Educar más allá de las debilidades

El encuentro de Jesús con Pedro ilumina y representa con una luz particular nuestra misión de evangelizadores y educadores.

En el último capítulo del Evangelio de Juan, capítulo 21, encontramos el encuentro de Jesús con Pedro. Leemos un diálogo que se construye alrededor de tres preguntas para luego terminar con un mandato (Jn 21, 15-23). Quisiera comentar este encuentro que arroja una luz especial sobre nuestra misma misión como evangelizadores y educadores. Es un pasaje que presenta un momento fundamental en la vida de Pedro y también en la misión de la Iglesia naciente. Para nosotros, comprometidos en la misión salesiana, resulta además rico en significados educativos y pastorales.

Después de la resurrección, Jesús se manifiesta a los discípulos en el lago de Tiberíades y, tras compartir una comida con ellos, se dirige a Simón Pedro con tres preguntas sucesivas que tocan la relación directa entre él y Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» En las dos primeras preguntas, lo que Jesús pide es un amor exigente que no cuenta los costos. Esta pregunta, hecha dos veces a Pedro, resulta comprometida y desafiante. Él es consciente de su debilidad causada por su traición. Por eso, en ambas ocasiones su respuesta testimonia un amor, pero el más humano, el que es frágil. Jesús, ante estas dos respuestas, le confía igualmente el cuidado de su rebaño.

Es la tercera pregunta la que pone en crisis a Pedro porque Jesús, en la tercera pregunta, le pide precisamente el compromiso en ese amor del que él es capaz: el amor humano con sus debilidades, fragilidades y límites. Podemos decir que Jesús llama a Pedro a un amor “alto”, pero no quiere ponerlo en una situación imposible ni desanimarlo.

Pedro, por su parte, se da cuenta tanto de que su amor es débil como de que Jesús hace todo lo posible para ayudarlo a no rendirse. Desea ser sincero y permanecer cerca de Jesús. Y su respuesta a la tercera pregunta es un testimonio de cómo su corazón, aunque herido, quiere ponerse completamente en manos de Jesús: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero» (v.17).

Descubrimos entonces que aquí no es únicamente un diálogo triple que recuerda y supera la triple negación de Pedro antes de la Pasión. Aquí tenemos un ejemplo de un diálogo que marca un camino fundado en el amor verdadero, que favorece la reconciliación, anima al crecimiento y a la responsabilidad, hacia uno mismo y hacia los demás. Entrevemos cómo este diálogo entre Jesús y Pedro es un modelo de educación espiritual y humana.

Aquí algunas observaciones que nos sirven a quienes acompañamos a niños y jóvenes en el crecimiento y maduración de su vida.

El verdadero amor se funda en esa confianza que nunca falla
Después de la traición, Jesús no solo perdona a Pedro, sino que va más allá: le confía una responsabilidad aún mayor. Esto representa para nosotros una extraordinaria lección educativa: la confianza dada es una renovada confirmación del respeto que se tiene por la persona. Un amor que otorga dignidad y responsabiliza. Jesús no se limita a perdonar, sino que devuelve a Pedro su misión, enriquecida con una nueva conciencia.

El respeto por los tiempos y los caminos individuales
A la traición de Pedro anunciada por Jesús, no sigue la típica reacción de “¡te lo dije!”. Jesús “ve” la traición, pero también “ve” más allá. El amor de Jesús conoce la debilidad humana, pero tiene la fuerza de suscitar desde dentro del corazón herido la semilla de bondad. Y esta semilla nunca desaparece. Lo que Don Bosco llamó el punto de bondad en el corazón de cada niño, aquí vemos cómo Jesús lo encuentra y hace todo lo posible para que emerja. El mal cometido nunca debe tener la última palabra. La última palabra debe tenerla solo el amor, la caridad del buen pastor.

Esto significa tener la paciencia adecuada y respetar los tiempos. La experiencia nos enseña que muchas veces el mal cometido solo necesita ser encontrado con afecto, paciencia y compasión. Especialmente los niños y jóvenes, y Don Bosco lo comenta muy bien cuando habla del Sistema preventivo. El momento en que los niños y jóvenes se sienten rodeados de un amor maduro y adulto, que facilita y no condena, que escucha y no ordena, surge esa bondad oculta pero presente hacia el bien. Es un resorte que hace brotar sorpresas de bondad que muchas veces se olvidan o son superadas por experiencias negativas vividas y/o sufridas.

¡Cuán urgente es hoy que nuestros niños y jóvenes encuentren adultos, padres y educadores sanos y maduros, pacientes y visionarios! Auténticos son esos caminos que respetan la unicidad de la persona, con sus debilidades, pero también con sus potencialidades. Somos verdaderos benefactores cuando logramos ver el tiempo como espacio de crecimiento gradual y consistente. Es una actitud que evita proponer, o peor aún imponer, modelos estandarizados que encasillan a las personas.

La comparación y la tentación de la competencia
Hacia el final del encuentro entre Jesús y Pedro hay un detalle que quisiera comentar. Pedro pregunta a Jesús por Juan: “¿Y él?” Y Jesús responde de forma tajante, como decimos hoy: «Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿a ti qué?»

Una respuesta muy seca, y también una buena lección para Pedro. En pocas palabras, Jesús invita a Pedro a concentrarse en su propio crecimiento sin hacer preguntas curiosas e inútiles sobre los demás. Y esa respuesta “seca” está bien. Ser responsable y ayudar a la responsabilidad de uno mismo implica también aclarar los parámetros para que el proceso de crecimiento no se pierda. Porque el riesgo de la comparación y la competencia con otros es perjudicial. El verdadero camino educativo es personal, no competitivo. Desviar la atención de uno mismo hacia los demás distrae de la atención al propio camino.

Conclusión: la educación como relación de amor que genera futuro
El pasaje culmina con la invitación “Sígueme”. En estas dos palabras está contenida la esencia del proceso educativo cristiano: el seguimiento personal, la relación directa con el Maestro. La educación auténtica no es transmisión de conocimientos, sino introducción a una relación viva.

El triple “¿me amas?” revela que el amor es el fundamento de toda relación educativa auténtica. Solo cuando el educador ama verdaderamente al educando, y el educando responde con amor, se crea ese espacio de libertad y confianza en el que la persona puede crecer plenamente. La educación cristiana, la experiencia salesiana, encuentra en este pasaje un modelo sublime: un proceso de transformación basado en el amor, el perdón, la confianza y el respeto a la libertad.