Tiempo de lectura: 14 min.
La figura de Vera Grita, humilde maestra de Liguria y Cooperadora Salesiana, brilla como testimonio de paz en el corazón del siglo XX, herido por la crisis, la guerra y las protestas sociales. Marcada en el cuerpo por graves enfermedades y las consecuencias de un bombardeo, Vera aprendió a vivir cada sufrimiento como una ofrenda de amor unida a Jesús Eucaristía y a la Virgen María. Así, en la familia, en la escuela, en el hospital y en la experiencia mística que la llevó a la Obra de los Tabernáculos Vivientes, se convirtió en una presencia silenciosa pero activa de reconciliación, misericordia y esperanza. Recorramos el camino de esta «mujer de paz», dejándonos guiar por su palabra sencilla y fuerte y por el Evangelio vivido en la cotidianidad.
Una vida probada
La vida de Vera Grita transcurrió en el breve lapso de 46 años marcados por eventos sociales dramáticos como la gran crisis económica de 1929-1930 y la Segunda Guerra Mundial. Nació en Roma el 28 de enero de 1923, la segunda de cuatro hermanas. La gran crisis económica del 29-30 causó un desastre económico en muchas familias, incluida la de Vera, que en ese momento se trasladó de Roma a Savona. La vida de Vera concluyó luego en los albores de otro evento histórico importante: la protesta de 1968, que tuvo profundas repercusiones a nivel social, político y religioso, tanto en Italia como en muchas otras naciones.
Pero fue la Segunda Guerra Mundial con el bombardeo de Savona en 1944 lo que causó un daño irreparable que condicionó la salud de Vera por el resto de su vida. Vera fue de hecho arrollada y pisoteada por la multitud que, huyendo, buscaba refugio en una galería-refugio situada cerca del Distrito Militar donde Vera trabajaba como auxiliar. La medicina llama síndrome de aplastamiento a las consecuencias físicas que se producen a raíz de bombardeos, terremotos, derrumbes estructurales, a causa de los cuales una extremidad o todo el cuerpo son aplastados. Por el aplastamiento, Vera sufrió lesiones lumbares y dorsales que crearon daños irreparables en su salud, con fiebres, dolores de cabeza, pleuritis y favoreciendo la aparición de tuberculosis que afectó a varios órganos internos sin perspectivas de curación. Vera tenía 21 años cuando comenzó su «Vía Crucis» que duró hasta su muerte, alternando el trabajo como maestra en escuelas primarias con largas hospitalizaciones. A los 32 años le diagnosticaron la enfermedad de Addison que la consumiría debilitando aún más su organismo, llegando a pesar solo 40 kilos. Murió en Pietra Ligure el 22 de diciembre de 1969 en una sala del Hospital Santa Corona, después de 6 meses de hospitalización y sometiéndose a varias intervenciones quirúrgicas.
Vera y la Obra de los Tabernáculos Vivientes
Por lo tanto, la vida de Vera no fue fácil. Llevó en su cuerpo, en su carne, los signos de la guerra, pero su corazón estaba vuelto y se confiaba al Dios de la Paz, Jesucristo, Príncipe de la Paz. Su historia, de hecho, evidencia cómo ella atravesó los eventos difíciles de su vida enfrentándolos con la fuerza de la fe en la Virgen María y en Jesucristo realmente presente en la Santísima Eucaristía. De hecho, pocos meses después del inicio de su experiencia mística (septiembre de 1967) que la llevó a escribir la Obra de los Tabernáculos Vivientes, Jesús le decía: «A ti, hija mía, a ti que sufres y gimes bajo el peso aplastante de tu fragilidad, a ti mi fuerza cada día más» (1 de enero de 1968). De hecho, no bastan solo las cualidades humanas, por no comunes que sean, para permanecer indemne de las consecuencias negativas que una vida marcada por el continuo sufrimiento físico puede dejar a nivel psicológico, moral y espiritual, sino que se necesita la maduración personal en el Misterio de la Cruz, en el Misterio de la Eucaristía que introduce al creyente en la dinámica del don de sí al Padre en unión con Jesús crucificado y resucitado para ser a su vez transformados en don para las necesidades del prójimo y de la Iglesia, animados y movidos por la presencia del Dios vivo en nosotros.
Mujer de paz en la escuela
Precisamente porque Vera fue un alma profundamente eucarística y mariana, fue mujer de paz en todas las circunstancias de su vida: en familia, en la escuela, en el hospital durante sus largas hospitalizaciones, testificando así una fidelidad heroica a Jesucristo y a su amor por todas las criaturas. Fidelidad que, al final de su vida, el Señor recompensó dándole el nuevo nombre: Vera de Jesús. «Te he dado mi Santo Nombre, y de ahora en adelante te llamarás y serás ‘Vera de Jesús'» (3 de diciembre de 1968). No es que a Vera le faltaran las luchas interiores, las fatigas a causa de su fragilidad física, los temores de sucumbir y naufragar bajo el peso de su sufrimiento y de los límites que este le imponía, pero de todo ello había hecho un don a Jesús a través de la Santa Misa a la que intentaba participar diariamente, cuando era posible. Testimonio de ello son las cartas que Vera escribió al sacerdote salesiano don Bocchi de 1965 a 1969. En su sencillez e inmediatez de lenguaje, las cartas arrojan un rayo de luz sobre sus luchas interiores, sobre todo cuando sentía una rebelión humana e instintiva por las injusticias sufridas en la escuela o en la familia. Pero bastaba una palabra del sacerdote, una simple postal suya con el rostro de don Bosco enviada a Vera, para devolverla al centro de su vida entregada, por amor, a Jesús y, superada la tormenta interior, Vera volvía a ser la mujer de paz, porque pacificada en el corazón. Veamos un ejemplo. En el año escolar 1966-67 le habían asignado la sede escolar de Carbuta, una aldea de Calice Ligure, ubicada en una zona montañosa, sin servicios de línea. Vera, hospitalizada durante el mes de octubre y mediados de noviembre, había solicitado cambiar de sede, dada la dificultad real de llegar a la escuela a pie, dificultad agravada por sus condiciones de salud, pero dicha solicitud le había sido denegada. Vera vivió este rechazo como una grave injusticia y sentía una rebelión interior. Así le escribía a don Bocchi: «… después de renunciar a Su guía iluminadora, [a causa del traslado del Sacerdote de Savona a Sampierdarena] me encontré una vez más en la soledad espiritual, quizás más dolorosa por las tribulaciones de orden moral y físico… Todo me pesaba: hospitalización en S. Corona, curas bastante dolorosas, perfil escolar difícil (iré a Carbuta, aldea de Calice L.). Mi naturaleza, tan frágil, se rebeló varias veces, especialmente ante la injusticia, mientras olvidaba mi lugar en el pensamiento de Jesús (pequeña víctima). Pero, una tarde, a través de su postal, regresó S. G. Bosco para recordarme… (Savona 24 de noviembre de 1966). En la carta del 20 de diciembre de 1966 desde Corbuta escribía: «las luchas que he sostenido para obtener la sede de Calice, readmitida el 1 de enero, eran justas para mí. Pero los Superiores han dispuesto de otra manera… Ahora que he vuelto en mí, la luz de Dios ha regresado. Quien se ofrece con Jesús debe saber renunciar. Esto lo había olvidado una vez más. Ahora hay una gran paz en mí, ahora estoy contenta porque siento que Él me tiene a Sí. Después de la Santa Comunión, a través del Evangelio, así me habló «…si yo, Maestro, os lavo los pies, mucho más debéis hacerlo vosotros…». Y yo meditaba: «si yo, Jesús, te perdono siempre, perdona siempre a quien consideres que es para ti causa de renuncia o de injusticia»».
La directora de la escuela de Carbuta, en el informe anual de ese año, se expresaba así sobre Vera: «Al reanudar el servicio (después de un mes de hospitalización) afrontó con tenaz voluntad la incomodidad de una escuela ubicada en una zona montañosa sin servicios de línea. Buena y sensible, participa con solicitud en la vida de la escuela, de los alumnos y de sus familias, a las que se acerca con cordialidad. Con singular fervor ha cuidado la formación y el desarrollo de las personalidades individuales de los alumnos. Sostenida por una vivísima fe religiosa, es capaz de sacrificio, de trabajo sereno, de introspección». La rebelión interior por la injusticia sufrida, entregada a Jesús, sostenida por la oración confidencial y confiada, fue transformada por la Gracia en «tenaz voluntad», en nueva fuerza para afrontar el sacrificio.
Mujer de paz en la familia
Otro episodio significativo lo encontramos en una carta a don Bocchi de julio de 1967. Vera vive un fuerte conflicto afectivo con sus familiares, ya que, debido al cambio de la nueva casa a la que se ha mudado la familia, por voluntad sobre todo de la madre, Vera ya no puede disponer de su sueldo de maestra, ya que se destina a pagar el rescate de la nueva casa. Vera escribe una larga carta-confesión a don Bocchi exponiéndole el estado de su alma, las luchas interiores que está afrontando, la oscuridad en la que se encuentra, la dificultad para aceptar este nuevo sacrificio que se le ha impuesto, pero al final de la carta triunfará en ella el amor por Jesús y, por reflejo, el amor por quienes la rodeaban, sus familiares, y Vera vuelve a ser mujer de paz. Citamos solo un extracto de esta larga carta: «… Pero ahora soy yo quien no sabe someterse a este nuevo estado de cosas y situaciones difíciles creadas en la familia. Las espinas son enormes y yo me rebelo, a veces estoy consternada porque todo me hiere, empezando por mi madre. Ante mí siento dos caminos abiertos: uno me vuelve loca, el otro… me llevaría a la santidad… Pido la «Luz de Jesús» porque no puedo caminar sola, en la oscuridad, en mis miserias. No puedo, no lo consigo, siento que me pierdo, que extravío mi alma… ¡Oh, Padre, si supiera cuánto la siento llorar, cómo agonizar ante Jesús… [se refiere al alma]. No quiero nada, pero no me deje; es decir, no permita que yo lo pisotee en mi prójimo tan cercano que es mi familia. ¡Oh, Padre, ya no puedo amarlos después de haber hecho el mayor sacrificio que podía hacer por ellos (me he comprometido, mientras viva, a dar 35.000 liras mensuales, además del mantenimiento, es decir, otras 30.000 para el rescate de esta nueva casa). No digo más porque las heridas más punzantes las he recibido de mi madre y estas han reabierto otras lejanas… Y en todo esto mi madre no se ha dado cuenta ni se da cuenta nunca de nada por su naturaleza. De esto no tiene culpa, por lo tanto, mientras que yo sí… El Señor me ha hecho entender cuál es el camino: «olvidarse y dar; ofrecerse sin pedir; dejarse dominar porque yo como yo no debo ser…!». Esto ocurre con el Amor, por medio del Amor, en el Amor de Jesús… Ya no puedo vivir sin Él, no puedo. Y sin embargo, está ahí en la Santísima Eucaristía, está aquí en mi miserable corazón, está en la desolación de mi alma. Por eso sufro si lo desfiguro (en su divino amor reflejado en mis familiares), si lo sofoco, si lo hago callar!». Vera concluye luego la larga carta con estas palabras: «Siento la paz de Jesús, siento que él me ha guiado en este largo escribir. ¡Siempre es Jesús quien me confía a usted! ¡Gloria a Ti, oh Señor! ¡La imagen de María Auxiliadora sonríe! ¡El haber podido escribir, el haber vencido las fuerzas contrarias y horrendas que hay en mí, son la sonrisa de María!». (la cursiva es nuestra). Estos dos episodios relatados se refieren al período inmediatamente anterior al inicio de la experiencia mística de Vera (1966-67).
Mensajera de paz para la humanidad
Desde septiembre de 1967, durante los dos últimos años de su vida terrenal, Vera vivió una experiencia mística en la que Jesús Eucaristía le comunicó la Obra de los Tabernáculos Vivientes. Vera escribió su experiencia espiritual en 13 Cuadernos que se conservan en el Archivo de la Diócesis de Savona. En el mismo período, había elegido formar parte de la Asociación de Salesianos Cooperadores presente en Savona en la Iglesia de María Auxiliadora. El Mensaje de amor, misericordia y salvación para toda la humanidad del que Vera es portavoz se puede resumir así: Jesús, Buen Pastor, busca las almas que se han alejado de Él para darles perdón y salvación, a través de sus nuevos Tabernáculos Vivientes. A través de Vera, Jesús busca almas pobres, sencillas, dispuestas a poner a Jesús Eucaristía en el centro de su vida para dejarse transformar en Tabernáculos Vivientes, almas eucarísticas capaces de una profunda vida de comunión y donación a Dios y a los hermanos. Los 13 Cuadernos escritos por Vera fueron publicados en el libro «¡Llévame contigo!» (Elledici 2017). Por voluntad explícita del Señor, la Obra de los Tabernáculos Vivientes ha sido confiada a la Congregación Salesiana para su realización y difusión en la Iglesia.
Mujer de paz, Vera fue portavoz de un Mensaje de misericordia y paz para la humanidad, a través de la Obra de los Tabernáculos Vivientes que Jesús Eucaristía le iba comunicando. He aquí el Mensaje en el que vemos cómo Jesús amplía los horizontes de paz vividos por Vera hasta ese momento, en la familia, en la escuela, hacia horizontes que comprenden a toda la humanidad, sobre todo a la humanidad herida por la guerra. Escuchemos lo que Jesús le comunica el 28 de febrero de 1968: «Jesús. Te llamo a tu tarea. Hay un horizonte lejano al que quiero llegar para sumergir en él mis Llagas, para derramar en él mi Sangre: Sangre del Cordero Inmaculado. Mi Sangre debe ser derramada donde hay odio, rivalidad, ambiciones. Los hombres derraman su sangre, sacrifican su vida, y el odio no se apaga. Yo, Jesús, iré a visitar esos lugares en ruinas, a esos hombres afligidos. Yo quiero darles también a ellos la Sangre del Cordero inmaculado. Iremos ante Dios Padre y nos ofreceremos a Él por la Paz entre los pueblos. Si los hombres han urdido sus ligas para alimentar odios y desatar guerras, si ellos se combaten y se destruyen, Yo tengo pena, tengo pena de los pobrecitos, de los infelices que sufren las tiranías de las ligas. A esto quiero oponer mi Liga de Amor. Sí, os reuniré, almas mías benditas, alrededor de Mí, y vosotros en Mí os ofreceréis a mi Padre por la Paz entre los pueblos, entre las Naciones, entre las Gentes. Vosotros seréis siempre mi ejército de Amor que quiero oponer al ejército de los hombres: vosotros el ejército que avanza en Mí ante mi Padre, y Yo, como Cordero Inmaculado, quiero impetrar con vosotros, con mi Liga de Almas, la Paz, como mensaje de Amor a los humildes, a los pobres, a los desheredados de bienes, a aquellos que me aman y esperan en Mí. Los confines de la Tierra son extensos, y a todos los comprendo y los contengo en mi Misericordia. Yo, Jesús, como Dios y Padre, dirijo mi Voz al Mundo, a los Pueblos, a los Hermanos. Yo pasaré pronto a visitaros de un extremo a otro de la Tierra, para que mi mensaje de Amor sea dirigido a todos, para que las almas se dirijan a Mí que soy el Autor de la Vida. Pasará aún mi Vida entre vosotros, como estremecimiento de amor y de Perdón… Yo me doy completamente a vosotros, y vosotros a Mí, y juntos nos ofreceremos en el Amor del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo. Sí, doy mi Gracia en estas Palabras: la Gracia de Jesús Eucaristía que quiere convertirse en el alimento de todas las almas contenidas en el mundo, el alimento del alma, el consuelo y la paz del mundo».
Probada por diversas enfermedades, Vera mantuvo estabilidad y equilibrio interiores a través de su unión con el Cordero inmolado, Jesús Eucaristía, recibido cuando era posible diariamente. Por lo tanto, la Santa Misa fue el centro de su vida espiritual, donde, como «pequeña gota de agua», ella se unía al vino para estar inseparablemente unida al Amor infinito, Jesucristo, que continuamente se dona, salva y sostiene el mundo. Pocos meses antes de morir, el 6 de septiembre de 1969, escribía a su padre espiritual, don Gabriello Zucconi: «Las enfermedades que llevo conmigo desde hace más de veinte años han degenerado, devorada por la fiebre y los dolores en todos los huesos, yo estoy viva en la Santa Misa«. Y también: «Permanece la llama de la Santa Misa, la chispa divina que me anima, me da vida, luego el trabajo, los niños, la familia, la imposibilidad de encontrar (en mi casa) un rinconcito tranquilo donde aislarme para rezar, o el cansancio físico después de la escuela». (Carta de Vera a don Borra del 13 de mayo de 1969).
Mujer de paz y reconciliación
Quisiera concluir con una mirada a Vera, durante su última hospitalización en el Hospital Santa Corona de Pietra Ligure a través del testimonio de una paciente, Agnese, su vecina de cama a quien Vera, mujer de paz, ayudó a reconciliarse con el Señor para reencontrar la paz y la serenidad del corazón: «Conocí a Vera durante su última hospitalización en S. Corona en el 69, habiendo estado yo también ingresada en la misma sala por un breve período. En esa sala estaban ingresadas pacientes graves y personas mayores. Todavía recuerdo nuestro primer encuentro. Me encontré frente a una chica aún joven, morena y muy delgada, de estatura media, con grandes ojos castaños oscuros expresivos y profundos, cabello peinado en «cola de caballo», que inmediatamente me hizo sentir cómoda sonriéndome con confianza y sencillez. Nos hicimos muy amigas. Recuerdo que, al principio de nuestra relación, noté en ella, en su comportamiento y en todas sus actitudes algunas peculiaridades que consideré, muy apresuradamente, como contradicciones de su carácter. Por ejemplo, parecía que daba demasiada importancia a los demás, mientras que no me parecía preocupada por el resultado de su enfermedad. Cuidaba mucho su aspecto exterior no por ambición, sino por verdadero respeto a su persona y a pesar de los graves sufrimientos que la enfermedad le causaba, nunca la oí quejarse de su estado. Daba consuelo y esperanza a todos los que se acercaban a ella y cuando hablaba de su futuro, lo hacía con entusiasmo y coraje. Amaba mucho su trabajo de maestra, que esperaba retomar en un pueblito de Varazze, y amaba muchísimo a los jóvenes. Sin embargo, también me confió, muy humanamente, algunas de sus desventuras y desilusiones, pero lo hizo con tanta mesura y humildad, que recuerdo, me impresionaron. Desde entonces vi a Vera con otros ojos y comencé a entender… Su gran y único amor que, según yo, toda chica esconde en el corazón, no era el terrenal. Hecho este descubrimiento, para mí Vera ya no tuvo secretos y nuestra amistad se hizo mucho más profunda y cuando me pidió que rezara con ella el Santo Rosario, lo hice con mucha espontaneidad. Igualmente sencillo y natural me fue confesarle que desde hacía cuatro años no recibía la Eucaristía, porque no me sentía en las condiciones materiales y espirituales adecuadas para acercarme a Jesús. Ella me dijo: «Recibe a Jesús, no lo pierdas. Yo asumo por ti, ante Él, toda responsabilidad». Y reencontré, con la ayuda del Capellán del Hospital que me confesó, la alegría del perdón que da tanta paz. Vera tenía un único propósito en la vida, finalmente comprendí, y era el de hacer siempre la voluntad de Dios con amor y alegría. A menudo recibía de sus seres queridos muchas cosas buenas, que regularmente compartía con nosotros en su sala. Recuerdo, era finales de octubre, cuando Vera recibió de la familia un hermoso racimo de uvas fuera de temporada: ella lo dividió en muchas pequeñas partes que nos hizo encontrar en el desayuno en nuestras mesitas de noche. Lo que del episodio me impactó, fue el desapego que demostró al recibir el regalo en clara contraposición con el evidente placer que sentía al compartirlo con los demás. Mi marido, que a menudo venía a visitarme, también se había hecho un gran amigo de Vera y recuerda, aún hoy, con emoción, un episodio que, aunque podría parecer insignificante, es, para nosotros, un secreto importante que guardar en nuestros corazones y si lo cuento es porque, de buena fe, creo dar testimonio de Vera como persona que Jesús quiso en el mundo, pero no de este mundo. Vera, ya operada, yacía en su cama, cuando Guido se dio cuenta de que era importante quitarle la colcha y las sábanas de las piernas para darle un poco de alivio. Al realizar la operación, se le descubren involuntariamente las extremidades inferiores. Entonces Vera, muy sufriente, casi al límite de la resistencia, tuvo aún el coraje y el espíritu de hacernos sonreír: «¡No me mires las piernas, Guido!…», de hecho ella exclamó, con cierto humor y así nos quitó inmediatamente la incomodidad. Mientras tanto yo, pasando una mano bajo la almohada para recomponerla, percibía la presencia de un crucifijo de madera… Y así era Vera, para mi marido y para mí: una persona de gran humanidad y, al mismo tiempo, una persona muy… muy… pero muy cercana al Cristo Crucificado. Seguimos sintiendo a Vera viva y cercana… Sentimos que está, que existe y que ahora, más que antes, está presente entre nosotros. Una noche, en un período muy malo de mi vida, mientras duermo, Ella se me aparece y me habla largamente y por la mañana, al despertarme, afronto el nuevo día con una serenidad que hacía tiempo que no poseía. También mi marido se dirige a menudo a Ella en la oración y le habla como si estuviera viva».
Dos meses después, el 22 de diciembre, Vera dejó la vida terrenal para unirse definitivamente a su Esposo y Príncipe de la Paz, Jesucristo nuestro Señor.
Maria Rita Scrimieri
Presidenta de la Fundación Vera Grita y don G. Zucconi, sdb

