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“¡Iremos siempre a medias!”
A los 9 años Miguel (ya huérfano de padre) fue admitido a la Primera Comunión. Era un niño piadoso, serio y diligente. Cuando iba o venía de la escuela, Miguel se encontraba a veces con Don Bosco. Corría hacia él con alegría, le besaba la mano y le preguntaba: “¿Me regalas una estampa?”. Don Bosco, como si no lo hubiera oído, se ponía sonriente el birrete de sacerdote en la cabeza, extendía la palma izquierda de la mano y con la derecha hacía un gesto como de cortarla por la mitad: “¡Tómalo, Miguelito -le decía-, tómalo!”. Miguelito quedaba desconcertado. Estrechaba aquella mano y pensaba: “¿Qué significa eso?” El 3 de octubre de 1852, durante la excursión que los mejores jóvenes del Oratorio hacían cada año a los Becchi para la fiesta de Nuestra Señora del Rosario, Don Bosco le hizo vestir el hábito eclesiástico. Miguel tenía 15 años. Por la noche, de regreso a Turín, Miguel venció su timidez y preguntó a Don Bosco: “¿Recuerda nuestros primeros encuentros? Le pedí una medalla y usted hizo un gesto extraño, como si quisiera cortarse la mano y dármela. ¿Qué quería decir?” Me dijo: “Pero, querido Miguel, ¿aún no lo entiendes? Sin embargo, está muy claro. Cuanto más pasen los años, mejor comprenderás que quería decirte: En la vida, los dos lo haremos siempre todo a medias. Las penas, las preocupaciones, las responsabilidades, las alegrías y todo lo demás será para nosotros en común”. Miguel se quedó callado, lleno de silenciosa felicidad: Don Bosco, con palabras sencillas, le había hecho su heredero universal.
Es tradicional y está bien establecido leer la figura de Don Rua a la luz de Don Bosco: es Don Bosco quien lo recibió de niño, lo acompañó en su formación para el sacerdocio, le formó como educador y responsable de una sociedad de educadores. Quizás más sorprendente es el papel desempeñado por Don Rua al compartir la llamada de Don Bosco en el inicio y consolidación de la obra salesiana. Una elección hecha desde los primeros años en el Oratorio, reafirmada en algunos momentos decisivos y madurada con una entrega y dedicación sin retorno ni incertidumbre. Una comunión y armonía de vida maduradas en una experiencia cotidiana de alegrías y penas, de compromisos y responsabilidades, de comunicación y colaboración que no sólo marcó carismáticamente la obra salesiana, sino que también la caracterizó en su desarrollo futuro, en ese florecimiento vocacional que vería una impresionante expansión precisamente en el rectorado del P. Rua.
Un discípulo de confianza de Don Bosco
Inserto en el ambiente de Valdoco como un estudiante diligente y generoso, pronto líder reconocido del Oratorio, Miguel Rua estuvo presente desde los inicios de la fundación de la Sociedad Salesiana, procedente de las filas de aquel semillero de vocaciones y santidad juvenil que fue la Compañía de la Inmaculada, fundada por Santo Domingo Savio. Estos primeros salesianos se pusieron al servicio de los jóvenes: agotadoras jornadas en el oratorio, clases nocturnas, asistencia, ensayos de teatro, gimnasia o música, animados recreos, estudios, asistencia a los sacramentos. Tenían ante ellos el ejemplo luminoso de Don Bosco: “Saqué más provecho -diría más tarde Miguel Rua- observando a Don Bosco, incluso en sus acciones más humildes, que leyendo y meditando un tratado de ascesis”. En el espíritu de obediencia a la voluntad de Dios, vivido en la entrega incondicional a la mediación de Don Bosco, Miguel Rua maduró no sólo a través de las diferentes responsabilidades, que cada vez en mayor número recaían sobre sus hombros, sino sobre todo en ese clima de confianza e intensidad espiritual, que le llevó, de forma casi natural y reconocida por todos, a convertirse en el digno sucesor de Don Bosco. Miguel se convirtió en el principal colaborador del santo, a pesar de su corta edad. Se ganó su total confianza, ayudándole incluso a transcribir los borradores de sus libros, a menudo por la noche, robándole horas al sueño. Durante el día acudía al Oratorio de San Luis, cerca de Porta Nuova, en una zona llena de inmigrantes. Rua, haciendo catecismo y enseñando las nociones elementales, conoció innumerables historias de miseria. Ya en estos años comenzó a relevar a Don Bosco de algunas de sus tareas, pues le demostraba día tras día que había percibido su valor, percibía sus ideales y estaba dispuesto a compartir sus carismáticas y fundadoras solicitudes.
El 28 de julio de 1860, Don Rua fue ordenado sacerdote. Don Bosco le hizo ciertas advertencias por escrito: “Verás mejor que yo la Obra Salesiana traspasar las fronteras de Italia y establecerse en muchas partes del mundo. Tendrás mucho que trabajar y mucho que sufrir; pero, ya sabes, sólo a través del Mar Rojo y del desierto llegarás a la Tierra Prometida. Sufre con valor; y, aun aquí abajo, no te faltarán consuelos y ayuda del Señor”. Su breve, pero significativa experiencia como joven director del internado de Mirabello (1863-1865) le permitió llevar el estilo y el espíritu de Valdoco a esta primera presencia salesiana fuera de Turín. Entre los inestimables consejos que le dio Don Bosco, destaca la preocupación por evitar al jovencísimo director de veintiséis años el escollo del activismo y la despreocupación por el sufrimiento físico o moral de los que estaban a su cargo. La crónica de los Salesianos indicaba: “Don Rua se comporta en Mirabello como Don Bosco aquí. Se le ve continuamente rodeado de alumnos conquistados por su amabilidad o por el deseo de oírle hablar de mil temas interesantes”.
Vuelto a Valdoco después de dos años, Don Rua se impone como valiosísimo primer colaborador ya sea en la vida cotidiana del oratorio y del colegio, ya sea en las diversas empresas puestas en marcha por Don Bosco: desde su empeño en seguir la construcción e inauguración de la iglesia de María Auxiliadora (1865-1868), que le llevaría hasta el final de su vida, hasta seguir con esmerada paciencia el largo proceso de redacción de las Constituciones de la Sociedad de San Francisco de Sales (1858-1874). Incluso en las agrias disputas con el obispo Gastaldi (1872-1882) se distinguió por su estilo de intervención sereno y equilibrado, y siempre esforzándose por una mediación que explicara, justificara o simplemente callara. Afrontó las innumerables tareas gracias a su mente tan ordenada como metódica, su dominio de los nervios, su prodigiosa memoria, su tenacidad en el trabajo, la habilidad que tenía para conseguir ayuda, pero sobre todo porque amaba a Don Bosco y quería ayudarle. Se esfuerza por hacer de toda su jornada una oración continua. Su acción se desarrolla bajo la mirada de Dios y de María.
En la realización del proyecto misionero (1875- 1877), que encontrará un desarrollo milagroso en su rectorado, Don Rua es el primer y más activo colaborador del protagonista absoluto (Don Bosco), y en la celebración de los cuatro primeros Capítulos Generales (1877-1886), celebrados en vida de Don Bosco, da su amplia y competente contribución. El decenio 1878-1888 fue ciertamente el período más intenso y responsable de Don Rua. Cuanto más avanzaba Don Bosco en años, más crecían las responsabilidades del Prefecto, cada vez más Vicario de hecho, finalmente también de derecho. Don Rua, salesiano maduro y experto en gobierno, se convirtió, gracias a su larga experiencia y a la estima que todos le tenían, en el heredero carismático e institucional del carisma de Don Bosco, que aportaría copiosos frutos a la vida de la Iglesia y de la sociedad.
El fiel sucesor de Don Bosco
En 1888 Don Miguel Rua, a petición de sus hermanos, fue confirmado por la Santa Sede en el cargo de Rector Mayor. La herencia era pesada. El gobierno de las instituciones fundadas por Don Bosco – la Sociedad Salesiana, el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora y la Pía Unión de Salesianos Cooperadores – no fue fácil. A pesar del entusiasmo suscitado por la figura carismática del Fundador, la situación parece frágil en muchos aspectos. Es necesario un trabajo sistemático para consolidar los cursos de formación, reforzar la propia identidad, la organización del goberierno y coordinar las actividades. Es importante gestionar las delicadas relaciones con los gobiernos nacionales y la sociedad civil, en un momento de tensiones sociales y contrastes ideológicos. También es necesario responder a las crecientes expectativas puestas en la misión educativa salesiana.
Convertido en Rector Mayor de la Sociedad Salesiana y primer sucesor de Don Bosco, Don Rua es su fiel intérprete, realizador, consolidador y continuador del carisma en todas sus dimensiones, con un objetivo muy claro desde el inicio de su mandato: “El otro pensamiento que permanecía fijo en mi mente era que debemos considerarnos muy afortunados de ser hijos de un Padre así. Por lo tanto, nuestra preocupación debe ser apoyar y a su debido tiempo desarrollar más y más las obras que él comenzó, seguir fielmente los métodos que él practicó y enseñó, y en nuestra manera de hablar y actuar, y tratar de imitar el modelo que el Señor en su bondad nos ha dado en él. Este, oh amados hijos, será el programa que seguiré en mi oficio; que éste sea también el fin y el estudio de cada uno de los Salesianos”.
Por eso se hizo misionero y viajero incansable, recorriendo muchos kilómetros, visitando las casas de la congregación esparcidas por el mundo, coordinándolas como una gran familia. Decía que sus viajes le habían hecho ver “pobreza por todas partes”. Los Salesianos sacaron a muchos niños de la calle, abriendo oratorios y escuelas que, a pesar de su sencillez, se convirtieron rápidamente en centros de acogida y educación. Fue un gran innovador en materia de educación: además de las escuelas, donde introdujo cursos de formación profesional, organizó albergues y clubes sociales. Como responsable de la congregación, se ocupaba escrupulosamente de los asuntos administrativos, lo que a veces le llevaba a ser severo con sus colaboradores. Apóstol ardiente de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, Don Rua escribía a los Salesianos: “Esta devoción es todo lo más salesiano, porque es del Sagrado Corazón de nuestro Maestro de donde vamos a sacar, en nuestra calidad de educadores, el más puro amor a la juventud, la dulzura y la indulgencia que deben acompañar nuestras palabras y nuestras acciones, la paciencia en las pruebas y tribulaciones relacionadas con nuestra tarea, el espíritu de sacrificio y el celo por las almas”.
En su gobierno Don Rua tiene como punto de referencia a Don Bosco y su carisma, la tradición salesiana, las constituciones y reglamentos, las deliberaciones de los Capítulos Generales, las enseñanzas de la Iglesia, la ley civil de los países donde viven y trabajan los Salesianos, las necesidades de los jóvenes y las exigencias de los tiempos. En su animación, Don Rua está siempre atento a advertir a los Salesianos de todos los peligros que pueden amenazar la estabilidad de la Congregación, y al mismo tiempo llama su atención sobre los ideales que deben perseguir y vivir en las circunstancias concretas de la historia. En el ámbito de la toma de decisiones plasma el espíritu de Don Bosco actualizando las Constituciones y Reglamentos Salesianos, las estructuras de gobierno y la multiforme variedad de fundaciones salesianas esparcidas por el mundo. Instrumentos de esta acción de gobierno son: los Capítulos Generales (CG) que decide celebrar en Valsalice, junto a la tumba de Don Bosco, para que el Capítulo mismo sea una experiencia de sintonía carismática con Don Bosco, de su espíritu y de su método pastoral y educativo; el Capítulo de Superiores que pretende dar expresiones institucionales concretas al carisma de Don Bosco en cuanto a estructuras, personas, reglas, espiritualidad, líneas de acción, presencia en la Iglesia y en el mundo.
Don Rua proyecta el estilo de acción de su gobierno a todos los niveles: mundial, inspectorial, local. El suyo es un gobierno compacto, centrado en la figura del Rector Mayor, que, según el espíritu de la familia salesiana, actúa jerárquica y colegialmente junto con los demás superiores. Es, sobre todo, un gobierno carismático y ejemplar: el propio Don Rua es una persona carismática y ejemplar, es decir, gobierna con el ejemplo, siendo un verdadero modelo. Don Rua no se proyecta a sí mismo, sino a Don Bosco y su carisma siempre y en todas partes: ante sus Salesianos, ante la Iglesia y la sociedad civil. Por eso se puede decir que, si bien gobierna con inteligencia, su gobierno está aún más fortalecido por la santidad y la calidad moral de la persona.
Frutos de esta animación y gobierno son: la expansión de las fundaciones salesianas casi siempre abiertas con pobreza de medios y escasez de personal y en muchos lugares con situaciones muy difíciles; las expediciones misioneras enviadas para sostener y llevar a pleno desarrollo las obras ya abiertas y para intentar nuevas aperturas, particularmente entre los pueblos aún no evangelizados. Durante sus 22 años de gobierno Don Rua aumentó el número de fundaciones salesianas: de las 64 casas presentes a la muerte de Don Bosco se pasó a 341 casas en 1910, año de la muerte de Don Rua. Cuando Don Rua asumió la dirección de la congregación sólo había 6 inspectorías, en 1910 pasaron a ser 34.
Otro fruto de esta acción bendecida desde lo alto y apoyada por un compromiso incansable es el crecimiento de las vocaciones. En esta perspectiva, Don Rua aplicó el método de la motivación asidua, de frecuentes llamamientos y recordatorios, de persuasivas observaciones, aprobando y alabando cada iniciativa para alcanzar el objetivo de cultivar las vocaciones. Para Don Rua, la excelencia de cualquier obra salesiana consiste en su capacidad de promover vocaciones, y esto es un indicio de fidelidad al carisma de Don Bosco, además de ser un signo de la fecundidad del sistema pastoral y pedagógico salesiano. No se cansaba de recomendar a los Salesianos la ejemplaridad y la búsqueda de la perfección en la vida cotidiana como medio principal para atraer vocaciones. A la muerte de Don Bosco había 768 salesianos, a la muerte de Don Rua había 4001 salesianos profesos y 371 novicios. Esta obra de promoción vocacional fue acompañada por una acción estabilizadora en el proceso formativo, con la creación de centros de formación: noviciados y estudiantados filosóficos y teológicos.
El resultado fue un superior dotado de una capacidad inusual para seguir los acontecimientos locales, para indicar con valentía soluciones o sugerencias, lleno de respeto y, al mismo tiempo, decidido, después de haber examinado atentamente las situaciones. Detrás de este interés se vislumbra un Padre, Maestro, Amigo preocupado por el mayor bien, es decir, la fidelidad al carisma donado a través de Don Bosco a la Iglesia y a la sociedad para favorecer la maduración de los jóvenes como “buenos cristianos y honrados ciudadanos”. Esta obra de gobierno y animación encontraba su fuente en la fidelidad a Don Bosco y a su carisma, a través de la mediación de las Constituciones y de los Reglamentos, de la experiencia vivida en la vida comunitaria salesiana, del contacto directo con sus escritos originales o traducidos y del acercamiento a quienes habían vivido a su lado. Don Rua estaba convencido de que insistir en que los salesianos vivieran en estrecha comunión con la persona y la figura de Don Bosco era un camino seguro para superar el individualismo, el aislamiento y las tendencias liberales visibles en la sociedad externa, para fortalecer un fuerte sentido de pertenencia a la congregación y para crear comunidades salesianas orantes, armoniosas, fraternas y apostólicas, unidas bajo los directores y firmemente vinculadas al Inspector, al Rector Mayor y al Superior del Capítulo.
Al Beato Rua, entre muchas satisfacciones (en 1907 Don Bosco fue declarado venerable, en 1908 se terminó la iglesia romana de María Liberadora), no le faltaron ciertamente pruebas y dificultades. En 1895, un sacerdote salesiano fue asesinado por un alumno medio loco. Cinco meses más tarde, Monseñor Lasagna, una de las mayores esperanzas de la Sociedad Salesiana, su secretario y cuatro hermanas de María Auxiliadora, fueron víctimas de un accidente de tren. Cuatro años más tarde, una inundación destruyó los logros materiales de diez años de trabajo misionero en Argentina. En 1896, el gobierno anticlerical de Ecuador expulsa a los Salesianos del país. En Francia, al promulgarse la ley conocida como Ley de Asociaciones (2 de junio de 1901), el gobierno exigió el cierre y la enajenación de los institutos salesianos. En 1907, se monta un escándalo moral en un internado de Varazze que levanta una violenta tormenta contra los Salesianos en toda Italia. Este asunto minará gravemente su salud y afectará al final de su vida.
Concluimos con un breve pasaje de la magistral homilía pronunciada por Pablo VI con ocasión de su beatificación (29 de octubre de 1972), que merece ser leída íntegramente. “¿Quién es Don Rua? Es el primer sucesor de Don Bosco, el Santo Fundador de los Salesianos. ¿Y por qué Don Rua es ahora beatificado, es decir, glorificado? Es beatificado y glorificado precisamente porque es su sucesor, es decir, su continuador: hijo, discípulo, imitador; que ha hecho, con otros bien conocidos, pero primero entre ellos, del ejemplo del Santo una escuela, de su obra personal una institución extendida, se podría decir, por toda la tierra; de su vida una historia, de su regla un espíritu, de su santidad un tipo, un modelo; ha hecho del manantial, una corriente, un río”.
Conocer la figura y la obra del Beato Miguel Rua
Francis Desramaut, Vita di don Michele Rua. Primo successore di Don Bosco. LAS, Roma 2009.
Teresio Bosco, Don Michele Rua, Elledici, Turín 2009.
Francesco Motto (ed.), Don Michele Rua nella storia (1837-1910), LAS, Roma 2011.
Associazione cultori storia salesiana, Don Michele Rua primo successore di don Bosco, LAS, Roma 2012.

