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En 1849, el tipógrafo G. B. Paravia publicó Il sistema metrico decimale ridotto a semplicità preceduto dalle quattro operazioni dell’aritmetica ad uso degli artigiani e della gente di campagna editado por el sacerdote Bosco Juan. El manual incluía un apéndice sobre las monedas más utilizadas en Piamonte y las principales divisas extranjeras.
Sin embargo, pocos años antes, Don Bosco sabía tan poco sobre las monedas nobiliarias en uso en el Reino de Cerdeña que confundió un doppia di Savoia con un marengo. Estaba en los comienzos de su actividad oratoria y hasta ese momento debió haber visto muy pocas monedas de oro. Al recibir un día una, corrió a gastarla en sus travesuras, encargando diversas mercancías por valor de un marengo. El tendero, práctico y honrado, le entregó las mercancías que había pedido y le dio el cambio de unas nueve liras.
– Pero ¿cómo -preguntó Don Bosco- no te he dado un marengo?
– No -respondió el tendero-, ¡tú moneda es una pieza de 28 y medio! (MB II, 93)
Desde el principio en Don Bosco no hubo avidez de dinero, ¡sino sólo afán de bien!
Dobles de Saboya y marenghi
Cuando en mayo de 1814 el rey Víctor Manuel I volvió a tomar posesión de sus Estados, quiso restablecer el antiguo sistema monetario basado en la Lira di Piemonte de veinte soldi de doce denari cada uno, sistema que había sido sustituido por el decimal durante la ocupación francesa. Hasta entonces, seis liras equivalían a un escudo de plata y veinticuatro a un doble de Saboya de oro. Por supuesto, no faltaban los submúltiplos, incluida la monedita de cobre conocida como Mauriziotto del valor de 5 soldi, llamada así porque llevaba la imagen de San Mauricio en el reverso.
Pero la costumbre de contar en francos se había extendido tanto que en 1816 el Rey decidió adoptar también el sistema monetario decimal, creando la Lira nuova di Piemonte de un valor igual al franco, con relativos múltiplos y submúltiplos, desde la pieza de oro de 100 liras hasta la moneda de cobre de 1 céntimo.
El doble de Saboya, sin embargo, siguió su curso durante muchos años más. Creado en 1755 por un edicto de Carlos Manuel III, se denominó, tras la creación de la nueva lira, pieza de veintinueve o veintiocho liras y media, precisamente porque correspondía a 28,45 nuevas liras. Se llamaba más comúnmente Galin-a (gallina) porque, mientras que en el anverso figuraba la imagen del Soberano con coleta, en el reverso aparecía un pájaro con las alas desplegadas, que el artista había querido que representara un águila, pero, panzudo como era, se parecía más a una gallina.
Incluso la pieza de veinte francos, llamada marengo porque fue acuñada por Napoleón en Turín en 1800 tras la victoria de Marengo, también permaneció en circulación durante bastante tiempo junto con las monedas de oro de Saboya. Llevaba en el anverso el busto de Minerva y en el reverso el lema: Libertà – Egalité – Eridania. Correspondía a la moneda francesa llamada Napoleón de oro. El término “Eridania” designaba la tierra donde fluye el Po, el legendario Eridano.
El nombre “marengo” también se utilizó indistintamente para la moneda de oro nuevo de 20 liras de Víctor Manuel I, mientras que “marenghino” era la moneda de oro de 10 liras, por tanto con la mitad del valor del marengo, acuñada posteriormente por Carlos Alberto. Marengo y marenghino eran términos que se utilizaban a menudo el uno para el otro, como franco y lira. Don Bosco también los utilizó así. En el prefacio del “Galantuomo” de 1860 (el almanaque-aguinaldo a los suscriptores de las “Letture Cattoliche”) hay un ejemplo. Don Bosco interpreta el papel de un vendedor de refrescos que sigue al ejército sardo en la guerra del 59. En la batalla de Magenta, él narra, pierde la bolsa de los soldi y el capitán de la compañía lo recompensa con una fortuna de “quince relucientes marenghini”.
Escribiendo el 22 de mayo de 1866 escribe al Cav. Federico Oreglia, por el enviado a Roma para recoger ofrendas para la nueva iglesia de María Auxiliadora, le dice
“En cuanto a tu estancia en Roma, quédese un tiempo ilimitado, es decir, hasta que tengas diez mil franchi para traer a casa para la iglesia y para pagar al panadero […].
Dios le bendiga, Sig. Cavaliere, y bendiga sus fatigas y que cada una de sus palabras salve un alma y gane un marengo. Amén” (E 459).
¡Significativo augurio de Don Bosco a un generoso colaborador!
Napoleones con y sin sombrero
A partir del 1 de mayo de 1866, además de la moneda de oro, correspondiente al napoleón de oro con la imagen de Napoleón con sombrero en el anverso, se emitió forzosamente en el ya constituido Reino de Italia un papel moneda del mismo valor nominal, pero con un valor real muy inferior. El pueblo lo llamó inmediatamente Napoleón con cabeza descubierta porque llevaba la efigie de Víctor Manuel II sin sombrero.
Lo sabía bien Don Bosco cuando tuvo que devolver al conde Federico Calieri un préstamo de 1.000 franchi por el dado en 50 napoleones de oro. No dejo escapar la oportunidad de matar dos pájaros de un tiro, aprovechando la confianza que le habían concedido. En efecto, la condesa Carlota ya le había prometido una ofrenda para la nueva iglesia. Por ello escribió a la Condesa el 29 de junio de 1866: “Le diré que a partir de mañana vence mi deuda con el Conde y que debo ocuparme de pagar la deuda para adquirir el crédito. Cuando Ella estaba en la Casa Collegno, me decía que en esta fecha habría hecho una oblación para la iglesia y para el altar de S. Giuseppe, pero no fijó con precisión la suma. Por lo tanto, tenga la bondad de decirme
1) si su caridad implica que haga oblaciones en este momento para nosotros y cuáles;
2) adónde debería dirigir el dinero para el sig. Conde;
3) si el sig. Conde por casualidad ha pagado que se puede hacer con billetes, o, ya que es cosa razonable, que cambie los billetes en napoleones según lo que ha recibido” (E 477).
Como se puede comprender fácilmente, Don Bosco confía en la oferta de la Condesa y le propone saldar su deuda con el Conde, si no perjudica a nadie, en napoleones de papel. La respuesta llegó y fue consoladora. El dinero debía enviarse a Cesare, el hijo del conde Callori, y podía ser en papel moneda. De hecho, Don Bosco escribió a Cesare el 23 de julio:
“Antes de fin de mes llevaré a tu casa los mil franchi como me escribes y procuraré traer otros tantos napoleones pero todos con la cabeza descubierta. Porque si trajera cincuenta napoleones con el sombrero puesto, tal vez quemarían ya a Júpiter, Saturno y Marte» (E 489).
Y poco después hará el muy conveniente arreglo, mientras la Condesa al mismo tiempo le da 1.000 franchi para el púlpito de la nueva iglesia (E 495). Si hay una deuda que pagar, ¡hay una Providencia que no faltará!
Dinero e hipotecas
Pero Don Bosco no sólo manejaba marenghi y napoleones. En sus bolsillos se encontraba más frecuentemente las varias calderillas, monedas de cobre, que utilizaba para los gastos ordinarios, como tomar el coche cuando salía de Turín, hacer pequeñas compras y limosnas y quizás hacer algún gesto que hoy llamaríamos carismático, como cuando vertió en manos del maestro de obras Bozzetti los primeros ocho soldi para la construcción de la nueva iglesia de María Auxiliadora.
Ocho soldi, equivalentes a 4 monedas de 10 céntimos u 8 monedas de 5, correspondían a una “mutta” del antiguo sistema, una moneda acuñada en cobre con algo de plata, con un valor inicial de 20 soldi piemontesi, pronto reducido a ocho soldi. Era la antigua lira piamontesa que vino al mundo de la mano de Victor Amadeus III en 1794 y no fue abolida hasta 1865. La palabra “mutta” -en piamontés mota (léase: muta)-, en sí misma, significa “terrón” o “bloque”. Llamaban “mote” al bloque hecho con corteza de roble, usados para el curtido del cuero y que, tras su uso, seguían utilizándose para quemar o mantener encendido un fuego. Estos bloques, que solían ser tan grandes como un gran pan, habían sido reducidas por la avaricia de los fabricantes a proporciones tan ínfimas que el populacho acabó llamando “mote” al lirette de Vittorio Amedeo.
Según las “Memorias Biográficas”, ciertos fanáticos protestantes, para alejar a los muchachos del Oratorio de Don Bosco, los atraían diciéndoles: “¿Qué vais a hacer en el Oratorio? Venid con nosotros, os divertiréis cuanto queráis y os regalarán dos motess y un buen libro» (MB III, 402) Dos motess eran suficientes para merendar bien.
Pero Don Bosco también conquistaba a la gente con sus motes. Un día se encontró sentado en el palco junto al cochero que juraba en voz alta para hacer correr a los caballos, y le prometió un mutta si se abstenía de maldecir durante todo el camino hasta Turín, y consiguió su propósito (MB VII, 189). Al fin y al cabo, con un mutta el pobre cochero podía comprarse al menos un litro de vino para beber con sus colegas, y al mismo tiempo atesorar las palabras que había oído contra el vicio de la blasfemia.
El santo de los millones
Don Bosco manejó en su vida grandes sumas de dinero, reunidas al precio de enormes sacrificios, humillantes búsquedas, laboriosas loterías, incesantes peregrinaciones. Con ese dinero dio pan, vestido, alojamiento y trabajo a muchos chicos pobres, compró casas, abrió hospicios y colegios, construyó iglesias, puso en marcha no indiferentes iniciativas de imprenta y edición, lanzó las misiones salesianas en América y, finalmente, ya debilitado por los achaques de la vejez, erigió en Roma, en obediencia al Papa, la Basílica del Sagrado Corazón, obra que fue la causa no menos importante de su prematura muerte.
No todos comprendieron el espíritu que le animaba, no todos apreciaron sus múltiples actividades y la prensa anticlerical se permitió insinuaciones ridículas.
El 4 de abril de 1872 el periódico satírico turinés “Il Fischietto”, que apodaba a Don Bosco “Dominus Lignus”, decía que estaba dotado de “fondos fabulosos”. El 31 de octubre de 1886 el periódico romano “La Riforma”, órgano político de crispino, publicó un artículo sobre sus expediciones misioneras, en el que presentaba irónicamente al cura de Valdocco como “un verdadero industrial”, como el hombre que había comprendido “que el buen mercado es la clave del éxito de todas las más grandes empresas modernas”, y seguía diciendo: “Don Bosco tiene en él algo de esa industria que ahora quiere llamarse, por antonomasia, de los hermanos Bocconi”. Se trataba de los hermanos Ferdinando y Luigi Bocconi, creadores de los grandes almacenes abiertos en Milán en aquellos años y llamados más tarde “La Rinascente”. Luigi Pietracqua, novelista y dramaturgo dialectal, pocos días después de la muerte de Don Bosco firmó un soneto satírico en el periódico turinés “L Birichin”, que comenzaba de la siguiente manera:
“Don Bòsch l’é mòrt — L’era na testa fin-a, Capace ‘d gavé ’d sangh d’ant un-a rava, Perchè a palà ij milion chiel a contava, E… sensa guadagneje con la schin-a!”.
(Don Bosco ha muerto – Era un hombre astuto, Capaz de sacar sangre de un nabo, Porque contaba los millones a puñados, Y… sin ganárselos con su propio sudor).
Y seguía ensalzando a su manera el milagro de Don Bosco que sacaba dinero a todo el mundo llenando su bolsa que había llegado a ser tan grande como una cuba (E as fasìa 7 borsòt gròss com na tina). Enriquecido de este modo, ya no necesitaba trabajar, se limitaba a engatusar a las gaviotas con oraciones, cruces y santas misas. El blasfemo sonsonete concluyó llamando a Don Bosco: “San Milion”.
Los que conocen el estilo de pobreza en el que vivió y murió el Santo pueden comprender fácilmente que baja calidad era el humor de Pietracqua. Don Bosco fue, en efecto, un administrador muy hábil del dinero que le proporcionaba la caridad de los buenos, pero nunca guardó nada para sí. Los muebles de su pequeña habitación de Valdocco consistían en una cama de hierro, una mesita, una silla y, más tarde, un sofá, sin cortinas en la ventana, ni alfombras, ni siquiera una mesita de noche. En su última enfermedad, atormentado por la sed, cuando le proporcionaron agua de Seltz para aliviarle, no quiso beberla, creyendo que era una bebida cara. Fue necesario asegurarle que sólo costaba siete céntimos la botella. “Volvió a decir a don Viglietti: -Déjeme también a mí el placer de mirar en los bolsillos de mi ropa; ahí están mi cartera y mi monedero. Creo que no queda nada; pero si hay dinero, dáselo a Don Rua. Quiero morir para que se diga: Don Bosco murió sin un céntimo en el bolsillo” (MB XVIII, 493).
¡Así murió el Santo de los Millones!