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El hallazgo de una carta inédita de Don Bosco siempre ofrece la oportunidad de iluminar aspectos menos conocidos de su actividad pastoral, educativa y editorial. El documento que aquí se presenta, encontrado recientemente y conservado hoy en el Archivo Salesiano Central de Roma, se suma al vasto epistolario del santo turinés y confirma su visión pedagógica: privilegiar un lenguaje sencillo y accesible, capaz de llegar a campesinos, obreros y personas con poca formación antes que a los intelectuales. A través de esta carta, redactada en el contexto de las Lecturas Católicas, emerge no solo el respeto por las normas diocesanas de la época, sino también su lúcida conciencia del papel de la «buena prensa» en una era de grandes transformaciones políticas, culturales y religiosas.
El contexto del documento
Es el que precede al nacimiento del Reino de Italia (1861), diez años después de la concesión en el reino de Saboya de la libertad de prensa (1848), libertad que había sido acogida con satisfacción incluso por quienes antes no tenían libertad para propagar sus ideas religiosas (diversas confesiones protestantes, judíos…). Don Bosco, que ya se había dedicado durante algún tiempo a la publicación de libros y folletos para la juventud y el pueblo, especialmente textos devocionales y formativos, se lanzó entonces directamente a la defensa de la fe católica que veía en peligro.
En 1853, a instancias de los obispos del Piamonte y en colaboración con el obispo de Ivrea, monseñor Luigi Moreno, Don Bosco había iniciado la serie “Letture cattoliche” (Lecturas católicas), una publicación mensual de unas decenas de páginas, de formato reducido, con un sesgo didáctico, a veces de tono polémico. En ella aparecían sus propios escritos y los de otros autores. A partir de 1862 se imprimió internamente en Valdocco y se distribuyó por toda Italia a través de una envidiable red de sacerdotes y laicos dispuestos a convertirse en promotores de lo que más tarde se llamaría “la buena prensa”. Entre los muchos sacerdotes que por diversos motivos pisarían Valdocco, quizá para recomendar a Don Bosco a algunos de los niños del pueblo, un día debió de llegar el “fabbriciere” de la parroquia de Grignasco (Novara), el padre Bernardino Francione, un sacerdote bastante culto. Dada la imprenta salesiana y la serie de “Lecturas católicas”, debió de tener la idea de publicar él mismo un folleto sobre el sacramento de la Confirmación en la misma serie.
Dicho esto, algún tiempo después envió el manuscrito a Don Bosco, quien, en deferencia a la reglamentación diocesana en vigor, lo sometió al revisor eclesiástico establecido por el arzobispo monseñor Luigi Fransoni (exiliado desde 1850 en Lyon). El juicio del desconocido censor -que al parecer conocía bien el carácter popular de las “Letture Cattoliche” de Don Bosco- fue el siguiente: “La obra es buena y podría imprimirse sin dificultad, si está destinada al pueblo culto; pero para estas lecturas sería necesario suprimir todo lo que parezca una objeción: hacer las palabras y las frases lo más populares posible, añadir algunos símiles o ejemplos que puedan dejar sentimientos morales en las clases bajas y en los cristianos poco instruidos”.
Una anotación significativa
Don Bosco tenía que compartir plenamente este juicio: le interesaban los niños, los jóvenes, la población italiana semianalfabeta, no los intelectuales ni la “gente culta”. Las series que dirigía tenían un destinatario muy simple, la clase popular formada por campesinos, obreros, artesanos, madres de familia. Y en esta perspectiva, al juicio moderadamente positivo del crítico, añadió su propia anotación significativa: “Mi sensación, sin embargo, sería que usted supone hablar a sus feligreses e instruirles sobre el sacramento del que estamos hablando aquí y sobre la manera de hacer bien la Primera Comunión”. Así que pidió a su interlocutor Don Francione -a quien erróneamente atribuyó el título de párroco (que era en cambio Don Giuseppe Boroli)- un texto escrito que tuviera el sabor de la palabra hablada, de lo coloquial, de la predicación popular, con diversas sugerencias para la vida moral, según los criterios más comunes de la mentalidad popular de la época.
La suerte de las lecturas católicas
No parece que el folleto del sacerdote antes mencionado se imprimiera en las “Lecturas Católicas”, ni en ningún otro lugar: el nombre del autor y el título del libro no aparecen en la enciclopedia de escritos impresos del siglo XIX. Pero lo cierto es que las “Lecturas católicas” tuvieron un éxito inmenso. Comenzando con una tirada de unos 3.000 ejemplares, llegaron a unos 12.000 en la década de 1870: una enormidad para la época. Mantenidas a precios muy bajos, constituyeron el “buque insignia” de la imprenta Valdocco, que obviamente puso en el mercado cientos de otros volúmenes, desde grandes diccionarios y textos para las escuelas hasta operetas hagiográficas y apologéticas, libros y folletos sobre historia, instrucción religiosa, carácter devocional y de ocasión.
He aquí también la carta.
Turín, 10 jul 58
Ill.mo Sig. Provosto,
Le envío el original de su obra sobre el Sacramento de la Confirmación. El juicio de la Revista Eclesiástica para lecturas católicas es el siguiente:
“La obra es buena y podría imprimirse sin dificultad, si está destinada a los devotos; pero para estas lecturas sería necesario suprimir todo lo que tenga apariencia de objeción; popularizar las palabras y frases tanto como sea posible; añadir algunos símiles o ejemplos que puedan dejar sentimientos morales en las clases bajas y en los cristianos poco instruidos”.
Mi impresión, sin embargo, sería que hablara usted a sus feligreses y les instruyera sobre el sacramento del que estamos hablando aquí y sobre la manera de hacer bien la Primera Comunión, como dijimos cuando tuve el placer de verle aquí en el Oratorio.
En cualquier caso, cuente siempre conmigo entre los que se ofrecen de todo corazón. De Vuestra Excelencia Obligadísimo servidor Sacerdote Bosco G.

