Misionero en la Amazonia

Ser misioneros en la Amazonia significa dejarse evangelizar por la selva

La belleza de los indígenas de Río Negro conquista los corazones e influye de tal manera que hace que el propio corazón cambie, se expanda, se sorprenda y se identifique con esta tierra, ¡hasta el punto de ser imposible olvidar la «querida Amazonia»! Esta es la experiencia de Leonardo Tadeu da Silva Oliveira, un joven salesiano en el corazón de la Amazonia.

¿Cómo surgió en tu corazón la idea de ser misionero?
Durante muchos años este deseo ha madurado dentro mío al escuchar las historias de los misioneros salesianos, sus testimonios como portadores del amor de Dios al mundo. Siempre he admirado a estos hermanos que, habiendo experimentado el amor divino en sus vidas, no podían permanecer en silencio, sino que se sentían obligados a anunciarlo a los demás para que ellos también pudieran manifestar cuánto eran amados por Dios. Entonces pedí hacer una experiencia entre los indígenas en las misiones salesianas de la Amazonia. En el 2021 empecé a vivir y trabajar como «tirocinante» en la comunidad misionera de São Gabriel da Cachoeira, en el estado de Amazonia. Fue una verdadera «escuela misionera», llena de nuevos descubrimientos y experiencias, de desafíos nunca imaginados, afrontando realidades hasta entonces totalmente desconocidas.

¿Cuáles fueron tus primeras impresiones al llegar a una tierra desconocida?
Desde el primer momento en que miré por la ventanilla del avión vi la inmensidad de la selva y los numerosos ríos. Ahí mi mente hizo «clic»: ¡estoy realmente en la Amazonia! Como he visto siempre en la televisión, la región del Amazonas es de una belleza exuberante con hermosos paisajes naturales, verdaderas obras maestras de Dios creador. Otra primera impresión muy bonita es ver a tantos hermanos y hermanas indígenas con características físicas para mí llamativas como el color de su piel, sus ojos brillantes y su pelo negro. Ver la diversidad y la riqueza cultural de la Amazonia me hace valorar nuestra historia, recordar nuestro origen como Brasil y comprender mejor quiénes somos como pueblo.

 

¿Y por qué la elección del Amazonas? ¿Qué tiene de especial para vos?
La Iglesia, incluida nuestra Congregación Salesiana, es esencialmente misionera. No obstante, en la región del Norte esto está aún más marcado porque los territorios son inmensos; el acceso, generalmente por vía fluvial, es difícil y costoso; la diversidad cultural y lingüística es enorme y hay una gran carencia de sacerdotes, religiosos y líderes laicos que puedan llevar a cabo la evangelización y ser presencia de la Iglesia en estas tierras. Por tanto, hay mucho trabajo, es un trabajo «pesado» y exigente. No se trata solamente del servicio de las visitas, la predicación, la celebración de los sacramentos (como podría pensarse de la vida misionera), sino que significa compartir la vida y el trabajo del pueblo, llevar pesadas cargas, sentir en la propia piel las privaciones, la exclusión y el abandono del pueblo por parte de los políticos; pasar horas en el camino o en el río; sentir las picaduras de los insectos; comer la comida de la gente sencilla, «sazonada» con las especias del amor, del compartir y de la acogida; escuchar las historias de los ancianos, a menudo con palabras y expresiones que no conocemos bien; tener los pies y la ropa embarrados, los coches sin calefacción; estar sin internet y, a veces, incluso sin electricidad… ¡Todo esto implica la vida misionera salesiana en la Amazonia!

Cuéntanos algo más sobre la obra salesiana donde has vivido. ¿Qué hacen los salesianos por los jóvenes de la región?
Una de las finalidades de nuestra comunidad salesiana en San Gabriel es el Oratorio y la Obra Social: está el patio salesiano de recreación, donde se realiza un trabajo directo con los jóvenes del «Gabriel» que frecuentan cada día nuestro Oratorio. Encuentran en nuestra casa un lugar para jugar, divertirse y convivir sanamente con sus amigos y compañeros. Los jóvenes de aquí aman el deporte, especialmente el fútbol que es la pasión nacional. Como la ciudad no ofrece muchas opciones de deporte y buen uso del tiempo libre, los niños están presentes en nuestro trabajo durante todo el tiempo en que estamos abiertos, y se quejan mucho cuando llega la hora de finalizar las actividades del día. Cada día pasan por nuestra obra una media de 150 a 200 jóvenes. Además, el Centro Misionero Salesiano ofrece cursos para adolescentes y jóvenes, como por ejemplo talleres de informática y panadería.

Y si un joven que tiene la experiencia de conocerlos y apreciar el carisma, expresa el deseo de hacerse salesiano, ¿hay un recorrido de formación?
Sí, desde hace algunos años nuestra comunidad también gestiona el «Centro de Formaçao Indígena» (CFI), que tiene como objetivo acoger y acompañar a los jóvenes indígenas de todas nuestras comunidades misioneras que estén dispuestos a seguir un acompañamiento vocacional y ser ayudados en la elaboración de un Proyecto de Vida. Este acompañamiento constituye la Aspiración Indígena de la Inspectoría Misionera Salesiana de Amazonia (ISMA). Además de ofrecer este itinerario formativo, el CFI ofrece cursos de portugués, salesianidad, informática y panadería, acompañamiento espiritual y psicológico e inserción gradual en la vida salesiana. Realmente es una experiencia muy valorada por ellos, ya que son los primeros pasos en el camino formativo y se realiza en el ambiente de ellos, con su gente, con el afecto y la cercanía de los salesianos y de los laicos animadores.

¿Dice que hay otras comunidades misioneras además de San Gabriel? ¿Cómo es esto? ¿Cómo funciona el trabajo misionero en Río Negro?
Nuestra comunidad de San Gabriel, por tener más conexiones y servicios, es la base y la que se encarga del enlace y la logística con las misiones nuestras que están en el interior, especialmente Maturacá (con el pueblo Yanomami) e Iauaretê (en el «triángulo tukano»). En estas realidades misioneras, no existe un comercio formal, y cuando lo hay, los precios son extremadamente altos. Por lo tanto, todas las compras de alimentos, productos de higiene, materiales para reparaciones, combustible para las embarcaciones utilizadas en las «itinerancias» (visitas pastorales a las comunidades ribereñas) y la producción de electricidad por medio de un generador, se realizan en San Gabriel, y luego son enviadas por nosotros, a través del transporte fluvial, a estas localidades. Es un trabajo manual muy intenso, porque tenemos que comprar y luego transportar mucho peso en los barcos que llevarán estos productos a nuestros hermanos para que viven y trabajan en las otras misiones. Llevamos bolsas de comida, cajas de espuma de poliestireno con carne y varias «carotes» (contenedores de plástico para transportar líquidos) de 50 litros de combustible cada una. Además de esto, nuestra casa tiene varias habitaciones, siempre disponibles y preparadas para acoger a los hermanos misioneros que están de paso en San Gabriel, ya sea que vayan o regresen de las otras misiones. Se trata de un verdadero trabajo de asistencia y creación de redes.

Y de estos «itinerarios» por los ríos, ¿recuerdas alguna experiencia fuerte?
Sí, por supuesto, en relación con las «itinerancias», una experiencia que me marcó profundamente fue la itinerancia en Maturacá. Vivimos días de profunda experiencia de encuentro con Dios a través del compartir con el otro, con los que son diferentes a nosotros, con el prójimo, porque en las comunidades del pueblo Yanomami hicimos la visita pastoral, conocida como itinerancia.

Además de la sede de la Misión Salesiana en Maturacá, visitamos otras seis comunidades (Nazaré, Cachoeirinha, Aiari, Maiá, Marvim e Inambú). Fueron días intensos y desafiantes. En primer lugar, porque cada comunidad está muy alejada de las demás y el acceso sólo es posible a través de los ríos de nuestro querido Amazonas, recorridos en una embarcación motorizada (llamada «voadeira»), bajo un sol fuerte o una lluvia intensa. En segundo lugar, son comunidades tradicionales yanomami, por lo que el choque cultural es inevitable, ya que tienen hábitos, costumbres y formas de vida completamente diferentes a las de nosotros, los no indígenas. En tercer lugar, están los desafíos prácticos, como la falta de electricidad las 24 horas del día, la ausencia de señal telefónica, la escasez en la posibilidad de elección y variedad de alimentos, la necesidad de bañarse y lavar la ropa en el río, convivir con los insectos y otros animales del bosque… Se trata de una verdadera «inmersión» antropológica y espiritual.
Celebramos la Eucaristía en todas las comunidades y numerosos bautismos en algunas de ellas, visitamos a las familias y rezamos con los niños. Ha sido una experiencia fantástica de encuentro, días especiales, días de agradecimiento, días de volver a lo más esencial de nuestra fe y de nuestra Espiritualidad Juvenil Salesiana: esto es el amor a Jesús, fruto de nuestro encuentro personal con Él, y el amor al prójimo que se manifiesta en el deseo de estar con él y de hacerse amigo suyo.

Esta extraordinaria «itinerancia» sin dudas te ha hecho aprender muchas cosas en tu vida, ¿es así?
La itinerancia es una verdadera «escuela» y nos da algunas lecciones de vida: una es el desapego, ya que mientras acumulamos más «cosas», más «pesado» se hace el viaje; vivir el presente, ya que, en medio de la Amazonia, sin acceso a los medios de información, el único contacto es con la realidad presente, la que nos rodea, la selva, el río, el cielo, la barca; otra es la gratuidad, porque afrontamos las dificultades y el cansancio sin esperar gestos de gratitud humana. Por último, la itinerancia geográfica nos lleva a una «itinerancia interior», a la conversión, al retorno a lo esencial de la vida y de la fe. Navegar por los ríos de la Amazonia es navegar hacia ríos interiores.  Estar en las misiones es estar constantemente provocados a liberarse de ideas preconcebidas y rígidas para ser más libres de amar, recibir al otro y anunciarle la alegría del Evangelio.

Una lección muy especial que aprendo cada día en las misiones es que para ser un buen misionero debo ser alguien profundamente marcado y tocado por el amor misericordioso de Dios, y sólo a partir de esta experiencia puedo estar dispuesto a «llevar» y «mostrar» a todas partes cómo Dios nos ama y puede transformar toda la vida. También aprendo que, siendo misionero, tomo y muestro este amor, antes que nada, con mi propia vida entregada a la misión. Sin decir una palabra, por el simple hecho de dejar mis orígenes y abrazar nuevas culturas, puedo revelar que el amor de Dios vale mucho más que todas las cosas que consideramos valiosas en nuestras vidas. Por eso, la vida del misionero es de por sí, su primer y mayor testimonio y proclamación.

Has vivido esta experiencia misionera, pero ¿se podría decir que también tú has sido evangelizado? En su corazón, ¿qué le ha dado más satisfacciones?
Finalmente, estando en San Gabriel, el municipio más indígena de Brasil, «hogar» de 23 grupos étnicos, multiculturales y multilingües, me doy cuenta cada día de que, al llamarnos a ser misioneros, Dios nos invita a dejarnos encantar por la belleza y el misterio que es cada persona y cada cultura de nuestro mundo. Por eso, a ejemplo del Maestro Jesús, misionero del Padre, estamos llamados a «vaciarnos» de todo para «llenarnos» de las bellezas y maravillas presentes en cada rincón de la tierra y asociarlas a la preciosidad del Evangelio. Esta fue una de las experiencias más profundas para mí.

Finalmente creo que la satisfacción viene de las sonrisas y los gritos de nuestros niños y niñas jugando, corriendo, saltando, lanzando una pelota, contando sus chistes; viene de las miradas curiosas y brillantes de los hombres y mujeres del bosque; la alegría viene de contemplar la belleza de la naturaleza, la generosidad de la gente y la perseverancia de los cristianos que, a veces, permanecen durante meses sin la presencia de un sacerdote, pero que miran y tocan con amor y devoción los piececitos de la pequeña imagen de la Virgen o la cruz del altar. En las misiones salesianas de Río Negro se aprende a vivir sin excesos, a valorar la sencillez y a alegrarse de las pequeñas cosas de la vida. Aquí todo se convierte en fiesta, baile, música, celebración, fe… Aquí se vive en la misma pobreza y sencillez que en los inicios de Valdocco, donde vivieron y se santificaron Don Bosco, Mamá Margarita, el adolescente Domingo Savio, el Padre Miguel Rúa, y tantos otros. ¡Estar en la Amazonia ciertamente nos enriquece como personas, como cristianos y como salesianos de Don Bosco!

Entrevista del P. Gabriel ROMERO al joven salesiano Leonardo Tadeu DA SILVA OLIVEIRA, de la Inspectoría de São João Bosco, con sede en Belo Horizonte, Minas Gerais, Brasil.

Galería de fotos de la Amazonia

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Nuevos misioneros

El mensaje del rector mayor P. Ángel FERNÁNDEZ ARTIME

La primera expedición misionera fue bendecida por las lágrimas de Don Bosco que dijo:

«Estamos comenzando una gran obra. ¿Quién sabe si esta partida no será como una semilla de la que surgirá una gran planta?»

La profecía se ha hecho realidad.

La primera expedición misionera fue bendecida por las lágrimas de Don Bosco que dijo: «Estamos comenzando una gran obra. ¿Quién sabe si esta partida no será como una semilla de la que surgirá una gran planta?». La profecía se ha hecho realidad.

La primera vez fue inolvidable. Era la fiesta de San Martín en 1875. El mundo no lo sabía, pero en aquel rincón de Turín llamado Valdocco comenzaba una empresa extraordinaria: diez jóvenes salesianos partían hacia Argentina. Fueron los primeros misioneros salesianos.

Las Memorias Biográficas relatan ese momento con acentos épicos: «Eran las 4 y sonaban las primeras notas de las campanas cuando se sintió un impetuoso ruido en la casa con un violento golpeteo de puertas y ventanas. Se había levantado un viento tan fuerte que parecía que iba a derribar el oratorio. Puede que haya sido una casualidad, pero el hecho es que un viento similar sopló a la hora en que se colocó la primera piedra de la Iglesia de María Auxiliadora y un viento parecido se repitió en la consagración del santuario».

La basílica estaba llena de gente. Don Bosco subió al púlpito. «Cuando apareció se produjo un profundo silencio en aquel mar de gente; un temblor de emoción recorrió todo el auditorio, que bebió con avidez sus palabras. Cada vez que mencionaba directamente a los misioneros, su voz se velaba hasta casi morir en sus labios. Con esfuerzos varoniles contuvo las lágrimas, pero el público lloró».

«La voz me falla, las lágrimas ahogan las palabras. Solo puedo deciros que, aunque en este momento mi alma se conmueve por vuestra partida, mi corazón goza de un gran consuelo al ver a nuestra congregación fortalecida; al ver que en nuestra insignificancia también nosotros ponemos en este momento nuestra piedrecita en el gran edificio de la Iglesia. Sí, salid con valor, pero recordad que existe una sola Iglesia que se extiende por Europa y América y por todo el mundo y que recibe a los habitantes de todas las naciones que quieren venir a refugiarse en su abrazo materno. Como salesianos, en cualquier parte remota del mundo en que os encontréis, no olvidéis que aquí en Italia tenéis un padre que os ama en el Señor y una congregación que piensa en vosotros y se ocupa de vosotros y que os acogerá siempre como hermanos. Así que adelante. Tendréis que enfrentaros a toda clase de dificultades, penurias y peligros, pero no temáis: Dios está con vosotros. Iréis, pero no iréis solos; todos os acompañarán. ¡Adiós! Tal vez no podamos volver a vernos todos en esta tierra» (MB XI, 381-390). Abrazándolos, Don Bosco entregó a cada uno una hojita de papel con veinte recuerdos especiales, algo así como un testamento paterno para los niños que tal vez nunca volvería a ver. Los había escrito a lápiz en su cuaderno durante un reciente viaje en tren.

El árbol crece

El 25 de septiembre hemos revivido ese momento de gracia por 153.ª vez. Hoy se llaman Oscar, Sébastien, Jean-Marie, Tony, Carlos… Son 25, jóvenes, preparados, y llevan en sus ojos y en sus corazones la conciencia y el coraje de los primeros. Ellos son la vanguardia de lo que se ha pedido a toda la Familia Salesiana para este sexenio: audacia, profecía y fidelidad.

Don Bosco había hecho una pequeña profecía: «Estamos comenzando una gran obra, no porque pretendamos o creamos que vamos a convertir a todo el universo en pocos días, no. Pero, ¿quién sabe? ¿Quién sabe si esta partida y este pequeño gesto no serán como una semilla de la que surgirá una gran planta? ¿Quién puede decir que no será como un grano de mijo o de mostaza que va creciendo poco a poco, para hacer mucho bien? ¿Quién sabe si esta partida no ha despertado en los corazones de muchos el deseo de consagrarse a Dios en las misiones, uniéndose a nosotros y fortaleciendo nuestras filas? Eso espero. He visto el altísimo número de los que pidieron ser elegidos» (MB XI, 385).

«Ser misionero’. ¡Qué palabra!», declara un salesiano después de cuarenta años de vida misionera. «Una persona mayor me dijo: “No me hables de Cristo: siéntate aquí a mi lado, quiero sentir tu olor y, si es el suyo, entonces podrás bautizarme».

El quinto consejo de Don Bosco a los misioneros fue: «Cuiden especialmente a los enfermos, a los niños, a los ancianos y a los pobres».

Vivimos una época que debe ser afrontada con una mentalidad renovada, que «sepa superar las fronteras». En un mundo en el que las fronteras corren el riesgo de cerrarse cada vez más, la profecía de nuestra vida consiste también en esto: en mostrar que para nosotros no hay fronteras. La única realidad que tenemos es Dios, el Evangelio y la misión.

Mi sueño es que hoy y en los próximos años decir «Salesianos de Don Bosco» signifique, para la gente que escucha nuestro nombre, que somos unos consagrados un poco «locos», es decir, «locos» porque amamos a los jóvenes, especialmente a los más pobres, a los más abandonados e indefensos, con un verdadero corazón salesiano. Esta me parece la más bella definición que se puede dar hoy de los Hijos de Don Bosco. Estoy convencido de que nuestro padre querría precisamente esto.

Siguen partiendo para entregar su vida a Dios. No solo con palabras. La Congregación también ha pagado el tributo de la sangre. El lema sacerdotal que el mártir Rudolf Lunkenbein eligió para su ordenación fue: «He venido a servir y a dar mi vida». En su última visita a Alemania, en 1974, su madre le rogó que tuviera cuidado, porque le habían informado de los riesgos que corría su hijo. Él respondió: «Madre, ¿por qué te preocupas? No hay nada más hermoso que morir por la causa de Dios. Ese sería mi sueño».

Tengo la firme convicción de que nuestra familia debe caminar en los próximos seis años hacia una mayor universalidad y sin fronteras. Las naciones tienen fronteras. Nuestra generosidad, que sostiene la misión, no puede ni debe conocer límites. La profecía de la que debemos ser testigos como congregación no incluye fronteras.

Un misionero contó que había celebrado una misa para los indígenas de las montañas cerca de Cochabamba, Bolivia. Era un sacerdote joven y apenas conocía la lengua quechua y al final, mientras caminaba hacia su casa, sintió que había sido un fiasco y que no había logrado comunicarse en absoluto. Pero un viejo campesino, mal vestido, se presentó y dio las gracias al joven misionero por haber ido.

Entonces hizo algo increíble: «Antes de que pueda abrir la boca, el viejo campesino mete la mano en los bolsillos de su capa y saca dos puñados de pétalos de rosa de varios colores. Se pone de puntillas y, con gestos, me pide que lo ayude bajando la cabeza. Entonces deja caer los pétalos sobre mi cabeza y yo me quedo sin palabras. Vuelve a rebuscar en sus bolsillos y consigue extraer otros dos puñados de pétalos. Sigue repitiendo el gesto, y sus provisiones de pétalos de rosa rojos, rosa y amarillos parecen interminables. Me quedo parado y dejo que lo haga, mirando mis huaraches (sandalias de cuero) mojados por mis lágrimas y cubiertos de pétalos de rosa. Al final se despide y me quedo solo. A solas con la fresca fragancia de las rosas». Puedo decir por experiencia que millones de familias de todo el mundo están llenas de gratitud hacia los salesianos que se han convertido en «evangelio» en medio de ellos.




Carta Rector Mayor. Llamada misionera 2023

Recordamos el día en el que hace 163 años – 18 de diciembre de 1859 – Don Bosco fundó nuestra “Pía Sociedad de San Francisco de Sales”. Desde entonces esa no ha dejado jamás de difundirse.

Gracias a nuestros misioneros hoy el carisma de Don Bosco está presente en 134 países y estamos preparándonos para iniciar nuevas presencias en Nigeria y Argelia el próximo año. Ya el 6o sucesor de Don Bosco, Don Luis Ricceri, nos ha recordado que el espíritu y el compromiso misionero no eran sólo un interés personal de nuestro fundador, sino un verdadero charisma fundationis que él nos ha transmitido a los salesianos y a toda la Familia Salesiana (ACG 267, p. 14). Por esto, hoy, es una hermosa ocasión para enviarles esta llamada misionera.

Al momento de enviar la primera expedición misionera en el 1875, Don Bosco, había hecho una profesía: “…Quién sabe que no sea esta primera expedición como una semilla de la cual surgirá una gran planta?… ¿Quién sabe que esta expedición no haya despertado en el corazón de muchos el deseo de consagrarse a Dios para las Misiones, haciendo cuerpo con nosotros y reforzando nuestras filas? Así lo espero…” (MB XI, 385). De hecho, no obstante que en el 1875 sólo fueran 171 salesianos (64 profesos perpetuos, de los cuales 49 eran sacerdotes, y 107 profesos temporales) y 81 novicios, Don Bosco había enviado 11 salesianos a la Argentina. Cuando murió eran 773 salesianos, de los cuales 137 eran misioneros enviados por el mismo Don Bosco en 11 expediciones misioneras. Hoy nos encontramos en un contexto muy diferente al tiempo de Don Bosco.

Hoy “las misiones” no pueden ser comprendidas sólo como desplazamientos hacia “las tierras de misión”, como fue una vez. Hoy los misioneros salesianos provienen de los cinco continentes y son enviados por el Rector Mayor a los cinco continentes. En un mundo en el cual las fronteras tienden a cerrarse siempre más y más, los misioneros salesianos son enviados, no sólo para responder a una necesidad de personal, sino, sobre todo, para testimoniar que para nosotros no existen las fronteras, para contribuir al diálogo intercultural, a la inculturación de la fe y de nuestro carisma y para animar procesos que puedan generar nuevas vocaciones locales.

En mi primera carta como Rector Mayor he manifestado mi convicción que “una gran riqueza de nuestra Congregación sea su capacidad misionera” (ACG, 419, p. 24). Tengo la firme convicción que nosotros los salesianos tenemos necesidad de caminar hacia una mayor conciencia de nuestra internacionalidad. Y la generosidad misionera de los hermanos es un testimonio profético que nuestra Congregación no tiene fronteras.

En efecto, la presencia de los misioneros en la Inspectoría ayuda a reflexionar mejor sobre la internacionalidad de nuestra Congregación y a entender que el carisma salesiano no es monocolor y que las diferencias y la multiculturalidad enriquecen a la Inspectoría y a toda nuestra Congregación.

Al contrario, una Inspectoría compuesta sólo por hermanos de la misma cultura corre el riego de reducirse a un enclave étnico, menos sensible al desafío de la interculturalidad y menos capaz de ver más allá de los confines del propio mundo cultural. Es por esto que he insistido muchas veces que nosotros no hacemos la profesión religiosa para un país o para una Inspectoría. Somos Salesianos de Don Bosco en la Congregación y para la misión, allá donde haya más necesidad de nosotros y donde sea posible ofrecer nuestro servicio.

Ya en el 1972 nuestro Capítulo General Especial había considerado “el relanzamiento misionero como un termómetro de la vitalidad pastoral de la Congregación y un medio eficaz contra el peligro del aburguesamiento” (CGS, 296). La capacidad de los hermanos para acoger y acompañar a los nuevos misioneros enviados a la propia Inspectoría es también un termómetro del propio espíritu misionero.

Gracias al espíritu misionero de nuestra Congregación, hay todavía hermanos que parten para donar- la propia vida a Dios como misioneros. A mi llamada del 18 de diciembre de 2021 pasado 36 salesianos han respondido enviándome la carta donde ofrecían su disponibilidad misionera. Después de un cuidadoso discernimiento, 25 han sido elegidos como miembros de la 153a expedición misionera de este año. Los otros continúan haciendo su discernimiento.

Entonces, con esta carta, les invito, queridos hermanos, a rezar- y a hacer un discernimiento para descubrir si el Señor les llama, dentro de nuestra común vocación salesiana, a ser misioneros, elección que implica un compromiso para toda la vida (ad vitam).

El diálogo con el Consejero General para las Misiones y la reflexión compartida al interno del Consejo General me permite de precisar las urgencias emergentes para el 2023, donde querría que un número significativo de hermanos pudiera ser enviado:
• a Sudáfrica, Mozambique y a las nuevas fronteras del continente africano;
• a Albania, Kosovo, Eslovenia y a otras nuevas fronteras del Proyecto Europa;
• a Azerbayán, Bangladés, Nepal, Mongolia y Yakutia;
• a nuestras numerosas presencias en las islas de Oceanía;
• a las fronteras misioneras de América Latina y con los pueblos indígenas.

Les saludos, queridos hermanos, con un verdadero afecto y con un recuerdo delante de la Auxiliadora y Don Bosco aquí in Valdocco.

Turín Valdocco, 18 diciembre 2022




Pastoral juvenil y familiar

Invertir en la educación de los jóvenes para construir la familia de hoy y de mañana

La educación de los jóvenes es la tarea originaria de los padres, vinculada a la transmisión de la vida, y primordial respecto a la tarea educativa de otros sujetos; por ello el papel de la CEP se propone como complementario, no sustitutivo, de la función educativa de los padres de los jóvenes. La contribución de la vocación familiar, parental y de pareja se ha identificado en al menos tres temas centrales: el amor, la vida y la educación.

El cuidado de la familia despierta un gran interés en todo el mundo. Se presta especial atención al tema mediante artículos, publicaciones científicas y actas de conferencias. Al mismo tiempo, se pide a la familia que cuide los vínculos que constituyen el denso tejido que sostiene a la persona del joven en el proceso de crecimiento y que aumentan la calidad de vida de una comunidad. Por lo tanto, es necesario promover estrategias educativo-pastorales adecuadas para apoyar a la familia, en el papel que tiene en la construcción de las relaciones interpersonales e intergeneracionales, así como en la concepción completa de la educación y el acompañamiento de las nuevas generaciones.

En su complejidad, cada familia es como un libro que hay que leer, interpretar y comprender con mucho cuidado, atención y respeto. En nuestra sociedad contemporánea, la vida familiar presenta, de hecho, ciertas condiciones que la exponen a la fragilidad.

Salir al encuentro de Don Bosco es hacer un viaje siempre actual. Seguir sus sueños; comprender su pasión educativa; conocer su talento para sacar a los jóvenes de los “malos caminos” para convertirlos en “buenos cristianos y honrados ciudadanos”, para educarlos en la fe cristiana y en la conciencia social, para guiarlos hacia una profesión honesta, es una experiencia de extraordinaria intensidad humana y familiar. La experiencia de Don Bosco tiene raíces lejanas. Su vida está poblada de familias, de una multiplicidad de relaciones, de generaciones, de jóvenes sin familia, de historias de amor y de crisis familiares, ya desde la primera página de su vida, cuando tuvo que afrontar la pérdida de su padre a una edad muy temprana.

La comunidad educativo-pastoral es una de las formas, si no la forma, en que se concreta el espíritu de familia. En ella el Sistema Preventivo se hace operativo en un proyecto comunitario. Como gran familia preocupada por la educación y la evangelización de los jóvenes en un territorio concreto, la CEP es la actualización de la intuición original del carisma salesiano, repetía a menudo Don Bosco: “Siempre he tenido necesidad de todos”. Partiendo de esta convicción, desde los primeros días del Oratorio, constituye en torno a sí una comunidad-familia que tiene en cuenta las diferentes condiciones culturales, sociales y económicas de los colaboradores y en la que los mismos jóvenes son los protagonistas.

La educación de los jóvenes es la tarea originaria de los padres, vinculada a la transmisión de la vida, y primordial respecto a la tarea educativa de otros sujetos; por ello el papel de la CEP se propone como complementario, no sustitutivo, de la función educativa de los padres de los jóvenes.
La teología pastoral, en este proceso de potenciación, afirma que la familia es objeto, contexto y sujeto de la acción pastoral. Esta reflexión nos ha llevado a interrogarnos sobre la originalidad de la familia dentro de la CEP, donde un lugar específico. La contribución de la vocación familiar, parental y de pareja se ha identificado en al menos tres temas centrales: el amor, la vida y la educación.

Por ello, tanto a nivel local como inspectorial, es necesario comenzar a planificar programas de formación para agentes/ formadores, integrando a las familias en el PEPS, donde la propuesta educativa y pastoral se articule en torno a acciones que vean a la familia como protagonista a favor de los jóvenes. Estos caminos deben tener como núcleo central el encuentro, la metodología de la pedagogía familiar y la espiritualidad salesiana.
Por ello se hace imprescindible rediseñarnos juntos en un sentido vocacional; al mismo tiempo entrar en la vida cotidiana de las familias, hablar su lenguaje, estar cerca de la fragilidad de las relaciones y reconocer las dificultades presentes en la vida de muchas de ellas, atendiendo a los jóvenes sin familia, a las familias jóvenes, a las situaciones familiares más frágiles (pobreza, desigualdad y vulnerabilidad) promoviendo la solidaridad entre las familias. Se hace entonces necesario acompañar el amor de las parejas/familias jóvenes cuidándolas y planificando una buena y constante formación en el amor para el desarrollo de cada vocación.

Todo lo dicho sobre la Pastoral Juvenil Salesiana y la Familia requiere, para su realización, la puesta en marcha de procesos de formación para todos los miembros de la CEP y, por ende, tanto para los salesianos consagrados como para los laicos que apoyan el desarrollo del PEPS y de la Familia Salesiana.




Familia Salesiana. Como las ramas de un árbol

Siempre había admirado a Don Bosco, su pasión por los jóvenes, su espiritualidad alegre y concreta, pero ignoraba que había una gran familia en torno a él. Cuando alguien me habló por primera vez de la Familia Salesiana hace algún tiempo, señaló un gran roble que se erigía majestuosamente frente a mí y me dijo: «Mira ese árbol. La Familia Salesiana es así: tiene un tronco fuerte y sólido que es Don Bosco, bien arraigado a la tierra, a la realidad concreta de la vida cotidiana —los jóvenes, los pobres, los retos de cada día que esperan respuestas, …— y tiene muchas ramas que miran al cielo —los distintos grupos nacidos de su carisma—. Hay grupos de religiosos y grupos de laicos, hombres y mujeres: hasta treinta y dos comunidades que comparten la misma espiritualidad, la misma pasión por la misión, ¡pero cada uno la realiza a su manera!»

Me gustó la imagen del árbol: las ramas estaban cerca unas de otras, creciendo de forma independiente pero unidas al tronco y alimentadas por la misma savia de la planta. Juntas hacían que el árbol fuera frondoso, exuberante, un refugio excepcional para los numerosos pájaros que lo habían elegido como hogar. ¡Podría haber sido un hogar para mí también! También me gustaba la idea de «familia»: me daba una buena sensación, de intimidad, de apoyo mutuo. Lo primero que atrajo mi interés fue el hecho de que todos los grupos juntos, a pesar de su autonomía, forman una gran comunidad donde se vive un ambiente de fraternidad y alegría, de cercanía y confianza. Es un estilo que caracteriza a todos los grupos: los Salesianos de Don Bosco, las Hijas de María Auxiliadora, los Salesianos Cooperadores, la Asociación ADMA y a todos aquellos que, a lo largo de los años, han sido fundados por «Hijos de Don Bosco», cada uno con su propia particularidad. Hay hermanas que se ocupan de los leprosos y otras que realizan su misión en pequeños centros donde no llegan los demás; religiosas que se ponen al servicio de los nativos y otras que acogen a los niños. También hay grupos de laicos, desde los que evangelizan a través de los medios de comunicación hasta los que se dedican a la actividad misionera ad gentes o se comprometen a estar presentes en el ámbito social, llevando los valores recibidos en los círculos salesianos. Por último, existen también Institutos Seculares masculinos y femeninos, con laicos consagrados que se comprometen a ser misioneros en el corazón del mundo.

Una gran variedad de vocaciones unidas por un único carisma, una única espiritualidad: la de Don Bosco.

Yo también quería entrar en esta aventura. A medida que avanzaba iba comprendiendo lo que significaba «pertenecer»: formar parte de una familia natural no significa simplemente tener el mismo apellido, sino también participar en su historia, compartir sus valores, sus proyectos, sus trabajos, y lo mismo ocurre con la Familia Salesiana. Pertenecer a ella es una elección, es una vocación a la que se responde, y a partir de ese momento se crece juntos, se crean y fortalecen lazos, se sueña juntos, se planifica juntos, se construye juntos, se ofrece y recibe apoyo, se AMA. Esto es lo que significa construir una Familia.

Ya en 2009, el sucesor de Don Bosco en aquel momento, el P. Pascual Chávez, dijo con contundencia: «Hago un llamamiento urgente a esta Familia a adquirir una nueva mentalidad, a pensar y actuar siempre como movimiento, con un intenso espíritu de comunión (concordia), con un convencido deseo de sinergia (unidad de intenciones), con una madura capacidad de trabajar en red (unidad de proyectos)».

No se trata, pues, de una agregación de grupos que, como las mónadas, viven de forma autorreferencial ignorando el camino de los demás, sino de la respuesta a una llamada a vivir en plena comunión, ¡provocando una verdadera revolución copernicana! Se trata de poder sentir, cuando se entra en un grupo salesiano, que no se está solo, que en primer lugar se entra a formar parte de una familia, de un movimiento de espiritualidad apostólica, que luego se concreta en un modo particular de vivir el mismo don. Se trata de aprender a reconocerse como parte de un todo y de entender que caminando y trabajando en sinergia con los demás todos nos enriquecemos y podemos conseguir mejores resultados. Se trata de aprender a reconocer la riqueza de los carismas de los demás, de comprometerse a hacer crecer no solo el propio, sino también el de los otros grupos, y de construir una comunión basada en el respeto a las especificidades de cada uno, de colaboración, de aprecio por todos.

Don Bosco tuvo realmente una intuición original y fascinante: ¡unir las fuerzas para hacer más eficaz nuestra misión!

En una carta al cardenal Giovanni Cagliero (27 de abril de 1876), Don Bosco escribía: «Antes bastaba con unirse en la oración, pero ahora que hay tantos medios de perversión, perjudiciales sobre todo para los jóvenes de ambos sexos, es necesario unirse en el campo de la acción y del trabajo».

Y de nuevo en el Boletín Salesiano de enero de 1878, dirigiéndose a los cooperadores: «Debemos unirnos entre nosotros y todos con la Congregación. Unámonos, pues, apuntando al mismo fin y utilizando los mismos medios para conseguirlo. Unámonos como una sola familia con los lazos de la caridad fraterna».

Sin embargo, «trabajar juntos» no significa siempre trabajar «codo con codo», no significa intervenir de una manera uniforme, no significa hacer todos lo mismo, sino saber leer juntos los contextos personales y sociales de los jóvenes, saber encontrar posibles estrategias de intervención para alcanzar objetivos compartidos y saber coordinarse, en sinergia, con reciprocidad, con responsabilidad común e individual.

Como en cualquier familia, en la Familia Don Bosco cada uno tiene su propio papel, pero todos se esfuerzan por alcanzar los mismos objetivos. Cada grupo tiene su propia especificidad, que debe ser respetada y valorada; tiene su propia caracterización que no cumple por sí misma todo el carisma que el Espíritu ha dado a través de Don Bosco a la Iglesia y al mundo, sino que saca a la luz aspectos del mismo siempre nuevos y originales. Por otra parte, nadie puede pretender ser el «dueño» del carisma, sino simplemente su custodio. En la Familia Salesiana se puede decir que cada grupo está incompleto sin el otro. Todo esto me hace pensar en un rostro de Don Bosco formado por muchas piezas de un rompecabezas: si faltan algunas piezas, los rasgos de la figura se desfiguran, el rostro no es reconocible. Las piezas unidas mostrarán un Don Bosco completo.

¡Juntos, en comunión, para vivir la misión! De esta manera todos los grupos pueden colaborar en la formación y profundización carismática; pueden, a partir de situaciones concretas, planificar juntos y promover un compromiso compartido en el territorio donde cada uno pueda ofrecer su propia «especialización»; pueden trabajar en red con espíritu fraterno, para ser más eficaces.

Sabemos bien lo urgente que es hoy comprometerse por un mundo más justo y más humano, lo necesario que es indicar horizontes de esperanza a muchos jóvenes, lo indispensable que es dar testimonio de solidaridad, de unidad y de comunión en una sociedad tentada constantemente a encerrarse en sí misma.

Sí, es una Familia realmente hermosa.

Quiero cantar mi agradecimiento a Don Bosco que, a disposición del Espíritu Santo, sembró una semilla en la tierra. Esa semilla brotó, se convirtió en una gran planta con muchas ramas, hojas, flores… Un gran árbol.

Ahora sé que quien sienta la misma pasión que Don Bosco, el mismo deseo de hacerse misión para los jóvenes, los pobres y los últimos, encontrará su lugar entre sus ramas y contribuirá a hacer el mundo más hermoso.

Giuseppina BELLOCCHI




Los otros invisibles Don Bosco

Los lectores del Boletín Salesiano ya conocen el viaje intercontinental que realizó hace unos años la urna de Don Bosco. Los restos mortales de nuestro santo llegaron a decenas y decenas de países de todo el mundo y permanecieron millares de ciudades y pueblos, acogidos en todas partes con admiración y simpatía. No sé qué cuerpo de santo ha viajado tan lejos y qué cuerpo de italiano ha sido recibido con tanto entusiasmo más allá de las fronteras de su propia localidad. Quizás ninguno.

Si este “viaje” es historia conocida, el viaje intercontinental de la ACSSA (Asociación de Salesianos Estudiosos de la Historia) de noviembre de 2018 a marzo de 2019 para coordinar una serie de cuatro Seminarios de Estudio promovidos por la misma Asociación en las ciudades de Bratislava (Eslovaquia), Bangkok (Tailandia), Nairobi (Kenia), Buenos Aires (Argentina) ciertamente no lo es. La quinta se celebró en Hyderabad (India) en junio de 2018.

Ahora bien: en estos viajes no he visto las casas, los colegios, las escuelas, las parroquias, las misiones, como he hecho en otras ocasiones y como puede hacer cualquiera que viaje un poco por cualquier lugar del norte al sur, del este al oeste del mundo; en cambio, me he encontrado con una historia de Don Bosco, toda por escribir.

Los otros Don Bosco

En efecto, el tema de los Seminarios de Estudio consistía en presentar figuras de Salesianos e Hijas de María Auxiliadora fallecidos que, a lo largo de un período corto o largo de su vida, se habían destacado por ser particularmente significativos y relevantes, y sobre todo habían dejado huella después de su muerte. Algunos de ellos, pues, fueron auténticos “innovadores” del carisma salesiano, capaces de inculturarlo de las formas más variadas, obviamente en absoluta fidelidad a Don Bosco y a su espíritu.

El resultado fue una galería de un centenar de hombres y mujeres del siglo XX, todos diferentes entre sí, que supieron hacerse “otro Don Bosco”: es decir, abrir los ojos a su tierra de nacimiento o de misión, tomar conciencia de las necesidades materiales, culturales y espirituales de los jóvenes que vivían allí, sobre todo de los más pobres, e “inventar” la mejor manera de satisfacerlas.

Obispos, presbíteros, religiosas, salesianos laicos, miembros de la Familia Salesiana: todas las figuras, hombres y mujeres, que sin ser santos -en nuestra investigación hemos excluido a los santos y a los que ya van camino a los altares- han realizado plenamente la misión educativa de Don Bosco en diferentes ámbitos y funciones: como educadores y presbíteros, como profesores y maestros, animadores de oratorios y centros juveniles, fundadores y directores de obras educativas, formadores de vocaciones y de nuevos institutos religiosos, como escritores y músicos, arquitectos y constructores de iglesias y colegios, artistas de la madera y de la pintura, misioneros ad gentes, testigos de la fe en la cárcel, simples salesianos y simples Hijas de María Auxiliadora. Entre ellos, no pocos han vivido a menudo una vida de duros sacrificios, superando obstáculos de todo tipo, aprendiendo lenguas muy difíciles, arriesgándose a menudo a morir por falta de condiciones sanitarias aceptables, condiciones climáticas imposibles, regímenes políticos hostiles y perseguidores, incluso atentados reales. El último de ellos ocurrió justo cuando partía hacia Nairobi: el salesiano español padre César Fernández, asesinado a sangre fría el 15 de febrero de 2018 en la frontera entre Togo y Burkina Faso. Uno de los más recientes “mártires” salesianos, podríamos llamarle, conociendo a la persona.

Una historia para conocer

La Boca, barrio de Buenos Aires, Argentina; primera misión entre los emigrantes

¿Qué podemos decir entonces? Que esto también es historia desconocida de Don Bosco, o, si queremos, de los Hijos e Hijas del santo. Si la urna del santo ha sido recibida, como decíamos, con tanto respeto y estima por las autoridades públicas y la población sencilla, incluso en países no cristianos, significa que sus Hijos e Hijas no sólo han cantado sus alabanzas -esto también se ha hecho ciertamente, ya que la imagen de Don Bosco se encuentra prácticamente en todas partes-, sino que también han realizado sus sueños: dar a conocer el amor de Dios por los jóvenes, llevar la buena nueva del Evangelio a todas partes, hasta el fin del mundo (¡en Tierra del Fuego!).

Quienes, como yo y mis colegas de ACSSA, he podido en febrero y marzo de 2018 escuchar experiencias de vida salesiana vividas en el siglo XX en unos cincuenta países de cuatro continentes, no podemos sino afirmar, como a menudo hacía Don Bosco al contemplar el impresionante desarrollo de la congregación ante sus ojos: “Aquí está el dedo de Dios”.  Si el dedo de Dios ha estado en las obras y fundaciones salesianas, también ha estado en los hombres y mujeres que han consagrado toda su existencia al ideal evangélico realizado a la manera de Don Bosco.

“¿Santos de la puerta de al lado” presentaban estos personajes? Algunos, sin duda, incluso teniendo en cuenta sus limitaciones personales, su carácter, sus caprichos y, por qué no, sus pecados (que sólo Dios conoce). Todos, sin embargo, estaban dotados de una inmensa fe, de una gran esperanza, de una fuerte caridad y generosidad, de mucho amor a Don Bosco y a las almas. Algunos entonces – (si se) piensa en los misioneros pioneros de la Patagonia- uno está tentado de llamarlos verdaderos “locos”, locos por Dios y por las almas, por supuesto.

Los resultados concretos de esta historia están a la vista de todos, pero los nombres de muchos protagonistas han permanecido casi “invisibles” hasta ahora. Podemos conocerlos leyendo “Volti di uno stesso carisma: Salesiani e Figlie di Maria Ausiliatrice nel XX secolo” (Rostros de un mismo carisma: Salesianos e Hijas de María Auxiliadora en el siglo XX), un libro multilingüe, publicado por Editrice LAS, en la serie “Associazione Cultori Storia Salesiana – Studi”. Si el mal arrastra, el bien hace lo mismo. “Bonum est diffusivum sui” (el bien se difunde por sí mimo”) escribía Santo Tomás de Aquino hace siglos. Los salesianos y salesianas presentados en nuestros Seminarios son prueba de ello; junto a ellos o siguiéndolos, otros han hecho otro tanto, hasta hoy.

Presentemos brevemente estos nuevos rostros de Don Bosco.

1 Antonio COJAZZI, presbítero 1880-1953 brillante educador Educadores en el terreno concreto EU
2 Domenico MORETTI, presbítero 1900-1989 experiencia en oratorios salesianos con los jóvenes más pobres Educadores en el terreno concreto EU
3 Samuele VOSTI, presbítero 1874-1939 creador y promotor de un oratorio festivo renovado en Valdocco Educadores en el terreno concreto EU
4 Karl ZIEGLER, presbítero 1914-1990 amante de la naturaleza y scout Educadores en el terreno concreto EU
5 Alfonsina FINCO, sor 1869-1934 dedicación a los niños abandonados Educadores en el terreno concreto EU
6 Margherita MARIANI, sor 1858-1939 Hijas de María Auxiliadora en Roma Educadores en el terreno concreto EU
7 Sisto COLOMBO, presbítero 1878-1938 hombre de cultura y alma mística Educadores en el terreno concreto EU
8 Franc WALLAND, presbítero 1887-1975 teólogo e inspector Educadores en el terreno concreto EU
9 Maria ZUCCHI, sor 1875-1949 La impronta salesiana en el Instituto Don Bosco de Mesina Educadores en el terreno concreto EU
10 Clotilde MORANO, sor 1885-1963 la enseñanza de la educación física femenina Educadores en el terreno concreto EU
11 Annetta URI, sor 1903-1989 de la cátedra a las obras: el valor de construir el futuro de la escuela Educadores en el terreno concreto EU
12 Frances PEDRICK, sor 1887-1981 la primera Hija de María Auxiliadora en graduarse en la Universidad de Oxford Educadores en el terreno concreto EU
13 Giuseppe CACCIA, hermano coadjutor 1881-1963 una vida dedicada a la publicación salesiana Educadores en el terreno concreto EU
14 Rufillo UGUCCIONI, presbítero 1891-1966 escritor para niños, evangelizador y difusor de los valores salesianos Educadores en el terreno concreto EU
15 Flora FORNARA, sor 1902-1971 una vida para el teatro educativo Educadores en el terreno concreto EU
16 Gaspar MESTRE, hermano coadjutor 1888-1962 la escuela salesiana de tallado, escultura y decoración de Sarriá (Barcelona) Educadores en el terreno concreto EU
17 Wictor GRABELSKI, presbítero 1857-1902 precursor de la obra salesiana en Polonia Educadores en el terreno concreto EU
18 Antoni HLOND, presbítero 1884-1963 músico, compositor, fundador de una escuela de organistas Iniciadores EU
19 Carlo TORELLO, presbítero 1886-1967 devoción popular y memoria cívica en latín Iniciadores EU
20 Jan KAJZER hermano coadjutor 1892-1976 ingeniero coautor del estilo «art decò» polaco y modernizador de la escuela profesional salesiana de Oświęcim Iniciadores EU
21 Antonio CAVOLI, presbítero 1888-1972 fundador de una congregación religiosa en Japón inspirada en el carisma salesiano Iniciadores EU
22 Iside MALGRATI, sor 1904-1992 salesiana innovadora en la imprenta, la escuela y la formación profesional Iniciadores EU
23 Anna JUZEK, sor 1879-1957 contribución al establecimiento de las obras de las Hijas de María Auxiliadora en Polonia Iniciadores EU
24 Mária ČERNÁ, sor 1928-2011 fundación del renacimiento de las Hijas de María Auxiliadora en Eslovaquia Iniciadores EU
25 Antonio SALA, presbítero 1836-1895 ecónomo de Valdocco y ecónomo general de la primera hora salesiana Salesianos de Don Bosco e Hijas de María Auxiliadora en puestos directivos EU
26 Francesco SCALONI, presbítero 1861-1926 una extraordinaria figura de superior salesiano Salesianos de Don Bosco e Hijas de María Auxiliadora en puestos directivos EU
27 Luigi TERRONE, presbítero 1875-1968 maestro de novicios y director Salesianos de Don Bosco e Hijas de María Auxiliadora en puestos directivos EU
28 Marcelino OLAECHEA, Monseñor 1889-1972 promotor de viviendas para trabajadores Salesianos de Don Bosco e Hijas de María Auxiliadora en puestos directivos EU
29 Stefano TROCHTA, Cardenal 1905-1974 mártir del nazismo y del comunismo Salesianos de Don Bosco e Hijas de María Auxiliadora en puestos directivos EU
30 Alba DEAMBROSIS, sor 1887-1964 constructora de la obra femenina salesiana en la zona de lengua alemana Salesianos de Don Bosco e Hijas de María Auxiliadora en puestos directivos EU
31 Virginia FERRARO ORTÍ, sor 1894-1963 de sindicalista a directora salesiana Salesianos de Don Bosco e Hijas de María Auxiliadora en puestos directivos EU
32 Raffaele PIPERNI, presbítero 1842-1930 párroco ‘mediador’ de la integración de los inmigrantes italianos en la popular San Francisco Pioneros en una misión AM, AS, AF
33 Remigio RIZZARDI, presbítero 1863-1912 el padre de la apicultura en Colombia Pioneros en una misión AM, AS, AF
34 Carlos PANE, presbítero 1856-1923 pionero de la presencia salesiana en España y Perú Pioneros en una misión AM, AS, AF
35 Florencio José MARTÍNEZ EMBODAS, presbítero 1894-1971 una manera salesiana de construir Pioneros en una misión AM, AS, AF
36 Martina PETRINI PRADO, sor 1874-1965 Hijas de María Auxiliadora; orígenes en un Uruguay en camino de modernización Pioneros en una misión AM, AS, AF
37 Anna María COPPA, sor 1891-1973 fundadora y rostro de la primera escuela católica de Ecuador Pioneros en una misión AM, AS, AF
38 Rose MOORE, sor 1911-1996 pionera en la rehabilitación de jóvenes tailandeses ciegos Pioneros en una misión AM, AS, AF
39 Mirta MONDIN, sor 1922-1977 los orígenes de la primera escuela católica femenina de Gwangju (Corea) Pioneros en una misión AM, AS, AF
40 Terezija MEDVEŠEK, sor 1906-2001 valiente misionera en el noreste de la India Pioneros en una misión AM, AS, AF
41 Nancy PEREIRA, sor 1923-2010 incansable dedicación a los pobres Pioneros en una misión AM, AS, AF
42 Jeanne VINCENT, sor 1915-1997 uno de los primeros misioneros en Port-Gentil, Gabón Pioneros en una misión AM, AS, AF
43 Maria Gertrudes DA ROCHA, sor 1933-2017 misionero y ecónomo en Mozambique Pioneros en una misión AM, AS, AF
44 Pietro GIACOMINI, Monseñor 1904-1982 florecimiento de una obediencia Salesianos de Don Bosco e Hijas de María Auxiliadora en puestos directivos AM, AS, AF
45 José Luis CARREÑO ECHANDIA, presbítero 1905-1986 un misionero polifacético con una opción preferencial por los pobres Salesianos de Don Bosco e Hijas de María Auxiliadora en puestos directivos AM, AS, AF
46 Catherine MANIA, sor 1903-1983 primera inspectora del noreste de la India Salesianos de Don Bosco e Hijas de María Auxiliadora en puestos directivos AM, AS, AF
47 William Richard AINSWORTH, presbítero 1908-2005 un ensayo sobre el liderazgo salesiano moderno Salesianos de Don Bosco e Hijas de María Auxiliadora en puestos directivos AM, AS, AF
48 Blandine ROCHE, sor 1906-1999 la presencia salesiana en los años difíciles del Túnez posterior a la independencia Salesianos de Don Bosco e Hijas de María Auxiliadora en puestos directivos AM, AS, AF



Carta Rector Mayor. Artemide ZATTI

«¡CREÍ, PROMETÍ, SANÉ!»
Artémides Zatti: Evangelio de la Vocación e Iglesia del Cuidado



«El mosaico de nuestros santos y beatos, aun siendo bastante rico en
cuanto a representatividad – Fundador, Cofundadora, Rectores
Mayores, misioneros, mártires, sacerdotes, jóvenes –
carecía todavía de la pieza preciosa de la figura de un
Coadjutor. Ahora también esto se está realizando»1.

Así
comenzaba don Juan Edmundo Vecchi, octavo Sucesor de Don Bosco, su
carta con motivo de la beatificación de Artémides
Zatti.

Si
al «mosaico de nuestros santos» le faltaba una pieza, hoy
este mosaico tiene un brillo muy especial porque, dentro de unas
semanas, se nos dará un gran regalo del Señor: ver a
uno de los hijos de Don Bosco, Coadjutor salesiano, emigrado italiano
en Argentina y enfermero, canonizado por el papa Francisco el próximo
9 de octubre de 2022.

Artémides
Zatti será, por tanto, el
primer santo salesiano no mártir en ser canonizado
.
Sin duda la canonización del primer santo salesiano y de un
salesiano Coadjutor da y dará un toque de plenitud a la serie
de modelos de espiritualidad salesiana que la Iglesia declara
oficialmente como tales.

Reporto
el hermoso testimonio personal, lleno de hondura espiritual y de fe,
realizado por Artémides Zatti en 1915 en Viedma, con motivo de
la inauguración de un monumento funerario colocado sobre la
tumba del padre Evasio Garrone (1861-1911), un salesiano misionero
benemérito y considerado por Artémides insigne
bienhechor.

«Si
estoy bueno y sano y en estado de hacer algún bien a mis
prójimos enfermos, se lo debo al padre Garrone, Doctor, que
viendo que mi salud empeoraba cada día, pues estaba afectado
de tuberculosis con frecuentes hemoptisis, me dijo terminantemente
que, si no quería concluir como tantos otros, hiciera una
promesa a María Auxiliadora de permanecer siempre a su lado,
ayudándole en la cura de los enfermos y él, confiando
en María, me sanaría.

CREÍ,
porque sabía por fama que María Auxiliadora lo ayudaba
de manera visible.

PROMETÍ,
pues siempre fue mi deseo ser de provecho en algo a mis prójimos.

Y,
habiendo Dios escuchado a su siervo, SANÉ.
[Firmado] Artémides Zatti».

Vemos
que la vida salesiana de Artémides Zatti, según este
testimonio, se basa en tres verbos que testimonian su solidez
generosa y confiada. Para valorar el don de la santidad de este gran
Salesiano Coadjutor, queremos meditar estos tres verbos y sus
extraordinarios frutos de bien, para que toquen profundamente los
anhelos, los sueños y los compromisos de nuestra Congregación
y de cada uno de nosotros y promuevan en todos una renovada y fecunda
fidelidad al carisma de Don Bosco.

Perfil
de Artémides Zatti
2

Artémides
Zatti nació en Boretto (Reggio Emilia) el 12 de diciembre de
1880 de Albina Vecchi y Luigi Zatti. La familia campesina lo educa
para una vida pobre y laboriosa, iluminada por una fe sencilla,
sincera y robusta, que orienta y nutre la vida.

A
la edad de nueve años, Artémides, para contribuir a la
economía familiar, trabaja como jornalero en una familia
acomodada.

En
1897 los Zatti emigraron a Argentina y se establecieron en Bahía
Blanca. Artémides llega a esta ciudad a la edad de diecisiete
años y, en el ámbito familiar, aprende pronto a
afrontar las penurias y responsabilidades del trabajo. Encuentra
trabajo en una fábrica de ladrillos y, al mismo tiempo,
cultiva y madura una profunda relación con Dios, bajo la guía
del salesiano don Carlo Cavalli, su párroco y director
espiritual. Artémides encuentra en él un verdadero
amigo, un confesor sabio y un auténtico y experto director
espiritual, que lo educa en el ritmo diario de la oración y en
la vida sacramental semanal. Con don Cavalli establece una relación
espiritual y de colaboración3.
En la biblioteca de su párroco tuvo la oportunidad de leer la
biografía de Don Bosco y quedó fascinado. Fue
el verdadero inicio de su vocación salesiana
.

En
1900, a la edad de veinte años, Artémides, invitado por
el padre Cavalli, pidió ingresar al aspirantado salesiano de
Bernal, localidad cercana a Buenos Aires.

Sin
embargo, en 1902, ya próximo a entrar en el noviciado,
Artémides contrajo tuberculosis. Don Vecchi cuenta en su
carta: «Seguros de su responsabilidad, los Superiores le
confiaron la asistencia de un joven sacerdote enfermo de
tuberculosis. Zatti desempeñó con generosidad el
encargo, pero poco después acusó la misma enfermedad»4.

Gravemente
enfermo, regresó a Bahía Blanca y don Cavalli lo envió
a Viedma, encomendándolo al cuidado del salesiano don Evasio
Garrone, competente – gracias a su dilatada experiencia –
en las artes médicas y director del hospital San José
fundado por Mons. Cagliero.

Me
parece muy significativo recordar que Artémides en Viedma se
encontró con Ceferino Namuncurá – hoy beato –
procedente de Buenos Aires y que como él padecía la
tuberculosis. Los dos, aunque de edades diferentes, viven en una
relación cordial y amistosa, hasta que Ceferino partió
en 1904 para Italia con Mons. Juan Cagliero.

Después
de dos años de tratamiento en Viedma con resultados
insatisfactorios, don Garrone invita a Artémides a pedir la
curación por intercesión de la Santísima Virgen,
haciendo voto de dedicar toda su vida al cuidado de los enfermos.
Formulado el voto con fe viva, Artémides obtiene la curación
y, en 1906, comienza el noviciado.

Debido
a los riesgos asociados a su estado de salud anterior, Artémides
tuvo que renunciar a la intención de ser sacerdote y profesar
como Coadjutor entre los Salesianos de Don Bosco el 11 de enero de
1908. Este hecho supuso para Artémides un gran crecimiento en
la fe. De hecho, no abandona el deseo de ser salesiano sacerdote y
sigue pensando en la vocación sacerdotal en la Congregación
Salesiana, especialmente cuando la salud parecía mejorar. Por
eso es conmovedor constatar el apego inquebrantable a la propia
vocación, manifestado incluso cuando la enfermedad parecía
impedir absolutamente este camino. Leemos, por ejemplo, lo que
escribe a sus familiares el 7 de agosto de 1902: «Os hago saber
que no era solo deseo mío, sino también de mis
Superiores, el vestir la santa sotana; pero hay un artículo en
la Santa Regla que dice que no puede recibir el hábito uno que
padezca la más pequeña cosa en la salud. Así
que, si Dios no me ha encontrado digno del hábito hasta ahora,
confío en vuestras oraciones para sanar pronto y de este modo
satisfacer mis deseos»5.

Pero
al final los Superiores, dadas todas las circunstancias de enfermedad
e incluso de edad (23-24 años), deben proponer a Zatti que
profese como Salesiano Coadjutor. Es cierto que «era la entrega
total a Dios en la vida salesiana a lo que Artémides aspiraba
en primer lugar»6.

También,
en este punto decisivo de su vida, Zatti hace un camino de madurez.
Leemos de nuevo en la carta de don Vecchi: «¿Sacerdote?
¿Coadjutor? Decía él mismo a un hermano: “Se
puedes servir a Dios sea como sacerdote sea como Coadjutor: delante
Dios una cosa vale tanto como la otra, con tal que se la viva como
una vocación y con amor”»7.

El
11 de febrero de 1911 hizo sus votos perpetuos y, en el mismo año,
tras la muerte de don Garrone, asumió, primero como encargado
de la farmacia anexa al hospital San José de Viedma, y,
​​luego, – a partir de 1915 – como
responsable del mismo hospital. El hospital y la farmacia se
convertirán en el campo de trabajo de Artémides.

Así,
a partir de 1915, durante 25 años, con gran energía,
sacrificio y profesionalidad, Zatti será el alma del hospital
que, sin embargo, deberá ser demolido en 1941: los superiores
Salesianos deciden utilizar los terrenos ocupados hasta entonces por
la estructura sanitaria para la construcción del obispado.
Artémides sufre intensamente ante la idea del derribo, pero
con espíritu de obediencia acepta la decisión y
traslada a los enfermos a las instalaciones de la Escuela Agrícola
de San Isidro donde crea una nueva estructura para el cuidado y
asistencia de los enfermos y los pobres.

Tras
otros años de intenso servicio, ya exonerado de las
responsabilidades de la administración sanitaria, en 1950,
tras una caída durante un trabajo de reparación, los
exámenes clínicos encontraron un tumor en el hígado
para el que no había cura. Acoge y vive con conciencia la
evolución de la enfermedad. De hecho, ¡él mismo
prepara, para el médico, el certificado de su propia muerte!
Los sufrimientos no fueron pocos, pero pasó los últimos
meses esperando el momento final preparado para el encuentro con el
Señor. Él mismo dice: «Hace cincuenta años
vine acá para morir y he llegado hasta este momento, ¿qué
más puedo desear ahora? Por otra parte, me he pasado toda mi
vida preparándome a este momento…»8.

Su
muerte se produjo el 15 de marzo de 1951 y la difusión de la
noticia movilizó a la población de todo Viedma para un
homenaje de agradecimiento a este Salesiano que dedicó toda su
vida a los enfermos, especialmente a los más pobres. De hecho,
«toda Viedma saludó al “pariente
de todos los pobres”
,
como le llamaban desde hace tiempo; aquel que siempre estaba
disponible para acoger a los enfermos especiales y a la gente que
llegaba de los campos lejanos; aquel que podía entrar en la
más dudosa de las casas a cualquier hora del día o de
la noche, sin que nadie pudiera insinuar la mínima sospecha
sobre él; aquel que, aun estando siempre en números
rojos, había mantenido una relación singular con las
instituciones financieras de la ciudad, siempre abiertas a la amistad
y a la colaboración generosa con los que componían el
cuerpo médico de la pequeña ciudad»9.

El
funeral, con la impresionante afluencia de público, confirmó
la fama de santidad que rodeaba a Artémides Zatti y que
solicita la apertura del proceso diocesano en Viedma (22 de marzo de
1980). El 7 de julio de 1997 Zatti fue declarado venerable y el 14 de
abril de 2002 fue proclamado beato por san Juan Pablo II.

La
pedagogía de Dios en sus santos

Para
acercarse a la figura de Artémides Zatti, es preciosa la guía
de un principio teológico, denso de significado y repetido por
Hans Urs von Balthasar,

«Solo
la imagen [de Jesús] que el Espíritu presenta a la
Iglesia ha sido capaz, a lo largo de milenios de historia, de
transformar a los hombres pecadores en santos. Precisamente sobre la
base de este criterio del poder de transformación se debería
medir el valor de una interpretación de Jesús que
pretenda transmitirnos un conocimiento de Él»10.

Con
estas palabras, Balthasar subraya una evidencia que ha acompañado
siempre la historia de la Iglesia: la acción del Espíritu
se manifiesta como fuerza transformadora de la vida humana, dando
testimonio de la perenne actualidad y vitalidad del Evangelio. De
este modo la buena noticia de Jesús sigue viviendo y
difundiéndose según la regla de la encarnación
y, especialmente en la carne y en la vida de los santos, por su
profundo consentimiento al Espíritu, la Pascua resplandece en
la actualidad histórica del qui
y del ora
siempre, nuevos, donde maduran los prodigios que confirman la fe de
la Iglesia.

Los
santos son, pues, realizaciones del Espíritu que ofrecen, con
la sencillez de una vida transfigurada, rasgos precisos del Hijo,
entregados por el Padre al trabajo del mundo, en la actualidad de un
tiempo y en la proximidad de los lugares necesitados de salvación
y de esperanza.

Si
Dios guía a su Iglesia a través de la vida obediente de
sus hijos más dóciles y audaces, en la historia de cada
uno de ellos deben resplandecer, ante todo, reflejos del Evangelio
que transforman una
biografía ferial en hagiografía

y luego se deben reconocer semillas pascuales, capaces de suscitar
caminos renovados eclesiales en el pueblo de Dios.

Artémides
Zatti confirma esta regla de la santidad: la hagiografía es la
luz del Espíritu liberada por la sencillez de su biografía,
tan convincente porque está habitada en plenitud de humanidad,
y tan sorprendente como para hacer visible «un cielo nuevo
y una tierra nueva» (Ap
21,
1); así, las semillas pascuales, donadas por la vida de este
Salesiano Coadjutor al campo del mundo, han transformado lugares de
sufrimiento – los hospitales de San José y de San
Isidro – en semilleros de la esperanza cristiana,
extraordinariamente radiantes. «Se trata de una presencia en lo
social, toda animada por la caridad de Cristo que lo impulsaba
interiormente»11.

Es
posible entonces meditar sobre el don que el Espíritu da al
mundo, a la Iglesia, a la Familia Salesiana con la santidad de Zatti,
deteniéndose primero en el brillo de su biografía – un
Evangelio, plenamente encarnado de la vocación, de la
confianza y de la entrega – para considerar, después, la
fuerza pascual de su apostolado que ha edificado, en sus hospitales,
la Iglesia del cuidado, de la proximidad, de la salvación, de
la corredención, para alimentar la fe del pueblo de Dios.

Si
queremos expresar brevemente el secreto que inspiró y guio la
vida, los pasos, las obras, los compromisos, la alegría, las
lágrimas… de Artémides Zatti, las palabras de don
Vecchi al respecto son exhaustivas: «En
el seguimiento de Jesús, con Don Bosco y como Don Bosco, en
todas partes y siempre»
12.

1.
UN HOMBRE DE EVANGELIO

1.1
El Evangelio de la vocación: «Creí»

La
historia de Artémides Zatti llama la atención, sobre
todo, por su particularidad vocacional. Una vocación luminosa
porque fue purificada por una misteriosa pedagogía de Dios que
se despliega en su vida a través de mediaciones y situaciones
diversas y exigentes. La vida cristiana es el aliento compartido de
la familia de Artémides, que lo lee todo a la luz del misterio
de Dios; será la segunda patria argentina, alcanzada con la
emigración, donde se muestre el enraizamiento de los Zatti en
una fe poco común. El cardenal Cagliero escribe:

«Nuestros
compatriotas, incluso los que pertenecen a las poblaciones más
religiosas de Italia, han llegado aquí y parece que cambien de
naturaleza. El amor desmedido por el trabajo, la indiferencia
religiosa dominante en esos pueblos, los muy frecuentes malos
ejemplos […] obran una increíble transformación en el
espíritu y en el corazón de nuestros buenos campesinos
y artesanos, que a cambio de algún escudo que ganan, pierden
fe, la moralidad, la religión»13.

La
familia Zatti no sucumbirá a la influencia del ambiente,
señalándose al contrario por una práctica
religiosa ferviente, sincera, valiente, libre de respeto humano; y
Artémides seguirá alimentando en la familia una intensa
relación con Dios, sustentada en la oración, la
laboriosidad, la rectitud, para que

«todo
nos lleva a creer […] que la formación religiosa que el
siervo de Dios recibió desde niño y en su primera
juventud […] debió ser privilegiada y tal que explica
las actitudes espirituales que, después, mantuvo a lo largo de
su vida»14.

La
experiencia de Artémides refleja la luminosa discreción
de la «“alta medida” de la vida cristiana
ordinaria» "(Novo
millennio ineunte
,
31), fruto de un arraigo exclusivo en Dios, de una fe vivida como una
obediencia valiente y radiante porque es libre, feliz y fecunda.

Cuando
el Salesiano don Cavalli, párroco y guía de Artémides
por los caminos del Espíritu, deberá apoyar su
orientación definitiva de vida, el discernimiento será
sobrio y claro: notará que la llamada a entregarse totalmente
a Dios, como sacerdote, resuena en el corazón de ese joven de
un modo íntegro y puro, no contaminado por la búsqueda
de sí mismo y del propio interés, sino encendido por el
deseo de servir al Evangelio del Reino.

Y
Dios, por la singular disponibilidad de Artémides al don de sí
mismo, no se limita a llamar, sino que puede extenderse, con el signo
incontrovertible de su presencia: la cruz del Hijo. Así, el
sello de la predilección de Dios se hace reconocible en el
corazón del discernimiento vocacional de este joven deseoso de
ser sacerdote: Artémides, acogido en Bernal como aspirante, es
solicitado para un arriesgado servicio, el cuidado de un sacerdote
tuberculoso – como se mencionó anteriormente – . El
servicio sin cálculo lleva a Artémides a contraer a su
vez la enfermedad que requerirá el sacrificio del sueño
vocacional: Zatti será Salesiano, pero no sacerdote.

Aquí
reconocemos el poder del Evangelio aceptado incondicionalmente en la
vida de los santos; un poder que suscita una respuesta vocacional
pura porque está custodiada por un corazón no solo
desprendido del mal – condición esencial para escuchar
la voz de Dios – sino capaz de libertad también respecto
al bien, condición esencial de una fe pétrea en el
Absoluto de Dios.

Caminando
en oscuridad luminosa de la fe, Artémides sacrifica el deseo
de servir a la Iglesia en la forma ministerial del sacerdocio,
abrazando, sin embargo, su esencia, según Cristo, «quien,
en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como
sacrificio sin mancha» (Heb
9.14).

Las
características del Evangelio
de la vocación

se reconocen así, indelebles, en la plenitud del sacrificio de
sí mismo que sella el principio de la vida salesiana de Zatti
mucho antes de coronar su plenitud.

Y
la fidelidad a la forma laical de vida salesiana, abrazada por puro
amor de Dios, será plena y convencida, lejos de todo pesar,
desenvuelta en una existencia convincente y contenta.

Este
es el evangelio de la vocación, la buena noticia de la llamada
de Dios reservada individualmente para cada uno de sus hijos, llamada
de la que solo Dios conoce el significado, los motivos, el destino,
el desarrollo concreto. Una llamada que se hace perceptible solo en
la pura correspondencia del amor que, a su vez, «quiere
librarse del adversario más peligroso: la propia libertad de
elección. Todo amor verdadero tiene, pues, la forma interna
del voto: está ligado al amado, en razón del amor y en
el espíritu del amor»15.

El
Evangelio de la vocación
,
en la santidad de Zatti, es el evangelio de la pura fe: la buena
noticia del respirar sano del corazón que saborea la libertad
en la obediencia al plan de Dios, custodio del misterio de cada vida
llamada a ser rama fecunda de la Vid verdadera, encomendada a la
sabiduría del «Labrador» (Jn
15,
1).

Leída
con las «categorías» de nuestro tiempo, la
santidad de Artémides Zatti suscita así «miedo
vocacional», un miedo que oprime el corazón en la
desconfianza ante el misterio de Dios. El
Evangelio de la vocación

anunciado por la vida de este santo Salesiano Coadjutor muestra que,
solo correspondiendo al sueño de Dios, es posible, en cada
edad y en cada situación, vencer la parálisis del yo,
con la pobreza de su mirada y de sus medidas, con la angustia de su
incertidumbre y de su miedo.

Cuando
don Garrone – Salesiano él mismo de eminente virtud, así
como de gran competencia médica, adquirida en el generoso
servicio a los enfermos – exhorta a Artémides, enfermo
de tuberculosis, a pedir la gracia de la curación por
intercesión de la Virgen y con voto de dedicarse durante toda
la vida a los enfermos, la fe de Zatti da buena prueba de sí
misma: sencilla, desinteresada, sin reservas, encerrada en una
palabra: «¡Creí!».

«Creí»,
o cuando basta una palabra para decir la fe, porque la fe es pura; y
solo esta fe es vocacionalmente generosa, por la ligereza de su
pureza que «da alas al corazón y no cadenas a los pies».

La
santidad de Artémides Zatti llega a nuestros caminos
vocacionales, a veces cansados ​​y pesados, con la fuerza
interpelante de un «creí» que nunca ha fallado: el
presente de la fe que se hace continuo a lo largo de la vida y la
hace creíble. La suya era una fe con una continua
unión con Dios
.
En los testimonios recogidos así se expresa monseñor
Carlos Mariano Pérez: «La impresión que recibí
fue la de un hombre unido al Señor. La oración era como
la respiración de su alma, todo su comportamiento demostraba
que vivía plenamente el primer mandamiento de Dios: lo amaba
con todo su corazón, con toda su mente y con toda su alma»16.

Estamos
llamados a valorar el testimonio de Zatti para renovar el ardor de
nuestra pastoral vocacional y para ofrecer a los jóvenes el
ejemplo de una vida que la solidez de la fe hace plena, sencilla,
valiente, por la fuerza del Espíritu y la docilidad del
llamado.

1.2
El Evangelio de la confianza: «Prometí»

El
Evangelio de la vocación
,
del que Zatti es testigo, anima un segundo verbo de fundamental
importancia: prometer.

Hoy
experimentamos a menudo la debilidad de las promesas humanas, el
miedo a la falta de fiabilidad, constatamos la incapacidad de ser
definitivas: de ahí los inviernos vocacionales que están
afectando a la familia, a la Congregación en muchas partes del
mundo, a la Iglesia, y que hacen urgente el anuncio del Evangelio de
la llamada de Dios y de la respuesta del creyente.

Von
Balthasar, reflexionando sobre la esencia de la vocación,
fruto de la fe auténtica, escribe así: «No hay
ningún camino hacia el amor sin, al menos, un indicio de este
gesto
de entrega
.
[…] [El amor] definitivamente quiere recuperarse, entregarse,
confiarse, encerrarse. Quiere depositar en el amado, de una vez por
todas, su libertad de movimiento, para dejarle una prenda de amor.
Tan pronto como el amor despierta verdaderamente a la vida, el
momento temporal quiere ser
superado en una forma de eternidad
.
Amor a tiempo, amor a interrupción nunca es verdadero amor»17.

Artémides
Zatti, aún joven y precisamente en un gran momento de prueba,
siente la llamada a la plenitud del compromiso de sí mismo en
una promesa irrevocable y radical; cuando en edad madura, dando
testimonio de su gratitud hacia el padre Evasio Garrone, su
benefactor, recuerda los inicios de su propio camino de consagración,
Zatti podrá ser sucinto al presentar el corazón de su
juvenil adhesión a la llamada del Señor: «Creí,
prometí».

El
«prometí» de Zatti sigue a su «creí»,
pero también configura su radicalidad y su calidad humana y
cristiana. Artémides cree porque promete y no solo promete
porque cree: en él vemos cumplida la regla de la fe que, si no
puede contar con la disponibilidad para prometer, para entregarse,
cae en el interés espiritual, en la previsión y en el
contrato religioso.

Zatti
no espera garantías para dedicar arriesgadamente su vida, no
pide cobrar el derecho al «céntuplo aquí abajo»
como condición previa para echar las redes; más bien
«se ofreció con pronta disponibilidad para asistir a un
sacerdote enfermo de tuberculosis y contrajo la enfermedad: no dijo
una palabra de queja, aceptó la enfermedad como don de Dios y
sobrellevó las consecuencias con fortaleza y serenidad»18.

Así,
la generosidad de Artémides es pagada, incluso antes de la
profesión religiosa, y el precio es alto: una enfermedad
debilitante, un sueño vocacional destrozado, un sufrimiento
agudo y, sobre todo, una incertidumbre total. Pero en la encrucijada
de la fe y la promesa el Evangelio
de la vocación

realiza en esta vida, desde la juventud, prodigios de santidad.

La
promesa de Zatti es pura, desinteresada, como su fe, y hace
resplandecer la integridad del abandono al plan de Dios y la
generosidad de la entrega y del compromiso de sí mismo,
mostrando auténtica profundidad teológica: Artémides
hace suya la vida del Hijo obediente que se deja totalmente decidir y
destinar, por el amor del Padre, a la salvación del mundo.

El
alfabeto vocacional de Zatti es tan profundo como sencillo y claro:
«Creí, prometí. Zatti cree y promete con
radicalidad evangélica porque ya ha practicado la Pasión
del Señor como regla de su fe y entrega, como no se cansa de
repetir en sus cartas a su familia: “Nuestros gozos son las
cruces, nuestro consuelo es sufrir, nuestra vida son las lágrimas,
pero con la compañera siempre querida e inseparable a nuestro
lado, la esperanza de llegar al hermoso paraíso, cuando se
complete nuestra peregrinación en la tierra”»19.

La
cruz es la regla de la fe, y enseña cómo el creer
cristiano no es simplemente saber algo, sino confiarse a Alguien,
prometiéndole no algo, sino uno mismo. Formado por la cruz,
Artémides, incluso antes de emprender el camino de la vida
religiosa, no promete
sino que se
promete
,
no hace
voto
,
se
vota
,
y así refleja los rasgos del Hijo que «al entrar en el
mundo, […] dice: Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas,
pero me formaste un cuerpo. No aceptaste holocaustos ni víctimas
expiatorias. Entonces yo dije: "He aquí que vengo – pues
así está escrito en el comienzo del libro acerca de mí –
para hacer, ¡oh, Dios!, tu voluntad» (Heb
10:
5-7).

Y,
siempre en la escuela del Señor Jesús, Zatti aprende
que la radicalidad de la promesa de sí mismo corresponde a la
creciente audacia de la fe. Quien se entrega completamente a Dios
puede abandonarse a la certeza de recibir todo de Él, y
Artémides no se cansa de recordar esto en sus cartas: «Os
recomiendo que no tengáis miedo ni vergüenza de pedir
gracias. Pedid y obtendréis; y cuanto más pidáis,
más obtendréis; porque el que pide mucho recibe mucho,
el que pide poco recibe poco; y el que nada pide, nada recibe. […]
No os voy a enumerar las gracias que tenéis que pedir; bien lo
sabéis vosotros. Solo pongo una ante vuestros ojos: y es esa,
que todos nosotros podamos amar y servir a Dios en este mundo y luego
gozarle en el otro»20.

1.3
El Evangelio de la dedicación: «Sané»

«Sané»
es el verbo con el que Zatti sella el acontecimiento que lo introduce
en la vida salesiana.

¿Qué
significa «sané»?
Ciertamente la tuberculosis que había minado su salud fue
superada por Zatti y de una manera que sorprendió a los
médicos: «En el proceso de Viedma el tribunal se
pregunta si la curación fue milagrosa. Hasta donde sabemos, la
instantaneidad no pudo calificarla como tal, pero, según los
médicos […] que conocieron bien a Zatti hasta su muerte, fue
extraordinaria por la escasez y la poca eficacia de los tratamientos
en ese momento, por la continuidad de la curación y por la más
que normal fortaleza física de la que disfrutó siempre
el siervo de Dios, a pesar de su vida de penurias. La intervención
de la Virgen parece innegable, ya fuese un milagro o una gracia
extraordinaria»21.

El
dedo de Dios, sin embargo, actuó según su estilo
inconfundible: no erradicó el mal devolviendo la vida de
Artémides a las condiciones anteriores a la enfermedad, ni
desentrañó el misterio propio de todo designio divino y
de toda existencia humana. Así, como sabemos, «los
Superiores, aun constatando las mejorías en la salud del
siervo de Dios, no debieron de estar plenamente persuadidos de sus
futuras posibilidades. La tuberculosis, en aquellos días, no
daba nunca seguridad de curación definitiva; el curriculum de
estudios que el Siervo de Dios habría debido afrontar, a su
edad (23-24 años), era todavía largo y ciertamente no
conveniente para un tuberculoso. Él, por otra parte, ya había
comenzado a trabajar, y todo lo hace suponer, con éxito y con
satisfacción recíproca en la Farmacia en una ocupación
propia de un seglar; tal vez el mismo padre Garrone hacía
alguna presión para tenerlo consigo en su trabajo. Los
Superiores, dadas todas estas circunstancias, debieron de proponer a
Zatti – que ciertamente, por todo lo que consta en sus
escritos, había decidido dejar el mundo y consagrarse a Dios –
que perseverara en su propósito de consagrarse a Dios, que
profesara como salesiano coadjutor (hermano laico): la solución
parecía la más prudente en vista de su salud aún
incierta: un trabajo material requería menos esfuerzo que el
exigido por un largo período de estudios severos»22.

El
misterio de Dios se espesa con la curación; y, a la fe de
Artémides, se le pide una purificación quizás
más severa que la que impone la pérdida de la salud: el
sacrificio de la orientación vocacional. Así, Artémides
es llevado a profundizar el camino de purificación que Dios le
exige: la liberación de la enfermedad no es una recuperación
de las fuerzas, que permite a un joven emprendedor «recuperar
la vida». A su manera, la curación es el desierto de una
nueva pobreza, para que la vida de Zatti sea un espacio libre para
Dios en la radicalidad de un nuevo abandono.

Dios
cura a Artémides de la tuberculosis para renovar en él
el prodigio de la salvación del apego a sí mismo, del
desapego incluso de sus propios proyectos de bien: «Es de creer
que el abandono de la aspiración al sacerdocio fue para el
siervo de Dios un gran sufrimiento espiritual, tal era el entusiasmo
y el espíritu de sacrificio con que había emprendido el
camino hacia esta meta. Sin embargo, es maravilloso, y un indicio de
extraordinaria fuerza espiritual, que nunca aparezca una palabra de
lamentación o incluso de pesar y de nostalgia […] por
este cambio en la perspectiva de su vida»23.

«Sané»
es entonces la voz de la coherencia del alfabeto vocacional de Zatti.
Cuando Dios llama y su criatura responde, el Espíritu no se
limita a reparar la precariedad humana sino que cumple el sueño
de Dios: «He aquí que hago nuevas todas las cosas»
(Ap 21,5). Así, si la enfermedad inclina al corazón
humano a replegarse sobre sí mismo, el creer y el prometer de
Zatti, alimentados por el amor al Señor Jesús y a la
Cruz, producen la verdadera salud: un mayor olvido de sí mismo
y una condescendencia incondicional hacia Dios, que lo lleva ser el
humilde apóstol de los más pobres, de los enfermos y,
entre ellos, convertirse en apóstol de los casos más
extraños; en fin, de los abandonados y desechados de este
mundo.

Artémides
renacido a una mayor pobreza se entrega más, en plena y activa
confianza, al plan del Padre: «Ex
auditu

puedo decir que [en la vida del siervo de Dios] hubo una voluntad
general de que Dios fuese glorificado. Por lo que le conocí
puedo asegurar que vivía para la gloria de Dios»24.

La
subordinación de todo a la gloria de Dios y el sacrificio de
los propios proyectos – incluidos los proyectos de bien –
en favor de la sabiduría de Dios, que es la única que
realiza la plenitud del Amor, serán esenciales no solo para la
experiencia espiritual de este Salesiano extraordinario, sino también
a la pedagogía
del

dolor
que deberá practicar por la especificidad de su misión.

En
el «sané» de Zatti se cumple no solo una gracia
sino una escuela, y ambas son moldeadas por el dedo de Dios para el
bien de los hermanos: libre de la enfermedad, Artémides
servirá a los enfermos toda la vida, después de haber
pasado por la verdadera
curación

que le hará verdadero
médico

de las criaturas sobre las que se inclinará.

«Hacía
a menudo la señal de la Santa Cruz y se la hacía hacer
a los enfermos, le encantaba enseñársela a los niños.
En él la fe y las medicinas formaban una simbiosis, sin fe no
curaba y tampoco sin medicinas. Tampoco veía una dicotomía
entre el alma y el cuerpo; el hombre era una sola cosa, y cuidaba de
este hombre: cuerpo y alma»25.

Solo
porque fue llevado de la mano de Dios a experimentar la curación
como morir a sí mismo, Zatti podrá acercarse a los
enfermos con el fármaco del Amor Encarnado y Crucificado,
dispensando consuelo, luz y esperanza.

2.
UN TESTIGO DE LA PASCUA

Si
en la vida de Zatti – por el modo en que fue alcanzado por la
llamada de Dios – resplandece de forma original y muy actual el
Evangelio
de la vocación
,
su siembra apostólica se realiza como arte del cuidado en la
luz de la Pascua.

La
coherencia pascual es la regla de fidelidad de todo apostolado
cristiano: en los santos, la práctica de esta regla alcanza su
esplendor, llevando la vida de Dios a las fatigas de los hombres, de
la historia, del mundo, edificando así la Iglesia.

Zatti
practicó con pasión pascual el cansancio del
sufrimiento humano y construyó así la Iglesia como un
verdadero hospital de campaña (como sigue repitiendo hoy el
papa Francisco), precisamente transformando dos hospitales que
surgieron «en el fin del mundo» en células vivas
del Iglesia.

Los
hospitales de San José primero y de San Isidro después
fueron, entre finales del siglo XIX y las primeras décadas del
siglo XX, un recurso sanitario precioso y único para la
atención, sobre todo, de los pobres de Viedma y de la región
de Río Negro: el heroísmo de Zatti los convirtió
en lugares de irradiación del amor de Dios, donde el cuidado
de la salud se convierte en una experiencia de salvación.

Zatti
ha imitado en su vida la parábola
del buen samaritano
.
El samaritano es Cristo, el Dios cercano (en su Hijo amado) que no
conoce la indiferencia y el desprecio, sino que se ofrece a sí
mismo, de antemano, para curar hasta al último de sus hijos e
hijas, por medio de la proximidad del amor, para que el mal de la
historia no condene a ninguno de estos pequeños a perecer
fuera de Jerusalén.

Aquí
está el milagro de Dios: en ese trozo de tierra patagónica,
donde discurre la vida de Zatti, cobró vida una página
del Evangelio. El Buen Samaritano encontró rostro, manos y
pasión, sobre todo por los pequeños, los pobres, los
pecadores, los últimos. Así un hospital se ha
convertido en la Posada del Padre, se ha convertido en signo de una
Iglesia que ha querido ser rica en dones de humanidad y de gracia, a
través de la donación, el servicio y la vivencia del
mandamiento del amor a Dios y al hermano.

Son
numerosos los testigos que nos permiten contemplar la experiencia de
Iglesia accesible en aquel hospital de campaña vivificado por
el corazón inflamado de Zatti: al darles la palabra, surge de
nuevo la fascinación de Artémides, preocupado por curar
a quienes se encomiendan a él, sea con los remedios del arte
médico, sea tanto con la presencia, la simpatía, la
oración por todos y con todos, como con la expresión
cotidiana de fe de este humilde Salesiano. Todo esto sin duda
demostró ser más eficaz que muchas medicinas.

2.1.
Cuidado pascual y servicio (
diakonia)
de la vida herida

Donde
hay santidad se propaga la Iglesia, y donde se edifica la Iglesia hay
santidad. Quien conoció a Zatti, todo el que fue acogido en su
hospital, tuvo una experiencia de fraternidad y en esta fraternidad
una experiencia de Iglesia.

Zatti
vivió con radicalidad evangélica la certeza de que el
servicio, que era su característica vocacional – la
diakonia
hace creíble, reconocible, amable, el rostro de la Iglesia. La
puerta del servicio atrae al corazón humano, especialmente
cuando es probado por la vida y el sufrimiento, y se abre a la
experiencia del encuentro con Jesús, el verdadero Buen
Samaritano, y Zatti se esforzaba por vivir como un buen samaritano.
«El hospital y las casas de los pobres, visitados noche y día
yendo en una bicicleta, considerada ahora como elemento histórico
de la ciudad de Viedma, fueron el horizonte de su misión.
Vivió la entrega total de sí a Dios y la consagración
de todas sus fuerzas al bien del prójimo»26.

Zatti
es testigo de servicio, y así como Jesús se entregó
hasta el final, Zatti realizó hasta el heroísmo,
siguiendo las huellas de su Señor, una donación y una
diakonia
plenamente cristianas. Merecen ser subrayadas, con las palabras
unánimes de los testigos, las extraordinarias características
de la diakonia
evangélica
de Zatti: la universalidad de su entrega, la totalidad del don de sí,
la generosidad nacida con Dios a su lado, en la obediencia a Él,
realizada en Él. y para Él.

Que
el servicio de Zatti no conocía particularidades y no hiciese
preferencia de personas queda a la vista de cuantos le conocieron:
«Sé que visitaba la prisión para curar a los
enfermos. Con los incrédulos y los enemigos de la Iglesia se
manifestaba disponible y amable. Recuerdo la frase de un médico
que comentando el título del libro del padre Entraigas “El
pariente de todos los pobres”, decía que debería
haber sido corregido en “pariente de todos” por la
ecuanimidad con que [Zatti] no hacía distinción entre
todos los que le buscaban»27.

Si
en el servicio y en la donación de sí mismo de Zatti
hubo una preferencia por alguien, esta fue la preferencia enseñada
por el Buen Pastor, sensible sobre todo a la suerte de las ovejas más
heridas y perdidas: «Era una de sus predilecciones [de
Zatti] su total
donación a Dios en estas personas humildes, indefensas o con
enfermedades repugnantes, a tal punto que cuando alguien quiso
enviarlas a un hospicio porque llevaban muchos años en el
Hospital San José, respondió que no se debía
abandonar estos verdaderos pararrayos
del Hospital»28.

Zatti,
además, servía con todo su ser, consumiéndose en
una generosidad sin cálculo en las más diversas formas
de una actividad febril, orientada solo a corresponder a las
peticiones de todos: «Como todos conocían su bondad y su
buena voluntad en servir a los demás, todos acudían a
él para las cosas más dispares. […] Los directores de
las Casas de la Inspectoría escribían para pedir
consejos médicos, le mandaban hermanos para asistir,
encomendaron a su hospital-cuidados crónicos a las personas
que habían quedado incapacitadas. Las Hijas de María
Auxiliadora no fueron menos que los Salesianos en pedir favores. Los
emigrantes italianos pedían ayuda, hacían escribir a
Italia, solicitaban prácticas; los que habían sido bien
atendidos en el hospital, como si fuera una expresión de
agradecimiento, enviaban a familiares y amigos a que los asistiera
por la estima que tenían de sus cuidados. Las autoridades
civiles tenían, a menudo, personas incapacitadas para
rehabilitarlas y recurrían a Zatti. Los presos y demás
personas, viéndolo en buenos términos con las
autoridades, le recomendaban que pidiera clemencia para ellos o les
hiciera proceder a la solución de sus problemas»29.

El
servicio de Zatti era, además, continuo y se olvidaba de sí
mismo y, precisamente por eso, no se vio frenado por la
susceptibilidades, ingratitudes, correspondencias perdidas o
peticiones insistentes: «En el siervo de Dios era
extraordinaria la preocupación por el prójimo en el
trabajo diario; de la mañana a la tarde vivía para sus
amados enfermos. Estas circunstancias se multiplicaron durante la
noche, cuando, a cualquier hora que lo llamasen, acudía
rápidamente. […] Me consta que a menudo ha tenido que
sufrir de pretensiones excesivas de algunos enfermos, exigencias
desmesuradas, caprichos, como es el caso […] de los enfermos
mentales. El siervo de Dios nunca perdió la paciencia.
Recuerdo haberle visto en más de una ocasión subir con
mal tiempo, frío y lluvia con su vehículo, una
bicicleta no último modelo, para curar a los enfermos de la
población andando calles poco transitables»30.

Para
marcar profundamente la diakonia,
el servicio a todos de Zatti era el hacerlo en la compañía
del Señor. A nadie escapaba la competencia de este generoso
enfermero, pero era igualmente evidente su estar en misión con
Jesús: «Un dato personal muy concreto: siendo novicio y
luego nuevo sacerdote, vine a Viedma a causa de unas pústulas
que me salían sobre todo en el cuello y en el rostro, y el
siervo de Dios me acogía siempre sonriente, me curaba
cauterizándome con una punta caliente, tarareando el
Magníficat
mientras
trabajaba y luego animándome a ofrecer aquellos sufrimientos
por la santa perseverancia en la vocación»31.

De
nuevo, en Zatti resplandecía la obediencia a Dios y a su
designio como alma de un servicio humilde y confiado, que debía
suscitar en los pobres y enfermos sentimientos de abandono en Dios.
Todo encontraba inspiración en Dios, y Zatti realizaba todo
según al mandato de Dios, de modo que el servicio de este gran
Salesiano fue una práctica continua y fascinante del precepto
del amor: «Amó a Dios sobre todas las cosas. Para él
todas las cosas de esta tierra eran transitorias y secundarias. Para
mí Zatti era constante, sin cejar en su amor a Dios y en su
piedad. No solo en los actos de piedad, sino en todo servicio al
prójimo tenía siempre el nombre de Dios en la boca.
Exhortó a todos los que estaban cerca de él a vivir la
piedad. Zatti era permanentemente un ejemplo, su piedad fue superior
a la ordinaria»32.

La
de Zatti, sin embargo, como ocurre siempre en los santos, es una
diakonia,
un servicio ciertamente realizado en obediencia a Dios, pero sobre
todo en el nombre de Dios, prestando a Dios su rostro, su corazón,
sus manos, con certeza – fuente de gran audacia – de ser
un pequeño instrumento de su gran Poder y Providencia. Así
Zatti trabaja con una generosidad extraordinaria, pero con un
abandono total porque sabe que en él actúa su Señor:
«Esperó y confió siempre en Dios. La serenidad
con la que superaba las dificultades era una demostración de
su esperanza en Dios. Siempre dijo: “Dios proveerá”,
pero lo decía con plena confianza y esperanza»33.

Zatti,
creyente y hombre auténtico, era «movido por la caridad
hacia el prójimo porque ve a Cristo sufriendo en cada enfermo.
Tal era la bondad que usaba con los enfermos que no les negaba
nada»34;
«Para el siervo de Dios el amor se manifestaba en la caridad
con que asistía a los “otros Cristos”. En su
concepción evangélica de que todo lo que sus discípulos
hagan a sus prójimos se lo estarán haciendo al mismo
Cristo, el siervo de Dios solía comportarse con todos con
caridad, incluso cuando se trataba de incrédulos o
indiferentes»35.

O
viviendo en salida una Iglesia del servicio, capaz de llegar en
bicicleta a sus pobres, o sirviendo a todos los que llamaban a su
hospital – primero de San José y luego de San Isidro –
para que allí encontrasen el amor de Dios. Zatti se dio
completamente a Dios, haciéndose siervo del Señor,
auténtico misionero de la Iglesia en el nombre del Señor
Jesús.

2.2
Fraternidad pascual y comunión (
koinonia)
en la vida compartida

La
santidad de Zatti nos lleva al corazón de la Iglesia no solo
por la singularidad de su diakonia,
sino también por la calidad de la comunión florecida en
su donación a los demás. Lo que fuese la comunión
para Zatti está atestiguado tanto por los testimonios de
quienes vieron su acción, como por la forma en que atravesó
los momentos más agotadores que marcaron su vida.

Un
hecho especialmente doloroso para él se produjo cuando los
superiores se inclinaron por el derribo del Hospital de San José,
al que Artémides había consagrado todas sus energías;
en Viedma no había lugar para el obispado; y, para construir
una residencia episcopal adecuada, se decidió demoler el
antiguo hospital, con la carga de trasladar todos los servicios
sanitarios a los espacios de la Escuela Agrícola de San
Isidro, sede de la otra obra salesiana en Viedma.

Para
Zatti, el derribo no fue una simple operación constructiva,
fue una prueba cruda y crucificante: ante sus ojos no solo tenía
los escombros de un antiguo hospital, sino la duda de que con esos
muros se había derrumbado su vida y allí habían
terminado también sus renuncias y privaciones, incomprensiones
y vigilias, dolores de cabeza y sudores, entrega al prójimo y
sacrificio de sí mismo. A Zatti no se le perdonó el
cáliz, pero permaneció de pie, con fortaleza y dulzura
cristiana: «en el momento del derribo del hospital de San José
se había propuesto primero que se construyera el palacio
episcopal en otro lugar y se permutaran los terrenos; luego, ante lo
inexorable del derribo, que […] sentía enormemente dada su
extrema sensibilidad humana, no se rebeló ni protestó;
al contrario, tranquilizó a los que intentaban que se
rebelase»36.

Como
siempre sucede en la vida de los santos, la prueba es a la vez un
crisol oscuro y una demostración luminosa: Zatti con su
serenidad de espíritu y con la presteza puesta en montar la
nueva sede de los servicios de salud, demostró la base de su
entrega: el verdadero hospital que construía no podía
reducirse a escombros, porque era una invención de la caridad,
de esa caridad que «no tiene fin» (1
Cor
13,8),
y que expresa el milagro de la comunión, reflejo de la eterna
Vida de Dios. El verdadero hospital de Zatti no era un edificio
terreno, dedicado a San José o a San Isidro; en esos ambientes
su profesionalidad acogía a todos, a través de la
puerta del servicio, para que pudieran tener una verdadera y plena
experiencia de la ternura de Dios.

Zatti
no predicó el catecismo de la comunión, pero con su
santidad lo encarnó; y su hospital no era un edificio
imponente, sino un milagro evidente y cotidiano de servicio y de
comunión. Aquí «el siervo de Dios dirigía
al personal, que estaba formado por varias personas que vivían
en el hospital, como un superior de una comunidad religiosa […]
El personal lo amaba, lo veneraba y seguía al pie de la letra
sus reglas. A nadie les ha faltado nunca lo necesario: moral,
espiritual y técnico para el cumplimiento de sus compromisos,
y esto por la preocupación personal del siervo de Dios»37.

Es
una convicción de todos que la estatura espiritual de Zatti lo
convirtió en el artífice de la comunión: «En
los años que estuve en la escuela en el Colegio San Francisco
de Sales, el hospital era una dependencia del Colegio y sabíamos
todo lo que pasaba aquí como allá. Nunca he oído
hablar de rencillas o incomprensiones entre los colaboradores de
Zatti que pudieran tener alguna relevancia y provocar habladurías
en el pueblo o en la escuela»38.

Cuando
se realiza la comunión cristiana, no pasa desapercibida por su
belleza que trastorna al mundo postrado por el rencor y por la
división; son solo los santos, sin embargo, quienes conocen a
fondo el precio de la comunión, su extrañeza a la
espontaneidad, a la inmediatez de la simpatía, a la facilidad
sin sacrificio. Los santos saben cuánto cuesta la comunión
porque saben cuál es su fuente: el costado desgarrado del
Señor, que realiza la obra de reconciliación entre los
hombres y con los hombres.

Zatti
sabe que solo la Sangre del Señor crea comunión, y
elige el camino de la participación fiel y cotidiana en el
sacrificio del Hijo, con la sonrisa en el rostro, la fuerza en el
alma, la paz en el corazón, las manos atravesadas por el
trabajo y la fatiga. Haciendo casi imperceptible el compromiso que
exigía su inmolación, Zatti «era un hombre que
irradiaba paz, [hombre] de acción, dinámico, no
mostraba nerviosismo, alegre. Era frecuente el uso de bromas […]
para animar a un enfermo […]. Era un hombre que no vacilaba en
sus prácticas religiosas, […] señal de su
esfuerzo por superarse a sí mismo. Personalmente, lo que más
noté en él fue su caridad y humildad»39.

La
humildad de Zatti construye la Iglesia y hace cristiana la comunión
de la que él mismo es artífice; quien no muere a sí
mismo todos los días, lleva consigo el peso del egoísmo
que hiere la comunión; solo la humildad cura las relaciones y
supera la tentación del poder, del control, de la seducción
y de la prevaricación. Zatti, sin multiplicar palabras ni
discursos, sabe que solo con humildad puede ser creador de la
verdadera koinonia,
fruto y condición de una diakonia
eficaz
y discreta, que no crea dependencia sino que restaura la dignidad;
solo la humildad sirve de manera generativa, promoviendo una comunión
que cuida el vínculo y promueve la autonomía. La
humildad es virtud de Dios porque es el secreto de todo padre, la
esperanza de todo hijo, el espíritu de toda vida verdadera.

Zatti
puede ser servidor y constructor de comunión por la humildad
que hace de él un sencillo hijo de Dios, vivo de la Vida del
Espíritu y padre de todos: «Creo que, en la relación
de Zatti con sus colaboradores, nunca ha habido problemas porque era
como el padre de todos. Recuerdo que todos le echaban mucho en falta
cuando él estaba ausente por haber ido a Roma para la
Canonización de Don Bosco»40.
«La relación de don Zatti con el hospital era como la de
un padre. No conozco malentendidos ni dificultades: si las ha habido,
creo que no han sido de su parte. De las enfermeras con las que he
tratado […], no he oído más que elogios y
ninguna queja»41.

2.3
Cercanía pascual y
martyria
de la vida sin fin

Nuestro
hermano Artémides Zatti testificó realmente con su vida
(martyria)
que el Señor ha resucitado. «Yo soy la luz del mundo»
(Jn
8,12) dice el Señor de sí mismo. El Evangelio es Luz
que quiere penetrar en la vida de los hombres, y la Iglesia,
sacramento vivo de Dios, es Luz para el mundo. La santidad de Zatti,
alimentada por la Pascua de Jesús, es también luz, y lo
experimentaron, especialmente, los pobres y los enfermos de Viedma.
Zatti los acoge a través de la puerta del servicio, los
mantiene dentro de los muros de la comunión, pero para
ofrecerles, con su testimonio de vida, la luz del Evangelio, el
esplendor de la Pascua que ilumina a la Iglesia.

Creyentes
y no creyentes quedan impactados por las palabras y por los gestos de
Zatti; su testimonio es sin sombras, extraordinariamente salesiano,
llega a todos y anuncia, a través de dos nombres, dos rasgos
decisivos del Dios de Jesús: Providencia y Paraíso.

No
hay Iglesia donde no haya anuncio explícito del nombre de
Dios, anuncio pagado con el martirio de la vida, en el signo de la
sangre o de la caridad; donde se impulsa el servicio y la comunión
de Zatti resuena el anuncio del nombre de Dios, de estos dos nombres,
tan cristianos y tan salesianos: Providencia y Paraíso.

Zatti
anuncia con su vida que todo en Dios es amor, pero amor concreto,
atento, ilimitado y minucioso por cada criatura: el amor de Dios es
Providencia. Sin embargo, la Providencia de Dios no es temporal, sino
eterna, y he aquí el segundo nombre: Paraíso. Paraíso
es el nombre propio del deseo de Dios que en la historia provee a sus
criaturas para tenerlas consigo para siempre, por la eternidad.

Zatti
es un maestro de este alfabeto cristiano: «era su deseo
constante que el Señor fuera conocido y amado. La atestiguaba
la alegría que expresaba cuando un nuevo paciente, que no
sabía nada de Dios, se convertía en un cristiano
devoto. Su primera preocupación fue cuidar e inspirar
confianza en la divina Providencia»42.

El
sentido de la Providencia no fue la respuesta obligada a las
condiciones de precariedad, una especie de última playa
ofrecida a los náufragos para no hundirse en los momentos
difíciles. Testimoniar la Providencia para Zatti significaba
enseñar a hablar con Dios, a llamarlo por su nombre, con
confianza cristiana, porque «estaba muy convencido de los
principios evangélicos y uno que tenía bien grabado en
su corazón y en su mente era “buscar primero el reino de
Dios y su justicia y todo lo demás os será dado por
añadidura” (Mt
6,33). Había aprendido en la escuela de Don Bosco – habiendo
leído mucho su vida – a no desconfiar nunca de la ayuda
de Dios, sobre todo cuando se le honra como quiere, en cada uno de
nuestros prójimos»43.

Pero
una Providencia sin Paraíso no permitiría que el
anuncio del nombre de Dios llevara el peso de la historia, con su
carga de cansancio, de sufrimiento, de muerte. Zatti animaba, dentro
y fuera del hospital, una Iglesia siempre visitada por el dolor y la
muerte, y esto exigía plenitud de fe y de testimonio, pedía
anunciar el nombre del único deseo de Dios para el hombre:
Paraíso. Cuando daba testimonio del Paraíso, Zatti
mostraba la certeza «de la vida eterna y de su adquisición
por la gracia y las buenas obras; esto se manifestaba sobre todo ante
la muerte […]. Yo personalmente lo escuché regocijarse
por haber podido prestar ayuda religiosa a los enfermos y exclamar
[…] “Hoy hemos enviado dos o tres al cielo”»44.

Con
estos dos nombres de Dios, Zatti evangelizó la vida y la
muerte, la alegría y el dolor, la salud y la enfermedad como
verdadero testigo cristiano, como mártir, en el martirio
cotidiano de la caridad. El anuncio y la martyria
de Zatti no divulgan un evangelio de circunstancia o de oportunidad,
sino que esparcen Sal, Luz, Levadura, prestan rostro, corazón
y manos a un Evangelio que pide vida y la impregna toda, resuelve los
enigmas y vence las angustias con el calor de la Verdad: «Desde
que lo conozco siempre ha dado más importancia a las prácticas
religiosas que a su trabajo, aunque lo hiciera con perseverancia.
Citaba a menudo las Escrituras, especialmente los evangelios, para
consolar a los enfermos o alentar la virtud […]. Era muy
difícil para él no poner un pensamiento espiritual en
sus conversaciones. Una vez, hablando con él, le mencioné
el descubrimiento de algunas medicinas nuevas como la penicilina y
las sulfamidas; el siervo de Dios me escuchó y, cuando terminé
de hablar, me dijo: “Es verdad, es verdad, pero la gente
seguirá muriendo de todos modos”»45.

Y
la verdad del Evangelio, en su totalidad, ilumina el hospital de
Zatti, como había iluminado el Oratorio en tiempos de Don
Bosco: por eso, en el hospital de Viedma como entre los muros de
Valdocco, no se teme a la muerte y no hay que multiplicar los
expedientes para suavizar el escándalo u ocultar la evidencia,
engaños peligrosos para el corazón humano. Zatti
afrontaba la muerte con el testimonio del Evangelio de la vida: una
vida con los pies en la tierra, por eso trabajadora y concreta, pero
con el corazón en el cielo, y por eso confiada y serena: «la
única razón de su vida era precisamente la espera de
una recompensa celestial, nunca actuó para ganar dinero o
reputación, hizo todo en la esperanza de la felicidad
futura»46.

Su
compromiso, a pesar de su sencillez, fue vivir el Evangelio con el
corazón enraizado en el Premio final y llevar el Dios de la
Providencia y del Paraíso en cada herida y en cada muerte
humana, para que allí florezcan la Vida y la Resurrección.
Esto bendecía el testimonio de Zatti e invocaba su presencia
cuando las preciosas y raras medicinas de la esperanza y del consuelo
eran indispensables. Toda la ciudad de Viedma lo sabía, como
lo han confirmado los testigos con sorprendente unanimidad: se
llamaba siempre a Zatti, y acudía a animar y consolar, dando
esta medicina cristiana que bebía, para su vida en gracia de
Dios, del mismo Espíritu, el Consolador. Así era
«extraordinaria en el siervo de Dios la capacidad de infundir
esperanza en los enfermos, hecho que contribuyó casi
milagrosamente a la curación elevando el ánimo del
doliente»47.
Zatti testimonia, hasta el martirio de la caridad, que el Señor
es Dios del cielo y de la tierra. Zatti es testigo de ello, con la
pasión de los santos, que no conoce medida: «Recuerdo
que un paciente le decía a Zatti que siempre lo preparaba para
el cielo y que tenía que prepararlo un poco para la tierra.
Otro dato muestra el ambiente del hospital: una enfermera insistió
una vez en preparar para la muerte a un paciente que no estaba tan
mal y que, en efecto, está todavía vivo»48.

2.4
Alegría pascual y liturgia de la vida redimida

Artémides
Zatti, con su extraordinaria fidelidad a los acontecimientos
centrales de la vida cristiana, se alimenta del Pan de la Palabra,
del Pan del Perdón, del Pan del Cielo, y su vida se
transfigura, cada vez más intensamente, en beneficio de una
misión rica de frutos en crecimiento. Así, la vida de
Gracia, vivida intensamente por este hijo de Don Bosco, llega a
quienes se encuentran con él, sin distinción: enfermos
y colaboradores, hermanos y autoridades, pobres y bienhechores; en
Zatti tocan la vida del Señor, a través de la fuerza
del misterio sacramental que se participa entre las personas en la
comunión del pueblo de Dios. Y así toda la Iglesia, en
los sacramentos, por el poder del Espíritu Santo, celebra el
misterio pascual y asegura a los hombres el alimento por medio de los
sacramentos, para el camino, y los remedios que sanan a la humanidad
herida por el mal y por la muerte.

Esta
es la Iglesia: florece y crece donde el servicio y la comunión
anuncian el nombre de Dios, dan testimonio de la Palabra de Jesús,
se nutren de su Cuerpo, se curan de su Perdón. Zatti no hace
simplemente todo esto, sino que es todo esto; a través de la
correspondencia con la Gracia, que santifica su vida, no solo se
reconocen en él los gestos y las palabras del Señor,
sino que experimentamos Su propia Vida: Zatti es un «tabernáculo
viviente», y su testimonio radiante suscita preguntas,
resoluciones, conversión, incluso en aquellos que están
lejos de una participación íntima en el misterio del
Señor.

La
dedicación de Zatti, que revela una raíz más que
humana, se convierte en una prueba universalmente convincente de la
fuerza sobrenatural de los sacramentos; el suyo, en efecto, es «un
amor sobrenatural y extraordinario por el prójimo. […]
Estaba dispuesto a cualquier sacrificio y por eso lo difícil
le parecía fácil. Pienso que las circunstancias
difíciles de su acción caritativa fueron: la falta de
personal, la solicitud de asistencia en todo momento, no dejarse
influir por mal tiempo, atender a todo tipo de personas. Recuerdo a
un familiar mío, enfermo, al que visitó un día
de tiempo pésimo y cuando le dijeron: “¿Cómo
sale con este tiempo, señor Zatti?” Y me respondió:
“¡No me queda otra!”»49.

Es
regla de la liturgia cristiana el poder dar buena prueba de sí
mismo en la vida del creyente con el orden, la armonía, el
dinamismo eficaz, y sobrenatural. Zatti es un cristiano, laico
consagrado Salesiano de Don Bosco, es piedra viva de la Iglesia, es
testigo de la Pascua, porque en sus obras se hace visible el
mandamiento del Amor, que hace reconocer a Dios en el prójimo
y al prójimo en Dios; pero Zatti enseña, con su vida,
que la fuerza necesaria para la práctica de ese mandamiento es
sobrenatural, y solo puede venir de Dios, de sus sacramentos y de la
oración y unión con Él. «Zatti ejerció
la caridad en circunstancias difíciles por falta de recursos
económicos. También porque su actividad excedía
lo ordinario, por la cantidad de horas que dedicaba a sus compromisos
sin omitir sus obligaciones religiosas. Como le conocíamos,
nos preguntábamos cómo podía sostener un
esfuerzo tan grande sin el descanso que se suele considerar
necesario»50.

Dos
episodios merecen ser recordados, como ejemplo de la liturgia de la
vida de la que Zatti es primero discípulo y luego apóstol
del Señor Crucificado y Resucitado; en primer lugar, el
derribo del antiguo hospital de San José, con la necesidad de
trasladar a los enfermos a San Isidro: «No tengo noticias de
que a Zatti le dieran una fecha de desalojo, y seguro que no había
recibido nada de su Inspector, de lo contrario lo habría
sabido […]. El estado emocional en el que cayó Zatti
cuando fue necesario sacar a los enfermos, para que los escombros no
se derrumbaran sobre ellos, podía ser psicológicamente
fatal. Lloró amargamente, pero después de haber rezado
ante el Santísimo Sacramento, se puso a trabajar con serena
energía»51;
y, luego, el servicio a los moribundos: «Un joven estaba a
punto de morir, y Zatti conversaba con él después de
haberle hecho comulgar; en un momento el niño comenzó a
gritar “¡Zatti, me muero!” y en el mismo momento se
levantaba de la cama; Zatti, mirándolo a los ojos, sonriendo
dijo: “¡Qué lindo, vete al cielo!” y el
joven se dejó caer con una sonrisa que retrataba la de Zatti,
y que le quedó impresa en su rostro»52.

Esto
es lo que sucede cuando la Eucaristía se hace vida y el
misterio pascual práctica cotidiana: las grandezas humanas se
transforman, por obra del Espíritu, y cada acción del
creyente se realiza en Cristo, por Cristo y con Cristo, haciendo de
la vida una liturgia. y transfundiendo los santos dones de la
liturgia a la vida.

Nuestro
querido Artémides Zatti, deudor en todo de los Misterios del
Señor, sabe que todo puede ser solo gracias a él; de
ahí su humildad: «Recuerdo que, estando mi hermano
Salvador muy enfermo de fiebre tifoidea, el siervo de Dios iba a
cuidarlo varias veces al día. En una ocasión, al
encontrarlo camino a la casa de Salvador, le dije con tristeza:
“¡Señor Zatti, por favor, salve a mi hermano! Se
dio la vuelta y, mirándome a los ojos, me dijo con severidad:
“¡No seas blasfemo, solo Dios salva!”»53.

La
de Artémides Zatti fue una vida hecha de donación, de
comunión, de testimonio del Señor resucitado. Una vida
llena de gracias que lo llevó a una muerte plenamente
cristiana: «Preguntándole si sus dolores eran continuos,
fuertes o no, sin contestarme directamente, me dijo: “Son un
medio de purificación y estoy feliz porque me doy cuenta de
que estoy completando la Pasión de Cristo, que tanto he
inculcado a los enfermos”»54.

Y
la oferta de Zatti fue plena, discreta, serena y gozosa, como sello
de su liturgia. Merece ser retomada una florecilla en la que, tras el
velo de la simpatía, Zatti regala a quienes le asisten el
sentido de su vida, que Dios supo exprimir hasta el fondo, porque era
madura y plena. Unos meses antes de su muerte, sonriendo ante su
enfermedad – un tumor en el hígado que le tiñe el
rostro de amarillo – Zatti le dice a una enfermera que pronto
él también estará maquillado. Sin embargo, el
suyo será, como en los limones, el color de la madurez, que
hace que esa fruta esté lista para ser exprimida hasta el
fondo: «¿Usted se maquilla? ¡Yo también! En
seis meses le daré la prueba. De nada sirve el limón si
no es amarillo»55.

3.
UNA INVITACIÓN A UN COMPROMISO EXTRAORDINARIO

Este
era el título de la última parte de la carta de don
Vecchi, a la que me he referido varias veces, y que quisiera
conservar y compartir ahora. En las páginas precedentes he
tratado de esbozar de manera sencilla, pero incisiva, la
extraordinaria figura de nuestro hermano Salesiano Coadjutor
Artémides Zatti. Su camino de vida, impregnado y lleno de
Dios, es más que evidente. Así como su santidad. Ante
esta gran figura, hoy se hace patente en nuestra Congregación
la necesidad y la importancia de un compromiso especial para promover
esta hermosa vocación. Hago mías las palabras de don
Vecchi para pedir a cada Inspectoría, a cada comunidad y a
cada hermano en los próximos años, desde ya, «un
compromiso renovado, extraordinario y específico por la
vocación del Salesiano Coadjutor, dentro de la pastoral
vocacional: rezando por ella, anunciándola y proponiéndola,
llamando, acogiendo y acompañando, viviéndola
personalmente y juntos en la comunidad»56.

No
faltan ricas publicaciones sobre la figura del Salesiano Coadjutor57;
quizás lo que necesitamos en este momento es hacer más
convincente nuestro compromiso. He hablado muchas veces en mis
visitas a las Inspectorías, y también en mis cartas, de
que debemos, ante todo, ser hombres de fe, hoy más que nunca
abandonados al Señor. Muchas otras estrategias y planes nos
pueden ayudar, pero no nos sacarán de una dificultad profunda.
Solo
la confianza en el Señor y el recurso a Él
.
El siguiente testimonio de un hermano Coadjutor tiene, en mi opinión,
una fuerza particular: «Aún hoy resuena el “Ven y
sígueme”. Y siempre un estupor al constatar que aún,
hoy, hay jóvenes a quienes no les faltaría nada para
orientarse hacia el sacerdocio y, en cambio, hacen la opción
del laico consagrado también en la Congregación
Salesiana. Por esto, en la pastoral vocacional hay que creer en esta
vocación completa en sí misma, y transmitir por ósmosis
su estima, sin presionar ni distorsionar en dirección de la
figura clerical. Hay que estar convencidos de que hay jóvenes
que no se identifican con el modelo presbiteral, mientras que se
sienten atraídos por el modelo del laico consagrado. ¿Cuáles
son los motivos de esta elección? Todas las motivaciones son
insuficientes: en el fondo queda el misterio de la Gracia y de la
libertad»58.

Llegados
a este punto quisiera invitaros a profundizar en las próximas
publicaciones que saldrán tanto sobre san Artémides
Zatti como sobre la vocación del Salesiano Coadjutor en
nuestra Congregación, en las diversas Regiones, y en las
propuestas de ambos Sectores de la Pastoral Juvenil y de la Formación
que sin duda nos llegarán, en adelante, como ayuda a la
intercesión que el nuevo santo Salesiano hará por todos
y, sin duda de manera muy particular, por sus hermanos Salesianos
Coadjutores en el mundo, los que ya están y los que vendrán,
con la Gracia de Dios.

La
fuerza y ​​la belleza de una invitación

Creo
que no se debe terminar la comparación con la vida de
Artémides Zatti sin evocar, una vez más, una carta de
1986, del cardenal Jorge Mario Bergoglio, hoy papa Francisco, escrita
a un Salesiano, como testimonio de una gracia recibida a través
de la intercesión de Zatti.

La
historia es bien conocida: cuando era Provincial de los Jesuitas de
Argentina, el padre Bergoglio encomendó a Zatti la petición
al Señor de las santas vocaciones a la vida consagrada laical
para la Compañía de Jesús; y su Provincia tuvo
la gracia, en una década, de tener veintitrés nuevas
vocaciones de religiosos hermanos.

El
episodio es relevante no solo por los protagonistas de la historia
– el Dueño de la Mies, un Santo Coadjutor salesiano, el
actual Sucesor de Pedro – sino por su contenido: la fuerza
vocacional del testimonio de Zatti.

Sorprende
que el primer Salesiano canonizado no por el martirio de sangre sea
un Coadjutor, y un Coadjutor que renuncia, en radical obediencia a
Dios, a la misma forma de la vocación que le había
fascinado, la presbiteral, para estar con Don Bosco, realizando,
después, un servicio sacrificado en el mundo de la enfermedad
y del sufrimiento.

Sin
embargo, la fuerte belleza de este testimonio no puede escaparnos; en
él resplandecen los amores fundamentales que deben inflamar el
corazón del Salesiano: el amor a Dios y a su voluntad, el amor
al prójimo, que en sus miembros sufrientes es el Rostro
cercano de Jesús Crucificado, el amor a la Madre del Señor,
Mediadora de toda gracia, el amor a Don Bosco que promete a cada
Salesiano pan, trabajo y Paraíso.

Estos
amores resplandecen en la grandeza luminosa de la vida religiosa de
Artémides, abrazada con gozosa radicalidad y generosa
inventiva.

Nuestro
hermano Artémides Zatti nos muestra cuán sensible es el
mundo al testimonio de la vida religiosa, siempre que este testimonio
sea verdadero, creíble, auténtico: el triunfo de su
funeral, la fama de santidad, la veneración de su tumba son
signos claros de cuánto hemos reconocido, todos, el dedo de
Dios en acción en este Salesiano generoso y fiel: «En
proporción a los habitantes de Viedma, la cantidad de personas
que acudió al funeral fue impresionante. Gente humilde acudía
de todas partes con pequeños ramos de flores. Además de
las autoridades, muchas otras personas. En los días [sucesivos
a su muerte] la gente estaba convencida de que había muerto un
santo; algunos fueron al sepulcro esperando milagros: rezaban,
llevaban flores»59.

La
vida de Artémides Zatti ha despertado una ciudad, y hoy toca
al mundo entero, porque habló de Dios: llevó a los
pobres y a los enfermos, con una práctica ejemplar de la
castidad, el perfume del amor virginal y fecundo de Dios; ha dado a
todos la riqueza de la fe, pagándola con una pobreza amada
hasta el punto de ceder su cuarto a un enfermo o traer allí un
muerto para apartarlo de la vista de los otros enfermos en un último
gesto de ternura y piedad; enseñó la verdadera
libertad, obedeciendo la voluntad de los superiores a costa de
amargas lágrimas, reconociéndolos como mediadores del
plan de Dios.

Religioso
ejemplar, con este testimonio, enseña a todos que la salud que
hay que guardar por encima de todo bien es la del alma, de esa alma
nuestra tan preciosa porque viene de Dios y aspira a él,
muchas veces inconscientemente, en el deseo de encontrar, en sus
brazos, Amor eterno.

Que
los amores de Zatti puedan encender nuestros amores; que su
testimonio del Absoluto de Dios, de la grandeza del alma y de nuestra
verdadera patria puedan inspirar nuestros gestos y nuestra pasión
pastoral, para una nueva fidelidad apostólica y renovada
fecundidad vocacional. Que nunca nos falte, como siempre buscó
Artémides Zatti, la protección materna de la
Auxiliadora, y que la devoción a la Madre en cada casa
salesiana del mundo, y en cada rincón donde esté
presente la Familia de Don Bosco, sea un camino seguro que nos ayude
a vivir una santidad como la de nuestro hermano.

Concluyo
estas palabras proponiendo una oración al Padre por
intercesión del nuevo santo Salesiano Coadjutor, san Artémides
Zatti.

Oración
de intercesión

para
pedir vocaciones de salesianos laicos

Oh,
Dios, que en san Artémides Zatti
nos
diste un modelo de Salesiano Coadjutor,
que
dócil a tu llamada,
con
la compasión del Buen Samaritano,
se
ha hecho prójimo a cada hombre,
ayúdanos
a reconocer el don de esta vocación,
que
testimonia al mundo la belleza de la vida consagrada.
Danos
el coraje de proponer a los jóvenes
esta
forma de vida evangélica
al
servicio de los pequeños y de los pobres,
y
haz que a los que llames por este camino
respondan
generosamente a tu invitación.
Te
pedimos por la intercesión de san Artémides Zatti
y
por la mediación de Cristo el Señor.
Amén.

Con
verdadero afecto y unidos en el Señor con la mutua oración,
os saludo

Ángel Fernández Artime, sdb
Rector Mayor

1
J.
E. Vecchi, Beatificación
del coadjutor Artémides Zatti: una novedad interpelante
,
en ACG 376 (2001), 3.
2
He decidido trazar un perfil breve y sobrio. Los que quieran conocer
más sobre la vida de Artémides Zatti pueden encontrar
varias biografías sobre el próximo Santo y también
leer el perfil biográfico de la carta de don Vecchi a la que
me he referido anteriormente.
3
Cf. Positio, p.35.
4
Cf. J. E. Vecchi,
o.c., p.
16 y Cf. Positio,
p. 47.
5
J. E. Vecchi,
o.c., p.
19 y Positio,
p. 79.
6
J. E. Vecchi, o.c.,
p. 20.
7
J. E. Vecchi, o.c.,
p. 22 y Summarium, p. 310, n. 1224.
8
J. E. Vecchi, o.c.,
p. 27.
9
Ibidem, p. 27-28.
10
H.U. von Balthasar,
Gesù ci conosce? Noi conosciamo Gesù?,
Morcelliana (= Il Pellicano), Brescia 1981, 95. [Hay
traducción española: ¿
Nos conoce Jesús? ¿Lo conocemos?
,
Editorial Herder, Barcelona 1982].

11
J. E. Vecchi, o.c.,
p. 29.
12
Ibidem, 30.
13
Positio, 31.
14
Ibidem, 21.
15
H.U. von Balthasar,
Gli stati di vita del cristiano, Jaca Book, Milano 1985, 34.
[Hay traducción española: Estados
de vida del cristiano
. Ediciones
Encuentro, Madrid 1994].
16
Summarium, p. 43, n. 160.
17
H.U. von Balthasar,
Gli stati di vita del cristiano, 34. [Hay
traducción española: Estados
de vida del cristiano
. Ediciones
Encuentro, Madrid 1994].
18
Positio, 206
(Perfil espiritual del siervo de Dios).
19
Positio super scriptis 12.
20
Carta
al padre
,
Viedma, 15 de junio de 1908.
21
Positio, 75-76.
22
Positio, 80; cf. J. E. Vecchi,
o.c., p.19-20.
23
Positio, 81.
24
Summarium 15.
25
Ibidem, 80.
26
J. E. Vecchi, o.c.,
p. 23.
27
Testimonio de Carlos Tassara, Summ.
126-127.
28
Testimonio de monseñor Carlos Mariano Pérez, Summ.
52.
29
Luigi
Fiora, Biografia,
Positio
132.
30
Testimonio de monseñor Carlos Mariano Pérez, Summ.
43-47.
31
Testimonio de monseñor Carlos Mariano Pérez, Summ.
43.
32
Testimonio de Óscar Juan García, Summ.
113.
33
Testimonio de Fernando Enrique Molinari, Summ.
151.
34
Testimonio de Noelia de Tofoni Morero, Summ 259.
35
Testimonio de don Luis De Roia, Summ.
271.
36
Testimonio de Enrique Mario Kossman, Summ.
10.
37
Testimonio de don Pedro Antonio F. Fernández, Summ.
61.
38
Testimonio de don Mario Brizzola, Summ.
75.
39
Testimonio de Óscar Juan García, Summ.
113.
40
Testimonio de José Nicolás Costanzo, Summ.
103.
41
Testimonio de Amalia Teresa Giraudini, Summ.
117.
42
Testimonio de Manuel Linares, Summ.
92.
43
Testimonio de monseñor Carlos Mariano Pérez, Summ.
36.
44
Testimonio de Enrique Mario Kossman, Summ.
14.
45
Testimonio de don Mario Brizzola, Summ. 79-80.
46
Ibidem, 80.
47
Testimonio de Giovanni Cadorna Guidi, Summ. 218
48
Testimonio del doctor Pascual Atilio Guidi, Summ.
100
49
Testimonio de Óscar Juan García, Summ.
114.
50
Testimonio de Luis de Palma, Summ.
135.
51
Testimonio de don Feliciano López, Summ.
178.
52
Ibidem,
174.
53
Testimonio de Pedro Echay, Summ.
211-212.
54
Testimonio de Francisco Erasmo Geronazzo, Summ.
274.
55
Testimonio de don Feliciano López, Summ.
193.
56
J. E. Vecchi,
o.c., p.
54.
57
Los ofrecidos por don Vecchi están disponibles en ACG
373 (2000) y en «La Vocación
del Salesiano Coadjutor en la pastoral vocacional»,
en
El Salesiano Coadjutor: historia,
identidad, pastoral vocacional y formacion, Editorial CCS (Madrid),
Roma, 1989
, pp. 167-201.
58
J. E. Vecchi, o.c.,
p. 57.
59
Testimonio de Amalia Teresa Giraudini, Summ. 115-116





La sinodalidad misionera

La sinodalidad misionera: Una perspectiva salesiana

LA SINODALIDAD EN EL NUEVO TESTAMENTO
En los últimos años, el sustantivo «sinodalidad» se ha vuelto de uso común. Lamentablemente, algunos tienen una comprensión propia del concepto, ya sea ideológica o errónea. Así, No es de extrañar que muchas personas, incluso religiosos y sacerdotes, se pregunten abiertamente: «¿qué significa esto?». La sinodalidad es, en realidad, una palabra nueva para expresar una realidad antigua. Jesús, el peregrino que anunció la Buena Noticia del Reino de Dios (Lc 4,14-15) compartió con todos la verdad y el amor de la comunión con Dios, y con las hermanas y hermanos. La imagen de los discípulos de Emaús en Lucas 24,18-35 es otro ejemplo de sinodalidad: ellos empezaron recordando los acontecimientos vividos; luego reconocieron la presencia de Dios en esos mismos acontecimientos; y finalmente, se pusieron en marcha volviendo a Jerusalén para anunciar la resurrección de Cristo. Esto significa que, los discípulos de Jesús en la historia, debemos caminar juntos, viviendo nuestra identidad del Pueblo de Dios de la nueva alianza. De hecho, en los Hechos de los Apóstoles el Pueblo de Dios avanzó unido, bajo la guía del Espíritu Santo, durante el Concilio de Jerusalén (Hch 15; Gal 2,1-10).

LA SINODALIDAD EN LA IGLESIA PRIMITIVA
En la Iglesia primitiva, San Ignacio de Antioquía (50-117) recordó a la comunidad cristiana de Éfeso que todos sus miembros son «compañeros de viaje», en virtud de su bautismo y su amistad con Cristo. Mientras que San Cipriano de Cartago (200-258) insistió en que nada debe hacerse en la iglesia local sin el obispo. Del mismo modo, para San Juan Crisóstomo (347-407) ‘Iglesia’ es un término para ‘caminar juntos’ a través de la relación recíproca y ordenada de los miembros, lo que los lleva a conformar una mentalidad común.

En la Iglesia primitiva, la palabra griega compuesta por dos partes: syn (que significa «con») y ódós (que significa «camino»), se utilizaba para describir el caminar del Pueblo de Dios por el mismo sendero a la hora de responder a cuestiones tanto disciplinarias, como litúrgicas y doctrinales. Así, en las Iglesias locales y en las diócesis desde mediados del siglo II (año 150 aproximadamente), los sínodos eran celebrados periódicamente. De la igual manera en Nicea, desde el año 325 en adelante, se realizó la reunión de todos los obispos de la Iglesia, llamada «Concilio» en latín, donde se tomaban decisiones en común, manifestándose la comunión con todas las Iglesias.

LA SINODALIDAD EN EL VATICANO II
El Concilio Vaticano II no abordó específicamente el tema de la sinodalidad ni utilizó este término en sus documentos. Ha utilizado, en cambio, el término «colegialidad» para expresar el método de construcción de los procesos conciliares. Sin embargo, la sinodalidad estaba al centro del trabajo de renovación que el Concilio estaba alentando. Mientras que la colegialidad se refiere al proceso de toma de decisiones de los obispos a nivel de la Iglesia universal, la sinodalidad es el fruto de los esfuerzos activos para vivir las perspectivas del Concilio Vaticano II a nivel local. Esta comprensión se concretizó al reconocer la naturaleza de la Iglesia como «comunión», en la que también ha recibido la «misión» de proclamar y establecer entre todos los pueblos el reino de Dios (Lumen gentium, 5). Esta mentalidad sinodal concibe a la Iglesia caminando juntos y compartiendo «los gozos y las esperanzas, las penas y las angustias» de todos aquellos con los que caminamos (Gaudium et spes, 1).

EL PAPA FRANCISCO Y LA SINODALIDAD
Desde el año 2013 ya el Papa Francisco nos enseña sobre la sinodalidad en todo lo que hace y dice. La sinodalidad no es una simple discusión, ni es como las deliberaciones de los parlamentos que buscando el consenso terminan decidiendo por el voto de la mayoría. No se trata de debatir, argumentar o escuchar para responder. No es un proceso de democratización o de someter la doctrina a votación. No se trata de un plan, ni de un programa a aplicar. Ni siquiera se trata de lo que quieren los obispos u otras partes interesadas, en el mando y el control. La sinodalidad, en cambio, tiene que ver con lo que somos y con lo que aspiramos a ser como comunidad cristiana, como cuerpo de Cristo. Es el estilo de vida que cualifica la vida y la misión de toda la Iglesia. La sinodalidad es la escucha atenta para comprender a un nivel más profundo y personal. Es ser una Iglesia de participación y corresponsabilidad, empezando por el Papa, los obispos e involucrando a todo el pueblo de Dios, para que todos podamos descubrir la voluntad de Dios al enfrentarnos al conjunto de desafíos particulares.

La presencia del Espíritu Santo, recibida por medio del sacramento del Bautismo, permite tener un instinto de fe (sensus fidei) a la totalidad del pueblo de Dios. Éste le ayuda a discernir lo que es verdaderamente de Dios, así como le permite sentir, intuir y percibir en armonía con la Iglesia. La sinodalidad implica el ejercicio del sensus fidei de todo el Pueblo de Dios, el ministerio de guía por parte del colegio de los Obispos con el clero, y el ministerio de unidad del Obispo de Roma.

SINODALIDAD Y DISCERNIMIENTO
La sinodalidad está caracterizada, especialmente, por el constante discernimiento de la presencia del Espíritu Santo. Se trata de una realidad dinámica y en desarrollo, porque no podemos predecir hacia dónde nos puede conducir el Espíritu Santo. La sinodalidad no es un camino marcado de antemano. Es, por el contrario, un encuentro que moldea y transforma. Es un proceso que nos desafía a reconocer la función profética del pueblo de Dios y nos exige estar abiertos a lo inesperado de Dios. A través de la escucha recíproca y el diálogo, viene Dios mismo a tocarnos, a sacudirnos, a cambiarnos interiormente. En definitiva, la sinodalidad es la expresión de la implicancia colectiva y del sentido de corresponsabilidad con la Iglesia por parte de todo el pueblo de Dios.

Esto implica una actitud de escucha atenta con humildad, respeto, apertura, paciencia al afrontar nuestras experiencias y disposición a escuchar incluso las ideas discordantes, a las personas que han abandonado la práctica de la fe, a las personas de otras tradiciones de fe o incluso de ninguna creencia religiosa para poder llegar a discernir los impulsos del Espíritu Santo, que es el principal protagonista, y en consecuencia para promover la acción de Dios en las personas y en la sociedad, actuando con sabiduría y creatividad.

LA IGLESIA ES MISIONERA
La Iglesia existe para difundir la buena noticia de Jesús. Así, su actividad misionera ante todo consiste en anunciar el nombre, las enseñanzas, la vida, las promesas, el reino y el misterio de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios (Pablo VI, Evangelii nuntiandi, 14, 22). Puesto que todos los miembros de la Iglesia son agentes de evangelización, en virtud del bautismo recibido, una Iglesia sinodal es, por lo tanto, condición indispensable para desarrollar una nueva energía misionera que implique a todo el Pueblo de Dios. La evangelización sin sinodalidad carece de atención a las estructuras de la Iglesia. A la inversa, la sinodalidad sin evangelización significa que somos tan solo un club social, empresarial o filantrópico más.

SINODALIDAD MISIONERA
La sinodalidad misionera implica un enfoque sistémico de la realidad pastoral. Cada bautizado como lo que es, discípulo misionero enviado a anunciar el Evangelio, necesita aprender a escuchar atenta y respetuosamente, como compañeros de viaje, a la gente del lugar, a los adeptos a otras religiones, a los gritos de los pobres y marginados, a aquellos que no tienen voz en el espacio público, para estar más cerca de Jesús y de su Evangelio y llegar a ser una Iglesia en salida, no encerrada en sí misma.

Si nuestro testimonio público no es siempre evangelizador en sentido amplio, solamente seremos una ONG más, en un mundo cada vez más desigual y aislado. Hoy en día existe una creciente conciencia de que todo lo que hacemos como católicos tiene un punto de contacto con la evangelización. Evangelizamos a través del modo en que acogemos a la gente; el modo en que tratamos a nuestros amigos y familiares; con la manera en que gastamos el dinero como individuos, grupos y comunidades; en el modo en que cuidamos de los pobres y llegamos a los marginados; según cómo utilizamos los medios de comunicación social; cómo escuchamos atentamente los anhelos de los jóvenes y en el modo en que estamos en desacuerdo y dialogamos entre nosotros.

EL PROCESO SINODAL
Para escuchar atentamente el sentido de fe del pueblo de Dios (sensus fidelium), que la Iglesia enseña como auténtico garante de la fe que expresa, el Papa Francisco instituyó el «proceso sinodal». Caminando juntos, discutiendo y reflexionando como pueblo de Dios, la Iglesia crecerá en su autocomprensión, aprenderá a vivir la comunión, fomentará la participación y se abrirá a la misión de evangelización.

De hecho, el proceso sinodal tiene el objetivo de inspirar esperanza, estimular la confianza, o sanar las heridas para que podamos tejer relaciones nuevas y más profundas, aprender unos de otros e iluminar las mentes para soñar con entusiasmo sobre la Iglesia y nuestra misión común. Es un kairos o «momento de madurez» en la vida de la Iglesia para convertirnos y prepararnos para la evangelización. Entonces ya se trata de un momento de evangelización.

LA SINODALIDAD Y EL CARISMA SALESIANO
De los tesoros pedagógicos y espirituales del carisma salesiano podemos extraer expresiones de sinodalidad misionera.

Nuestro patrono, San Francisco de Sales, hizo de la verdadera amistad el contexto necesario en el que se realiza el camino conjunto a través del acompañamiento espiritual. Él creía que no podía haber un verdadero acompañamiento espiritual sin una verdadera amistad. Dicha amistad implica siempre una mutua comunicación y el enriquecimiento recíproco, lo que permite que la relación sea verdaderamente espiritual.

En el Oratorio de Valdocco, Don Bosco preparaba a sus muchachos para la vida y les hacía tomar conciencia del amor que Dios les tenía, les ayudó a amar su fe católica y a ponerla cotidianamente en práctica. Se preocupaba por mantener una relación individualizada con cada uno para proporcionarles, según las necesidades de cada uno, acompañamiento personal y grupal. Escribió así en su carta de Roma de 1884: «la familiaridad lleva al amor, y el amor lleva a la confianza. Es eso lo que abre los corazones, y los jóvenes lo revelan todo sin temor». Manteniendo un hermoso equilibrio entre el ambiente sano y maduro, y la responsabilidad individual, el Oratorio se convirtió llegó a ser una casa, una parroquia, una escuela y un patio.

Don Bosco formó a su alrededor una comunidad en la que los propios jóvenes eran protagonistas. Fomentó la participación y el compartir de las responsabilidades entre eclesiásticos, salesianos y laicos. Le ayudaban a impartir el catecismo y otras lecciones, a ayudar en la iglesia, a guiar a los jóvenes en la oración, a prepararlos para la primera comunión y la confirmación, a asistir en el patio donde jugaban con los chicos, y a socorrer a los más necesitados al encontrarles empleo con algún empresario honrado. A cambio, Don Bosco cuidaba diligentemente de su vida espiritual, mediante encuentros personales, conferencias, dirección espiritual y administración de los sacramentos. Este ambiente dio lugar a una nueva cultura en la que existía un profundo amor a Dios y a la Virgen que, a su vez, creó un nuevo estilo de relación entre los jóvenes y los educadores, entre los laicos y los sacerdotes, entre los artesanos y los estudiantes.

Hoy la Comunidad Educativo-Pastoral (CEP), a través del Plan Educativo Pastoral Salesiano (PEPS), es el centro de comunión y de participación en el espíritu y la misión de Don Bosco. En la CEP fomentamos un nuevo modo de pensar, juzgar y actuar, un nuevo modo de afrontar los problemas y un nuevo estilo de relaciones – con los jóvenes, los salesianos y los laicos, de diversas maneras – como líderes y colaboradores.

Un elemento esencial del carisma de Don Bosco es el espíritu misionero que transmitió a sus salesianos y a toda la familia salesiana. Esto se resume en Da mihi animas y se expresa por medio del «corazón oratoriano» en el fervor, el impulso y la pasión por la evangelización, en particular de los jóvenes. Es la capacidad de diálogo intercultural e interreligioso, y la voluntad de ser enviados allí donde hay más necesidades, especialmente en las periferias.

UN TIEMPO DE CONVERSIÓN
La conversión personal y comunitaria será siempre necesaria porque reconocemos humildemente que todavía hay muchos obstáculos en nuestro interior para vivir la sinodalidad misionera: la sensación de que urge más enseñar que escuchar; cierto sentido de derecho a los privilegios; una incapacidad para ser transparentes y responsables; una lentitud para dialogar y una falta de presencia animadora entre los jóvenes; la propensión a controlar y a reclamar el derecho exclusivo en la toma de decisiones; la falta de confianza en la responsabilización de los laicos como compañeros de la misión; y la falta de reconocimiento de la presencia del Espíritu Santo en las culturas y en los pueblos, incluso antes de nuestra llegada.

En efecto, ¡la sinodalidad misionera salesiana es al mismo tiempo un don y una tarea!