Maravillas de la Madre de Dios invocadas bajo el título de María Auxiliadora (1/13)

En 1868 San Juan Bosco imprimió una publicación titulada «Maravillas de la Madre de Dios invocadas bajo el título de María Auxiliadora». Fue su contribución a dar a conocer a la Virgen María no sólo bajo el título más importante, el de «Madre de Dios», sino también como «Auxilio de los cristianos». Fue Ella quien había pedido: «Nuestra Señora quiere que la honremos bajo el título de María Auxiliadora». Hoy comenzamos a presentar esta obra suya.

Aedificavit sibi domum. (Prov. IX,1).
María se construyó una casa.

Al lector
            El título de Auxilium Christianorum atribuido a la augusta Madre del Salvador no es algo nuevo en la Iglesia de Jesucristo. En los libros sagrados del Antiguo Testamento se llama Reina a María, que está a la derecha de su Divino Hijo vestida de oro y rodeada de variedad. Adstitit Regina a dextris tuis in vestitu deaurato, circumdata varietate: Salmo 44. Este manto dorado y rodeado de variedad son otras tantas gemas y diamantes, o títulos con que se suele llamar a María. Por tanto, cuando llamamos a la Santísima Virgen auxilio de los cristianos, no es sino nombrar un título especial, que conviene a María como un diamante sobre sus doradas vestiduras. En este sentido, María fue aclamada como la ayuda de los cristianos desde los primeros tiempos del cristianismo.
            Una razón muy especial por la que la Iglesia de los últimos tiempos quiere mencionar el título de Auxilium Christianorum la da Monseñor Parisis con las siguientes palabras: «Casi siempre, cuando el género humano se ha encontrado en crisis extraordinarias, se ha hecho digno, para salir de ellas, de reconocer y bendecir una nueva perfección en esta admirable criatura, María Santísima, que es el más magnífico reflejo de las perfecciones del Creador aquí abajo». (Nicolás, página 121).
            La necesidad universalmente sentida hoy de invocar a María no es particular, sino general; ya no hay tibios que inflamar, pecadores que convertir, inocentes que preservar. Estas cosas son siempre útiles en cualquier lugar, con cualquier persona. Pero es la propia Iglesia católica la que es atacada. Es asaltada en sus funciones, en sus sagradas instituciones, en su Cabeza, en su doctrina, en su disciplina; es asaltada como Iglesia católica, como centro de la verdad, como maestra de todos los fieles.
            Y precisamente para merecer la protección especial del Cielo se invoca a María, como Madre común, como auxiliadora especial de los Reyes, y de los pueblos católicos, ¡como católicos de todo el mundo!
            Así se invocaba al Dios verdadero, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob, y tal apelativo se dirigía para invocar la misericordia divina en favor de todo Israel, y Dios gozaba de que se le rezara de este modo, y traía pronto socorro a su pueblo en sus aflicciones.
            A lo largo de este opúsculo veremos cómo María ha sido verdaderamente constituida por Dios como auxilio de los cristianos; y cómo en todos los tiempos se ha mostrado como tal en las calamidades públicas, especialmente en favor de aquellos pueblos, soberanos y ejércitos que sufrían o luchaban por la Fe.
            Por eso la Iglesia, después de haber honrado a María durante varios siglos con el título de Auxilium Christianorum, instituyó finalmente una solemnidad especial en la que todos los católicos se unen a una sola voz para repetir las hermosas palabras con que se saluda a esta augusta Madre del Salvador: Terribilis ut castrorum acies ordinata, tu cunctas haereses sola interemisti in universo mundo.
            Que la Santísima Virgen nos ayude a todos a vivir apegados a la doctrina y a la fe, de las que es cabeza el Romano Pontífice, Vicario de Jesucristo, y nos obtenga la gracia de perseverar en el santo servicio divino en la tierra, para que un día podamos unirnos a ella en el reino de gloria del cielo.

Capítulo I. María reconocida con símbolos de ayuda para la humanidad.
            Entre los medios que Dios emplea para preparar a los hombres a recibir algún gran bien, está principalmente el de anunciarlo con mucha anticipación. Por eso la venida del Mesías fue anunciada con cuatro mil años de anticipación y precedida de muchos símbolos y profecías.
            Ahora bien, María, la augusta Madre del Salvador, la verdadera auxiliadora de los cristianos, era una bendición demasiado grande para no ser pronunciada igualmente con figuras que representaran a los hombres los diversos favores que haría al mundo.
            Eva, Sara, Rebeca, María hermana de Moisés, Débora, Susana, Ester, Judit representan de modo especial las glorias de María como insigne bienhechora del pueblo elegido, o como raro modelo de todas las virtudes.
            El árbol de la vida, el arca de Noé, la escalera de Jacob, la zarza ardiente, el arca de la alianza, la torre de David, la fortaleza de Jerusalén, el jardín bien guardado y la fuente sellada de Salomón, la rosa de Jericó la estrella de Jacob, el amanecer matutino, el acueducto de aguas claras, son algunos de los muchos símbolos que la Iglesia católica aplica a María y con los que acostumbra a explicar algunos de sus privilegios celestiales o virtudes heroicas. Escogeremos sólo algunos de estos símbolos con la aplicación que la Iglesia o los escritores más acreditados de las glorias de María suelen darles.
            Así, leemos en el libro del Eclesiástico que el Espíritu Santo pone en boca de María estas palabras: “Sicut aquaeductus exivi de Paradiso”; como un acueducto salí del Paraíso. (Eccl. 24, 41).
            Un acueducto es un canal que sirve para recibir las aguas del manantial y conducirlas según la distribución de los riachuelos y la necesidad de las flores para regar la tierra. Y para que el acueducto cumpla su función, dice San Bernardo, debe ser largo para recibir las aguas por un lado y conducirlas a las flores; y María es un acueducto muy largo y abundante porque, por encima de todas las demás criaturas, fue capaz de subir al trono del Altísimo y extraer de la fuente de las gracias celestiales y repartirlas abundantemente entre los hombres. Por eso, continúa San Bernardo, los hombres carecieron durante tanto tiempo de los torrentes de gracias. Es porque les faltó un acueducto capaz de comunicarse con Dios como verdadera fuente de gracias y de difundirlas sobre la tierra. Pero María fue precisamente este acueducto sin mancha por la confianza inviolada, humildísimo por la virginidad, oculto por el amor a la soledad, admirable por la humildad verdadera, difusivo por la piedad, abundante en aguas por la plenitud de gracia, defendido por la custodia de los sentidos, no de plomo, sino de oro por la nobleza real y la caridad sublime.
            Por este acueducto, dice el cardenal Ugo, se transmiten a la Iglesia las aguas de la gracia; de ahí que el demonio, enemigo de todo nuestro bien, trate de impedir el curso de estas aguas saludables haciendo la guerra a la devoción de María; del mismo modo que Holofernes, no pudiendo conquistar de otro modo la ciudad de Betulia, mandó cortar y desviar el curso del río que introducía las aguas en la ciudad.
            También la Santísima Virgen María es figurada bajo el tipo de una gran reina, diciendo el rey David en sus salmos: Adstitit regina a dextris tuis in vestitu deaurato, circumdata varietate (Sal. 44). ¿Y por qué María es reina? ¿Por qué está a la derecha de Jesús con un manto de oro, rodeada de variedad? Es reina por el gran poder que tiene en el cielo como Madre de Dios; se sienta a la derecha de Jesús para aplacar su indignación, para ayudarnos en nuestras miserias, para ser nuestra auxiliadora, nuestra abogada soberana.
            Un buen abogado debe tener diligencia, poder ante el juez, autoridad ante la corte real y conocimiento en el manejo de los casos. Y David en ese texto encierra precisamente estos cuatro dones en María en el grado más eminente. Ella está a la diestra del juez, adstitit a dextris casi para vigilar que la justicia divina no venza a la misericordia, esto es diligencia suprema. Adstitit regina, ahora todo el mundo sabe que la reina tiene sin duda un gran poder sobre el alma del juez, intercediendo antes de que se dicte la sentencia, y obteniendo el perdón si la sentencia ya se ha pronunciado. In vestitu deaurato, la túnica dorada es una imagen de la sabiduría de María, porque el oro representa la sabiduría. Circumdata varietate, rodeada de variedad, es decir, dotada de la multiplicidad de los méritos y glorias de los santos. Porque en María se encuentra el color oro de los Apóstoles, el rojo de los mártires, el azul de los confesores y el blanco de las vírgenes. Todos estos santos rodean a María y la proclaman su reina porque poseía en grado sumo las diversas virtudes que poseían estos santos en particular.
            Que si consideramos a María ya sentada en el cielo sobre un trono de gloria, la encontramos elevada a la más alta dignidad a la que puede elevarse criatura alguna. Porque no encontramos a María en la clase de las vírgenes, en el orden de los confesores, en las filas de los mártires, en el sagrado colegio de los Apóstoles, en el coro de los Patriarcas y Profetas como un simple miembro casi de ellos. Ella supera en excelencia a todas las jerarquías celestiales y se sienta en un trono de preciosísima hechura a la diestra del Rey del cielo Jesucristo su Hijo como verdadera Reina y Señora de todo el Paraíso.
            Daniel Agrícola en la obra conocida como: De corona duodecim stellarum, explicando este texto de David, dice que María está a la diestra de los cristianos para ayudarles, porque la palabra latina adstare significa estar al lado de uno para ayudarle. El mismo autor continúa desarrollando el texto y observa que la palabra latina adstare en este lugar también significa estar en defensa, y María está a nuestra derecha para defendernos de los constantes asaltos de los demonios.
            S. Jerónimo, donde la palabra varietate se encuentra en el texto latino, explica que mientras las otras princesas y reinas van vestidas con suntuosos ropajes, María va ceñida y cubierta de escudos con los que defiende a sus hijos. Este sentido parece concordar con el otro de la Escritura: Mille clypei pendent ex ea, omnis armatura fortium.
            El profeta David narrando la salida del pueblo hebreo de Egipto dice que tenían una nube que guiaba sus pasos de día, y una columna de fuego que iluminaba su camino de noche. San Bernardo aplicando las propiedades de esa nube y de esa columna a María, dice que así como las nubes nos defienden del ardor excesivo del sol, así María nos protege del fuego de la venganza celestial y de las llamas de la concupiscencia. Ahora bien, como la columna de fuego alumbraba los pasos del pueblo de Israel, así María ilumina el mundo con los rayos de su misericordia y la multiplicidad de sus gracias. ¿Qué haríamos nosotros, miserables ciegos, en las tinieblas de este siglo, si no tuviéramos esta luz bienhechora, esta columna luminosa? (D. Ber. Serm. de Nativ. B. M.).
            Pero para todas las demás miserias, ¿no nos socorre la dulcísima Reina del Cielo? El Beato Santiago de Varazze aplicándole las palabras del Eclesiástico: In Jerusalem potestas mea, dice que María nos ofrece su ayuda en la vida, en la muerte y después de la muerte. Tal es el poder de María que puede extenderlo a estos tres tiempos. Si tenemos un amigo (argumenta este escritor) que nos beneficia en vida, es ciertamente un bien para nosotros; pero si es tal que nos beneficia incluso en el momento de la muerte, es un bien mayor; si entonces su poder llega para ayudarnos, incluso después de la muerte, entonces es un bien mayor. Ahora bien, María nos concede precisamente este triple bien. En efecto, la santa Iglesia, en las alabanzas que hace cantar a los fieles en honor de María, incluye estos tres auxilios y exclama: Maria mater gratiae, dulcis parens clementiae; Tu nos ab hoste protege, et mortis hora suscipe. En primer lugar, nos ayuda en la vida; porque en esta vida unos son justos y otros pecadores; ahora bien, María ayuda a los justos porque conserva en ellos la gracia de Dios, de ahí que se la llame Mater gratiae madre de la gracia; ayuda a los pecadores porque les imparte la misericordia divina, de ahí que se la llame dulcis parens clementiae.
            En segundo lugar, nos ayuda en la muerte, porque allí nos defiende de las asechanzas del demonio; pues este enemigo es tan audaz que no sólo acude al lecho de los pecadores moribundos, sino también al de los santos, usando incluso de toda malicia para hacerlos caer. Pero cuando muere uno de sus devotos, la Santísima Virgen se apresura con solicitud maternal, lo protege y defiende, por lo que ruega a la Iglesia: Tu nos ab hoste protege, protégenos del enemigo.
            En tercer lugar, no nos abandona ni siquiera después de la muerte. A veces sucede que a la muerte de algunos santos vienen los Ángeles y conducen sus almas al cielo, pero cuando mueren los verdaderos devotos de María, ella viene en persona y recibe sus almas y las introduce en el hermoso paraíso. Luego añade Et mortis hora suscipe.
            Leemos en el Libro III de los Reyes que Betsabé, madre de Salomón, fue rogada por su hijo Adonías para que intercediera ante el rey por una gracia. Betsabé se sintió conmovida por aquella plegaria y se presentó ante el rey. En cuanto Salomón la vio aparecer, descendió del trono, fue a recibirla, e incluso la hizo subir a la silla real y sentarse a su derecha, diciéndole: Pete, mater mea, neque enim fas est ut avertam faciem tuam. Ahora bien, ¿quién se atrevería a pensar que Jesús en el trono de la gloria, ante las oraciones que María le presenta, fuera menos generoso con ella de lo que Salomón lo fue con su madre?
            En efecto, el docto Mendoza observa aquí que la gracia y la autoridad de María son tan grandes que no sólo intercede por los hermanos de Jesús, sino también por sus enemigos, y todo lo que pide lo obtiene ciertamente.
            Moisés cuenta en el libro de los Números que cuando María, su hermana, murió, las aguas escasearon. Por lo tanto, el mencionado Padre Mendoza señala que, si las aguas abundaron durante cuarenta años en el desierto, fue debido a los méritos de esa santa mujer. Aplicando esto a la Santísima Virgen María, dice que, si nunca faltan las gracias a los hombres en la Iglesia, se debe a María, quien primero en la tierra y luego en el cielo interpuso sus méritos ante el Altísimo.

(continuación)




Don Bosco. Un Ave María al final de la Santa Misa

La devoción de San Juan Bosco a Nuestra Señora es bien conocida. Las gracias recibidas de María Auxiliadora, incluso las extraordinarias, milagrosas, son quizás también conocidas en parte. Probablemente menos conocida es la promesa hecha a la Virgen, de llevar al Paraíso, a aquellos que durante toda su vida hayan combinado un Ave María con la Santa Misa.

Que el santo tenía una puerta abierta en el Cielo a sus oraciones es bien sabido. Incluso como seminarista en el seminario, sus plegarias eran escuchadas, y para disimular esta intervención del Cielo empleó durante un tiempo el truco de las píldoras de pan en lugar de las medicinas milagrosas, hasta que fue descubierto por un verdadero farmacéutico. Las numerosas peticiones de intercesión y los muchos milagros que se produjeron en su vida, relatados abundantemente por sus biógrafos, confirman esta poderosa intercesión.

La promesa de tener consigo en el paraíso a varios miles de jóvenes, que recibió de la Santísima Virgen, lo confirman dos seminaristas que le oyeron contar en un intercambio de Ejercicios Espirituales para los seminaristas del Seminario Episcopal de Bérgamo. Uno de ellos era Angelo Cattaneo, futuro vicario apostólico de Honan del Sur en China, y dio testimonio en un documento dirigido a Don Miguel Rua, y otro, Stefano Scaini, que más tarde se hizo jesuita; también él dejó testimonio en un documento dirigido a los salesianos. He aquí el primer testimonio.

D. Bosco habló de las insidias que el diablo tendía a los jóvenes para distraerlos de la Confesión y les dijo que le hubiera gustado revelar a las personas que se lo pedían el estado espiritual de sus almas.
[…]
Cuando, después de un sermón a los seminaristas [de Bérgamo], uno de ellos [Angelo Cattaneo] se presentó a Don Bosco con una lista de pecados en la mano, el Santo la arrojó al fuego y luego enumeró todos esos pecados como si los estuviera leyendo. Luego dijo a sus atentos oyentes que había obtenido la promesa de Nuestra Señora de tener consigo, en el paraíso, con varios miles de jóvenes, con la condición de que rezaran un Ave María todos los días durante la misa a lo largo de su vida terrenal. (Pilla Eugenio, I sogni di Don Bosco, p. 207)

Y también la segunda.

Muy Reverendo Señor,

Muy complacido de poder aportar mi pequeño tributo de estima y afecto agradecido a la santa memoria de Don Bosco, le cuento algo que quizá no sea inútil para quienes tengan la fortuna de escribir su vida.
En el año 1861, fue el muy venerado Don Bosco a dictar los Ejercicios Espirituales a los seminaristas del Seminario Episcopal de Bérgamo, entre los que también me encontraba.
Ahora bien, en uno de sus sermones nos dijo algo así: “En cierta ocasión pude pedir a María Santísima la gracia de tener conmigo en el Paraíso a varios miles de jóvenes (creo que también dijo el número de miles, pero no lo recuerdo), y Nuestra Señora Santísima me lo prometió. Si el resto de ustedes también desea pertenecer a ese número, estaré encantado de inscribirles, con la condición de que recen un Ave María todos los días mientras vivan, y que, si es posible en el momento de oír la Santa Misa, o mejor dicho en el momento de la Consagración”.

No sé qué opinaron los demás de esta propuesta, pero por mi parte la acogí con alegría, dada la alta estima en que me tenía Don Bosco en aquellos días, y no falté ni un solo día que recuerde recitando el Ave María según esta intención. Pero con el paso de los años me asaltó una duda, que hice resolver al propio Don Bosco; y he aquí cómo.
La tarde del 3 de enero de 1882, encontrándome en Turín camino de Chieri para ingresar en el Noviciado de la Compañía de Jesús, pedí y obtuve permiso para hablar con Don Bosco. Me recibió con gran amabilidad, y habiéndole dicho que estaba a punto de entrar en el Noviciado de la Compañía, me dijo: – ¡Oh! ¡cómo lo disfruto! Cuando oigo que alguien entra en la Compañía de Jesús, siento tanto placer como si entrara entre mis salesianos.
Así que le dije: – Si me lo permite, me gustaría pedirle que me aclarara algo que me toca muy de cerca. Dígame, ¿recuerda cuando vino al seminario de Bérgamo para darnos los Ejercicios Espirituales? – Sí, me acuerdo. – ¿Recuerda que nos habló de una gracia pedida a la Virgen, etc.? – y le recordé sus palabras, el pacto, etc. – Sí, lo recuerdo – bueno, siempre he recitado ese Ave María; siempre la recitaré… pero… Su Señoría nos ha hablado de miles de jóvenes; yo ya estoy fuera de esta categoría… y por eso temo no pertenecer al número afortunado…

Y Don Bosco con gran confianza: – Siga rezando ese Ave María y estaremos juntos en el Paraíso. – Así que, habiendo recibido la Santa Bendición y besado su mano con afecto, me marché lleno de consuelo y de la dulce esperanza de encontrarme un día en el Paraíso con él.
Si Su Señoría cree que esto puede ser de alguna gloria para Dios y de algún honor para la santa memoria de Don Bosco, sepa que estoy muy dispuesto a confirmar la sustancia de ello incluso con juramento.
Lomello, 4 de marzo de 1891.

Muy humilde y devoto servidor
V. Stefano Scaini S.I
. [MB VI,846].

Estos testimonios dejan claro hasta qué punto la salvación eterna estaba en el corazón de Don Bosco. En todas sus iniciativas educativas y sociales, muy necesarias por otra parte, no perdía de vista el objetivo último de la vida humana, el Paraíso. Quería preparar a todos para este último examen de la vida, y por eso insistía en que se acostumbrara también a los jóvenes a hacer el ejercicio de la buena muerte cada fin de mes, recordando las últimas cosas, también llamadas los novissimos: la muerte, el juicio, el Cielo y el infierno. Y para ello había pedido y obtenido esta gracia especial de María Auxiliadora.
Por supuesto, hoy nos parece extraño que esta oración se hiciera durante la Santa Misa y también en el momento mismo de la Consagración. Pero, para entenderlo, hay que recordar que en tiempos de Don Bosco la Misa se celebraba íntegramente en latín, y como la inmensa mayoría de los fieles no conocía esta lengua, era fácil distraerse en lugar de rezar. Para poner remedio a esta inclinación humana solía recomendar diversas oraciones durante la celebración.

¿Podemos hoy recitar este Ave María al final de la celebración? El propio Don Bosco nos lo hace entender: “posiblemente durante el tiempo que escucháis la Santa Misa…”. Es más, las normas litúrgicas actuales no recomiendan insertar otras oraciones fuera de las del Misal.
¿Podemos esperar que este Ave María también nos añada al número de beneficiarios de la promesa? Viviendo en gracia de Dios, haciéndolo toda la vida, y por la respuesta de Don Bosco a Stefano Scaini: “Sigue recitando ese Ave María y estaremos juntos en el Paraíso”, podemos responder afirmativamente.




Historia de la construcción de la Iglesia de María Auxiliadora (3/3)

(continuación del artículo anterior)

Siempre en acción
Pero Providencia necesita que sea “buscada”. Y en agosto Don Bosco volvió a escribir al Conde Cibrario, Secretario de la Orden de Mauricio, para recordarle que había llegado el momento de cumplir la segunda parte del compromiso financiero que había contraído dos años antes. Desde Génova, afortunadamente, recibió sustanciosas ofertas del conde Pallavicini y de los condes Viancino di Viancino; otras ofertas le llegaron en septiembre de la condesa Callori di Vignale e igualmente de otras ciudades, Roma y Florencia en particular.
Sin embargo, pronto llegó un invierno muy frío, con el consiguiente aumento de los precios de productos de consumo, incluido el pan. Don Bosco entró en una crisis de liquidez. Entre alimentar a cientos de bocas y suspender las obras, se ve obligado a elegir. Así pues, las obras de la iglesia se estancaron, mientras crecían las deudas. Así que, el 4 de diciembre, Don Bosco tomó papel y bolígrafo y escribió al Caballero Oreglia en Roma: “Recoge mucho dinero y luego vuelve, porque no sabemos de dónde sacar más”. Es cierto que la Virgen siempre pone de su parte, pero al final del año, todos los proveedores piden dinero”. ¡Espléndido!

9 de junio de 1868: consagración solemne de la iglesia de María Auxiliadora
En enero de 1868, Don Bosco se dedicó a terminar la decoración interior de la iglesia de María Auxiliadora.

En Valdocco la situación seguía siendo bastante grave. Don Bosco escribió a Cav. Oreglia en Roma: “Aquí seguimos con un frío muy intenso: hoy ha llegado a los 18 grados bajo cero; a pesar del fuego de la estufa el hielo de mi habitación no ha podido derretirse. Hemos atrasado la hora de despertar a los jóvenes, y como la mayoría siguen vestidos de verano, cada uno se ha puesto dos camisas, una chaqueta, dos pares de calzones, abrigos militares; otros mantienen las mantas de la cama sobre los hombros durante todo el día y parecen otras tantos disfrazados de carnaval”.
Afortunadamente, una semana después el frío disminuyó y el metro de nieve comenzó a derretirse.
Mientras tanto, en Roma se preparaba la medalla conmemorativa. Don Bosco, al tenerla en sus manos, mandó hacer correcciones en la inscripción y reducir a la mitad el grosor para ahorrar dinero. Sin embargo, el dinero recaudado fue siempre inferior a las necesidades. Así, la colecta para la capilla de Santa Ana promovida por las mujeres de la nobleza florentina, en particular la condesa Virginia Cambray Digny, esposa del ministro de Agricultura, Finanzas y Comercio, a mediados de febrero seguía siendo una sexta parte del total (6000 liras). Sin embargo, Don Bosco no desesperó e invitó a la Condesa a Turín: “Espero que en alguna ocasión pueda visitarnos y ver con sus propios ojos este majestuoso edificio para nosotros, del que se puede decir que cada ladrillo es una ofrenda hecha por los que ahora están cerca y ahora lejos pero siempre por gracia recibida”.

Altar inicial de la Iglesia de María Auxiliadora

Y así fue realmente, si al principio de la primavera se lo repitió a su habitual caballero (y lo imprimiría poco después en el libro conmemorativo Maravilla de la madre de Dios invocada bajo el título de María Auxiliadora): “Estoy enfrascado en gastos, muchas facturas que saldar, todo el trabajo que reanudar; haz lo que pueda, pero rece con fe. ¡Creo que ha llegado el momento de los que quieren la gracia de María! Vemos uno cada día’.

Los preparativos de la fiesta
A mediados de marzo, el arzobispo Riccardi fijó la consagración de la iglesia para la primera quincena de junio. Para entonces todo estaba listo: los dos campanarios de la fachada coronados por dos arcángeles, la gran estatua dorada de la cúpula ya bendecida por el arzobispo, los cinco altares de mármol con sus respectivas pinturas, incluida la maravillosa de María Auxiliadora con el niño en brazos, rodeada de ángeles, apóstoles, evangelistas, en un resplandor de luz y color.
Se puso entonces en marcha un plan excepcional para la preparación. En primer lugar, se trataba de encontrar al obispo consagrante; después, de contactar con varios obispos para las celebraciones solemnes de la mañana y la tarde de cada día del Octavario; a continuación, de cursar invitaciones personales a decenas de distinguidos benefactores, sacerdotes y laicos de toda Italia, muchos de los cuales debían ser dignamente acogidos en la casa; por último, de preparar a cientos de niños tanto para solemnizar con cantos las ceremonias pontificales y litúrgicas, como para participar en academias, juegos, desfiles, momentos de alegría y felicidad.

Al fin el gran día

Tres días antes del 9 de junio, los chicos del internado de Lanzo llegaron a Valdocco. El domingo 7 de junio, “L’Unità Cattolica” publicó el programa de las celebraciones, el lunes 8 de junio llegaron los primeros invitados y se anunció la llegada del duque de Aosta en representación de la Familia Real. También llegaron los chicos del internado de Mirabello. Los cantantes pasaron horas ensayando la nueva misa del maestro De Vecchi y el nuevo Tantum ergo de Don Cagliero, así como la solemne antífona Maria succurre miseris del propio Cagliero, que se había inspirado en la polifónica Tu es Petrus de la basílica vaticana.
A la mañana siguiente, 9 de junio, a las 5.30 horas, pasando entre una doble fila de 1.200 festeros y cantores, el arzobispo hizo el triple recorrido por la iglesia y después, con el clero, entró en el templo para realizar a puerta cerrada las ceremonias previstas de consagración de los altares. Hasta las 10.30 no se abrió la iglesia al público, que asistió a la misa del arzobispo y a la siguiente de Don Bosco.
El arzobispo regresó por la tarde para las vísperas pontificales, solemnizadas por el triple coro de cantores: 150 tenores y bajos a los pies del altar de San José, 200 sopranos y contraltos en la cúpula, otros 100 tenores y bajos en el sitio de la orquesta. Don Cagliero los dirigió, aún sin verlos a todos, a través de un artilugio eléctrico diseñado para la ocasión.

La antigua sacristía de la Iglesia de María Auxiliadora

Fue un triunfo de la música sacra, un encantamiento, algo celestial. Indescriptible fue la emoción de los presentes, que al salir de la iglesia pudieron admirar también la iluminación exterior de la fachada y la cúpula coronada por la estatua iluminada de María Auxiliadora.
¿Y Don Bosco? Todo el día rodeado de una multitud de bienhechores y amigos, conmovido más allá de las palabras, no hizo más que alabar a Nuestra Señora. Un sueño “imposible” se había hecho realidad.

Una octava igualmente solemne
Las celebraciones solemnes se alternaron mañana y tarde durante todo el octavario. Fueron días inolvidables, los más solemnes que Valdocco había visto jamás. No en vano Don Bosco las propagó inmediatamente con la robusta publicación “Recuerdo de una solemnidad en honor de María Auxiliadora”.
El 17 de junio volvió un poco de paz a Valdocco, los jóvenes huéspedes volvieron a sus escuelas, los devotos a sus casas; a la iglesia aún le faltaban acabados interiores, ornamentos, mobiliario… Pero la devoción a María Auxiliadora, que para entonces se había convertido en la “Virgen de Don Bosco” se escapó rápidamente y se extendió por todo el Piamonte, Italia, Europa y América Latina. Hoy existen en el mundo cientos de iglesias dedicadas a ella, miles de altares, millones de cuadros y pequeñas imágenes. Don Bosco repite hoy a todos, como al P. Cagliero cuando partió para las misiones en noviembre de 1875: “Confíen todo a Jesucristo Sacramentado y a María Auxiliadora y verán lo que son los milagros”.

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Historia de la construcción de la Iglesia de María Auxiliadora (2/3)

(continuación del artículo anterior)

La lotería
La autorización se concedió muy rápidamente, por lo que la compleja maquinaria de recogida y evaluación de los regalos y de venta de los boletos se puso en marcha de inmediato en Valdocco: todo según lo indicado en el plan de reglamento difundido en la prensa. Fue el cav. Federico Oreglia di Santo Stefano, coadjutor salesiano, quien se ocupó personalmente de obtener nombres de personas destacadas para incluirlos en el catálogo de los promotores, solicitar otros regalos y encontrar compradores o “vendedores” de billetes de lotería. Por supuesto, la lotería se publicitó en la prensa católica de la ciudad, aunque sólo después del cierre de la lotería de sordomudos, a principios de junio.

Las obras continuaron, los gastos también, incluso las deudas
El 4 de junio las obras de albañilería se encontraban ya a dos metros del suelo, pero el 2 de julio Don Bosco se vio obligado a recurrir urgentemente a un generoso benefactor, para que el maestro de obras Buzzetti pudiera pagar la “quincena a los obreros” (8000 euros). Pocos días después volvió a pedir a otro noble benefactor si podía comprometerse a pagar al menos una parte de los cuatro lotes de tejas, tablones y listones para el tejado de la iglesia a lo largo del año, lo que suponía un gasto total de unas 16.000 liras (64.000 euros). El 17 de julio le tocó el turno a un sacerdote promotor de la lotería al que se le pidió ayuda urgente para pagar “otra quincena de los obreros”: Don Bosco le sugirió que consiguiera el dinero con un préstamo bancario inmediato, o más bien que lo preparara para el fin de semana, cuando él mismo iría a recogerlo, o mejor aún, que lo trajera directamente a Valdocco, donde podría ver en persona la iglesia en construcción. En resumen, navegábamos a ojo y el riesgo de hundirnos por falta de liquidez se renovaba cada mes.
El 10 de agosto, envió los formularios impresos a la condesa Virginia Cambray Digny, esposa del alcalde de Florencia, la nueva capital del Reino, invitándola a promover personalmente la lotería. A finales de mes, parte de las paredes ya estaban en el tejado. Y poco antes de Navidad, envió 400 billetes al marqués Angelo Nobili Vitelleschi de Florencia con la petición de que los distribuyera entre la gente conocida.
La búsqueda de donativos para la lotería de Valdocco y la venta de los billetes continuarían en los años siguientes. Las circulares de Don Bosco se extenderían especialmente por el centro norte del país. Incluso los benefactores de Roma, el mismísimo Papa, desempeñarían su papel. Pero, ¿por qué se habrían comprometido a vender billetes de lotería para construir una iglesia que no era la suya, además en una ciudad que acababa de dejar de ser la capital del Reino (enero de 1865)?
Las motivaciones podían ser varias, entre ellas obviamente la de ganar algún bonito premio, pero sin duda una de las más importantes era de carácter espiritual: a todos aquellos que habían contribuido a construir la “casa de María” en la tierra, en Valdocco, mediante limosnas en general o el pago de estructuras u objetos (ventanas, vidrieras, altar, campanas, ornamentos…) Don Bosco, en nombre de la Virgen María, les garantizaba un premio especial: un “bello alojamiento”, una “habitación” pero no en cualquier sitio, sino “en el paraíso”.

La Virgen hace limosna para su iglesia

El 15 de enero de 1867, la Prefectura de Turín promulgó un decreto por el que se fijaba el sorteo de los billetes de lotería para el 1 de abril. Desde Valdocco hubo prisa por enviar los billetes restantes a toda Italia, con la petición de devolver los no vendidos a mediados de marzo, para que pudieran ser enviados a otros lugares antes del sorteo.
Don Bosco, que ya se preparaba para un segundo viaje a Roma a finales de diciembre de 1866 (9 años después del primero), con escala en Florencia, para intentar llegar a un acuerdo entre el Estado y la Iglesia sobre el nombramiento de nuevos obispos, aprovechó la ocasión para recorrer la red de sus amistades florentinas y romanas. Consigue vender muchos fajos de billetes, hasta el punto de que su compañero de viaje, Don Francesia, solicita al envío de otros, porque “todos quieren algo”.

La basílica y la plaza primitiva

Si en este momento la caritativa Turín, degradada de su papel de capital del Reino, está en crisis, Florencia, en cambio, crece y hace su parte con muchas nobles generosas; Bolonia no es menos digna, con el marqués Próspero Bevilacqua y la condesa Sassatelli. Milán no falta, aunque fue a la milanesa Rosa Guenzati a quien Don Bosco confió el 21 de marzo: “La lotería está llegando a su fin y aún nos quedan muchos billetes”.
¿Cuál fue el resultado económico final de la lotería? Unas 90.000 liras [328.000 euros], una bonita suma, podría decirse, pero era sólo una sexta parte del dinero ya gastado; tanto es así que el 3 de abril Don Bosco tuvo que pedir a un benefactor un préstamo urgente de 5.000 liras [18.250 euros] para un pago inaplazable de materiales de construcción: se le había pasado un ingreso previsto.

Nuestra Señora interviene
La semana siguiente Don Bosco, negociando sobre los altares laterales con la condesa Virginia Cambray Digny de Florencia – ella había promovido personalmente una colecta de fondos para un altar que se dedicaría a Santa Ana (madre de Nuestra Señora) – le informó de la reanudación de las obras y de la esperanza (que resultó vana) de poder inaugurar la iglesia en el plazo de un año. Siempre contando con las ofrendas por las gracias que Nuestra Señora concede continuamente a las oblatas, escribe a todo el mundo, a la propia Cambray Digny, a la señorita Pellico, hermana del famoso Silvio, etc. Algunos bienhechores, incrédulos, le pidieron confirmación y Don Bosco se la reiteró.

La Basílica de María Auxiliadora tal y como la construyó Don Bosco

Las gracias aumentaban, su fama se extendía y Don Bosco tenía que contenerse porque, como escribió el 9 de mayo al caballero Oreglia di S. Stefano, salesiano enviado a Roma en busca de caridad: “No puedo escribirle porque estoy interesado”. De hecho, n a o podía dejar de poner al día a su limosnero al mes siguiente: “Un señor al que se le curó un brazo trajo inmediatamente 3.000 liras [11.000 euros] con las que se pagaron parte de las deudas del año anterior… Nunca he presumido de cosas extraordinarias; siempre he dicho que Nuestra Señora Auxiliadora ha concedido y concede gracias extraordinarias a quienes contribuyen de algún modo a la construcción de esta iglesia. Siempre he dicho y digo: ‘la ofrenda se hará cuando se reciba la gracia, no antes’ [cursiva en el original]”. Y el 25 de julio a la condesa Callori le habló de una niña que recibió, “lunática y furiosa” retenida por dos hombres; en cuanto fue bendecida se calmó y se confesó.

Si la Virgen es activa, Don Bosco desde luego no se queda quieto. El 24 de mayo envió otra circular para la erección y equipamiento de la capilla de los Sagrados Corazones de Jesús y María: adjuntaba un formulario para la ofrenda mensual, mientras pedía a todos una avemaría para los obladores. El mismo día, con un notable “coraje” pregunta a la Madre Galeffi, de las Oblatas de Tor de Specchi en Roma, si los 2000 scudi prometidos tiempo atrás para el altar de los Sagrados Corazones forman parte de su renovada voluntad de hacer otras cosas por la iglesia. El 4 de julio, agradece al príncipe Orazio Falconieri di Carpegna de Roma la donación de un cáliz y una ofrenda para la iglesia. Escribe a todos que la iglesia progresa y espera los regalos prometidos, como altares para la capilla, campanas, balaustradas, etc. Las grandes ofrendas proceden pues de los aristócratas, los príncipes de la iglesia, pero no falta la “ofrenda de la viuda”, las ofrendas pequeñas de la gente sencilla: “La semana pasada, en pequeñas ofrendas hechas por gracias recibidas, se registraron 3800 francos» [12.800 euros].
El 20 de febrero de 1867, la “Gazzetta Piemontese” daba la siguiente noticia: “A las numerosas calamidades que afligen a Italia – [piénsese en la tercera guerra de independencia que acaba de terminar], hay que añadir ahora la reaparición del cólera”. Fue el comienzo de la pesadilla que amenazaría a Italia durante los doce meses siguientes, con decenas de miles de muertos en todo el país, incluida Roma, donde la enfermedad también se cobró víctimas entre los dignatarios civiles y eclesiásticos.
Los bienhechores de Don Bosco estaban preocupados, pero él les tranquilizó: “ninguno de los que participan en la construcción de la iglesia en honor de María será víctima de estas enfermedades, mientras pongan su confianza en ella”, escribió a principios de julio a la duquesa de Sora.

(continuación)




Historia de la construcción de la Iglesia de María Auxiliadora (1/3)

“Ella lo hizo todo, Nuestra Señora”, estamos acostumbrados a leer en la literatura espiritual salesiana, para indicar que la Virgen estuvo en el origen de toda la historia de Don Bosco. Si aplicamos la expresión a la construcción de la iglesia de María Auxiliadora, se encuentra un fuerte espesor de verdad documentadísima, teniendo siempre presente que, junto a la intervención celestial, Don Bosco también desempeñó su papel, ¡y de qué manera!

El lanzamiento de la idea y las primeras promesas de subvenciones (1863)
A finales de enero, principios de febrero de 1863, Don Bosco difundió una amplia circular sobre la finalidad de una iglesia, dedicada a María Auxiliadora, que tenía en mente construir en Valdocco: debía servir a la multitud de jóvenes allí acogidos y a las veinte mil almas de los alrededores, con la posibilidad ulterior de ser erigida en parroquia por la autoridad diocesana.
Poco después, el 13 de febrero, informó al Papa Pío IX, no sólo de que la iglesia era una parroquia, sino de que ya estaba “en construcción”. De Roma obtuvo el resultado deseado: a finales de marzo, recibió 500 liras. Agradeciendo al cardenal de Estado Antonelli la subvención recibida, escribió que “los trabajos… están a punto de comenzar”. De hecho, en mayo compró el terreno y madera para la obra y en verano comenzaron los trabajos de excavación, que se prolongaron hasta el otoño.
En vísperas de la fiesta de María Auxiliadora, el 23 de mayo, el Ministerio de Gracia, Justicia y Culto, tras escuchar al alcalde, el marqués Emanuele Luserna, se declaró dispuesto a conceder una subvención. Don Bosco aprovechó la ocasión para hacer un llamamiento inmediato a la generosidad del primer Secretario de la Orden de Mauricio y del alcalde. Les envió un doble llamamiento en la misma fecha: al primero, en privado, le pidió la mayor subvención posible, recordándole el compromiso que había contraído con ocasión de su visita a Valdocco; al segundo, de manera formal, oficial, hizo lo mismo, pero deteniéndose en los detalles de la iglesia que debía construirse.

Las primeras respuestas interlocutorias
Las peticiones de ofrendas fueron seguidas de respuestas. La del 29 de mayo del secretario de la Orden de Mauricio fue negativa para el año en curso, pero no para el año siguiente, cuando se pudo presupuestar una subvención no especificada. En cambio, la respuesta del Ministerio del 26 de julio fue positiva: se asignaron 6.000 liras, pero la mitad se entregaría cuando se pusieran los cimientos a nivel del suelo, y la otra mitad cuando se techara la iglesia; todo, sin embargo, estaba condicionado a la inspección y aprobación de una comisión especial del gobierno. Finalmente, el 11 de diciembre llegó la respuesta, desgraciadamente negativa, del consejo municipal: la contribución financiera del municipio sólo estaba prevista para las iglesias parroquiales, y la de Don Bosco no. Tampoco podía serlo fácilmente, dada la sede vacante de la archidiócesis. Don Bosco se tomó entonces unos días de reflexión y en Nochebuena reafirmó al alcalde su intención de construir una gran iglesia parroquial para dar servicio al “barrio densamente poblado”. Si la subvención municipal fracasaba, tendría que limitarse a una iglesia mucho más pequeña. Pero el nuevo llamamiento también cayó en saco roto.
El año 1863 terminó así para Don Bosco con pocas cosas concretas, salvo algunas promesas generales. Había motivos para el desánimo. Pero si los poderes públicos fallaban en materia económica, pensaba Don Bosco, la Divina Providencia no fallaría. De hecho, había experimentado su fuerte presencia unos quince años antes, durante la construcción de la iglesia de San Francisco de Sales. Por ello, confió al ingeniero Antonio Spezia, ya conocido por él como un excelente profesional, la tarea de elaborar el plano de la nueva iglesia que tenía en mente. Entre otras cosas, debía trabajar, una vez más, gratuitamente.

El año decisivo (1864)

En poco más de un mes el proyecto estaba listo, y a finales de enero de 1864 fue entregado a la comisión municipal de obras. Entretanto, Don Bosco había solicitado a la dirección de los Ferrocarriles del Estado de la Alta Italia que transportara gratuitamente las piedras desde Borgone, en el bajo valle de Susa, hasta Turín. El favor le fue concedido rápidamente, pero no así a la Comisión de Construcción. De hecho, a mediados de marzo, rechazó los planos entregados por “irregularidad de construcción”, con la invitación al ingeniero a modificarlos. Presentados de nuevo el 14 de mayo, volvieron a ser considerados defectuosos el 23 de mayo, con una nueva invitación a tenerlos en cuenta; alternativamente, se sugirió que se considerara un diseño diferente. Don Bosco aceptó la primera propuesta, el 27 de mayo se aprobó el proyecto revisado y el 2 de junio el Ayuntamiento expidió la licencia de obras.

Primera foto de la Iglesia de María Auxiliadora

Mientras tanto, Don Bosco no había perdido el tiempo. Había pedido al alcalde que le trazara la alineación exacta Via Cottolengo hundida, para poder levantarla a sus expensas con material procedente de la xcavación de la iglesia. Además, había hecho circular por el centro y el norte de Italia, a través de algunos benefactores de confianza, una circular impresa en la que exponía las razones pastorales de la nueva iglesia, sus dimensiones y sus costes (que en realidad se cuadruplicaron en el transcurso de la construcción). El llamamiento, dirigido sobre todo a los “devotos de María”, iba acompañado de un formulario de inscripción para quienes desearan indicar por adelantado la suma que pagarían en el trienio 18641866. La circular también indicaba la posibilidad de ofrecer materiales para la iglesia u otros artículos necesarios para ella. En abril se publicó el anuncio en el Boletín Oficial del Reino y en “L’Unità Cattolica”.
Los trabajos continuaron y Don Bosco no podía estar ausente debido a las constantes peticiones de cambios, especialmente en lo referente a las líneas de demarcación de la irregular Vía Cottolengo. En septiembre envió una nueva circular a un círculo más amplio de benefactores, siguiendo el modelo de la anterior, pero con la especificación de que la obra estaría terminada en tres años. También envió una copia a los príncipes Tommaso y Eugenio de la Casa de Saboya y al alcalde Emanuele Luserna di Rorà; sin embargo, sólo les pidió de nuevo que colaboraran en el proyecto rectificando la Via Cottolengo.

Deudas, una lotería y mucho valor
A finales de enero de 1865, en la fiesta de San Francisco de Sales, cuando los salesianos de varias casas estaban reunidos en Valdocco, Don Bosco les comunicó su intención de iniciar una nueva lotería para recaudar fondos para la continuación de los trabajos (de excavación) de la iglesia. Sin embargo, tuvo que posponerla debido a la presencia simultánea en la ciudad de otra a favor de los sordomudos. Como consecuencia, los trabajos, que se habrían reanudado en primavera tras la pausa invernal, no tuvieron cobertura financiera. Así que Don Bosco pidió urgentemente a su amigo y cohermano de Mornese, Don Domenico Pestarino, un préstamo de 5000 liras (20.000 euros). No quería recurrir a un préstamo bancario demasiado oneroso en la capital. Por si los espinosos problemas financieros no fueran suficientes, surgieron otros al mismo tiempo con los vecinos, en particular los de la casa Bellezza. Don Bosco tuvo que pagarles una indemnización por la renuncia al paso por la Via della Giardiniera, que fue por tanto suprimida.

Colocación solemne de la primera piedra

Por fin llegó el día de la colocación de la primera piedra de la Basílica de María Auxiliadora, el 27 de abril de 1865. Tres días antes, Don Bosco hizo públicas las invitaciones, en las que anunciaba que Su Alteza Real el Príncipe Amadeo de Saboya colocaría la primera piedra, mientras que la función religiosa sería presidida por el Obispo de Casale, Monseñor Pietro Maria Ferrè. Sin embargo, este último falleció en el último momento y la solemne ceremonia fue celebrada por el obispo de Susa, monseñor Giovanni Antonio Odone, en presencia del prefecto de la ciudad, el alcalde, varios concejales, benefactores, miembros de la nobleza de la ciudad y la Comisión de Lotería. La comitiva del duque Amedeo fue recibida al son de la marcha real por la banda de música y el coro infantil de alumnos de Valdocco y Mirabello. La prensa de la ciudad hizo de caja de resonancia del acontecimiento festivo y Don Bosco, por su parte, captando su gran significado político-religioso, amplió su alcance histórico con sus propias publicaciones.

Plaza e Iglesia María Auxiliadora

Tres días más tarde, en una larga y dolorosa carta al Papa Pío IX sobre la difícil situación en la que se encontraba la Santa Sede ante la política del Reino de Italia, mencionó la iglesia ya con sus muros fuera de la tierra. Pidió una bendición para la empresa en curso y donativos para la lotería que estaba a punto de lanzar. De hecho, a mediados de mayo, solicitó formalmente la autorización de la Prefectura de Turín, justificándola con la necesidad de saldar las deudas de los distintos oratorios de Turín, proporcionar alimentos, ropa, alojamiento y escolarización a los cerca de 880 alumnos de Valdocco y continuar las obras de la iglesia de María Auxiliadora. Obviamente, se comprometió a respetar todas las numerosas disposiciones legales al respecto.

(continuación)