Tiempo de lectura: 8 min.
En 1886, en vísperas de la consagración de la nueva Basílica del Sagrado Corazón en el centro de Roma, el «Boletín Salesiano» quiso preparar a sus lectores —colaboradores, benefactores, jóvenes, familias— para un encuentro vital con «el Corazón traspasado que sigue amando». Durante todo un año, la revista presentó ante los ojos del mundo salesiano un auténtico «rosario» de meditaciones: cada número vinculaba un aspecto de la devoción a una urgencia pastoral, educativa o social que Don Bosco —ya agotado, pero muy lúcido— consideraba estratégica para el futuro de la Iglesia y de la sociedad italiana. Casi ciento cuarenta años después, esa serie sigue siendo un pequeño tratado de espiritualidad del corazón, escrito en un tono sencillo pero lleno de ardor, capaz de conjugar contemplación y práctica. Presentamos aquí una lectura unitaria de ese recorrido mensual, mostrando cómo la intuición salesiana sigue hablando hoy.
Febrero – La guardia de honor: velar por el Amor herido
El nuevo año litúrgico se abre, en el Boletín, con una invitación sorprendente: no solo adorar a Jesús presente en el sagrario, sino «hacerle guardia», un turno de una hora elegido libremente en el que cada cristiano, sin interrumpir sus actividades cotidianas, se convierte en centinela amoroso que consuela al Corazón traspasado por la indiferencia del carnaval. La idea, nacida en Paray-le-Monial y florecida en muchas diócesis, se convierte en un programa educativo: transformar el tiempo en espacio de reparación, enseñar a los jóvenes que la fidelidad nace de pequeños actos constantes, hacer de la jornada una liturgia difundida. El voto asociado —destinar los ingresos del Manual de la Guardia de Honor a la construcción de la basílica romana— revela la lógica salesiana: la contemplación que se traduce inmediatamente en ladrillos, porque la verdadera oración edifica (literalmente) la casa de Dios.
Marzo – Caridad creativa: el sello salesiano
En la gran conferencia del 8 de mayo de 1884, el cardenal Parocchi resumió la misión salesiana en una palabra: «caridad». El Boletín retoma ese discurso para recordar que la Iglesia conquista el mundo más con gestos de amor que con disputas teóricas. Don Bosco no funda escuelas de élite, sino hospicios populares; no saca a los chicos del entorno solo para protegerlos, sino para devolverlos a la sociedad como ciudadanos sólidos. Es la caridad «según las necesidades del siglo»: respuesta al materialismo no con polémicas, sino con obras que muestran la fuerza del Evangelio. De ahí la urgencia de un gran santuario dedicado al Corazón de Jesús: hacer que en el corazón de Roma se eleve un signo visible de ese amor que educa y transforma.
Abril – Eucaristía: «obra maestra del Corazón de Jesús»
Para Don Bosco, nada es más urgente que devolver a los cristianos a la Comunión frecuente. El Boletín recuerda que «no hay catolicismo sin la Virgen y sin la Eucaristía». La mesa eucarística es «el origen de la sociedad cristiana»: de ella nacen la fraternidad, la justicia y la pureza. Si la fe languidece, hay que reavivar el deseo del Pan vivo. No es casualidad que san Francisco de Sales confiara a las Visitandinas la misión de custodiar el Corazón eucarístico: la devoción al Sagrado Corazón no es un sentimiento abstracto, sino un camino concreto que conduce al sagrario y desde allí se derrama por las calles. Y es de nuevo la obra romana la que sirve de verificación: cada lira ofrecida para la basílica se convierte en un «ladrillo espiritual» que consagra a Italia al Corazón que se entrega.
Mayo – El Corazón de Jesús resplandece en el Corazón de María
El mes mariano lleva al Boletín a entrelazar las dos grandes devociones: entre los dos Corazones existe una profunda comunión, simbolizada por la imagen bíblica del «espejo». El Corazón inmaculado de María refleja la luz del Corazón divino, haciéndola soportable a los ojos humanos: quien no se atreve a mirar fijamente al Sol, mira su resplandor reflejado en la Madre. Culto de latría para el Corazón de Jesús, de «hiperdulia» para el de María: distinción que evita los equívocos de los polemistas jansenistas de ayer y de hoy. El Boletín desmonta las acusaciones de idolatría e invita a los fieles a un amor equilibrado, donde la contemplación y la misión se alimentan mutuamente: María introduce al Hijo y el Hijo conduce a la Madre. Con vistas a la consagración del nuevo templo, se pide unir las dos invocaciones que se alzan sobre las colinas de Roma y Turín: Sagrado Corazón de Jesús y María Auxiliadora.
Junio – Consolaciones sobrenaturales: el amor que obra en la historia
Doscientos años después de la primera consagración pública al Sagrado Corazón (Paray-le-Monial, 1686), el Boletín afirma que la devoción responde a la enfermedad de la época: «enfriamiento de la caridad por exceso de iniquidad». El Corazón de Jesús —Creador, Redentor, Glorificador— se presenta como el centro de toda la historia: desde la creación hasta la Iglesia, desde la Eucaristía hasta la escatología. Quien adora ese Corazón entra en un dinamismo que transforma la cultura y la política. Por eso, el papa León XIII pidió a todos que acudieran al santuario romano: monumento de reparación, pero también «dique» contra el «río inmundo» del error moderno. Es un llamamiento que suena actual: sin caridad ardiente, la sociedad se deshilacha.
Julio – Humildad: el rostro de Cristo y del cristiano
La meditación estival elige la virtud más descuidada: la humildad, «gema trasplantada por la mano de Dios en el jardín de la Iglesia». Don Bosco, hijo espiritual de san Francisco de Sales, sabe que la humildad es la puerta de las demás virtudes y el sello de todo verdadero apostolado: quien sirve a los jóvenes sin buscar visibilidad hace presente «el ocultamiento de Jesús durante treinta años». El Boletín desenmascara la soberbia disfrazada de falsa modestia e invita a cultivar una doble humildad: la del intelecto, que se abre al misterio, y la de la voluntad, que obedece a la verdad reconocida. La devoción al Sagrado Corazón no es sentimentalismo: es escuela de pensamiento humilde y de acción concreta, capaz de construir la paz social porque elimina del corazón el veneno del orgullo.
Agosto – Mansedumbre: la fuerza que desarma
Después de la humildad, la mansedumbre: virtud que no es debilidad, sino dominio de sí mismo, «el león que engendra miel», dice el texto refiriéndose al enigma de Sansón. El Corazón de Jesús se muestra manso al acoger a los pecadores, firme en la defensa del templo. Se invita a los lectores a imitar ese doble movimiento: dulzura hacia las personas, firmeza contra el error. San Francisco de Sales vuelve a ser modelo: con tono apacible derramó ríos de caridad en la turbulenta Ginebra, convirtiendo más corazones de los que habrían conquistado las duras polémicas. En un siglo que «pecaba de no tener corazón», construir el santuario del Sagrado Corazón significaba erigir un gimnasio de mansedumbre social, una respuesta evangélica al desprecio y a la violencia verbal que ya entonces envenenaban el debate público.
Septiembre – Pobreza y cuestión social: el Corazón que reconcilia a ricos y pobres
El estruendo del conflicto social, advierte el Boletín, amenaza con «reducir a escombros el edificio civil». Estamos en plena «cuestión obrera»: los socialistas agitan a las masas, el capital se concentra. Don Bosco no niega la legitimidad de la riqueza honesta, pero recuerda que la verdadera revolución comienza en el corazón: el Corazón de Jesús proclamó bienaventurados a los pobres y vivió en primera persona la pobreza. El remedio pasa por una solidaridad evangélica alimentada por la oración y la generosidad. Hasta que no se termine el templo romano —escribe el periódico—, faltará el signo visible de la reconciliación. En las décadas siguientes, la doctrina social de la Iglesia desarrollará estas intuiciones, pero la semilla ya está aquí: la caridad no es limosna, es justicia que nace de un corazón transformado.
Octubre – La infancia: sacramento de la esperanza
«Ay de aquel que escandaliza a uno de estos pequeños»: en boca de Jesús, la invitación se convierte en advertencia. El Boletín recuerda los horrores del mundo pagano contra los niños y muestra cómo el cristianismo ha cambiado la historia al confiar a los pequeños un lugar central. Para Don Bosco, la educación es un acto religioso: en la escuela y en el oratorio se guarda el tesoro de la Iglesia futura. La bendición de Jesús a los niños, reproducida en las primeras páginas del periódico, es una manifestación del Corazón que «se estrecha como un padre» y anuncia la vocación salesiana: hacer de la juventud un «sacramento» que hace presente a Dios en la ciudad. Las escuelas, los colegios, los talleres no son opcionales: son la forma concreta de honrar el Corazón de Jesús vivo en los jóvenes.
Noviembre – Triunfos de la Iglesia: la humildad vence a la muerte
La liturgia recuerda a los santos y a los difuntos; el Boletín medita sobre el «triunfo manso» de Jesús que entra en Jerusalén. La imagen se convierte en clave de lectura de la historia de la Iglesia: se alternan los éxitos y las persecuciones, pero la Iglesia, como el Maestro, siempre resucita. Se invita a los lectores a no dejarse paralizar por el pesimismo: las sombras del momento (leyes anticlericales, reducción de las órdenes, propaganda masónica) no borran el dinamismo del Evangelio. El templo del Sagrado Corazón, surgido entre la hostilidad y la pobreza, será el signo tangible de que «la piedra sellada ha sido removida». Colaborar en su construcción significa apostar por el futuro de Dios.
Diciembre – Bienaventuranza del dolor: la Cruz acogida por el corazón
El año se cierra con la más paradójica de las bienaventuranzas: «Bienaventurados los que lloran». El dolor, escándalo para la razón pagana, se convierte en el Corazón de Jesús en camino de redención y fecundidad. El Boletín ve en esta lógica la clave para leer la crisis contemporánea: las sociedades fundadas en el entretenimiento a toda costa producen injusticia y desesperación. Aceptado en unión con Cristo, en cambio, el dolor transforma los corazones, fortalece el carácter, estimula la solidaridad, libera del miedo. Incluso las piedras del santuario son «lágrimas transformadas en esperanza»: pequeñas ofrendas, a veces fruto de sacrificios ocultos, que construirán un lugar desde el que lloverán, promete el periódico, «torrentes de castas delicias».
Un legado profético
En el montaje mensual del Boletín Salesiano de 1886 llama la atención la pedagogía del crescendo: se parte de la pequeña hora de guardia y se llega a la consagración del dolor; del fiel individual a las obras nacionales; del tabernáculo atornillado del oratorio a los bastiones del Esquilino. Es un itinerario que entrelaza tres ejes fundamentales:
Contemplación: el Corazón de Jesús es ante todo un misterio que hay que adorar: vigilia, Eucaristía, reparación.
Formación: cada virtud (humildad, mansedumbre, pobreza) se propone como medicina social, capaz de curar las heridas colectivas.
Construcción: la espiritualidad se convierte en arquitectura: la basílica no es un ornamento, sino un laboratorio de ciudadanía cristiana.
Sin forzar, podemos reconocer aquí el presagio de temas que la Iglesia desarrollará a lo largo del siglo XX: el apostolado de los laicos, la doctrina social, la centralidad de la Eucaristía en la misión, la protección de los menores, la pastoral del sufrimiento. Don Bosco y sus colaboradores captan los signos de los tiempos y responden con el lenguaje del corazón.
El 14 de mayo de 1887, cuando León XIII consagró la Basílica del Sagrado Corazón, a través de su vicario Cardenal Lucido María Parocchi, don Bosco – demasiado débil para subir al altar – asistió escondido entre los fieles. En ese momento, todas las palabras del Boletín de 1886 se convirtieron en piedra viva: la guardia de honor, la caridad educativa, la Eucaristía centro del mundo, la ternura de María, la pobreza reconciliadora, la bienaventuranza del dolor. Hoy esas páginas piden un nuevo aliento: nos toca a nosotros, consagrados o laicos, jóvenes o ancianos, continuar la vigilia, levantar obras de esperanza, aprender la geografía del corazón. El programa sigue siendo el mismo, sencillo y audaz: guardar, reparar, amar.
En la foto: Pintura del Sagrado Corazón, situada en el altar mayor de la Basílica del Sagrado Corazón de Roma. La obra fue encargada por Don Bosco y confiada al pintor Francesco de Rohden (Roma, 15 de febrero de 1817 – 28 de diciembre de 1903).