Aguinaldo 2025. Anclados en la esperanza, peregrinos con los jóvenes

INTRODUCCIÓN. ANCLADOS EN LA ESPERANZA, PEREGRINOS CON LOS JÓVENES
1. ENCUENTRO CON CRISTO NUESTRA ESPERANZA PARA RENOVAR EL SUEÑO DE DON BOSCO
1.1 El Jubileo
1.2. El aniversario de la primera expedición misionera salesiana
2. El JUBILEO: CRISTO NUESTRA ESPERANZA
2.1. Peregrinos, anclados en la esperanza cristiana
2.2. Esperanza como camino hacia Cristo, camino hacia la vida eterna
2.3 Características de la esperanza
2.3.1 La esperanza, tensión continua, pronta, visionaria y profética
2.3.2 La esperanza es apuesta de futuro
2.3.3 La esperanza no es un asunto privado
3. LA ESPERANZA FUNDAMENTO DE LA MISIÓN
3.1. La esperanza es una invitación a la responsabilidad
3.2 La esperanza exige coraje a la comunidad cristiana en la evangelización
3.3. «Da mihi animas»: el «espíritu» de la misión
3.3.1 Las actitudes del enviado
3.3.2 Reconocer, repensar y relanzar.
4. UNA ESPERANZA JUBILAR Y MISIONERA QUE SE TRADUCE EN VIDA CONCRETA Y COTIDIANA
4.1 La esperanza fuerza en la vida cotidiana que exige testimonio
4.2 La esperanza es el arte de la paciencia
5. EL ORIGEN DE NUESTRA ESPERANZA: EN DIOS CON DON BOSCO
5.1 Dios es el origen de nuestra esperanza
5.1.1. Breve referencia al sueño
5.1.2. Don Bosco «gigante» de la esperanza
5.1.3. Características de la esperanza en Don Bosco
5.1.4. Los «frutos» de la esperanza en Don Bosco
5.2. La fidelidad de Dios: hasta el final
6. CON… MARÍA, ESPERANZA Y PRESENCIA MATERNA

INTRODUCCIÓN. ANCLADOS EN LA ESPERANZA, PEREGRINOS CON LOS JÓVENES

Queridas hermanas y hermanos pertenecientes a los diferentes grupos de la Familia Salesiana de Don Bosco, ¡reciban un cordial saludo al comienzo de este nuevo año 2025!

No sin emoción me dirijo a todos y cada uno en este tiempo de gracia marcado por dos acontecimientos importantes para la vida de la Iglesia y para nuestra Familia: el Jubileo del año 2025, que comenzó solemnemente el pasado 24 de diciembre con la apertura de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro en el Vaticano, y el 150 aniversario de la primera expedición misionera querida por nuestro padre Don Bosco, que partió el 11 de noviembre de 1875 hacia Argentina y otros países del continente americano.

Se trata de dos acontecimientos importantes que encuentran en la esperanza su punto de encuentro. De hecho, el papa Francisco ha indicado exactamente esta virtud como perspectiva al convocar el Jubileo; de la misma manera la experiencia misionera es un presagio de esperanza para todos: para los que se han ido (y se van) y para los que se han sido alcanzados por los misioneros.

El año que nos ha sido dado está, pues, lleno de ideas para nuestro crecimiento concreto y cotidiano, para que nuestra humanidad sea fecunda en la atención a los demás… Esto sólo sucederá en los corazones que ponen a Dios en el centro, hasta el punto de poder decir: «Antes que a mí te pongo a ti».

En este comentario mío intentaré resaltar estos elementos, para profundizar, en clave carismática, lo que la Iglesia está invitada a vivir a lo largo de este año, y subrayar lo que para nosotros, Familia de Don Bosco, debe guiarnos hacia nuevos horizontes.

1. ENCUENTRO CON CRISTO NUESTRA ESPERANZA PARA RENOVAR EL SUEÑO DE DON BOSCO

El título del Aguinaldo implica el entrelazamiento de dos acontecimientos: el jubileo ordinario del año 2025 y el 150° aniversario de la primera expedición misionera enviada por Don Bosco a Argentina.

La concomitancia, que me atrevo a definir como «providencial», de los dos acontecimientos hace del 2025 un año decididamente extraordinario para todos nosotros y para los Salesianos de Don Bosco todavía más. De hecho, en los meses de febrero, marzo y abril se celebrará el 29º Capítulo General que conducirá, entre otras cosas, a la elección del nuevo Rector Mayor y del nuevo Consejo General.

Acontecimientos globales y particulares, por tanto, que nos involucran de diferentes maneras y que queremos vivir con profundidad e intensidad. Porque es precisamente gracias a estos acontecimientos que podemos experimentar la alegría del encuentro con Cristo y la importancia de permanecer anclados en la esperanza.

1.1 El Jubileo

«¡Spes non confundit! ¡La esperanza no defrauda!»[1].

Así nos presenta el papa Francisco el Jubileo. ¡Qué maravilla! ¡Qué indicación tan «profética»!

El Jubileo es una peregrinación para volver a poner a Jesucristo en el centro de nuestra vida y de la vida del mundo. Porque él es nuestra esperanza. ¡Él es la Esperanza de la Iglesia y del mundo entero!

Todos somos conscientes de que hoy el mundo necesita esa esperanza que nos conecta con Jesucristo y con nuestros demás hermanos y hermanas. Necesitamos esa esperanza que nos hace peregrinos, que nos pone en movimiento y que nos hace caminar.

Hablamos de esperanza como redescubrimiento de la presencia de Dios: escribe el papa Francisco: «¡Que la esperanza les colme corazón!»[2], no sólo calienta el corazón, sino que lo llena, ¡lo llena hasta desbordar!

1.2. El aniversario de la primera expedición misionera salesiana

Y los corazones, de los participantes en la primera expedición misionera salesiana a Argentina hace 150 años, estaban llenos de esta esperanza desbordante.

¡Don Bosco desde Valdocco lanza su corazón más allá de todas las fronteras, enviando a sus hijos al otro lado del mundo! Los envía más allá de toda seguridad humana, los envía a continuar lo que él había comenzado. Se pone en camino con los demás, esperando e infundiendo esperanza. Simplemente los envía y los primeros hermanos (jóvenes) salen y van. ¿Dónde? ¡Ni siquiera lo saben! Pero confían en la esperanza, obedecen. Porque es la presencia de Dios la que nos guía.

En aquella obediencia plena de entusiasmo también nuestra esperanza actual encuentra nueva energía y nos empuja a salir como peregrinos.

Por eso hay que celebrar este aniversario: porque nos ayuda a reconocer un don (no una conquista personal, sino un don gratuito del Señor), nos permite recordar y, desde la memoria, sacar fuerzas para afrontar y construir el futuro.

Vivamos, pues, hoy, para hacer posible este futuro y hagámoslo de la única manera que consideramos grande: compartiendo con los jóvenes y con todas las personas de nuestros ambientes (empezando por los más pobres y olvidados) el viaje para ir al encuentro con Cristo, nuestra única Esperanza.

2. El JUBILEO: CRISTO NUESTRA ESPERANZA

Jubileo es caminar juntos, anclados en Cristo nuestra esperanza. Pero ¿qué significa realmente?

Retomo los elementos de la Bula que convocación del Jubileo 2025 que ponen de relieve algunas características de la esperanza.

2.1. Peregrinos, anclados en la esperanza cristiana

Estamos convencidos de que nada ni nadie podrá separarnos de Cristo[3]. Porque es a Él a quien queremos y debemos permanecer aferrados, anclados. No podemos caminar sin nuestra ancla.

El ancla de la esperanza es, por tanto, Cristo mismo, que lleva en la cruz, en presencia del Padre, los sufrimientos y las heridas de la humanidad.

El ancla, de hecho, tiene forma de cruz, por lo que también se representaba en las catacumbas para simbolizar la pertenencia de los fieles difuntos a Cristo Salvador.

Esta ancla ya está firmemente unida al puerto de la salvación. Nuestra tarea consiste en atar a ella nuestra vida, la cuerda que une nuestra nave al ancla de Cristo.

Navegamos sobre las agitadas olas del mar y necesitamos anclarnos a algo sólido. Pero la tarea ya no es la de echar el ancla y fijarla al fondo del mar. La tarea es atar nuestro barco a la cuerda que, por así decirlo, cuelga del Cielo, donde está firmemente fijada el ancla de Cristo. Al unirnos a esta cuerda, nos unimos al ancla de la salvación y hacemos cierta nuestra esperanza.

La esperanza es cierta cuando la barca de nuestra vida se ata a esa cuerda que nos une al ancla que está fijada en Cristo crucificado que está a la diestra del Padre, es decir, en la comunión eterna del Padre, en el amor del Espíritu Santo[4].

Todo está bien expresado en la oración litúrgica de la solemnidad de la Ascensión del Señor:

«Dios todopoderoso, concédenos exultar santamente de gozo y alegrarnos con religiosa acción de gracias, porque la ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria, y adonde ya se ha adelantado gloriosamente nuestra Cabeza, esperamos llegar también los miembros de su cuerpo»[5].

El escritor y político checo Václav Havel define la esperanza como un estado de ánimo, una dimensión del alma. No depende de una observación previa del mundo, no se trata de una predicción.

Byung-Chul Han añade: «La esperanza es una orientación del corazón que trasciende el mundo inmediato de la experiencia, es un anclaje en algún lugar más allá del horizonte.

Las raíces de la esperanza se encuentran en lo trascendente: por eso no es lo mismo tener Esperanza que estar satisfecho porque las cosas van bien.

Podríamos pensar que esperar es simplemente querer sonreírle a la vida para que ella a su vez te sonría, pero no, hay que profundizar más, hay que caminar esa cuerda que nos lleve hacia el ancla.

La esperanza es la capacidad de cada uno de nosotros de trabajar por algo porque es correcto hacerlo, no porque ese algo tenga un éxito garantizado. Podría ser un fracaso, podría salir mal: no esperamos que vaya bien, no somos optimistas. Trabajamos para que esto suceda. Por eso la esperanza no es lo mismo que el optimismo. La esperanza no es la creencia de que algo saldrá bien sino la certeza de que algo tiene sentido independientemente de su resultado.

Hacer algo porque tiene sentido: en eso consiste la esperanza, que presupone los valores y presupone la fe.

Esto es lo que le da a ella la fuerza para vivir y a nosotros la fuerza para probar algo una y otra vez, incluso en la desesperación»[6].

¿Pero cómo caminar permaneciendo anclado? El ancla te lastra, te frena, te fija. ¿A dónde lleva este camino? Lleva a la eternidad.

2.2. Esperanza como camino hacia Cristo, camino hacia la vida eterna

La promesa de la vida eterna, tal como se nos da a cada uno de nosotros, no pasa por alto el camino de la vida, no es un salto hacia arriba, no propone subirse a un cohete que despega del suelo y vuela hacia el espacio dejando abajo la calle, el polvo del camino, ni deja que el barco vaya a la deriva en medio del mar sin nosotros.

Esta promesa es precisamente un ancla que queda fijada en la eternidad, pero a la que permanecemos unidos por una cuerda que viene a estabilizar la nave que surca el mar. Y es precisamente el hecho de que esté fija en el Cielo lo que permite que la nave no permanezca quieta en medio del mar, sino que avance entre las olas.

Si el ancla de Cristo fijase al hombre en el fondo del mar, todos permaneceríamos quietos donde estamos, quizás tranquilos, sin problemas, pero quietos, sin viajar, sin avanzar. En cambio, precisamente el anclaje de la vida al Cielo significa que la promesa que inspira nuestra esperanza no detiene el camino, no da la seguridad de un refugio en el que encerrarse y detenernos, sino que nos da certeza para caminar y continuar el camino. La promesa de una meta cierta, ya alcanzada por Cristo para nosotros, hace que cada paso en el camino de la vida sea firme y decisivo.

Es importante entender el Jubileo como peregrinación, como una invitación a ponernos en movimiento, a salir de nosotros mismos para ir hacia Cristo.

Jubileo, pues, ha sido, siempre, sinónimo de camino. Si realmente deseas a Dios tienes que moverte, tienes que caminar. Porque el deseo de Dios, la nostalgia de Dios, te mueve a encontrarlo y, al mismo tiempo, te lleva a redescubrirte a ti mismo y a los demás.

«Nacemos para no morir nunca»[7].

Bellísimo y significativo es el título de la biografía de la sierva de Dios Chiara Corbella Petrillo. Sí, porque nuestra venida al mundo está orientada a la vida eterna. La vida eterna es una promesa que derriba la puerta de la muerte, abriéndonos al «cara a cara con Dios», para siempre. ¡La muerte es una puerta que se cierra y al mismo tiempo un portón que se abre de par en par al encuentro definitivo con Dios!

Sabemos cuán vivo estaba en Don Bosco el deseo del Cielo, propuesto y compartido gozosamente con los jóvenes del Oratorio.

2.3 Características de la esperanza

2.3.1 La esperanza, tensión continua, pronta, visionaria y profética

Gabriel Marcel[8], el llamado filósofo de la esperanza, nos enseña que la esperanza se encuentra en el tejido de una experiencia continua, esperar significa dar crédito a una realidad como portadora del futuro.

Eric Fromm[9] escribe que la esperanza no es una espera pasiva, sino una tensión continua y constante. Es como un tigre, agachándose y saltando sólo cuando es el momento preciso.

Tener esperanza significa estar alerta en todo momento, por todo lo que aún no ha sucedido. Las vírgenes que esperaban al novio con las lámparas encendidas esperaban, Don Bosco esperaba ante las dificultades y se arrodillaba para orar.

La esperanza está lista en el momento en que todo está a punto de nacer.

Está vigilante, atenta, en escucha, capaz de liderar la creación de algo nuevo, de dar vida al futuro en la tierra.

Por eso es «visionaria y profética». Focaliza nuestra atención en lo que aún no es, es la que ayuda a dar a luz algo nuevo.

2.3.2 La esperanza es apuesta de futuro

Sin esperanza no hay revolución, no hay futuro, sólo hay un presente hecho de optimismo estéril.

A menudo se piensa que quienes tienen esperanza son optimistas, mientras que los pesimistas son esencialmente su opuesto. No es así. Es importante no confundir esperanza con el optimismo. La esperanza es mucho más profunda, porque no depende de estados de ánimo, sensaciones o sentimentalismos. La esencia del optimismo es la positividad innata. El optimista vive convencido de que, de alguna manera, las cosas mejorarán. Para un optimista el tiempo está cerrado, no contempla el futuro: todo irá bien y ya está.

Paradójicamente, el tiempo también está cerrado para el pesimista: se encuentra atrapado en el presente como en una prisión, niega todo sin aventurarse a otros mundos posibles. El pesimista es tan testarudo como el optimista, ambos están ciegos ante las posibilidades, porque lo posible les es ajeno, les falta la pasión por lo posible.

A diferencia de ambos, la esperanza apuesta por lo que puede ir más allá de lo que podría ser.

Y, todavía, el optimista (como el pesimista) no actúa, porque toda acción implica un riesgo y como no quiere correr ese riesgo, se queda parado, no quiere experimentar el fracaso.

La esperanza, en cambio, se mueve para buscar, intenta encontrar una dirección, se dirige hacia lo que no conoce, toma rumbo hacia cosas nuevas. Esto es el peregrinar de un cristiano.

2.3.3 La esperanza no es un asunto privado

Todos llevamos esperanzas en nuestros corazones. No es posible no tener esperanza, pero también es cierto que podemos engañarnos, considerando perspectivas e ideales que nunca se realizarán, que no son más que quimeras y señuelos.

Gran parte de nuestra cultura, especialmente la occidental, está llena de falsas esperanzas que engañan y destruyen o pueden arruinar irremediablemente la existencia de individuos y sociedades enteras.

Según el pensamiento positivo, basta con sustituir los pensamientos negativos por otros positivos para vivir más felices. A través de este sencillo mecanismo los aspectos negativos de la vida se omiten por completo y el mundo aparece como un mercado de Amazon que nos proporcionará todo lo que queramos gracias a nuestra actitud positiva.

Concluyendo, si nuestro deseo de pensar en positivo fuera suficiente para ser felices, entonces cada uno sería el único responsable de su propia felicidad.

Paradójicamente, el culto a la positividad aísla a las personas, las vuelve egoístas y destruye la empatía, porque las personas están cada vez más ocupadas sólo con ellas mismas y no les interesa el sufrimiento de los demás.

La esperanza, a diferencia del pensamiento positivo, no evita la negatividad de la vida, no aísla sino que une y reconcilia, porque el protagonista de la Esperanza no soy yo, centrado en mi ego, atrincherado exclusivamente en mí mismo, el secreto de la Esperanza somos nosotros.

Por eso, hermanas de la Esperanza son el Amor, la Fe y la Trascendencia.

3. LA ESPERANZA FUNDAMENTO DE LA MISIÓN

3.1. La esperanza es una invitación a la responsabilidad

La esperanza es un don y, como tal, debe transmitirse a todas las personas que encontramos en nuestro camino.

San Pedro lo dice claramente: «Estad siempre dispuestos a dar respuesta a cualquiera que os pida razón de vuestra esperanza»[10]. Nos invita a no tener miedo, a actuar en la vida cotidiana, a dar razón –¡qué espíritu salesiano en esta palabra «razón»! – de esperanza. Esta es una responsabilidad del cristiano. Si somos mujeres y hombres de esperanza, ¡se nota!

«Dar respuesta de la esperanza que hay en nosotros», se convierte en anuncio de la «buena nueva» de Jesús y de su Evangelio.

Pero ¿por qué es necesario responder a quien nos pide cuentas de la esperanza que hay en nosotros? ¿Y por qué sentimos la necesidad de reencontrar la esperanza?

En la Bula que anuncia el Jubileo Spes non confundit, el papa Francisco recuerda que «todos, en realidad, necesitamos recuperar la alegría de vivir, porque el ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, no puede conformarse con sobrevivir o subsistir mediocremente, amoldándose al momento presente y dejándose satisfacer solamente por realidades materiales. Eso nos encierra en el individualismo y corroe la esperanza, generando una tristeza que se anida en el corazón, volviéndonos desagradables e intolerantes»[11].

Una observación que llama la atención, porque describe toda la tristeza que se puede sentir en nuestras sociedades y nuestras comunidades. Es una tristeza disfrazada de falsa alegría, que nos anuncian, prometen y aseguran constantemente los medios de comunicación, la publicidad, la propaganda de los políticos, muchos falsos profetas del bienestar. Estar satisfechos con el bienestar nos impide abrirnos a un bien mucho mayor, mucho más verdadero, mucho más eterno: lo que Jesús y los apóstoles llaman «la salvación del alma, la salvación de la vida»; un bien por el que Jesús nos invita a no temer perder la vida, los bienes materiales, las falsas seguridades que muchas veces se derrumban en un instante.

Sobre estas |cuestiones», más o menos expresadas (incluso por los jóvenes), tenemos la tarea de «dar razón». ¿Qué quiero para los jóvenes y para todas las personas que encuentro en mi camino? ¿Qué me gustaría pedirle a Dios por ellos? ¿Cómo me gustaría que cambiaran sus vidas?

Sólo hay una respuesta: la vida eterna. No sólo la vida eterna como estado sublime al que podemos llegar después de la muerte, sino la vida eterna posible aquí y ahora, vida eterna como la define Jesús: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo»[12], es decir, una vida definida, iluminada por la comunión con Cristo y, a través de Él, con el Padre.

Y tenemos la tarea de acompañar a las generaciones más jóvenes en este camino hacia la vida eterna, en la acción educativa que nos distingue. Una acción que para nosotros Familia Salesiana es una misión. ¿Y qué impulsa esta misión nuestra? Siempre Cristo, nuestra esperanza.

La misión educativa, de hecho, tiene en el centro la esperanza.

En última instancia, la esperanza de Dios nunca es esperanza sólo para sí misma. Es siempre esperanza para los demás: no nos aísla, nos hace solidarios y nos estimula a educarnos unos a otros en la verdad y en el amor.

3.2 La esperanza exige coraje a la comunidad cristiana en la evangelización

El coraje y la esperanza son una combinación interesante. De hecho, si es cierto que es imposible no tener esperanza, también lo es que para tener esperanza es necesario tener coraje. El coraje surge de tener la misma mirada de Cristo, capaz de esperar contra toda esperanza[13], de ver una solución incluso donde aparentemente no hay salida. ¡Y qué «salesiana» es esta actitud!

Todo esto requiere el coraje de ser uno mismo, de reconocer la propia identidad en el don de Dios e invertir las energías en una responsabilidad precisa. Conscientes de que lo que nos ha sido confiado no es nuestro y que tenemos la tarea de transmitirlo a las próximas generaciones. Este es el corazón de Dios, esta es la vida de la Iglesia.

Una actitud que encontramos en la primera expedición misionera.

Creo que es muy útil la referencia al artículo 34 de las Constituciones de los Salesianos de Don Bosco: destaca lo que está en el corazón de nuestro movimiento carismático y apostólico. Sugiero que cada uno de los grupos de nuestra compleja y hermosa Familia retome los mismos elementos que aquí ofrezco, releyendo sus respectivas Constituciones y Estatutos.

El artículo tiene por título Evangelización y catequesis y dice lo siguiente:

«“Esta Sociedad comenzó siendo una simple catequesis”. También para nosotros la evan­gelización y la catequesis son la dimensión fundamental de nuestra misión.

Como Don Bosco, estamos llamados, todos y en todas las ocasiones, a ser educadores de la fe. Nuestra ciencia más eminente es, por tanto, conocer a Jesucristo, y nuestra alegría más ínti­ma, revelar a todos las riquezas insondables de su misterio.

Caminamos con los jóvenes para llevarlos a la persona del Señor resucitado, de modo que, descubriendo en Él y en su Evangelio el sentido supremo de su propia existencia, crezcan como hombres nuevos.

La Virgen María es una presencia materna en este camino. La hacemos conocer y amar como a la Mujer que creyó y que auxilia e infunde esperanza».

Este artículo representa el corazón palpitante que perfila bien, también para este Aguinaldo, cuáles son las energías y oportunidades como cumplimiento y actualización del «sueño global» que Dios inspiró en Don Bosco.

Si vivir el Jubileo significa, ante todo, hacer que Jesús esté y vuelva a estar en primer lugar, el espíritu misionero es consecuencia de esta primacía reconocida, que fortalece nuestra esperanza y se traduce en esa caridad educativa y pastoral que hace anunciar a todos los persona de Jesucristo. Éste es el corazón de la evangelización y caracteriza la auténtica misión.

Es significativo recordar el comienzo de la primera encíclica de Benedicto XVI, Deus caritas est:

«No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva»[14].

Por tanto, el encuentro con Cristo es prioritario y fundamental, no la «simple» difusión de una doctrina, sino una profunda experiencia personal de Dios que nos empuja a comunicarlo, a hacerlo conocer y experimentar, convirtiéndonos en verdaderos «mistagogos» en la vida de los jóvenes.

3.3. «Da mihi animas»: el «espíritu» de la misión

Don Bosco tenía siempre ante sus ojos una frase que los jóvenes podían leer al pasar por su habitación, expresión que llamó especialmente la atención de Domingo Savio: «Da mihi animas cetera peaje».

Hay un equilibrio fundamental que une, en este lema, las dos prioridades que guiaron la vida de Don Bosco –y que significativamente llamamos «gracia de la unidad»–, que nos permiten salvaguardar siempre la interioridad y la acción apostólica.

Si faltara el amor de Dios en el corazón, ¿cómo podría haber verdadera caridad pastoral? Y al mismo tiempo, si el apóstol no descubriera el rostro de Dios en su prójimo, ¿cómo podría decirse que ama a Dios?

El secreto de Don Bosco es el de haber experimentado personalmente el único «movimiento de caridad hacia Dios y hacia los hermanos»[15] que caracteriza el espíritu salesiano.

3.3.1 Las actitudes del enviado

Hay dos sueños-clave en la vida de Don Bosco, en los que se evidencian las actitudes del apóstol, del enviado:

  • el «sueño de nueve años» en el que Jesús y María piden al pequeño Juan que se haga humilde, fuerte y robusto con la obediencia y la ciencia, recomendándole siempre la bondad para ganarse el corazón de los jóvenes y teniendo siempre a María como maestra y guía;
  • el «sueño de la pérgola de rosas», que indica la «pasión» de la vida salesiana que exige tener los «buenos zapatos» de la mortificación y la caridad.

3.3.2 Reconocer, repensar y relanzar.

Celebrar el 150 aniversario de la primera expedición misionera de Don Bosco representa un gran don para

  • Reconocer y agradecer a Dios.

El reconocimiento deja clara la paternidad de cada hermosa realización. Sin reconocimiento no hay capacidad de acoger. Cada vez que no reconocemos un don en nuestra vida personal e institucional, corremos grave riesgo de anularlo y «apropiarnos de él».

  • Repensar, porque «nada dura para siempre».

La fidelidad implica la capacidad de cambiar en la obediencia, hacia una visión que viene de Dios y de la lectura de los «signos de los tiempos». Nada es para siempre: desde el punto de vista personal e institucional, la verdadera fidelidad es la capacidad de cambiar, reconociendo en qué el Señor llama a cada uno de nosotros.

Repensar, entonces, se convierte en un acto generativo, en el que fe y vida se unen; un momento para preguntarnos: ¿qué quieres decirnos Señor con esta persona, con esta situación a la luz de los signos de los tiempos que, para ser leídos, exigen que tengamos el corazón mismo de Dios?

  • Relanzar, recomenzar cada día.

El reconocimiento nos lleva a mirar hacia adelante y acoger los nuevos desafíos, relanzando la misión con esperanza. Misión es llevar la esperanza de Cristo con la conciencia lúcida y clara, ligada a la fe, que nos haga reconocer que lo que veo y vivo «no es cosa mía».

4. UNA ESPERANZA JUBILAR Y MISIONERA QUE SE TRADUCE EN VIDA CONCRETA Y COTIDIANA

4.1 La esperanza fuerza en la vida cotidiana que exige testimonio

Santo Tomás de Aquino escribe: «Spes introducit ad caritatem»[16], la esperanza prepara y predispone a la caridad nuestra vida, nuestra humanidad. Una caridad que es también justicia, acción social.

La esperanza necesita testimonio. Estamos en el corazón de la misión, porque la misión no se trata de hacer cosas, ante todo, sino que es el testimonio de alguien que ha vivido una experiencia y la cuenta. El testigo es portador de una memoria, suscita preguntas en quienes lo encuentran, suscita asombro.

El testimonio de la esperanza requiere una comunidad, es obra de un sujeto colectivo y es contagioso, como lo es nuestra humanidad, porque el testimonio es vínculo con el Señor.

La esperanza en el testimonio de la misión debe construirse de generación en generación, entre adultos y jóvenes: este es el camino del futuro. En nuestra cultura, el consumismo se come el futuro, la ideología del consumo lo apaga todo en el «aquí y ahora», en el «todo y enseguida». Sin embargo, el futuro no puedes consumirlo, no puedes apropiarte de lo que es otro de ti, no puedes apropiarte del otro[17].

En la construcción del futuro, la esperanza es la capacidad de prometer y de mantener las promesas… algo espléndido y raro en nuestro mundo. Prometer es esperar, poner en movimiento, por eso –como hemos dicho– la esperanza es camino, es la energía misma del camino.

4.2 La esperanza es el arte de la paciencia

Cada vida, cada don, cada cosa necesita tiempo para crecer. Así que incluso los dones de Dios necesitan tiempo para madurar. Por eso, en nuestra época en la que, todo e inmediatamente, en nuestro «consumir» el tiempo y la vida, se nos pide que demos aliento y fuerza a la virtud de la paciencia: porque la esperanza se realiza en la paciencia[18]. De hecho, la esperanza y la paciencia están íntimamente relacionadas.

La esperanza implica la capacidad de esperar, de aguardar el crecimiento, ¡casi como si dijera que «una virtud lleva a otra»!

Para que la esperanza se haga realidad, para que se manifieste en sentido pleno, se necesita paciencia. Nada se manifiesta de forma milagrosa, porque todo está sometido a la ley del tiempo. La paciencia es el arte del labrador que siembra y sabe esperar a que el grano sembrado crezca y dé fruto.

La esperanza comienza en nosotros como espera, y se ejerce como espera vivida conscientemente en nuestra humanidad. La espera es una dimensión muy importante de la experiencia humana. El hombre sabe esperar, el hombre está siempre en una dimensión de espera, porque es la criatura que vive en el tiempo de manera consciente.

La espera humana es la verdadera medida del tiempo, una medida que no es numérica ni cronológica. Nos hemos acostumbrado a calcular la espera, a decir que hemos esperado una hora, que el tren llega cinco minutos tarde, que Internet nos hizo esperar catorce interminables segundos antes de responder a nuestro clic, pero cuando lo medimos así, distorsionamos la espera, la convertimos en una cosa, un fenómeno desligado de nosotros mismos y de lo que esperamos. Es como si la espera fuera algo en sí, en sí misma, sin relación. En cambio, la espera –estamos en el punto crucial– es una relación, es una dimensión del misterio de la relación.

Sólo quien tiene esperanza tiene paciencia. Sólo quien tiene esperanza es capaz de «soportar», de «sostener desde abajo» las diferentes situaciones que presenta la existencia. El que soporta aguanta, espera y logra soportarlo todo, porque su esfuerzo tiene el sentido de la espera, tiene la tensión de la espera, la energía amorosa de la espera.

Sabemos que el llamado a la paciencia y a la espera implican, a veces, la experiencia de la fatiga, del trabajo, del dolor y de la muerte[19]. Pues bien, fatiga, dolor y muerte desenmascaran la ilusión de poseer el tiempo, el sentido del tiempo, el valor del tiempo, el sentido y el valor de nuestra vida. Son experiencias negativas, pero también positivas, porque el cansancio, el dolor y la muerte pueden ser oportunidades para reencontrar el verdadero sentido del tiempo de la vida.

Y, una vez más, «dar razón de nuestra esperanza», convirtiéndose en anuncio de la «buena nueva» de Jesús y de su Evangelio.

5. EL ORIGEN DE NUESTRA ESPERANZA: EN DIOS CON DON BOSCO

Don Egidio Viganò ofreció a la Congregación y a la Familia Salesiana una interesante reflexión sobre el tema de la esperanza, inspirándose en nuestra rica tradición y destacando algunas características específicas del espíritu salesiano leído a la luz de esta virtud teologal. Lo hizo de manera particular, comentando el sueño de los diez diamantes de Don Bosco[20] para las participantes en el Capítulo General de las Hijas de María Auxiliadora.

Dada la profundidad de los contenidos propuestos, me parece útil recordar la contribución del VII Sucesor de Don Bosco para recordar lo que, siempre en la perspectiva de la esperanza, todos estamos llamados a vivir.

5.1 Dios es el origen de nuestra esperanza

5.1.1. Breve referencia al sueño

La narración de este extraordinario sueño que Don Bosco tuvo en San Benigno Canavese la noche del 10 al 11 de septiembre de 1881 es conocida por todos. Recordemos brevemente su estructura[21].

El sueño se desarrolla en tres escenas. En la primera el personaje encarna la fisonomía del salesiano. En la parte anterior de su manto brillan cinco diamantes, tres en el pecho – «Fe», «Esperanza» y «Caridad»- y dos en los hombros – «Trabajo» y «Templanza»-. En el lado posterior lucen otros cinco diamantes, en. Que se lee, respectivamente: «Obediencia», «Voto de Pobreza», «Premio», «Voto de Castidad» y «Ayuno»

Don Felipe Rinaldi define a este personaje de los diez diamantes: «El modelo del verdadero salesiano».

En la segunda escena el personaje muestra la adulteración del modelo: su manto «había perdido el color, estaba apolillado y roto. Donde antes estaban los diamantes, había ahora un deterioro profundo producido por la polilla y otros diminutos insectos».

Esta escena tan triste y deprimente muestra «el reverso del verdadero salesiano», el antisalesiano.

En la tercera escena aparece un «jovencito encantador con una túnica blanca bordada en oro y plata (. .. ) , con un aspecto majestuoso, pero dulce y amable». Es portador de un mensaje y exhorta a los salesianos a «escuchar», a «comprender», a mantenerse «fuertes y animosos», a «dar testimonio con las palabras y con la vida», a «ser cautos en la aceptación» y en la formación de las nuevas generaciones, y a hacer crecer sana su Congregación.

Las tres escenas del sueño son animadas y sugerentes. Nos presentan una síntesis ágil, personificada y dramatizada de la espiritualidad salesiana. El contenido del sueño implica sin duda, en la mente de Don Bosco, un importante cuadro de referencia para nuestra identidad vocacional.

Pues bien, el personaje del sueño – como se sabe– lleva sobre su frente el diamante de la esperanza, lo que indica la certeza de la ayuda de lo alto en una vida completamente creativa, comprometida en la planificación diaria de actividades prácticas para la salvación, sobre todo, de juventud. Junto a los demás símbolos vinculados a las virtudes teologales, emerge la fisonomía de una persona sabia y optimista por la fe que lo anima, dinámica y creativa por la esperanza que lo mueve, siempre orante y humanamente bueno por la caridad que lo impregna.

Correspondiente al diamante de la esperanza, en el reverso de la figura encontramos el diamante del «premio». Si la esperanza manifiesta visiblemente el dinamismo y la actividad del salesiano en la construcci6n del Reino, la constancia en sus esfuerzos y el entusiasmo de su dedicación se basan en la certeza de la ayuda de Dios, que le ¡lega por la mediaci6n e intercesi6n de los dos resucitados: Cristo y María, el diamante del «premio» destaca más bien una actitud constante de la conciencia que impregna y anima todo el esfuerzo ascético según la conocida máxima de Don Bosco: «¡Un pedazo de paraíso lo arregla todo!»[22] .

5.1.2. Don Bosco «gigante» de la esperanza

El salesiano –decía Don Bosco– «está dispuesto a soportar el calor y el frío, la sed y el hambre, el cansancio y el desprecio, siempre que se trate de la gloria de Dios y de la salvación de las almas»[23]; el apoyo interior de esta exigente capacidad ascética es el pensamiento del cielo como reflejo de la buena conciencia con la que trabaja y vive. «En todo cargo, trabajo, pena o disgusto, no olvidemos jamás que […] Dios lleva minuciosa cuenta aun de las cosas más pequeñas hechas por su santo nombre, y es de fe que en su día las recompensará con generosidad. Al fin de nuestra vida, cuando nos presentemos ante su divino tribunal, mirándonos con rostro lleno de amor nos dirá: “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor. Como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante. Pasa al banquete de tu Señor”»[24]. «No olvides en los trabajos y sufrimientos que tenemos preparado en el cielo un gran premio»[25]. Y cuando nuestro Padre dice que el salesiano víctima del exceso de trabajo representa una victoria para toda la Congregación, parece insinuar también una dimensión de comunión fraterna en el premio. ¡Casi un sentido comunitario del Paraíso!

El pensamiento y la conciencia continua del Paraíso es una de las ideas soberanas y uno de los valores de fervor de la típica espiritualidad y también de la pedagogía de Don Bosco. Es como un iluminar y profundizar el instinto fundamental del alma, que tiende vitalmente a su propio fin último.

En un mundo sujeto a la secularización y a la pérdida progresiva del sentido de Dios –sobre todo debido al bienestar y a cierto progreso– es importante resistir la tentación –para nosotros y para los jóvenes con los que caminamos– que nos impide elevar nuestra mirada hacia el paraíso y no nos hace sentir la necesidad de sostener y alimentar un compromiso de ascesis vivido en el trabajo cotidiano. En su lugar, va creciendo una mirada temporal, según un horizontalismo más o menos elegante, que cree saber descubrir el ideal de todo dentro mismo del devenir humano y en la vida presente. ¡Todo lo contrario de la esperanza!

Don Bosco ha sido uno de los grandes de la esperanza. Hay muchos elementos que lo demuestran. Su espíritu salesiano está enteramente impregnado de las certezas y la laboriosidad características de este dinamismo audaz del Espíritu Santo.

Hago una breve pausa para recordar cómo Don Bosco supo traducir en su vida la energía de la esperanza en dos frentes: el compromiso de santificación personal y la misión de salvación para los demás; o mejor dicho –y aquí reside una característica central de su espíritu– la santificación personal a través de la salvación de los demás. Recordemos la famosa fórmula de las tres «S»: «Salve, salvando sálvate»[26]. Parece un juego mnemotécnico dicho simplemente, como un eslogan pedagógico, pero es profundo e indica cómo las dos vertientes de la santificación personal y la salvación de los demás están estrechamente vinculados entre sí.

En el binomio «trabajo» y «templanza» percibimos que la esperanza fue vivida por Don Bosco como proyección práctica y cotidiana de una incansable diligencia de santificación y de salvación. Su fe le lleva a preferir, en la contemplación del misterio de Dios, su inefable plan de salvación. Ve a Cristo como el Salvador del hombre y el Señor de la historia; en su Madre, María, Auxiliadora de los cristianos; en la Iglesia, el gran Sacramento de la salvación; en la propia maduración cristiana y en la juventud necesitada, el vasto campo del «todavía-no». Por eso su corazón estalla en el grito: «Da mihi animas», ¡Señor, concédeme salvar a la juventud y quítame el resto! El seguimiento de Cristo y la misión juvenil se funden, en su espíritu, en un único dinamismo teologal que constituye la estructura portante de todo.

Sabemos bien que la dimensión de la esperanza cristiana combina la perspectiva del «ya» y del «todavía no»: algo presente y algo en construcción que, sin embargo, desde hoy comienza a manifestarse, aunque «todavía no» en plenitud.

5.1.3. Características de la esperanza en Don Bosco

La certeza del «ya»

Cuando preguntamos a la teología cuál es el objeto formal de la esperanza, responde que es la convicción íntima de la presencia de Dios que ayuda, que socorre y asiste; la certeza interior sobre el poder del Espíritu Santo; la amistad con Cristo victorioso que nos hace decir con san Pablo: «Todo lo puedo en aquel que me conforta» (Flp 4,13).

El primer elemento constitutivo de la esperanza es, por tanto, la certeza del «ya». La esperanza estimula la fe a ejercitarse en la consideración de la presencia salvadora de Dios en las vicisitudes humanas, de la potencia del

Espíritu en la Iglesia y en el mundo, de la realeza de Cristo sobre la historia, de los valores bautismales que iniciaron la vida de la resurrección en nosotros.

El primer elemento constitutivo de la esperanza es, por tanto, un ejercicio de fe en la esencia de Dios como Padre misericordioso y salvador, en lo que Jesucristo ya ha hecho por nosotros, en Pentecostés como inicio de la era del Espíritu Santo, en lo que ya está dentro de nosotros por el Bautismo, por los sacramentos, por la vida en la Iglesia, por la llamada personal de nuestra vocación.

Necesitamos reflexionar que la fe y la esperanza se intercambian en nosotros, sus dinamismos se estimulan y complementan mutuamente y nos hacen vivir en el clima creativo y trascendente del poder del Espíritu Santo.

La clara conciencia del «todavía no»

El segundo elemento constitutivo de la esperanza es la conciencia del «todavía no». No parece muy difícil de tenerla; sin embargo, la esperanza exige una conciencia clara no tanto de lo que es malo e injusto, sino de lo que falta a la estatura de Cristo en el tiempo y, por tanto, de lo que es injusto y pecado y también de lo que es inmaduro, parcial o raquítico en la construcción del Reino.

Esto supone, como marco de referencia, un conocimiento claro del plan divino de salvación, en el que se injerta la capacidad crítica y de discernimiento del que espera. Así, la crítica al hombre de esperanza no es simplemente psicológica o sociológica, sino trascendente, según la órbita teológica de la «nueva criatura»; también aprovecha los aportes de las ciencias humanas y las supera con creces.

Con la conciencia del «todavía no», quien espera percibe lo que está mal, lo que aún no está maduro, lo que es semilla del Reino de Dios y se compromete a hacer crecer el bien y a combatir el pecado con la perspectiva histórica de Cristo. La capacidad de discernir el «todavía no» se mide siempre por la certeza del «ya». Por eso, y diría especialmente en tiempos difíciles, quien tiene esperanza empuja y estimula su fe a descubrir los signos de la presencia de Dios y las mediaciones que nos guían en la órbita trazada por Él. Esta es una cualidad muy importante hoy en día: saber identificar las semillas para ayudarlas a eclosionar y crecer.

¿Cómo puedes tener esperanza si no tienes esta capacidad de discernimiento? No basta con poder percibir todo el peso del mal, también hay que ser sensibles a la primavera «que brilla por todas partes». Así que, en estos tiempos, que decimos difíciles (y realmente lo son, comparándolos con los que vivíamos antes de cierta tranquilidad), la esperanza nos ayuda a percibir que también hay mucho bien en el mundo y que algo está creciendo.

La laboriosidad salvífica

Un tercer elemento constitutivo de la esperanza es su exigencia operativa acompañada del compromiso concreto de santificación apostólica, de inventiva y de sacrificio. Necesitamos colaborar con el «ya» que está creciendo, es urgente avanzar para luchar contra el mal en nosotros mismos y en los demás, especialmente en la juventud necesitada.

El discernimiento del «ya» y del «todavía no» debe traducirse en la práctica de la vida, abriéndose a intenciones, proyectos, revisión, inventiva, paciencia y constancia. No todo saldrá «como esperábamos»: habrá fracasos, contratiempos, caídas, incomprensiones. La esperanza cristiana participa connaturalmente también en las tinieblas de la fe.

5.1.4. Los «frutos» de la esperanza en Don Bosco

De los tres elementos constitutivos de la esperanza que acabo de indicar se derivan algunos frutos particularmente significativos para el espíritu salesiano de Don Bosco.

La alegría

Del primer elemento constitutivo –la certeza del «ya»– deriva, como fruto más característico, la alegría. Toda esperanza verdadera explota en alegría.

El espíritu salesiano adquiere como afinidad propia la alegría de la esperanza. Incluso la biología sugiere algunos ejemplos. La juventud, que es esperanza humana (y por tanto sugiere una cierta analogía con el misterio de la esperanza cristiana), está ávida de alegría. Y vemos a Don Bosco traducir la esperanza en un clima de alegría para los jóvenes por salvarse. Domingo Savio, que creció en su escuela, dijo: «Hacemos consentir la santidad en estar siempre alegres». No se trata de una hilaridad superficial, propia del mundo, sino de un gozo interior, de un sustrato de victoria cristiana, de una sintonía vital con la esperanza, que explota en alegría. Una alegría que, en última instancia, brota de las profundidades de la fe y de la esperanza.

Hay poco que hacer. Si estamos tristes es porque somos superficiales. Entiendo que hay una tristeza cristiana: Jesucristo la vivió. En Getsemaní su alma se entristeció hasta la muerte, sudó sangre. Se trata, sin duda, de otro tipo de tristeza.

Sin embargo, la aflicción o melancolía por la que una religiosa tiene la impresión de no ser comprendida por nadie, de que los demás no la toman en consideración, de que tienen envidia o incomprensión de sus cualidades, etc. es una tristeza que no se debe alimentar. Esto debe contrastarse con la profundidad de la esperanza: Dios está conmigo y me quiere; ¿Qué importa que otros no me tengan en cuenta?

La alegría, en el espíritu salesiano, es clima cotidiano; deriva de una fe que espera y de una esperanza que cree, es decir, ¡de ese dinamismo del Espíritu Santo que en nosotros proclama la victoria que vence al mundo!… La alegría es indispensable para testimoniar con autenticidad lo que creemos y esperamos.

El espíritu salesiano es, ante todo y sobre todo, esto y no una reducción a justas observancias y mortificaciones. La esperanza nos llevará también a hacer muchas mortificaciones, ¡pero como entrenamiento de vuelo y no como mofas carcelarias! Por consiguiente: ¡de la esperanza tanta alegría!

El mundo busca superar su limitación y su desorientación con una vida llena de sensaciones excitantes. Cultivar la promoción y la satisfacción de los sentidos, la película picante, el erotismo, la droga, etc. Es una forma de escapar de una situación transitoria que parece no tener sentido, de buscar algo que se deslice hacia una «caricatura de trascendencia».

La paciencia

Otro «fruto» de la esperanza, que procede de la conciencia del «todavía no», es la paciencia. Toda esperanza conlleva una indispensable dotación de paciencia. La paciencia es una actitud cristiana, intrínsecamente ligada a la esperanza en su no breve «todavía no», con sus problemas, sus dificultades y sus oscuridades. Creer en la resurrección y trabajar por la victoria de la fe, siendo mortales e inmersos en lo transitorio, requiere una estructura interna de esperanza que conduce a la paciencia.

La expresión más sublime de la paciencia cristiana la experimentó Jesús, especialmente durante su pasión y muerte. Es una paciencia fecunda, precisamente por la esperanza que la anima. Aquí, en la paciencia, más que iniciativa y acción, se trata de aceptación consciente y de pasividad virtuosa que perdura con vistas a la realización del plan de Dios.

El espíritu salesiano de Don Bosco nos recuerda a menudo la paciencia. En la introducción a las Constituciones, Don Bosco recuerda, aludiendo a san Pablo, que los dolores que debemos soportar en esta vida no tienen comparación con la recompensa que nos espera: «Solía decir:

“¡Animo, pues! Que la esperanza nos sostenga cuando pudiera faltarnos la paciencia»[27]. «Sí; lo que sostiene la paciencia debe ser la esperanza del premio»[28].

También Madre Mazzarello insistía sobre este punto. Uno de sus primeros biógrafos, Fernando Maccono, afirma que la esperanza siempre la consoló sosteniéndola en sus sufrimientos, en sus enfermedades, en sus dudas, y la animó en la hora de la muerte: «Su esperanza era muy viva y activa. «Me parece –atestigua una Hermana– que esta virtud la animaba en todo y que procuraba infundirla en las demás. Nos exhortaba a llevar bien las pequeñas cruces diarias y a hacer todo con gran pureza de intención»[29].

La esperanza es la madre de la paciencia y la paciencia es la defensa y escudo de la esperanza.

La sensibilidad educativa

Del tercer elemento constitutivo de la esperanza –la «laboriosidad salvadora»– procede otro fruto: la sensibilidad pedagógica. Es una iniciativa de compromiso adecuado, tanto en el contexto de la propia santificación (seguimiento de Cristo) como en el contexto de la salvación de los demás (misión). Implica un compromiso práctico, medido y constante, traducido por Don Bosco en una metodología concreta que implica estas atenciones:

  • la cautela (o santa «astucia»): cuando se trata de tener iniciativas, de resolver problemas, Don Bosco lo da todo sin pretensiones de perfeccionismo, pero con humilde practicidad; repitió muchas veces esta frase: «Lo óptimo es enemigo de lo bueno»[30].
  • La audacia. El mal está organizado, los hijos de las tinieblas actúan con inteligencia. El Evangelio nos dice que los hijos de la luz deben ser más astutos y valientes. Por tanto, para trabajar en el mundo debemos armarnos de una genuina prudencia, es decir, de ese «auriga virtutum» [guía de las demás virtudes] que nos hace ágiles, oportunos y penetrantes en la aplicación de la verdadera intrepidez para hacer el bien.
  • La magnanimidad. No debemos limitar nuestra mirada dentro de las paredes de la casa. Hemos sido llamados por el Señor a salvar el mundo, tenemos una misión histórica más importante que la de los astronautas o los hombres de ciencia… Estamos comprometidos con la liberación integral del hombre. Nuestra alma debe abrirse a visiones muy amplias. Don Bosco quería que estuviéramos «a la vanguardia del progreso» (y cuando decía esta frase se refería a medios de comunicación social).

Conocemos la magnanimidad de Don Bosco al lanzar a los jóvenes a responsabilidades apostólicas; pensemos, por ejemplo, en los primeros misioneros que partieron hacia América. ¡Tanto los Salesianos como las Hijas de María Auxiliadora eran poco más que muchachos y muchachas!

Don Bosco se movía dentro de vastos horizontes. Ni Valdocco ni Mornese le bastaban; no podía permanecer sólo dentro de los límites de Turín, Piamonte, Italia o Europa. Su corazón latía con el de la Iglesia universal, porque se sentía casi investido con la responsabilidad de salvar a todos los jóvenes necesitados del mundo. Quería que los salesianos sintieran como propios todos los problemas juveniles más grandes y urgentes de la Iglesia para estar disponibles en todas partes. Y, si bien cultivó la magnanimidad de sus proyectos e iniciativas, fue concreto y práctico en su realización, con un sentido de la gradualidad y con la modestia de los comienzos.

Aquí la magnanimidad debe brillar siempre en el rostro del salesiano, como una nota de simpatía: no debe ser una cabecita sin visiones, sino tener grandeza de alma porque tiene un corazón habitado por la esperanza.

Péguy, con su agudeza un poco violenta, escribió: «Una capitulación es en esencia una operación en la que se empieza a explicar en lugar de poner en práctica. Los cobardes siempre han sido gente de muchas explicaciones». En el rostro salesiano debe brillar siempre, como nota de simpatía, también la mística de la decisión y el ardor humilde de la practicidad. Don Bosco era decidido en sus compromisos a hacer el bien, aunque no pudiera empezar por lo mejor; ¡decía que sus obras se iniciaban, quizás, en el desorden para tender luego hacia el orden!

La esperanza pone en el rostro del salesiano, junto a la profundidad de la contemplación, la alegría de la filiación divina, el entusiasmo de la gratitud y del optimismo (que provienen de la «fe»), también el coraje de la iniciativa, el espíritu de sacrificio, la paciencia, la sabiduría de la gradualidad pedagógica, la utopía de la magnanimidad, la modestia de la practicidad, la prudencia de la astucia y la sonrisa de la alegría.

5.2. La fidelidad de Dios: hasta el final

Hasta aquí hemos echado un vistazo a lo que Don Bosco y nuestros santos y beatos expresaron claramente en sus vidas. Son elementos que nos empujan a cada uno de nosotros personalmente, y como Familia Salesiana, a sacar a relucir o –por retomar las palabras de don Egidio Viganò– hacer brillar esa esperanza de la que estamos llamados a «dar razón», especialmente a los jóvenes y, entre estos, a los más pobres.

Ha llegado el momento de «echar un vistazo» un poco más allá de lo que es «inmediatamente visible» y tratar de conocer lo que espera nuestra vida y nos da el valor de esperar diligentemente mientras colaboramos a la venida del «día del Señor».

Por eso, retomando siempre el análisis franco e intenso del VII Sucesor de Don Bosco, centramos nuestra atención en la perspectiva del «premio».

El diamante «premio» se coloca junto con otros cuatro en la parte posterior del manto del personaje del sueño. Es casi un secreto, una fuerza que trabaja desde dentro, que nos da el empujón y nos ayuda a apoyar y defender los grandes valores que se ven en la parte de delante. Es interesante observar que el diamante del «premio» se sitúa debajo del de la «pobreza», porque ciertamente tiene una relación con las «privaciones» vinculadas a aquella.

En sus rayos leemos las siguientes palabras: «Si te deleita la grandeza del premio, que no te espante la multitud del trabajo». «El que conmigo padece, conmigo gozará». «Momentáneo es lo que padecemos en la tierra y eterno lo que deleitará a mis amigos en el cielo».

El verdadero salesiano tiene en su imaginación, en su corazón, en sus anhelos y en sus horizontes de vida, la visión del premio, como plenitud de los valores proclamados por el Evangelio. Por esta razón «siempre está alegre. Difunde esa alegría y sabe educar en el gozo de la vida cristiana y en el sentido de la fiesta»[31].

En la casa de Don Bosco y en nuestras casas salesianas se hablaba mucho del Paraíso. Era una idea permanente y omnipresente resumida en algunos dichos célebres: «Pan, trabajo y paraíso»[32]; «Un trocito de Paraíso lo arregla todo»[33]. Son frases recurrentes en Valdocco y Mornese.

Seguramente muchas Hijas de María Auxiliadora recordarán la descripción que hizo Madre Enriqueta Sorbone del espíritu de Mornese: «¡Aquí estamos en el paraíso, en casa hay un ambiente de paraíso!»[34]. Y ciertamente no fue por las privaciones o por la falta de problemas. Fue como la traducción espontánea, saltada del corazón, del cartel que Don Bosco había puesto: «Servite Domino in laetitia»[35].

También Domingo Savio había percibido el mismo clima de vida cálido y trascendente: «Aquí hacemos consistir la santidad en estar muy alegres»[36].

En las biografías de Domingo Savio, Francisco Besucco y Miguel Magone, Don Bosco, incluso describiendo su agonía, quiere subrayar esta alegría inefable, combinada con un verdadero anhelo del Paraíso. Mucho más que el horror de la muerte, sus muchachos sienten la atracción de la Pascua.

El pensamiento de la recompensa es uno de los frutos de la presencia del Espíritu Santo, es decir, de la intensidad de la fe, la esperanza y la caridad, las tres juntas, aunque esté más estrechamente ligada a la esperanza. Esta infunde en el corazón un gozo y una alegría que vienen de Arriba y encuentran una hermosa armonía con las mismas tendencias innatas del corazón humano que vemos cuando vivimos entre muchachos y chicas: la juventud intuye con mayor frescura que el hombre nace para la felicidad.

Pero ni siquiera hace falta ir a buscarlo entre los jóvenes. Tomemos un espejo y mirémonos: sólo necesitamos escuchar los latidos de nuestro corazón. Hemos nacido para alcanzar la felicidad, la esperamos incluso sin confesarlo.

La idea del Paraíso, siempre presente en la casa de Don Bosco, no es una utopía para ingenuos engaños, no es la zanahoria que engaña al caballo para que camine más rápido, es el ansia sustancial de nuestro ser; y es, sobre todo, la realidad del amor de Dios, de la resurrección de Jesucristo obrando en la historia; es la presencia viva del Espíritu Santo la que realmente empuja, de hecho, hacia el premio.

Don Bosco no desprecia ninguna alegría de los jóvenes. Al contrario, la despierta, la aumenta, la desarrolla. La famosa «alegría» en la que consiste la santidad no es sólo una alegría íntima, escondida en el corazón como fruto de la gracia. Ésta es su raíz. Se expresa también exteriormente, en la vida, en el patio y en el sentido de la fiesta.

¡Cómo preparaba las solemnidades religiosas, los onomásticos, las jornadas festivas del Oratorio! Incluso se preocupaba de organizar la celebración de su propia onomástica, no para él mismo, sino para crear en el ambiente una atmósfera de gozosa gratitud.

Pensemos en los valientes paseos otoñales: dos o tres meses para prepararlos, 15 o 20 días para vivirlos; luego los prolongados recuerdos y comentarios: una alegría muy repartida en el tiempo. ¡Qué imaginación y qué coraje! De Turín a Becchi, a Génova, a Mornese, a numerosas ciudades del Piamonte, con decenas y decenas de muchachos… la caminata, el juego, la música, el canto, el teatro: son elementos sustanciales del Sistema Preventivo que, también como método pedagógico, presupone una espiritualidad adecuada y explosiva, fruto de una fe, de una esperanza y de una caridad convencidas, valores del cielo aquí en la tierra.

El Paraíso siempre se asomaba al firmamento de Valdocco, de día y de noche, con o sin nubes. Ser testigo hoy de los valores del premio es una profecía urgente para el mundo y especialmente para la juventud. ¿Qué ha aportado la civilización técnico-industrial a la sociedad de consumo? Una enorme posibilidad de consuelo y placer, con la consiguiente y pesada tristeza.

Entre otras cosas leemos en las Constituciones de los Salesianos de Don Bosco –pero vale para todo cristiano– que, «el salesiano [es] un signo de la fuerza de la resurrección» y que «en la sencillez y laboriosidad de cada día» es «un educador que anuncia a los jóvenes «un cielo nuevo y una tierra nueva», avivando en ellos los compromisos y el gozo de la esperanza»[37].

En Mornese y en Valdocco no había ni comodidades ni dictaduras y todo respiraba espontaneidad y alegría. El progreso técnico ha facilitado hoy muchas cosas, pero la verdadera alegría del hombre no ha aumentado. En cambio, han aumentado la angustia y las náuseas, ha empeorado la falta de sentido de la existencia, algo que lamentablemente seguimos constatando –especialmente en las sociedades opulentas– con la trágica estadística de los suicidios de adolescentes y jóvenes.

Hoy, además de la pobreza material que aflige todavía a una gran parte de la humanidad, se hace urgente encontrar un modo de hacer que los jóvenes perciban el sentido de la vida, los ideales más elevados, la originalidad de Jesucristo.

Se busca la felicidad, tendencia humana fundamental, pero ya no se conoce el camino correcto y entonces va creciendo una inmensa desilusión.

Los jóvenes, también por la falta de adultos significativos, se sienten incapaces de afrontar el sufrimiento, el deber y el compromiso constante. El problema de la fidelidad a los ideales y a la propia vocación se ha vuelto crucial. La juventud se siente incapaz de asumir sufrimientos y sacrificios. Vive en una atmósfera en la que triunfa el divorcio entre amor y sacrificio, de tal manera que la búsqueda y consecución por sí sola del bienestar acaba por asfixiar la capacidad de amar y, por tanto, de soñar con el futuro.

Con razón, como decíamos, el diamante del premio se sitúa debajo del de la pobreza, como para indicarnos que ambos se complementan y apoyan mutuamente. De hecho, la pobreza evangélica implica una visión concreta y trascendente de toda la realidad con una perspectiva realista también de las renuncias, los sufrimientos, los contratiempos, las privaciones y las penas.

¿Cuál es la energía interior que hace afrontar todo con confianza y con cara alegre, sin desanimarse? Es, en definitiva, la sensación de la presencia del cielo en la tierra. Este sentido procede de la fe, de la esperanza y de la caridad, que nos hacen releer toda la existencia con la perspectiva del Espíritu Santo.

El mundo necesita urgentemente profetas que proclamen con sus vidas la gran verdad del Paraíso. ¡No es una evasión alienante, sino una realidad intensa y estimulante!

Por eso, en el espíritu de Don Bosco hay una preocupación constante por cultivar la familiaridad con el Paraíso, casi como si constituyera el firmamento de la mente, el horizonte del corazón salesiano: trabajamos y luchamos seguros de un premio, mirando a la Patria, a la casa de Dios, a la Tierra Prometida.

Es importante señalar que la perspectiva del premio no consiste simplemente en la consecución de una «recompensa», de una especie de consuelo por una vida vivida en medio de tantos sacrificios, de resistencias… ¡Nada de esto! Si fuera simplemente una «recompensa», parecería un chantaje. Pero Dios no actúa de esa manera. En su amor no puede dejar de ofrecerse al hombre. Esto –como afirma Jesús– es la vida eterna: el conocimiento del Padre. Donde «conocer» significa «amar», hacerse partícipe pleno de Dios, en continuidad con la existencia terrena vivida «en gracia», es decir, en el amor a Dios y a los hermanos y hermanas.

En este camino estamos invitados a dirigir nuestra mirada a María, que se hace presente como ayuda diaria, como Madre precursora y auxiliadora. Don Bosco está seguro de su presencia entre nosotros y quiere signos que nos lo recuerden.

Para ella construyó una Basílica, centro de animación y difusión de la vocación salesiana. Él quería su imagen en nuestros ambientes de vida; vinculó cada iniciativa apostólica a su intercesión y comentó con emoción su eficacia real y maternal. Recordemos, por ejemplo, lo que dijo a las Hijas de María Auxiliadora en la casa de Niza Monferrato: «¡La Virgen está realmente aquí, en medio de vosotras! La Virgen se pasea por esta casa y la cubre con su manto»[38].

Además de Ella, también buscamos otros amigos en la casa de Dios. Nuestros santos y beatos, empezando por los rostros que nos resultan más familiares y que forman parte del llamado «jardín salesiano».

No tomamos estas decisiones para dividir la gran casa de Dios en pequeños apartamentos privados, sino para sentirnos más cómodos en ella y poder hablar de Dios, del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo, de Cristo y de María, de la creación y de la historia, no con la inquietud de quien ha escuchado la elevada lección de un pensador denso, difícil y hasta hermético, sino con ese sentido de familiaridad y gozosa sencillez con el que se conversa con quienes fueron nuestros familiares, nuestros hermanos y nuestras hermanas, nuestros colegas y nuestros compañeros de trabajo. A algunos de ellos no los hemos conocido en vida, pero los sentimos cercanos y nos inspiran una confianza especial. Conversando con san José, con Don Bosco, con Madre Mazzarello, con Don Rua, con Domingo Savio, con Laura Vicuña, con Don Rinaldi, con Mons. Versiglia y don Caravario, con sor Teresa Valsè, con sor Eusebia Palomino, etc., es verdaderamente un diálogo «de casa», de familia.

Esto es lo que nos sugiere el diamante del premio: sentirnos en casa con Dios, con Cristo, con María, con los santos; sentir su presencia en la propia casa, en un clima de familia que da sentido de Paraíso al entorno de la vida diaria.

6. CON… MARÍA, ESPERANZA Y PRESENCIA MATERNA

Al final de este comentario no podemos dejar de volver nuestro corazón y nuestra mirada a la Virgen María, como nos enseñó Don Bosco.

La esperanza requiere confianza, capacidad de entregarse y abandonarse.

En todo esto tenemos una guía y una maestra en María Santísima.

Ella nos testimonia que esperar es abandonarse y entregarse, y esto es válido tanto para la existencia como para la vida eterna.

En este camino, la Virgen nos lleva de la mano, enseñándonos cómo confiar en Dios, cómo entregarnos libremente al amor transmitido por su Hijo Jesús.

La indicación y el «mapa de navegación» que nos presenta es siempre el mismo: «Haced lo que él os diga»[39]. Una invitación que asumimos en nuestra vida cada día.

En María vemos la realización del premio.

María encarna en sí misma la atracción y la concreción del Premio: Ella,

«terminado el decurso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial y fue ensalzada por el Señor como Reina universal con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores y vencedor del pecado y de la muerte»[40].

Podemos leer en sus labios algunas hermosas expresiones provenientes de san Pablo. Puesto que están inspiradas por el Espíritu Santo, Esposo de María, ciertamente son compartidos por Ella.

Aquí están:

Cristo Jesús, murió, más todavía, resucitó y está a la derecha de Dios y además intercede por nosotros ¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?; Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor»[41].

Queridos hermanas y hermanos, queridísimos jóvenes:

María Auxiliadora, Don Bosco y todos nuestros santos y beatos están cerca de nosotros en este año extraordinario. Que nos acompañen a vivir con profundidad las instancias del Jubileo, ayudándonos a poner en el centro de nuestra vida la persona de Jesucristo, «el Salvador anunciado en el Evangelio, que hoy vive en la Iglesia y en el mundo»[42].

Que nos impulsen, siguiendo el ejemplo de los primeros misioneros enviados por Don Bosco, a hacer siempre y en todas partes de nuestra vida un don gratuito para los demás, especialmente para los jóvenes y entre ellos los más pobres.

Finalmente, un deseo: que este año nos ayude a crecer en la oración por la paz, por una humanidad pacificada. Invocamos el don de la paz –el shalom bíblico– que contiene todos los demás y solo encuentra cumplimiento en la esperanza.

Un abrazo fraternal

Don Stefano Martoglio S.D.B.

Vicario del Rector Mayor. Roma, 31 dicembre 2024


[1] Francisco, Spes non confundit. Bula de convocación del Jubileo Ordinario del Año 2025, Ciudad del Vaticano 9 de de mayo de 2024.

[2] Ibidem.

[3] Cf. Rom 8,39.

[4] Cf. Rom 5,3-5

[5] Oración colecta de la Misa del día de la Ascensión, en Misal Romano, Libros litúrgicos, Madrid 2016, p. 363.

[6] Byung-Chul Han, El espíritu de la esperanza , Herder, Barcelona 2024, p. 18.

[7] Cristiana Paccini – Simone Troisi, Nacemos para no morir nunca. La historia de Chiara Corbella Petrillo, Ediciones Palabra, Madrid 2015.

[8] Gabriel Marcel, Philosophie der Hoffnung, List Verlag, München 1964.

[9] Erich Fromm, La revolución de la esperanza, Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México 1970.

[10] 1Pe 3,15.

[11] Francisco, Spes non confundit, 9.

[12] Jn 17,3.

[13] Cf. Rom 4,18.

[14] Benedicto XVI, Carta encíclica Deus caritas est, Ciudad del Vaticano, 25 de diciembre de 2005, 1.

[15] Const. SDB, 3.

[16] Tomás de Aquino, Summa theologiae, IIª-IIae q. 17 a. 8 co.

[17] Cf. E. Levinas, Totalidad e infinito. Ensayo sobre la exterioridad, Sígueme, Salamanca 1977.

[18] Para estas reflexiones he tomado de la rica reflexión del Abad general de la Orden de los Cistercienses M. G. Lepori, Capitoli dell’Abate Generale OCist al CFM 2024. Esperar en Cristo disponible en varios idiomas (también en español) en la web: www.ocist.org.

[19] Cf. Rom 5,3-5.

[20] E. Viganò, Un progetto evangelico di vita attiva, Elle Di Ci, Leumann (TO) 1982, 68-84.

[21] Cf. E. Viganò, Fisionomía del Salesiano, según el sueño del personaje de los diez diamantes, en ACS 300 (1981), 3-44. La narración completa del sueño se puede encontrar en ACS 300 (1981), 45-53; o también en MBe XV, 165-170.

[22] MBe VIII, 381.

[23] Const. SDB, 18.

[24] Juan Bosco, A los socios salesianos, en Constituciones y Reglamentos Generales, Editorial CCS, Madrid 2017, p. 227.

[25] MBe VI, 442.

[26] MBe VI, 409.

[27] MBe XII, 390.

[28] Ibidem.

[29] Fernando Maccono, Santa Maria D. Mazzarello. Confundadora y primera Superiora General de las Hijas de María Auxiliadora. Vol. I, Hijas de Maria Auxiliadora, Madrid 1980, p. 386.

[30] MBe X, 716.

[31] Const. SDB, 17.

[32] MBe XII, 505.

[33] MBe VIII, 381.

[34] Citado en E. Viganò, Descubrir el espíritu de Mornese, en ACS (1981), 64.

[35] Sal 99.

[36] MBe V, 258.

[37] Const. SDB, 63. Véase también, E. Viganò, «Rendere ragione della gioia e degli impegni della speranza, testimoniando le insondabili ricchezze di Cristo». Strenna 1994. Commento del Rettor Maggiore, Istituto Figlie di Maria Ausiliatrice, Roma 1993.

[38] MBe XVII, 478. Cf. G. Capetti, Il cammino dell’Istituto nel corso di un secolo. Vol. I, FMA, Roma 1972-1976, 122.

[39] Jn 2,5.

[40] LG, 59.

[41] Rom 8,34-39.

[42] Const. SDB, 196.




Nuestro regalo anual

Tradicionalmente, como Familia Salesiana recibimos cada año el Aguinaldo; un regalo al comienzo del año, y en estas pocas líneas quiero mirar dentro de este regalo para acogerlo como se merece, sin perder nada de la frescura del regalo.

Un regalo, porque, ante todo, aguinaldo significa: ¡Te hago un regalo! Te doy algo importante para celebrar un tiempo nuevo, un año nuevo. Así lo pensó Don Bosco y así lo regaló a todos los jóvenes y adultos que estaban con él.
Este regalo, el aguinaldo, quiero hacéroslo para el comienzo del año nuevo, de un tiempo nuevo.
Hermoso e importante esto: un año nuevo, un tiempo nuevo es un recipiente en el que se contendrán todos los demás contenidos. El año que viene no es igual a los que has vivido hasta ahora, el año nuevo requiere una mirada nueva para vivirlo en plenitud; ¡porque el año nuevo no volverá! Cada tiempo es único porque somos diferentes del año pasado, de cómo éramos el año pasado.
El Aguinaldo es prepararse para este nuevo tiempo, empezar a mirar dentro de este nuevo año, destacando ciertas cosas que serán parte importante de este año.

El hilo rojo
El don del tiempo, de la vida; en la vida el don de Dios y todos los demás dones que hay en ella: las situaciones de las personas, las ocasiones, las relaciones humanas. Dentro de este modo providencial de ver el don del tiempo y de la vida, el strenna, regalo que Don Bosco… y después de él sus sucesores hacen cada año a toda la familia salesiana… es una mirada al nuevo año, al nuevo tiempo, para verlo con ojos nuevos.
El aguinaldo es una ayuda para ver el tiempo que viene fijándonos en un hilo rojo que guía este nuevo tiempo: el hilo rojo que nos regala el aguinaldo es la Esperanza. Esto también es importante. Seguro que el nuevo año nos depara muchas cosas, pero ¡no te despistes! Empieza a pensar en lo importante que es… ¡no te disperses, recoge!
El aguinaldo que nuestro Padre Ángel ha horneado para nosotros, como un vestido nuevo, destaca acontecimientos que todos viviremos, y los une con un hilo rojo, ¡La Esperanza!
Los acontecimientos que destaca el aguinaldo de 2025 son acontecimientos globales o particulares que nos implican, porque los vivimos bien:

El Jubileo ordinario del año 2025: un Jubileo es un acontecimiento de la Iglesia que, en la tradición católica, nos regala el Santo Padre. Vivir el Jubileo es vivir esta peregrinación que la Iglesia nos ofrece para volver a poner la presencia de Cristo en el centro de nuestras vidas y de la vida del Mundo. El Jubileo que el Papa Francisco tiene un tema generador: ¡Spes non confundit! ¡La esperanza no defrauda! ¡Qué maravilloso tema generador! Si algo necesita el Mundo en estos momentos difíciles es Esperanza, pero no la esperanza de lo que creemos que podemos hacer por nosotros mismos, a riesgo de que se convierta en una ilusión. La Esperanza del redescubrimiento de la Presencia de Dios. El Papa Francisco escribe: «¡La esperanza llena el corazón!». No sólo calienta el corazón, lo llena. ¡Llenarlo hasta desbordarlo!

La esperanza nos hace peregrinos, ¡el Jubileo es peregrinación! Te pone en movimiento por dentro, si no, no es Jubileo. Dentro de este acontecimiento eclesial que nos hace sentir Iglesia nosotros, como Congregación Salesiana y como Familia Salesiana, tenemos un aniversario importante: en 2025 se cumplirán

– el 150 aniversario de la primera expedición misionera a Argentina
Don Bosco, en Valdocco, lanza su corazón más allá de todas las fronteras: ¡envía a sus hijos al otro lado del mundo! Los envía, más allá de toda seguridad humana, los envía cuando ni siquiera tiene lo necesario para continuar lo que había comenzado.
¡Simplemente los envía! La Esperanza es obedecida, porque la Esperanza impulsa la Fe y pone en marcha la Caridad. Los envía y los primeros hermanos se ponen en camino y van, ¡a donde ni siquiera ellos conocían! De ahí nacimos todos, de la Esperanza que nos pone en camino y nos hace peregrinos.
Este aniversario debe celebrarse, como todos los aniversarios, porque nos ayuda a reconocer el Don, (no es de tu propiedad, te fue regalado) a recordar y a dar fuerza para el tiempo que viene de la energía de la Misión.
La Esperanza funda la Misión, porque la Esperanza es una responsabilidad que no puedes esconder ni guardarte para ti. No mantengas oculto lo que se te ha dado; ¡reconoce al dador y entrega con tu vida lo que se ha dado a las próximas generaciones! Esta es la vida de la Iglesia, la vida de cada uno de nosotros.
San Pedro, que veía lejos, escribe en su primera carta: «estad siempre dispuestos a responder a todo el que os pregunte por la esperanza que hay en vosotros» (1 Pe 3,15). Debemos pensar que responder no son las palabras, ¡es la vida la que responde!
Con la esperanza que hay en vosotros, vivid y preparaos para este nuevo año que comienza, un camino con los jóvenes, con los hermanos para renovar el Sueño de Don Bosco y el Sueño de Dios.

Nuestro escudo
«En mi estandarte brilla una estrella» se cantaba antaño. En nuestro escudo, además de la estrella, hay una gran ancla y un corazón ardiente.
He aquí algunas imágenes sencillas para empezar a mover nuestros corazones hacia el tiempo venidero, «Anclados en la esperanza, peregrinos con la juventud». Anclados es un término muy fuerte: el ancla es la salvación del barco en la tormenta, firme, fuerte, ¡arraigada en la Esperanza!
Dentro de este tema generador estará todo nuestro día a día: personas, situaciones, decisiones… lo «micro» de cada uno de nosotros que se suelda a lo «macro» de lo que viviremos todos juntos… entregando a Dios el don de este tiempo que se nos regala. Porque al Aguinaldo que todos recibiremos debes sumar tu parte; tu vida cotidiana que sabrás iluminar con lo que hemos escrito y recibirás, de lo contrario no es una Esperanza, no es en lo que se basa tu vida y no te pone en «movimiento» haciéndote Peregrino.
Confiamos este camino a la Madre del Señor, Madre de la Iglesia y Auxiliadora nuestra; Peregrina de la Esperanza con nosotros.




Aguinaldo 2024. «El sueño que hace soñar»

Un corazón que transforma los «lobos» en «corderos»

Después de estos diez años he podido comprobar que el Aguinaldo de cada año es uno de los regalos más bellos que Don Bosco y sus sucesores ofrecen a toda la Familia Salesiana: nos ayuda a caminar juntos, llegando de manera generalizada también a los lugares más lejanos y para todos, dejando la libertad de acoger, integrar, potenciar «cuándo», «cómo» y «con quién» cada Comunidad Educativo-Pastoral (CEP) considere oportuno hacerlo.
En este nuevo año 2024 celebraremos el segundo centenario del «sueño-visión tenido por Juanito entre los nueve y diez años en la casita de los Becchi»[1] en 1824. De hecho, es bien conocido en nuestra Familia Salesiana como el sueño de los nueve años.
Considero que el aniversario de los 200 años del sueño que «condicionó todo el modo de vivir y de pensar de Don Bosco, y en particular, el modo de sentir la presencia de Dios en la vida de cada uno y en la historia del mundo»[2] merece estar en el centro del Aguinaldo que guiará el año educativo-pastoral de toda nuestra Familia Salesiana. Podrá ser retomado y profundizado en la misión evangelizadora, en las intervenciones educativas y en las acciones de promoción social que, en todas partes del mundo, lidera nuestra Familia que encuentra en Don Bosco al inspirador y al padre.
«Quisiera evocar aquí el «sueño de nueve años». Me parece, en efecto, que esta página autobiográfica ofrece una presentación sencilla, pero al mismo tiempo profética, del espíritu y de la misión de Don Bosco. En él se define el campo de acción que se le confía: los jóvenes; se indica el objetivo de su acción apostólica: hacerles crecer como personas por medio de la educación. Se le ofrece el método educativo que resultará eficaz: el Sistema Preventivo. Se presenta el horizonte en el que se mueve toda su actuación y la nuestra: el diseño maravilloso de Dios, que antes que nadie y más que cualquier otro, ama a los jóvenes»[3]. Así escribía el Rector Mayor emérito, don Pascual Chávez Villanueva, en la conclusión del Aguinaldo 2012, ofrecido a la Familia Salesiana con motivo del primer año del trienio de preparación al Bicentenario del nacimiento de Don Bosco en 2015.
Hermosa síntesis que con unas pocas líneas nos ofrece la esencia de lo que ha sido y es el sueño de los nueve años en su sencillez y su profetismo, en su valor carismático y educativo. Un sueño, sin duda emblemático y que intentaremos en este año, a los 200 años de que aconteciera, acercarlo al corazón y a la vida de toda la Familia de Don Bosco. Un sueño definido a veces como un «famosísimo sueño-visión que se convertirá y que todavía constituye un pilar importante, casi un mito fundacional, en el imaginario de la Familia Salesiana»[4], y que, ciertamente, exige una contextualización y atención crítica a la redacción que Don Bosco mismo lleva a cabo, y que nuestros expertos en historia salesiana realizan, siempre en aras de poder hacer una lectura e interpretación actual, vital y existencial. Pero sin duda es un sueño que Don Bosco ha tenido en su mente y corazón durante toda su vida, como él mismo dice: «Con aquellos años tuve un sueño que quedó profundamente grabado en mi mente para toda la vida». Es decir, se trata de un sueño que ha estado presente en él y también presente en todo el camino recorrido en la Congregación Salesiana hasta hoy (y que sin duda llega a nuestra Familia Salesiana de un modo u otro). En palabras de don Rinaldi, refiriéndose al sueño en el primer centenario del mismo, leemos: «de hecho, su contenido es de tal importancia que, en este centenario, debemos tener el estricto deber de profundizar en él con más asidua meditación en cada detalle y poner en práctica generosamente sus enseñanzas, si queremos merecer el nombre de verdaderos hijos de Don Bosco y perfectos Salesianos[5]. A nosotros nos está tocando vivir el extraordinario evento de este segundo centenario que, sin duda, tendrá muchísimas expresiones en todo el mundo salesiano. Ojalá que el arco de expresión de todo ello alcance lo más celebrativo y festivo y también lo más profundo de la revisión esperanzada de nuestras vidas, y las valientes propuestas a los jóvenes para ayudarles a soñar «en grande» en sus vidas con la presencia del Señor Jesús y yendo de la mano de la Maestra, la Señora, nuestra Madre.

1. «HE TENIDO UN SUEÑO…»: UN SUEÑO MUY ESPECIAL
Así es, hace 200 años Juanito Bosco tuvo un sueño que lo «marcaría» de por vida. Un sueño que le dejaría una huella imborrable y cuyo significado solo comprendió plenamente al final de su vida. He aquí el sueño contado por el propio Don Bosco según la edición crítica de Antonio da Silva Ferreira, del que solo nos apartamos en dos pequeñas variaciones[6].

[Cuadro inicial] Con aquellos años tuve un sueño que quedó profundamente grabado en mi mente para toda la vida.

[Visión de los chiquillos e intervención de Juan] En el sueño, me pareció encontrarme cerca de casa, en un terreno muy espacioso, donde estaba reunida una muchedumbre de chiquillos que se divertían. Algunos reían, otros jugaban, no pocos blasfemaban. Al oír las blasfemias, me lancé inmediatamente en medio de ellos, usando los puños y las palabras para hacerlos callar.

[Aparición del hombre venerando] En aquel momento apareció un hombre venerando, de aspecto varonil y noblemente vestido. Un blanco manto le cubría todo el cuerpo, pero su rostro era tan luminoso que no podía fijar la mirada en él. Me llamó por mi nombre y me mandó ponerme a la cabeza de los muchachos, añadiendo estas palabras:
—No con golpes, sino con la mansedumbre y con la caridad deberás ganarte a estos tus amigos. Ponte ahora mismo, pues, a instruirlos sobre la fealdad del pecado y la belleza de la virtud.
Aturdido y espantado, repliqué que yo era un niño pobre e ignorante, incapaz de hablar de religión a aquellos muchachos; quienes, cesando en ese momento sus riñas, alborotos y blasfemias, se recogieron todos en torno al que hablaba.

[Diálogo sobre la identidad del personaje] Sin saber casi lo que me decía, añadí:
—¿Quién sois vos, que me mandáis una cosa imposible?
—Precisamente porque tales cosas te parecen imposibles, debes hacerlas posibles con la obediencia y la adquisición de la ciencia.
—¿En dónde y con qué medios podré adquirir la ciencia?
—Yo te daré la maestra bajo cuya disciplina podrás llegar a ser sabio, y sin la cual toda sabiduría se convierte en necedad.
—Pero ¿quién sois vos que me habláis de esta manera?
—Yo soy el hijo de aquella a quien tu madre te enseñó a saludar tres veces al día.
—Mi madre me dice que, sin su permiso, no me junte con los que no conozco. Por tanto, decidme vuestro nombre.
—El nombre, pregúntaselo a mi Madre.

[Aparición de la mujer de aspecto majestuoso] En ese momento, junto a Él, vi a una mujer de aspecto majestuoso, vestida con un manto que resplandecía por todas partes, como si cada punto del mismo fuera una estrella muy refulgente. Contemplándome cada vez más desconcertado en mis preguntas y respuestas, hizo señas para que me acercara a Ella y, tomándome bondadosamente de la mano, me dijo:
—Mira.
Al mirar, me di cuenta de que aquellos chicos habían escapado y, en su lugar, observé una multitud de cabritos, perros, gatos, osos y otros muchos animales.
—He aquí tu campo, he aquí donde tienes que trabajar. Hazte humilde, fuerte, robusto; y cuanto veas que ocurre ahora con estos animales, lo deberás hacer tú con mis hijos.
Volví entonces la mirada y, en vez de animales feroces, aparecieron otros tantos mansos corderos que, saltando y balando, corrían todos alrededor como si festejaran al hombre aquel y a la señora.
En tal instante, siempre en sueños, me eché a llorar y rogué al hombre me hablase de forma que pudiera comprender, pues no sabía qué quería explicarme.
Entonces Ella me puso la mano sobre la cabeza, diciéndome:
—A su tiempo lo comprenderás todo.

[Cuadro conclusivo] Dicho lo cual, un ruido me despertó.
Quedé aturdido. Sentía las manos molidas por los puñetazos que había dado y dolorida la cara por las bofetadas recibidas.
Después, el personaje, aquella mujer, las cosas dichas y las cosas escuchadas ocuparon de tal modo mi mente que ya no pude conciliar el sueño durante la noche.
Por la mañana conté enseguida el sueño. Primero a mis hermanos, que se echaron a reír; luego a mi madre y a la abuela. Cada uno lo interpretaba a su manera. Mi hermano José decía: «Tú serás pastor de cabras, de ovejas o de otros animales». Mi madre: «Quién sabe si un día llegarás a ser sacerdote». Antonio, con tono seco: «Tal vez termines siendo capitán de bandoleros». Pero la abuela, que sabía mucho de teología aunque era completamente analfabeta, dio la sentencia definitiva, exclamando: «No hay que hacer caso de los sueños».
Yo era del parecer de mi abuela, sin embargo nunca pude olvidar aquel sueño. Los hechos que expondré a continuación le confieren cierto sentido. No hablé más del asunto, y mis familiares no le dieron mayor importancia. Pero cuando, en el año 1858, fui a Roma para tratar con el Papa de la Congregación Salesiana, me hizo narrarle con detalle todas las cosas que tuvieran algo de sobrenatural, aunque solo fuera la apariencia. Conté entonces, por primera vez, el sueño tenido a la edad de nueve a diez años. El Papa me mandó que lo escribiera al pie de la letra, pormenorizadamente, y lo dejara para animar a los hijos de la Congregación, por la que había realizado ese viaje a Roma.

El mismo sueño se repetirá varias veces en la vida de Don Bosco y él mismo, que de su puño y letra en las Memorias nos narró aquel primer acontecimiento cuyo Bicentenario se cumple ahora, cuenta varias veces lo que a distancia de tantos años vuelve a soñar. De hecho, el sueño de los nueve años no es un sueño aislado, sino parte de una secuencia prolongada y complementaria de episodios oníricos en la vida de Don Bosco. Él mismo conecta, integrándolos entre sí, tres sueños fundamentales: el de 1824 (en los Becchi), el de 1844 (en el Convitto Eclesiástico) y el de 1845 (en las obras de la Marquesa de Barolo), donde se encuentran elementos de continuidad y otros de novedad, pero siempre  se reconoce en filigrana aquel primer cuadro y escena del prado de los Becchi, pero con nuevos detalles, reacciones, mensajes, ligados a las estaciones de la vida que ya no el Juanito de nueve años sino Don Bosco, en el pleno desarrollo de su misión, está viviendo ahora.

Incluso en otra ocasión, y muchos años más tarde, es el mismo Don Bosco, cuando ya tenía sesenta años, el que se lo cuenta a don Barberis en el año 1875. En aquel tiempo Don Bosco había presenciado el nacimiento de la Congregación Salesiana (18 de diciembre de 1859), de la Archicofradía de María Auxiliadora (18 de abril de 1869), del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora (5 de agosto de 1872) y de la Pía Sociedad de los Salesianos Cooperadores –según el nombre original dado por Don Bosco– aprobada el 9 de mayo de 1876.
Cuando este sueño se hace realidad por última vez Don Bosco es, como ya he dicho, un hombre maduro: ha vivido muchas situaciones, ha afrontado y superado numerosas dificultades, ha visto personalmente lo que la Gracia y el Amor de la Virgen María han hecho en sus muchachos; ha visto muchos milagros de la Providencia y ha sufrido bastante. «A su tiempo lo comprenderás todo» le había profetizado el primer sueño; y en 1887 en la misa de consagración del templo del Sacro Cuore en Roma, escuchó esa voz resonar en su oído y lloró de alegría, lloró contemplando los maravillosos efectos de su fe invicta»[7].

UN SUEÑO AL QUE TODOS LOS RECTORES MAYORES SE HAN REFERIDO
Me atrae de modo muy especial el hecho de que todos los Rectores Mayores se hayan referido al Sueño[8], a este Sueño de Don Bosco que ha marcado nuestra Congregación y la Familia Salesiana. Me estoy sirviendo ahora mismo de un magnífico trabajo de búsqueda que ha realizado el señor Marco Bay[9].

Don Pablo Albera, segundo sucesor de Don Bosco, refiriéndose al Oratorio de Valdocco como el Oratorio de Don Bosco, Opera prima y por muchos años única, se refiere al Sueño como el misterioso sueño en el que la Providencia le confía la misión:

«La primera obra, incluso durante muchos años la única, de Don Bosco fue el Oratorio festivo, su Oratorio festivo, como ya lo había vislumbrado en el misterioso sueño que tuvo a los nueve años y en los siguientes que progresivamente le ilustraron su pensamiento sobre la Obra de la Providencia que le había sido confiada»[10].

Don Felipe Rinaldi, tercer sucesor de Don Bosco, es quien tiene la oportunidad de vivir el primer centenario de este Sueño, e intenta que toda la Congregación quede impregnada de la gracia de vivir este evento. Por eso anima del siguiente modo:

«[…] En mi circular sobre el Jubileo de nuestras Constituciones ya os he mencionado, mis queridos hijos, el centenario del primer sueño de Don Bosco, invitándoos a meditar este sueño y a ponerlo en práctica. (…) Releamos juntos, queridos míos, la página escrita por el venerable Padre para nuestra instrucción, en obediencia al Vicario de Jesucristo; sí, releamos con gran veneración y fijemos en nuestra mente palabra por palabra esta página que nos describe evangélicamente el origen sobrenatural, la naturaleza íntima y la forma específica de nuestra vocación. Cuanto más se lee, más se vuelve nueva y luminosa»[11].

Y en este mismo escrito hace entender a los hermanos que al igual que con el Sueño de los nueve años Don Bosco fue llamado a una misión, también nosotros bajo la guía de la Virgen hemos sido llamados. Y llevados con bondad de la mano por la misma Virgen Santísima nos muestra el campo de acción y nos estimula de mil maneras para adquirir los dones de la humildad, la fortaleza y la salud. Entendemos perfectamente que aplica a nosotros el mandato de ser fuerte, humilde y robusto que la Señora del Sueño dejó a Juanito Bosco.

«También a nosotros se nos ha ordenado adquirir los medios necesarios para poner en práctica este método, es decir, la obediencia y la ciencia, bajo la guía de la Virgen; que hemos hecho (o estamos haciendo) en los años de nuestra formación religiosa y sacerdotal. Durante todos estos años felices la Virgen Santísima. también nos tomó amablemente de la mano y, señalándonos el campo futuro de nuestra acción, nos estimuló en todos los sentidos a adquirir la humildad, la fortaleza y la salud, que son las cualidades estrictamente necesarias para todo verdadero hijo de Don Bosco. También a nosotros finalmente nos será dado ver multitudes de jóvenes, antes ignorantes en absoluto de las cosas de Dios, y quizás ya víctimas infelices del mal, correr iluminados, sanados y alegres a hacer fiesta a Jesús  y a María Santísima Auxiliadora»[12].

Y casi como para animarnos a celebrar de modo grande y significativo este bicentenario, el boletín salesiano en tiempo de don Rinaldi, y contando con su presencia, narra así la celebración en Roma:

«Por un sueño – escribía el Corriere d’Italia el 2 de mayo pasado – por la belleza ideal de un sueño – ayer en el gran patio de las Obras de Don Bosco en Roma se reunió una multitud miles de almas anhelantes y aplaudientes, y el cardenal Cagliero, el venerable misionero, y el mismo Sucesor de Don Bosco, don Rinaldi, y el Ministro de la Instrucción Pública Pietro Fedele, para rendir el conmovedor homenaje de todas las potencias del espíritu al incomparable Maestro que, en la luminosa humildad de la fe, había seguido los caminos radiantes de aquel sueño sublime…
Una corona viva de jóvenes, de niños y de niñas, los alumnos de Don Bosco; una multitud de hombres de todas las clases sociales -profesionales, maestros, soldados, sacerdotes- se reunieron en el nombre del dulce Maestro. (…) Hace cien años (otro Año Santo, ¿por qué olvidarlo?) Don Bosco siendo niño tuvo el dulce y misterioso sueño; primero veía a un grupo de niños de la calle peleándose entre ellos, imprecando y blasfemando; y trató de llamarlos al orden con el bastón; luego vio a una Señora y a un Señor que lo llevaron a otro grupo de animales, esta vez, de perros y de gatos que también peleaban, ladraban y hacán muecas, pero que ante un arcano asentimiento de los Dos se convirtieron en una manada de pacíficos corderos…
Después de cien años, ese sueño es una realidad: espléndida, palpitante, grandiosa; – es una historia maravillosa que compromete ya el destino de millones de criaturas, en las escuelas, en las misiones, en la vida, en la oración, en la esperanza; todas las criaturas que han saludado y saludan a Don Bosco, el más grande y santo maestro de vida que la Iglesia y Italia han dado al mundo en nuestro siglo…»[13].

Y don Pedro Ricaldone, cuarto sucesor de Don Bosco, ve el germen del Oratorio festivo y de toda la Obra Salesiana en el sueño que Juanito tuvo a la edad de nueve años. Le seguirán otras muchas etapas, dice don Ricaldone, muchas estaciones de un peregrinar antes de llegar a Pinardi, a la tierra propia.

«No hay duda de que el primer germen del Oratorio festivo y de toda la Obra Salesiana tenemos que buscarlo, como acabo de decir, en el premonitorio sueño que tuvo Giovannino a los nueve años. Desde entonces, la Mujer de majestuosa apariencia dijo al pastorcillo de los Becchi: “He aquí tu campo, he aquí donde tienes que trabajar. Hazte humilde, fuerte, robusto; y cuanto veas que ocurre ahora con estos animales, lo deberás hacer tú con mis hijos».
I Becchi, Moncucco, Castelnuovo, Chieri, son otras tantas paradas: pero Juanito Bosco apenas ha comenzado en su camino; camina hacia una meta ulterior. El 8 de diciembre de 1841 es, más que un punto de llegada, otro punto de partida. Deberá realizar nuevas peregrinaciones antes de llegar al cobertizo Pinardi, en Valdocco, a su tierra prometida. Volviendo a la primera imagen, la tierna plantita por fin ha encontrado su propio terreno; a partir de hoy la veremos robustecerse y agrandarse más allá de toda predicción humana[14].

Incluso considera don Ricaldone que el amor y el celo de Don Bosco por las vocaciones tiene también su origen en el Sueño de los nueve años:

«El amor y el celo por las vocaciones de Don Bosco tiene su primer origen en el premonitorio sueño que tuvo a la edad de nueve años, que se reprodujo de diversas formas sustancialmente uniformes durante casi veinte años (…) De hecho, después de este sueño aumentó en Juan el deseo de estudiar para ser sacerdote y consagrarse a la salvación de los jóvenes»[15].

Don Renato Ziggiotti, quinto sucesor de Don Bosco, subraya también de modo muy especial el gran don que ha sido para Don Bosco la Maestra, puesto que es el Señor quien hace el don de la entrega de su propia madre a Juanito, especialmente como guía. Así se expresa:

«”Yo te daré la maestra bajo cuya disciplina podrás llegar a ser sabio, y sin la cual toda sabiduría se convierte en necedad” es la palabra premonitoria del primer sueño, pronunciada por el misterioso personaje, “el hijo de aquélla a quien tu madre te enseñó a saludar tres veces al día”. Es, pues, Jesús quien entrega a Don Bosco a su Madre como Maestra y guía infalible en el difícil camino de toda su vida. ¿Cómo podemos estar lo suficientemente agradecidos por este extraordinario don que el Cielo nos dio a nuestra Familia?»[16].

Y ella, la Madre, la Madonna, la Señora del Sueño será todo para Don Bosco. Esta certeza era fortísima y envolvente en don Ziggiotti e así lo pide a cada salesiano:

“La Virgen, a quien fue consagrado por su madre al nacer, que iluminó su futuro en el sueño de nueve años y luego volvió para confortarlo y aconsejarlo, en mil formas, en los sueños, en el espíritu profético, en la visión interior del estado de las almas, en los milagros y gracias innumerables, que actuó invocándola; la Virgen lo es todo para Don Bosco; y el Salesiano que quiera adquirir el espíritu del Fundador debe imitarlo en esta devoción»[17].

Y don Luigi Ricceri, sexto sucesor de Don Bosco, tiene también unas magníficas expresiones en torno al significado del Sueño de los nueve años. Don Ricceri subraya cómo fue importante para Don Bosco este Sueño hasta el punto de quedar grabado en su corazón y en su mente por siempre y cómo se ha sentido llamado por Dios:

«El Sueño de nueve años. Es el sueño – escribe Don Bosco en sus «Memorias» – que “quedó profundamente grabado en mi mente para toda la vida” (Memorias del Oratorio (MO), Fuentes salesianas, 1061).
La impresión imborrable de este sueño-visión se debe a que fue como una luz repentina que aclaraba el sentido de su joven existencia y trazaba su camino. Como el pequeño Samuel, Don Bosco se siente llamado y enviado por Dios con miras a una misión: salvar a los jóvenes de todos los lugares, de todos los tiempos: los de los países cristianos y la «multitud» de los que viven en regiones no cristianas. esperando todavía el gran advenimiento del Señor»[18].
Es este el sueño, nos dice don Ricceri en el que Don Bosco, aún sin toda la lucidez a causa de su temprana edad intuye el gran valor de vivir para salvar las almas, y esta convicción toma forma en su vida, en su mente, en su espíritu, más y más como don de la gracia. Y Don Bosco tiene por medio de este acontecimiento determinante en su vida como la primera y gran intuición de lo que sería en un futuro el Sistema Preventivo.
«No con golpes, sino con la mansedumbre y con la caridad deberás ganarte a estos tus amigos» escribe Don Bosco en la narración del mismo, escuchándolo de los labios de la Señora. Hasta el punto de poder hablar en el futuro de una preciosa relación entre Don Bosco y la Madre del Señor. Así, bellamente, lo expresa don Ricceri: « A partir de este sueño se estrecha entre Don Bosco y la Madre de Jesús esa relación a dos, esa colaboración permanente, que caracteriza la vida del futuro apóstol»[19].

Don Egidio Viganò, séptimo sucesor de Don Bosco, nos ofrece otras reflexiones no menos estimulantes. Me encanta ver esa magnífica línea de continuidad de todos los Rectores Mayores a la hora de leer, meditar e interpretar en la actualidad de su momento el Sueño, diría el Sueño por antonomasia. Don Viganò confirma, como anteriormente otros sucesores de Don Bosco, que María es la verdadera inspiradora, Maestra y guía de la vocación de Juan, la vocación de nuestro Padre Don Bosco.

«Considero de particular interés hacer notar que ya a los 9 años, en el histórico sueño (que se repetirá varias veces, y al cual Don Bosco atribuye particular incidencia en su vida), María se asoma a su conciencia de fe como un personaje importante interesado directamente en un proyecto de misión para su vida; es una Señora que muestra particulares preocupaciones «pastorales» hacia la juventud; se le presenta, efectivamente, «vestida de Pastora». Digamos enseguida que no es Juanito quien escoge a María, sino que es María quien se presenta con la iniciativa de elección: Ella, a petición de su Hijo, será la Inspiradora y la Maestra en su vocación»[20].

Esta maravillosa experiencia vivida por Juan le hace tener un sentido muy profundo e íntimo de una relación muy personal de María (la Señora del Sueño) con él, y por eso, en su alma y corazón, Don Bosco sentirá a lo largo de toda su vida, y cada vez más, un cariño y afecto muy especial y grande por María. Se trata realmente de una relación muy personal con la Virgen.

Y también don Juan E. Vecchi, octavo sucesor de Don Bosco, nos va a hacer notar que, convencido como estaba Don Bosco de que había sido enviado a los jóvenes, todo ha de estar enfocado en esa única finalidad sagrada, y a ellos debe dedicar todas sus energías:
Este es el hilo conductor de la historia que Don Bosco cuenta de su vida en las Memorias del Oratorio a partir del primer sueño: «El Señor me ha enviado para los muchachos, por tanto es preciso que abandone todo lo demás y conserve mi salud para ellos»[21], convencido siempre de que es instrumento del Señor y que toda su vida está marcada por esta llamada y misión en medio de los jóvenes. Otro gran experto en Don Bosco nos lo confirma siempre. Otro gran conocedor de Don Bosco lo confirma: «La fe de ser instrumento del Señor para una misión singular fue en él profunda y firme. Esto fundaba en Él la actitud religiosa característica del siervo bíblico, del profeta que no puede eludir la voluntad divina»[22].

Finalmente, don Pascual Chávez, noveno sucesor de Don Bosco,entre una gran riqueza de textos, nos ofrece uno que a mí me conmueve. Es todo un canto a la figura materna de Mamá Margarita que, con la gracia de Dios, acompañaba el crecimiento de Juanito e interpreta e intuye en el Sueño de los nueve años que quizá el Señor y la Virgen estén llamando a su hijo para una vocación muy especial. Se podría hablar, dice don Pascual, de Mamá Margarita como una verdadera educadora «salesiana».

«Este arte educativo es lo que permite a Mamá Margarita descubrir las energías ocultas en sus hijos, sacarlas a la luz, desarrollarlas y ponerlas casi visiblemente en sus manos. Esto se aplica sobre todo respecto de su fruto más rico: Juan. ¡Qué impresionante es notar en Mamá Margarita este consciente y claro sentido de “responsabilidad materna”, al seguir cristianamente y de cerca a su propio hijo, aun respetándolo en su autonomía vocacional, pero acompañándolo ininterrumpidamente en todas las etapas de su vida hasta la propia muerte!
El sueño que Juanito tuvo a los nueve años, si fue revelador para él, lo fue también ciertamente (si no antes) para Mamá Margarita; fue ella la que tuvo y manifestó la interpretación: “¡Quién sabe si un día serás sacerdote!”. Y algún año después, cuando comprendió que el ambiente de casa era negativo para Juan a causa de la hostilidad del hermanastro Antonio, ella hizo el sacrificio de mandarlo como mozo de campo a la granja Moglia de Moncucco. Una madre que se priva del hijo tan joven para mandarlo a trabajar la tierra lejos de casa, hace un verdadero sacrificio, pero ella lo hizo, no solo para eliminar un desacuerdo familiar, sino también para iniciar a Juan en el camino que le (y les) había revelado el sueño. La divina Providencia le concedió la gracia de ser una educadora “salesiana»[23].


3. EL SUEÑO PROFÉTICO: Una joya preciosa en el carisma de la Familia de Don Bosco
En líneas anteriores leíamos cómo don Felipe Rinaldi invitaba a los hermanos –y sin duda en aquel momento a las Hijas de María Auxiliadora, a los Salesianos Cooperadores, a los Devotos de María Auxiliadora, y me imagino que a los Exalumnos y Exalumnas– a que pudieran leer el sueño, profundizarlo, interiorizarlo, y sentir su eco en el corazón. No me cabe ninguna duda. Y es que, ciertamente, hay una unanimidad en todo tipo de escritos, ya sean de investigación histórica, o de estudios histórico-críticos, o reflexiones sobre la espiritualidad salesiana, o lecturas educativo-pastorales, en que este Sueño se trata de mucho más que un simple sueño. Tiene tantísimos elementos carismáticos que, me atrevo a calificarlo como una preciosa joya en nuestro carisma, y un verdadero mapa de ruta para la Familia de Don Bosco.
Realmente se podría decir que en él nada sobra y nada falta. A esto me quiero referir en este momento.

La mirada puesta en el Sueño
¿Dónde poner la mirada en este momento? Ante todo, en el Sueñoen sí mismo, puesto que encierra una riqueza carismática sorprendente. Como ya dije, no hay una palabra que sobre y, seguramente, no hay nada que falte. Es más que evidente el esfuerzo que hizo Don Bosco en la redacción para transmitirnos que no es solo «un» sueño, sino que hemos de verlo como «el» sueño que marcará toda su vida, aunque no habría podido ni imaginarlo en ese momento como niño que era. De hecho «Don Bosco, de casi sesenta años –se sentía ya anciano y lo era para la época– tuvo que afrontar el problema de dar fundamento histórico-espiritual a su Congregación, recordando los orígenes providenciales que la justificaban. ¿Qué mejor que «narrar» a sus hijos cómo la cuna de la «Congregación de los Oratorios» en su génesis, desarrollo, finalidad y método, fuese una institución querida por Dios como instrumento para la salvación de la juventud en los nuevos tiempos?»[24] .

De hecho, las Memorias del Oratorio (MO) en las que Don Bosco narra el sueño, no son otra cosa más que el sueño desplegado en su historia de vida, en el Oratorio y en la Congregación. Por eso mismo dice también en la introducción a su manuscrito:

  «Me decido a relatar en este escrito pequeñas noticias confidenciales que pueden iluminar o ser de alguna utilidad para aquella institución que la divina Providencia se dignó confiar a la Sociedad de San Francisco de Sales»[25]. Y «¿para qué puede servir, pues, este trabajo? Servirá de norma para superar las dificultades futuras, tomando lecciones del pasado; servirá para dar a conocer cómo Dios mismo guio siempre todos los sucesos; servirá de ameno entretenimiento para mis hijos, cuando lean los acontecimientos en los que tomó parte su padre y, con mayor gusto, cuando –llamado por Dios a rendir cuenta de mis actos– ya no esté entre ellos»[26].

La narración de las Memorias del Oratorio (y el Sueño de los nueve años como parte de estas), ha sido de tal trascendencia que ha involucrado en su estudio a significativos expertos salesianos durante toda una vida, captando con el paso de los años perspectivas diferentes. Una muestra rica y digna de atención es, por ejemplo, los distintos subrayados que el gran estudioso de la pedagogía salesiana, don Pietro Braido, hace a lo largo de varias décadas. Se trataría de «una historia edificante legada por un fundador a los miembros de la Sociedad de apóstoles y educadores, quienes debían perpetuar su obra y su estilo, siguiendo sus directrices, orientaciones y sus enseñanzas» (1965); o «una historia del Oratorio más “teológica” y pedagógica que real, quizás el documento “teórico” de animación más largamente meditado y deseado por Don Bosco» (1989); «quizás el libro más rico en contenidos y orientaciones preventivas» que escribió Don Bosco: «un manual de pedagogía y de espiritualidad “contada”, en clara perspectiva oratoriana» (1999); o incluso un escrito en el que «la parábola y el mensaje» vienen antes y «por encima de la historia», para ilustrar la acción de Dios en las cuestiones humanas, y así, animando y recreando, «confortar y confirmar a los discípulos» en clara perspectiva «oratoriana» ( 1999)[27].

A mi modo de ver una de las piedras preciosas de esta joya a la que me estoy refiriendo es la que hace que quienes nos adentramos en el Sueño con corazón salesiano, sea cual sea nuestro camino en la vida cristiana-salesiana y en la Familia de Don Bosco, pueda sentirse interpelado para notar en el propio corazón si se siente dispuesto a aprender, dispuesto a dejarse sorprender por Dios que acompaña nuestras vidas, así como ha guiado la vida de Don Bosco, y para sentirse y sentirnos como hijos e hijas ante esa inmensa paternidad que emana de la figura de nuestro padre a lo largo de toda su vida. Porque:

Si uno no se hace DISCÍPULO, alumno dispuesto a aprender, no conseguirá entrar verdaderamente en el espíritu de las Memorias del Oratorio y del Sueño.
Si uno no se hace más CREYENTE, y no tiene la convicción de que Dios obra en la historia, en la de Don Bosco y en la personal de cada uno, comprenderá muy poco o nada de las Memorias del Oratorio y del Sueño, y todo esto será solamente una bonita «historieta».
Y si uno no se hace HIJO o HIJA, no logrará sintonizar con la frecuencia habitual con la que Don Bosco comunica tanta paternidad con cuanto narra en este escrito.

Me parece que estas tres disposiciones iniciales (fe, filiación y discipulado) son imprescindibles, son «claves esenciales» para entender y asumir, como dirigido a uno mismo, lo que Don Bosco nos ha narrado y dejado como herencia espiritual porque aconteció en su vida, y la marcó e iluminó por siempre, y ha querido que fuese un legado que ayudase profundamente a sus Salesianos y a todos los que, por gracia, nos sentimos y somos parte de su Familia.

Los jóvenes, protagonistas del Sueño

Desde el primer momento se pone en evidencia en el Sueño «la misión oratoriana» que le es confiada a Juanito Bosco, aunque no sepa muy bien cómo hacer, ni cómo expresarlo. Como vemos, la escena está llena de muchachos, unos muchachos que son absolutamente reales en el sueño de Juanito.
Me parece que se pueda decir que los jóvenes son los protagonistas centrales del sueño, y aunque no pronuncian palabra, toda gira en torno a ellos; incluso los mismos personajes «celestiales», y el mismo Juanito Bosco están ahí debido a ellos. Todo el sueño es de ellos, y para ellos, los muchachos. Si excluyéramos a los jóvenes de este sueño, no quedaría nada que fuese significativo de cara a la misión.
Pero lo interesante es que no son como una fotografía que fija una imagen en un momento (y que ciertamente no existía en la época), sino que esos muchachos están en permanente movimiento y acción, ya sea cuando son agresivos (como lobos), cuando quizá no se soportan a sí mismos, o cuando transformados gracias al milagro en el modo de hacer que la Señora del sueño pide a Juanito, se transformarán (a modo de corderos) en muchachos serenos, amistosos y cordiales. Lo más importante que acontece en el Sueño, que el mismo Don Bosco aprende y, posteriormente todos sus seguidores, es a descubrir que es posible el proceso de transformación: se trata de un movimiento –me permito decir– «pascual» de cambio y transformación, de lobos en corderos, de corderos en una –diríamos con el lenguaje de hoy–, comunidad juvenil que celebra a Jesús y María. Me parece, ciertamente, un elemento esencial, central, del sueño.

Donde hay una clarísima llamada vocacional
«He aquí tu campo, he aquí donde tienes que trabajar. Hazte humilde, fuerte, robusto; y cuanto veas que ocurre ahora con estos animales, lo deberás hacer tú con mis hijos»[28]. Lo que acontece en el Sueño es, ante todo, una llamada, una invitación, una vocación, que pareciera imposible, inalcanzable. Juanito Bosco se despierta cansado, e incluso ha llorado; y es que cuando se trata de la llamada de Dios (el Señor de gran majestad en el Sueño, Jesús), la dirección que tal llamada puede tomar es impredecible y desconcertante.
Esta llamada es algo muy especial en el Sueño; es de una riqueza única. Lo digo porque parecería que, por la edad de Juan, por su orfandad, por la falta casi absoluta de recursos, la pobreza, las contrariedades internas en su familia, las disputas en torno a su hermanastro Antonio, las dificultades para acceder a la escuela a causa de la lejanía, y la necesidad del trabajo que debía realizarse en el campo, no hay un futuro posible y distinto más que el de permanecer allí, y ser, seguramente, un buen campesino. Puede parecernos que el Sueño resulta imposible, lejano, quizá destinado a otro, pero no a él. Incluso en la interpretación familiar del Sueño las palabras de la abuela parecieran confirmar esto.
Sin embargo, justamente esta situación tan difícil hace a Don Bosco (en este momento a Juanito) muy humano, necesitado de ayuda, pero también fuerte y entusiasmado. Su fuerza de voluntad, el carácter, temple, fortaleza y decisión de su madre Mamá Margarita, y una profunda fe, tanto por parte de su madre como del mismo Juan, hace que todo se pueda poner en marcha. El Sueño estará siempre ahí, pero lo irá descubriendo desde la vida: poco a poco, a medida que las cosas se iban realizando, fui entendiendo(Memorias del Oratorio, Fuentes 1121). No hay magia, no es un sueño de «hadas», no existe predestinación, sino una vida cargada de sentido, de exigencia, de sacrificio, pero también de fe y esperanza que impulsa a descubrirlo y a vivirlo cada día.
En el Sueño aparece un hombre muy respetable de varonil aspecto que habla con Juan, que lo interpela, que lo pone en manos de su Madre, la Señora. Hay ciertamente un envío a una misión. Una misión de pastor-educador en la que se señala también un método: la mansedumbre y la caridad. He aquí una muestra de su respuesta vocacional:
«Juan, fiel a la inspiración divina desde la más tierna edad, comenzó a trabajar en el campo que le había asignado la Providencia. Aún no ha cumplido los diez años y ya es apóstol entre sus compatriotas del pueblo de Morialdo. ¿No es eso tal vez un Oratorio Festivo, aunque sea en embrión, a grandes rasgos, lo que el pequeño Juan inició en 1825, utilizando medios compatibles con su edad y con su instrucción?
Dotado de una memoria prodigiosa, amante de los libros, asiduo a los sermones, lo atesora todo, instrucciones, hechos, ejemplos, para repetirlos a su reducido auditorio, inculcando con admirable eficacia el amor a la virtud en quienes acuden a admirar la habilidad de su juegos y escuchar su infantil pero cálida palabra»[29].

Y Ella, María, marcará por siempre el Sueño de Juanito y la vida de Don Bosco
Llegamos a un momento central del Sueño: La mediación materna de la Señora (unido al misterio del nombre). Para Juanito Bosco su madre y la Madre de aquel a quien saluda tres veces al día, serán espacio de humanidad en el que descansar, en el que encontrar seguridad y amparo en los momentos más difíciles.
«Yo te daré la maestra bajo cuya disciplina podrás llegar a ser sabio, y sin la cual toda sabiduría se convierte en necedad». De hecho, es ella quien le indica tanto el campo en el que tendrá que trabajar como la metodología a utilizar: “He aquí tu campo, he aquí donde tienes que trabajar. Hazte humilde, fuerte, robusto”. María es interpelada desde el principio para el nacimiento de un nuevo carisma, ya que es precisamente su especialidad llevar en el seno y dar a luz: por eso, cuando se trata de un Fundador, que debe recibir del Espíritu Santo la luz original del carisma, el Señor dispone que sea su misma madre, Virgen de Pentecostés y modelo inmaculado de la Iglesia, quien le haga de Maestra. Solo ella, la «llena de gracia», comprende de hecho todos los carismas desde dentro, como quien conoce todas las lenguas y las habla como si fueran la suya[30]. Y esto que dice el Señor del Sueño al jovencísimo Juanito Bosco es como decirle: «de ahora en adelante entiéndete con ella». «Digamos enseguida que no es Juanito quien escoge a María, sino que es María quien se presenta con la iniciativa de la elección: Ella, a petición de su Hijo, será la Inspiradora y la Maestra de su vocación»[31].

Esta dimensión femenino-materna-mariana es quizá de las más interpelantes del Sueño. Cuando detenemos nuestra mirada serenamente ante esta realidad, este aspecto se transforma en algo hermoso. Es Jesús mismo quien le da una maestra, que es su madre, y «su nombre debe preguntárselo a Ella»; Juanito tiene que trabajar «con sus hijos», y será «Ella» quien se hará cargo de la continuidad del sueño en la vida, se hará cargo de llevarlo de la mano hasta el final de sus días, hasta el momento en el que verdaderamente lo comprenderá todo.
Hay una intencionalidad enorme en querer decir que, en el carisma salesiano en favor de los chicos y chicas más pobres, desfavorecidos, y sin afecto, la dimensión del trato con «dulzura», con mansedumbre y caridad, así como la dimensión «mariana», son elementos imprescindibles para quien desea vivir este carisma. La Virgen tiene que ver con la formación en la «sabiduría del carisma». Y por eso mismo es difícil entender que en el carisma salesiano haya alguien (personas, grupo o institución) que deje en un segundo plano la presencia mariana. Sin María de Nazareth se habla de otro carisma, pero no del carisma salesiano, ni de los hijos e hijas de Don Bosco. Lo dice de un modo maravilloso don Ziggiotti, en esta búsqueda que hemos hecho de los comentarios de los Rectores Mayores acerca del Sueño:
“Quisiera convencer a todos los Salesianos de este hecho tan importante, que ilumina con luz celestial toda la existencia del Santo y, por tanto, da un valor indiscutible a todo lo que hizo y dijo en su vida: La Virgen, a quien fue consagrado por su madre al nacer, que iluminó su futuro en el sueño de nueve años y luego volvió para confortarlo y aconsejarlo, en mil formas, en los sueños, en el espíritu profético, en la visión interior del estado de las almas, en los milagros y gracias innumerables, que actuó invocándola; la Virgen lo es todo para Don Bosco; y el Salesiano que quiera adquirir el espíritu del Fundador debe imitarlo en esta devoción»[32].

Dócil al Espíritu, confiado en la Providencia
Ciertamente hay mucho que aprender. El hacerse humilde, fuerte y robusto supone prepararse para lo que le espera. Deberá ser obediente, dócil a la sabiduría de la Maestra. Deberá aprender a ver y descubrir los procesos de transformación; comprender que el itinerario, el camino realizado con esos muchachos lleva a la vida, y al encuentro con el Señor del Sueño, y con su madre, lleva a Jesús y María. Todo esto lo fue descubriendo Juan Bosco.
Está en juego la obediencia a Dios, la docilidad al Espíritu. Así como María es la que «deja hacer», deja que acontezca en ella lo que Dios ha pensado y soñado, hasta llegar a proclamar desde ese «fiat» a Dios, que el Señor ha hecho obras grandes por mí, tambiénel Salesiano, la Hija de María Auxiliadora, cada Salesiano Cooperador, cada devoto de María Auxiliadora, cada miembro de nuestra Familia Salesiana, que es la Familia de Don Bosco, tendrá que aprender y hacer propio este estilo de docilidad al Espíritu. Me permito añadir que ojalá este estilo se hiciese carne y vida en todas las etapas de formación inicial y permanente de cada Grupo, congregación, e institución salesiana. Y no olvidemos que los «formadores», las «formadoras», deberían ser, deberíamos ser, los primeros en «dejarnos formar» por el Espíritu, como María.
El Sueño ofrece, como ningún otro elemento, como ninguna otra realidad, lo que creo que se puede llamar pistas «irrenunciables» del ADN del carisma. Son estas pistas o «principios» los que nos pueden ayudar a leer, a discernir, y actuar en sintonía de fidelidad creativa hoy.
Y no olvidemos que esta es una tarea comunitaria, la tenemos que realizar conjuntamente, «sinodalmente» –podríamos decir hoy en sintonía con los trabajos sinodales recientes–, como Familia Salesiana.

Y acompañar a Don Bosco en la reflexión acerca de su Sueño a los nueve años es también subrayar el abandono de Don Bosco en la Providencia, el ponernos como él en ese «a su tiempo lo comprenderás todo». El mismo Sueño que tuvo fue para Don Bosco una acción de la Providencia. Este es el convencimiento radical, la opción fundamental de vida, «la esencia del alma de Don Bosco», el punto central, lo más profundo e íntimo de él. Sin duda que el abandono en la Providencia divina, tal como aprendió de su madre, fue decisivo para nuestro padre y ha de ser para nosotros la garantía de continuidad de la espiritualidad salesiana. Se trata del abandono en Dios, la confianza en Dios, puesto que el Dios que Don Bosco aprender a amar es Dios confiable. Él actúa de verdad en la historia, y así lo hizo en la historia del Oratorio, hasta el punto de que Don Bosco llegar a decir a los directores salesianos el 2 de febrero de 1876: «las demás Congregaciones y Ordenes religiosas tuvieron en sus comienzos alguna inspiración, alguna visión, algún hecho sobrenatural, que dio empuje a la fundación y aseguró su establecimiento; pero, en la mayoría de los casos, la cosa no pasó de uno o pocos de estos hechos. En cambio entre nosotros, las cosas proceden muy diversamente. Puede decirse que no hay nada que no se haya conocido de antemano. La Congregación no dio ni un paso que no fuera aconsejado por un hecho sobrenatural; no hubo cambio, mejora o ampliación que no fuera precedida por una orden del Señor…  Nosotros, por ejemplo, habríamos podido escribir todo lo que nos sucedió antes de que sucediera y escribirlo detalladamente y con exactitud»[33].

Pero, «no con golpes». El arte de la dulzura y la paciencia educativa
El Sueño nos habla no solo de un pasado, sino que nos transporta también a un presente, un hoy, que es de máxima actualidad. El «no con golpes» que en el Sueño le dice la Señora a Juanito nos interpela también hoy, y hace más necesario que nunca pensar nuestro modo educativo salesiano de ir al encuentro de los jóvenes, de las jóvenes, porque siguen aumentando los discursos de odio y la violencia. Nuestro mundo está siendo cada vez más violento y nosotros, educadores y evangelizadores de los jóvenes, hemos de ser alternativa ante aquello que tanto angustiaba a Juanito en el Sueño y que tanto nos duele a nosotros hoy. Como declaró una vez el Rector Mayor don Pascual Chávez en el Aguinaldo de 2012[34], sin duda tendremos que «enfrentarnos a los lobos» que quieren devorar al rebaño: el indiferentismo, el relativismo ético, el consumismo que destruye el valor de las cosas y de las experiencias, la falsa ideologías y otras cosas que realmente duelen y son verdadera violencia.

Soy del parecer de que este sí es un mensaje tan actual tanto hoy como en el momento en el que Juanito (nuestro futuro Don Bosco, padre y maestro) lo recibió.
El «no con golpes» es un no «absoluto». Está muy claro, y es la única corrección, casi reprimenda podríamos decir, que Juan Bosco recibe en el Sueño. Y antes que todo lo demás, es para nosotros una certeza, la gran certeza de que por el camino de la fuerza y de la violencia, no se va en la buena dirección del carisma. Y los golpes del sueño pueden adquirir hoy miles de formas. De hecho, he puesto interés en leer, pensar y detallar muchas de las más o menos sutiles formas de violencia que nos rodean, y que tienen que estar desterradas de nuestro mundo salesiano educativo, pastoral, sanador y evangelizador.

No con golpes significa para nosotros combatir conscientemente, sin justificación alguna, todo tipo de violencia:

Esa violencia física que daña el cuerpo (violencia que empuja, que patea, que da cachetes, que arrincona o inmoviliza, que arroja objetos).

Esa violencia psicológica y verbal que daña la autoestima (violencia que insulta y descalifica, que aísla, que vigila y controla sin respetar, que viene con insultos o menosprecios). Esa violencia y abuso psicológico que hace sentir a algunas personas que nunca dan de sí mismos lo suficiente; una violencia que lleva a que siempre te consideren diferente y equivocado, equivocada, o incluso persona inmadura por pensar lo que honestamente piensas; esa violencia y abuso de quienes solo se interesan por ti cuando quieren obtener algún beneficio.

Esa violencia afectivo-sexual que daña el cuerpo, el corazón y los más entrañables afectos; que deja huellas de dolor imborrables. Y que se puede manifestar de manera verbal o escrita, con miradas o señas que denotan obscenidad, acoso, hostigamiento, e incluso abuso.

Esa violencia que es económica porque limitándote el dinero que es tuyo o que sirve para lo que puedas hacer de bueno, es retenido, quitado, robado.

Esa violencia que es también cibernética (ciberbullying con acoso por medios electrónicos a través de internet, páginas web, blogs, mensajes de texto o de correo electrónico, o de videos).

Esa violencia de exclusión social con personas, estudiantes, adolescentes notoriamente excluidos, con personas humilladas en público.
Violencia,en definitiva, de maltratos con verbos comoamenazar, manipular, desvalorizar, rechazar, negar, cuestionar, humillar, insultar, descalificar, ejercer burlas, mostrar indiferencia. Nosotros gozamos carismáticamente, sin duda, del antídoto ante estas situaciones que dañan la vida. Se trata de una genialidad pastoral de Don Bosco:
«Teniendo presente, por otro lado, que la intervención de María en el primer sueño de Juanito Bosco configuró inicialmente el “genio apostólico” que nos caracteriza en la Iglesia, os invito a centrar en común nuestra reflexión sobre el proyecto que distingue de otras nuestra genialidad pastoral: el Sistema Preventivo»[35].

ELLA, la Señora: Maestra y Madre
Y la Señora del Sueño viene presentada como Maestra y como Madre. Es la mamá de ambos, del Señor majestuoso del Sueño y del mismo Juanito; una mamá –me permito decirlo de modo parafraseado–, que tomándolo de la mano le dice:

«Mira»:
Yqué importante es para nosotros saber mirar, y qué grave cuando no somos capaces de «ver» a los jóvenes en su realidad, en lo que son; incapaces de ver lo más auténtico que hay en ellos, y lo más trágico y doloroso de sí mismos y de sus vidas. «Mira» es la primera palabra que dice la «mujer de aspecto majestuoso, vestida con un manto que resplandecía por todas partes, como si cada punto del mismo fuera una estrella muy refulgente» y que Don Bosco escribe como la primera palabra de ella escuchada en el Sueño.
Sin querer «estirar» demasiado un solo verbo al interpretarlo, me parece que hay una señal «preventiva» de lo que de hecho será el camino que nuestro padre deberá seguir, hecha sobre todo de aprendizaje experiencial. Pensemos en cuánto importaban los ojos en la vida de Don Bosco… Es lo que ve cuando llega a Turín  –o más bien lo que Cafasso le ayuda a ver– lo que da origen a nuestra misión. Es por cómo ve a cada muchacho (recordamos los primeros encuentros en las biografías que escribe): allí está el incipit que es como un milagro al que sigue todo lo demás, tanto para Savio, como para Magone, como para Cagliero, para Rua… Hay una escultura en el museo Chieri que representa los ojos y las miradas de Don Bosco, que permaneció junto a su altar en 1988. Hay algo único en su mirada y esa mirada no es menos único, a su manera.
Y bajo esta mirada ya no hace falta ahora que diga nada sobre una palabra tan fundamental para nosotros como la asistencia. Todos sabemos lo esencial que es.
Mi atención, sin embargo, no se aleja mucho de la prado de los sueños en los Becchi, porque de hecho, sin que él se dé cuenta en ese momento, lo que lo moldeará será eminentemente experiencial: es un aprendizaje de la vida, más aún cuando el camino se vuelve extremadamente agotador.
  El «mira» desplaza el epicentro fuera de la persona aunque luego Juan se involucra al cien por cien. Es lo que hay más allá de ti lo que te invita, te desafía, te cuestiona, te guía. Y de ahí la importancia del ambiente en toda la pedagogía salesiana.
No se quita nada al indispensable cuidado de la interioridad, del silencio. Estamos llamados a levantar la mirada, tanto cuando la fijamos en el misterio de Dios como cuando pasamos junto al hombre que descendió de Jerusalén a Jericó y se tropezó con los bandidos.

«Aprende»,es decir, hazte humilde, fuerte y robusto, porque vas a necesitar la sencillez (frente a tantas soberbias), la fortaleza (frente a tanto que hay que enfrentar en la vida), y esa robustez que es resiliencia (o capacidad de no dejarse abatir, de no desanimarse, de no dejar caer los brazos en señal de que ya no se puede hacer nada).
Me parece formidable ver cómo lo que le hace ser «manso» (humilde, fuerte y robusto) sean los acontecimientos (la experiencia) que la Providencia (María) le pone en su camino…, a partir de ahora, de lo que le sucede poco tiempo después del Sueño, cuando en febrero de 1828 (y Juanito solo tenía 12 años) Margarita tuvo que sacarlo de casa por desavenencias con Antonio. Llega por la tarde a la granja Moglia, donde lo aceptan más por lástima que por necesidad real –nadie acepta mozos de campo en invierno–, lo suficientemente lejos como para ser la última puerta a la que llamar pero, a la vez, lo suficientemente cerca de Moncucco para ir a pie todos los domingos por la mañana temprano, donde se encuentra uno de los mejores párrocos que tuvo la diócesis de Turín, don Francesco Cottino (de quien por ahora nuestra literatura salesiana todavía dice muy poco). Se reúne con él todos los domingos: es el primer «cara a cara» con un guía que experimenta Juan, donde todo parte de su iniciativa. Una etapa de su infancia que solo podía haber sido triste y oscura se convierte en un paso muy importante en el camino. El 3 de noviembre de 1829, el tío Michele Occhiena lo llevó de regreso a Becchi. El 5 de noviembre, se produce el encuentro con Don Calosso al regresar de la Misión de Buttigliera.
Por eso considero muy importante subrayar con toda la fuerza cuán increíble es la dirección-acompañamiento de la Providencia. Juan responde dándolo todo libremente, pero los acontecimientos y las personas que se suceden en el momento adecuado son los creadores de ese «humilde, fuerte y robusto» indispensable para la misión que, entretanto, madura cada vez más.
  Vemos que hay un primado de la Gracia, que vale ante todo para nosotros solo si sabemos dejarnos formar, pero que se vuelve muy fructífero para la misión: ya no hay límites ni dificultades que impidan el crecimiento hacia la plenitud de vida, la santidad, cualquiera que sea el contexto, incluso el más desafiante. Y esto no quita nada a todo el esfuerzo que hay que hacer para mejorar las situaciones y superar las injusticias. Pero, sobre todo, no quita ninguno de estos esfuerzos, estos encuentros, estos «contratos de trabajo» con los que Don Bosco defiende (y es el primero en hacerlo) a los aprendices que van al primer Oratorio… ¡No les quita el cielo! Siempre hay un más al que todos pueden acceder. Es la misma lección, por ejemplo, de la Madre Teresa con su «inútil» prodigarse por los moribundos de Calcuta. Entre otras cosas, en el cartel que había escrito a mano y colocado en su habitación al comienzo de esta nueva vida para los más pobres entre los pobres, había escrito estas palabras en blanco y negro: «Da mihi animas caetera tolle».
«Y ten paciencia», es decir, demos tiempo a todo y dejemos a Dios ser Dios.


4.- Y ES UN SUEÑO QUE HACE SOÑAR.
No podría terminar estas páginas que nos acercan al segundo centenario del Sueño de los nueve años sin expresar para los jóvenes y para nosotros, querida Familia Salesiana, sueños que llevo en el corazón; en ocasiones son deseos nobles de seguir creciendo en fidelidad carismática; en otros momentos son añoranzas y serenas provocaciones al ver que hay cambios que nos resultan difíciles, que hay resistencias que puede quitar luz a los destellos de nuestro carisma; a veces son profundos anhelos que quieren continuar el Sueño de Don Bosco, pero doscientos años después.
Os los comparto con la esperanza de que cada cual, quien me lee en cualquier parte del amplio mundo salesiano, pueda sentir que algo de lo aquí escrito también está pensado para él, para ella. Los aspectos concretos que descubro en la aplicación del Sueño a nuestro carisma hoy son estos, entre otros posibles:
Como nos mostró Don Bosco a lo largo de toda su vida, solo las relaciones auténticas transforman y salvan. Eso mismo nos dice el papa Francisco: «No basta con tener las estructuras si en ellas no se desarrollan relaciones auténticas; de hecho, lo que evangeliza es la calidad de tales relaciones»[36]. Por eso expreso mi anhelo de que cada casa de nuestra Familia Salesiana en el mundo sea un espacio realmente educativo, espacio de relaciones de respeto, espacio que ayude a crecer sanamente. Creo que deberíamos marcar la diferencia porque las relaciones auténticas están en el origen de nuestro carisma, en el origen del encuentro de Don Bosco con Bartolomé Garelli, en el origen de la vocación misma de Don Bosco.

Cada elección de Don Bosco se inserta en un proyecto más grande: el proyecto de Dios sobre él. Por lo tanto, ninguna elección fue ligera o banal para Don Bosco. Su Sueño no fue una anécdota en su vida, o un simple acontecimiento, sino una respuesta vocacional, una opción, un camino, un programa de vida que fue tomando forma a medida que se vivía. Yo sueño con ver a cada Salesiano, a cada miembro de nuestra Familia de Don Bosco, como ese grupo de personas que por vocación y opción se sienten incómodos en el confort y sienten en su propia piel el dolor, el cansancio y las fatigas de tantas familias y jóvenes que cada día luchan por sobrevivir, o por vivir con un poco más de dignidad. Que no seamos nunca espectadores de los dolores y angustias de nuestros jóvenes.
«El sueño primero, el sueño creador de nuestro Padre Dios precede y acompaña la vida de todos sus hijos»[37]. Nuestro Dios tiene un sueño para cada uno de nosotros, para cada uno de nuestros jóvenes, un proyecto ideado, «diseñado» a medida para nosotros por Dios mismo. El secreto de la tan deseada felicidad de cada persona será, precisamente, descubrir la correspondencia y el encuentro entre estos dos sueños: el nuestro y el de Dios. Y entender entonces cual es el sueño de Dios para cada uno es, en primer lugar, darnos cuenta de que el Señor nos ha dado la vida porque nos ama, más allá de lo que somos, incluidos nuestros propios límites. ¡Debemos creer, entonces, que nuestro Dios quiere hacer cosas grandes en cada uno de nosotros! Todos somos preciosos, un gran valor, porque, sin cada uno de nosotros, hay algo que no se podrá realizar, personas a las que solo yo podré amar, palabras que solo yo podré decir, momentos que solo yo podré compartir.

Y sin sueño no hay vida. Para el ser humano, para todos nosotros, soñar es proyectarse, es tener un ideal, un sentido en la vida. La peor pobreza de los jóvenes es no dejarlos soñar, robarles sus propios sueños o imponerles sueños fabricados. Cada uno ES un sueño de Dios ¿cuál es el mío? ¿para qué me soñó?, y debemos intentar que se desarrolle, que se lleve a cabo, puesto que en esto se juega nuestra felicidad y la de nuestros hermanos. Recordemos cómo Don Bosco llora de emoción y alegría cuando «ve realizado» el sueño que definía su vida, su vocación, su misión en aquel 16 de mayo de 1887.

Dios, hace grandes cosas con «instrumentos sencillos», y nos habla de muchas maneras, también en lo profundo de nuestro corazón, a través de los sentimientos que se mueven dentro de nosotros, a través de la Palabra de Dios acogida con fe, profundizada con paciencia, interiorizada con amor, seguida con confianza.  Ayudémonos y ayudemos a nuestros muchachos, muchachas y jóvenes a escuchar nuestro interior, a descifrar los movimientos internos, a dar voz a lo que se agita dentro de cada uno, a reconocer qué señales o «sueños» nos revelan la voz de Dios y cuáles son, en cambio, fruto de elecciones equivocadas.

«Las fatigas y fragilidades de los jóvenes nos ayudan a ser mejores, sus preguntas nos desafían, sus dudas ponen en cuestión la calidad de nuestra fe. También necesitamos de sus críticas, porque a menudo a través de ellas escuchamos la voz del Señor que nos pide la conversión del corazón y la renovación de las estructuras»[38]. Un verdadero educador sabe descubrir con inteligencia y paciencia lo que cada joven lleva dentro de sí, y como tal educador pondrá en acción una buena dosis de comprensión y afecto procurando hacerse querer[39]. Sueño y anhelo con encontrarme cada día en cada casa salesiana del mundo con estos Salesianos y estos educadores laicos que crean en el milagro transformador de educar salesianamente.

Vivir humanamente es «un hacerse», es un desplegarse, es un gozar de los mismos procesos pacientes con los que Dios, actúa en nuestras vidas. Cuánto deseo que nuestra pasión educativa se asemeje a la de Don Bosco («padre de la amorevolezza salesiana») para que en todas las presencias de nuestra Familia Salesiana en el mundo los chicos y chicas puedan experimentar que se encuentran no solamente con profesionales capacitados, sino con verdaderos educadores-hermanos-amigos-padres o madres.

Don Bosco, «cura de la calle» ad litteram, se consumió literalmente en esta empresa. Los Salesianos (y aquellos que se inspiran en Don Bosco) son efectivamente «hijos de un soñador de futuro», pero de un futuro que se construye en la confianza en Dios y en el diario sumergirse y obrar en la vida de los jóvenes, entre las fatigas y las incertidumbres de cada día[40]. Y por eso el encuentro con el Señor de la Vida, el ayudar a cada joven a descubrir su propio sueño, el sueño de Dios en cada uno, y el sostenerlos en su camino de realización, es el regalo más precioso que podemos ofrecer a nuestros jóvenes. Cuánto anhelo que sea siempre una realidad en nuestras casas.

Como latía el corazón de Don Bosco en cada momento, estamos «convencidos de que cada joven tiene escrito en su corazón el deseo de Dios, que estamos llamados a ofrecer oportunidades de encuentro con Jesús, fuente de vida y alegría para cada joven»[41].
Hoy Don Bosco no podría comprender ni imaginarse que en cada una de sus casas, sus hijos e hijas no propusieran a los niños, niñas, adolescentes y jóvenes –desde la libertad con la que hoy educamos en la fe en los más variados contextos–, el encuentro con Jesús, el conocerlo, el descubrir cómo nos fascina, o el ayudar a los jóvenes de otras religiones a ser buenos creyentes desde su propia fe y credo. Sueño con que esto sea una realidad en todas las casas salesianas del mundo.

«En todas partes, la Obra Salesiana debe dirigirse a los jóvenes más pobres y necesitados de la sociedad, y debe utilizar con ellos los mil medios inspirados por la caridad que previene. Don Bosco lloró al ver a tantos jóvenes crecer corruptos e incrédulos; y le hubiera gustado poder extender su cuidado –vigilando, amonestando, instruyendo en una palabra, previniendo– a todos los jóvenes del mundo (…) Por eso, al aceptar nuevas fundaciones daba preferencia a aquellos lugares donde la juventud se estropeaba por el abandono»[42]. Yo sueño verdaderamente con ver un día a toda la Congregación Salesiana con la misma entrega que tuvo Don Bosco hacia sus muchachos más pobres. Sueño con ver a cada uno de mis hermanos dando la vida con alegría en favor de los últimos, y ya es así en muchos casos. Sueño con que cada una de nuestras casas estén llenas de ese «olor a oveja» al que se refería el papa Francisco para cada apóstol de hoy. Y lo deseo también para toda nuestra Familia Salesiana. Nadie debería sentirse exento de esta llamada.

«La vida de Juan antes de la ordenación sacerdotal, es auténtica obra maestra de itinerario vocacional»[43]. Dice el Papa Francisco hablándoles a los jóvenes de la vocación: «Yo soy una misión en esta tierra y para eso estoy en este mundo. Por consiguiente, hay que pensar que toda pastoral es vocacional, toda formación es vocacional y toda espiritualidad es vocacional»[44]. Como siempre hizo Don Bosco, considero que es un deber para nosotros ayudar a cada joven, en todas nuestras propuestas, a descubrir lo que Dios espera de él, a tener ideales que le hagan volar alto, dar lo mejor de sí, desear vivir la vida como entrega y donación.

En María resplandece su ser madre y ser cuidadora. Cuando, siendo ella muy joven, recibe el anuncio del ángel, no se privó de hacer preguntas. Cuando aceptó y dijo «sí», lo apostó todo, arriesgándose. Cuando su prima la necesitó dejó de lado sus propios planes y necesidades y se puso en camino, sin demora. Cuando le llegó el dolor de su hijo, fue la mujer fuerte que lo sostuvo y acompañó hasta el fin. Ella, que es la Madre y Maestra, mira a este pueblo de jóvenes que la busca, aunque en el camino haya mucho ruido y oscuridad, ella habla en el silencio y mantiene encendida la luz de la esperanza[45]. Sueño de verdad con que en fidelidad a Don Bosco lleguemos a enamorar a nuestros niños, niñas, y jóvenes, de esa Madre,  no menos de lo que él lo hizo, puesto que «la Virgen lo es todo para Don Bosco; y el Salesiano que quiera adquirir el espíritu del Fundador debe imitarlo en esta devoción»[46].

5. DEL SUEÑO DE LOS NUEVE AÑOS AL ALTAR DE LLANTO
Llego ya al final de esta narración. Se podría añadir más, pero considero que ya es suficiente y es posible que una palabra o una frase pueda llegar a cada corazón. Siendo así sería una muy buena noticia. Por eso deseo concluir pero sin añadir más reflexiones, más propuestas, más desafíos, más…. NO. Deseo invitaros sencillamente a hacer un minuto de interiorización y contemplación ante este texto de las Memorias Biográficas que describe en unas pocas líneas cómo Don Bosco mismo explica que sus lágrimas ante el altar de María Auxiliadora en la recién consagrada Basílica del Sacro Cuore fueron debidas a que en esos momentos veía y oía a su madre y a sus hermanos y abuela valorar el Sueño, incluso cuestionarlo y ahí, en ese instante, sesenta y dos años después, lo comprende todo, como le había dicho la Maestra en el Sueño. A mí me ha conmovido profundamente y por eso os lo ofrezco.

«Durante el divino sacrificio –cuentan la Memorias Biográficas– se paró por lo menos quince veces, víctima de una gran emoción y llorando. Don Carlos Viglietti, que le acompañaba, tuvo que ayudarlo de vez en cuando para que pudiera continuar. (Habiéndole preguntado) cuál había sido la causa de tanta emoción respondió:
-Tenía viva ante mis ojos la escena de cuando soñé a los diez años con la Congregación. Veía y oía realmente a la mamá y a los hermanos opinar sobre el sueño…
Entonces le había dicho la Virgen:
-A su tiempo lo comprenderás todo.
Habían pasado ya desde aquel día sesenta y dos años de trabajos, sacrificios y luchas, cuando una especie de relámpago repentino le había revelado, en la erección de la iglesia del Sacro Cuore en Roma, la conclusión de la misión que misteriosamente se le había trazado en los albores de su vida»[47].

Creo verdaderamente que María Auxiliadora sigue siendo hoy verdadera Madre y Maestra de nuestra Familia. Estoy convencido de que las palabras proféticas del primer sueño prometiendo una Maestra sigue siendo realidad en todos los lugares donde el carisma de nuestro Padre, don del Espíritu, ha echado raíces. Y tengo la certeza de que en cada a cada casa, más allá de nuestras fatigas y esfuerzos,  se le puede aplicar lo que decía Don Bosco acerca del Santuario de Valdocco:

«Cada ladrillo es una gracia de María Auxiliadora; nada hemos hecho sin la intervención directa de Ella; la Virgen se ha edificado su casa y es una maravilla a nuestros ojos»[48].

Que ella, Inmaculada y Auxiliadora nos siga llevando a todos de la mano. Amén.

Turín-Valdocco, 8 de diciembre 2023

Don Ángel Card. Fernández Artime, S.D.B.
Rector Mayor


[1] F. MOTTOIl sogno dei nove anni. Redazione, storia, criteri di lettura, en «Note di pastorale giovanile» 5 (2020) 6.

[2] P. STELLA, Don Bosco nella storia della religiosità cattolica. 1. Vita e opere, LAS, Roma 1979, 31s.

[3] P. CHÁVEZ V., Conociendo e imitando Don Bosco, hagamos de los jóvenes la misión de nuestra vida. Actas del Consejo General(ACG), Roma, 2012, nº 412, 28.

[4] F. MOTTO, Il sogno dei nove anni, 6.

[5] Cfr. FILIPPO RINALDI, Lettera circolare pubblicata su ACS Anno V – N. 26 (24 Ottobre 1924), 312-317

[6] JUAN BOSCO, Memorias del Oratorio de san Francisco de Sales, en INSTITUTO HISTÓRICO SALESIANO, Fuentes Salesianas. Don Bosco y su obra. Recopilación antológica, Editorial CCS, Madrid 2015, 1061-1063.

[7] R. ZIGGIOTTI, Tenaci, audaci e amorevoli. Lettere circolari ai salesiani di don Renato Ziggiotti, a cura di Marco Bay, LAS, Roma 2015, 575.

[8] Aunque digo «todos los Rectores Mayores», la excepción está en don Rua, primer sucesor de Don Bosco. De él no hemos encontrado ninguna cita o referencia, aunque sin duda también para él habrá sido muy especial el Sueño porque vivió al lado de Don Bosco tanto la narración del mismo como la realización de mucho de lo allí preanunciado.

[9] El salesiano coadjutor Marco Bay ha sido profesor de la Universidad Pontificia Salesiana de Roma y es en la actualidad el director del Archivo Central Salesiano en Roma (UPS). Generosamente ha puesto en mis manos la búsqueda que por iniciativa personal había realizado acerca de las referencias que los anteriores Rectores Mayores habían hecho sobre el sueño de los nueve años.

Aprovecho también esta referencia para agradecer las notas y sugerencias de don Luis Timossi, sdb, del Centro de Formación Permanente en Quito, y a don Silvio Roggia, sdb, director en la comunidad Beato Ceferino Namuncurá en Roma.

[10] P. ALBERA, Lettere Circolari di don Paolo Albera ai salesiani, Direzione Generale delle Opere Salesiane, Torino 1965, 123; 315; 339.

[11]  F. RINALDI, Lettera circolare pubblicata su ACS Anno V – N. 26 (24 Ottobre 1924), 312-317.

[12] Idem.

[13] La commemorazione di un «sogno», en Bollettino Salesiano (BS) Anno XLIX, 6 (Giugno 1925), 147. Cf. Boletín Salesiano de España, julio de 1925, 198-203.

[14] P. RICALDONE, Strenna 1935. Fedeltà a Don Bosco. Atti del Capitolo Superiore, Anno XVII, N. 74, 24 de marzo de 1936, p. 16.

[15] P. RICALDONE, Le vocazione, Atti del Capitolo Superiore, Anno XVII, N. 78, p. 9.

[16] R. ZIGGIOTTI, Tenaci, audaci e amorevoli. Lettere circolari ai salesiani di don Renato Ziggiotti, a cura di Marco Bay, LAS, Roma 2015, 129.

[17] R. ZIGGIOTTI, o.c., 264.

[18] L. RICCERI, il rinnovamento salesiano passa per la spiritualità missionaria, Discorso del Rettor Maggiore, en La famiglia salesiana famiglia missionera. Settimana di Spiritualità nel Centenario delle Missioni Salesiane, Elle Di Ci, Leuman Torino 1977, 12.

[19] Ibidem, 13.

[20] E. VIGANÒ, María renueva la Familia Salesiana de Don Bosco. Actas del Consejo Superior 289, 25 de marzo de 1978, 15.

[21] MBe VII, 253 [MB VII, 291]. Citado por J.E.VECCHI, Educatori appassionati esperti e consacrati per i giovani. Lettere circolari ai Salesiani di don Juan E. Vecchi. Introduzione, parole chiave e indici a cura di Marco Bay, LAS, Roma 2013, 380.

[22] PIETRO STELLA, Don Bosco nella storia della religiosità cattolica. Vol. II, p. 32. Citado por J.E. VECCHI, o.c., 381.

[23] P. CHÁVEZ VILLANUEVA, Y Jesús crecía en sabiduría, estatura, y gracia (Lc 2,52), en Actas del Consejo General (ACG) 392, 1 de enero de 2006, 31-32. 

[24] F. MOTTO, Il sogno dei nove anni, 8.

[25] F. MOTTO, Il sogno dei nove anni, 10.

[26] JUAN BOSCO, Memorias del Oratorio, citado por F. MOTTO, Il sogno dei nove anni, 9.

[27] F. MOTTO, Il sogno dei nove anni, 10.

[28]  Citado en P.RICALDONE, Anno XVII. 24 Marzo 1936 N. 74.

[29] P. RICALDONE, Oratorio Festivo. Catechismo. Formazione religiosa, SEI. Torino 1939, 3-4.

[30] A. BOZZOLO (ed), Il Sogno dei nove anni. Questioni ermeneutiche e lettura teologica, LAS, Roma, 2017, 264.

[31] E. VIGANÓ, María renueva la Familia Salesiana de Don Bosco. Actas del Consejo Superior 289, 25 de marzo de 1978, 14.

[32] R. ZIGGIOTTI, Tenaci, audaci e amorevoli., 264.

[33] MBe XII, 68 [MB XII, 69-70] citado en F. MOTTO, Il sogno dei nove anni, 7.

[34] Cf. P. Chávez, «Conociendo e imitando a Don Bosco hagamos de los jóvenes la misión de nuestra vida». Primer año de preparación al Bicentenario de su nacimiento. Aguinaldo 2012, en ACG 412 (2012), 3-38.

[35] Egidio Viganò, El proyecto educativo salesiano, en Actas del Consejo Superior (ACS), 290, 15 de agosto de 1978, 4.

[36] SINODO DE LOS OBISPOS, Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. Documento final, 128.

[37] FRANCISCO, Christus vivit,  Exhortación Apostólica Postsinodal a los jóvenes y a todo el Pueblo de Dios. LEV, Ciudad del Vaticano, 2019, n. 194.

[38] SINODO DE LOS OBISPOS, Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, 116.

[39] XXIII Capitulo General Salesiano, Educar a los jóvenes en la fe. CCS, Roma, 1990, nº 99.

[40] Cf. F. MOTTO, Il sogno dei nove anni, 14.

[41] R. SALA, Il sogno dei nove anni. Redazione, storia, criteri di lettura, in «Note di pastorale giovanile» 5 (2020), 21.

[42] F. RINALDI, Il sac. Filippo Rinaldi ai Cooperatori ed alle Cooperatrici Salesiane. Un’altra data memoranda, en BS Anno XLIX, 1 (Gennaio 1925), 6.

[43] E. VIGANÓ, Don Bosco-’88, en Actas del Consejo General (ACG), Roma, 19 de marzo de 1985, 8.

[44] FRANCISCO, Christus vivit, 254.

[45] Cf. FRANCISCO, o.c., 43-48, 298.

[46] R. ZIGGIOTTI, Tenaci, audaci e amorevoli, 264.

[47] MBe XVIII, 298 [MB XVIII, 341].

[48] R. ZIGGIOTTI, Le visite compiute in Europa, en Atti del Capitolo Superiore 180 (ACS), 12 de junio de 1954, 308




Un año de sueños desde lo alto

Queridos amigos y amigas: estamos en el umbral de un nuevo año, el 2024, un año muy especial porque conmemoramos el bicentenario del sueño de 9 años de Don Bosco. Este sueño fue mucho más que un episodio encantador de un niño de 9 años; fue como una visión-sueño y una premonición de lo que iba a hacer en el curso de su vida.

62 años más tarde, celebrando su primera y última Misa en la Basílica del Sagrado Corazón de Roma, consagrada dos días antes, Don Bosco rompió a llorar más de 15 veces porque, como en una película en rápida sucesión, vio desarrollarse todas las escenas de su vida, dándose cuenta de que siempre había sido guiado por la Divina Providencia y, en particular, conducido de la mano de Ella, la Auxiliadora de los Cristianos, hasta el punto de decir: “Ella lo hizo todo”.

Aquella noche de año nuevo de 1862
Esta conmemoración me lleva a pensar en una Noche de año nuevo significativa en la vida de Don Bosco. Fue el primero de enero de 1862.
Cuentan las Memorias Biográficas que Don Bosco, enfermo hasta el día anterior, anunció que tenía una noticia importante que dar a todos los habitantes del Oratorio, jóvenes y mayores. “Es imposible describir la emoción, causada por la promesa de Don Bosco, que mientras tanto agitaba a todos los jóvenes. ¡Con qué impaciencia pasaron la noche del 31 de diciembre al 1 de enero, y el día siguiente! ¡Con qué ansiedad esperaban la noche para oír lo que les diría el buen padre!”, cuenta Don Lemoyne. “Finalmente, después de las oraciones, los jóvenes esperaron en profundo silencio a Don Bosco, que levantando su silla les reveló el misterio y les dijo: – El regalo que os doy no es mío. ¿Qué diríais si la Virgen misma viniera en persona a deciros una palabra a cada uno de vosotros? ¿Si Ella hubiera preparado para cada uno una nota suya para mostrarle lo que más necesita, o lo que quiere de él? Pues así es exactamente. La Virgen hace un regalo a cada uno. Veo que algunos querrán saber y preguntarán: – ¿Cómo sucedió esto? ¿Escribió la Virgen las notas? ¿Habló la Virgen en persona con Don Bosco? ¿Es Don Bosco el secretario de la Virgen? – Yo respondo: No os digo nada más que eso. Yo escribí las notas, pero no puedo decir cómo sucedió esto, ni hay nadie que se atreva a interrogarme, porque me pondría en evidencia. Que todos se contenten con saber que la nota vino de Nuestra Señora. Es algo singular. Llevo varios años pidiendo esta gracia y por fin la he obtenido. Considerad, pues, cada uno de vosotros esa nota como si saliera de la boca de la misma Virgen María. Venid, pues, a mi habitación y os daré a cada uno vuestra nota”. Don Bosco podía decir esto porque él mismo había recibido de Nuestra Señora, a la edad de nueve años, el mensaje que marcaría todo el curso de su vida.
Luego, continuando la narración de aquella misma tarde, los Salesianos comenzaron a pasar por la habitación de Don Bosco para recoger su billete. Muchos lo revelaron. Aquello dirigido a Don Bonetti, que escribía la crónica diaria, decía: Aumenta el número de mis hijos. El buen sacerdote transcribió esta recomendación en su crónica y añadió: “Mientras tanto, dulcísima Madre mía, tú que me has dado tan queridos consejos, dame los medios para ponerlos en práctica, y procura que aumente verdaderamente este hermoso número, pero que yo también me incluya en él”.
El de Don Rua decía: “Recurrid a mí con confianza en las necesidades de vuestra alma”.
A la mañana siguiente, los jóvenes se agolparon a la puerta de la habitación de Don Bosco para recibir su nota. Me imagino fácilmente cómo Don Bosco sabía llegar al corazón de cada salesiano y de cada muchacho del Oratorio, no con una invención, sino con la profunda convicción de lo que la Virgen quería para cada uno de ellos, y al mismo tiempo lograba hacerlo de esa manera en la que Don Bosco fue siempre un verdadero maestro y un verdadero genio: me refiero al arte del encuentro personal, del diálogo, de la mirada que llega a lo más profundo del corazón.
Y mientras leía esto, me preguntaba si no nos pasaría a nosotros. Enviamos tarjetas de felicitación a muchas personas. Si María Santísima hubiera enviado una tarjeta a la Congregación Salesiana y a cada uno de nosotros, a la hermosa y gran Familia Salesiana, la familia de Don Bosco, ¿qué habría escrito?

Caminar como Don Bosco
Es bonito imaginarlo. Os aseguro que en mi imaginación hay tantas cosas hermosas que la Virgen podría pedirnos a nosotros personalmente y como familia de Don Bosco, nacida para acompañar a los chicos y chicas del mundo -especialmente a los más pobres y necesitados- en su proceso de crecimiento, maduración, transformación…
El misterio del Año Nuevo, que en el fondo desarrolla el misterio de la Navidad, nos dice: “No estás condicionado por el pasado. Hoy puedes empezar de nuevo, porque hay algo nuevo en ti. Toma en tus brazos al Niño Divino, que te pone en contacto con todo lo nuevo que hay, auténtico e intacto, en tu alma. Empieza de nuevo con los pequeños, los jóvenes. Confía en lo nuevo que hay en ti. Cada día es el primer día”.
Quizás bastaría con hacer nuestras las palabras que María le dice a Juan Bosco en su sueño: “Aquí está tu campo, aquí es donde debes trabajar. Hazte humilde, fuerte y robusto”. Quizás se esperaba un consejo más “espiritual”, pero sólo quien es humilde puede ser amable porque puede disfrutar de la presencia de los demás. La humildad es la puerta del amor hacia los pequeños, los desvalidos, los heridos por la vida.
Sólo el que es sólido y fuerte puede caminar hoy detrás de Jesús a pesar de todo. Porque queremos ver a los presos libres, y a los oprimidos ya no oprimidos; y en qué mensaje pueden creer todavía los pobres.
Es escuchar la voz de la zarza ardiente que nunca se consumirá: “Romperé tus cadenas y te haré caminar erguido”. María quiere que los Salesianos, y toda su Familia, la hermosa familia de Don Bosco de todos los tiempos camine como Don Bosco. Y para ello la mejor garantía será siempre tenerla a Ella como la verdadera Maestra que es sobre todo Madre. Una verdadera gracia para nuestra familia.
Así lo han expresado los Rectores Mayores a lo largo de nuestra historia. Como lo hizo mi predecesor, Don Ziggiotti: “Os daré al Maestro, bajo cuya disciplina podréis llegar a ser sabios, y sin el cual toda sabiduría se convierte en necedad” es la palabra profética del primer sueño, pronunciada por el misterioso personaje, “el Hijo de Aquella a quien vuestra madre os manda saludar tres veces al día”. Así pues, es Jesús quien da a Don Bosco a su Madre como Maestra y guía infalible en el duro camino de toda su vida. ¿Cómo agradecer suficientemente este extraordinario regalo del Cielo a nuestra Familia?”.
Feliz Año 2024 con mis mejores deseos para cada uno de vosotros y vuestras familias. Que sea un hermoso año para todos nosotros y un año de Paz para esta humanidad que aún sufre.