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Las páginas que siguen nos adentran en el corazón de la experiencia mística de San Juan Bosco, a través de dos vívidos sueños que tuvo entre septiembre y diciembre de 1884. En el primero, el Santo atraviesa la llanura hacia Castelnuovo con un personaje misterioso y reflexiona sobre la escasez de curas, advirtiendo que solo el trabajo incansable, la humildad y la moralidad pueden hacer florecer auténticas vocaciones. En el segundo ciclo onírico, Bosco asiste a un concilio infernal: monstruosos demonios conspiran para aniquilar la naciente Congregación Salesiana, difundiendo la gula, la codicia de riquezas, la libertad sin obediencia y el orgullo intelectual. Entre presagios de muerte, amenazas internas y signos de la Providencia, estos sueños se convierten en un espejo dramático de las luchas espirituales que esperan a cada educador y a la Iglesia entera, ofreciendo a la vez advertencias severas y esperanzas luminosas.
Ricos en enseñanzas son dos sueños que tuvo el Siervo de Dios en los meses de septiembre y diciembre respectivamente.
El primero, en la noche del veintinueve al treinta de aquel mes. Es una lección para los sacerdotes. Le pareció dirigirse hacia Castelnuovo a través de una llanura; junto a él iba un venerando sacerdote, cuyo nombre dijo que no recordaba. Comenzaron a hablar sobre los sacerdotes: – ¡Trabajo, trabajo, trabajo! decían, éste debe ser el objetivo y la gloria de los sacerdotes. No cejar jamás en el trabajo. De esta manera ¡cuántas almas se salvarían! ¡Cuántas cosas se harían para gloria de Dios! ¡Oh, si el misionero cumpliese en verdad con su papel de misionero, si el párroco cumpliese con su misión de párroco, cuántos prodigios de santidad resplandecerían por todas partes! Pero, desgraciadamente, muchos tienen miedo al trabajo y prefieren las propias comodidades.
Razonando de esta manera entre sí, llegaron a un lugar llamado Filippelli. Entonces, don Bosco comenzó a lamentarse de la falta de sacerdotes.
– Es cierto, asintió el otro, los sacerdotes escasean, pero si todos los sacerdotes cumpliesen con su oficio de sacerdote, habría bastantes. ¡Cuántos sacerdotes hay que no hacen nada por el ministerio! Algunos no son más que el sacerdote de la familia; otros, por timidez, permanecen ociosos; mientras que si, por el contrario, se dedicasen al ministerio, si se examinasen de confesión, llenarían un gran vacío en las filas de la Iglesia… Dios proporciona las vocaciones según las necesidades. Cuando se impuso el servicio militar a los clérigos, todos estaban asustados, como si ya nadie pudiese llegar a ser sacerdote; pero cuando los ánimos se serenaron se comprobó que las vocaciones, en lugar de disminuir, aumentaron.
– Y ahora, preguntó don Bosco, ¿qué es lo que hay que hacer para promover las vocaciones en medio de la juventud?
– Ninguna otra cosa, respondió el compañero de viaje, más que cultivar celosamente entre ellos la moralidad. La moralidad es el semillero de las vocaciones.
– ¿Y qué es lo que deben hacer especialmente los sacerdotes para obtener que la propia vocación produzca frutos?
– Presbyter discat domum suam regere et sanctificare. (El presbítero aprenda a gobernar y santificar su casa). Que cada uno sea ejemplo de santidad en la propia familia y en la propia parroquia. Que no se entregue a los desórdenes de la gula, que no se engolfe en las cosas temporales… Que sea, ante todo, modelo en su propia casa y después lo será fuera de ella.
A cierto punto, aquel sacerdote preguntó a don Bosco adónde se dirigía y don Bosco le indicó Castelnuovo. El compañero, entonces,
dejándole proseguir, se quedó con un grupo de personas que le precedían. Después de dar algunos pasos, el siervo de Dios se despertó. En este sueño podemos ver como un recuerdo de los antiguos paseos que solía organizar Don Bosco con sus jóvenes por aquellos lugares.
Predicción de la muerte de Salesianos
El segundo sueño se refiere a la Congregación y pone en guardia contra los peligros que podrían amenazar su existencia. En realidad, más que un sueño es un argumento que se va desenvolviendo en sueños sucesivos.
En la noche del día primero de diciembre, el clérigo Viglietti se despertó sobresaltado al oír los gritos desgarradores que partían de la habitación de don Bosco. Se arrojó del lecho y se puso a escuchar.
El Siervo de Dios, con voz sofocada por lo sollozos, gritaba:
– ¡Ay de mí! ¡Ay de mí! ¡Auxilio! ¡Auxilio!
Viglietti, sin más, entró en la habitación y preguntó:
– ¡Don Bosco! ¡Se siente mal?
– ¡Oh, Viglietti!, respondió el siervo de Dios despertándose. No, no me siento mal, pero no podía respirar, sabes. Mas ya pasó; vuelve tranquilo a la cama y duerme.
Por la mañana, cuando Viglietti, según lo acostumbrado, le llevó el café después de misa, don Bosco comenzó a decir: – ¡Viglietti, no puedo más, tengo los pulmones deshechos por los gritos de esta noche! Son cuatro noches consecutivas en las que sueño cosas que me obligan a gritar y me fatigan demasiado. Hace cuatro noches que veo una larga fila de Salesianos, unos detrás de otros, llevando cada uno una lanza en cuya parte superior había un cartel y en el cartel un número estampado. En uno se leía setenta y tres, en otro treinta, en un tercero sesenta y dos y así sucesivamente. Después que desfilaron numerosos carteles, apareció la luna en el cielo, en la cual, a medida que iban apareciendo los Salesianos, se veía una cifra no superior a doce y detrás numerosos puntos negros. Todos los Salesianos que yo veía iban a sentarse, cada uno sobre una tumba preparada.
He aquí la explicación dada a aquel espectáculo. El número que aparecía sobre los carteles era el tiempo de vida asignado a cada uno; la aparición de la luna en distintas formas y fases, representaba el último mes de vida; los puntos negros significaban los días del mes en los cuales morirían. A algunos los veía reunidos en grupos: eran los que habían de morir juntos, en un mismo día. Si hubiese querido narrar minuciosamente todas las cosas y las circunstancias accesorias, aseguró que habría necesitado emplear al menos diez días completos.
Es testigo de un conciliábulo de demonios
Hace tres noches, siguió, soñé de nuevo. Te contaré lo que vi en pocas palabras. Me pareció estar en una gran sala, donde muchos diablos celebraban un congreso tratando el modo de exterminar a la Congregación Salesiana. Parecían leones, tigres, serpientes y otras diversas clases de animales; pero tenían una forma indeterminada, más bien semejante a la figura humana. Semejaban sombras, que unas veces crecían y otras menguaban, que se estilizaban o se ensanchaban como sucedería con los cuerpos que tuviesen detrás de sí una luz que fuese llevada de una parte a otra, colocada a ras del suelo o levantada.
Y he aquí que uno de los demonios se adelantó y abrió la sesión. Para destruir a la Sociedad Salesiana propuso un único medio: la gula. Hizo ver las consecuencias de este vicio: inercia para el bien, corrupción de costumbres, escándalo, falta de espíritu de sacrificio, descuido de los jóvenes… Pero otro diablo replicó:
– El medio que propones no es general ni eficaz, ni se puede asaltar con él a todos los miembros en conjunto, pues la mesa de los religiosos será siempre parca y el vino se servirá en medida discreta; las reglas señalan su comida ordinaria; los Superiores vigilan para que no entren desórdenes. Quien se excediese en la comida o en la bebida, en vez de escandalizar causaría desprecio. No es ésta el arma que se ha de emplear para combatir a los Salesianos; yo propondría otro medio, que será más eficaz y con el que se podrá lograr mejor nuestro intento: el amor a las riquezas. En una Congregación religiosa, cuando entra el amor a las riquezas, penetra también en ella el amor a las comodidades, se busca la manera de disponer de peculio, se rompe el vínculo de la caridad, no pensando cada uno más que en sí mismo; se echan en olvido los pobres para atender únicamente a los que tienen bienes de fortuna, se roba a la Congregación…
Aquél quiso continuar, pero surgió un tercero que exclamó:
– Pero, ¡qué gula, ni qué riquezas! Entre los Salesianos el amor a las riquezas puede subyugar a pocos. Los Salesianos son todos pobres, tienen pocas ocasiones de procurarse un peculio. Además, en general, están constituidos de tal forma y son tantas sus necesidades por los muchos jóvenes que atienden y las casas que tienen que abastecer, que cualquier cantidad, por gruesa que fuese, sería inmediatamente empleada. No es posible que atesoren dinero. Pero yo tengo un medio infalible para ganar a nuestra causa a la Sociedad Salesiana, y éste es la libertad. Inducir, pues, a los Salesianos a despreciar las Reglas, a rechazar ciertas ocupaciones por pesadas y poco honoríficas, a producir cismas entre los Superiores con opiniones diversas, a ir a visitar a los parientes, so pretexto de invitaciones, y cosas semejantes.
Mientras los demonios parlamentaban, don Bosco pensaba:
– Ya, ya me percato de todo cuanto estáis diciendo. Hablad, hablad, pues así podré frustrar vuestras tramas.
Entretanto se adelantó un cuarto demonio que dijo:
– Pero qué, esas armas que proponéis son inútiles. Los Superiores sabrán poner freno a esa libertad, despidiendo de casa a los que se muestren rebeldes contra las Reglas. Alguno será tal vez deslumbrado por el deseo de la libertad, pero la gran mayoría se mantendrá en el cumplimiento de su deber. Yo tengo un medio para poder arruinarlo todo desde sus cimientos; un medio tal que a duras penas los Salesianos podrán precaverse de él. Escuchadme con atención. Persuadirlos de que la ciencia debe ser su gloria principal. Por tanto, inducirlos a estudiar mucho para sí, para adquirir fama, y no para practicar lo que aprenden, no para usufructuar la ciencia en ventaja del prójimo. Así, procurar que traten con desprecio a los pobres e ignorantes y que no atiendan en absoluto el sagrado ministerio. Nada de oratorios festivos, ni de catecismo a los niños; nada de clases primarias para instruir a los pobres niños abandonados; nada de largas horas de confesonario. Atenderán sólo a la predicación, pero raras veces y de una forma medida y estéril, pues en ella buscarán solamente un desahogo de la soberbia con el fin de alcanzar las alabanzas de los hombres y no la salvación de las almas.
Esta propuesta fue recibida con aplausos generales. Entonces don Bosco entrevió el día en el que los Salesianos podrían llegar a creer que el bien de la Congregación y su honra tenía que consistir en el saber y se sintió lleno de espanto sólo al pensar que sus hijos llegasen a proceder según esta idea, proclamando a voz en cuello que éste debería ser el programa a seguir.
También en esta ocasión el Siervo de Dios permanecía en un rincón de la sala escuchándolo y observándolo todo; cuando uno de los demonios lo descubrió y gritando lo señaló a los demás. Al oír aquel grito, todos se arrojaron contra él vociferando:
– ¡Acabemos de una vez! Era una danza infernal de espectros que lo empujaban, lo agarraban por los brazos y por la persona, mientras el Siervo de Dios decía a gritos:
– ¡Dejadme! ¡Auxilio! Finalmente se despertó, con los pulmones deshechos de tanto gritar.
Leones, tigres y monstruos disfrazados de corderos
La noche siguiente se dio cuenta de que el demonio había atacado a los Salesianos en la parte más esencial, induciéndoles a las trasgresiones de las Reglas. Entre ellos, se le presentaba delante distintamente quién las observaba y quién las quebrantaba.
En la noche última el sueño había sido espantoso. Don Bosco vio un gran rebaño de corderos y de ovejas que representaban a otros tantos Salesianos. El Siervo de Dios se acercó para acariciar a los corderos, pero se dio cuenta de que su piel, en vez de ser lana de cordero, era solamente una especie de cobertura que escondía u ocultaba a otros tantos tigres, leones, perros rabiosos, cerdos, panteras, osos y que cada uno tenía a su lado a un monstruo horrible y feroz. En medio del rebaño, había algunos reunidos en consejo. Don Bosco, sin ser visto, se acercó a éstos para oír lo que decían; estaban concertando la manera de destruir la Congregación Salesiana. Uno decía:
– ¡Hay que desollar a los Salesianos!
Y otro guiñando siniestramente, añadía:
– ¡Hay que estrangularlos!
Pero, cuando menos se esperaba, uno de ellos vio al Siervo de Dios que estaba allí cerca escuchando. Dio la voz de alarma y todos a una comenzaron a gritar que había que comenzar por don Bosco. Dicho esto, se dirigieron hacia él como para destrozarlo. Entonces fue cuando lanzó el grito que despertó a Viglietti. Además de las violencias diabólicas, había otra cosa que oprimía el espíritu del buen Padre: había visto desplegada sobre aquel rebaño una gran enseña que llevaba escritas estas palabras: Bestiis comparati sunt. (Fueron comparados a las bestias). Al contar esto, inclinó la cabeza y lloró.
Viglietti le tomó la mano y estrechándosela contra el corazón:
– ¡Ah!, don Bosco, le dijo, nosotros con el auxilio de Dios le seremos siempre fieles y nos comportaremos como buenos hijos, ¿no es cierto?
– Querido Viglietti, respondió el siervo de Dios, sé bueno y prepárate a ver grandes acontecimientos. Apenas si te he esbozado estos sueños; pues si hubiese tenido que contar todos los detalles tendría aún para mucho tiempo. ¡Cuántas cosas vi! Hay algunos en nuestras casas que no llegarán a celebrar la Novena de Navidad ¡Oh!, si pudiese hablar a los jóvenes, si dispusiese de fuerzas suficientes para poderme entretener con ellos, si pudiese dar vueltas por las casas como lo hacía en otro tiempo y revelar a algunos el estado de su conciencia, como lo vi en sueños, y decir a otros: Rompe el hielo, haz de una vez una buena confesión. Los tales me contestarían: Pero si me he confesado bien. En cambio, yo les podría replicar diciéndoles que han callado y lo que han callado, de forma que no se atreverían a negármelo. También algunos Salesianos, si pudiese hacer llegar hasta ellos una palabra mía, verían la necesidad que tienen de ajustar las propias cuentas repitiendo sus confesiones. Vi a los que observan las Reglas y a los que no las observan. Vi a muchos jóvenes que irán a San Benigno y se harán Salesianos y después desertarán de nuestras filas. También nos abandonarán algunos que al presente son Salesianos. Habrá otros que desearán solamente la ciencia que hincha, que les proporciona las alabanzas de los hombres y que les hace despreciar los consejos de aquéllos a los que consideran menos que ellos en el saber.
Con estos desconsoladores pensamientos, se entrelazaban providenciales consuelos que alegraban su corazón. La tarde del día tres de diciembre llegaba al Oratorio el Obispo de Pará, es decir del país central en el sueño de las misiones. Al día siguiente decía a Viglietti:
– ¡Qué grande es la Providencia! Escucha y dime después si no somos protegidos por Dios. Me escribía don Pablo Albera que no En el Oratorio el día dieciocho de diciembre murió el aprendiz Antonio Garino y, el día veinticinco, el aprendiz Esteban Pisano. podía ir adelante porque necesitaba en seguida mil francos; aquel mismo día una señora de Marsella, que anhelaba volver a ver a un hermano suyo religioso en París, satisfecha por haber obtenido la gracia de la Virgen, llevó mil francos a don Pablo Albera. Don José Ronchail se encuentra en graves estrecheces y necesita absolutamente cuatro mil francos; una señora escribe hoy mismo a don Bosco y pone a su disposición cuatro mil francos. Don Francisco Dalmazzo no sabe a qué santo acudir para tener dinero; hoy una señora regala para la iglesia del Sagrado Corazón una cantidad muy considerable. Y después, el día siete de diciembre, hubo la gran fiesta de la consagración de Monseñor Cagliero. Todos estos acontecimientos eran muy alentadores, porque eran visibles señales de la mano de Dios en la Obra de su Siervo.(MB IT XVII 383-389 / MB ES XVII 331-337)