25 Sep 2025, Jue

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VIDA Y OBRAS

            San Artémides Zatti nació en Boretto (Reggio Emilia) el 12 de octubre de 1880. A una edad temprana experimentó en tal modo la dureza del sacrificio, que a los nueve años ya se ganaba la vida como jornalero. La familia Zatti, obligada por la pobreza, emigró a la Argentina a principios de 1897, y se instaló en Bahía Blanca. Artémides tenía 17 años.

            El joven Artémides inmediatamente empezó a trabajar en un hotel y luego en una fábrica de ladrillos. Comenzó a asistir a la parroquia dirigida por los salesianos. El párroco de aquella época era el salesiano Don Carlo Cavalli, un hombre piadoso de extraordinaria bondad. Artémides encontró en él su director espiritual y el párroco encontró en Artémides a un excelente colaborador. No tardó en orientarse hacia la vida salesiana. Tenía 20 años cuando fue al aspirantado en Bernal. Estos años fueron duros para Artémides, ya que tenía más edad que sus compañeros, pero tenía una formación académica inferior. Superó todas las dificultades gracias a su tenaz voluntad, su aguda inteligencia y su sólida piedad.

            Al asistir a un joven sacerdote tuberculoso, desgraciadamente contrajo la enfermedad. El padre Cavalli, quien paternalmente lo acompañaba a la distancia, hizo que se eligiera para él la Casa Salesiana de Viedma, donde había un clima más adecuado y sobre todo un hospital misionero con un buen enfermero salesiano que en práctica hacía de «médico»: el padre Evasio Garrone. Éste se dio cuenta inmediatamente del grave estado de salud del joven y, al mismo tiempo, percibió sus virtudes poco comunes. Invitó a Artémides a rezar a María Auxiliadora para obtener la curación, pero también le sugirió hacer una promesa: «Si Ella te cura, dedicarás toda tu vida a estos enfermos». Artémides hizo voluntariamente esta promesa y fue curado milagrosamente. Aceptó con humildad y docilidad el no pequeño sufrimiento de renunciar a su sacerdocio (por la enfermedad que había contraído). Nunca se escuchó de su boca un lamento por este objetivo no alcanzado.

            Hizo su Primera Profesión como hermano coadjutor el 11 de enero de 1908 y su Profesión Perpetua el 18 de febrero de 1911. Cumpliendo su promesa a la Virgen, se consagró inmediatamente y por completo al hospital: después de haber obtenido el título de «diplomado en farmacia» se ocupó inicialmente de la farmacia contigua. Tras la muerte del padre Garrone en 1913, toda la responsabilidad del hospital recayó sobre sus hombros. De hecho, se convirtió en su vicedirector, administrador, experto enfermero estimado por todos los enfermos y por los propios médicos, que poco a poco le fueron confiando las tareas más complejas. El hospital fue el lugar donde ejerció su virtud, día tras día, en grado heroico.

            Sin limitarse al hospital, su servicio se extendió a las dos localidades de la ribera del río Negro: Viedma y Patagones. Normalmente salía con su bata blanca y su bolsa con los medicamentos más comunes. Una mano en el manillar y la otra con el rosario. Tenía preferencia por atender a las familias pobres, pero también estaba disponible si le llamaban los ricos. A todas las horas del día y de la noche, en caso de necesidad, se desplazaba en su bicicleta para servir a los enfermos, hiciera el tiempo que hiciera. No se quedaba en el centro de la ciudad, sino que también iba a los hogares humildes de las periferias. Lo hacía todo gratis, y si recibía algo, iba al hospital.

            San Artémides Zatti amaba a sus enfermos de manera verdaderamente conmovedora, ya que veía a Jesús mismo en ellos. Siempre fue obsequioso con los médicos y los titulares del hospital. Pero la situación no siempre fue fácil, tanto por el carácter de alguno de ellos como por los desacuerdos que surgían entre los responsables legales y él. Sin embargo, supo ganárselos a todos y con su equilibrio logró resolver hasta las situaciones más delicadas. Su profundo dominio de sí mismo hizo posible que se impusiera a las molestias y a la fácil irregularidad del horario.

            Fue un testimonio edificante de fidelidad a la vida común. A todo el mundo le sorprendía cómo este santo religioso, tan ocupado con sus múltiples compromisos en el hospital, podía ser al mismo tiempo el representante ejemplar de la regularidad. Era él quien tocaba la campana, era él quien precedía a todos los demás hermanos en los nombramientos comunitarios. Fiel al espíritu salesiano y al lema – «trabajo y templanza»- legado por Don Bosco a sus hijos, llevó a cabo su prodigiosa actividad con habitual presteza de ánimo, con espíritu de sacrificio sobre todo en las guardias nocturnas, con absoluto desprendimiento de cualquier satisfacción personal, sin tomar nunca vacaciones ni descanso. Como buen salesiano, supo hacer de la alegría un componente de su santidad. Siempre aparecía alegremente sonriente: así lo retratan todas las fotos con que contamos. Le era fácil entablar relaciones humanas, con una visible carga de simpatía, siempre feliz de entretener a la gente humilde. Pero era sobre todo un hombre de Dios. Lo irradiaba. Uno de los médicos del hospital dijo: «Cuando vi a Don Zatti, mi incredulidad vacilaba». Y otro: «Creo en Dios desde que conocí a Don Zatti».

            En 1950, el santo se cayó de una escalera, accidente en el que se manifestaron los síntomas de un cáncer, que él mismo diagnosticó con lucidez. Siguió cumpliendo su misión durante un año más, hasta que, tras aceptar heroicamente sus sufrimientos, falleció el 15 de marzo de 1951 en plena conciencia, rodeado del cariño y la gratitud de una población que desde ese momento comenzó a invocarlo como intercesor ante Dios. Todos los habitantes de Viedma y Patagones acudieron a su funeral en una procesión sin precedentes.

            La fama de su santidad se extendió rápidamente y su tumba comenzó a ser muy venerada. Hasta el día de hoy, cuando la gente va al cementerio para los funerales, siempre pasa a visitar la tumba de Artémides Zatti. Beatificado por San Juan Pablo II el 14 de abril de 2002, el santo Artémides Zatti fue el primer coadjutor salesiano no mártir en ser elevado a los honores de los altares.

MENSAJE

            La crónica del Colegio Salesiano de Viedma recuerda que, según la costumbre, por la mañana del 15 de marzo de 1951 sonaron las campanas, pero esta vez anunciando el vuelo al cielo del hermano coadjutor Artémides Zatti. Y agrega estas palabras proféticas: «Un hermano menos en casa y un santo más en el cielo».

            La canonización de Artémides es un don de la gracia que el Señor nos concede por medio de este hermano, salesiano coadjutor, que vivió su vida con el espíritu de familia típico del carisma salesiano, encarnando la fraternidad hacia sus hermanos y la comunidad, y la proximidad hacia los pobres, los enfermos y cualquier persona que encontrara en su camino.

            Las etapas de la vida de Artémides Zatti: La infancia y primera juventud la vivió en Boretto, Italia,; la familia emigró y se asentaron en Bahía Blanca, Argentina; el aspirantado salesiano lo realizó en Bernal; luego vino la enfermedad y el traslado a Viedma, que sería su patria del corazón; allí tuvo la formación y realizó la profesión religiosa como coadjutor salesiano; durante 40 años desarrolló la misión, primero en el Hospital San José y luego en la Quinta San Isidro; los últimos años y la muerte los vivió como un encuentro con el Señor de la vida, destacándose en el ejercicio heroico de las virtudes y la acción purificadora y transformante del Espíritu Santo, autor de toda santidad.

            San Artémides Zatti es modelo, intercesor y acompañante de vida cristiana, cercano a cada uno. De hecho, su biografía nos lo presenta como una persona que experimentó el trabajo diario de la existencia con sus éxitos y fracasos. Basta recordar la separación de su país natal para emigrar a Argentina; la enfermedad de la tuberculosis que irrumpió como un huracán en su joven existencia, destrozando todo sueño y toda perspectiva de futuro; el llegar a ver demolido el hospital que había construido con tantos sacrificios y que había llegado a ser un santuario del amor misericordioso de Dios. Pero Zatti siempre encontró en el Señor la fuerza para volver a levantarse y continuar el camino.

            El testimonio de Artémides Zatti nos ilumina, nos atrae y también nos interpela ya que su vida fue «Palabra de Dios» encarnada en la historia y cercana a nosotros. Él transformó su vida en un regalo para los demás, trabajando con generosidad e inteligencia, superando dificultades de todo tipo con su inquebrantable confianza en la divina Providencia. Si se conoce y motiva adecuadamente, la lección de fe, esperanza y caridad que nos deja llega a ser para nosotros una valiente labor de defensa y promoción de los valores humanos y cristianos más auténticos.

            Artémides Zatti, a través de la parábola de su vida, se destaca sobre todo por haber hecho experiencia del amor incondicional y gratuito de Dios. Podemos valorar en primer lugar, no tanto las obras que realizó, sino el asombro de descubrirse amado y la fe en este amor providencial en cada etapa de la vida. Es de esta certeza vivida que brota la totalidad de su entrega al prójimo por amor a Dios. El amor que recibe del Señor es la fuerza que transforma su vida, ensancha su corazón y lo predispone a amar. Con el mismo Espíritu de santidad, el amor que nos sana y transforma, ya de niño hace opciones y realiza actos de amor en cada situación y con cada hermano y hermana que encuentra, porque se siente amado y tiene la fuerza de amar:

– siendo aún adolescente en Italia, experimenta las penurias de la pobreza y del duro trabajo, pero sienta las bases de una sólida vida cristiana, brindando las primeras manifestaciones de su generosa caridad;

– Cuando emigró con su familia a Argentina, supo conservar y hacer crecer su fe, resistiendo a un ambiente a menudo inmoral y anticristiano. Gracias al encuentro con los salesianos y al acompañamiento espiritual del padre Carlo Cavalli, maduró su aspiración al sacerdocio, aceptando volver a los bancos de la escuela con chicos de doce años, mientras que él que ya tenía veinte;

– se ofreció de buen grado a asistir a un sacerdote enfermo de tuberculosis, contrajo la enfermedad, y nunca pronunció una palabra de queja o recriminación, sino que, viviendo la enfermedad como un tiempo de prueba y de purificación, soportó sus consecuencias con entereza y serenidad;

– sanado en modo extraordinario por intercesión de María Auxiliadora, tras hacer la promesa de dedicar su vida a los enfermos y a los pobres, aceptó generosamente renunciar al sacerdocio y se dedicó con todas sus fuerzas a su nueva misión de salesiano laico;

– Vivió en forma extraordinaria el ritmo ordinario de sus días: practicó la vida religiosa en modo fiel, edificante, y en alegre fraternidad; testimonió un servicio sacrificado a los enfermos y a los pobres, a todas horas y con toda humildad; libró una  lucha continua contra la pobreza, confiando exclusivamente en la Providencia y en búsqueda de recursos y benefactores para hacer frente a las deudas; disponibilidad para acompañar todas las desgracias humanas de quienes pedían su intervención; testimonió la resistencia ante toda dificultad y ejercitó la aceptación de todo caso adverso; tuvo un gran dominio de sí mismo, y una serenidad alegre y optimista que se comunicaba a todos los que se acercaban a él.

            Vivió setenta y un años en esta vida ante Dios y ante los hombres. Se entregó con alegría y fidelidad hasta el final, dando testimonio de una santidad accesible y al alcance de todos, como enseñaban San Francisco de Sales y Don Bosco: no fue una santidad de ermitaño, separado de la vida de cada día, sino encarnada en lo cotidiano, en las salas de los hospitales, con una bicicleta por las calles de Viedma, en los afanes de la vida concreta en pos de atender necesidades y pedidos de todo tipo, viviendo lo cotidiano con espíritu de servicio, con amor y sin quejas, sin reclamar nada, con la alegría de brindarse, abrazando con entusiasmo la vocación de salesiano laico y llegando a ser para todos un reflejo luminoso del Señor.

Por P. Pierluigi CAMERONI

Salesiano de Don Bosco, experto en hagiografía, autor de varios libros salesianos. Es Postulador General de la Sociedad Salesiana de San Juan Bosco.