Para que no busque solo la sanación del cuerpo, sino que comprenda cuánto mi corazón
necesita paz.
Y desde el polvo levántame, madre.
Levántame a mí y a todos tus hijos que están en la prueba:
los que están bajo las bombas,
los perseguidos,
los encarcelados injustamente,
los heridos en sus derechos y en su dignidad,
los que ven su vida truncada demasiado pronto.
Levántalos y consuélalos,
porque son tus hijos.
Porque somos tus hijos.

Dios te salve, María…
Dichoso quien ve con el corazón.

Día 7
Ser Hijos – Justicia y dignidad

Los hijos confían, los hijos se entregan. Y una madre está cerca, siempre. La ves incluso si no está.
¿Y nosotros, somos capaces de verla?
Dichoso quien ve con el corazón.

Nuestra Señora de Aparecida
Los pequeños pescadores Domingos, Felipe y João
Al amanecer del 12 de octubre de 1717, Domingos García, Felipe Pedroso y João Alves empujaron su barca al río Paraíba, cerca de su aldea. Aquella mañana no parecía traerles suerte: durante horas lanzaron las redes sin pescar nada.
Ya estaban por rendirse, cuando João Alves, el más joven, quiso hacer un último intento.
Lanzó de nuevo la red al agua y la recogió lentamente. Había algo, pero no era un pez… parecía más bien un trozo de madera.
Cuando lo liberó de las redes, el pedazo de madera resultó ser una estatua de la Virgen María, aunque sin cabeza.
João volvió a lanzar la red al agua, y esta vez extrajo un trozo redondeado que parecía justamente la cabeza de esa misma estatua.
Intentó unir los dos fragmentos y vio que encajaban perfectamente.
Movido por un impulso, João Alves lanzó nuevamente la red al río y, al intentar recogerla, no pudo: estaba llena de peces.
Sus compañeros también lanzaron sus redes, y la pesca de ese día fue increíblemente abundante.

Una madre ve las necesidades de sus hijos
María vio las necesidades de aquellos tres pescadores y fue en su ayuda
Y los hijos le dieron todo el amor y la dignidad que puede darse a una madre: unieron los dos fragmentos de la estatua, la colocaron en una choza y allí levantaron un santuario.
Desde lo alto de esa humilde capilla, la Virgen Aparecida —que significa Aparecida— salvó a un hijo suyo esclavizado que huía de sus amos: vio su sufrimiento y le devolvió la dignidad.
Hoy, esa capilla se ha transformado en el santuario mariano más grande del mundo: la Basílica de Nuestra Señora de Aparecida.

María, Madre que ve
Tú, que has visto el sufrimiento de tus hijos maltratados, comenzando por los discípulos, te pones al lado de tus hijos más pobres y perseguidos. A ellos te acercaste, a ellos te manifestaste.
No te escondas de la mirada de una madre: ella ve incluso tus deseos y necesidades más ocultas.

Intervención del Rector Mayor
María Santísima, dignidad y justicia social

María Santísima es un espejo de dignidad humana plenamente realizada; silenciosa, pero poderosa e inspiradora para un justo sentido de la vida social.
Reflexionar sobre la figura de María en relación con estos temas nos revela una perspectiva profunda y sorprendentemente actual.
Miremos a María, la mujer llena de dignidad, como un don que hoy nos ayuda a contemplar esa pureza originaria suya.
Una pureza que no la coloca en un pedestal inalcanzable, sino que nos la muestra en la plenitud de esa dignidad a la que todos, en cierto modo, nos sentimos atraídos, llamados.
Contemplando a María, vemos brillar la belleza y nobleza —es decir, la dignidad— del ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, libre del yugo del pecado, plenamente abierto al amor divino: una humanidad que no se pierde en detalles o superficialidades.
Podemos decir que el “sí” libre y consciente de María es un gesto de autodeterminación que la eleva a estar en plena sintonía con la voluntad de Dios; entra, de algún modo, en la lógica divina.
Su humildad, lejos de restarle valor, la hace aún más libre. La humildad de María es la conciencia de la verdadera grandeza que proviene de Dios.
Esta dignidad que contemplamos en María nos invita a preguntarnos cómo la estamos viviendo en nuestra vida cotidiana.
El tema de la justicia social, aunque menos explícito, se hace evidente cuando leemos el Evangelio con atención contemplativa, especialmente el Magníficat: allí captamos y sentimos ese espíritu revolucionario que proclama el derribo de los poderosos de sus tronos y la exaltación de los humildes.
Es el vuelco de las lógicas mundanas, la atención privilegiada de Dios hacia los pobres, hacia los hambrientos.
Palabras que brotan de un corazón humilde, lleno del Espíritu Santo.
Podemos decir que son un manifiesto de justicia social “ante litteram”, una anticipación del Reino de Dios, donde los últimos serán los primeros.
Contemplemos a María para que nos sintamos atraídos por esta dignidad que no se encierra en sí misma, sino que, como expresa el Magníficat, nos desafía a no quedarnos atrapados en nuestras propias lógicas.
Que nos impulse a abrirnos, a alabar a Dios y a vivir el don recibido para el bien de la humanidad, por la dignidad de los pobres, de aquellos que son descartados por la sociedad.

¿Y nosotros, nos escondemos o le contamos todo como hacen los niños?

La oración de un hijo que tiene miedo
María, tú que te muestras a quien sabe ver…
haz que mi corazón sea capaz de devolver dignidad.
En la hora de la prueba, mira mis carencias y complétalas.
En la hora del cansancio, mira mis debilidades y sáname.
En la hora de la espera, mira mis impaciencias y cúralas.
Así, al mirar a mis hermanos, pueda ver también sus carencias y completarlas,
ver sus debilidades y sanarlas, sentir sus impaciencias y curarlas.
Porque nada sana tanto como el amor, y nadie es tan fuerte como una madre que busca justicia para sus hijos.
Y entonces yo también, Madre, me detengo a los pies de la choza, miro con ojos confiados tu imagen y rezo por la dignidad de todos tus hijos.

Dios te salve, María…
Dichoso quien ve con el corazón.

Día 8
Ser Hijos – Dulzura y cotidianidad

Los hijos confían, los hijos se entregan. Y una madre está cerca, siempre. La ves incluso si no está.
¿Y nosotros, somos capaces de verla?
Dichoso quien ve con el corazón.

Virgen de Banneaux
La pequeña Marietta de Banneaux
El 18 de enero, Marietta está en el jardín, rezando el rosario. María se le aparece y la conduce a un pequeño manantial al borde del bosque, donde le dice: «Este manantial es para mí», e invita a la niña a sumergir en él su mano y el rosario.
Su padre y otras dos personas han seguido, con indescriptible asombro, todos los gestos y palabras de Marietta.
Esa misma tarde, el primero en ser tocado por la gracia de Banneaux es justamente su padre, quien corre a confesarse y a recibir la Eucaristía: desde su Primera Comunión no se había vuelto a confesar.
El 19 de enero, Marietta pregunta: «Señora, ¿quién es usted?»
«Soy la Virgen de los pobres.»
Y en el manantial añade: «Este manantial es para mí, para todas las naciones, para los enfermos. ¡He venido a consolarlos!»

Marietta es una niña normal, que vive sus días como todos nosotros, como nuestros hijos o nietos.
Un pueblo pequeño y desconocido es su hogar. Reza para permanecer cerca de Dios.
Reza a su madre del cielo para mantener vivo ese vínculo con ella.
Y María le habla con dulzura, en un lugar familiar. Se le aparecerá varias veces, le confiará secretos y le pedirá que rece por la conversión del mundo: para Marietta, esto es un gran mensaje de esperanza.
Todos los hijos son abrazados y consolados por la Madre, toda la dulzura que Marietta encuentra en la “Señora amable” la transmite al mundo.
Y de ese encuentro nace una gran cadena de amor y espiritualidad, que culmina en el santuario dedicado a la Virgen de Banneaux.

María, Madre que permanece cerca
Tú, que te has quedado junto a tus hijos sin perder a ninguno, has iluminado el camino cotidiano de los más sencillos. A ellos te acercaste, a ellos te manifestaste.
Déjate abrazar por María: no temas, ella te consolará.

Intervención del Rector Mayor
María Santísima, educación y amor

María Santísima es una maestra incomparable de educación, porque es fuente inagotable de amor, y quien ama, educa; educa de verdad quien ama.
Reflexionar sobre la figura de María en relación con estos dos pilares del crecimiento humano y espiritual es contemplar un ejemplo que debemos tomar en serio y asumir en nuestras decisiones cotidianas.
La educación que emana de María no está hecha de normas ni de enseñanzas formales, sino que se manifiesta a través de su ejemplo de vida:
un silencio contemplativo que habla, su obediencia a la voluntad de Dios, humilde y grande al mismo tiempo, su profunda humanidad.
El primer aspecto educativo que María nos transmite es el del escucha:
la escucha de la Palabra de Dios, la escucha de ese Dios que está siempre allí para ayudarnos, para acompañarnos.
María guarda en su corazón, medita con cuidado, favorece una escucha atenta a la Palabra de Dios y, con la misma actitud, a las necesidades de los demás.
María nos educa en una humildad que no se queda en la pasividad ni en el distanciamiento, sino en esa humildad que, al reconocer nuestra pequeñez frente a la grandeza de Dios, nos impulsa a ponernos en acción al servicio de su voluntad.
Un corazón abierto para acompañar y vivir verdaderamente el proyecto que Dios tiene para nosotros. María es un ejemplo que nos ayuda a dejarnos educar por la fe; nos educa en la perseverancia, permaneciendo firmes en el amor a Jesús, incluso al pie de la cruz.
Educación y amor. El amor de María es el corazón palpitante de su existencia.
Cada vez que nos acercamos a ella, sentimos ese amor materno que se extiende sobre todos nosotros.
Es un amor a Jesús que se transforma en amor por toda la humanidad.
El corazón de María se abre con la ternura infinita que ha recibido de Dios y que comunica a Jesús y a sus hijos espirituales.
Pidamos al Señor que, contemplando el amor de María —un amor que educa—, nos dejemos mover a superar nuestros egoísmos, nuestras cerrazones, y nos abramos a los demás.
En María vemos a una mujer que educa con amor y que ama con un amor que educa.
Pidamos al Señor que nos conceda el don de un amor verdadero, que es el don de su amor,
un amor que nos purifica, que nos sostiene, que nos hace crecer, para que nuestro ejemplo pueda ser verdaderamente un ejemplo que comunique amor.
Y al comunicar amor, podamos dejarnos educar por ella, y permitamos que ella nos ayude para que nuestro ejemplo también eduque a los demás.

¿Y nosotros, somos capaces de abandonarnos como hacen los niños?

La oración de un hijo de nuestros días
María, tú que te muestras a quien sabe ver…
haz mi corazón manso y dócil.
¿Quién volverá a unir mis pedazos, después de haberme roto bajo el peso de mis cruces?
¿Quién devolverá la luz a mis ojos, después de haber visto los escombros de la crueldad humana?
¿Quién aliviará los sufrimientos de mi alma, tras los errores cometidos en el camino?
Madre mía, solo tú puedes consolarme.
Abrázame y no me sueltes, para que no me haga pedazos.
Mi alma descansa en ti y halla paz, como un niño en los brazos de su madre.

Dios te salve, María…
Dichoso quien ve con el corazón.

Día 9
Ser Hijos – Construcción y sueño

Los hijos confían, los hijos se entregan. Y una madre está cerca, siempre. La ves incluso si no está.
¿Y nosotros, somos capaces de verla?
Dichoso quien ve con el corazón.

María Auxiliadora
El pequeño Juanito Bosco
A los 9 años tuve un sueño que quedó profundamente grabado en mi mente durante toda la vida.
En el sueño me parecía estar cerca de casa, en un patio muy amplio, donde se encontraba reunida una multitud de muchachos que jugaban. Algunos reían, otros jugaban, no pocos blasfemaban. Al oír aquellas blasfemias, me lancé en medio de ellos usando los puños y las palabras para hacerlos callar.
En ese momento apareció un hombre venerable, de aspecto noble y vestido con dignidad.
—No con golpes, sino con mansedumbre y caridad ganarás a estos tus amigos.
—¿Quién es usted, que me manda algo imposible?, pregunté.
—Precisamente porque te parece imposible, debes hacerlo posible con obediencia y con el conocimiento.
—¿Dónde y cómo podré adquirir ese conocimiento?
—Yo te daré la Maestra bajo cuya guía podrás hacerte sabio, y sin la cual toda sabiduría se vuelve necedad.
En ese momento vi junto a él a una mujer de majestuoso aspecto, vestida con un manto que resplandecía por todos lados, como si cada punto fuera una estrella brillante.
—Este es tu campo, aquí deberás trabajar. Hazte humilde, fuerte y vigoroso: y lo que ahora ves que sucede con estos animales, deberás hacerlo por mis hijos.
Volví la mirada y vi que en lugar de animales salvajes, aparecieron corderos mansos, que saltaban y corrían alrededor, balando como si hicieran fiesta a aquel hombre y a aquella señora. Entonces, aún en sueños, rompí a llorar y rogué que me hablaran de modo que pudiera entender, porque no sabía lo que todo eso significaba.
Entonces ella me puso la mano en la cabeza y me dijo:
—A su debido tiempo lo comprenderás todo.

María guio y acompañó a Juanito Bosco durante toda su vida y su misión.
Él, siendo un niño, descubre en un sueño su vocación. No comprenderá, pero se dejará guiar.
Pasarán muchos años sin entender, pero al final reconocerá que «ella lo ha hecho todo».
Y la madre —tanto la terrenal como la celestial— será la figura central en la vida de este hijo que se hará pan para sus hijos.
Y tras haber encontrado a María en sus sueños, ya siendo sacerdote, Juan Bosco construirá un santuario para que todos sus hijos puedan confiarse a ella.
Lo dedicará a María Auxiliadora, porque ella fue su puerto seguro, su ayuda constante.
Así, todos los que entran en la Basílica de María Auxiliadora en Turín, son acogidos bajo el manto protector de María, que se convierte en su guía.

María, Madre que acompaña, que guía
Tú, que acompañaste a tu hijo Jesús en todo su camino, te ofreciste como guía para quienes supieron escucharte con el entusiasmo que solo los niños saben tener. A ellos te acercaste, a ellos te manifestaste.
Déjate acompañar: la Madre siempre estará a tu lado para indicarte el camino.

Intervención del Rector Mayor
María Santísima, ayuda en la conversión

María Santísima es una ayuda poderosa y silenciosa en nuestro camino de crecimiento.
Es un camino que necesita liberarse constantemente de aquello que lo bloquea, que impide avanzar.
Es un camino que debe renovarse sin cesar, sin volver atrás ni detenerse en rincones oscuros de nuestra existencia. Eso es la conversión.
La presencia de María es un faro de esperanza, una invitación constante a seguir caminando hacia Dios, ayudando a nuestro corazón a mantenerse enfocado en Él, en su amor.
Reflexionar sobre María, sobre su papel, significa descubrir a una mujer que no impone, que no juzga, sino que sostiene, alienta, acompaña con humildad y con amor materno.
Ayuda a nuestro corazón a permanecer cerca del suyo, para acercarnos cada vez más a su Hijo Jesús, que es el camino, la verdad y la vida.
También para nosotros sigue teniendo valor aquel “sí” de María en la Anunciación, que abrió a la humanidad el acceso a la historia de la salvación.
Su intercesión en las bodas de Caná sigue sosteniendo a quienes se encuentran en situaciones inesperadas, inciertas.
María es un modelo de conversión continua. Su vida, una vida inmaculada fue, sin embargo, un progresivo adherirse a la voluntad de Dios, un camino de fe atravesado por alegrías y dolores, que culminó en el sacrificio del Calvario.
La perseverancia de María en seguir a Jesús se convierte para nosotros en una invitación a vivir también nosotros esa cercanía constante, esa transformación interior que, lo sabemos bien, es un proceso gradual, pero que requiere constancia, humildad y confianza en la gracia de Dios.
María nos ayuda en el camino de conversión mediante una escucha atenta y centrada en la Palabra de Dios.
Una escucha que nos da fuerza para abandonar los caminos del pecado, porque descubrimos la belleza y la fuerza de caminar hacia Dios.
Volvámonos a María con confianza filial, porque eso significa que, al reconocer nuestras fragilidades, nuestros pecados y defectos, queremos favorecer el deseo de cambiar. El deseo de un corazón que se deja acompañar por el corazón materno de María.
En María encontramos esa ayuda preciosa para discernir las falsas promesas del mundo y redescubrir la belleza y la verdad del Evangelio.
Que María, Auxilio de los Cristianos, sea para todos nosotros una ayuda constante para descubrir la belleza del Evangelio, y para aceptar caminar hacia la bondad y la grandeza de la Palabra de Dios, viva en el corazón, para poder comunicarla a los demás.

¿Y nosotros, somos capaces de dejarnos tomar de la mano como lo hacen los niños?

La oración de un hijo inmóvil
María, tú que te muestras a quien sabe ver…
haz que mi corazón sea capaz de soñar y de construir.
Yo, que no dejo que nadie me ayude.
Yo, que me desanimo, pierdo la paciencia y nunca creo haber construido nada.
Yo, que siempre me siento un fracaso.
Hoy quiero ser hijo, ese hijo capaz de darte la mano, Madre mía,
para dejarme acompañar por ti por los caminos de la vida.
Muéstrame mi campo,
muéstrame mi sueño,
y haz que al final también yo pueda comprender todo
y reconocer tu paso en mi vida.

Dios te salve, María…
Dichoso quien ve con el corazón.




Discurso del Rector Mayor al cierre del Capítulo General 29

Queridísimos hermanos,

            Llegamos al final de esta experiencia del XXIX Capítulo General con un corazón colmado de alegría y de gratitud por todo lo que hemos podido vivir, compartir y proyectar. El don de la presencia del Espíritu de Dios que cada día hemos suplicado en la oración matutina, así como durante los trabajos por medio de la conversación en el Espíritu, ha sido la fuerza central de la experiencia del Capítulo General. El protagonismo del Espíritu lo hemos buscado y nos ha sido donado abundantemente.
            La celebración de cada Capítulo General es como un hito en la vida de cada congregación religiosa. Esto vale también para nosotros, para nuestra amadísima Congregación Salesiana. Es un momento que da continuidad al camino que desde Valdocco continúa siendo vivido con empeño y llevado adelante con celo y determinación en las varias partes del mundo.
            Llegamos al final de este Capítulo General con la aprobación de un Documento Final que nos servirá como carta de navegación para los próximos seis años – 2025-2031. El valor de tal Documento Final lo veremos y lo sentiremos en la medida en que la misma dedicación en la escucha, la misma premura de dejarnos acompañar por el Espíritu Santo que han marcado estas semanas, logremos mantenerlas después de la conclusión de esta experiencia de pentecostés salesiano.
            Desde el inicio, cuando el Rector Mayor Don Ángel Fernández Artime hizo pública la Carta de Convocación del Capítulo General 29, 24 de septiembre de 2023, ACG 441, claras eran las motivaciones que debían guiar los trabajos pre-capitulares y después también los trabajos del mismo Capítulo General. El Rector Mayor escribe que:

            El tema elegido es fruto de una rica y profunda reflexión que hemos llevado adelante en el Consejo General sobre la base de las respuestas recibidas de las Inspectorías y de la visión que tenemos de la Congregación en este momento. Hemos sido gratamente sorprendidos por la gran convergencia y armonía que hemos encontrado en tantos aportes de las Inspectorías, que tenían mucho que ver con la realidad que vemos en la Congregación, con el camino de fidelidad que existe en muchos sectores y también con los desafíos del presente. (ACG 441)

            El proceso de escucha de las Inspectorías que ha llevado a la individuación del tema de este Capítulo General es ya una indicación clara de una metodología de escucha. A la luz de cuanto hemos vivido en estas semanas, se confirma el valor del proceso de la escucha. La manera como hemos primero individuado y después interpretado los desafíos que la Congregación está determinada a afrontar ha evidenciado aquel clima salesiano típico nuestro, espíritu de familia, que no quiere evitar los desafíos, que no busca uniformar el pensamiento, sino que hace todo lo posible para llegar a aquel espíritu de comunión donde cada uno de nosotros pueda reconocer el camino para ser el Don Bosco hoy.
            El punto focal de los desafíos individuados tiene que ver con la “referencia a la centralidad de Dios (como Trinidad) y de Jesucristo como Señor de nuestra vida, sin nunca olvidar a los jóvenes y nuestro empeño hacia ellos” (ACG 441). El desarrollo de los trabajos del Capítulo General testimonia no solo el hecho de que tenemos la capacidad de individuar los desafíos, sino que también hemos encontrado el modo de hacer emerger aquella concordia y unidad, reconociendo y atesorando el hecho de que nos encontramos en continentes y contextos diversos, culturas y lenguas diversas. Además, este clima confirma que cuando nosotros hoy miramos la realidad con los ojos y con el corazón de Don Bosco, cuando estamos verdaderamente apasionados de Cristo y dedicados a los jóvenes, entonces descubrimos que la diversidad se convierte en riqueza, que caminar juntos es bello, aunque fatigoso, que solo juntos podemos afrontar los desafíos sin miedo.
            En un mundo fragmentado por guerras, conflictos e ideologías despersonalizantes, en un mundo marcado por pensamientos y modelos económicos y políticos que quitan el protagonismo a los jóvenes, nuestra presencia es un signo, un «sacramento» de esperanza. Los jóvenes, sin distinción de color de la piel, de pertenencia religiosa o étnica, nos piden promover propuestas y lugares de esperanza. Son hijas e hijos de Dios que de nosotros esperan que seamos siervos humildes.
            Un segundo punto que ha sido confirmado y reiterado por este Capítulo General es la compartida convicción de que “si en nuestra Congregación faltaran la fidelidad y la profecía, seríamos como la luz que no brilla y la sal que no da sabor.” (ACG 441). El punto aquí no es tanto si queremos ser más auténticos o menos, sino el hecho mismo de que este es el único camino que tenemos y es el que aquí en estas semanas ha sido fuertemente reiterado: ¡crecer en la autenticidad!
            El coraje mostrado en algunos momentos del Capítulo General es una excelente premisa para el coraje que nos será pedido en el futuro sobre otros temas que de este Capítulo General han salido. Estoy seguro de que este coraje aquí ha encontrado un terreno fértil, un ecosistema sano y prometedor y que augura bien para el futuro. Tener coraje significa no dejar que el miedo tenga la última palabra. La parábola de los talentos nos lo enseña de manera clara. A nosotros el Señor nos ha dado un solo talento: el carisma salesiano, concentrado en el Sistema Preventivo. A cada uno de nosotros será preguntado qué hemos hecho de este talento.

            Juntos, estamos llamados a hacerlo fructificar en contextos desafiantes, nuevos e inéditos. No tenemos ningún motivo para sepultarlo. Tenemos tantas motivaciones, tantos gritos de los jóvenes que nos empujan a «salir» a sembrar esperanza. Este paso corajudo, lleno de convicción, ya lo ha vivido Don Bosco en su tiempo y que hoy nos pide vivirlo como él y con él.

            Quisiera comentar algunos puntos que se encuentran ya en el Documento Final y que creo que pueden servir como flechas que nos animan en el camino de los próximos seis años.

1. Conversión personal
            Nuestro camino como Congregación Salesiana depende de aquellas elecciones personales, íntimas y profundas que cada uno de nosotros decide hacer. Ampliando el fondo contra el cual es necesario reflexionar sobre el tema de la conversión personal, es importante recordar cómo en estos años después del Concilio Vaticano II, la Congregación ha hecho un camino de reflexión espiritual, carismática y pastoral que ha sido magistralmente comentado por Don Pascual Chávez en sus intervenciones semanales. Esta lectura y esta contribución enriquece ulteriormente aquella reflexión importante que nos ha dejado el Rector Mayor Don Egidio Viganó en su última carta a la Congregación: Cómo releer hoy el carisma del fundador (ACG 352, 1995). Si hoy hablamos de un «cambio de época», Don Viganó en 1995 escribía:

            La relectura del carisma de nuestro Fundador nos tiene comprometidos ya desde hace treinta años. Dos grandes faros de luz nos han ayudado en este empeño: el primero es el Concilio Ecuménico Vaticano II, el segundo es el cambio epocal de esta hora de aceleración de la historia” (ACG 352, 1995).

            Hago referencia a este camino de la Congregación con sus riquezas y patrimonio porque el tema de la conversión personal es aquel espacio donde este camino de la Congregación encuentra su confirmación y su ulterior impulso. La conversión personal no es un asunto intimista, autorreferencial. No se trata de una llamada que me toca solo a mí de manera desapegada de todo y de todos. La conversión personal es aquella experiencia singular de donde después saldrá y emergerá una renovada pastoral. El camino de la Congregación lo podemos constatar porque encuentra en el corazón de cada uno de nosotros su punto de partida. De aquí podemos notar aquella continua y convencida renovación pastoral. El Papa Francisco en una frase condensa esta urgencia: “la intimidad de la Iglesia con Jesús es una intimidad itinerante, y la comunión «se configura esencialmente como comunión misionera»” (Christifideles laici n.32, Evangelii gaudium 23).
            Esto nos lleva a descubrir que cuando estamos insistiendo sobre la conversión personal debemos prestar atención a no caer, por una parte, en una interpretación intimista de la experiencia espiritual y, por otra, a no subvalorar lo que es el fundamento de cada camino pastoral.
            En esta llamada de renovada pasión por Jesús, invito a cada salesiano y a cada comunidad a tomar en serio las elecciones y los compromisos concretos que como Capítulo General hemos creído urgentes para un más auténtico testimonio educativo pastoral. Creemos que no podemos crecer pastoralmente sin aquella actitud de escucha a la Palabra de Dios. Reconocemos que los varios compromisos pastorales que tenemos, las necesidades siempre más crecientes que se nos presentan y que testimonian una pobreza que no se detiene nunca, arriesgan a quitarnos el tiempo necesario de «estar con Él». Este desafío ya lo encontramos desde el inicio de nuestra Congregación. Se trata de tener claras las prioridades que refuerzan nuestra espina dorsal espiritual y carismática que da alma y credibilidad a nuestra misión.
            Don Alberto Caviglia, cuando comenta el tema de la “Espiritualidad Salesiana” en sus Conferencias sobre el Espíritu Salesiano escribe:

            La maravilla más grande que han tenido aquellos que estudiaron a Don Bosco para el proceso de canonización… fue el descubrimiento del increíble trabajo de construcción del hombre interior.
            El Card. Salotti (…) refiriéndose a los estudios que iba haciendo, decía al S. Padre que «al estudiar los voluminosos procesos de Turín, más que la grandeza exterior de su obra colosal, le ha golpeado la vida interior del espíritu, de donde nació y se alimentó todo el prodigioso apostolado del Ven. Don Bosco».
            Muchos conocen solamente la obra externa que parece tan ruidosa, pero ignoran en gran parte aquel edificio sabio, sublime de perfección cristiana que él había erigido pacientemente en su alma al ejercitarse cada día, cada hora en la virtud propia de su estado.

            Queridísimos hermanos, aquí tenemos a nuestro Don Bosco. Es este Don Bosco que hoy nosotros estamos llamados a descubrir. El Artículo n.21 de nuestras Constituciones nos lo dice de manera muy clara:

            Lo estudiamos y lo imitamos, admirando en él una espléndida armonía de naturaleza y gracia. Profundamente hombre, rico en las virtudes de su gente, estaba abierto a las realidades terrenales; profundamente hombre de Dios, lleno de los dones del Espíritu Santo, vivía «como si viera lo invisible».
            Estos dos aspectos se fusionaron en un proyecto de vida fuertemente unitario: el servicio a los jóvenes. Lo realizó con firmeza y constancia, entre obstáculos y fatigas, con la sensibilidad de un corazón generoso. «No dio paso, no pronunció palabra, no puso mano a empresa que no tuviera como objetivo la salvación de la juventud… Realmente no tuvo en el corazón otra cosa que las almas» (Const. 21).

            Me gusta recordar aquí una invitación de la Madre Teresa a sus hermanas unos años antes de morir. Su dedicación y la de sus hermanas a los pobres es conocida por todos. Pero nos hace bien escuchar estas palabras que escribió a sus hermanas:

            Hasta que no seas capaz de sentir a Jesús en el silencio de tu corazón, no serás capaz de oírle decir «Tengo sed» en el corazón de los pobres. Nunca renuncies a este contacto íntimo y diario con Jesús como persona viva y real, no solo como idea. («Until you can hear Jesus in the silence of your own heart, you will not be able to hear him saying, «I thirst» in the hearts of the poor. Never give up this daily intimate contact with Jesus as the real living person – not just the idea”, in https://catholiceducation.org/en/religion-and- philosophy/the-fulfillment-jesus-wants-for-us.html)

            Solo escuchando en lo profundo del corazón a quien nos llama a seguirlo, Jesucristo, podemos realmente escuchar con un corazón auténtico a aquellos que nos llaman a servirles. Si la motivación radical de nuestro ser siervos no encuentra sus raíces en la persona de Cristo, la alternativa es que nuestras motivaciones se nutran del terreno de nuestro ego. Y la consecuencia es que nuestra misma acción pastoral termina por inflacionar el mismo ego. La urgencia de recuperar el espacio místico, el terreno sagrado del encuentro con Dios, un terreno en el que debemos quitarnos las sandalias de nuestras certezas y de nuestras maneras de interpretar la realidad con sus desafíos, en estas semanas se ha reiterado varias veces y de varias maneras.
            Queridísimos hermanos, aquí tenemos el primer paso. Aquí damos prueba de si queremos realmente ser hijos auténticos de Don Bosco. Aquí damos prueba de si realmente amamos e imitamos a Don Bosco.

2. Conocer a Don Bosco no solo amar a Don Bosco
            Somos conscientes de que otro desafío central que tenemos como Salesianos es el de comunicar la buena nueva con nuestro testimonio y a través de nuestras propuestas educativo-pastorales en una cultura que está sufriendo un cambio radical. Si en Occidente hablamos de la indiferencia a la propuesta religiosa fruto del desafío de la secularización, notamos cómo en otros continentes el desafío toma otras formas, ante todo el cambio hacia una cultura globalizada que desplaza radicalmente las escalas de valores y estilos de vida. En un mundo fluido e hiperconectado, lo que hemos conocido ayer, hoy ha cambiado radicalmente: en resumen, aquí se trata del tema, tantas veces mencionado, del cambio de época.
            Teniendo este cambio sus efectos en todos los ámbitos, es positivo ver cómo la Congregación, desde el CGS (1972) hasta hoy, está en un continuo camino de replanteamiento y reflexión sobre su propuesta educativo-pastoral. Es un proceso que responde a la pregunta «¿qué haría Don Bosco hoy, en una cultura secularizada y globalizada como la nuestra?».
            En todo este movimiento reconocemos cómo, desde sus orígenes, la belleza y la fuerza del carisma salesiano residen precisamente en su capacidad interna de dialogar con la historia de los jóvenes que en cada época estamos llamados a encontrar. Lo que nosotros contemplamos en Valdocco, tierra santa salesiana, es el soplo del Espíritu que ha guiado a Don Bosco y que reconocemos que continúa guiándonos también a nosotros hoy. Las Constituciones comienzan precisamente con esta fundante y fundamental certeza:

            El Espíritu Santo suscitó, con la intervención materna de María, a San Juan Bosco.
            Formó en él un corazón de padre y de maestro, capaz de una dedicación total: «He prometido a Dios que hasta mi último respiro sería para mis pobres jóvenes».
            Para prolongar en el tiempo su misión, lo guió a dar vida a varias fuerzas apostólicas, primero entre todas nuestra Sociedad.
            La Iglesia ha reconocido en esto la acción de Dios, sobre todo aprobando las Constituciones y proclamando santo al Fundador.
            De esta presencia activa del Espíritu obtenemos la energía para nuestra fidelidad y el sostén de nuestra esperanza. (Const. 1)

            El carisma salesiano encierra una invitación innata a ponernos frente a los jóvenes del mismo modo en que Don Bosco se ponía frente a Bartolomé Garelli… ¡»su amigo»!
            Todo esto parece muy fácil de decir, se presenta como una exhortación amigable. En realidad, esconde dentro de sí la urgente invitación a nosotros, hijos de Don Bosco, para que en el hoy de la historia, allí donde nosotros nos encontramos, repropongamos el carisma salesiano de modo adecuado y significativo. Pero, hay una condición indispensable que nos permite hacer este camino: el conocimiento verdadero y serio de Don Bosco. No podemos decir que «amamos» verdaderamente a Don Bosco, si no estamos comprometidos seriamente a «conocer» a Don Bosco.
            A menudo el riesgo es conformarnos con un conocimiento de Don Bosco que no logra conectarse con los desafíos actuales. Equipados solo con un conocimiento superficial de Don Bosco, somos realmente pobres de ese bagaje carismático que nos hace auténticos hijos suyos. Sin conocer a Don Bosco no podemos y no llegamos a encarnar a Don Bosco en las culturas donde estamos. Todo esfuerzo que presume solo esta pobreza de conocimiento carismático resulta solamente en operaciones carismáticas de cosmética, que al final son una traición de la misma herencia de Don Bosco.
            Si deseamos que el carisma salesiano sea capaz de dialogar con la cultura actual, las culturas actuales, debemos continuamente profundizarlo por sí mismo y a la luz de las siempre nuevas condiciones en que vivimos. El bagaje que hemos recibido al inicio de nuestra fase formativa inicial, si no es seriamente profundizado, hoy no es suficiente, simplemente es inútil, si no incluso dañino.

            En esta dirección, la Congregación ha hecho y está haciendo un enorme esfuerzo para releer la vida de Don Bosco, el carisma salesiano a la luz de las actuales condiciones sociales y culturales, en todas las partes del mundo. Es un patrimonio que tenemos, pero corremos el riesgo de no conocerlo porque no logramos estudiarlo como merece. La pérdida de memoria arriesga no solo hacernos perder el contacto con el tesoro que tenemos, sino que arriesga hacernos creer también que este tesoro no existe. Y esto será realmente trágico no tanto y solo para nosotros Salesianos, sino para aquellas multitudes de jóvenes que nos están esperando.
            La urgencia de tal profundización no es solo de naturaleza intelectualista, sino que toca la sed que existe por una seria formación carismática de los laicos en nuestras CEP. El Documento Final este tema lo trata a menudo y de manera sistemática. Los laicos que hoy participan con nosotros en la misión salesiana son personas deseosas de una más clara propuesta formativa salesianamente significativa. No podemos vivir estos espacios de convergencia educativo-pastoral si nuestro lenguaje y nuestro modo de comunicar el carisma no tienen la capacidad cognoscitiva y la preparación justa para suscitar curiosidad y atención por parte de aquellos que viven con nosotros la misión salesiana.
            No basta decir que amamos a Don Bosco. El verdadero «amor» por Don Bosco implica el compromiso de conocerlo y estudiarlo y no solo a la luz de su tiempo, sino también a la luz del gran potencial de su actualidad, a la luz de nuestro tiempo. El Rector Mayor Don Pascual Chávez, había invitado a toda la Congregación y a la Familia Salesiana a que los tres años que han precedido al «Bicentenario del nacimiento de Don Bosco 1815-2013» fueran tiempo de profundización de la historia, pedagogía y espiritualidad de Don Bosco (Don Pascual CHÁVEZ, Aguinaldo 2012, «Conociendo e imitando a Don Bosco, hagamos de los jóvenes la misión de nuestra vida» ACG 412).
            Es una invitación que es más que nunca actual. Este Capítulo General es una llamada y una oportunidad para fortalecer tal conocimiento de nuestro Padre y Maestro.
            Reconocemos, queridísimos hermanos, que a este punto este tema se conecta con el anterior: la conversión personal. Si no conocemos a Don Bosco y si no lo estudiamos, no podemos comprender las dinámicas y las fatigas de su camino espiritual y, por consecuencia, las raíces de sus elecciones pastorales. Llegamos a amarlo solo superficialmente, sin la verdadera capacidad de imitarlo como el hombre profundamente santo. Sobre todo, será imposible inculturar hoy su carisma en los diversos contextos y en las diversas situaciones. Solo reforzando nuestra identidad carismática, podremos ofrecer a la Iglesia y a la sociedad un testimonio creíble y una propuesta educativo-pastoral significativa y relevante para los jóvenes de hoy.

3. El camino continúa
            En esta tercera parte, me gustaría animar a todas las Inspectorías a mantener vivas las atenciones en algunos sectores en los que, a través de las diversas Deliberaciones y compromisos concretos, hemos querido dar una señal de continuidad.
            El campo de la animación y la coordinación de la marginación y el malestar juvenil ha sido un sector en el que, en estas décadas, la Congregación se ha comprometido mucho. Creo que la respuesta de las Inspectorías a la pobreza creciente es un signo profético que nos distingue y que nos encuentra a todos decididos a seguir reforzando la respuesta salesiana a favor de los más pobres.
            El compromiso de las Inspectorías en el campo de la promoción de ambientes seguros sigue encontrando una respuesta cada vez más creciente y profesional en las Inspectorías. El esfuerzo en este campo es un testimonio de que este camino es el correcto para afirmar el compromiso por la dignidad de todos, especialmente los más vulnerables.

            El campo de la ecología integral emerge como una llamada a un mayor trabajo educativo y pastoral. El crecimiento de la atención en las comunidades educativo-pastorales por los temas ambientales nos exige un compromiso sistemático para promover un cambio de mentalidad. Las diversas propuestas de formación en este ámbito ya presentes en la Congregación deben ser reconocidas, acompañadas y reforzadas aún más.
            Hay, además, dos áreas que me gustaría invitar a la Congregación a considerar atentamente para los próximos años. Forman parte de una visión más amplia del compromiso de la Congregación. Creo que son dos áreas que tendrán consecuencias sustanciales en nuestros procesos educativo-pastorales.

3.1 Inteligencia artificial: una misión real en un mundo artificial
            Como Salesianos de Don Bosco, estamos llamados a caminar con los jóvenes en cada ambiente en el que viven y crecen, también en el vasto y complejo mundo digital. Hoy en día, la Inteligencia Artificial (IA) se presenta como una innovación revolucionaria, capaz de moldear la forma en que las personas aprenden, se comunican y construyen relaciones. Sin embargo, por muy revolucionaria que sea, la IA sigue siendo exactamente eso: artificial. Nuestro ministerio, arraigado en la auténtica conexión humana y guiado por el Sistema Preventivo, es profundamente real. La inteligencia artificial puede asistirnos, pero no puede amar como nosotros. Puede organizar, analizar y enseñar de nuevas maneras, pero nunca podrá sustituir la dimensión relacional y pastoral que definen nuestra misión salesiana.

            Don Bosco era un visionario, que no temía la innovación, tanto a nivel eclesial como a nivel educativo, cultural y social. Cuando esta innovación servía al bien de los jóvenes, Don Bosco avanzaba con una velocidad sorprendente. Aprovechaba la imprenta, los nuevos métodos educativos y los laboratorios para elevar a los jóvenes y prepararlos para la vida. Si estuviera entre nosotros hoy, sin duda miraría a la IA con ojo crítico y creativo. La vería no como un fin, sino como un medio, un instrumento para amplificar la eficacia pastoral sin perder de vista a la persona humana, siempre en el centro.
            La IA no es solo un instrumento: es parte de nuestra misión de Salesianos que viven en la era digital. El mundo virtual ya no es un espacio separado, sino una parte integrante de la vida cotidiana de los jóvenes. La IA puede ayudarnos a responder a sus necesidades de manera más eficiente y creativa, ofreciendo itinerarios de aprendizaje personalizados, mentorschip virtual y plataformas que favorecen conexiones significativas.
            En este sentido, la IA se convierte tanto en un instrumento como en una misión, en cuanto nos ayuda a alcanzar a los jóvenes donde se encuentran, a menudo inmersos en el mundo digital. Aun abrazando la IA, debemos reconocer que es solo un aspecto de una realidad más amplia que comprende las redes sociales, las comunidades virtuales, la narración digital y mucho más. Juntos, estos elementos forman una nueva frontera pastoral que nos desafía a estar presentes y proactivos. Nuestra misión no es simplemente la de utilizar la tecnología, sino la de evangelizar el mundo digital, llevando el Evangelio a espacios donde de otro modo podría estar ausente.
            Nuestra respuesta a la IA y a los desafíos digitales debe estar arraigada en el espíritu salesiano de optimismo y compromiso proactivo. Sigamos caminando con los jóvenes, también en el vasto mundo digital, con corazones llenos de amor porque estamos apasionados por Cristo y arraigados en el carisma de Don Bosco. El futuro es brillante cuando la tecnología está al servicio de la humanidad y cuando la presencia digital está llena de auténtico calor salesiano y compromiso pastoral. Abrazamos este nuevo desafío, confiados en que el espíritu de Don Bosco nos guiará en cada nueva oportunidad.

3.2 La Universidad Pontificia Salesiana
            La Universidad Pontificia Salesiana (UPS) es la Universidad de la Congregación Salesiana, la Universidad que nos pertenece a todos. Constituye una estructura de gran e estratégica importancia para la Congregación. Su misión consiste en hacer dialogar el carisma con la cultura, la energía de la experiencia educativa y pastoral de Don Bosco con la investigación académica, de modo que se elabore una propuesta formativa de alto perfil al servicio de la Congregación, de la Iglesia y de la sociedad.
            Desde sus inicios, nuestra Universidad ha tenido un papel insustituible en la formación de tantos hermanos para roles de animación y de gobierno y todavía hoy desempeña esta tarea preciosa. En una época caracterizada por la desorientación difusa acerca de la gramática de lo humano y el sentido de la existencia, por la disgregación del vínculo social y por la fragmentación de la experiencia religiosa, por crisis internacionales y fenómenos migratorios, una Congregación como la nuestra está urgentemente llamada a afrontar la misión educativa y pastoral usufructuando los sólidos recursos intelectuales que se elaboran en el interior de una universidad.
            Como Rector Mayor y como Gran Canciller de la UPS, deseo reiterar que las dos prioridades fundamentales para la Universidad de la Congregación son la formación de educadores y pastores, salesianos y laicos, al servicio de los jóvenes y la profundización cultural -histórica, pedagógica y teológica- del carisma. En torno a estos dos ejes portantes, que requieren diálogo interdisciplinar y atención intercultural, la UPS está llamada a desarrollar su propio compromiso de investigación, de enseñanza y de transmisión del saber. Me alegro, por lo tanto, de que, con vistas al 150 aniversario del escrito de Don Bosco sobre el Sistema Preventivo, se haya puesto en marcha, en colaboración con la Facultad «Auxilium» de las FMA, un serio proyecto de investigación para enfocar la inspiración originaria de la praxis educativa de Don Bosco y para examinar cómo ésta inspira hoy las prácticas pedagógicas y pastorales en la diversidad de los contextos y de las culturas.
            El gobierno y la animación de la Congregación y de la Familia Salesiana sin duda se beneficiarán del trabajo cultural de la Universidad, así como el estudio académico recibirá savia preciosa manteniendo un estrecho contacto con la vida de la Congregación y su servicio cotidiano a los jóvenes más pobres de todas partes del mundo.

3.3 150 años: el viaje continúa
            Estamos llamados a dar gracias y alabanza a Dios en este año jubilar de la esperanza porque en este año recordamos el compromiso misionero de Don Bosco que en el año 1875 encuentra un momento muy significativo de desarrollo. La reflexión que en el Aguinaldo 2025 nos ha ofrecido el Vicario del Rector Mayor, Don Stefano Martoglio, nos recuerda el tema central del 150 aniversario de la primera expedición misionera de Don Bosco: reconocer, repensar y relanzar.
            A la luz del Capítulo General 29º que estamos concluyendo, nos ayuda a mantener viva esta invitación en el sexenio que nos corresponde. Como dice el texto del Aguinaldo 2025, estamos llamados a ser agradecidos porque «el agradecimiento hace patente la paternidad de cada bella realización. Sin agradecimiento no hay capacidad de acoger».
            Al agradecimiento añadimos el deber de repensar nuestra fidelidad, porque «la fidelidad comporta la capacidad de cambiar en la obediencia, hacia una visión que viene de Dios y de la lectura de los «signos de los tiempos» … Repensar, entonces, se convierte en un acto generativo, en el que se unen fe y vida; un momento en el que preguntarse: ¿qué quieres decirnos, Señor?».
            Por último, el coraje de relanzar, de recomenzar cada día. Como estamos haciendo en estos días, miremos lejos para «acoger los nuevos desafíos, relanzando la misión con esperanza. (Porque la) Misión es llevar la esperanza de Cristo con la conciencia lúcida y clara, ligada a la fe».

4. Conclusión
            Al final de este discurso de conclusión, me gustaría presentar una reflexión de Tomáš HALÍK, tomada de su libro Il pomrtiggio del cristianesimo (HALÍK, Tomáš, Tarde del cristianismo. El coraje de cambiar (Ediciones Vita e Pensiero, Milán 2022). El autor, en el último capítulo del libro, que lleva el nombre de «La sociedad del camino», presenta cuatro conceptos eclesiológicos.
            Creo que estos cuatro conceptos eclesiológicos pueden ayudarnos a interpretar positivamente las grandes oportunidades pastorales que nos esperan. Propongo esta reflexión con la conciencia de que lo que propone el autor está íntimamente ligado al corazón del carisma salesiano. Llama la atención y sorprende el hecho de que cuanto más nos adentramos en hacer una lectura carismático-pastoral, así como pedagógica y cultural de la realidad actual, se confirma cada vez más la convicción de que nuestro carisma nos proporciona una base sólida para que los diversos procesos que estamos acompañando encuentren su justa colocación en un mundo donde los jóvenes están esperando que se les ofrezca esperanza, alegría y optimismo. Es bueno que reconozcamos con gran humildad, pero al mismo tiempo con un gran sentido de responsabilidad, cómo el carisma de Don Bosco sigue proporcionando directrices hoy, no solo para nosotros, sino para toda la Iglesia.

            4.1 Iglesia como pueblo de Dios en peregrinación en la historia. Esta imagen delinea una Iglesia en movimiento y luchando con cambios incesantes. Dios plasma la forma de la Iglesia en la historia, se le revela por medio de la historia y le imparte sus enseñanzas a través de los acontecimientos históricos. Dios está en la historia (Id. p. 229).

            Nuestra llamada a ser educadores y pastores consiste precisamente en caminar con el rebaño en esta fase de la historia, en esta sociedad en continuo cambio. Nuestra presencia en los diversos «patios de la vida de las personas» es la presencia sacramental de un Dios que quiere encontrar a aquellos que lo buscan sin saberlo. En este contexto, «el sacramento de la presencia» adquiere para nosotros un valor inestimable porque se entrelaza con las vicisitudes históricas de nuestros jóvenes y de todos aquellos que se dirigen a nosotros en las diversas expresiones de la misión salesiana: el PATIO.

            4.2 La ‘escuela’ es la segunda visión de la Iglesia: escuela de vida y escuela de sabiduría. Vivimos en una época en la que en el espacio público de muchos países europeos no domina ni una religión tradicional ni el ateísmo, sino que prevalecen más bien el agnosticismo, el apateísmo y el analfabetismo religioso… En esta época es urgentemente necesario que la sociedad cristiana se transforme en una «escuela» siguiendo el ideal originario de las universidades medievales, surgidas como comunidades de docentes y alumnos, comunidades de vida, oración y enseñanza (Id. pp. 231-232).

            Recorriendo el proyecto educativo pastoral de Don Bosco desde sus orígenes, descubrimos cómo esta segunda propuesta toca directamente la experiencia que actualmente ofrecemos a nuestros jóvenes: la escuela y la formación profesional, tanto como lugares como caminos experienciales. Son recorridos educativos como instrumento indispensable para dar vida a un proceso integral donde cultura y fe se encuentran. Para nosotros hoy este espacio es una excelente oportunidad donde podemos testimoniar la buena noticia en el encuentro humano y fraterno, educativo y pastoral con tantas personas y, sobre todo, con tantos niños y jóvenes para que se sientan acompañados hacia un futuro digno. La experiencia educativa para nosotros, los pastores, es un estilo de vida que comunica sabiduría y valores en un contexto que encuentra y va más allá de la resistencia y que hace que la indiferencia se derrita con la empatía y la cercanía. Caminar juntos promueve un espacio de crecimiento integral inspirado en la sabiduría y los valores del Evangelio: la ESCUELA.

4.3 La Iglesia como hospital de campañaDurante demasiado tiempo, frente a las enfermedades de la sociedad, la Iglesia se ha limitado a dar la moral; ahora se encuentra ante la tarea de redescubrir y aplicar el potencial terapéutico de la fe. La misión diagnóstica debería ser llevada a cabo por aquella disciplina para la cual he propuesto el nombre de kairología: el arte de leer e interpretar los signos de los tiempos, la hermenéutica teológica de los hechos de la sociedad y de la cultura. La kairología debería dedicar su atención a las épocas de crisis y de cambio de los paradigmas culturales. Debería sentirlas como parte de una «pedagogía de Dios», como el tiempo oportuno para profundizar la reflexión sobre la fe y renovar su praxis. En cierto sentido, la kairología desarrolla el método del discernimiento espiritual, que es un componente importante de la espiritualidad de San Ignacio y de sus discípulos; lo aplica cuando profundiza y evalúa el estado actual del mundo y nuestras tareas en él (Id. pp. 233-234).

            Este tercer criterio eclesiológico va al corazón del enfoque salesiano. No estamos presentes en la vida de los niños y de los jóvenes para condenarlos. Nos ponemos a su disposición para ofrecerles un espacio sano de comunión (eclesial), iluminado por la presencia de un Dios misericordioso que no pone condiciones a nadie. Elaboramos y comunicamos las diversas propuestas pastorales precisamente con esta visión de facilitar el encuentro de los jóvenes con una propuesta espiritual capaz de iluminar los tiempos en que viven, de ofrecerles una esperanza para el futuro. La propuesta de la persona de Jesucristo no es fruto de un estéril confesionalismo o ciego proselitismo, sino el descubrimiento de una relación con una persona que ofrece amor incondicional a todos. Nuestro testimonio y el de todos aquellos que viven la experiencia educativo-pastoral, como comunidad, es el signo más elocuente y el mensaje más creíble de los valores que queremos comunicar para poderlos compartir: la IGLESIA.

4.4 El cuarto modelo de Iglesia… es necesario que la Iglesia instituya centros espirituales, lugares de adoración y contemplación, pero también de encuentro y diálogo, donde sea posible compartir la experiencia de la fe. Muchos cristianos están preocupados por el hecho de que en un gran número de países se esté deshilachando la red de las parroquias, que fue constituida hace algunos siglos en una situación socio-cultural y pastoral completamente diferente y en el ámbito de una diferente interpretación de sí misma de la Iglesia (Id. pp. 236-237).

            El cuarto concepto es el de una «casa» capaz de comunicar acogida, escucha y acompañamiento. Una «casa» en la que se reconoce la dimensión humana de la historia de cada persona y, al mismo tiempo, se ofrece la posibilidad de permitir a esta humanidad alcanzar su madurez. Don Bosco llama justamente «casa» al lugar en el que la comunidad vive su llamada porque, acogiendo a nuestros jóvenes, sabe asegurar las condiciones y las propuestas pastorales necesarias para que esta humanidad crezca de modo integral. Cada una de nuestras comunidades, «casa», está llamada a ser testigo de la originalidad de la experiencia de Valdocco: una «casa» que intercepta la historia de nuestros jóvenes, ofreciéndoles un futuro digno: la CASA.

            En nuestras Constituciones, Art. 40 encontramos la síntesis de todos estos «cuatro conceptos eclesiológicos». Es una síntesis que sirve como invitación y también como ánimo para el presente y el futuro de nuestras comunidades educativo-pastorales, de nuestras inspectorías, de nuestra amadísima Congregación Salesiana:

            El oratorio de Don Bosco, criterio permanente
            Don Bosco vivió una típica experiencia pastoral en su primer oratorio, que fue para los jóvenes casa que acoge, parroquia que evangeliza, escuela que encamina a la vida y patio para encontrarse como amigos y vivir en alegría.
            Al cumplir hoy nuestra misión, la experiencia de Valdocco sigue siendo criterio permanente y de discernimiento y renovación de cada actividad y obra.

            Gracias.
            Roma, 12 de abril de 2025




donbosco.info: un motor de búsqueda salesiano

Presentamos la nueva plataforma donbosco.info, que es un motor de búsqueda salesiano pensado para facilitar la consulta de documentos relacionados con el carisma de Don Bosco. Creado para apoyar el Boletín Salesiano Online, supera las limitaciones de los sistemas de archivo tradicionales, a menudo incapaces de detectar todas las ocurrencias de las palabras. Esta solución integra un hardware dedicado y un software desarrollado específicamente, ofreciendo también una función de lectura. La interfaz web, deliberadamente sencilla, permite navegar entre miles de documentos en diferentes idiomas, con la posibilidad de filtrar los resultados por carpeta, título, autor o año. Gracias al escaneo OCR de los documentos PDF, el sistema identifica el texto incluso cuando no es perfecto, y adopta estrategias para ignorar la puntuación y los caracteres especiales. Los contenidos, ricos en material histórico y formativo, tienen como objetivo difundir el mensaje salesiano de forma capilar. Con la carga libre de documentos, se fomenta el enriquecimiento continuo de la plataforma, mejorando la búsqueda.

En el ámbito de los trabajos para la redacción del Boletín Salesiano Online, se hizo necesaria la creación de varias herramientas de apoyo, entre ellas un motor de búsqueda dedicado.

Este motor de búsqueda se concibió teniendo en cuenta las limitaciones actualmente presentes en los diversos recursos salesianos disponibles en la red. Muchos sitios ofrecen sistemas de archivo con funcionalidad de búsqueda, pero a menudo no consiguen identificar todas las ocurrencias de las palabras, debido a limitaciones técnicas o restricciones introducidas para evitar la sobrecarga de los servidores.

Para superar estas dificultades, en lugar de construir un simple archivo de documentos con una función de búsqueda, hemos creado un verdadero motor de búsqueda, dotado también de una función de lectura. Se trata de una solución completa, basada en hardware dedicado y en un software desarrollado específicamente.

En la fase de diseño, evaluamos dos opciones: un software para instalar localmente o una aplicación del lado del servidor accesible vía web. Dado que la misión del Boletín Salesiano Online es difundir el carisma salesiano al mayor número de personas, se decidió optar por la solución web, para permitir a cualquiera buscar y consultar documentos salesianos.

El motor de búsqueda está disponible en la dirección www.donbosco.info. La interfaz web es deliberadamente esencial y «espartana», para garantizar una mayor velocidad de carga. En la «página de inicio» se enumeran los archivos y las carpetas presentes, con el fin de facilitar la consulta. Los documentos no están sólo en italiano, sino que también están disponibles en otros idiomas, seleccionables a través del icono correspondiente en la parte superior izquierda.

La mayoría de los archivos cargados están en formato PDF obtenido a partir de escaneos con OCR (reconocimiento óptico de caracteres). Dado que el OCR no siempre es perfecto, a veces no se detectan todas las palabras buscadas. Para evitar esto, se han implementado varias estrategias: ignorar la puntuación y los caracteres acentuados o especiales, y permitir la búsqueda incluso en presencia de caracteres faltantes o erróneos. Se pueden consultar más detalles en la sección de preguntas frecuentes, accesible desde el pie de página.

Dada la presencia de miles de documentos, la búsqueda puede devolver un número muy elevado de resultados. Por ello, es posible restringir el ámbito de la búsqueda por carpetas, por título, autor o año: los criterios son acumulativos y ayudan a encontrar más rápidamente lo que se necesita. Los resultados se enumeran en función de una puntuación de pertinencia, que actualmente tiene en cuenta principalmente la densidad de las palabras clave dentro del texto y su proximidad.

Idealmente, sería preferible disponer de los documentos en formato vectorial en lugar de escaneados, ya que la búsqueda sería siempre precisa y los archivos serían más ligeros, con las consiguientes ventajas en términos de velocidad.

Si posee documentos en formato vectorial o de mejor calidad que los ya presentes en el motor de búsqueda, puede cargarlos a través del servicio de carga disponible en www.donbosco.space. También puede añadir otros documentos no presentes en el motor de búsqueda. Para obtener las credenciales de acceso (nombre de usuario y contraseña), envíe una solicitud por correo electrónico a bsol@sdb.org.




Con Don Bosco. Siempre

No es indiferente celebrar un Capítulo General en un lugar u otro. Ciertamente, en Valdocco, en la “cuna del carisma”, tenemos la oportunidad de redescubrir la génesis de nuestra historia y reencontrar la originalidad que constituye el corazón de nuestra identidad de consagrados y apóstoles de los jóvenes.

En el marco antiguo de Valdocco, donde todo habla de nuestros orígenes, estoy casi obligado a recordar aquel diciembre de 1859, en el que Don Bosco tomó una decisión increíble, única en la historia: fundar una congregación religiosa con jóvenes.
Los había preparado, pero seguían siendo muy jóvenes. “Desde hace mucho tiempo pensaba en fundar una Congregación. Ha llegado el momento de concretarlo”, explicó con sencillez Don Bosco. “En realidad, esta Congregación no nace ahora: ya existía por ese conjunto de Reglas que siempre habéis observado por tradición… Ahora se trata de seguir adelante, de constituir normalmente la Congregación y de aceptar sus Reglas. Sabed, sin embargo, que sólo se inscribirán aquellos que, después de haber reflexionado seriamente sobre ello, quieran hacer a su debido tiempo los votos de pobreza, castidad y obediencia… Os dejo una semana para que lo penséis”.
Al salir de la reunión hubo un silencio inusual. Muy pronto, cuando las bocas se abrieron, se pudo constatar que Don Bosco había tenido razón al proceder con lentitud y prudencia. Algunos murmuraban entre dientes que Don Bosco quería hacer de ellos frailes. Cagliero medía a grandes pasos el patio preso de sentimientos contradictorios.
Pero el deseo de “permanecer con Don Bosco” prevaleció en la mayoría. Cagliero soltó la frase que se haría histórica: “Fraile o no fraile, yo me quedo con Don Bosco”.
A la “conferencia de adhesión”, que se celebró la noche del 18 de diciembre, asistieron 17 personas.
Don Bosco convocó el primer Capítulo General el 5 de septiembre de 1877 en Lanzo Torinese. Los participantes eran veintitrés y el Capítulo duró tres días enteros.
Hoy, para el Capítulo número 29, los capitulares son 227. Han llegado de todas las partes del mundo, en representación de todos los salesianos.
En la apertura del primer Capítulo General, Don Bosco dijo a nuestros hermanos: “El Divino Salvador dice en el santo Evangelio que donde hay dos o tres congregados en su nombre, allí está Él mismo en medio de ellos. Nosotros no tenemos otro fin en estas reuniones que la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas redimidas por la preciosa Sangre de Jesucristo”. Por lo tanto, podemos estar seguros de que el Señor estará en medio de nosotros y de que Él conducirá las cosas de tal manera que todos se sientan a gusto.

Un cambio de época
La expresión evangélica: “Jesús llamó a los que quiso consigo y los envió a predicar” (Mc 3,14-15), dice que Jesús elige y llama a los que quiere. Entre estos estamos también nosotros. El Reino de Dios se hace presente y aquellos primeros Doce son un ejemplo y un modelo para nosotros y para nuestras comunidades. Los Doce son personas comunes, con virtudes y defectos, no forman una comunidad de puros ni siquiera un simple grupo de amigos.
Saben, como ha dicho el Papa Francisco, que “Vivimos un cambio de época más que una época de cambios”. En Valdocco, en estos días, se respira un clima de gran conciencia. Todos los hermanos sienten que este es un momento de gran responsabilidad.
En la vida de la mayoría de los hermanos, de las inspectorías y de la Congregación hay muchas cosas positivas, pero esto no basta y no puede servir de «consuelo», porque el grito del mundo, las grandes y nuevas pobrezas, la lucha cotidiana de tantas personas -no sólo pobres sino también sencillas y laboriosas- se alza fuerte como petición de ayuda. Son todas preguntas que nos deben provocar y sacudir y no dejarnos tranquilos.
Con la ayuda de las inspectorías a través de la consulta, creemos haber identificado por un lado los principales motivos de preocupación y por otro los signos de vitalidad de nuestra Congregación, declinados siempre con los rasgos culturales específicos de cada contexto.
Durante el Capítulo proponemos concentrarnos en lo que significa para nosotros ser verdaderamente salesianos apasionados de Jesucristo, porque sin esto ofreceremos buenos servicios, haremos el bien a las personas, ayudaremos, pero no dejaremos una huella profunda.
La misión de Jesús continúa y se hace visible hoy en el mundo también a través de nosotros, sus enviados. Estamos consagrados para construir amplios espacios de luz para el mundo de hoy, para ser profetas. Hemos sido consagrados por Dios y puestos en seguimiento de su amado Hijo Jesús, para vivir verdaderamente como conquistados por Dios. Por eso, una vez más, lo esencial se juega todo en la fidelidad de la Congregación al Espíritu Santo, viviendo, con el espíritu de Don Bosco, una vida consagrada salesiana centrada en Jesucristo.
La vitalidad apostólica, como vitalidad espiritual, es compromiso a favor de los jóvenes, de los niños, en las más variadas pobrezas, por lo tanto no se puede detener a ofrecer sólo servicios educativos. El Señor nos llama a educar evangelizando, llevando Su presencia y acompañando la vida con oportunidades de futuro.
Estamos llamados a buscar nuevos modelos de presencia, nuevas expresiones del carisma salesiano en nombre de Dios. Esto se haga en comunión con los jóvenes y con el mundo, a través de «una ecología integral», en la formación de una cultura digital en los mundos habitados por los jóvenes y por los adultos.
Y es fuerte el deseo y la expectativa de que este sea un Capítulo General valiente, en el que se digan las cosas, sin perderse en frases correctas, bien confeccionadas, pero que no tocan la vida.
En esta misión no estamos solos. Sabemos y sentimos que la Virgen María es un modelo de fidelidad.
Es hermoso volver con la mente y con el corazón al día de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de 1887 cuando, dos meses antes de su muerte, Don Bosco dijo a algunos Salesianos que, conmovidos, lo miraban y escuchaban: “Hasta ahora hemos caminado sobre seguro. No podemos errar; es María quien nos guía”.
María Auxiliadora, la Virgen de Don Bosco, nos guía. Ella es la Madre de todos nosotros y es Ella quien repite, como en Caná de Galilea en esta hora del CG29: “Haced lo que Él os diga”.
Nuestra Madre Auxiliadora nos ilumine y nos guíe, como hizo con Don Bosco, a ser fieles al Señor y a no defraudar nunca a los jóvenes, sobre todo a los más necesitados.




El Vicario del Rector Mayor. Don Stefano Martoglio

Tenemos la alegría de anunciar que Don Stefano Martoglio ha sido reelegido como Vicario del Rector Mayor.
Los capitulares lo han elegido hoy con mayoría absoluta y desde el primer escrutinio.

Auguramos un fructífero apostolado a Don Stefano y le aseguramos nuestras oraciones.




Nuevo Rector Mayor: Fabius Attard

Tenemos la alegría de anunciar que don Fabius Attard es el nuevo Rector Mayor, el undécimo sucesor de don Bosco.

Breve información del nuevo Rector Mayor:
Nacido: 23.03.1959 en Gozo (Malta), diócesis de Gozo.
Noviciado: 1979-1980 en Dublín.
Profesión perpetua: 11.08.1985 en Malta.
Ordenación presbiteral: 04.07.1987 en Malta.
Ha desempeñado diversos cargos pastorales y formativos dentro de su inspectoría de origen.
Ha sido durante 12 años el Consejero General para la Pastoral Juvenil, 2008-2020.
Desde 2020 ha sido el Delegado del Rector Mayor para la Formación Permanente de los salesianos y de los laicos en Europa.
Última comunidad de pertenencia: Roma CNOS.
Idiomas conocidos: Maltés, Inglés, Italiano, Francés, Español.

Le deseamos un fructífero apostolado a don Fabio y le aseguramos nuestras oraciones.




Rectores Mayores de la Congregación Salesiana

La Congregación Salesiana, fundada en 1859 por San Juan Bosco, ha tenido a su guía un superior general llamado, ya desde los tiempos de Don Bosco, Rector Mayor. La figura del Rector Mayor es central en el liderazgo de la congregación, fungiendo como guía espiritual y centro de unidad no solo de los salesianos sino también de toda la Familia Salesiana. Cada Rector Mayor ha contribuido de modo único a la misión salesiana, afrontando los desafíos de su tiempo y promoviendo la educación y la vida espiritual de los jóvenes. Hagamos un breve resumen de los Rectores Mayores y de los desafíos que han tenido que afrontar.

San Juan Bosco (1859-1888)
San Juan Bosco, fundador de la Congregación Salesiana, encarnó cualidades distintivas que han plasmado la identidad y la misión de la orden. Su profunda fe y confianza en la Divina Providencia lo hicieron un líder carismático, capaz de inspirar y guiar con visión y determinación. Su dedicación incansable a la educación de los jóvenes, especialmente de los más necesitados, se manifestó a través del innovador Sistema Preventivo, basado en razón, religión y amabilidad. Don Bosco promovió un clima de familia en las casas salesianas, favoreciendo relaciones sinceras y fraternas. Su capacidad organizativa y su espíritu emprendedor llevaron a la creación de numerosas obras educativas. Su apertura misionera impulsó a la Congregación más allá de las fronteras italianas, difundiendo el carisma salesiano en el mundo. Su humildad y sencillez lo hicieron cercano a todos, ganándose la confianza y el afecto de colaboradores y jóvenes.
San Juan Bosco afrontó muchas dificultades. Tuvo que superar la incomprensión y la hostilidad de autoridades civiles y eclesiásticas, que a menudo desconfiaban de su método educativo y de su rápido crecimiento. Afrontó graves dificultades económicas al sostener las obras salesianas, a menudo contando solo con la Providencia. Gestionar jóvenes difíciles y formar colaboradores fiables fue una tarea ardua. Además, su salud, desgastada por el intenso trabajo y las continuas preocupaciones, fue un límite constante. A pesar de todo, afrontó cada prueba con fe inquebrantable, amor paterno por los jóvenes y una determinación incansable, llevando adelante la misión con esperanza.

1. Beato Michele Rua (1888-1910)
El ministerio de Rector Mayor del Beato Michele Rua se caracteriza por la fidelidad al carisma de Don Bosco, la consolidación institucional y la expansión misionera. Fue nombrado por Don Bosco como sucesor por orden del papa León XIII, en la audiencia del 24.10.1884. Después de la confirmación del Papa, el 24.09.1885, Don Bosco hizo pública su elección delante del Capítulo Superior.
Algunas características de su rectorado:
– actuó como «regla viviente» del sistema preventivo, manteniendo íntegro el espíritu educativo de Don Bosco a través de la formación, la catequesis y la dirección espiritual; fue un continuador del fundador;
– dirigió la Congregación en crecimiento exponencial, gestionando cientos de casas y miles de religiosos, con visitas pastorales en todo el mundo a pesar de problemas de salud;
– afrontó calumnias y crisis (como el escándalo de 1907) defendiendo la imagen salesiana;
– promovió a las Hijas de María Auxiliadora y a los Cooperadores, reforzando la estructura tripartita querida por Don Bosco;
– bajo su guía, los Salesianos pasaron de 773 a 4.000 miembros, y las casas de 64 a 341, extendiéndose en 30 naciones.

2. Don Paolo Albera (1910-1921)
El ministerio de Rector Mayor de Don Paolo Albera se distingue por la fidelidad al carisma de Don Bosco y la expansión misionera global. Elegido en el Capítulo General 11.
Algunas características de su rectorado:
– mantuvo íntegro el sistema preventivo, promoviendo la formación espiritual de los jóvenes salesianos y la difusión del Boletín Salesiano como instrumento de evangelización;
– afrontó los desafíos de la Primera Guerra Mundial, con salesianos movilizados (más de 2.000 llamados a las armas, 80 de ellos muertos en guerra) y casas transformadas en hospitales o cuarteles, manteniendo la cohesión en la Congregación; este conflicto causó la suspensión del Capítulo General previsto e interrumpió muchas actividades educativas y pastorales;
– afrontó las consecuencias de esta guerra que generó un aumento de la pobreza y del número de huérfanos, requiriendo un compromiso extraordinario para acoger y sostener a estos jóvenes en las casas salesianas;
– abrió nuevas fronteras en África, Asia y América, enviando 501 misioneros en nueve expediciones ad gentes y fundando obras en Congo, China e India.

3. Beato Filippo Rinaldi (1922-1931)
El ministerio de Rector Mayor del Beato Filippo Rinaldi se caracteriza por la fidelidad al carisma de Don Bosco, la expansión misionera y la innovación espiritual. Elegido en el Capítulo General 12.
Algunas características de su rectorado:
– mantuvo íntegro el sistema preventivo, promoviendo la formación interior de los salesianos;
– envió a más de 1.800 salesianos a todo el mundo, fundó institutos misioneros y revistas, abriendo nuevas fronteras en África, Asia y América;
– instituyó la asociación de los Exalumnos y el primer Instituto secular salesiano (Voluntarias de Don Bosco), adaptando el espíritu de Don Bosco a las exigencias del primer Novecientos;
– reanimó la vida interior de la Congregación, exhortando a una «confianza ilimitada» en María Auxiliadora, herencia central del carisma salesiano;
– enfatizó la importancia de la formación espiritual y de la asistencia a los emigrantes, promoviendo obras de previsión y asociaciones entre trabajadores;
– durante su rectorado, los miembros pasaron de 4.788 a 8.836 y las casas de 404 a 644, evidenciando su capacidad organizativa y su celo misionero.

4. Don Pietro Ricaldone (1932-1951)
El ministerio de Rector Mayor de Don Pietro Ricaldone se caracteriza por la consolidación institucional, el compromiso durante la Segunda Guerra Mundial y la colaboración con las autoridades civiles. Elegido en el Capítulo General 14.
Algunas características de su rectorado:
– potenció las casas salesianas y los centros de formación, fundó la Universidad Pontificia Salesiana (1940) y cuidó la canonización de Don Bosco (1934) y Madre Mazzarello (1951);
– afrontó la Guerra Civil Española (1936-1939) que representó una de las principales dificultades, con persecuciones que golpearon duramente las obras salesianas en el país;
– sucesivamente afrontó la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) causó ulteriores sufrimientos: muchos salesianos fueron deportados o privados de la libertad, y las comunicaciones entre la Casa Generalicia de Turín y las comunidades esparcidas por el mundo fueron interrumpidas; además, el advenimiento de regímenes totalitarios en Europa oriental llevó a la supresión de diversas obras salesianas;
– durante la guerra, abrió las estructuras salesianas a desplazados, judíos y partisanos, mediando para la liberación de prisioneros y protegiendo a quien estaba en peligro;
– promovió la espiritualidad salesiana a través de obras editoriales (ej. Corona patrum salesiana) e iniciativas a favor de los jóvenes marginados.

5. Don Renato Ziggiotti (1952-1965)
El ministerio de Rector Mayor de Don Renato Ziggiotti (1952-1965) se caracteriza por la expansión global, la fidelidad al carisma y el compromiso conciliar. Elegido en el Capítulo General 17.
Algunas características de su rectorado:
– fue el primer Rector Mayor en no haber conocido personalmente a Don Bosco y en renunciar al encargo antes de la muerte, demostrando gran humildad;
– durante su mandato, los salesianos pasaron de 16.900 a más de 22.000 miembros, con 73 inspectorías y casi 1.400 casas en todo el mundo;
– promovió la construcción de la Basílica de San Juan Bosco en Roma y del santuario sobre el Colle dei Becchi (Colle Don Bosco), además del traslado del Pontificio Ateneo Salesiano en la capital;
– fue el primer Rector Mayor en participar activamente en las primeras tres sesiones del Concilio Vaticano II, anticipando la renovación de la Congregación y la implicación de los laicos;
– cumplió una empresa sin precedentes: visitó casi todas las casas salesianas e Hijas de María Auxiliadora, dialogando con miles de cofrades, a pesar de las dificultades logísticas.

6. Don Luigi Ricceri (1965-1977)
El ministerio de Rector Mayor de Don Luigi Ricceri se caracteriza por la renovación conciliar, la centralización organizativa y la fidelidad al carisma salesiano. Elegido en el Capítulo General 19.
Algunas características de su rectorado:
– adaptación post-conciliar: guio la Congregación en la actuación de las indicaciones del Concilio Vaticano II, promoviendo el Capítulo General Especial (1966) para la renovación de las Constituciones y la formación permanente de los salesianos;
– trasladó la Dirección General de Valdocco a Roma, separándola de la «Casa Madre» para integrarla mejor en el contexto eclesial;
– la revisión de las Constituciones y de los Reglamentos fue una tarea compleja, destinada a garantizar la adecuación a las nuevas directivas eclesiales sin perder la identidad originaria;
– potenció el rol de los Cooperadores y de los Exalumnos, reforzando la colaboración entre los diversos ramos de la Familia salesiana.

7. Don Egidio Viganò (1977-1995)
El ministerio de Rector Mayor de Don Egidio Viganò se caracteriza por la fidelidad al carisma salesiano, el compromiso conciliar y la expansión misionera global. Elegido en el Capítulo General 21.
Algunas características de su rectorado:
– su participación como experto en el Concilio Vaticano II influyó significativamente en su obra, promoviendo la actualización de las Constituciones salesianas en línea con las directivas conciliares y guio la Congregación en la actuación de las indicaciones del Concilio Vaticano II;
– colaboró activamente con el papa san Juan Pablo II, convirtiéndose en su confesor personal, y participó en 6 sínodos de los obispos (1980-1994), reforzando el vínculo entre la Congregación y la Iglesia universal;
– profundamente ligado a la cultura latinoamericana (donde transcurrió 32 años), amplió la presencia salesiana en el Tercer Mundo, con un foco en justicia social y diálogo intercultural;
– fue el primer rector mayor elegido por tres mandatos consecutivos (con dispensa papal);
– potenció el rol de los Cooperadores y de los Exalumnos, promoviendo la colaboración entre los diversos ramos de la Familia salesiana;
– reforzó la devoción a María Auxiliadora, reconociendo la Asociación de los Devotos de María Auxiliadora como parte integrante de la Familia Salesiana;
– su dedicación a la investigación científica y al diálogo interdisciplinar lo llevó a ser considerado el «segundo fundador» de la Universidad Pontificia Salesiana;
– bajo su guía, la Congregación inició el «Proyecto África», expandiendo la presencia salesiana en el continente africano que dio muchos frutos.

8. Don Juan Edmundo Vecchi (1996-2002)
El ministerio de Rector Mayor de Don Juan Edmundo Vecchi se distingue por la fidelidad al carisma salesiano, el compromiso en la formación y la apertura a los desafíos del post-Concilio. Elegido en el Capítulo General 24.
Algunas características de su rectorado:
– es el primer Rector Mayor no italiano: hijo de inmigrantes italianos en Argentina, representó un cambio generacional y geográfico en la guía de la Congregación, abriendo a una perspectiva más global;
– promovió la formación permanente de los salesianos, subrayando la importancia de la espiritualidad y de la preparación profesional para responder a las exigencias de los jóvenes;
– promovió una renovada atención a la educación de los jóvenes, enfatizando la importancia de la formación integral y del acompañamiento personal;
– a través de las Cartas Circulares, exhortó a vivir la santidad en la cotidianidad, ligándola al servicio juvenil y al testimonio de Don Bosco;
– durante su enfermedad, continuó testimoniando fe y dedicación, ofreciendo reflexiones profundas sobre la experiencia del sufrimiento y de la ancianidad en la vida salesiana.

9. Don Pascual Chávez Villanueva (2002-2014)
El ministerio de Rector Mayor de Don Pascual Chávez Villanueva se distingue por la fidelidad al carisma salesiano, el compromiso en la formación y el compromiso en los desafíos de la globalización y de las transformaciones eclesiales. Elegido en el Capítulo General 25.
Algunas características de su rectorado:
– promovió la renovada atención a la comunidad salesiana como sujeto evangelizador, con prioridad a la formación espiritual y a la inculturación del carisma en los contextos regionales;
– relanzó el compromiso hacia los jóvenes más vulnerables, heredando el enfoque de Don Bosco, con particular atención a los oratorios de frontera y a las periferias sociales;
– cuidó la formación permanente de los salesianos, desarrollando estudios teológicos y pedagógicos ligados a la espiritualidad de Don Bosco, preparando el bicentenario de su nacimiento;
– guio la Congregación con un enfoque organizativo y dialogante, involucrando las diversas regiones y promoviendo la colaboración entre centros de estudio salesianos;
– promovió una mayor colaboración con los laicos, animando la corresponsabilidad en la misión salesiana y afrontando las resistencias internas al cambio.

10. Don Ángel Fernández Artime (2014-2024)
El ministerio de Don Ángel Fernández Artime se distingue por la fidelidad al carisma salesiano, y al papado. Elegido en el Capítulo General 27.
Algunas características de su rectorado:
– guio la Congregación con un enfoque inclusivo, visitando 120 países y promoviendo la adaptación del carisma salesiano a las diversas realidades culturales, manteniendo firme el vínculo con las raíces de Don Bosco;
– reforzó el compromiso hacia los jóvenes más vulnerables, de las periferias, heredando el enfoque de Don Bosco;
– afrontó los desafíos de la globalización y de las transformaciones eclesiales, promoviendo la colaboración entre centros de estudio y renovando los instrumentos de gobierno de la Congregación;
– promovió una mayor colaboración con los laicos, animando la corresponsabilidad en la misión educativa y pastoral;
– tuvo que afrontar la pandemia de COVID-19 que ha requerido adaptaciones en las obras educativas y asistenciales para continuar sirviendo a los jóvenes y a las comunidades en dificultad;
– tuvo que afrontar la gestión de los recursos humanos y materiales en un periodo de crisis vocacional y cambios demográficos;
– trasladó la Casa Generalicia de la Pisana a la obra fundada por Don Bosco, Sacro Cuore di Roma;
– su compromiso culminó en el nombramiento como Cardenal (2023) y a Pro-Prefecto del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada (2025), marcando un reconocimiento de su influencia en la Iglesia universal.

Los Rectores Mayores de la Congregación Salesiana han desempeñado un rol fundamental en el crecimiento y en el desarrollo de la congregación. Cada uno de ellos ha aportado su propia contribución única, afrontando los desafíos de su tiempo y manteniendo vivo el carisma de San Juan Bosco. Su herencia continúa inspirando a las generaciones futuras de salesianos y jóvenes en todo el mundo, garantizando que la misión educativa de Don Bosco permanezca relevante y vital en el contexto contemporáneo.

Presentamos a continuación también una estadística de estos rectorados.

 Rector Mayor Nacido el Inicio del mandato del Rector Mayor Elegido a los … años Fin del mandato del Rector Mayor Rector Mayor por… Vivió por… años
BOSCO Giovanni 16.08.1815 18.12.1859 44 31.01.1888 (†) 28 años y 1 mes 72
RUA Michele 09.06.1837 31.01.1888 50 06.04.1910 (†) 22 años y 2 meses 72
ALBERA Paolo 06.06.1845 16.08.1910 65 29.10.1921 (†) 11 años y 2 meses 76
RINALDI Filippo 28.05.1856 24.04.1922 65 05.12.1931 (†) 9 años y 7 meses 75
RICALDONE Pietro 27.07.1870 17.05.1932 61 25.11.1951 (†) 19 años y 6 meses 81
ZIGGIOTTI Renato 09.10.1892 01.08.1952 59 27.04.1965 († 19.04.1983) 12 años y 8 meses 90
RICCERI Luigi 08.05.1901 27.04.1965 63 15.12.1977 († 14.06.1989) 12 años y 7 meses 88
VIGANO Egidio 29.06.1920 15.12.1977 57 23.06.1995 (†) 17 años y 6 meses 74
VECCHI Juan Edmundo 23.06.1931 20.03.1996 64 23.01.2002 (†) 5 años y 10 meses 70
VILLANUEVA Pasqual Chavez 20.12.1947 03.04.2002 54 25.03.2014 11 años y 11 meses 76
ARTIME Angel Fernandez 21.08.1960 25.03.2014 53 31.07.2024 10 años 4 meses 64