14 Oct 2025, Mar

Sor María Troncatti, misionera de esperanza entre los pueblos

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En la foto, el Sr. Juwà Bosco, perteneciente al pueblo shuar, sanado milagrosamente por intercesión de la beata María Troncatti.

¡La segunda Hija de María Auxiliadora en los altares!

El mensaje de la 99ª Jornada Mundial Misionera 2025 encuentra en la Beata María Troncatti una realización concreta y luminosa. Sor María fue una extensión y continuación de Jesús Buen Samaritano y de la Auxiliadora para los indígenas shuar y los colonos de Ecuador. Hizo suyas las alegrías y esperanzas, los derechos de los más débiles y se hizo madre y defensora de la vida humana y espiritual. Educó a los dos pueblos en la solidaridad, oró y trabajó para crear entre ellos una humanidad feliz, solidaria y reconciliada. La esperanza de hermanar a las dos etnias «enemigas» y de construir entre ellas una fraternidad duradera, fue tan fuerte que la llevó a pedir al Señor que aceptara su ofrenda sacrificial por su reconciliación. Nada habría podido lograr sin una vida de oración y de comunión fraterna.

Para la Jornada Mundial Misionera de 2025, año jubilar, se ha elegido un mensaje centrado en la esperanza (cf. Bula Spes non confundit, 1), titulado: «Misioneros de esperanza entre los pueblos». El Santo Padre Francisco, refiriéndose a la Bula de indicción del Jubileo, había destacado algunos aspectos importantes de la identidad misionera que invitaban a seguir las huellas de Cristo, a ser portadores y constructores de esperanza entre los pueblos y a renovar la misión de la esperanza. Cristo, en su existencia terrena, vino a proclamar a los pobres la liberación (cf. Lc 4, 16-21), y a través de sus discípulos «continúa su ministerio de esperanza para la humanidad. Él se inclina todavía hoy sobre cada persona pobre, afligida, desesperada y oprimida por el mal, para derramar «sobre sus heridas el óleo de la consolación y el vino de la esperanza» (Prefacio “Jesús buen samaritano”)».
Sor María Troncatti fue una extensión y continuación de Jesús Buen Samaritano y de la Auxiliadora para los indígenas shuar y los colonos de Ecuador. Nacida en Corteno Golgi en 1883, en Lombardía, se hizo Hija de María Auxiliadora en 1908. Partió de Niza en 1922 hacia Ecuador y desde 1925 hasta 1969 (año de su nacimiento al cielo) fue «precursora» en la nueva misión del Oriente amazónico. Con el bálsamo de su exquisita maternidad (¡era familiarmente llamada «madrecita»!) iba con entusiasmo al encuentro de todos sus destinatarios para ayudarlos, sanarlos y salvarlos: enfermos, hombres heridos a causa de la ley de la venganza, víctimas de envenenamiento, niñas y adolescentes huidas de una disputa donde las familias estaban enfrentadas, mujeres golpeadas con el hacha por maridos violentos y borrachos, pequeños no deseados, recién nacidos huérfanos por el envenenamiento de sus madres, y estos últimos eran el objeto de su predilección. De joven monja en Varazze, durante la Primera Guerra Mundial, había hecho un curso de enfermera de la Cruz Roja y sabía bien cómo vendar y qué verter sobre las heridas para que sanaran. También había heridas que curar en el espíritu. Así, su botiquín se convirtió, además de consultorio, también en una «camara caritatis«, un centro de formación humana y espiritual, una sede de valientes exámenes de conciencia, un verdadero consultorio del alma. Mientras desinfectaba y curaba las heridas, su mirada estaba puesta en el alma necesitada del bálsamo del perdón de Dios.
Cuando se le preguntaba con qué medicinas curaba los casos más desesperados que alcanzaba en canoa, a caballo o a pie, respondía: «No sé». Por inexplicable que parezca, lograba curar a las personas. Ante los pacientes manifestaba su esperanza puesta solo en Dios y en la Virgen, con frases sencillas pero incisivas que animaban a los oyentes a refugiarse bajo el manto de la Santísima Virgen: «¡Yo les doy las medicinas, pero quien les obtiene la curación es María Auxiliadora!».
También los hermanos salesianos la definían afectuosamente: «como una madre«, «una verdadera madre«, «una mamá«. Sor María los invitaba a su botiquín, escuchaba sus dificultades y alegrías ligadas a la evangelización, les ofrecía una bebida fresca, un medicamento o un remedio para los pies cansados y maltratados y los regeneraba física y espiritualmente.

La Beata María Troncatti hizo suyas las condiciones concretas de vida de aquellos a quienes había sido enviada a llevar el alegre anuncio de la salvación y la esperanza. De hecho, el Papa Francisco en el mensaje, refiriéndose al Concilio Vaticano II, recuerda a los creyentes que «las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de hoy, de los pobres sobre todo y de todos aquellos que sufren, son también las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los discípulos de Cristo, y nada hay de genuinamente humano que no encuentre eco en su corazón» (Gaudium et spes, 1).
Unida a Cristo e impulsada por el amor de Cristo, Sor María supo no solo escuchar el grito de los pobres que le pedían vida y salud, dignidad y derechos, sino que hizo suyas sus esperanzas y sus dolores. Custodia atenta y responsable de la vida de todos, y en especial de los más débiles, mientras curaba a los shuar se hacía defensora de sus derechos, especialmente los relacionados con la tierra, los salarios, las compras y las ventas y seguía cada fase aun sabiendo que algunos colonos no estaban contentos con este progreso. Los colonos usaban a los shuar como sirvientes o como obreros para desbrozar la tierra en su beneficio a cambio de compensaciones irrisorias, pactadas con degradante egoísmo, por ejemplo: espejos, peines, collares. Sor María se daba cuenta con un corazón de madre de todo y aconsejaba lo mejor.
La esperanza de una relación de paz y reconciliación entre las dos etnias fue siempre el sueño de Sor María, de las FMA y de los hermanos Salesianos. Su objetivo era educar juntos a las nuevas generaciones de «etnias adversarias», promoviendo una convivencia serena entre ellos en la escuela, en el internado y en el patio. Querían educarlas al encuentro, al reconocimiento y a la estima de las diferentes culturas. También el hospital Pío XII era considerado una casa de todos, donde cada uno era acogido sin distinciones y curado tanto en el cuerpo como en el espíritu, con gran competencia y mucho corazón por sor María.
El futuro de ese rincón de tierra amazónica se construía solo sobre la fraternidad y esto encontró gran eco en su corazón, tanto que pidió al Señor que aceptara su ofrenda sacrificial por su reconciliación, una reconciliación que floreció de manera estable después de su muerte, ocurrida en un accidente aéreo el 25 de agosto de 1969. Sor María había afirmado: «Estaría muy contenta de poder ofrecer mi vida para que la paz regrese a esta población». Ese día los colonos y los Shuar afirmaron que había muerto su ‘mamá’; ¡que había muerto una santa! Consolada por el Corazón de Cristo, ella se convirtió para todos en signo de consuelo y de esperanza.
Con su vida y su muerte fue una verdadera artesana de reconciliación y de paz y restauradora «de una humanidad a menudo distraída e infeliz», como solicitaba el Papa Francisco.
Educó a una humanidad solidaria y reconciliada promoviendo la responsabilidad entre las jóvenes. De hecho, para cada pueblo se dedicaba a preparar jóvenes enfermeras que pudieran ofrecer los primeros auxilios. Además, organizó cursos de costura, cocina, higiene y puericultura para completar la formación de las internas. Para salvar a los pequeños shuar abandonados, invitó a las mujeres cristianas shuar o colonas a hacer de nodrizas, adoptándolos, y muchas mujeres italianas se comprometieron a apoyar a estos niños a distancia.
Sor María creó una red de humanidad atenta a los demás y feliz de realizar el bien, una humanidad que en el mensaje de la Jornada Mundial de las Misiones toma el nombre de «humanidad pascual» y «gente de primavera», en cuanto es «la Pascua del Señor la que marca la eterna primavera de la historia» y por ello «la muerte y el odio no son las últimas palabras sobre la existencia humana (cf. “Catequesis”, 23 de agosto de 2017)».
Esta esperanza –afirmaba Francisco– fundamenta sus raíces en la oración y la comunión fraterna. Sor María, entre un diálogo y una bebida fresca, o entre un medicamento que administrar, un diente que extraer y una bala que sacar con un simple sacapuntas, una herida infectada que limpiar y vendar, tenía siempre tenía en los labios la oración del Ave María y cada día se despertaba antes del amanecer para estar en la capilla muy temprano y vivir en silencio el Vía Crucis. Incluso antes de comenzar las curaciones, Sor María decía: «Un momento». Era un tiempo breve de discernimiento, de coraje, de decisión y fuerza para actuar y luego repetía: «¡Jesús mío! María Auxiliadora, ruega por nosotros».
En conclusión de su mensaje, Francisco afirma que «la evangelización es siempre un proceso comunitario, como el carácter de la esperanza cristiana (cf. Benedicto XVI, Carta enc. Spe Salvi, 14)». La Beata María Troncatti siempre había sido el alma de la cohesión entre ella y las hermanas de la comunidad; entre las FMA y los hermanos salesianos; entre ellos y los pueblos que debían reconocerse ‘hermanos’.
El deseo de comunión y de bondad materna, dispuesta a cualquier sacrificio por el prójimo, la acompañó hasta el final. De anciana siempre estaba delante de la puerta del Hospital Pío XII, lista para la acogida. Decía: «Ya no puedo trabajar, pero estoy contenta de quedarme con mis pobres salvajes: siempre vienen enfermos al hospital, siempre vienen de lejos a visitarme».
El mensaje de esta Jornada Misionera Mundial encuentra en la existencia de la Beata María Troncatti una realización concreta y luminosa. El Papa León XIV la canonizará el 19 de octubre de 2025 junto a los Beatos Ignacio Choukrallah Maloyan, Peter To Rot, Vincenza Maria Poloni, María del Monte Carmelo Rendiles Martínez, José Gregorio Hernández Cisneros y Bartolo Longo.
Setenta y cuatro años después de la canonización de la Cofundadora Santa María Dominga Mazzarello, presidida por el Papa Pío XII en la Basílica de San Pedro en el Vaticano el 24 de junio de 1951, otra Hija de María Auxiliadora con un corazón plenamente misionero será declarada Santa, y precisamente en el año jubilar de la Esperanza: ¡la Beata María Troncatti, que fue una verdadera misionera de esperanza entre los pueblos!

Sor Francesca Caggiano FMA
Causas de los Santos FMA, Roma

Profesó en el Instituto en 1993, fue profesora y directora de Pastoral Juvenil diocesana en Oria y San Severo. Obtuvo la licenciatura en Cristología en 2025 en Roma. Desde 2005 sigue la Causa de don Felice Canelli, sacerdote diocesano de San Severo y salesiano cooperador. Desde 2008 es la Vicepostuladora. Don Canelli es declarado Venerable en 2021. En 2017 asistió al curso del Studium del Dicasterio de las Causas de los Santos. Desde 2019 está en Roma como Vicepostuladora de la Causa de la Sierva de Dios Madre Rosetta Marchese, séptima sucesora de Santa María Dominga Mazzarello y desde 2021 ha acompañado la fase diocesana y romana para el milagro que llevó a la canonización de la Beata María Troncatti. Es Postuladora desde 2022 de la Causa de la Venerable Rachelina Ambrosini de la Diócesis de Benevento.

Editor BSOL

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