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La devoción mariana de Don Bosco nace de una relación filial y viva con la presencia materna de María, experimentada en cada etapa de su vida. Desde los pilares votivos erigidos durante su infancia en Becchi, pasando por las imágenes veneradas en Chieri y Turín, hasta las peregrinaciones realizadas con sus muchachos a los santuarios del Piamonte y Liguria, cada etapa revela un título diferente de la Virgen —Consolata, Dolorosa, Inmaculada, Virgen de las Gracias y muchos otros— que habla a los fieles de protección, consuelo y esperanza. Sin embargo, el título que definiría para siempre su veneración fue «María Auxiliadora»: según la tradición salesiana, fue la propia Virgen quien se lo indicó. El 8 de diciembre de 1862, Don Bosco confió al clérigo Giovanni Cagliero: «Hasta ahora», añadía, «hemos celebrado con solemnidad y pompa la fiesta de la Inmaculada, y en este día se iniciaron nuestras primeras obras de los oratorios festivos. Pero la Virgen quiere que la honremos bajo el título de María Auxiliadora: los tiempos corren tan tristes que necesitamos que la Santísima Virgen nos ayude a conservar y defender la fe cristiana.» (MB VII, 334)
Títulos marianos
Escribir hoy un artículo sobre los “títulos marianos” con los que Don Bosco veneró a la Santísima Virgen durante su vida, puede parecer fuera de lugar. Alguien, de hecho, podría decir: ¿Acaso la Virgen no es una sola? ¿Qué sentido tienen tantos títulos si no es crear confusión? Y después de todo, ¿no es Nuestra Señora María Auxiliadora de Don Bosco?
Dejando para los expertos las reflexiones más profundas que justifican estos títulos desde un punto de vista histórico, teológico y devocional, nos contentaremos con un pasaje de “Lumen Gentium”, el documento sobre la Iglesia del Concilio Vaticano II, que nos tranquiliza, recordándonos que María es nuestra madre y que “por su múltiple intercesión sigue obteniéndonos las gracias de la salud eterna. Con su caridad maternal cuida de los hermanos de su Hijo que aún vagan y se encuentran en medio de peligros y aflicciones, hasta que son conducidos a la patria bendita. Por esto la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia bajo los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora” (Lumen Gentium 62).
Estos cuatro títulos admitidos por el Concilio, bien considerados, engloban en síntesis toda una serie de títulos e invocaciones con los que el pueblo cristiano ha llamado a María, títulos que hicieron exclamar a Alessandro Manzoni
“Oh Virgen, oh Señora, oh Tuttasanta, che bei nomi ti serba ogni loquela: più d’un popol superbo esser si vantaer in tua gentil tutela» (de «El nombre de María»).
La propia liturgia de la Iglesia parece comprender y justificar las alabanzas elevadas a María por el pueblo cristiano, cuando se pregunta: “¿Cómo cantaremos tus alabanzas, Santa Virgen María?”
Así pues, dejemos a un lado las dudas y vayamos a ver qué advocaciones marianas eran queridas por Don Bosco, incluso antes de que difundiera por el mundo la de María Auxiliadora.
En su juventud
Los ermitas sagrados o tabernáculos esparcidos por las calles de las ciudades de muchas partes de Italia, las capillas campestres y los pilares que se encuentran en las encrucijadas de las carreteras o a la entrada de los caminos privados de nuestras tierras, constituyen una herencia de fe popular que aún hoy el tiempo no ha borrado.
Sería una ardua tarea calcular exactamente cuántas se pueden encontrar en las carreteras del Piamonte. Sólo en la zona de “Becchi- Morialdo»” hay una veintena, y no menos de quince en la zona de Capriglio.
En su mayoría son pilares votivos heredados de los antiguos y restaurados varias veces. También los hay más recientes que documentan una piedad que no ha desaparecido.
El pilar más antiguo de la región de Becchi parece datar de 1700. Se erigió en el fondo de la “llanura” hacia el Mainito, donde solían reunirse las familias que vivían en la antigua “Scaiota”, más tarde una granja salesiana, ahora en proceso de renovación.
Se trata del pilar de la Consolata, con una pequeña estatua de la Virgen Consoladora de los Afligidos, siempre honrada con flores campestres traídas por los devotos.
Juan Bosco debió de pasar muchas veces junto a ese pilar, quitándose el sombrero, quizá doblando la rodilla y murmurando un Ave María, como le había enseñado su madre.
En 1958, los Salesianos renovaron el viejo pilar y, con un solemne oficio religioso, lo inauguraron al culto renovado de la comunidad y de la población.
Esa pequeña estatua de la Consolata puede ser la primera efigie de María que Don Bosco veneró al aire libre en vida.
En la antigua casa
Sin mencionar las iglesias de Morialdo y Capriglio, no sabemos exactamente qué imágenes religiosas colgaban de las paredes de la granja Biglione o de la Casetta. Sí sabemos que, más tarde, en la casa de José, cuando Don Bosco fue a alojarse allí, pudo ver dos viejas imágenes en las paredes de su dormitorio, una de la Sagrada Familia y otra de Nuestra Señora de los Ángeles. Así lo aseguró Sor Eulalia Bosco. ¿De dónde las sacó José? ¿Las vio Juan de niño? La de la Sagrada Familia sigue expuesta hoy en la habitación del medio del primer piso de la casa de José. Representa a San José sentado ante su mesa de trabajo, con el Niño en brazos, mientras la Virgen, de pie al otro lado, observa.
También sabemos que en la Cascina Moglia, cerca de Moncucco, Giovannino solía recitar oraciones y el rosario junto con la familia de los propietarios delante de un pequeño cuadro de Nuestra Señora de los Dolores, que aún se conserva en casa de los Becchi, en el primer piso de la casa de José, en la habitación de Don Bosco, encima de la cabecera de la cama. Está muy ennegrecido, con un marco negro perfilado en oro en el interior.
En Castelnuovo Juanito tenía entonces frecuentes ocasiones de subir a la Iglesia de Nuestra Señora del Castillo para rezar a la Santísima Virgen. En la fiesta de la Asunción, los aldeanos llevaban en procesión la estatua de la Virgen. No todos saben que esa estatua, así como la pintura del icono del altar mayor, representan a Nuestra Señora del Cinturón, la de los agustinos.
En Chieri, el clérigo estudiante y seminarista Juan Bosco rezó muchas veces en el altar de Nuestra Señora de las Gracias de la Catedral de Santa María de la Scala, en el del Santo Rosario de la Iglesia de San Domenico y ante la Inmaculada Concepción de la capilla del Seminario.
Así pues, en su juventud Don Bosco tuvo ocasión de venerar a María Santísima bajo los títulos de la Consolata, Nuestra Señora de los Dolores, Nuestra Señora de las Gracias, Nuestra Señora del Rosario y la Inmaculada.
En Turín
En Turín, Juan Bosco ya había ido a la Iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles para el examen de admisión a la Orden Franciscana en 1834. Volvió allí varias veces para hacer los Ejercicios Espirituales, en preparación para las Sagradas Órdenes, en la Iglesia de la Visitación, y recibió las Sagradas Órdenes en la Iglesia de la Inmaculada Concepción, en la Curia Arzobispal.
Junto al Convito, habrá ciertamente rezado a menudo ante la imagen de la Anunciación, en la primera capilla de la derecha de la Iglesia de San Francisco de Asís. De camino al Duomo y entrando, como sigue siendo costumbre hoy, por el portal de la derecha, cuántas veces se habrá detenido un momento ante la antigua estatua de la Madonna delle Grazie, conocida por los antiguos turineses como “La Madòna Granda”.
Si luego pensamos en los viajes de peregrinación que Don Bosco solía hacer con sus bribones de Valdocco a los santuarios marianos de Turín en los tiempos del Oratorio itinerante, podemos recordar en primer lugar el Santuario de la Consolata, corazón religioso de Turín, lleno de recuerdos del primer Oratorio. A la “Consolà” llevó Don Bosco muchas veces a sus jóvenes. A la “Consolà” recurrió él mismo entre lágrimas a la muerte de su madre.
Pero no podemos olvidar las excursiones urbanas a Nuestra Señora del Pilone, a Nuestra Señora de Campagna, al Monte dei Cappuccini, a la Iglesia de la Natividad en Pozzo Strada, a la Iglesia de las Gracias en Crocetta.
El viaje de peregrinación más espectacular de aquellos primeros años del Oratorio fue a Nuestra Señora de Superga. Aquella iglesia monumental dedicada a la Natividad de María recordaba a los jóvenes de Don Bosco que la Madre de Dios es “como una aurora naciente”, preludio de la venida de Cristo.
Así pues, Don Bosco hizo experimentar a sus muchachos los misterios de la vida de María a través de sus títulos más hermosos.
En los paseos otoñales
En 1850 Don Bosco inauguró los paseos “al aire libre” primero a los Becchi y alrededores, luego a las colinas del Monferrato hasta Casale, de Alessandria hasta Tortona y en Liguria hasta Génova.
En los primeros años su destino principal, si no exclusivo, fueron los Becchi y alrededores, donde celebraba con solemnidad la fiesta del Rosario en la pequeña capilla erigida en la planta baja de la casa de su hermano José en 1848.
Los años 1857-64 fueron los años dorados de las marchas otoñales, y los muchachos participaban en ellas en grupos cada vez más numerosos, entrando en los pueblos con la banda de música a la cabeza, acogidos festivamente por la gente y los párrocos locales. Descansaban en graneros, comían frugales comidas campesinas, celebraban devotos servicios en las iglesias y por las noches daban representaciones en un escenario improvisado.
En 1857, un destino de peregrinación fue Santa Maria de Vezzolano, santuario y abadía tan queridos por Don Bosco, situados bajo el pueblo de Albugnano, a 5 km de Castelnuovo.
En 1861 le tocó el turno al santuario de Crea, famoso en todo el Monferrato. En ese mismo viaje, Don Bosco volvió a llevar a los muchachos a la Madonna del Pozo, en San Salvatore.
El 14 de agosto de 1862, desde Vignale, donde se alojaban los jóvenes, Don Bosco condujo al feliz grupo en peregrinación al santuario de la Madonna delle Grazie a Casorzo. Pocos días después, el 18 de octubre, antes de abandonar Alejandría, fueron de nuevo a la catedral para rezar a Nuestra Señora de la Salve, venerada con tanta piedad por los alejandrinos, como feliz conclusión de su caminata.
También en la última caminata de 1864 en Génova, a la vuelta, entre Serravalle y Mornese, un grupo dirigido por el P. Cagliero peregrinó devotamente al santuario de Nostra Señora della Guardia, de Gavi.
Estas peregrinaciones eran vestigios de una religiosidad popular característica de nuestro pueblo; eran la expresión de una devoción mariana, que Juan Bosco había aprendido de su madre.
Y además…
En los años sesenta, la advocación de María Auxiliadora empezó a dominar la mente y el corazón de Don Bosco, con la erección de la iglesia con la que había soñado desde 1844 y que luego se convirtió en el centro espiritual de Valdocco, la iglesia-madre de la Familia Salesiana, el punto irradiador de la devoción a Nuestra Señora, invocada bajo esta advocación.
Pero las peregrinaciones marianas de Don Bosco no cesaron por ello. Basta seguirle en sus largos viajes por Italia y Francia y ver con qué frecuencia aprovechaba la ocasión para una visita fugaz al santuario de la Virgen local.
De la Madonna di Oropa en Piamonte a la del Miracolo a Roma, del Boschettoa Camogli a la Madonna di Gennazzano, della Madonna del Fuocoa Forlì a la del Olmo a Cúneo, de la Madonna della Buona Speranza a Bigione a aquella de la Vittorie a Parigi.
Nuestra Señora de las Victorias, colocada en un nicho dorado, es una Reina de pie, que sostiene a su Divino Hijo con ambas manos. Jesús tiene los pies apoyados en la bola estrellada que representa el mundo.
Ante esta Reina de las Victorias de París, Don Bosco pronunció en 1883 un “sermón de caridad”, es decir, una de esas conferencias para obtener ayuda para sus obras de caridad en favor de la juventud pobre y abandonada. Fue su primera conferencia en la capital francesa, en el santuario que es para los parisinos lo que el santuario de la Consolata es para los turineses.
Fue la culminación de las andanzas marianas de Don Bosco, que comenzaron al pie de la columna de la Consolata, bajo la “Scaiota» dei Becchi”.