26 Dic 2025, Vie

La Navidad con don Bosco y sus muchachos

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Al inicio de la novena de Navidad de diciembre de 1859, don Bosco dirigía a los jóvenes del Oratorio algunas breves instrucciones y confidencias para hacer una buena preparación para la fiesta. Eran palabras de un lenguaje sencillo, nutrido por la Eucaristía, capaz de tocar el corazón y de orientar la vida cotidiana. Entre estudio, honestidad, lenguaje, obediencia y sinceridad en la confesión, emerge un itinerario educativo unitario, en el que la piedad ilumina cada deber. Son consejos nacidos del amor, pensados para formar “buenos cristianos y honrados ciudadanos”, y que aún hoy son de sorprendente actualidad.

Estamos en diciembre de 1859. Estaba por comenzar la novena de la Santa Navidad y Don Bosco, como siempre, no dejaba pasar una ocasión tan valiosa para hacer que sus jóvenes amaran el inefable misterio de la Encarnación. En aquellos días habló varias veces: a veces, por la noche, tuvo que quedarse hasta tarde en el confesionario; sin embargo, no dejó de ofrecer palabras breves, sencillas e incisivas. Un clérigo anotó los puntos principales —incluidos los de fin de año— y nos los transmitió como un regalo.
En la parte superior de las hojas estaba escrito un versículo del Cantar de los Cantares: “Sicut vitta coccinea labia tua… et eloquium tuum dulce” — “Como una cinta de escarlata son tus labios, y dulce es tu hablar”. Era una forma de expresar el afecto que brotaba de los labios de Don Bosco, nutrido cada mañana por la Eucaristía: una afabilidad y una unción que no se explican si no es viendo su efecto en los corazones.

Anuncio de la novena y medios para santificarla
            Mañana comienza la novena de la santa Navidad. Se cuenta que un día un devoto del Niño Jesús, viajando por un bosque en tiempo de invierno, oyó como el gemido de un niño y, adentrándose en el bosque hacia el lugar de donde oía partir la voz, vio a un hermosísimo niño que lloraba. Movido a compasión, dijo: – Pobre niño, ¿cómo es que te encuentras aquí, tan abandonado en esta nieve? – Y el niño respondió: – ¡Ay de mí! ¿Cómo puedo no llorar, si me ves tan abandonado por todos? ¿Si nadie tiene compasión de mí? – Dicho esto, desapareció. Entonces aquel buen viajero comprendió que aquel niño era Jesús mismo, que se lamentaba de la ingratitud y la frialdad de los hombres. Os he narrado este hecho para que procuremos que Jesús no tenga que quejarse también de nosotros. Por eso, preparémonos para hacer bien esta novena. Por la mañana, a la hora de la Misa, habrá el canto de las Profecías, unas pocas palabras de prédica y luego la bendición. Dos cosas os aconsejo en estos días para pasar santamente la novena.
Primero: acordarse a menudo del Niño Jesús, de su amor y de las pruebas que nos ha dado, hasta morir por nosotros. Por la mañana, al levantarse en cuanto suene la campana, al sentir el frío, pensar en Jesús que temblaba sobre la paja. Durante el día, estudiar bien, trabajar bien, estar atentos en la escuela por amor a él, recordando que también Jesús «crecía en sabiduría, edad y gracia» ante Dios y los hombres. Y sobre todo, vigilar para que, por una ligereza o una falta, no se le dé un disgusto.
Segundo: ir a visitarlo a menudo. «Enviamos a los pastores de Belén», dijo: lo vieron recién nacido, le besaron la mano, le ofrecieron sus dones. «Y sin embargo, no tenemos nada que envidiar: el mismo Jesús que fue visitado en la cabaña está aquí, en el sagrario». Solo cambia una cosa: ellos lo vieron con los ojos del cuerpo, nosotros lo vemos con la fe. Y nada le agrada más que ser visitado.
¿Cómo visitarlo? Primero que nada, con la Comunión frecuente: en la novena, en el Oratorio, siempre había un gran fervor, y Don Bosco esperaba lo mismo también aquel año. Luego, con breves visitas a la iglesia durante el día, aunque fuera por un minuto, rezando un simple Gloria Patri. «¿Habéis entendido? Dos cosas: recordarlo a menudo y acercarse a él con la Comunión y con la visita».

Estudiar significa ser bueno
            Don Bosco notó con alegría que las notas de estudio eran buenas. «Si las notas son buenas, significa que se estudia; y si se estudia, significa dos cosas: os haréis un honor y sois buenos muchachos». Habló también de los premios, con una sonrisa: no solo para algunos, sino para todos los que se los merecieran. E imaginaba el día de fin de año, con parientes, párrocos, alcaldes y amigos invitados: qué satisfacción para quien hubiera estudiado de verdad.
Pero incluso quien solo hubiera aprobado tendría un gran premio: poder decir con sinceridad «he hecho lo que he podido», tener la conciencia tranquila, hacer felices a los padres, enriquecer la mente con conocimientos útiles. Luego añadió un pensamiento más profundo: «El principal medio que estimula al estudio es la piedad». Las buenas notas indicaban, por tanto, que la novena estaba dando fruto y que el Niño Jesús ya había encendido en los corazones un “fuego” de bien. «Ánimo: que no sea el fuego de una sola semana, sino de todas las semanas».
Exhortó a quienes ya estaban en el nivel de sobresaliente a perseverar; y a quienes estaban en el nivel de suficiente a animarse: «Si fulano y mengano han sacado sobresaliente, ¿por qué no puedo sacarlo yo también?». Recordó la suerte de tener medios para estudiar: muchos, a su edad, suspiraban por no haberlos tenido; muchos otros habrían deseado entrar en la casa, pero no había sitio. «Vosotros habéis sido preferidos por la Providencia. Si alguien, pudiendo, eligiera la pereza, ¡qué cuenta deberá rendir a Dios por el tiempo perdido!». Ni siquiera un minuto carece de valor ante el Señor.
Finalmente, dio un consejo práctico: para estudiar bien «hay que empezar por lo alto». Antes del estudio, rezar con devoción las Actiones, como lo rezaban San Luis, Comollo y Savio Domingo.

No robar
            La costumbre de entregar cada tarde los objetos encontrados —incluso los más pequeños— no hacía pensar en deshonestidad; y sin embargo, Don Bosco quiso advertir, porque «el demonio es astuto». El vicio de tomar lo que no es propio es «el más deshonroso»: cuando a uno se le reconoce como ladrón, ese nombre se le queda pegado y lo sigue a todas partes. Pero sobre todo asustaba una palabra de la Escritura: «Fures regnum Dei non possidebunt» — los ladrones no poseerán el reino de Dios.
Puso una imagen concreta: «¿Sabéis cuántas cosas caben en un ojo? Ni siquiera una paja. Pues bien: en el paraíso no entra ni una paja de cosas ajenas». Incluso una cosa pequeña, si se retiene injustamente, pesa ante Dios. Y recordó el principio: el pecado no se perdona si no se restituye lo que se ha quitado, cuando es posible; y si no es posible, se necesita al menos la verdadera voluntad de reparar. Además, advirtió: muchas “pequeñeces” sumadas se convierten en materia grave. Hoy dos céntimos, mañana un objeto, luego un cuaderno… y en poco tiempo se prepara una cuenta seria ante el tribunal de Dios.
La conclusión era clara: no tocar nada que no sea propio; las cosas de los demás deben considerarse como fuego. Si uno se da cuenta de que tiene cerca algo que no es suyo, por mínimo que sea, que lo deje donde está. Si se necesita algo, que se pida con sencillez: los compañeros saben ser generosos; y además están los superiores, que proveerán.

No decir palabras groseras
            Don Bosco pasó luego al lenguaje. Algunos se ofenden si se les llama con títulos humillantes; y sin embargo, no se sonrojan de asemejarse a ellos con palabras groseras, palabrotas y modales de plaza, que causan mala impresión en quien escucha. Aclaró: no era desprecio por los obreros, que son hombres como todos y a menudo carecen de instrucción; era, en cambio, un llamado a los jóvenes del Oratorio: «Vosotros tenéis más educación y estáis ocupados en cosas más elevadas: demostradlo con los hechos y con las palabras».
Alguien podría objetar: «No es pecado decir ciertas palabras». Don Bosco respondió con una pregunta: si no es pecado hacer un oficio humilde, ¿por qué entonces se evitaría ese oficio? No todo lo que no es pecado es conveniente: cuenta la educación, cuenta el escándalo, cuenta la alegría de los padres. Contó que había oído ciertas palabras mientras pasaba un forastero: y si hubiera sido una persona importante, ¿qué idea se habría hecho de los jóvenes?
Para corregirse, sugirió un método: hacer el propósito de no decirlas “a propósito”; vigilar en los momentos en que se escapan más fácilmente; aceptar con serenidad los avisos de los asistentes; pedir a los compañeros que, por caridad, le llamen la atención cuando se le escape alguna expresión grosera. «Hacedlo en honor del Niño Jesús».

Obedecer al confesor
            Habló luego de la obediencia, limitándose esa tarde a un punto: la obediencia al confesor. Si un superior habla en nombre del Señor, con mayor razón el confesor hace las veces de Dios. Por eso sus palabras deben ser acogidas con gran respeto.
Puso un ejemplo famoso: Santa Teresa, favorecida por gracias extraordinarias, recibió del confesor —que temía engaños— la orden de escupir a las apariciones. Cuando se le apareció Jesús, ella obedeció; y el Señor alabó aquel acto que parecía una ofensa y era, en cambio, virtud. «Si os confesáis bien —concluyó— no será fácil que el confesor se equivoque; y aunque se equivocara al mandar algo, vosotros nunca os equivocaréis obedeciendo».

Aconsejó no dejar los consejos en el confesionario: pensar en ellos enseguida, decidirse a ponerlos en práctica, retomarlos en el examen de conciencia de la noche y renovar el propósito. También al ir a la iglesia, decir a Jesús: «Por vuestro amor haré lo que el confesor me ha dicho». «Si hacéis así —aseguró— haréis gran provecho en la virtud».

Sinceridad en la confesión
            Finalmente, abordó el “lazo” más común del demonio con los jóvenes: la vergüenza al confesar. Cuando los empuja a pecar, les quita la vergüenza y hace que todo parezca nada; luego, en el momento de la confesión, se la devuelve aumentada, sugiriendo que el confesor se asombrará y perderá la estima. Así el demonio arrastra a las almas cada vez más al mal.
Don Bosco rebatió esta mentira: el confesor no se asombra del pecado, ni siquiera en quien parecía bueno; conoce la debilidad humana y se compadece. Como una madre ama más al hijo enfermo, así el confesor siente alegría al “resucitar” el alma. Es más —dijo— después de la confesión a menudo ya no piensa en ello; y si lo recordara, tendría motivo para amar y alegrarse más, pensando: «Este hijo ha vuelto a Dios». Contó dos episodios de san Francisco de Sales: a un penitente que temía el desprecio, el santo respondió que después de una buena confesión lo veía “más blanco que la nieve”; a una penitente que temía el juicio sobre su pasado, le explicó que ante Dios ese pasado, perdonado, «ya no es nada»: lo que queda es la fiesta de la conversión, que los ángeles celebran.
Y concluyó con una palabra clara y paterna: si alguien, a pesar de todo, no lograra abrirse plenamente, antes que cometer un sacrilegio, que cambie de confesor y vaya con otro.

Sugerencias para la solemnidad de la Navidad
            Para las fiestas navideñas, Don Bosco quería una alegría plena: «Yo pensaré en la alegría del cuerpo y vosotros, conmigo, en la alegría del alma». El Niño que nace y que cada año quiere renacer en los corazones espera un don particular. Y recordó una verdad que hace personal la Navidad: lo que Jesús hizo, lo hizo por todos, pero también por cada uno; muchos Padres decían que habría nacido y muerto incluso para salvar a un solo hombre. Cada uno puede, pues, decirse: «Ha nacido por mí; ha sufrido por mí: ¿qué señal de gratitud le daré?».
Propuso dos dones concretos. Primero: una buena Confesión y una buena Comunión, con la promesa de serle fieles. Segundo: escribir una bonita carta a los parientes, no para pedir comidas y regalos, sino como hijos cristianos: felicitar las fiestas, asegurar la oración, agradecer los sacrificios, pedir perdón si se ha faltado al respeto, prometer obediencia, saludar de su parte y desear feliz Navidad y feliz año nuevo. Y no olvidar a los bienhechores y al párroco, para que reconozcan a jóvenes de corazón, agradecidos y bien educados.
Con esto Don Bosco concluyó, deseando a todos felices fiestas.

Editor BSOL

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