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El ecumenismo es un movimiento surgido a principios del siglo XX entre las Iglesias protestantes, compartido después por las Iglesias ortodoxas y la propia Iglesia católica, que tiene como objetivo la unidad de los cristianos. El Decreto sobre el Ecumenismo del Concilio Vaticano II afirma que por Cristo Señor la Iglesia fue fundada una y única y que la división de las Iglesias no sólo contradice abiertamente la voluntad de Cristo, sino que es también un escándalo para el mundo. Nuestros tiempos, por tanto, difieren no poco en este aspecto de los de Don Bosco.
Cuando se habla de “protestantes” en Piamonte, el pensamiento se dirige en primer lugar a la Iglesia evangélica valdense. Es bastante conocida la historia, a veces trágica y heroica, de esta pequeña iglesia popular que encontró refugio, un hogar estable y su centro religioso en los valles de Pinerolo. Menos conocido es el fuerte espíritu proselitista de los valdenses tras el Edicto de Emancipación firmado por el rey Carlos Alberto el 17 de febrero de 1848, que les concedió derechos civiles y políticos.
Entre las iniciativas más conspicuas de su creciente propaganda anticatólica, en Piamonte, y luego en toda Italia, estuvo la de la prensa popular, que provocó en consecuencia una viva reacción del Episcopado y las correspondientes iniciativas apologéticas en defensa de la doctrina católica. En este campo, tras las directivas de la Santa Sede y de los Obispos piamonteses, Don Bosco se movió también fuertemente preocupado por preservar de la herejía a la juventud y al pueblo de nuestras tierras.
Las “lecturas católicas” de Don Bosco
Se comprende que Don Bosco sintiera el deber de entrar en combate en defensa de la fe en el pueblo y entre la juventud. Se comprometió con valentía en la prensa popular católica porque pronto se dio cuenta de que los valdenses del Piamonte no eran más que la cabeza de puente del premeditado asedio protestante a Italia (G. SPINI, Risorgimento e Protestanti, Milán, Ed. Mondadori, 1989, pp. 236-253).
A este respecto, el 30 de enero de 1988 apareció en “Il Secolo XIX” un artículo de N. Fabretti titulado: Don Bosco, un santo “joven”, en el que, entre otras cosas, se le declaraba: “ortodoxo hasta la intolerancia, violento contra los protestantes a los que considera, si no se convierten, hijos del diablo y condenados”, y “polemista furibundo… que con sus “Lecturas católicas” desacredita obsesivamente a Lutero y a los protestantes e insulta públicamente a los valdenses”. Pero estas vulgares acusaciones no tocan al verdadero Don Bosco.
Las “Lecturas Católicas”, cuya publicación comenzó en marzo de 1853, eran folletos populares que Don Bosco hacía imprimir mensualmente para la educación religiosa de la juventud y del pueblo. Mediante una catequesis sencilla, a menudo narrativa, recordaba a sus lectores la doctrina católica sobre los misterios de la fe, la Iglesia, los sacramentos y la moral cristiana.
En lugar de polemizar directamente con los protestantes, subrayaba las diferencias que nos separan de ellos, refiriéndose a la historia y a la teología tal como se conocían en la época. Será inútil, sin embargo, buscar en los opúsculos que imprimió, como Avisos a los católicos y El católico instruido en su religión, (“Lecturas católicas” 1853, nn. 1, 2, 5, 8, 9, 12) los elementos más destacados por la doctrina sobre la Iglesia actual. Más bien reflejan una catequesis que ahora requeriría clarificación e integración. El estilo apologético de Don Bosco, por tanto, reflejaba el de conocidos autores católicos en los que se inspiraba.
Hoy, en un clima ecuménico, ciertas iniciativas pueden parecer desproporcionadas frente al peligro, pero hay que tener en cuenta el ambiente de la época en el que la polémica partía de los propios protestantes y “la controversia religiosa se sentía como una necesidad cotidiana para evangelizar al pueblo” (V. VINAI, Storia dei Valdesi, Vol. III, Turín, Ed. Claudiana, 1980, p. 46).
De hecho, la literatura protestante anticatólica de la época presentaba al catolicismo como depositario del pecado, la hipocresía religiosa, la superstición y la crueldad hacia judíos y valdenses. Un conocido historiador protestante afirma a este respecto: «Podemos decir que en 1847 Italia estaba rodeada por una especie de cerco protestante, tendido a su alrededor por el episcopalismo anglicano, el presbiterianismo escocés y el evangelismo “libre” de Ginebra y Lausana, con el apoyo también del protestantismo americano. Dentro de la península, además de las comunidades tradicionales extranjeras, existen ya dos cabezas de puente, los valdenses y los “evangélicos” toscanos. Fuera, hay dos comunidades organizadas con prensa propia en Londres y Malta» (G. SPINI, o. c., p. 226).
Pero esto no era suficiente. Don Bosco, además de los ataques de origen sospechoso sufridos por él, fue desacreditado en varios números de los años 1853-54 del semanario protestante “La Buona Novella”, con esquemas muy pesados contra él («La Buona Novella», Annata 1853-54, Anno III, n. 1, pp. 8-11; n. 5, pp. 69-72; n. 11, pp. 166-168, n. 13, pp. 193-198; n. 27, pp. 423-424).
¡Eran los tiempos del «enfrentamiento directo»!
¿Don Bosco intolerante?
Ciertamente Don Bosco no merecía tales insultos. Louis Desanctis, sacerdote católico que se había pasado a la Iglesia valdense, dio un gran impulso a la evangelización protestante con su presencia en Turín, polemizando incluso con las publicaciones de Don Bosco. Pero cuando, por desavenencias internas, acabó abandonando a los valdenses y se pasó a una Sociedad Evangélica Italiana, tuvo mucho que sufrir. Fue entonces cuando Don Bosco le escribió para invitarle a su casa a compartir con él “pan y estudio”. Desanctis le contestó que nunca pensó encontrar tanta generosidad y amabilidad en un hombre que era abiertamente su enemigo. «No disimulemos -añadió-, V. S. combate mis principios como yo combato los suyos; pero mientras me combate demuestra que me ama sinceramente, tendiéndome una mano benéfica en el momento de la aflicción. Y así demuestra que conoce la práctica de esa caridad cristiana, que en teoría practican tan bien tantos…» (ASC, Colección Original nº 1403-04).
Aunque después de Desanctis no se sintió capaz de extraer las consecuencias lógicas de su situación, esta carta que revela al verdadero Don Bosco sigue siendo significativa, ciertamente no “el ortodoxo hasta la intolerancia” o el “polemista furibundo” definido por el columnista de “Il Secolo XIX”, sino el hombre de Dios interesado sólo en la salvación de las almas.