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Si con sus muchachos Don Bosco bromeaba alegremente al verlos alegres y serenos, también con sus Salesianos revelaba en broma la estima que les tenía, el deseo de verlos formar con él una gran familia, pobre sí, pero confiada en la Divina Providencia, unida en la fe y en la caridad.
Los feudos de Don Bosco
En 1830 Margarita Occhiena, viuda de Francisco Bosco, hizo la división de los bienes heredados de su marido entre su hijastro Antonio y sus dos hijos José y Juan. Consistía, entre otras cosas, en ocho parcelas de tierra como prado, campo y viñedo. No sabemos nada preciso sobre los criterios seguidos por Mamá Margarita para repartir la herencia paterna entre los tres. Sin embargo, entre las parcelas había una viña cerca de los Becchi (en Bric dei Pin), un campo en Valcapone (o Valcappone) y otro en Bacajan (o Bacaiau). En cualquier caso, estas tres tierras constituyen los “feudos” que Don Bosco denomina a veces jocosamente como de su propiedad.
I Becchi, como todos sabemos, son la humilde aldea del caserío donde nació Don Bosco; Valcapponé (o Valcapone) era un lugar al este del Colle, bajo la Serra di Capriglio, pero abajo en el valle, en la zona conocida como Sbaruau (= hombre del saco), porque estaba densamente arbolada con unas cuantas chozas escondidas entre las ramas que servían de lugar de almacenamiento para los lavanderos y de refugio para los bandoleros. Bacajan (o Bacaiau) era un campo al este del Colle, entre las parcelas de Valcapone y Morialdo. He aquí los “feudos” de Don Bosco.
Las Memorias Biográficas dicen que durante algún tiempo Don Bosco había conferido títulos nobiliarios a sus colaboradores laicos. Así fue el Conde de los Becchi, el Marqués de Valcappone, el Barón de Bacaiau, las tres tierras que Don Bosco debió conocer como parte de su herencia. “Con estos títulos llamaba a Rossi, Gastini, Enria, Pelazza, Buzzetti, no sólo en casa sino también fuera, sobre todo cuando viajaba con algunos de ellos” (MB VIII, 198-199).
Entre estos “nobles” salesianos, sabemos con certeza, que el Conde de los I Becchi (o del Bricco del Pino) era Rossi José, el primer salesiano laico, o “Coadjutor” que amó Don Bosco como a un hijo afectuosísimo y le fue fiel para siempre.
Un día Don Bosco fue a la estación de Porta Nuova y Rossi José lo acompañó llevando su maleta. Llegaron cuando el tren estaba a punto de partir y los vagones estaban abarrotados de gente. Don Bosco, al no encontrar asiento, se dirigió a Rossi y, en voz alta, le dijo:
– ¡Oh, señor Conde, lamento que se tome tantas molestias por mí!
– Imagínese Don Bosco, ¡es un honor para mí!
Algunos viajeros que estaban en las ventanillas, al oír aquellas palabras “Señor Conde” y “Don Bosco”, se miraron asombrados y uno de ellos gritó desde la carroza:
– ¡Don Bosco! ¡Señor Conde! Suba aquí, ¡todavía quedan dos asientos!
– Pero no quiero molestarles, – respondió Don Bosco.
– ¡Que suban! Es un honor para nosotros. Recogeré mis maletas, ¡caben perfectamente!
Y así el “Conde I Becchi” pudo subir al tren con Don Bosco y la maleta.
Las bombas y una choza
Don Bosco vivió y murió pobre. Para comer se contentaba con muy poco. Incluso un vaso de vino era ya demasiado para él, y lo aguaba sistemáticamente.
“A menudo se olvidaba de beber porque estaba absorto en otros pensamientos, y eran sus vecinos de mesa los que se lo servían en el vaso. Y entonces, si el vino era bueno, buscaba inmediatamente agua “para que supiera mejor”, decía. Y añadía con una sonrisa: “He renunciado al mundo y al diablo, pero no a las pompas”, aludiendo a las trompetas que sacan agua del pozo” (MB IV, 191-192).
Incluso para el alojamiento sabemos cómo vivió. El 12 de septiembre de 1873 se celebró la Conferencia General de los Salesianos para reelegir un Ecónomo y tres Consejeros. En aquella ocasión Don Bosco pronunció palabras memorables y proféticas sobre el desarrollo de la Congregación. Luego, cuando le tocó hablar del Capítulo Superior, que a estas alturas parecía necesitar una residencia adecuada, dijo, en medio de la hilaridad universal: “Si fuera posible, me gustaría hacer una “sopanta” (léase: supanta = choza) en medio del patio, donde el Capítulo pudiera estar separado del resto de los mortales. Pero como sus miembros todavía tienen derecho a estar en esta tierra, ¡pueden quedarse ahora aquí, ahora allí, en diferentes casas, según les parezca mejor!” (MB X, 1061-1062).
Otis, botis, pija tutis
Un joven le preguntó un día cómo conocía el futuro y adivinaba tantas cosas secretas. Él le respondió:
– “Escúchame. El medio es éste, y se explica por: Otis, botis, pija tutis. ¿Sabes lo que significan estas palabras? Ten cuidado. Son palabras griegas, y, – deletreándolas, repitió: – O-tis, bo-tis, pi-ja tu-tis. ¿Lo entendéis?
– ¡Esto es un asunto serio!
– Yo también lo sé. Nunca he querido manifestar a nadie lo que significa este lema. Y nadie lo sabe, ni lo sabrá nunca, porque no me conviene contarlo. Es mi secreto con el que trabajo cosas extraordinarias, leo conciencias, conozco misterios. Pero si sois listos, podréis entenderlo.
Y repitió esas cuatro palabras, señalando con el dedo índice la frente, la boca, la barbilla y el pecho del joven. Acabó abofeteándole de repente. El joven se rio, pero insistió:
– ¡Al menos tradúceme las cuatro palabras!
– Yo puedo traducirlas, pero tú no entenderás la traducción.
Y bromeando le dijo en dialecto piamontés
– Quand ch’at dan ed bòte, pije tute (Cuando te peguen, recíbelos todos) (MB VI, 424). Y quería decir que, para llegar a ser santo, hay que aceptar todos los sufrimientos que nos depara la vida.
Patrono de los hojalateros
Todos los años, los jóvenes del Oratorio de San León de Marsella hacían una excursión a la villa del Sr. Olive, generoso benefactor de los Salesianos. En esa ocasión, el padre y la madre servían a los superiores a la mesa, y sus hijos a los alumnos.
En 1884, la excursión tuvo lugar durante la estancia de Don Bosco en Marsella.
Mientras los alumnos se divertían en los jardines, la cocinera corrió a avisar a la Señora Olive:
– Señora, la olla de sopa para los chicos está goteando y no hay manera de remediarlo. Tendrán que quedarse sin sopa.
La señora, que tenía mucha fe en Don Bosco, tuvo una idea. Llamó a todos los jóvenes:
– Escuchad -les dijo-, si queréis tomar la sopa, arrodillaos aquí y rezad una oración a Don Bosco para que la olla se estanque.
Obedecieron. Al instante, la olla dejó de gotear. Pero Don Bosco, al enterarse, se rio a carcajadas, diciendo:
– A partir de ahora llamarán a Don Bosco patrono de los hojalateros (MB XVII, 55-56).