Mons. Giuseppe Malandrino y el Siervo de Dios Nino Baglieri

El pasado 3 de agosto de 2025, día en que se celebra la fiesta de la Patrona de la Diócesis de Noto, María Scala del Paradiso, monseñor Giuseppe Malandrino, IX obispo de la diócesis netina, regresó a la Casa del Padre. 94 años de edad, 70 años de sacerdocio y 45 años de consagración episcopal son cifras respetables para un hombre que sirvió a la Iglesia como Pastor con «el olor a oveja», como a menudo destacaba el Papa Francisco.

Pararrayos de la humanidad
Durante su experiencia como pastor de la Diócesis de Noto (19.06.1998 – 15.07.2007), tuvo la oportunidad de cultivar la amistad con el Siervo de Dios Nino Baglieri. Casi nunca faltaba una «parada» en casa de Nino cuando los motivos pastorales lo llevaban a Módica. En uno de sus testimonios, Mons. Malandrino dice: «…encontrándome al lado de Nino, tenía la viva percepción de que este amado hermano enfermo nuestro era verdaderamente un «pararrayos de la humanidad», según una concepción de los que sufren que me es muy querida y que quise proponer también en la Carta Pastoral sobre la misión permanente «Seréis mis testigos» (2003). Escribe Mons. Malandrino: «Es necesario reconocer en los enfermos y sufrientes el rostro de Cristo sufriente y asistirlos con la misma solicitud y con el mismo amor de Jesús en su pasión, vivida en espíritu de obediencia al Padre y de solidaridad con los hermanos». Esto fue plenamente encarnado por la queridísima madre de Nino, la señora Peppina. Ella, una mujer siciliana típica, con un carácter fuerte y mucha determinación, responde al médico que le propone la eutanasia para su hijo (dadas las graves condiciones de salud y la perspectiva de una vida de paralítico): «si el Señor lo quiere, se lo lleva, pero si me lo deja así, estoy contenta de cuidarlo toda la vida». ¿Era consciente la madre de Nino, en ese momento, de lo que le esperaba? ¿Era consciente María, la madre de Jesús, de cuánto dolor tendría que sufrir por el Hijo de Dios? La respuesta, si se lee con ojos humanos, no parece fácil, sobre todo en nuestra sociedad del siglo XXI donde todo es lábil, fluctuante, se consume en un «instante». El Fiat de mamá Peppina se convirtió, como el de María, en un Sí de Fe y de adhesión a esa voluntad de Dios que encuentra cumplimiento en saber llevar la Cruz, en saber dar «alma y cuerpo» a la realización del Plan de Dios.

Del sufrimiento a la alegría
La relación de amistad entre Nino y Mons. Malandrino ya había comenzado cuando este último era todavía obispo de Acireale; de hecho, ya en el lejano 1993, a través del Padre Attilio Balbinot, un camiliano muy cercano a Nino, le obsequió su primer libro: «Del sufrimiento a la alegría». En la experiencia de Nino, la relación con el Obispo de su diócesis era una relación de filiación total. Desde el momento de su aceptación del Plan de Dios sobre él, hacía sentir su presencia «activa» ofreciendo los sufrimientos por la Iglesia, el Papa y los Obispos (así como los sacerdotes y los misioneros). Esta relación de filiación se renovaba anualmente con motivo del 6 de mayo, día de la caída, visto luego como el misterioso inicio de un renacimiento. El 8 de mayo de 2004, pocos días después de que Nino celebrara el 36º aniversario de la Cruz, Mons. Malandrino fue a su casa. Él, en recuerdo de ese encuentro, escribe en sus memorias: «es siempre una gran alegría cada vez que la veo y recibo tanta energía y fuerza para llevar mi Cruz y ofrecerla con tanto Amor por las necesidades de la Santa Iglesia y en particular por mi Obispo y por nuestra Diócesis, que el Señor le dé cada vez más santidad para guiarnos por muchos años siempre con más ardor y amor…». Y también: «… la Cruz es pesada pero el Señor me concede tantas Gracias que hacen que el sufrimiento sea menos amargo y se vuelva ligero y suave, la Cruz se convierte en Don, ofrecida al Señor con tanto Amor para la salvación de las almas y la Conversión de los Pecadores…». Finalmente, cabe destacar cómo, en estas ocasiones de gracia, nunca faltaba la apremiante y constante petición de «ayuda para hacerse Santo con la Cruz de cada día». Nino, de hecho, quería absolutamente hacerse santo.

Una beatificación anticipada
Un momento de gran relevancia fueron, en este sentido, las exequias del Siervo de Dios el 3 de marzo de 2007, cuando el propio Mons. Malandrino, al inicio de la Celebración Eucarística, se inclinó con devoción, aunque con dificultad, para besar el ataúd que contenía los restos mortales de Nino. Era un homenaje a un hombre que había vivido 39 años de su existencia en un cuerpo que «no sentía» pero que desprendía alegría de vivir en 360 grados. Mons. Malandrino subrayó que la celebración de la Misa, en el patio de los Salesianos, convertido para la ocasión en «catedral» a cielo abierto, había sido una auténtica apoteosis (participaron miles de personas en lágrimas) y se percibía clara y comunitariamente que no se trataba de un funeral, sino de una verdadera «beatificación». Nino, con su testimonio de vida, se había convertido de hecho en un punto de referencia para muchos, jóvenes o no tan jóvenes, laicos o consagrados, madres o padres de familia, que gracias a su valioso testimonio lograban leer su propia existencia y encontrar respuestas que no lograban encontrar en otro lugar. También Mons. Malandrino ha subrayado varias veces este aspecto: «en efecto, cada encuentro con el queridísimo Nino fue para mí, como para todos, una fuerte y viva experiencia de edificación y un potente –en su dulzura– estímulo a la paciente y generosa donación. La presencia del Obispo le confería cada vez una inmensa alegría porque, además del afecto del amigo que venía a visitarlo, percibía la comunión eclesial. Es obvio que lo que recibía de él era siempre mucho más de lo poco que yo podía darle». El «clavo» fijo de Nino era «hacerse santo»: el haber vivido y encarnado plenamente el evangelio de la Alegría en el Sufrimiento, con sus padecimientos físicos y su donación total por la amada Iglesia, hicieron que todo no terminara con su partida hacia la Jerusalén del Cielo, sino que continuara aún, como subrayó Mons. Malandrino en las exequias: «… la misión de Nino continúa ahora también a través de sus escritos, Él mismo lo había anunciado en su Testamento espiritual»: «… mis escritos continuarán mi testimonio, seguiré dando Alegría a todos y hablando del Gran Amor de Dios y de las Maravillas que ha hecho en mi vida». Esto todavía se está cumpliendo porque no puede estar escondida «una ciudad asentada sobre un monte, ni se enciende una lámpara para ponerla debajo del almud, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en casa» (Mateo 5, 14-16). Metafóricamente se quiere subrayar que la «luz» (entendida en sentido amplio) debe ser visible, tarde o temprano: lo que es importante saldrá a la luz y será reconocido.
Volver a estos días –marcados por la muerte de Mons. Malandrino, por sus funerales en Acireale (5 de agosto, Madonna della Neve) y en Noto (7 de agosto) con la posterior sepultura en la catedral que él mismo quiso con fuerza que se reestructurara tras el derrumbe del 13 de marzo de 1996 y que fue reabierta en marzo de 2007 (mes en que murió Nino Baglieri)– significa recorrer este vínculo entre dos grandes figuras de la Iglesia netina, fuertemente entrelazadas y ambas capaces de dejar en ella una huella que no se borra.

Roberto Chiaramonte




Aparición de la Beata Virgen en la montaña de La Salette

Don Bosco propone una narración detallada de la “Aparición de la Beata Virgen en la montaña de La Salette”, ocurrida el 19 de septiembre de 1846, basada en documentos oficiales y en los testimonios de los videntes. Reconstruye el contexto histórico y geográfico – dos jóvenes pastores, Massimino y Melania, en los Alpes – el encuentro prodigioso con la Virgen, su mensaje de advertencia contra el pecado y la promesa de gracias y providencias, así como los signos sobrenaturales que acompañaron sus manifestaciones. Presenta los acontecimientos de la difusión del culto, la influencia espiritual sobre los habitantes y el mundo entero, y el secreto revelado solo a Pío IX para fortalecer la fe de los cristianos y testimoniar la presencia perpetua de los prodigios en la Iglesia.

Protesta del Autor
            Para obedecer los decretos de Urbano VIII protesto que, en cuanto a lo que se dirá en el libro sobre milagros, revelaciones u otros hechos, no pretendo atribuirles otra autoridad que la humana; y al dar algún título de Santo o Beato, no lo hago sino según la opinión, excepto aquellas cosas y personas que ya han sido aprobadas por la Santa Sede Apostólica.

Al lector
            Un hecho cierto y maravilloso, atestiguado por miles de personas y que todos pueden verificar aún hoy, es la aparición de la beata Virgen, ocurrida el 19 de septiembre de 1846 (sobre este hecho extraordinario se pueden consultar muchas pequeñas obras y varios periódicos impresos contemporáneamente al hecho, especialmente: Noticia sobre la aparición de María SS. Turín, 1847; Santo oficial de la aparición, etc., 1848; El librito impreso por cuidado del sacerdote Giuseppe Gonfalonieri, Novara, en Enrico Grotti).
Nuestra piadosa Madre apareció en forma y figura de gran Señora a dos pastores, un niño de 11 años y una joven campesina de 15 años, en una montaña de la cadena de los Alpes situada en la parroquia de La Salette en Francia. Y ella apareció no solo para el bien de Francia, como dice el Obispo de Grenoble, sino para el bien de todo el mundo; y esto para advertirnos de la gran ira de su Divino Hijo, encendida especialmente por tres pecados: la blasfemia, la profanación de las fiestas y comer abundante en días prohibidos.
A esto siguen otros hechos prodigiosos recogidos también de documentos públicos, o atestiguados por personas cuya fe excluye toda duda sobre lo que relatan.
Estos hechos deben servir para confirmar a los buenos en la religión, para refutar a aquellos que quizás por ignorancia quisieran poner un límite al poder y a la misericordia del Señor diciendo: Ya no es tiempo de milagros.
Jesús dijo que en su Iglesia se realizarían milagros mayores que los que Él hizo: y no fijó ni tiempo ni número, por lo que mientras exista la Iglesia, siempre veremos la mano del Señor manifestando su poder con acontecimientos prodigiosos, porque ayer, hoy y siempre Jesucristo será quien gobierne y asista a su Iglesia hasta la consumación de los siglos.
Pero estos signos sensibles de la Omnipotencia Divina son siempre presagio de graves acontecimientos que manifiestan la misericordia y bondad del Señor, o su justicia y su enojo, pero de modo que se obtenga su mayor gloria y el mayor beneficio para las almas.
Hagamos que para nosotros sean fuente de gracias y bendiciones; que sirvan de estímulo a la fe viva, fe operante, fe que nos mueva a hacer el bien y a huir del mal para hacernos dignos de su infinita misericordia en el tiempo y en la eternidad.

Aparición de la B. Virgen en las montañas de La Salette
            Massimino, hijo de Pietro Giraud, carpintero del pueblo de Corps, era un niño de 11 años; Francesca Melania, hija de parientes pobres, natural de Corps, era una joven de 15 años. No tenían nada de singular: ambos ignorantes y rudos, ambos dedicados a cuidar el ganado en las montañas. Massimino no sabía más que el Padre Nuestro y el Ave María; Melania sabía un poco más, tanto que por su ignorancia aún no había sido admitida a la sagrada Comunión.
Mandados por sus padres a guiar el ganado a los pastos, no fue sino por puro accidente que el día 18 de septiembre, víspera del gran acontecimiento, se encontraron en la montaña mientras daban de beber a sus vacas en una fuente.
La tarde de ese día, al regresar a casa con el ganado, Melania le dijo a Massimino: «¿Quién será mañana el primero en estar en la montaña?» Y al día siguiente, 19 de septiembre, que era sábado, subieron juntos, llevando cada uno cuatro vacas y una cabra. El día era hermoso y sereno, el sol brillante. Hacia el mediodía, al oír sonar la campana del Ángelus, hicieron una breve oración con la señal de la santa Cruz; luego tomaron sus provisiones y fueron a comer junto a un pequeño manantial, que estaba a la izquierda de un arroyo. Terminada la comida, cruzaron el arroyo, dejaron sus sacos junto a una fuente seca, bajaron unos pasos más y, contra lo habitual, se durmieron a cierta distancia uno del otro.

Ahora escuchemos el relato de los mismos pastores tal como lo hicieron la noche del 19 a sus patrones y luego miles de veces a miles de personas.
Nos habíamos dormido… cuenta Melania, yo me desperté primero; y, al no ver mis vacas, desperté a Massimino diciéndole: Vamos a buscar nuestras vacas. Cruzamos el arroyo, subimos un poco y las vimos acostadas al otro lado. No estaban lejos. Entonces bajé; y a cinco o seis pasos antes de llegar al arroyo, vi un resplandor como el Sol, pero aún más brillante, aunque no del mismo color, y le dije a Massimino: Ven, ven rápido a ver allá abajo un resplandor (eran entre las dos y las tres de la tarde).

Massimino bajó inmediatamente diciéndome: ¿Dónde está ese resplandor? Y se lo señalé con el dedo hacia la pequeña fuente; y él se detuvo cuando lo vio. Entonces vimos a una Señora en medio de la luz; ella estaba sentada sobre un montón de piedras, con el rostro entre las manos. Por el miedo dejé caer mi bastón. Massimino me dijo: guárdalo, si ella nos hace algo, le daré un buen bastonazo.
Luego esta Señora se levantó, cruzó los brazos y nos dijo: «Acérquense, mis niños: No tengan miedo; estoy aquí para darles una gran noticia.» Entonces cruzamos el arroyo, y ella avanzó hasta el lugar donde antes nos habíamos dormido. Ella estaba en medio de nosotros dos, y nos dijo llorando todo el tiempo que nos habló (vi claramente sus lágrimas): «Si mi pueblo no quiere someterse, estoy obligada a dejar libre la mano de mi Hijo. Es tan fuerte, tan pesada, que ya no puedo retenerla.»
«Hace mucho tiempo que sufro por ustedes. Si quiero que mi Hijo no los abandone, debo rogarle constantemente; y ustedes no le prestan atención. Pueden orar y hacer bien, pero nunca podrán compensar la solicitud que he tenido por ustedes.»
«Les he dado seis días para trabajar, me he reservado el séptimo, y no quieren concedérmelo. Esto es lo que hace tan pesada la mano de mi Hijo.»
«Si las patatas se echan a perder, es por culpa de ustedes. Se los mostré el año pasado (1845); y no quisieron hacer caso, y, al encontrar patatas podridas, blasfemaban poniendo en medio el nombre de mi Hijo.»
«Seguirán echándose a perder, y este año para Navidad no tendrán más (1846).»
«Si tienen trigo no deben sembrarlo: todo lo que siembren será comido por los gusanos; y lo que nazca se convertirá en polvo cuando lo trillen.»
«Vendrá una gran hambruna» (De hecho ocurrió una gran hambruna en Francia, y en las calles se veían grandes grupos de mendigos hambrientos que iban de mil en mil por las ciudades pidiendo limosna; y mientras en Italia subía el precio del trigo a principios de la primavera de 1847, en Francia se sufrió gran hambre durante todo el invierno 46-47. Pero la verdadera escasez de alimentos, el verdadero hambre se vivió en los desastres de la guerra de 1870-71. En París, un personaje importante ofreció a sus amigos un opíparo almuerzo de grasa en Viernes Santo. Pocos meses después, en esa misma ciudad, los ciudadanos más acomodados se vieron obligados a alimentarse con alimentos despreciables y carne de los animales más sucios. No pocos murieron de hambre.)
«Antes de que llegue la hambruna, los niños menores de siete años serán tomados por un temblor y morirán en manos de las personas que los cuiden; los demás harán penitencia por la hambruna.»
«Las nueces se echarán a perder, y las uvas se pudrirán…» (En 1849 las nueces se estropearon por todas partes; y en cuanto a las uvas, todos aún lamentan su daño y pérdida. Todos recuerdan el inmenso daño que la criptogama causó a la uva en toda Europa durante más de veinte años, desde 1849 hasta 1869).
«Si se convierten, las piedras y las rocas se convertirán en montones de trigo, y las patatas brotarán de la tierra misma.»
Luego nos dijo:
«¿Dicen bien sus oraciones, mis niños?»
Ambos respondimos: «No muy bien, Señora.»
«Ah, mis niños, deben decirlas bien por la mañana y por la noche. Cuando no tengan tiempo, digan al menos un Padre Nuestro y un Ave María; y cuando tengan tiempo, digan más.»
«A Misa solo van algunas mujeres viejas, y las demás trabajan los domingos todo el verano; y en invierno los jóvenes, cuando no saben qué hacer, van a Misa para ridiculizar la religión. En Cuaresma van a la carnicería como perros.»
Luego ella dijo: «¿No has visto, niño mío, trigo estropeado?»
Massimino respondió: «¡Oh, no, Señora!» Yo, sin saber a quién dirigía esa pregunta, respondí en voz baja:
«No, Señora, aún no he visto.»
«Debes haberlo visto, niño mío (dirigiéndose a Massimino), una vez cerca del territorio de Coin con tu padre. El dueño del campo le dijo a tu padre que fuera a ver su trigo estropeado; ustedes fueron ambos. Tomaron algunas espigas en sus manos, y al frotarlas se convirtieron todas en polvo, y regresaron. Cuando aún estaban a media hora de Corps, tu padre te dio un trozo de pan y te dijo: Toma, hijo mío, come aún pan este año; no sé quién comerá el próximo año si el trigo sigue estropeándose así.»
Massimino respondió: «¡Oh, sí, Señora, ahora lo recuerdo; hace un momento no lo recordaba.»
Después esa Señora nos dijo: «Bien, mis niños, lo harán saber a todo mi pueblo.»

Luego cruzó el arroyo, y a dos pasos de distancia, sin volverse hacia nosotros, nos dijo de nuevo: «Bien, mis niños, lo harán saber a todo mi pueblo.»

Subió luego unos quince pasos, hasta el lugar donde habíamos ido a buscar nuestras vacas; pero caminaba sobre la hierba; sus pies apenas tocaban la cima. La seguimos; yo pasé delante de la Señora y Massimino un poco a un lado, a dos o tres pasos de distancia. Y la bella Señora se elevó así (Melania hace un gesto levantando la mano más de un metro); ella quedó suspendida en el aire un momento. Luego dirigió una mirada al Cielo, luego a la tierra; después ya no vimos la cabeza… ni los brazos… ni los pies… parecía que se disolvía; solo se vio un resplandor en el aire; y luego el resplandor desapareció.

Le dije a Massimino: «¿Será una gran santa?» Massimino me respondió: «¡Oh, si hubiéramos sabido que era una gran santa, le habríamos pedido que nos llevara con ella.» Y yo le dije: «¿Y si aún estuviera aquí?» Entonces Massimino extendió la mano para alcanzar un poco del resplandor, pero todo había desaparecido. Observamos bien para ver si aún la veíamos.
Y dije: Ella no quiere mostrarse para no hacernos saber a dónde va. Después de eso seguimos a nuestras vacas.»
Este es el relato de Melania; quien, interrogada sobre cómo estaba vestida esa Señora, respondió:
«Tenía zapatos blancos con rosas alrededor… había de todos los colores; tenía medias amarillas, un delantal amarillo, un vestido blanco todo cubierto de perlas, un pañuelo blanco en el cuello bordeado de rosas, una cofia alta un poco caída adelante con una corona de rosas alrededor. Tenía una cadenita, a la que colgaba una cruz con su Cristo: a la derecha unas tenazas, a la izquierda un martillo; en el extremo de la cruz colgaba otra gran cadena, como las rosas alrededor de su pañuelo de cuello. Tenía el rostro blanco, alargado; no podía mirarla mucho tiempo porque deslumbraba.»
Interrogado por separado, Massimino hace el mismo relato, sin ninguna variación, ni en sustancia ni en forma; por lo que nos abstenemos de repetirlo aquí.
Fueron infinitas y extravagantes las preguntas insidiosas que les hicieron, especialmente durante dos años, y bajo interrogatorios de 5, 6, 7 horas seguidas con la intención de incomodarlos, confundirlos, hacerlos contradecirse. Ciertamente, quizás ningún reo fue sometido por tribunales de justicia a tantas dificultades e interrogatorios sobre un delito que se le imputaba.

Secreto de los dos pastorcitos
            Justo después de la aparición, Maximino y Melania, al regresar a casa, se preguntaron entre ellos por qué la gran Dama, después de haber dicho «las uvas se pudrirán», tardó un poco en hablar y solo movía los labios sin que se entendiera lo que decía.
Al interrogarse mutuamente sobre esto, Maximino le dijo a Melania: «A mí me dijo algo, pero me prohibió decírtelo.» Ambos se dieron cuenta de que habían recibido de la Señora, cada uno por separado, un secreto con la prohibición de no contarlo a nadie. Ahora piensa tú, lector, si los niños pueden guardar silencio.
Es increíble decir cuánto se ha hecho y se ha intentado para sacarles de alguna manera ese secreto. Sorprende leer los miles y miles de intentos realizados para este fin por cientos y cientos de personas durante veinte años. Oraciones, sorpresas, amenazas, insultos, regalos y seducciones de todo tipo, todo fue en vano; ellos son impenetrables.
El obispo de Grenoble, un hombre octogenario, creyó que debía ordenar a los dos niños privilegiados que al menos hicieran llegar su secreto al santo Padre, Pío IX. Al nombre del Vicario de Jesucristo, los dos pastorcitos obedecieron prontamente y se decidieron a revelar un secreto que hasta entonces nada había podido arrancarles de la boca. Lo escribieron ellos mismos (desde el día de la aparición habían sido instruidos, cada uno por separado); luego doblaron y sellaron su carta; y todo esto en presencia de personas respetables, elegidas por el mismo obispo para servirles de testigos. Luego el obispo envió a dos sacerdotes a llevar a Roma este misterioso mensaje.
El 18 de julio de 1851 entregaron a Su Santidad Pío IX tres cartas: una del Monseñor obispo de Grenoble, que acreditaba a estos dos enviados, y las otras dos contenían el secreto de los dos jóvenes de La Salette; cada uno había escrito y sellado la carta que contenía su secreto en presencia de testigos que declararon la autenticidad de las mismas en el sobre.
Su Santidad abrió las cartas y, al comenzar a leer la de Maximino, dijo: «Tiene realmente la candidez y la sencillez de un niño.» Durante esa lectura se manifestó en el rostro del Santo Padre cierta emoción; se le contrajeron los labios, se le hincharon las mejillas. «Se trata, dijo el Papa a los dos sacerdotes, de flagelos con los que Francia está amenazada. No solo ella es culpable, también lo son Alemania, Italia, toda Europa, y merecen castigos. Temo mucho la indiferencia religiosa y el respeto humano.»

Concurso en La Salette
            La fuente, junto a la cual se había descansado la Señora, es decir, la V. María, estaba, como dijimos, seca; y, según todos los pastores y campesinos de esos alrededores, no daba agua sino después de abundantes lluvias y del deshielo. Ahora bien, esta fuente, seca el mismo día de la aparición, al día siguiente comenzó a brotar, y desde entonces el agua corre clara y limpia sin interrupción.
Esa montaña desnuda, escarpada, desierta, habitada por pastores apenas cuatro meses al año, se ha convertido en el escenario de una inmensa concurrencia de gente. Poblaciones enteras acuden de todas partes a esa montaña privilegiada; y llorando de ternura, y cantando himnos y cánticos, se les ve inclinar la frente sobre esa tierra bendecida, donde resonó la voz de María: se les ve besar respetuosamente el lugar santificado por los pies de María; y descienden llenos de alegría, confianza y gratitud.
Cada día un número inmenso de fieles va devotamente a visitar el lugar del prodigio. En el primer aniversario de la aparición (19 de septiembre de 1847), más de setenta mil peregrinos de todas las edades, sexos, condiciones e incluso de todas las naciones cubrían la superficie de ese terreno…
Pero lo que hace sentir aún más el poder de esa voz venida del Cielo es que se produjo un cambio admirable de costumbres en los habitantes de Corps, de La Salette, de todo el cantón y de todos los alrededores, y en lugares lejanos aún se difunde y propaga… Han dejado de trabajar los domingos: han abandonado la blasfemia… Asisten a la Iglesia, acuden a la voz de sus pastores, se acercan a los santos sacramentos, cumplen con edificación el precepto de la Pascua, hasta entonces generalmente descuidado. Callo las muchas y resonantes conversiones, y las gracias extraordinarias en el orden espiritual.
En el lugar de la aparición se alza ahora una majestuosa iglesia con un edificio vastísimo, donde los viajeros, después de haber satisfecho su devoción, pueden descansar cómodamente e incluso pasar la noche a su gusto.

Después del hecho de La Salette, Melania fue enviada a la escuela con un progreso maravilloso en la ciencia y en la virtud. Pero siempre se sintió tan encendida de devoción hacia la B. V. María, que decidió consagrarse totalmente a Ella. Entró de hecho en las carmelitas descalzas entre quienes, según el periódico Echo de Fourvière del 22 de octubre de 1870, habría sido llamada al cielo por la santa Virgen. Poco antes de morir escribió la siguiente carta a su madre.

11 de septiembre de 1870.

Queridísima y amantísima madre,

Que Jesús sea amado por todos los corazones. – Esta carta no es solo para usted, sino para todos los habitantes de mi querido pueblo de Corps. Un padre de familia, muy amoroso hacia sus hijos, al ver que olvidaban sus deberes, que despreciaban la ley impuesta por Dios, que se volvían ingratos, decidió castigarlos severamente. La esposa del padre de familia pedía gracia, y al mismo tiempo se dirigía a los dos hijos más jóvenes del padre de familia, es decir, los dos más débiles e ignorantes. La esposa que no puede llorar en la casa de su esposo (que es el Cielo) encuentra en los campos de estos miserables hijos lágrimas en abundancia: expone sus temores y amenazas si no se vuelven atrás, si no observan la ley del amo de casa. Un número muy pequeño de personas abraza la reforma del corazón y comienza a observar la santa ley del padre de familia; pero ¡ay! la mayoría permanece en el delito y se sumerge cada vez más en él. Entonces el padre de familia envía castigos para castigarlos y sacarlos de ese estado de endurecimiento. Estos hijos desgraciados piensan que pueden escapar al castigo, agarran y rompen las varas que los golpean, en lugar de caer de rodillas, pedir gracia y misericordia, y especialmente prometer cambiar de vida. Finalmente, el padre de familia, aún más irritado, toma una vara aún más fuerte y golpea y seguirá golpeando hasta que se reconozca, se humillen y pidan misericordia a Aquel que reina en la tierra y en los cielos.
Ustedes me han entendido, querida madre y queridos habitantes de Corps: este padre de familia es Dios. Todos somos sus hijos; ni yo ni ustedes lo hemos amado como deberíamos; no hemos cumplido, como convenía, sus mandamientos: ahora Dios nos castiga. Un gran número de nuestros hermanos soldados mueren, familias y ciudades enteras están reducidas a la miseria; y si no nos volvemos a Dios, no terminará. París es muy culpable porque ha premiado a un hombre malo que escribió contra la divinidad de Jesucristo. Los hombres tienen solo un tiempo para cometer pecados; pero Dios es eterno y castiga a los pecadores. Dios está irritado por la multitud de pecados y porque es casi desconocido y olvidado. Ahora, ¿quién podrá detener la guerra que hace tanto daño en Francia y que pronto comenzará de nuevo en Italia? etc., etc. ¿Quién podrá detener este flagelo?
Es necesario 1º que Francia reconozca que en esta guerra está únicamente la mano de Dios; 2º que se humille y pida con mente y corazón perdón por sus pecados; que prometa sinceramente servir a Dios con mente y corazón, y obedecer sus mandamientos sin respeto humano. Algunos rezan, piden a Dios el triunfo de nosotros los franceses. No, no es eso lo que quiere el buen Dios: quiere la conversión de los franceses. La Santísima Virgen ha venido a Francia, y esta no se ha convertido: por eso es más culpable que otras naciones; si no se humilla, será grandemente humillada. París, ese hogar de la vanidad y el orgullo, ¿quién podrá salvarla si no se elevan fervientes oraciones al corazón del buen Maestro?
Recuerdo, querida madre y queridos habitantes, de mi querido pueblo, recuerdo aquellas devotas procesiones que hacían en el sagrado monte de La Salette, para que la ira de Dios no golpeara su pueblo. La Santísima Virgen escuchó sus fervientes oraciones, sus penitencias y todo lo que hicieron por amor a Dios. Pienso y espero que actualmente deben hacer aún más hermosas procesiones por la salvación de Francia; es decir, para que Francia vuelva a Dios, porque Dios no espera más que eso para retirar la vara con la que castiga a su pueblo rebelde. Oremos mucho, sí, oremos; hagan sus procesiones, como las hicieron en 1846 y 47: crean que Dios siempre escucha las oraciones sinceras de los corazones humildes. Oremos mucho, oremos siempre. Nunca he amado a Napoleón, porque recuerdo toda su vida. ¡Que el divino Salvador le perdone todo el mal que hizo; y que aún hace!
Recordemos que fuimos creados para amar y servir a Dios, y que fuera de esto no hay verdadera felicidad. Las madres críen cristianamente a sus hijos, porque el tiempo de las tribulaciones no ha terminado. Si les revelara el número y la calidad de ellas, quedarían horrorizados. Pero no quiero asustarlos; tengan confianza en Dios, que nos ama infinitamente más de lo que nosotros podemos amarlo. Oremos, oremos, y la buena, divina y tierna Virgen María siempre estará con nosotros: la oración desarma la ira de Dios; la oración es la llave del Paraíso.
Oremos por nuestros pobres soldados, oremos por tantas madres desoladas por la pérdida de sus hijos, consagremos nosotros mismos a nuestra buena Madre celestial: oremos por esos ciegos que no ven que es la mano de Dios la que ahora golpea a Francia. Oremos mucho y hagamos penitencia. Manténganse todos unidos a la santa Iglesia y a nuestro Santo Padre que es su Cabeza visible y el Vicario de Nuestro Señor Jesucristo en la tierra. En sus procesiones, en sus penitencias, oren mucho por él. Finalmente manténganse en paz, ámense como hermanos, prometiendo a Dios observar sus mandamientos y cumplirlos de verdad. Y por la misericordia de Dios serán felices y tendrán una buena y santa muerte, que deseo para todos poniéndolos bajo la protección de la augustísima Virgen María. Abrazo de corazón (a los familiares). Mi salud está en la Cruz. El corazón de Jesús vela por mí.

María de la Cruz, víctima de Jesús

Primera parte de la publicación “Aparición de la Beata Virgen en la montaña de La Salette con otros hechos prodigiosos, recogidos de documentos públicos por el sacerdote Giovanni Bosco”, Turín, Imprenta del Oratorio de San Francisco de Sales, 1871




El Venerable Mons. Stefano Ferrando

Mons. Stefano Ferrando fue un ejemplo extraordinario de dedicación misionera y servicio episcopal, conjugando el carisma salesiano con una profunda vocación al servicio de los más pobres. Nacido en 1895 en Piamonte, ingresó joven en la Congregación Salesiana y, tras prestar servicio militar durante la Primera Guerra Mundial, que le valió la medalla de plata al valor, se dedicó al apostolado en la India. Obispo de Krishnagar y luego de Shillong durante más de treinta años, caminó incansablemente entre las poblaciones, promoviendo la evangelización con humildad y profundo amor pastoral. Fundó instituciones, apoyó a los catequistas laicos y encarnó en su vida el lema «Apóstol de Cristo». Su vida fue un ejemplo de fe, abandono a Dios y total entrega, dejando un legado espiritual que sigue inspirando la misión salesiana en el mundo.

El venerable obispo Stefano Ferrando supo conjugar su vocación salesiana con su carisma misionero y su ministerio episcopal. Nacido el 28 de septiembre de 1895 en Rossiglione (Génova, diócesis de Acqui), hijo de Agostino y Giuseppina Salvi, se distinguió por un ardiente amor a Dios y una tierna devoción a la Virgen María. En 1904 ingresó en las escuelas salesianas, primero en Fossano y luego en Turín – Valdocco, donde conoció a los sucesores de Don Bosco y a la primera generación de salesianos, y emprendió los estudios sacerdotales; mientras tanto alimentaba el deseo de partir como misionero. El 13 de septiembre de 1912 hizo su primera profesión religiosa en la Congregación Salesiana de Foglizzo. Llamado a las armas en 1915, participa en la Primera Guerra Mundial. Por su valor, recibe la medalla de plata al valor. De vuelta a casa en 1918, emite los votos perpetuos el 26 de diciembre de 1920.
Fue ordenado sacerdote en Borgo San Martino (Alessandria) el 18 de marzo de 1923. El 2 de diciembre del mismo año, con nueve compañeros, se embarcó en Venecia como misionero a la India. El 18 de diciembre, tras 16 días de viaje, el grupo llegó a Bombay y el 23 de diciembre a Shillong, lugar de su nuevo apostolado. Como maestro de novicios, educó a los jóvenes salesianos en el amor a Jesús y a María y tuvo un gran espíritu de apostolado.
El 9 de agosto de 1934, el Papa Pío XI lo nombró obispo de Krishnagar. Su lema era “Apóstol de Cristo”. En 1935, el 26 de noviembre, fue trasladado a Shillong, donde permaneció como obispo durante 34 años. Mientras trabajaba en una situación difícil de impacto cultural, religioso y social, el obispo Ferrando se esforzó incansablemente por estar cerca de la gente que le había sido confiada, trabajando con celo en la vasta diócesis que abarcaba toda la región del noreste de la India. Prefería desplazarse a pie antes que, en coche, que habría tenido a su disposición: esto le permitía encontrarse con la gente, detenerse a hablar con ellos, implicarse en sus vidas. Este contacto directo con la vida de la gente fue una de las principales razones de la fecundidad de su anuncio evangélico: la humildad, la sencillez, el amor a los pobres llevaron a muchos a convertirse y a pedir el bautismo. Creó un seminario para la formación de jóvenes salesianos indios, construyó un hospital, erigió un santuario dedicado a María Auxiliadora y fundó la primera congregación de hermanas indígenas, la Congregación de las Hermanas Misioneras de María Auxiliadora (1942).

Hombre de carácter fuerte, no se desanimó ante las innumerables dificultades, que afrontó con una sonrisa y mansedumbre. La perseverancia ante los obstáculos fue una de sus principales características. Trató de unir el mensaje evangélico con la cultura local en la que debía insertarse. Era intrépido en sus visitas pastorales, que realizaba a los lugares más remotos de la diócesis, para recuperar la última oveja perdida. Mostró una especial sensibilidad y promoción por los catequistas laicos, a los que consideraba complementarios de la misión del obispo y de los que dependía gran parte de la fecundidad del anuncio del Evangelio y su penetración en el territorio. Su atención a la pastoral familiar era también inmensa. A pesar de sus numerosos compromisos, el Venerable era un hombre con una rica vida interior, alimentada por la oración y el recogimiento. Como pastor, era apreciado por sus hermanas, sacerdotes, hermanos salesianos y en el episcopado, así como por la gente, que lo sentía profundamente cercano. Se entregó con creatividad a su rebaño, atendiendo a los pobres, defendiendo a los intocables, cuidando a los enfermos de cólera.
Las piedras angulares de su espiritualidad fueron su vínculo filial con la Virgen María, su celo misionero, su continua referencia a Don Bosco, como se desprende de sus escritos y en toda su actividad misionera. El momento más luminoso y heroico de su virtuosa vida fue su partida de la diócesis de Shillong. Monseñor Ferrando tuvo que presentar su renuncia al Santo Padre cuando aún se encontraba en la plenitud de sus facultades físicas e intelectuales, para permitir el nombramiento de su sucesor, que debía ser elegido, según las instrucciones de sus superiores, entre los sacerdotes locales que él había formado. Fue un momento particularmente doloroso, vivido por el gran obispo con humildad y obediencia. Comprendió que era el momento de retirarse en oración según la voluntad del Señor.
Regresó a Génova en 1969 y prosiguió su actividad pastoral, presidiendo las ceremonias para conferir la Confirmación y dedicándose al sacramento de la Penitencia.
Fue fiel a la vida religiosa salesiana hasta el final, decidiendo vivir en comunidad y renunciando a los privilegios que su condición de obispo podría haberle reservado. Siguió siendo “misionero” en Italia. No “un misionero que se mueve, sino […] un misionero que es”: no un misionero que se mueve, sino un misionero que es. Su vida en esta última temporada se convirtió en una vida “irradiante”. Se convirtió en un “misionero de la oración” que decía: «Me alegro de haberme marchado para que otros puedan tomar el relevo y hacer obras tan maravillosas».
Desde Génova Quarto, siguió animando la misión de Assam, sensibilizando y enviando ayuda financiera. Vivió esta hora de purificación con espíritu de fe, de abandono a la voluntad de Dios y de obediencia, tocando con su propia mano el pleno significado de la expresión evangélica ‘no somos más que siervos inútiles’, y confirmando con su vida el caetera tolle, el aspecto oblativo-sacrificial de la vocación salesiana. Murió el 20 de junio de 1978 y fue enterrado en Rossiglione, su tierra natal. En 1987 sus restos mortales fueron llevados a la India.
En docilidad al Espíritu llevó a cabo una fecunda acción pastoral, que se manifestó en un gran amor a los pobres, en humildad de espíritu y caridad fraterna, en la alegría y el optimismo del espíritu salesiano.
Junto a muchos misioneros que compartieron con él la aventura del Espíritu en la tierra de la India, entre ellos los Siervos de Dios Francesco Convertini, Costantino Vendrame y Oreste Marengo, Mons. Ferrando inauguró un nuevo método misionero: ser misionero itinerante. Tal ejemplo es una advertencia providencial, especialmente para las congregaciones religiosas tentadas por un proceso de institucionalización y cierre, para que no pierdan la pasión de salir al encuentro de las personas y de las situaciones de mayor pobreza e indigencia material y espiritual, yendo donde nadie quiere ir y confiándose como ella lo hizo. “Miro al futuro con confianza, confiando en María Auxiliadora…. Me encomendaré a María Auxiliadora que ya me salvó de tantos peligros”.




Santa Mónica, madre de San Agustín, testigo de esperanza

Una mujer de fe inquebrantable, de lágrimas fecundas, escuchada por Dios después de diecisiete largos años. Un modelo de cristiana, esposa y madre para toda la Iglesia. Una testigo de esperanza que se ha transformado en una poderosa intercesora en el Cielo. El mismo Don Bosco recomendaba a las madres, afligidas por la vida poco cristiana de sus hijos, que se encomendaran a ella en sus oraciones.

En la gran galería de santos y santas que han marcado la historia de la Iglesia, Santa Mónica (331-387) ocupa un lugar singular. No por milagros espectaculares, no por la fundación de comunidades religiosas, no por empresas sociales o políticas relevantes. Mónica es recordada y venerada ante todo como madre, la madre de Agustín, el joven inquieto que gracias a sus oraciones, a sus lágrimas y a su testimonio de fe se convirtió en uno de los más grandes Padres de la Iglesia y Doctores de la fe católica.
Pero limitar su figura al papel materno sería injusto y empobrecedor. Mónica es una mujer que supo vivir su vida ordinaria —esposa, madre, creyente— de manera extraordinaria, transfigurando la cotidianidad a través de la fuerza de la fe. Es un ejemplo de perseverancia en la oración, de paciencia en el matrimonio, de esperanza inquebrantable frente a las desviaciones de su hijo.
Las noticias sobre su vida nos llegan casi exclusivamente de las Confesiones de Agustín, un texto que no es una crónica, sino una lectura teológica y espiritual de la existencia. Sin embargo, en esas páginas Agustín traza un retrato inolvidable de su madre: no solo una mujer buena y piadosa, sino un auténtico modelo de fe cristiana, una “madre de las lágrimas” que se convierten en fuente de gracia.

Los orígenes en Tagaste
Mónica nació en el año 331 en Tagaste, ciudad de Numidia, Souk Ahras en la actual Argelia. Era un centro dinámico, marcado por la presencia romana y por una comunidad cristiana ya arraigada. Provenía de una familia cristiana acomodada: la fe ya era parte de su horizonte cultural y espiritual.
Su formación estuvo marcada por la influencia de una nodriza austera, que la educó en la sobriedad y la templanza. San Agustín escribirá de ella: “No hablaré por esto de sus dones, sino de tus dones a ella, que no se había hecho a sí misma, ni se había educado a sí misma. Tú la creaste sin que ni siquiera el padre y la madre supieran qué hija tendrían; y la vara de tu Cristo, es decir, la disciplina de tu Unigénito, la instruyó en tu temor, en una casa de creyentes, miembro sano de tu Iglesia.” (Confesiones IX, 8, 17).

En las mismas Confesiones Agustín también relata un episodio significativo: la joven Mónica había adquirido la costumbre de beber pequeños sorbos de vino de la bodega, hasta que una sirvienta la reprendió llamándola “borracha”. Esa reprimenda le bastó para corregirse definitivamente. Esta anécdota, aparentemente menor, muestra su honestidad para reconocer sus propios pecados, dejarse corregir y crecer en virtud.

A la edad de 23 años, Mónica fue dada en matrimonio a Patricio, un funcionario municipal pagano, conocido por su carácter colérico y su infidelidad conyugal. La vida matrimonial no fue fácil: la convivencia con un hombre impulsivo y distante de la fe cristiana puso a prueba su paciencia.
Sin embargo, Mónica nunca cayó en el desánimo. Con una actitud de mansedumbre y respeto, supo conquistar progresivamente el corazón de su marido. No respondía con dureza a los arrebatos de ira, no alimentaba conflictos inútiles. Con el tiempo, su constancia dio fruto: Patricio se convirtió y recibió el bautismo poco antes de morir.
El testimonio de Mónica muestra cómo la santidad no se expresa necesariamente en gestos clamorosos, sino en la fidelidad cotidiana, en el amor que sabe transformar lentamente las situaciones difíciles. En este sentido, es un modelo para tantas esposas y madres que viven matrimonios marcados por tensiones o diferencias de fe.

Mónica madre
Del matrimonio nacieron tres hijos: Agustín, Navigio y una hija de la que no sabemos el nombre. Mónica derramó sobre ellos todo su amor, pero sobre todo su fe. Navigio y la hija siguieron un camino cristiano lineal: Navigio se hizo sacerdote; la hija emprendió el camino de la virginidad consagrada. Agustín, en cambio, pronto se convirtió en el centro de sus preocupaciones y de sus lágrimas.
Ya de niño, Agustín mostraba una inteligencia extraordinaria. Mónica lo envió a estudiar retórica a Cartago, deseosa de asegurarle un futuro brillante. Pero junto a los progresos intelectuales llegaron también las tentaciones: la sensualidad, la mundanidad, las malas compañías. Agustín abrazó la doctrina maniquea, convencido de encontrar en ella respuestas racionales al problema del mal. Además, comenzó a convivir sin casarse con una mujer de la que tuvo un hijo, Adeodato. Las desviaciones de su hijo llevaron a Mónica a negarle la acogida en su propia casa. Pero no por eso dejó de orar por él y de ofrecer sacrificios: “de mi madre, con el corazón sangrante, se te ofrecía por mí noche y día el sacrificio de sus lágrimas”. (Confesiones V, 7,13) y “derramaba más lágrimas de las que derraman las madres por la muerte física de sus hijos” (Confesiones III, 11,19).

Para Mónica fue una herida profunda: el hijo, que había consagrado a Cristo en el seno, se estaba perdiendo. El dolor era indecible, pero nunca dejó de esperar. El propio Agustín escribirá: “El corazón de mi madre, herido por tal herida, nunca se habría curado: porque no puedo expresar adecuadamente sus sentimientos hacia mí y cuánto mayor fue su trabajo al parirme en espíritu que el que tuvo al parirme en la carne.” (Confesiones V, 9,16).

Surge espontánea la pregunta: ¿por qué Mónica no bautizó a Agustín inmediatamente después de nacer?
En realidad, aunque el bautismo de niños ya era conocido y practicado, aún no era una práctica universal. Muchos padres preferían posponerlo hasta la edad adulta, considerándolo un “lavado definitivo”: temían que, si el bautizado pecaba gravemente, la salvación se vería comprometida. Además, Patricio, aún pagano, no tenía ningún interés en educar a su hijo en la fe cristiana.
Hoy vemos claramente que fue una elección desafortunada, ya que el bautismo no solo nos hace hijos de Dios, sino que nos da la gracia de vencer las tentaciones y el pecado.
Una cosa, sin embargo, es cierta: si hubiera sido bautizado de niño, Mónica se habría ahorrado a sí misma y a su hijo tantos sufrimientos.

La imagen más fuerte de Mónica es la de una madre que reza y llora. Las Confesiones la describen como una mujer incansable en interceder ante Dios por su hijo.
Un día, un obispo de Tagaste —según algunos, el mismo Ambrosio— la tranquilizó con palabras que han quedado célebres: “Ve, no puede perderse el hijo de tantas lágrimas”. Esa frase se convirtió en la estrella polar de Mónica, la confirmación de que su dolor materno no era en vano, sino parte de un misterioso designio de gracia.

Tenacidad de una madre
La vida de Mónica fue también un peregrinaje tras los pasos de Agustín. Cuando su hijo decidió partir a escondidas hacia Roma, Mónica no escatimó esfuerzos; no dio la causa por perdida, sino que lo siguió y lo buscó hasta que lo encontró. Lo alcanzó en Milán, donde Agustín había obtenido una cátedra de retórica. Allí encontró una guía espiritual en San Ambrosio, obispo de la ciudad. Entre Mónica y Ambrosio nació una profunda sintonía: ella reconocía en él al pastor capaz de guiar a su hijo, mientras que Ambrosio admiraba su fe inquebrantable.
En Milán, la predicación de Ambrosio abrió nuevas perspectivas a Agustín. Él abandonó progresivamente el maniqueísmo y comenzó a mirar el cristianismo con nuevos ojos. Mónica acompañaba silenciosamente este proceso: no forzaba los tiempos, no pretendía conversiones inmediatas, sino que oraba y lo sostenía y permanecía a su lado hasta su conversión.

La conversión de Agustín
Dios parecía no escucharla, pero Mónica nunca dejó de rezar y de ofrecer sacrificios por su hijo. Después de diecisiete años, finalmente sus súplicas fueron escuchadas — ¡y de qué manera! Agustín no solo se hizo cristiano, sino que se convirtió en sacerdote, obispo, doctor y padre de la Iglesia.
Él mismo lo reconoce: “Tú, sin embargo, en la profundidad de tus designios, escuchaste el punto vital de su deseo, sin preocuparte por el objeto momentáneo de su petición, sino cuidando de hacer de mí lo que siempre te pedía que hicieras.” (Confesiones V, 8,15).

El momento decisivo llegó en el año 386. Agustín, atormentado interiormente, luchaba contra las pasiones y las resistencias de su voluntad. En el célebre episodio del jardín de Milán, al escuchar la voz de un niño que decía “Tolle, lege” (“Toma, lee”), abrió la Carta a los Romanos y leyó las palabras que le cambiaron la vida: “Revestíos del Señor Jesucristo y no sigáis los deseos de la carne” (Rm 13,14).
Fue el comienzo de su conversión. Junto a su hijo Adeodato y algunos amigos se retiró a Cassiciaco para prepararse para el bautismo. Mónica estaba con ellos, partícipe de la alegría de ver finalmente escuchadas las oraciones de tantos años.
La noche de Pascua del 387, en la catedral de Milán, Ambrosio bautizó a Agustín, Adeodato y los demás catecúmenos. Las lágrimas de dolor de Mónica se transformaron en lágrimas de alegría. Siguió a su servicio, tanto que en Cassiciaco Agustín dirá: “Cuidó como si de todos hubiera sido madre y nos sirvió como si de todos hubiera sido hija.”

Ostia: el éxtasis y la muerte
Después del bautismo, Mónica y Agustín se prepararon para regresar a África. Deteniéndose en Ostia, a la espera del barco, vivieron un momento de intensísima espiritualidad. Las Confesiones narran el éxtasis de Ostia: madre e hijo, asomados a una ventana, contemplaron juntos la belleza de la creación y se elevaron hacia Dios, saboreando la bienaventuranza del cielo.
Mónica dirá: “Hijo, en cuanto a mí, ya no encuentro ningún atractivo para esta vida. No sé qué hago todavía aquí abajo y por qué me encuentro aquí. Este mundo ya no es objeto de deseos para mí. Había una sola razón por la que deseaba permanecer un poco más en esta vida: verte cristiano católico, antes de morir. Dios me ha escuchado más allá de todas mis expectativas, me ha concedido verte a su servicio y liberado de las aspiraciones de felicidad terrena. ¿Qué hago aquí?” (Confesiones IX, 10,11). Había alcanzado su meta terrenal.
Algunos días después, Mónica se enfermó gravemente. Sintiendo cercana su muerte, dijo a sus hijos: “Hijos míos, enterraréis aquí a vuestra madre: no os preocupéis de dónde. Solo os pido esto: recordadme en el altar del Señor, dondequiera que estéis”. Era la síntesis de su vida: no le importaba el lugar de la sepultura, sino el vínculo en la oración y en la Eucaristía.
Murió a los 56 años, el 12 de noviembre del 387, y fue sepultada en Ostia. En el siglo VI, sus reliquias fueron trasladadas a una cripta oculta en la misma iglesia de Santa Aurea. En 1425, las reliquias fueron trasladadas a Roma, a la basílica de San Agustín en Campo Marzio, donde aún hoy son veneradas.

El perfil espiritual de Mónica
Agustín describe a su madre con palabras bien medidas:
“[…] mujer en el aspecto, viril en la fe, anciana en la serenidad, maternal en el amor, cristiana en la piedad […]”. (Confesiones IX, 4, 8).
Y también:
“[…] viuda casta y sobria, asidua en la limosna, devota y sumisa a tus santos; que no dejaba pasar día sin llevar la ofrenda a tu altar, que dos veces al día, mañana y tarde, sin falta visitaba tu iglesia, y no para confabular vanamente y charlar como las otras viejas, sino para oír tus palabras y hacerte oír sus oraciones? Las lágrimas de tal mujer, con las que te pedía no oro ni plata, ni bienes perecederos o perecederos, sino la salvación del alma de su hijo, ¿podrías tú despreciarlas, tú que así la habías hecho con tu gracia, negándole tu socorro? Ciertamente no, Señor. Tú, antes bien, estabas a su lado y la escuchabas, obrando según el orden con que habías predestinado que debías obrar.” (Confesiones V, 9,17).

De este testimonio agustiniano, emerge una figura de sorprendente actualidad.
Fue una mujer de oración: nunca dejó de invocar a Dios por la salvación de sus seres queridos. Sus lágrimas se convierten en modelo de intercesión perseverante.
Fue una esposa fiel: en un matrimonio difícil, nunca respondió con resentimiento a la dureza de su marido. Su paciencia y su mansedumbre fueron instrumentos de evangelización.
Fue una madre valiente: no abandonó a su hijo en sus desviaciones, sino que lo acompañó con amor tenaz, capaz de confiar en los tiempos de Dios.
Fue una testigo de esperanza: su vida muestra que ninguna situación es desesperada, si se vive en la fe.
El mensaje de Mónica no pertenece solo al siglo IV. Habla todavía hoy, en un contexto en el que muchas familias viven tensiones, los hijos se apartan de la fe, los padres experimentan la fatiga de la espera.
A los padres, enseña a no rendirse, a creer que la gracia obra de maneras misteriosas.
A las mujeres cristianas, muestra cómo la mansedumbre y la fidelidad pueden transformar relaciones difíciles.
A cualquiera que se sienta desanimado en la oración, testifica que Dios escucha, aunque los tiempos no coincidan con los nuestros.
No es casualidad que muchas asociaciones y movimientos hayan elegido a Mónica como patrona de las madres cristianas y de las mujeres que oran por los hijos alejados de la fe.

Una mujer sencilla y extraordinaria
La vida de Santa Mónica es la historia de una mujer sencilla y extraordinaria a la vez. Sencilla porque vivió el día a día de una familia, extraordinaria porque fue transfigurada por la fe. Sus lágrimas y sus oraciones moldearon a un santo y, a través de él, influyeron profundamente en la historia de la Iglesia.
Su memoria, celebrada el 27 de agosto, víspera de la fiesta de San Agustín, nos recuerda que la santidad a menudo pasa por la perseverancia oculta, el sacrificio silencioso, la esperanza que no defrauda.
En las palabras de Agustín, dirigidas a Dios por su madre, encontramos la síntesis de su herencia espiritual: “No puedo decir lo suficiente de cuánto mi alma te debe a ella, Dios mío; pero tú lo sabes todo. Recompénsala con tu misericordia lo que te pidió con tantas lágrimas por mí” (Conf., IX, 13).

Santa Mónica, a través de los acontecimientos de su vida, alcanzó la felicidad eterna que ella misma definió: “La felicidad consiste sin duda en el logro del fin y se debe tener confianza en que a él podemos ser conducidos por una fe firme, una esperanza viva, una caridad ardiente”. (La Felicidad 4,35).




Convertirse en un signo de esperanza en eSwatini – Lesotho – Sudáfrica después de 130 años

En el corazón del África austral, entre las bellezas naturales y los desafíos sociales de eSwatini, Lesotho y Sudáfrica, los Salesianos celebran 130 años de presencia misionera. En este tiempo de Jubileo, de Capítulo General y de aniversarios históricos, la Inspectoría de África Meridional comparte sus signos de esperanza: la fidelidad al carisma de Don Bosco, el compromiso educativo y pastoral entre los jóvenes y la fuerza de una comunidad internacional que testimonia fraternidad y resiliencia. A pesar de las dificultades, el entusiasmo de los jóvenes, la riqueza de las culturas locales y la espiritualidad del Ubuntu siguen indicando caminos de futuro y de comunión.

Saludos fraternos de los Salesianos de la Visitaduría más pequeña y de la presencia más antigua en la Región África-Madagascar (desde 1896, los primeros 5 hermanos fueron enviados por Don Rúa). Este año agradecemos a los 130 SDB que han trabajado en nuestros 3 países y que ahora interceden por nosotros desde el cielo. «¡Pequeño es hermoso»!
En el territorio de la AFM viven 65 millones de personas que se comunican en 12 idiomas oficiales, entre tantas maravillas de la naturaleza y grandes recursos del subsuelo. Estamos entre los pocos países del África subsahariana donde los católicos son una pequeña minoría en comparación con otras Iglesias cristianas, con solo 5 millones de fieles.

¿Cuáles son los signos de esperanza que nuestros jóvenes y la sociedad están buscando?
En primer lugar, estamos tratando de superar los tristemente célebres récords mundiales de la creciente brecha entre ricos y pobres (100.000 millonarios frente a 15 millones de jóvenes desempleados), la falta de seguridad y la creciente violencia en la vida cotidiana, el colapso del sistema educativo, que ha producido una nueva generación de millones de analfabetos, lidiando con diversas adicciones (alcohol, drogas…). Además, 30 años después del fin del régimen de apartheid en 1994, la sociedad y la Iglesia siguen divididas entre las diversas comunidades en términos de economía, oportunidades y muchas heridas aún no cicatrizadas. De hecho, la comunidad del «País del Arco Iris» está luchando con muchas «lagunas» que solo pueden ser «llenadas» con los valores del Evangelio.

¿Cuáles son los signos de esperanza que la Iglesia católica en Sudáfrica está buscando?
Participando en el encuentro trienal «Joint Witness» de los superiores religiosos y los obispos en 2024, nos dimos cuenta de muchos signos de declive: menos fieles, falta de vocaciones sacerdotales y religiosas, envejecimiento y disminución del número de religiosos, algunas diócesis en bancarrota, constante pérdida/disminución de instituciones católicas (asistencia médica, educación, obras sociales o medios de comunicación) debido a la fuerte caída de religiosos y laicos comprometidos. La Conferencia Episcopal Católica (SACBC – que incluye Botsuana, eSwatini y Sudáfrica) indica como prioridad la asistencia a los jóvenes dependientes del alcohol y de otras sustancias diversas.

¿Cuáles son los signos de esperanza que los salesianos del África meridional están buscando?
Rezamos cada día por nuevas vocaciones salesianas, para poder acoger nuevos misioneros. De hecho, ha terminado la época de la Inspectoría anglo-irlandesa (hasta 1988) y el Proyecto África no incluía la punta meridional del continente. Después de 70 años en eSwatini (Suazilandia) y 45 años en Lesotho, solo tenemos 4 vocaciones locales de cada Reino. Hoy solo tenemos 5 jóvenes hermanos y 4 novicios en formación inicial. Sin embargo, la Visitaduría más pequeña de África-Madagascar, a través de sus 7 comunidades locales, se encarga de la educación y la atención pastoral en 6 grandes parroquias, 18 escuelas primarias y secundarias, 3 centros de formación profesional (TVET) y diversos programas de asistencia social. Nuestra comunidad inspectorial, con 18 nacionalidades diferentes entre los 35 SDB que viven en las 7 comunidades, es un gran don y un desafío que acoger.

Como comunidad católica minoritaria y frágil del África austral
Creemos que el único camino para el futuro es construir más puentes y comunión entre los religiosos y las diócesis: cuanto más débiles somos, más nos esforzamos por trabajar juntos. Dado que toda la Iglesia católica busca centrarse en los jóvenes, Don Bosco ha sido elegido por los obispos como Patrono de la Pastoral Juvenil y su Novena se celebra con fervor en la mayoría de las diócesis y parroquias al comienzo del año pastoral.

Como Salesianos y Familia Salesiana, nos animamos constantemente unos a otros: «work in progress» (trabajo en progreso)
En los últimos dos años, después de la invitación del Rector Mayor, hemos tratado de relanzar nuestro carisma salesiano, con la sabiduría de una visión y dirección común (a partir de la asamblea anual inspectorial), con una serie de pequeños y sencillos pasos diarios en la dirección correcta y con la sabiduría de la conversión personal y comunitaria.

Agradecemos el aliento de don Pascual Chávez para nuestro reciente Capítulo Inspectorial de 2024: «Sabéis bien que es más difícil, pero no imposible, “refundar” que fundar [el carisma], porque hay hábitos, actitudes o comportamientos que no corresponden al espíritu de nuestro Santo Fundador, don Bosco, y a su Proyecto de Vida, y tienen “derecho de ciudadanía” [en la Inspectoría]. Realmente se necesita una verdadera conversión de cada hermano a Dios, teniendo el Evangelio como suprema regla de vida, y de toda la Inspectoría a Don Bosco, asumiendo las Constituciones como verdadero proyecto de vida».

Se votó el consejo de don Pascual y el compromiso: «Convertirse en más apasionados de Jesús y dedicados a los jóvenes», invirtiendo en la conversión personal (creando un espacio sagrado en nuestra vida, para dejar que Jesús la transforme), en la conversión comunitaria (invirtiendo en la formación permanente sistemática mensual según un tema) y en la conversión inspectorial (promoviendo la mentalidad inspectorial a través de «One Heart One Soul» – fruto de nuestra asamblea inspectorial) y con encuentros mensuales en línea de los directores.

En la estampita-recuerdo de nuestra Visitaduría del Beato Miguel Rúa, junto a los rostros de los 46 hermanos y 4 novicios (35 viven en nuestras 7 comunidades, 7 están en formación en el extranjero y 5 SDB están esperando el visado, en San Calixto-catacumbas y un misionero que está haciendo quimioterapia en Polonia). También estamos bendecidos por un número creciente de hermanos misioneros que son enviados por el Rector Mayor o por un período específico por otras Inspectorías africanas para ayudarnos (AFC, ACC, ANN, ATE, MDG y ZMB). Estamos muy agradecidos a cada uno de estos jóvenes hermanos. Creemos que, con su ayuda, nuestra esperanza de relanzamiento carismático se está haciendo tangible. Nuestra Visitaduría – la más pequeña de África-Madagascar, después de casi 40 años de su fundación, aún no tiene una verdadera casa inspectorial. La construcción comenzó, con la ayuda del Rector Mayor, solo el año pasado. También aquí decimos: «obras en curso»…

Queremos compartir también nuestros humildes signos de esperanza con todas las otras 92 Inspectorías en este precioso período del Capítulo General. La AFM tiene una experiencia única de 31 años de voluntarios misioneros locales (involucrados en la Pastoral Juvenil del Centro Juvenil Bosco de Johannesburgo desde 1994), el programa «Love Matters» para un crecimiento sexual saludable de los adolescentes desde 2001. Nuestros voluntarios, de hecho, involucrados durante un año entero en la vida de nuestra comunidad, son miembros más valiosos de nuestra Misión y de los nuevos grupos de la Familia Salesiana que están creciendo lentamente (VDB, Salesianos Cooperadores y Exalumnos de Don Bosco).

Nuestra casa madre de Ciudad del Cabo celebrará el próximo año su centésimo trigésimo (130º) aniversario y, gracias al centésimo quincuagésimo (150º) aniversario de las Misiones Salesianas, hemos realizado, con la ayuda de la Inspectoría de China, una especial «Sala de la Memoria de San Luis Versiglia», donde nuestro Protomártir pasó un día durante su regreso de Italia a China-Macao en mayo de 1917.

Don Bosco ‘Ubuntu’ – camino sinodal
«¡Estamos aquí gracias a vosotros!» – Ubuntu es una de las contribuciones de las culturas del África meridional a la comunidad global. La palabra en lengua Nguni significa «Yo soy porque vosotros sois» («I’m because you are!». Otras posibles traducciones: «Existo porque existís»). El año pasado emprendimos el proyecto «Eco Ubuntu» (proyecto de sensibilización ambiental de 3 años de duración) que involucra a unos 15.000 jóvenes de nuestras 7 comunidades en eSwatini, Lesotho y Sudáfrica. Además de la espléndida celebración y el compartir del Sínodo de los Jóvenes 2024, nuestros 300 jóvenes [que participaron] conservan sobre todo Ubuntu en sus recuerdos. Su entusiasmo es una fuente de inspiración. La AFM os necesita: ¡Estamos aquí gracias a vosotros!

Marco Fulgaro




La pastora, las ovejas y los corderos (1867)

En el siguiente pasaje, Don Bosco, fundador del Oratorio de Valdocco, relata a sus jóvenes un sueño que tuvo entre el 29 y el 30 de mayo de 1867 y que narró la noche del Domingo de la Santísima Trinidad. En una llanura infinita, rebaños y corderos se convierten en alegoría del mundo y de los muchachos: prados exuberantes o desiertos áridos figuran la gracia y el pecado; cuernos y heridas denuncian escándalo y deshonor; la cifra «3» preanuncia tres carestías –espiritual, moral, material– que amenazan a quien se aleja de Dios. Del relato brota el apremiante llamado del santo: custodiar la inocencia, volver a la gracia con la penitencia, para que cada joven pueda revestirse de las flores de la pureza y participar de la alegría prometida por el buen Pastor.

El domingo de la Santísima Trinidad, 16 de junio, en cuya festividad, hacía veintiséis años, había celebrado don Bosco su primera misa, los jóvenes esperaban con impaciencia que les contara un sueño, según les había prometido el día 13 del mismo mes. Su ardiente deseo era buscar el bien espiritual de su rebaño, y su norma, las amonestaciones y promesas del capítulo XXVII, versículos 23 – 25 del libro de los Proverbios: Diligenter agnosce vultum pecoris tui, tuosque greges considera: non enim habebis jugiter potestatem; sed corona tribuetur in generationem et generationem. Aperta sunt prata, et apparuerunt herbas virentes, et collecta sunt foena de montibus… (Conoce a fondo el estado de tu ganado, aplica tu corazón a tu rebaño; porque no es eterna la riqueza; no se transmiten los tesoros de edad en edad. Cortada la hierba, aparecido el retoño, y apilado el heno de los montes…). En sus oraciones pedía al cielo el conocimiento exacto de sus ovejas; la gracia de vigilar atentamente; de asegurar la custodia del redil aun después de su muerte y de proveerle de fácil alimento material y espiritual. Don Bosco, pues, después de las oraciones de la noche, habló así:

En una de las últimas noches del mes de María, el 29 o el 30 de mayo, estando en la cama y no pudiendo dormir, pensaba en mis queridos jóvenes y me decía a mí mismo:
– ¡Oh si pudiese soñar algo que les sirviese de provecho!
Después de reflexionar durante un rato añadí:
– ¡Sí! Ahora quiero soñar algo para contarlo a mis jóvenes.
Y he aquí que me quedé dormido. Apenas el sueño se apoderó de mí, me pareció encontrarme en una inmensa llanura cubierta de un número extraordinario de ovejas de gran tamaño, las cuales, divididas en rebaños, pacían en los extensos prados que se ofrecían ante mi vista. Quise acercarme a ellas y se me ocurrió buscar al pastor, causándome gran maravilla que pudiese haber en el mundo quien pudiera poseer tan crecido número de animales de aquella especie. Después de breves indagaciones me encontré ante un pastor apoyado en su cayado. Inmediatamente comencé a preguntarle:
– ¿De quién es este rebaño tan numeroso?
El pastor no me contestó. Volví a repetir la pregunta y entonces me dijo:
– ¿Y a ti qué te interesa?
– ¿Por qué, repliqué, me contesta de esa manera?
– Pues bien, dijo el pastor, este rebaño es de su dueño.
– ¿De su dueño? Eso ya me lo suponía, dije para mí. Y continué en alta voz:
– ¿Y quién es el dueño?
– No te preocupes, me dijo, ya lo sabrás.
Después, recorriendo en su compañía aquel valle, comencé a observar el rebaño y la región en que nos encontrábamos. Algunas zonas estaban cubiertas de rica vegetación; numerosos árboles extendían sus ramas proporcionando agradable sombra, y una hierba fresquísima que servía de alimento a gran número de ovejas de hermosa y lucida presencia. En otros parajes la llanura era estéril, arenosa, llena de piedras, recubierta de espinos, desprovistos de hojas, y de grama amarillenta; no había en toda ella ni un tallo de hierba fresca; a pesar de ello, también allí había numerosas ovejas paciendo, pero su aspecto era miserable.
Hice algunas preguntas a mi guía referentes a este rebaño, pero él, sin contestarme a ninguna, dijo:
– Tú no estás destinado a cuidarlas. En éstas no debes pensar. Te voy a llevar a que veas el rebaño que te ha sido reservado.
– Pero ¿tú quién eres?
– Soy el dueño; ven conmigo; vamos hacia aquella parte y verás.
Y me condujo a otro lugar de la llanura donde había millares y millares de corderillos. Tan numerosos eran, que no se podían contar y estaban tan flacos que apenas si se podían tener en pie. El prado en que estaban era seco, árido y arenoso, no descubriéndose en él ni un tallo de hierba fresca, ni un arroyuelo, sino nada más que algunos gamones secos y matas escuálidas. Todo el pasto había sido totalmente destruido por los mismos corderos.
A primera vista se podía deducir que aquellos pobres animales, que estaban además cubiertos de llagas, habían sufrido mucho y continuaban sufriendo. ¡Cosa extraña! Cada uno tenía dos cuernos largos y gruesos que le salían de la frente, como si fuesen carneros viejos, y en la punta de cada cuerno tenían un apéndice en forma de ese. Contemplé maravillado aquella rara particularidad, causándome gran inquietud el no saberme explicar por qué aquellos corderillos tenían los cuernos tan largos y tan gruesos y la causa de que hubiesen destruido tan pronto la hierba del prado.
– Pero ¿cómo puede ser esto?, dije al pastor. ¿Unos corderos tan pequeños y ya tienen unos cuernos tan grandes:
– Mira bien, me dijo, observa atentamente.
Y al hacerlo pude comprobar que aquellos animales tenían grabado el número 3 en todas las partes del cuerpo: en el lomo, en la cabeza, en el hocico, en las orejas, en las narices, en las patas, en las pezuñas.
– ¿Qué quiere decir esto?, pregunté a mi guía. A la verdad que no entiendo nada.
– ¿Cómo? ¿Que no comprendes nada?, me replicó el pastor. Escucha, pues, y todo lo comprenderás. Esta extensa llanura es figura del mundo. Los lugares cubiertos de hierba significan la palabra de Dios y la gracia. Los parajes estériles y áridos, aquellos sitios en los cuales no se escucha la palabra divina, en los que sólo se procura agradar al mundo. Las ovejas son los hombres hechos y derechos; los corderos, los jovencitos, para atender a los cuales ha mandado Dios a don Bosco. Este rincón de la llanura que contemplas, representa el Oratorio y los corderos en él reunidos, tus hijos. Este lugar tan árido es símbolo del estado de pecado. Los cuernos son imagen de la deshonra. La letra S quiere decir Scandalum (escándalo). Los escandalosos, por la fuerza del mal ejemplo, marchan a su perdición. Entre los corderos observarás algunos que tienen los cuernos rotos; fueron escandalosos, pero ahora cesaron en sus escándalos. El número 3 quiere decir que soportan la pena de su culpa; esto es, que tendrán que sufrir tres grandes carestías: una carestía espiritual, otra moral y otra material. 1.° La carestía de los auxilios espirituales; pedirán estos auxilios y no los tendrán. 2.° La carestía de la palabra de Dios. 3.° La carestía del pan material. El que los corderos hayan agotado toda la hierba quiere decir que no les queda más que el deshonor y el número 3, o sea, las carestías. Este espectáculo significa también los sufrimientos que padecen actualmente muchos jóvenes en medio del mundo. En el Oratorio, en cambio, incluso los que son indignos de ello, no carecen del pan material.
Mientras yo escuchaba y observaba todas aquellas cosas como desmemoriado, he aquí una nueva maravilla. Todos aquellos corderos cambiaban de aspecto.
Levantándose sobre las patas posteriores adquirían una estatura elevada y la forma de otros tantos jóvenes. Yo me acerqué para comprobar si conocía alguno. Eran todos muchachos del Oratorio. A muchísimos no los había visto nunca, pero todos aseguraban que pertenecían a nuestro Oratorio. Y entre los que eran desconocidos para mí había unos pocos que están actualmente aquí. Son los que no se presentan nunca a don Bosco; los que no acuden jamás a pedirle un consejo; los que, por el contrario, huyen de él; en una palabra: los jóvenes a los cuales don Bosco aún no conoce… Pero la inmensa mayoría de los desconocidos estaba integrada por los que no están ni han estado en el Oratorio.
Mientras observaba con pena aquella multitud, el que me acompañaba me tomó de la mano y me dijo:
– Ven conmigo y verás otras cosas. Y así diciendo me condujo a un extremo apartado del valle rodeado de pequeñas colinas y cercado de un vallado de plantas esbeltas, en el cual había un gran prado cubierto de verdor, lo más riente que imaginarse puede y embalsamado por multitud de plantas aromáticas, esmaltado de flores silvestres y en el que, además, se descubrían frescos bosquecillos y corrientes de agua límpida. En él me encontré con una gran multitud de chicos, todos alegres, dedicados a formar un hermosísimo vestido con flores del prado.
– Al menos, tienes a éstos que te proporcionan grandes consuelos.
– ¿Quiénes son?, pregunté.
– Son los que están en gracia de Dios.
¡Ah! Os puedo asegurar que jamás vi criaturas tan bellas y resplandecientes y que nunca habría podido imaginar tanta hermosura. Sería imposible que me pusiese a describirlo, pues sería echar a perder lo que no se puede imaginar si no se ve. Pero me estaba reservado un espectáculo aún más sorprendente. Mientras estaba yo contemplando con inmenso placer a aquellos jóvenes, entre los que había muchos a los cuales no conocía, el guía me dijo:
– Ven, ven conmigo y te haré ver algo que te proporcionará una alegría y un consuelo aún mayor. Y me condujo a otro prado todo esmaltado de flores más bellas y olorosas que las que había visto anteriormente. Parecía un jardín regio. En él pude ver un número menor de jóvenes que en el prado anterior, pero de una tan extraordinaria belleza y de un esplendor tal que anulaban por completo a los que había admirado poco antes. Algunos de éstos están en el Oratorio, otros lo estarán con el tiempo.
Entonces el pastor me dijo:
– Estos son los que conservan la bella azucena de la pureza. Estos están revestidos aún con la estola de la inocencia.
Yo contemplaba extático aquel espectáculo. Casi todos llevaban en la cabeza una corona de flores de belleza indescriptible. Dichas flores estaban compuestas por otras florecillas de sorprendente gallardía y de colores tan vivos y variados que encantaban al que las miraba. Había más de mil colores en una sola flor y en cada flor se veían más de mil flores. Hasta los pies de aquellos jóvenes descendía una vestidura de fascinante blancura, entretejida de guirnaldas de flores, semejantes a las que formaban la corona. La luz encantadora que partía de las flores iluminaba toda la persona haciendo reflejar en ella la propia belleza. Las flores se espejaban unas en otras y las de las coronas en las que formaban las guirnaldas, reverberando cada una los rayos emitidos por las otras. Un rayo de un color al encontrarse con otro de distinto color daba origen a nuevos rayos, diversos entre sí y, por consiguiente, cada nuevo rayo producía otros distintos, de manera que yo jamás habría creído que en el paraíso hubiese un espectáculo tan múltiple y encantador. Pero esto no es todo. Los rayos de las flores y de las coronas de unos jóvenes se reflejaban en las flores y en los de las coronas de todos los demás; lo mismo sucedía con las guirnaldas y con las vestiduras de cada uno. Además, el resplandor del rostro de un joven al expandirse, se fundía con el resplandor del rostro de los compañeros y al reverberar sobre aquellas facciones inocentes y redondas, producían tanta luz que deslumbraban la vista e impedían fijar los ojos en ellas.
Y así, en uno solo, se concentraban las bellezas de todos los compañeros con una armonía de luz inefable. Era la gloria accidental de los santos. No hay imagen humana capaz de dar una idea, aunque pálida, de la belleza que adquiría cada uno de aquellos jóvenes, en medio de un océano de esplendor tan grande. Entre ellos pude ver a algunos que se encuentran actualmente en el Oratorio y estoy seguro de que, si pudiesen apreciar, aunque sólo fuese la décima parte de la hermosura de que los vi revestidos, estarían dispuestos a sufrir el tormento del fuego, a dejarse descuartizar, a afrontar el más cruel de los martirios, antes que perderla.
Apenas pude reaccionar un poco, después de haber contemplado semejante espectáculo, me volví a mi guía y le dije:
– Pero ¿en tan crecido número de mis jóvenes, son tan pocos los inocentes? ¿Tan contados son los que nunca han perdido la gracia de Dios?
El pastor respondió:
– ¿Cómo? ¿Te parece pequeño su número? Por otra parte, ten presente que los que han tenido la desgracia de perder el hermoso lirio de la pureza, y, por tanto, la inocencia, pueden seguir a sus compañeros por el camino de la penitencia. ¿Ves allá? En aquel prado hay muchas flores; con ellas pueden tejer una corona y una vestidura hermosísima y seguir también a los inocentes en la gloria.
– Dime algo más que yo pueda comunicar a mis jóvenes, añadí entonces.
– Repíteles que si supiesen cuán bella y preciosa es a los ojos de Dios la inocencia y la pureza, estarían dispuestos a hacer cualquier sacrificio para conservarla. Diles que se animen a cultivar esta bella virtud, la cual supera a las demás en hermosura y esplendor. Por algo los castos son los que crescunt tanquam lilia in conspectu Domini. (Crecen como lirios a los ojos del Señor).
Yo quise entonces introducirme en medio de aquellos mis queridos hijos tan bellamente coronados, pero tropecé al andar y me desperté encontrándome en la cama.
Hijos míos: ¿sois todos inocentes? Tal vez entre vosotros hay algunos que lo son y a ellos van dirigidas estas mis palabras. Por caridad: no perdáis un tesoro de tan inestimable valor. ¡La inocencia es algo que vale tanto como el Paraíso, como el mismo Dios! ¡Si hubieseis podido admirar la belleza de aquellos jovencitos recubiertos de flores! El conjunto de aquel espectáculo era tal, que yo habría dado cualquier cosa por seguir gozando de él, y si fuese pintor, consideraría como una gracia grande el poder plasmar en el lienzo, de alguna manera, lo que vi. Si conocieseis la belleza de un inocente, os someteríais a las pruebas más penosas, incluso a la misma muerte, con tal de conservar el tesoro de la inocencia.
El número de los que habían recuperado la gracia, aunque me produjo un gran consuelo, creí, con todo, que sería mayor. También me maravillé de ver a alguno que aquí parece bueno y en el sueño tenía unos cuernos muy grandes y muy gruesos…
Don Bosco terminó haciendo una cálida exhortación a los que habían perdido la inocencia para que se empeñasen voluntariosamente en
recuperar la gracia por medio de la penitencia.
Dos días después, el 18 de junio, el siervo de Dios subía a su tribuna y daba algunas nuevas explicaciones del sueño.
No sería necesaria explicación alguna respecto al sueño, pero volveré a repetir lo que ya os dije. La gran llanura es el mundo, y los distintos parajes y el estado al que fueron llamados aquí todos nuestros jóvenes. El rincón donde estaban los corderos es el Oratorio. Los corderos son todos los jóvenes que estuvieron, están y estarán en el Oratorio. Los tres prados de esta zona, el árido, el verde y el florido, indican los estados de pecado, de gracia y de inocencia. Los cuernos de los corderos son los escándalos dados en el pasado. Había, además, quienes tenían los cuernos rotos, o sea los que fueron escandalosos y después se enmendaron por completo. Todas aquellas cifras que representaban el número 3, y que se veían grabadas en las distintas partes del cuerpo de cada cordero, simbolizan, según me dijo el pastor, tres castigos que Dios enviará a los jóvenes: 1.° Carestía de auxilios espirituales. 2.° Carestía moral, o sea, falta de instrucción religiosa y de la palabra de Dios. 3.° Carestía material, o sea, carencia incluso del alimento. Los jóvenes resplandecientes son los que se encuentran en gracia de Dios y, sobre todo, los que conservan la inocencia bautismal y la bella virtud de la pureza. íQué gloria tan grande les espera a los tales!
Entreguémonos, pues, queridos jóvenes, con el mayor entusiasmo a la práctica de la virtud. El que no esté en gracia de Dios, que la adquiera y después emplee todos los medios necesarios y la ayuda de Dios para conservarse en ella hasta la muerte; pues, si es cierto que no todos podemos estar en compañía de los inocentes y formar corona a Jesús, Cordero Inmaculado, al menos podemos seguir detrás de ellos.
Uno de vosotros me preguntó si estaba entre los inocentes y yo le dije que no, que tenía los cuernos rotos. Me preguntó también si tenía llagas y le dije que sí.
– ¿Y qué significan esas llagas?, me preguntó.
Yo le respondí:
– No temas. Tus llagas están ya casi cicatrizadas y desaparecerán con el tiempo; tales llagas no son deshonrosas, como no lo son las cicatrices de un combatiente, el cual, a pesar de las heridas y de los ataques del enemigo, supo vencer y conseguir la victoria. ¡Por tanto, son cicatrices gloriosas! Pero aún es más honroso combatir en medio del enemigo sin ser herido. La incolumidad del que lo consigue es causa de admiración para todos.
Explicando este sueño, don Bosco dijo también que no pasaría mucho tiempo sin que se dejasen sentir estos tres males; – Peste, hambre y también falta de medios para hacer bien a las almas.
Añadió que no pasarían tres meses sin que sucediese algo de particular.
Este sueño produjo en los jóvenes la impresión y los frutos que había conseguido otras muchas veces con relatos semejantes.
(MB IT VIII 839- 845 / MB ES 713-718)




¡Hacia lo alto! San Pier Giorgio Frassati

“Queridos jóvenes, nuestra esperanza es Jesús. Es Él, como decía San Juan Pablo II, «quien suscita en vosotros el deseo de hacer de vuestra vida algo grande […], para mejoraros a vosotros mismos y a la sociedad, haciéndola más humana y fraterna» (XV Jornada Mundial de la Juventud, Vigilia de Oración, 19 de agosto de 2000). Mantengámonos unidos a Él, permanezcamos en su amistad, siempre, cultivándola con la oración, la adoración, la Comunión eucarística, la Confesión frecuente, la caridad generosa, como nos han enseñado los beatos Pier Giorgio Frassati y Carlo Acutis, que pronto serán proclamados Santos. Aspirad a cosas grandes, a la santidad, dondequiera que estéis. No os conforméis con menos. Entonces veréis crecer cada día, en vosotros y a vuestro alrededor, la luz del Evangelio” (Papa León XIV – homilía Jubileo de los jóvenes – 3 de agosto de 2025).

Pier Giorgio y Don Cojazzi
El senador Alfredo Frassati, embajador del Reino de Italia en Berlín, era el propietario y director del periódico La Stampa de Turín. Los Salesianos le debían un gran reconocimiento. Con motivo del gran montaje escandaloso conocido como “Los hechos de Varazze”, en el que se había intentado arrojar lodo sobre la honorabilidad de los Salesianos, Frassati los había defendido. Mientras incluso algunos periódicos católicos parecían perdidos y desorientados ante las graves y penosas acusaciones, La Stampa, tras una rápida investigación, se había adelantado a las conclusiones de la magistratura proclamando la inocencia de los Salesianos. Así, cuando de casa Frassati llegó la solicitud de un salesiano que se encargara de seguir los estudios de los dos hijos del senador, Pier Giorgio y Luciana, Don Paolo Albera, Rector Mayor, se sintió en la obligación de aceptar. Envió a Don Antonio Cojazzi (1880-1953). Era el hombre apto: buena cultura, temperamento juvenil y una excepcional capacidad comunicativa. Don Cojazzi se había licenciado en letras en 1905, en filosofía en 1906, y había obtenido el diploma de habilitación para la enseñanza de la lengua inglesa después de un serio perfeccionamiento en Inglaterra.
En casa Frassati, Don Cojazzi se convirtió en algo más que el ‘preceptor’ que seguía a los chicos. Se convirtió en un amigo, especialmente de Pier Giorgio, de quien diría: “Lo conocí a los diez años y lo seguí durante casi todo el bachillerato y la preparatoria con lecciones que en los primeros años eran diarias; lo seguí con creciente interés y afecto”. Pier Giorgio, convertido en uno de los jóvenes líderde la Acción Católica turinesa, escuchaba las conferencias y lecciones que Don Cojazzi impartía a los socios del Círculo C. Balbo, seguía con interés la Revista de los Jóvenes, subía a veces a Valsalice en busca de luz y consejo en los momentos decisivos.

Un momento de notoriedad
Pier Giorgio lo recibió durante el Congreso Nacional de la Juventud Católica italiana, en 1921: cincuenta mil jóvenes que desfilaban por Roma, cantando y orando. Pier Giorgio, estudiante de ingeniería, sostenía la bandera tricolor del círculo turinés C. Balbo. Las tropas reales, de repente, rodearon la enorme procesión y la asaltaron para arrebatar las banderas. Querían impedir desórdenes. Un testigo contó: “Golpean con las culatas de los fusiles, agarran, rompen, arrancan nuestras banderas. Veo a Pier Giorgio forcejeando con dos guardias. Acudimos en su ayuda, y la bandera, con la asta rota, queda en sus manos. Encarcelados a la fuerza en un patio, los jóvenes católicos son interrogados por la policía. El testigo recuerda el diálogo llevado con los modos y las cortesías que se usan en semejantes contingencias:
– ¿Y tú, cómo te llamas?
– Pier Giorgio Frassati de Alfredo.
– ¿Qué hace tu padre?
– Embajador de Italia en Berlín.
Asombro, cambio de tono, disculpas, oferta de libertad inmediata.
– Saldré cuando salgan los demás.
Mientras tanto, el espectáculo bestial continúa. Un sacerdote es arrojado, literalmente arrojado al patio con la sotana rasgada y una mejilla sangrando… Juntos nos arrodillamos en el suelo, en el patio, cuando aquel sacerdote harapiento levantó el rosario y dijo: ¡Muchachos, por nosotros y por los que nos han golpeado, oremos!».

Amaba a los pobres
Pier Giorgio amaba a los pobres, los iba a buscar en los barrios más lejanos de la ciudad; subía las escaleras estrechas y oscuras; entraba en los desvanes donde solo habitan la miseria y el dolor. Todo lo que tenía en el bolsillo era para los demás, como todo lo que guardaba en el corazón. Llegaba a pasar las noches al lado de enfermos desconocidos. Una noche que no regresaba a casa, el padre, cada vez más ansioso, llamó a la comisaría, a los hospitales. A las dos se oyó girar la llave en la puerta y Pier Giorgio entró. Papá explotó:
– Mira, puedes estar fuera de día, de noche, nadie te dice nada. ¡Pero cuando llegas tan tarde, avisa, llama por teléfono!
Pier Giorgio lo miró, y con la habitual sencillez respondió:
– Papá, donde yo estaba, no había teléfono.
Las Conferencias de San Vicente de Paúl lo vieron como un asiduo colaborador; los pobres lo conocieron como consolador y socorredor; los miserables desvanes lo acogieron a menudo entre sus sórdidas paredes como un rayo de sol para sus desamparados habitantes. Dominado por una profunda humildad, no quería que nadie supiera lo que hacía.

Giorgetto, hermoso y santo
A principios de julio de 1925, Pier Giorgio fue atacado y abatido por un violento ataque de poliomielitis. Tenía 24 años. En su lecho de muerte, mientras una terrible enfermedad le devastaba la espalda, todavía pensaba en sus pobres. En una nota, con una letra ya casi indescifrable, escribió para el ingeniero Grimaldi, su amigo: Aquí están las inyecciones de Converso, la póliza es de Sappa. La he olvidado, renuévala tú.
Al regresar del funeral de Pier Giorgio, Don Cojazzi escribe de improviso un artículo para la Revista de los Jóvenes: “Repetiré la vieja frase, pero sincerísima: no creía amarlo tanto. ¡Giorgetto, hermoso y santo! ¿Por qué me cantan en el corazón estas palabras insistentes? Porque las oí repetir, las oí pronunciar durante casi dos días, por el padre, por la madre, por la hermana, con una voz que siempre decía y nunca repetía. Y porque afloran ciertos versos de una balada de Deroulède: «¡Se hablará de él durante mucho tiempo, en los palacios dorados y en las casas de campo perdidas! Porque de él hablarán también las chozas y los desvanes, donde pasó tantas veces como ángel consolador». Lo conocí a los diez años y lo seguí durante casi todo el bachillerato y parte de la preparatoria… lo seguí con creciente interés y afecto hasta su transfiguración actual… Escribiré su vida. Se trata de la recopilación de testimonios que presentan la figura de este joven en la plenitud de su luz, en la verdad espiritual y moral, en el testimonio luminoso y contagioso de bondad y generosidad”.

El best-seller de la editorial católica
Animado e impulsado también por el arzobispo de Turín, Mons. Giuseppe Gamba, Don Cojazzi se puso a trabajar con ahínco. Los testimonios llegaron numerosos y cualificados, fueron ordenados y examinados con cuidado. La madre de Pier Giorgio seguía el trabajo, daba sugerencias, proporcionaba material. En marzo de 1928 sale la vida de Pier Giorgio. Escribe Luigi Gedda: “Fue un éxito rotundo. En solo nueve meses se agotaron 30 mil copias del libro. En 1932 ya se habían difundido 70 mil copias. En el lapso de 15 años, el libro sobre Pier Giorgio alcanzó 11 ediciones, y quizás fue el best-seller de la editorial católica en ese período”.
La figura iluminada por Don Cojazzi fue una bandera para la Acción Católica durante el difícil tiempo del fascismo. En 1942 habían tomado el nombre de Pier Giorgio Frassati: 771 asociaciones juveniles de Acción Católica, 178 secciones aspirantes, 21 asociaciones universitarias, 60 grupos de estudiantes de secundaria, 29 conferencias de San Vicente, 23 grupos del Evangelio… El libro fue traducido al menos a 19 idiomas.
El libro de Don Cojazzi marcó un punto de inflexión en la historia de la juventud italiana. Pier Giorgio fue el ideal señalado sin ninguna reserva: alguien que supo demostrar que ser cristiano hasta el fondo no es en absoluto utópico ni fantástico.
Pier Giorgio Frassati también marcó un punto de inflexión en la historia de Don Cojazzi. Aquella nota escrita por Pier Giorgio en su lecho de muerte le reveló de manera concreta, casi brutal, el mundo de los pobres. El mismo Don Cojazzi escribe: “El Viernes Santo de este año (1928) con dos universitarios visité durante cuatro horas a los pobres fuera de Porta Metronia. Aquella visita me proporcionó una lección y una humillación muy saludables. Yo había escrito y hablado muchísimo sobre las Conferencias de San Vicente… y sin embargo nunca había ido ni una sola vez a visitar a los pobres. En aquellas sucias chabolas a menudo se me salían las lágrimas… ¿La conclusión? Aquí está clara y cruda para mí y para vosotros: menos palabras bonitas y más obras buenas”.
El contacto vivo con los pobres no es solo una aplicación inmediata del Evangelio, sino una escuela de vida para los jóvenes. Son la mejor escuela para los jóvenes, para educarlos y mantenerlos en la seriedad de la vida. Quien visita a los pobres y toca con sus propias manos sus llagas materiales y morales, ¿cómo puede malgastar su dinero, su tiempo, su juventud? ¿Cómo puede quejarse de sus propios trabajos y dolores, cuando ha conocido, por experiencia directa, que otros sufren más que él?

¡No vegetar, sino vivir!
Pier Giorgio Frassati es un ejemplo luminoso de santidad juvenil, actual, «enmarcado» en nuestro tiempo. Él atestigua una vez más que la fe en Jesucristo es la religión de los fuertes y de los verdaderamente jóvenes, que solo ella puede iluminar todas las verdades con la luz del «misterio» y que solo ella puede regalar la perfecta alegría. Su existencia es el modelo perfecto de la vida normal al alcance de todos. Él, como todos los seguidores de Jesús y del Evangelio, comenzó por las pequeñas cosas; llegó a las alturas más sublimes a fuerza de sustraerse a los compromisos de una vida mediocre y sin sentido y empleando la natural terquedad en sus firmes propósitos. Todo, en su vida, le sirvió de escalón para subir; incluso aquello que debería haberle sido un tropiezo. Entre sus compañeros era el intrépido y exuberante animador de cada empresa, atrayendo a su alrededor tanta simpatía y tanta admiración. La naturaleza le había sido generosa en favores: de familia renombrada, rico, de ingenio sólido y práctico, físico apuesto y robusto, educación completa, nada le faltaba para abrirse camino en la vida. Pero él no pretendía vegetar, sino conquistar su lugar al sol, luchando. Era un hombre de temple y un alma de cristiano.
Su vida tenía en sí misma una coherencia que descansaba en la unidad del espíritu y de la existencia, de la fe y de las obras. La fuente de esta personalidad tan luminosa estaba en la profunda vida interior. Frassati rezaba. Su sed de Gracia le hacía amar todo lo que llena y enriquece el espíritu. Se acercaba cada día a la Santa Comunión, luego permanecía a los pies del altar, largo tiempo, sin que nada pudiera distraerlo. Rezaba en los montes y por el camino. Sin embargo, la suya no era una fe ostentosa, aunque las señales de la cruz hechas en la vía pública al pasar por delante de las iglesias eran grandes y seguras, aunque el Rosario se rezaba en voz alta, en un vagón de tren o en la habitación de un hotel. Pero era más bien una fe vivida tan intensa y sinceramente que brotaba de su alma generosa y franca con una sencillez de actitud que convencía y conmovía. Su formación espiritual se fortaleció en las adoraciones nocturnas de las que fue ferviente propugnador e infaltable participante. Realizó los ejercicios espirituales en más de una ocasión, obteniendo de ellos serenidad y vigor espiritual.
El libro de Don Cojazzi se cierra con la frase: «Haberlo conocido o haber oído hablar de él significa amarlo, y amarlo significa seguirlo». El deseo es que el testimonio de Piergiorgio Frassati sea “sal y luz” para todos, especialmente para los jóvenes de hoy.




Profetas del perdón y de la gratuidad

En estos tiempos, donde las noticias, día tras día, nos comunican experiencias de conflicto, de guerra y de odio, cuán grande es el riesgo de que nosotros, como creyentes, terminemos involucrados en una lectura de los acontecimientos que se reduce únicamente al nivel político o nos limitemos a tomar partido a favor de una u otra parte con argumentos que tienen que ver con nuestra manera de ver las cosas, con nuestra forma de interpretar la realidad.

En el discurso de Jesús que sigue a las bienaventuranzas hay una serie de “pequeñas/grandes lecciones” que el Señor ofrece. Siempre comienzan con el versículo “habéis oído que se dijo”. En una de ellas, el Señor recuerda el antiguo dicho “ojo por ojo y diente por diente” (Mt 5,38).
Fuera de la lógica del Evangelio, esta ley no solo no es cuestionada, sino que también puede ser tomada como una regla que expresa la manera de ajustar cuentas con quienes nos han ofendido. Obtener venganza se percibe como un derecho, incluso como un deber.
Jesús se presenta ante esta lógica con una propuesta completamente diferente, totalmente opuesta. A lo que hemos oído, Jesús nos dice: “Pero yo os digo” (Mt 5,39). Y aquí, como cristianos, debemos tener mucho cuidado. Las palabras de Jesús que siguen son importantes no solo por sí mismas, sino porque expresan de manera muy sintética todo su mensaje. Jesús no viene a decirnos que hay otra forma de interpretar la realidad. Jesús no se acerca a nosotros para ampliar el espectro de opiniones sobre las realidades terrenales, en particular las que tocan nuestra vida. Jesús no es otra opinión, sino que él mismo encarna la propuesta alternativa a la ley de la venganza.
La frase “pero yo os digo” es de fundamental importancia porque ahora no es solo la palabra pronunciada, sino la persona misma de Jesús. Lo que Jesús nos comunica, él lo vive. Cuando Jesús dice “no os resistáis al malvado; antes bien, si alguien te da un golpe en la mejilla derecha, ofrece también la otra” (Mt 5,39), esas mismas palabras las vivió en primera persona. Seguramente no podemos decir de Jesús que predica bien pero hace mal con su mensaje.
Volviendo a nuestros tiempos, estas palabras de Jesús corren el riesgo de ser percibidas como las palabras de una persona débil, reacciones de quien ya no es capaz de responder sino solo de sufrir. Y, de hecho, cuando miramos a Jesús que se ofrece completamente en la madera de la Cruz, esa es la impresión que podemos tener. Sin embargo, sabemos muy bien que con el sacrificio en la cruz es fruto de una vivencia que parte de la frase “pero yo os digo”. Porque todo lo que Jesús nos dijo, él terminó por asumirlo plenamente. Y asumiéndolo plenamente logró pasar de la cruz a la victoria. La lógica de Jesús aparentemente comunica una personalidad perdedora. Pero sabemos muy bien que el mensaje que Jesús nos dejó, y que él vivió plenamente, es la medicina que este mundo hoy realmente necesita.

Ser profetas del perdón significa asumir el bien como respuesta al mal. Significa tener la determinación de que el poder del maligno no condicionará mi manera de ver e interpretar la realidad. El perdón no es la respuesta del débil. El perdón es el signo más elocuente de esa libertad capaz de reconocer las heridas que el mal deja tras de sí, pero que esas mismas heridas nunca serán una polvorienta que fomente la venganza y el odio.
Reaccionar al mal con el mal no hace más que ampliar y profundizar las heridas de la humanidad. La paz y la concordia no crecen en el terreno del odio ni de la venganza.

Ser profetas de la gratuidad nos exige la capacidad de mirar al pobre y al necesitado no con la lógica del beneficio, sino con la lógica de la caridad. El pobre no elige ser pobre, pero quien está bien tiene la posibilidad de elegir ser generoso, bueno y lleno de compasión. Cuánto sería diferente el mundo si nuestros líderes políticos en este escenario donde crecen los conflictos y las guerras tuvieran la sensatez de mirar a quienes pagan el precio en estas divisiones, que son los pobres, los marginados, aquellos que no pueden escapar porque no pueden.

Si partimos de una lectura puramente horizontal, hay que desesperarse. No nos queda más que quedarnos encerrados en nuestras murmuraciones y críticas. ¡Y sin embargo, no! Nosotros somos educadores de los jóvenes. Sabemos bien que estos jóvenes en nuestro mundo están buscando puntos de referencia de una humanidad sana, de líderes políticos capaces de interpretar la realidad con criterios de justicia y paz. Pero cuando nuestros jóvenes miran a su alrededor, sabemos bien que solo perciben el vacío de una visión pobre de la vida.
Nosotros, que estamos comprometidos con la educación de los jóvenes, tenemos una gran responsabilidad. No basta con comentar la oscuridad que deja una ausencia casi completa de liderazgo. No basta con comentar que no hay propuestas capaces de encender la memoria de los jóvenes. Corresponde a cada uno y a cada una de nosotros encender esa vela de esperanza en esta oscuridad, ofrecer ejemplos de humanidad lograda en la cotidianidad.
Realmente vale la pena hoy ser profetas del perdón y de la gratuidad.




El cardenal Augustus Hlond

Segundo de 11 hermanos, su padre era ferroviario. Habiendo recibido de sus padres una fe sencilla pero fuerte, a los 12 años, atraído por la fama de Don Bosco, siguió a su hermano Ignacio a Italia para consagrarse al Señor en la Sociedad Salesiana, y pronto atrajo allí a otros dos hermanos: Antonio, que sería salesiano y músico de renombre, y Clemente, que sería misionero. El internado de Valsalice le acoge para sus estudios de gimnasia. Después fue admitido en el noviciado y recibió el hábito de sotana de manos del beato Miguel Rua (1896). Hecha la profesión religiosa en 1897, sus superiores le enviaron a Roma, a la Universidad Gregoriana, para el curso de filosofía, que coronó con la licenciatura. De Roma regresó a Polonia para realizar su formación práctica en el colegio de Oświęcim. Su fidelidad al sistema educativo de Don Bosco, su compromiso con la asistencia y con el colegio, su dedicación a los jóvenes y la amabilidad de su trato le granjearon un gran reconocimiento. También se dio a conocer rápidamente por su talento musical.

Terminados sus estudios de teología, fue ordenado sacerdote el 23 de septiembre de 1905 la ordenación sacerdotal en Cracovia por el obispo Nowak. Entre 1905 y 1909 asistió a la Facultad de Letras de las universidades de Cracovia y Lvov. En 1907 se hizo cargo de la nueva casa de Przemyśl (1907-09), de donde pasó a dirigir la casa de Viena (1909-19). Aquí su valor y su capacidad personal tuvieron un alcance aún mayor debido a las dificultades particulares a las que se enfrentaba el instituto en la capital imperial. Don Augustus Hlond, con su virtud y tacto, consiguió en poco tiempo no sólo arreglar la situación económica, sino también hacer florecer una obra juvenil que atrajo la admiración de todas las clases sociales. La atención a los pobres, a los obreros, a los hijos del pueblo le atrajo el afecto de las clases más humildes. Querido por los obispos y los nuncios apostólicos, gozaba de la estima de las autoridades y de la propia familia imperial. En reconocimiento a esta labor social y educativa, recibió en tres ocasiones algunos de los honores más prestigiosos.

En 1919, el desarrollo de la provincia austro-húngara aconsejó una división proporcional al número de casas, y los superiores nombraron a don Hlond inspector de la provincia germano-húngara, con sede en Viena (1919-22), confiándole el cuidado de los hermanos austriacos, alemanes y húngaros. En menos de tres años, el joven inspector abrió una docena de nuevas presencias salesianas y las formó en el más genuino espíritu salesiano, suscitando numerosas vocaciones.
Estaba en pleno fervor de su actividad salesiana cuando, en 1922, teniendo la Santa Sede que proveer a la acogida religiosa de la Silesia polaca, todavía sangrante por las luchas políticas y nacionales, el Santo Padre Pío XI le confió la delicada misión, nombrándole Administrador Apostólico. Su mediación entre alemanes y polacos dio origen en 1925 a la diócesis de Katowice, de la que llegó a ser obispo. En 1926 fue arzobispo de Gniezno y Poznań y Primado de Polonia. Al año siguiente, el Papa le creó cardenal. En 1932 fundó la Sociedad de Cristo para los emigrantes polacos, destinada a ayudar a los numerosos compatriotas que habían abandonado el país.
En marzo de 1939 participó en el Cónclave que eligió a Pío XII. El 1 de septiembre de ese mismo año, los nazis invadieron Polonia: comenzaba la Segunda Guerra Mundial. El cardenal alzó su voz contra las violaciones de los derechos humanos y de la libertad religiosa cometidas por Hitler. Obligado a exiliarse, se refugió en Francia, en la abadía de Hautecombe, denunciando la persecución de los judíos en Polonia. La Gestapo penetró en la Abadía y le detuvo, deportándole a París. El cardenal se niega categóricamente a apoyar la formación de un gobierno polaco pro nazi. Es internado primero en Lorena y luego en Westfalia. Liberado por las tropas aliadas, regresa a su patria en 1945.
En la nueva Polonia liberada del nazismo, encuentra el comunismo. Defiende valientemente a los polacos contra la opresión marxista atea, escapando incluso a varios intentos de asesinato. Muere el 22 de octubre de 1948 de neumonía, a la edad de 67 años. Miles de personas acudieron al funeral.
El Cardenal Hlond era un hombre virtuoso, un brillante ejemplo de religioso salesiano y un pastor generoso y austero, capaz de visiones proféticas. Obediente a la Iglesia y firme en el ejercicio de la autoridad, mostró una humildad heroica y una constancia inequívoca en los momentos de mayor prueba. Cultivó la pobreza y practicó la justicia con los pobres y necesitados. Los dos pilares de su vida espiritual, en la escuela de San Juan Bosco, fueron la Eucaristía y María Auxiliadora.
En la historia de la Iglesia de Polonia, el cardenal Augusto Hlond fue una de las figuras más eminentes por el testimonio religioso de su vida, por la grandeza, variedad y originalidad de su ministerio pastoral, por los sufrimientos que afrontó con intrépido espíritu cristiano por el Reino de Dios. El ardor apostólico distinguió la labor pastoral y la fisonomía espiritual del Venerable Augusto Hlond, que tomó como lema episcopal Da mihi animas coetera tolle, como verdadero hijo de San Juan Bosco lo confirmó con su vida de consagrado y de obispo, dando testimonio de incansable caridad pastoral.
Hay que recordar su gran amor a la Virgen, aprendido en su familia y la gran devoción del pueblo polaco a la Madre de Dios, venerada en el santuario de Częstochowa. Además, desde Turín, donde comenzó su camino como salesiano, difundió en Polonia el culto a María Auxiliadora y consagró Polonia al Corazón Inmaculado de María. Su encomienda a María le sostuvo siempre en la adversidad y en la hora de su encuentro final con el Señor. Murió con las cuentas del Rosario en las manos, diciendo a los presentes que la victoria, cuando llegara, sería la victoria de María Inmaculada.
El venerable cardenal Augusto Hlond es un testigo singular de cómo debemos aceptar cada día el camino del Evangelio a pesar de que nos traiga problemas, dificultades, incluso persecución: esto es la santidad. “Jesús nos recuerda cuántas personas son perseguidas y han sido perseguidas simplemente por luchar por la justicia, por vivir sus compromisos con Dios y con los demás. Si no queremos hundirnos en una oscura mediocridad, no pretendamos una vida cómoda, porque ‘el que quiera salvar su vida, la perderá’ (Mt 16,25). No podemos esperar, para vivir el Evangelio, a que todo a nuestro alrededor sea favorable, porque muchas veces las ambiciones de poder y los intereses mundanos juegan en nuestra contra… La cruz, especialmente los cansancios y sufrimientos que soportamos para vivir el mandamiento del amor y el camino de la justicia, es fuente de maduración y santificación” (Francisco, Gaudete et Exsultate, nn. 90-92).




La educación de la conciencia con san Francisco de Sales

Con toda probabilidad, fue la llegada de la Reforma protestante la que puso en la agenda el problema de la conciencia y, más precisamente, de la «libertad de conciencia». En una carta de 1597 a Clemente VIII, el prelado de Sales deploraba la «tiranía» que el «estado de Ginebra» imponía «sobre las conciencias de los católicos». Pedía a la Santa Sede que interviniera ante el rey de Francia para lograr que los ginebrinos concedieran «lo que llaman libertad de conciencia». Contrario a soluciones militares para la crisis protestante, vislumbraba en la libertas conscientiae una posible salida al enfrentamiento violento, siempre que se respetara la reciprocidad. Reivindicada por Ginebra a favor de la Reforma, y por Francisco de Sales en beneficio del catolicismo, la libertad de conciencia estaba a punto de convertirse en uno de los pilares de la mentalidad moderna.

Dignidad de la persona humana
La dignidad del individuo reside en la conciencia, y la conciencia es ante todo sinónimo de sinceridad, honestidad, franqueza, convicción. El prelado de Sales reconocía, por ejemplo, «para descargar su conciencia», que el proyecto de las Controversias le había sido impuesto de alguna manera por otros. Cuando presentaba sus razones a favor de la doctrina y la práctica católica, se preocupaba por precisar que lo hacía «en conciencia». «Díganme en conciencia», preguntaba a sus contradictores. La «buena conciencia», de hecho, hace que uno evite ciertos actos que lo ponen en contradicción consigo mismo.
Sin embargo, la conciencia subjetiva individual no puede tomarse siempre como garante de la verdad objetiva. No siempre se está obligado a creer lo que uno dice en conciencia. «Muéstrenme claramente –dice el prelado a los señores de Thonon– que no mienten en absoluto, que no me engañan cuando me dicen que en conciencia han tenido esta o aquella inspiración». La conciencia puede ser víctima de la ilusión, de forma voluntaria o incluso involuntaria. «Los avaros empedernidos no solo no confiesan serlo, sino que no piensan en conciencia que lo son».
La formación de la conciencia es una tarea esencial, porque la libertad de conciencia conlleva el riesgo de «hacer el bien y el mal», pero «elegir el mal no es usar, sino abusar de nuestra libertad». Es una tarea dura, porque la conciencia a veces nos aparece como un adversario que «siempre lucha contra nosotros y por nosotros»: ella «opone constante resistencia a nuestras malas inclinaciones», pero lo hace «para nuestra salvación». Cuando uno peca, «el remordimiento interior se mueve contra su conciencia con la espada en mano», pero lo hace para «traspasarla con un santo temor».
Un medio para ejercer una libertad responsable es la práctica del «examen de conciencia». Hacer el examen de conciencia es como seguir el ejemplo de las palomas que se miran «con ojos limpios y puros», «se limpian con cuidado y se adornan lo mejor que pueden». Filotea está invitada a hacer este examen todas las noches, antes de acostarse, preguntándose «cómo se ha comportado en las distintas horas del día; para hacerlo más fácilmente se pensará en dónde, con quién y a qué ocupaciones se ha dedicado».
Una vez al año deberemos hacer un examen profundo del «estado de nuestra alma» ante Dios, el prójimo y nosotros mismos, sin olvidar un «examen de los afectos de nuestra alma». El examen –dice Francisco de Sales a las visitandinas– les llevará a sondear «a fondo su conciencia».
¿Cómo aliviar la conciencia cuando uno la siente cargada de un error o de una falta? Algunos lo hacen de mala manera, juzgando y acusando a otros «de vicios de los que son víctimas», pensando así en «endulzar los remordimientos de su conciencia». De este modo se multiplica el riesgo de hacer juicios temerarios. Al contrario, «aquellos que cuidan correctamente de su conciencia no están en absoluto sujetos a juicios temerarios». Conviene considerar aparte el caso de los padres, educadores y responsables del bien público, porque «una buena parte de su conciencia consiste en velar atentamente por la conciencia de los demás».

El respeto a uno mismo
De la afirmación de la dignidad y la responsabilidad de cada uno debe nacer el respeto a sí mismo. Ya Sócrates y toda la antigüedad pagana y cristiana habían mostrado el camino:

Es un dicho de los filósofos, que sin embargo fue considerado válido por los doctores cristianos: «Conócete a ti mismo», es decir, conoce la excelencia de tu alma para no humillarla ni despreciarla.

Ciertos actos nuestros constituyen no solo una ofensa a Dios, sino también una ofensa a la dignidad de la persona humana y a la razón. Sus consecuencias son deplorables:

La semejanza e imagen de Dios, que llevamos en nosotros, se mancha y desfigura, la dignidad de nuestro espíritu se deshonra, y nos hacemos semejantes a los animales sin razón […], haciéndonos esclavos de nuestras pasiones y trastornando el orden de la razón.

Hay éxtasis y arrebatos que nos elevan por encima de nuestra condición natural y otros que nos rebajan: «Oh hombres, ¿hasta cuándo serán tan insensatos –escribe el autor del Teotimo– de querer pisotear su dignidad natural, descendiendo voluntaria y precipitadamente a la condición de las bestias?».
El respeto a uno mismo permitirá evitar dos peligros opuestos: el orgullo y el desprecio de los dones que uno tiene. En un siglo en que el sentido del honor estaba exaltado al máximo, Francisco de Sales tuvo que intervenir para denunciar fechorías, en particular en el problema del duelo, que le hacía «ponerse los pelos de punta», y aún más el orgullo insensato que era la causa. «Estoy escandalizado» –escribía a la esposa de un marido duelista–; «en verdad, no puedo entender cómo se puede tener un valor tan desmedido incluso por bagatelas y cosas sin importancia». Al batirse en duelo es como si «se convirtieran el uno en verdugo del otro».
Otros, en cambio, no se atreven a reconocer los dones recibidos y pecan así contra el deber de gratitud. Francisco de Sales denuncia «cierta falsa y tonta humildad que impide descubrir el bien que hay en ellos». Están equivocados, porque «los bienes que Dios ha puesto en nosotros deben ser reconocidos, estimados y honrados sinceramente».
El primer prójimo que debo respetar y amar, parece querer decir el obispo de Ginebra, es el propio yo. El verdadero amor hacia mí mismo y el respeto debido me exigen que tienda a la perfección y que me corrija, si es necesario, pero dulcemente, razonablemente y «siguiendo el camino de la compasión» más que el de la ira y el furor.
Existe, de hecho, un amor a uno mismo no solo legítimo, sino también beneficioso y mandado: «La caridad bien ordenada comienza por uno mismo» –dice el proverbio– y refleja bien el pensamiento de Francisco de Sales, pero con la condición de no confundir el amor a uno mismo con el amor propio. El amor a uno mismo es bueno, y Filotea está invitada a interrogarse sobre la manera en que se ama a sí misma:

¿Mantienes un buen orden en el amor hacia ti misma? Porque solo el amor desordenado hacia nosotros mismos puede llevarnos a la ruina. Ahora bien, el amor ordenado quiere que amemos el alma más que el cuerpo, que busquemos procurarnos las virtudes más que cualquier otra cosa.

En cambio, el amor propio es un amor egoísta, «narcisista», hinchado de sí mismo, celoso de su propia belleza y preocupado únicamente por su propio interés: «Narciso –dicen los profanos– era un joven tan desdeñoso que no quería ofrecer su amor a nadie más; y finalmente, contemplándose en una fuente clara fue totalmente cautivado por su belleza».

El «respeto debido a las personas»
Si se respeta a uno mismo, se estará más preparado y dispuesto a respetar a los demás. El hecho de ser «imagen y semejanza de Dios» tiene como corolario la afirmación de que «todos los seres humanos gozan de la misma dignidad». Francisco de Sales, aunque vivía en una sociedad marcada por el antiguo régimen, fuertemente desigual, promovió un pensamiento y una práctica caracterizados por el «respeto debido a las personas».
Hay que empezar por los niños. La madre de san Bernardo –dice el autor de la Filotea– amaba a sus hijos recién nacidos «con respeto como una cosa sagrada que Dios le había confiado». Una reprimenda muy grave dirigida por el obispo de Ginebra a los paganos concernía su desprecio por la vida de seres indefensos. El respeto al niño que está por nacer emerge en este pasaje de una carta, redactada según la retórica barroca de la época, dirigida por Francisco de Sales a una mujer embarazada. La anima explicándole que el niño que se está formando en sus entrañas no es solo «una imagen viva de la divina Majestad», sino también la imagen de su madre. Recomienda a otra mujer:

Ofrezcan a menudo a la gloria eterna de su Creador a la criatura cuya formación quiso encomendarles como su cooperadora.

Otro aspecto del respeto debido a los demás se refiere al tema de la libertad. El descubrimiento de nuevas tierras tuvo, como consecuencia nefasta, el resurgimiento de la esclavitud, que recordaba las prácticas de los antiguos romanos en tiempos del paganismo. La venta de seres humanos los degradaba al rango de bestias:

Un día, Marcantonio compró a un mercader dos jovencitos; entonces, como todavía ocurre hoy en alguna región, se vendían niños; había hombres que los conseguían y luego los traficaban como se hace con los caballos en nuestros países.

El respeto a los demás está continuamente amenazado de forma más sutil por la maledicencia y la calumnia. Francisco de Sales insiste mucho en los «pecados de lengua». Un capítulo de la Filotea que trata explícitamente este tema se titula La honestidad en las palabras y el respeto que se debe a las personas. Arruinar la reputación de alguien es cometer un «asesinato espiritual»; es quitar «la vida civil» a quien se habla mal. Asimismo, «al condenar el vicio», se procurará ahorrar lo más posible «a la persona implicada en él».
Ciertas categorías de personas son fácilmente denigradas o despreciadas. Francisco de Sales defiende la dignidad de la gente del pueblo basándose en el Evangelio: «San Pedro –comenta– era un hombre rudo, tosco, un viejo pescador, un artesano de baja condición; san Juan, en cambio, era un caballero, dulce, amable, sabio; san Pedro, en cambio, ignorante». Pues bien, fue san Pedro quien fue elegido para guiar a los demás y para ser el «superior universal».
Proclama la dignidad de los enfermos, diciendo que «las almas que están en la cruz son declaradas reinas». Denunciando la «crueldad hacia los pobres» y exaltando la «dignidad de los pobres», justifica y precisa la actitud que se debe tener hacia ellos, explicando «cómo debemos honrarlos y por tanto visitarlos como representantes de Nuestro Señor». Nadie es inútil, nadie es insignificante: «No hay en el mundo objeto que no pueda ser útil para algo; pero hay que saber encontrar su uso y lugar».

El «uno-diferente» salesiano
El problema que siempre ha atormentado a las sociedades humanas es cómo conciliar la dignidad y la libertad de cada individuo con las de los demás. Recibió de Francisco de Sales una aclaración original gracias a la invención de una nueva palabra. De hecho, dado que el universo está formado por «todas las cosas creadas, visibles e invisibles» y que «su diversidad se reconduce a la unidad», el obispo de Ginebra propuso llamarlo «uno-diferente», es decir, «único y diferente, único con diversidad y diferente con unidad».
Para él, cada ser es único. Las personas son como las perlas de las que habla Plinio: «son tan únicas, cada una en su cualidad, que nunca se encuentran dos perfectamente iguales». Es significativo que sus dos obras principales, la Introducción a la vida devota y el Tratado del amor de Dios, estén dirigidas a una persona singular, Filotea y Teotimo. ¡Qué variedad y diversidad entre los seres! «Sin duda, como vemos que nunca se encuentran dos hombres perfectamente iguales en los dones de la naturaleza, tampoco se encuentran dos perfectamente iguales en los dones sobrenaturales». La variedad le encantaba también desde un punto de vista puramente estético, pero temía una curiosidad indiscreta sobre sus causas:

Si alguien se preguntara por qué Dios hizo las sandías más grandes que las fresas, o los lirios más grandes que las violetas; por qué el romero no es una rosa o por qué el clavel no es una caléndula; por qué el pavo real es más bello que un murciélago, o por qué el higo es dulce y el limón agrio, se reirían de sus preguntas y le dirían: pobre hombre, como la belleza del mundo requiere variedad, es necesario que en las cosas haya perfecciones diferentes y diferenciadas y que una no sea la otra; por eso unas son pequeñas, otras grandes, unas agrias, otras dulces, unas más bellas, otras menos. […] Todas tienen su mérito, su gracia, su esplendor, y todas, vistas en conjunto en su variedad, constituyen un maravilloso espectáculo de belleza.

La diversidad no obstaculiza la unidad, al contrario, la enriquece y embellece aún más. Cada flor tiene sus características que la distinguen de todas las demás: «No es propio de las rosas ser blancas, me parece, porque las rojas son más bellas y tienen un mejor perfume, que sin embargo es propio del lirio». Ciertamente, Francisco de Sales no soporta la confusión y el desorden, pero es igualmente enemigo de la uniformidad. La diversidad de los seres puede conducir a la dispersión y a la ruptura de la comunión, pero si hay amor, «vínculo de la perfección», nada se pierde, al contrario, la diversidad se exalta con la unión.
En Francisco de Sales hay sin duda una cultura real del individuo, pero esta nunca es un cierre al grupo, a la comunidad o a la sociedad. Él ve espontáneamente al individuo inserto en un contexto o «estado» de vida, que marca notablemente la identidad y pertenencia de cada uno. No será posible fijar un programa o proyecto igual para todos, por el simple hecho de que se aplicará y realizará de manera diferente «para el caballero, para el artesano, para el criado, para el príncipe, para la viuda, para la joven, para la casada»; además hay que adaptarlo «a las fuerzas y deberes de cada uno en particular». El obispo de Ginebra ve la sociedad repartida en espacios vitales caracterizados por la pertenencia social y la solidaridad de grupo, como cuando trata «de la compañía de soldados, del taller de artesanos, de la corte de los príncipes, de la familia de gente casada».
El amor personaliza y, por tanto, individualiza. El afecto que une a una persona con otra es único, como demuestra Francisco de Sales en su relación con la señora de Chantal: «Cada afecto tiene su peculiaridad que lo diferencia de los demás; el que siento por usted posee cierta particularidad que me consuela infinitamente y, para decirlo todo, para mí es sumamente fructífero». El sol ilumina a todos y a cada uno: «al iluminar un rincón de la tierra, no lo ilumina menos que si no brillara en otro lugar, sino solo en ese rincón».

El ser humano está en devenir
Humanista cristiano, Francisco de Sales cree finalmente en la posibilidad que tiene la persona humana de perfeccionarse. Erasmo había forjado la fórmula: Homines non nascuntur sed finguntur. Mientras el animal es un ser predeterminado, guiado por el instinto, el hombre, en cambio, está en perpetua evolución. No solo cambia, sino que puede cambiarse a sí mismo, tanto para bien como para mal.
Lo que preocupaba enteramente al autor del Teotimo era perfeccionarse a sí mismo y ayudar a los demás a perfeccionarse, y no solo en el ámbito religioso, sino en todo. Desde el nacimiento hasta la tumba, el hombre está en situación de aprendiz. Imitamos al cocodrilo que «nunca deja de crecer mientras vive». De hecho, «permanecer mucho tiempo en un mismo estado no es posible: quien no avanza, retrocede en este tráfico; quien no sube, baja en esta escala; quien no vence es vencido en esta lucha». Cita a san Bernardo que decía: «Está escrito especialmente para el hombre que nunca estará en el mismo estado: debe avanzar o retroceder». Sigamos adelante:

¿No sabes que estás en camino y que el camino no es para sentarse, sino para avanzar? Y está hecho para avanzar tanto que moverse hacia adelante se llama caminar.

Esto también significa que la persona humana es educable, capaz de aprender, corregirse y mejorarse. Y esto es cierto a todos los niveles. La edad a veces no tiene nada que ver. Miren a estos niños cantores de la catedral, que superan con mucho las capacidades de su obispo en este ámbito: «Admiro a estos niños –decía– que apenas saben hablar y que ya cantan su parte; comprenden todos los signos y reglas musicales, mientras que yo no sabría cómo arreglármelas, yo que soy un hombre hecho y que quisiera hacerse pasar por un gran personaje». Nadie en este mundo es perfecto:

Hay personas de naturaleza ligera, otras groseras, otras muy reacias a escuchar opiniones ajenas, y otras finalmente propensas a la indignación, otras a la ira y otras al amor; en resumen, encontramos muy pocas personas en las que no sea posible descubrir una u otra de tales imperfecciones.

¿Debemos entonces desesperar de poder mejorar nuestro temperamento, corrigiendo alguna de nuestras inclinaciones naturales? En absoluto.

Por mucho que, de hecho, sean en cada uno de nosotros propias y naturales, si con la aplicación a un apego contrario se pueden corregir y regular, e incluso uno puede liberarse y purificarse, entonces, les digo Filotea, que hay que hacerlo. Incluso se ha encontrado la manera de hacer dulces los almendros amargos: basta con perforarlos en la base y hacer salir el jugo; ¿por qué no podríamos entonces hacer salir nuestras inclinaciones perversas para así ser mejores?

De aquí la conclusión optimista pero exigente: «No hay naturaleza buena que no pueda volverse mala mediante hábitos viciosos; no hay naturaleza tan perversa que no pueda, primero con la gracia de Dios y luego con el esfuerzo industrioso y la diligencia, domarse y vencer». Si el hombre es educable, no debemos desesperar de nadie y debemos cuidarnos de los prejuicios hacia las personas:

No digan: fulano es un borracho, aunque lo hayan visto ebrio; es un adúltero, por haberlo visto pecar; es un incestuoso, por haberlo sorprendido en esa desgracia; porque un solo acto no basta para dar nombre a la cosa. […] Y aunque un hombre haya sido vicioso durante mucho tiempo, se correría el riesgo de mentir llamándolo vicioso.

La persona humana nunca termina de cultivar su jardín. Es la lección que el fundador de las visitandinas les inculcaba cuando las llamaba «a cultivar la tierra y el jardín» de sus corazones y espíritus, porque no existe «hombre tan perfecto que no necesite esforzarse tanto para crecer en la perfección como para conservarla».