Don Bosco y los títulos de Nuestra Señora

La devoción mariana de Don Bosco nace de una relación filial y viva con la presencia materna de María, experimentada en cada etapa de su vida. Desde los pilares votivos erigidos durante su infancia en Becchi, pasando por las imágenes veneradas en Chieri y Turín, hasta las peregrinaciones realizadas con sus muchachos a los santuarios del Piamonte y Liguria, cada etapa revela un título diferente de la Virgen —Consolata, Dolorosa, Inmaculada, Virgen de las Gracias y muchos otros— que habla a los fieles de protección, consuelo y esperanza. Sin embargo, el título que definiría para siempre su veneración fue «María Auxiliadora»: según la tradición salesiana, fue la propia Virgen quien se lo indicó. El 8 de diciembre de 1862, Don Bosco confió al clérigo Giovanni Cagliero: «Hasta ahora», añadía, «hemos celebrado con solemnidad y pompa la fiesta de la Inmaculada, y en este día se iniciaron nuestras primeras obras de los oratorios festivos. Pero la Virgen quiere que la honremos bajo el título de María Auxiliadora: los tiempos corren tan tristes que necesitamos que la Santísima Virgen nos ayude a conservar y defender la fe cristiana.» (MB VII, 334)

Títulos marianos
            Escribir hoy un artículo sobre los “títulos marianos” con los que Don Bosco veneró a la Santísima Virgen durante su vida, puede parecer fuera de lugar. Alguien, de hecho, podría decir: ¿Acaso la Virgen no es una sola? ¿Qué sentido tienen tantos títulos si no es crear confusión? Y después de todo, ¿no es Nuestra Señora María Auxiliadora de Don Bosco?
Dejando para los expertos las reflexiones más profundas que justifican estos títulos desde un punto de vista histórico, teológico y devocional, nos contentaremos con un pasaje de “Lumen Gentium”, el documento sobre la Iglesia del Concilio Vaticano II, que nos tranquiliza, recordándonos que María es nuestra madre y que “por su múltiple intercesión sigue obteniéndonos las gracias de la salud eterna. Con su caridad maternal cuida de los hermanos de su Hijo que aún vagan y se encuentran en medio de peligros y aflicciones, hasta que son conducidos a la patria bendita. Por esto la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia bajo los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora” (Lumen Gentium 62).
Estos cuatro títulos admitidos por el Concilio, bien considerados, engloban en síntesis toda una serie de títulos e invocaciones con los que el pueblo cristiano ha llamado a María, títulos que hicieron exclamar a Alessandro Manzoni
“Oh Virgen, oh Señora, oh Tuttasanta, che bei nomi ti serba ogni loquela: più d’un popol superbo esser si vantaer in tua gentil tutela» (de «El nombre de María»).
La propia liturgia de la Iglesia parece comprender y justificar las alabanzas elevadas a María por el pueblo cristiano, cuando se pregunta: “¿Cómo cantaremos tus alabanzas, Santa Virgen María?”
Así pues, dejemos a un lado las dudas y vayamos a ver qué advocaciones marianas eran queridas por Don Bosco, incluso antes de que difundiera por el mundo la de María Auxiliadora.

En su juventud
            Los ermitas sagrados o tabernáculos esparcidos por las calles de las ciudades de muchas partes de Italia, las capillas campestres y los pilares que se encuentran en las encrucijadas de las carreteras o a la entrada de los caminos privados de nuestras tierras, constituyen una herencia de fe popular que aún hoy el tiempo no ha borrado.
Sería una ardua tarea calcular exactamente cuántas se pueden encontrar en las carreteras del Piamonte. Sólo en la zona de “Becchi- Morialdo»” hay una veintena, y no menos de quince en la zona de Capriglio.
En su mayoría son pilares votivos heredados de los antiguos y restaurados varias veces. También los hay más recientes que documentan una piedad que no ha desaparecido.
El pilar más antiguo de la región de Becchi parece datar de 1700. Se erigió en el fondo de la “llanura” hacia el Mainito, donde solían reunirse las familias que vivían en la antigua “Scaiota”, más tarde una granja salesiana, ahora en proceso de renovación.
Se trata del pilar de la Consolata, con una pequeña estatua de la Virgen Consoladora de los Afligidos, siempre honrada con flores campestres traídas por los devotos.
Juan Bosco debió de pasar muchas veces junto a ese pilar, quitándose el sombrero, quizá doblando la rodilla y murmurando un Ave María, como le había enseñado su madre.
En 1958, los Salesianos renovaron el viejo pilar y, con un solemne oficio religioso, lo inauguraron al culto renovado de la comunidad y de la población.
Esa pequeña estatua de la Consolata puede ser la primera efigie de María que Don Bosco veneró al aire libre en vida.

En la antigua casa
            Sin mencionar las iglesias de Morialdo y Capriglio, no sabemos exactamente qué imágenes religiosas colgaban de las paredes de la granja Biglione o de la Casetta. Sí sabemos que, más tarde, en la casa de José, cuando Don Bosco fue a alojarse allí, pudo ver dos viejas imágenes en las paredes de su dormitorio, una de la Sagrada Familia y otra de Nuestra Señora de los Ángeles. Así lo aseguró Sor Eulalia Bosco. ¿De dónde las sacó José? ¿Las vio Juan de niño? La de la Sagrada Familia sigue expuesta hoy en la habitación del medio del primer piso de la casa de José. Representa a San José sentado ante su mesa de trabajo, con el Niño en brazos, mientras la Virgen, de pie al otro lado, observa.
También sabemos que en la Cascina Moglia, cerca de Moncucco, Giovannino solía recitar oraciones y el rosario junto con la familia de los propietarios delante de un pequeño cuadro de Nuestra Señora de los Dolores, que aún se conserva en casa de los Becchi, en el primer piso de la casa de José, en la habitación de Don Bosco, encima de la cabecera de la cama. Está muy ennegrecido, con un marco negro perfilado en oro en el interior.
En Castelnuovo Juanito tenía entonces frecuentes ocasiones de subir a la Iglesia de Nuestra Señora del Castillo para rezar a la Santísima Virgen. En la fiesta de la Asunción, los aldeanos llevaban en procesión la estatua de la Virgen. No todos saben que esa estatua, así como la pintura del icono del altar mayor, representan a Nuestra Señora del Cinturón, la de los agustinos.
En Chieri, el clérigo estudiante y seminarista Juan Bosco rezó muchas veces en el altar de Nuestra Señora de las Gracias de la Catedral de Santa María de la Scala, en el del Santo Rosario de la Iglesia de San Domenico y ante la Inmaculada Concepción de la capilla del Seminario.
Así pues, en su juventud Don Bosco tuvo ocasión de venerar a María Santísima bajo los títulos de la Consolata, Nuestra Señora de los Dolores, Nuestra Señora de las Gracias, Nuestra Señora del Rosario y la Inmaculada.

En Turín
            En Turín, Juan Bosco ya había ido a la Iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles para el examen de admisión a la Orden Franciscana en 1834. Volvió allí varias veces para hacer los Ejercicios Espirituales, en preparación para las Sagradas Órdenes, en la Iglesia de la Visitación, y recibió las Sagradas Órdenes en la Iglesia de la Inmaculada Concepción, en la Curia Arzobispal.
Junto al Convito, habrá ciertamente rezado a menudo ante la imagen de la Anunciación, en la primera capilla de la derecha de la Iglesia de San Francisco de Asís. De camino al Duomo y entrando, como sigue siendo costumbre hoy, por el portal de la derecha, cuántas veces se habrá detenido un momento ante la antigua estatua de la Madonna delle Grazie, conocida por los antiguos turineses como “La Madòna Granda”.
Si luego pensamos en los viajes de peregrinación que Don Bosco solía hacer con sus bribones de Valdocco a los santuarios marianos de Turín en los tiempos del Oratorio itinerante, podemos recordar en primer lugar el Santuario de la Consolata, corazón religioso de Turín, lleno de recuerdos del primer Oratorio. A la “Consolà” llevó Don Bosco muchas veces a sus jóvenes. A la “Consolà” recurrió él mismo entre lágrimas a la muerte de su madre.
Pero no podemos olvidar las excursiones urbanas a Nuestra Señora del Pilone, a Nuestra Señora de Campagna, al Monte dei Cappuccini, a la Iglesia de la Natividad en Pozzo Strada, a la Iglesia de las Gracias en Crocetta.
El viaje de peregrinación más espectacular de aquellos primeros años del Oratorio fue a Nuestra Señora de Superga. Aquella iglesia monumental dedicada a la Natividad de María recordaba a los jóvenes de Don Bosco que la Madre de Dios es “como una aurora naciente”, preludio de la venida de Cristo.
Así pues, Don Bosco hizo experimentar a sus muchachos los misterios de la vida de María a través de sus títulos más hermosos.

En los paseos otoñales
            En 1850 Don Bosco inauguró los paseos “al aire libre” primero a los Becchi y alrededores, luego a las colinas del Monferrato hasta Casale, de Alessandria hasta Tortona y en Liguria hasta Génova.
En los primeros años su destino principal, si no exclusivo, fueron los Becchi y alrededores, donde celebraba con solemnidad la fiesta del Rosario en la pequeña capilla erigida en la planta baja de la casa de su hermano José en 1848.
Los años 1857-64 fueron los años dorados de las marchas otoñales, y los muchachos participaban en ellas en grupos cada vez más numerosos, entrando en los pueblos con la banda de música a la cabeza, acogidos festivamente por la gente y los párrocos locales. Descansaban en graneros, comían frugales comidas campesinas, celebraban devotos servicios en las iglesias y por las noches daban representaciones en un escenario improvisado.
En 1857, un destino de peregrinación fue Santa Maria de Vezzolano, santuario y abadía tan queridos por Don Bosco, situados bajo el pueblo de Albugnano, a 5 km de Castelnuovo.
En 1861 le tocó el turno al santuario de Crea, famoso en todo el Monferrato. En ese mismo viaje, Don Bosco volvió a llevar a los muchachos a la Madonna del Pozo, en San Salvatore.
El 14 de agosto de 1862, desde Vignale, donde se alojaban los jóvenes, Don Bosco condujo al feliz grupo en peregrinación al santuario de la Madonna delle Grazie a Casorzo. Pocos días después, el 18 de octubre, antes de abandonar Alejandría, fueron de nuevo a la catedral para rezar a Nuestra Señora de la Salve, venerada con tanta piedad por los alejandrinos, como feliz conclusión de su caminata.
También en la última caminata de 1864 en Génova, a la vuelta, entre Serravalle y Mornese, un grupo dirigido por el P. Cagliero peregrinó devotamente al santuario de Nostra Señora della Guardia, de Gavi.
Estas peregrinaciones eran vestigios de una religiosidad popular característica de nuestro pueblo; eran la expresión de una devoción mariana, que Juan Bosco había aprendido de su madre.

Y además…
            En los años sesenta, la advocación de María Auxiliadora empezó a dominar la mente y el corazón de Don Bosco, con la erección de la iglesia con la que había soñado desde 1844 y que luego se convirtió en el centro espiritual de Valdocco, la iglesia-madre de la Familia Salesiana, el punto irradiador de la devoción a Nuestra Señora, invocada bajo esta advocación.
Pero las peregrinaciones marianas de Don Bosco no cesaron por ello. Basta seguirle en sus largos viajes por Italia y Francia y ver con qué frecuencia aprovechaba la ocasión para una visita fugaz al santuario de la Virgen local.

De la Madonna di Oropa en Piamonte a la del Miracolo a Roma, del Boschettoa Camogli a la Madonna di Gennazzano, della Madonna del Fuocoa Forlì a la del Olmo a Cúneo, de la Madonna della Buona Speranza a Bigione a aquella de la Vittorie a Parigi.
Nuestra Señora de las Victorias, colocada en un nicho dorado, es una Reina de pie, que sostiene a su Divino Hijo con ambas manos. Jesús tiene los pies apoyados en la bola estrellada que representa el mundo.
Ante esta Reina de las Victorias de París, Don Bosco pronunció en 1883 un “sermón de caridad”, es decir, una de esas conferencias para obtener ayuda para sus obras de caridad en favor de la juventud pobre y abandonada. Fue su primera conferencia en la capital francesa, en el santuario que es para los parisinos lo que el santuario de la Consolata es para los turineses.
Fue la culminación de las andanzas marianas de Don Bosco, que comenzaron al pie de la columna de la Consolata, bajo la “Scaiota» dei Becchi”.




Don Pietro Ricaldone renace en Mirabello Monferrato

Don Pietro Ricaldone (Mirabello Monferrato, 27 de abril de 1870 – Roma, 25 de noviembre de 1951) fue el cuarto sucesor de Don Bosco al frente de los Salesianos, hombre de vasta cultura, profunda espiritualidad y gran amor por los jóvenes. Nacido y criado entre las colinas del Monferrato, llevó siempre consigo el espíritu de aquella tierra, traduciéndolo en un compromiso pastoral y formativo que lo convertiría en una figura de relevancia internacional. Hoy, los habitantes de Mirabello Monferrato quieren hacerlo regresar a sus tierras.

El Comité Don Pietro Ricaldone: renacimiento de una herencia (2019)
En 2019, un grupo de exalumnos y exalumnas, historiadores y apasionados de las tradiciones locales dio vida al Comité Don Pietro Ricaldone en Mirabello Monferrato. El objetivo –sencillo y ambicioso a la vez– fue desde el principio devolver la figura de Don Pietro al corazón del pueblo y de los jóvenes, para que su historia y su herencia espiritual no se pierdan.

Para preparar el 150º aniversario de su nacimiento (1870–2020), el Comité exploró el Archivo Histórico Municipal de Mirabello y el Archivo Histórico Salesiano, encontrando cartas, apuntes y antiguos volúmenes. De este trabajo nació una biografía ilustrada, pensada para lectores de todas las edades, en la que la personalidad de Ricaldone emerge de forma clara y cautivadora. Fundamental, en esta fase, fue la colaboración con Don Egidio Deiana, estudioso de historia salesiana.

En 2020 estaba prevista una serie de eventos –exposiciones fotográficas, conciertos, espectáculos teatrales y circenses– todos centrados en el recuerdo de Don Pietro. Aunque la pandemia obligó a reprogramar gran parte de las celebraciones, en julio de ese mismo año se llevó a cabo un evento conmemorativo con una exposición fotográfica sobre las etapas de la vida de Ricaldone, una animación para niños con talleres creativos y una celebración solemne, con la presencia de algunos Superiores Salesianos.
Aquel encuentro marcó el inicio de una nueva temporada de atención al territorio mirabellese.

Más allá del 150º: el concierto por el 70º aniversario de su muerte
El entusiasmo por la recuperación de la figura de Don Pietro Ricaldone llevó al Comité a prolongar su actividad incluso después del 150º aniversario.
Con motivo del 70º aniversario de su muerte (25 de noviembre de 1951), el Comité organizó un concierto titulado “Apresurar el alba radiante del día anhelado”, frase extraída de la circular de Don Pietro sobre el Canto Gregoriano de 1942.
En plena Segunda Guerra Mundial, Don Pietro –entonces Rector Mayor– escribió una célebre circular sobre el Canto Gregoriano en la que subrayaba la importancia de la música como vía privilegiada para reconducir los corazones de los hombres a la caridad, a la mansedumbre y sobre todo a Dios: “A alguno podrá causarle maravilla que, en tanto fragor de armas, yo os invite a ocuparos de música. Y sin embargo pienso, aun prescindiendo de alusiones mitológicas, que este tema responde plenamente a las exigencias de la hora actual. Todo aquello que pueda ejercer eficacia educativa y reconducir a los hombres a sentimientos de caridad y mansedumbre y sobre todo a Dios, debe ser practicado por nosotros, diligentemente y sin demora, para apresurar el alba radiante del día anhelado”.

Paseos y raíces salesianas: la “Passeggiata di Don Bosco”
Aunque nació como homenaje a Don Ricaldone, el Comité ha terminado por difundir nuevamente también la figura de Don Bosco y de toda la tradición salesiana, de la cual Don Pietro fue heredero y protagonista.
A partir de 2021, cada segundo domingo de octubre, el Comité promueve la “Passeggiata di Don Bosco” (Paseo de Don Bosco), rememorando la peregrinación que Don Bosco realizó con los muchachos desde Mirabello a Lu Monferrato del 12 al 17 de octubre de 1861. En aquellos cinco días se proyectaron los detalles del primer colegio salesiano fuera de Turín, confiado al Beato Miguel Rúa con Don Albera entre los profesores. Aunque la iniciativa no concierne directamente a Don Pietro, subraya sus raíces y el vínculo con la tradición salesiana local que él mismo continuó.

Hospitalidad e intercambios culturales
El Comité ha favorecido la acogida de grupos de jóvenes, escuelas profesionales y clérigos salesianos de todo el mundo. Algunas familias ofrecen hospitalidad gratuita, renovando la fraternidad típica de Don Bosco y de Don Pietro. En 2023 pasó por Mirabello un numeroso grupo de la Crocetta, mientras que cada verano llegan grupos internacionales acompañados por Don Egidio Deiana. Cada visita es un diálogo entre memoria histórica y alegría de los jóvenes.

El 30 de marzo de 2025, casi cien capitulares salesianos hicieron etapa en Mirabello, en los lugares donde Don Bosco abrió su primer colegio fuera de Turín y donde Don Pietro vivió sus años formativos. El Comité, junto con la Parroquia y la Pro Loco, organizó la acogida y realizó un video divulgativo sobre la historia salesiana local, apreciado por todos los participantes.
Las iniciativas continúan y hoy el Comité, guiado por su presidente, colabora en la creación del Camino Monferrino de Don Bosco, un itinerario espiritual de unos 200 km a través de las rutas otoñales recorridas por el Santo. El objetivo es obtener el reconocimiento oficial a nivel regional, pero también ofrecer a los peregrinos una experiencia formativa y de evangelización. Los paseos juveniles de Don Bosco, de hecho, eran experiencias de formación y evangelización: el mismo espíritu que Don Pietro Ricaldone defendería y promovería durante todo su rectorado.

La misión del Comité: mantener viva la memoria de Don Pietro
Detrás de cada iniciativa está la voluntad de hacer emerger la obra educativa, pastoral y cultural de Don Pietro Ricaldone. Los fundadores del Comité custodian recuerdos personales de infancia y desean transmitir a las nuevas generaciones los valores de fe, cultura y solidaridad que animaron al sacerdote mirabellese. En una época en que tantos puntos de referencia vacilan, redescubrir el camino de Don Pietro significa ofrecer un modelo de vida capaz de iluminar el presente: “Allí donde pasan los Santos, Dios camina con ellos y nada vuelve a ser como antes” (San Juan Pablo II).
El Comité Don Pietro Ricaldone se hace portavoz de esta herencia, confiando en que la memoria de un gran hijo de Mirabello continúe iluminando el camino para las generaciones venideras, trazando un sendero firme hecho de fe, cultura y solidaridad.




Por fin en la Patagonia

Entre 1877 y 1880 se produce el giro misionero salesiano hacia la Patagonia. Tras la oferta del 12 de mayo de 1877 de la parroquia de Carhué, don Bosco sueña con la evangelización de las tierras australes, pero don Cagliero lo invita a la prudencia ante las dificultades culturales. Los intentos iniciales sufren retrasos, mientras que la “campaña del desierto” del general Roca (1879) redefine los equilibrios con los indígenas. El 15 de agosto de 1879 el arzobispo Aneiros encomienda a los salesianos la misión patagónica: «Finalmente ha llegado el momento en que puedo ofreceros la Misión de la Patagonia, hacia la cual vuestro corazón ha suspirado tanto». El 15 de enero de 1880 parte el primer grupo liderado por don Giuseppe Fagnano, inaugurando la epopeya salesiana en el sur argentino.

            Lo que hizo que Don Bosco y don Cagliero suspendieran, al menos temporalmente, cualquier proyecto misionero en Asia fue la noticia del 12 de mayo de 1877: el arzobispo de Buenos Aires había ofrecido a los salesianos la misión de Caruhé (al sudeste de la provincia de Buenos Aires), lugar de guarnición y frontera entre numerosas tribus de indígenas del vasto desierto de la Pampa y la provincia de Buenos Aires.
            Se abrían así por primera vez las puertas de la Patagonia a los Salesianos: Don Bosco estaba entusiasmado, pero Don Cagliero enfrió enseguida su entusiasmo: “Repito, sin embargo, que con respecto a la Patagonia no debemos correr con velocidad eléctrica, ni ir allí a vapor, porque los Salesianos no están todavía preparados para esta empresa […] se ha publicado demasiado y hemos podido hacer demasiado poco con respecto a los Indios. Es fácil de concebir, difícil de realizar, y es demasiado poco el tiempo que llevamos aquí, y debemos trabajar con celo y actividad para este fin, pero sin hacer alboroto, para no despertar la admiración de estas gentes de aquí, de querer aspirar, habiendo llegado ayer, a la conquista de un país que aún no conocemos y cuya lengua ni siquiera sabemos”.
            Ya sin la opción de Carmen de Patagones, con la parroquia confiada por el arzobispo a un sacerdote lazarista, a los salesianos les quedaban la parroquia más septentrional de Carhué y la más meridional de Santa Cruz, para la que don Cagliero consiguió un pasaje por mar en primavera, lo que habría retrasado seis meses su previsto regreso a Italia.
            La decisión de quién debía “entrar primero en la Patagonia” quedó así en manos de Don Bosco, que pretendía ofrecerle ese honor. Pero antes de que se diera cuenta, el don Cagliero decidió volver: “La Patagonia me espera, los de Dolores, Carhué, Chaco nos lo piden, ¡y yo los complaceré a todos corriendo!” (8 de julio de 1877). Regresó para asistir al I Capítulo General de la Sociedad Salesiana que se celebraría en Lanzo Torinese en septiembre. Entre otras cosas, siempre fue miembro del Capítulo Superior de la congregación, donde ocupó el importante cargo de Catequista General (era el número tres de la congregación, después de Don Bosco y Don Rua).
            El año 1877 se cerró con la tercera expedición de 26 misioneros dirigida por el don Santiago Costamagna y con la nueva petición de Don Bosco a la Santa Sede de una Prefectura en Carhué y un Vicariato en Santa Cruz. Pero, a decir verdad, en todo ese año la evangelización directa de los salesianos fuera de la ciudad se había limitado a la breve experiencia de don Cagliero y del clérigo Evasio Rabagliati en la colonia italiana de Villa Libertad en Entre Ríos (abril de 1877) en los límites de la diócesis de Paraná y a algunas excursiones al campamento salesiano pampeano en San Nicolás de los Arroyos.

El sueño se realiza (1880)
            En mayo de 1878 el primer intento de llegar a Carhué por parte de don Costamagna y del clérigo Rabagliati fracasó a causa de una tempestad marina. Pero mientras tanto Don Bosco ya había vuelto a la carga con el nuevo Prefecto de Propaganda Fide, el Cardenal Giovanni Simeoni, proponiendo un Vicariato o Prefectura con sede en Carmen, como el mismo don Fagnano había sugerido, que veía como un punto estratégico para llegar a los nativos.
            Al año siguiente (1879), justo cuando el proyecto de entrada de los salesianos en Paraguay tocaba a su fin, se les abrieron por fin las puertas de la Patagonia. En abril, en efecto, el general Julio A. Roca inició la famosa «campaña del desierto» con el objetivo de someter a los indios y obtener seguridad interna, haciéndolos retroceder más allá de los ríos Negro y Neuquén. Fue el «tiro de gracia» a su exterminio, tras las numerosas matanzas del año anterior.
            El vicario general de Buenos Aires, monseñor Espinosa, como capellán de un ejército de seis mil hombres, fue acompañado por el clérigo argentino Luigi Botta y don Costamagna. El futuro obispo se dio cuenta enseguida de la ambigüedad de su posición, escribió inmediatamente a Don Bosco, pero no vio otra manera de abrir el camino de la Patagonia a los misioneros salesianos. Y en efecto, en cuanto el gobierno pidió al arzobispo que estableciera algunas misiones a orillas del Río Negro y en la Patagonia, se pensó inmediatamente en los salesianos.
            Los salesianos, por su parte, tenían la intención de solicitar al gobierno la concesión por diez años de un territorio administrado por ellos para construir, con materiales pagados por el gobierno y con mano de obra de los indios, los edificios necesarios para una especie de reducción en ese territorio: los pobres evitarían la contaminación de los “corruptos y viciosos” colonos cristianos y los misioneros plantarían allí la cruz de Cristo y la bandera argentina. Pero el inspector salesiano P. Francisco Bodrato no se sentía para decidir por su cuenta, y el P. Lasagna lo desaconsejó en mayo aduciendo que el gobierno de Avellaneda estaba al final de su mandato y no le interesaba el problema religioso. Por tanto, era mejor preservar la independencia y la libertad de acción salesiana.
            El 15 de agosto de 1879 Monseñor Aneiros ofreció formalmente a Don Bosco la misión patagónica: “Ha llegado por fin el momento en que puedo ofrecerle la Misión de la Patagonia, hacia la que tanto ha anhelado su corazón, como cura de almas entre los patagones, que pueden servir de centro a la misión”.
            Don Bosco lo aceptó de inmediato y de buen grado, aunque todavía no era el ansiado consentimiento para la erección de circunscripciones eclesiásticas autónomas de la Archidiócesis de Buenos Aires, realidad a la que se oponía constantemente el Ordinario diocesano.

La partida
            El grupo de misioneros partió hacia la anhelada Patagonia el 15 de enero de 1880: estaba integrado por el padre José Fagnano, director de la Misión y párroco en Carmen de Patagones (el padre lazarista se había retirado), dos sacerdotes, uno de los cuales estaba a cargo de la parroquia de Viedma, en la otra orilla del Río Negro, un laico salesiano (coadjutor) y cuatro religiosas. En diciembre llegó el P. Domingo Milanesio para ayudar, y unos meses más tarde el P. José Beauvoir con otro novicio coadjutor. Comenzaba la epopeya misionera salesiana en la Patagonia.




Obsequios de los jóvenes a María (1865)

En el sueño narrado por Don Bosco en la Crónica del Oratorio, fechado el 30 de mayo, la devoción mariana se convierte en un vívido juicio simbólico sobre los jóvenes del Oratorio: una procesión de jóvenes se presenta, cada uno con un don, ante un altar espléndidamente adornado en honor a la Virgen. Un ángel, custodio de la comunidad, acoge o rechaza las ofrendas, revelando su significado moral: flores perfumadas o marchitas, espinas de desobediencia, animales que encarnan vicios graves como la impureza, el robo y el escándalo. En el corazón de la visión resuena el mensaje educativo de Don Bosco: la humildad, la obediencia y la castidad son los tres pilares para merecer la corona de rosas de María.

            En medio de estas penas don Bosco se consolaba con la devoción a María Santísima, honrada durante el mes de mayo por toda la comunidad de una manera especial. De sus pláticas de la noche solamente nos ha conservado la Crónica la del día 30 de mayo, que por cierto es preciosa en extremo.

30 de mayo

            Contemplé un gran altar dedicado a María y magníficamente adornado. Vi a todos los alumnos del Oratorio avanzando procesionalmente hacia él. Cantaban loas a la Virgen, pero no todos del mismo modo, aunque cantaban la misma canción. Muchos cantaban bien y con precisión de compás, aunque unos más fuerte y otros más bajos. Algunos cantaban con voces malas y muy roncas, éstos desentonaban, ésos caminaban en silencio y se salían de la fila, aquéllos bostezaban y parecían aburridos; algunos topaban unos contra otros y se reían entre sí. Todos llevaban regalos para ofrecérselos a María. Tenían todos un ramo de flores, quien más grande, quien más pequeño y distintos los unos de los otros. Unos tenían un manojo de rosas, otros de claveles, otros de violetas, etc. Algunos llevaban a la Virgen regalos muy extraños.

            Quien llevaba una cabeza de cerdito, quien un gato, quien un plato de sapos, quien un conejo, quien un corderito u otros regalos. Había un hermoso joven delante del altar que, si se le miraba atentamente, se veía que detrás de las espaldas tenía alas. Era, tal vez, el Ángel de la Guarda del Oratorio, el cual, conforme iban llegando los muchachos recibía sus regalos y los colocaba en el altar.
            Los primeros ofrecieron magníficos ramos de flores y él, sin decir nada, los colocó al pie del altar. Muchos otros entregaron sus ramos. El los miró; los desató, hizo quitar algunas flores estropeadas, que tiró fuera, y volviendo a arreglar el ramo, lo colocó en el altar. A otros, que tenían en su ramo flores bonitas, pero sin perfume, como las dalias, las camelias, etc., el Ángel hizo quitar también éstas porque la Virgen quiere realidades y no apariencias. Así rehecho el ramo, el Ángel lo ofreció a la Virgen. Muchos tenían espinas, pocas o muchas, entre las flores y, otros, clavos. El Ángel quitó éstos y aquéllas.

            Llegó finalmente el que llevaba el cerdito y el Ángel le dijo: -¿Cómo te atreves a presentar este regalo a María? ¿Sabes qué significa el cerdo? Significa el feo vicio de la impureza. María, que es toda pureza, no puede soportar este pecado. Retírate, pues; no eres digno de estar ante Ella.
            Vinieron los que llevaban un gato y el Ángel les dijo:
            – ¿También vosotros os atrevéis a ofrecer a María estos dones? El gato es la imagen del robo, ¿y vosotros lo ofrecéis a la Virgen? Son ladrones los que roban dinero, objetos, libros a los compañeros, los que sustraen cosas de comer al Oratorio, los que destrozan los vestidos por rabia, los que malgastan el dinero de sus padres no estudiando, etc. E hizo que también éstos se pusieran aparte.
            Llegaron los que llevaban platos con sapos y el Ángel, mirándoles indignado, les dijo: -Los sapos simbolizan el vergonzoso pecado del escándalo y, ¿vosotros venís a ofrecérselos a la Virgen? Retiraos, id con los que no son dignos. Y se retiraron confundidos. Avanzaban otros con un cuchillo clavado en el corazón. El cuchillo significaba los sacrilegios. El Ángel les dijo:
            – ¿No veis que lleváis la muerte en el alma: ¿Que estáis con vida por misericordia de Dios y que de lo contrario estaríais perdidos para siempre? ¡Por favor! ¡Que os arranquen ese cuchillo! También éstos fueron echados fuera.
            Poco a poco se acercaron todos los demás jóvenes y ofrecían corderos, conejos, pescado, nueces, uvas, etc., etc. El Ángel recibió todo y lo puso sobre el altar. Y después de haber separado así los buenos de los malos, hizo formar en filas ante el altar aquéllos cuyos dones habían sido aceptados por María. Con gran dolor vi que los que habían sido puestos aparte eran más numerosos de lo que yo creía.
            Salieron por ambos lados del altar otros dos ángeles que sostenían dos riquísimas cestas llenas de magníficas coronas hechas con rosas estupendas. No eran rosas terrenales, sino como artificiales, símbolo de la inmortalidad.
            Y el Ángel de la Guarda fue tomando una a una aquellas coronas y coronó a todos los jóvenes formados ante el altar. Las había grandes y pequeñas, pero todas de una belleza incomparable. Os he de advertir que no solamente se hallaban allí los actuales alumnos de la casa, sino también muchos más que yo no había visto nunca.
            En esto que sucedió algo admirable. Había muchachos de cara tan fea que casi daban asco y repulsión; a éstos les tocaron las coronas más hermosas, señal de que a un exterior tan feo suplía el regalo de la virtud de la castidad, en grado eminente. Muchos otros tenían la misma virtud, pero en grado menos elevado. Muchos se distinguían por otras virtudes, como la obediencia, la humildad, el amor de Dios, y todos tenían coronas proporcionadas al grado de sus virtudes. El Ángel les dijo:
            -María ha querido que hoy fueseis coronados con hermosas flores. Procurad, sin embargo, seguir de modo que no os sean arrebatadas. Hay tres medios para conservarlas: 1.° humildad, 2.° obediencia, y 3.° castidad; son tres virtudes que siempre os harán gratos a María y un día os harán dignos de recibir una corona infinitamente más hermosa que ésta.
            Entonces los jóvenes empezaron a cantar ante el altar el Ave maris Stella.
            Terminada la primera estrofa, y procesionalmente, como habían llegado, iniciaron la marcha cantando: Load a María, pero con voces tan fuertes que yo quedé estupefacto, maravillado. Les seguí durante un rato y luego volví atrás para ver a los muchachos que el Ángel había puesto aparte: pero no los vi más.
            Amigos míos: yo sé quiénes fueron coronados y quiénes fueron rechazados por el Ángel. Se lo diré a cada uno en particular para que todos procuréis ofrecer a María obsequios que ella se digne aceptar.
            Mientras tanto, he aquí algunas observaciones: La primera. -Todos llevaban flores a la Virgen y, entre ellas, las había de muchas clases, pero observé que todos, unos más otros menos, tenían espinas en medio de las flores. Pensé y volví a pensar qué significaban aquellas espinas y descubrí que significaban la desobediencia. Tener dinero sin licencia y sin querer entregarlo al Administrador; pedir permiso para ir a un sitio y después ir a otro; llegar tarde a clase cuando ya hace tiempo que están los demás en ella, hacer merendolas clandestinas; entrar en los dormitorios de otros, lo que está severamente prohibido, no importa el motivo o pretexto que tengáis; levantarse tarde por la mañana; abandonar las prácticas reglamentarias; hablar en horas de silencio; comprar libros sin hacerlos revisar; enviar cartas por medio de terceros para que no sean vistas y recibirlas por el mismo medio; hacer tratos, comprar y vender cosas entre vosotros: esto es lo que significan las espinas. Muchos de vosotros preguntaréis si es pecado transgredir los reglamentos de la casa. Lo he pensado seriamente y os respondo que sí. No digo si ello es grave o leve; hay que regularse por las circunstancias, pero pecado lo es. Alguno me dirá que en la ley de Dios no se habla de que debamos obedecer los reglamentos de la casa. Escuchad: está en los mandamientos: – ¡Honrar padre y madre! ¿Sabéis qué quieren decir las palabras padre y madre? Comprenden también a los que hacen sus veces. Además, ¿no está escrito en la Escritura: Oboedite praepositis vestris? (Obedeced a vuestros dirigentes). Si a vosotros os toca obedecer, es lógico que a ellos toca mandar. Este es el origen de los reglamentos del Oratorio y ésta la razón de si se deben cumplir o no.
            Segunda observación. -Algunos llevaban entre sus flores unos clavos, clavos que habían servido para enclavar al buen Jesús. ¿Cómo? Siempre se empieza por las cosas pequeñas y luego se llega a las grandes. Aquel tal quería tener dinero para satisfacer sus caprichos y gastarlo a su antojo y por eso no quiso entregarlo; vendió después sus libros de clase y terminó por robar dinero y prendas a sus compañeros. Aquel otro quería estimular el garguero y llegaron las botellas, etc.; después se permitió otras licencias hasta caer en pecado mortal. Así se explican los clavos de aquellos ramos, así es como se crucifica al buen Jesús. Ya dice el Apóstol que los pecados vuelven a crucificar al Salvador. Rursus crucifigentes Filium Dei (Crucifican por su parte de nuevo al Hijo de Dios).
            Tercera observación. -Muchos jóvenes tenían, entre las flores frescas y olorosas de sus ramos, flores secas y marchitas o sin perfume alguno. Estas significaban las buenas obras hechas en pecado mortal, las cuales no sirven para acrecentar sus méritos; las flores sin perfume son las obras buenas hechas por fines humanos, por ambición o solamente para agradar a superiores y maestros. Por esto el Ángel les reprochaba que se atreviesen a presentar a María tales obsequios y les mandaba atrás para que arreglasen su ramo. Ellos se retiraban, lo deshacían, quitaban las flores secas y después, arregladas las flores, las ataban como antes y las llevaban de nuevo al Ángel, el cual las aceptaba y ponía sobre la mesa. Una vez terminada su ofrenda, sin ningún orden, se juntaban con los otros que debían recibir la corona.

            Yo vi en este sueño todo lo que sucedió y sucederá a mis muchachos. A muchos ya se lo he dicho, a otros se lo diré. Por vuestra parte, procurad que la Santísima Virgen reciba de vosotros dones que no tengan que ser rechazados.
(MB IT VIII, 129-132 / MB ES 120-122)

Foto de apertura: Carlo Acutis durante una visita al Santuario mariano de Fátima.




La nueva Sede Central de los Salesianos. Roma, Sagrado Corazón

Hoy la vocación originaria de la casa del Sagrado Corazón ve un nuevo inicio. Tradición e innovación siguen caracterizando el pasado, el presente y el futuro de esta obra tan significativa.

Cuántas veces don Bosco deseó venir a Roma para abrir una casa salesiana. Desde el primer viaje de 1858 su objetivo era estar presente en la Ciudad Eterna con una presencia educativa. Vino a Roma veinte veces y solo en el último viaje de 1887 logró realizar su sueño abriendo la casa del Sagrado Corazón en Castro Pretorio.
La Obra Salesiana está situada en el barrio Esquilino, nacido en 1875, tras la brecha de Porta Pia y la exigencia por parte de los Saboya de construir en la nueva capital los ministerios del Reino de Italia. El barrio, llamado también Umbertino, es de arquitectura piamontesa, todas las calles llevan el nombre de batallas o eventos relacionados con el estado saboyano. No podía faltar en este lugar, que recuerda a Turín, un Templo, que fuera también parroquia, construido por un piamontés, don Juan Bosco. El nombre de la Iglesia no lo elige don Bosco, sino que es una voluntad de León XIII para relanzar una devoción, más actual que nunca, al Corazón de Jesús.
Hoy la casa del Sagrado Corazón está completamente renovada para responder a las exigencias de la Sede Central de los Salesianos. Desde el momento de su fundación hasta hoy la casa ha sufrido diversas transformaciones. La Obra nace como Parroquia y Templo Internacional para la difusión de la devoción al Sagrado Corazón, desde el principio el objetivo declarado por don Bosco era construir al lado un Hospicio para albergar hasta 500 jóvenes pobres. Don Rua lleva a término la Obra y abre talleres para artesanos (escuela de artes y oficios). En los años sucesivos se abren la escuela secundaria y el bachillerato clásico. Durante algunos años fue también la sede de la universidad (Pontificio Ateneo Salesiano) y una casa de formación para salesianos que estudiaban en las universidades romanas y se comprometían en la escuela y en el oratorio (entre estos estudiantes se cuenta también a don Quadrio). También ha sido sede inspectorial de la Inspectoría Romana primero y de la Circunscripción de Italia Central a partir de 2008. Desde 2017, a causa del traslado desde via della Pisana, se ha convertido en la Sede Central de los Salesianos. Desde 2022 se inició la reestructuración para adecuar los ambientes a la función de casa del Rector Mayor. En esta casa han vivido o pasado: don Bosco, don Rua, el cardenal Cagliero (su apartamento estaba situado en el primer piso de via Marsala), Ceferino Namuncurá, monseñor Versiglia, Artémides Zatti, todos los Rectores Mayores sucesores de don Bosco, san Juan Pablo II, santa Teresa de Calcuta, papa Francisco. Entre los directores de la casa ha desempeñado su servicio monseñor Giuseppe Cognata (durante su rectorado, en 1930, se colocó la estatua del Sagrado Corazón en el campanario).
Gracias al Sagrado Corazón el carisma salesiano se ha difundido en varios barrios de Roma; de hecho, todas las demás presencias salesianas de Roma han sido una gemación de esta casa: el Testaccio, el Pío XI, el Borgo Ragazzi don Bosco, el Don Bosco Cinecittà, el Gerini, la Universidad Pontificia Salesiana.

Encrucijada de acogida
Los rasgos determinantes de la Casa del Sagrado Corazón son, desde los inicios, dos:
1) la catolicidad, en cuanto que abrir una casa en Roma ha significado siempre para los fundadores de las órdenes religiosas una cercanía al Papa y una ampliación de los horizontes a nivel universal. En la primera conferencia a los cooperadores salesianos en el monasterio de Tor De’ Specchi de Roma en 1874 don Bosco afirma que los salesianos se extenderían por todo el mundo y ayudar a sus obras significaba vivir el más auténtico espíritu católico;
2) la atención a los jóvenes pobres: la ubicación cerca de la estación, encrucijada de llegadas y partidas, lugar donde siempre se han reunido los más pobres, está inscrito en la historia del Sagrado Corazón.
Al principio el Hospicio acogía a los jóvenes pobres para enseñarles un oficio, posteriormente el oratorio ha recogido a los jóvenes del barrio; después de la guerra los limpiabotas (jóvenes que lustraban los zapatos a las personas que salían de la estación) fueron recogidos y atendidos primero en esta casa y luego se trasladaron al Borgo Ragazzi don Bosco; a mediados de los años 80 con la primera inmigración en Italia fueron acogidos jóvenes inmigrantes en colaboración con la naciente Cáritas; en los años 90 un Centro de Día recogía a jóvenes como alternativa a la cárcel y les enseñaba los rudimentos de la lectura y escritura y un oficio; desde 2009 un proyecto de integración entre jóvenes refugiados y jóvenes italianos ha visto florecer tantas iniciativas de acogida y de evangelización. La Casa del Sagrado Corazón durante unos 30 años ha sido también sede del Centro Nacional Obras Salesianas de Italia.

El nuevo inicio
Hoy la vocación originaria de la casa del Sagrado Corazón ve un nuevo inicio. Tradición e innovación siguen caracterizando el pasado, el presente y el futuro de esta obra tan significativa.
En primer lugar, la presencia del Rector Mayor con su consejo y de los hermanos que se ocupan de la dimensión mundial indica la continuidad de la catolicidad. Una vocación a la acogida de tantos salesianos que vienen de todo el mundo y encuentran en el Sagrado Corazón un lugar para sentirse en casa, experimentar la fraternidad, encontrarse con el sucesor de don Bosco. Al mismo tiempo es el lugar desde el cual el Rector Mayor anima y gobierna la Congregación trazando las líneas para ser fieles a don Bosco en el hoy.
En segundo lugar, la presencia de un lugar salesiano significativo donde don Bosco ha escrito la carta desde Roma y ha comprendido el sueño de los nueve años. Dentro de la casa estará el Museo Casa don Bosco de Roma que en tres plantas contará la presencia del Santo en la ciudad eterna. La centralidad de la educación como “cosa de corazón” en su Sistema Preventivo, la relación con los Papas que han amado a don Bosco y que él por primero ha amado y servido, el Sagrado Corazón como lugar de expansión del carisma en todo el mundo, el fatigoso recorrido de aprobación de las Constituciones, la comprensión del sueño de los nueve años y su último respiro educativo al escribir la carta desde Roma son los elementos temáticos que, en forma multimedia inmersiva, serán contados a aquellos que visiten el espacio museístico.
En tercer lugar, la devoción al Sagrado Corazón representa el centro del carisma. Don Bosco antes incluso de recibir la invitación a construir la Iglesia del Sagrado Corazón, había orientado a los jóvenes hacia esta devoción. En el Joven Provisto hay oraciones y prácticas de piedad dirigidas al Corazón de Cristo. Pero con la aceptación de la propuesta de León XIII él se convierte en un verdadero y propio apóstol del Sagrado Corazón. No escatima sus fuerzas para buscar dinero para la Iglesia. El cuidado en los mínimos detalles infunde en las elecciones arquitectónicas y artísticas de la Basílica su pensamiento y su devoción al Sagrado Corazón. Para sostener la construcción de la Iglesia y de la casa él funda la Pía Obra del Sagrado Corazón de Jesús, la última de las cinco fundaciones realizadas por don Bosco a lo largo de su vida junto a los Salesianos, las Hijas de María Auxiliadora, los Cooperadores Salesianos, la Asociación de los Devotos de María Auxiliadora. Ella fue erigida para la celebración a perpetuidad de seis misas diarias en la Iglesia del Sagrado Corazón en Roma. Participan todos los inscritos, vivos y difuntos, a través de la oración realizada y las obras buenas cumplidas por los Salesianos y por los jóvenes en todas sus casas.
La visión de Iglesia que deriva de la fundación de la Pía Obra es la de un “cuerpo vivo” compuesto por vivos y difuntos en comunión entre ellos a través del Sacrificio de Jesús, renovado cotidianamente en la celebración eucarística al servicio de los jóvenes más pobres. El deseo del Corazón de Jesús es que todos sean una sola cosa (ut unum sint) como Él y el Padre. La Pía Obra conecta, a través de la oración y las ofrendas, a los benefactores vivos y difuntos, a los Salesianos de todo el mundo y a los jóvenes que viven en el Sagrado Corazón. Solo a través de la comunión, que tiene su fuente en la Eucaristía, los benefactores, los Salesianos y los jóvenes pueden contribuir a construir la Iglesia, a hacerla resplandecer en su rostro misionero. La Pía Obra tiene además la tarea de promover, difundir, profundizar la devoción al Sagrado Corazón en todo el mundo y renovarla según los tiempos y el sentir de la Iglesia.

La estación central para evangelizar
Por último, la atención a los jóvenes pobres se manifiesta en la voluntad misionera de alcanzar a los jóvenes de toda Roma a través del Centro Juvenil abierto en via Marsala, justo a la salida de la estación Termini donde cada día pasan unas 300.000 personas. Un lugar que sea casa para los tantos jóvenes italianos y extranjeros que visitan o viven en Roma y tienen sed, a veces no consciente, de Dios. Desde siempre, además, alrededor de la estación Termini se agolpan diversos pobres marcados por la fatiga de la vida. Otra puerta abierta en via Marsala, además de la del Centro Juvenil y de la Basílica, expresa el deseo de responder a las necesidades de estas personas con el Corazón de Cristo, en ellas de hecho resplandece la gloria de su rostro.
La profecía de don Bosco sobre la Casa del Sagrado Corazón del 5 de abril de 1880 acompaña y guía la realización de cuanto ha sido contado:

Don Bosco miraba lejos. Nuestro monseñor Giovanni Marenco recordaba una misteriosa palabra suya, que el tiempo no debía cubrir de olvido. En el mismo día en que aceptó aquella onerosísima oferta, el Beato le preguntó:
– ¿Sabes por qué hemos aceptado la casa de Roma?
– Yo no, respondió aquel.
– Pues bien, estate atento. La hemos aceptado porque cuando el Papa sea el que ahora no es y como debe ser. Pondremos en nuestra casa la estación central para evangelizar el agro romano. Será obra no menos importante que la de evangelizar la Patagonia. Entonces los Salesianos serán conocidos y resplandecerá su gloria. (MB XIV, 591-592).


don Francesco Marcoccio




Cuando el Señor llama a la puerta

Un hermano me dijo: «Padre, solo necesitamos tu cercanía, tu escucha, tu oración. Esto nos consuela, nos anima y nos da fuerza y esperanza para seguir sirviendo a los jóvenes, pobres y heridos, asustados y aterrorizados».

El 25 de marzo de 2025, la Iglesia celebra la solemnidad de la Anunciación del Ángel Gabriel a María. Una de las solemnidades más significativas para la fe cristiana. En esta solemnidad recordamos la iniciativa de Dios que entra a formar parte de esa historia humana que él mismo ha creado. En ese día, en la Sagrada Eucaristía, recitamos el Credo y, cuando profesamos que el Hijo de Dios se hizo hombre, los creyentes nos arrodillamos como signo de asombro ante esta maravillosa iniciativa de Dios, ante la cual no nos queda más que ponernos de rodillas.
En la experiencia de la Anunciación, María tiene miedo: «No temas, María», le dice el Ángel. Después de que ella expresa sus preguntas, asegurándose de que se trata del proyecto de Dios para ella, María responde con una simple frase que sigue siendo para nosotros hoy una llamada y una invitación. María, la Bendita entre las mujeres, dice simplemente: «Hágase en mí según tu palabra».
El 25 de marzo pasado, el Señor llamó a la puerta de mi corazón a través de la llamada que mis hermanos en el Capítulo General 29º me dirigieron. Me pidieron que me pusiera a disposición para asumir la misión de ser Rector Mayor de los Salesianos de Don Bosco, la Congregación de San Francisco de Sales. Confieso que al principio sentí el peso de la invitación, momentos que desorientan porque lo que el Señor me estaba pidiendo no era algo ligero. La cuestión es que, cuando llega la llamada, nosotros, como creyentes, entramos en ese espacio sagrado donde sentimos fuertemente que es Él quien toma la iniciativa. El único camino que tenemos por delante es el de abandonarnos simplemente en las manos de Dios, sin peros ni condiciones. Y todo esto, naturalmente, no es fácil.

«Verás cómo trabaja el Señor»
En estas primeras semanas todavía me estoy preguntando, como María, ¿qué sentido tiene todo esto? Luego, poco a poco, empiezo a recibir ese consuelo que una vez me dijo un inspector mío: «Cuando el Señor llama, es Él quien toma la iniciativa, de Él depende lo que se hace. Tú solo mantente listo y disponible. Verás cómo trabaja el Señor».

A la luz de esta experiencia personal, pero de alcance muy amplio, porque se trata de la Congregación Salesiana y de la Familia Salesiana, me dirigí inmediatamente a mis queridos hermanos Salesianos. Desde el primer momento les pedí que me acompañaran con su oración, su cercanía y su apoyo.

Debo confesar que en estas primeras semanas ya siento que esta misión debe inspirarse en María. Ella, después del anuncio del Ángel, se puso en camino para ayudar a su prima Isabel. Y así me he puesto a servir a mis hermanos, escuchándolos, compartiendo y asegurándoles el apoyo de toda la Congregación, especialmente a aquellos que viven en situaciones de guerras, conflictos y pobreza extrema.
Me impactó el comentario de un inspector que, con sus hermanos, está viviendo una situación extremadamente difícil. Después de una conversación muy fraterna, me dijo: «Padre, solo necesitamos tu cercanía, tu escucha, tu oración. Esto nos consuela, nos anima y nos da fuerza y esperanza para seguir sirviendo a los jóvenes, pobres y heridos, asustados y aterrorizados». Después de este comentario, nos quedamos en silencio, él y yo, con algunas lágrimas que corrían por sus ojos y debo decir que también por los míos.
Terminada la reunión, me quedé solo en mi oficina. Me pregunté si esta misión que el Señor me pide que acepte no es quizás la de hacerme hermano junto a mis hermanos que sufren, pero esperan, que luchan por hacer el bien a los pobres y no tienen ninguna intención de rendirse. Sentía dentro de mí una voz que me decía que vale la pena decir ‘sí’ cuando el Señor llama a la puerta, ¡cueste lo que cueste!




Hacia el infierno intenciones ineficaces (1873)

San Giovanni Bosco relata en una «buena noche» el fruto de una larga súplica a la Madonna Auxiliadora: comprender la causa principal de la condenación eterna. La respuesta, recibida en sueños repetidos, es impactante en su sencillez: la falta de una firme y concreta resolución al terminar la Confesión. Sin una decisión sincera de cambiar de vida, incluso el sacramento se vuelve estéril y los pecados se repiten.

Solemne admonición.
– ¿Por qué tantos se condenan…?
– Porque no hacen buenos propósitos cuando se confiesan.

            La noche del 31 de mayo de 1873, después de las oraciones, al dar las «buenas noches» a los alumnos, el Siervo de Dios hizo esta importante declaración, diciendo que era el «resultado de sus plegarias» y que «procedía del Señor».

            Durante todo el tiempo de la novena de María Auxiliadora, mejor dicho, durante todo el mes de mayo, en la misa y en mis oraciones particulares, pedía al Señor y a la Virgen la gracia de que me hiciesen conocer cuál era la causa por la que caía más gente en el infierno.
            Ahora no digo que esto venga o no del Señor; pero sí puedo afirmar que casi todas las noches soñaba con que la causa fundamental era la falta de propósito en las confesiones. Y después me parecía ver a algunos muchachos que salían de la iglesia de confesarse y que tenían dos cuernos.
            – ¿Cómo es esto?, decía para mí – ¡Ah, esto procede de la ineficacia de los propósitos de la confesión! Este es el motivo por el que hay muchos que van a confesarse con frecuencia, pero no se enmiendan jamás, y confiesan siempre las mismas cosas. Son los que (y hablo de casos hipotéticos, pues no puedo servirme de nada de lo que he oído en confesión, porque es secreto), son los que al principio del año tuvieron una calificación desfavorable y continúan con la misma; los que murmuraban al comienzo del año y continúan murmurando.
            He creído oportuno deciros esto, porque es el resultado de las pobres oraciones de don Bosco, y procede del Señor.
            De este sueño no dijo en público más detalles, pero privadamente se sirvió de él para amonestar a los muchachos.
            Para nosotros, lo poco que dijo, y la forma como lo dijo, constituye una grave advertencia, que se ha de recordar con frecuencia a los jovencitos.
(MB IT X,56 / MB ES X,61-62)




Don Bosco promotor de la “misericordia divina”

Siendo un sacerdote muy joven, Don Bosco publicó un volumen, en formato diminuto, titulado “Ejercicio de devoción a la misericordia de Dios”.

Todo comenzó con la marquesa de Barolo
            La marquesa Giulia Colbert di Barolo (1785-1864), declarada Venerable por el Papa Francisco el 12 de mayo de 2015, cultivaba personalmente una especial devoción a la misericordia divina, por lo que hizo introducir la costumbre de una semana de meditaciones y oraciones sobre el tema en las comunidades religiosas y educativas que fundó cerca de Valdocco. Pero no se contentaba. Quería que esta práctica se extendiera a otros lugares, especialmente en las parroquias, entre el pueblo. Pidió el consentimiento de la Santa Sede, que no sólo se la otorgó, sino que también concedió varias indulgencias a esta práctica devocional. Llegados a este punto, se trataba de hacer una publicación adecuada a tal fin.
            Nos encontramos en el verano de 1846, cuando Don Bosco, superada la grave crisis de agotamiento que le había llevado al borde de la tumba, se había retirado a casa de Mamá Margarita en i Becchi para recuperarse y ahora se había “licenciado” a su apreciado servicio como capellán de una de las obras de Barolo, para gran disgusto de la propia marquesa. Pero “sus jóvenes” lo llamaron a la recién alquilada casa Pinardi.
            En ese momento intervino el famoso patriota Silvio Pellico, secretario-bibliotecario de la marquesa y admirador y amigo de Don Bosco, que había puesto música a algunos de sus poesías. Las memorias salesianas cuentan que Pellico, con cierto atrevimiento, propuso a la marquesa que encargara a Don Bosco la publicación que le interesaba. ¿Qué hizo la marquesa? Aceptó, aunque no con demasiado entusiasmo. ¿Quién sabe? Quizás quería ponerlo a prueba. Y Don Bosco, también aceptó.

Un tema cercano a su corazón
            El tema de la misericordia de Dios figuraba entre sus intereses espirituales, aquellos en los que se había formado en el seminario de Chieri y sobre todo en el Convitto de Turín. Sólo dos años antes había terminado de asistir a las lecciones de su compatriota San José Cafasso, apenas cuatro años mayor que él, pero su director espiritual, de quien seguía las predicaciones de los ejercicios espirituales para sacerdotes, aunque también formador de media docena de otros fundadores, algunos incluso santos. Pues bien, Cafasso, aunque hijo de la cultura religiosa de su época –hecha de prescripciones y de la lógica de “hacer el bien para escapar al castigo divino y merecer el Paraíso”- no perdía ocasión, tanto en su enseñanza como en su predicación, de hablar de la misericordia de Dios. ¿Y cómo no iba a hacerlo si se dedicaba constantemente al sacramento de la penitencia y a asistir a los condenados a muerte? Tanto más cuanto que tal devoción indulgente constituía entonces una reacción pastoral contra el rigor del jansenismo que sostenía la predestinación de los que se salvaban.
            Por tanto, Don Bosco, en cuanto regresó del campo a principios de noviembre, se puso manos a la obra, siguiendo las prácticas piadosas aprobadas por Roma y difundidas por todo el Piamonte. Con la ayuda de algunos textos que pudo encontrar fácilmente en la biblioteca del Convitto que conocía bien, a finales de año publicó a sus expensas un librito de 111 páginas, formato diminuto, titulado “Ejercicio de devoción a la Misericordia de Dios”. Inmediatamente hizo homenaje a las niñas, mujeres y religiosas de las fundaciones de la Barolo. No está documentado, pero la lógica y la gratitud dirían que también se lo regaló a la marquesa Barolo, promotora del proyecto: pero la misma lógica y gratitud dirían que la marquesa no se dejó superar en generosidad, enviándole, quizá anónimamente como en otras ocasiones, una contribución propia a los gastos.
            No hay espacio aquí para presentar el contenido “clásico” del libro de meditaciones y oraciones de Don Bosco; sólo queremos señalar que su principio básico es: “cada uno debe invocar la Misericordia de Dios para sí mismo y para todos los hombres, porque ‘todos somos pecadores’ […] todos necesitados de perdón y de gracia […] todos llamados a la salvación eterna”.
            Significativo es entonces el hecho de que al final de cada día de la semana Don Bosco, en la lógica del título “ejercicios devocionales”, asigne una práctica de piedad: invitar a otros a participar, perdonar a los que nos han ofendido, hacer una mortificación inmediata para obtener de Dios misericordia para todos los pecadores, dar alguna limosna o sustituirla con la recitación de oraciones o jaculatorias, etc. El último día la práctica se sustituye por una simpática invitación, quizá incluso aludiendo a la marquesa de Barolo, a recitar “¡al menos un Ave María por la persona que ha promovido esta devoción!”.

Práctica educativa
            Pero más allá de los escritos con fines edificantes y formativos, cabe preguntarse cómo educaba concretamente Don Bosco a sus jóvenes para confiar en la misericordia divina. La respuesta no es difícil y podría documentarse de muchas maneras. Nos limitaremos a tres experiencias vitales vividas en Valdocco: los sacramentos de la Confesión y Comunión y su figura de “padre lleno de bondad y amor”.

La Confesión
            Don Bosco inició a la vida cristiana adulta a cientos de jóvenes de Valdocco. ¿Pero con qué medios? Dos en particular: la Confesión y la Comunión.
            Don Bosco, como sabemos, es uno de los grandes apóstoles de la Confesión, y esto se debe en primer lugar a que ejerció plenamente este ministerio, al igual que, por lo demás, su maestro y director espiritual Cafasso, mencionado anteriormente, y la admirada figura de su casi contemporáneo el santo cura de Ars (1876-1859). Si la vida de este último, como se ha escrito, “transcurrió en el confesionario” y la del primero pudo ofrecer muchas horas del día (“el tiempo necesario”) para escuchar en confesión a “obispos, sacerdotes, religiosos, laicos eminentes y gente sencilla que acudían a él”, la de Don Bosco no pudo hacer lo mismo debido a las numerosas ocupaciones en las que estaba inmerso. Sin embargo, se ponía a disposición de los jóvenes (y de los salesianos) en el confesionario cada día que se celebraban servicios religiosos en Valdocco o en las casas salesianas, o en ocasiones especiales.
            Había empezado a hacerlo en cuanto terminó de “aprender a ser sacerdote” en el Convitto (1841-1844), cuando los domingos reunía a los jóvenes en el oratorio itinerante del bienio, cuando iba a confesar al santuario de la Consolata o a las parroquias piamontesas a las que era invitado, cuando aprovechaba los viajes en carruaje o en tren para confesar a los cocheros o a los pasajeros. No dejó de hacerlo hasta el último momento, cuando invitado a no cansarse con las confesiones, respondía que a esas alturas era lo único que podía hacer por sus jóvenes. Y ¡cuál fue su pena cuando, por razones burocráticas y malentendidos, su licencia para confesar no fue renovada por el arzobispo! Los testimonios sobre Don Bosco como confesor son innumerables y, de hecho, la famosa fotografía que le representa en el acto de confesar a un joven rodeado de tantos otros que esperan hacerlo, debió de gustar al propio santo, que tal vez tuvo la idea de la misma, y que aún hoy sigue siendo un icono significativo e imborrable de su figura en el imaginario colectivo.
            Pero más allá de su experiencia como confesor, Don Bosco fue un incansable promotor del sacramento de la Reconciliación, divulgó su necesidad, su importancia, la utilidad de su frecuencia, señaló los peligros de una celebración carente de las condiciones necesarias, ilustró las formas clásicas de abordarlo fructíferamente. Lo hizo a través de conferencias, buenas noches, consignas ingeniosos y palabritas al oído, circulares a los jóvenes en los colegios, cartas personales y la narración de numerosos sueños que tenían por objeto la confesión, bien o mal hecha. De acuerdo con su inteligente práctica catequética, les contaba episodios de conversiones de grandes pecadores, y también sus propias experiencias personales al respecto.
            Don Bosco, profundo conocedor del alma juvenil, para inducir a todos los jóvenes al arrepentimiento sincero, utilizaba el amor y la gratitud hacia Dios, presentado en su infinita bondad, generosidad y misericordia. En cambio, para sacudir los corazones más fríos y endurecidos, describe los posibles castigos del pecado e impresiona saludablemente sus mentes con vívidas descripciones del juicio divino y del Infierno. Pero incluso en estos casos, no satisfecho con llevar a los muchachos al dolor por sus pecados, intenta hacerles ver la necesidad de la misericordia divina, una disposición importante para anticipar su perdón incluso antes de la confesión sacramental. Don Bosco, como de costumbre, no entra en disquisiciones doctrinales, sólo le interesa una confesión sincera, que cure terapéuticamente la herida del pasado, recomponga el tejido espiritual del presente para un futuro de “vida de gracia”.
            Don Bosco cree en el pecado, cree en el pecado grave, cree en el infierno y de su existencia habla a lectores y oyentes. Pero también está convencido de que Dios es misericordia en persona, por eso ha dado al hombre el sacramento de la Reconciliación. Pues, aquí insiste en las condiciones para recibirlo bien, y sobre todo en el confesor como “padre” y “médico” y no tanto como “doctor y juez”: “El confesor sabe que sigue siendo más grande que tus faltas la misericordia de Dios que te concede el perdón con su intervención” (Referencia biográfica sobre el jovencito Magone Miguel, pp. 24-25).
            Según las memorias salesianas, a menudo sugería a sus jóvenes que invocaran la misericordia divina, que no se desanimaran después de pecar, sino que volvieran a confesarse sin miedo, confiando en la bondad del Señor y tomando luego firmes resoluciones para el bien.
            Como “educador en el campo de la juventud”, Don Bosco sentía la necesidad de insistir menos en el ex opere operato y más en el ex opere operantis, es decir, en las disposiciones del penitente. En Valdocco todos se sentían invitados a hacer una buena confesión, todos sentían el riesgo de las malas confesiones y la importancia de hacer una buena confesión; muchos de ellos sintieron entonces que vivían en una tierra bendecida por el Señor. No en vano, la misericordia divina había hecho que un joven difunto se despertara después de que se hubieran expuesto las cortinas del funeral para que pudiera confesar (a Don Bosco) sus pecados.
            En resumen, el sacramento de la confesión, bien explicado en sus características específicas y celebrado con frecuencia, fue quizá el medio más̀ eficaz por el que el santo piamontés llevó a sus jóvenes a confiar en la inmensa misericordia de Dios.

La Comunión
            Mas también la Comunión, el segundo pilar de la pedagogía religiosa de Don Bosco, servirá a este objetivo.
            Don Bosco es ciertamente uno de los mayores promotores de la práctica sacramental de la Comunión frecuente. Su doctrina, inspirada en el pensamiento de la contrarreforma, daba más importancia a la Comunión que a la celebración litúrgica de la Eucaristía, aunque en su frecuencia allí había estado una evolución. En los primeros veinte años de su vida sacerdotal, en la huella de San Alfonso, pero también en la del Concilio de Trento y antes aún en la de Tertuliano y San Agustín, propuso la Comunión semanal, o varias veces por semana o incluso diaria según la perfección de las disposiciones correspondientes a las gracias del sacramento. Domingo Savio, en Valdocco había empezado a confesarse y comulgar a cada quince días, pasó luego a hacerlo cada semana, después tres veces por semana y finalmente, tras un año de intenso crecimiento espiritual, todos los días, obviamente siempre siguiendo el consejo de su confesor, el propio Don Bosco.
            Más tarde, en la segunda mitad de los años sesenta, Don Bosco, basándose en sus experiencias pedagógicas y en una fuerte corriente teológica a favor de la Comunión frecuente, que tenía como líderes al obispo francés de Ségur y al prior de Génova Fr. Giuseppe Frassinetti, pasó a invitar a sus jóvenes a comulgar más a menudo, convencido de que permitía dar pasos decisivos en la vida espiritual y favorecía su crecimiento en el amor a Dios. Y en caso de imposibilidad de la Comunión sacramental diaria, sugería la Comunión espiritual, tal vez durante una visita al Santísimo Sacramento, tan apreciada por san Alfonso. Sin embargo, lo importante era mantener la conciencia en estado de poder comulgar todos los días: la decisión correspondía en cierto modo al confesor.
            Para Don Bosco, toda Comunión recibida dignamente –ayuno prescrito, estado de gracia, voluntad de desprenderse del pecado, una hermosa acción de gracias posterior- anula las faltas cotidianas, fortalece el alma para evitarlas en el futuro, aumenta la confianza en Dios y en su infinita bondad y misericordia; además es fuente de gracia para triunfar en la escuela y en la vida, es ayuda para soportar los sufrimientos y superar las tentaciones.
            Don Bosco cree que la Comunión es una necesidad para que los “buenos” se mantengan como tales y para que los “malos” se conviertan en “buenos”. Es para los que quieren hacerse santos, no para los santos, como la medicina se da a los enfermos. Obviamente, sabe que la asistencia por sí sola no es un indicio seguro de bondad, ya que hay quienes la reciben muy tibiamente y por costumbre, sobre todo porque la propia superficialidad de los jóvenes no les permite a menudo comprender toda la importancia de lo que hacen.
            Con la Comunión, pues, se pueden implorar del Señor gracias particulares para uno mismo y para los demás. Las cartas de Don Bosco están llenas de peticiones a sus jóvenes para que recen y comulguen según su intención, para que el Señor le conceda buen éxito en los “asuntos” de cada orden en los que se encuentra inmerso. Y lo mismo hacía con todos sus corresponsales, a los que invitaba a acercarse a este sacramento para obtener las gracias solicitadas, mientras que él hacía lo propio en la celebración de la Santa Misa.
            Don Bosco se preocupaba mucho de que sus muchachos crecieran alimentados por los sacramentos, pero también quería el máximo respeto a su libertad. Y dejó instrucciones precisas a sus educadores en su tratado sobre el Sistema Preventivo: “Nunca obliguéis a los jóvenes a asistir a los santos sacramentos, sino sólo animadles y dadles el consuelo de aprovecharlos”.
            Al mismo tiempo, sin embargo, se mantuvo firme en su convicción de que los sacramentos son de suma importancia. Escribió perentoriamente: “Digan lo que quieran sobre los diversos sistemas de educación, pero no encuentro ninguna base segura salvo en la frecuencia de la Confesión y la Comunión” (El pastorcito de los Alpes, o sea vida del joven Besucco Francisci d’Argentera, 1864. p. 100).

Una paternidad y una misericordia hecha persona
            La misericordia de Dios, actuante sobre todo en el momento de los sacramentos de la Confesión y la Comunión, encontraba entonces su expresión externa no sólo en un Don Bosco “padre confesor”, sino también “padre, hermano, amigo” de los jóvenes en la vida cotidiana ordinaria. Con cierta exageración podría decirse que su confianza con Don Bosco era tal que muchos de ellos apenas distinguían entre Don Bosco “confesor” y Don Bosco “amigo” y “hermano”; otros podían a veces intercambiar la acusación sacramental con las efusiones sinceras de un hijo hacia su padre; por otra parte, el conocimiento que Don Bosco tenía de los jóvenes era tal que con preguntas sobrias les inspiraba una confianza extrema y no pocas veces sabía hacer la acusación en su lugar.
            La figura de Dios padre, misericordioso y providente, que a lo largo de la historia ha mostrado su bondad desde Adán hacia los hombres, justos o pecadores, pero todos necesitados de ayuda y objeto de cuidados paternales, y en cualquier caso todos llamados a la salvación en Jesucristo, se modula y refleja así en la bondad de Don Bosco “Padre de sus jóvenes”, que sólo quiere su bien, que no los abandona, siempre dispuesto a comprenderlos, compadecerlos, perdonarlos. Para muchos de ellos, huérfanos, pobres y abandonados, acostumbrados desde muy pequeños al duro trabajo diario, objeto de modestísimas manifestaciones de ternura, hijos de una época en la que lo que imperaba era la sumisión decidida y la obediencia absoluta a cualquier autoridad constituida, Don Bosco fue quizás la caricia jamás experimentada por un padre, la “ternura” de la que habla el Papa Francisco.
            Conmueve todavía su carta a los jóvenes de la casa de Mirabello a finales de 1864: “Aquellas voces, aquellos vítores, aquel besarse y darse la mano, aquella sonrisa cordial, aquel hablarse del alma, aquel animarse recíprocamente a hacer el bien, son cosas que embalsaman mi corazón, y por eso no puedo pensar sin conmoverme hasta las lágrimas. Les diré […] que sois la pupila de mis ojos” (Epistolario II editado por F. Motto II, car. n. 792).
            Aún más conmovedora es su carta a los jóvenes de Lanzo del 3 de enero de 1876: “Permitidme que os diga, y que nadie se ofenda, que sois todos unos ladrones; lo digo y lo repito, me lo habéis quitado todo. Cuando estaba en Lanzo, me hechizasteis con vuestra benevolencia y cariñosa bondad, ligasteis las facultades de mi mente con vuestra piedad; aún me quedaba este pobre corazón, cuyos afectos ya me habíais robado por completo. Ahora vuestra carta marcada por 200 manos amistosas y queridísimas se ha apoderado de todo este corazón, al que no le queda más que un vivo deseo de amarlos en el Señor, de hacerles el bien y de salvar las almas de todos” (Epistolario III, car. n. 1389).
            La bondad amorosa con la que trataba y quería que los salesianos tratasen a los muchachos tenía un fundamento divino. Lo afirmaba citando una expresión de San Pablo: “La caridad es benigna y paciente; todo lo sufre, todo lo espera y todo lo soporta”.
            La amabilidad era, por tanto, un signo de misericordia y de amor divino que escapaba al sentimentalismo y a las formas de sensualidad por la caridad teologal que era su fuente. Don Bosco comunicaba este amor a muchachos particulares y también a grupos de ellos: “Que os tengo mucho afecto, no necesito decíroslo, os he dado pruebas claras de ello. Que vosotros también me amáis, no necesito decirlo, porque me lo habéis demostrado constantemente. Pero, ¿en qué se fundamenta este afecto mutuo nuestro? […] Así pues, el bien de nuestras almas es el fundamento de nuestro afecto” (Epistolario II, car. n. 1148). El amor a Dios, el primum teológico, es, por tanto, el fundamento del primum pedagógico.

            La amabilidad era también la traducción del amor divino en amor verdaderamente humano, hecho de sensibilidad correcta, cordialidad amable, afecto benévolo y paciente tendente a la comunión profunda del corazón. En definitiva, ese amor efectivo y afectivo que se experimenta de forma privilegiada en la relación entre el educando y el educador, cuando gestos de amistad y de perdón por parte del educador inducen al joven, en virtud del amor que guía al educador, a abrirse a la confianza, a sentirse apoyado en su esfuerzo por superarse y comprometerse, a dar su consentimiento y a adherirse en profundidad a los valores que el educador vive personalmente y le propone. El joven comprende que esta relación le reconstruye y reestructura como hombre. La empresa más ardua del Sistema Preventivo es precisamente la de ganarse el corazón del joven, de gozar de su estima, de su confianza, de hacer de él un amigo. Si el joven no ama al educador, éste puede hacer muy poco del joven y por el joven.

Las obras de misericordia
            Podríamos continuar ahora con las obras de misericordia, que el catecismo distingue entre obras corporales y espirituales, estableciendo dos grupos de siete. No sería difícil documentar cómo Don Bosco vivió, practicó y alentó la práctica de estas obras de misericordia y cómo con su “ser y obrar” constituyó de hecho un signo y un testimonio visible, con obras y palabras, del amor de Dios por los hombres. Por los límites de espacio, nos limitamos a indicar las posibilidades de investigación. Por cierto, se afirma que hoy parecen abandonadas también por la falsa oposición entre misericordia y justicia, como si la misericordia no fuera una forma típica de expresar aquel amor que, en cuanto tal, nunca puede contradecir a la justicia.




La pureza y los medios para conservarla (1884)

En este sueño de Don Bosco, aparece un jardín paradisíaco: una ladera verde, árboles engalanados y, en el centro, un inmenso tapiz cándido adornado con inscripciones bíblicas que exaltan la pureza. Al borde están sentadas dos jovencitas de doce años, vestidas de blanco con cinturones rojos y coronas de flores: personifican la Inocencia y la Penitencia. Con voz suave dialogan sobre el valor de la inocencia bautismal, sobre los peligros que la amenazan y sobre los sacrificios necesarios para custodiarla: oración, mortificación, obediencia, pureza de los sentidos.

            Le pareció a don Bosco tener ante sí un inmenso y encantador collado, cubierto de verdor, en suave pendiente y completamente llano. En las faldas del mismo, se formaba un escalón, más bien bajo, desde el cual se subía a la vereda donde estaba don Bosco. Aquello parecía el Paraíso terrenal iluminado por una luz más pura y más viva que la del sol. Estaba todo cubierto de verde hierba, esmaltada de multitud de bellas y variadas flores y sombreado por un ingente número de árboles que, entrelazando las ramas entre sí, las extendían a guisa de amplios festones.
            En medio del vergel y hasta el límite del mismo, se extendía una alfombra de mágico candor, tan luciente que deslumbraba la vista. Tenía una longitud de muchas millas. Ofrecía toda la magnificencia de un regio estrado. Como ornato, sobre la franja que corría a lo largo de su borde, se veían varias inscripciones en caracteres dorados.
            Por un lado, se leía: Beati immaculati qui ambulant in lege Domini.
            Bienaventurados los puros que andan por los caminos de la ley del Señor.
            Y en el otro: Non privabit bonis eos qui ambulant in innocentia. No dejará sin bienes a los que viven en la inocencia.
            En el tercer lado: Non confundentur in tempore malo; in diebus famis saturabuntur. No se sentirán confundidos en el tiempo de la adversidad y, en los días de hambre, serán saciados.
            En el cuarto: Novit Dominus dies immaculatorum et haereditas eorum in aeternum erit. Conoció el Señor los días de los inocentes y la herencia de ellos será eterna.
            En las cuatro esquinas del estrado, en torno de un magnífico rosetón, se veían estas cuatro inscripciones:
            Cum simplicibus sermocinatio ejus: Su conversación será con los sencillos.
            Proteget gradientes simpliciter: Protege a los que suben con humildad.
            Qui ambulant simpliciter, ambulant confidenter: Los que caminan con sencillez, proceden confiadamente.
            Voluntas eius in iis qui simpliciter ambulant: Su voluntad se manifiesta a los que viven sencillamente.
            En mitad del estrado, había esta última inscripción: Qui ambulat simpliciter salvus erit: El que procede con sencillez será salvo.
            En el centro de la pradera, sobre el borde superior de aquella blanca alfombra, se levantaba un estandarte blanquísimo, sobre el cual se leía también escrito con caracteres de oro: Fili mi, tu semper mecum es et omnia mea tua sunt: Hijo mío, tú siempre has estado conmigo y todo lo mío te pertenece.
            Si don Bosco se sentía maravillado a la vista del jardín, más le llamaron la atención dos hermosas jovencitas, como de doce años, que estaban sentadas al borde de la alfombra donde el terreno formaba el escalón. Una celestial modestia se reflejaba en todo su gracioso continente. De sus ojos constantemente fijos en la altura, fluía no solamente una ingenua sencillez de paloma, sino que también brillaba en ellos la luz de un amor purísimo y de un gozo verdaderamente celestial. Sus frentes despejadas y serenas parecían el asiento del candor y de la sinceridad; sobre sus labios florecía una alegre y encantadora sonrisa. Los rasgos de sus rostros denotaban un corazón tierno y fervoroso. Los graciosos movimientos de la persona les comunicaba un aire tal de sobrehumana grandeza y de nobleza que contrastaba con su juventud.
            Una vestidura blanca les bajaba hasta los pies, sobre la cual no se distinguía ni mancha, ni arruga y ni siquiera un granito de polvo. Tenían ceñidos los costados con una faja bordada de lirios, de violetas y de rosas. Un adorno semejante, en forma de collar, rodeaba su cuello compuesto de las mismas flores, pero de forma diversa. Como brazaletes llevaban en las muñecas un hacecillo de margaritas blancas.
            Todos estos adornos y flores tenían formas y colores de una belleza imposible de describir. Todas las piedras más preciosas del mundo, engarzadas con la más exquisita de las artes, parecerían un poco de fango en su comparación.
            Sus blanquísimas sandalias estaban adornadas con una cinta blanca de bordes dorados con una graciosa lazada en el centro. Blanco también, con pequeños hilos de oro, era el cordoncillo con que estaban atadas.
            Su larga cabellera estaba sujeta con una corona que les ceñía la frente y era tan abundante que, al salir de la corona, formaba exuberantes bucles, cayendo después por la espalda a guisa de abundantes rizos.
            Ambas habían comenzado un diálogo: unas veces alternaban en el hablar; otras, se hacían preguntas o bien prorrumpían en exclamaciones. A veces, las dos permanecían sentadas; otras, una estaba sentada y la otra de pie o bien paseaban. Pero nunca salían de la superficie de aquella blanca alfombra y jamás tocaban las hierbas ni las flores. Don Bosco, en su sueño, permanecía a manera de espectador. Ni él dirigió palabra alguna a las jovencitas ni las jovencitas a él, pues ni se dieron cuenta de su presencia; la una decía a la otra con suavísimo acento:
            – ¿Qué es la inocencia? El estado afortunado de la gracia santificante, conservado merced a la constante y exacta observancia de la ley divina.
            Y la otra doncella, con voz no menos dulce:
            – La conservación de la pureza, de la inocencia, es fuente y origen de toda ciencia y de toda virtud.
            Y la primera:
            – ¡Qué brillo, qué gloria, qué esplendor de virtud, vivir bien entre los malos y, entre los malignos y malvados, conservar el candor de la inocencia y la pureza de las costumbres!
            La segunda se puso de pie y, deteniéndose junto a la compañera:
            – Bienaventurado el jovencito que no va detrás de los consejos de los impíos y no sigue el camino de los pecadores, sino que su complacencia es la ley del Señor, la cual medita día y noche.
            Y será como el árbol plantado a lo largo de las corrientes de las aguas de la gracia del Señor, el cual dará a su tiempo fruto copioso de buenas obras: aunque sople el viento, no caerán de él las hojas de las santas intenciones y del mérito y todo cuanto haga tendrá un próspero efecto y cada circunstancia de su vida cooperará a acrecentar su premio. Y, así diciendo, señalaba los árboles del jardín, cargados de frutos bellísimos, que esparcían por el aire un perfume delicioso, mientras unos arroyuelos de aguas limpísimas que, unas veces, discurrían por dos orillas floridas, otras, caían formando pequeñas cascadas o formaban pequeños lagos y bañaban sus pies, con un murmullo que parecía el sonido misterioso de una música lejana.
            La primera doncella replicó:
            – Es como un lirio entre las espinas que Dios acoge en su jardín y, después, lo toma para ornamento de su corazón; y puede decir a su Señor: Mi Amado para mí y yo para mi Amado, pues se apacienta en medio de lirios.
            Y, al decir esto, indicaba un gran número de lirios hermosísimos que alzaban su blanca corola entre las hierbas y las demás flores, mientras señalaba en la lejanía un altísimo valladar verde que rodeaba todo el jardín. Este valladar estaba todo cuajado de espinas y, detrás de él, vagaban unos monstruos asquerosos que intentaban penetrar en el jardín, pero se lo impedían las espinas del seto.
            – ¡Es cierto! ¡Cuánta verdad encierran tus palabras!, añadió la segunda, ¡Bienaventurado el jovencito que sea hallado sin culpa! ¿Pero quién será el tal y qué alabanzas diremos en su honor? Pues ha obrado cosas admirables en su vida. Fue encontrado perfecto y tendrá la gloria eterna; pudo haber pecado y no pecó; hacer el mal y no lo hizo. Por esto, sus bienes han sido establecidos por el Señor y sus obras buenas serán celebradas por todas las congregaciones de los Santos.
            – ¡Y, en la tierra, qué gloria les está reservada! Los llamará, les señalará un lugar en su santuario, los hará ministros de sus misterios y les dará un nombre sempiterno que jamás perecerá, concluyó la primera.
            La segunda se puso de pie y exclamó:
            – ¿Quién puede describir la belleza de un inocente? Su alma está espléndidamente vestida, como una de nosotras, adornada con la blanca estola del santo Bautismo. En su cuello, en sus brazos resplandecen gemas divinas, lleva en su dedo el anillo de la alianza con Dios. Camina velozmente en su viaje hacia la eternidad. Se abre delante de sus ojos un sendero sembrado de estrellas… Es tabernáculo viviente del Espíritu Santo. Con la sangre de Jesús que corre por sus venas y tiñe sus mejillas y sus labios, con la Santísima Trinidad en el corazón inmaculado, despide a su alrededor torrentes de luz que le revisten de un esplendor mayor que el del sol. Desde lo alto, llueven pétalos de flores celestes que llenan el aire. Todo el ambiente se puebla de las suaves armonías de los ángeles que hacen eco a sus plegarias. María Santísima está a su lado pronta a defenderla. El cielo está abierto para ella.  Se ha convertido en espectáculo para las inmensas legiones de los Santos y de los Espíritus bienaventurados que le invitan agitando sus palmas. Dios, entre los inaccesibles fulgores de su trono de gloria, le señala con la diestra el lugar que le tiene destinado, mientras que, con la izquierda, sostiene la espléndida corona con que le ha de coronar para siempre. El inocente es el deseo, la alegría, el aplauso del Paraíso. Y, sobre su rostro, está esculpida una alegría inefable. Es hijo de Dios. Dios es su Padre. El Paraíso es su herencia. Está continuamente con Dios. Lo ve, lo ama, lo sirve, lo posee, lo goza, posee un rayo de las delicias celestiales; está en posesión de todos los tesoros, de todas las gracias, de todos los secretos, de todos los dones, de todas sus perfecciones y de Dios mismo.
            – Por esto, se presenta tan gloriosa la inocencia en los Santos del Antiguo Testamento y en los del Nuevo, y especialmente en los Mártires. ¡Oh, Inocencia, cuán bella eres! Tentada, creces en perfección, humillada, te levantas más sublime; combatida, sales triunfante; sacrificada, vuelas a recibir la corona. Tú eres libre en la esclavitud, tranquila y segura en los peligros, alegre entre las cadenas. Los poderosos se inclinan ante ti, los príncipes te acogen, los grandes te buscan. Los buenos te obedecen, los malos te envidian, los rivales te emulan, los adversarios sucumben ante ti. Y tú saldrás siempre victoriosa, incluso cuando los hombres te condenen injustamente.
            Las dos doncellas hicieron una pequeña pausa, como para tomar un poco de aliento después de haber desahogado tan encendidos anhelos, y luego se tomaron de la mano y se miraron una a otra.
            – ¡Oh, si los jóvenes conociesen el precioso tesoro de la inocencia, cómo cuidarían, desde el principio de su vida, la estola del santo bautismo! Mas, por el contrario, no reflexionan, no piensan lo que quiere decir mancillarla. La inocencia es un licor preciosísimo.
            – Pero está encerrado en un frágil vaso de barro y, si no se le lleva con cautela, se rompe con la mayor facilidad.
            – La inocencia es una piedra preciosa.
            – Pero no se conoce su valor, se pierde y fácilmente se la cambia por un objeto vil.
            – La inocencia es un espejo de oro, que refleja la imagen de Dios.
            – Pero basta un poco de aire húmedo para empañarlo y hay que conservarlo envuelto en un velo.
            – La inocencia es un lirio.
            – Pero el solo contacto de una mano poco delicada puede marchitarlo.
            – La inocencia es una blanca vestidura. Omni tempore sint vestimenta tua candida.
            – Pero basta una sola mancha para hacerla perder su valor; por eso, es necesario caminar con mucha precaución.
            – La inocencia queda violada, si es afeada por una sola mancha, y pierde el tesoro de su gracia.
            – Basta un solo pecado mortal.
            – Y, una vez perdida, queda perdida para siempre.
            – ¡Qué desgracia la de tantas inocencias que se pierden cada día! Cuando un jovencito cae en el pecado, el Paraíso se le cierra; la Virgen Santísima y el Ángel de la guarda desaparecen, cesan las músicas y se eclipsa la luz. Dios no está ya en su corazón, desaparece el camino de estrellas que antes recorría; cae y queda al momento solo como una isla en medio del mar, de un mar de fuego que se extiende hasta el extremo horizonte de la eternidad, abismándose hasta la profundidad del caos… Sobre su cabeza brillan en el cielo, amenazantes, los rayos de la divina justicia. Satanás se ha convertido en su compañero, lo ha cargado de cadenas, le ha puesto un pie en el cuello y, con el bidente levantado en alto, ha exclamado:
            – ¡He vencido! Tu hijo es mi esclavo. Ya no te pertenece, para él se ha terminado la alegría.
            Si la justicia de Dios le priva en aquel momento del único punto de apoyo con que cuenta, está perdido para siempre.
            – ¡Y puede levantarse! La misericordia de Dios es infinita. Una buena confesión le puede devolver la gracia y el título de hijo de Dios.
            – Pero la inocencia, jamás. ¡Y qué consecuencias se originarán del primer pecado! Conoce el mal que antes no conocía; sentirá terriblemente el influjo de las malas inclinaciones; con la deuda enorme que ha contraído con la divina justicia, se sentirá más débil en los combates espirituales. Sentirá lo que antes no sentía, los efectos de la vergüenza, de la tristeza, del remordimiento.
            – Y pensar que antes se había dicho de él: Dejad que los niños se acerquen a Mí. Ellos serán como los ángeles de Dios en el cielo, Hijo mío, dame tu corazón.
            – ¡Ah, qué delito tan espantoso cometen aquellos desgraciados que son culpables de que un niño pierda la inocencia! Jesús ha dicho: El que escandalizare a uno de estos pequeñuelos que creen en Mí, mejor le fuera que le atasen una piedra de molino al cuello y lo arrojasen a lo más profundo del mar. ¡Ay del mundo a causa de los escándalos! No es posible impedir los escándalos, pero ¡ay de aquellos que escandalizan! Guardaos de despreciar a uno de estos pequeños que creen en Mí, porque os aseguro que sus ángeles en el cielo ven perpetuamente el rostro de mi Padre e está en los cielos y piden venganza.
            – ¡Desgraciados! Pero no menos infelices son los que se dejan robar la inocencia.
            Y aquí las dos jovencitas comenzaron a pasear; el tema de su conversación era sobre cuál es el medio para conservar la inocencia.
            Una decía:
            – Es un gran error el de los jóvenes, al creer que la penitencia la debe practicar solamente quien ha pecado. La penitencia es también necesaria para conservar la inocencia. Si San Luis no hubiese hecho penitencia, habría caído sin duda en pecado mortal. Esto se debería predicar, inculcar, enseñar continuamente a los jóvenes. ¡Cuántos más numerosos serían los que conservarían la inocencia, mientras que ahora son tan pocos!
            – Lo dice el Apóstol: Hemos de llevar siempre, por todas partes, en nuestro cuerpo, la mortificación de Jesucristo, a fin de que la vida de Jesús se manifieste en nosotros.
            – Y Jesús, santo, inmaculado e inocente, pasó una vida de privaciones y dolores.
            – Así también María y todos los Santos.
            – Y fue para dar ejemplo a todos los jóvenes. Dice San Pablo: «Si vivís según la carne, moriréis; si, con el espíritu dais muerte a las acciones de la carne, viviréis».
            – Por tanto, sin la penitencia no se puede conservar la inocencia.
            – Y, con todo, muchos querrían conservar la inocencia, viviendo libremente.
            – ¡Necios! ¿Acaso no está escrito: Fue arrebatado para que la malicia no alterase su espíritu y la seducción no indujese su alma a error?
            Mas la ofuscación de la vanidad oscurece el bien y el vértigo de la concupiscencia pervierte al alma inocente. Por tanto, dos enemigos tienen los inocentes: las máximas perversas y las malas conversaciones de los malvados y la concupiscencia. ¿No dice el Señor que la muerte en plena juventud es un premio que evita al inocente los combates? «Porque agradó al Señor, fue por El amado y, porque vivía entre los pecadores, fue llevado a otro lugar. Habiendo muerto en edad temprana, recorrió un largo camino. Porque Dios amaba su alma, lo sacó de en medio de la iniquidad. Fue arrebatado para que la malicia no alterase su espíritu y la seducción no indujese su alma a error».
            – Afortunados los niños que abrazan la cruz de la penitencia y con firme propósito dicen con Job: Donec deficiam, non recedam ab innocentia mea. Hasta que muera no me apartaré del camino de la inocencia.
            –
Por tanto, mortificación para superar el fastidio que sienten en la oración.
            – Está escrito: Psallam et intelligam in via immaculata. Quando venies ad me? Petite et accipietis. Pater noster!
            – Mortificación de la inteligencia mediante la humildad, obedecer a los Superiores y a los reglamentos.
            – También está escrito: Si mei non fuerint dominati, tunc immaculatus ero et emundabor a delicto maximo. Y esto es la soberbia. Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes. El que se humilla será exaltado y el que se exalta será humillado. Obedeced a vuestros Superiores.
            – Mortificación en decir siempre la verdad, en manifestar los propios defectos y los peligros en los cuales puede uno encontrarse. Entonces recibirá siempre consejo, especialmente del confesor.
            – Pro anima tua, ne confundaris dicere verum. Por amor de tu alma no tengas vergüenza de decir la verdad. Porque hay una vergüenza que trae consigo el pecado y hay otra vergüenza que trae consigo la gloria y la gracia.
            – Mortificación del corazón, frenando sus movimientos desordenados, amando a todos por amor de Dios y apartándonos resueltamente de aquellos que pretenden mancillar nuestra inocencia.
            – Lo ha dicho Jesús: Si tu mano o tu pie te sirven de escándalo, córtalos y arrójalos lejos de ti; es mejor para ti llegar a la vida, con una mano o con un pie de menos, que, con ambas manos o con ambos pies, ser precipitado al fuego eterno. Y si tu ojo te sirve de escándalo, sácatelo y arrójalo lejos de ti; es mejor entrar en la vida eterna, con un solo ojo, que con los dos ser arrojado al fuego del infierno.
            – Mortificación en soportar valientemente y con franqueza las burlas del respeto humano. Exacuerunt, ut gladium, linguas suas: intenderunt arcum, rem amaram, ut saggitent in occulis immaculatum.
            – Y vencerán estas mofas malignas, temiendo ser descubiertos por los Superiores, pensando en las terribles palabras de Jesús: El que se avergonzare de Mí y de mis palabras, se avergonzará de él el Hijo del hombre, cuando venga con toda su majestad y con la del Padre y de los santos Ángeles.
            – Mortificación de los ojos, al mirar, al leer, apartándose de toda lectura mala e inoportuna.
            – Un punto esencial. He hecho pacto con mis ojos de no pensar ni siquiera en una virgen. Y en los salmos: Guarda tus ojos para que no vean la vanidad,
            – Mortificación del oído y no escuchar malas conversaciones, palabras hirientes o impías.
            – Se lee en el Eclesiástico: Saepi aures tuas spinis, linguam nequam noli audire. Rodea con un seto de espinas tus oídos y no escuches la mala lengua.
            – Mortificación en el hablar: no dejarse vencer por la curiosidad.
            – También está escrito: Coloca una puerta y un candado a tu boca. Ten cuidado de no pecar con la lengua, para que no seas derribado a vista de los enemigos que te insidian y tu caída llegue a ser incurable y mortal.
            – Mortificación del gusto: no comer, no beber demasiado.
            – El demasiado comer y el demasiado beber fue causa del diluvio universal y del fuego sobre Sodoma y Gomorra y de los mil castigos que cayeron sobre el pueblo hebreo.
            – Mortificarse, en suma, sufriendo cuanto nos sucede a lo largo del día, el frío, el calor y no buscar nuestras satisfacciones. Mortificad vuestros miembros terrenos, dice San Pablo.
            – Recordad el dicho de Jesús: Si quis vult post me venire, abneget semetipsum et tollat crucem suam quotidie et sequatur me.
            – Dios mismo, con su próvida mano, rodea de espinas y de cruces a sus inocentes, como hizo con Job, con José, con Tobías y con otros Santos. Quia acceptus eras Deo, necesse fuit ut tentatio probaret te.
            – El camino del inocente tiene sus pruebas, sus sacrificios, pero recibe fuerza en la Comunión, porque quien comulga frecuentemente tiene la vida eterna, está en Jesús y Jesús en él. Vive la misma vida de Jesús y El lo resucitará en el último día. Es éste el trigo de los elegidos y el vino que engendra vírgenes. Parasti in conspectu meo mensam adversus eos, qui tribulant me. Cadent a latere tuo mille et decem millia a dextris tuis, ad te autem non appropinquabunt.
            –
La Virgen Santísima a quien tanto ama es su Madre. Ego mater pulchrae dilectionis et timoris et agnitionis et sanctae spei. In me gratia omnis (para conocer) viae et veritatis; in me omnis spes vitae et virtutis. Ego diligentes me diligo. Qui elucidant me, vitam aeternam habebunt. Terribilis ut castrorum acies ordinata.
           
Las dos doncellas se volvieron entonces y comenzaron a subir lentamente la pendiente.Y la una exclamó:
            –
La salud de los justos viene del Señor. El es su protector en el tiempo de la tribulación. El Señor los ayudará y los librará. El los librará de las manos de los pecadores y los salvará porque esperaron en El.
            Y la otra prosiguió:
            – Dios me dotó de fortaleza y el camino que recorro es inmaculado.
            Al llegar ambas doncellas al centro de aquella alfombra, se volvieron.
            – Sí, gritó una de ellas, la inocencia coronada por la penitencia es la reina de todas las virtudes.
            Y la otra exclamó también:
            – ¡Cuán gloriosa y bella es la generación de los castos! Su memoria es inmortal y admirable a los ojos de Dios y de los hombres. La gente la imita cuando está presente y la desea, cuando ha partido para el cielo, y, coronada, triunfa en la eternidad, después de vencer los combates de la castidad. ¡Y qué triunfo! ¡Qué gozo! Qué gloria al presentar a Dios, inmaculada, la estola del santo Bautismo, después de tantos combates entre los aplausos, los cánticos, el fulgor de los ejércitos celestiales.
            Mientras hablaban de esta manera del premio reservado a la inocencia conservada mediante la penitencia, don Bosco vio aparecer legiones de ángeles que, bajando del cielo, se asentaban sobre el blanco tapiz. Y se unían a aquellas dos doncellas, conservando ellas el puesto del centro. Formaban una gran multitud que cantaba: Benedictus Deus et Pater Domini Nostri Jesus Christi, qui benedixit nos in omni benedictione spirituali in coelestibus in Christo; qui elegit nos in ipso ante mundi constitutionem, ut essemus sancti et immaculati in conspectu eius in charitate et praedestinavit nos in adoptionem per Jesum Christum.
            Las dos niñas se pusieron entonces a cantar un himno maravilloso, pero con tales palabras y tales notas, que sólo los ángeles que estabanmás próximos al centro podían modular. Los otros también cantaban, pero don Bosco no podía oír sus voces, observando sólo los gestos y el movimiento de los labios al adaptar la boca al canto.
            Las dos niñas cantaban: Me propter innocentiam suscepisti et confirmasti me in conspectu tuo in aeternum. Benedictus Dominus Deus a saeculo et usque in saeculum; fiat, fiat!
            Entretanto, a las primeras escuadras de ángeles se añadieron otras y otras. Su vestido era de varios colores y adornos, diversos los unos de los otros y especialmente diferente del de las doncellas. Pero la riqueza y magnificencia de los mismos era divina. La belleza de cada uno era tal que la mente humana no la podría concebir en manera alguna, ni formarse la más remota idea de ellos. El espectáculo que ofrecía esta escena era indescriptible; pero sólo a fuerza de añadir palabras a palabras, se podría explicar en cierta manera el concepto.
            Terminado el canto de las dos niñas, entonaron todos juntos un himno inmenso y tan armonioso que jamás se oyó cosa igual ni se oirá sobre la tierra.
            He aquí lo que cantaban: Ei, qui potens est vos conservare sine peccato et constituere ante conspectum gloriae suae immaculatos in exultatione, in adventu Domini nostri Jesu Christi: Soli Deo Salvatori nostro, per Jesum Christum Dominum nostrum, gloria et magnificentia, imperium et potestas ante omne saeculum, et nunc et in omnia saecula saeculorum. Amen.
           
Mientras cantaban, iban llegando nuevas escuadras de ángeles y, cuando el canto hubo terminado, poco a poco, todos se elevaron en el aire y desaparecieron al mismo tiempo que aquella visión.
            Y don Bosco se despertó.

(MB IT XVII, 722-730 / MB ES 625-632)




Discurso del Rector Mayor al cierre del Capítulo General 29

Queridísimos hermanos,

            Llegamos al final de esta experiencia del XXIX Capítulo General con un corazón colmado de alegría y de gratitud por todo lo que hemos podido vivir, compartir y proyectar. El don de la presencia del Espíritu de Dios que cada día hemos suplicado en la oración matutina, así como durante los trabajos por medio de la conversación en el Espíritu, ha sido la fuerza central de la experiencia del Capítulo General. El protagonismo del Espíritu lo hemos buscado y nos ha sido donado abundantemente.
            La celebración de cada Capítulo General es como un hito en la vida de cada congregación religiosa. Esto vale también para nosotros, para nuestra amadísima Congregación Salesiana. Es un momento que da continuidad al camino que desde Valdocco continúa siendo vivido con empeño y llevado adelante con celo y determinación en las varias partes del mundo.
            Llegamos al final de este Capítulo General con la aprobación de un Documento Final que nos servirá como carta de navegación para los próximos seis años – 2025-2031. El valor de tal Documento Final lo veremos y lo sentiremos en la medida en que la misma dedicación en la escucha, la misma premura de dejarnos acompañar por el Espíritu Santo que han marcado estas semanas, logremos mantenerlas después de la conclusión de esta experiencia de pentecostés salesiano.
            Desde el inicio, cuando el Rector Mayor Don Ángel Fernández Artime hizo pública la Carta de Convocación del Capítulo General 29, 24 de septiembre de 2023, ACG 441, claras eran las motivaciones que debían guiar los trabajos pre-capitulares y después también los trabajos del mismo Capítulo General. El Rector Mayor escribe que:

            El tema elegido es fruto de una rica y profunda reflexión que hemos llevado adelante en el Consejo General sobre la base de las respuestas recibidas de las Inspectorías y de la visión que tenemos de la Congregación en este momento. Hemos sido gratamente sorprendidos por la gran convergencia y armonía que hemos encontrado en tantos aportes de las Inspectorías, que tenían mucho que ver con la realidad que vemos en la Congregación, con el camino de fidelidad que existe en muchos sectores y también con los desafíos del presente. (ACG 441)

            El proceso de escucha de las Inspectorías que ha llevado a la individuación del tema de este Capítulo General es ya una indicación clara de una metodología de escucha. A la luz de cuanto hemos vivido en estas semanas, se confirma el valor del proceso de la escucha. La manera como hemos primero individuado y después interpretado los desafíos que la Congregación está determinada a afrontar ha evidenciado aquel clima salesiano típico nuestro, espíritu de familia, que no quiere evitar los desafíos, que no busca uniformar el pensamiento, sino que hace todo lo posible para llegar a aquel espíritu de comunión donde cada uno de nosotros pueda reconocer el camino para ser el Don Bosco hoy.
            El punto focal de los desafíos individuados tiene que ver con la “referencia a la centralidad de Dios (como Trinidad) y de Jesucristo como Señor de nuestra vida, sin nunca olvidar a los jóvenes y nuestro empeño hacia ellos” (ACG 441). El desarrollo de los trabajos del Capítulo General testimonia no solo el hecho de que tenemos la capacidad de individuar los desafíos, sino que también hemos encontrado el modo de hacer emerger aquella concordia y unidad, reconociendo y atesorando el hecho de que nos encontramos en continentes y contextos diversos, culturas y lenguas diversas. Además, este clima confirma que cuando nosotros hoy miramos la realidad con los ojos y con el corazón de Don Bosco, cuando estamos verdaderamente apasionados de Cristo y dedicados a los jóvenes, entonces descubrimos que la diversidad se convierte en riqueza, que caminar juntos es bello, aunque fatigoso, que solo juntos podemos afrontar los desafíos sin miedo.
            En un mundo fragmentado por guerras, conflictos e ideologías despersonalizantes, en un mundo marcado por pensamientos y modelos económicos y políticos que quitan el protagonismo a los jóvenes, nuestra presencia es un signo, un «sacramento» de esperanza. Los jóvenes, sin distinción de color de la piel, de pertenencia religiosa o étnica, nos piden promover propuestas y lugares de esperanza. Son hijas e hijos de Dios que de nosotros esperan que seamos siervos humildes.
            Un segundo punto que ha sido confirmado y reiterado por este Capítulo General es la compartida convicción de que “si en nuestra Congregación faltaran la fidelidad y la profecía, seríamos como la luz que no brilla y la sal que no da sabor.” (ACG 441). El punto aquí no es tanto si queremos ser más auténticos o menos, sino el hecho mismo de que este es el único camino que tenemos y es el que aquí en estas semanas ha sido fuertemente reiterado: ¡crecer en la autenticidad!
            El coraje mostrado en algunos momentos del Capítulo General es una excelente premisa para el coraje que nos será pedido en el futuro sobre otros temas que de este Capítulo General han salido. Estoy seguro de que este coraje aquí ha encontrado un terreno fértil, un ecosistema sano y prometedor y que augura bien para el futuro. Tener coraje significa no dejar que el miedo tenga la última palabra. La parábola de los talentos nos lo enseña de manera clara. A nosotros el Señor nos ha dado un solo talento: el carisma salesiano, concentrado en el Sistema Preventivo. A cada uno de nosotros será preguntado qué hemos hecho de este talento.

            Juntos, estamos llamados a hacerlo fructificar en contextos desafiantes, nuevos e inéditos. No tenemos ningún motivo para sepultarlo. Tenemos tantas motivaciones, tantos gritos de los jóvenes que nos empujan a «salir» a sembrar esperanza. Este paso corajudo, lleno de convicción, ya lo ha vivido Don Bosco en su tiempo y que hoy nos pide vivirlo como él y con él.

            Quisiera comentar algunos puntos que se encuentran ya en el Documento Final y que creo que pueden servir como flechas que nos animan en el camino de los próximos seis años.

1. Conversión personal
            Nuestro camino como Congregación Salesiana depende de aquellas elecciones personales, íntimas y profundas que cada uno de nosotros decide hacer. Ampliando el fondo contra el cual es necesario reflexionar sobre el tema de la conversión personal, es importante recordar cómo en estos años después del Concilio Vaticano II, la Congregación ha hecho un camino de reflexión espiritual, carismática y pastoral que ha sido magistralmente comentado por Don Pascual Chávez en sus intervenciones semanales. Esta lectura y esta contribución enriquece ulteriormente aquella reflexión importante que nos ha dejado el Rector Mayor Don Egidio Viganó en su última carta a la Congregación: Cómo releer hoy el carisma del fundador (ACG 352, 1995). Si hoy hablamos de un «cambio de época», Don Viganó en 1995 escribía:

            La relectura del carisma de nuestro Fundador nos tiene comprometidos ya desde hace treinta años. Dos grandes faros de luz nos han ayudado en este empeño: el primero es el Concilio Ecuménico Vaticano II, el segundo es el cambio epocal de esta hora de aceleración de la historia” (ACG 352, 1995).

            Hago referencia a este camino de la Congregación con sus riquezas y patrimonio porque el tema de la conversión personal es aquel espacio donde este camino de la Congregación encuentra su confirmación y su ulterior impulso. La conversión personal no es un asunto intimista, autorreferencial. No se trata de una llamada que me toca solo a mí de manera desapegada de todo y de todos. La conversión personal es aquella experiencia singular de donde después saldrá y emergerá una renovada pastoral. El camino de la Congregación lo podemos constatar porque encuentra en el corazón de cada uno de nosotros su punto de partida. De aquí podemos notar aquella continua y convencida renovación pastoral. El Papa Francisco en una frase condensa esta urgencia: “la intimidad de la Iglesia con Jesús es una intimidad itinerante, y la comunión «se configura esencialmente como comunión misionera»” (Christifideles laici n.32, Evangelii gaudium 23).
            Esto nos lleva a descubrir que cuando estamos insistiendo sobre la conversión personal debemos prestar atención a no caer, por una parte, en una interpretación intimista de la experiencia espiritual y, por otra, a no subvalorar lo que es el fundamento de cada camino pastoral.
            En esta llamada de renovada pasión por Jesús, invito a cada salesiano y a cada comunidad a tomar en serio las elecciones y los compromisos concretos que como Capítulo General hemos creído urgentes para un más auténtico testimonio educativo pastoral. Creemos que no podemos crecer pastoralmente sin aquella actitud de escucha a la Palabra de Dios. Reconocemos que los varios compromisos pastorales que tenemos, las necesidades siempre más crecientes que se nos presentan y que testimonian una pobreza que no se detiene nunca, arriesgan a quitarnos el tiempo necesario de «estar con Él». Este desafío ya lo encontramos desde el inicio de nuestra Congregación. Se trata de tener claras las prioridades que refuerzan nuestra espina dorsal espiritual y carismática que da alma y credibilidad a nuestra misión.
            Don Alberto Caviglia, cuando comenta el tema de la “Espiritualidad Salesiana” en sus Conferencias sobre el Espíritu Salesiano escribe:

            La maravilla más grande que han tenido aquellos que estudiaron a Don Bosco para el proceso de canonización… fue el descubrimiento del increíble trabajo de construcción del hombre interior.
            El Card. Salotti (…) refiriéndose a los estudios que iba haciendo, decía al S. Padre que «al estudiar los voluminosos procesos de Turín, más que la grandeza exterior de su obra colosal, le ha golpeado la vida interior del espíritu, de donde nació y se alimentó todo el prodigioso apostolado del Ven. Don Bosco».
            Muchos conocen solamente la obra externa que parece tan ruidosa, pero ignoran en gran parte aquel edificio sabio, sublime de perfección cristiana que él había erigido pacientemente en su alma al ejercitarse cada día, cada hora en la virtud propia de su estado.

            Queridísimos hermanos, aquí tenemos a nuestro Don Bosco. Es este Don Bosco que hoy nosotros estamos llamados a descubrir. El Artículo n.21 de nuestras Constituciones nos lo dice de manera muy clara:

            Lo estudiamos y lo imitamos, admirando en él una espléndida armonía de naturaleza y gracia. Profundamente hombre, rico en las virtudes de su gente, estaba abierto a las realidades terrenales; profundamente hombre de Dios, lleno de los dones del Espíritu Santo, vivía «como si viera lo invisible».
            Estos dos aspectos se fusionaron en un proyecto de vida fuertemente unitario: el servicio a los jóvenes. Lo realizó con firmeza y constancia, entre obstáculos y fatigas, con la sensibilidad de un corazón generoso. «No dio paso, no pronunció palabra, no puso mano a empresa que no tuviera como objetivo la salvación de la juventud… Realmente no tuvo en el corazón otra cosa que las almas» (Const. 21).

            Me gusta recordar aquí una invitación de la Madre Teresa a sus hermanas unos años antes de morir. Su dedicación y la de sus hermanas a los pobres es conocida por todos. Pero nos hace bien escuchar estas palabras que escribió a sus hermanas:

            Hasta que no seas capaz de sentir a Jesús en el silencio de tu corazón, no serás capaz de oírle decir «Tengo sed» en el corazón de los pobres. Nunca renuncies a este contacto íntimo y diario con Jesús como persona viva y real, no solo como idea. («Until you can hear Jesus in the silence of your own heart, you will not be able to hear him saying, «I thirst» in the hearts of the poor. Never give up this daily intimate contact with Jesus as the real living person – not just the idea”, in https://catholiceducation.org/en/religion-and- philosophy/the-fulfillment-jesus-wants-for-us.html)

            Solo escuchando en lo profundo del corazón a quien nos llama a seguirlo, Jesucristo, podemos realmente escuchar con un corazón auténtico a aquellos que nos llaman a servirles. Si la motivación radical de nuestro ser siervos no encuentra sus raíces en la persona de Cristo, la alternativa es que nuestras motivaciones se nutran del terreno de nuestro ego. Y la consecuencia es que nuestra misma acción pastoral termina por inflacionar el mismo ego. La urgencia de recuperar el espacio místico, el terreno sagrado del encuentro con Dios, un terreno en el que debemos quitarnos las sandalias de nuestras certezas y de nuestras maneras de interpretar la realidad con sus desafíos, en estas semanas se ha reiterado varias veces y de varias maneras.
            Queridísimos hermanos, aquí tenemos el primer paso. Aquí damos prueba de si queremos realmente ser hijos auténticos de Don Bosco. Aquí damos prueba de si realmente amamos e imitamos a Don Bosco.

2. Conocer a Don Bosco no solo amar a Don Bosco
            Somos conscientes de que otro desafío central que tenemos como Salesianos es el de comunicar la buena nueva con nuestro testimonio y a través de nuestras propuestas educativo-pastorales en una cultura que está sufriendo un cambio radical. Si en Occidente hablamos de la indiferencia a la propuesta religiosa fruto del desafío de la secularización, notamos cómo en otros continentes el desafío toma otras formas, ante todo el cambio hacia una cultura globalizada que desplaza radicalmente las escalas de valores y estilos de vida. En un mundo fluido e hiperconectado, lo que hemos conocido ayer, hoy ha cambiado radicalmente: en resumen, aquí se trata del tema, tantas veces mencionado, del cambio de época.
            Teniendo este cambio sus efectos en todos los ámbitos, es positivo ver cómo la Congregación, desde el CGS (1972) hasta hoy, está en un continuo camino de replanteamiento y reflexión sobre su propuesta educativo-pastoral. Es un proceso que responde a la pregunta «¿qué haría Don Bosco hoy, en una cultura secularizada y globalizada como la nuestra?».
            En todo este movimiento reconocemos cómo, desde sus orígenes, la belleza y la fuerza del carisma salesiano residen precisamente en su capacidad interna de dialogar con la historia de los jóvenes que en cada época estamos llamados a encontrar. Lo que nosotros contemplamos en Valdocco, tierra santa salesiana, es el soplo del Espíritu que ha guiado a Don Bosco y que reconocemos que continúa guiándonos también a nosotros hoy. Las Constituciones comienzan precisamente con esta fundante y fundamental certeza:

            El Espíritu Santo suscitó, con la intervención materna de María, a San Juan Bosco.
            Formó en él un corazón de padre y de maestro, capaz de una dedicación total: «He prometido a Dios que hasta mi último respiro sería para mis pobres jóvenes».
            Para prolongar en el tiempo su misión, lo guió a dar vida a varias fuerzas apostólicas, primero entre todas nuestra Sociedad.
            La Iglesia ha reconocido en esto la acción de Dios, sobre todo aprobando las Constituciones y proclamando santo al Fundador.
            De esta presencia activa del Espíritu obtenemos la energía para nuestra fidelidad y el sostén de nuestra esperanza. (Const. 1)

            El carisma salesiano encierra una invitación innata a ponernos frente a los jóvenes del mismo modo en que Don Bosco se ponía frente a Bartolomé Garelli… ¡»su amigo»!
            Todo esto parece muy fácil de decir, se presenta como una exhortación amigable. En realidad, esconde dentro de sí la urgente invitación a nosotros, hijos de Don Bosco, para que en el hoy de la historia, allí donde nosotros nos encontramos, repropongamos el carisma salesiano de modo adecuado y significativo. Pero, hay una condición indispensable que nos permite hacer este camino: el conocimiento verdadero y serio de Don Bosco. No podemos decir que «amamos» verdaderamente a Don Bosco, si no estamos comprometidos seriamente a «conocer» a Don Bosco.
            A menudo el riesgo es conformarnos con un conocimiento de Don Bosco que no logra conectarse con los desafíos actuales. Equipados solo con un conocimiento superficial de Don Bosco, somos realmente pobres de ese bagaje carismático que nos hace auténticos hijos suyos. Sin conocer a Don Bosco no podemos y no llegamos a encarnar a Don Bosco en las culturas donde estamos. Todo esfuerzo que presume solo esta pobreza de conocimiento carismático resulta solamente en operaciones carismáticas de cosmética, que al final son una traición de la misma herencia de Don Bosco.
            Si deseamos que el carisma salesiano sea capaz de dialogar con la cultura actual, las culturas actuales, debemos continuamente profundizarlo por sí mismo y a la luz de las siempre nuevas condiciones en que vivimos. El bagaje que hemos recibido al inicio de nuestra fase formativa inicial, si no es seriamente profundizado, hoy no es suficiente, simplemente es inútil, si no incluso dañino.

            En esta dirección, la Congregación ha hecho y está haciendo un enorme esfuerzo para releer la vida de Don Bosco, el carisma salesiano a la luz de las actuales condiciones sociales y culturales, en todas las partes del mundo. Es un patrimonio que tenemos, pero corremos el riesgo de no conocerlo porque no logramos estudiarlo como merece. La pérdida de memoria arriesga no solo hacernos perder el contacto con el tesoro que tenemos, sino que arriesga hacernos creer también que este tesoro no existe. Y esto será realmente trágico no tanto y solo para nosotros Salesianos, sino para aquellas multitudes de jóvenes que nos están esperando.
            La urgencia de tal profundización no es solo de naturaleza intelectualista, sino que toca la sed que existe por una seria formación carismática de los laicos en nuestras CEP. El Documento Final este tema lo trata a menudo y de manera sistemática. Los laicos que hoy participan con nosotros en la misión salesiana son personas deseosas de una más clara propuesta formativa salesianamente significativa. No podemos vivir estos espacios de convergencia educativo-pastoral si nuestro lenguaje y nuestro modo de comunicar el carisma no tienen la capacidad cognoscitiva y la preparación justa para suscitar curiosidad y atención por parte de aquellos que viven con nosotros la misión salesiana.
            No basta decir que amamos a Don Bosco. El verdadero «amor» por Don Bosco implica el compromiso de conocerlo y estudiarlo y no solo a la luz de su tiempo, sino también a la luz del gran potencial de su actualidad, a la luz de nuestro tiempo. El Rector Mayor Don Pascual Chávez, había invitado a toda la Congregación y a la Familia Salesiana a que los tres años que han precedido al «Bicentenario del nacimiento de Don Bosco 1815-2013» fueran tiempo de profundización de la historia, pedagogía y espiritualidad de Don Bosco (Don Pascual CHÁVEZ, Aguinaldo 2012, «Conociendo e imitando a Don Bosco, hagamos de los jóvenes la misión de nuestra vida» ACG 412).
            Es una invitación que es más que nunca actual. Este Capítulo General es una llamada y una oportunidad para fortalecer tal conocimiento de nuestro Padre y Maestro.
            Reconocemos, queridísimos hermanos, que a este punto este tema se conecta con el anterior: la conversión personal. Si no conocemos a Don Bosco y si no lo estudiamos, no podemos comprender las dinámicas y las fatigas de su camino espiritual y, por consecuencia, las raíces de sus elecciones pastorales. Llegamos a amarlo solo superficialmente, sin la verdadera capacidad de imitarlo como el hombre profundamente santo. Sobre todo, será imposible inculturar hoy su carisma en los diversos contextos y en las diversas situaciones. Solo reforzando nuestra identidad carismática, podremos ofrecer a la Iglesia y a la sociedad un testimonio creíble y una propuesta educativo-pastoral significativa y relevante para los jóvenes de hoy.

3. El camino continúa
            En esta tercera parte, me gustaría animar a todas las Inspectorías a mantener vivas las atenciones en algunos sectores en los que, a través de las diversas Deliberaciones y compromisos concretos, hemos querido dar una señal de continuidad.
            El campo de la animación y la coordinación de la marginación y el malestar juvenil ha sido un sector en el que, en estas décadas, la Congregación se ha comprometido mucho. Creo que la respuesta de las Inspectorías a la pobreza creciente es un signo profético que nos distingue y que nos encuentra a todos decididos a seguir reforzando la respuesta salesiana a favor de los más pobres.
            El compromiso de las Inspectorías en el campo de la promoción de ambientes seguros sigue encontrando una respuesta cada vez más creciente y profesional en las Inspectorías. El esfuerzo en este campo es un testimonio de que este camino es el correcto para afirmar el compromiso por la dignidad de todos, especialmente los más vulnerables.

            El campo de la ecología integral emerge como una llamada a un mayor trabajo educativo y pastoral. El crecimiento de la atención en las comunidades educativo-pastorales por los temas ambientales nos exige un compromiso sistemático para promover un cambio de mentalidad. Las diversas propuestas de formación en este ámbito ya presentes en la Congregación deben ser reconocidas, acompañadas y reforzadas aún más.
            Hay, además, dos áreas que me gustaría invitar a la Congregación a considerar atentamente para los próximos años. Forman parte de una visión más amplia del compromiso de la Congregación. Creo que son dos áreas que tendrán consecuencias sustanciales en nuestros procesos educativo-pastorales.

3.1 Inteligencia artificial: una misión real en un mundo artificial
            Como Salesianos de Don Bosco, estamos llamados a caminar con los jóvenes en cada ambiente en el que viven y crecen, también en el vasto y complejo mundo digital. Hoy en día, la Inteligencia Artificial (IA) se presenta como una innovación revolucionaria, capaz de moldear la forma en que las personas aprenden, se comunican y construyen relaciones. Sin embargo, por muy revolucionaria que sea, la IA sigue siendo exactamente eso: artificial. Nuestro ministerio, arraigado en la auténtica conexión humana y guiado por el Sistema Preventivo, es profundamente real. La inteligencia artificial puede asistirnos, pero no puede amar como nosotros. Puede organizar, analizar y enseñar de nuevas maneras, pero nunca podrá sustituir la dimensión relacional y pastoral que definen nuestra misión salesiana.

            Don Bosco era un visionario, que no temía la innovación, tanto a nivel eclesial como a nivel educativo, cultural y social. Cuando esta innovación servía al bien de los jóvenes, Don Bosco avanzaba con una velocidad sorprendente. Aprovechaba la imprenta, los nuevos métodos educativos y los laboratorios para elevar a los jóvenes y prepararlos para la vida. Si estuviera entre nosotros hoy, sin duda miraría a la IA con ojo crítico y creativo. La vería no como un fin, sino como un medio, un instrumento para amplificar la eficacia pastoral sin perder de vista a la persona humana, siempre en el centro.
            La IA no es solo un instrumento: es parte de nuestra misión de Salesianos que viven en la era digital. El mundo virtual ya no es un espacio separado, sino una parte integrante de la vida cotidiana de los jóvenes. La IA puede ayudarnos a responder a sus necesidades de manera más eficiente y creativa, ofreciendo itinerarios de aprendizaje personalizados, mentorschip virtual y plataformas que favorecen conexiones significativas.
            En este sentido, la IA se convierte tanto en un instrumento como en una misión, en cuanto nos ayuda a alcanzar a los jóvenes donde se encuentran, a menudo inmersos en el mundo digital. Aun abrazando la IA, debemos reconocer que es solo un aspecto de una realidad más amplia que comprende las redes sociales, las comunidades virtuales, la narración digital y mucho más. Juntos, estos elementos forman una nueva frontera pastoral que nos desafía a estar presentes y proactivos. Nuestra misión no es simplemente la de utilizar la tecnología, sino la de evangelizar el mundo digital, llevando el Evangelio a espacios donde de otro modo podría estar ausente.
            Nuestra respuesta a la IA y a los desafíos digitales debe estar arraigada en el espíritu salesiano de optimismo y compromiso proactivo. Sigamos caminando con los jóvenes, también en el vasto mundo digital, con corazones llenos de amor porque estamos apasionados por Cristo y arraigados en el carisma de Don Bosco. El futuro es brillante cuando la tecnología está al servicio de la humanidad y cuando la presencia digital está llena de auténtico calor salesiano y compromiso pastoral. Abrazamos este nuevo desafío, confiados en que el espíritu de Don Bosco nos guiará en cada nueva oportunidad.

3.2 La Universidad Pontificia Salesiana
            La Universidad Pontificia Salesiana (UPS) es la Universidad de la Congregación Salesiana, la Universidad que nos pertenece a todos. Constituye una estructura de gran e estratégica importancia para la Congregación. Su misión consiste en hacer dialogar el carisma con la cultura, la energía de la experiencia educativa y pastoral de Don Bosco con la investigación académica, de modo que se elabore una propuesta formativa de alto perfil al servicio de la Congregación, de la Iglesia y de la sociedad.
            Desde sus inicios, nuestra Universidad ha tenido un papel insustituible en la formación de tantos hermanos para roles de animación y de gobierno y todavía hoy desempeña esta tarea preciosa. En una época caracterizada por la desorientación difusa acerca de la gramática de lo humano y el sentido de la existencia, por la disgregación del vínculo social y por la fragmentación de la experiencia religiosa, por crisis internacionales y fenómenos migratorios, una Congregación como la nuestra está urgentemente llamada a afrontar la misión educativa y pastoral usufructuando los sólidos recursos intelectuales que se elaboran en el interior de una universidad.
            Como Rector Mayor y como Gran Canciller de la UPS, deseo reiterar que las dos prioridades fundamentales para la Universidad de la Congregación son la formación de educadores y pastores, salesianos y laicos, al servicio de los jóvenes y la profundización cultural -histórica, pedagógica y teológica- del carisma. En torno a estos dos ejes portantes, que requieren diálogo interdisciplinar y atención intercultural, la UPS está llamada a desarrollar su propio compromiso de investigación, de enseñanza y de transmisión del saber. Me alegro, por lo tanto, de que, con vistas al 150 aniversario del escrito de Don Bosco sobre el Sistema Preventivo, se haya puesto en marcha, en colaboración con la Facultad «Auxilium» de las FMA, un serio proyecto de investigación para enfocar la inspiración originaria de la praxis educativa de Don Bosco y para examinar cómo ésta inspira hoy las prácticas pedagógicas y pastorales en la diversidad de los contextos y de las culturas.
            El gobierno y la animación de la Congregación y de la Familia Salesiana sin duda se beneficiarán del trabajo cultural de la Universidad, así como el estudio académico recibirá savia preciosa manteniendo un estrecho contacto con la vida de la Congregación y su servicio cotidiano a los jóvenes más pobres de todas partes del mundo.

3.3 150 años: el viaje continúa
            Estamos llamados a dar gracias y alabanza a Dios en este año jubilar de la esperanza porque en este año recordamos el compromiso misionero de Don Bosco que en el año 1875 encuentra un momento muy significativo de desarrollo. La reflexión que en el Aguinaldo 2025 nos ha ofrecido el Vicario del Rector Mayor, Don Stefano Martoglio, nos recuerda el tema central del 150 aniversario de la primera expedición misionera de Don Bosco: reconocer, repensar y relanzar.
            A la luz del Capítulo General 29º que estamos concluyendo, nos ayuda a mantener viva esta invitación en el sexenio que nos corresponde. Como dice el texto del Aguinaldo 2025, estamos llamados a ser agradecidos porque «el agradecimiento hace patente la paternidad de cada bella realización. Sin agradecimiento no hay capacidad de acoger».
            Al agradecimiento añadimos el deber de repensar nuestra fidelidad, porque «la fidelidad comporta la capacidad de cambiar en la obediencia, hacia una visión que viene de Dios y de la lectura de los «signos de los tiempos» … Repensar, entonces, se convierte en un acto generativo, en el que se unen fe y vida; un momento en el que preguntarse: ¿qué quieres decirnos, Señor?».
            Por último, el coraje de relanzar, de recomenzar cada día. Como estamos haciendo en estos días, miremos lejos para «acoger los nuevos desafíos, relanzando la misión con esperanza. (Porque la) Misión es llevar la esperanza de Cristo con la conciencia lúcida y clara, ligada a la fe».

4. Conclusión
            Al final de este discurso de conclusión, me gustaría presentar una reflexión de Tomáš HALÍK, tomada de su libro Il pomrtiggio del cristianesimo (HALÍK, Tomáš, Tarde del cristianismo. El coraje de cambiar (Ediciones Vita e Pensiero, Milán 2022). El autor, en el último capítulo del libro, que lleva el nombre de «La sociedad del camino», presenta cuatro conceptos eclesiológicos.
            Creo que estos cuatro conceptos eclesiológicos pueden ayudarnos a interpretar positivamente las grandes oportunidades pastorales que nos esperan. Propongo esta reflexión con la conciencia de que lo que propone el autor está íntimamente ligado al corazón del carisma salesiano. Llama la atención y sorprende el hecho de que cuanto más nos adentramos en hacer una lectura carismático-pastoral, así como pedagógica y cultural de la realidad actual, se confirma cada vez más la convicción de que nuestro carisma nos proporciona una base sólida para que los diversos procesos que estamos acompañando encuentren su justa colocación en un mundo donde los jóvenes están esperando que se les ofrezca esperanza, alegría y optimismo. Es bueno que reconozcamos con gran humildad, pero al mismo tiempo con un gran sentido de responsabilidad, cómo el carisma de Don Bosco sigue proporcionando directrices hoy, no solo para nosotros, sino para toda la Iglesia.

            4.1 Iglesia como pueblo de Dios en peregrinación en la historia. Esta imagen delinea una Iglesia en movimiento y luchando con cambios incesantes. Dios plasma la forma de la Iglesia en la historia, se le revela por medio de la historia y le imparte sus enseñanzas a través de los acontecimientos históricos. Dios está en la historia (Id. p. 229).

            Nuestra llamada a ser educadores y pastores consiste precisamente en caminar con el rebaño en esta fase de la historia, en esta sociedad en continuo cambio. Nuestra presencia en los diversos «patios de la vida de las personas» es la presencia sacramental de un Dios que quiere encontrar a aquellos que lo buscan sin saberlo. En este contexto, «el sacramento de la presencia» adquiere para nosotros un valor inestimable porque se entrelaza con las vicisitudes históricas de nuestros jóvenes y de todos aquellos que se dirigen a nosotros en las diversas expresiones de la misión salesiana: el PATIO.

            4.2 La ‘escuela’ es la segunda visión de la Iglesia: escuela de vida y escuela de sabiduría. Vivimos en una época en la que en el espacio público de muchos países europeos no domina ni una religión tradicional ni el ateísmo, sino que prevalecen más bien el agnosticismo, el apateísmo y el analfabetismo religioso… En esta época es urgentemente necesario que la sociedad cristiana se transforme en una «escuela» siguiendo el ideal originario de las universidades medievales, surgidas como comunidades de docentes y alumnos, comunidades de vida, oración y enseñanza (Id. pp. 231-232).

            Recorriendo el proyecto educativo pastoral de Don Bosco desde sus orígenes, descubrimos cómo esta segunda propuesta toca directamente la experiencia que actualmente ofrecemos a nuestros jóvenes: la escuela y la formación profesional, tanto como lugares como caminos experienciales. Son recorridos educativos como instrumento indispensable para dar vida a un proceso integral donde cultura y fe se encuentran. Para nosotros hoy este espacio es una excelente oportunidad donde podemos testimoniar la buena noticia en el encuentro humano y fraterno, educativo y pastoral con tantas personas y, sobre todo, con tantos niños y jóvenes para que se sientan acompañados hacia un futuro digno. La experiencia educativa para nosotros, los pastores, es un estilo de vida que comunica sabiduría y valores en un contexto que encuentra y va más allá de la resistencia y que hace que la indiferencia se derrita con la empatía y la cercanía. Caminar juntos promueve un espacio de crecimiento integral inspirado en la sabiduría y los valores del Evangelio: la ESCUELA.

4.3 La Iglesia como hospital de campañaDurante demasiado tiempo, frente a las enfermedades de la sociedad, la Iglesia se ha limitado a dar la moral; ahora se encuentra ante la tarea de redescubrir y aplicar el potencial terapéutico de la fe. La misión diagnóstica debería ser llevada a cabo por aquella disciplina para la cual he propuesto el nombre de kairología: el arte de leer e interpretar los signos de los tiempos, la hermenéutica teológica de los hechos de la sociedad y de la cultura. La kairología debería dedicar su atención a las épocas de crisis y de cambio de los paradigmas culturales. Debería sentirlas como parte de una «pedagogía de Dios», como el tiempo oportuno para profundizar la reflexión sobre la fe y renovar su praxis. En cierto sentido, la kairología desarrolla el método del discernimiento espiritual, que es un componente importante de la espiritualidad de San Ignacio y de sus discípulos; lo aplica cuando profundiza y evalúa el estado actual del mundo y nuestras tareas en él (Id. pp. 233-234).

            Este tercer criterio eclesiológico va al corazón del enfoque salesiano. No estamos presentes en la vida de los niños y de los jóvenes para condenarlos. Nos ponemos a su disposición para ofrecerles un espacio sano de comunión (eclesial), iluminado por la presencia de un Dios misericordioso que no pone condiciones a nadie. Elaboramos y comunicamos las diversas propuestas pastorales precisamente con esta visión de facilitar el encuentro de los jóvenes con una propuesta espiritual capaz de iluminar los tiempos en que viven, de ofrecerles una esperanza para el futuro. La propuesta de la persona de Jesucristo no es fruto de un estéril confesionalismo o ciego proselitismo, sino el descubrimiento de una relación con una persona que ofrece amor incondicional a todos. Nuestro testimonio y el de todos aquellos que viven la experiencia educativo-pastoral, como comunidad, es el signo más elocuente y el mensaje más creíble de los valores que queremos comunicar para poderlos compartir: la IGLESIA.

4.4 El cuarto modelo de Iglesia… es necesario que la Iglesia instituya centros espirituales, lugares de adoración y contemplación, pero también de encuentro y diálogo, donde sea posible compartir la experiencia de la fe. Muchos cristianos están preocupados por el hecho de que en un gran número de países se esté deshilachando la red de las parroquias, que fue constituida hace algunos siglos en una situación socio-cultural y pastoral completamente diferente y en el ámbito de una diferente interpretación de sí misma de la Iglesia (Id. pp. 236-237).

            El cuarto concepto es el de una «casa» capaz de comunicar acogida, escucha y acompañamiento. Una «casa» en la que se reconoce la dimensión humana de la historia de cada persona y, al mismo tiempo, se ofrece la posibilidad de permitir a esta humanidad alcanzar su madurez. Don Bosco llama justamente «casa» al lugar en el que la comunidad vive su llamada porque, acogiendo a nuestros jóvenes, sabe asegurar las condiciones y las propuestas pastorales necesarias para que esta humanidad crezca de modo integral. Cada una de nuestras comunidades, «casa», está llamada a ser testigo de la originalidad de la experiencia de Valdocco: una «casa» que intercepta la historia de nuestros jóvenes, ofreciéndoles un futuro digno: la CASA.

            En nuestras Constituciones, Art. 40 encontramos la síntesis de todos estos «cuatro conceptos eclesiológicos». Es una síntesis que sirve como invitación y también como ánimo para el presente y el futuro de nuestras comunidades educativo-pastorales, de nuestras inspectorías, de nuestra amadísima Congregación Salesiana:

            El oratorio de Don Bosco, criterio permanente
            Don Bosco vivió una típica experiencia pastoral en su primer oratorio, que fue para los jóvenes casa que acoge, parroquia que evangeliza, escuela que encamina a la vida y patio para encontrarse como amigos y vivir en alegría.
            Al cumplir hoy nuestra misión, la experiencia de Valdocco sigue siendo criterio permanente y de discernimiento y renovación de cada actividad y obra.

            Gracias.
            Roma, 12 de abril de 2025