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En 1995, hace 28 años, dejaba mi querida Argentina y partía hacia el África misionera con el mismo ideal de Ceferino Namuncurà, de llegar a ser un salesiano y sacerdote «útil a mi gente» en mi querida África.
Y aquí estoy, sentado bajo un noble y centenario árbol africano, con 36 grados de temperatura y 70% de humedad, reflexionando sobre mi vida misionera. Desde aquí contemplo la bellísima selva tropical pintada en mil matices de verde infinito, rebosante de vida, colmada de misterios y mil preguntas que esperan respuesta. Un verdadero mural multicolor como mi vida misionera: esbozada con mil colores, pintada con diversos matices y tonalidades, bendecida con desafíos y recompensas, con proyectos y sueños, y con pinceladas llenas de luz como para matizar los tonos más oscuros y difíciles de la misión.
Primeros pasos
Mis primeros pasos en África fueron pasos de descubrimiento y reverencia. África era distinta a como me la habían pintado los medios… Me dije, ¡»África es rica!» y como un adolescente, me enamoré de ella a primera vista… Me enamoré de la multiplicidad de sus paisajes y su exuberante geografía, su fauna y flora, sus mares y selvas, sus inmensas sabanas y desiertos. Es riquísima en recursos naturales: oro, diamantes, petróleo, uranio, madera, agricultura, pesca. Enseguida me di cuenta que África no es pobre; eso sí, está muy pobremente administrada. Me enamoré de sus culturas, lenguas, colores, olores, y gustos. Me cautivaron sus ritmos, la música, la vibración de sus timbales, el sonido de sus instrumentos musicales, sus cantos, y sus danzas llenas de vida. Y por sobre todas las cosas, me enamoré de su gente y de sus jóvenes, porque ciertamente, ésta es su riqueza más grande: sus niños y niñas, sus jóvenes que representan el presente y el futuro del continente de la esperanza.
Tentación misionera
Cuando eres joven, sin experiencia, y llegas a la tierra de misión con mil expectativas y el corazón lleno de sueños, tu primera tentación es la de pensar que vienes a «salvar», que eres un «enviado», llamado «a cambiar el mundo», «a transformar», «a enseñar», «a evangelizar», y «a sanar». Es ahí donde tu tierra prometida te enseña el valor de la humildad. Y tú gente te enseña que, para ser misionero, hay que hacerse pequeño como un niño, hay que nacer de vuelta: hay que aprender a hablar nuevas lenguas, a entender costumbres nuevas y diferentes, a cambiar estilos de vida, formas de pensar y sentir. En la misión aprendes a callar, a recibir correcciones, a aceptar humillaciones, y a recibir shocks culturales. El verdadero misionero desaprende para volver a aprender hasta llegar al descubrimiento más lindo: es tu gente, tu pueblo el que te «educa», te «evangeliza», te «transforma», te «sana». Ellos se transforman en tu «Kairós», tu «tiempo de Dios», ellos son el «lugar teológico» donde Dios se te manifiesta y, finalmente, te «salva».
Lecciones africanas
Desde el hemisferio Sur, África tiene tanto que enseñarle al Occidente y al Norte, cristiano y «desarrollado». Estas son algunas lecciones que he aprendido en África.
La primera lección es «Ubuntu»: «soy, porque somos»
Los africanos aman la familia, la comunidad, el trabajar y celebrar juntos. Son profundamente generosos y solidarios, siempre dispuestos a dar una mano a quien lo necesite. Saben que el individualista perece en su aislamiento. Lo confirma la sabiduría africana: «Si caminas solo, vas más rápido, pero si caminas en grupo, llegas más lejos». «Se necesitan tres piedras para mantener la olla sobre el fuego». “El árbol que está solo se seca; el que está en el bosque vive». «Necesitas una aldea entera para criar a un hijo». Y en la misma línea: «Necesitas una aldea entera para matar a un perro rabioso». «Si dos elefantes se pelean, el que pierde es el pasto». La vida fraterna y la comunidad mantienen vivas a la familia, al clan y a la tribu.
La segunda, es el respeto por la vida y por los ancianos
Un hijo o una hija son siempre una bendición del cielo, una alegría para toda la familia, y manos para trabajar la tierra y para cosechar. La vida es un don de Dios. Por eso dicen que, «donde hay vida hay esperanza» y «protegiendo la semilla proteges la cosecha». Y como la expectativa de vida es baja, los ancianos son apreciados, queridos y «cuidados». Aquí no existen los geriátricos o los hogares de ancianos. Los abuelos son patrimonio de la aldea. Los chicos se sientan alrededor de sus ancianos para escuchar historias ancestrales, y la sabiduría de los antepasados. Por eso aquí decimos que «cuando muere un anciano, es como si se quemara una biblioteca» y «si olvidas a los ancianos, olvidas tu sombra».
La tercera es sobre el sufrimiento, y la resiliencia
La sabiduría africana dice que, «el dolor es un huésped silencioso», y afirma que, «a través del sufrimiento se adquiere sabiduría». Por eso dicen que «la paciencia es la medicina para todos los dolores». Transforman obstáculos en oportunidades. No temen al sacrificio ni a la muerte. Para ellos perder una cosecha, un bien material, un ser querido, es una oportunidad para empezar de nuevo, para crear algo nuevo. Saben que nada se consigue sin esfuerzo y sin sacrificio; que el único camino para triunfar es entrar por puerta estrecha, y bendicen a Dios que da y quita al mismo tiempo.
Y una cuarta lección es sobre la espiritualidad y la oración
Los africanos son «espirituales» por naturaleza. Están dispuestos a dar la vida por lo que creen. Dios es omnipresente en sus vidas, en su historia, en sus charlas, en sus celebraciones. Toda actividad comienza con una oración y se termina con una oración. Por eso dicen sus proverbios, que «Cuando oras, mueve los pies» y «no mires a Dios sólo cuando tienes problemas», y «donde hay oración, hay esperanza». Si no se reza, la vida se convierte en insípida y estéril. Rezan como si «todo dependiera de Dios, sabiendo que al final todo depende de ellos», como diría un gran santo africano.
En mi vida misionera, yo soy misión
En tres décadas hemos levantado escuelas y centros de formación profesional, construimos iglesias y santuarios, capillas y centros comunitarios, hemos tenido intervenciones de emergencia durante las guerras civiles en Sierra Leona y Libera, abrimos hogares para los niños-niñas soldados, ayudamos a los huérfanos del Ébola, dimos asistencia para niños en situación de calle o niñas en situación de prostitución. Pero estas actividades no se identifican con la misión. Los frutos de la actividad misionera se miden en términos de transformación de vida. Y en este sentido confieso que he visto milagros: he visto a niños y niñas soldados reconstruir sus vidas, a chicos de la calle recibirse de abogados en la universidad, los he visto volver a sonreír y retornar a la escuela, he visto a las niñas en situación de prostitución volver a sus familias, aprender un oficio y recomenzar de nuevo.
Como dice el Papa Francisco, «no tenemos una misión, o hacemos misión». Nosotros somos misión. Yo soy misión. Mi misión es ser el «sacramento del amor de Dios» hacia los más vulnerables. Eso es, que ellos, a través de mis manos, mi mirada, mis oídos, mis piernas, mi corazón puedan experimentar que Dios los ama con locura, que les da vida, a través de mi vida entregada. Eso es para mí ser misionero salesiano. Por eso soy misión cuando me arrodillo delante de la Eucaristía pidiendo por su salvación; soy misión cuando estoy en el patio o en el hogar acompañando a los chicos, soy misión cuando viajo para llegar a las zonas más lejanas y peligrosas, soy misión cuando celebro la Eucaristía, confieso o bautizo. Soy misión cuando me siento a leer o estudiar pensando en ellos. Soy misión cuando armo un plan estratégico con mis hermanos o escribo un proyecto para mejorar la calidad de la vida de mi gente. Soy misión cuando levanto una escuela o una capilla. Soy misión compartiendo mi vida con ustedes que están leyendo.
Todos somos misioneros por vocación Queridos amigos: a través del bautismo todos estamos llamados a ser misioneros, a ser misión. No hace falta partir al África para ser misioneros. El llamado misionero es un llamado interior para dejarlo todo, para darse todo allí donde Dios nos ha plantado. No dar cosas, sino “dar-se a uno mismo”, “ser-para-compartir” mi tiempo, talentos, fe, profesionalismo, amor, servicio con los más vulnerables. Si sientes este llamado, no lo pospongas. La caridad de Cristo y la urgencia del Reino te están llamando.
don Jorge Mario CRISAFULLI, sdb, Inspector África Níger Níger