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Todo documento inédito suele contener algo nuevo. Pues bien, los documentos que presentamos aquí no sólo nos ofrecen una información desconocida, sino también una grata sorpresa; tanto más cuanto que atraviesan las fronteras de su siglo para llegar hasta nosotros.
Don Bosco en Francia
El nombre de Don Bosco como educador y fundador de obras para chicos pobres era conocido y apreciado en Francia desde muy pronto. Sólo los Alpes separaban Turín de Francia; desde la Riviera Liguria era fácil pasar a la Riviera francesa con los famosos balnearios de Mónaco, Saint-Tropez, Hyères, Tolón, Cannes y la capital de la región, la marítima Niza, que pasó a Francia en 1860. Los periódicos franceses, las peregrinaciones francesas a Roma con parada en Valdocco e incluso una biografía edificante (1881) desempeñaron su papel. Pero sobre todo el viaje de Don Bosco por Francia (del 14 de febrero al 19 de mayo en 1883), del sur al norte, con una larga parada también en París, hizo de él, tanto para el pueblo como para cierta aristocracia conservadora, un nuevo San Vicente de Paúl, un nuevo Cura de Ars, un nuevo San Francisco de Sales. En efecto, Don Bosco frecuentó sobre todo el sur de Francia, donde fundó varias obras: en Niza, en Saint-Cyr, en Navarra, en Marsella. En el sur entonces, y precisamente en Tolón, conoció y entró en estrecha amistad y armonía espiritual con la familia Colle: la más generosa de todas las familias nobles que le ayudaron económicamente, incluyendo a los conocidos Fassati, Callori, De Maistre, Uguccioni, etc.
La petición de la Sra. Chambon
En Tolón vivía la familia Chambon, que tras siete años de matrimonio aún no había tenido la alegría de tener un hijo. La señora Agostina, que había llegado a conocer a Don Bosco por su reputación de hombre de Dios, cuando no de taumaturgo, no dudó en escribirle pidiéndole que rezara para que ella pudiera tener el don de la maternidad deseada.
Don Bosco, a mediados de agosto de 1885, desde Mathi, donde se alojaba para escapar por un tiempo del calor de Turín, le respondió inmediatamente. En su tosco francés le escribió: “Usted pide, Señora, algo serio, extraordinario, pero no imposible. No dejaré de rezar y de hacer rezar a todos nuestros hijos según su intención. Pero usted por su parte hará dos cosas:
1. Pedirá la gracia sin cesar mientras no sea contraria a tu felicidad eterna.
2. Rezará tres Padrenuestros cada día al Santísimo Sacramento, durante un año, y durante ese año haréis todas las obras de caridad que podáis en favor de los huérfanos”.
En sí, Don Bosco no pedía nada nuevo: eran las recomendaciones habituales a quienes le pedían que rezara por su intención particular. Incluso la conclusión de la carta era la misma: “Que el Buen Dios te acompañe y que la Santísima Virgen te proteja siempre a ti, a tu familia, y por favor reza también por mí y por toda mi familia”. El compromiso era pues recíproco: cada uno debía hacer su parte tanto en el lado de la oración como en el de la caridad hacia los necesitados. Y Don Bosco señalaba el inmenso número de sus 160 mil “huérfanos”.
No se sabe si la señora aceptó las instrucciones de Don Bosco y cómo lo hizo, pero el hecho es que el 24 de marzo de 1887 dio felizmente a luz al pequeño José.
La historia no termina aquí
Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, José, nombrado capitán del ejército francés, fue enviado al frente y su madre, muy preocupada, el 18 de septiembre de 1915 prometió llevar -sin fijar la hora ni la fecha- un exvoto a la tumba de Don Bosco, a quien evidentemente ya estaba agradecida por el don de la maternidad.
Su hijo José regresó efectivamente ileso de la guerra, pero por razones que desconocemos, la señora no pudo cumplir su promesa. No obstante, tuvo que mencionárselo a su hijo, quien, ya casado y convertido en intendente general de los reservistas, pidió a su hija Jeanne, de paso por Turín, que cumpliera ella misma la promesa de su abuela y llevara así un exvoto a la tumba del santo. Pero no le fue posible, porque ya no aceptaban exvotos en Valdocco. Probablemente eran demasiado numerosos.
Enterado de esto, el padre no se dio por vencido y se puso en contacto por correo con el director de Valdocco. Le contó la pequeña historia que hemos reconstruido y como contraprueba adjuntó una fotocopia de la carta de Don Bosco y el manuscrito de su madre. En lugar del exvoto envió una hermosa ofrenda (400 francos) no sin añadir que no sólo su madre había sido una ferviente admiradora de Bosco y de las obras salesianas, sino que toda la familia guardaba de él un recuerdo vivo y agradecido. También agradeció a los Salesianos de Valdocco el regalo particularmente precioso que le habían hecho a su hija: una reliquia de Don Bosco acompañada del certificado de “Causae postulator”. En el veterano de guerra y en el hombre de carrera militar no se había perdido el recuerdo de ser un regalo de Dios gracias a la fe y a la caridad de su madre y de Don Bosco. La oración de Don Bosco (y la de tantas futuras madres, como la señora Agostina), fue atendida muchas veces por el Señor en su tiempo y también después de él por intercesión de uno de sus santos alumnos: el trajecito de Domingo Savio, llevado adecuadamente, unido necesariamente a la oración y a la vida cristiana, a menudo ha hecho sonreír a muchas familias, ha enjugado las lágrimas de tantas madres, ha inundado e inunda aún de alegría muchas cunas.

