4 Nov 2025, Mar

Entrevista con el Consejero de Comunicación, don Fidel ORENDAIN

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La comunicación, hoy más que nunca, es un terreno decisivo para la educación y la evangelización. Por ello, conocer a quien la dirige en la Congregación Salesiana significa también comprender el camino que los Salesianos pretenden recorrer junto a los jóvenes y a la Iglesia. Hemos entrevistado al nuevo Consejero para la Comunicación, don Fidel Orendain, salesiano filipino, para que nos cuente brevemente su historia, su vocación, los desafíos de la misión educativa y su visión del mundo digital.

¿Puedes presentarte?
Soy don Fidel Orendain, salesiano de Don Bosco. Nací en Filipinas el 24 de abril de 1965. Profesé como salesiano el 1 de abril de 1985 y fui ordenado el 8 de diciembre de 1993. Mi formación es en educación y comunicación, y he desempeñado varios roles, como maestro, consejero, predicador, comunicador, planificador estratégico y, más recientemente, roles de liderazgo. Pero más que los puestos, lo que me ha definido es un simple amor por el aprendizaje, la enseñanza y el estar con los jóvenes. Siempre he sido curioso, alguien a quien le gustaba organizar, trastear, construir y reparar cosas, y he descubierto que este mismo espíritu también ayuda a construir vidas y a guiar comunidades. Un lema personal que me guía es «la disposición a estar siempre maravillado», a no perder nunca la apertura infantil al aprendizaje, a maravillarse y a descubrir la presencia de Dios en la vida cotidiana.

¿Qué soñabas de niño?
En realidad, de niño quería hacer muchas cosas: ser científico, astronauta, constructor, incluso maestro. En el fondo, quería entender cómo funcionaban las cosas y ayudar a la gente. Me encantaba leer e imaginar mundos diferentes, pero también era el tipo de niño que decía lo que pensaba, le gustaba arreglar cosas y disfrutaba inventando o reparando lo que estaba roto. Pensándolo bien, esos rasgos simples se han mantenido conmigo y han moldeado mi camino.

¿Puedes contarnos cómo descubriste tu vocación salesiana?
Mis hermanos entraron al seminario en la escuela secundaria. Escuchaba sus historias cuando regresaban a casa de vacaciones. Sentí curiosidad, así que entré yo también. Los salesianos que conocí me inspiraron por su laboriosidad y cordialidad. Me encantaba escuchar las historias de los misioneros, especialmente de un sacerdote italiano, don Peter Garbero, que había sido misionero en China.

¿Cómo reaccionó tu familia?
Mi familia me apoyó, aunque tenían preocupaciones naturales. Creo que sabían que yo era un poco travieso e hiperactivo y que quizás no me adaptaría a la disciplina y la rigidez del seminario. Pero cuando vieron que mi elección de ser salesiano me daba alegría, me dieron su bendición.

¿Recuerdas a algún educador en particular?
Sí, a varios. Recuerdo a un salesiano que siempre sonreía, incluso cuando estaba cansado. Un sacerdote polaco, don Felix Glowicki, su amabilidad y constancia me dejaron una profunda huella. Me enseñó que la educación no se trata de grandes gestos, sino de fidelidad y presencia diaria. Los sacerdotes y hermanos salesianos durante mis años de escuela secundaria y universidad también fueron muy inspiradores.

¿Hubo algún momento de crisis o duda en el camino?
Claro. Toda vocación atraviesa momentos de oscuridad. Para mí, la lucha más grande fue equilibrar la libertad personal con la obediencia. En un momento dado, después de ser duramente reprendido por un formador, pensé en buscar otro lugar, en irme a otro sitio. Más tarde, en esos momentos de la mediana edad, me volví de alguna manera excesivamente sensible y egoísta. Me alegro de haber tenido personas que me dijeran que esa fase era una transición que me invitaba a «profundizar».

¿Cuál es tu experiencia más hermosa?
Mis mejores experiencias siempre han sido con los jóvenes. Al principio, descubrí la alegría de estar con ellos, ya sea en el deporte, el teatro o simplemente en conversaciones ordinarias. Esos momentos de risas, juegos y creatividad me mostraron lo que significa compartir la vida y la fe juntos. Más tarde, comencé a apreciar la riqueza más profunda de la vida comunitaria, incluso con personas muy diferentes a mí o a veces desafiantes. Fue allí donde aprendí la paciencia, la humildad y lo que ahora llamo optimismo radical: evitar quejarse, culpar o imputar malas intenciones, y en cambio elegir ver lo bueno y las posibilidades en los demás.

¿Cuáles crees que son los mayores desafíos al educar y acompañar a los jóvenes hoy?
Creo que el mayor desafío es un debilitamiento del sentido del bien y del mal, y de lo sagrado. Muchos jóvenes crecen sin referencias claras para la verdad, la bondad o la santidad. Cuando esta brújula interior está nublada, es fácil dejarse llevar por distracciones, tendencias y elecciones superficiales. Nuestra tarea es ayudarlos a recuperar esa brújula interior, a redescubrir su dignidad, sus valores y su vocación, para que puedan vivir libre y generosamente.

¿Hay experiencias particularmente significativas que hayas vivido y que te gustaría compartir?
Sí, muchas. Recuerdo haber interactuado con los jóvenes en el deporte y el teatro, ambos muy cercanos a mi corazón. El deporte nos enseñó el trabajo en equipo, la disciplina y la resiliencia; el teatro despertó la creatividad y nos ayudó a adentrarnos en las historias de los demás. Al mismo tiempo, traté de inculcarles el amor por los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la confesión, y un aprecio genuino por los sacrificios que sus padres hacían por ellos. Estas lecciones simples pero profundas a menudo se convirtieron en el fundamento de su crecimiento. Incluso en los momentos ordinarios —conversaciones, risas o silencio— sentí que la fraternidad crecía paso a paso. Años después, cuando me encuentro con algunos de ellos como adultos con sus propias familias, me dicen cómo esas experiencias, tanto lúdicas como espirituales, dejaron una huella duradera en sus vidas.

Redes sociales, juegos, inteligencia artificial: ¿cómo te relacionas con estos mundos para mantenerte cerca de los jóvenes?
Trato de abordarlos con curiosidad, no con miedo. Estas herramientas pueden distraer, sí, pero también pueden conectar. Mi papel es guiar a los jóvenes —y, en mi oficina actual, también guiar e informar a los salesianos— a usarlas con libertad y responsabilidad, y siempre en armonía con sus valores más profundos.

¿Cómo ves el diálogo entre fe y cultura digital, especialmente entre las nuevas generaciones?
La fe no debe temer al mundo digital. Si vemos la comunicación no solo como tecnología sino como comunión, entonces la cultura digital se convierte en otro espacio para testimoniar y compartir el Evangelio. Sin embargo, como salesianos, también debemos ser conscientes de que el mundo digital puede crear aislamiento, fragmentación o superficialidad. Nuestra tarea es humanizarlo, convertirlo en un lugar de encuentro, significado y fraternidad.

¿Cuáles son las prácticas de oración o devociones que encuentras más significativas para ti?
La Eucaristía es central para mí. La Misa diaria, la adoración y los momentos sencillos de silencio sostienen mi vocación. Naturalmente, el Rosario y la devoción a María siguen siendo compañeros constantes.

¿Hay alguna oración, una «buenas noches salesianas» o un hábito que nunca dejes de hacer? ¿Por qué?
Trato de no faltar a mi rosario diario y de decir las buenas noches a María al final del día. El examen de conciencia diario y frecuente enseñado por Francisco de Sales también me arraiga, ayudándome a vivir con sencillez y gratitud. Ahora que la tecnología está disponible, trato de escribir unas líneas a mis amigos antes de que termine el día para saludarlos y asegurarles mis oraciones, mi versión digital de unas «buenas noches».

¿Puedes contarnos una experiencia que te haya marcado particularmente en tu ministerio?
Una experiencia que me ha marcado profundamente es mi camino en la comunicación. Al principio, pensé que se trataba de gestionar herramientas, medios o relaciones públicas. Pero poco a poco descubrí que, en su esencia, la comunicación se trata de comunión: ayudar a las personas y a las comunidades a conectarse más profundamente, a crecer en honestidad y a vivir con transparencia. Comprendí que el verdadero desafío no es la tecnología, sino las relaciones: cómo escuchamos, cómo construimos la confianza, cómo creamos espacios donde la verdad y la fraternidad puedan florecer. Este descubrimiento ha cambiado la forma en que abordo el liderazgo y el ministerio.

¿Cuáles son los desafíos más relevantes para el futuro?
Permanecer fieles a nuestra identidad. La tecnología, las tendencias y los nuevos desafíos irán y vendrán. Pero si permanecemos arraigados en el carisma de Don Bosco —alegría, presencia, fraternidad y amor por los jóvenes— siempre seremos relevantes.

¿Tienes algún proyecto que te sea particularmente querido?
Sí: formar una cultura de la comunicación como comunión en nuestra Congregación. Antes de hablarle al mundo, nosotros, los salesianos, debemos aprender a hablar entre nosotros, a construir relaciones con honestidad, paciencia y fraternidad. Si logramos vivir esto, entonces cada proyecto que emprendamos dará fruto.

Editor BSOL

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