¿Has pensado en tu vocación? San Francisco de Sales podría ayudarte (1/10)

“No es por la grandeza de nuestras acciones por lo que agradaremos a Dios, sino por el amor con que las hacemos”, San Francisco de Sales.
Un itinerario en diez episodios en el que San Francisco de Sales podría acompañar también a los jóvenes de hoy que se plantean preguntas sobre el sentido de su vida
.

1. Si partiéramos del ABC de la vida cristiana

Queridos jóvenes,
Sé que escribo a aquellos que ya llevan en su corazón un pequeño deseo de bien, una búsqueda de luz. Ya han caminado en amistad con el Señor, pero permítanme que les resuma aquí el ABC de la vida del creyente, es decir, una vida interior y espiritual rica y profunda. Con esta base estarán equipados para tomar decisiones fructíferas en su existencia. Este trabajo no es nuevo para mí: cuando era obispo, visitaba todas las parroquias de mi diócesis, y muchas estaban situadas en las montañas. Para llegar a ellas no había carreteras y tenía que recorrer largas distancias a pie, incluso en invierno, pero me alegraba de encontrarme con esas gentes sencillas, de animarlas a vivir como Dios quiere.
Para caminar con fruto, es decisiva la labor del guía espiritual que se da cuenta de lo que pasa en el corazón, los anima, los sigue, les hace propuestas claras, graduales y estimulantes. Escribía en la Filotea: “¿Quieres emprender con confianza los caminos del Espíritu? Encuentra a alguien capaz, que sea tu guía y te acompañe; es la recomendación de las recomendaciones”. Hace cuatro siglos, como hoy: éste es el punto crucial, decisivo.
La meta a alcanzar es la santidad, que consiste en una vida cristiana consciente, es decir, una profunda amistad con Dios, una vida espiritual ferviente, marcada por el amor a Dios y al prójimo. Es un camino sencillo, sabiendo que las grandes oportunidades de servir a Dios rara vez se presentan, mientras que las pequeñas siempre las tenemos. Esto nos estimula a una caridad pronta, activa y diligente.
Si, al pensar en tal meta, son tentado por el desánimo, le repito lo que escribí hace siglos: “No debemos esperar que todo el mundo empiece con perfección: poco importa cómo empecemos. Sólo hay que estar decidido a continuar y terminar bien”.
Para empezar con buen pie, los invito a la purificación del corazón mediante la confesión. El pecado es una falta de amor, un robo a tu humanidad, un estar a oscuras y en frío: en la confesión entregas a Jesús todo lo que puede agobiarte y oscurecer tu camino. Es volver a tener la alegría del corazón.
Siguiendo adelante, las herramientas para caminar son tan antiguas y preciosas como la Iglesia, y han sostenido a generaciones de cristianos de todas las edades, ¡durante 20 siglos! También ustedes ciertamente lo han experimentado.
La oración, es decir, el diálogo con un Padre enamorado de ti y de tu vida. No olvides que a rezar se aprende rezando: por tanto, tengan fidelidad y perseverancia.

La Palabra de Dios, es decir, la “carta de Dios” dirigida precisamente a ti en forma particular. Es como una especie de brújula que orienta tu caminar, ¡sobre todo cuando hay niebla, oscuridad y se corre el riesgo de perder la orientación! No olvides que al leerla tienes el Tesoro en tus manos.
El sacramento de la Eucaristía es el termómetro de tu vida creyente: si tu corazón no ha madurado un vivo deseo de recibir el Pan de Vida, tu encuentro con Él tendrá resultados modestos. Escribía a mis contemporáneos: “Si el mundo les pregunta por qué comulgan tan a menudo, respondan que es para aprender a amar a Dios, para purificarnos de las imperfecciones, para liberaros de las miserias, para encontrar fuerza en las debilidades y consuelo en las aflicciones. Dos clases de personas deben comunicarse con frecuencia: los perfectos, porque estando bien dispuestos harían mal en no acercarse a la fuente y manantial de la perfección; y los imperfectos para esforzarse por alcanzar la perfección. Los fuertes para no debilitarse y los débiles para fortalecerse. Los enfermos para curarse y los sanos para no enfermar”. Asiste a la Santa Misa con gran frecuencia: ¡tanto como sea posible!
Luego insisto en las virtudes, porque si el encuentro con Dios es verdadero y profundo, cambia también las relaciones con las personas, el trabajo, las cosas. Ellas permiten tener un carácter humanamente rico, capaz de amistades verdaderas y profundas, de comprometerse alegremente a hacer bien su deber (trabajo-estudio), paciente y cordial en el trato, bueno.
Todo esto no sucede en tu corazón solitario, para mejorar y complacerse. La vida con los demás es un estímulo para caminar mejor (¡cuántos son mejores que nosotros!), para ayudar más (¡cuántos nos necesitan!), para ser ayudados (¡cuánto tenemos que aprender!), para recordarnos a nosotros mismos que no somos autosuficientes (¡no somos auto-creados y auto-educados!). Sin una dimensión comunitaria, pronto nos perdemos a nosotros mismos.
Espero que ya hayas saboreado los frutos de una guía estable, de confesiones bien hechas, de una oración fiel y firme, de la riqueza de la Palabra, de la Eucaristía vivida con fecundidad, de las virtudes practicadas en la alegría de la vida cotidiana, de amistades enriquecedoras, de lo indispensable del servicio. En este humus se florece: sólo en este ecosistema se puede percibir el verdadero rostro del Dios cristiano, a cuya mano es hermoso y da alegría confiar la propia vida.

Oficina de Animación Vocacional

(continuación)




Don Bosco y la recolección diferenciada de residuos puerta a puerta

¿Quién lo hubiera dicho? ¿Don Bosco un ecologista precoz? ¿Don Bosco pionero en la recolección de residuos puerta a puerta hace 140 años?

Se diría que sí, al menos según una de las cartas que hemos recuperado en los últimos años y que se encuentra en el 9º volumen del epistolario (nº 4144). Se trata de una circular impresa de 1885 que en su pequeña –la ciudad de Turín de la época- anticipa y, obviamente a su manera, “resuelve” los grandes problemas a los que se enfrenta nuestra sociedad, el llamado “consumo” y de lo “desechable”.

El destinatario
Al tratarse de una carta circular, el destinatario es genérico, una persona conocida o no. Don Bosco “capta” astutamente su atención de inmediato llamándola “benemérita y caritativa”. Dicho esto, Don Bosco señala a su corresponsal un hecho que está a la vista de todos:

Su Excelencia sabrá que los huesos, sobrantes de la mesa y generalmente de las familias arrojados al cubo de la basura como un objeto de estorbo, reunidos en grandes cantidades son en ese lugar útiles para la industria humana, y por ello son buscados por hombres de arte [= industria] a los que se paga un poco de dinero por miriñaque. Una empresa de Turín, con la que estoy en contacto, los compraría en cualquier cantidad”. Así, lo que sería una molestia, tanto en casa como fuera de ella, quizá en las calles de la ciudad, se utiliza sabiamente en beneficio de muchos.

Un alto propósito
En este punto Don Bosco lanza su propuesta: “En vista de ello y de conformidad con lo que ya se practica en algunos países en favor de otros Institutos de caridad, se me ha ocurrido apelar a las familias acomodadas y benévolas de esta ilustre ciudad, y rogarles que, en lugar de dejar que este desperdicio de su mesa se eche a perder y se vuelva inútil, quisieran darlo gratuitamente en beneficio de los pobres huérfanos recogidos en mis Institutos, y especialmente en beneficio de las Misiones de la Patagonia, donde los Salesianos, a gran costo y con riesgo de sus propias vidas, están enseñando y civilizando a las tribus salvajes, para que puedan gozar de los frutos de la Redención y del verdadero progreso. Por lo tanto, hago un recurso similar y una plegaria semejante a Su Alteza, convencido de que las tendrá en benigna consideración y las concederá”.

El proyecto parecía atractivo para las distintas partes: las familias se desharían de parte de los residuos de la mesa, la empresa estaría interesada en recogerlos para reutilizarlos de otras formas (alimento para los animales, abonos para el campo, etc.); Don Bosco obtendría dinero de ello para las misiones… y la ciudad seguiría estando más limpia.

Una organización perfecta
La situación estaba clara, el objetivo era alto, los beneficios estaban ahí para todos, pero no podían ser suficientes. Era necesario recoger huesos “puerta a puerta” por toda la ciudad. Don Bosco no se inmutó. A sus setenta años, contaba con una profunda visión, una larga experiencia, pero también con una gran capacidad de gestión. Así que organizó esta “empresa”, cuidando de evitar los siempre posibles abusos en las diversas fases de la operación-recolección: “Aquellas familias, que tengan la bondad de adherirse a esta humilde petición mía, recibirán una bolsa especial, en la que depositarán los huesos mencionados, que a menudo serían recogidos y pesados por una persona designada por la empresa compradora, emitiendo un recibo, que en caso de comprobación con la propia empresa se recogería de vez en cuando en mi nombre. De este modo, Su Excelencia no tendrá más remedio que dar las órdenes oportunas para que estos restos inútiles de su mesa, que se dispersarían, sean introducidos en la misma bolsa, para ser entregados al recolector y luego vendidos y utilizados con fines benéficos. La bolsa llevará las iniciales O. S. (Oratorio Salesiano), y la persona que venga a vaciarla presentará también algún signo, para darse a conocer a Su Excelencia o a su familia”.
¿Qué podemos decir? Excepto que el proyecto parece válido en todas sus partes, ¡incluso mejor que algunos proyectos similares en nuestras ciudades del tercer milenio!

Los incentivos
Evidentemente, había que apoyar la propuesta con algún incentivo, desde luego no económico ni promocional, sino moral y espiritual. ¿Cuál? Aquí está: “Su Excelencia se hará merecedor de las obras mencionadas, tendrá la gratitud de miles de jóvenes pobres y, lo que es más importante, recibirá la recompensa prometida por Dios a todos aquellos que se esfuerzan por el bienestar moral y material de sus semejantes”.

Un formulario preciso
Como hombre concreto, ideó un medio, diríamos que muy moderno, para tener éxito en su empresa: pidió a sus destinatarios que le devolvieran el cupón, colocado al pie de la carta, con su dirección: “Les rogaría aún de quererme asegurar, por mi bien y por la realización de los trámites a realizar, desprendiendo y devolviéndome la parte de este impreso que lleva mi dirección. En cuanto tenga su aceptación daré la orden de que le sea entregada la mencionada bolsa”.
Don Bosco cerró su carta con la habitual fórmula de agradecimiento y buenos deseos, tan apreciada por sus corresponsales.
Don Bosco, además de ser un gran educador, un fundador clarividente, un hombre de Dios, fue también un genio de la caridad cristiana.




Don Bosco. Un Ave María al final de la Santa Misa

La devoción de San Juan Bosco a Nuestra Señora es bien conocida. Las gracias recibidas de María Auxiliadora, incluso las extraordinarias, milagrosas, son quizás también conocidas en parte. Probablemente menos conocida es la promesa hecha a la Virgen, de llevar al Paraíso, a aquellos que durante toda su vida hayan combinado un Ave María con la Santa Misa.

Que el santo tenía una puerta abierta en el Cielo a sus oraciones es bien sabido. Incluso como seminarista en el seminario, sus plegarias eran escuchadas, y para disimular esta intervención del Cielo empleó durante un tiempo el truco de las píldoras de pan en lugar de las medicinas milagrosas, hasta que fue descubierto por un verdadero farmacéutico. Las numerosas peticiones de intercesión y los muchos milagros que se produjeron en su vida, relatados abundantemente por sus biógrafos, confirman esta poderosa intercesión.

La promesa de tener consigo en el paraíso a varios miles de jóvenes, que recibió de la Santísima Virgen, lo confirman dos seminaristas que le oyeron contar en un intercambio de Ejercicios Espirituales para los seminaristas del Seminario Episcopal de Bérgamo. Uno de ellos era Angelo Cattaneo, futuro vicario apostólico de Honan del Sur en China, y dio testimonio en un documento dirigido a Don Miguel Rua, y otro, Stefano Scaini, que más tarde se hizo jesuita; también él dejó testimonio en un documento dirigido a los salesianos. He aquí el primer testimonio.

D. Bosco habló de las insidias que el diablo tendía a los jóvenes para distraerlos de la Confesión y les dijo que le hubiera gustado revelar a las personas que se lo pedían el estado espiritual de sus almas.
[…]
Cuando, después de un sermón a los seminaristas [de Bérgamo], uno de ellos [Angelo Cattaneo] se presentó a Don Bosco con una lista de pecados en la mano, el Santo la arrojó al fuego y luego enumeró todos esos pecados como si los estuviera leyendo. Luego dijo a sus atentos oyentes que había obtenido la promesa de Nuestra Señora de tener consigo, en el paraíso, con varios miles de jóvenes, con la condición de que rezaran un Ave María todos los días durante la misa a lo largo de su vida terrenal. (Pilla Eugenio, I sogni di Don Bosco, p. 207)

Y también la segunda.

Muy Reverendo Señor,

Muy complacido de poder aportar mi pequeño tributo de estima y afecto agradecido a la santa memoria de Don Bosco, le cuento algo que quizá no sea inútil para quienes tengan la fortuna de escribir su vida.
En el año 1861, fue el muy venerado Don Bosco a dictar los Ejercicios Espirituales a los seminaristas del Seminario Episcopal de Bérgamo, entre los que también me encontraba.
Ahora bien, en uno de sus sermones nos dijo algo así: “En cierta ocasión pude pedir a María Santísima la gracia de tener conmigo en el Paraíso a varios miles de jóvenes (creo que también dijo el número de miles, pero no lo recuerdo), y Nuestra Señora Santísima me lo prometió. Si el resto de ustedes también desea pertenecer a ese número, estaré encantado de inscribirles, con la condición de que recen un Ave María todos los días mientras vivan, y que, si es posible en el momento de oír la Santa Misa, o mejor dicho en el momento de la Consagración”.

No sé qué opinaron los demás de esta propuesta, pero por mi parte la acogí con alegría, dada la alta estima en que me tenía Don Bosco en aquellos días, y no falté ni un solo día que recuerde recitando el Ave María según esta intención. Pero con el paso de los años me asaltó una duda, que hice resolver al propio Don Bosco; y he aquí cómo.
La tarde del 3 de enero de 1882, encontrándome en Turín camino de Chieri para ingresar en el Noviciado de la Compañía de Jesús, pedí y obtuve permiso para hablar con Don Bosco. Me recibió con gran amabilidad, y habiéndole dicho que estaba a punto de entrar en el Noviciado de la Compañía, me dijo: – ¡Oh! ¡cómo lo disfruto! Cuando oigo que alguien entra en la Compañía de Jesús, siento tanto placer como si entrara entre mis salesianos.
Así que le dije: – Si me lo permite, me gustaría pedirle que me aclarara algo que me toca muy de cerca. Dígame, ¿recuerda cuando vino al seminario de Bérgamo para darnos los Ejercicios Espirituales? – Sí, me acuerdo. – ¿Recuerda que nos habló de una gracia pedida a la Virgen, etc.? – y le recordé sus palabras, el pacto, etc. – Sí, lo recuerdo – bueno, siempre he recitado ese Ave María; siempre la recitaré… pero… Su Señoría nos ha hablado de miles de jóvenes; yo ya estoy fuera de esta categoría… y por eso temo no pertenecer al número afortunado…

Y Don Bosco con gran confianza: – Siga rezando ese Ave María y estaremos juntos en el Paraíso. – Así que, habiendo recibido la Santa Bendición y besado su mano con afecto, me marché lleno de consuelo y de la dulce esperanza de encontrarme un día en el Paraíso con él.
Si Su Señoría cree que esto puede ser de alguna gloria para Dios y de algún honor para la santa memoria de Don Bosco, sepa que estoy muy dispuesto a confirmar la sustancia de ello incluso con juramento.
Lomello, 4 de marzo de 1891.

Muy humilde y devoto servidor
V. Stefano Scaini S.I
. [MB VI,846].

Estos testimonios dejan claro hasta qué punto la salvación eterna estaba en el corazón de Don Bosco. En todas sus iniciativas educativas y sociales, muy necesarias por otra parte, no perdía de vista el objetivo último de la vida humana, el Paraíso. Quería preparar a todos para este último examen de la vida, y por eso insistía en que se acostumbrara también a los jóvenes a hacer el ejercicio de la buena muerte cada fin de mes, recordando las últimas cosas, también llamadas los novissimos: la muerte, el juicio, el Cielo y el infierno. Y para ello había pedido y obtenido esta gracia especial de María Auxiliadora.
Por supuesto, hoy nos parece extraño que esta oración se hiciera durante la Santa Misa y también en el momento mismo de la Consagración. Pero, para entenderlo, hay que recordar que en tiempos de Don Bosco la Misa se celebraba íntegramente en latín, y como la inmensa mayoría de los fieles no conocía esta lengua, era fácil distraerse en lugar de rezar. Para poner remedio a esta inclinación humana solía recomendar diversas oraciones durante la celebración.

¿Podemos hoy recitar este Ave María al final de la celebración? El propio Don Bosco nos lo hace entender: “posiblemente durante el tiempo que escucháis la Santa Misa…”. Es más, las normas litúrgicas actuales no recomiendan insertar otras oraciones fuera de las del Misal.
¿Podemos esperar que este Ave María también nos añada al número de beneficiarios de la promesa? Viviendo en gracia de Dios, haciéndolo toda la vida, y por la respuesta de Don Bosco a Stefano Scaini: “Sigue recitando ese Ave María y estaremos juntos en el Paraíso”, podemos responder afirmativamente.




Basílica del Sagrado Corazón en Roma

En el ocaso de su vida, obedeciendo un deseo del Papa León XIII, Don Bosco asumió la difícil tarea de construir el templo del Sagrado Corazón de Jesús en el Castro Pretorio de Roma. Para completar la gigantesca empresa no escatimó fatigosos viajes, humillaciones, sacrificios, que acortaron su preciosa vida de apóstol de la juventud.

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús se remonta a los comienzos de la Iglesia. En los primeros siglos, los Santos Padres invitaban a mirar el costado traspasado de Cristo, símbolo del amor, aunque no se refirieran explícitamente al Corazón del Redentor.
Las primeras referencias encontradas proceden de las místicas Matilde de Magdeburgo (1207-1282), Santa Matilde de Hackeborn (1241-1299), Santa Gertrudis de Helfta (ca. 1256-1302) y el beato Enrique Suso (1295-1366).
Se produjo un importante desarrollo con las obras de San Juan Eudes (1601-1680), y después con las revelaciones privadas de la visitandina Santa Margarita María Alacoque, difundidas por San Claudio de la Colombière (1641-1682) y sus hermanos jesuitas. A finales del siglo XIX se difundieron las iglesias consagradas al Sagrado Corazón de Jesús, principalmente como templos expiatorios.
Con la consagración de la humanidad al Sagrado Corazón de Jesús, a través de la encíclica de León XIII, Annum Sacrum (1899) el culto se extendió y fortaleció enormemente con dos encíclicas más que vendrían después: Miserentissimus Redemptor (1928) de Pío XI y sobre todo Haurietis Aquas (1956) de Pío XII.

En tiempos de Don Bosco, tras la construcción de la estación de ferrocarril de Termini por el Papa Pío IX en 1863, el barrio empezó a poblarse y las iglesias de los alrededores no podían atender adecuadamente a los fieles. Esto llevó al deseo de construir un templo en la zona, y en un principio se planeó dedicarlo a San José, que fue nombrado patrón de la Iglesia Universal el 8 de diciembre de 1870. Tras una serie de acontecimientos, en 1871 el papa cambió el patronazgo del templo deseado, dedicándolo al Sagrado Corazón de Jesús, y permaneció en fase de planificación hasta 1879. Mientras tanto, el culto al Sagrado Corazón siguió extendiéndose, y en 1875, en París, en la colina más alta de la ciudad, Montmartre (Monte de los Mártires), se colocó la primera piedra de la iglesia del mismo nombre, Sacré Cœur, que fue terminada en 1914 y consagrada en 1919.

Tras la muerte del Papa Pío IX, el nuevo Papa León XIII (como arzobispo de Perugia había consagrado su diócesis al Sacré Cœur) decidió reanudar el proyecto, y la primera piedra se colocó el 16 de agosto de 1879. Las obras se detuvieron poco después por falta de apoyo financiero. Uno de los cardenales, Gaetano Alimonda (futuro arzobispo de Turín) aconsejó al Papa que confiara la empresa a Don Bosco y, aunque el pontífice dudó en un primer momento conociendo los compromisos de las misiones salesianas dentro y fuera de Italia, le hizo la propuesta al Santo en abril de 1880. Don Bosco no lo pensó dos veces y respondió: “El deseo del Papa es para mí un mandato: acepto el compromiso que Vuestra Santidad que tiene la bondad de confiarme”. Cuando el Papa le advirtió que no podía apoyarle económicamente, el Santo sólo le pidió la bendición apostólica y los favores espirituales necesarios para la tarea que se le había encomendado.

Colocación de la primera piedra de la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús en Roma

A su regreso a Turín, quiso la aprobación del Capítulo para esta empresa. De los siete votos, sólo uno fue positivo: el suyo… El Santo no se desanimó y argumentó: “Todos ustedes me han dado un ‘no’ rotundo y eso está bien, porque han actuado según la prudencia requerida en casos graves de gran importancia como éste. Pero si en lugar de un ‘no’ me dais un ‘sí’, os aseguro que el Sagrado Corazón de Jesús enviará los medios para construir su iglesia, pagar nuestras deudas y darnos una buena propina” (MB XIV,580). Tras este discurso se repitió la votación y los resultados fueron todos positivos y la principal bendición fue el Hospicio del Sagrado Corazón que se construyó junto a la iglesia para niños pobres y abandonados. Este segundo proyecto de hospicio se incluyó en una Convención realizada el 11 de diciembre de 1880, que garantizaba el uso perpetuo de la iglesia a la Congregación Salesiana.
La aceptación le causó graves preocupaciones y le costó la salud, pero Don Bosco, que enseñó a sus hijos el trabajo y la templanza y dijo que sería un día de triunfo cuando se dijera que un salesiano había muerto en el campo de batalla agotado por la fatiga, les precedió con el ejemplo.

La construcción del Templo del Sagrado Corazón en el Castro Pretorio de Roma se hizo no sólo por obediencia al Papa sino también por devoción.
Retomemos una de sus intervenciones sobre esta devoción, pronunciado en unas buenas noches a sus alumnos y hermanos sólo un mes después de su encargo, el 3 de junio de 1880, víspera de la fiesta del Sagrado Corazón.
Mañana, mis queridos hijos, la Iglesia celebra la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Es necesario que también nosotros, con gran esfuerzo, tratemos de honrarla. Es cierto que llevaremos la solemnidad exterior al domingo; pero mañana comencemos a celebrarla en nuestro corazón, a rezar de manera especial, a comulgar fervorosamente. Luego, el domingo, habrá música y las demás ceremonias del culto externo, que hacen que las fiestas cristianas sean tan hermosas y majestuosas.
Algunos de ustedes querrán saber qué es esta fiesta y por qué se honra especialmente al Sagrado Corazón de Jesús. Les diré que esta fiesta no es otra cosa que honrar con un recuerdo especial el amor que Jesús trajo a la humanidad. ¡Oh, el gran amor infinito que Jesús nos trajo en su encarnación y nacimiento, en su vida y predicación, y particularmente en su pasión y muerte! Dado que la sede del amor es el corazón, el Sagrado Corazón es venerado como el objeto que sirvió de horno a este amor sin límites. Esta veneración del Sacratísimo Corazón de Jesús, es decir, del amor que Jesús nos mostró, fue de todos los tiempos y siempre; pero no siempre hubo una fiesta especialmente establecida para venerarlo. Cómo Jesús se apareció a la Beata Margarita una fiesta le manifestó el gran bien que vendrá a la humanidad honrando a su amantísimo corazón con un culto especial, y cómo se estableció por tanto la fiesta, lo oiréis en el sermón del domingo por la tarde.
Ahora animémonos y hagamos cada uno lo posible por corresponder a tanto amor que Jesús nos ha traído
”. (MB XI,249)

Siete años más tarde, en 1887, la iglesia quedó terminada para el culto. El 14 de mayo de ese año, Don Bosco asistió emocionado a la consagración del templo, solemnemente presidida por el cardenal vicario Lucido Maria Parocchi. Dos días después, el 16 de mayo, celebró la única Santa Misa en esta iglesia, en el altar de María Auxiliadora, interrumpida más de quince veces por las lágrimas. Eran lágrimas de gratitud por la luz divina que había recibido: había comprendido las palabras de su sueño de nueve años: «¡A su debido tiempo lo comprenderás todo!». Una tarea cumplida en medio de muchas incomprensiones, dificultades y penurias, pero que coronaba una vida dedicada a Dios y a los jóvenes, recompensada por la misma Divinidad.

Recientemente se ha realizado un vídeo sobre la Basílica del Sagrado Corazón. Se lo proponemos a continuación.






La mirada de Don Bosco

¿Pero quién lo creería? Con esa mirada, Don Bosco… ¡veía tantas cosas!
Un viejo sacerdote, antiguo alumno de Valdocco, escribió en 1889: “Lo que más destacaba en Don Bosco era su mirada, dulce pero penetrante hasta la oscuridad del corazón, que uno apenas podía resistirse a contemplar. Se puede decir que su mirada atraía, aterrorizaba, se posaba a propósito y que en mis viajes por el mundo nunca he conocido a una persona cuya mirada fuera más impresionante que la suya. Generalmente los retratos y los cuadros no dan cuenta de esta singularidad, y me hacen de él un aficionado”.
Otro antiguo alumno de los años 70, Pedro Pons, revela en sus recuerdos: “Don Bosco tenía dos ojos que traspasaban y penetraban la mente… Se paseaba hablando y mirando a todo el mundo con esos dos ojos que giraban en todas direcciones, electrizando los corazones de alegría”.
El salesiano Don Pedro Fracchia, alumno de Don Bosco, recordaba un encuentro que tuvo con el santo sentado en su escritorio. El joven se atrevió a preguntarle por qué escribía así, con la cabeza gacha y girado hacia la derecha, acompañando a la pluma. Don Bosco, sonriendo, le contestó: “La razón es ésta, ¡ya ves! De este ojo Don Bosco ya no ve, y de este otro poco, ¡poco!”. – “¿Ve poco? Pero entonces, ¿cómo es que el otro día en el patio, mientras estaba lejos de usted, me lanzó una mirada tan viva, tan brillante, tan penetrante como un rayo de sol?” – “Pero va allí… ¡Ustedes piensan y ven inmediatamente quién sabe qué…!”
Y sin embargo era así. Y los ejemplos podrían multiplicarse. Con su ojo escrutador, Don Bosco penetraba y adivinaba todo en los jóvenes: carácter, ingenio, corazón. Algunos de ellos intentaban a propósito huir de su presencia porque no soportaban su mirada. El padre Dominic Belmonte aseguraba haber sido testigo personal de este hecho: “Muchas veces Don Bosco miraba a un joven de una manera tan especial que sus ojos decían lo que su labio no expresaba en ese momento, y le hacía comprender lo que quería de él”.

A menudo seguía a un joven con la mirada en el patio, mientras conversaba con otros. De repente, la mirada del joven se encontraba con la de Don Bosco y el interesado comprendía. Se le acercaba para preguntarle qué quería de él y Don Bosco se lo susurraba al oído. Tal vez era una invitación a la confesión.
Una noche, un alumno no conseguía conciliar el sueño. Suspiraba, mordía las sábanas, lloraba. El compañero que dormía a su lado, despertado por esta agitación, le preguntó: “¿Qué te pasa? ¿Qué te pasa?” – “¿Qué me pasa? Anoche me miró Don Bosco”. – “¡Oh, hermosa! Y eso no es nada nuevo. ¡No hay necesidad de molestar a todo el dormitorio por eso!” – Por la mañana se lo contó a Don Bosco y éste le contestó: “¡Pregúntale lo que le dice su conciencia!”. Uno puede imaginarse el resto.

Más testimonios en Italia, España y Francia

Don Bosco a los 71 años – Sampierdarena, 16 de marzo de 1886

Don Michele Molineris, en su Vita episodica di don Bosco publicación póstuma en el Colle en 1974, da otra serie de testimonios sobre la mirada de Don Bosco. Nos referimos sólo a tres de ellos, también para recordar a este estudioso del Santo que, además del resto, tenía un conocimiento único de los lugares y las personas de la infancia de Juan Bosco. Pero vayamos a los testimonios que recogió.
El obispo Felice Guerra recordó personalmente la vivacidad de la mirada de Don Bosco, declarando que penetraba como una espada de doble filo hasta el punto de entumecer los corazones y conmover las conciencias. Y sin embargo “¡de un ojo no veía y el otro le servía de poco!”
El P. Juan Ferrés, párroco de Gerona en España, que vio a Don Bosco en 1886, escribió que “tenía unos ojos muy vivos, una mirada penetrante… Mirándole me sentí obligado a inclinarme y examinar cómo estaba de alma”.
El Sr. Accio Lupo, ujier del Ministro Francesco Crispi, que había introducido a Don Bosco en el despacho del estadista, lo recordaba como “un sacerdote demacrado…¡con ojos penetrantes!”.

Y, por último, recordamos impresiones recogidas de sus viajes por Francia. El cardenal Juan Cagliero relató el siguiente hecho que constató personalmente cuando acompañaba a Don Bosco. Tras una conferencia celebrada en Niza, Don Bosco salió del presbiterio de la iglesia para dirigirse a la puerta, rodeado por la multitud que no le dejaba caminar. Un individuo de aspecto sombrío se quedó inmóvil, mirándolo como si tramara algo no bueno. Don Cagliero, que no le quitaba ojo, inquieto por lo que pudiera ocurrir, vio acercarse al hombre. Don Bosco se dirigió a él: “¿Qué quiere? – ¿A mí? ¡Nada!” – “¡Sin embargo, parece que tiene algo que decirme!” – “No tengo nada que decirle” – “¿Quiere confesarse?” – “¿Confesarme? ¡Ni por asomo!” – “¿Entonces qué hace aquí?” – “Estoy aquí porque… ¡no puedo irme!” – “Entiendo … Señores, déjenme solo un momento”, dijo Don Bosco a los que le rodeaban. Los que lo rodeaban se retiraron, Don Bosco susurró unas palabras al oído del hombre que, cayendo de rodillas, se confesó allí mismo, en medio de la iglesia.
Más curioso fue el suceso de Tolón, ocurrido durante el viaje de Don Bosco a Francia en 1881.
Tras una conferencia en la iglesia parroquial de Santa María, Don Bosco, con una bandeja de plata en la mano, recorrió la iglesia pidiendo limosna. Un trabajador, cuando Don Bosco le presentó el plato, volvió la cara, encogiéndose de hombros con rudeza. Don Bosco, al pasar a su lado, le dirigió una mirada cariñosa y le dijo: “¡Que Dios le bendiga!” – El obrero se metió entonces la mano en el bolsillo y depositó un penique en el plato. Don Bosco, mirándole fijamente a la cara, le dijo: _ ¡Que Dios le recompense! El otro, haciendo de nuevo el gesto, le ofreció dos peniques. Y Don Bosco: _ ¡Oh, querido, que Dios te recompense cada vez más! El hombre, al oír esto, sacó su monedero y dio un franco. Don Bosco le dirigió una mirada llena de emoción y se marchó. Pero aquel hombre, casi atraído por una fuerza mágica, le siguió a través de la iglesia, entró tras él en la sacristía, salió tras él al pueblo y no dejó de estar detrás de él hasta que le vio desaparecer. ¡El poder de la mirada de Don Bosco!
Jesús dijo: “Los ojos son como la lámpara para el cuerpo; si tus ojos son buenos estarás totalmente en la luz”.
¡Los ojos de Don Bosco estaban totalmente en la Luz!




La Crónica de Don Giulio Barberis: día a día en Valdocco con Don Bosco

El 21 de febrero de 1875 algunos salesianos decidieron crear una “comisión histórica” para “recoger las memorias de la vida de Don Bosco”, se empeñaron en “escribir y leer juntos lo que será escrito para obtener la mayor exactitud posible” (así se lee en el acta redactada por don Miguel Rua). Entre ellos se encontraba un joven sacerdote de 28 años, que había sido nombrado recientemente por Don Bosco para organizar y dirigir el noviciado de la congregación salesiana, según las constituciones aprobadas oficialmente el año anterior. Se llamaba don Giulio Barberis, más conocido por haber sido el primer maestro de novicios de los Salesianos de Don Bosco, función que desempeñó durante veinticinco años. Más tarde fue inspector y después director espiritual de la congregación desde 1910 hasta su muerte en 1927.

Se implicó más que los demás en la “comisión histórica”, conservando recuerdos y testimonios de las actividades de Don Bosco y de la vida del Oratorio de Valdocco desde mayo de 1875 hasta junio de 1879, cuando abandonó Turín para trasladarse al nuevo emplazamiento del noviciado en San Benigno Canavese. Nos dejó una copiosa documentación que aún se conserva en el Archivo Central Salesiano, entre la que destacan por su importancia los quince cuadernos manuscritos que tituló Cronichetta. Muchos estudiosos y biógrafos de San Juan Bosco se han servido de ellos (empezando por don Lemoyne para sus Memorias biográficas), pero hasta ahora habían permanecido inéditos. El año pasado se publicó una edición crítica que pone a disposición de todos este importante y directo testimonio sobre Don Bosco y los inicios de la congregación que fundó.

Don Giulio Barberis, licenciado por la Universidad de Turín, era un hombre atento y preciso en su trabajo, y leyendo las páginas de su Cronichetta se puede ver con qué pasión y cuidado intentó completar también esta obra.
Desgraciadamente, con pesar y tristeza, señala en repetidas ocasiones que, bien por motivos de salud, bien por sus otros numerosos compromisos, tuvo que suspender la redacción de los cuadernos o limitarse a resumir o simplemente insinuar ciertos hechos. En un momento dado se ve obligado a escribir: “Qué suspensión tan dolorosa. Perdóname, querida Cronichetta: si te suspendo tantas veces y con suspensiones tan largas, no es que no te quiera por encima de cualquier otro trabajo, sino que es por necesidad, es decir, para cumplir primero con mis obligaciones, al menos en lo esencial” (Cuaderno XI, p. 36). Por tanto, no nos sorprende que la forma de sus anotaciones no sea siempre pulcra, con algunas frases mal construidas o algunas imprecisiones ortográficas; de hecho, esto no desmerece lo que nos ha transmitido.
Los cuadernos, en efecto, son una cantera de información con la ventaja de la inmediatez en comparación con otras narraciones posteriores, literariamente más cuidadas, pero necesariamente reelaboradas y reinterpretadas. En ellos encontramos testimonios de acontecimientos importantes, como la primera expedición misionera de 1875, cuya preparación, partida y los efectos se relatan con todo detalle.

Se describen las fiestas más importantes (por ejemplo, María Auxiliadora o el nacimiento de San Juan Bautista, onomástica de Don Bosco) y cómo se celebraban. Podemos conocer las actividades ordinarias y extraordinarias de Valdocco (la escuela, el teatro, la música, las visitas de diversas personalidades…): cómo se preparaban y gestionaban, qué funcionaba bien y qué había que mejorar, cómo se organizaban y trabajaban juntos los salesianos bajo la dirección de Don Bosco, sin ocultar algunos aspectos críticos. También hay pequeños aspectos de la vida cotidiana: la salud, la alimentación, la economía y muchos otros detalles. Sin embargo, de estas crónicas también emerge el espíritu que animó toda la obra: la pasión que sostenía el compromiso, a menudo abrumador, el afecto por Don Bosco tanto de los salesianos como de los muchachos, el estilo y las opciones educativas, el cuidado por el crecimiento de las vocaciones y la formación de los jóvenes salesianos. En un momento dado, el autor señala: “Oh, si así pudiéramos consumir toda nuestra vida hasta el último aliento en trabajar en la congregación para la mayor gloria de Dios, pero de tal manera que ni siquiera un soplo de nuestra vida tuviera otro fin” (Cuaderno VII, pág. 9).

La Cronichetta además presenta un retrato preciso de Don Bosco en sus años de madurez. El 15 de agosto de 1878 don Barberis escribió: “Cumpleaños de Don Bosco. Nació en el 1815, cumple 63 años. Se celebró una fiesta. Sirvió esta ocasión para repartir premios a los artesanos. Se imprimieron poemas como de costumbre y muchos se leyeron” (cuaderno XIII, p. 82). Muchos registros se detienen en las características de la personalidad del padre y maestro de los jóvenes, incluyendo ciertos aspectos que se han perdido en los relatos biográficos posteriores, como su interés por los descubrimientos arqueológicos y científicos de su época. Pero sobre todo aparece la total dedicación a su obra, en aquellos años en particular el empeño por consolidar la congregación salesiana y ampliar cada vez más su radio de acción con la fundación de nuevas casas en Italia y en el extranjero.

Sin embargo, resulta difícil resumir el riquísimo contenido de estos cuadernos. En la introducción al volumen se ha intentado identificar algunos núcleos temáticos que van desde la historia de la congregación salesiana y la vida de Don Bosco (hay varios pasajes en los que Barberis menciona “cosas antiguas del oratorio”) hasta el modelo de formación de Valdocco y los aspectos de gestión y organización. En la introducción se abordan también otras cuestiones relacionadas con el documento: el uso que se hace de él, con especial referencia a las Memorias Biográficas, el valor histórico que debe darse a la información, la finalidad para la que fue redactado y el lenguaje y el estilo utilizados. Respecto a este último punto, observamos cómo el autor, de acuerdo con lo que aprendió del propio Don Bosco, ha enriquecido su crónica con diálogos, episodios divertidos, «buenas noches» y sueños de Don Bosco, haciendo así que la lectura sea también interesante y agradable.

El volumen es también un testimonio más general del momento histórico en el que fue escrito, en particular del agitado periodo que siguió a la unificación italiana. En marzo de 1876 se produjo por primera vez un cambio de gobierno dirigido por el partido de la Izquierda histórica. En el octavo cuaderno de la Cronichetta del 6 de agosto de 1876 encontramos un registro de la recepción celebrada en el colegio salesiano de Lanzo con motivo de la inauguración del nuevo ferrocarril, en la que participaron varios ministros. La interacción de Don Bosco con los políticos y su interés por los asuntos de Italia y de otros estados está bien documentada y las notas históricas al final de cada cuaderno proporcionan información esencial. Incluso noticias de actualidad más específicas encuentran su lugar en los diversos registros, como el tendido de cables submarinos para el telégrafo eléctrico o algunas creencias sanitarias y médicas de la época.

Esta publicación es una edición crítica, por lo que se dirige principalmente a los estudiosos de la historia salesiana, pero también quienes deseen profundizar en ciertos aspectos de la persona del santo fundador de los salesianos y de su obra encontrarán un gran provecho en la lectura, que, superado el obstáculo del italiano del siglo XIX, resulta a menudo amena.

don Massimo SCHWARZEL, sdb




Historia de la construcción de la Iglesia de María Auxiliadora (3/3)

(continuación del artículo anterior)

Siempre en acción
Pero Providencia necesita que sea “buscada”. Y en agosto Don Bosco volvió a escribir al Conde Cibrario, Secretario de la Orden de Mauricio, para recordarle que había llegado el momento de cumplir la segunda parte del compromiso financiero que había contraído dos años antes. Desde Génova, afortunadamente, recibió sustanciosas ofertas del conde Pallavicini y de los condes Viancino di Viancino; otras ofertas le llegaron en septiembre de la condesa Callori di Vignale e igualmente de otras ciudades, Roma y Florencia en particular.
Sin embargo, pronto llegó un invierno muy frío, con el consiguiente aumento de los precios de productos de consumo, incluido el pan. Don Bosco entró en una crisis de liquidez. Entre alimentar a cientos de bocas y suspender las obras, se ve obligado a elegir. Así pues, las obras de la iglesia se estancaron, mientras crecían las deudas. Así que, el 4 de diciembre, Don Bosco tomó papel y bolígrafo y escribió al Caballero Oreglia en Roma: “Recoge mucho dinero y luego vuelve, porque no sabemos de dónde sacar más”. Es cierto que la Virgen siempre pone de su parte, pero al final del año, todos los proveedores piden dinero”. ¡Espléndido!

9 de junio de 1868: consagración solemne de la iglesia de María Auxiliadora
En enero de 1868, Don Bosco se dedicó a terminar la decoración interior de la iglesia de María Auxiliadora.

En Valdocco la situación seguía siendo bastante grave. Don Bosco escribió a Cav. Oreglia en Roma: “Aquí seguimos con un frío muy intenso: hoy ha llegado a los 18 grados bajo cero; a pesar del fuego de la estufa el hielo de mi habitación no ha podido derretirse. Hemos atrasado la hora de despertar a los jóvenes, y como la mayoría siguen vestidos de verano, cada uno se ha puesto dos camisas, una chaqueta, dos pares de calzones, abrigos militares; otros mantienen las mantas de la cama sobre los hombros durante todo el día y parecen otras tantos disfrazados de carnaval”.
Afortunadamente, una semana después el frío disminuyó y el metro de nieve comenzó a derretirse.
Mientras tanto, en Roma se preparaba la medalla conmemorativa. Don Bosco, al tenerla en sus manos, mandó hacer correcciones en la inscripción y reducir a la mitad el grosor para ahorrar dinero. Sin embargo, el dinero recaudado fue siempre inferior a las necesidades. Así, la colecta para la capilla de Santa Ana promovida por las mujeres de la nobleza florentina, en particular la condesa Virginia Cambray Digny, esposa del ministro de Agricultura, Finanzas y Comercio, a mediados de febrero seguía siendo una sexta parte del total (6000 liras). Sin embargo, Don Bosco no desesperó e invitó a la Condesa a Turín: “Espero que en alguna ocasión pueda visitarnos y ver con sus propios ojos este majestuoso edificio para nosotros, del que se puede decir que cada ladrillo es una ofrenda hecha por los que ahora están cerca y ahora lejos pero siempre por gracia recibida”.

Altar inicial de la Iglesia de María Auxiliadora

Y así fue realmente, si al principio de la primavera se lo repitió a su habitual caballero (y lo imprimiría poco después en el libro conmemorativo Maravilla de la madre de Dios invocada bajo el título de María Auxiliadora): “Estoy enfrascado en gastos, muchas facturas que saldar, todo el trabajo que reanudar; haz lo que pueda, pero rece con fe. ¡Creo que ha llegado el momento de los que quieren la gracia de María! Vemos uno cada día’.

Los preparativos de la fiesta
A mediados de marzo, el arzobispo Riccardi fijó la consagración de la iglesia para la primera quincena de junio. Para entonces todo estaba listo: los dos campanarios de la fachada coronados por dos arcángeles, la gran estatua dorada de la cúpula ya bendecida por el arzobispo, los cinco altares de mármol con sus respectivas pinturas, incluida la maravillosa de María Auxiliadora con el niño en brazos, rodeada de ángeles, apóstoles, evangelistas, en un resplandor de luz y color.
Se puso entonces en marcha un plan excepcional para la preparación. En primer lugar, se trataba de encontrar al obispo consagrante; después, de contactar con varios obispos para las celebraciones solemnes de la mañana y la tarde de cada día del Octavario; a continuación, de cursar invitaciones personales a decenas de distinguidos benefactores, sacerdotes y laicos de toda Italia, muchos de los cuales debían ser dignamente acogidos en la casa; por último, de preparar a cientos de niños tanto para solemnizar con cantos las ceremonias pontificales y litúrgicas, como para participar en academias, juegos, desfiles, momentos de alegría y felicidad.

Al fin el gran día

Tres días antes del 9 de junio, los chicos del internado de Lanzo llegaron a Valdocco. El domingo 7 de junio, “L’Unità Cattolica” publicó el programa de las celebraciones, el lunes 8 de junio llegaron los primeros invitados y se anunció la llegada del duque de Aosta en representación de la Familia Real. También llegaron los chicos del internado de Mirabello. Los cantantes pasaron horas ensayando la nueva misa del maestro De Vecchi y el nuevo Tantum ergo de Don Cagliero, así como la solemne antífona Maria succurre miseris del propio Cagliero, que se había inspirado en la polifónica Tu es Petrus de la basílica vaticana.
A la mañana siguiente, 9 de junio, a las 5.30 horas, pasando entre una doble fila de 1.200 festeros y cantores, el arzobispo hizo el triple recorrido por la iglesia y después, con el clero, entró en el templo para realizar a puerta cerrada las ceremonias previstas de consagración de los altares. Hasta las 10.30 no se abrió la iglesia al público, que asistió a la misa del arzobispo y a la siguiente de Don Bosco.
El arzobispo regresó por la tarde para las vísperas pontificales, solemnizadas por el triple coro de cantores: 150 tenores y bajos a los pies del altar de San José, 200 sopranos y contraltos en la cúpula, otros 100 tenores y bajos en el sitio de la orquesta. Don Cagliero los dirigió, aún sin verlos a todos, a través de un artilugio eléctrico diseñado para la ocasión.

La antigua sacristía de la Iglesia de María Auxiliadora

Fue un triunfo de la música sacra, un encantamiento, algo celestial. Indescriptible fue la emoción de los presentes, que al salir de la iglesia pudieron admirar también la iluminación exterior de la fachada y la cúpula coronada por la estatua iluminada de María Auxiliadora.
¿Y Don Bosco? Todo el día rodeado de una multitud de bienhechores y amigos, conmovido más allá de las palabras, no hizo más que alabar a Nuestra Señora. Un sueño “imposible” se había hecho realidad.

Una octava igualmente solemne
Las celebraciones solemnes se alternaron mañana y tarde durante todo el octavario. Fueron días inolvidables, los más solemnes que Valdocco había visto jamás. No en vano Don Bosco las propagó inmediatamente con la robusta publicación “Recuerdo de una solemnidad en honor de María Auxiliadora”.
El 17 de junio volvió un poco de paz a Valdocco, los jóvenes huéspedes volvieron a sus escuelas, los devotos a sus casas; a la iglesia aún le faltaban acabados interiores, ornamentos, mobiliario… Pero la devoción a María Auxiliadora, que para entonces se había convertido en la “Virgen de Don Bosco” se escapó rápidamente y se extendió por todo el Piamonte, Italia, Europa y América Latina. Hoy existen en el mundo cientos de iglesias dedicadas a ella, miles de altares, millones de cuadros y pequeñas imágenes. Don Bosco repite hoy a todos, como al P. Cagliero cuando partió para las misiones en noviembre de 1875: “Confíen todo a Jesucristo Sacramentado y a María Auxiliadora y verán lo que son los milagros”.

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Historia de la construcción de la Iglesia de María Auxiliadora (2/3)

(continuación del artículo anterior)

La lotería
La autorización se concedió muy rápidamente, por lo que la compleja maquinaria de recogida y evaluación de los regalos y de venta de los boletos se puso en marcha de inmediato en Valdocco: todo según lo indicado en el plan de reglamento difundido en la prensa. Fue el cav. Federico Oreglia di Santo Stefano, coadjutor salesiano, quien se ocupó personalmente de obtener nombres de personas destacadas para incluirlos en el catálogo de los promotores, solicitar otros regalos y encontrar compradores o “vendedores” de billetes de lotería. Por supuesto, la lotería se publicitó en la prensa católica de la ciudad, aunque sólo después del cierre de la lotería de sordomudos, a principios de junio.

Las obras continuaron, los gastos también, incluso las deudas
El 4 de junio las obras de albañilería se encontraban ya a dos metros del suelo, pero el 2 de julio Don Bosco se vio obligado a recurrir urgentemente a un generoso benefactor, para que el maestro de obras Buzzetti pudiera pagar la “quincena a los obreros” (8000 euros). Pocos días después volvió a pedir a otro noble benefactor si podía comprometerse a pagar al menos una parte de los cuatro lotes de tejas, tablones y listones para el tejado de la iglesia a lo largo del año, lo que suponía un gasto total de unas 16.000 liras (64.000 euros). El 17 de julio le tocó el turno a un sacerdote promotor de la lotería al que se le pidió ayuda urgente para pagar “otra quincena de los obreros”: Don Bosco le sugirió que consiguiera el dinero con un préstamo bancario inmediato, o más bien que lo preparara para el fin de semana, cuando él mismo iría a recogerlo, o mejor aún, que lo trajera directamente a Valdocco, donde podría ver en persona la iglesia en construcción. En resumen, navegábamos a ojo y el riesgo de hundirnos por falta de liquidez se renovaba cada mes.
El 10 de agosto, envió los formularios impresos a la condesa Virginia Cambray Digny, esposa del alcalde de Florencia, la nueva capital del Reino, invitándola a promover personalmente la lotería. A finales de mes, parte de las paredes ya estaban en el tejado. Y poco antes de Navidad, envió 400 billetes al marqués Angelo Nobili Vitelleschi de Florencia con la petición de que los distribuyera entre la gente conocida.
La búsqueda de donativos para la lotería de Valdocco y la venta de los billetes continuarían en los años siguientes. Las circulares de Don Bosco se extenderían especialmente por el centro norte del país. Incluso los benefactores de Roma, el mismísimo Papa, desempeñarían su papel. Pero, ¿por qué se habrían comprometido a vender billetes de lotería para construir una iglesia que no era la suya, además en una ciudad que acababa de dejar de ser la capital del Reino (enero de 1865)?
Las motivaciones podían ser varias, entre ellas obviamente la de ganar algún bonito premio, pero sin duda una de las más importantes era de carácter espiritual: a todos aquellos que habían contribuido a construir la “casa de María” en la tierra, en Valdocco, mediante limosnas en general o el pago de estructuras u objetos (ventanas, vidrieras, altar, campanas, ornamentos…) Don Bosco, en nombre de la Virgen María, les garantizaba un premio especial: un “bello alojamiento”, una “habitación” pero no en cualquier sitio, sino “en el paraíso”.

La Virgen hace limosna para su iglesia

El 15 de enero de 1867, la Prefectura de Turín promulgó un decreto por el que se fijaba el sorteo de los billetes de lotería para el 1 de abril. Desde Valdocco hubo prisa por enviar los billetes restantes a toda Italia, con la petición de devolver los no vendidos a mediados de marzo, para que pudieran ser enviados a otros lugares antes del sorteo.
Don Bosco, que ya se preparaba para un segundo viaje a Roma a finales de diciembre de 1866 (9 años después del primero), con escala en Florencia, para intentar llegar a un acuerdo entre el Estado y la Iglesia sobre el nombramiento de nuevos obispos, aprovechó la ocasión para recorrer la red de sus amistades florentinas y romanas. Consigue vender muchos fajos de billetes, hasta el punto de que su compañero de viaje, Don Francesia, solicita al envío de otros, porque “todos quieren algo”.

La basílica y la plaza primitiva

Si en este momento la caritativa Turín, degradada de su papel de capital del Reino, está en crisis, Florencia, en cambio, crece y hace su parte con muchas nobles generosas; Bolonia no es menos digna, con el marqués Próspero Bevilacqua y la condesa Sassatelli. Milán no falta, aunque fue a la milanesa Rosa Guenzati a quien Don Bosco confió el 21 de marzo: “La lotería está llegando a su fin y aún nos quedan muchos billetes”.
¿Cuál fue el resultado económico final de la lotería? Unas 90.000 liras [328.000 euros], una bonita suma, podría decirse, pero era sólo una sexta parte del dinero ya gastado; tanto es así que el 3 de abril Don Bosco tuvo que pedir a un benefactor un préstamo urgente de 5.000 liras [18.250 euros] para un pago inaplazable de materiales de construcción: se le había pasado un ingreso previsto.

Nuestra Señora interviene
La semana siguiente Don Bosco, negociando sobre los altares laterales con la condesa Virginia Cambray Digny de Florencia – ella había promovido personalmente una colecta de fondos para un altar que se dedicaría a Santa Ana (madre de Nuestra Señora) – le informó de la reanudación de las obras y de la esperanza (que resultó vana) de poder inaugurar la iglesia en el plazo de un año. Siempre contando con las ofrendas por las gracias que Nuestra Señora concede continuamente a las oblatas, escribe a todo el mundo, a la propia Cambray Digny, a la señorita Pellico, hermana del famoso Silvio, etc. Algunos bienhechores, incrédulos, le pidieron confirmación y Don Bosco se la reiteró.

La Basílica de María Auxiliadora tal y como la construyó Don Bosco

Las gracias aumentaban, su fama se extendía y Don Bosco tenía que contenerse porque, como escribió el 9 de mayo al caballero Oreglia di S. Stefano, salesiano enviado a Roma en busca de caridad: “No puedo escribirle porque estoy interesado”. De hecho, n a o podía dejar de poner al día a su limosnero al mes siguiente: “Un señor al que se le curó un brazo trajo inmediatamente 3.000 liras [11.000 euros] con las que se pagaron parte de las deudas del año anterior… Nunca he presumido de cosas extraordinarias; siempre he dicho que Nuestra Señora Auxiliadora ha concedido y concede gracias extraordinarias a quienes contribuyen de algún modo a la construcción de esta iglesia. Siempre he dicho y digo: ‘la ofrenda se hará cuando se reciba la gracia, no antes’ [cursiva en el original]”. Y el 25 de julio a la condesa Callori le habló de una niña que recibió, “lunática y furiosa” retenida por dos hombres; en cuanto fue bendecida se calmó y se confesó.

Si la Virgen es activa, Don Bosco desde luego no se queda quieto. El 24 de mayo envió otra circular para la erección y equipamiento de la capilla de los Sagrados Corazones de Jesús y María: adjuntaba un formulario para la ofrenda mensual, mientras pedía a todos una avemaría para los obladores. El mismo día, con un notable “coraje” pregunta a la Madre Galeffi, de las Oblatas de Tor de Specchi en Roma, si los 2000 scudi prometidos tiempo atrás para el altar de los Sagrados Corazones forman parte de su renovada voluntad de hacer otras cosas por la iglesia. El 4 de julio, agradece al príncipe Orazio Falconieri di Carpegna de Roma la donación de un cáliz y una ofrenda para la iglesia. Escribe a todos que la iglesia progresa y espera los regalos prometidos, como altares para la capilla, campanas, balaustradas, etc. Las grandes ofrendas proceden pues de los aristócratas, los príncipes de la iglesia, pero no falta la “ofrenda de la viuda”, las ofrendas pequeñas de la gente sencilla: “La semana pasada, en pequeñas ofrendas hechas por gracias recibidas, se registraron 3800 francos» [12.800 euros].
El 20 de febrero de 1867, la “Gazzetta Piemontese” daba la siguiente noticia: “A las numerosas calamidades que afligen a Italia – [piénsese en la tercera guerra de independencia que acaba de terminar], hay que añadir ahora la reaparición del cólera”. Fue el comienzo de la pesadilla que amenazaría a Italia durante los doce meses siguientes, con decenas de miles de muertos en todo el país, incluida Roma, donde la enfermedad también se cobró víctimas entre los dignatarios civiles y eclesiásticos.
Los bienhechores de Don Bosco estaban preocupados, pero él les tranquilizó: “ninguno de los que participan en la construcción de la iglesia en honor de María será víctima de estas enfermedades, mientras pongan su confianza en ella”, escribió a principios de julio a la duquesa de Sora.

(continuación)




Don Bosco a Don Orione: Siempre seremos amigos

San Luis Orione: “Mis años más hermosos fueron los que pasé en el Oratorio Salesiano”.

Un emocionado recuerdo del santo Don Orione.
¿Quién no conoce la canción “Bajar de las colinas, un día lejos con sólo mamá al lado”? Creo que muy pocos, ya que se sigue cantando en decenas de idiomas en más de 100 países de todo el mundo. Igualmente, pocos, sin embargo, creo que conocen el comentario hecho por el anciano don (san) Luis Orione durante la misa (¡cantada!) del 31 de enero de 1940 por los Orionini de Tortona a las 4.45 de la mañana (exactamente la hora en la que Don Bosco había muerto 52 años antes). He aquí sus palabras precisas (tomadas de fuentes orionitas):
“El himno a Don Bosco que comienza con “Giù dai colli” fue compuesto y musicalizado para la beatificación de Don Bosco. La explicación de la primera estrofa es la siguiente. A la muerte del santo, por el gobierno de la época, a pesar de que todos los jóvenes lo deseaban y todo Turín lo quería, no permitió que Don Bosco, su cuerpo, fuera enterrado en María Auxiliadora y le pareció un gran favor que el querido cuerpo fuera enterrado en Valsalice… ¡una hermosa casa! Así que el cuerpo fue llevado a Valsalice y allí, cada año hasta la beatificación, los alumnos salesianos fueron a visitar al Padre el día de la muerte de Don Bosco, para rezar. Después de que Don Bosco fuera beatificado, su cuerpo fue llevado a María Auxiliadora. Y el verso que cantaron “Hoy, oh Padre, vuelves de nuevo” también recuerda esto. Celebra que Don Bosco vuelva de nuevo entre los jóvenes, desde Valsalice – que está en una colina más allá del Po – a Turín, que está en la llanura”.

Sus recuerdos de aquel día

Don Orione prosiguió: “El Señor me concedió la gracia de estar presente, en 1929, en aquel transporte, que fue un triunfo en medio de Turín en fiesta, en medio de una alegría y un entusiasmo indecibles. Yo también estaba cerca de la carroza triunfal. Todo el trayecto se hizo a pie desde Valsalice hasta el Oratorio. Y conmigo, inmediatamente detrás de la carroza, iba un hombre con camisa roja, un garibaldino; íbamos muy juntos, uno al lado del otro. Era uno de los más antiguos de los primeros alumnos de Don Bosco; cuando se enteró de que el cuerpo de Don Bosco estaba siendo transportado, él también estaba detrás del carro. Y todos cantaban: “Don Bosco retorna entre los jóvenes todavía”. En aquel transporte todo era alegría; los jóvenes cantaban y los turineses agitaban pañuelos y arrojaban flores. También pasamos por delante del Palacio Real. Recuerdo que en el balcón estaba el Príncipe de Piamonte, rodeado de generales; el carruaje se detuvo un momento y él asintió con la cabeza; los superiores salesianos inclinaron la cabeza, como para agradecerle aquel acto de homenaje a Don Bosco. Entonces el carro llegó hasta María Auxiliadora. Y unos minutos más tarde llegó también el Príncipe, rodeado de miembros de la Casa Real, para rendir un acto de devoción a la nueva Beato”.

“Mis mejores años”
El niño Luis Orione había vivido con Don Bosco tres años, de 1886 a 1889. Los recordaba cuarenta años después en estos conmovedores términos: “Mis mejores años fueron los que pasé en el Oratorio Salesiano”. “¡Oh, si pudiera revivir, aunque sólo fuera unos pocos de aquellos días pasados en el Oratorio, mientras vivía Don Bosco!”. Amaba tanto a Don Bosco que se le había concedido, a modo de excepción, confesarse con él incluso cuando sus fuerzas físicas estaban por los suelos. En la última de estas conversaciones (17 de diciembre de 1887) el santo educador le había confiado: “Siempre seremos amigos”.

Al trasladar el cuerpo de Don Bosco desde Valsalice a la Basílica de María Auxiliadora, vemos a don Luis Orione en roquete blanco junto a la urna

Una amistad total, la suya, por lo que no es de extrañar que poco después Luis, de 15 años, se uniera inmediatamente a la lista de muchachos de Valdocco que ofrecieron sus vidas al Señor para obtener la preservación de la de su amado Padre. El Señor no aceptó su heroica petición, pero “correspondió” a su generosidad con el primer milagro de Don Bosco muerto: al contacto con su cadáver, se le reimplantó y curó el dedo índice de la mano derecha, que el muchacho, zurdo, se había cortado mientras en la cocina preparaba pequeños trozos de pan para colocarlos sobre el cadáver de Don Bosco, expuesto en la iglesia de San Francisco de Sales, para distribuirlos como reliquias entre los numerosos devotos.
Sin embargo, el joven no se hizo salesiano: al contrario, tenía la certeza de que el Señor le llamaba a otra vocación, precisamente después de haber “consultado” con Don Bosco ante su tumba en Valsalice. Y así, la Providencia quiso que hubiera un salesiano menos, pero una Familia religiosa más, la orionina, que irradiara, de formas nuevas y originales, la “impronta” recibida de Don Bosco: el amor al Santísimo Sacramento y a los sacramentos de la confesión y la comunión, la devoción a la Virgen y el amor al Papa y a la Iglesia, el sistema preventivo, la caridad apostólica hacia los jóvenes “pobres y abandonados”, etc.

¿Y Don Rua?
La sincera y profunda amistad de Don Orione con Don Bosco se convirtió entonces en una amistad igualmente sincera y profunda con Don Rua, que continuó hasta la muerte de este último en 1910. De hecho, en cuanto se enteró del empeoramiento de su salud, Don Orione ordenó inmediatamente una novena y corrió a su cabecera. Más tarde recordaría esta última visita con especial emoción: “Cuando cayó enfermo, como yo estaba en Mesina, telegrafié a Turín para preguntar si aún podría verle con vida si me marchaba inmediatamente. Me dijeron que sí; tomé el tren y partí hacia Turín. Don Rua me recibió, sonriente, y me dio su bendición muy especial para mí y para todos los que vendrían a nuestra Casa. Le aseguro que fue la bendición de un santo”.
Cuando le llegó la noticia de su muerte, envió un telegrama al beato don Felipe Rinaldi: “Antiguo alumno del venerable Don Bosco, me uno a los Salesianos en el duelo por la muerte de don Rua, que fue para mí un padre espiritual inolvidable. Aquí rezamos todos, Sacerdote Orione”. Los Salesianos querían enterrar a Don Rua en Valsalice, junto a la tumba de Don Bosco, pero hubo dificultades por parte de las autoridades de la ciudad. Inmediatamente, con otro telegrama, el 9 de abril, don Orione ofreció al padre Rinaldi su ayuda: “Si surgieran dificultades para enterrar a Don Rua en Valsalice, por favor, telegrafíeme, fácilmente podría ayudarles”.
Fue un gran sacrificio para él no poder atravesar Italia de Mesina a Turín para asistir al funeral de don Rua. Pero ahora están todos, Bosco, Rua, Orione, Rinaldi, en el cielo, uno al lado del otro en la única gran familia de Dios.




Historia de la construcción de la Iglesia de María Auxiliadora (1/3)

“Ella lo hizo todo, Nuestra Señora”, estamos acostumbrados a leer en la literatura espiritual salesiana, para indicar que la Virgen estuvo en el origen de toda la historia de Don Bosco. Si aplicamos la expresión a la construcción de la iglesia de María Auxiliadora, se encuentra un fuerte espesor de verdad documentadísima, teniendo siempre presente que, junto a la intervención celestial, Don Bosco también desempeñó su papel, ¡y de qué manera!

El lanzamiento de la idea y las primeras promesas de subvenciones (1863)
A finales de enero, principios de febrero de 1863, Don Bosco difundió una amplia circular sobre la finalidad de una iglesia, dedicada a María Auxiliadora, que tenía en mente construir en Valdocco: debía servir a la multitud de jóvenes allí acogidos y a las veinte mil almas de los alrededores, con la posibilidad ulterior de ser erigida en parroquia por la autoridad diocesana.
Poco después, el 13 de febrero, informó al Papa Pío IX, no sólo de que la iglesia era una parroquia, sino de que ya estaba “en construcción”. De Roma obtuvo el resultado deseado: a finales de marzo, recibió 500 liras. Agradeciendo al cardenal de Estado Antonelli la subvención recibida, escribió que “los trabajos… están a punto de comenzar”. De hecho, en mayo compró el terreno y madera para la obra y en verano comenzaron los trabajos de excavación, que se prolongaron hasta el otoño.
En vísperas de la fiesta de María Auxiliadora, el 23 de mayo, el Ministerio de Gracia, Justicia y Culto, tras escuchar al alcalde, el marqués Emanuele Luserna, se declaró dispuesto a conceder una subvención. Don Bosco aprovechó la ocasión para hacer un llamamiento inmediato a la generosidad del primer Secretario de la Orden de Mauricio y del alcalde. Les envió un doble llamamiento en la misma fecha: al primero, en privado, le pidió la mayor subvención posible, recordándole el compromiso que había contraído con ocasión de su visita a Valdocco; al segundo, de manera formal, oficial, hizo lo mismo, pero deteniéndose en los detalles de la iglesia que debía construirse.

Las primeras respuestas interlocutorias
Las peticiones de ofrendas fueron seguidas de respuestas. La del 29 de mayo del secretario de la Orden de Mauricio fue negativa para el año en curso, pero no para el año siguiente, cuando se pudo presupuestar una subvención no especificada. En cambio, la respuesta del Ministerio del 26 de julio fue positiva: se asignaron 6.000 liras, pero la mitad se entregaría cuando se pusieran los cimientos a nivel del suelo, y la otra mitad cuando se techara la iglesia; todo, sin embargo, estaba condicionado a la inspección y aprobación de una comisión especial del gobierno. Finalmente, el 11 de diciembre llegó la respuesta, desgraciadamente negativa, del consejo municipal: la contribución financiera del municipio sólo estaba prevista para las iglesias parroquiales, y la de Don Bosco no. Tampoco podía serlo fácilmente, dada la sede vacante de la archidiócesis. Don Bosco se tomó entonces unos días de reflexión y en Nochebuena reafirmó al alcalde su intención de construir una gran iglesia parroquial para dar servicio al “barrio densamente poblado”. Si la subvención municipal fracasaba, tendría que limitarse a una iglesia mucho más pequeña. Pero el nuevo llamamiento también cayó en saco roto.
El año 1863 terminó así para Don Bosco con pocas cosas concretas, salvo algunas promesas generales. Había motivos para el desánimo. Pero si los poderes públicos fallaban en materia económica, pensaba Don Bosco, la Divina Providencia no fallaría. De hecho, había experimentado su fuerte presencia unos quince años antes, durante la construcción de la iglesia de San Francisco de Sales. Por ello, confió al ingeniero Antonio Spezia, ya conocido por él como un excelente profesional, la tarea de elaborar el plano de la nueva iglesia que tenía en mente. Entre otras cosas, debía trabajar, una vez más, gratuitamente.

El año decisivo (1864)

En poco más de un mes el proyecto estaba listo, y a finales de enero de 1864 fue entregado a la comisión municipal de obras. Entretanto, Don Bosco había solicitado a la dirección de los Ferrocarriles del Estado de la Alta Italia que transportara gratuitamente las piedras desde Borgone, en el bajo valle de Susa, hasta Turín. El favor le fue concedido rápidamente, pero no así a la Comisión de Construcción. De hecho, a mediados de marzo, rechazó los planos entregados por “irregularidad de construcción”, con la invitación al ingeniero a modificarlos. Presentados de nuevo el 14 de mayo, volvieron a ser considerados defectuosos el 23 de mayo, con una nueva invitación a tenerlos en cuenta; alternativamente, se sugirió que se considerara un diseño diferente. Don Bosco aceptó la primera propuesta, el 27 de mayo se aprobó el proyecto revisado y el 2 de junio el Ayuntamiento expidió la licencia de obras.

Primera foto de la Iglesia de María Auxiliadora

Mientras tanto, Don Bosco no había perdido el tiempo. Había pedido al alcalde que le trazara la alineación exacta Via Cottolengo hundida, para poder levantarla a sus expensas con material procedente de la xcavación de la iglesia. Además, había hecho circular por el centro y el norte de Italia, a través de algunos benefactores de confianza, una circular impresa en la que exponía las razones pastorales de la nueva iglesia, sus dimensiones y sus costes (que en realidad se cuadruplicaron en el transcurso de la construcción). El llamamiento, dirigido sobre todo a los “devotos de María”, iba acompañado de un formulario de inscripción para quienes desearan indicar por adelantado la suma que pagarían en el trienio 18641866. La circular también indicaba la posibilidad de ofrecer materiales para la iglesia u otros artículos necesarios para ella. En abril se publicó el anuncio en el Boletín Oficial del Reino y en “L’Unità Cattolica”.
Los trabajos continuaron y Don Bosco no podía estar ausente debido a las constantes peticiones de cambios, especialmente en lo referente a las líneas de demarcación de la irregular Vía Cottolengo. En septiembre envió una nueva circular a un círculo más amplio de benefactores, siguiendo el modelo de la anterior, pero con la especificación de que la obra estaría terminada en tres años. También envió una copia a los príncipes Tommaso y Eugenio de la Casa de Saboya y al alcalde Emanuele Luserna di Rorà; sin embargo, sólo les pidió de nuevo que colaboraran en el proyecto rectificando la Via Cottolengo.

Deudas, una lotería y mucho valor
A finales de enero de 1865, en la fiesta de San Francisco de Sales, cuando los salesianos de varias casas estaban reunidos en Valdocco, Don Bosco les comunicó su intención de iniciar una nueva lotería para recaudar fondos para la continuación de los trabajos (de excavación) de la iglesia. Sin embargo, tuvo que posponerla debido a la presencia simultánea en la ciudad de otra a favor de los sordomudos. Como consecuencia, los trabajos, que se habrían reanudado en primavera tras la pausa invernal, no tuvieron cobertura financiera. Así que Don Bosco pidió urgentemente a su amigo y cohermano de Mornese, Don Domenico Pestarino, un préstamo de 5000 liras (20.000 euros). No quería recurrir a un préstamo bancario demasiado oneroso en la capital. Por si los espinosos problemas financieros no fueran suficientes, surgieron otros al mismo tiempo con los vecinos, en particular los de la casa Bellezza. Don Bosco tuvo que pagarles una indemnización por la renuncia al paso por la Via della Giardiniera, que fue por tanto suprimida.

Colocación solemne de la primera piedra

Por fin llegó el día de la colocación de la primera piedra de la Basílica de María Auxiliadora, el 27 de abril de 1865. Tres días antes, Don Bosco hizo públicas las invitaciones, en las que anunciaba que Su Alteza Real el Príncipe Amadeo de Saboya colocaría la primera piedra, mientras que la función religiosa sería presidida por el Obispo de Casale, Monseñor Pietro Maria Ferrè. Sin embargo, este último falleció en el último momento y la solemne ceremonia fue celebrada por el obispo de Susa, monseñor Giovanni Antonio Odone, en presencia del prefecto de la ciudad, el alcalde, varios concejales, benefactores, miembros de la nobleza de la ciudad y la Comisión de Lotería. La comitiva del duque Amedeo fue recibida al son de la marcha real por la banda de música y el coro infantil de alumnos de Valdocco y Mirabello. La prensa de la ciudad hizo de caja de resonancia del acontecimiento festivo y Don Bosco, por su parte, captando su gran significado político-religioso, amplió su alcance histórico con sus propias publicaciones.

Plaza e Iglesia María Auxiliadora

Tres días más tarde, en una larga y dolorosa carta al Papa Pío IX sobre la difícil situación en la que se encontraba la Santa Sede ante la política del Reino de Italia, mencionó la iglesia ya con sus muros fuera de la tierra. Pidió una bendición para la empresa en curso y donativos para la lotería que estaba a punto de lanzar. De hecho, a mediados de mayo, solicitó formalmente la autorización de la Prefectura de Turín, justificándola con la necesidad de saldar las deudas de los distintos oratorios de Turín, proporcionar alimentos, ropa, alojamiento y escolarización a los cerca de 880 alumnos de Valdocco y continuar las obras de la iglesia de María Auxiliadora. Obviamente, se comprometió a respetar todas las numerosas disposiciones legales al respecto.

(continuación)