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En este vívido relato, fechado el 24 de febrero de 1865, Don Bosco habla a sus alumnos sobre los peligros espirituales y los remedios concretos. En estas líneas, el autor narra su estancia con el obispo de Cuneo y, sobre todo, la pesadilla en la que ve criaturas monstruosas invadir el Oratorio, símbolo de las insidias diabólicas que amenazan a los jóvenes. El brusco paso de la recreación alegre al silencio angustioso se convierte en pretexto para indicar dos armas decisivas: la Comunión bien hecha y la visita frecuente al Santísimo Sacramento. La introducción prepara así al lector para un texto que entrelaza anécdota, afecto educativo y catequesis, invitando a captar su urgencia espiritual y las elecciones concretas de cada día.
24 de febrero
Pues bien, estos días estuve en Cúneo y fui huésped del señor Obispo que me trató magníficamente. La primera noche, después de haber cenado bien y bebido mejor (risas), llegó la hora de ir a dormir. Después de la cena, gusta una buena cama ¿no es verdad? Yo pedí permiso al Obispo para quedarme un poco más en la cama por la mañana y él añadió:
—Sí, sí; es más, deseo que no se levante antes de las ocho y media.
—¡Oh!, le respondí; estaré solamente hasta las seis y media; me basta para descansar.
—No quiero que se levante a esa hora; se levantará a las ocho.
Finalmente acordamos que me levantaría a las siete. Me fui a dormir. Eran las once. Me dormí en seguida. Pero ¡qué queréis! Empecé a soñar como de costumbre y, como la lengua va siempre a dar en donde duele el diente, soñé que me encontraba en el Oratorio entre mis queridos muchachos.
Me pareció encontrarme en mi habitación, sentado a la mesa, mientras los muchachos hacían recreo en el patio. El recreo era animadísimo, clamoroso. Gritaban, voceaban, saltaban, se oía un gran barullo. Yo estaba contentísimo porque me gusta ver a los muchachos durante el recreo, y cuando les veo a todos jugando, sé que el demonio no tiene nada que hacer. Mientras me gozaba con el griterío de los muchachos, de repente se hizo un profundo silencio, sin poder comprender el por qué. Me levanté espantado de la mesa para ver qué sucedía. Apenas llegué a la antesala vi entrar por la puerta un monstruo horriblemente feo, que caminaba con el morro bajo y los ojos fijos en el suelo. Parecía no haberse dado cuenta de mi presencia, pero caminaba siempre en la misma dirección, con el aspecto de una fiera dispuesta a asaltar a alguien. Temblé por mis queridos muchachos y miré por la ventana al patio para ver si les había sucedido algo.
Vi el patio lleno de monstruos semejantes al primero, pero más pequeños. Mis muchachos habían sido acorralados contra las paredes y bajo los pórticos. Muchos estaban tendidos por tierra y parecían muertos.
Ante aquel espectáculo tan doloroso, aterrado lancé un grito tan fuerte que me desperté. A mi grito se despertaron los familiares del Obispo, se despertó el Vicario, se despertó el mismo Obispo. Todos se espantaron con aquel grito.
Amigos míos, generalmente no hay que prestar fe alguna a los sueños, pero cuando su explicación es de carácter moral, se puede reflexionar sobre ellos. Yo siempre he querido encontrar explicación a todo, y por eso busco también la de este sueño. El monstruo parece que quiera significar el demonio, que siempre está en movimiento para arruinarnos. Hay jóvenes que caen y jóvenes que huyen. ¿Queréis que os enseñe a no tenerle miedo y a resistir a sus asaltos? Escuchadme. No hay nada que el demonio tema más que estas dos cosas:
1.° La Comunión bien hecha.
2.° Las visitas a Jesús Sacramentado.
¿Queréis que el Señor os conceda muchas gracias? Visitadlo a menudo. ¿Queréis que os haga pocas? Visitadlo poco. ¿Queréis que el demonio os asalte? Visitad poco a Jesús Sacramentado. ¿Queréis que huya de vosotros? Visitad a menudo a Jesús. ¿Queréis vencer al demonio? Refugiaos con frecuencia a los pies de Jesús. ¿Queréis ser vencidos? Dejad de visitar a Jesús. Queridos míos, la visita a Jesús Sacramentado es un medio muy necesario para vencer al demonio. Id, pues, a visitar con frecuencia a Jesús Sacramentado y el demonio no podrá hacer nada contra vosotros.
Mañana se examinarán los clérigos, por lo que los exhorto a que tengan ánimo. Yo, como de costumbre, aplicaré mañana la santa misa con este fin y espero que todo vaya bien.
(MB VII, 48-49 / MB ES VII, 54-55)