Mons. Giuseppe Malandrino y el Siervo de Dios Nino Baglieri

El pasado 3 de agosto de 2025, día en que se celebra la fiesta de la Patrona de la Diócesis de Noto, María Scala del Paradiso, monseñor Giuseppe Malandrino, IX obispo de la diócesis netina, regresó a la Casa del Padre. 94 años de edad, 70 años de sacerdocio y 45 años de consagración episcopal son cifras respetables para un hombre que sirvió a la Iglesia como Pastor con «el olor a oveja», como a menudo destacaba el Papa Francisco.

Pararrayos de la humanidad
Durante su experiencia como pastor de la Diócesis de Noto (19.06.1998 – 15.07.2007), tuvo la oportunidad de cultivar la amistad con el Siervo de Dios Nino Baglieri. Casi nunca faltaba una «parada» en casa de Nino cuando los motivos pastorales lo llevaban a Módica. En uno de sus testimonios, Mons. Malandrino dice: «…encontrándome al lado de Nino, tenía la viva percepción de que este amado hermano enfermo nuestro era verdaderamente un «pararrayos de la humanidad», según una concepción de los que sufren que me es muy querida y que quise proponer también en la Carta Pastoral sobre la misión permanente «Seréis mis testigos» (2003). Escribe Mons. Malandrino: «Es necesario reconocer en los enfermos y sufrientes el rostro de Cristo sufriente y asistirlos con la misma solicitud y con el mismo amor de Jesús en su pasión, vivida en espíritu de obediencia al Padre y de solidaridad con los hermanos». Esto fue plenamente encarnado por la queridísima madre de Nino, la señora Peppina. Ella, una mujer siciliana típica, con un carácter fuerte y mucha determinación, responde al médico que le propone la eutanasia para su hijo (dadas las graves condiciones de salud y la perspectiva de una vida de paralítico): «si el Señor lo quiere, se lo lleva, pero si me lo deja así, estoy contenta de cuidarlo toda la vida». ¿Era consciente la madre de Nino, en ese momento, de lo que le esperaba? ¿Era consciente María, la madre de Jesús, de cuánto dolor tendría que sufrir por el Hijo de Dios? La respuesta, si se lee con ojos humanos, no parece fácil, sobre todo en nuestra sociedad del siglo XXI donde todo es lábil, fluctuante, se consume en un «instante». El Fiat de mamá Peppina se convirtió, como el de María, en un Sí de Fe y de adhesión a esa voluntad de Dios que encuentra cumplimiento en saber llevar la Cruz, en saber dar «alma y cuerpo» a la realización del Plan de Dios.

Del sufrimiento a la alegría
La relación de amistad entre Nino y Mons. Malandrino ya había comenzado cuando este último era todavía obispo de Acireale; de hecho, ya en el lejano 1993, a través del Padre Attilio Balbinot, un camiliano muy cercano a Nino, le obsequió su primer libro: «Del sufrimiento a la alegría». En la experiencia de Nino, la relación con el Obispo de su diócesis era una relación de filiación total. Desde el momento de su aceptación del Plan de Dios sobre él, hacía sentir su presencia «activa» ofreciendo los sufrimientos por la Iglesia, el Papa y los Obispos (así como los sacerdotes y los misioneros). Esta relación de filiación se renovaba anualmente con motivo del 6 de mayo, día de la caída, visto luego como el misterioso inicio de un renacimiento. El 8 de mayo de 2004, pocos días después de que Nino celebrara el 36º aniversario de la Cruz, Mons. Malandrino fue a su casa. Él, en recuerdo de ese encuentro, escribe en sus memorias: «es siempre una gran alegría cada vez que la veo y recibo tanta energía y fuerza para llevar mi Cruz y ofrecerla con tanto Amor por las necesidades de la Santa Iglesia y en particular por mi Obispo y por nuestra Diócesis, que el Señor le dé cada vez más santidad para guiarnos por muchos años siempre con más ardor y amor…». Y también: «… la Cruz es pesada pero el Señor me concede tantas Gracias que hacen que el sufrimiento sea menos amargo y se vuelva ligero y suave, la Cruz se convierte en Don, ofrecida al Señor con tanto Amor para la salvación de las almas y la Conversión de los Pecadores…». Finalmente, cabe destacar cómo, en estas ocasiones de gracia, nunca faltaba la apremiante y constante petición de «ayuda para hacerse Santo con la Cruz de cada día». Nino, de hecho, quería absolutamente hacerse santo.

Una beatificación anticipada
Un momento de gran relevancia fueron, en este sentido, las exequias del Siervo de Dios el 3 de marzo de 2007, cuando el propio Mons. Malandrino, al inicio de la Celebración Eucarística, se inclinó con devoción, aunque con dificultad, para besar el ataúd que contenía los restos mortales de Nino. Era un homenaje a un hombre que había vivido 39 años de su existencia en un cuerpo que «no sentía» pero que desprendía alegría de vivir en 360 grados. Mons. Malandrino subrayó que la celebración de la Misa, en el patio de los Salesianos, convertido para la ocasión en «catedral» a cielo abierto, había sido una auténtica apoteosis (participaron miles de personas en lágrimas) y se percibía clara y comunitariamente que no se trataba de un funeral, sino de una verdadera «beatificación». Nino, con su testimonio de vida, se había convertido de hecho en un punto de referencia para muchos, jóvenes o no tan jóvenes, laicos o consagrados, madres o padres de familia, que gracias a su valioso testimonio lograban leer su propia existencia y encontrar respuestas que no lograban encontrar en otro lugar. También Mons. Malandrino ha subrayado varias veces este aspecto: «en efecto, cada encuentro con el queridísimo Nino fue para mí, como para todos, una fuerte y viva experiencia de edificación y un potente –en su dulzura– estímulo a la paciente y generosa donación. La presencia del Obispo le confería cada vez una inmensa alegría porque, además del afecto del amigo que venía a visitarlo, percibía la comunión eclesial. Es obvio que lo que recibía de él era siempre mucho más de lo poco que yo podía darle». El «clavo» fijo de Nino era «hacerse santo»: el haber vivido y encarnado plenamente el evangelio de la Alegría en el Sufrimiento, con sus padecimientos físicos y su donación total por la amada Iglesia, hicieron que todo no terminara con su partida hacia la Jerusalén del Cielo, sino que continuara aún, como subrayó Mons. Malandrino en las exequias: «… la misión de Nino continúa ahora también a través de sus escritos, Él mismo lo había anunciado en su Testamento espiritual»: «… mis escritos continuarán mi testimonio, seguiré dando Alegría a todos y hablando del Gran Amor de Dios y de las Maravillas que ha hecho en mi vida». Esto todavía se está cumpliendo porque no puede estar escondida «una ciudad asentada sobre un monte, ni se enciende una lámpara para ponerla debajo del almud, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en casa» (Mateo 5, 14-16). Metafóricamente se quiere subrayar que la «luz» (entendida en sentido amplio) debe ser visible, tarde o temprano: lo que es importante saldrá a la luz y será reconocido.
Volver a estos días –marcados por la muerte de Mons. Malandrino, por sus funerales en Acireale (5 de agosto, Madonna della Neve) y en Noto (7 de agosto) con la posterior sepultura en la catedral que él mismo quiso con fuerza que se reestructurara tras el derrumbe del 13 de marzo de 1996 y que fue reabierta en marzo de 2007 (mes en que murió Nino Baglieri)– significa recorrer este vínculo entre dos grandes figuras de la Iglesia netina, fuertemente entrelazadas y ambas capaces de dejar en ella una huella que no se borra.

Roberto Chiaramonte




Los Cardenales Protectores de la Sociedad Salesiana de San Juan Bosco

Desde el principio, la Sociedad Salesiana ha tenido, como muchas otras órdenes religiosas, un cardenal protector. A lo largo del tiempo, hasta el Concilio Vaticano II, hubo nueve cardenales protectores, un papel de gran importancia para el crecimiento de la Sociedad Salesiana.

La institución de cardenales protectores para las congregaciones religiosas es una antigua tradición que se remonta a los primeros siglos de la Iglesia, cuando el Papa nombraba defensores y representantes de la fe. Con el paso del tiempo, esta práctica se extendió a las órdenes religiosas, a las que se asignó un cardenal con la tarea de proteger sus derechos y prerrogativas ante la Santa Sede. La Sociedad Salesiana de San Juan Bosco también gozó de tal favor, contando con varios cardenales para representarla y protegerla en los cargos eclesiásticos.

Origen de la figura del Cardenal Protector
La costumbre de tener un protector se remonta a los primeros siglos del Imperio Romano, cuando Rómulo, el fundador de Roma, creó dos órdenes sociales: patricios y plebeyos. Cada plebeyo podía elegir a un patricio como protector, estableciendo un sistema de beneficio mutuo entre las dos clases sociales. Esta práctica fue adoptada posteriormente también por la Iglesia. Uno de los primeros ejemplos de protector eclesiástico es San Sebastián, nombrado por el Papa Cayo en el año 283 d.C. defensor de la Iglesia de Roma.

En el siglo XIII, la asignación de cardenales protectores a las órdenes religiosas se convirtió en una práctica establecida. San Francisco de Asís fue uno de los primeros en solicitar un cardenal protector para su orden. Tras una visión en la que sus frailes eran atacados por aves rapaces, Francisco pidió al Papa que les asignara un cardenal como defensor. Inocencio III accedió y nombró al cardenal Ugolino Conti, sobrino del Papa. A partir de entonces, las órdenes religiosas siguieron esta tradición para obtener protección y apoyo en sus relaciones con la Iglesia.

Esta práctica se extendió casi como una necesidad, ya que las nuevas órdenes mendicantes e itinerantes tenían un estilo de vida diferente al de los monjes con domicilio fijo, bien conocidos por los obispos locales. Las distancias geográficas, los diferentes sistemas políticos de los lugares donde operaban las nuevas órdenes religiosas y las dificultades de comunicación de la época exigían una figura de autoridad que conociera a fondo sus problemas y necesidades. Esta figura podía representarlos ante la Curia romana, defender sus derechos e intereses e interceder ante la Santa Sede en caso de necesidad. El cardenal protector no tenía jurisdicción ordinaria sobre las órdenes religiosas; su papel era el de un protector benévolo, aunque en circunstancias particulares podía recibir poderes delegados.

Esta práctica se extendió también a otras órdenes religiosas y, en el caso de la Sociedad Salesiana, los cardenales protectores desempeñaron un papel crucial para garantizar el reconocimiento y la protección de la joven congregación, especialmente en sus primeros años, cuando intentaba consolidarse dentro de la estructura de la Iglesia Católica.

La elección del Cardenal Protector
La relación entre Don Bosco y la jerarquía eclesiástica fue compleja, especialmente en los primeros años de la fundación de la congregación. No todos los cardenales y obispos veían con buenos ojos el modelo educativo y pastoral propuesto por Don Bosco, en parte por su enfoque innovador y en parte por su insistencia en dirigirse a las clases más pobres y desfavorecidas.

La elección de un cardenal protector no era aleatoria, sino que se hacía con sumo cuidado. Normalmente, se buscaba un cardenal que conociera la orden o que hubiera mostrado interés por el tipo de trabajo realizado por la congregación. En el caso de los Salesianos, esto significaba buscar cardenales que tuvieran especial interés en la juventud, la educación o las misiones, ya que éstas eran las principales áreas de actividad de la Sociedad. Por supuesto, el nombramiento final dependía del Papa y de la Secretaría de Estado.

El papel del Cardenal Protector de los Salesianos
Para la Sociedad Salesiana, el Cardenal Protector era una figura clave en su interacción con la Santa Sede, ayudando a mediar en cualquier disputa, asegurando la correcta interpretación de las reglas canónicas y velando por que las necesidades de la orden fueran comprendidas y respetadas. A diferencia de algunas congregaciones más antiguas, que ya habían establecido una sólida relación con las autoridades eclesiásticas, los Salesianos, nacidos en una época de rápidos cambios sociales y religiosos, necesitaron un importante apoyo para afrontar los retos iniciales, tanto internos como externos.

Uno de los aspectos más importantes del papel del Cardenal Protector fue su capacidad para apoyar a los Salesianos en sus relaciones con el Papa y la Curia. Este papel de mediador y protector proporcionó a la congregación un canal directo con las altas esferas de la Iglesia, permitiéndoles expresar preocupaciones y peticiones que de otro modo podrían haber sido ignoradas o pospuestas. El cardenal protector era también responsable de asegurar que la Sociedad Salesiana cumpliera con las directrices del Papa y de la Iglesia, asegurando que su misión se mantuviera en línea con la enseñanza católica.

En una de sus visitas a Roma, en febrero de 1875, Don Bosco pidió al Santo Padre Pío IX la gracia de tener un cardenal protector:

En la misma audiencia preguntó al Papa si debía, como las demás Congregaciones religiosas, pedir un Cardenal Protector. El Papa le respondió textualmente: – Mientras yo viva seré siempre vuestro Protector, y de vuestra Congregación” (MB XI, 113).

Sin embargo, dándose cuenta de la necesidad de una persona de referencia que tuviera autoridad para llevar a cabo diversas tareas para la Sociedad Salesiana, en 1876 Don Bosco volvió a pedir al Papa un Cardenal Protector:

Habiendo pedido entonces que, para desenredar nuestros asuntos eclesiásticos en Roma, nos asignara un Cardenal Protector para defender nuestras causas ante la Santa Sede, como tienen todas las demás Órdenes y Congregaciones, me dijo sonriendo: – Pero, ¿cuántos protectores quieres? ¿No tienes suficiente con uno? – Haciéndome entender: quiero ser tu Cardenal Protector; ¿quieres aún más? Al oír palabras de tanta bondad, se lo agradecí de todo corazón y le dije: ‘Santo Padre, cuando dices esto, ya no busco ningún otro protector’. (MB XII, 221-222).

Después de esta satisfactoria respuesta, Don Bosco obtuvo todavía un Cardenal Protector en el mismo año de 1876:

3º Hice la petición de un Cardenal Protector a través del cual pudiera comunicarme con S.S. Al principio pareció que él mismo deseaba ser nuestro Protector, pero cuando le hice notar que el Cardenal Protector era en realidad un referendario de las cosas salesianas a S.S., que esas cosas no se podían tratar en las Sagradas Congregaciones porque estaban lejos, Su Santidad sería nuestro Protector de facto, el Cardenal trataría nuestras cosas en los distintos dicasterios y luego las remitiría a S.S.- En este sentido está bien, añadió, y yo lo comunicaré todo al Cong. de las VV. y RR.El Card. es el Em. Oreglia que será el protector de nuestras Misiones, de los Salesianos Cooperadores, de la Opera di Maria A.; de la Archicofradía de los devotos de M. A. y de toda la Congregación Salesiana para los asuntos que tendrán que tratarse en Roma ante la Santa Sede”. (MB XIII, 496-497)

Don Bosco menciona a este cardenal en su escrito «La flor más bella del colegio apostólico o más bien la elección de León XIII» (pp. 193-194):

XXVIII. Card. Luigi Oreglia
Luigi Oreglia dei Baroni di S. Stefano honra al Piamonte como cardenal Bilio, ya que nació en Benevagienna, en la diócesis de Mondovì, el 9 de julio de 1828. Hizo sus estudios teológicos en Turín bajo la enseñanza de nuestros valientes profesores, que admiraban su mente perspicaz y su infatigable amor por el trabajo. Pasó luego a Roma, a la Academia Eclesiástica, donde completó de manera encomiable su educación religiosa, y se dedicó al estudio de las lenguas, principalmente el alemán, en el que es muy bueno. Habiendo ingresado en la prelatura, fue nombrado el 15 de abril de 1858 referendario de la Signatura, luego enviado internuncio a La Haya en Holanda, de donde pasó a Portugal, después de haber sido preconizado arzobispo de Damiata, sucediendo en ese importante cargo diplomático al eminentísimo cardenal Perrieri. Encontró aún vivas en Portugal ciertas tradiciones de Pombal, que combatió con gran inteligencia y valor. Por lo cual no fue demasiado grato a los que entonces gobernaban. Y volvió a Roma y el Santo Padre, para demostrar que si dejó de representar a la Santa Sede en Portugal no fue por ningún demérito, lo creó y lo hizo Cardenal en el Consistorio del 22 de diciembre de 1873, dándole el título de Santa Anastasia y nombrándolo Prefecto de la Sagrada Congregación de Indulgencias y Sagradas Reliquias. El cardenal Oreglia añadió a los nobles modales del caballero las virtudes del sacerdote ejemplar. Pío Nono siempre le tuvo aprecio y amaba su conversación llena de reserva y gracia. Va despacio para ocuparse de algún negocio, pero cuando gasta una palabra, no le importan los trabajos y los sinsabores con tal de que tenga éxito. Es muy indulgente. El nuevo Pontífice le tiene en gran estima y le ha confirmado en el cargo de prefecto de la Sagrada Congregación de Indulgencias y Sagradas Reliquias.»

El cardenal Luigi Oreglia siguió siendo protector de los salesianos de 1876 a 1878, aunque ya había desempeñado esta tarea de manera informal antes de 1876.

Sin embargo, oficialmente, el primer Cardenal Protector de los Salesianos fue Lorenzo Nina, que desempeñó este cargo de 1879 a 1885. León XIII accedió a la petición de Don Bosco de tener un cardenal protector para la Sociedad, y la notificación oficial llegó tras una audiencia el 29 de marzo de 1879:

Seis días después de esta audiencia, con una nota de la Secretaría de Estado que llevaba la firma de Monseñor Serafino Cretoni, se notificó oficialmente a Don Bosco el nombramiento de Protector, en estos honrosos términos: “La Santidad de Nuestro Señor, deseando que la Congregación Salesiana, que cada día adquiere nuevos títulos a la benevolencia especial de la Santa Sede por sus obras de caridad y de beneficencia de la Iglesia, reciba el título de Protector. Sede para las obras de caridad y de fe implantadas en las diversas partes del mundo, se ha dignado graciosamente conferir este cargo al Sr. Cardenal Lorenzo Nina, Su Secretario de Estado”. En tiempos de Pío IX, el Cardenal Oreglia actuaba como Protector, pero sólo a título oficial, pues aquel Pontífice se había reservado la protección de la Sociedad, necesitada de especial y paternal asistencia en sus primeros tiempos; ahora, en cambio, estaba el Protector propiamente dicho, como otras Congregaciones religiosas. Tampoco podía recaer la elección en un Prelado más benévolo; quien, habiendo conocido a Don Bosco antes del cardenalato, le tenía en la más alta estima y le profesaba un sincero afecto. Requerido por Don Bosco para ser Protector de los Salesianos, se mostró muy dispuesto, diciéndole: – Yo no podría ofrecerme para esto al Santo Padre; pero si el Santo Padre me lo dice, acepto inmediatamente. – Dio una prueba elocuente de su buena voluntad cuando el Beato le propuso que, ya que Su Eminencia tenía tanto que hacer, le asignara una persona con quien tratar el asunto de las Misiones. El Cardenal respondió: – No, no; quiero que lo tratemos directamente; venga mañana a las cuatro y media, y hablaremos mejor. Es un milagro ver surgir en estos tiempos una Congregación sobre las ruinas de otras, donde se quisiera destruirlo todo. – El Beato experimentó a menudo cuán beneficiosa era para él tan afectuosa protección. A su regreso a Turín y habiendo informado al Capítulo Superior de la designación pontificia de Protector, envió al Cardenal, en nombre de toda la Congregación, una carta de agradecimiento por haberse dignado aceptar ese cargo, de cordialísimo homenaje y de oración por las Misiones y quizá también por los privilegios; así nos lo da a entender la siguiente respuesta de Su Eminencia». (MB XIV, 78-79)

A partir de ahora, la Congregación Salesiana tendrá siempre un cardenal protector con gran influencia en la Curia Romana.
Además de esta figura oficial, siempre hubo otros cardenales y altos prelados que, comprendiendo la importancia de la educación, apoyaron a los Salesianos. Entre ellos se encuentran los cardenales Alessandro Barnabò (1801-1874), Giuseppe Berardi (1810-1878), Gaetano Alimonda (1818-1891), Luigi Maria Bilio (1826-1884), Luigi Galimberti (1836-1896), Augusto Silj (1846-1926) y muchos otros.

Lista de los Protectores de la Sociedad Salesiana de San Juan Bosco:

  Cardinal Protector SDB Periodo Nombramiento
  Beato Papa Pio IX    
1 Luigi OREGLIA 1876-1878  
2 Lorenzo NINA 1879-1885 29.03.1879 (MB XIV,78-79)
3 Lucido Maria PAROCCHI 1886-1903 12.04.1886 (ASV, Segr. Stato, 1886, prot. 66457; ASC D544, Cardenales Protectores, Parocchi)
4 Mariano RAMPOLLA DEL TINDARO 1903-1913 31.03.1093 (carta del Cardenal Rampolla a Don Rua)
5 Pietro GASPARRI 1914-1934 09.10.1914 (AAS 1914-006, p. 22)
6 Eugenio PACELLI (Pio XII) 1935-1939 02.01.1935 (AAS 1935-027, p.116)
7 Vincenzo LA PUMA 1939-1943 24.05.1939 (AAS 1939-031, p. 281)
8 Carlo SALOTTI 1943-1947 29.12.1943 (AAS 1943-036, p. 61)
9 Benedetto Aloisi MASELLA 1948-1970 10.02.1948 (AAS 1948-040, p.165)

El último protector de los Salesianos fue el Cardenal Benedetto Aloisi Masella, ya que la función de los protectores fue anulada por la Secretaría de Estado en el momento del Concilio Vaticano II en 1964. Los protectores titulares permanecieron hasta su muerte, y con ellos murió también el oficio que recibieron.

Esto sucedió porque, en el contexto contemporáneo, la función del cardenal protector perdió parte de su relevancia formal. La Iglesia católica sufrió numerosas reformas durante el siglo XX, y muchas de las funciones que antes se delegaban en los cardenales protectores se incorporaron a las estructuras oficiales de la Curia Romana o quedaron obsoletas por los cambios en el gobierno eclesiástico. Sin embargo, aunque la figura del cardenal protector ya no exista con las mismas prerrogativas que en el pasado, el concepto de protección eclesiástica sigue siendo importante.

Hoy en día, los Salesianos, como muchas otras congregaciones, mantienen una estrecha relación con la Santa Sede a través de varios dicasterios y oficinas curiales, en particular el Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. Además, muchos cardenales siguen apoyando personalmente la misión de los Salesianos, incluso sin el título formal de protector. Esta cercanía y apoyo siguen siendo esenciales para asegurar que la misión salesiana continúe respondiendo a los desafíos del mundo contemporáneo, particularmente en la educación de los jóvenes y en las misiones.

La institución de los cardenales protectores de la Sociedad Salesiana fue un elemento crucial en su crecimiento y consolidación. Gracias a la protección ofrecida por estas eminentes figuras eclesiásticas, Don Bosco y sus sucesores pudieron llevar a cabo la misión salesiana con mayor serenidad y seguridad, sabiendo que podían contar con el apoyo de la Santa Sede. La labor de los cardenales protectores resultó esencial no sólo para defender los derechos de la congregación, sino también para favorecer su expansión por todo el mundo, ayudando a difundir el carisma de Don Bosco y su sistema educativo.




La vida según el Espíritu en Mamá Margarita (2/2)

(continuación del artículo anterior)

4. Éxodo hacia el sacerdocio del hijo
            Desde el sueño de los nueve años, cuando es la única que intuye la vocación de su hijo, “quién sabe, tal vez llegue a ser sacerdote”, es la más convencida y tenaz partidaria de la vocación de su hijo, afrontando por ello humillaciones y sacrificios: “Su madre entonces, que quería sostenerlo a costa de cualquier sacrificio, no dudó en tomar la resolución de hacerlo frecuentar las escuelas públicas de Chieri al año siguiente. Se preocupó entonces de encontrar personas verdaderamente cristianas con las que pudiera colocarlo en un internado”. Margarita siguió discretamente el camino vocacional y formativo de Juan, en medio de graves apuros económicos.
            Siempre le dejó libertad en sus elecciones y no condicionó en absoluto su camino hacia el sacerdocio, pero cuando el párroco intentó convencer a Margarita de por qué Juan no elegía la vida religiosa, para garantizarle seguridad económica y ayuda, ella tendió inmediatamente la mano a su hijo y pronunció unas palabras que quedarían grabadas en el corazón de Don Bosco para el resto de su vida: “Sólo quiero que examines bien el paso que quieres dar, y que luego sigas tu vocación sin mirar a nadie”. El párroco quería que te disuadiera de esta decisión, en vista de la necesidad que podría tener en el futuro de tu ayuda. Pero yo digo: Yo no tengo nada que ver con estas cosas, porque Dios es lo primero. No te preocupes por mí. No quiero nada de ti; no espero nada de ti. Piensa bien: nací en la pobreza, he vivido en la pobreza, quiero morir en la pobreza. De hecho te lo protesto. Si decides hacerte sacerdote secular y por desgracia te haces rico, no vendré a hacerte ni una sola visita, es más, no volveré a pisar tu casa. Recuérdalo bien”.
            Pero en este camino vocacional, no deja de ser fuerte con su hijo, recordándole, con ocasión de su partida para el seminario de Chieri, las exigencias de la vida sacerdotal: “Juan mío, has vestido el hábito sacerdotal; siento todo el consuelo que una madre puede sentir por la buena fortuna de su hijo. Pero recuerda que no es el hábito lo que honra tu estado, sino la práctica de la virtud. Si alguna vez llegas a dudar de tu vocación, ¡ah, por piedad, no deshonres este hábito! Déjalo pronto. Amo más a un pobre campesino, que a un hijo sacerdote descuidado en sus deberes”. Don Bosco no olvidaría nunca estas palabras de su madre, expresión a la vez de la conciencia de su dignidad sacerdotal y fruto de una vida profundamente recta y santa.
            El día de la Primera Misa de Don Bosco, Margarita volvió a hacerse presente con palabras inspiradas por el Espíritu, que expresaban tanto el auténtico valor del ministerio sacerdotal como la entrega total de su hijo a su misión, sin fingimientos ni peticiones: “Eres sacerdote; dices Misa; a partir de aquí estás más cerca de Jesucristo. Recuerda, sin embargo, que empezar a decir Misa es empezar a sufrir. No te darás cuenta enseguida, pero poco a poco verás que tu madre te ha dicho la verdad. Estoy seguro de que rezarás por mí todos los días, tanto si aún vivo como si ya he muerto; eso me basta. A partir de ahora piensa sólo en la salud de las almas y no pienses en mí”. Renuncia por completo a su hijo para ofrecerlo al servicio de la Iglesia. Pero al perderlo lo vuelve a encontrar, compartiendo su misión educativa y pastoral entre los jóvenes.

5. Éxodo de los Becchi a Valdocco
            Don Bosco había apreciado y reconocido los grandes valores que había sacado de su familia: la sabiduría campesina, la sana astucia, el sentido del trabajo, la esencialidad de las cosas, la laboriosidad para ponerse manos a la obra, el optimismo a ultranza, la resiliencia en los momentos de infortunio, la capacidad de recuperarse después de los golpes, la alegría siempre y en todo caso, el espíritu de solidaridad, la fe viva, la verdad y la intensidad del afecto, el gusto por la acogida y la hospitalidad; todos bienes que había encontrado en casa y que le habían construido de esa manera. Está tan marcado por esta experiencia que, cuando piensa en una institución educativa para sus hijos varones, no quiere otro nombre que el de ‘hogar’ y define el espíritu que debía imprimirle con la expresión ‘espíritu de familia’. Y para darle la impronta adecuada, le pide a Mamá Margarita, ya anciana y cansada, que abandone la tranquilidad de su casita en las colinas, para bajar a la ciudad y hacerse cargo de aquellos chicos recogidos de la calle, aquellos que le darían no pocas preocupaciones y penas. Pero ella va para ayudar a Don Bosco y para ser madre de aquellos que ya no tienen familia ni afectos. Si Juan Bosco aprende en la escuela de Mamá Margarita el arte de amar concretamente, generosamente, desinteresadamente y hacia todos, su madre compartirá la elección de su hijo de consagrar su vida a la salvación de los jóvenes hasta el final. Esta comunión de espíritu y de acción entre hijo y madre marca el inicio de la obra salesiana, implicando a muchas personas en esta aventura divina. Llegado a una situación de paz, acepta, ya no joven, dejar la vida tranquila y la seguridad de los Becchi, para ir a Turín, en un suburbio y en una casa despojada. Fue un verdadero cambio en su vida.

            Entonces Don Bosco, después de pensar y repensar cómo salir de las dificultades, fue a hablar con su párroco de Castelnuovo, contándole su necesidad y sus temores.
            – ¡Tienes a tu madre! El párroco le respondió sin dudarlo un instante: haz que venga contigo a Turín.
Don Bosco, que había previsto esta respuesta, quiso hacer algunas reflexiones, pero Don Cinzano replicó:
            – Llévate a tu madre contigo. No encontrarás a nadie mejor que ella para la obra. Ten la seguridad de que tendrás un ángel a tu lado. Don Bosco volvió a casa convencido de las razones que le había expuesto el sacerdote. Sin embargo, dos razones lo retenían. La primera era la vida de privaciones y cambio de costumbres, a la que naturalmente tendría que someterse su madre en aquella nueva posición. La segunda, la repugnancia que le producía proponer a su madre un cargo que de alguna manera la hubiera hecho depender de él. Para Don Bosco su madre lo era todo, y con su hermano José estaba acostumbrado a mantener todos sus deseos como ley incuestionable. Sin embargo, después de pensar y rezar, viendo que no le quedaba otra opción, concluyó:
            – Mi madre es una santa, ¡así que puedo declararme a ella!
Así que un día la llevó aparte y le habló así:
            – He decidido, oh madre, volver a Turín entre mis queridos jóvenes. A partir de ahora, como ya no me alojaré en el Refugio, necesitaré una persona de ayuda; pero el lugar donde tendré que vivir en Valdocco, a causa de ciertas personas que viven cerca de allí, es muy arriesgado, y no me deja tranquilo. Necesito, pues, tener a mi lado una salvaguardia que aleje de las personas malévolas todo motivo de sospecha y de chismorreo. Sólo tú podrías quitarme todo temor; ¿no vendrías de buen grado a quedarte conmigo? Ante esta salida imprevista, la piadosa mujer se quedó un tanto pensativa, y luego contestó:
            – Mi querido hijo, puedes imaginarte cuánto me cuesta el corazón dejar esta casa, a tu hermano y a los demás seres queridos; pero si te parece que tal cosa puede agradar al Señor estoy dispuesta a seguirte. Don Bosco se lo aseguró, y dándole las gracias, concluyó:
            – Arreglemos entonces las cosas, y después de la fiesta de los Santos nos iremos. Margarita fue a vivir con su hijo, no para llevar una vida más cómoda y agradable, sino para compartir con él las penurias y sufrimientos de cientos de muchachos pobres y abandonados; fue allí, no atraída por la codicia del dinero, sino por el amor a Dios y a las almas, porque sabía que la parte del sagrado ministerio que Don Bosco había asumido, lejos de proporcionarle recursos o ganancias, le obligaba a gastar sus propios bienes, y también a buscar limosnas. Ella no se detuvo; al contrario, admirando el valor y el celo de su hijo, se sintió aún más animada a ser su compañera e imitadora, hasta su muerte.

            Margarita vivió en el Oratorio aportando ese calor maternal y sabiduría de mujer profundamente cristiana, entrega heroica a su hijo en tiempos difíciles para su salud y seguridad física, ejerciendo así una auténtica maternidad espiritual y material hacia su hijo sacerdote. De hecho, se instala en Valdocco no sólo para cooperar en la obra iniciada por su hijo, sino también para disipar cualquier ocasión de calumnia que pudiera surgir de la proximidad de locales equívocos.
            Abandona la tranquila seguridad del hogar de José para aventurarse con su hijo en una misión nada fácil y arriesgada. Vive su tiempo en una dedicación sin reservas a los jóvenes ‘de los que fue madre’. Amaba a los muchachos del oratorio como a sus propios hijos y trabajaba por su bienestar, educación y vida espiritual, dando al oratorio ese ambiente familiar que sería característico de las casas salesianas desde el principio. “Si existe la santidad de los éxtasis y las visiones, existe también la de las ollas que limpiar y los calcetines que remendar. Mamá Margarita era una santa así”.
            En sus relaciones con los niños era ejemplar, distinguiéndose por su finura en la caridad y su humildad en el servicio, reservándose para sí las ocupaciones más humildes. Su intuición de madre y de mujer espiritual le llevó a reconocer en Domingo Savio una extraordinaria obra de gracia.
            Sin embargo, incluso en el Oratorio no faltaron las pruebas y cuando hubo un momento de vacilación debido a la dureza de la experiencia, causada por una vida muy exigente, la mirada al Crucifijo señalado por su hijo fue suficiente para infundirle nueva energía: “Desde ese instante no escapó de sus labios ninguna palabra de lamento. En efecto, a partir de entonces pareció insensible a esas miserias”.
            Don Rua resumió bien el testimonio de Mamá Margarita en el oratorio, con quien vivió cuatro años: “Mujer verdaderamente cristiana, piadosa, de corazón generoso y valiente, prudente, que se dedicó por entero a la buena educación de sus hijos y de su familia adoptiva”.

6. Éxodo a la casa del Padre
            Nació pobre. Vivió pobre. Murió pobre con el único vestido que usaba; en su bolsillo había 12 liras destinadas a comprar uno nuevo, que nunca compró.
            Incluso en la hora de la muerte, se dirigió a su amado hijo y le dejó palabras dignas de la mujer sabia: “Ten mucha confianza en los que trabajan contigo en la viña del Señor… Ten cuidado que muchos en vez de la gloria de Dios buscan su propia utilidad…. No busquéis la elegancia ni el esplendor en las obras. Buscad la gloria de Dios; tened como base la pobreza de obras. Muchos aman la pobreza en los demás, pero no en sí mismos. La enseñanza más eficaz es que seamos los primeros en hacer lo que ordenamos a los demás”.
            Margarita, que había consagrado a Juan a la Santísima Virgen, a la que le había encomendado al comienzo de sus estudios, recomendándole la devoción y la propagación del amor a María, le tranquilizaba ahora: “La Virgen no dejará de guiar sus asuntos”.
            Toda su vida fue una entrega total. En su lecho de muerte pudo decir: “He hecho toda mi parte”. Murió a los 68 años en el Oratorio de Valdocco, el 25 de noviembre de 1856. Los chicos del Oratorio la acompañaron al cementerio, llorándola como ‘Mamá’.
            Don Bosco, entristecido, dijo a Pietro Enria: “Hemos perdido a nuestra madre, pero estoy seguro de que nos ayudará desde el Cielo. Era una santa”. Y el mismo Enria añadió: “Don Bosco no exageró al llamarla santa, porque se sacrificó por nosotros y fue una verdadera madre para todos nosotros”.

Para concluir
            Mamá Margarita fue una mujer rica de vida interior y de fe granítica, sensible y dócil a la voz del Espíritu, dispuesta a captar y realizar la voluntad de Dios, atenta a los problemas del prójimo, disponible para proveer a las necesidades de los más pobres y especialmente de los jóvenes abandonados. Don Bosco recordaría siempre las enseñanzas y lo que había aprendido en la escuela de su madre y esta tradición marcaría su sistema educativo y su espiritualidad. Don Bosco había experimentado que la formación de su personalidad estaba vitalmente enraizada en el extraordinario clima de entrega y bondad de su familia; por eso quiso reproducir en su obra sus cualidades más significativas. Margarita entrelazó su vida con la de su hijo y con los inicios de la obra salesiana: fue la primera ‘Cooperadora’ de Don Bosco; con activa bondad se convirtió en el elemento materno del Sistema Preventivo. En la escuela de Don Bosco y de Mamá Margarita esto significa cuidar la formación de las conciencias, educar a la fortaleza de la vida virtuosa en la lucha, sin rebajas ni compromisos, contra el pecado, con la ayuda de los sacramentos de la Eucaristía y de la Reconciliación, creciendo en la docilidad personal, familiar y comunitaria a las inspiraciones y mociones del Espíritu Santo para fortalecer las razones del bien y testimoniar la belleza de la fe.
            Para toda la Familia Salesiana, este testimonio es una ulterior invitación a asumir una atención privilegiada a la familia en la pastoral juvenil, formando e implicando a los padres en la acción educativa y evangelizadora de sus hijos, valorando su contribución en los itinerarios de educación afectiva y favoreciendo nuevas formas de evangelización y de catequesis de y a través de las familias. Mamá Margarita es hoy un modelo extraordinario para las familias. La suya es una santidad familiar: como mujer, esposa, madre, viuda, educadora. Su vida contiene un mensaje de gran actualidad, especialmente en el redescubrimiento de la santidad del matrimonio.
            Pero hay que subrayar otro aspecto: una de las razones fundamentales por las que Don Bosco quiso tener a su madre a su lado en Turín fue encontrar en ella una custodia para su propio sacerdocio. “Llévate a tu madre contigo”, le había sugerido el viejo párroco. Don Bosco acogió a Mamá Margarita en su vida de sacerdote y educador. De niño, huérfano, fue su madre quien le llevó de la mano, de joven sacerdote fue él quien la llevó de la mano para compartir una misión especial. No se puede entender la santidad sacerdotal de Don Bosco sin la santidad de Mamá Margarita, modelo no sólo de santidad familiar, sino también de maternidad espiritual hacia los sacerdotes.




La vida según el Espíritu en Mamá Margarita (1/2)

            Don Lemoyne en su prefacio a la vida de Mamá Margarita nos deja un retrato verdaderamente singular: “No describiremos acontecimientos extraordinarios o heroicos, sino que retrataremos una vida sencilla, constante en la práctica del bien, vigilante en la educación de sus hijos, resignada y previsora en las angustias de la vida, resuelta en todo lo que el deber le imponía. No rica, pero con corazón de reina; no instruida en ciencias profanas, sino educada en el santo temor de Dios; privada a temprana edad de los que habían de ser su sostén, pero segura con la energía de su voluntad apoyada en la ayuda celestial, pudo cumplir felizmente la misión que Dios le había confiado”.
            Con estas palabras, se nos ofrecen las piezas de un mosaico y un lienzo sobre los que podemos construir la aventura del Espíritu que el Señor regaló a esta mujer que, dócil al Espíritu, se arremangó y afrontó la vida con fe laboriosa y caridad maternal. Seguiremos las etapas de esta aventura con la categoría bíblica de “éxodo”, expresión de un auténtico camino en la obediencia de la fe. También Mamá Margarita vivió su “éxodo”, también ella caminó hacia “una tierra prometida”, atravesando el desierto y superando las pruebas. Vemos este camino reflejado a la luz de la relación con su hijo y según dos dinámicas típicas de la vida en el Espíritu: una menos visible, constituida por el dinamismo interior del cambio de sí mismo, condición previa e indispensable para ayudar a los demás; otra más inmediata y documentable: la capacidad de arremangarse para amar al prójimo en la carne, acudiendo en ayuda de los necesitados.

1. Éxodo de Capriglio a la granja de Biglione
            Margarita fue educada en la fe, vivió y murió en la fe. “Dios estaba en el primer plano de todos sus pensamientos”. Sentía que vivía en la presencia de Dios y expresaba esta convicción con la afirmación que era habitual en ella: ‘Dios te ve’. Todo le hablaba de la paternidad de Dios y era grande su confianza en la Providencia, mostrando gratitud a Dios por los dones recibidos y gratitud a todos los que eran instrumentos de la Providencia. Margarita pasó su vida en una continua e incesante búsqueda de la voluntad de Dios, único criterio operativo para sus elecciones y acciones.
            A los 23 años se casa con Francisco Bosco, viudo a los 27, con su hijo Antonio y su madre semiparalizada. Margarita se convierte no sólo en esposa, sino en madre adoptiva y ayuda de su suegra. Este paso es el más importante para los esposos porque saben bien que haber recibido santamente el sacramento del matrimonio es para ellos fuente de muchas bendiciones: para la serenidad y la paz en la familia, para los futuros hijos, para el trabajo y para superar los momentos difíciles de la vida. Margarita vive fiel y fructíferamente su matrimonio con Francisco Bosco. Sus anillos serán signo de una fecundidad que se extenderá a la familia fundada por su hijo Juan. Todo ello despertará en Don Bosco y sus muchachos un gran sentimiento de gratitud y amor hacia esta pareja de santos esposos y padres.

2. Éxodo de la granja Biglione a los Becchi
            Sólo después de cinco años de matrimonio, en 1817, murió su marido Francisco. Don Bosco recordaba que, al salir de la habitación, su madre, llorando, “me tomó de la mano”, y lo condujo fuera. He aquí el icono espiritual y educativo de esta madre. Toma a su hijo de la mano y lo lleva fuera. Ya desde este momento existe ese “tomar de la mano”, que unirá a madre e hijo tanto en el camino vocacional como en la misión educativa.
            Margarita se encuentra en una situación muy difícil desde el punto de vista emocional y económico, incluyendo una disputa pretextada por la familia Biglione. Hay deudas que pagar, duro trabajo en el campo y una terrible hambruna que afrontar, pero ella vive todas estas pruebas con gran fe y confianza incondicional en la Providencia.
            La viudez le abre una nueva vocación como educadora atenta y solícita de sus hijos. Se dedica a su familia con tenacidad y valentía, rechazando una ventajosa propuesta de matrimonio. “Dios me dio un marido y me lo quitó; cuando murió me confió tres hijos, y sería una madre cruel si los abandonara cuando más me necesitan… El tutor… es un amigo, yo soy la madre de mis hijos; nunca los abandonaré, aunque quieras darme todo el oro del mundo”.

            Educa a sus hijos con sabiduría, anticipándose a la inspiración pedagógica del Sistema Preventivo. Es una mujer que ha hecho la elección de Dios y sabe transmitir a sus hijos, en su vida cotidiana, el sentido de su presencia. Lo hace de forma sencilla, espontánea, incisiva, aprovechando cada pequeña oportunidad para educarles a vivir a la luz de la fe. Lo hace anticipando aquel método “de la palabra al oído” que Don Bosco utilizaría más tarde con los muchachos para llamarlos a la vida de la gracia, a la presencia de Dios. Lo hace ayudándoles a reconocer en las criaturas la obra del Creador, que es un Padre providencial y bueno. Lo hace relatando los hechos del Evangelio y la vida de los santos.
            La educación cristiana. Prepara a sus hijos para recibir los sacramentos, transmitiéndoles un vivo sentido de la grandeza de los misterios de Dios. Juan Bosco recibió la Primera Comunión en la Pascua de 1826: “Oh querido hijo, éste ha sido un gran día para ti. Estoy convencido de que Dios ha tomado verdaderamente posesión de tu corazón. Ahora prométele hacer todo lo posible para que sigas siendo bueno hasta el final de tu vida”. Estas palabras de Mamá Margarita hacen de ella una verdadera madre espiritual de sus hijos, especialmente de Juan, que se mostrará enseguida sensible a estas enseñanzas, que tienen el sabor de una verdadera iniciación, expresión de la capacidad de introducir el misterio de la gracia en una mujer iletrada, pero rica en la sabiduría de los niños.
            La fe en Dios se refleja en la exigencia de rectitud moral que practica consigo misma e inculca a sus hijos. “Contra el pecado había declarado una guerra perpetua. No sólo aborrecía lo que era malo, sino que se esforzaba por alejar la ofensa del Señor incluso de aquellos que no le pertenecían. Por eso estaba siempre alerta contra el escándalo, cautelosa, pero decidida y a costa de cualquier sacrificio”.
            El corazón que anima la vida de Mamá Margarita es un inmenso amor y devoción hacia la Santísima Eucaristía. Ella experimenta su valor salvífico y redentor en su participación en el santo sacrificio y en la aceptación de las pruebas de la vida. A esta fe y amor educa a sus hijos desde pequeños, transmitiéndoles esa convicción espiritual y educativa que encontrará en Don Bosco un sacerdote enamorado de la Eucaristía y que hará de ella un pilar de su sistema educativo.

            La fe encontró expresión en la vida de oración y en particular la oración en común en familia. Madre Margarita encontró la fuerza de una buena educación en una vida cristiana intensa y solícita. Ella guía con el ejemplo y orienta con la palabra. En su escuela Juanito aprende así de forma vital el poder preventivo de la gracia de Dios. “La instrucción religiosa, que una madre imparte con la palabra, con el ejemplo, comparando la conducta de su hijo con los preceptos particulares del catecismo, hace que la práctica de la Religión se convierta en algo normal y que el pecado sea rechazado por instinto, del mismo modo que la bondad es amada por instinto. Ser bueno se convierte en un hábito, y la virtud no cuesta mucho esfuerzo. Un niño así educado debe hacerse violencia a sí mismo para volverse malo. Margarita conocía el poder de tal educación cristiana y cómo la ley de Dios, enseñada en el catecismo cada noche y recordada con frecuencia incluso durante el día, era el medio seguro de hacer que los niños fueran obedientes a los preceptos de su madre. Por eso repetía las preguntas y respuestas tantas veces como era necesario para que los niños las aprendieran de memoria”.

            Testimonio de caridad. En su pobreza, practicaba la hospitalidad con alegría, sin hacer distinciones ni exclusiones; ayudaba a los pobres, visitaba a los enfermos, y sus hijos aprendieron de ella a amar desmesuradamente a los más pequeños. “Tenía un carácter muy sensible, pero esta sensibilidad se transmutaba de tal manera en caridad que se la podía llamar con razón la madre de los necesitados”. Esta caridad se manifestaba en una marcada capacidad para comprender las situaciones, para tratar con las personas, para tomar las decisiones adecuadas en el momento oportuno, para evitar los excesos y para mantener en todo momento un gran equilibrio: “Una mujer de mucho sentido común” (Don Giacinto Ballesio). La sensatez de sus enseñanzas, su coherencia personal y su firmeza sin ira llegan al alma de los niños. Proverbios y refranes florecen con facilidad en sus labios y en ellos condensa preceptos de vida: “Mala lavandera nunca encuentra buena piedra”; “Quien a los veinte no sabe, a los treinta no hace y necio morirá”; “la conciencia es como una cosquilla, quien la siente y quien no”.
            En particular hay que subrayar que Juan Bosco iba a ser un gran educador de muchachos, “porque había tenido una madre que le había educado la afectividad. Una madre buena, simpática, fuerte. Con mucho amor educó su corazón. No se puede entender a Don Bosco sin mamá Margarita. No se le puede entender”. Mamá Margarita contribuyó con su mediación materna a la obra del Espíritu en el modelado y formación del corazón de su hijo. Don Bosco aprendió a amar, como él mismo declaró, dentro de la Iglesia, gracias a Mamá Margarita y con la intervención sobrenatural de María, que le fue dada por Jesús como “Madre y Maestra”.

3. El éxodo de los Becchi a la granja de los Moglia
            Un momento de gran prueba para Margarita es la difícil relación entre sus hijos. «Los tres hijos de Margarita, Antonio, José y Juan, eran diferentes en temperamento e inclinaciones. Antonio era tosco de modales, de poca o ninguna delicadeza de sentimientos, un exagerado violento, un verdadero retrato del ¡A mí no me importa! Vivía de la intimidación. A menudo se dejaba llevar y pegaba a sus hermanitos, y mamá Margarita tenía que correr para quitárselos de las manos. Sin embargo, nunca utilizó la fuerza para defenderlos y, fiel a su máxima, jamás le toco un pelo a Antonio. Es de imaginar el dominio que Margarita tenía sobre sí misma para contener la voz de la sangre y el amor que profesaba a José y Juan. Antonio había estado medio escolarizado y había aprendido a leer y escribir, pero se jactaba de no haber estudiado ni ido nunca a la escuela. No tenía aptitudes para los estudios, hacía los trabajos del campo.
            Por otra parte, Antonio se encontraba en una situación particularmente difícil: mayor que su edad, estaba herido en su doble condición de huérfano de padre y de madre. A pesar de su intemperancia, era generalmente sumiso, gracias a la actitud de Mamá Margarita, que conseguía dominarlo con la bondad del razonamiento. Con el tiempo, desgraciadamente, crecerá su intolerancia hacia Juanito en particular, que no se dejaba someter fácilmente, y también sus reacciones hacia Mamá Margarita se harán más duras y a veces pesadas. En particular, Antonio no acepta que Juanito se dedique a los estudios y las tensiones llegarán a un punto culminante: “Quiero acabar con esta gramática. He venido grande y gordo, nunca he visto estos libros”. Antonio es hijo de su tiempo y de su condición campesina y no puede entender ni aceptar que su hermano pueda dedicarse a sus estudios. Todos están disgustados, pero la que más sufre es Mamá Margarita, implicada personalmente y con la guerra en casa día tras día: “Mi madre estaba angustiada, yo lloraba, el capellán afligido”.

            Ante los celos y la hostilidad de Antonio, Margarita busca una solución al conflicto familiar, enviando a Juanito a la granja de los Moglia durante unos dos años y luego, ante la resistencia de Antonio, dispone con firmeza la división de la propiedad para que Juan pueda estudiar. Por supuesto, es sólo Juan, de 12 años, quien abandona el hogar, pero también la Madre experimenta este profundo desapego. No olvidemos que Don Bosco en sus Memorias del Oratorio no habla de este periodo. Tal silencio sugiere una experiencia difícil de procesar, siendo en ese momento un niño de doce años, obligado a dejar su casa porque no podía vivir con su hermano. Juan sufrió en silencio, esperando la hora de la Providencia y con él a Mamá Margarita, que no quiso cerrar el camino de su hijo, sino abrirlo por vías especiales, confiándolo a una buena familia. La solución tomada por la madre y aceptada por el hijo fue una opción temporal en vista de una solución definitiva. Era confianza y abandono en Dios. Madre e hijo viven una temporada de espera.

(continuación)




Nino, un joven como tantos… encuentra en su Señor el objetivo de la vida

            Nino Baglieri nació en Modica Alta el 1 de mayo de 1951, su madre Giuseppa y su padre Pietro. A los cuatro días fue bautizado en la parroquia de San Antonio de Padua. Creció como muchos chicos, con un grupo de amigos, algunas peleas durante los años escolares y el sueño de un futuro hecho de trabajo y la posibilidad de formar una familia.
            Pocos días después de su decimoséptimo cumpleaños, celebrado a orillas del mar con amigos, el 6 de mayo de 1968, memoria litúrgica de Santo Domingo Savio, Nino, durante una jornada de trabajo ordinario como albañil, cayó desde 17 metros al derrumbarse el andamio del edificio -no lejos de casa- en el que trabajaba: 17 metros, señala Nino en su Diario-Libro, “1 metro por cada año de vida”. Mi estado -cuenta- era tan grave que los médicos esperaban mi muerte en cualquier momento (incluso recibí la extrema unción). [Un médico] hizo una propuesta insólita a mis padres: “si su hijo lograba superar estos momentos, lo que sólo sería fruto de un milagro, estaría destinado a pasar su vida en una cama; si ustedes creen, con una punción letal, tanto ustedes como él se ahorrarán tanto sufrimiento”. “Si Dios lo quiere -respondió mi madre-, lléveselo, pero si lo deja vivir, estaré encantada de cuidar de él el resto de su vida”. Así que mi madre, que siempre ha sido una mujer de gran fe y valentía, abrió sus brazos y su corazón y abrazó primero la cruz”.

Nino también se enfrentará a difíciles años de deambular por distintos hospitales, donde dolorosas terapias y operaciones le pondrán a prueba, sin que se produzca la recuperación deseada. Permanecerá tetrapléjico el resto de su vida.
            De vuelta a casa, seguido por el afecto de su familia y el sacrificio heroico de su madre, que siempre está a su lado, Nino Baglieri recupera la mirada de amigos y conocidos, pero con demasiada frecuencia ve en ellos una lástima que le perturba: “mischinu poviru Ninuzzu…” (“pobrecito pobre Nino…”). Así acaba encerrándose en sí mismo, en diez dolorosos años de soledad y cólera. Fueron años de desesperación y blasfemia ante la no aceptación de su estado y de preguntas como: “¿Por qué me ha pasado todo esto?”
            El punto de inflexión llegó el 24 de marzo de 1978, víspera de la Anunciación y -ese año- Viernes Santo: un sacerdote de la Renovación en el Espíritu Santo fue a visitarle con algunas personas y rezaron por él. Por la mañana, Nino, que seguía postrado en la cama, había pedido a su madre que le vistiera: “Si el Señor me cura, no estaré desnudo delante de la gente”. Leemos en su Diario-Libro: “El Padre Aldo comenzó inmediatamente la Oración, yo estaba ansioso y excitado, puso sus manos sobre mi cabeza, yo no comprendía este gesto; comenzó a invocar al Espíritu Santo para que descendiera sobre mí. Al cabo de unos minutos, bajo la imposición de manos, sentí un gran calor en todo mi cuerpo, un gran cosquilleo, como si una fuerza nueva entrara en mí, una fuerza regeneradora, una fuerza viva, y algo antiguo saliera. El Espíritu Santo había descendido sobre mí, con poder entró en mi corazón, fue una efusión de Amor y Vida, en ese instante acepté la Cruz, dije mi Sí a Jesús y renací a la Vida Nueva, me convertí en un hombre nuevo, con un corazón nuevo; toda la desesperación de 10 años se borró en unos segundos, mi corazón se llenó de una nueva y verdadera alegría que nunca había conocido. El Señor me sanó, yo quería la sanación física y en cambio el Señor obró algo más grande, la Sanación del Espíritu, así encontré Paz, Alegría, Serenidad, y tanta fuerza y tantas ganas de vivir. Cuando terminé de rezar, mi corazón rebosaba de alegría, mis ojos brillaban y mi rostro estaba radiante; aunque me encontraba en las mismas condiciones que un enfermo, era feliz”.
            Comenzó entonces un nuevo periodo para Nino Baglieri y su familia, un periodo de renacimiento marcado en Nino por el redescubrimiento de la fe y el amor a la Palabra de Dios, que leyó durante un año seguido. Se abre a aquellas relaciones humanas de las que se había alejado sin que los demás dejaran nunca de quererle.
            Un día, Nino, impulsado por unos niños que estaban cerca de él y le pidieron que les ayudara a hacer un dibujo, se dio cuenta de que tenía el don de escribir con la boca: en poco tiempo consiguió escribir muy bien -mejor que cuando escribía a mano- y esto le permitió objetivar su propia experiencia, tanto en la forma muy personal de numerosos Cuadernos diarios como a través de poemas/poesías breves que empezó a leer en la Radio. Después, con la ampliación de su red relacional, miles de cartas, amistades, encuentros…, a través de los cuales Nino expresará una forma particular de apostolado, hasta el final de su vida.
Mientras tanto, profundiza en su camino espiritual a través de tres pautas, que ritman su experiencia eclesial, dentro de la obediencia a los encuentros que Dios pone en su camino: la cercanía a la Renovación en el Espíritu Santo; el vínculo con la realidad de los Camilos (Ministros de los Enfermos); el camino con los Salesianos, primero convertido en Salesiano Cooperador y después en laico consagrado en el Instituto Secular de Voluntariado con Don Bosco (interpelado por los delegados del Rector Mayor, da también una contribución en la redacción del Proyecto de Vida del CDB). Fueron los Camilos quienes le propusieron por primera vez una forma de consagración: humanamente parecía captar la especificidad de su existencia, marcada por el sufrimiento. El lugar de Nino, sin embargo, está en la casa de Don Bosco y lo descubre con el tiempo, no sin momentos de fatiga, pero confiándose siempre a quienes le guían y aprendiendo a confrontar sus propios deseos con los caminos a través de los cuales llama la Iglesia. Y mientras Nino pasaba por las etapas de formación y consagración (hasta su profesión perpetua el 31 de agosto de 2004), fueron muchas las vocaciones -incluso al sacerdocio y a la vida consagrada femenina- que se inspiraron en él, le dieron fuerza y luz.
            El Responsable Mundial del CDB se expresa así sobre el significado de la consagración laical hoy, también vivida por Nino: “Nino Baglieri ha sido para nosotros Voluntarios con Don Bosco un don especial del cielo: es el primero de nosotros hermanos que nos muestra un camino de santidad a través de un testimonio humilde, discreto y alegre. Nino ha realizado plenamente la vocación a la secularidad consagrada salesiana y nos enseña que la santidad es posible en cualquier condición de vida, incluso en aquellas marcadas por el encuentro con la cruz y el sufrimiento. Nino nos recuerda que todos podemos vencer en Aquel que nos da la fuerza: la Cruz que tanto amó, como un esposo fiel, fue el puente a través del cual unió su historia personal de hombre con la historia de la salvación; fue el altar en el que celebró su sacrificio de alabanza al Señor de la vida; fue la escalera hacia el paraíso. Animados por su ejemplo, también nosotros, como Nino, podemos llegar a ser capaces de transformar como buena levadura todas las realidades cotidianas, seguros de encontrar en él un modelo y un poderoso intercesor ante Dios”.
            Nino, que no puede moverse, es Nino que con el tiempo aprende a no huir, a no eludir las peticiones, y se hace cada vez más accesible y sencillo como su Señor. Su cama, su pequeña habitación o su silla de ruedas se transfiguran así en ese «altar» al que tantos llevan sus alegrías y sus penas: él los acoge, se ofrece a sí mismo y a sus propios sufrimientos por ellos. Nino «siendo» es el amigo en el que se pueden ‘descargar’ muchas preocupaciones y ‘depositar’ cargas: las acoge con una sonrisa, aunque en su vida -guardada en la reserva- no faltarán momentos de gran prueba moral y espiritual.
            En las cartas, en los encuentros, en las amistades muestra un gran realismo y sabe ser siempre sincero, reconociendo su propia pequeñez, pero también la grandeza del don de Dios en él y a través de él.
            Durante un encuentro con jóvenes en Loreto, en presencia del Card. Angelo Comastri, dirá: “¡Si alguno de vosotros está en pecado mortal, está mucho peor que yo!”: es la conciencia, toda salesiana, de que es mejor «la muerte, pero no los pecados», y de que los verdaderos amigos deben ser Jesús y María, de los que nunca hay que separarse.
            El Obispo de la Diócesis de Noto, Mons. Salvatore Rumeo, subraya que “la aventura divina de Nino Baglieri nos recuerda a todos que la santidad es posible y no pertenece a los siglos pasados: la santidad es el camino para llegar al Corazón de Dios. En la vida cristiana no hay otras soluciones. Abrazar la Cruz significa estar con Jesús en la estación del sufrimiento para participar de su Luz. Y Nino está en la Luz de Dios”.
            Nino nació al Cielo el 2 de marzo de 2007, después de haber celebrado ininterrumpidamente el 6 de mayo (día de la caída) como “aniversario de la Cruz” desde 1982.
            Tras su muerte, se vistió con las hermosas zapatillas de deporte, para que, como había dicho, “en mi último viaje hacia Dios, pueda correr hacia Él”.
            Don Giovanni d’Andrea, inspector de los Salesianos de Sicilia, nos invita así a “…conocer cada vez mejor la persona de Nino y su mensaje de esperanza. También nosotros, como Nino, queremos ponernos ‘las hermosas zapatillas’ y ‘correr’ por el camino de la santidad, que significa realizar el Sueño de Dios para cada uno de nosotros, un Sueño que cada uno de nosotros es: ser ‘felices en el tiempo y en la eternidad’, como escribió Don Bosco en su Carta de Roma del 10 de mayo de 1884”.
            En su testamento espiritual, Nino nos exhorta a “no dejarlo sin hacer nada”: su Causa de Beatificación y Canonización es ahora el instrumento puesto a disposición por la Iglesia para aprender a conocerlo y amarlo cada vez más, para encontrarlo como amigo y ejemplo en el seguimiento de Jesús, para dirigirse a él en la oración, pidiéndole aquellas gracias que ya han llegado en gran número.
            “Que el testimonio de Nino -espera el Postulador General, P. Pierluigi Cameroni sdb- sea un signo de esperanza para los que están en la prueba y en el dolor, y para las nuevas generaciones, para que aprendan a afrontar la vida con fe y valentía, sin desanimarse ni abatirse. Nino nos sonríe y nos sostiene para que, como él, podamos hacer nuestra ‘carrera’ hacia la alegría del cielo”.
            Por último, el obispo Rumeo, al final de la sesión de clausura de la Encuesta Diocesana, dijo: “Es una gran alegría haber alcanzado este hito para Nino y especialmente para la Iglesia de Noto, debemos rezar a Nino, debemos intensificar nuestra oración, debemos pedir alguna gracia a Nino para que interceda desde el cielo. Es una invitación a recorrer el camino de la santidad. El de la santidad es un arte difícil porque el corazón de la santidad es el Evangelio. Ser santos significa aceptar la palabra del Señor: al que te golpea en la mejilla, ofrécele también la otra, al que te pide la capa ofrécele también la túnica. ¡Esto es la santidad! […] En un mundo donde prevalece el individualismo, debemos elegir cómo entendemos la vida: o elegimos la recompensa de los hombres, o recibimos la recompensa de Dios. Jesús lo dijo, vino y sigue siendo un signo de contradicción porque es la divisoria de aguas, el año cero. La venida de Cristo se convierte en la aguja de la balanza: o con él, o contra él. Amar y amarnos es la pretensión que debe guiar nuestra existencia”.

Roberto Chiaramonte




Don Bosco y su madre

            En 1965 se conmemoró el 150 aniversario del nacimiento de Don Bosco. Entre las conferencias para la ocasión hubo una pronunciada por Mons. Giuseppe Angrisani, entonces Obispo de Casale, y Presidente Nacional de los Exalumnos Sacerdotes. El orador en su discurso, refiriéndose a Mamá Margarita, dijo de Don Bosco: “Afortunadamente para él esa madre estuvo a su lado durante muchos años, y pienso y creo no equivocarme al decir que el águila de los Becchi no habría volado hasta los confines de la tierra si la golondrina de la Serra di Capriglio no hubiera venido a anidar bajo la viga de la humildísima casa de la familia Bosco” (BS, sept. 1966, p. 10).
            La del ilustre orador era una imagen muy poética que, sin embargo, expresaba una realidad. No en vano, 30 años antes, G. Joergensen, sin querer profanar la Sagrada Escritura, se permitió comenzar su Don Bosco publicado por la SEI con las palabras: “En el principio estaba la madre”.
            La influencia materna en las actitudes religiosas del niño y en la religiosidad del adulto es reconocida por los expertos en psicología religiosa y es, en nuestro caso, más que evidente: San Juan Bosco, que siempre tuvo la mayor veneración por su madre, copió de ella un profundo sentido religioso de la vida. “Dios dominaba la mente de Don Bosco como un sol meridiano” (Pietro Stella).

Dios en la cima de sus pensamientos
            Es un hecho fácil de documentar: Don Bosco siempre tuvo a Dios en la cima de todos sus pensamientos. Hombre de acción, fue ante todo un hombre de oración. Él mismo recuerda que fue su madre quien le enseñó a rezar, es decir, a conversar con Dios:
            – Me hacía arrodillarme con mis hermanos por la mañana y por la noche, y todos juntos rezábamos nuestras oraciones (MO 21-22).
            Cuando Juan tuvo que abandonar el techo materno e ir a trabajar como peón a la granja de Moglia, la oración era ya su alimento y consuelo habituales. En aquella casa de Moncucco “los deberes de buen cristiano se cumplían con la regularidad de inveterados hábitos domésticos, siempre tenaces en las familias campesinas, muy tenaces en aquellos días de sana vida campestre” (E. Ceria). Pero Juan ya hacía algo más: rezaba de rodillas, rezaba a menudo, rezaba largamente. Incluso fuera de casa, mientras llevaba las vacas a pastar, se detenía de vez en cuando a rezar.
            Su mamá también le había inculcado en su corazón una tierna devoción a la Santísima Virgen. Cuando entró en el seminario, ella le dijo:
            – Cuando viniste al mundo, te consagré a la Santísima Virgen; cuando comenzaste tus estudios, te recomendé la devoción a esta nuestra Madre; y si llegas a ser sacerdote, recomienda y propaga siempre la devoción a María (MO, 89).

            Mamá Margarita, después de haber educado a su hijo Juan en la casita de los Becchi, después de haberle seguido maternalmente y de haberle animado en su duro camino vocacional, vivió diez años más a su lado, cubriendo una delicadísima función materna en la educación de aquellos jóvenes que había reunido, con un estilo que pervive en tantos aspectos de la praxis educativa de Don Bosco: conciencia de la presencia de Dios, laboriosidad que es sentido de la dignidad humana y cristiana, valentía que inspira obras, razón que es diálogo y aceptación del otro, amor exigente pero reconfortante.
            Sin duda alguna, por tanto, la madre desempeñó un papel singular en la educación y el apostolado temprano de su hijo, influyendo profundamente en el espíritu y el estilo de su obra futura.
            Don Bosco, hecho sacerdote y dedicado a la juventud, dio a su obra el nombre de Oratorio. No en vano el centro propulsor de todas las obras de Don Bosco se llamaba Oratorio. El título indica la actividad dominante, la finalidad principal de una empresa. Y Don Bosco, como él mismo confesó, dio el nombre de Oratorio a su “casa” para indicar claramente que la oración era el único poder con el que contaba.
            No disponía de ningún otro poder para animar sus oratorios, poner en marcha el hospicio, resolver el problema del pan cotidiano, sentar las bases de su Congregación. Muchos, lo sabemos, llegaron a dudar de su cordura.

            Lo que los grandes no entendían, lo entendían en cambio los pequeños, es decir, los jóvenes que, después de conocerle, ya no podían separarse de él. Veían en él la imagen viva del Señor. Siempre tranquilo y sereno, todo a su disposición, ferviente en la oración, gracioso en el hablar, paternal en guiarles hacia el bien, manteniendo siempre viva en todos la esperanza de la salvación. Si alguien, afirmaba un testigo, le hubiera preguntado a bocajarro: Don Bosco, ¿adónde va? él habría respondido: ¡Vamos al Paraíso!
            Este sentido religioso de la vida, que impregnaba todas las obras y escritos de Don Bosco, era una herencia evidente de su madre. La santidad de Don Bosco procedía de la fuente divina de la Gracia y tenía como modelo a Cristo, maestro de toda perfección, pero estaba enraizada en un valor espiritual materno, la sabiduría cristiana. El árbol bueno produce frutos buenos.

Ella se lo había enseñado
            La madre de Don Bosco, Margarita Occhiena, desde noviembre de 1846, cuando a los 58 años de edad, había dejado su casita de los Becchi, compartía con su hijo en Valdocco una vida de privaciones y sacrificios gastada por los chicos de la periferia de Turín. Habían pasado cuatro años y ahora sentía que sus fuerzas menguaban. Un gran cansancio había penetrado en sus huesos, una fuerte nostalgia en su corazón. Entró en la habitación de Don Bosco y le dijo: “Escúchame, Juan, ya no es posible seguir así. Cada día los chicos me hacen una. Ahora tiran mi ropa limpia tendida al sol en el suelo, ahora pisotean mis verduras en el huerto. Me rompen la ropa de tal manera que no hay forma de remendarla. Pierden calcetines y camisas. Se llevan las herramientas de la casa para sus diversiones y me hacen dar vueltas todo el día para encontrarlas. Yo, en medio de esta confusión, pierdo la cabeza, ¡Ya ves! Casi, casi, me vuelvo a los Becchi”.
            Don Bosco miró fijamente el rostro de su madre, sin hablar. Luego señaló el Crucifijo que colgaba de la pared. Mamá Margarita comprendió. Sus ojos se llenaron de lágrimas.
            – Tienes razón, tienes razón, exclamó; y volvió a sus quehaceres, durante otros seis años, hasta su muerte (G.B. LEMOYNE, Mamá Margarita, Turín, SEI, 1956, p. 155-156).
            Mamá Margarita alimentaba una profunda devoción a la Pasión de Cristo, a esa Cruz que daba sentido, fuerza y esperanza a todas sus cruces. Así se lo había enseñado a su hijo. Le bastaba una mirada al Crucifijo. Para ella, la vida era una misión que cumplir, el tiempo un don de Dios, el trabajo una contribución humana al plan del Creador, la historia humana algo sagrado porque Dios, nuestro Señor, Padre y Salvador, está en el centro, principio y fin del mundo y del hombre.
            Ella había enseñado todo esto a su hijo con la palabra y el ejemplo. Madre e hijo: una fe y una esperanza puestas sólo en Dios, y una ardiente caridad que ardió en su corazón hasta la muerte.




Venerable Dorotea de Chopitea

¿Quién fue Dorotea de Chopitea? Fue salesiana cooperadora, verdadera madre de los pobres de la ciudad de Barcelona, creadora de numerosas instituciones al servicio de la caridad y misión apostólica de la Iglesia. Su figura cobra hoy especial relieve y nos anima a imitar su ejemplo de ser «misericordiosos como el Padre».

Un vizcaíno en Chile

En 1790, en el reinado de Carlos IV, un vizcaíno, Pedro Nicolás de Chopitea, natural de Lequeitio, emigraba a Chile, perteneciente entonces al Imperio español. El joven emigrante prosperó y contrajo matrimonio con una joven criolla, Isabel de Villota.

Don Pedro Nolasco Chopitea e Isabel Villota se establecieron en Santiago de Chile. Dios les concedió una numerosa prole, 18 hijos, aunque sólo 12 sobrevivieron, cinco niños y siete niñas. La más pequeña de estas nació, se bautizó y recibió la confirmación el mismo día: 5 de agosto de 1816, tomando los nombres de Antonia, Dorotea y Dolores, aunque fue siempre conocida como Dorotea que en griego significa «regalo de Dios». La familia de Pedro e Isabel era rica, cristiana, y comprometida a servirse de sus riquezas en beneficio de la gente pobre que le rodeaba.

En 1816, el año del nacimiento de Dorotea, los chilenos comenzaron a reivindicar abiertamente la independencia de España, que lograron en 1818. Al año siguiente, Don Pedro, que se había alineado con los realistas, es decir a favor de España, y había sufrido la cárcel por ello, trasladó a su familia al otro lado del Atlántico, a Barcelona, para que los tumultos políticos no comprometiesen a sus hijos mayores, aunque siguió conservando una tupida red de relaciones con los ambientes políticos y económicos de Chile.

En la amplia casa de Barcelona la pequeña Dorotea, de tres años, fue confiada a los cuidados de su hermana Josefina, de doce años. Así Josefina, luego «sor Josefina», fue para la pequeña Dorotea la «mamita joven». Se confió a ella con afecto total, dejándose guiar con docilidad.

Cuando cumplió los trece años, aconsejada por Josefina, tomó como director espiritual al sacerdote Pedro Nardó, de la parroquia de Santa María del Mar. Durante 50 años don Pedro fue su confesor y su consejero en los momentos delicados y difíciles. El sacerdote la educó con amabilidad y fortaleza a «separar su corazón de las riquezas».

Durante toda su vida, Dorotea consideró las riquezas de su familia no como una fuente de diversión y disipación, sino como un gran medio puesto en su mano por Dios para hacer el bien a los pobres. Don Pedro Nardó le hizo leer muchas veces la parábola evangélica del rico epulón y del pobre Lázaro. Como signo distintivo cristiano aconsejó a Josefina y Dorotea vestir siempre con modestia y sencillez, sin aquella cascada de cintas y gasas de seda ligera que la moda del tiempo imponía a las jóvenes aristócratas.

Dorotea recibió en su familia la sólida instrucción escolar que en aquel tiempo se daba a las muchachas de familias acomodadas. De hecho, más tarde ayudó muchas veces a su marido en su profesión de comerciante.

Esposa a los dieciséis años

Los Chopitea se habían encontrado en Barcelona con unos amigos de Chile, la familia Serra, que habían vuelto a España por la misma razón, la independencia. El padre, Mariano Serra i Soler provenía de Palafrugell y también se había labrado una brillante posición económica. Casado con una joven criolla, Mariana Muñoz, había tenido cuatro hijos, el mayor de los cuales, José María, había nacido en Chile el 4 de noviembre de 1810.

A los dieciséis años Dorotea vivió el momento más delicado de su vida. Estaba prometida a José María Serra aunque se hablaba del matrimonio como de un acontecimiento futuro. Pero sucedió que don Pedro Chopitea tuvo que volver a América Latina para defender sus intereses, y poco después su esposa Isabel se preparó para atravesar el Atlántico para alcanzarlo en Uruguay junto con los hijos más jóvenes. De repente, Dorotea se encontró ante una decisión fundamental para su vida: romper el profundo afecto que la unía con José María Serra y marchar con su madre, o casarse a los dieciséis años. Dorotea con el consejo de don Pedro Nardó, decidió casarse. El matrimonio se celebró en Santa María del Mar el 31 de octubre de 1832.

El joven matrimonio se instaló en la calle Montcada, en el palacio de los padres del marido. El entendimiento entre unos y otros fue perfecto y fuente de felicidad y bienestar.

Dorotea era una personilla delgada y espigada, de carácter fuerte y decidido. El «te amaré siempre» jurado por los dos esposos ante Dios, se desarrolló en una afectuosa y sólida vida matrimonial, que dio vida a seis hijas: todas recibieron el nombre de María con complementos diversos: María Dolores, María Ana, María Isabel, María Luisa, María Jesús y María del Carmen. La primera vino al mundo en 1834, la última en 1845.

Cincuenta años después del sí pronunciado en la iglesia de Santa María del Mar, José María Serra dirá que en todos aquellos años «nuestro amor creció de día en día».

Dorotea madre de los pobres

Dorotea es la señora de la casa, en la que trabajan varias familias de empleados. Es la inteligente compañera de trabajo de José María, que en poco tiempo adquiere celebridad y fama en el mundo de los negocios. Está a su lado en los momentos de éxito y en los momentos de incertidumbre y de fracaso. En los viajes al extranjero Dorotea está al lado de su marido. Está con él en la Rusia del zar Alejandro II, en la Italia de los Saboya y en la Roma del Papa León XIII.

En su visita a Roma, a sus sesenta y dos años, le acompaña su sobrina Isidora Pons, que en el proceso apostólico testimoniará: «Fue recibida por el Papa. Se me ha quedado grabada la deferencia con la que León XIII trató a mi tía, a la que ofreció como regalo su blanco solideo».

Cariñosa y fuerte

Los empleados de casa Serra se sentían como parte de la familia. María Arnenós declaró bajo juramento: «Tenía para con nosotros, sus empleados, un afecto de madre. Se preocupaba de nuestro bien material y espiritual con un amor concreto. Cuando alguien enfermaba, procuraba que no le faltase nada, se ocupaba hasta de los más nimios detalles. Respecto al salario, era más alto que el que se daba a los empleados de las otras familias».

Persona delicada, carácter fuerte y decidido. Este fue el campo de batalla en el que Dorotea luchó durante toda su vida para adquirir la humildad y la calma que la naturaleza no le había regalado. Si grande eran sus ímpetus, mayor fue su fuerza para vivir siempre en la presencia de Dios. Así escribió en sus apuntes espirituales:

«Pondré todo mi empeño en que desde la mañana todas mis acciones estén dirigidas a Dios», «No dejaré la meditación y la lectura espiritual sin grave motivo», «Haré veinte actos diarios de mortificación y otros tantos de amor de Dios», «Hacer todas las acciones desde Dios y por Dios, renovando frecuentemente la pureza de intención… Prometo a Dios purificar mi intención en todas las acciones».

Cooperadora salesiana

En los últimos decenios de 1800, Barcelona es una ciudad a la que está llegando la «revolución industrial». La periferia está llena de gente muy pobre. Faltan asilos, hospitales, escuelas. En los ejercicios espirituales que realiza en el año 1867, doña Dorotea escribe entre los propósitos:

«Mi virtud predilecta será la caridad hacia los pobres, aunque me cueste grandes sacrificios». Y Adrián de Gispert, sobrino segundo de Dorotea, testimoniará: «Me consta que tía Dorotea fundó hospitales, asilos, escuelas, talleres de artes y oficios y otras muchas obras. Me acuerdo de haber visitado algunas en su compañía». Cuando vivía su marido, él le ayudaba en estas obras caritativo-sociales. Después de su muerte, salvaguardó ante todo el patrimonio de sus cinco hijas; luego, sus bienes «personales» (su riquísima dote, los patrimonios recibidos personalmente en herencia, los bienes que su marido quiso inscribir a su nombre), los empleó en los pobres con una cuidadosa y prudente administración. Un testigo afirmó bajo juramento: «Después de haber provisto a su familia, dedicó el resto a los pobres como acto de justicia».

Habiendo tenido conocimiento de Don Bosco, le escribió el 20 de septiembre de 1882 (tenía sesenta y seis años, Don Bosco sesenta y siete). Le dijo que Barcelona era una ciudad «eminentemente industrial y mercantil», y que su joven y dinámica congregación, encontraría mucho trabajo entre los muchachos de los suburbios. Ofrecía una escuela para aprendices trabajadores.

Don Felipe Rinaldi llegó a Barcelona en 1889, escribe: «Fuimos a Barcelona llamados por ella, porque quería proveer especialmente a los jóvenes obreros y a los huérfanos abandonados. Adquirió un terreno con una casa, de cuya ampliación se preocupó. Yo llegué a Barcelona cuando la construcción ya había terminado… Con mis propios ojos contemplé muchos casos de socorro a niños, viudas, ancianos, desocupados y enfermos. Muchas veces oí decir que realizaba personalmente los más humildes servicios con los enfermos».

En el año 1884 pensó confiar a las Hijas de María Auxiliadora una escuela maternal: era necesario pensar en los niños de aquella periferia.

Don Bosco no pudo ir a Barcelona hasta la primavera de 1886 y las crónicas refieren ampliamente el triunfal recibimiento que le dispensaron en la metrópoli catalana, y las atenciones afectuosas y respetuosas con las que doña Dorotea, sus hijas, sus nietos y parientes rodearon al santo.

El 5 de febrero de 1888, al comunicarle la muerte de Don Bosco, le escribía el beato Miguel Rúa: «Nuestro queridísimo padre Don Bosco ha volado al cielo, dejando llenos de dolor a sus hijos». Demostró siempre una viva estima y un afecto agradecido a nuestra madre de Barcelona, como él la llamaba, madre de los salesianos y de las Hijas de María Auxiliadora.

Aún más, antes de morir aseguró que iba a prepararle un buen sitio en el cielo». Aquel mismo año, doña Dorotea entregaba a los salesianos el oratorio y las escuelas populares de la calle Rocafort, en el corazón de Barcelona.

La última entrega a la Familia Salesiana fue la escuela «Santa Dorotea» confiada a las Hijas de María Auxiliadora. Para su compra se necesitaban 60.000 pesetas y ella las entregó diciendo: «Dios me quiere pobre». Aquella suma era la última previsión para su vejez, lo que guardaba para vivir modestamente juntamente con María, su fiel camarera.

El viernes santo de 1891, en la fría iglesia de María Reparadora, mientras pasaba recogiendo la colecta, contrajo una pulmonía. Tenía setenta y cinco años, y enseguida se vio que no superaría la crisis. Acudió don Rinaldi y estuvo largo rato a su cabecera. Escribió: «En los pocos días que continuó con vida, no pensaba en su enfermedad sino en los pobres y en su alma. Quiso decir alguna cosa en particular a cada una de sus hijas, y bendijo a todas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, como un antiguo patriarca. Mientras estábamos alrededor de su lecho encomendándola al Señor, en un cierto momento levantó los ojos. El confesor le presento el crucifijo para besarlo. Los que estábamos presentes nos arrodillamos. Doña Dorotea se recogió, entornó los ojos y expiró suavemente».

Era el 3 de abril de 1891, cinco días después de Pascua. El Papa Juan Pablo II la declaró «venerable» el 9 de junio de 1983, es decir, «cristiana que practicó en grado heroico el amor a Dios y al prójimo».

don Echave-Sustaeta del Villar Nicolás, sdb
Vicepostulador de la Causa del Venerable




Los benefactores de Don Bosco

Hacer el bien a los jóvenes requiere no sólo dedicación, sino también grandes recursos materiales y financieros. Don Bosco solía decir “Confío ilimitadamente en la Divina Providencia, pero también la Providencia quiere ser ayudada por nuestros inmensos esfuerzos”; dicho y hecho.

            A sus misioneros que partían, el 11 de noviembre de 1875, Don Bosco les dio 20 preciosos “Recuerdos”. El primero era: “Buscad almas, pero no dinero, ni honores, ni dignidad”.
            Don Bosco mismo tuvo que ir en busca de dinero toda su vida, pero quería que sus hijos no se afanaran en buscar dinero, que no se preocuparan cuando les faltara, que no perdieran la cabeza cuando lo encontraran, sino que estuvieran dispuestos a toda humillación y sacrificio en la búsqueda de lo necesario, con plena confianza en la Divina Providencia que nunca les dejaría faltar. Y les dio el ejemplo.

“¡El Santo de los millones!”
            Don Bosco manejó en su vida grandes sumas de dinero, reunidas al precio de enormes sacrificios, humillantes búsquedas, laboriosas loterías, incesantes peregrinaciones. Con ese dinero dio pan, vestido, alojamiento y trabajo a muchos chicos pobres, compró casas, abrió hospicios y colegios, construyó iglesias, puso en marcha grandes iniciativas de imprenta y editoriales, lanzó misiones salesianas en América y, finalmente, ya debilitado por los achaques de la vejez, erigió la Basílica del Sagrado Corazón en Roma, obedeciendo al Papa.
            No todos comprendieron el espíritu que le animaba, no todos apreciaron sus múltiples actividades y la prensa anticlerical se permitió insinuaciones ridículas. El 4 de abril de 1872, el periódico satírico turinés “Il Fischietto” (“El silbato”) decía que Don Bosco tenía “fabulosos fondos”, mientras que, a su muerte, en el periódico “Il Birichin” (“El pícaro”), Luigi Pietracqua publicó un soneto blasfemo en el que calificaba a Don Bosco de astuto “capaz de sacar sangre de un nabo” y le definía como “el Santo de los millones” porque habría contado millones a puñados sin ganarlos con su propio sudor.
            Quienes conocen el estilo de pobreza en el que vivió y murió el Santo pueden comprender fácilmente lo injusta que era la sátira de Pietracqua. Don Bosco fue, sí, un hábil administrador del dinero que le proporcionaba la caridad de los buenos, pero nunca guardó nada para sí. El mobiliario de su pequeña habitación en Valdocco consistía en una cama de hierro, una mesita, una silla y, más tarde, un sofá, sin cortinas en las ventanas, ni alfombras, ni siquiera una pequeña alfombra. En su última enfermedad, atormentado por la sed, cuando le proporcionaron agua mineral para aliviarle, no quería beberla, creyendo que era una bebida cara. Fue necesario asegurarle que sólo costaba siete céntimos la botella. Unos días antes de morir, ordenó a don Viglietti que buscara en los bolsillos de su ropa y le diera a don Rua la cartera, para que pudiera morir sin un céntimo en el bolsillo.

Nobleza filantrópica
Las Memorias Biográficas y el Epistolario de Don Bosco proporcionan una rica documentación sobre sus benefactores. Encontramos allí los nombres de casi 300 familias nobles de las que es imposible dar aquí una lista.

            Ciertamente no debemos cometer el error de limitar los benefactores de Don Bosco únicamente a la nobleza. Obtuvo la ayuda y la colaboración desinteresada de miles de personas de la clase eclesiástica y civil, de la burguesía y del pueblo, empezando por esa incomparable benefactora que fue Mamá Margarita.
            Nos detenemos en una figura de la nobleza que se distinguió por apoyar la obra de Don Bosco, destacando la actitud sencilla y delicada y, al mismo tiempo, valiente y apostólica que supo mantener para recibir y hacer el bien.
            En 1866 Don Bosco dirigió una carta a la condesa Enrichetta Bosco di Ruffino, de soltera Riccardi, que llevaba años en contacto con el Oratorio de Valdocco. Era una de las Damas que se reunían semanalmente para reparar la ropa de los jóvenes internos. He aquí el texto:

“Benemerita Señora Condesa,
            No puedo ir a visitar a Vuestra Señoría como desearía, pero voy con la persona de Jesucristo oculta bajo estos harapos que le recomiendo para que en su caridad los remiende. Es algo pobre en el tiempo; pero espero que para usted sea un tesoro para la eternidad.
            Que Dios le bendiga a usted, a sus trabajos y a toda su familia, mientras tengo el honor de poder profesarme con toda estima
            de V.S.B. Obbl.mo servidor».
            Sac. Bosco Gio. Turín, 16 de mayo de 1866

Carta de Don Bosco a los benefactores

            En esta carta Don Bosco se disculpa por no haber podido ir en persona a visitar a la Condesa. A cambio le envía un fardo de ropa vieja de los chicos del Oratorio para …. remendar… ¡unas pobres cosas (en piamontés: basura) ante los hombres, pero un tesoro precioso para los que visten a los desnudos por amor a Cristo!
            Hay quien ha querido ver en las relaciones de Don Bosco con los ricos un espíritu cortesano interesado. ¡Pero aquí hay un auténtico espíritu evangélico!




Vera Grita, Mística de la Eucaristía

            En el centenario del nacimiento de la Sierva de Dios Vera Grita, laica, Cooperadora Salesiana (Roma 28 de enero de 1923 – Pietra Ligure 22 de diciembre de 1969) se presenta un perfil biográfico y espiritual de su testimonio.

Roma, Modica, Savona
            Vera Grita nace en Roma el 28 de enero de 1923, segunda hija de Amleto, fotógrafo de profesión por generaciones, y de María Ana Zacco della Pirrera, de origen noble. La familia, muy unida, estaba compuesta por su hermana mayor Giuseppa (llamada Pina) y sus hermanas menores Liliana y Santa Rosa (llamada Rosa). El 14 de diciembre del mismo año, Vera recibe el Bautismo en la parroquia de San Gioacchino in Prati, también en Roma.

            Vera manifiesta desde niña un carácter bueno y apacible que no se estropeará por los acontecimientos negativos que se abaten sobre ella: a los once años tuvo que abandonar a su familia y alejarse de sus afectos más querido junto con su hermana menor Liliana, para reunirse en Módica, Sicilia, con las tías paterna que estaban dispuestas a ayudar a los padres de Vera, afectados por apuros financieros debido a la crisis económica de 1929-1930. En este periodo, Vera manifiesta su ternura hacia su hermana menor estando cerca de ella cuando esta llora por las noches por su mamá. Vera se siente atraída por un gran cuadro del Sagrado Corazón de Jesús, colgado en la sala donde con las tías cada día reza las oraciones de la mañana y el Rosario. A menudo permanece en silencio ante ese cuadro y repite con frecuencia que quiere ser religiosa cuando sea mayor. El día de su Primera Comunión (24 de mayo de 1934) no quiso quitarse el hábito blanco porque temía no mostrar suficientemente a Jesús la alegría de tenerle en el corazón. En la escuela obtiene buenos resultados y es sociable con sus compañeros.
            A los diecisiete años, en 1940, regresa con su familia. La familia se traslada a Savona y Vera se gradúa en el Istituto Magistrale al año siguiente. Vera a la edad de veinte años debe enfrentarse a una nueva y dolorosa separación debido a la muerte prematura de su padre Amleto (1943) y renuncia a seguir los estudios universitarios a los que aspiraba, para ayudar económicamente a la familia.

El día de la Primera Comunión

El drama de la guerra
            Pero es la Segunda Guerra Mundial, con el bombardeo de Savona en 1944, lo que causará a Vera un daño irreparable: determinará el curso posterior de su vida. Vera es atropellada y pisoteada por la multitud que huye y busca refugio en un túnel-refugio.

Vera alrededor de los 14-15 años

La medicina llama síndrome de aplastamiento a las consecuencias físicas que se producen tras bombardeos, terremotos, derrumbes estructurales, a consecuencia de los cuales se aplasta un miembro o todo el cuerpo. Lo que se produce entonces es un daño muscular que afecta a todo el cuerpo, especialmente a los riñones. Como consecuencia del aplastamiento, Vera sufrirá lesiones lumbares y de espalda que causarán daños irreparables a su salud, con fiebres, dolores de cabeza y pleuresía. Con este dramático suceso comenzó el “Vía Crucis” de Vera, que durará 25 años, durante los cuales alternaría largas estancias en el hospital con su trabajo. A los 32 años, le diagnostican la enfermedad de Addison, que la consumirá debilitando su organismo: Vera llegará a pesar solamente 40 kilos. A los 36 años, Vera se sometió a una histerectomía total (1959), que le provocará una menopausia prematura y agravará la astenia que ya padecía como consecuencia de la enfermedad de Addison.
            A pesar de su precaria condición física, Vera se presenta y gana un concurso como maestra de escuela primaria. Se dedicará a la enseñanza durante los últimos diez años de su vida terrena, prestando servicio en escuelas del interior de Liguria de difícil acceso (Rialto, Erli, Alpicella, Deserto di Varazze), suscitando estima y afecto entre sus colegas, padres y alumnos.

Cooperadora Salesiana
            En Savona, en la parroquia salesiana de María Auxiliadora, participa de la Misa y es asidua al sacramento de la Penitencia. Desde 1963 su confesor es el salesiano P. Juan Bocchi. Cooperadora Salesiana desde 1967, realiza su llamada en la entrega total de sí misma al Señor, que de manera extraordinaria se entrega a Él, en lo más profundo de su corazón, con la “Voz”, con la “Palabra”, para comunicarle la Obra de los Sagrarios Vivientes. Pone a disposición todos sus escritos a su director espiritual, el salesiano P. Gabriello Zucconi, y guarda en el silencio de su corazón el secreto de aquella llamada, guiada por el divino Maestro y por la Virgen María que lo acompañaran por el camino de la vida oculta, del despojo y del vaciamiento de sí misma.

            Bajo el impulso de la gracia divina y aceptando la mediación de sus guías espirituales, Vera Grita respondió al don de Dios testimoniando en su vida, marcada por la fatiga de la enfermedad, el encuentro con el Resucitado, y dedicándose con generosidad heroica a enseñar y educar a sus alumnos, contribuyendo a las necesidades de su familia y dando testimonio de una vida de pobreza evangélica. Centrada y firme en el Dios que ama y sostiene, con gran firmeza interior se hace capaz de soportar las pruebas y los sufrimientos de la vida. Sobre la base de esta solidez interior, da testimonio de una existencia cristiana hecha de paciencia y constancia en el bien.
            Muere el 22 de diciembre de 1969 en Pietra Ligure, en el hospital Santa Corona, en una pequeña habitación donde había pasado los últimos seis meses de su vida en un creciente sufrimientos aceptados y vividos en unión con Jesús Crucificado. “El alma de Vera – escribirá el P. Giuseppe Borra, salesiano, su primer biógrafo, con sus mensajes y cartas entra en las filas de esas almas carismáticas llamadas a enriquecer la Iglesia con llamas de amor a Dios y a Jesús Eucaristía para la expansión del Reino”. Ella es uno de esos granos de trigo que el Cielo ha dejado caer a la Tierra para que fructifique, a su tiempo, en el silencio y en lo oculto.

En peregrinación a Lourdes

Vera de Jesús
            La vida de Vera Grita se desarrolla en el breve lapso de 46 años marcados por acontecimientos históricos dramáticos, como la gran crisis económica de 1929-1930 y la Segunda Guerra Mundial, y termina en el umbral de otro acontecimiento histórico significativo: la protesta del 1968 (mayo francés de 1968), que tendrá profundas repercusiones a nivel cultural, social, político, religioso y eclesial.

Con algunos miembros de su familia

La vida de Vera comienza, se desarrolla y termina en medio de estos acontecimientos históricos, de los que sufre las dramáticas consecuencias a nivel familiar, emocional y físico. Al mismo tiempo, su historia muestra cómo atravesó estos acontecimientos afrontándolos con la fuerza de su fe en Jesucristo, dando así testimonio de una fidelidad heroica al Amor crucificado y resucitado. Fidelidad que, al final de su vida terrena, el Señor le recompensará dándole un nuevo nombre: Vera de Jesús. “Te he dado mi Santo Nombre, y a partir de ahora te llamarás y serás ‘Vera de Jesús’” (Mensaje del 3 de diciembre de 1968).
            Probada por diversas enfermedades que, con el tiempo, delinean una situación de desgaste físico generalizado e irrecuperable, Vera vive en el mundo sin ser del mundo, manteniendo la estabilidad y el equilibrio interior gracias a su unión con Jesús en la Eucaristía recibida diariamente, y a la conciencia de su Permanencia Eucarística en su alma. Es por tanto la Santa Misa el centro de la vida cotidiana y espiritual de Vera, donde, como una pequeña “gota de agua”, se une al vino para estar inseparablemente unida al Amor infinito que continuamente se da, salva y sostiene al mundo.
            Unos meses antes de su muerte, Vera escribe a su padre espiritual, el P. Gabriello Zucconi: “Las enfermedades que he llevado dentro de mí durante más de veinte años han degenerado, devorado por la fiebre y el dolor en todos mis huesos, estoy viva en la Santa Misa”. De nuevo: “Permanece la llama de la Santa Misa, la chispa divina que me anima, me da vida, después el trabajo, los chicos, la familia, la imposibilidad de encontrar en ella un lugar tranquilo donde aislarme para rezar, o el cansancio físico después de la escuela”.

La Obra de los Tabernáculos Vivientes
            Durante los largos años de sufrimiento, consciente de su fragilidad y limitación humana, Vera aprendió a confiarse a Dios y a abandonarse totalmente a su voluntad. Mantiene esta docilidad incluso cuando el Señor le comunica la Obra de los Sagrarios Vivientes, en los últimos 2 años y 4 meses de su vida terrena. Su amor a la voluntad de Dios llevó a Vera al don total de sí misma: primero con los votos privados y el voto de “pequeña víctima” para los sacerdotes (2 de febrero de 1965); después con el ofrecimiento de su vida (5 de noviembre de 1968) para el nacimiento y desarrollo de la Obra de los Sagrarios Vivientes, siempre en plena obediencia a su director espiritual.
            El 19 de septiembre de 1967 inicia la experiencia mística que la invitó a vivir plenamente la alegría y la dignidad de ser hija de Dios, en comunión con la Trinidad y en intimidad eucarística con Jesús recibido en la Sagrada Comunión y presente en el Sagrario. “El vino y el agua somos nosotros: yo y tú, tú y yo. Somos uno: yo cavo en ti, cavo, cavo para construirme un templo: déjame trabajar, no me pongas obstáculos […] la voluntad de mi Padre es ésta: que yo permanezca en ti, y tú en mí. Juntos daremos grandes frutos”. Son 186 los mensajes que componen la Obra de los Sagrarios Vivientes que Vera, luchando contra el miedo a ser víctima de un engaño, escribe en obediencia al padre Zucconi.
            El “Llévame contigo” expresa de forma sencilla la invitación de Jesús a Vera. ¿Dónde, llévame contigo? Donde vives: Vera es educada y preparada por Jesús para vivir en unión con Él. Jesús quiere entrar en la vida de Vera, en su familia, en la escuela donde enseña. Una invitación dirigida a todos los cristianos. Jesús quiere salir de la Iglesia de piedra y quiere vivir en nuestros corazones con la Eucaristía, con la gracia de la permanencia eucarística en nuestras almas. Quiere venir con nosotros adonde vayamos, para vivir nuestra vida familiar, y quiere llegar a los que viven lejos de Él viviendo en nosotros.

En la estela del carisma salesiano
            En la Obra de los Sagrarios Vivientes hay referencias explícitas a Don Bosco y su “da mihi animas cetera tolle”, vivir en unión con Dios y confiar en María Auxiliadora, para dar a Dios a través de un apostolado incansable que coopere en la salvación de la humanidad. La Obra, por voluntad del Señor, se confía en primer lugar a los hijos de Don Bosco para su realización y difusión en las parroquias, en los institutos religiosos y en la Iglesia: “He elegido a los Salesianos porque viven con los jóvenes, pero su vida de apostolado debe ser más intensa, más activa, más sentida”.

            La Causa de Beatificación de la Sierva de Dios Vera Grita fue iniciada el 22 de diciembre de 2019, 50 aniversario de su muerte, en Savona con la entrega del Supplice libello al obispo diocesano Monseñor Calogero Marino por el Postulador P. Pierluigi Cameroni. Actor de la Causa es la Congregación Salesiana. La Investigación Diocesana es celebrada desde el 10 de abril al 15 de mayo de 2022 en la Curia de Savona. El Dicasterio para las Causas de los Santos dio validez jurídica a esta Investigación el 16 de diciembre de 2022.
            Como escribió el Rector Mayor en el Aguinaldo de este año: “Vera Grita atestigua ante todo una orientación eucarística totalizadora, que se hizo explícita sobre todo en los últimos años de su existencia. No pensaba en términos de programas, iniciativas apostólicas, proyectos: acogía el “proyecto” fundamental que es Jesús mismo, hasta el punto de convertirlo en su propia vida. El mundo de hoy atestigua una gran necesidad de la Eucaristía. Su camino en el duro trabajo del día a día ofrece también una nueva perspectiva laica a la santidad, convirtiéndose en ejemplo de conversión, acogida y santificación para los “pobres”, los “frágiles”, los “enfermos” que pueden reconocerse y encontrar esperanza en ella. Como Salesiana Cooperadora, Vera Grita vive y trabaja, enseña y se encuentra con las personas con una marcada sensibilidad salesiana: desde la bondad amorosa de su presencia discreta pero eficaz hasta su capacidad de hacerse querer por los niños y las familias; desde la pedagogía de la bondad que pone en práctica con su sonrisa constante hasta la generosa disponibilidad con la que, despreocupada de las penurias, se dirige con preferencia a los últimos, a los pequeños, a los lejanos, a los olvidados; desde la generosa pasión por Dios y Su Gloria hasta el camino de la cruz, dejándose arrebatar todo en su condición de enferma”.

En el jardín de Santa Corona en 1966