El Venerable Mons. Stefano Ferrando

Mons. Stefano Ferrando fue un ejemplo extraordinario de dedicación misionera y servicio episcopal, conjugando el carisma salesiano con una profunda vocación al servicio de los más pobres. Nacido en 1895 en Piamonte, ingresó joven en la Congregación Salesiana y, tras prestar servicio militar durante la Primera Guerra Mundial, que le valió la medalla de plata al valor, se dedicó al apostolado en la India. Obispo de Krishnagar y luego de Shillong durante más de treinta años, caminó incansablemente entre las poblaciones, promoviendo la evangelización con humildad y profundo amor pastoral. Fundó instituciones, apoyó a los catequistas laicos y encarnó en su vida el lema «Apóstol de Cristo». Su vida fue un ejemplo de fe, abandono a Dios y total entrega, dejando un legado espiritual que sigue inspirando la misión salesiana en el mundo.

El venerable obispo Stefano Ferrando supo conjugar su vocación salesiana con su carisma misionero y su ministerio episcopal. Nacido el 28 de septiembre de 1895 en Rossiglione (Génova, diócesis de Acqui), hijo de Agostino y Giuseppina Salvi, se distinguió por un ardiente amor a Dios y una tierna devoción a la Virgen María. En 1904 ingresó en las escuelas salesianas, primero en Fossano y luego en Turín – Valdocco, donde conoció a los sucesores de Don Bosco y a la primera generación de salesianos, y emprendió los estudios sacerdotales; mientras tanto alimentaba el deseo de partir como misionero. El 13 de septiembre de 1912 hizo su primera profesión religiosa en la Congregación Salesiana de Foglizzo. Llamado a las armas en 1915, participa en la Primera Guerra Mundial. Por su valor, recibe la medalla de plata al valor. De vuelta a casa en 1918, emite los votos perpetuos el 26 de diciembre de 1920.
Fue ordenado sacerdote en Borgo San Martino (Alessandria) el 18 de marzo de 1923. El 2 de diciembre del mismo año, con nueve compañeros, se embarcó en Venecia como misionero a la India. El 18 de diciembre, tras 16 días de viaje, el grupo llegó a Bombay y el 23 de diciembre a Shillong, lugar de su nuevo apostolado. Como maestro de novicios, educó a los jóvenes salesianos en el amor a Jesús y a María y tuvo un gran espíritu de apostolado.
El 9 de agosto de 1934, el Papa Pío XI lo nombró obispo de Krishnagar. Su lema era “Apóstol de Cristo”. En 1935, el 26 de noviembre, fue trasladado a Shillong, donde permaneció como obispo durante 34 años. Mientras trabajaba en una situación difícil de impacto cultural, religioso y social, el obispo Ferrando se esforzó incansablemente por estar cerca de la gente que le había sido confiada, trabajando con celo en la vasta diócesis que abarcaba toda la región del noreste de la India. Prefería desplazarse a pie antes que, en coche, que habría tenido a su disposición: esto le permitía encontrarse con la gente, detenerse a hablar con ellos, implicarse en sus vidas. Este contacto directo con la vida de la gente fue una de las principales razones de la fecundidad de su anuncio evangélico: la humildad, la sencillez, el amor a los pobres llevaron a muchos a convertirse y a pedir el bautismo. Creó un seminario para la formación de jóvenes salesianos indios, construyó un hospital, erigió un santuario dedicado a María Auxiliadora y fundó la primera congregación de hermanas indígenas, la Congregación de las Hermanas Misioneras de María Auxiliadora (1942).

Hombre de carácter fuerte, no se desanimó ante las innumerables dificultades, que afrontó con una sonrisa y mansedumbre. La perseverancia ante los obstáculos fue una de sus principales características. Trató de unir el mensaje evangélico con la cultura local en la que debía insertarse. Era intrépido en sus visitas pastorales, que realizaba a los lugares más remotos de la diócesis, para recuperar la última oveja perdida. Mostró una especial sensibilidad y promoción por los catequistas laicos, a los que consideraba complementarios de la misión del obispo y de los que dependía gran parte de la fecundidad del anuncio del Evangelio y su penetración en el territorio. Su atención a la pastoral familiar era también inmensa. A pesar de sus numerosos compromisos, el Venerable era un hombre con una rica vida interior, alimentada por la oración y el recogimiento. Como pastor, era apreciado por sus hermanas, sacerdotes, hermanos salesianos y en el episcopado, así como por la gente, que lo sentía profundamente cercano. Se entregó con creatividad a su rebaño, atendiendo a los pobres, defendiendo a los intocables, cuidando a los enfermos de cólera.
Las piedras angulares de su espiritualidad fueron su vínculo filial con la Virgen María, su celo misionero, su continua referencia a Don Bosco, como se desprende de sus escritos y en toda su actividad misionera. El momento más luminoso y heroico de su virtuosa vida fue su partida de la diócesis de Shillong. Monseñor Ferrando tuvo que presentar su renuncia al Santo Padre cuando aún se encontraba en la plenitud de sus facultades físicas e intelectuales, para permitir el nombramiento de su sucesor, que debía ser elegido, según las instrucciones de sus superiores, entre los sacerdotes locales que él había formado. Fue un momento particularmente doloroso, vivido por el gran obispo con humildad y obediencia. Comprendió que era el momento de retirarse en oración según la voluntad del Señor.
Regresó a Génova en 1969 y prosiguió su actividad pastoral, presidiendo las ceremonias para conferir la Confirmación y dedicándose al sacramento de la Penitencia.
Fue fiel a la vida religiosa salesiana hasta el final, decidiendo vivir en comunidad y renunciando a los privilegios que su condición de obispo podría haberle reservado. Siguió siendo “misionero” en Italia. No “un misionero que se mueve, sino […] un misionero que es”: no un misionero que se mueve, sino un misionero que es. Su vida en esta última temporada se convirtió en una vida “irradiante”. Se convirtió en un “misionero de la oración” que decía: «Me alegro de haberme marchado para que otros puedan tomar el relevo y hacer obras tan maravillosas».
Desde Génova Quarto, siguió animando la misión de Assam, sensibilizando y enviando ayuda financiera. Vivió esta hora de purificación con espíritu de fe, de abandono a la voluntad de Dios y de obediencia, tocando con su propia mano el pleno significado de la expresión evangélica ‘no somos más que siervos inútiles’, y confirmando con su vida el caetera tolle, el aspecto oblativo-sacrificial de la vocación salesiana. Murió el 20 de junio de 1978 y fue enterrado en Rossiglione, su tierra natal. En 1987 sus restos mortales fueron llevados a la India.
En docilidad al Espíritu llevó a cabo una fecunda acción pastoral, que se manifestó en un gran amor a los pobres, en humildad de espíritu y caridad fraterna, en la alegría y el optimismo del espíritu salesiano.
Junto a muchos misioneros que compartieron con él la aventura del Espíritu en la tierra de la India, entre ellos los Siervos de Dios Francesco Convertini, Costantino Vendrame y Oreste Marengo, Mons. Ferrando inauguró un nuevo método misionero: ser misionero itinerante. Tal ejemplo es una advertencia providencial, especialmente para las congregaciones religiosas tentadas por un proceso de institucionalización y cierre, para que no pierdan la pasión de salir al encuentro de las personas y de las situaciones de mayor pobreza e indigencia material y espiritual, yendo donde nadie quiere ir y confiándose como ella lo hizo. “Miro al futuro con confianza, confiando en María Auxiliadora…. Me encomendaré a María Auxiliadora que ya me salvó de tantos peligros”.




Santa Mónica, madre de San Agustín, testigo de esperanza

Una mujer de fe inquebrantable, de lágrimas fecundas, escuchada por Dios después de diecisiete largos años. Un modelo de cristiana, esposa y madre para toda la Iglesia. Una testigo de esperanza que se ha transformado en una poderosa intercesora en el Cielo. El mismo Don Bosco recomendaba a las madres, afligidas por la vida poco cristiana de sus hijos, que se encomendaran a ella en sus oraciones.

En la gran galería de santos y santas que han marcado la historia de la Iglesia, Santa Mónica (331-387) ocupa un lugar singular. No por milagros espectaculares, no por la fundación de comunidades religiosas, no por empresas sociales o políticas relevantes. Mónica es recordada y venerada ante todo como madre, la madre de Agustín, el joven inquieto que gracias a sus oraciones, a sus lágrimas y a su testimonio de fe se convirtió en uno de los más grandes Padres de la Iglesia y Doctores de la fe católica.
Pero limitar su figura al papel materno sería injusto y empobrecedor. Mónica es una mujer que supo vivir su vida ordinaria —esposa, madre, creyente— de manera extraordinaria, transfigurando la cotidianidad a través de la fuerza de la fe. Es un ejemplo de perseverancia en la oración, de paciencia en el matrimonio, de esperanza inquebrantable frente a las desviaciones de su hijo.
Las noticias sobre su vida nos llegan casi exclusivamente de las Confesiones de Agustín, un texto que no es una crónica, sino una lectura teológica y espiritual de la existencia. Sin embargo, en esas páginas Agustín traza un retrato inolvidable de su madre: no solo una mujer buena y piadosa, sino un auténtico modelo de fe cristiana, una “madre de las lágrimas” que se convierten en fuente de gracia.

Los orígenes en Tagaste
Mónica nació en el año 331 en Tagaste, ciudad de Numidia, Souk Ahras en la actual Argelia. Era un centro dinámico, marcado por la presencia romana y por una comunidad cristiana ya arraigada. Provenía de una familia cristiana acomodada: la fe ya era parte de su horizonte cultural y espiritual.
Su formación estuvo marcada por la influencia de una nodriza austera, que la educó en la sobriedad y la templanza. San Agustín escribirá de ella: “No hablaré por esto de sus dones, sino de tus dones a ella, que no se había hecho a sí misma, ni se había educado a sí misma. Tú la creaste sin que ni siquiera el padre y la madre supieran qué hija tendrían; y la vara de tu Cristo, es decir, la disciplina de tu Unigénito, la instruyó en tu temor, en una casa de creyentes, miembro sano de tu Iglesia.” (Confesiones IX, 8, 17).

En las mismas Confesiones Agustín también relata un episodio significativo: la joven Mónica había adquirido la costumbre de beber pequeños sorbos de vino de la bodega, hasta que una sirvienta la reprendió llamándola “borracha”. Esa reprimenda le bastó para corregirse definitivamente. Esta anécdota, aparentemente menor, muestra su honestidad para reconocer sus propios pecados, dejarse corregir y crecer en virtud.

A la edad de 23 años, Mónica fue dada en matrimonio a Patricio, un funcionario municipal pagano, conocido por su carácter colérico y su infidelidad conyugal. La vida matrimonial no fue fácil: la convivencia con un hombre impulsivo y distante de la fe cristiana puso a prueba su paciencia.
Sin embargo, Mónica nunca cayó en el desánimo. Con una actitud de mansedumbre y respeto, supo conquistar progresivamente el corazón de su marido. No respondía con dureza a los arrebatos de ira, no alimentaba conflictos inútiles. Con el tiempo, su constancia dio fruto: Patricio se convirtió y recibió el bautismo poco antes de morir.
El testimonio de Mónica muestra cómo la santidad no se expresa necesariamente en gestos clamorosos, sino en la fidelidad cotidiana, en el amor que sabe transformar lentamente las situaciones difíciles. En este sentido, es un modelo para tantas esposas y madres que viven matrimonios marcados por tensiones o diferencias de fe.

Mónica madre
Del matrimonio nacieron tres hijos: Agustín, Navigio y una hija de la que no sabemos el nombre. Mónica derramó sobre ellos todo su amor, pero sobre todo su fe. Navigio y la hija siguieron un camino cristiano lineal: Navigio se hizo sacerdote; la hija emprendió el camino de la virginidad consagrada. Agustín, en cambio, pronto se convirtió en el centro de sus preocupaciones y de sus lágrimas.
Ya de niño, Agustín mostraba una inteligencia extraordinaria. Mónica lo envió a estudiar retórica a Cartago, deseosa de asegurarle un futuro brillante. Pero junto a los progresos intelectuales llegaron también las tentaciones: la sensualidad, la mundanidad, las malas compañías. Agustín abrazó la doctrina maniquea, convencido de encontrar en ella respuestas racionales al problema del mal. Además, comenzó a convivir sin casarse con una mujer de la que tuvo un hijo, Adeodato. Las desviaciones de su hijo llevaron a Mónica a negarle la acogida en su propia casa. Pero no por eso dejó de orar por él y de ofrecer sacrificios: “de mi madre, con el corazón sangrante, se te ofrecía por mí noche y día el sacrificio de sus lágrimas”. (Confesiones V, 7,13) y “derramaba más lágrimas de las que derraman las madres por la muerte física de sus hijos” (Confesiones III, 11,19).

Para Mónica fue una herida profunda: el hijo, que había consagrado a Cristo en el seno, se estaba perdiendo. El dolor era indecible, pero nunca dejó de esperar. El propio Agustín escribirá: “El corazón de mi madre, herido por tal herida, nunca se habría curado: porque no puedo expresar adecuadamente sus sentimientos hacia mí y cuánto mayor fue su trabajo al parirme en espíritu que el que tuvo al parirme en la carne.” (Confesiones V, 9,16).

Surge espontánea la pregunta: ¿por qué Mónica no bautizó a Agustín inmediatamente después de nacer?
En realidad, aunque el bautismo de niños ya era conocido y practicado, aún no era una práctica universal. Muchos padres preferían posponerlo hasta la edad adulta, considerándolo un “lavado definitivo”: temían que, si el bautizado pecaba gravemente, la salvación se vería comprometida. Además, Patricio, aún pagano, no tenía ningún interés en educar a su hijo en la fe cristiana.
Hoy vemos claramente que fue una elección desafortunada, ya que el bautismo no solo nos hace hijos de Dios, sino que nos da la gracia de vencer las tentaciones y el pecado.
Una cosa, sin embargo, es cierta: si hubiera sido bautizado de niño, Mónica se habría ahorrado a sí misma y a su hijo tantos sufrimientos.

La imagen más fuerte de Mónica es la de una madre que reza y llora. Las Confesiones la describen como una mujer incansable en interceder ante Dios por su hijo.
Un día, un obispo de Tagaste —según algunos, el mismo Ambrosio— la tranquilizó con palabras que han quedado célebres: “Ve, no puede perderse el hijo de tantas lágrimas”. Esa frase se convirtió en la estrella polar de Mónica, la confirmación de que su dolor materno no era en vano, sino parte de un misterioso designio de gracia.

Tenacidad de una madre
La vida de Mónica fue también un peregrinaje tras los pasos de Agustín. Cuando su hijo decidió partir a escondidas hacia Roma, Mónica no escatimó esfuerzos; no dio la causa por perdida, sino que lo siguió y lo buscó hasta que lo encontró. Lo alcanzó en Milán, donde Agustín había obtenido una cátedra de retórica. Allí encontró una guía espiritual en San Ambrosio, obispo de la ciudad. Entre Mónica y Ambrosio nació una profunda sintonía: ella reconocía en él al pastor capaz de guiar a su hijo, mientras que Ambrosio admiraba su fe inquebrantable.
En Milán, la predicación de Ambrosio abrió nuevas perspectivas a Agustín. Él abandonó progresivamente el maniqueísmo y comenzó a mirar el cristianismo con nuevos ojos. Mónica acompañaba silenciosamente este proceso: no forzaba los tiempos, no pretendía conversiones inmediatas, sino que oraba y lo sostenía y permanecía a su lado hasta su conversión.

La conversión de Agustín
Dios parecía no escucharla, pero Mónica nunca dejó de rezar y de ofrecer sacrificios por su hijo. Después de diecisiete años, finalmente sus súplicas fueron escuchadas — ¡y de qué manera! Agustín no solo se hizo cristiano, sino que se convirtió en sacerdote, obispo, doctor y padre de la Iglesia.
Él mismo lo reconoce: “Tú, sin embargo, en la profundidad de tus designios, escuchaste el punto vital de su deseo, sin preocuparte por el objeto momentáneo de su petición, sino cuidando de hacer de mí lo que siempre te pedía que hicieras.” (Confesiones V, 8,15).

El momento decisivo llegó en el año 386. Agustín, atormentado interiormente, luchaba contra las pasiones y las resistencias de su voluntad. En el célebre episodio del jardín de Milán, al escuchar la voz de un niño que decía “Tolle, lege” (“Toma, lee”), abrió la Carta a los Romanos y leyó las palabras que le cambiaron la vida: “Revestíos del Señor Jesucristo y no sigáis los deseos de la carne” (Rm 13,14).
Fue el comienzo de su conversión. Junto a su hijo Adeodato y algunos amigos se retiró a Cassiciaco para prepararse para el bautismo. Mónica estaba con ellos, partícipe de la alegría de ver finalmente escuchadas las oraciones de tantos años.
La noche de Pascua del 387, en la catedral de Milán, Ambrosio bautizó a Agustín, Adeodato y los demás catecúmenos. Las lágrimas de dolor de Mónica se transformaron en lágrimas de alegría. Siguió a su servicio, tanto que en Cassiciaco Agustín dirá: “Cuidó como si de todos hubiera sido madre y nos sirvió como si de todos hubiera sido hija.”

Ostia: el éxtasis y la muerte
Después del bautismo, Mónica y Agustín se prepararon para regresar a África. Deteniéndose en Ostia, a la espera del barco, vivieron un momento de intensísima espiritualidad. Las Confesiones narran el éxtasis de Ostia: madre e hijo, asomados a una ventana, contemplaron juntos la belleza de la creación y se elevaron hacia Dios, saboreando la bienaventuranza del cielo.
Mónica dirá: “Hijo, en cuanto a mí, ya no encuentro ningún atractivo para esta vida. No sé qué hago todavía aquí abajo y por qué me encuentro aquí. Este mundo ya no es objeto de deseos para mí. Había una sola razón por la que deseaba permanecer un poco más en esta vida: verte cristiano católico, antes de morir. Dios me ha escuchado más allá de todas mis expectativas, me ha concedido verte a su servicio y liberado de las aspiraciones de felicidad terrena. ¿Qué hago aquí?” (Confesiones IX, 10,11). Había alcanzado su meta terrenal.
Algunos días después, Mónica se enfermó gravemente. Sintiendo cercana su muerte, dijo a sus hijos: “Hijos míos, enterraréis aquí a vuestra madre: no os preocupéis de dónde. Solo os pido esto: recordadme en el altar del Señor, dondequiera que estéis”. Era la síntesis de su vida: no le importaba el lugar de la sepultura, sino el vínculo en la oración y en la Eucaristía.
Murió a los 56 años, el 12 de noviembre del 387, y fue sepultada en Ostia. En el siglo VI, sus reliquias fueron trasladadas a una cripta oculta en la misma iglesia de Santa Aurea. En 1425, las reliquias fueron trasladadas a Roma, a la basílica de San Agustín en Campo Marzio, donde aún hoy son veneradas.

El perfil espiritual de Mónica
Agustín describe a su madre con palabras bien medidas:
“[…] mujer en el aspecto, viril en la fe, anciana en la serenidad, maternal en el amor, cristiana en la piedad […]”. (Confesiones IX, 4, 8).
Y también:
“[…] viuda casta y sobria, asidua en la limosna, devota y sumisa a tus santos; que no dejaba pasar día sin llevar la ofrenda a tu altar, que dos veces al día, mañana y tarde, sin falta visitaba tu iglesia, y no para confabular vanamente y charlar como las otras viejas, sino para oír tus palabras y hacerte oír sus oraciones? Las lágrimas de tal mujer, con las que te pedía no oro ni plata, ni bienes perecederos o perecederos, sino la salvación del alma de su hijo, ¿podrías tú despreciarlas, tú que así la habías hecho con tu gracia, negándole tu socorro? Ciertamente no, Señor. Tú, antes bien, estabas a su lado y la escuchabas, obrando según el orden con que habías predestinado que debías obrar.” (Confesiones V, 9,17).

De este testimonio agustiniano, emerge una figura de sorprendente actualidad.
Fue una mujer de oración: nunca dejó de invocar a Dios por la salvación de sus seres queridos. Sus lágrimas se convierten en modelo de intercesión perseverante.
Fue una esposa fiel: en un matrimonio difícil, nunca respondió con resentimiento a la dureza de su marido. Su paciencia y su mansedumbre fueron instrumentos de evangelización.
Fue una madre valiente: no abandonó a su hijo en sus desviaciones, sino que lo acompañó con amor tenaz, capaz de confiar en los tiempos de Dios.
Fue una testigo de esperanza: su vida muestra que ninguna situación es desesperada, si se vive en la fe.
El mensaje de Mónica no pertenece solo al siglo IV. Habla todavía hoy, en un contexto en el que muchas familias viven tensiones, los hijos se apartan de la fe, los padres experimentan la fatiga de la espera.
A los padres, enseña a no rendirse, a creer que la gracia obra de maneras misteriosas.
A las mujeres cristianas, muestra cómo la mansedumbre y la fidelidad pueden transformar relaciones difíciles.
A cualquiera que se sienta desanimado en la oración, testifica que Dios escucha, aunque los tiempos no coincidan con los nuestros.
No es casualidad que muchas asociaciones y movimientos hayan elegido a Mónica como patrona de las madres cristianas y de las mujeres que oran por los hijos alejados de la fe.

Una mujer sencilla y extraordinaria
La vida de Santa Mónica es la historia de una mujer sencilla y extraordinaria a la vez. Sencilla porque vivió el día a día de una familia, extraordinaria porque fue transfigurada por la fe. Sus lágrimas y sus oraciones moldearon a un santo y, a través de él, influyeron profundamente en la historia de la Iglesia.
Su memoria, celebrada el 27 de agosto, víspera de la fiesta de San Agustín, nos recuerda que la santidad a menudo pasa por la perseverancia oculta, el sacrificio silencioso, la esperanza que no defrauda.
En las palabras de Agustín, dirigidas a Dios por su madre, encontramos la síntesis de su herencia espiritual: “No puedo decir lo suficiente de cuánto mi alma te debe a ella, Dios mío; pero tú lo sabes todo. Recompénsala con tu misericordia lo que te pidió con tantas lágrimas por mí” (Conf., IX, 13).

Santa Mónica, a través de los acontecimientos de su vida, alcanzó la felicidad eterna que ella misma definió: “La felicidad consiste sin duda en el logro del fin y se debe tener confianza en que a él podemos ser conducidos por una fe firme, una esperanza viva, una caridad ardiente”. (La Felicidad 4,35).




Las siete alegrías de la Virgen María

En el corazón de la obra educativa y espiritual de San Juan Bosco, la figura de la Madonna ocupa un lugar privilegiado y luminoso. Don Bosco no solo fue un gran educador y fundador, sino también un ferviente devoto de la Virgen María, a quien veneraba con profundo afecto y en quien confiaba cada uno de sus proyectos pastorales. Una de las expresiones más características de esta devoción es la práctica de las “Siete alegrías de la Virgen María”, propuesta de manera sencilla y accesible en su publicación “El joven proveído”, uno de los textos más difundidos en su pedagogía espiritual.

Una obra para el alma de los jóvenes
En 1875, Don Bosco publicó una nueva edición de “El joven proveído para la práctica de sus deberes en los ejercicios de piedad cristiana”, un manual de oraciones, ejercicios espirituales y normas de conducta cristiana pensado para los chicos. Este libro, redactado con un estilo sobrio y paternal, tenía la intención de acompañar a los jóvenes en su formación moral y religiosa, introduciéndolos a una vida cristiana integral. En él también encontraba espacio la devoción a las “Siete alegrías de María Santísima”, una oración sencilla pero intensa, estructurada en siete puntos. A diferencia de los “Siete dolores de la Madonna”, mucho más conocidos y difundidos en la piedad popular, las “Siete alegrías” de Don Bosco ponen el énfasis en las alegrías de la Santísima Virgen en el Paraíso, consecuencia de una vida terrenal vivida en la plenitud de la gracia de Dios.
Esta devoción tiene orígenes antiguos y fue especialmente querida por los franciscanos, quienes la difundieron a partir del siglo XIII, como Rosario de las Siete Alegrías de la Bienaventurada Virgen María (o Corona Seráfica). En la forma franciscana tradicional es una oración devocional compuesta por siete decenas de Ave María, cada una precedida por un misterio gozoso (alegría) e introducida por un Padre Nuestro. Al final de cada decena se reza un Gloria al Padre. Las alegrías son: 1. La Anunciación del Ángel; 2. La visita a Santa Isabel; 3. El nacimiento del Salvador; 4. La adoración de los Magos; 5. El hallazgo de Jesús en el templo; 6. La resurrección del Hijo; 7. La Asunción y coronación de María en el cielo.
Don Bosco, tomando de esta tradición, ofrece una versión simplificada, adecuada a la sensibilidad de los jóvenes.
Cada una de estas alegrías se medita mediante la recitación de un Ave María y un Gloria.

La pedagogía de la alegría
La elección de proponer a los jóvenes esta devoción no responde solo a un gusto personal de Don Bosco, sino que se inserta plenamente en su visión educativa. Él estaba convencido de que la fe debía transmitirse a través de la alegría, no del miedo; a través de la belleza del bien, no del temor al mal. Las “Siete alegrías” se convierten así en una escuela de alegría cristiana, una invitación a reconocer que, en la vida de la Virgen, la gracia de Dios se manifiesta como luz, esperanza y cumplimiento.
Don Bosco conocía bien las dificultades y sufrimientos que muchos de sus chicos enfrentaban diariamente: la pobreza, el abandono familiar, la precariedad del trabajo. Por eso, les ofrecía una devoción mariana que no se limitara al llanto y al dolor, sino que fuera también una fuente de consuelo y de alegría. Meditar las alegrías de María significaba abrirse a una visión positiva de la vida, aprender a reconocer la presencia de Dios incluso en los momentos difíciles, y confiar con fe en la ternura de la Madre celestial.
En la publicación “El joven provisto”, Don Bosco escribe palabras conmovedoras sobre el papel de María: la presenta como madre amorosa, guía segura y modelo de vida cristiana. La devoción a sus alegrías no es una simple práctica devocional, sino un medio para entrar en relación personal con la Madonna, para imitar sus virtudes y recibir su ayuda materna en las pruebas de la vida.
Para el santo turinés, María no está distante ni inaccesible, sino cercana, presente, activa en la vida de sus hijos. Esta visión mariana, fuertemente relacional, atraviesa toda la espiritualidad salesiana y se refleja también en la vida cotidiana de los oratorios: ambientes donde la alegría, la oración y la familiaridad con María van de la mano.

Una herencia viva
Hoy también, la devoción a las “Siete alegrías de la Virgen María” mantiene intacto su valor espiritual y educativo. En un mundo marcado por incertidumbres, miedos y fragilidades, ofrece un camino sencillo pero profundo para descubrir que la fe cristiana es, ante todo, una experiencia de alegría y luz. Don Bosco, profeta de la alegría y la esperanza, nos enseña que la auténtica educación cristiana pasa por la valorización de los afectos, las emociones y la belleza del Evangelio.
Redescubrir hoy las “Siete alegrías” significa también recuperar una mirada positiva sobre la vida, la historia y la presencia de Dios. La Madonna, con su humildad y su confianza, nos enseña a custodiar y meditar en el corazón las señales de la verdadera alegría, aquella que no pasa, porque está fundada en el amor de Dios.
En un tiempo en que también los jóvenes buscan luz y sentido, las palabras de Don Bosco siguen siendo actuales: “Si queréis ser felices, practicad la devoción a María Santísima”. Las “Siete alegrías” son, entonces, una pequeña escalera hacia el cielo, un rosario de luz que une la tierra al corazón de la Madre celestial.

Aquí también el texto original tomado de “El joven proveído para la práctica de sus deberes en los ejercicios de piedad cristiana”, 1875 (pp. 141-142), con nuestros títulos.

Las siete alegrías que goza María en el Cielo

1. Pureza cultivada
Regocijaos, oh Esposa inmaculada del Espíritu Santo, por ese gozo que ahora disfrutáis en el Paraíso, porque por vuestra pureza y virginidad sois exaltada sobre todos los Ángeles y sublimada sobre todos los santos.
Ave María y Gloria.

2. Sabiduría buscada
Regocijaos, oh Madre de Dios, por ese placer que sentís en el Paraíso, porque así como el sol aquí en la tierra ilumina todo el mundo, así vos con vuestro resplandor adornáis y hacéis brillar todo el Paraíso.
Ave y Gloria.

3. Obediencia filial
Regocijaos, oh Hija de Dios, por la sublime dignidad a la que fuisteis elevada en el Paraíso, porque todas las Jerarquías de Ángeles, Arcángeles, Tronos, Dominaciones y todos los Espíritus Bienaventurados os honran, reverencian y reconocen como Madre de su Creador, y a cada mínimo gesto os obedecen con sumo respeto.
Ave y Gloria.

4. Oración continua
Regocijaos, oh Sierva de la Santísima Trinidad, por ese gran poder que tenéis en el Paraíso, porque todas las gracias que pedís a vuestro Hijo os son concedidas de inmediato; de hecho, como dice San Bernardo, no se concede gracia aquí en la tierra que no pase por vuestras santísimas manos.
Ave y Gloria.

5. Humildad vivida
Regocijaos, oh muy a gusta Reina, porque solo vos merecisteis sentaros a la derecha de vuestro santísimo Hijo, quien está sentado a la derecha del Padre Eterno.
Ave y Gloria.
6. Misericordia practicada
Regocijaos, oh Esperanza de los pecadores, Refugio de los atribulados, por el gran placer que sentís en el Paraíso al ver que todos los que os alaban y reverencian en este mundo son premiados por el Padre Eterno con su santa gracia en la tierra, y con su inmensa gloria en el cielo.
Ave y Gloria.

7. Esperanza premiada
Regocijaos, oh Madre, Hija y Esposa de Dios, porque todas las gracias, todos los gozos, todas las alegrías y todos los favores que ahora disfrutáis en el Paraíso nunca disminuirán; al contrario, aumentarán hasta el día del juicio y durarán eternamente.
Ave y Gloria.

Oración a la bienaventurada Virgen.
Oh gloriosa Virgen María, Madre de mi Señor, fuente de todo nuestro consuelo, por estas alegrías vuestras, de las que he hecho memoria con la devoción que he podido mayor, os ruego me obtengáis de Dios el perdón de mis pecados y la ayuda continua de su santa gracia, para que nunca me haga indigno de vuestra protección, sino que tenga la suerte de recibir todos esos celestiales favores que soléis obtener y compartir con vuestros siervos, quienes hacen devota memoria de estas alegrías que rebosan en vuestro hermoso corazón, oh Reina inmortal del Cielo.

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Casa Salesiana de Castel Gandolfo

Entre las verdes colinas de los Castelli Romani y las tranquilas aguas del Lago Albano, se encuentra un lugar donde la historia, la naturaleza y la espiritualidad se encuentran de manera singular: Castel Gandolfo. En este contexto rico en memoria imperial, fe cristiana y belleza paisajística, la presencia salesiana representa un punto firme de acogida, formación y vida pastoral. La Casa Salesiana, con su actividad parroquial, educativa y cultural, continúa la misión de san Juan Bosco, ofreciendo a los fieles y visitantes una experiencia de Iglesia viva y abierta, inmersa en un ambiente que invita a la contemplación y a la fraternidad. Es una comunidad que, desde hace casi un siglo, camina al servicio del Evangelio en el corazón mismo de la tradición católica.

Un lugar bendecido por la historia y la naturaleza
Castel Gandolfo es una joya de los Castelli Romani, situado a unos 25 km de Roma, inmerso en la belleza natural de los Colli Albani y con vistas al sugestivo Lago Albano. A unos 426 metros de altitud, este lugar se distingue por su clima suave y acogedor, un microclima que parece preparado por la Providencia para acoger a quienes buscan descanso, belleza y silencio.

Ya en época romana este territorio formaba parte del Albanum Caesaris, una antigua finca imperial frecuentada por los emperadores desde los tiempos de Augusto. Sin embargo, fue el emperador Tiberio el primero en residir allí de forma estable, mientras que más tarde Domiciano construyó una espléndida villa, cuyos restos son hoy visibles en los jardines pontificios. La historia cristiana del lugar comienza con la donación de Constantino a la Iglesia de Albano: un gesto que marca simbólicamente el paso de la gloria imperial a la luz del Evangelio.

El nombre Castel Gandolfo deriva del latín Castrum Gandulphi, el castillo construido por la familia Gandolfi en el siglo XII. Cuando en 1596 el castillo pasó a la Santa Sede, se convirtió en residencia de verano de los Pontífices, y el vínculo entre este lugar y el ministerio del Sucesor de Pedro se hizo profundo y duradero.

La Specola Vaticana: contemplar el cielo, alabar al Creador
De particular relevancia espiritual es la Specola Vaticana (Observatorio Vaticano), fundada por el papa León XIII en 1891 y trasladada en los años 30 a Castel Gandolfo debido a la contaminación lumínica de Roma. Ella testimonia cómo también la ciencia, cuando está orientada a la verdad, conduce a alabar al Creador.
A lo largo de los años, la Specola ha contribuido a proyectos astronómicos de gran importancia como la Carte du Ciel y al descubrimiento de numerosos objetos celestes.

Con el empeoramiento adicional de las condiciones de observación incluso en los Castelli Romani, en los años ochenta la actividad científica se trasladó principalmente al Observatorio Mount Graham en Arizona (EE.UU.), donde el Vatican Observatory Research Group continúa las investigaciones astrofísicas. Sin embargo, Castel Gandolfo sigue siendo un importante centro de estudios: desde 1986 acoge cada dos años la Vatican Observatory Summer School, dedicada a estudiantes y graduados en astronomía de todo el mundo. La Specola también organiza congresos especializados, eventos divulgativos, exposiciones de meteoritos y presentaciones de materiales históricos y artísticos con temática astronómica, todo en un espíritu de investigación, diálogo y contemplación del misterio de la creación.

Una iglesia en el corazón de la ciudad y de la fe
En el siglo XVII, el papa Alejandro VII encargó a Gian Lorenzo Bernini la construcción de una capilla palatina para los empleados de las Villas Pontificias. El proyecto, concebido inicialmente en honor a san Nicolás de Bari, fue finalmente dedicado a san Tomás de Villanueva, agustino canonizado en 1658. La iglesia fue consagrada en 1661 y confiada a los Agustinos, que la dirigieron hasta 1929. Con la firma de los Pactos de Letrán, el papa Pío XI encargó a los mismos Agustinos el cuidado pastoral de la nueva Parroquia Pontificia de Santa Ana en el Vaticano, mientras que la iglesia de San Tomás de Villanueva fue posteriormente confiada a los Salesianos.
La belleza arquitectónica de esta iglesia, fruto del genio barroco, está al servicio de la fe y del encuentro entre Dios y el hombre: hoy se celebran numerosos matrimonios, bautizos y liturgias, atrayendo fieles de todo el mundo.

La casa salesiana
Los Salesianos están presentes en Castel Gandolfo desde 1929. En esos años el pueblo experimentó un notable desarrollo, tanto demográfico como turístico, también gracias al inicio de las celebraciones papales en la iglesia de San Tomás de Villanueva. Cada año, en la solemnidad de la Asunción, el papa celebraba la Santa Misa en la parroquia pontificia, una tradición iniciada por san Juan XXIII el 15 de agosto de 1959, cuando salió a pie del Palacio Pontificio para celebrar la Eucaristía entre la gente. Esta costumbre se mantuvo hasta el pontificado del papa Francisco, que interrumpió las estancias veraniegas en Castel Gandolfo. En 2016, de hecho, todo el complejo de las Villas Pontificias fue transformado en museo y abierto al público.

La casa salesiana formó parte de la Inspectoría Romana y, de 2009 a 2021, de la Circunscripción Salesiana Italia Central. Desde 2021 está bajo la responsabilidad directa de la Sede Central, con director y comunidad nombrados por el Rector Mayor. Actualmente los salesianos presentes provienen de diferentes países (Brasil, India, Italia, Polonia) y están activos en la parroquia, en las capellanías y en el oratorio.

Los espacios pastorales, aunque pertenecen al Estado de la Ciudad del Vaticano y por tanto se consideran zonas extraterritoriales, forman parte de la diócesis de Albano, en cuya vida pastoral los Salesianos participan activamente. Están involucrados en la catequesis diocesana para adultos, en la enseñanza en la escuela teológica diocesana y en el Consejo Presbiteral como representantes de la vida consagrada.

Además de la parroquia de San Tomás de Villanueva, los Salesianos gestionan también otras dos iglesias: María Auxiliadora (también llamada “San Pablo”, por el nombre del barrio) y Madonna del Lago, promovida por san Pablo VI. Ambas fueron construidas entre los años sesenta y setenta para responder a las necesidades pastorales de la creciente población.

La iglesia parroquial diseñada por Bernini es hoy destino de numerosos matrimonios y bautizos celebrados por fieles procedentes de todo el mundo. Cada año, con las debidas autorizaciones, se celebran allí decenas, a veces cientos, de ceremonias.

El párroco, además de guiar la comunidad parroquial, es también capellán de las Villas Pontificias y acompaña espiritualmente a los empleados vaticanos que trabajan allí.

El oratorio, actualmente gestionado por laicos, cuenta con la participación directa de los Salesianos, especialmente en la catequesis. En ocasiones de fines de semana, fiestas y actividades de verano como el Verano para Niños, colaboran también estudiantes salesianos residentes en Roma, ofreciendo un valioso apoyo. En la iglesia de María Auxiliadora también existe un teatro activo, con grupos parroquiales que organizan espectáculos, un lugar de encuentro, cultura y evangelización.

Vida pastoral y tradiciones
La vida pastoral está marcada por las principales fiestas del año: san Juan Bosco en enero, María Auxiliadora en mayo con una procesión en el barrio de San Pablo, la fiesta de la Madonna del Lago – y por tanto la fiesta del Lago – el último sábado de agosto, con la estatua llevada en procesión en un barco por el lago. Esta última celebración está involucrando cada vez más también a las comunidades de los alrededores, atrayendo a numerosos participantes, entre ellos muchos motoristas, con quienes se han iniciado momentos de encuentro.

El primer sábado de septiembre se celebra la fiesta patronal de Castel Gandolfo en honor a san Sebastián, con una gran procesión ciudadana. La devoción a san Sebastián data de 1867, cuando la ciudad fue salvada de una epidemia que afectó duramente a los pueblos vecinos. Aunque la memoria litúrgica cae el 20 de enero, la fiesta local se celebra en septiembre, tanto en recuerdo de la protección obtenida como por razones climáticas y prácticas.

El 8 de septiembre se celebra al patrón de la iglesia, san Tomás de Villanueva, coincidiendo con la Natividad de la Bienaventurada Virgen María. En esta ocasión también se celebra la fiesta de las familias, dirigida a las parejas que se han casado en la iglesia de Bernini: están invitadas a regresar para una celebración comunitaria, una procesión y un momento de convivencia. La iniciativa ha tenido muy buena acogida y se está consolidando con el tiempo.

Una curiosidad: el buzón de correos
Junto a la entrada de la casa salesiana se encuentra un buzón, conocido como “Buzón de correspondencias”, considerado el más antiguo aún en uso. Data de 1820, veinte años antes de la introducción del primer sello postal del mundo, el famoso Penny Black (1840). Es una caja oficial de Correos de Italia todavía activa, pero también un símbolo elocuente: una invitación a la comunicación, al diálogo, a la apertura del corazón. El regreso del papa León XIV a su residencia de verano seguramente lo aumentará.

Castel Gandolfo sigue siendo un lugar donde el Creador habla a través de la belleza de la creación, la Palabra proclamada y el testimonio de una comunidad salesiana que, en la sencillez del estilo de Don Bosco, continúa ofreciendo acogida, formación, liturgia y fraternidad, recordando a quienes se acercan a estas tierras en busca de paz y serenidad que la verdadera paz y serenidad sólo se encuentran en Dios y en su gracia.




Don Bosco y la Iglesia de la Sábana Santa

Le Saint Suaire de Turin, l’une des reliques les plus vénérées de la chrétienté, a une histoire millénaire entrelacée avec celle de la Maison de Savoie et de la ville savoyarde. Arrivé à Turin en 1578, il devint l’objet d’une profonde dévotion, avec des ostensions solennelles liées à des événements historiques et dynastiques. Au XIXe siècle, des figures comme saint Jean Bosco et d’autres saints turinois en promurent le culte, contribuant à sa diffusion. Aujourd’hui conservé dans la Chapelle du Guarini, le Suaire est au centre d’études scientifiques et théologiques. Parallèlement, l’église du Saint Suaire à Rome, liée à la Maison de Savoie et à la communauté piémontaise, représente un autre lieu significatif, où Don Bosco tenta d’établir une présence salésienne.

            La Santa Sindone (Saint Linceul) de Turin, improprement appelée Saint Suaire en français, appartenait à la Maison de Savoie depuis 1463, et fut transférée de Chambéry à Turin, la nouvelle capitale, en 1578.
            C’est cette même année qu’eut lieu la première Ostension, voulue par Emmanuel-Philibert en hommage au cardinal Carlo Borromeo, venu en pèlerinage à Turin pour la vénérer.

Les ostensions du XIXe siècle et le culte du Saint-Suaire
            Au XIXe siècle, les ostensions eurent lieu en 1815, 1842, 1868 et 1898. La première eut lieu lors du retour de la Maison de Savoie dans ses États, la deuxième pour le mariage de Victor-Emmanuel II avec Marie-Adélaïde de Habsbourg-Lorraine, la troisième pour le mariage d’Humbert Ier avec Marguerite de Savoie-Gênes, et la quatrième lors de l’Exposition universelle.
            Les saints turinois du XIXe siècle (Cottolengo, Cafasso et Don Bosco) avaient une grande dévotion envers le Saint-Suaire, à l’instar du bienheureux Sebastiano Valfré, apôtre de Turin pendant le siège de 1706.
            Les Mémoires biographiques nous assurent que Don Bosco l’a vénéré en particulier lors de l’Ostension de 1842. À l’occasion de celle de 1868, il emmena avec lui les garçons de l’oratoire pour le voir (MB II, 117 ; IX, 137).
            Aujourd’hui, l’inestimable toile, offerte par Humbert II de Savoie au Saint-Siège, est confiée à l’archevêque de Turin, «gardien pontifical», et conservée dans la somptueuse chapelle Guarini, derrière la cathédrale.
            À Turin, on trouve également, via Piave, à l’angle de via San Domenico, la Chiesa del Santo Sudario, construite par la confrérie du même nom et reconstruite en 1761. À côté de l’église se trouve le musée du Saint-Suaire et le siège de la Sodalité Cultores Sanctae Sindonis, un centre d’études auquel des savants salésiens ont apporté leur précieuse contribution, notamment le Père Noël Noguier de Malijay, Don Antonio Tonelli, Don Alberto Caviglia, Don Pietro Scotti et, plus récemment, Don Pietro Rinaldi et Don Luigi Fossati, pour n’en citer que les principaux.

L’église du Saint-Suaire à Rome
            Une église du « Santo Sudario » existe également à Rome, le long de la rue du même nom, qui va du Largo Argentina parallèlement au Corso Vittorio. Érigée en 1604 sur un projet de Carlo di Castellamonte, c’était l’église des Piémontais, des Savoyards et des Niçois, construite par la Confraternité du Saint-Suaire qui avait vu le jour à Rome à cette époque. Après 1870, elle devint l’église particulière de la Maison de Savoie.
            Pendant ses séjours à Rome, Don Bosco célébra plusieurs fois la messe dans cette église. Pour cette église et pour la maison adjacente il élabora un projet conforme au but de la confrérie alors disparue : se consacrer à des œuvres de charité en faveur de la jeunesse abandonnée, des malades et des prisonniers.
            La confrérie avait cessé ses activités au début du siècle et la propriété et l’administration de l’église avaient été transférées à la Légation sarde auprès du Saint-Siège. Dans les années 1860, l’église nécessitait d’importants travaux de rénovation, à tel point qu’en 1868 elle fut temporairement fermée.
            Mais dès 1867, Don Bosco avait eu l’idée de proposer au gouvernement de lui céder l’usage et l’administration de l’église, en offrant sa collaboration en argent pour achever les travaux de restauration. Prévoyant peut-être l’entrée prochaine des troupes piémontaises à Rome, il souhaitait y ouvrir une maison. Il pensa pouvoir le faire avant que la situation ne se précipite, rendant plus difficile l’obtention de l’approbation du Saint-Siège et le respect des accords par l’État (MB IX, 415-416).
            Il présenta alors la demande au gouvernement. En 1869, lors de son passage à Florence, il prépara un projet d’accord qu’il présenta à Pie IX en arrivant à Rome. Ayant obtenu l’assentiment de ce dernier, il passa à la demande officielle au ministère des Affaires étrangères. Malheureusement, l’occupation de Rome vint alors compromettre toute l’affaire. Don Bosco lui-même se rendit compte de l’inopportunité d’insister. En effet, qu’une congrégation religieuse ayant sa maison-mère à Turin prenne en charge, à cette époque, une église romaine appartenant à la Maison de Savoie, aurait pu apparaître comme un acte d’opportunisme et de servilité à l’égard du nouveau gouvernement.
            Après la brèche de la Porta Pia, par procès-verbal du 2 décembre 1871, l’Église du Très Saint Suaire fut annexée à la Maison Royale et désignée comme siège officiel du Grand Aumônier palatin. Suite à l’interdit de Pie IX sur les Chapelles de l’ancien palais apostolique du Quirinal, c’est précisément dans l’Église du Suaire que se déroulaient tous les rites sacrés de la Famille Royale.
            En 1874, Don Bosco tâta de nouveau le terrain auprès du gouvernement. Mais, malheureusement, des nouvelles intempestives diffusées par les journaux mirent définitivement fin au projet (MB X, 1233-1235).
            Avec la fin de la monarchie, le 2 juin 1946, l’ensemble du complexe du Suaire passa sous la gestion du Secrétariat Général de la Présidence de la République. En 1984, suite au nouveau Concordat qui sanctionna l’abolition des Chapelles palatines, l’Église du Suaire fut confiée à l’Ordinariat Militaire et elle est restée ainsi jusqu’à aujourd’hui.
            Quant à nous, il nous plaît de rappeler que Don Bosco a jeté les yeux sur cette église du Saint-Suaire, à la recherche d’une occasion favorable pour ouvrir une maison à Rome.




La educación femenina con San Francisco de Sales

El pensamiento educativo de San Francisco de Sales revela una visión profunda e innovadora del papel de la mujer en la Iglesia y en la sociedad de su tiempo. Convencido de que la formación de las mujeres era fundamental para el crecimiento moral y espiritual de toda la comunidad, el santo obispo de Ginebra promovió una educación equilibrada, respetuosa de la dignidad femenina, pero también atenta a las fragilidades. Con una mirada paternal y realista, supo apreciar y valorar las cualidades de las mujeres, animándolas a cultivar la virtud, la cultura y la devoción. Fundador de la Congregación de la Visitación con Juana de Chantal, defendió con vigor la vocación femenina incluso frente a las críticas y los prejuicios. Su enseñanza sigue ofreciendo ideas actuales sobre la educación, el amor y la libertad en la elección de la propia vida.

                Con motivo de su viaje a París en 1619, Francisco de Sales conoció a Adrien Bourdoise, un sacerdote reformador del clero, que le reprochó que se ocupara demasiado de las mujeres. El obispo le respondió con calma que las mujeres eran la mitad del género humano y que, formando buenas cristianas, se tendrían buenos jóvenes, y con buenos jóvenes, buenos sacerdotes. Por otra parte, ¿no les dedicó San Jerónimo mucho tiempo y varios escritos? Francisco de Sales recomienda la lectura de sus cartas a la señora de Chantal, quien encontrará en ellas, entre otras cosas, numerosas indicaciones «para educar a sus hijas». De ello se deduce que, a sus ojos, el papel de las mujeres en el ámbito educativo justificaba el tiempo y la atención que les dedicaba.

Francisco de Sales y las mujeres de su tiempo
                «Hay que ayudar al sexo femenino, despreciado», dijo un día el obispo de Ginebra a Jean-François de Blonay. Para comprender las preocupaciones y el pensamiento de Francisco de Sales, conviene situarlo en su época. Hay que decir que algunas de sus afirmaciones parecen aún muy ligadas a la mentalidad corriente. En las mujeres de su época lamentaba «esa ternura femenina consigo mismas», la facilidad «para compadecerse y desear ser compadecidas», una mayor propensión que los hombres «a dar crédito a los sueños, a temer a los espíritus y a ser crédulas y supersticiosas» y, sobre todo, los «retorcimientos de sus vanidosos pensamientos». Entre los consejos que daba a la señora de Chantal sobre la educación de sus hijas, escribía sin dudar: «Quíteles la vanidad del alma: nace casi al mismo tiempo que el sexo».
                Sin embargo, las mujeres están dotadas de grandes cualidades. Escribía a propósito de la señora de La Fléchère, que acababa de perder a su marido: «Si solo tuviera esta oveja perfecta en mi rebaño, no me angustiaría ser pastor de esta afligida diócesis. Después de la señora de Chantal, no sé si he conocido un alma más fuerte en un cuerpo femenino, un espíritu más razonable y una humildad más sincera». Las mujeres no son en absoluto las últimas en la práctica de las virtudes: «¿Acaso no hemos visto a muchos grandes teólogos que han dicho cosas maravillosas sobre las virtudes, pero no para practicarlas, mientras que, por el contrario, hay tantas mujeres santas que no saben hablar de virtudes, pero que sin embargo saben muy bien cómo practicarlas?».
                Las mujeres casadas son las más dignas de admiración: «¡Oh, Dios mío! ¡Cuánto agradan a Dios las virtudes de una mujer casada! ¡En efecto, deben ser fuertes y excelentes para poder perseverar en tal vocación!». En la lucha por conservar la castidad, consideraba que «las mujeres a menudo han luchado con más valentía que los hombres».
                Fundador de una congregación de mujeres junto con Juana de Chantal, mantuvo una relación constante con las primeras religiosas. Junto a los elogios, comenzaron a llover las críticas. Empujado a estas trincheras, el fundador tuvo que defenderse y defenderlas, no solo como religiosas, sino también como mujeres. En un documento que debía servir de prefacio a las Constituciones de las Visitandinas, encontramos la vena polémica de la que era capaz, dirigiéndose ya no contra los «herejes», sino contra los «censores» maliciosos e ignorantes:

La presunción y la inoportuna arrogancia de muchos hijos de este siglo, que critican ostentosamente todo lo que no es conforme a su espíritu […], me ofrece la ocasión, mejor dicho, me obliga a redactar esta Prefacio, queridas hermanas, para armar y defender vuestra santa vocación contra las puntas de sus lenguas pestilentes; para que las almas buenas y piadosas, que sin duda están unidas a vuestro amable y honorable Instituto, encuentren aquí cómo rechazar las flechas lanzadas por la temeridad de estos censores extravagantes e insolentes.

                Previendo quizás que tal preámbulo podía perjudicar la causa, el fundador de la Visitación escribió una segunda edición suavizada, con el fin de poner de relieve la igualdad fundamental entre los sexos. Después de citar el Génesis, esta vez hacía el siguiente comentario: «La mujer, pues, no menos que el hombre, tiene la gracia de haber sido hecha a imagen de Dios; igual honor en ambos sexos; sus virtudes son iguales».

La educación de las hijas
                El enemigo del amor verdadero es la «vanidad». Este era el defecto que Francisco de Sales, al igual que los moralistas y pedagogos de su época, más temía en la educación de las jóvenes. Señala varias manifestaciones. Mirad «estas señoritas de la alta sociedad, que, habiéndose bien colocado, van por ahí hinchadas de orgullo y vanidad, con la cabeza alta, los ojos abiertos, ansiosas de ser notadas por los mundanos».
                El obispo de Ginebra se divierte un poco burlándose de estas «chicas de sociedad», que «llevan sombreros esparcidos y empolvados», con la cabeza «herrada como se herran las pezuñas de los caballos», todas «empolladas y adornadas con flores como no se puede decir» y «cargadas de adornos». Hay quienes «llevan vestidos que les aprietan y les molestan mucho, y esto para que se vea que son delgadas»; he aquí una verdadera «locura que las incapacita para hacer nada».
                ¿Qué pensar entonces de ciertas bellezas artificiales convertidas en «boutiques de vanidad»? Francisco de Sales prefiere un «rostro limpio y claro», desea «que no haya nada afectado, porque todo lo que está embellecido desagrada». ¿Hay que condenar entonces todo «artificio»? Admite de buen grado que «en caso de algún defecto de la naturaleza, hay que corregirlo de manera que se vea la corrección, pero despojado de todo artificio».
                ¿Y el perfume? Se preguntaba el predicador hablando de Magdalena. «Es algo excelente —responde—; incluso quien lo lleva percibe algo excelente»; y añade, como buen conocedor, que «el almizcle de España goza de gran estima en el mundo». En el capítulo sobre la «decencia en el vestido», permite que las jóvenes tengan vestidos con adornos variados, «porque pueden desear libremente ser agradables a muchos, pero con el único fin de ganarse a un joven con vistas a un santo matrimonio». Concluía con esta indulgente observación: «¿Qué queréis? Es conveniente que las señoritas sean un poco guapas».
                Cabe añadir que la lectura de la Biblia le había preparado para no ponerse duro ante la belleza femenina. En el amante del Cantar de los Cantares, admiraba «la notable belleza de su rostro, semejante a un ramo de flores». Describe a Jacob, que al encontrar a Raquel junto al pozo, «derramó lágrimas de alegría al ver a una virgen que le gustaba y le encantaba por la gracia de su rostro». También le gustaba contar la historia de santa Brígida, nacida en Escocia, un país donde se admiran «las criaturas más bellas que se pueden ver»; era «una joven sumamente atractiva», pero su belleza era «natural», precisa nuestro autor.
                El ideal de belleza salesiana se llama «buena gracia», que designa no solo «la perfecta armonía de las partes que hace que algo sea bello», sino también la «gracia de los movimientos, los gestos y las acciones, que es como el alma de la vida y de la belleza», es decir, la bondad de corazón. La gracia exige «sencillez y modestia». Ahora bien, la gracia es una perfección que proviene del interior de la persona. Es la belleza unida a la gracia lo que hace de Rebeca el ideal femenino de la Biblia: era «tan hermosa y graciosa junto al pozo donde sacaba agua para dar de beber al rebaño», y su «bondad familiar» la inspiró, además, a dar de beber no solo a los siervos de Abraham, sino también a sus camellos.

Educación y preparación para la vida
                En la época de San Francisco de Sales, las mujeres tenían pocas posibilidades de acceder a los estudios superiores. Las niñas aprendían lo que oían de sus hermanos y, cuando la familia tenía la posibilidad, asistían a un convento. La lectura era sin duda más frecuente que la escritura. Los colegios estaban reservados a los niños, por lo que aprender latín, la lengua de la cultura, estaba prácticamente prohibido a las niñas.
                Hay que creer que Francisco de Sales no se oponía a que las mujeres se convirtieran en personas cultas, pero con la condición de que no cayeran en la pedantería y la vanidad. Admiraba a santa Catalina, que era «muy erudita, pero humilde en tanta ciencia». Entre las interlocutoras del obispo de Ginebra, la señora de La Fléchère había estudiado latín, italiano, español y bellas artes, pero era una excepción.
                Para encontrar un lugar en la vida, tanto en el ámbito social como en el religioso, las jóvenes a menudo necesitaban una ayuda especial en un momento dado. Georges Rolland relata que el obispo se ocupó personalmente de varios casos difíciles. Una mujer de Ginebra, con tres hijas, fue generosamente ayudada por el obispo, «con dinero y créditos»; «colocó a una de sus hijas como aprendiz en casa de una honorable señora de la ciudad, pagándole la pensión durante seis años, en grano y en dinero». También donó 500 florines para la boda de la hija de un impresor de Ginebra.
                La intolerancia religiosa de la época provocaba a veces dramas, a los que Francisco de Sales trataba de poner remedio. Marie-Judith Gilbert, educada en París por sus padres en los «errores de Calvino», descubrió a los diecinueve años el libro de la Filotea, que solo se atrevía a leer en secreto. Sintió simpatía por el autor, del que había oído hablar. Vigilada de cerca por su padre y su madre, consiguió que la sacaran en carruaje, se instruyó en la religión católica y entró en las hermanas de la Visitación.
                El papel social de las mujeres seguía siendo bastante limitado. Francisco de Sales no era del todo contrario a la intervención de las mujeres en la vida pública. Escribía en estos términos, por ejemplo, a una mujer que intervenía en la vida pública, a propósito y fuera de lugar:

Vuestro sexo y vuestra vocación os permiten reprimir el mal externo, pero solo si está inspirado por el bien y se lleva a cabo con reprimendas sencillas, humildes y caritativas hacia los transgresores, advirtiendo a los superiores en la medida de lo posible.

                Por otra parte, es significativo que una contemporánea de Francisco de Sales, la señorita de Gournay, una feminista ante litteram, intelectual y autora de textos polémicos como su tratado La igualdad de los hombres y las mujeres y La queja de las mujeres, le manifestara una gran admiración. Esta se empeñó durante toda su vida en demostrar esta igualdad, recopilando todos los testimonios posibles al respecto, sin olvidar el del «buen y santo obispo de Ginebra».

Educación para el amor
                Francisco de Sales habló mucho del amor de Dios, pero también prestó mucha atención a las manifestaciones del amor humano. Para él, de hecho, el amor es uno, aunque su «objeto» sea diferente y desigual. Para explicar el amor de Dios, no supo hacerlo mejor que partiendo del amor humano.
                El amor nace de la contemplación de la belleza, y la belleza se percibe con los sentidos, sobre todo con los ojos. Se establece un fenómeno interactivo entre la mirada y la belleza: «Contemplar la belleza nos hace amarla, y el amor nos hace contemplarla». El olfato reacciona de la misma manera; de hecho, «los perfumes ejercen su único poder de atracción con su dulzura».
                Tras la intervención de los sentidos externos, intervienen los sentidos internos, la fantasía y la imaginación, que exaltan y transfiguran la realidad: «En virtud de este movimiento recíproco del amor hacia la vista y de la vista hacia el amor, del mismo modo que el amor hace más resplandeciente la belleza de la cosa amada, así la vista de la cosa amada hace que el amor sea más enamorado y placentero». Se comprende entonces por qué «los que han pintado a Cupido le han vendado los ojos, afirmando que el amor es ciego». En este punto surge el amor-pasión: este hace «buscar el diálogo, y el diálogo a menudo alimenta y aumenta el amor»; además, «desea el secreto, y cuando los enamorados no tienen ningún secreto que decirse, a veces se complacen en decírselo en secreto»; y, por último, induce a «pronunciar palabras que, sin duda, serían ridículas si no brotaran de un corazón apasionado».
                Ahora bien, este amor-pasión, que tal vez se reduzca solo a «amorcitos», a «galanterías», está expuesto a diversas vicisitudes, hasta tal punto que induce al autor de la Filotea a intervenir con una serie de consideraciones y advertencias sobre «las amistades frívolas que se establecen entre personas de distinto sexo y sin intención de casarse». A menudo no son más que «abortos o, mejor dicho, apariencias de amistad».
                Francisco de Sales también se pronunció sobre el tema de los besos, preguntándose, por ejemplo, junto con los antiguos comentaristas, por qué Raquel había permitido que Jacob la abrazara. Explica que hay dos tipos de besos: uno malo y otro bueno. Los besos que se intercambian fácilmente los jóvenes y que al principio no son malos, pueden llegar a serlo más adelante debido a la fragilidad humana. Pero el beso también puede ser bueno. En determinados lugares, es lo que dicta la costumbre. «Nuestro Jacobo abraza muy inocentemente a su Raquel; Raquel acepta este beso de cortesía por parte de este hombre de buen carácter y rostro limpio». «¡Oh! —concluía Francisco de Sales—, dadme personas que tengan la inocencia de Jacob y Raquel y les permitiré besarse».
                En la cuestión del baile, también muy actual, el obispo de Ginebra evitaba las órdenes absolutas, como hacían los rigoristas de la época, tanto católicos como protestantes, mostrándose, sin embargo, muy prudente. Se le reprochó incluso con dureza haber escrito que «las danzas y los bailes en sí mismos son cosas indiferentes». Al igual que ciertos juegos, también se vuelven peligrosos cuando se adquiere tal afición por ellos que ya no se puede prescindir de ellos: el baile «debe hacerse por diversión y no por pasión; durante poco tiempo y sin cansarse ni aturdirse». Lo más peligroso es que estos pasatiempos se convierten a menudo en ocasiones que provocan «disputas, envidias, burlas, amoríos».

La elección de la forma de vida
                Cuando la hija crece, llega «el día en que hay que hablar con ella, me refiero a una palabra decisiva, aquella en la que se dice a las jóvenes que se quiere casarlas». Hombre de su tiempo, Francisco de Sales compartía en gran medida la idea de que los padres tenían una importante tarea en la determinación de la vocación de los hijos, tanto para el matrimonio como para la vida religiosa. «Por lo general, uno no elige a su príncipe o a su obispo, a su padre o a su madre, y a menudo tampoco a su marido», constataba el autor de la Filotea. Sin embargo, afirma claramente que «las hijas no pueden ser entregadas en matrimonio mientras ellas digan que no».

                La práctica habitual se explica bien en este pasaje de la Filotea: «Para que un matrimonio sea verdadero, son necesarias tres cosas con respecto a la joven que se quiere entregar en matrimonio: en primer lugar, que se le haga la propuesta; en segundo lugar, que ella la acepte; en tercer lugar, que ella dé su consentimiento». Dado que las chicas se casaban muy jóvenes, no es de extrañar su inmadurez afectiva. «Las chicas que se casan muy jóvenes aman realmente a sus maridos, si los tienen, pero no dejan de amar también los anillos, las joyas y las amigas con las que se divierten mucho jugando, bailando y haciendo locuras».
                El problema de la libertad de elección se planteaba igualmente para los niños que se destinaban a la vida religiosa. Franceschetta, hija de la baronesa de Chantal, debía ser ingresada en un convento por su madre, que deseaba verla religiosa, pero el obispo intervino: «Si Franceschetta quiere ser religiosa de buen grado, bien; en caso contrario, no apruebo que se anticipe su voluntad con decisiones que no son suyas». Por otra parte, no sería conveniente que la lectura de las cartas de san Jerónimo orientara demasiado a la madre hacia la severidad y la coacción. Por lo tanto, le aconseja «moderación» y proceder con «inspiraciones suaves».
                Algunas jóvenes dudan ante la vida religiosa y el matrimonio, sin llegar nunca a decidirse. Francisco de Sales animó a la futura señora de Longecombe a dar el paso del matrimonio, que él mismo quiso celebrar. Hizo esta buena obra, dirá más tarde el marido, a la pregunta de su esposa «que deseaba casarse por las manos del obispo y que, sin su presencia, nunca habría podido dar este paso, debido a la gran aversión que sentía hacia el matrimonio».

Las mujeres y la «devoción»
                Alejado de todo feminismo ante litteram, Francisco de Sales era consciente de la excepcional aportación de la feminidad en el plano espiritual. Se ha señalado que, al favorecer la devoción en las mujeres, el autor de la Filotea favoreció, al mismo tiempo, la posibilidad de una mayor autonomía, una «vida privada femenina».
                No es de extrañar que las mujeres tengan una disposición especial para la «devoción». Tras enumerar a varios doctores y expertos, podía escribir en el prefacio de Teotimo: «Pero para que se sepa que este tipo de escritos se redactan mejor con la devoción de los enamorados que con la doctrina de los sabios, el Espíritu Santo ha hecho que numerosas mujeres hayan realizado maravillas al respecto. ¿Quién ha manifestado mejor las celestiales pasiones del amor divino que santa Catalina de Génova, santa Ángela de Foligno, santa Catalina de Siena, santa Matilde?». Es conocida la influencia de la madre de Chantal en la redacción del Teotimo, y en particular del libro noveno, «vuestro libro noveno del Amor de Dios», según la expresión del autor.
                ¿Podían las mujeres inmiscuirse en cuestiones religiosas? «He aquí, pues, esta mujer que hace de teóloga», dice Francisco de Sales hablando de la samaritana del Evangelio. ¿Hay que ver necesariamente en ello una desaprobación hacia las teólogas? No es seguro. Tanto más cuanto que afirma con fuerza: «Os digo que una mujer sencilla y pobre puede amar a Dios tanto como un doctor en teología». La superioridad no siempre reside donde uno cree.
                Hay mujeres superiores a los hombres, empezando por la Santísima Virgen. Francisco de Sales respeta siempre el principio del orden establecido por las leyes religiosas y civiles de su tiempo, a las que predica la obediencia, pero su práctica da testimonio de una gran libertad de espíritu. Así, para el gobierno de los monasterios femeninos, consideraba que era mejor para ellas estar bajo la jurisdicción del obispo que depender de sus hermanos religiosos, que corrían el riesgo de ejercer una influencia excesiva sobre ellas.
                Las visitandinas, por su parte, no dependerán de ninguna orden masculina y no tendrán ningún gobierno central, ya que cada monasterio estará bajo la jurisdicción del obispo del lugar. Se atrevió a calificar con el inesperado título de «apóstoles» a las hermanas de la Visitación que partían para una nueva fundación.
                Si interpretamos correctamente el pensamiento del obispo de Ginebra, la misión eclesial de las mujeres consiste en anunciar no la palabra de Dios, sino «la gloria de Dios» con la belleza de su testimonio. Los cielos, reza el salmista, narran la gloria de Dios solo con su esplendor. «La belleza del cielo y del firmamento invita a los hombres a admirar la grandeza del Creador y a anunciar sus maravillas»; y «¿no es acaso una maravilla mayor ver un alma adornada con muchas virtudes que un cielo cubierto de estrellas?».




Venerable Ottavio Ortiz Arrieta Coya, obispo

Octavio Ortiz Arrieta Coya, nacido en Lima, Perú, el 19 de abril de 1878, fue el primer salesiano peruano. De joven se formó como carpintero, pero el Señor lo llamó a una misión más elevada. Emitió su primera profesión salesiana el 29 de enero de 1900 y fue ordenado sacerdote en 1908. En 1922 fue consagrado obispo de la diócesis de Chachapoyas, cargo que mantuvo con dedicación hasta su muerte, ocurrida el 1 de marzo de 1958. Rechazó dos veces el nombramiento para la sede más prestigiosa de Lima, prefiriendo quedarse cerca de su pueblo. Incansable pastor, recorrió toda la diócesis para conocer personalmente a los fieles y promovió numerosas iniciativas pastorales para la evangelización. El 12 de noviembre de 1990, bajo el pontificado de San Juan Pablo II, se abrió su causa de canonización y se le otorgó el título de Siervo de Dios. El 27 de febrero de 2017, el papa Francisco reconoció sus virtudes heroicas, declarándolo Venerable.

            El Venerable Monseñor Octavio Ortiz Arrieta Coya pasó la primera parte de su vida como oratoriano, estudiante y luego se hizo salesiano él mismo, comprometido en las obras de los Hijos de Don Bosco en el Perú. Fue el primer salesiano formado en la primera casa salesiana de Perú, fundada en Rímac, un barrio pobre, donde aprendió a vivir una vida austera y de sacrificio. Entre los primeros salesianos que llegaron a Perú en 1891, conoció el espíritu de Don Bosco y el Sistema Preventivo. Como salesiano de la primera generación aprendió que el servicio y el don de sí mismo serían el horizonte de su vida; por eso como joven salesiano asumió importantes responsabilidades, como la apertura de nuevas obras y la dirección de otras, con sencillez, sacrificio y entrega total a los pobres.
            Vivió la segunda parte de su vida, desde comienzos de los años veinte, como obispo de Chachapoyas, una diócesis inmensa, vacante durante años, donde las condiciones prohibitivas del territorio se sumaban a una cierta cerrazón, sobre todo en los pueblos más alejados. Aquí el campo y los retos del apostolado eran inmensos. Ortiz Arrieta era de temperamento vivo, acostumbrado a la vida comunitaria; además, era delicado de espíritu, hasta el punto de ser llamado “pecadito” en sus años mozos, por su exactitud para detectar los defectos y ayudarse a sí mismo y a los demás a enmendarse. También poseía un sentido innato del rigor y del deber moral. Sin embargo, las condiciones en las que tuvo que desempeñar su ministerio episcopal le eran diametralmente opuestas: la soledad y la imposibilidad sustancial de compartir una vida salesiana y sacerdotal, a pesar de las reiteradas y casi suplicantes peticiones a su propia Congregación; la necesidad de conciliar su propio rigor moral con una firmeza cada vez más dócil y casi desarmada; una fina conciencia moral continuamente puesta a prueba por la tosquedad de las opciones y la tibieza en el seguimiento, por parte de algunos colaboradores menos heroicos que él, y de un pueblo de Dios que sabía oponerse al obispo cuando su palabra se convertía en denuncia de injusticias y diagnóstico de males espirituales. El camino del Venerable hacia la plenitud de la santidad, en el ejercicio de las virtudes, estuvo, pues, marcado por las penalidades, las dificultades y la continua necesidad de convertir su mirada y su corazón, bajo la acción del Espíritu.
            Si ciertamente encontramos en su vida episodios que pueden definirse como heroicos en sentido estricto, debemos destacar también, y tal vez, sobre todo, aquellos momentos de su itinerario virtuoso en los que podría haber actuado de otro modo, pero no lo hizo; cediendo a la desesperación humana, mientras renovaba la esperanza; contentándose con una gran caridad, pero sin estar plenamente dispuesto a ejercer esa caridad heroica que practicó con fidelidad ejemplar durante varias décadas. Cuando, en dos ocasiones, le ofrecieron cambiar de sede, y en la segunda la sede primada de Lima, decidió permanecer entre sus pobres, aquellos a los que nadie quería, verdaderamente en la periferia del mundo, permaneciendo en la diócesis que siempre había abrazado y amado tal como era, comprometiéndose de todo corazón a hacerla incluso un poco mejor. Fue un pastor “moderno” en su estilo de presencia y en el uso de medios de acción como el asociacionismo y la prensa. Hombre de temperamento decidido y firmes convicciones de fe, Mons. Ortiz Arrieta hizo ciertamente uso de este «don de gobierno» en su liderazgo, siempre combinado, sin embargo, con el respeto y la caridad, expresados con extraordinaria coherencia.
            Aunque vivió antes del Concilio Vaticano II, el modo en que planificó y llevó a cabo las tareas pastorales que le fueron encomendadas sigue siendo actual: desde la pastoral vocacional hasta el apoyo concreto a sus seminaristas y sacerdotes; desde la formación catequética y humana de los más jóvenes hasta la pastoral familiar, a través de la cual atendió a matrimonios en crisis o parejas de hecho reacias a regularizar su unión. Monseñor Ortiz Arrieta, por su parte, no sólo educa por su acción pastoral concreta, sino por su mismo comportamiento: por su capacidad de discernir por sí mismo, en primer lugar, lo que significa y lo que supone renovar la fidelidad al camino emprendido. Perseveró verdaderamente en la pobreza heroica, en la fortaleza a través de las múltiples pruebas de la vida y en la fidelidad radical a la diócesis a la que había sido destinado. Humilde, sencillo, siempre sereno; entre lo serio y lo amable; la dulzura de su mirada dejaba traslucir toda la tranquilidad de su espíritu: éste fue el camino de santidad que recorrió.
            Las bellas características que sus superiores salesianos encontraron en él antes de su ordenación sacerdotal -cuando le calificaron de “perla salesiana” y alabaron su espíritu de sacrificio- volvieron a ser una constante en toda su vida, incluso como obispo. En efecto, puede decirse que Ortiz Arrieta “se hizo todo a todos, para salvar a alguien a toda costa” (1 Cor 9,22): autoritario con las autoridades, sencillo con los niños, pobre entre los pobres; manso con quienes le insultaban o trataban de deslegitimarle por resentimiento; siempre dispuesto a no devolver mal por mal, sino a vencer el mal con el bien (cf. Rom 12,21). Toda su vida estuvo dominada por la primacía de la salvación de las almas: una salvación a la que también querría dedicar activamente a sus sacerdotes, contra cuya tentación de refugiarse en fáciles seguridades o atrincherarse detrás de cargos más prestigiosos, para comprometerlos en cambio en el servicio pastoral, trató de luchar. Verdaderamente puede decirse que se situó en esa “alta” medida de la vida cristiana, que hace de él un pastor que encarnó de modo original la caridad pastoral, buscando la comunión entre el pueblo de Dios, tendiendo la mano a los más necesitados y dando testimonio de una pobre vida evangélica.




El título de Basílica del Templo del Sagrado Corazón de Roma

En el centenario de la muerte del P. Pablo Albera se puso de relieve cómo el segundo sucesor de Don Bosco realizó lo que podría describirse como un sueño de Don Bosco. En efecto, treinta y cuatro años después de la consagración del templo del Sagrado Corazón de Roma, que tuvo lugar en presencia del ya exhausto Don Bosco (mayo de 1887), el Papa Benedicto XVI – el Papa de la famosa e inaudita definición de la Primera Guerra Mundial como “matanza inútil” – confirió a la iglesia el título de Basílica Menor (11 de febrero de 1921). Para su construcción Don Bosco había “entregado su alma” (¡y también su cuerpo!) en los últimos siete años de su vida. Lo mismo había hecho en los veinte años anteriores (1865-1868) con la construcción de la iglesia de María Auxiliadora en Turín-Valdocco, la primera iglesia salesiana elevada a la dignidad de basílica menor el 28 de junio de 1911, en presencia del nuevo Rector Mayor P. Pablo Albera.

El hallazgo de la súplica
Pero, ¿cómo se llegó a este resultado? ¿Quién estaba detrás? Ahora lo sabemos con certeza gracias al reciente descubrimiento del borrador mecanografiado de la petición de este título por parte del Rector Mayor P. Paolo Albera. Está incluido en un folleto conmemorativo del 25 aniversario del Sagrado Corazón editado en 1905 por el entonces director, el P. Francesco Tomasetti (1868-1953). El mecanografiado, fechado el 17 de enero de 1921, tiene mínimas correcciones del Rector Mayor, pero lo que es importante, lleva su firma autógrafa.
Tras describir la obra de Don Bosco y la incesante actividad de la parroquia, probablemente tomada del antiguo archivo, el P. Albera se dirige al Papa en estos términos

Mientras la devoción al Sagrado Corazón de Jesús crece y se difunde por todo el mundo, y nuevos Templos son dedicados al Divino Corazón, también por la noble iniciativa de los Salesianos, como en S. Paolo en Brasil, en La Plata en Argentina, en Londres, en Barcelona y en otros lugares, parece que el Templo-Santuario primario dedicado al Sagrado Corazón de Jesús en Roma, donde tan importante devoción tiene una afirmación tan digna de la Ciudad Eterna, merece una distinción especial. El abajo firmante, por tanto, oído el parecer del Consejo Superior de la Pía Sociedad Salesiana, ruega humildemente a Vuestra Santidad se digne conceder al Templo-Santuario del Sagrado Corazón de Jesús en el Castro Pretorio de Roma el Título y los Privilegios de Basílica Minore, esperando que esta honrosa elevación acreciente la devoción, la piedad y toda actividad católicamente benéfica”.
La súplica, en buena copia, firmada por el P. Albera, fue probablemente enviada por el procurador P. Francesco Tomasetti a la Sagrada Congregación de los Brevi, que la acogió favorablemente. Rápidamente redactó el borrador del Breve Apostólico para conservarlo en el Archivo Vaticano, lo hizo transcribir por expertos calígrafos en rico pergamino y lo transmitió a la Secretaría de Estado para que lo firmara el titular del momento, el cardenal Pietro Gasparri.
Hoy, los fieles pueden admirar este original de la concesión del título solicitado bien enmarcado en la sacristía de la Basílica (ver foto).
No podemos sino dar las gracias a la Dra. Patrizia Buccino, estudiosa de arqueología e historia, y al historiador salesiano P. Giorgio Rossi, que difundieron la noticia. A ellos corresponde completar la investigación iniciada con la búsqueda en el Archivo Vaticano de toda la correspondencia, que también se dará a conocer al mundo científico a través de la conocida revista de historia salesiana “Ricerche Storiche Salesiane”.

El Sagrado Corazón: una basílica nacional de alcance internacional
Veintiséis años antes, el 16 de julio de 1885, a petición de Don Bosco y con el consentimiento explícito del Papa León XIII, monseñor Gaetano Alimonda, arzobispo de Turín, había exhortado calurosamente a los italianos a participar en el éxito de la “noble y santa propuesta [del nuevo templo] llamándola voto nacional de los italianos”.
Pues bien, el P. Albera, en su petición al pontífice, tras recordar el apremiante llamamiento del cardenal Alimonda, recordó que se había pedido a todas las naciones del mundo que contribuyeran económicamente a la construcción, decoración del templo y obras anexas (¡incluido el inevitable oratorio salesiano con hospicio!) para que el Templo-Santuario, además de un voto nacional, se convirtiera en una “manifestación mundial o internacional de devoción al Sagrado Corazón”.
A este respecto, en un trabajo histórico-ascético publicado con ocasión del I Centenario de la Consagración de la Basílica (1987), el estudioso Armando Pedrini la definió como: “Un templo por tanto internacional por la catolicidad y universalidad de su mensaje a todos los pueblos”, también en consideración de la “posición destacada” de la Basílica junto a la reconocida internacionalidad de la estación ferroviaria.
Así pues, Roma-Termini no es sólo una gran estación de ferrocarril con problemas de orden público y un territorio difícil de gestionar, del que se habla a menudo en los periódicos y al igual que las estaciones de ferrocarril de muchas capitales europeas. Sino que también alberga la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús. Y si por la tarde y por la noche la zona no transmite seguridad a los turistas, durante el día la Basílica distribuye paz y serenidad a los fieles que entran en ella, se detienen allí en oración, reciben los sacramentos.
¿Lo recordarán los peregrinos que pasarán por la estación de Termini en el no muy lejano año santo (2025)? Sólo tienen que cruzar una calle… y el Sagrado Corazón de Jesús les espera.

PS. Hay una segunda basílica parroquial salesiana en Roma, más grande y artísticamente más rica que la del Sagrado Corazón: es la de San Juan Bosco en Tuscolano, que se convirtió en tal en 1965, pocos años después de su inauguración (1959). ¿Dónde se encuentra? “Obviamente” en el barrio Don Bosco (a dos pasos de los famosos estudios de Cinecittà). Si la estatua del campanario de la basílica del Sagrado Corazón domina la plaza de la estación Termini, la cúpula de la basílica de Don Bosco, ligeramente inferior a la de San Pedro, sin embargo, la mira de frente, aunque desde dos puntos extremos de la capital. Y como no hay dos sin tres, hay una tercera espléndida basílica parroquial salesiana en Roma: la de Santa María Auxiliadora, en el barrio Appio-Tuscolano, junto al gran Instituto Pío XI.

Carta apostólica titulada Pia Societas, fechada el 11 de febrero de 2021, con la cual Su Santidad Benedicto XV elevó la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús al rango de Basílica.

Ecclesia parochialis SS.mi Cordis Iesu ad Castrum Praetorium in urbe titulo et privilegiis Basilicae Minoris decoratur.
Benedictus pp. XV

            Ad perpetuam rei memoriam.
            Pia Societas sancti Francisci Salesii, a venerabili Servo Dei Ioanne Bosco iam Augustae Taurinorum condita atque hodie per dissitas quoque orbis regiones diffusa, omnibus plane cognitum est quanta sibi merita comparaverit non modo incumbendo actuose sollerterque in puerorum, orbitate laborantium, religiosam honestamque institutionem, verum etiam in rei catholicae profectum tum apud christianum populum, tum apud infideles in longinquis et asperrimis Missionibus. Eiusdem Societatis sodalibus est quoque in hac Alma Urbe Nostra ecclesia paroecialis Sacratissimo Cordi Iesu dicata, in qua, etsi non abhinc multos annos condita, eximii praesertim Praedecessoris Nostri Leonis PP. XIII iussu atque auspiciis, christifideles urbani, eorumdem Sodalium opera, adeo ad Dei cultum et virtutum laudem exercentur, ut ea vel cum antiquioribus paroeciis in honoris ac meritorum contentionem veniat. Ipsemet Salesianorum Sodalium fundator, venerabilis Ioannes Bosco, in nova Urbis regione, aere saluberrimo populoque confertissima, quae ad Gastrum Praetorium exstat, exaedificationem inchoavit istius templi, et, quasi illud erigeret ex gentis italicae voto et pietatis testimonio erga Sacratissimum Cor Iesu, stipem praecipue ex Italiae christifidelibus studiose conlegit; verumtamen pii homines ex ceteris nationibus non defuerunt, qui, in exstruendum perficiendumque templum istud, erga Ssmum Cor Iesu amore incensi, largam pecuniae vim contulerint. Anno autem MDCCCLXXXVII sacra ipsa aedes, secundum speciosam formam a Virginio Vespignani architecto delineatam, tandem perfecta ac sollemniter consecrata dedicataque est. Eamdem vero postea, magna cum sollertia, Sodales Salesianos non modo variis altaribus, imaginibus affabre depictis et statuis, omnique sacro cultui necessaria supellectili exornasse, verum etiam continentibus aedificiis iuventuti, ut tempora nostra postulant, rite instituendae ditasse, iure ac merito Praedecessores Nostri sunt» laetati, et Nos haud minore animi voluptate probamus. Quapropter cum dilectus filius Paulus Albera, hodiernus Piae Societatis sancti Francisci Salesii rector maior, nomine proprio ac religiosorum virorum quibus praeest, quo memorati templi Ssmi Cordi Iesu dicati maxime augeatur decus, eiusdem urbanae paroeciae fidelium fides et pietas foveatur, Nos supplex rogaverit, ut eidem templo dignitatem, titulum et privilegia Basilicae Minoris pro Nostra benignitate impertiri dignemur; Nos, ut magis magisque stimulos fidelibus ipsius paroeciae atque Urbis totius Nostrae ad Sacratissimum Cor Iesu impensius colendum atque adamandum addamus, nec non benevolentiam, qua Sodales Salesianos ob merita sua prosequimur, publice significemus, votis hisce piis annuendum ultro libenterque censemus. Quam ob rem, conlatis consiliis cum VV. FF. NN. S. R. E. Cardinalibus Congregationi Ss. Rituum praepositis, Motu proprio ac de certa scientia et matura deliberatione Nostris, deque apostolicae potestatis plenitudine, praesentium Litterarum tenore perpetuumque in modum, enunciatum templum Sacratissimo Cordi Iesu dicatum, in hac alma Urbe Nostra atque ad Castrum Praetorium situm, dignitate ac titulo Basilicae Minoris honestamus, cum omnibus et singulis honoribus, praerogativis, privilegiis, indultis quae aliis Minoribus Almae huius Urbis Basilicis de iure competunt. Decernentes praesentes Litteras firmas, validas atque efficaces semper exstare ac permanere, suosque integros effectus sortiri iugiter et obtinere, illisque ad quos pertinent nunc et in posterum plenissime suffragari; sicque rite iudicandum esse ac definiendum, irritumque ex nunc et inane fieri, si quidquam secus super his, a quovis, auctoritate qualibet, scienter sive ignoranter attentari contigerit. Non obstantibus contrariis quibuslibet.

            Datum Romae apud sanctum Petrum sub annulo Piscatoris, die XI februarii MCMXXI, Pontificatus Nostri anno septimo.
P. CARD. GASPARRI, a Secretis Status.

***

La iglesia parroquial del Santísimo Corazón de Jesús en el Castillo Pretorio, en la ciudad, es honrada con el título y los privilegios de Basílica Menor.
Benedicto Pío XV

            Para perpetua memoria.
            La Piadosa Sociedad de San Francisco de Sales, fundada en Turín por el venerable Siervo de Dios Juan Bosco y hoy extendida por diversas regiones del mundo, es bien conocida por los grandes méritos que ha adquirido no solo dedicándose activa y diligentemente a la educación religiosa y honesta de los niños huérfanos, sino también al progreso de la causa católica tanto entre el pueblo cristiano como entre los infieles en misiones lejanas y difíciles. Los miembros de esta Sociedad tienen también en esta Nuestra Alma Ciudad una iglesia parroquial dedicada al Santísimo Corazón de Jesús, que aunque fundada hace no muchos años, especialmente por orden y bajo el auspicio de nuestro excelentísimo Predecesor León XIII, los fieles urbanos, con la ayuda de esos mismos miembros, la ejercitan en tal medida para la gloria de Dios y la alabanza de las virtudes, que rivaliza incluso con las parroquias más antiguas en honor y méritos. El mismo fundador de los miembros salesianos, el venerable Juan Bosco, comenzó la construcción de este templo en una nueva zona de la ciudad, aireada y muy poblada, que se encuentra en el Castillo Pretorio, y, como si lo erigiera en voto y testimonio de piedad del pueblo italiano hacia el Santísimo Corazón de Jesús, reunió especialmente fondos con gran dedicación de los fieles cristianos de Italia; sin embargo, no faltaron hombres piadosos de otras naciones que, encendidos por el amor al Santísimo Corazón de Jesús, contribuyeron generosamente con grandes sumas para la construcción y finalización de este templo. En el año 1887, el edificio sagrado, según el hermoso diseño del arquitecto Virginio Vespignani, fue finalmente terminado, solemnemente consagrado y dedicado. Más tarde, con gran esmero, los miembros salesianos no solo lo adornaron con varios altares, imágenes hábilmente pintadas y estatuas, y con todo el mobiliario necesario para el culto sagrado, sino que también enriquecieron el edificio con instalaciones para la juventud, según lo exigen nuestros tiempos, para su adecuada formación, lo que ha sido motivo de alegría para nuestros Predecesores y que nosotros aprobamos con no menor satisfacción. Por lo tanto, cuando el amado hijo Pablo Albera, actual rector mayor de la Piadosa Sociedad de San Francisco de Sales, en su propio nombre y en el de los religiosos a quienes preside, para que se aumente especialmente el honor del templo dedicado al Santísimo Corazón de Jesús y se fomente la fe y piedad de los fieles de esta parroquia urbana, nos suplicó humildemente que dignáramos conferir a dicho templo la dignidad, el título y los privilegios de Basílica Menor por nuestra bondad; nosotros, para añadir cada vez más estímulos a la fe de esta parroquia y de toda Nuestra Ciudad para un culto más intenso y amoroso al Santísimo Corazón de Jesús, y para manifestar públicamente la benevolencia con que seguimos a los miembros salesianos por sus méritos, hemos accedido con gusto a estas piadosas peticiones. Por ello, habiendo consultado con los Eminentísimos y Reverendísimos Señores Cardenales Prefectos de la Congregación de los Santos Ritos, por nuestro propio impulso, con conocimiento cierto y maduro juicio, y en virtud de la plenitud de la potestad apostólica, declaramos por el tenor de estas presentes Letras, y para siempre, que el templo dedicado al Santísimo Corazón de Jesús, situado en esta Nuestra Alma Ciudad y en el Castillo Pretorio, sea honrado con la dignidad y el título de Basílica Menor, con todos y cada uno de los honores, prerrogativas, privilegios e indulgencias que por derecho corresponden a las demás Basílicas Menores de esta Alma Ciudad. Ordenamos que estas Letras presentes sean firmes, válidas y siempre eficaces, y que produzcan íntegros sus efectos continuamente y se mantengan, y que sean plenamente favorables a quienes corresponda ahora y en el futuro; y que así se juzgue y defina, y que cualquier intento contrario sea nulo y sin efecto desde ahora, ya sea por cualquier autoridad, con conocimiento o por ignorancia. No obstante cualquier cosa en contrario.

            Dado en Roma, en San Pedro, bajo el anillo del Pescador, el día 11 de febrero de 1921, en el séptimo año de nuestro Pontificado.
P. CARD. GASPARRI, Secretario de Estado.




Devoción de Don Bosco al Sagrado Corazón de Jesús

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús, muy querida por Don Bosco, nace de las revelaciones a Santa Margarita María Alacoque en el monasterio de Paray-le-Monial: Cristo, mostrando su Corazón traspasado y coronado de espinas, pidió una fiesta reparadora el viernes después de la Octava del Corpus Domini. A pesar de las oposiciones, el culto se extendió porque ese Corazón, sede del amor divino, recuerda la caridad manifestada en la cruz y en la Eucaristía. Don Bosco invita a los jóvenes a honrarlo constantemente, sobre todo en el mes de junio, recitando la Corona y realizando actos de reparación que obtienen abundantes indulgencias y las doce promesas de paz, misericordia y santidad.

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús, que cada día crece más, escuchad, queridos jóvenes, cómo tuvo su origen. Vivía en Francia, en el monasterio de la Visitación de Paray le Monial, una humilde virgen llamada Margarita Alacoque, querida por Dios por su gran pureza. Un día, mientras estaba delante del Santísimo Sacramento para adorar al bendito Jesús, vio a su Esposo Celestial en el acto de descubrir su pecho y mostrarle su Sagrado Corazón, resplandeciente de llamas, rodeado de espinas, traspasado por una herida y coronado por una cruz. Al mismo tiempo, la oyó quejarse de la monstruosa ingratitud de los hombres y ordenarle que se esforzara para que el viernes después de la Octava del Corpus Domini se rindiera un culto especial a su Divino Corazón en reparación de las ofensas que Él recibe en la Santísima Eucaristía. La piadosa doncella, llena de confusión, expuso a Jesús lo incapaz que era para tan grande empresa, pero fue consolada por el Señor para que continuara en su obra, y la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús fue establecida a pesar de la viva oposición de sus adversarios.
Los motivos de este culto son múltiples: 1º Porque Jesucristo nos ofreció su Sagrado Corazón como sede de sus afectos; 2º Porque es símbolo de la inmensa caridad que Él nos demostró especialmente al permitir que su Sagrado Corazón fuera traspasado por una lanza; 3º Porque de este Corazón se mueven los fieles a meditar los dolores de Jesucristo y a profesarle gratitud.

Honremos, pues, constantemente este Divino Corazón, que por los muchos y grandes beneficios que ya nos ha hecho y nos hará, merece toda nuestra más humilde y amorosa veneración.

Mes de junio
Quien consagre todo el mes de junio al honor del Sagrado Corazón de Jesús con alguna oración diaria o devoción, obtendrá 7 años de indulgencia por cada día y una indulgencia plenaria al final del mes.

Corona al Sagrado Corazón de Jesús
Recitad esta Corona al Divino Corazón de Jesús Cristo para reparar los ultrajes que recibe en la Sagrada Eucaristía por parte de los infieles, los herejes y los malos cristianos. Recitadla solos o en grupo, si es posible ante la imagen del Divino Corazón o ante el Santísimo Sacramento:
V. Deus, in adjutorium meum intende (Oh Dios, ven a salvarme).
R. Domine ad adjuvandum me festina (Señor, ven pronto en mi ayuda).
Gloria Patri, etc.

1. Oh, amabilísimo Corazón de mi Jesús, adoro humildemente vuestra dulcísima amabilidad, que de manera singular mostráis en el Divino Sacramento a las almas aún pecadoras. Me duele veros correspondidos de manera tan ingrata, y quiero repararos las tantas ofensas que recibís en la Santísima Eucaristía de los herejes, de los infieles y de los malos cristianos.
Padre, Ave y Gloria.

2. Oh, humildísimo Corazón de mi Jesús Sacramentado, adoro tu profunda humildad en la Divina Eucaristía, ocultándote por amor nuestro bajo las especies del pan y del vino. ¡Oh, te lo ruego, Jesús mío, infunde en mi corazón esta virtud tan hermosa; yo, mientras tanto, procuraré compensarte por tantas ofensas que recibes en el Santísimo Sacramento por parte de los herejes, los infieles y los malos cristianos.
Padre, Ave y Gloria.

3. Oh, Corazón de mi Jesús, tan deseoso de sufrir, adoro esos deseos tan ardientes de encontrar tu dolorosa Pasión y de someterte a los agravios que tú mismo prevés en el Santísimo Sacramento. ¡Ah, Jesús mío! Tengo la sincera intención de compensarte con mi propia vida; quisiera impedir esas ofensas que, por desgracia, recibes en la Sagrada Eucaristía por parte de los herejes, los infieles y los malos cristianos.
Pater, Ave y Gloria.

4. Oh, corazón pacientísimo de mi Jesús, venero humildemente vuestra paciencia invencible al soportar por amor mío tantos dolores en la Cruz y tantos ultrajes en la Divina Eucaristía. ¡Oh, mi querido Jesús! Puesto que no puedo lavar con mi sangre aquellos lugares donde fuiste tan maltratado en uno y otro Misterio, te prometo, oh mi Bien Supremo, que usaré todos los medios para reparar a tu Divino Corazón tantos ultrajes que recibes en la Sagrada Eucaristía de los herejes, de los infieles y de los malos cristianos.
Padre, Ave y Gloria.

5. Oh Corazón de mi Jesús, amantísimo de nuestras almas en la admirable institución de la Santísima Eucaristía, adoro humildemente ese amor inmenso que nos llevas al darnos tu Divino Cuerpo y tu Divina Sangre como alimento. ¿Qué corazón no se estremece ante la vista de tan inmensa caridad? ¡Oh, mi buen Jesús! Dadme lágrimas abundantes para llorar y reparar tantas ofensas que recibís en el Santísimo Sacramento de los herejes, los infieles y los malos cristianos.
Pater, Ave y Gloria.

6. Oh Corazón de mi Jesús sediento de nuestra salvación, venero humildemente ese amor ardiente que os impulsó a realizar el Sacrificio inefable de la Cruz, renovándolo cada día en los Altares en la Santa Misa. ¿Es posible que ante tanto amor no arda el corazón humano lleno de gratitud? Sí, por desgracia, oh Dios mío; pero para el futuro te prometo hacer todo lo que pueda para reparar tantos ultrajes que recibes en este Misterio de amor por parte de los herejes, los infieles y los malos cristianos.
Pater, Ave y Gloria.

Quien recite solo los seis Padrenuestros, Ave Marías y Glorias ante el Santísimo Sacramento, diciendo el último Padrenuestro, Ave María y Gloria según la intención del Sumo Pontífice, obtendrá 300 días de indulgencia cada vez.

Promesas hechas por Jesucristo
a la beata Margarita Alacoque para los devotos de su Divino Corazón
Les daré todas las gracias necesarias en su estado.
Haré reinar la paz en sus familias.
Los consolaré en todas sus aflicciones.
Seré su refugio seguro en la vida, pero especialmente en la hora de la muerte.
Colmaré de bendiciones todas sus empresas.
Los pecadores encontrarán en mi Corazón la fuente y el océano infinito de la misericordia.
Las almas tibias se volverán fervientes.
Las almas fervientes ascenderán rápidamente a una gran perfección.

Bendeciré la casa donde se exponga y se honre la imagen de mi Sagrado Corazón.

Daré a los sacerdotes el don de conmover los corazones más endurecidos.
El nombre de las personas que propaguen esta devoción estará escrito en mi Corazón y nunca será borrado.

Acto de reparación contra las blasfemias.
Bendito sea Dios.
Bendito sea su Santo Nombre.
Bendito sea Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.
Bendito sea el nombre de Jesús.
Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.
Bendito sea su Amabilísimo Corazón.
Bendita sea la gran Madre de Dios, María Santísima.
Bendito sea el nombre de María, Virgen y Madre.
Bendita sea su Santa e Inmaculada Concepción.
Bendito sea Dios en sus Ángeles y en sus Santos.

Se concede una indulgencia de un año por cada vez: y plena a quien lo recite durante un mes, en el día en que haga la Santa Confesión y la Comunión.

Ofrenda al Sagrado Corazón de Jesús ante su santa imagen
Yo, NN., para estaros agradecido y reparar mis infidelidades, os entrego mi corazón y me consagro enteramente a vos, mi amable Jesús, y con vuestra ayuda me propongo no volver a pecar.

El Pontífice Pío VII concedió cien días de indulgencia una vez al día, recitándola con corazón contrito, y plenaria una vez al mes, a quien la recite todos los días.

Oración al Sagrado Corazón de María
Dios te salve, Augustísima Reina de la Paz, Madre de Dios; por el Sagrado Corazón de tu Hijo Jesús, Príncipe de la Paz, haz que se apacigüe su ira y que reine sobre nosotros en paz. Acuérdate, oh Virgen María, que nunca se ha oído en el mundo que hayas rechazado o abandonado a nadie que implorara tus favores. Animado por esta confianza, me presento ante ti: no desprecies, oh Madre del Verbo Eterno, mis ruegos, sino escúchalos favorablemente y dígnate atenderlos, oh Clemente, oh Piadosa, oh Dulce Virgen María.
Pío IX concedió la indulgencia de 300 días cada vez que se recite devotamente esta oración, y la indulgencia plenaria una vez al mes a quien la haya recitado todos los días.

Oh Jesús, ardiente de amor,
Nunca te ofendí;
Oh, mi dulce y buen Jesús,
No quiero ofenderte más.

Sagrado Corazón de María,
Haz que salve mi alma.
Sagrado Corazón de mi Jesús,
Haz que te ame cada vez más.

A vos entrego mi corazón,
Madre de mi Jesús, Madre de amor.

(Fuente: «Il Giovane Provveduto per la pratica de’ suoi doveri negli esercizi di cristiana pietà per la recita dell’Uffizio della b. Vergine dei vespri di tutto l’anno e dell’uffizio dei morti coll’aggiunta di una scelta di laudi sacre, pel sac. Giovanni Bosco, 101ª edición, Turín, 1885, Tipografía y Librería Salesiana, S. Benigno Canavese – S. Per d’Arena – Lucca – Nizza Marittima – Marsella – Montevideo – Buenos Aires», pp. 119-124 [Obras publicadas, pp. 247-253]).

Foto: Estatua del Sagrado Corazón en bronce dorado sobre el campanario de la Basílica del Sagrado Corazón en Roma, donada por los exalumnos salesianos de Argentina. Erigida en 1931, es una obra realizada en Milán por Riccardo Politi según el diseño del escultor Enrico Cattaneo de Turín.




Don Bosco y el Sagrado Corazón. Custodiar, reparar, amar

En 1886, en vísperas de la consagración de la nueva Basílica del Sagrado Corazón en el centro de Roma, el «Boletín Salesiano» quiso preparar a sus lectores —colaboradores, benefactores, jóvenes, familias— para un encuentro vital con «el Corazón traspasado que sigue amando». Durante todo un año, la revista presentó ante los ojos del mundo salesiano un auténtico «rosario» de meditaciones: cada número vinculaba un aspecto de la devoción a una urgencia pastoral, educativa o social que Don Bosco —ya agotado, pero muy lúcido— consideraba estratégica para el futuro de la Iglesia y de la sociedad italiana. Casi ciento cuarenta años después, esa serie sigue siendo un pequeño tratado de espiritualidad del corazón, escrito en un tono sencillo pero lleno de ardor, capaz de conjugar contemplación y práctica. Presentamos aquí una lectura unitaria de ese recorrido mensual, mostrando cómo la intuición salesiana sigue hablando hoy.


Febrero – La guardia de honor: velar por el Amor herido
            El nuevo año litúrgico se abre, en el Boletín, con una invitación sorprendente: no solo adorar a Jesús presente en el sagrario, sino «hacerle guardia», un turno de una hora elegido libremente en el que cada cristiano, sin interrumpir sus actividades cotidianas, se convierte en centinela amoroso que consuela al Corazón traspasado por la indiferencia del carnaval. La idea, nacida en Paray-le-Monial y florecida en muchas diócesis, se convierte en un programa educativo: transformar el tiempo en espacio de reparación, enseñar a los jóvenes que la fidelidad nace de pequeños actos constantes, hacer de la jornada una liturgia difundida. El voto asociado —destinar los ingresos del Manual de la Guardia de Honor a la construcción de la basílica romana— revela la lógica salesiana: la contemplación que se traduce inmediatamente en ladrillos, porque la verdadera oración edifica (literalmente) la casa de Dios.

Marzo – Caridad creativa: el sello salesiano
            En la gran conferencia del 8 de mayo de 1884, el cardenal Parocchi resumió la misión salesiana en una palabra: «caridad». El Boletín retoma ese discurso para recordar que la Iglesia conquista el mundo más con gestos de amor que con disputas teóricas. Don Bosco no funda escuelas de élite, sino hospicios populares; no saca a los chicos del entorno solo para protegerlos, sino para devolverlos a la sociedad como ciudadanos sólidos. Es la caridad «según las necesidades del siglo»: respuesta al materialismo no con polémicas, sino con obras que muestran la fuerza del Evangelio. De ahí la urgencia de un gran santuario dedicado al Corazón de Jesús: hacer que en el corazón de Roma se eleve un signo visible de ese amor que educa y transforma.

Abril – Eucaristía: «obra maestra del Corazón de Jesús»
            Para Don Bosco, nada es más urgente que devolver a los cristianos a la Comunión frecuente. El Boletín recuerda que «no hay catolicismo sin la Virgen y sin la Eucaristía». La mesa eucarística es «el origen de la sociedad cristiana»: de ella nacen la fraternidad, la justicia y la pureza. Si la fe languidece, hay que reavivar el deseo del Pan vivo. No es casualidad que san Francisco de Sales confiara a las Visitandinas la misión de custodiar el Corazón eucarístico: la devoción al Sagrado Corazón no es un sentimiento abstracto, sino un camino concreto que conduce al sagrario y desde allí se derrama por las calles. Y es de nuevo la obra romana la que sirve de verificación: cada lira ofrecida para la basílica se convierte en un «ladrillo espiritual» que consagra a Italia al Corazón que se entrega.

Mayo – El Corazón de Jesús resplandece en el Corazón de María
            El mes mariano lleva al Boletín a entrelazar las dos grandes devociones: entre los dos Corazones existe una profunda comunión, simbolizada por la imagen bíblica del «espejo». El Corazón inmaculado de María refleja la luz del Corazón divino, haciéndola soportable a los ojos humanos: quien no se atreve a mirar fijamente al Sol, mira su resplandor reflejado en la Madre. Culto de latría para el Corazón de Jesús, de «hiperdulia» para el de María: distinción que evita los equívocos de los polemistas jansenistas de ayer y de hoy. El Boletín desmonta las acusaciones de idolatría e invita a los fieles a un amor equilibrado, donde la contemplación y la misión se alimentan mutuamente: María introduce al Hijo y el Hijo conduce a la Madre. Con vistas a la consagración del nuevo templo, se pide unir las dos invocaciones que se alzan sobre las colinas de Roma y Turín: Sagrado Corazón de Jesús y María Auxiliadora.

Junio – Consolaciones sobrenaturales: el amor que obra en la historia
            Doscientos años después de la primera consagración pública al Sagrado Corazón (Paray-le-Monial, 1686), el Boletín afirma que la devoción responde a la enfermedad de la época: «enfriamiento de la caridad por exceso de iniquidad». El Corazón de Jesús —Creador, Redentor, Glorificador— se presenta como el centro de toda la historia: desde la creación hasta la Iglesia, desde la Eucaristía hasta la escatología. Quien adora ese Corazón entra en un dinamismo que transforma la cultura y la política. Por eso, el papa León XIII pidió a todos que acudieran al santuario romano: monumento de reparación, pero también «dique» contra el «río inmundo» del error moderno. Es un llamamiento que suena actual: sin caridad ardiente, la sociedad se deshilacha.
Julio – Humildad: el rostro de Cristo y del cristiano
            La meditación estival elige la virtud más descuidada: la humildad, «gema trasplantada por la mano de Dios en el jardín de la Iglesia». Don Bosco, hijo espiritual de san Francisco de Sales, sabe que la humildad es la puerta de las demás virtudes y el sello de todo verdadero apostolado: quien sirve a los jóvenes sin buscar visibilidad hace presente «el ocultamiento de Jesús durante treinta años». El Boletín desenmascara la soberbia disfrazada de falsa modestia e invita a cultivar una doble humildad: la del intelecto, que se abre al misterio, y la de la voluntad, que obedece a la verdad reconocida. La devoción al Sagrado Corazón no es sentimentalismo: es escuela de pensamiento humilde y de acción concreta, capaz de construir la paz social porque elimina del corazón el veneno del orgullo.

Agosto – Mansedumbre: la fuerza que desarma
            Después de la humildad, la mansedumbre: virtud que no es debilidad, sino dominio de sí mismo, «el león que engendra miel», dice el texto refiriéndose al enigma de Sansón. El Corazón de Jesús se muestra manso al acoger a los pecadores, firme en la defensa del templo. Se invita a los lectores a imitar ese doble movimiento: dulzura hacia las personas, firmeza contra el error. San Francisco de Sales vuelve a ser modelo: con tono apacible derramó ríos de caridad en la turbulenta Ginebra, convirtiendo más corazones de los que habrían conquistado las duras polémicas. En un siglo que «pecaba de no tener corazón», construir el santuario del Sagrado Corazón significaba erigir un gimnasio de mansedumbre social, una respuesta evangélica al desprecio y a la violencia verbal que ya entonces envenenaban el debate público.

Septiembre – Pobreza y cuestión social: el Corazón que reconcilia a ricos y pobres
            El estruendo del conflicto social, advierte el Boletín, amenaza con «reducir a escombros el edificio civil». Estamos en plena «cuestión obrera»: los socialistas agitan a las masas, el capital se concentra. Don Bosco no niega la legitimidad de la riqueza honesta, pero recuerda que la verdadera revolución comienza en el corazón: el Corazón de Jesús proclamó bienaventurados a los pobres y vivió en primera persona la pobreza. El remedio pasa por una solidaridad evangélica alimentada por la oración y la generosidad. Hasta que no se termine el templo romano —escribe el periódico—, faltará el signo visible de la reconciliación. En las décadas siguientes, la doctrina social de la Iglesia desarrollará estas intuiciones, pero la semilla ya está aquí: la caridad no es limosna, es justicia que nace de un corazón transformado.

Octubre – La infancia: sacramento de la esperanza
            «Ay de aquel que escandaliza a uno de estos pequeños»: en boca de Jesús, la invitación se convierte en advertencia. El Boletín recuerda los horrores del mundo pagano contra los niños y muestra cómo el cristianismo ha cambiado la historia al confiar a los pequeños un lugar central. Para Don Bosco, la educación es un acto religioso: en la escuela y en el oratorio se guarda el tesoro de la Iglesia futura. La bendición de Jesús a los niños, reproducida en las primeras páginas del periódico, es una manifestación del Corazón que «se estrecha como un padre» y anuncia la vocación salesiana: hacer de la juventud un «sacramento» que hace presente a Dios en la ciudad. Las escuelas, los colegios, los talleres no son opcionales: son la forma concreta de honrar el Corazón de Jesús vivo en los jóvenes.

Noviembre – Triunfos de la Iglesia: la humildad vence a la muerte
            La liturgia recuerda a los santos y a los difuntos; el Boletín medita sobre el «triunfo manso» de Jesús que entra en Jerusalén. La imagen se convierte en clave de lectura de la historia de la Iglesia: se alternan los éxitos y las persecuciones, pero la Iglesia, como el Maestro, siempre resucita. Se invita a los lectores a no dejarse paralizar por el pesimismo: las sombras del momento (leyes anticlericales, reducción de las órdenes, propaganda masónica) no borran el dinamismo del Evangelio. El templo del Sagrado Corazón, surgido entre la hostilidad y la pobreza, será el signo tangible de que «la piedra sellada ha sido removida». Colaborar en su construcción significa apostar por el futuro de Dios.

Diciembre – Bienaventuranza del dolor: la Cruz acogida por el corazón
            El año se cierra con la más paradójica de las bienaventuranzas: «Bienaventurados los que lloran». El dolor, escándalo para la razón pagana, se convierte en el Corazón de Jesús en camino de redención y fecundidad. El Boletín ve en esta lógica la clave para leer la crisis contemporánea: las sociedades fundadas en el entretenimiento a toda costa producen injusticia y desesperación. Aceptado en unión con Cristo, en cambio, el dolor transforma los corazones, fortalece el carácter, estimula la solidaridad, libera del miedo. Incluso las piedras del santuario son «lágrimas transformadas en esperanza»: pequeñas ofrendas, a veces fruto de sacrificios ocultos, que construirán un lugar desde el que lloverán, promete el periódico, «torrentes de castas delicias».

Un legado profético
            En el montaje mensual del Boletín Salesiano de 1886 llama la atención la pedagogía del crescendo: se parte de la pequeña hora de guardia y se llega a la consagración del dolor; del fiel individual a las obras nacionales; del tabernáculo atornillado del oratorio a los bastiones del Esquilino. Es un itinerario que entrelaza tres ejes fundamentales:
            Contemplación: el Corazón de Jesús es ante todo un misterio que hay que adorar: vigilia, Eucaristía, reparación.
            Formación: cada virtud (humildad, mansedumbre, pobreza) se propone como medicina social, capaz de curar las heridas colectivas.
            Construcción: la espiritualidad se convierte en arquitectura: la basílica no es un ornamento, sino un laboratorio de ciudadanía cristiana.
            Sin forzar, podemos reconocer aquí el presagio de temas que la Iglesia desarrollará a lo largo del siglo XX: el apostolado de los laicos, la doctrina social, la centralidad de la Eucaristía en la misión, la protección de los menores, la pastoral del sufrimiento. Don Bosco y sus colaboradores captan los signos de los tiempos y responden con el lenguaje del corazón.

            El 14 de mayo de 1887, cuando León XIII consagró la Basílica del Sagrado Corazón, a través de su vicario Cardenal Lucido María Parocchi, don Bosco – demasiado débil para subir al altar – asistió escondido entre los fieles. En ese momento, todas las palabras del Boletín de 1886 se convirtieron en piedra viva: la guardia de honor, la caridad educativa, la Eucaristía centro del mundo, la ternura de María, la pobreza reconciliadora, la bienaventuranza del dolor. Hoy esas páginas piden un nuevo aliento: nos toca a nosotros, consagrados o laicos, jóvenes o ancianos, continuar la vigilia, levantar obras de esperanza, aprender la geografía del corazón. El programa sigue siendo el mismo, sencillo y audaz: guardar, reparar, amar.

En la foto: Pintura del Sagrado Corazón, situada en el altar mayor de la Basílica del Sagrado Corazón de Roma. La obra fue encargada por Don Bosco y confiada al pintor Francesco de Rohden (Roma, 15 de febrero de 1817 – 28 de diciembre de 1903).