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La crónica del colegio salesiano de Viedma recuerda que, según la costumbre, el 15 de marzo de 1951 por la mañana la campana anunció el vuelo al cielo del hermano coadjutor Artémides Zatti, e informó estas palabras proféticas: “Un hermano menos en la casa y un santo más en el cielo”.
La canonización de Artémides Zatti, el 9 de octubre de 2022, es un don de gracia; el testimonio de santidad que el Señor nos da a través de este hermano que vivió su vida en la docilidad al Espíritu Santo, en el espíritu de familia típico del carisma salesiano, encarnando la fraternidad hacia sus hermanos y la comunidad salesiana, y la cercanía hacia los pobres y los enfermos y cualquier persona que encontró en su camino, es un acontecimiento de bendición que hay que acoger y hacer fructificar.
San Artémides Zatti resulta ser un modelo, intercesor y compañero de vida cristiana, cercano a todos. En efecto, su aventura nos lo presenta como una persona que experimentó la fatiga cotidiana de la existencia con sus éxitos y sus fracasos. Basta recordar la separación de su país natal para emigrar a Argentina; la enfermedad de la tuberculosis que irrumpió como un huracán en su joven existencia, destrozando todo sueño y toda perspectiva de futuro; ver demolido el hospital que había construido con tantos sacrificios y que se había convertido en santuario del amor misericordioso de Dios. Pero Zatti siempre encontró en el Señor la fuerza para volver a levantarse y continuar su camino.
Testigo de esperanza
Para los tiempos dramáticos que vivimos marcados por la pandemia, por tantas guerras, por la emergencia climática y sobre todo por la crisis y el abandono de la fe en tantas personas, Artémides Zatti nos anima a vivir la esperanza como virtud y como actitud de vida en Dios. Su historia nos recuerda cómo el camino hacia la santidad requiere muy a menudo un cambio de rumbo y de visión. Artémides, en diferentes etapas de su vida, descubrió en la Cruz la gran oportunidad de renacer y de volver a empezar:
– cuando de niño, en el duro y fatigoso trabajo del campo, aprendió enseguida a afrontar las penurias y responsabilidades que le acompañarían siempre en su madurez;
– cuando a los 17 años emigró con su familia a Argentina en busca de mayor fortuna;
– cuando joven aspirante a la vida salesiana es golpeado por la tuberculosis, contagiado por un joven sacerdote al que ayudaba porque estaba muy enfermo. El joven Zatti experimenta en carne propia el drama de la enfermedad, no sólo como fragilidad y sufrimiento del cuerpo, sino también como algo que toca el corazón, que genera temores y multiplica las preguntas, haciendo surgir con preponderancia la pregunta por el sentido de todo lo que sucede y por el futuro que le espera, al ver que lo que soñaba y anhelaba, de pronto fracasa. Con fe se dirige a Dios, busca un nuevo sentido y una nueva dirección para la existencia, para la que no encuentra respuestas inmediatas ni fáciles. Gracias a la sabia y alentadora presencia del Padre Cavalli y del Padre Garrone, y leyendo las circunstancias de la vida con espíritu de discernimiento y obediencia, madura su vocación salesiana como hermano coadjutor, dedicando toda su vida al cuidado material y espiritual de los enfermos y a la asistencia de los pobres y necesitados. Decidió quedarse con Don Bosco, viviendo plenamente la vocación original del coadjutor;
– cuando tuvo que afrontar pruebas, sacrificios y deudas para llevar a cabo su misión en favor de los pobres y los enfermos dirigiendo el hospital y la farmacia, confiando siempre en la ayuda de la Providencia;
– cuando vio cómo el hospital, al que había dedicado tantas energías y recursos, era demolido para construir uno nuevo;
– cuando, en 1950, se cayó de una escalera y aparecieron los síntomas de un tumor, que él mismo había diagnosticado lúcidamente, y que lo llevaría a la muerte, ocurrida entonces, el 15 de marzo de 1951: no obstante, siguió atendiendo la misión a la que se había consagrado, aceptando los sufrimientos de este último tramo de su vida.
El éxodo pascual: de Bahía Blanca a Viedma
Con toda probabilidad, Artémides llegó a Bahía Blanca desde Bernal en la segunda quincena de febrero de 1902. La familia lo recibió con la pena y el cariño que uno puede imaginar. Sobre todo, su madre se dedicó a él con mucho amor para que recuperara las fuerzas y la salud, dada la extrema debilidad en que se encontraba, y quiso curarlo ella misma. Quien se opuso a esta solución fue el propio Artémides, quien, sintiéndose ahora íntimamente ligado a los salesianos, quiso obedecer lo decidido por los superiores de Bernal e ir a Junín de los Andes para cuidar de su salud. El pensamiento primordial e irrenunciable para él era el deseo de seguir la vocación para la que se había propuesto, ser sacerdote salesiano, y a pesar de la oscuridad sobre su futuro, por ella afrontaría todas las dificultades y sacrificios: pensaba renunciar incluso al cuidado de su madre y de su familia, temiendo que pudieran detenerlo en su propósito. Había conocido a Jesús, había escuchado su llamada y quería seguirle, aunque no fuera de la manera que él pensaba y deseaba.
Los padres, para resolver el problema de su hijo, acudieron al consejero familiar el padre Carlo Cavalli, quien desaconsejó absoluta y providencialmente enviar a Artémides a Junín, un lugar demasiado lejano para sus débiles fuerzas. En cambio, como precisamente en esa época se había consolidado en Viedma la fama de médico del padre Evasio Garrone, el padre Cavalli, muy sabiamente, pensó que lo mejor era confiarle una buena cura. Incluso la distancia de sólo 500 km, con los medios de transporte de la época, hacía que esta solución valiera la pena. La familia aceptó, el buen párroco pagó el viaje en la Galera del Sr. Mora y Artémides, convencido por su director espiritual, partió hacia Viedma.
La Galera, una especie de coche tirado por caballos, era el único transporte público de la época para viajar de Bahía Blanca a Viedma, cruzando el río Colorado. También se produjo el percance de que la Galera se despistó, por lo que los viajeros tuvieron que dormir a la intemperie y llegaron el martes y no el lunes como estaba previsto. El viaje debió ser muy penoso, aunque Artémides “todo lo cubre con el optimismo de un santo con hambre y sed de inmolación. Pero lo que sufrió el pobre hombre sólo Dios lo sabe”.
He aquí el texto de la carta escrita por Artémides a su familia inmediatamente después de su llegada a Viedma.
Queridos padres y hermanos
Viedma, 5.3.902
Llegué a Viedma ayer por la mañana, después de un feliz viaje en la “Galera”, y hoy aprovecho la oportunidad de escribirles para contarles que me fue bien, como les dije, porque la “Galera” no estaba muy llena de gente y mercaderías. Sólo les diré que debíamos llegar el lunes a Patagones, pero como nos habíamos perdido, dormimos en el descampado y llegamos el martes por la mañana, donde, con gran alegría, encontré a mis hermanos salesianos. En cuanto a mi salud, fui examinado por el médico R.. D. Garrone me examinó y me prometió que en un mes estaría perfectamente sano. Con la ayuda de la Santísima Virgen María, nuestra buena Madre, y de D. Bosco, espero siempre lo mejor. Recen por mí y yo rezaré por ustedes y me despido atentamente
ARTÉMIDES ZATTI
Adiós a todos
Esta carta es una obra maestra de esperanza, una condensación de optimismo evangélico: es una parábola de la vida en la que, a pesar del espectro de la muerte que se cierne y del camino que se pierde, hay un horizonte que se abre al infinito. En esa noche, pasada en los campos de la tierra patagónica contemplando las estrellas, el joven Artémides emerge de su turbación, de su desaliento. Liberado de mirar sólo hacia abajo, puede levantar los ojos y mirar hacia el cielo para contar las estrellas; liberado de la tristeza y del miedo de no tener futuro, liberado del miedo de estar solo, del miedo a la muerte, tiene la experiencia de que la bondad de Dios es tan inmensa como un cielo estrellado y que las gracias pueden ser infinitas, como las estrellas. Así, por la mañana llega a Viedma como a la tierra prometida, donde “con gran júbilo” es acogido por los que considera ya hermanos, donde escucha palabras y promesas que hablan de curación, donde con plena confianza en “la ayuda de María nuestra Buena Madre y de Don Bosco”, llega a la ciudad donde prodigará su caridad el resto de su vida. Habiendo pasado los vados en las crecidas del Río Colorado, renace también con la esperanza de su salud y de su futuro.
El pariente de todos los pobres
Artémides Zatti consagró su vida a Dios al servicio de los enfermos y los pobres, que se convirtieron en sus tesoros. A cargo del Hospital San José de Viedma, amplió el círculo de los que atendía llegando, en su inseparable bicicleta, a todos los enfermos de la ciudad, especialmente a los más pobres. Maneja mucho dinero, pero su vida es muy pobre: para el viaje a Italia con motivo de la canonización de Don Bosco, tuvo que pedir prestado su traje, su sombrero y su valija. Es amado y estimado por los enfermos; amado y estimado por los médicos que le otorgan la máxima confianza, y se rinden al ascendiente que brota de su santidad. ¿Cuál es el secreto de tanto ascendiente? He aquí: para él, cada enfermo era Jesús mismo. Al pie de la letra. Por su parte, no hay duda: trata a todos con la misma ternura con la que habría tratado al propio Jesús, ofreciendo su propia habitación en casos de urgencia, o incluso depositando allí un cadáver en momentos de necesidad. Continúa incansablemente su misión entre los enfermos con serenidad, hasta el final de su vida, sin tomarse nunca un descanso.
Con su actitud recta nos devuelve la visión salesianade “saber permanecer” en nuestra tierra de misión para iluminar a los que corren el riesgo de perder la esperanza, para fortalecer la fe de los que se sienten fracasar, para ser signo del amor de Dios cuando “parece” que está ausente de la vida cotidiana.
Todo ello le llevó a reconocer la singularidad de cada enfermo, con su dignidad y su fragilidad, sabiendo que la persona enferma es siempre más importante que la enfermedad, y por eso se preocupó de escuchar a los pacientes, su historia, sus angustias, sus miedos. Sabía que incluso cuando no es posible curar, siempre es posible curar, siempre es posible consolar, siempre es posible hacer sentir una cercanía que muestre interés por la persona antes que por su enfermedad. Se detiene, escucha, establece una relación directa y personal con el enfermo, siente empatía y emoción por él, se deja implicar en su sufrimiento hasta el punto de asumirlo como servicio.
Artémides experimentó la proximidad como expresión del amor de Jesucristo, el Buen Samaritano, que con compasión se hizo cercano a todo ser humano, herido por el pecado. Se sintió llamado a ser misericordioso como el Padre y a amar, en particular, a sus hermanos enfermos, débiles y sufrientes. Zatti estableció un pacto entre él y los necesitados de cuidados, un pacto basado en la confianza y el respeto mutuo, la sinceridad, la disponibilidad, para superar todas las barreras defensivas, poniendo en el centro la dignidad de la persona enferma. Esta relación con el enfermo tenía para Zatti su fuente inagotable de motivación y fuerza en la caridad de Cristo.
Y vivió esta cercanía, tanto a nivel personal, como comunitaria: de hecho, generó una comunidad capaz de cuidar, que no abandona a nadie, que incluye y acoge especialmente a los más frágiles. El testimonio de Artémides de ser buen samaritano, de ser misericordioso como el Padre, era una misión y un estilo que implicaba a todos los que de alguna manera se dedicaban al hospital: médicos, enfermeros, cuidadores, religiosos, voluntarios que dedicaban un tiempo precioso a los que sufrían. En la escuela de Zatti, su servicio junto a los enfermos, realizado con amor y competencia, se convirtió en una misión. Zatti supo e inculcó la conciencia de que las manos de todos los que estaban con él tocaban la carne sufriente de Cristo y debían ser signo de las manos misericordiosas del Padre.
Salesiano coadjutor
La simpática figura de Artémides Zatti es una invitación a proponer a los jóvenes la fascinación de la vida consagrada, la radicalidad del seguimiento de Cristo obediente, pobre y casto, el primado de Dios y del Espíritu, la vida fraterna en comunidad, el gastarse totalmente por la misión. La vocación del salesiano coadjutor forma parte de la fisonomía que Don Bosco quiso dar a la Congregación Salesiana. Florece más fácilmente allí donde se promueven vocaciones laicales apostólicas entre los jóvenes y se les ofrece un testimonio alegre y entusiasta de consagración religiosa, como el de Artémides Zatti.
Artémides Zatti ¡santo!
Siguiendo las huellas de san Francisco de Sales, afirmador y promotor de la vocación a la santidad para todos, el testimonio de Artémides Zatti nos recuerda, como afirma el Concilio Vaticano II, que: “todos los fieles de cualquier estado y condición son llamados por el Señor, cada uno a su manera, a una santidad cuya perfección es la del mismo Padre celestial”. Tanto San Francisco de Sales como Don Bosco y Artémides hacen de la vida cotidiana una expresión del amor de Dios, recibido y correspondido. El testimonio de Artémides Zatti nos ilumina, nos atrae y también nos interpela, porque es la “Palabra de Dios” encarnada en la historia y cercana a nosotros.
A través de la parábola de la vida de Artémides Zatti, destaca sobre todo su experiencia del amor incondicional y gratuito de Dios. Ante todo, no están las obras que realizó, sino el asombro de descubrirse amado y la fe en este amor providencial en cada estación de la vida. De esta certeza vivida brota la totalidad de la entrega al prójimo por amor de Dios. El amor que recibe del Señor es la fuerza que transforma su vida, dilata su corazón y predispone al amor. Con el mismo Espíritu, el Espíritu de santidad, el amor que nos cura y nos transforma Artémides:
– de niño hace elecciones y realiza actos de amor en cada situación y con cada hermano y hermana que encuentra, porque se siente amado y tiene la fuerza de amar;
– todavía adolescente en Italia, experimenta las dificultades de la pobreza y del trabajo, pero sienta las bases de una sólida vida cristiana, dando las primeras pruebas de su generosa caridad;
-emigrando con su familia a Argentina, sabe conservar y hacer crecer su fe, resistiendo a un ambiente a menudo inmoral y anticristiano y madurando, gracias al encuentro con los Salesianos y al acompañamiento espiritual del Padre Carlo Cavalli, la aspiración a la vida salesiana, aceptando volver a los bancos de la escuela con chicos de doce años, él que ya tenía veinte;
– se ofrece con pronta disponibilidad a asistir a un sacerdote enfermo de tuberculosis y contrajo la enfermedad, sin pronunciar una palabra de queja o recriminación, sino viviendo la enfermedad como un tiempo de prueba y purificación, soportando sus consecuencias con entereza y serenidad;
– curado de manera extraordinaria, por intercesión de María Auxiliadora, tras hacer la promesa de dedicar su vida a los enfermos y a los pobres, vive su consagración apostólica como salesiano coadjutor con radicalidad evangélica y alegría salesiana;
– vive el ritmo ordinario de sus días de modo extraordinario: práctica fiel y edificante de la vida religiosa en alegre fraternidad; servicio sacrificado a todas horas y con toda humildad a los enfermos y a los pobres; lucha continua contra la pobreza, en la búsqueda de recursos y bienhechores para hacer frente a las deudas, confiando exclusivamente en la Providencia; disponibilidad pronta para todas las desgracias humanas que piden su intervención; resistencia a toda dificultad y aceptación de todo caso adverso; dominio de sí mismo y serenidad alegre y optimista que se comunica a todos los que se acercan a él.
Setenta y un años de esta vida ante Dios y ante los hombres: una vida entregada con alegría y fidelidad hasta el final, encarnada en lo cotidiano, en las salas de los hospitales, en su bicicleta por las calles de Viedma, en los afanes de la vida concreta para atender demandas y necesidades de todo tipo, viviendo lo cotidiano con espíritu de servicio, con amor y sin clamores, sin reclamar nada, con la alegría de la donación, abrazando con entusiasmo su vocación de salesiano coadjutor y convirtiéndose en un reflejo luminoso del Señor.
Película vista antes de la conferencia
Vídeo de la conferencia: El gran don de santidad de Artemide Zatti
Conferencia pronunciada por el P. Pierluigi CAMERONI, Postulador General de la Sociedad Salesiana de San Juan Bosco en Turín-Valdocco, el 14.11.2023.