25 Sep 2025, Jue

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La educación según San Francisco de Sales es un camino de amor y cuidado de los jóvenes, basado en reglas indispensables: dulzura, comprensión y corrección equilibrada. Desde la familia hasta la sociedad, San Francisco pide a los responsables que muestren un afecto sincero, conscientes de que los jóvenes necesitan ser guiados con paciencia e inspiración. La educación es un don que ayuda a formar almas libres, capaces de pensar y actuar en armonía. Como un maestro de montaña, el obispo de Saboya nos recuerda que corregir significa acompañar, salvaguardando la espontaneidad de los corazones en crecimiento, y apuntando siempre a la transformación interior. Así nace una educación integral.


Un deber que hay que cumplir con amor
            La educación es un fenómeno universal, basado en las leyes de la naturaleza y de la razón. Es el mejor regalo que los padres pueden hacer a sus hijos, en quienes alimentará la gratitud y la piedad filial. Hablando de aquellos que son responsables de los demás, tanto en la familia como en la sociedad, Francisco de Sales recomienda que muestren amor: «Que cumplan, pues, su deber con amor».
            Los jóvenes necesitan orientación. Si es cierto que «quien se gobierna a sí mismo es gobernado por un gran necio», esto debería ser aún más cierto para los que aún no tienen experiencia. Del mismo modo, Celse-Bénigne, el hijo mayor de Madame de Chantal, que era una fuente de preocupación para su madre, necesitaba una guía que le ayudara a «saborear la bondad de la verdadera sabiduría a través de amonestaciones y recomendaciones».
            A un joven que estaba a punto de «lanzarse al mundo», le sugirió que buscara «algún espíritu cortés» al que pudiera visitar de vez en cuando para «recrearse y recuperar el aliento espiritual». Debemos hacer como el joven Tobías en la Biblia: enviado por su padre a una tierra lejana donde no conocía el camino, recibió este consejo: «Ve, pues, y busca un hombre que te guíe».
            Especialista en montaña, al obispo de Saboya le gustaba recordar a la gente que los que caminan por senderos escabrosos y resbaladizos necesitan estar atados, unidos unos a otros para avanzar con más seguridad. Siempre que podía, ofrecía ayuda y consejo a los jóvenes en peligro. A un joven colegial atrapado en el juego y el libertinaje, le escribió «una carta llena de buenas, amables y amistosas advertencias», invitándole a aprovechar mejor su tiempo.
            Un buen guía debe ser capaz de adaptarse a las necesidades y posibilidades de cada individuo. Francisco de Sales admiraba a las madres que sabían dar a cada uno de sus hijos lo que necesitaba y adaptarse a cada uno “según el alcance de su espíritu”. Así es como Dios acompaña a las personas. Su enseñanza se asemeja a la de un padre atento a las capacidades de cada uno: «Como un buen padre que lleva a su hijo de la mano», escribía a Juana de Chantal, «adaptará sus pasos a los tuyos y se contentará con no ir más deprisa que tú».

Elementos de psicología juvenil
            Para tener alguna posibilidad de éxito, el educador debe saber algo sobre los jóvenes en general y sobre cada joven en particular. ¿Qué significa ser joven? Comentando la famosa visión de la escalera de Jacob, el autor de la Introducción a la vida devota observa que los ángeles que subían y bajaban de la escalera tenían todos los atractivos de la juventud: estaban llenos de vigor y agilidad; tenían alas para volar y pies para caminar con sus compañeros; sus rostros eran bellos y alegres; «sus piernas, brazos y cabezas estaban todos descubiertos» y «el resto de sus cuerpos estaban cubiertos, pero con un manto hermoso y ligero».
            Pero no idealicemos demasiado esta edad de la vida. Para Francisco de Sales, la juventud es por naturaleza temeraria y atrevida; los jóvenes devoran todas las dificultades desde lejos y huyen de ellas desde cerca. ‘Joven y ardiente’ son dos adjetivos que a menudo van de la mano, especialmente cuando se usan para describir una mente “rebosante de concepciones y fuertemente inclinada a los extremos”. Y entre los riesgos de esta edad está «el ardor de una sangre joven que empieza a hervir y de un valor que aún no tiene la prudencia como guía».
            Los jóvenes son versátiles, se mueven y cambian con facilidad. Como los cachorros de perro que aman el cambio, los jóvenes son volubles e inconstantes, agitados por diversos «deseos de novedad y cambio», y son susceptibles de provocar «grandes y desafortunados escándalos». Es una edad en la que las pasiones son feroces y difíciles de controlar. Como las mariposas, revolotean alrededor del fuego con el riesgo de quemarse las alas.
            A menudo carecen de sabiduría y experiencia, porque el amor propio ciega la razón. Debemos temer en ellos estas dos actitudes opuestas: la vanidad, que en realidad es falta de valor, y la ambición, que es un exceso de valor que les lleva a buscar desmedidamente la gloria y el honor.
            Sin embargo, ¡qué maravilloso es cuando la juventud y la virtud se encuentran! Francisco de Sales admira a una joven que tenía todo para gustar en la primavera de su vida y que amaba y estimaba ‘las santas virtudes’. Alaba a todos aquellos que, durante su juventud, mantuvieron sus almas ‘siempre puras en medio de tantas infecciones’.
            Los jóvenes, en particular, son sensibles al afecto que reciben. «Es imposible expresar cuán amigos somos», le escribió a un padre acerca de su relación con su indisciplinado, incluso insoportable, hijo en la escuela. Como podemos ver, Francisco de Sales estaba feliz de proclamarse amigo de los jóvenes. De manera similar, le escribió a la madre de una niña de la que era padrino: «La querida ahijadita, según creo, tiene un secreto presentimiento de que la amo, tan fuerte es el afecto que me demuestra».
            Por último, «ésta es la edad adecuada para recibir impresiones», lo cual es bueno porque significa que los jóvenes pueden ser educados y son capaces de grandes cosas. El futuro pertenece a los jóvenes, como vimos en la abadía de Montmartre, donde fueron las jóvenes, con su abadesa aún más joven, quienes llevaron a cabo la «reforma».

El sentido de la educación
            Aunque el realismo exige que los educadores conozcan a las personas a las que se dirigen, nunca deben perder de vista el sentido de la finalidad de su acción. Nada mejor que una conciencia clara de los objetivos que nos fijamos, porque «todo agente actúa por el fin y en función del fin».
            ¿Qué es entonces la educación y cuál es su finalidad? La educación, dice Francisco de Sales, es “una multitud de solicitaciones, ayudas, beneficios y otros servicios necesarios para el niño, ejercidos y continuados hacia él hasta la edad en que ya no los necesita”. Dos cosas llaman la atención en esta definición: por un lado, la insistencia en la multitud de atenciones que requiere la educación y, por otro, su fin, que coincide con el momento en que el sujeto ha alcanzado la autonomía. Los niños son educados para alcanzar la libertad y el pleno control de sus vidas.
            Concretamente, el ideal educativo de Francisco de Sales parece girar en torno a la noción de armonía, es decir, la integración armónica de todos los diversos componentes que existen en el ser humano: «acciones, movimientos, sentimientos, inclinaciones, hábitos, pasiones, facultades y potencias». La armonía implica unidad, pero también distinción. La unidad requiere un mandamiento único, pero el mandamiento único no sólo debe respetar las diferencias, sino promover las distinciones en la búsqueda de la armonía. En la persona humana, el gobierno pertenece a la voluntad, a la que se refieren todos los demás componentes, cada uno en su lugar y en interdependencia con los demás.
            Francisco de Sales utiliza dos comparaciones para ilustrar su ideal. No carecen de analogía con los dos impulsos humanos fundamentales destacados por el psicoanálisis: la agresión y el placer. Un ejército es bello, explica, cuando está compuesto de partes distintas dispuestas de tal manera que juntas forman un solo ejército. La música es bella cuando las voces están unidas en la distinción y cuando son distintas, pero están unidas.

Partir del corazón
            «Quien ha conquistado el corazón del hombre, ha conquistado al hombre entero», escribe el autor de la Introducción a la vida devota. Esta regla general debería ser aplicable al campo de la educación. La expresión «conquistar el corazón» puede interpretarse de dos maneras. Puede significar que el educador debe apuntar al corazón, es decir, al núcleo interior de la persona, antes de preocuparse por su comportamiento exterior. Por otra parte, significa conquistar a la persona a través del afecto.
            El hombre se construye desde dentro: ésta parece ser una de las grandes lecciones de Francisco de Sales, educador y reformador de personas y comunidades. Era muy consciente de que su método no era compartido por todos, pues escribió: «Nunca he podido aprobar el método de aquellos que, para reformar al hombre, empiezan por el exterior, por el porte, la ropa, el cabello. Por tanto, hay que empezar por dentro, es decir, por el corazón, sede de la voluntad y fuente de todas nuestras acciones.
            El segundo punto consiste en intentar ganarse el afecto de los demás, para establecer con ellos una buena relación educativa. En una carta dirigida a una abadesa para aconsejarle sobre la reforma de su monasterio, compuesto en gran parte por jóvenes, encontramos valiosas indicaciones sobre cómo concebía el obispo saboyano su método de educación, de formación y, más precisamente en este caso, de «reforma». Ante todo, no debemos alarmarles dándoles la impresión de que queremos reformarles. El objetivo es que se reformen ellos mismos». Después de estos preliminares, hay que utilizar tres o cuatro «trucos». No es de extrañar, ya que la educación es también un arte, de hecho, el arte de las artes. El primero consiste en pedirles que hagan cosas a menudo, pero muy fácilmente y sin dar la impresión de estar haciéndolas. En segundo lugar, hay que hablar a menudo y en términos generales de lo que hay que cambiar, como si se pensara en otra persona. En tercer lugar, hay que tratar de hacer amable la obediencia, sin olvidar de nuevo mostrar sus beneficios y ventajas. Según Francisco de Sales, hay que preferir la amabilidad porque suele ser más eficaz. Por último, los responsables deben mostrar que no actúan por capricho, sino en virtud de su responsabilidad y con vistas al bien de todos.

Mandar, aconsejar, inspirar
            Parece que las intervenciones propuestas por Francisco de Sales en el campo de la educación siguen el modelo de las tres maneras que Dios utiliza con los hombres para indicarles su voluntad: mandamientos, consejos e inspiraciones.
            Es obvio que los padres y maestros tienen el derecho y el deber de ordenar a sus hijos o alumnos por su propio bien, y que ellos deben obedecer. Él mismo, en su responsabilidad de obispo, no dudaba en hacerlo cuando era necesario. Sin embargo, según Camus, aborrecía a los espíritus absolutos que querían ser obedecidos a voluntad y que todo debía ceder a su dominio. Decía que «quien ama ser temido, teme ser amado». En algunos casos, la obediencia puede ser forzada. Refiriéndose al hijo de uno de sus amigos, escribió a su padre: «Si persevera, nos daremos por satisfechos; si no lo hace, tendremos que recurrir a uno de estos dos remedios: o retirarlo a una escuela un poco más cerrada que ésta, o darle un maestro particular que sea un hombre y al que preste obediencia». ¿Se puede descartar por completo el uso de la fuerza?
            Usualmente, sin embargo, Francisco de Sales recurría a consejos, advertencias y recomendaciones. El autor de la Introducción a la Vida Devota se presenta a sí mismo como un consejero, un asistente, alguien que da ‘consejos’. Aunque a menudo usa el imperativo, es consejo lo que está dando, especialmente porque a menudo va acompañado de un condicional: ‘Si puedes hacerlo, hazlo’. A veces la recomendación se disfraza de declaración de valores: es bueno hacerlo, es mejor hacerlo así, etc.
            Pero cuando puede y su autoridad no está en entredicho, prefiere actuar por inspiración, sugerencia o insinuación. Es el método salesiano por excelencia, que respeta la libertad humana. Le parecía particularmente adecuado para elegir un estado de vida. Es el método que recomendó a Madame de Chantal para la vocación que quería para sus hijos, «inspirándoles suavemente pensamientos en sintonía con ella».
            Pero la inspiración no se comunica sólo con palabras. Los cielos no hablan, dice la Biblia, sino que proclaman la gloria de Dios con su testimonio silencioso. Del mismo modo, «el buen ejemplo es una predicación silenciosa», como la de San Francisco que, sin decir una sola palabra, atrajo con su ejemplo a un gran número de jóvenes. En efecto, el ejemplo lleva a la imitación. Los pequeños ruiseñores aprenden a cantar con los grandes, recordó, y «el ejemplo de los que amamos ejerce sobre nosotros una influencia y una autoridad suaves e imperceptibles», hasta el punto de que nos vemos obligados a dejarlos o a imitarlos.

¿Cómo corregir?
            El espíritu de corrección consiste en «resistir al mal y reprimir los vicios de aquellos que nos han sido confiados, constante y valientemente, pero con dulzura y tranquilidad». Sin embargo, las faltas deben corregirse sin demora, mientras son pequeñas, «porque si esperas a que crezcan, no podrás curarlas fácilmente».
            La severidad es a veces necesaria. Los dos jóvenes religiosos que daban escándalo debían ser reconducidos al buen camino si se quería evitar un gran número de consecuencias lamentables. Aunque su juventud haya podido servir de excusa, «la continuación de su conducta los hace ahora imperdonables». Incluso hay casos en los que es necesario «mantener a los malvados en cierto temor por la resistencia que opondrán». El obispo de Ginebra cita una carta de san Bernardo a los frailes de Roma que necesitaban corrección, en la que «les habla con propiedad y con un jabón suficientemente caliente. Hagamos como el cirujano, pues “es una amistad débil o mala ver perecer al amigo y no ayudarle, verle morir de apostasía y no atreverse a darle el filo de la navaja de la corrección para salvarle”.

            Sin embargo, la corrección debe administrarse sin pasión, porque «un juez castiga mucho mejor a los malvados cuando dicta sus sentencias con razón y con espíritu de tranquilidad, que cuando las dicta con ímpetu y pasión, sobre todo porque, juzgando con pasión, no castiga las faltas según lo que son, sino según lo que él mismo es». Del mismo modo, «las amonestaciones suaves y cordiales de un padre tienen mucho más poder para corregir a un hijo que su cólera y su ira». Por eso es importante guardarse de la ira. La primera vez que sientas ira, le dijo a Filotea, «debes reunir rápidamente tus fuerzas, no de repente ni impetuosamente, sino con suavidad y seriedad». En una carta a una monja que se había quejado de «una niña huraña y despistada» confiada a su cuidado, el obispo le dio este consejo: «No la corrijas, si puedes, con ira. No seamos como el rey Herodes o como esos hombres que dicen que gobiernan cuando se les teme, cuando gobernar es ‘ser amado’.
            Hay muchas maneras de corregir. Una de las mejores no es tanto reprender lo que es negativo, sino fomentar todo lo que es positivo en una persona. Es lo que se llama «corregir por inspiración», porque «es maravilloso cómo la dulzura y la belleza de algo bueno atraen poderosamente a los corazones».

            Su discípulo, Jean-Pierre Camus, contó la historia de una madre que maldijo a su hijo que la había insultado. Se pensó que el obispo debería hacer lo mismo, pero él respondió: “¿Qué quieres que haga? Tenía miedo de derramar en un cuarto de hora el poco licor de bondad que intento reunir desde hace veintidós años”. Fue de nuevo Camus quien relató esta «inolvidable» frase de su maestro: «Recuerda que se cazan más moscas con una gota de miel que con un barril de vinagre.

            La amabilidad es preferible con los demás, pero también con nosotros mismos. Todo el mundo debería estar preparado para reconocer sus errores con calma y corregirse sin enfadarse. He aquí un buen consejo para una «pobre chica» enfadada consigo misma: «Dile que, por mucho que se queje, nunca se sorprenderá ni se enfadará consigo misma».

Educación progresiva
            San Francisco de Sales, que tenía sentido de lo real y de lo posible, así como la moderación y el tacto necesarios, estaba convencido de que los grandes proyectos sólo se consiguen con paciencia y tiempo. La perfección nunca es el punto de partida y probablemente nunca se alcanzará, pero el progreso siempre es posible. El crecimiento tiene sus propias leyes que hay que respetar: las abejas fueron primero larvas, luego ninfas y finalmente abejas «formadas, hechas y perfectas».
            Hacer las cosas ordenadamente, una tras otra, sin aspavientos, incluso con cierta lentitud, pero sin detenerse nunca, éste parece ser el ideal del obispo de Ginebra. Avancemos, decía, y «por muy despacio que avancemos, recorreremos un largo camino». Del mismo modo, recomendó a una abadesa que tenía la onerosa tarea de reformar su monasterio: «Debes tener un corazón grande y perdurable». La ley de la progresión es universal y se aplica en todos los campos».
            Para ilustrar su pensamiento, el santo de la dulzura utilizó innumerables comparaciones e imágenes para inculcar el sentido del tiempo y la necesidad de perseverar. Algunas personas tienen tendencia a volar antes de tener alas, o de repente quieren ser ángeles, cuando no son más que hombres y mujeres de bien. Cuando los niños son pequeños, les damos leche, y cuando crecen y empiezan a tener dientes, les damos pan y manteca.
            Un punto importante es no tener miedo a repetir lo mismo una y otra vez. Debemos imitar a los pintores y escultores que crean sus obras repitiendo los trazos del pincel y el cincel. La educación es un largo viaje. Por el camino, hay que purificarse de muchos «humores» negativos, y esta purificación es lenta. Pero no hay que desanimarse. La lentitud no significa resignación o espera casual. Al contrario, hay que aprender a aprovecharlo todo al máximo, sin perder el tiempo y sabiendo utilizar “nuestros años, nuestros meses, nuestras semanas, nuestros días, nuestras horas, incluso nuestros momentos”.
            La paciencia, a menudo enseñada por el Obispo de Ginebra, es una paciencia activa que nos permite avanzar, aunque sea a pequeños pasos. «Poco a poco y pie a pie, debemos adquirir este dominio», escribió a una impaciente Filotea. Aprendemos ‘primero a caminar a pequeños pasos, luego a apresurarnos, después a caminar a medias, finalmente a correr’. El crecimiento hacia la edad adulta comienza lentamente y se acelera cada vez más, al igual que la formación y la educación. Por último, la paciencia se nutre de la esperanza: “No hay tierra tan ingrata que el amor del trabajador no la abone”.

Educación integral
            De lo que se ha dicho hasta ahora, ya está bastante claro que, para Francisco de Sales, la educación no podía confundirse con una sola dimensión de la persona, tal como la educación, o los buenos modales, o incluso una educación religiosa desprovista de fundamentos humanos. Por supuesto, no se puede negar la importancia de cada una de estas áreas en particular. En cuanto a la educación y la formación de la mente, basta recordar el tiempo y el esfuerzo que dedicó durante su juventud a la adquisición de una elevada cultura intelectual y «profesional», así como el cuidado que dedicó a la educación en su diócesis.
            Sin embargo, su principal preocupación fue la formación integral de la persona humana, entendida en todas sus dimensiones y dinámicas. Para demostrarlo, nos centraremos en cada una de las dimensiones constitutivas de la persona humana en su totalidad simbólica: el cuerpo con todos sus sentidos, el alma con todas sus pasiones, la mente con todas sus facultades y el corazón, sede de la voluntad, el amor y la libertad.

Por P. Wirth MORAND

Salesiano de Don Bosco, profesor universitario, biblista e historiador salesiano, miembro emérito del Centro de Estudios Don Bosco, autor de varios libros.