Corona de los siete dolores de María

La publicación “Corona de los siete dolores de María” representa una devoción querida que san Juan Bosco inculcaba a sus jóvenes. Siguiendo la estructura del “Vía Crucis”, las siete escenas dolorosas se presentan con breves consideraciones y oraciones, para guiar a una participación más viva en los sufrimientos de María y de su Hijo. Rico en imágenes afectivas y espiritualidad contrita, el texto refleja el deseo de unirse a la Dolorosa en la compasión redentora. Las indulgencias concedidas por varios Pontífices atestiguan el alto valor pastoral del texto, que es un pequeño tesoro de oración y reflexión para alimentar el amor hacia la Madre de los dolores.

Prólogo
El fin principal de esta pequeña obra es facilitar el recuerdo y la meditación de los más amargos Dolores del tierno Corazón de María, cosa que a Ella le agrada mucho, como ha revelado varias veces a sus devotos, y un medio muy eficaz para nosotros para obtener su patrocinio.
Para que sea más fácil el ejercicio de tal meditación, se practicará primero con un rosario en el que se mencionan los siete principales dolores de María, que luego se podrán meditar en siete breves consideraciones distintas, de la manera que se suele hacer en el Vía Crucis.
Que el Señor nos acompañe con su gracia celestial y bendición para que se logre el deseado propósito, de modo que el alma de cada uno quede vivamente penetrada por la frecuente memoria de los dolores de María con beneficio espiritual para el alma, y todo para mayor gloria de Dios.

Corona de los siete dolores de la Bienaventurada Virgen María con siete breves consideraciones sobre los mismos expuestas en forma del Vía Crucis

Preparación
Queridos hermanos y hermanas en Jesucristo, hacemos nuestros ejercicios habituales meditando devotamente los más amargos dolores que la Bienaventurada Virgen María padeció en la vida y muerte de su amado Hijo y nuestro Divino Salvador. Imaginémonos presentes junto a Jesús colgado en la cruz, y que su afligida madre nos diga a cada uno: Venid y ved si hay dolor igual al mío.
Persuadidos de que esta Madre piadosa quiere concedernos especial protección al meditar sus dolores, invoquemos la ayuda divina con las siguientes oraciones:

Antífona: Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.

Envía tu Espíritu y serán creados
Y renovarás la faz de la tierra.
Acuérdate de tu congregación,
Que poseíste desde el principio.
Señor, escucha mi oración.
Y llegue a ti mi clamor.

Oremos.
Ilumina, te rogamos, Señor, nuestras mentes con la claridad de tu luz, para que podamos ver lo que debe hacerse y podamos actuar rectamente. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

Primer dolor. Profecía de Simeón
El primer dolor fue cuando la Bienaventurada Virgen Madre de Dios, habiendo presentado a su único Hijo en el Templo en brazos del santo anciano Simeón, recibió de él la palabra: esta será una espada que atravesará tu alma, lo que indicaba la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo.
Un Padre Nuestro y siete Ave Marías.

Oración
Oh, Virgen dolorosa, por aquella agudísima espada con la que el santo anciano Simeón te predijo que sería traspasada tu alma en la pasión y muerte de tu querido Jesús, te suplico me concedas la gracia de tener siempre presente la memoria de tu corazón traspasado y de los amargos sufrimientos padecidos por tu Hijo por mi salvación. Así sea.

Segundo dolor. Huida a Egipto
El segundo dolor de la Bienaventurada Virgen fue cuando tuvo que huir a Egipto por la persecución del cruel Herodes, que impíamente buscaba matar a su amado Hijo.
Un Padre Nuestro y siete Ave Marías.

Oración
Oh, María, mar amarguísimo de lágrimas, por aquel dolor que sentiste huyendo a Egipto para asegurar a tu Hijo de la bárbara crueldad de Herodes, te suplico que quieras ser mi guía, para que por medio tuyo quede libre de las persecuciones de los enemigos visibles e invisibles de mi alma. Así sea.

Tercer dolor. Pérdida de Jesús en el templo
El tercer dolor de la Bienaventurada Virgen fue cuando en tiempo de Pascua, después de haber estado con su esposo José y con el amado hijo Jesús Salvador en Jerusalén, al regresar a su pobre casa, lo perdió y durante tres días continuos suspiró por la pérdida de su único Amado.
Un Padre Nuestro y siete Ave Marías.

Oración
Oh, Madre desconsolada, tú que en la pérdida de la presencia corporal de tu Hijo lo buscaste ansiosamente durante tres días continuos, ¡oh!, obtén gracia para todos los pecadores para que también ellos lo busquen con actos de contrición y lo encuentren. Así sea.

Cuarto dolor. Encuentro de Jesús que lleva la cruz
El cuarto dolor de la Bienaventurada Virgen fue cuando se encontró con su dulcísimo Hijo que llevaba una pesada cruz sobre sus delicados hombros hacia el Monte Calvario para ser crucificado por nuestra salvación.
Un Padre Nuestro y siete Ave Marías.

Oración
Oh, Virgen más apasionada que ninguna otra, por aquel espasmo que sentiste en el corazón al encontrarte con tu Hijo mientras llevaba el madero de la Santísima Cruz hacia el Monte Calvario, haz, te ruego, que yo lo acompañe siempre con el pensamiento, llore mis culpas, causa manifiesta de sus y vuestros tormentos. Así sea.

Quinto dolor. Crucifixión de Jesús
El quinto dolor de la Bienaventurada Virgen fue cuando vio a su Hijo levantado sobre el duro tronco de la Cruz, que de todas partes de su Santísimo Cuerpo derramaba sangre.
Un Padre Nuestro y siete Ave Marías.

Oración
Oh, Rosa entre las espinas, por aquellos amargos dolores que traspasaron tu pecho al contemplar con tus propios ojos a tu Hijo traspasado y levantado en la Cruz, obtén para mí, te ruego, que con meditaciones asiduas solo busque a Jesús crucificado por mis pecados. Así sea.

Sexto dolor. Descendimiento de Jesús de la cruz
El sexto dolor de la Bienaventurada Virgen fue cuando su amado Hijo, herido en el costado después de su muerte y bajado de la Cruz, así cruelmente muerto, fue puesto entre sus Santísimas brazos.
Un Padre Nuestro y siete Ave Marías.

Oración
Oh, Virgen afligida, tú que, derrotado en la Cruz tu Hijo, lo recibiste muerto en tu regazo, y besando aquellas santísimas llagas, derramaste sobre ellas un mar de lágrimas, ¡oh!, haz que también yo con lágrimas de verdadera compunción lave continuamente las heridas mortales que me causaron mis pecados. Así sea.

Séptimo dolor. Sepultura de Jesús
El séptimo dolor de María Virgen Señora y Abogada de nosotros sus siervos y miserables pecadores fue cuando acompañó el Santísimo Cuerpo de su Hijo a la sepultura.
Un Padre Nuestro y siete Ave Marías.

Oración
Oh, Mártir de los Mártires María, por aquel acerbo tormento que sufriste cuando, sepultado tu Hijo, tuviste que alejarte de aquella tumba amada, obtén gracia, te ruego, para todos los pecadores, para que conozcan cuán grave daño es para el alma estar lejos de su Dios. Así sea.

Se rezarán tres Ave Marías en señal de profundo respeto a las lágrimas que derramó la Bienaventurada Virgen en todos sus Dolores para obtener por medio suyo un llanto semejante por nuestros pecados.
Ave María etc.

Terminada la Corona se recita el llanto de la Bienaventurada Virgen, es decir, el himno Stabat Mater etc.
Himno – Llanto de la Bienaventurada Virgen María

Stabat Mater dolorosa
Iuxta crucem lacrymosa,
Dum pendebat Filius.

Cuius animam gementem
Contristatam et dolentem
Pertransivit gladius.

O quam tristis et afflicta
Fuit illa benedicta
Mater unigeniti!

Quae moerebat, et dolebat,
Pia Mater dum videbat.
Nati poenas inclyti.

Quis est homo, qui non fleret,
Matrem Christi si videret
In tanto supplicio?

Quis non posset contristari,
Christi Matrem contemplari
Dolentem cum filio?

Pro peccatis suae gentis
Vidit Iesum in tormentis
Et flagellis subditum.

Vidit suum dulcem natura
Moriendo desolatum,
Dum emisit spiritum.

Eia mater fons amoris,
Me sentire vim doloris
Fac, ut tecum lugeam.

Fac ut ardeat cor meum
In amando Christum Deum,
Ut sibi complaceam.

Sancta Mater istud agas,
Crucifixi fige plagas
Cordi meo valide.

Tui nati vulnerati
Tam dignati pro me pati
Poenas mecum divide.

Fac me tecum pie flere,
Crucifixo condolere,
Donec ego vixero.

Iuxta Crucem tecum stare,
Et me tibi sociare
In planctu desidero.

Virgo virginum praeclara,
Mihi iam non sia amara,
Fac me tecum plangere.

Fac ut portem Christi mortem,
Passionis fac consortem,
Et plagas recolere.

Fac me plagis vulnerari,
Fac me cruce inebriari,
Et cruore Filii.

Flammis ne urar succensus,
Per te, Virgo, sim defensus
In die Iudicii.

Christe, cum sit hine exire,
Da per matrem me venire
Ad palmam victoriae.

Quando corpus morietur,
Fac ut animae donetur
Paradisi gloria. Amen.

Estaba la Madre dolorosa,
llorando junto a la Cruz,
de la que penda su Hijo.

Su alma quejumbrosa,
apesadumbrada y gimiente,
atravesada por una espalda.

Que triste y afligida,
estaba la bendita Madre
del Hijo Unigénito!

Se lamentaba y afligida
y temblaba viendo sufrir
a su Divino Hijo.

Qu hombre no llorara
viendo a la Madre de Cristo
en tan gran suplicio?

Quien no se entristecerá,
al contemplar a la querida Madre,
sufriendo con su Hijo?

Por los pecados de su pueblo,
vio a Jess en el tormento,
y sometido a azotes.

Ella vio a su dulce Hijo
entregar el espíritu
y morir desamparado.

Madre, fuente de amor,
hazme sentir todo tu dolor
para que llore contigo!

Haz que arda mi corazón
en el amor a Cristo Señor,
para que as le complazca.

Santa Mara, hazlo as!,
Graba las heridas del Crucificado
profundamente en mi corazón.

Comparte conmigo las penas
de tu Hijo querido, que se ha dignado
a sufrir la pasión por mí.

Haz que llore contigo,
que sufra con el Crucificado
mientras viva.

Deseo permanecer contigo,
cerca de la Cruz,
y compartir tu dolor.

Virgen excelsa entre las vírgenes,
no seas amarga conmigo,
haz que contigo me lamente.

Haz que soporte la muerte de Cristo,
haz que comparta Su pasión
y contemple Sus heridas.

Haz que sus heridas me hieran,
embriagadas por esta Cruz,
y por el amor de tu Hijo.

Inflamado y ardiendo,
que sea por ti defendido, oh Virgen,
en el da del Juicio.

Haz que sea protegido por la Cruz,
fortificado por la muerte de Cristo,
fortalecido por la gracia.

Cuando muera mi cuerpo,
haz que se conceda a mi alma
la gloria del paraíso.

El Sumo Pontífice Inocencio XI concede la indulgencia de 100 días cada vez que se reza el Stabat Mater. Benedicto XIII otorgó la indulgencia de siete años a quien recite la Corona de los siete dolores de María. Muchísimas otras indulgencias fueron concedidas por otros sumos Pontífices, especialmente a los Hermanos y Hermanas de la compañía de María Dolorosa.

Los siete dolores de María meditados en forma del Vía Crucis

Se invoque la ayuda divina diciendo:
Actiones nostras, quaesumus Domine, aspirando praeveni, et adiuvando prosequere, ut cuncta nostra oratio et operatio a te semper incipiat, et per te coepta finiatur. Per Christum Dominum Nostrum. Amen.

Acto de Contrición
¡Muy afligida Virgen! ¡Ay! ¡Cuán ingrato he sido en el tiempo pasado hacia mi Dios, con cuánta ingratitud he correspondido a sus innumerables beneficios! Ahora me arrepiento, y en la amargura de mi corazón y en el llanto de mi alma, le pido humildemente perdón por haber ultrajado su infinita bondad, resolviendo en adelante, con la gracia celestial, no ofenderle jamás más. ¡Oh! Por todos los dolores que soportaste en la bárbara pasión de tu amado Jesús, te ruego con los suspiros más profundos que me obtengas de Él piedad y misericordia por mis pecados. Acepta este santo ejercicio que estoy por hacer y recíbelo en unión con aquellos padecimientos y dolores que sufriste por tu hijo Jesús. ¡Ah, concédemelo! Sí, concédemelo para que esas mismas espadas que traspasaron tu espíritu, atraviesen también el mío, y que viva y muera en la amistad de mi Señor, para participar eternamente de la gloria que Él me ha ganado con su precioso Sangre. Así sea.

Primer dolor
En este primer dolor imaginémonos encontrarnos en el templo de Jerusalén, donde la Santísima Virgen escuchó la profecía del anciano Simeón.

Meditación
¡Ah! ¿Qué angustias habrá sentido el corazón de María al escuchar las dolorosas palabras con que el santo anciano Simeón le predijo la amarga pasión y la atroz muerte de su dulcísimo Jesús? Mientras en ese mismo instante se le presentaron en la mente los ultrajes, los tormentos y las matanzas que los impíos judíos harían al Redentor del mundo. Pero ¿sabes cuál fue la espada más penetrante que en esta circunstancia la traspasó? Fue considerar la ingratitud con que su amado Hijo sería correspondido por los hombres. Ahora, reflexionando que, por causa de tus pecados, miserablemente estás entre esos tales, ¡ah! échate a los pies de esta Madre Dolorosa y dile llorando así (cada uno se arrodilla): ¡Oh! Virgen piadosísima, que sufriste un tan acerbo espasmo en tu espíritu al ver el abuso que yo, criatura indigna, habría hecho de la sangre de tu amado Hijo, haz, sí haz por tu muy afligido Corazón, que en adelante corresponda a las Divinas Misericordias, aproveche las gracias celestiales, no reciba en vano tantas luces y tantas inspiraciones que te dignarás obtener para mí, para que tenga la suerte de estar entre aquellos por quienes la amarga pasión de Jesús sea de eterna salvación. Así sea. Ave María etc. Gloria Patri etc.

María, dulce bien mío,
Graba en mi corazón tus penas.

Segundo dolor
En este segundo dolor consideremos el penosísimo viaje que la Virgen hizo hacia Egipto para liberar a Jesús de la cruel persecución de Herodes.

Meditación
Considera el amargo dolor que habrá sentido María cuando de noche tuvo que ponerse en camino por orden del Ángel para preservar a su Hijo de la matanza ordenada por aquel fiero Príncipe. ¡Ah! que a cada grito de animal, a cada soplo de viento, a cada movimiento de hoja que escuchaba por aquellas calles desiertas se llenaba de miedo por temor a algún daño al niño Jesús que llevaba consigo. Ahora se volvía de un lado, ahora del otro, a veces aceleraba el paso, ahora se escondía creyendo que la habían alcanzado los soldados, que arrancándola de sus brazos a su amadísimo Hijo le harían bajo su mirada un trato bárbaro, y fijando la mirada llorosa sobre su Jesús y apretándolo fuertemente al pecho, dándole mil besos, enviaba desde el corazón los suspiros más angustiosos. Y aquí reflexiona cuántas veces has renovado este acerbo dolor a María forzando a su Hijo con tus graves pecados a huir de tu alma. Ahora que conoces el gran mal cometido, vuélvete arrepentido a esta piadosa Madre y dile así:
¡Ah, Madre dulcísima! Una vez Herodes os obligó a ti y a tu Jesús a huir por la inhumana persecución ordenada por él; pero yo, ¡oh!, cuántas veces obligué a mi Redentor y por consiguiente a ti también a salir rápidamente de mi corazón, introduciendo en él el maldito pecado, despiadado enemigo tuyo y de mi Dios. ¡Oh! todo doliente y contrito te pido humildemente perdón.
Sí, misericordia, oh querida Madre, misericordia, y te prometo en adelante, con la ayuda divina, mantener siempre a mi Salvador y a ti en el total dominio de mi alma. Así sea. Ave María etc. Gloria Patri etc.

María, dulce bien mío,
Graba en mi corazón tus penas.

Tercer dolor
En este tercer dolor consideremos a la muy afligida Virgen que, llorosa, va en busca de su perdido Jesús.

Meditación
¡Cuán grande fue el dolor de María cuando se dio cuenta de haber perdido a su amado Hijo! y cómo aumentó su pena cuando, habiéndolo buscado diligentemente entre amigos, parientes y vecinos, no pudo tener noticia alguna de Él. Ella, sin atender a las incomodidades, al cansancio, a los peligros, vagó tres días continuos por las comarcas de Judea, repitiendo aquellas palabras de desolación: ¿acaso alguien ha visto a aquel que verdaderamente ama mi alma? ¡Ah! la gran ansiedad con que lo buscaba le hacía imaginar en cada momento verlo o escuchar su voz; pero luego, al darse cuenta de la decepción, ¡oh!, cómo se horrorizaba y sentía más intensamente el pesar de tan deplorable pérdida. Gran confusión para ti, pecador, que habiendo perdido tantas veces a tu Jesús con tus graves faltas, no te has preocupado en buscarlo, claro signo de que poco o nada valoras el precioso tesoro de la Divina amistad. Llora, pues, tu ceguera, y volviéndote a esta Madre Dolorosa, dile suspirando así:
¡Muy afligida Virgen! Haz que aprenda de ti el verdadero modo de buscar a Jesús que he perdido por seguir mis pasiones y las iniquidades del demonio, para que logre encontrarlo, y cuando lo haya recuperado, repita continuamente tus palabras: He encontrado a aquel que verdaderamente ama mi corazón; lo retendré siempre conmigo, y nunca más lo dejaré partir. Así sea. Ave María etc. Gloria Patri etc.

María, dulce bien mío,
Graba en mi corazón tus penas.

Cuarto dolor
En el cuarto dolor consideremos el encuentro que tuvo la Virgen Dolorosa con su apasionado Hijo.

Meditación
Venid, corazones endurecidos, y ved si podéis soportar este espectáculo tan lloroso. Es una madre la más tierna, la más amorosa, que encuentra a su Hijo el más dulce, el más amable; ¿y cómo lo encuentra? ¡Oh, Dios! en medio de la más impía chusma que lo arrastra cruelmente a la muerte, cargado de heridas, goteando sangre, desgarrado por las heridas, con una corona de espinas en la cabeza y con un tronco pesado sobre los hombros, fatigado, jadeante, débil, que parece a cada paso querer exhalar el último suspiro.

¡Ah! considera, alma mía, la detención mortal que hace la Santísima Virgen al primer vistazo que fija sobre su atormentado Jesús; quisiera darle el último adiós, pero ¿cómo, si el dolor le impide pronunciar palabra? Quisiera arrojarse a su cuello, pero queda inmóvil y petrificada por la fuerza de la aflicción interna; quisiera desahogarse con el llanto, pero siente el corazón tan cerrado y oprimido que no logra derramar una lágrima. ¡Oh! ¿y quién puede contener las lágrimas al ver a una pobre Madre sumida en tan gran aflicción? Pero ¿quién es la causa de tan acerbo dolor? ¡Ah, soy yo, sí, soy yo con mis pecados que he hecho tan bárbara herida a tu tierno corazón, oh Virgen Dolorosa! ¿Quién lo creería? Permanezco insensible sin conmoverme en absoluto. Pero si fui ingrato en el pasado, en adelante no lo seré más.
Mientras tanto, postrado a tus pies, oh Virgen Santísima, te pido humildemente perdón por tanto pesar que te he causado. Lo sé y lo confieso, que no merezco piedad, siendo yo la verdadera causa por la que caíste en dolor al encontrar a tu Jesús todo cubierto de heridas; pero recuerda, sí recuerda que eres madre de misericordia. ¡Ah, muéstrate tal hacia mí, que te prometo en adelante ser más fiel a mi Redentor, y así compensar tantos disgustos que he dado a tu muy afligido espíritu! Así sea. Ave María etc. Gloria Patri etc.

María, dulce bien mío,
Graba en mi corazón tus penas.

Quinto dolor
En este quinto dolor imaginémonos encontrarnos en el Monte Calvario donde la muy afligida Virgen vio expirar en la Cruz a su amado Hijo.

Meditación
Aquí estamos en el Calvario donde ya están levantados dos altares de sacrificio, uno en el cuerpo de Jesús, otro en el corazón de María. ¡Oh espectáculo funesto! Contemplamos a la Madre ahogada en un mar de aflicciones al ver arrebatada por la muerte despiadada a la querida y amable criatura de sus entrañas. ¡Ay de mí! Cada martillazo, cada herida, cada desgarradura que recibe el Salvador sobre su carne, resuena profundamente en el corazón de la Virgen. Ella está a los pies de la Cruz tan penetrada por el dolor y traspasada por el duelo que no sabrías decidir quién será el primero en expirar, si Jesús o María. Fija la mirada en el rostro agonizante de su Hijo, contempla las pupilas languideciendo, el rostro pálido, los labios lívidos, la respiración dificultosa y finalmente sabe que ya no vive y que ha entregado el espíritu en el seno de su eterno Padre. ¡Ah, qué esfuerzo hace entonces su alma por separarse del cuerpo y unirse a la de Jesús! ¿Y quién puede soportar tal vista?
Oh Madre dolorosísima, tú en lugar de retirarte del Calvario para no sentir tan vivamente las angustias, permaneces inmóvil para absorber hasta la última gota el amargo cáliz de tus aflicciones. ¡Qué confusión debe ser esta para mí que busco todos los medios para evitar las cruces y esos pequeños sufrimientos que por mi bien el Señor se digna enviarme! Virgen dolorosísima, me humillo ante ti, ¡oh! haz que conozca una vez claramente el valor y el gran mérito del padecer, para que me tome tanto apego que nunca me canse de exclamar con San Francisco Javier: Plus Domine, Plus Domine, más sufrir, Dios mío. ¡Ah sí, más sufrir, oh Dios mío! Así sea. Ave María etc. Gloria Patri etc.

María, dulce bien mío,
Graba en mi corazón tus penas.

Sexto dolor
En este sexto dolor imaginémonos ver a la Virgen desconsolada que recibe en sus brazos a su Hijo muerto bajado de la Cruz.

Meditación
Considera el amargo dolor que penetró el alma de María cuando vio en su seno el cuerpo muerto de su amado Jesús. ¡Ah! Al fijar la mirada sobre sus heridas y llagas, al mirarlo teñido de su propia sangre, fue tal el ímpetu del dolor interior que su corazón fue mortalmente traspasado, y si no murió fue la omnipotencia divina la que la conservó con vida. ¡Oh pobre Madre, sí, pobre madre, que llevas a la tumba al querido objeto de tus más tiernas complacencias, y que de un ramo de rosas se ha convertido en un manojo de espinas por los malos tratos y desgarraduras hechas por los impíos malhechores! ¿Y quién no te compadecerá? ¿Quién no se sentirá desgarrado por el dolor al verte en un estado de aflicción que conmueve hasta la piedra más dura? Contemplo a Juan inconsolable, a Magdalena con las otras Marías que lloran amargamente, a Nicodemo que ya no puede soportar el dolor. ¿Y yo? ¡yo solo no derramo una lágrima en medio de tanto duelo! ¡Ingrato e ingrato que soy!
¡Oh, Madre piadosísima, aquí estoy a tus pies, recíbeme bajo tu poderosa protección y haz que este mi corazón quede traspasado por esa misma espada que atravesó de parte a parte tu muy afligido espíritu, para que se ablande una vez y llore de verdad mis graves pecados que te han causado tan cruel martirio! Y así sea. Ave María etc. Gloria Patri etc.

María, dulce bien mío,
Graba en mi corazón tus penas.

Séptimo dolor
En este séptimo dolor consideremos a la Virgen dolorosísima que ve cerrar en el sepulcro a su Hijo muerto.

Meditación
Considera qué suspiro mortal lanzó el afligido corazón de María cuando vio puesto en la tumba a su amado Jesús. ¡Oh qué pena, qué duelo sintió su espíritu cuando se levantó la piedra con que se debía cerrar aquel sacratísimo monumento! No era posible despegarla del borde del sepulcro, mientras el dolor era tal que la volvía insensible e inmóvil, sin cesar de contemplar aquellas llagas y aquellas crueles heridas. Cuando luego se cerró la tumba, entonces sí que fue tan fuerte la fuerza del dolor interior que sin duda habría caído muerta si Dios no la hubiera conservado con vida. ¡Oh madre tan afligida! Ahora partirás con el cuerpo de este lugar, pero aquí seguramente quedará tu corazón, siendo aquí tu verdadero tesoro. ¡Ah destino, que en compañía de él quede todo nuestro afecto, todo nuestro amor, allí cómo podrá ser que no nos consumamos de benevolencia hacia el Salvador que dio toda su sangre por nuestra salvación? ¿Cómo podrá ser que no te amemos a ti que tanto sufriste por nuestra causa?

Ahora nosotros, dolientes y arrepentidos de haber causado tantos dolores a tu Hijo y a ti tanta amargura, nos postramos a tus pies y por todos esos dolores que nos hiciste la gracia de meditar, concédenos este favor: que la memoria de los mismos quede siempre vivamente impresa en nuestra mente, que se consuman nuestros corazones por amor a nuestro buen Dios y a ti, nuestra dulcísima Madre, y que el último suspiro de nuestra vida se una a los que derramaste desde lo más profundo de tu alma en la dolorosa pasión de Jesús, a quien sea honor, gloria y acción de gracias por todos los siglos de los siglos. Así sea. Ave María etc. Gloria Patri etc.

María, dulce bien mío,
Graba en mi corazón tus penas.

Luego se dice el Stabat Mater, como arriba.

Antífona. Tuam ipsius animam (ait ad Mariam Simeon) pertransiet gladius.
Ora por nosotros, Virgen Dolorosísima.
Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.

Oremos
Dios, en cuya pasión según la profecía de Simeón, la dulcísima alma de la Gloriosa Virgen y Madre María Dolorosa fue traspasada por la espada, concede propicio que quienes recordamos la memoria de sus dolores, alcancemos felizmente el efecto de tu pasión. Que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

Alabado sea Dios y la Virgen Dolorosísima.
Con permiso de la Revisión Eclesiástica

La Fiesta de los Siete Dolores de María Virgen Dolorosa que celebra la Pía Unión y Sociedad, cae el tercer domingo de septiembre en la Iglesia de San Francisco de Asís.

Texto de la 3ª edición, Turín, Imprenta de Giulio Speirani e hijos, 1871




Las loterías: auténticas empresas

Don Bosco no fue solo un incansable educador y pastor de almas, sino también un hombre de extraordinaria iniciativa, capaz de inventar soluciones nuevas y valientes para sostener sus obras. Las necesidades económicas del Oratorio de Valdocco, en continua expansión, lo impulsaron a buscar medios cada vez más eficaces para garantizar comida, alojamiento, escuela y trabajo a miles de muchachos. Entre estos, las loterías representaron una de las intuiciones más ingeniosas: verdaderas empresas colectivas que involucraban a nobles, sacerdotes, benefactores y ciudadanos comunes. No era sencillo, ya que la legislación piamontesa regulaba con rigor las loterías, permitiendo su organización a particulares solo en casos bien definidos. Y no se trataba solo de recaudar fondos, sino de crear una red de solidaridad que uniera a la sociedad turinesa en torno al proyecto educativo y espiritual del Oratorio. La primera, en 1851, fue una aventura memorable, llena de imprevistos y éxitos.

El mucho dinero que llegaba a las manos de Don Bosco permanecía allí poco tiempo, ya que se utilizaba inmediatamente para proporcionar comida, alojamiento, escuela y trabajo a decenas de miles de muchachos o para construir colegios, orfanatos e iglesias o para apoyar las misiones en Sudamérica. Sus cuentas, como sabemos, estaban siempre en números rojos; las deudas le acompañaron durante toda su vida.
Ahora bien, entre los medios inteligentemente adoptados por Don Bosco para financiar sus obras podemos sin duda presentar las loterías: unas quince fueron organizadas por él, tanto pequeñas como grandes. La primera, modesta, fue la de Turín en 1851 a favor de la iglesia de San Francisco de Sales en Valdocco y la última, grandiosa, a mediados de la década de 1880, fue la destinada a sufragar los inmensos gastos de la iglesia y el Hospicio del Sagrado Corazón en la estación Termini de Roma.
Una verdadera historia de tales loterías aún no ha sido escrita, aunque no faltan fuentes al respecto. Sólo con referencia a la primera, la de 1851, nosotros mismos hemos recuperado una docena de inéditos. Con ellas reconstruimos su tormentosa historia en dos episodios.

Solicitud de autorización
Según la ley del 24 de febrero de 1820 – modificada por las Reales Patentes de enero de 1835 y por las Instrucciones de la Compañía General de las Reales Finanzas del 24 de agosto de 1835 y más tarde por las Reales Patentes del 17 de julio de 1845 – se requería una autorización gubernamental previa para cualquier lotería nacional (Reino de Cerdeña).
Para Don Bosco se trataba ante todo de tener la certeza moral de tener éxito en el proyecto. La tuvo gracias al apoyo económico y moral de los primeros benefactores: las nobles familias Callori y Fassati y el canónigo Anglesio de Cottolengo. Así pues, se lanzó a lo que resultaría ser una auténtica empresa. En poco tiempo, consiguió crear una comisión organizadora, compuesta inicialmente por dieciséis personalidades de renombre, ampliada más tarde a veinte. Entre ellas se encontraban numerosas autoridades civiles oficialmente reconocidas, como un senador (nombrado tesorero), dos tenientes de alcalde, tres concejales municipales; después, prestigiosos sacerdotes como los teólogos Pietro Baricco, teniente de alcalde y secretario de la Comisión, Giovanni Borel, capellán de la corte, Giuseppe Ortalda, director de la Opera Pia di Propaganda Fide, Roberto Murialdo, cofundador del Collegio degli Artigianelli y de la Asociación de Caridad; y por último, hombres experimentados como un ingeniero, un estimado orfebre, un comerciante mayorista, etc. Todas personas en su mayoría con propiedades, conocidas de Don Bosco y “vecinas” a la obra de Valdocco.
Completada la Comisión, a principios de diciembre de 1851 Don Bosco remitió la petición formal al Intendente General de Finanzas, Cavalier Alessandro Pernati di Momo (futuro Senador y Ministro del Interior del Reino) así como “amigo” de la obra de Valdocco.

El llamamiento a las donaciones
A la solicitud de autorización adjuntó una circular muy interesante en la que, tras esbozar una conmovedora historia del Oratorio -apreciado por la familia real, las autoridades gubernamentales y las municipales-, señalaba que la constante necesidad de ampliar la Obra de Valdocco para acoger cada vez a más jóvenes, estaba consumiendo los recursos económicos de la caridad privada. Por ello, para sufragar los gastos de finalización de la nueva capilla en construcción, se tomó la decisión de apelar a la caridad pública mediante una lotería de donativos que se ofrecerían espontáneamente: “Este medio consiste en una lotería de objetos, que el abajo firmante tuvo la idea de emprender para sufragar los gastos de finalización de la nueva capilla, y a la que su señoría querrá sin duda prestar su apoyo, reflexionando sobre la excelencia de la obra a la que va dirigida. Cualquiera que sea el objeto que su señoría quiera ofrecer, ya sea de seda, lana, metal o madera, o la obra de un artista reputado, o de un modesto obrero, o de un esforzado artesano, o de un caritativo gentilhombre, todo será aceptado con gratitud, porque en materia de caridad, toda pequeña ayuda es una gran cosa, y porque las ofrendas, incluso pequeñas, de muchos juntos pueden bastar para completar la obra deseada”.
En la circular también indicaba los nombres de los promotores, a los que se podían entregar los donativos, y de las personas de confianza que luego los recogerían y custodiarían. Entre los 46 promotores había diversas categorías de personas: profesionales, profesores, empresarios, estudiantes, clérigos, tenderos, comerciantes, sacerdotes; en cambio, entre los cerca de 90 promotores parecían prevalecer las mujeres de la nobleza (baronesa, marquesa, condesa y sus asistentes).
No dejó de adjuntar a la solicitud el “plan de lotería” en todos sus múltiples aspectos formales: recogida de los objetos, recepción de la entrega de los objetos, valoración de los mismos, boletos autentificados que debían venderse en número proporcional al número y valor de los objetos, exposición de los mismos al público, sorteo de los ganadores, publicación de los números extraídos, momento de la recogida de los premios, etc. Una serie de tareas exigentes que Don Bosco no eludió. La capilla Pinardi ya no era suficiente para sus jóvenes: necesitaban una iglesia más grande, la proyectada de San Francisco de Sales (¡una docena de años más tarde necesitarían otra aún más grande, la de María Auxiliadora!)

Respuesta positiva
Dada la seriedad de la iniciativa y la alta “calidad” de los miembros de la Comisión proponente, la respuesta de la Intendencia sólo podía ser positiva e inmediata. El 17 de diciembre, el mencionado teniente de alcalde Pietro Baricco transmitió a Don Bosco el decreto relativo, con la invitación a transmitir copias de los futuros actos formales de la lotería a la administración municipal, responsable de la regularidad de todos los requisitos legales. En ese momento, antes de Navidad, Don Bosco envió la circular mencionada a la imprenta, la hizo circular y comenzó a recoger regalos.
Le dieron dos meses para hacerlo, ya que durante el año también se celebraban otras loterías. Sin embargo, los regalos llegaron lentamente, por lo que a mediados de enero Don Bosco se vio obligado a reimprimir la circular anterior y pidió la colaboración de todos los jóvenes de Valdocco y amigos para escribir direcciones, visitar a bienhechores conocidos, dar publicidad a la iniciativa y recoger los regalos.
Pero “lo mejor” aún estaba por llegar.

La sala de exposiciones
Valdocco no tenía espacio para exponer los regalos, así que Don Bosco pidió al teniente de alcalde Baricco, tesorero de la comisión de lotería, que solicitara al Ministerio de la Guerra tres salas en la parte del convento de Santo Domingo que estaba a disposición del ejército. Los padres dominicos accedieron. El ministro Alfonso Lamarmora se las concedió el 16 de enero. Pero pronto Don Bosco se dio cuenta de que no serían lo suficientemente grandes, así que pidió al rey, a través del limosnero, el abad Stanislao Gazzelli, una habitación más grande. El superintendente real Pamparà le dijo que el rey no disponía de un local adecuado y le propuso alquilarlo para el juego del Trincotto (o pallacorda: una especie de tenis de mano ante litteram) a sus expensas. Este local, sin embargo, sólo estaría disponible durante el mes de marzo y bajo ciertas condiciones. Don Bosco rechazó la propuesta, pero aceptó las 200 liras que le ofrecía el rey por el alquiler del local. Entonces fue en busca de otra sala y encontró una adecuada por recomendación del ayuntamiento, detrás de la iglesia de Santo Domingo, a unos cientos de metros de Valdocco.

Llegada de los regalos
Mientras tanto, Don Bosco había solicitado al ministro de Hacienda, el famoso conde Camillo Cavour, una reducción o exención en el coste del franqueo de las cartas circulares, los billetes y los propios regalos. A través del hermano del conde, el muy religioso marqués Gustavo di Cavour, recibió la aprobación de varias reducciones postales.
Ahora se trataba de encontrar un experto que evaluara el importe de los regalos y el consiguiente número de billetes a vender. Don Bosco preguntó al Intendente y también sugirió su nombre: un orfebre que era miembro de la Comisión. El Intendente, sin embargo, contestó a través del alcalde pidiéndole una copia doble de los regalos llegados para nombrar a su propio experto. Don Bosco llevó a cabo inmediatamente la petición y así el 19 de febrero el experto valoró los 700 objetos recogidos en 4124,20 liras. Al cabo de tres meses se llegó a los 1000 regalos, al cabo de cuatro meses a los 2000, hasta llegar a los 3251 regalos, gracias a las continuas “pesquisas” de Don Bosco con particulares, sacerdotes y obispos y a sus repetidas peticiones formales a la Comuna para que ampliara el plazo de extracción. Don Bosco tampoco dejó de criticar la estimación que hacía el tasador municipal de los regalos que llegaban continuamente, que según él era inferior a su valor real; y de hecho se añadieron otros tasadores, especialmente un pintor para las obras de arte.
La cifra final fue tal que se autorizó a Don Bosco a emitir 99.999 billetes al precio de 50 céntimos cada uno. Al catálogo ya impreso con los regalos numerados con el nombre del donante y de los promotores se añadió un suplemento con los últimos regalos llegados. Entre ellos estaban los del Papa, el Rey, la Reina Madre, la Reina Consorte, diputados, senadores, autoridades municipales, pero también mucha gente humilde, sobre todo mujeres, que ofrecían objetos y enseres domésticos, incluso de poco valor (vaso, tintero, vela, jarra, sacacorchos, gorra, dedal, tijeras, lámpara, cinta métrica, pipa, llavero, jabón, sacapuntas, azucarero). Los regalos más ofrecidos fueron libros, 629 de ellos, y cuadros, 265. Incluso los chicos de Valdocco compitieron por ofrecer su propio pequeño regalo, tal vez un librito que les había regalado el propio Don Bosco.

Un trabajo ingente hasta que se sortearon los números
Llegados a este punto era necesario imprimir los boletos en una serie progresiva en dos formas (talón pequeño y boleto), hacer firmar ambos por dos miembros de la comisión, enviar el boleto con una nota, documentar el dinero recaudado A muchos benefactores se les enviaron docenas de boletos, con una invitación a quedárselos o a pasárselos a amigos y conocidos.
La fecha del sorteo, fijada inicialmente para el 30 de abril, se aplazó al 31 de mayo y después al 30 de junio, para celebrarse a mediados de julio. Este último aplazamiento se debió a la explosión del polvorín de Borgo Dora que devastó la zona de Valdocco.
Durante dos tardes, los días 12 y 13 de julio de 1852, se sortearon boletos en el balcón del ayuntamiento. Cuatro urnas de rueda de diferentes colores contenían 10 balas (del 0 al 9) idénticas y del mismo color que la rueda. Introducidas una a una por el teniente de alcalde en las urnas, y puestas a girar, ocho jóvenes del Oratorio realizaron la operación y el número sorteado fue proclamado en voz alta y luego publicado en la prensa. Muchos regalos quedaron en el Oratorio, donde fueron reutilizados posteriormente.

¿Mereció la pena?
Por los cerca de 74.000 boletos vendidos, una vez deducidos los gastos, a Don Bosco le quedaron unas 26.000 liras, que repartió a partes iguales con la obra vecina del Cottolengo. Un pequeño capital, desde luego (la mitad del precio de compra de la casa de campo Pinardi el año anterior), pero el mayor resultado del agotador trabajo al que se sometió para llevar a cabo la lotería -documentado por docenas de cartas a menudo inéditas- fue la implicación directa y sentida de miles de personas de todas las clases sociales en su “incipiente proyecto de Valdocco”: en darlo a conocer, apreciarlo y luego apoyarlo económica, social y políticamente.
Don Bosco recurrió muchas veces a las loterías y siempre con un doble objetivo: recaudar fondos para sus obras en favor de los niños pobres, para las misiones, y ofrecer vías para que los creyentes (y los no creyentes) practicaran la caridad, el medio más eficaz, como repetía continuamente, para “obtener el perdón de los pecados y asegurarse la vida eterna”.

“Siempre he necesitado de todos” Don Bosco
Al senador Giuseppe Cotta
Giuseppe Cotta, banquero, fue un gran benefactor de Don Bosco. Se conserva en los archivos la siguiente declaración en papel timbrado fechada el 5 de febrero de 1849: “Los abajo firmantes sacerdotes T. Borrelli Gioanni de Turín y D. Bosco Gio di Castelnuovo d’Asti se declaran deudores de tres mil francos al Excelentísimo Cavaliere Cotta que se los prestó para una obra pía. Esta suma deberá ser reembolsada por los abajo firmantes en un año con los intereses legales”. Firmado Sacerdote Giovanni Borel, D. Bosco Gio.
Al pie de la misma página y en la misma fecha el P. Cafasso Giuseppe escribe: “El abajo firmante da las gracias claramente al Excelentísimo Señor. Cav. Cotta por lo antedicho y al mismo tiempo se hace fiador del mismo por la suma mencionada”. Al pie de la página, Cotta firma que recibió 2.000 liras el 10 de abril de 1849, otras 500 liras el 21 de julio de 1849 y el saldo el 4 de enero de 1851.




Convertirse en un signo de esperanza en eSwatini – Lesotho – Sudáfrica después de 130 años

En el corazón del África austral, entre las bellezas naturales y los desafíos sociales de eSwatini, Lesotho y Sudáfrica, los Salesianos celebran 130 años de presencia misionera. En este tiempo de Jubileo, de Capítulo General y de aniversarios históricos, la Inspectoría de África Meridional comparte sus signos de esperanza: la fidelidad al carisma de Don Bosco, el compromiso educativo y pastoral entre los jóvenes y la fuerza de una comunidad internacional que testimonia fraternidad y resiliencia. A pesar de las dificultades, el entusiasmo de los jóvenes, la riqueza de las culturas locales y la espiritualidad del Ubuntu siguen indicando caminos de futuro y de comunión.

Saludos fraternos de los Salesianos de la Visitaduría más pequeña y de la presencia más antigua en la Región África-Madagascar (desde 1896, los primeros 5 hermanos fueron enviados por Don Rúa). Este año agradecemos a los 130 SDB que han trabajado en nuestros 3 países y que ahora interceden por nosotros desde el cielo. «¡Pequeño es hermoso»!
En el territorio de la AFM viven 65 millones de personas que se comunican en 12 idiomas oficiales, entre tantas maravillas de la naturaleza y grandes recursos del subsuelo. Estamos entre los pocos países del África subsahariana donde los católicos son una pequeña minoría en comparación con otras Iglesias cristianas, con solo 5 millones de fieles.

¿Cuáles son los signos de esperanza que nuestros jóvenes y la sociedad están buscando?
En primer lugar, estamos tratando de superar los tristemente célebres récords mundiales de la creciente brecha entre ricos y pobres (100.000 millonarios frente a 15 millones de jóvenes desempleados), la falta de seguridad y la creciente violencia en la vida cotidiana, el colapso del sistema educativo, que ha producido una nueva generación de millones de analfabetos, lidiando con diversas adicciones (alcohol, drogas…). Además, 30 años después del fin del régimen de apartheid en 1994, la sociedad y la Iglesia siguen divididas entre las diversas comunidades en términos de economía, oportunidades y muchas heridas aún no cicatrizadas. De hecho, la comunidad del «País del Arco Iris» está luchando con muchas «lagunas» que solo pueden ser «llenadas» con los valores del Evangelio.

¿Cuáles son los signos de esperanza que la Iglesia católica en Sudáfrica está buscando?
Participando en el encuentro trienal «Joint Witness» de los superiores religiosos y los obispos en 2024, nos dimos cuenta de muchos signos de declive: menos fieles, falta de vocaciones sacerdotales y religiosas, envejecimiento y disminución del número de religiosos, algunas diócesis en bancarrota, constante pérdida/disminución de instituciones católicas (asistencia médica, educación, obras sociales o medios de comunicación) debido a la fuerte caída de religiosos y laicos comprometidos. La Conferencia Episcopal Católica (SACBC – que incluye Botsuana, eSwatini y Sudáfrica) indica como prioridad la asistencia a los jóvenes dependientes del alcohol y de otras sustancias diversas.

¿Cuáles son los signos de esperanza que los salesianos del África meridional están buscando?
Rezamos cada día por nuevas vocaciones salesianas, para poder acoger nuevos misioneros. De hecho, ha terminado la época de la Inspectoría anglo-irlandesa (hasta 1988) y el Proyecto África no incluía la punta meridional del continente. Después de 70 años en eSwatini (Suazilandia) y 45 años en Lesotho, solo tenemos 4 vocaciones locales de cada Reino. Hoy solo tenemos 5 jóvenes hermanos y 4 novicios en formación inicial. Sin embargo, la Visitaduría más pequeña de África-Madagascar, a través de sus 7 comunidades locales, se encarga de la educación y la atención pastoral en 6 grandes parroquias, 18 escuelas primarias y secundarias, 3 centros de formación profesional (TVET) y diversos programas de asistencia social. Nuestra comunidad inspectorial, con 18 nacionalidades diferentes entre los 35 SDB que viven en las 7 comunidades, es un gran don y un desafío que acoger.

Como comunidad católica minoritaria y frágil del África austral
Creemos que el único camino para el futuro es construir más puentes y comunión entre los religiosos y las diócesis: cuanto más débiles somos, más nos esforzamos por trabajar juntos. Dado que toda la Iglesia católica busca centrarse en los jóvenes, Don Bosco ha sido elegido por los obispos como Patrono de la Pastoral Juvenil y su Novena se celebra con fervor en la mayoría de las diócesis y parroquias al comienzo del año pastoral.

Como Salesianos y Familia Salesiana, nos animamos constantemente unos a otros: «work in progress» (trabajo en progreso)
En los últimos dos años, después de la invitación del Rector Mayor, hemos tratado de relanzar nuestro carisma salesiano, con la sabiduría de una visión y dirección común (a partir de la asamblea anual inspectorial), con una serie de pequeños y sencillos pasos diarios en la dirección correcta y con la sabiduría de la conversión personal y comunitaria.

Agradecemos el aliento de don Pascual Chávez para nuestro reciente Capítulo Inspectorial de 2024: «Sabéis bien que es más difícil, pero no imposible, “refundar” que fundar [el carisma], porque hay hábitos, actitudes o comportamientos que no corresponden al espíritu de nuestro Santo Fundador, don Bosco, y a su Proyecto de Vida, y tienen “derecho de ciudadanía” [en la Inspectoría]. Realmente se necesita una verdadera conversión de cada hermano a Dios, teniendo el Evangelio como suprema regla de vida, y de toda la Inspectoría a Don Bosco, asumiendo las Constituciones como verdadero proyecto de vida».

Se votó el consejo de don Pascual y el compromiso: «Convertirse en más apasionados de Jesús y dedicados a los jóvenes», invirtiendo en la conversión personal (creando un espacio sagrado en nuestra vida, para dejar que Jesús la transforme), en la conversión comunitaria (invirtiendo en la formación permanente sistemática mensual según un tema) y en la conversión inspectorial (promoviendo la mentalidad inspectorial a través de «One Heart One Soul» – fruto de nuestra asamblea inspectorial) y con encuentros mensuales en línea de los directores.

En la estampita-recuerdo de nuestra Visitaduría del Beato Miguel Rúa, junto a los rostros de los 46 hermanos y 4 novicios (35 viven en nuestras 7 comunidades, 7 están en formación en el extranjero y 5 SDB están esperando el visado, en San Calixto-catacumbas y un misionero que está haciendo quimioterapia en Polonia). También estamos bendecidos por un número creciente de hermanos misioneros que son enviados por el Rector Mayor o por un período específico por otras Inspectorías africanas para ayudarnos (AFC, ACC, ANN, ATE, MDG y ZMB). Estamos muy agradecidos a cada uno de estos jóvenes hermanos. Creemos que, con su ayuda, nuestra esperanza de relanzamiento carismático se está haciendo tangible. Nuestra Visitaduría – la más pequeña de África-Madagascar, después de casi 40 años de su fundación, aún no tiene una verdadera casa inspectorial. La construcción comenzó, con la ayuda del Rector Mayor, solo el año pasado. También aquí decimos: «obras en curso»…

Queremos compartir también nuestros humildes signos de esperanza con todas las otras 92 Inspectorías en este precioso período del Capítulo General. La AFM tiene una experiencia única de 31 años de voluntarios misioneros locales (involucrados en la Pastoral Juvenil del Centro Juvenil Bosco de Johannesburgo desde 1994), el programa «Love Matters» para un crecimiento sexual saludable de los adolescentes desde 2001. Nuestros voluntarios, de hecho, involucrados durante un año entero en la vida de nuestra comunidad, son miembros más valiosos de nuestra Misión y de los nuevos grupos de la Familia Salesiana que están creciendo lentamente (VDB, Salesianos Cooperadores y Exalumnos de Don Bosco).

Nuestra casa madre de Ciudad del Cabo celebrará el próximo año su centésimo trigésimo (130º) aniversario y, gracias al centésimo quincuagésimo (150º) aniversario de las Misiones Salesianas, hemos realizado, con la ayuda de la Inspectoría de China, una especial «Sala de la Memoria de San Luis Versiglia», donde nuestro Protomártir pasó un día durante su regreso de Italia a China-Macao en mayo de 1917.

Don Bosco ‘Ubuntu’ – camino sinodal
«¡Estamos aquí gracias a vosotros!» – Ubuntu es una de las contribuciones de las culturas del África meridional a la comunidad global. La palabra en lengua Nguni significa «Yo soy porque vosotros sois» («I’m because you are!». Otras posibles traducciones: «Existo porque existís»). El año pasado emprendimos el proyecto «Eco Ubuntu» (proyecto de sensibilización ambiental de 3 años de duración) que involucra a unos 15.000 jóvenes de nuestras 7 comunidades en eSwatini, Lesotho y Sudáfrica. Además de la espléndida celebración y el compartir del Sínodo de los Jóvenes 2024, nuestros 300 jóvenes [que participaron] conservan sobre todo Ubuntu en sus recuerdos. Su entusiasmo es una fuente de inspiración. La AFM os necesita: ¡Estamos aquí gracias a vosotros!

Marco Fulgaro




La pastora, las ovejas y los corderos (1867)

En el siguiente pasaje, Don Bosco, fundador del Oratorio de Valdocco, relata a sus jóvenes un sueño que tuvo entre el 29 y el 30 de mayo de 1867 y que narró la noche del Domingo de la Santísima Trinidad. En una llanura infinita, rebaños y corderos se convierten en alegoría del mundo y de los muchachos: prados exuberantes o desiertos áridos figuran la gracia y el pecado; cuernos y heridas denuncian escándalo y deshonor; la cifra «3» preanuncia tres carestías –espiritual, moral, material– que amenazan a quien se aleja de Dios. Del relato brota el apremiante llamado del santo: custodiar la inocencia, volver a la gracia con la penitencia, para que cada joven pueda revestirse de las flores de la pureza y participar de la alegría prometida por el buen Pastor.

El domingo de la Santísima Trinidad, 16 de junio, en cuya festividad, hacía veintiséis años, había celebrado don Bosco su primera misa, los jóvenes esperaban con impaciencia que les contara un sueño, según les había prometido el día 13 del mismo mes. Su ardiente deseo era buscar el bien espiritual de su rebaño, y su norma, las amonestaciones y promesas del capítulo XXVII, versículos 23 – 25 del libro de los Proverbios: Diligenter agnosce vultum pecoris tui, tuosque greges considera: non enim habebis jugiter potestatem; sed corona tribuetur in generationem et generationem. Aperta sunt prata, et apparuerunt herbas virentes, et collecta sunt foena de montibus… (Conoce a fondo el estado de tu ganado, aplica tu corazón a tu rebaño; porque no es eterna la riqueza; no se transmiten los tesoros de edad en edad. Cortada la hierba, aparecido el retoño, y apilado el heno de los montes…). En sus oraciones pedía al cielo el conocimiento exacto de sus ovejas; la gracia de vigilar atentamente; de asegurar la custodia del redil aun después de su muerte y de proveerle de fácil alimento material y espiritual. Don Bosco, pues, después de las oraciones de la noche, habló así:

En una de las últimas noches del mes de María, el 29 o el 30 de mayo, estando en la cama y no pudiendo dormir, pensaba en mis queridos jóvenes y me decía a mí mismo:
– ¡Oh si pudiese soñar algo que les sirviese de provecho!
Después de reflexionar durante un rato añadí:
– ¡Sí! Ahora quiero soñar algo para contarlo a mis jóvenes.
Y he aquí que me quedé dormido. Apenas el sueño se apoderó de mí, me pareció encontrarme en una inmensa llanura cubierta de un número extraordinario de ovejas de gran tamaño, las cuales, divididas en rebaños, pacían en los extensos prados que se ofrecían ante mi vista. Quise acercarme a ellas y se me ocurrió buscar al pastor, causándome gran maravilla que pudiese haber en el mundo quien pudiera poseer tan crecido número de animales de aquella especie. Después de breves indagaciones me encontré ante un pastor apoyado en su cayado. Inmediatamente comencé a preguntarle:
– ¿De quién es este rebaño tan numeroso?
El pastor no me contestó. Volví a repetir la pregunta y entonces me dijo:
– ¿Y a ti qué te interesa?
– ¿Por qué, repliqué, me contesta de esa manera?
– Pues bien, dijo el pastor, este rebaño es de su dueño.
– ¿De su dueño? Eso ya me lo suponía, dije para mí. Y continué en alta voz:
– ¿Y quién es el dueño?
– No te preocupes, me dijo, ya lo sabrás.
Después, recorriendo en su compañía aquel valle, comencé a observar el rebaño y la región en que nos encontrábamos. Algunas zonas estaban cubiertas de rica vegetación; numerosos árboles extendían sus ramas proporcionando agradable sombra, y una hierba fresquísima que servía de alimento a gran número de ovejas de hermosa y lucida presencia. En otros parajes la llanura era estéril, arenosa, llena de piedras, recubierta de espinos, desprovistos de hojas, y de grama amarillenta; no había en toda ella ni un tallo de hierba fresca; a pesar de ello, también allí había numerosas ovejas paciendo, pero su aspecto era miserable.
Hice algunas preguntas a mi guía referentes a este rebaño, pero él, sin contestarme a ninguna, dijo:
– Tú no estás destinado a cuidarlas. En éstas no debes pensar. Te voy a llevar a que veas el rebaño que te ha sido reservado.
– Pero ¿tú quién eres?
– Soy el dueño; ven conmigo; vamos hacia aquella parte y verás.
Y me condujo a otro lugar de la llanura donde había millares y millares de corderillos. Tan numerosos eran, que no se podían contar y estaban tan flacos que apenas si se podían tener en pie. El prado en que estaban era seco, árido y arenoso, no descubriéndose en él ni un tallo de hierba fresca, ni un arroyuelo, sino nada más que algunos gamones secos y matas escuálidas. Todo el pasto había sido totalmente destruido por los mismos corderos.
A primera vista se podía deducir que aquellos pobres animales, que estaban además cubiertos de llagas, habían sufrido mucho y continuaban sufriendo. ¡Cosa extraña! Cada uno tenía dos cuernos largos y gruesos que le salían de la frente, como si fuesen carneros viejos, y en la punta de cada cuerno tenían un apéndice en forma de ese. Contemplé maravillado aquella rara particularidad, causándome gran inquietud el no saberme explicar por qué aquellos corderillos tenían los cuernos tan largos y tan gruesos y la causa de que hubiesen destruido tan pronto la hierba del prado.
– Pero ¿cómo puede ser esto?, dije al pastor. ¿Unos corderos tan pequeños y ya tienen unos cuernos tan grandes:
– Mira bien, me dijo, observa atentamente.
Y al hacerlo pude comprobar que aquellos animales tenían grabado el número 3 en todas las partes del cuerpo: en el lomo, en la cabeza, en el hocico, en las orejas, en las narices, en las patas, en las pezuñas.
– ¿Qué quiere decir esto?, pregunté a mi guía. A la verdad que no entiendo nada.
– ¿Cómo? ¿Que no comprendes nada?, me replicó el pastor. Escucha, pues, y todo lo comprenderás. Esta extensa llanura es figura del mundo. Los lugares cubiertos de hierba significan la palabra de Dios y la gracia. Los parajes estériles y áridos, aquellos sitios en los cuales no se escucha la palabra divina, en los que sólo se procura agradar al mundo. Las ovejas son los hombres hechos y derechos; los corderos, los jovencitos, para atender a los cuales ha mandado Dios a don Bosco. Este rincón de la llanura que contemplas, representa el Oratorio y los corderos en él reunidos, tus hijos. Este lugar tan árido es símbolo del estado de pecado. Los cuernos son imagen de la deshonra. La letra S quiere decir Scandalum (escándalo). Los escandalosos, por la fuerza del mal ejemplo, marchan a su perdición. Entre los corderos observarás algunos que tienen los cuernos rotos; fueron escandalosos, pero ahora cesaron en sus escándalos. El número 3 quiere decir que soportan la pena de su culpa; esto es, que tendrán que sufrir tres grandes carestías: una carestía espiritual, otra moral y otra material. 1.° La carestía de los auxilios espirituales; pedirán estos auxilios y no los tendrán. 2.° La carestía de la palabra de Dios. 3.° La carestía del pan material. El que los corderos hayan agotado toda la hierba quiere decir que no les queda más que el deshonor y el número 3, o sea, las carestías. Este espectáculo significa también los sufrimientos que padecen actualmente muchos jóvenes en medio del mundo. En el Oratorio, en cambio, incluso los que son indignos de ello, no carecen del pan material.
Mientras yo escuchaba y observaba todas aquellas cosas como desmemoriado, he aquí una nueva maravilla. Todos aquellos corderos cambiaban de aspecto.
Levantándose sobre las patas posteriores adquirían una estatura elevada y la forma de otros tantos jóvenes. Yo me acerqué para comprobar si conocía alguno. Eran todos muchachos del Oratorio. A muchísimos no los había visto nunca, pero todos aseguraban que pertenecían a nuestro Oratorio. Y entre los que eran desconocidos para mí había unos pocos que están actualmente aquí. Son los que no se presentan nunca a don Bosco; los que no acuden jamás a pedirle un consejo; los que, por el contrario, huyen de él; en una palabra: los jóvenes a los cuales don Bosco aún no conoce… Pero la inmensa mayoría de los desconocidos estaba integrada por los que no están ni han estado en el Oratorio.
Mientras observaba con pena aquella multitud, el que me acompañaba me tomó de la mano y me dijo:
– Ven conmigo y verás otras cosas. Y así diciendo me condujo a un extremo apartado del valle rodeado de pequeñas colinas y cercado de un vallado de plantas esbeltas, en el cual había un gran prado cubierto de verdor, lo más riente que imaginarse puede y embalsamado por multitud de plantas aromáticas, esmaltado de flores silvestres y en el que, además, se descubrían frescos bosquecillos y corrientes de agua límpida. En él me encontré con una gran multitud de chicos, todos alegres, dedicados a formar un hermosísimo vestido con flores del prado.
– Al menos, tienes a éstos que te proporcionan grandes consuelos.
– ¿Quiénes son?, pregunté.
– Son los que están en gracia de Dios.
¡Ah! Os puedo asegurar que jamás vi criaturas tan bellas y resplandecientes y que nunca habría podido imaginar tanta hermosura. Sería imposible que me pusiese a describirlo, pues sería echar a perder lo que no se puede imaginar si no se ve. Pero me estaba reservado un espectáculo aún más sorprendente. Mientras estaba yo contemplando con inmenso placer a aquellos jóvenes, entre los que había muchos a los cuales no conocía, el guía me dijo:
– Ven, ven conmigo y te haré ver algo que te proporcionará una alegría y un consuelo aún mayor. Y me condujo a otro prado todo esmaltado de flores más bellas y olorosas que las que había visto anteriormente. Parecía un jardín regio. En él pude ver un número menor de jóvenes que en el prado anterior, pero de una tan extraordinaria belleza y de un esplendor tal que anulaban por completo a los que había admirado poco antes. Algunos de éstos están en el Oratorio, otros lo estarán con el tiempo.
Entonces el pastor me dijo:
– Estos son los que conservan la bella azucena de la pureza. Estos están revestidos aún con la estola de la inocencia.
Yo contemplaba extático aquel espectáculo. Casi todos llevaban en la cabeza una corona de flores de belleza indescriptible. Dichas flores estaban compuestas por otras florecillas de sorprendente gallardía y de colores tan vivos y variados que encantaban al que las miraba. Había más de mil colores en una sola flor y en cada flor se veían más de mil flores. Hasta los pies de aquellos jóvenes descendía una vestidura de fascinante blancura, entretejida de guirnaldas de flores, semejantes a las que formaban la corona. La luz encantadora que partía de las flores iluminaba toda la persona haciendo reflejar en ella la propia belleza. Las flores se espejaban unas en otras y las de las coronas en las que formaban las guirnaldas, reverberando cada una los rayos emitidos por las otras. Un rayo de un color al encontrarse con otro de distinto color daba origen a nuevos rayos, diversos entre sí y, por consiguiente, cada nuevo rayo producía otros distintos, de manera que yo jamás habría creído que en el paraíso hubiese un espectáculo tan múltiple y encantador. Pero esto no es todo. Los rayos de las flores y de las coronas de unos jóvenes se reflejaban en las flores y en los de las coronas de todos los demás; lo mismo sucedía con las guirnaldas y con las vestiduras de cada uno. Además, el resplandor del rostro de un joven al expandirse, se fundía con el resplandor del rostro de los compañeros y al reverberar sobre aquellas facciones inocentes y redondas, producían tanta luz que deslumbraban la vista e impedían fijar los ojos en ellas.
Y así, en uno solo, se concentraban las bellezas de todos los compañeros con una armonía de luz inefable. Era la gloria accidental de los santos. No hay imagen humana capaz de dar una idea, aunque pálida, de la belleza que adquiría cada uno de aquellos jóvenes, en medio de un océano de esplendor tan grande. Entre ellos pude ver a algunos que se encuentran actualmente en el Oratorio y estoy seguro de que, si pudiesen apreciar, aunque sólo fuese la décima parte de la hermosura de que los vi revestidos, estarían dispuestos a sufrir el tormento del fuego, a dejarse descuartizar, a afrontar el más cruel de los martirios, antes que perderla.
Apenas pude reaccionar un poco, después de haber contemplado semejante espectáculo, me volví a mi guía y le dije:
– Pero ¿en tan crecido número de mis jóvenes, son tan pocos los inocentes? ¿Tan contados son los que nunca han perdido la gracia de Dios?
El pastor respondió:
– ¿Cómo? ¿Te parece pequeño su número? Por otra parte, ten presente que los que han tenido la desgracia de perder el hermoso lirio de la pureza, y, por tanto, la inocencia, pueden seguir a sus compañeros por el camino de la penitencia. ¿Ves allá? En aquel prado hay muchas flores; con ellas pueden tejer una corona y una vestidura hermosísima y seguir también a los inocentes en la gloria.
– Dime algo más que yo pueda comunicar a mis jóvenes, añadí entonces.
– Repíteles que si supiesen cuán bella y preciosa es a los ojos de Dios la inocencia y la pureza, estarían dispuestos a hacer cualquier sacrificio para conservarla. Diles que se animen a cultivar esta bella virtud, la cual supera a las demás en hermosura y esplendor. Por algo los castos son los que crescunt tanquam lilia in conspectu Domini. (Crecen como lirios a los ojos del Señor).
Yo quise entonces introducirme en medio de aquellos mis queridos hijos tan bellamente coronados, pero tropecé al andar y me desperté encontrándome en la cama.
Hijos míos: ¿sois todos inocentes? Tal vez entre vosotros hay algunos que lo son y a ellos van dirigidas estas mis palabras. Por caridad: no perdáis un tesoro de tan inestimable valor. ¡La inocencia es algo que vale tanto como el Paraíso, como el mismo Dios! ¡Si hubieseis podido admirar la belleza de aquellos jovencitos recubiertos de flores! El conjunto de aquel espectáculo era tal, que yo habría dado cualquier cosa por seguir gozando de él, y si fuese pintor, consideraría como una gracia grande el poder plasmar en el lienzo, de alguna manera, lo que vi. Si conocieseis la belleza de un inocente, os someteríais a las pruebas más penosas, incluso a la misma muerte, con tal de conservar el tesoro de la inocencia.
El número de los que habían recuperado la gracia, aunque me produjo un gran consuelo, creí, con todo, que sería mayor. También me maravillé de ver a alguno que aquí parece bueno y en el sueño tenía unos cuernos muy grandes y muy gruesos…
Don Bosco terminó haciendo una cálida exhortación a los que habían perdido la inocencia para que se empeñasen voluntariosamente en
recuperar la gracia por medio de la penitencia.
Dos días después, el 18 de junio, el siervo de Dios subía a su tribuna y daba algunas nuevas explicaciones del sueño.
No sería necesaria explicación alguna respecto al sueño, pero volveré a repetir lo que ya os dije. La gran llanura es el mundo, y los distintos parajes y el estado al que fueron llamados aquí todos nuestros jóvenes. El rincón donde estaban los corderos es el Oratorio. Los corderos son todos los jóvenes que estuvieron, están y estarán en el Oratorio. Los tres prados de esta zona, el árido, el verde y el florido, indican los estados de pecado, de gracia y de inocencia. Los cuernos de los corderos son los escándalos dados en el pasado. Había, además, quienes tenían los cuernos rotos, o sea los que fueron escandalosos y después se enmendaron por completo. Todas aquellas cifras que representaban el número 3, y que se veían grabadas en las distintas partes del cuerpo de cada cordero, simbolizan, según me dijo el pastor, tres castigos que Dios enviará a los jóvenes: 1.° Carestía de auxilios espirituales. 2.° Carestía moral, o sea, falta de instrucción religiosa y de la palabra de Dios. 3.° Carestía material, o sea, carencia incluso del alimento. Los jóvenes resplandecientes son los que se encuentran en gracia de Dios y, sobre todo, los que conservan la inocencia bautismal y la bella virtud de la pureza. íQué gloria tan grande les espera a los tales!
Entreguémonos, pues, queridos jóvenes, con el mayor entusiasmo a la práctica de la virtud. El que no esté en gracia de Dios, que la adquiera y después emplee todos los medios necesarios y la ayuda de Dios para conservarse en ella hasta la muerte; pues, si es cierto que no todos podemos estar en compañía de los inocentes y formar corona a Jesús, Cordero Inmaculado, al menos podemos seguir detrás de ellos.
Uno de vosotros me preguntó si estaba entre los inocentes y yo le dije que no, que tenía los cuernos rotos. Me preguntó también si tenía llagas y le dije que sí.
– ¿Y qué significan esas llagas?, me preguntó.
Yo le respondí:
– No temas. Tus llagas están ya casi cicatrizadas y desaparecerán con el tiempo; tales llagas no son deshonrosas, como no lo son las cicatrices de un combatiente, el cual, a pesar de las heridas y de los ataques del enemigo, supo vencer y conseguir la victoria. ¡Por tanto, son cicatrices gloriosas! Pero aún es más honroso combatir en medio del enemigo sin ser herido. La incolumidad del que lo consigue es causa de admiración para todos.
Explicando este sueño, don Bosco dijo también que no pasaría mucho tiempo sin que se dejasen sentir estos tres males; – Peste, hambre y también falta de medios para hacer bien a las almas.
Añadió que no pasarían tres meses sin que sucediese algo de particular.
Este sueño produjo en los jóvenes la impresión y los frutos que había conseguido otras muchas veces con relatos semejantes.
(MB IT VIII 839- 845 / MB ES 713-718)




Don Bosco con sus Salesianos

Si con sus muchachos Don Bosco bromeaba alegremente al verlos alegres y serenos, también con sus Salesianos revelaba en broma la estima que les tenía, el deseo de verlos formar con él una gran familia, pobre sí, pero confiada en la Divina Providencia, unida en la fe y en la caridad.

Los feudos de Don Bosco
En 1830 Margarita Occhiena, viuda de Francisco Bosco, hizo la división de los bienes heredados de su marido entre su hijastro Antonio y sus dos hijos José y Juan. Consistía, entre otras cosas, en ocho parcelas de tierra como prado, campo y viñedo. No sabemos nada preciso sobre los criterios seguidos por Mamá Margarita para repartir la herencia paterna entre los tres. Sin embargo, entre las parcelas había una viña cerca de los Becchi (en Bric dei Pin), un campo en Valcapone (o Valcappone) y otro en Bacajan (o Bacaiau). En cualquier caso, estas tres tierras constituyen los “feudos” que Don Bosco denomina a veces jocosamente como de su propiedad.

I Becchi, como todos sabemos, son la humilde aldea del caserío donde nació Don Bosco; Valcapponé (o Valcapone) era un lugar al este del Colle, bajo la Serra di Capriglio, pero abajo en el valle, en la zona conocida como Sbaruau (= hombre del saco), porque estaba densamente arbolada con unas cuantas chozas escondidas entre las ramas que servían de lugar de almacenamiento para los lavanderos y de refugio para los bandoleros. Bacajan (o Bacaiau) era un campo al este del Colle, entre las parcelas de Valcapone y Morialdo. He aquí los “feudos” de Don Bosco.
Las Memorias Biográficas dicen que durante algún tiempo Don Bosco había conferido títulos nobiliarios a sus colaboradores laicos. Así fue el Conde de los Becchi, el Marqués de Valcappone, el Barón de Bacaiau, las tres tierras que Don Bosco debió conocer como parte de su herencia. “Con estos títulos llamaba a Rossi, Gastini, Enria, Pelazza, Buzzetti, no sólo en casa sino también fuera, sobre todo cuando viajaba con algunos de ellos” (MB VIII, 198-199).
Entre estos “nobles” salesianos, sabemos con certeza, que el Conde de los I Becchi (o del Bricco del Pino) era Rossi José, el primer salesiano laico, o “Coadjutor” que amó Don Bosco como a un hijo afectuosísimo y le fue fiel para siempre.
Un día Don Bosco fue a la estación de Porta Nuova y Rossi José lo acompañó llevando su maleta. Llegaron cuando el tren estaba a punto de partir y los vagones estaban abarrotados de gente. Don Bosco, al no encontrar asiento, se dirigió a Rossi y, en voz alta, le dijo:
– ¡Oh, señor Conde, lamento que se tome tantas molestias por mí!
– Imagínese Don Bosco, ¡es un honor para mí!
Algunos viajeros que estaban en las ventanillas, al oír aquellas palabras “Señor Conde” y “Don Bosco”, se miraron asombrados y uno de ellos gritó desde la carroza:
– ¡Don Bosco! ¡Señor Conde! Suba aquí, ¡todavía quedan dos asientos!
– Pero no quiero molestarles, – respondió Don Bosco.
– ¡Que suban! Es un honor para nosotros. Recogeré mis maletas, ¡caben perfectamente!
Y así el “Conde I Becchi” pudo subir al tren con Don Bosco y la maleta.

Las bombas y una choza
Don Bosco vivió y murió pobre. Para comer se contentaba con muy poco. Incluso un vaso de vino era ya demasiado para él, y lo aguaba sistemáticamente.
“A menudo se olvidaba de beber porque estaba absorto en otros pensamientos, y eran sus vecinos de mesa los que se lo servían en el vaso. Y entonces, si el vino era bueno, buscaba inmediatamente agua “para que supiera mejor”, decía. Y añadía con una sonrisa: “He renunciado al mundo y al diablo, pero no a las pompas”, aludiendo a las trompetas que sacan agua del pozo” (MB IV, 191-192).
Incluso para el alojamiento sabemos cómo vivió. El 12 de septiembre de 1873 se celebró la Conferencia General de los Salesianos para reelegir un Ecónomo y tres Consejeros. En aquella ocasión Don Bosco pronunció palabras memorables y proféticas sobre el desarrollo de la Congregación. Luego, cuando le tocó hablar del Capítulo Superior, que a estas alturas parecía necesitar una residencia adecuada, dijo, en medio de la hilaridad universal: “Si fuera posible, me gustaría hacer una “sopanta” (léase: supanta = choza) en medio del patio, donde el Capítulo pudiera estar separado del resto de los mortales. Pero como sus miembros todavía tienen derecho a estar en esta tierra, ¡pueden quedarse ahora aquí, ahora allí, en diferentes casas, según les parezca mejor!” (MB X, 1061-1062).

Otis, botis, pija tutis
Un joven le preguntó un día cómo conocía el futuro y adivinaba tantas cosas secretas. Él le respondió:
– “Escúchame. El medio es éste, y se explica por: Otis, botis, pija tutis. ¿Sabes lo que significan estas palabras? Ten cuidado. Son palabras griegas, y, – deletreándolas, repitió: – O-tis, bo-tis, pi-ja tu-tis. ¿Lo entendéis?
– ¡Esto es un asunto serio!
– Yo también lo sé. Nunca he querido manifestar a nadie lo que significa este lema. Y nadie lo sabe, ni lo sabrá nunca, porque no me conviene contarlo. Es mi secreto con el que trabajo cosas extraordinarias, leo conciencias, conozco misterios. Pero si sois listos, podréis entenderlo.
Y repitió esas cuatro palabras, señalando con el dedo índice la frente, la boca, la barbilla y el pecho del joven. Acabó abofeteándole de repente. El joven se rio, pero insistió:
– ¡Al menos tradúceme las cuatro palabras!
– Yo puedo traducirlas, pero tú no entenderás la traducción.
Y bromeando le dijo en dialecto piamontés
– Quand ch’at dan ed bòte, pije tute (Cuando te peguen, recíbelos todos) (MB VI, 424). Y quería decir que, para llegar a ser santo, hay que aceptar todos los sufrimientos que nos depara la vida.

Patrono de los hojalateros
Todos los años, los jóvenes del Oratorio de San León de Marsella hacían una excursión a la villa del Sr. Olive, generoso benefactor de los Salesianos. En esa ocasión, el padre y la madre servían a los superiores a la mesa, y sus hijos a los alumnos.

En 1884, la excursión tuvo lugar durante la estancia de Don Bosco en Marsella.
Mientras los alumnos se divertían en los jardines, la cocinera corrió a avisar a la Señora Olive:
– Señora, la olla de sopa para los chicos está goteando y no hay manera de remediarlo. Tendrán que quedarse sin sopa.
La señora, que tenía mucha fe en Don Bosco, tuvo una idea. Llamó a todos los jóvenes:
– Escuchad -les dijo-, si queréis tomar la sopa, arrodillaos aquí y rezad una oración a Don Bosco para que la olla se estanque.
Obedecieron. Al instante, la olla dejó de gotear. Pero Don Bosco, al enterarse, se rio a carcajadas, diciendo:
– A partir de ahora llamarán a Don Bosco patrono de los hojalateros (MB XVII, 55-56).




Las siete alegrías de la Virgen María

En el corazón de la obra educativa y espiritual de San Juan Bosco, la figura de la Madonna ocupa un lugar privilegiado y luminoso. Don Bosco no solo fue un gran educador y fundador, sino también un ferviente devoto de la Virgen María, a quien veneraba con profundo afecto y en quien confiaba cada uno de sus proyectos pastorales. Una de las expresiones más características de esta devoción es la práctica de las “Siete alegrías de la Virgen María”, propuesta de manera sencilla y accesible en su publicación “El joven proveído”, uno de los textos más difundidos en su pedagogía espiritual.

Una obra para el alma de los jóvenes
En 1875, Don Bosco publicó una nueva edición de “El joven proveído para la práctica de sus deberes en los ejercicios de piedad cristiana”, un manual de oraciones, ejercicios espirituales y normas de conducta cristiana pensado para los chicos. Este libro, redactado con un estilo sobrio y paternal, tenía la intención de acompañar a los jóvenes en su formación moral y religiosa, introduciéndolos a una vida cristiana integral. En él también encontraba espacio la devoción a las “Siete alegrías de María Santísima”, una oración sencilla pero intensa, estructurada en siete puntos. A diferencia de los “Siete dolores de la Madonna”, mucho más conocidos y difundidos en la piedad popular, las “Siete alegrías” de Don Bosco ponen el énfasis en las alegrías de la Santísima Virgen en el Paraíso, consecuencia de una vida terrenal vivida en la plenitud de la gracia de Dios.
Esta devoción tiene orígenes antiguos y fue especialmente querida por los franciscanos, quienes la difundieron a partir del siglo XIII, como Rosario de las Siete Alegrías de la Bienaventurada Virgen María (o Corona Seráfica). En la forma franciscana tradicional es una oración devocional compuesta por siete decenas de Ave María, cada una precedida por un misterio gozoso (alegría) e introducida por un Padre Nuestro. Al final de cada decena se reza un Gloria al Padre. Las alegrías son: 1. La Anunciación del Ángel; 2. La visita a Santa Isabel; 3. El nacimiento del Salvador; 4. La adoración de los Magos; 5. El hallazgo de Jesús en el templo; 6. La resurrección del Hijo; 7. La Asunción y coronación de María en el cielo.
Don Bosco, tomando de esta tradición, ofrece una versión simplificada, adecuada a la sensibilidad de los jóvenes.
Cada una de estas alegrías se medita mediante la recitación de un Ave María y un Gloria.

La pedagogía de la alegría
La elección de proponer a los jóvenes esta devoción no responde solo a un gusto personal de Don Bosco, sino que se inserta plenamente en su visión educativa. Él estaba convencido de que la fe debía transmitirse a través de la alegría, no del miedo; a través de la belleza del bien, no del temor al mal. Las “Siete alegrías” se convierten así en una escuela de alegría cristiana, una invitación a reconocer que, en la vida de la Virgen, la gracia de Dios se manifiesta como luz, esperanza y cumplimiento.
Don Bosco conocía bien las dificultades y sufrimientos que muchos de sus chicos enfrentaban diariamente: la pobreza, el abandono familiar, la precariedad del trabajo. Por eso, les ofrecía una devoción mariana que no se limitara al llanto y al dolor, sino que fuera también una fuente de consuelo y de alegría. Meditar las alegrías de María significaba abrirse a una visión positiva de la vida, aprender a reconocer la presencia de Dios incluso en los momentos difíciles, y confiar con fe en la ternura de la Madre celestial.
En la publicación “El joven provisto”, Don Bosco escribe palabras conmovedoras sobre el papel de María: la presenta como madre amorosa, guía segura y modelo de vida cristiana. La devoción a sus alegrías no es una simple práctica devocional, sino un medio para entrar en relación personal con la Madonna, para imitar sus virtudes y recibir su ayuda materna en las pruebas de la vida.
Para el santo turinés, María no está distante ni inaccesible, sino cercana, presente, activa en la vida de sus hijos. Esta visión mariana, fuertemente relacional, atraviesa toda la espiritualidad salesiana y se refleja también en la vida cotidiana de los oratorios: ambientes donde la alegría, la oración y la familiaridad con María van de la mano.

Una herencia viva
Hoy también, la devoción a las “Siete alegrías de la Virgen María” mantiene intacto su valor espiritual y educativo. En un mundo marcado por incertidumbres, miedos y fragilidades, ofrece un camino sencillo pero profundo para descubrir que la fe cristiana es, ante todo, una experiencia de alegría y luz. Don Bosco, profeta de la alegría y la esperanza, nos enseña que la auténtica educación cristiana pasa por la valorización de los afectos, las emociones y la belleza del Evangelio.
Redescubrir hoy las “Siete alegrías” significa también recuperar una mirada positiva sobre la vida, la historia y la presencia de Dios. La Madonna, con su humildad y su confianza, nos enseña a custodiar y meditar en el corazón las señales de la verdadera alegría, aquella que no pasa, porque está fundada en el amor de Dios.
En un tiempo en que también los jóvenes buscan luz y sentido, las palabras de Don Bosco siguen siendo actuales: “Si queréis ser felices, practicad la devoción a María Santísima”. Las “Siete alegrías” son, entonces, una pequeña escalera hacia el cielo, un rosario de luz que une la tierra al corazón de la Madre celestial.

Aquí también el texto original tomado de “El joven proveído para la práctica de sus deberes en los ejercicios de piedad cristiana”, 1875 (pp. 141-142), con nuestros títulos.

Las siete alegrías que goza María en el Cielo

1. Pureza cultivada
Regocijaos, oh Esposa inmaculada del Espíritu Santo, por ese gozo que ahora disfrutáis en el Paraíso, porque por vuestra pureza y virginidad sois exaltada sobre todos los Ángeles y sublimada sobre todos los santos.
Ave María y Gloria.

2. Sabiduría buscada
Regocijaos, oh Madre de Dios, por ese placer que sentís en el Paraíso, porque así como el sol aquí en la tierra ilumina todo el mundo, así vos con vuestro resplandor adornáis y hacéis brillar todo el Paraíso.
Ave y Gloria.

3. Obediencia filial
Regocijaos, oh Hija de Dios, por la sublime dignidad a la que fuisteis elevada en el Paraíso, porque todas las Jerarquías de Ángeles, Arcángeles, Tronos, Dominaciones y todos los Espíritus Bienaventurados os honran, reverencian y reconocen como Madre de su Creador, y a cada mínimo gesto os obedecen con sumo respeto.
Ave y Gloria.

4. Oración continua
Regocijaos, oh Sierva de la Santísima Trinidad, por ese gran poder que tenéis en el Paraíso, porque todas las gracias que pedís a vuestro Hijo os son concedidas de inmediato; de hecho, como dice San Bernardo, no se concede gracia aquí en la tierra que no pase por vuestras santísimas manos.
Ave y Gloria.

5. Humildad vivida
Regocijaos, oh muy a gusta Reina, porque solo vos merecisteis sentaros a la derecha de vuestro santísimo Hijo, quien está sentado a la derecha del Padre Eterno.
Ave y Gloria.
6. Misericordia practicada
Regocijaos, oh Esperanza de los pecadores, Refugio de los atribulados, por el gran placer que sentís en el Paraíso al ver que todos los que os alaban y reverencian en este mundo son premiados por el Padre Eterno con su santa gracia en la tierra, y con su inmensa gloria en el cielo.
Ave y Gloria.

7. Esperanza premiada
Regocijaos, oh Madre, Hija y Esposa de Dios, porque todas las gracias, todos los gozos, todas las alegrías y todos los favores que ahora disfrutáis en el Paraíso nunca disminuirán; al contrario, aumentarán hasta el día del juicio y durarán eternamente.
Ave y Gloria.

Oración a la bienaventurada Virgen.
Oh gloriosa Virgen María, Madre de mi Señor, fuente de todo nuestro consuelo, por estas alegrías vuestras, de las que he hecho memoria con la devoción que he podido mayor, os ruego me obtengáis de Dios el perdón de mis pecados y la ayuda continua de su santa gracia, para que nunca me haga indigno de vuestra protección, sino que tenga la suerte de recibir todos esos celestiales favores que soléis obtener y compartir con vuestros siervos, quienes hacen devota memoria de estas alegrías que rebosan en vuestro hermoso corazón, oh Reina inmortal del Cielo.

Foto: shutterstock.com




El oratorio festivo de Valdocco

En 1935, tras la canonización de Don Bosco en 1934, los salesianos se ocuparon de recoger testimonios sobre él. Un tal Pietro Pons, que de niño había asistido al oratorio festivo de Valdocco durante unos diez años (de 1871 a 1882), y que también había cursado dos años de escuela primaria (con las aulas bajo la Basílica de María Auxiliadora) el 8 de noviembre dio un hermoso testimonio de aquellos años. Extractamos algunos pasajes del mismo, casi todos inéditos.

La figura de Don Bosco
Era el centro de atracción de todo el Oratorio. Así lo recuerda nuestro antiguo oratoriano Pietro Pons a finales de los años 70: “Ya no tenía vigor, pero siempre estaba tranquilo y sonriente. Tenía dos ojos que perforaban y penetraban la mente. Aparecía entre nosotros: era una alegría para todos. D. Rua, D. Lazzero estaban a su lado como si tuvieran al Señor en medio de ellos. D. Barberis y todos los muchachos corrían hacia él, rodeándolo, algunos caminando a los costados, otros detrás de él para tener el rostro vuelto hacia él. Era una fortuna, un codiciado privilegio poder estar cerca de él, hablar con él. Se paseaba hablando y mirando a todo el mundo con esos dos ojos que giraban a todos los lados, electrizando los corazones de alegría”.
Entre los episodios que se le han quedado grabados 60 años después, recuerda dos en particular: “Un día… apareció solo en la puerta principal del santuario. Entonces una bandada de muchachos se abalanzó sobre él como una ráfaga de viento. Pero él sostiene en la mano el paraguas, que tiene un mango y una asta tan gruesa como la de los campesinos. Lo levanta y, utilizándolo como una espada, hace malabarismos para repeler aquel afectuoso asalto, ahora a la derecha, ahora a la izquierda, para abrirse paso. Toca a uno con la punta, a otro a un lado, pero mientras tanto los otros se acercan por el otro lado. Así continúa el juego, la broma, alegrando los corazones, deseosos de ver al buen Padre regresar de su viaje. Parecía un cura de pueblo, pero de los buenos”.

Los juegos y el pequeño teatro
Un oratorio salesiano sin juegos es impensable. El anciano antiguo alumno recuerda: “el patio estaba ocupado por un edificio, la iglesia de Maria A. y al fondo un muro bajo… una especie de caseta descansaba en la esquina izquierda, donde siempre había alguien para vigilar a los que entraban… Nada más entrar a la derecha, había un columpio con un solo asiento, luego las barras paralelas y la barra fija para los niños mayores, que se divertían haciendo sus piruetas y saltos mortales, y también el trapecio, y el paso volador simple, que estaban, sin embargo, cerca de las sacristías, más allá de la capilla de San José”. Y de nuevo: “Este patio tenía una hermosa longitud y se prestaba muy bien a las carreras de velocidad que partían del lado de la iglesia y volvían allí a la vuelta. También se jugaba a los ataúdes rotos, a las carreras de sacos y a las piñatas. Estos últimos juegos se anunciaban desde el domingo anterior. También se jugaba a la cucaña, pero el árbol se plantaba con el extremo delgado en la parte inferior para que fuera más difícil subir. Había loterías y el boleto se pagaba a uno o dos céntimos. Dentro de la casita había una pequeña biblioteca guardada en un armario”.

Al juego se unía el famoso “pequeño teatro” en el que se representaban auténticos dramas como “El hijo del cruzado”, se cantaban los romances de Don Cagliero y se presentaban “musicales” como el del Zapatero personificado por el legendario Carlo Gastini [un brillante animador de los antiguos alumnos]. La obra, a la que asistían gratuitamente los padres, se celebraba en la sala situada bajo la nave de la iglesia de María A., pero el antiguo oratorio recuerda también que “una vez se representó en la casa Moretta [la actual iglesia parroquial, cerca de la plaza]. Allí vivía gente pobre en la más escuálida miseria. En los sótanos que se ven bajo el balcón había una pobre madre, que al mediodía llevaba a su Carlos, con el cuerpo rígido por una enfermedad, sobre los hombros para que tomara el sol”.

Servicios religiosos y reuniones formativas
En el oratorio festivo no faltaban los servicios religiosos de los domingos por la mañana: santa misa con comunión, oraciones del buen cristiano; seguidos por la tarde de recreo, catecismo y sermón de don Giulio Barberis. Ya anciano, “D. Bosco nunca venía a decir misa ni a predicar, sino sólo a visitar y a quedarse con los chicos durante el recreo… Los catequistas y los asistentes tenían a sus alumnos con ellos en la iglesia durante los oficios y les enseñaban el catecismo. A todos se les impartía una pequeña doctrina. Cada fiesta había que memorizar la lección y también la explicación”. Las fiestas solemnes terminaban con una procesión y una merienda para todos: “A la salida de la iglesia después de la misa había un desayuno. Un joven a la derecha de la puerta daba la hogaza de pan, otro a la izquierda le ponía dos fetas de salami con un tenedor”. Aquellos chicos se contentaban con poco, pero estaban encantados. Cuando los chicos internos se unían a los oratorianos para cantar las vísperas, ¡sus voces se oían en Via Milano y Via Corte d’appello!
Las reuniones de los grupos de formación también se celebraban en el oratorio festivo. En la casita cercana a la iglesia de San Francisco, había “una sala pequeña y baja con capacidad para unas veinte personas… En la sala había una pequeña mesa para el conferenciante, había bancos para las reuniones y conferencias de los mayores en general, y de la Compañía de San Luis, casi todos los domingos”.
¿Quiénes eran los oratorianos?
De sus casi 200 compañeros – aunque su número disminuía en invierno debido al regreso de los temporeros con sus familias – nuestro vivaracho anciano recordaba que muchos eran de Biella “casi todos ‘bic’, es decir, que llevaban el cubo de madera lleno de cal y la cesta de mimbre llena de ladrillos a los albañiles de los edificios”. Otros eran “aprendices de albañil, mecánico, hojalatero”. Pobres aprendices: trabajaban de la mañana a la noche todos los días y sólo los domingos podían permitirse un poco de recreo “en casa de Don Bosco” (como se llamaba su oratorio): “Jugábamos al burro que vuela, bajo la dirección del entonces señor Milanesio [futuro sacerdote que fue un gran misionero en la Patagonia]. El Sr. Ponzano, más tarde sacerdote, era profesor de gimnasia. Nos hacía hacer ejercicios con el peso corporal, con palos, y otros aparatos”.
Los recuerdos de Pietro Pons son mucho más amplios, tan ricos en sugerencias lejanas, como impregnados de una sombra de nostalgia; esperan ser conocidos en su totalidad. Esperamos hacerlo pronto.




Nadie asustó a las gallinas (1876)

Ambientada en enero de 1876, la pieza presenta uno de los «sueños» más evocadores de Don Bosco, un instrumento predilecto con el que el santo turinés sacudía y guiaba a los jóvenes del Oratorio. La visión se abre en una llanura inmensa donde los sembradores trabajan afanosamente: el trigo, símbolo de la Palabra de Dios, germinará solo si está protegido. Pero gallinas voraces caen sobre la semilla y, mientras los campesinos cantan versículos evangélicos, los clérigos encargados de la custodia permanecen mudos o distraídos, dejando que todo se pierda. La escena, animada por diálogos ingeniosos y citas bíblicas, se convierte en parábola de la murmuración que apaga el fruto de la predicación y advertencia a la vigilancia activa. Con tonos a la vez paternos y severos, Don Bosco transforma el elemento fantástico en una lección moral incisiva.

En la segunda quincena de enero tuvo el Siervo de Dios un sueño simbólico del que dio cuenta a algunos Salesianos. Don Julio Barberis le pidió que lo contara en público, porque sus sueños gustaban mucho a los muchachos, les hacían mucho bien y con ellos cobraban gran cariño al Oratorio.
– Sí, es verdad, contestó el Beato, hacen mucho bien y se oyen con interés; el único perjudicado soy yo, que necesitaría tener pulmones de hierro. Se puede decir que no hay uno sólo en el Oratorio, que no se sienta movido al oír estas narraciones; porque de ordinario estos sueños se refieren a todos, y cada uno quiere saber en qué estado lo he visto, qué debe hacer, qué significa esto o aquello y así me atormentan día y noche, y si quiero despertar el deseo de confesiones generales, no tengo más que contar un sueño… Escucha, hagamos una cosa. El domingo iré a hablar a los muchachos y tú pregúntame en público. Entonces yo contaré el sueño.
El 23 de enero, después de rezar las oraciones de la noche, subió a la cátedra. Su rostro radiante de alegría manifestaba como siempre su satisfacción por encontrarse con sus hijos. Cuando el juvenil auditorio se fue sosegando y callando, don Julio Barberis pidió la palabra y preguntó:
– Perdone, don Bosco, ¿me permite hacerle una pregunta? -Habla, habla, replicó el siervo de Dios.
– He oído decir que en estas noches pasadas ha tenido un sueño sobre sementera, sembrador, gallinas… y que se lo ha contado ya al clérigo Calvi. ¿Sería tan amable que nos lo quisiera contar también a nosotros? Crea que nos proporcionaría un gran placer.
– ¡Qué curioso!, dijo Don Bosco en tono de reproche. Y la risa fue general.
– No me importa que me llame curioso, con tal de que nos cuente el sueño. Y con estas palabras creo interpretar la voluntad de todos, que ciertamente le escucharán con sumo gusto.
– Si es así os lo contaré. No quería decir nada, porque hay cosas que se refieren a algunos de vosotros en particular, y algunas otras que te interesan también a ti, y que no gusta oírlas; pero como me lo has pedido, las contaré.
– Pero, don Bosco, por favor, si hay algún palo para mí, no me lo vaya a dar aquí en público.
– Yo contaré las cosas como las soñé; que cada uno tome lo que le corresponde. Pero antes es necesario que cada uno recuerde bien, que los sueños se tienen durmiendo y durmiendo no se razona; por eso, si en lo que os voy a contar hay alguna cosa buena, alguna amonestación provechosa, acéptese. Por lo demás que nadie pierda la serenidad. Ya os he dicho que al soñar por la noche yo estaba durmiendo, pues hay algunos que sueñan también de día y algunas veces estando despiertos, con lo que causan verdaderos disgustos a sus profesores convirtiéndose en alumnos un tanto fastidiosos.

Me pareció encontrarme lejos de aquí, cerca de Castelnuovo de Asti, mi pueblo. Tenía ante mí una gran extensión de terreno, situada en una amplia y bella llanura; pero aquellas tierras no eran nuestras, ni yo sabía de quién fuesen.
En aquel campo vi a muchos trabajando con azadas, palas, rastrillos y otras herramientas. Uno araba, otro sembraba, éste allanaba la tierra, aquél hacía otra cosa. Se veían acá y allá los capataces dirigiendo los trabajos y entre estos últimos me pareció encontrarme también yo. Diversos coros de labradores estaban en otra parte cantando. Yo lo observaba todo maravillado y no sabía identificar aquel lugar para mí desconocido, mientras me decía a mí mismo. -Pero ¿por qué trabajan éstos tanto: Y me contestaba: -Para proporcionar el pan a mis muchachos. Y era verdaderamente admirable el ver cómo aquellos buenos agricultores no interrumpían ni por un instante su labor, aplicados constantemente a sus tareas con un ardor creciente y con una diligencia similar. Sólo algunos reían y bromeaban entre sí.
Mientras contemplaba tan hermoso espectáculo, dirigí la vista a mi alrededor y comprobé que me rodeaban algunos sacerdotes y muchos de mis clérigos, unos muy próximos a mí y otros un poco más distantes.
Me decía a mí mismo:
– Debo de estar soñando; mis clérigos están en Turín; aquí, en cambio, estamos en Castelnuovo. Además, ¿cómo puede ser esto? Estoy vestido de invierno de los pies a la cabeza; ayer mismo sentí un frío intensísimo y, en cambio, aquí están sembrando el trigo.
Y me tocaba las manos y continuaba caminando, mientras me decía:
– Pero no, no debe ser un sueño, porque lo que estoy viendo es un campo; este clérigo es el clérigo A… en persona, y aquel otro el clérigo B… además, en el sueño »cómo iba a poder ver esto y lo otro?
Entretanto vi allí cerca, aunque aparte, a un anciano que, por su aspecto, parecía muy benévolo y sensato, entretenido en observarme a mí y a los demás. Me acerqué a él y le pregunté:
– Dígame, buen hombre, ¿qué es lo que estoy viendo?, porque no entiendo nada. ¿Dónde estamos? ¿Quiénes son esos trabajadores? ¿De quién es este campo?
– ¡Oh!, me respondió el desconocido; ¡vaya unas preguntas que me ha hecho! ¿Usted es sacerdote y desconoce estas cosas?
– Pero, vamos, dígame, le repliqué. ¿A usted le parece que estoy soñando o despierto? Porque a mí me parece que estoy soñando y no creo posibles las cosas que estoy viendo.
– Muy posible, mejor dicho, reales, y a mí me parece que usted está completamente despierto. ¿No se da cuenta? Habla, ríe, bromea.
– Sí, pero hay algunos, añadí, a quienes les parece que en el sueño hablan, oyen, trabajan, como si estuviesen despiertos.
– No, no, deseche esa idea; usted está aquí en cuerpo y alma.
– Bien, sea como dice; y, puesto que estoy despierto, dígame de quién es este campo.
– Usted ha estudiado latín, continuó el anciano; ¿cuál es el primer nombre de la segunda declinación que ha estudiado en el Donato?
¿Se acuerda aún?
– Sí que lo recuerdo, pero ¿qué tiene que ver esto con lo que le he preguntado?
– ¡Muchísimo!, replicó el desconocido. Diga, pues, el primer nombre que se estudia en la segunda declinación.
– Es Dominus.
– ¿Y cómo hace el genitivo?
– Domini.
– Bien, muy bien, Domini; este campo, pues, es Domini, del Señor.
– Ya comienzo a entender algo, exclamé.
Estaba maravillado de la manera de proceder de aquel anciano. Entretando vi a varias personas que llegaban con sacos de trigo para sembrarlo y a un grupo de campesinos que cantaban: Exit, qui seminat, seminare semen suum. (Salió el sembrador a sembrar su simiente).
A mí me parecía un crimen arrojar aquella simiente y hacerla pudrir bajo tierra. ¡Era un trigo tan magnífico!
– ¿No sería mejor, decía para mí, molerlo y hacer con él pan o pastas?
Pero después pensé:
– Quien no siembra, no recoge. Si no se arroja a la tierra la semilla y ésta no se pudre ¿qué se recogerá después?
Mientras tanto vi salir de todas partes una cantidad extraordinaria de gallinas que se metían en el sembrado para comerse el trigo que los otros habían arrojado como simiente.
Y el grupo de los cantores prosiguió cantando: Venerunt aves caeli, sustulerunt frumentum et reliquerunt zizaniam. (Vinieron las aves del cielo, se llevaron el trigo y dejaron la cizaña).
Yo di una mirada a mi alrededor y observé a los clérigos que estaban conmigo. Uno, con los brazos cruzados, miraba a los demás con fría indiferencia; otro charlaba con los compañeros; algunos se encogían de hombros, éste miraba al cielo, aquél reía al contemplar el espectáculo, otros proseguían tranquilamente sus recreos y sus juegos, los otros desempeñaban alguna de sus ocupaciones; pero ninguno hacía por espantar las gallinas y echarlas fuera. Yo me volví entonces a ellos muy disgustado y, llamando a cada uno por su nombre, les dije:
– Pero, ¿qué hacéis? ¿No veis que las gallinas se están comiendo el trigo? ¿No veis que están destruyendo la buena simiente, haciendo desvanecerse todas las buenas esperanzas de estos agricultores? ¿Qué recogeremos después? ¿Por qué permanecéis ahí mudos? ¿Por qué no gritáis? ¿Por qué no las espantáis?
Pero los clérigos se encogían de hombros, me miraban y no decían nada.
Algunos ni se volvieron a escucharme; ni se habían fijado en el campo, ni se preocuparon de hacerlo después que yo les hube reprendido.
– ¡Qué necios sois!, continué. Las gallinas tienen ya el buche lleno. ¿No podéis dar unas palmadas, así?
Y, al decir esto, comencé a palmotear, encontrándome verdaderamente embrollado, pues mis palabras no servían para nada. Entonces algunos comenzaron a espantar a las gallinas, pero yo me decía para mí:
– ¡Sí, sí! Ahora que se han comido el trigo van a echar a las gallinas.
Y, mientras tanto, llegó hasta mí el canto del grupo de los campesinos, cuya letra decía: Canes muti nescientes latrare. (Perros mudos que no saben ladrar).
Entonces me dirigí a aquel buen anciano y, entre estupefacto e indignado, le dije:
– ¡Vamos! Deme una explicación de lo que estoy viendo; que no entiendo nada. ¿Qué representa esa semilla arrojada a la tierra?
– ¡Esta es buena!, replicó en anciano. Semen est verbum Dei. (La simiente es la palabra de Dios).
– ¿Y qué quiere decir el hecho de que las gallinas se lo coman como acabo de ver?
El viejo, cambiando de tono de voz, prosiguió:
– ¡Oh! Si quiere una explicación más completa se la daré. El campo es la viña del Señor, de que nos habla el Evangelio, y puede también representar el corazón del hombre. Los agricultores son los obreros evangélicos, que siembran la palabra de Dios especialmente con la predicación. Esta palabra podría producir mucho fruto en el corazón que fuese terreno bien preparado. Pero ¿qué sucede? Que vienen las aves del cielo y se llevan la semilla.
– ¿Qué representan estos animales?
– ¿Quiere que se lo diga? Simbolizan las murmuraciones. Después de oír una plática que podría producir su efecto, comienzan los comentarios con los compañeros. Uno ridiculiza un gesto, otro la voz, otro la palabra del predicador y he aquí que el fruto del sermón desaparece. Otro acusa al predicador de un defecto físico o intelectual; un tercero se ríe de su forma de expresión y el fruto de la plática cae por tierra. Lo mismo habría que decir de una buena lectura, cuyo bien queda obstaculizado por la murmuración. Las murmuraciones son tanto más malas en cuanto que generalmente son secretas, escondidas y viven y crecen donde menos sospechamos. El trigo, aunque caiga en un terreno no muy bien cultivado, nace, crece, alcanza una altura bastante considerable y produce fruto. Cuando sobre un campo recién sembrado se abate la tempestad, el campo queda asolado y no produce mucho fruto, pero algo produce. La mies no será muy vistosa, pero las plantas crecerán; darán poco fruto, pero algunos darán… En cambio, cuando las gallinas o los pájaros picotean la simiente, ya no hay nada que hacer: el campo no producirá ni poco ni mucho; no producirá fruto de ninguna clase. De la misma manera, si las pláticas, si las exhortaciones, si los buenos propósitos son seguidos de una distracción, de una tentación, etc. dará menos frutos; pero cuando hay murmuraciones, hablar mal o cosas parecidas, aquí no es poco lo que importa, sino que hay todo lo que inmediatamente se quita ¿A quién le corresponde vencer, insistir, gritar, vigilar, para que estas murmuraciones, para que estas malas conversaciones no se produzcan? ¡Usted lo sabe!
– Pero, ¿qué es lo que hacían aquellos clérigos?, le pregunté. ¿Acaso no podían ellos impedir tan gran mal?
– Nada impidieron, prosiguió el anciano. Unos estaban observando como estatuas mudas; otros no se fijaban, no pensaban, no veían o estaban con los brazos cruzados; otros no tenían valor para impedir tal mal; algunos, aunque pocos, se unían a los murmuradores, tomando parte en sus maledicencias y haciendo el oficio de destructores de la palabra de Dios. Tú que eres sacerdote, insiste sobre esto: predica, exhorta, habla, no tengas nunca miedo de decir demasiado; todos saben que el poner en ridículo a quien predica, a quien exhorta, a quien da buenos consejos es una de las cosas que pueden ocasionar mayor mal. Y el permanecer mudo cuando se ve algún desorden y el no impedirlo, especialmente si se puede y se debe, es hacerse cómplice del mal de los demás.
Yo, impresionado al oír estas palabras, quería seguir mirando, observando esto y aquello, amonestar a los clérigos y animarlos a cumplir con sus deberes. Pero vi que se aprestaban ya a poner en fuga a las gallinas. Al avanzar unos pasos, tropecé con un rastrillo de los de extender la tierra, que había sido dejado allí, y me desperté.
Ahora dejémoslo todo a un lado y saquemos alguna moraleja. Veamos qué le parece este sueño a Don Julio Barberis.
– Que es un garrotazo con todas las de la ley y que al que le da de lleno no lo deja bien parado.
– Cierto, replicó Don Bosco; es una lección de la que hemos de sacar provecho. No lo olvidéis, queridos jóvenes; evitad entre vosotros toda suerte de murmuración, considerándola como el mayor de los males; huid de ella como se huye de la peste y procurad no sólo evitarla, sino haced que los demás también la eviten. Algunas veces, unos consejos santos, unas obras extraordinariamente buenas, no hacen tanto bien como el que consigue impedir una murmuración o una palabra que pueda dañar a los demás. Armémonos de valor y combatámosla valientemente. No hay peor desgracia que hacer perder su eficacia a la palabra de Dios. Y a veces basta una palabra, basta una broma.
Os he contado un sueño que tuve hace varias noches, pero la noche pasada soñé algo que deseo también narraros. No es aún muy tarde, son apenas las nueve y, por tanto, tengo tiempo de exponéroslo. Por lo demás, procuraré no ser muy largo.
Me pareció, pues, encontrarme en un lugar que ahora no sabría decir qué lugar fuese; ciertamente no era Castelnuevo y tampoco el Oratorio. Y llegó uno a toda prisa a   llamarme:
– ¡Don Bosco, venga! ¡Don Bosco, venga!
– ¿Por qué tanta prisa?, pregunté.
– ¿No sabe lo que ha sucedido?
– No sé lo que quieres decirme; explícate mejor, repliqué con cierta inquietud.
– ¿No sabe que fulano, tan bueno, tan lleno de brío está gravemente enfermo; mejor dicho, moribundo?
– No creo que quieras burlarte de mí, le dije, porque precisamente esta mañana he estado hablando y paseando con ese muchacho que me dices está moribundo.
– ¡Ah! Don Bosco, no quiero engañarle y me creo en la obligación de decirle toda la verdad. El joven en cuestión necesita urgentemente de su presencia y desea verle      y hablarle por última vez. Venga, venga pronto, porque de otra manera ya no tendrá tiempo.
Yo, sin saber adónde, marché a toda prisa detrás de aquél. Llego a cierto lugar y veo a gente triste y llorosa que me dice:
– Pronto, pronto, que está en las últimas.
– Pero ¿qué es lo que ha sucedido?, pregunté.
Y me introdujeron en una habitación, en la que vi a un joven acostado, con el rostro descompuesto, color cadavérico y una tos, una respiración y un ronquido que lo ahogaba y apenas le permitía hablar.
– Pero no eres fulano?, le dije.
– Sí, soy yo.
– ¿Cómo te encuentras?
– Muy mal.
– ¿Y cómo te veo en tal estado? ¿Ayer y esta misma mañana, no paseabas tranquilamente bajo los pórticos?
– Sí, replicó el joven, ayer y esta mañana paseábamos bajo los pórticos; pero, ahora, dese prisa que necesito confesarme; me queda muy poco tiempo.
– Calma, calma; hace pocos días que te has confesado.
– Es cierto, y no creo tener culpa grave en mi corazón; pero, a pesar de ello quiero recibir por última vez la santa absolución, antes de presentarme al Divino Juez.
Yo escuché su confesión. Y entretanto observé que iba empeorando visiblemente y que la tos estaba a punto de ahogarlo. -Aquí es necesario proceder a toda prisa, dije para mí, si quiero que reciba aún el Santo Viático y la Extremaunción. El Viático no lo podrá recibir porque necesitaría más tiempo para prepararse o porque no podría tragar la forma. ¡Pronto, los Santos Oleos!
Y, diciendo esto, salí de la habitación y mandé inmediatamente a un individuo por la bolsa de los Santos Oleos. Los jóvenes que se hallaban presentes me preguntaron:
– Pero ¿está realmente en peligro? ¿Está en las últimas como dicen?
– Seguro, respondí, ¿no veis que tiene la respiración cada vez más difícil y que la tos le sofoca?
– Pero sería mejor traerle el Viático, y, así fortalecido, enviarlo a los brazos de María.
Y mientras yo me afanaba preparando lo necesario, oí una voz que dijo:
– ¡Ya expiró!
Volví a entrar en la habitación y me encontré al enfermo con los ojos extraviados, sin respiración, muerto.
– ¿Ha muerto?, pregunté a los que lo asistían.
– ¡Ha muerto, me respondieron, ha muerto!
– ¿En tan poco tiempo? Decidme: ¿no es éste fulano?
– Sí, es fulano.
– No puedo dar crédito a mis ojos. Ayer mismo estaba paseando conmigo bajo los pórticos.
– Ayer paseaba y hoy está muerto, me replicaron.
– Por suerte era un joven bueno, exclamé.
Y proseguí diciendo a los que estaban a mi alrededor:
– ¿Veis, veis? Este no ha podido ni siquiera recibir el Viático, ni la Extremaunción. Demos con todo gracias al Señor que le concedió tiempo para confesarse. Era un muchacho muy bueno, se acercaba a menudo a los Santos Sacramentos y esperamos que esté gozando ya de la felicidad de la gloria, o al menos, que esté en el Purgatorio. Pero, si les hubiese sucedido a otros lo mismo, ¿qué sería ahora de ellos?
Dicho esto nos pusimos todos de rodillas y rezamos el De profundis por el alma del pobre difunto.
Entretanto, iba yo a mi habitación, cuando vi llegar a Ferraris de la librería, el cual me dijo acongojado:
– Don Bosco, ¿sabe lo que ha sucedido?
– Claro que lo sé. Que ha muerto fulano.
– No es lo que quiero decirle; hay otros dos muertos.
– ¿Cómo? ¿Qué?
– Tal y tal.
– Pero ¿cuándo han muerto? No te entiendo.
– Sí, otros dos, que han muerto antes de que usted llegase.
– ¿Y por qué no me habéis llamado?
– No hubo tiempo. ¿Usted sabe decirme cuándo ha muerto éste de aquí?
– Ahora mismo, le respondí.
– ¿Usted sabe en qué día y en qué mes estamos?, prosiguió Ferraris.
– Sí que lo sé; estamos a 22 de enero, segundo día de la novena de San Francisco de Sales.
– No, dijo Ferraris, usted se equivoca, don Bosco; fíjese bien. Levanté los ojos al calendario y leí: 26 de mayo.
– ¡Esto sí que es grande!, exclamé. Estamos en enero y me lo dice la ropa que llevo puesta; nadie se viste en mayo de esta manera; en mayo no estaría encendida la calefacción.
– Yo no sé qué decirle, ni qué razón darle, pero estamos a 26 de mayo.
– Pero si ayer mismo murió este nuestro compañero y estábamos en enero.
– Se equivoca, insistió Ferraris, estábamos en tiempo de Pascua.
– Esta es más gorda que la anterior.
– Sí, señor, seguro, en tiempo de Pascua; estábamos en tiempo de Pascua y fue más dichoso por morir en tiempo de Pascua que los otros dos que murieron en el mes de María.
– Tú te burlas, le dije, explícate mejor, porque de otra manera no comprendo nada.
Abrió los brazos, golpeó las manos una contra otra, fuerte, muy fuerte. Y yo me desperté. Entonces exclamé:
– Oh, afortunadamente se trata de un sueño y no de una realidad. ¡Qué miedo he tenido!
Tal es el sueño que tuve la noche pasada. Vosotros dadle la importancia que queráis. Yo mismo no quiero prestarle enteramente fe. Con todo, hoy he querido comprobar, si los que vi muertos en el sueño estaban aún vivos, y he constatado que están sanos y robustos. Ciertamente que no es conveniente que manifieste, y no lo diré, quiénes son. Con todo los vigilare y, si fuese necesario, les daré algún     consejo para que vivan bien y los prepararé de forma que no se den cuenta; para que, si en realidad tuviesen que morir, la muerte no les sorprenda sin estar preparados. Pero que nadie comience a decir: ¿Será éste, será el otro? Cada uno piense en sí mismo.
Ferraris, era el coadjutor Juan Antonio Ferraris, librero. Que nada de esto os intranquilice. El efecto que este relato debe causar en vosotros es sencillamente el que nos sugirió el Divino Salvador en el Evangelio: Estote parati, quia, qua hora non putatis, filius hominis veniet. Es ésta una gran advertencia, queridos jóvenes, que nos hace el Señor. Estemos siempre preparados, porque en la hora en que menos lo pensemos puede llegar la muerte y el que no está preparado para morir bien, corre grave peligro de morir mal. Yo me prepararé lo mejor que pueda. y vosotros debéis hacer lo mismo, a fin de que a cualquier hora que al Señor le plazca llamarnos, podamos estar dispuestos a pasar a la eternidad feliz. Buenas noches.

Las palabras de don Bosco se escuchaban siempre en medio de un religioso silencio; pero cuando contaba cosas extraordinarias, entre los centenares de jóvenes que le escuchaban, no se oía un carraspeo ni el más leve ruido con los pies. La impresión causada duraba semanas y meses y, tras la impresión, se producían los cambios radicales de conducta en algunos díscolos. Después aumentaba la clientela alrededor del confesonario del siervo de Dios. El suponer que él inventaba aquellos relatos para asustar y hacer cambiar la vida a los jóvenes, a nadie se le ocurría, pues los vaticinios de muertes próximas se cumplían siempre y ciertos estados de conciencia, vistos en los sueños, respondían a la realidad.
¿Pero el temor producido por tan lúgubres predicciones no era una pesadilla opresora? No es creíble. Numerosas eran las posibilidades y suposiciones que se ofrecían ante una multitud de más de ochocientos muchachos, para que cada uno de ellos se sintiese preocupado. Por otra parte, la creencia generalmente admitida de que quien moría en el Oratorio iba al Paraíso y el hecho de que don Bosco preparaba a los designados sin que se diesen cuenta, contribuía a desterrar de los ánimos todo temor. Además, sabemos cuán grande es la volubilidad juvenil; de momento la fantasía se siente herida e impresionada, pero el recuerdo que tal efecto produce se borra pronto. Así nos lo aseguran numerosos testigos de aquellos tiempos.
Una vez que los jóvenes marcharon a dormir, algunos hermanos que ((49)) rodeaban al siervo de Dios, lo abrumaron a preguntas para saber si algunos de ellos eran los que debían morir. Don Bosco, sonriendo según su costumbre y moviendo la cabeza, les decía:
– ¡Ya! ¡Ya! ¿Queréis que os diga quién es, para hacer morir a alguno antes de tiempo?
Viendo que no conseguían nada, le preguntaron si en el primer sueño vio también a algún clérigo haciendo el oficio de las gallinas, esto es, entregado a la murmuración.
Don Bosco, que estaba caminando, se detuvo, observó a sus interlocutores y con una sonrisa muy significativa a flor de labios, añadió:
– Alguno, alguno había; eran pocos, pero no digo más.
Entonces le preguntaron que les dijese si estaban ellos entre los perros mudos.
El siervo de Dios respondió de una manera muy genérica, haciendo observar que era necesario estar sobre aviso para evitar las murmuraciones y, en general, todos los desórdenes, y sobre todo las malas conversaciones.
– ¡Ay del sacerdote y del clérigo, dijo, que estando encargado de la vigilancia ve los desórdenes y no los impide! Deseo que todos sepan y entiendan que con la palabra «murmuraciones» yo no entiendo indicar solamente a los que cortan trajes, sino que me refiero a toda palabra, a todo mote, toda conversación que pueda hacer frustrar en un compañero el fruto de la palabra de Dios. Además, quiero hacer constar que es un gran mal el permanecer mano sobre mano cuando se conoce algún desorden, sin hacer nada para impedirlo o no procurar que lo ataje quien debe y puede hacerlo.
Uno de los más inquietos dirigió al siervo de Dios una pregunta bastante atrevida:
– ¿Y por qué don Julio Barberis entra en el sueño? Usted dijo que había algo para él y él mismo parece que se esperaba un buen estacazo…
El propio don Julio Barbaris estaba presente y, al principio, parecía que don Bosco se resistía a contestar. Pero después, habiendo quedado con el Beato algunos sacerdotes nada más; y como por otra parte el interesado mostrase su conformidad, el Beato dijo:
– Es que Don Julio Barberis no predica bastante sobre este punto, no insiste sobre esto cuanto fuera de desear.
Don Julio Barberis manifestó que ni en el año pasado, ni durante el año en curso había tratado con detención estas materias en sus conferencias a los novicios; se sintió, pues, complacido al recibir esta observación y la tuvo presente para el porvenir.
Dicho esto, subieron todos las escaleras y, después de besar la mano a don Bosco, cada uno se retiró a descansar. Todos, menos Barberis que, según lo acostumbrado, acompañó al siervo de Dios hasta la puerta de su habitación. Don Bosco, al comprobar que estaba aún preocupado y que no habría podido dormir por la impresión recibida por las cosas expuestas, le hizo entrar en su despacho, cosa desacostumbrada en él, diciéndole:
– Ya que tenemos todavía tiempo, demos algunos paseos por la habitación.
Y así continuó hablando con él por espacio de media hora. Entre otras cosas le dijo:
– En el sueño los he visto todos y en el estado en que cada uno se encontraba: si hacía las veces de gallina, de perro mudo, si estaba en el número de los que después de ser avisados comenzaron a trabajar o entre los que no se movieron. De todos estos datos yo me sirvo en las confesiones, para exhortar en público y en privado, siempre que veo que mis palabras pueden hacer algún bien. Al principio no hacía gran caso de estos sueños, pero después me di cuenta de que causan más efecto que muchos sermones, incluso para algunos son más eficaces que una tanda de ejercicios espirituales; por eso me sirvo de ellos. ¿Y por qué no? En la Sagrada Escritura se lee: Omnia autem probate: quod bonum est tenete. Veo que ayudan a hacer el bien, veo que agradan, ¿por qué mantenerlos secretos? Incluso he podido observar que contribuyen a aficionar a muchos a la Congregación.
– Yo mismo he comprobado, le interrumpió Barberis, de cuánta utilidad han sido estos sueños y cuán saludables son. Incluso narrados en otra parte, hacen mucho bien. Donde don Bosco es conocido se puede decir que son sueños suyos; donde no es conocido se pueden presentar como una especie de parábolas. ¡Oh, si se pudiese hacer una recopilación exponiéndolos en forma de parábolas! Serían leídos      por grandes y pequeños, en beneficio de sus almas.
– Sí, sí; harían mucho bien, estoy convencido de ello.
– Pero, tal vez, se lamentó don Julio Barberis, ninguno lo ha consignado por escrito.
– Yo, replicó el siervo de Dios, no tengo tiempo para ello y de muchos, ya no me acuerdo.
– Los que yo recuerdo continuó don Julio Barberis, son los que se refieren al progreso de la Congregación y a la dilatación del manto de la Virgen…
– ¡Ah, sí!, exclamó don Bosco.
E hizo referencia a varias visiones de esta clase. Adoptando después un aire grave y como turbado, prosiguió:
– Cuando pienso en la responsabilidad que pesa sobre mí en la posición en que me encuentro, tiemblo de pies a cabeza… ¡Qué cuenta tan tremenda tendré que dar a Dios de todas las gracias que nos ha concedido para la buena marcha de nuestra Congregación!
(MB IT XII, 40-51 / MB ES XII 44-53)

Foto: shutterstock.com




Don Bosco y la Iglesia de la Sábana Santa

Le Saint Suaire de Turin, l’une des reliques les plus vénérées de la chrétienté, a une histoire millénaire entrelacée avec celle de la Maison de Savoie et de la ville savoyarde. Arrivé à Turin en 1578, il devint l’objet d’une profonde dévotion, avec des ostensions solennelles liées à des événements historiques et dynastiques. Au XIXe siècle, des figures comme saint Jean Bosco et d’autres saints turinois en promurent le culte, contribuant à sa diffusion. Aujourd’hui conservé dans la Chapelle du Guarini, le Suaire est au centre d’études scientifiques et théologiques. Parallèlement, l’église du Saint Suaire à Rome, liée à la Maison de Savoie et à la communauté piémontaise, représente un autre lieu significatif, où Don Bosco tenta d’établir une présence salésienne.

            La Santa Sindone (Saint Linceul) de Turin, improprement appelée Saint Suaire en français, appartenait à la Maison de Savoie depuis 1463, et fut transférée de Chambéry à Turin, la nouvelle capitale, en 1578.
            C’est cette même année qu’eut lieu la première Ostension, voulue par Emmanuel-Philibert en hommage au cardinal Carlo Borromeo, venu en pèlerinage à Turin pour la vénérer.

Les ostensions du XIXe siècle et le culte du Saint-Suaire
            Au XIXe siècle, les ostensions eurent lieu en 1815, 1842, 1868 et 1898. La première eut lieu lors du retour de la Maison de Savoie dans ses États, la deuxième pour le mariage de Victor-Emmanuel II avec Marie-Adélaïde de Habsbourg-Lorraine, la troisième pour le mariage d’Humbert Ier avec Marguerite de Savoie-Gênes, et la quatrième lors de l’Exposition universelle.
            Les saints turinois du XIXe siècle (Cottolengo, Cafasso et Don Bosco) avaient une grande dévotion envers le Saint-Suaire, à l’instar du bienheureux Sebastiano Valfré, apôtre de Turin pendant le siège de 1706.
            Les Mémoires biographiques nous assurent que Don Bosco l’a vénéré en particulier lors de l’Ostension de 1842. À l’occasion de celle de 1868, il emmena avec lui les garçons de l’oratoire pour le voir (MB II, 117 ; IX, 137).
            Aujourd’hui, l’inestimable toile, offerte par Humbert II de Savoie au Saint-Siège, est confiée à l’archevêque de Turin, «gardien pontifical», et conservée dans la somptueuse chapelle Guarini, derrière la cathédrale.
            À Turin, on trouve également, via Piave, à l’angle de via San Domenico, la Chiesa del Santo Sudario, construite par la confrérie du même nom et reconstruite en 1761. À côté de l’église se trouve le musée du Saint-Suaire et le siège de la Sodalité Cultores Sanctae Sindonis, un centre d’études auquel des savants salésiens ont apporté leur précieuse contribution, notamment le Père Noël Noguier de Malijay, Don Antonio Tonelli, Don Alberto Caviglia, Don Pietro Scotti et, plus récemment, Don Pietro Rinaldi et Don Luigi Fossati, pour n’en citer que les principaux.

L’église du Saint-Suaire à Rome
            Une église du « Santo Sudario » existe également à Rome, le long de la rue du même nom, qui va du Largo Argentina parallèlement au Corso Vittorio. Érigée en 1604 sur un projet de Carlo di Castellamonte, c’était l’église des Piémontais, des Savoyards et des Niçois, construite par la Confraternité du Saint-Suaire qui avait vu le jour à Rome à cette époque. Après 1870, elle devint l’église particulière de la Maison de Savoie.
            Pendant ses séjours à Rome, Don Bosco célébra plusieurs fois la messe dans cette église. Pour cette église et pour la maison adjacente il élabora un projet conforme au but de la confrérie alors disparue : se consacrer à des œuvres de charité en faveur de la jeunesse abandonnée, des malades et des prisonniers.
            La confrérie avait cessé ses activités au début du siècle et la propriété et l’administration de l’église avaient été transférées à la Légation sarde auprès du Saint-Siège. Dans les années 1860, l’église nécessitait d’importants travaux de rénovation, à tel point qu’en 1868 elle fut temporairement fermée.
            Mais dès 1867, Don Bosco avait eu l’idée de proposer au gouvernement de lui céder l’usage et l’administration de l’église, en offrant sa collaboration en argent pour achever les travaux de restauration. Prévoyant peut-être l’entrée prochaine des troupes piémontaises à Rome, il souhaitait y ouvrir une maison. Il pensa pouvoir le faire avant que la situation ne se précipite, rendant plus difficile l’obtention de l’approbation du Saint-Siège et le respect des accords par l’État (MB IX, 415-416).
            Il présenta alors la demande au gouvernement. En 1869, lors de son passage à Florence, il prépara un projet d’accord qu’il présenta à Pie IX en arrivant à Rome. Ayant obtenu l’assentiment de ce dernier, il passa à la demande officielle au ministère des Affaires étrangères. Malheureusement, l’occupation de Rome vint alors compromettre toute l’affaire. Don Bosco lui-même se rendit compte de l’inopportunité d’insister. En effet, qu’une congrégation religieuse ayant sa maison-mère à Turin prenne en charge, à cette époque, une église romaine appartenant à la Maison de Savoie, aurait pu apparaître comme un acte d’opportunisme et de servilité à l’égard du nouveau gouvernement.
            Après la brèche de la Porta Pia, par procès-verbal du 2 décembre 1871, l’Église du Très Saint Suaire fut annexée à la Maison Royale et désignée comme siège officiel du Grand Aumônier palatin. Suite à l’interdit de Pie IX sur les Chapelles de l’ancien palais apostolique du Quirinal, c’est précisément dans l’Église du Suaire que se déroulaient tous les rites sacrés de la Famille Royale.
            En 1874, Don Bosco tâta de nouveau le terrain auprès du gouvernement. Mais, malheureusement, des nouvelles intempestives diffusées par les journaux mirent définitivement fin au projet (MB X, 1233-1235).
            Avec la fin de la monarchie, le 2 juin 1946, l’ensemble du complexe du Suaire passa sous la gestion du Secrétariat Général de la Présidence de la République. En 1984, suite au nouveau Concordat qui sanctionna l’abolition des Chapelles palatines, l’Église du Suaire fut confiée à l’Ordinariat Militaire et elle est restée ainsi jusqu’à aujourd’hui.
            Quant à nous, il nous plaît de rappeler que Don Bosco a jeté les yeux sur cette église du Saint-Suaire, à la recherche d’une occasion favorable pour ouvrir une maison à Rome.




La Décima Colina (1864)

El sueño de la «Décima Colina», narrado por Don Bosco en octubre de 1864, es una de las páginas más evocadoras de la tradición salesiana. En él, el santo se encuentra en un valle inmenso lleno de jóvenes: algunos ya en el Oratorio, otros aún por conocer. Guiado por una voz misteriosa, debe conducirlos más allá de un escarpado terraplén y luego a través de diez colinas, símbolo de los diez mandamientos, hacia una luz que prefigura el Paraíso. El carro de la Inocencia, las huestes penitenciales y la música celestial dibujan un fresco educativo: muestran la dificultad de preservar la pureza, el valor del arrepentimiento y el papel insustituible de los educadores. Con esta visión profética, Don Bosco anticipa la expansión mundial de su obra y el compromiso de acompañar a cada joven en el camino de la salvación.

Don Bosco había soñado la noche precedente. Al mismo tiempo, un joven llamado C… E…, de Casal Monferrato, tuvo también el mismo sueño, pareciéndole que se encontraba con don Bosco y que hablaba con él. Al levantarse estaba tan impresionado que fue a contar cuanto había soñado a su profesor, el cual le aconsejó que se entrevistara con el siervo de Dios. El joven obedeció inmediatamente y se encontró con don Bosco, que bajaba las escaleras en su busca para hacer lo mismo.
Le pareció encontrarse en un extensísimo valle ocupado por millares y millares de jovencitos; tantos eran, que el siervo de Dios no creyó nunca hubiese tantos muchachos en el mundo. Entre aquellos jóvenes vio a los que estuvieron y a los que están en la casa y a los que un día estarían en ella. Mezclados con ellos estaban los sacerdotes y los clérigos de la misma.
Una montaña altísima cerraba aquel valle por un lado. Mientras don Bosco pensaba en lo que haría con aquellos muchachos, una voz le dijo:
– ¿Ves aquella montaña? Pues bien, es necesario que tú y los tuyos ganen su cumbre.

Entonces, él dio orden a todas aquellas turbas de encaminarse al lugar indicado. Los jóvenes se pusieron en marcha y comenzaron a escalar la montaña a toda prisa. Los sacerdotes de la casa corrían delante animando a los muchachos a la subida, levantaban a los caídos y cargaban sobre sus espaldas a los que no podían proseguir a causa del cansancio. Don Miguel Rúa, con las bocamangas de la sotana arremangadas, trabajaba más que ninguno y, tomando a los muchachos de dos en dos, los lanzaba por el aire en dirección a la montaña, sobre la cual caían de pie, y correteaban después alegremente por una y otra parte.
Don Juan Cagliero y don Juan Bautista Francesia recorrían las filas gritando:
– ¡Animo, adelante! ¡Adelante, ánimo!
En poco más de una hora aquellos numerosos grupos de jóvenes habían alcanzado la cumbre; don Bosco también había ganado la meta.
– ¿Y ahora qué hacemos?, dijo.
Y la voz añadió:
Debes recorrer con tus jóvenes esas diez colinas que contemplas ante tu vista, dispuestas una detrás de otra.
– Pero ¿cómo podremos soportar un viaje tan largo, con tantos muchachos tan pequeños y tan delicados?
– El que no pueda caminar con sus pies, será transportado, se le respondió.
Y he aquí que, en efecto, apareció por un extremo de la colina un magnífico carruaje. Tan hermoso era que resultaría imposible describirlo, pero algo se puede decir. Tenía forma triangular y estaba dotado de tres ruedas que se movían en todas direcciones. De los tres ángulos partían tres astas que se unían en un punto sobre el mismo carruaje formando como la techumbre de un cobertizo. Sobre el punto de unión se levantaba un magnífico estandarte en el que estaba escrita con caracteres cubitales, esta palabra: Inocencia. Una franja corría alrededor de todo el carruaje formando orla en la cual aparecía la siguiente inscripción: Adjutorium Dei Altissimi Patris et Filii et Spiritus Sancti (Ayuda del Altísimo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo).
El vehículo, que resplandecía como el oro y que estaba guarnecido de piedras preciosas, avanzó hasta colocarse en medio de los jóvenes. Después de recibida la orden, muchos niños subieron a él. Eran quinientos. ¡Apenas quinientos, entre tantos millares de jóvenes, eran todavía inocentes!
Una vez ocupado el carro, don Bosco pensaba por qué camino habría de dirigirse, cuando vio abrirse ante sus ojos un camino ancho y cómodo, pero todo cubierto de espinas. De pronto aparecieron seis jóvenes que habían muerto en el Oratorio, vestidos de blanco y enarbolando una hermosísima bandera en la que se leía: Penitencia. Estos fueron a colocarse a la cabeza de todas aquellas falanges de muchachos que habían de continuar el viaje a pie. Seguidamente se dio la señal de partida. Muchos sacerdotes se lanzaron a los varales del carruaje, que comenzó a moverse, tirado por ellos. Los seis jóvenes vestidos de blanco les siguieron. Detrás iba toda la muchedumbre de muchachos. Acompañados de una música hermosísima, indescriptible; los que iban en el carruaje entonaron el Laudate, pueri, Dominum (Alabad, niños, al Señor).
Don Bosco proseguía su camino como embriagado por aquella melodía del cielo, cuando se le ocurrió mirar hacia atrás para comprobar si todos los jóvenes le seguían. Pero ¡oh doloroso espectáculo! Muchos se habían quedado en el valle y muchos otros se habían vuelto atrás. Con indecible dolor, decidió rehacer el camino para persuadir a aquellos insensatos a que continuasen en la empresa y para ayudarles a seguirle. Pero se le prohibió terminantemente.
– Si no les ayudo, estos pobrecitos se perderán, exclamó él.

– Peor para ellos, le fue respondido; fueron llamados como los demás y no quisieron seguirte. Han visto el camino que hay que recorrer y eso basta. Don Bosco quería replicar; rogó, insistió, pero todo fue inútil.
– También tú tienes que obedecer, le dijeron. Y tuvo que proseguir el camino.
Aún no se había rehecho de este dolor, cuando sucedió otro lamentable incidente:
Muchos de los chicos que se encontraban en el carruaje, poco a poco, habían caído a tierra. De los quinientos, apenas si quedaban ciento cincuenta bajo el estandarte de la inocencia.
A don Bosco le parecía que el corazón le iba a estallar en el pecho por la insoportable angustia. Abrigaba, con todo, la esperanza de que aquello fuese solamente un sueño; hacía toda clase de esfuerzos para despertarse, pero cada vez se convencía más de que se trataba de una terrible realidad. Daba palmadas y oía el ruido producido por sus manos; gemía y percibía sus gemidos resonando en la habitación, quería disipar aquella terrible pesadilla, pero no podía.

– ¡Ah, mis queridos jóvenes!, exclamó al llegar a este punto de la narración del sueño, yo he visto y he reconocido a los que se quedaron en el valle; a los que se volvieron atrás y a los que cayeron del carruaje. Os reconocí a todos. Pero no lo dudéis: haré toda suerte de esfuerzos a mi alcance para salvaros. Muchos de vosotros invitados por mí a confesarse, no respondisteis a mi llamada. Por caridad, salvad vuestras almas.
Muchos de los chicos que cayeron del carro fueron a colocarse poco a poco entre las filas de los que caminaban detrás de la segunda bandera. Entretanto, la música del carro continuaba siendo tan dulce, que el dolor de don Bosco fue desapareciendo. Habían pasado ya siete colinas y al llegar a la octava, la muchedumbre de jóvenes llegó a un bellísimo poblado en el que se tomó un poco de descanso. Las casas eran de una riqueza y de una belleza indescriptibles.
Al hablar a los jóvenes sobre aquel lugar, exclamó don Bosco:
– Os diré con santa Teresa lo que ella afirmó del Paraíso: son cosas que si se habla de ellas pierden valor, porque son tan bellas que es inútil esforzarse en describirlas. Por tanto, sólo añadiré que las columnas de aquellas casas parecían de oro, de cristal y de diamante al mismo tiempo, de forma que producían una grata impresión, saciaban a la vista e infundían un gozo extraordinario. Los campos estaban repletos de árboles en cuyas ramas aparecían, al mismo tiempo, flores, yemas, frutos maduros y frutos verdes. Era un espectáculo encantador.
Los jovencitos se desparramaron por todas partes; atraídos unos por una cosa, otros por otra, y deseosos al mismo tiempo de probar aquellas frutas.
Fue en este poblado donde aquel joven de Casale se encontró con don Bosco y sostuvo con él un largo diálogo. Ambos recordaban después las preguntas y respuestas de la conversación que habían mantenido. ¡Singular combinación de dos sueños!
Don Bosco experimentó aquí otra extraña sorpresa. Vio de pronto a sus jóvenes como si se hubiesen tornado viejos; sin dientes, con el rostro lleno de arrugas, el cabello blanco; encorvados, caminando con dificultad, apoyados en un bastón. El siervo de Dios estaba maravillado de aquella metamorfosis, pero la voz le dijo:
– Tú te maravillas; pero has de saber que no hace horas que saliste del valle, sino años y años. Ha sido la música la que ha hecho que el camino te pareciera corto. En prueba de lo que te digo, observa tu fisonomía y te convencerás de que estoy diciendo la verdad. Entonces le fue presentado un espejo a don Bosco. Se miró en él y comprobó que su aspecto era el de un hombre anciano, de rostro cubierto de arrugas y de boca desdentada.

La comitiva, entretanto, volvió a ponerse en marcha y los jóvenes manifestaban deseos, de cuando en cuando, de detenerse para contemplar aquellas cosas nuevas. Pero don Bosco les decía: -Adelante, adelante, no necesitamos nada; no tenemos hambre, no tenemos sed; por tanto, prosigamos adelante.
(Al fondo, en la lejanía, sobre la décima colina despuntaba una luz que iba siempre en aumento, como si saliese de una maravillosa puerta.) Volvió a oírse nuevamente el canto, tan armonioso, que solamente en el Paraíso se puede oír y gustar una cosa igual. No era una música instrumental, ni parecía de voces humanas. Era algo imposible de describir, y tanto fue el júbilo que inundó el alma de Don Bosco, que se despertó encontrándose en el lecho.
He aquí cómo explicó el siervo de Dios su sueño:
– El valle es el mundo. La montaña, los obstáculos que impiden despegarnos de él. El carro, lo entendéis. Los grupos de jóvenes a pie, son los que, perdida la inocencia, se arrepintieron de sus pecados.
Don Bosco añadió también que las diez colinas representaban los diez mandamientos de la ley de Dios, cuya observancia conduce a la vida eterna.
Después añadió que, si había necesidad de ello, estaba dispuesto a decir confidencialmente a algunos jóvenes el papel que desempeñaban en el sueño, si se quedaron en el valle o si se cayeron del carruaje.
Al bajar don Bosco de la tribuna, el alumno Antonio Ferraris se acercó a él y le contó ante nosotros, que oímos sus palabras, que en la noche anterior había soñado que se encontraba en compañía de su madre, la cual le había preguntado que, si para la fiesta de Pascua, iría a casa a pasar unos días de vacaciones, y que él había dicho que antes de dicha fiesta habría volado al Paraíso. Después, confidencialmente, dijo algunas palabras al oído de don Bosco. Antonio Ferraris murió el 16 de marzo de 1865.
Nosotros escribimos el sueño inmediatamente, y la misma noche del 22 de octubre de 1864, añadimos al final la siguiente apostilla: «Tengo la seguridad de que don Bosco en sus explicaciones procuró velar lo que el sueño tiene de más sorprendente, al menos respecto a algunas circunstancias. La explicación de los diez mandamientos no me satisface. La octava colina sobre la cual don Bosco hace una parada y se contempla en el espejo tan anciano, creo que quiere indicar que el siervo de Dios moriría pasados los sesenta años. El futuro hablará».
Este futuro es ya pasado y hemos de ratificar nuestra opinión. El sueño indicaba a don Bosco la duración de su vida. Confrontemos con éste el de la Rueda, que sólo pudimos conocer unos años después. Las vueltas de la rueda proceden por decenios: y así se avanza de una a otra colina, de diez en diez años. Las colinas son diez, representando unos cien años, que es el máximo de la vida del hombre. En el primer decenio vemos a don Bosco, aún niño, comenzando su misión entre sus compañeros de I Becchi, dando así principio a su viaje; después comprobamos cómo recorre siete colinas, esto es, siete decenios, llegando, por tanto, a los setenta años de edad, sube a la octava colina y en ella descansa: contempla casas y campos maravillosos, o mejor dicho, su Pía Sociedad, que ha crecido y producido frutos por la bondad infinita de Dios. El camino a recorrer en la octava colina es aún largo y el siervo de Dios emprende la marcha; pero no llega a la novena colina porque se despierta antes. Y así finalizó su carrera en el octavo decenio, pues murió a los setenta y dos años y cinco meses de edad.
¿Qué opina el lector de todo esto? Añadiremos que a la noche siguiente, habiéndonos preguntado don Bosco a nosotros mismos, cuál era nuestro pensamiento sobre este sueño, le respondimos que nos parecía que no se refería solamente a los jóvenes, sino que también quería significar la dilatación de la Pía Sociedad por todo el mundo.
– Pero ¿cómo?, replicó uno de nuestros hermanos; tenemos ya los colegios de Mirabello y de Lanzo y se abrirá alguno más en el Piamonte. ¿Qué más quieres?
– Son muy diferentes los destinos anunciados por el sueño.
Y don Bosco aprobaba sonriente nuestra opinión.
(MB IT VII, 796-802 / MB ES VII, 677-683)