25 Sep 2025, Jue

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(continuación del artículo anterior)

LA EUCARISTÍA SEGÚN SAN FRANCISCO DE SALES (6/8)


Francisco recibe la primera comunión y la confirmación a los nueve años de edad aproximadamente. A partir de entonces comulgará cada semana o al menos una vez al mes.
Dios se apodera de su corazón y Francisco permanecerá fiel a esta amistad, que poco a poco se convertirá en el amor de su vida.

Su fidelidad a la vida cristiana continúa y se refuerza durante los diez años que transcurre en París. «Comulga al menos una vez al mes, si no puede hacerlo más a menudo». ¡Y esto durante diez años!

Sobre el período de Padua sabemos que iba a misa todos los días y que comulgaba una vez a la semana. La Eucaristía, unida a la oración, se convirtió en el alimento de su vida y vocación cristianas. Es en esta profunda unidad con el Señor donde percibe su voluntad: es aquí donde madura el deseo de ser «totalmente de Dios».

Francisco es ordenado sacerdote el 18 de diciembre de 1593 y la Eucaristía será el corazón de sus días y la fuente de energía para su entrega a los demás.
He aquí algunos testimonios, extraídos de los procesos de beatificación:
«Era fácil notar que mantenía un estado de profundo recogimiento y atención ante Dios: la mirada dirigida modestamente hacia abajo y el rostro meditabundo, con una dulzura y serenidad tan grande que los que lo observaban atentamente quedaban impactados y conmovidos».

«Cuando celebraba la santa misa era completamente diferente de como era habitualmente: un rostro sereno, sin distracciones y, en el momento de la comunión, quienes lo veían quedaban profundamente impresionados por su devoción».

San Vicente de Paúl añade:
«Al recordar las palabras del siervo de Dios, siento tal admiración que me lleva a ver en él al hombre que más que nadie ha reproducido al Hijo de Dios vivo en la tierra».

Ya sabemos de su partida en 1594 como misionero a Chablais.
Pasa sus primeros meses refugiado en la fortaleza de Allinges. Al visitar lo que queda de esta fortaleza uno queda impresionado por la capilla, que ha permanecido intacta: pequeña, oscura, fría, realizada rigurosamente en piedra. Aquí celebra Francisco la Eucaristía todas las mañanas, hacia las cuatro, y permanece en oración antes de bajar a Thonon con el corazón lleno de caridad y misericordia, inspirado por el divino sacramento.
Francisco trataba a la gente con respeto, es más, con compasión, y «si los otros pretendían hacerse temer, él deseaba hacerse amar y entrar en los corazones por la puerta de la complacencia» (J.P. Camus).

Es la Eucaristía la que sostiene su fatiga inicial: no responde a los insultos, a las provocaciones, al linchamiento, se relaciona con todos con cordialidad.
Su primer sermón como subdiácono había sido sobre el tema de la Eucaristía y no cabe duda de que la habrá necesitado sobre todo en este momento, porque «este augusto sacramento» será su caballo de batalla: en los sermones que da en la Iglesia de San Hipólito abordará a menudo este tema exponiendo el punto de vista católico con claridad y pasión.

Este testimonio, dirigido a su amigo A. Favre, da cuenta de la calidad y el ardor de su predicación sobre un tema tan importante:
«Ayer falto poco para que acudieran públicamente las personas más destacadas de la ciudad a escuchar mi sermón, tras oír que hablaría del augusto sacramento de la Eucaristía. Estaban tan deseosos de oírme exponer el pensamiento católico sobre este misterio que los que no se habían atrevido a venir públicamente me escuchaban desde un lugar secreto donde no podían ser vistos».

Poco a poco, el Cuerpo del Señor infunde dulzura, mansedumbre y bondad en su corazón de pastor, de modo que incluso su voz de predicador se ve afectada: ¡un tono tranquilo y benévolo, nunca agresivo ni polémico!
«Estoy convencido de que quien predica con amor predica suficientemente contra los herejes, aunque no diga una sola palabra ni discuta con ellos».

La experiencia que tuvo el 25 de mayo de 1595 es más elocuente que un tratado.
A las tres de la mañana, mientras meditaba profundamente en el santísimo y augustísimo sacramento de la Eucaristía, se sintió invadido por una abundancia de Espíritu Santo tan grande que su corazón se abandonó a un efluvio de deleite, de modo que al final se vio obligado a arrojarse al suelo y exclamar: «Señor, retírate de mí porque no puedo seguir soportando la superabundancia de tu dulzura».

En 1596, tras más de dos años de catequesis, decide celebrar las tres misas de Navidad. Se celebraron en medio del entusiasmo y la emoción general. ¡Francisco estaba feliz! Esta misa de gallo en la Navidad de 1596 fue uno de los momentos culminantes de su vida. En esta misa estaba la Iglesia, la Iglesia católica restablecida en su fundamento vivo.

El Concilio de Trento había preconizado la práctica de las santas Cuarenta horas, que consistían en la adoración del Santísimo Sacramento durante tres días consecutivos por parte de toda la comunidad cristiana.
A principios de septiembre de 1597 tuvieron lugar en Annemasse, en las afueras de Ginebra, con la presencia del obispo, Francisco y otros colaboradores, con un fruto mucho mayor del esperado. Fueron días intensos de oración, procesiones, sermones y misas. Más de cuarenta parroquias participaron con un número increíble de personas.

Dado el éxito alcanzado, al año siguiente se celebraron en Thonon. Fue una fiesta de varios días que superó todas las expectativas. Todo terminó bien entrada la noche, con el último sermón pronunciado por Francisco. Predicó sobre la Eucaristía.

Muchos estudiosos de la vida y las obras del santo afirman que solo su gran amor por la Eucaristía puede explicar el «milagro» de Chablais, es decir, cómo este joven sacerdote fue capaz de devolver a la Iglesia toda esa vasta región en tan solo cuatro años.
Y este amor duró toda su vida, hasta el final. En el último encuentro que tuvo en Lyon con sus hijas las visitandinas, a punto de morir, les habló de la confesión y la comunión.

¿Qué era la Eucaristía para nuestro santo? Era ante todo:

El corazón de su día, que le hacía vivir en íntima comunión con Dios
«Todavía no le he hablado del sol de los ejercicios espirituales: el santísimo y supremo sacrificio y sacramento de la misa, centro de la religión cristiana, corazón de la devoción, alma de la piedad».

Es confiar su vida a Dios, a quien pide fuerza para continuar su misión con humildad y caridad
«Si el mundo le pregunta por qué comulga tan a menudo, responda que es para aprender a amar a Dios, para purificarse de sus imperfecciones, para liberarse de sus miserias, para encontrar fuerza en sus debilidades y consuelo en sus aflicciones. Hay dos tipos de personas que deben comulgar con frecuencia: los perfectos, porque estando bien dispuestos harían mal en no acercarse a la fuente y manantial de la perfección, y los imperfectos, para aspirar a la perfección. Los fuertes para no debilitarse y los débiles para fortalecerse. Los enfermos para sanar y los sanos para no enfermar».

La Eucaristía crea en Francisco una profunda unidad con muchas personas
«Este sacramento no solo nos une a Jesucristo, sino también a nuestro prójimo, a los que participan del mismo alimento, y nos hace uno con ellos. Y uno de los principales frutos es la mutua caridad y la dulzura de corazón entre nosotros, ya que pertenecemos al mismo Señor y en Él estamos unidos de corazón a corazón».

Es una transformación progresiva en Jesús
«Los que tienen una buena digestión corporal sienten un fortalecimiento en todo el cuerpo debido a la distribución general de los alimentos. Así, hija mía, quienes tienen una buena digestión espiritual sienten que Jesucristo, que es su alimento, se extiende y se comunica con todas las partes de su alma y de su cuerpo. Tienen a Jesucristo en su cerebro, en su corazón, en su pecho, en sus ojos, en sus manos, en sus oídos, en sus pies. Pero, ¿qué hace este Salvador por todas partes? Él lo endereza todo, lo purifica todo, lo mortifica todo, lo vivifica todo. Él ama en el corazón, entiende en el cerebro, anima en el pecho, ve en los ojos, habla en la lengua, y así sucesivamente: lo hace todo en todos y entonces no vivimos nosotros, sino que es Jesucristo quien vive en nosotros».
También transforma los días y las noches, de modo que «las noches son días cuando Dios está en nuestro corazón y los días se convierten en noches cuando Dios no está en él».

(continuación)

Por P. Gianni GHIGLIONE

Salesiano de Don Bosco, experto en San Francisco de Sales, autor de varios libros salesianos.