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(continuación del artículo anterior)
LA PRESENCIA DE MARÍA SEGÚN SAN FRANCISCO DE SALES (8/8)
La primera información que tenemos sobre la devoción a María en la familia Sales se refiere a la madre, la joven Francisca de Sionnaz, devota de la Virgen y fiel al rezo del Rosario. El amor por esta piadosa práctica pasa a su hijo, que siendo todavía muy joven se inscribe en la Cofradía del Rosario de Annecy comprometiéndose a rezarlo total o parcialmente cada día. La fidelidad a las cuentas de oración lo acompañará toda su vida.
La devoción a la Virgen continúa durante sus años parisinos. Entra en la Congregación de María, que reunía a la élite espiritual de los estudiantes de su internado.
Luego llega la crisis espiritual que se apodera de él a finales de 1586: durante varias semanas no come, no duerme, se desespera. Le ronda en la cabeza la idea de haber sido abandonado por el amor de Dios y de «no poder volver a ver nunca más su dulcísimo rostro». Hasta que un día de enero de 1587, a su regreso del internado, entra en la Iglesia de Saint-Étienne-des-Grès y se abandona a la Virgen: reza el Salve Regina y se libera de la tentación recobrando la serenidad.
Su oración y devoción a la Madre de Dios continúan sin duda durante sus años en Padua: a Ella debe haber confiado su vocación al sacerdocio…
El 18 de diciembre de 1593 es ordenado sacerdote, y seguramente habrá celebrado alguna misa en la Iglesia de Annecy dedicada a Notre Dame de Liesse (Nuestra Señora de la Alegría) para darle las gracias por haberlo llevado y guiado de la mano durante esos largos años de estudio.
Pasan los años y llegamos a agosto de 1603, cuando Francisco recibe una carta del arzobispo de Bourges en la que lo invita a predicar durante la siguiente Cuaresma en Dijon.
«Nuestra Congregación es fruto del viaje a Dijon», escribe a su amigo, el padre Pollien.
Es durante esta Cuaresma, que empieza el 5 de marzo de 1604, cuando Francisco conoce a la baronesa Juana Frémyot de Chantal. Comienza un viaje hacia Dios en busca de su voluntad, un viaje que durará seis años y que terminará el 6 de junio de 1610, día en que nace la Visitación con la entrada en el noviciado de Juana y de otras dos mujeres.
«Nuestra pequeña congregación es verdaderamente una obra del corazón de Jesús y de María». Y al cabo de poco tiempo añade con confianza: «Dios cuida de sus siervas y la Virgen les proporciona lo que necesitan».
Sus hijas se llamarán religiosas de la Visitación de Santa María.
Cuatrocientos años después de su fundación, el monasterio de la Visitación de París escribe que, para la Orden, esta escena del Evangelio sigue siendo siempre la fuente de inspiración de lo mejor de su espiritualidad.
«La contemplación y la alabanza del Señor unidas al servicio del prójimo, el espíritu de agradecimiento y humildad del Magnificat, la pobreza real que se abandona con infinita confianza a la bondad del Padre, la disponibilidad al Espíritu, el ardor misionero para revelar la presencia de Cristo, la alegría en el Señor, María que guarda fielmente todas estas cosas en su corazón».
Juana de Chantal resume así el espíritu salesiano: «Un espíritu de profunda humildad hacia Dios y de gran dulzura hacia el prójimo», que son precisamente las virtudes que surgen inmediatamente de la contemplación vivida del misterio de la visitación.
En el tratado sobre el espíritu de simplicidad, Francisco dice a sus visitandinas:
«Debemos tener una confianza totalmente simple, que nos haga permanecer tranquilos en los brazos de nuestro Padre y de nuestra querida Madre con la certeza de que Nuestro Señor y Nuestra Señora, nuestra querida Madre, nos protegerán siempre con sus cuidados y su ternura maternal».
La visitación es el monumento vivo del amor de Francisco a la Madre de Jesús.
Su amigo, monseñor J. P. Camus, resume así el amor de Francisco a la Virgen:
«Verdaderamente grande fue su devoción a la Madre del espléndido amor, de la ciencia, del amor casto y de la santa esperanza. Desde sus primeros años se dedicó a venerarla».
En sus cartas, la presencia de María es como la levadura en la masa: discreta, silenciosa, activa y eficaz. No faltan las oraciones compuestas por el mismo Francisco.
El 8 de diciembre (!) de 1621, envía una a una visitandina:
«La gloriosa Virgen nos colme de su amor para que juntos, usted y yo, que hemos tenido la suerte de ser llamados y embarcados bajo su protección y en su nombre, cumplamos santamente nuestra navegación con humilde pureza y sencillez, para que un día podamos encontrarnos en el puerto de la salvación, que es el Paraíso».
Cuando escribe cartas en proximidad de alguna fiesta mariana, no pierde la oportunidad para mencionarla o inspirarse en ella para una reflexión. Por ejemplo:
– para la Asunción de María al Cielo: «¡Que esta santa Virgen, con sus oraciones, nos haga vivir en este santo amor! Que este sea siempre el único objetivo de nuestro corazón».
– para la Anunciación: es el día «del saludo más bendito que jamás se haya dado a una persona. Suplico a esta gloriosa Virgen que le conceda algo del consuelo que Ella recibió».
¿Quién es María para Francisco?
a. Es la Madre de Dios
No solo madre, sino también… ¡abuela!
«Honre, reverencie y respete con un amor especial a la santa y gloriosa Virgen María: es la Madre de nuestro Padre soberano y, por tanto, también nuestra querida abuela. Recurramos a Ella como nietos, arrojémonos a sus rodillas con absoluta confianza; en todo momento, en toda circunstancia, apelemos a esta dulce Madre, invoquemos su amor maternal y, esforzándonos por imitar sus virtudes, tengamos para Ella un sincero corazón de hijos».
Nos lleva a Jesús: «¡Haced lo que Él os diga!».
«Si queremos que la Virgen pida a su Hijo que cambie el agua de nuestra tibieza en el vino de su amor, debemos hacer todo lo que Él nos diga. Hagamos bien lo que el Salvador nos diga, llenemos bien nuestros corazones con el agua de la penitencia, y esta agua tibia será transformada en vino de amor ferviente».
b. Es el modelo que debemos imitar
Al escuchar la Palabra de Dios.
«Recíbala en su corazón como un ungüento precioso, siguiendo el ejemplo de la Santísima Virgen que guardaba cuidadosamente en el suyo todas las alabanzas pronunciadas en honor de su Hijo».
Modelo para vivir con humildad.
«La Santísima Virgen, Nuestra Señora, nos ha dado un grandísimo ejemplo de humildad pronunciando estas palabras: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Al decir que es la esclava del Señor, efectúa el mayor acto de humildad que se puede hacer e inmediatamente después realiza un excelentísimo acto de generosidad diciendo: “Hágase en mí según tu palabra”».
Modelo para vivir una santidad común.
«Si se quiere alcanzar la verdadera santidad, esta debe ser común, diaria, cotidiana como la de Nuestro Señor y Nuestra Señora».
Modelo para vivir con serenidad.
«Si se siente demasiado preocupada, calme su alma y trate de devolverle la tranquilidad. Imagine cómo trabajaba tranquilamente la Virgen con una mano mientras con la otra sostenía a Nuestro Señor, durante su infancia: lo sostenía en un brazo, sin apartar nunca de Él la mirada».
Modelo para entregarnos pronto a Dios.
«Oh, qué felices son las almas que, a imitación de esta santa Virgen, se consagran como primicias desde su juventud al servicio de Nuestro Señor».
c. Es la fuerza en el sufrimiento
El marido de la señora de Granieu sufre ataques de gota muy dolorosos.
Francisco comparte el sufrimiento del caballero y añade:
«Un dolor que nuestra santísima señora y abadesa (la Virgen María) puede aliviar en gran medida conduciéndole al Monte Calvario, donde tiene el noviciado de su monasterio enseñando no solo a sufrir bien, sino a sufrir con amor todo lo que nos sucede a nosotros y a nuestros seres queridos».
Concluyo con este espléndido pasaje que resalta el vínculo que une a María con el creyente cada vez que se acerca a la Eucaristía:
«Quiere convertirse en pariente de la Virgen María? ¡Comulgue! Pues al recibir el Santo Sacramento recibe la carne de su carne y la sangre de su sangre, ya que el preciado cuerpo del Salvador, que está en la divina Eucaristía, ha sido hecho y formado con su purísima sangre y con la colaboración del Espíritu Santo. Visto que no puede ser pariente de la Virgen como lo era Isabel, séalo imitando sus virtudes y su vida santa».