Escudo del cardenal Ángel Fernández Artime

Presentamos el Escudo de Su Eminencia Reverendísima, Cardenal Ángel FERNÁNDEZ ARTIME SdB, Rector Mayor de la Pía Sociedad de San Francisco de Sales (Salesianos de Don Bosco).

Todo clérigo que es nombrado cardenal por el Papa debe componer un escudo que le represente.
Un escudo no es sólo una formalidad tradicional. Representa lo más importante para una persona, familia o institución, y permite su identificación a través del espacio y del tiempo. Aparecieron, según algunas investigaciones, en la época de las Cruzadas, cuando los caballeros cristianos las aplicaban en sus ropas, arreos de caballos, escudos y estandartes, para reconocer claramente a aliados y adversarios. Más tarde, se diversificaron y pasaron a las familias nobles y también a la Iglesia, hasta el punto de que también ha aparecido una ciencia, la heráldica, que se ocupa de su estudio.
En la Iglesia, los escudos eclesiásticos fueron normalizados en 1905, por el Papa San Pío X, en el motu proprioInter multiplices cura”. Así, un escudo eclesiástico consta de un escudo personal (blasón), numerosos ornamentos externos que recuerdan las insignias de las dignidades a las que se refieren (el del cardenal es un galero rojo con 15 borlas rojas) y un lema personal, generalmente en latín, como declaración de fe. Los elementos del escudo hacen referencia al nombre del titular, sus orígenes, su sede y símbolos religiosos que recuerdan mensajes teológicos y valores espirituales o sintetizan ideales de vida y programas pastorales.

BLASÓN
“Plata, con una capa[i] azul. En la parte I la figura característica de Jesús Buen Pastor, encontrada en las Catacumbas de San Calixto, en Roma, toda natural[ii] ; En el II al monograma MA, de oro, timbrado[iii] por una corona del mismo; en el III al ancla de dos garfios[iv] , de plata, acordonada de gules. El escudo está timbrado con un sombrero[v] con cordones y borlas rojas. Las borlas, en número de treinta, están dispuestas quince a cada lado, en cinco órdenes de 1, 2, 3, 4, 5[vi] , Bajo el escudo, en la lista de plata, el lema en letras mayúsculas negras: «SUFFICIT TIBI GRATIA MEA”.

EXÉGESIS
“El hombre medieval (…) vive en un ‘bosque de símbolos’. San Agustín dijo: el mundo está hecho de signa y de ‘re’, de signos, es decir, de símbolos, y de cosas. Las ‘res’ que son la verdadera realidad permanecen ocultas; el hombre sólo capta los signos. El libro esencial, la Biblia, contiene una estructura simbólica. A cada personaje, a cada acontecimiento del Antiguo Testamento corresponde un personaje, un acontecimiento del Nuevo Testamento. El hombre medieval se dedica constantemente a “descifrar”, lo que refuerza su dependencia de los clérigos, eruditos en el campo del simbolismo. El simbolismo preside el arte y, en particular, la arquitectura, donde la iglesia es ante todo una estructura simbólica. Impera en la política, donde el peso de las ceremonias simbólicas como la consagración del rey es considerable, donde las banderas, las armas, los emblemas, tienen una importancia capital. Reina en la literatura, donde a menudo adopta la forma de alegoría’[vii].

Los gestos y los símbolos remiten, por tanto, a algo más profundo: a un mensaje, a un valor, a una idea que va más allá del propio signo.

“En la vida humana, los signos y los símbolos ocupan un lugar importante. Como ser corporal y espiritual a la vez, el hombre expresa y percibe las realidades espirituales a través de signos y símbolos materiales. Como ser social, el hombre necesita signos y símbolos para comunicarse con los demás a través del lenguaje, los gestos y las acciones. Lo mismo ocurre en su relación con Dios”[viii] .

“El erudito y famoso heraldista Goffredo di Crollalanza en Génesis e Storia del Linguaggio Blasonico (1876) entre otras cosas escribe: ‘La heráldica tuvo a la caballería como su autor, la necesidad como motivo, los trofeos como propósito, los torneos y las cruzadas como ocasión, el campo de batalla como cuna, la armadura como campo, el diseño como medio, el símbolo como auxiliar, la creación como materia, la ideología como concepto, y el blasón como consecuencia. Y añade: “El blasón no es la ilustración; como la mente no es el alma, sino la manifestación del alma”[ix] .

“La heráldica es un lenguaje complejo y particular compuesto por una miríada de figuras y el escudo de armas es una marca que pretende ensalzar una hazaña particular, un hecho importante, una acción que debe perpetuarse”.

Esta ciencia documental de la historia estaba al principio reservada a los caballeros y a los participantes en hechos de armas, bélicos o deportivos, que se hacían reconocer por su escudo, colocado en el escudo, el casco, la bandera y también en el manto del caballo, representando la única manera de distinguirse unos de otros.

La heráldica de los caballeros fue imitada casi inmediatamente por la Iglesia, a pesar de que los organismos eclesiásticos de la época preheráldica ya tenían sus propios signos distintivos, hasta el punto de que cuando surgió la heráldica en el siglo XII, estas figuras adoptaron los colores y el aspecto de esa simbología.

La heráldica eclesiástica en nuestro tiempo está viva, es actual y se utiliza ampliamente. Para un prelado, sin embargo, el uso de un escudo de armas debe definirse hoy como símbolo, figura alegórica, expresión gráfica, síntesis y mensaje de su ministerio.

Hay que recordar que a los clérigos siempre se les prohibió ejercer la milicia y portar armas, por lo que no se debió adoptar el término “escudo” o “armadura” propio de la heráldica; sin embargo, hay que decir que, hasta tiempos recientes, los clérigos utilizaban su escudo familiar, muy a menudo desprovisto de todo simbolismo religioso.

El propio simbolismo de la Iglesia romana procede del Evangelio y está representado por las llaves entregadas por Cristo al apóstol Pedro.

La heráldica eclesiástica en nuestro tiempo es viva, actual y ampliamente utilizada. Para un cardenal, el uso de un escudo de armas debe definirse hoy como símbolo, figura alegórica, expresión gráfica, síntesis y mensaje de su ministerio»[x] .

En la primera época, los escudos eclesiásticos tenían el escudo timbrado por la mitra con las cernejas revoloteando; con el paso del tiempo, sin embargo, se consolidó en la parte superior del escudo la capa prelaticia con los cordones y los diversos órdenes de borlas o lazos, de diferente número según la dignidad, todos en verde si eran obispos, arzobispos y patriarcas, todos en rojo si eran cardenales de la Santa Iglesia Romana.

También observamos que la “Instrucción sobre las vestiduras, títulos y escudos de cardenales, obispos y prelados inferiores” del 31 de marzo de 1969, firmada por el cardenal secretario de Estado Amleto Cicognani, afirma textualmente en su artículo 28: “Se permite a los cardenales y obispos utilizar el escudo. La configuración de este escudo debe ajustarse a las normas que regulan la heráldica y ser convenientemente sencilla y clara. Tanto el báculo como la mitra deberán eliminarse del escudo»[xi] .

En el artículo 29 se especifica que se permite a los cardenales fijar su escudo en la fachada de la iglesia que se les atribuya como título o diaconía.

Los excelentísimos y reverendísimos obispos estampan, de hecho, el escudo, unido a una sencilla cruz astilar (con un travesaño), dorada, trebolada, colocada en un asta, con el sombrero, cordones y borlas de color verde. Las borlas, en número de doce, están dispuestas seis a cada lado, en tres órdenes de 1, 2, 3.

Los excelentísimos y reverendísimos arzobispos estampan el escudo, unido a una cruz astillar patriarcal de oro, trifoliada, colocada en asta, con el sombrero, cordones y borlas de color verde. Los lazos, veinte en número, están dispuestos diez a cada lado, en cuatro órdenes de 1, 2, 3, 4.

Los excelentísimos y reverendísimos Patriarcas estampan el escudo, unido a una cruz astilar patriarcal de oro, trifoliada, colocada en un asta, con el sombrero, cordones y borlas de color verde. Los lazos, treinta en número, están dispuestos quince a cada lado, en cinco órdenes de 1, 2, 3, 4, 5[xii] .

Los más eminentes y reverendos cardenales de la Santa Iglesia Romana estampan el escudo, revestido de una cruz astilar patriarcal de oro, trifoliada, colocada en un asta, con la capa, cordones y borlas de color rojo. Los lazos en número de treinta están dispuestos quince a cada lado, en cinco órdenes de 1, 2, 3, 4, 5.

Se dice que el origen y el uso de sombreros de color verde, para patriarcas, arzobispos y obispos, deriva de España, donde, en la Edad Media, los prelados llevaban un sombrero de color verde. De ahí que los escudos de obispos, arzobispos y patriarcas lleven estampado un sombrero de color verde.

En 1245, en el Concilio de Lyon, el Papa Inocencio IV (1243-1254) concedió a los cardenales un sombrero rojo, como insignia especial de honor y reconocimiento entre los demás prelados, para que lo llevaran cuando cabalgaran por la ciudad. Lo prescribió en rojo para exhortarles a estar siempre dispuestos a derramar su sangre para defender la libertad de la Iglesia y del pueblo cristiano. Y es por esta razón que desde el siglo XIII los cardenales han estampado su escudo con un sombrero rojo, adornado con cordones y borlas del mismo color.

Por último, el Eminentísimo y Reverendísimo Cardenal Chambelán de la Santa Iglesia Romana lleva el escudo con el mismo sombrero que los demás cardenales, pero timbrado con el gonfalón papal, durante el munere, es decir, durante la Sede Apostólica vacante. El estandarte papal o estandarte papal, también llamado basilica, tiene forma de paraguas con granos rojos y amarillos con los colgantes cortados en vajo y de colores contrastados, sostenido por un asta en forma de lanza con un alto y cruzado por las llaves papales, una dorada y la otra plateada, decusadas, con las horcas hacia arriba, atadas con cinta roja.

Los mismos colores verde o rojo deben utilizarse también en la tinta de los sellos y escudos de las escrituras, estos últimos con los signos convencionales prescritos que indican los esmaltes.

El blasón – descripción heráldica – del escudo del Cardenal Ángel FERNÁNDEZ ARTIME SdB no lleva el escudo unido a una cruz astilar de oro, colocada en un asta, porque no es obispo. Será consagrado al orden episcopal el próximo año, después de que cese como Rector Mayor de los Salesianos de Don Bosco, y en ese momento su escudo estará unido a una cruz astilar, colocada en un asta.

A lo largo de los siglos, el Antiguo y el Nuevo Testamento, la Patrística, las leyendas de los santos y la Liturgia han ofrecido a la Iglesia los más variados temas para sus símbolos, destinados a convertirse en figuras heráldicas.

Tales símbolos aluden casi siempre a las tareas pastorales o apostólicas de los institutos eclesiásticos, tanto seculares como regulares, o tienden a indicar la misión del clero, recordar antiguas tradiciones de culto, recuerdos de santos patronos, piadosas devociones locales.

LOS ESMALTES
Una de las reglas fundamentales que rigen la heráldica establece que el que menos tiene, más puede, en lo que respecta a la composición de los esmaltes, las figuras y las poses del escudo.
Y la armadura que examinaremos a continuación está compuesta por los metales oro y plata y los colores azul y rojo.

Buscar el propio escudo, por tanto, el verdadero, poder enarbolarlo como estandarte, con el que marcar las cartas, comprender plenamente sus símbolos, ¿no es, en cierto modo, buscarse a sí mismo, su propia imagen, su propia dignidad?
Así es como un acto, que sólo podría leerse formalmente, puede adquirir en cambio un significado simbólico y muy significativo.

Oro, plata, azul y rojo, pues, son los esmaltes que figuran en el escudo de armas de nuestra Eminencia el Cardenal Ángel FERNÁNDEZ ARTIME SdB., pero ¿qué símbolos contienen y desprenden estos esmaltes, qué mensajes transmiten a la humanidad, a menudo aturdida, ahora en el siglo XXI?

Los ‘metales’, oro y plata, representan heráldicamente y recuerdan las antiguas armaduras de los caballeros que, según su grado de nobleza, eran de hecho doradas o plateadas; el oro, además, es símbolo de la realeza divina, mientras que la plata alude a María. El “color” azul recuerda el mar que atravesaron los cruzados en su camino hacia Tierra Santa, mientras que el “color” rojo, considerado por muchos heraldistas como el primero entre los colores de armas, la sangre viva derramada por los cruzados.
Profundizando más concretamente en el simbolismo heráldico de los “esmaltes”, recordamos que entre los “metales”, el oro representa la Fe entre las virtudes, el sol entre los planetas, el león entre los signos zodiacales, julio entre los meses, el domingo entre los días de la semana, el topacio entre las piedras preciosas, la adolescencia hasta los veinte años entre las edades del hombre, el girasol entre las flores, el siete entre los números y él mismo entre los metales; la plata representa la Esperanza entre las virtudes, la luna entre los planetas, Cáncer entre los signos del zodíaco, junio entre los meses, el lunes entre los días de la semana, la perla entre las piedras preciosas, el agua entre los elementos, la infancia hasta los siete años entre las edades del hombre, el flemático entre los temperamentos, el lirio entre las flores, el dos entre los números y él mismo entre los metales.

Entre los “colores”, el azul claro simboliza la Justicia entre las virtudes, Júpiter entre los planetas, Tauro y Libra entre los signos zodiacales, abril y septiembre entre los meses, el martes entre los días de la semana, el zafiro entre las piedras preciosas, el aire entre los elementos, el verano entre las estaciones, la infancia hasta los quince años entre las edades del hombre, el colérico entre los temperamentos, la rosa entre las flores, el seis entre los números y el estaño entre los metales, mientras que el rojo, la Caridad entre las virtudes teologales, Marte entre los planetas, Aries y Escorpio entre los signos zodiacales, marzo y octubre entre los meses, el miércoles entre los días de la semana, el rubí entre las piedras preciosas, el fuego entre los elementos, el otoño entre las estaciones, la virilidad hasta los cincuenta años entre las edades del hombre, el sanguíneo entre los temperamentos, el clavel entre las flores, el tres entre los números y el cobre entre los metales.

El rojo: “es también un recuerdo de Oriente y de las expediciones ultramarinas, así como una demostración de justicia, crueldad e ira. Ignescunt irae, decía Virgilio. Por último, como fue consagrado a Marte por los antiguos, significa impulsos intrépidos, grandiosos y fuertes. Los españoles llaman al campo rojo ‘sangriento’, porque les trae a la memoria las batallas que libraron contra los moros. Encontramos un nombre similar en Alemania en blütige Fahne, vexillum, cruentum, un campo todo rojo sin ninguna figura, que indica derechos de realeza, y que se encuentra en las armas de Prusia, Anhalt, etc. El rojo es, con el azul, uno de los dos colores más utilizados en los escudos de armas; pero se encuentra con más frecuencia en las armas de las familias borgoñonas, normandas, gasconas, bretonas, españolas, inglesas, italianas y polacas. En las banderas, el rojo representa la audacia y el valor, y parece que fue adoptado en un principio por los adoradores del fuego”[xiii] .

Entre los “colores”, el “natural” es “una figura reproducida en su color natural (es decir, tal y como aparece en la naturaleza) y no como esmalte heráldico}2[xiv] .

Nos gustaría señalar que también fue necesario crear signos convencionales para comprender e identificar los “esmaltes” del escudo cuando éste se reproduce en sellos e impresiones en blanco y negro. Así, los heraldistas, a lo largo del tiempo, utilizaron diversos sistemas; por ejemplo, escribieron en los diversos campos ocupados por los esmaltes, la inicial de la primera letra correspondiente al color del esmalte, o identificaron los colores inscribiendo las siete primeras letras del alfabeto o, de nuevo, reprodujeron, en los campos del esmalte, los siete primeros números cardinales.

En el siglo XVII, el heraldista francés Vulson de la Colombière propuso unos signos convencionales especiales para reconocer el color de los esmaltes de los escudos reproducidos en blanco y negro. El heraldista padre Silvestro di Pietrasanta, de la Compañía de Jesús, fue el primero en hacer uso de ellos en su obra Tesserae gentilitiae ex legibus fecialium descriptae, difundiendo así su conocimiento y uso.

Este sistema de clasificación, que aún se utiliza hoy en día, identifica el rojo con líneas perpendiculares gruesas, el azul con horizontales, el verde con diagonales de izquierda a derecha, el morado con diagonales de derecha a izquierda y el negro con horizontales y verticales cruzadas, mientras que el dorado es punteado y el plateado sin sombreado.

Para representar el color “al naturele”, algunos heraldistas prevén otros signos convencionales, pero nosotros pretendemos abrazar la tesis del heraldista Goffredo di Crollalanza donde, para el color “al naturele”, tras recordar que puede colocarse sobre metal y sobre color indistintamente, sin infringir la ley de superposición de esmaltes, aclara que se expresa[xv] en dibujos dejando la pieza en blanco y sombreando la figura en los lugares apropiados.
También era de esta opinión el distinguido heraldista arzobispo Bruno Bernard Heim, que en los escudos pontificios de los papas Juan XXIII y Juan Pablo I que diseñó, en los reproducidos en blanco y negro, en la capa patriarcal de Venecia representa el león de San Marcos sin ningún signo convencional.

LAS FIGURAS

Jesús Buen Pastor
La figura de Jesús Buen Pastor responde a una profunda aspiración del hombre antiguo. Los judíos veían a Dios como el verdadero pastor que guía a su pueblo. Moisés, a su vez, había recibido el encargo de ser pastor y guía de su pueblo. Los griegos conocían la imagen del pastor de pie en un gran jardín y llevando una oveja sobre sus hombros. El jardín es una reminiscencia del paraíso.

Los griegos asocian al pastor con su anhelo de un mundo puro e incorrupto. En muchas culturas, el pastor es una figura paterna, un padre que cuida de sus hijos, una imagen de la preocupación paternal de Dios por la humanidad.

Los primeros cristianos hacen suya la aspiración de Israel y Grecia. Jesús es, como Dios, el pastor que conduce a su pueblo a la vida. Los cristianos de la cultura helenística asocian la figura del buen pastor con la de Orfeo, el cantor divino. Su canto amansaba a las bestias feroces y resucitaba a los muertos. Orfeo suele representarse en un paisaje idílico, rodeado de ovejas y leones.

Para los cristianos helenistas, Orfeo es una figura de Jesús. Jesús es el cantor divino, que con sus palabras pacifica lo que hay de salvaje y feroz en nosotros y revive lo que está muerto. Jesús, presentándose en el evangelio de Juan como el buen pastor, realiza las imágenes arquetípicas de la salvación contenidas en el alma humana bajo las imágenes del pastor. Esta figura, en el escudo, precisamente por su significado, se carga en la postura principal.

Monograma de María Auxiliadora
Este monograma, MA, estampado con una corona, todo en oro, simboliza a María Auxiliadora, la Madonna dI Don Bosco. Después del nombre de Jesús, no hay nombre más dulce, más poderoso, más consolador que el de María; un nombre ante el cual los Ángeles se inclinan en reverencia, la tierra se regocija, el infierno tiembla.

San Juan Bosco confió una vez a uno de sus primeros salesianos, Don Juan Cagliero, gran misionero en América Latina y futuro cardenal, que la: “Nuestra Señora quiere que la honremos con el título de Auxilio de los Cristianos”, añadiendo que: “Los tiempos son tan tristes que necesitamos que la Virgen Santa nos ayude a preservar y defender la fe cristiana”.

Este título mariano, en realidad, ya existía desde el siglo XVI en las letanías lauretanas y el Papa Pío VII instituyó la fiesta de María Auxiliadora en 1814 y la fijó para el 24 de mayo, en señal de acción de gracias, por el regreso a Roma, ese día, aclamado por el pueblo, tras el exilio decretado por Napoleón. Pero fue gracias a Don Bosco y a la construcción del Santuario de María Auxiliadora, en Turín Valdocco -deseado por la propia Virgen, que se apareció en una visión a la Santa, indicándole que quería ser honrada en el lugar exacto donde sufrieron la muerte los primeros mártires turineses Avventore, Ottavio y Solutore, soldados cristianos de la Legión Tebana- que el título de Auxiliadora volvió a cobrar actualidad en la Iglesia. Don Lemoyne, secretario particular del Santo, en su monumental biografía escribe textualmente: “Lo que parece claro e irrefutable es que entre Don Bosco y la Virgen existía ciertamente un pacto. Toda su gigantesca obra fue realizada no sólo en colaboración, sino incluso en asociación con la Virgen”.

Don Bosco, en consecuencia, recomendó a sus salesianos que difundieran la devoción a Nuestra Señora, bajo el título de Auxilio de los Cristianos, en cualquier parte del mundo. Pero Don Bosco no dejó la devoción a María Auxiliadora sólo a la devoción espontánea, sino que le dio estabilidad con una Asociación que tomó su nombre de Ella. Testigos directos vieron en la Asociación de los Devotos de María Auxiliadora una de las iniciativas más queridas por Don Bosco y de más amplia resonancia, después de la de las dos congregaciones religiosas (Salesianos e Hijas de María Auxiliadora) y la Asociación de los Cooperadores.

De hecho: “no es Don Bosco quien eligió a María; es María quien, enviada por su Hijo, tomó la iniciativa de elegir a Don Bosco y de fundar a través de él la obra salesiana, que es su obra, ‘su asunto’, para siempre”[xvi] .

El ancla
El ancla recuerda, en primer lugar, que el Cardenal Ángel FERNÁNDEZ ARTIME SdB, es hijo de un pescador del mar de España.
Conviene recordar, pues, que “El escudo salesiano es una condensación de estímulos esenciales para calificar a todo verdadero hijo de Don Bosco”. San Juan Bosco también quiso que las virtudes teologales estuvieran representadas en el escudo: para la Fe, la estrella; para la Esperanza, el ancla y para la Caridad, el corazón. Podría parecer que en el escudo salesiano está ausente la presencia indispensable de María Auxiliadora, de quien -decía Don Bosco- deriva todo lo salesiano. Pero el propio Fundador, y todos los primeros cohermanos, identificaron siempre en los símbolos del ancla, la estrella y el corazón, también la referencia a Jesús y a su Madre; y éste es otro aspecto de la densidad significativa que encierra el escudo”[xvii] .

De hecho, la vida y las acciones del salesiano son una expresión: de su fe, la estrella resplandeciente; de su esperanza, la gran ancla; y de su caridad pastoral, el corazón ardiente.

El ancla, en heráldica, simboliza la constancia[xviii]. “Instrumento utilizado en la navegación mediterránea, ya en la antigüedad se le concedía importancia como símbolo del dios del mar. El ancla prometía estabilidad y seguridad, por lo que se convirtió en el símbolo de la fe y la esperanza. Empleada al principio en las imágenes de tumbas precristianas como indicación profesional y como marcador de las tumbas de los marineros, debido a su forma de cruz, se convirtió en el cristianismo primitivo en un símbolo disfrazado de redención”[xix] .

Como el hombre, el símbolo también es lo que ha sido para ser auténticamente lo que será.
Por tanto, es necesario hacer memoria y esperanza de esta fuente tan rica e inagotable, de la que aún es posible beber para nuestro hoy.

Giorgio ALDRIGHETTI

Blasón y exégesis del heraldista Giorgio Aldrighetti de Chioggia (Venecia), miembro ordinario del Instituto Genealógico Heráldico Italiano.
Miniaturas del heraldista Enzo Parrino de Monterotondo (Roma).


[i] Partición heráldica consistente en un escudo dividido en tres secciones, de dos esmaltes diferentes, obtenidas por dos líneas curvas que, desde el punto medio de la cara superior del escudo, llegan a los puntos medios de las dos solapas laterales del escudo. (L. Caratti di Valfrei, Diccionario de Heráldica, Milán 1997, p. 50. entrada Cappato.

[ii] «Se trata de una figura reproducida en su color natural (es decir, tal y como aparece en la naturaleza) y no como un esmalte heráldico (Ibid., p. 18, entrada en natural).

[iii] «Son todos los diferentes ornamentos externos de un escudo de armas, colocados sobre un escudo». En este caso. sobre el monograma). (Ibid., p: 203, sello de entrada).

[iv] «Son los crampones del ancla», (La Caratti di Valfrei, Diccionario de Heráldica, cit., p. 211, entrada ganchos).

[v] Sombrero prelaticio, signo de dignidad eclesiástica, representado con un casquete semiesférico y ala plana y redonda característica del galero, tocado de ala ancha utilizado desde finales de la Edad Media hasta tiempos recientes por cardenales y otros prelados. Se utiliza como adorno externo no litúrgico del escudo. Adopta diferentes colores y está adornado con cordones de los que suelen colgar uno o varios lazos en forma de pirámide a ambos lados; la dignidad y el papel que desempeña el portador se deducen de su número y de los esmaltes del conjunto. (A. Cordero Lanza di Montezemolo-A. Pompili, Manuale di Araldica Ecclesiastica, cit., p. 116, entrada sobre el sombrero prelacial).

[vi] Los cardenales más eminentes y reverendos de la Santa Iglesia Romana estampan su escudo – unido a una cruz astillar de oro, trifoliada, colocada en un asta, si tienen consagración episcopal – con su sombrero, cordones y borlas de color rojo. Los lazos en número de treinta están dispuestos quince a cada lado, en cinco órdenes de 1, 2, 3, 4, 5.

[vii] Jacques Le Goff, El hombre medieval, Bari 1994, p. 34.

[viii] Catecismo de la Iglesia Católica, Ciudad del Vaticano 1999, p. 335.

[ix] A. Cordero Lanza di Montezemolo – A. Pompili, Manuale di Araldica Ecclesiastica, cit., p. 18.

[x] P. F. degli Uberti, Gli Stemmi Araldici dei Papi degli Anni Santi, Ed. Piemme, s. d

[xi] de L’Osservatore Romano, 31 de marzo de 1969.

[xii] El heraldista Su Excelencia Reverendísima Bruno Bernard Heim para el Escudo Patriarcal afirma: «Los Patriarcas adornan su escudo con un sombrero verde del que descienden dos cordones, también verdes, que terminan en quince lazos verdes a cada lado«. (B. B. Heim, La heráldica de la Iglesia católica, orígenes, usos, legislación, Ciudad del Vaticano 2000, p. 106.)

[xiii] G. Crollalanza (di), Enciclopedia heráldico-cavalleresca, Pisa 1886, pp. 516-517, entrada Rosso.

[xiv] L Caratti di Valfrei, Diccionario de Heráldica, Milán 1997, p. 18, entrada en natural.

[xv] A. Cordero Lanza di Montezemolo – A. Pompili, Manuale di Araldica Ecclesiastica, cit., p. 28, entrada Al naturale.

[xvi] Cooperadores de Dios, Roma 1976-1977, Edizioni Cooperatori, p. 69

[xvii] G. Aldrighetti, El bosque y las rosas. Nuestro escudo de armas. Boletín Salesiano, diciembre de 2018.

[xviii] L Caratti di Valfrei, Diccionario de Heráldica, cit., p. 21, entrada Ancora.

[xix] H. Biedermann, Enciclopedia de los símbolos, Milán 1989, p.30, entrada Ancora.




Deseo seguir sirviendo a los demás… en un modo diverso MI NOMBRAMIENTO COMO CARDENAL

Me siento partícipe de la afirmación de 1884 de nuestro santo Fundador: “Veo cada vez más el glorioso porvenir que se prepara a nuestra Sociedad, la extensión que tendrá y el bien que podrá realizar”.

Queridos amigos del carisma salesiano, llegue a cada uno y cada una de ustedes mi sincero, fraterno y afectuoso saludo.
Me ha sido “sugerido” por el Boletín Salesiano preparar este saludo no como otras veces, contando algo significativo que he vivido, sino hablando de mí, de esta nueva realidad que me espera. Y he experimentado algo que había estudiado sobre la persona de nuestro padre Don Bosco. Para él era difícil hablar de sí mismo y más aún expresar sus sentimientos. En mi caso, debo reconocer que me cuesta un poco hablar o escribir sobre los últimos acontecimientos que me han sucedido; pero reconozco que tarde o temprano tengo que hacerlo, y el mensaje del Boletín Salesiano que llega a las manos y a los corazones de tantos amigos del carisma de Don Bosco es una buena forma de enviar este mensaje personal.
Tras la inesperada noticia (especialmente para mí), con la que el Santo Padre Francisco anunció también mi nombre entre las 21 personas que ha elegido para ser “creados” Cardenales de la Iglesia en el próximo Consistorio del 30 de septiembre, miles de personas se preguntaban, especialmente entre los Salesianos de Don Bosco y miembros de la familia salesiana de todo el mundo: ¿y ahora qué pasará? ¿Quién acompañará la vida de la Congregación en un futuro próximo? ¿Qué pasos le esperan? Bien pueden comprender que son las mismas preguntas que yo también me he ido haciendo, mientras agradecía con fe al Señor este regalo que el Papa Francisco nos ha hecho como Congregación Salesiana y como Familia de Don Bosco.
Con una lectura de fe, conociendo las grandes cosas que Dios ha hecho y lo que sabemos a través de su Palabra, se podría decir que Dios ama las sorpresas.  Normalmente, en la Biblia, Dios dice: “¡Sal! El camino se revelará”.  Una cosa importante que aprendimos de Don Bosco: no dejemos que nada nos perturbe y confiemos en la Providencia de Dios.
Siento que comparto la afirmación de 1884 de nuestro santo fundador: “Veo cada vez más el glorioso futuro que se prepara a nuestra Sociedad, el alcance que tendrá y el bien que podrá realizar”.
Pude hablar personalmente con el Santo Padre, el Papa Francisco, después del anuncio del Ángelus, asegurándole mi disponibilidad para contar conmigo para cualquier servicio. Respondí como Don Bosco cuando le pidieron que construyera el templo del Sagrado Corazón en Roma, en su caso un Don Bosco anciano y enfermo, que también sentía el peso y la responsabilidad de una Congregación incipiente: Don Bosco respondió: “¡Si es una orden del Papa, yo obedezco!”.
Con sencillez, le dije al Santo Padre que los salesianos hemos aprendido de Don Bosco a estar siempre disponibles para el bien de la Iglesia y, en particular, para lo que nos pida el Papa. Por eso, mientras doy gracias a Dios por este don que pertenece a toda la Congregación y Familia Salesiana, expreso mi gratitud al Papa Francisco asegurándole, en nombre de todos los miembros de nuestra gran Familia, una oración más ferviente e intensa. Oración que, como he dicho, irá siempre acompañada de nuestro sincero y profundo afecto.

¿Qué ocurrirá ahora?
Debo compartir con ustedes que me ha conmovido profundamente la sensibilidad de nuestro Papa Francisco al comprender que mi servicio como Rector Mayor no iba a cambiar inmediatamente de un día para otro. Por este motivo, aproximadamente media hora después del anuncio del nombramiento durante el rezo del Ángelus del domingo 9 de julio, el Santo Padre me envió una carta en la que hablaba del tiempo necesario para prepararme al Capítulo General de nuestra Congregación antes de asumir lo que se propone confiarme. Como siempre, el Santo Padre se mostró atento, cordial, profundo admirador del carisma de Don Bosco y particularmente afectuoso. Sentimientos que, en mi nombre y en el de toda la Familia Salesiana, he correspondido.
Quisiera compartir con ustedes las disposiciones que el Santo Padre me ha comunicado.
El Papa ha decidido que, por el bien de nuestra Congregación, después del Consistorio del 30 de septiembre de 2023 pueda continuar mi servicio como Rector Mayor hasta el 31 de julio de 2024. Después de esa fecha presentaré mi dimisión como Rector Mayor, como piden nuestras Constituciones y Reglamentos, para asumir de manos del Santo Padre el servicio que me encomiende.
Así me lo ha comunicado el propio Papa. Podremos adelantar un año el 29º Capítulo general, es decir, en febrero de 2025. Mi Vicario, el P. Stefano Martoglio, asumirá el gobierno de la Congregación ad interim, como prevén nuestras Constituciones hasta la celebración del CG29. Por último, me queda decir y responder a otra pregunta que muchos de ustedes tendrán: ¿qué tarea me confiará el Santo Padre? El Papa Francisco aún no me lo ha dicho. Además, con este amplio margen de tiempo creo que es lo más oportuno.
En cualquier caso, les pido a todos ustedes, queridos hermanos y miembros de los grupos de nuestra Familia Salesiana, que sigan intensificando la oración. Especialmente por el Papa Francisco. Él mismo me lo ha pedido expresamente al final de la audiencia privada que me ha concedido.
Por último, les pido también que recen por mí, colocado ante la perspectiva de un nuevo servicio en la Iglesia que, como hijo de Don Bosco, acepto por obediencia filial, sin haberlo buscado porque creo sinceramente que en la Iglesia los servicios que realizamos no pueden ni deben ser nunca buscados ni exigidos como si se tratara de hacer carrera personal. Lo que es propio del “mundo” es impropio de nosotros como servidores en nombre de Jesús. Y debemos diferir (espero que mucho) de algunas de las normas del mundo. Testigo de todo esto es nuestro querido Padre Don Bosco ante el Señor Jesús.
Les agradezco el afecto, la cercanía expresada en estas semanas con los muchos mensajes que he recibido de todo el mundo.
Siento como dirigidas a mí las mismas expresiones que la Virgen dijo a Don Bosco en el sueño de los nueve años -cuyo segundo centenario se celebrará el próximo año-: “A su tiempo lo comprenderás todo”. Y sabemos que para nuestro Padre esto sucedió realmente casi al final de su vida, ante el altar de María Auxiliadora en la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús, que había sido consagrada el día anterior, el 16 de mayo de 1887. Desde la Basílica de María Auxiliadora les envío un saludo afectuoso y agradecido encomendando a todos y cada uno a Ella, la Madre, que nos seguirá acompañando y sosteniendo. Como siempre, los saludo con inmenso afecto.




Los hijos de la familia

Redescubrir el gran valor de la cercanía, de la amistad, de la alegría sencilla en la vida cotidiana, el valor de compartir, de hablar y de comunicarse.

Escribo estas líneas, queridos amigos de Don Bosco y de su precioso carisma, mirando el borrador del Boletín Salesiano de septiembre. Mi saludo es lo último que se inserta: soy el último en escribir, en función del contenido del mes. Tal como hacía Don Bosco.
En este mes, al comienzo del año académico en las escuelas, en los oratorios, me complace ver que los mensajes tienen tanto sabor misionero (y por eso se mencionan Filipinas y Papúa Nueva Guinea), y también la sencillez de una “misión salesiana” con el sabor local de la casa de Saluzzo.
La lectura del boletín me hace apreciar algo que es muy nuestro, muy salesiano, y que estoy seguro que agrada a tantos de ustedes: me refiero al gran valor de la cercanía, de la amistad, de la alegría sencilla en la vida cotidiana, el valor de compartir, de hablar y comunicarse.  El gran regalo de tener amigos, de saber que uno no está solo. El sentimiento de ser queridos por tanta gente buena en nuestras vidas.
Y pensando en todo esto, me vino a la mente un testimonio sincero y muy honesto de una joven que escribió al padre Luigi Maria Epicoco y que éste publicó en su libro La luce in fondo. Es un testimonio que me gustaría que conocieran porque lo considero la antítesis de lo que intentamos construir cada día en cada casa salesiana. Esta joven siente, en cierto modo, que no hay éxito ni realización si falta el más humano de los encuentros, de las bellas relaciones humanas, y este año escolar que comenzamos nos lo recuerda.

Esta joven escribe de sí misma: “Querido Padre, le escribo porque me gustaría que me ayudara a comprender si la nostalgia que siento en estos meses dice que soy extraña o que algo importante ha cambiado para mí. Quizá le sea útil que le cuente un poco sobre mí. Decidí irme de casa cuando apenas tenía dieciocho años. Era una forma de escapar de un entorno que me parecía tan estrecho, tan asfixiante para mis sueños. Así que llegué a Milán en busca de trabajo. Mi familia no podía mantener mis estudios. Por eso también estaba enfadada con ellos. Todos mis amigos estaban frenéticos por elegir una facultad. No tenía elección porque nadie podía apoyarme. Busqué un trabajo para vivir y soñé durante años con una oportunidad para estudiar. Lo conseguí y con inmensos sacrificios me gradué. El día de mi graduación, no quise que mi familia asistiera. Pensé que los campesinos que sólo tenían estudios secundarios no entenderían nada de mis estudios. Sólo le dije a mi madre que todo había ido bien, y sentí sus lágrimas que por un momento me despertaron un sentimiento de culpa que nunca antes había sentido. Pero era cuestión de poco. Me realicé con mis propias fuerzas y nunca pude ni quise depender de nadie. Incluso en el trabajo salí adelante porque elegí aliarme conmigo misma.

Pasé años así. Y no entiendo por qué sólo ahora, en medio del encierro de esta pandemia, ha estallado dentro de mí un anhelo por mi familia. Sueño con contarles todo lo que nunca les conté. Sueño con abrazar a mi padre. Por la noche me despierto y me pregunto si se puede vivir una vida emancipada de esas relaciones tan significativas. Incluso las relaciones que he tenido a lo largo de los años, nunca les he permitido cruzar la frontera de la verdadera intimidad. Pero ahora todo me parece tan diferente. Ahora que no puedo elegir salir de casa, o acudir a quien considero importante, he despertado a la comprensión de la gran mentira que he estado viviendo en mi interior todo este tiempo.
¿Quiénes somos sin relaciones? Quizá sólo personas infelices en busca de afirmación. Ahora me doy cuenta de que todo lo que hacía, en realidad, lo hacía porque esperaba que alguien me dijera quién era realmente. Pero a los únicos que podían ayudarme a responder a esa pregunta les corté las relaciones. Y ahora están arriesgando sus vidas, a cientos de kilómetros de mí. Si tuviera que morir, querría estar con ellos y no con mis éxitos”.

Una alegría compartida
Agradezco la honestidad y la valentía de esta joven que me hizo pensar mucho sobre nuestra realidad actual. Me hizo reflexionar sobre el estilo de vida que llevamos en tantas familias donde lo importante es tener buenos resultados, conseguir una buena situación económica, llenar nuestros días de cosas que hacer para que todo sea rentable, etc…. pero pagamos precios muy altos por vivir siempre, y cada vez más, no fuera de casa sino fuera de nosotros mismos. Existe el peligro de vivir sin centro, es decir, “fuera del centro”. Y créanme, queridos amigos, no pueden imaginarse hasta qué punto esto puede verse especialmente en los chicos y chicas de nuestras casas, nuestros patios y nuestros oratorios.
El segundo sucesor de Don Bosco, Don Pablo Albera recuerda: “Don Bosco educaba amando, atrayendo, conquistando y transformando. Nos envolvía a todos casi por completo en una atmósfera de satisfacción y felicidad, de la que se desterraban las penas, la tristeza y la melancolía… Escuchaba a los niños con la mayor atención, como si las cosas que dijeran fueran muy importantes”.
El primer placer de la vida es ser felices juntos: “Una alegría compartida es doble”. La consigna del educador es “Estoy bien con vosotros”. Una presencia que es intensidad de vida.
Un biógrafo de Don Bosco, Don Ceria, cuenta que un alto prelado, tras una visita a Valdocco, declaró: “Tenéis una gran fortuna en vuestra casa, que nadie más tiene en Turín y tampoco otras comunidades religiosas. Tenéis una habitación, en la que cualquiera que entra lleno de aflicción, sale radiante de alegría”. Don Lemoyne anotó con lápiz: “Y miles de nosotros han hecho la prueba”.
Un día Don Bosco dijo: “Entre nosotros los jóvenes ahora parecen hijos de familia, todos dueños de casa; hacen suyos los intereses de la Congregación. Dicen que nuestra iglesia, nuestro colegio, todo lo que concierne a los Salesianos, lo llaman nuestro”.
Por eso este nuevo año es una oportunidad para cuidarnos y ocuparnos de nosotros mismos en lo que es más esencial y más importante. Para nuestra familia.




Carta del Rector Mayor tras su nombramiento como cardenal

A la atención de mis hermanos salesianos (sdb) A la atención de la Familia Salesiana

Mis queridos hermanos y hermanas: recibid mi saludo fraterno lleno de afecto sincero y sentido.
Después de la inesperada noticia (ante todo para mí), en la que el Santo Padre, Papa Francisco, anunciaba también mi nombre entre las 21 personas que había elegido para ser breados’ Cardenales de la Iglesia en el próximo Consistorio del 30 de septiembre, se habrán sucedido en miles de personas la pregunta: ¿Y ahora qué sucede? ¿Y cómo queda la Congregación en un futuro próximo? Podéis comprender que esas mismas preguntas me las he hecho yo, al mismo tiempo que presentaba al Señor, en la Fe, este don que nos ha hecho el Papa Francisco como Congregación Salesiana y como Familia de don Bosco. No debe cabernos ninguna duda de cuánto nos quiere el Papa; de igual modo el Papa Francisco sabe cuánto lo queremos todos nosotros y cómo lo sostenemos, en lo posible, a través de nuestra oración y afecto.
A la media hora del anuncio que dio en el Ángelus del pasado domingo, 9 de julio, el Santo Padre me hizo llegar en mano una carta en la que me pedía que fuera a hablar con él en cuanto me fuera posible, a fin de acordar los tiempos necesarios en mi servicio como Rector Mayor para el bien, ante todo, de la Congregación. Él mismo me hablaba en dicha carta de la preparación del próximo Capítulo General.
En la tarde de ayer fui recibido por el Papa Francisco con un diálogo fraterno y de mutuo afecto y, ahora, me encuentro en la disposición de poder compartir con toda la Congregación Salesiana y nuestra Familia en el mundo, las disposiciones concretas según la voluntad del Santo Padre.

Tales disposiciones son las siguientes:
– podremos adelantar un año el Capítulo General 29; es decir, que en el mes de febrero del año 2025 tendría lugar el mismo;
– el Papa ha visto con buenos ojos, por el bien de nuestra Congregación, que después del Consistorio del día 30 de septiembre yo pueda seguir como Rector Mayor hasta el 31 de julio del 2024, es decir, hasta la conclusión de la sesión plenaria del Consejo General del tiempo estival europeo;
– después de esa fecha yo presentaré mi renuncia como Rector Mayor por haber sido llamado por el Santo Padre para el servicio que él me encomendará. Así me lo ha comunicado;
– a tenor del artículo 143 de nuestras Constituciones, por el motivo de “cese en el cargo de Rector Mayor”, al ser llamado por el Papa Francisco para otro servicio, el Vicario, don Stefano Martoglio, asumirá el gobierno de la Congregación hasta la celebración del CG29;
– el Capítulo General 29 será convocado por mí, al menos un año antes de su celebración, tal como establecen nuestras Constituciones y Reglamentos (Regí. 111), y será el Vicario, don Stefano, quien lo presidirá;
– en todo este tiempo seguiremos adelante con el programa establecido en la animación y gobierno de la Congregación, pero añadiendo el esfuerzo de todos los miembros del Consejo General y de algún visitador extraordinario nombrado por el Rector Mayor, a fin de realizar todas las visitas extraordinarias (incluidas las que corresponderían al año 2025). De este modo se podrá llegar al CG29 con una visión completa del momento presente de toda la Congregación;
– de todos los demás elementos relacionados con el Capítulo General haré llegar la información detallada cuando se haga efectiva la convocatoria oficial del mismo.

Me resta decir, por último, lo que quizá muchos se pregunten ¿Qué me va a encomendar el Santo Padre? Todavía no me lo ha dicho, y entiendo que con tanto tiempo por delante eso es lo mejor. Sí pido a todos mis hermanos salesianos y a nuestra querida Familia Salesiana que sigamos intensificando nuestra oración. Ante todo, por el Papa Francisco. Esta fue su petición en el momento del saludo final. Nos pidió que rezáramos por él. Y también os pido la oración por lo que viviremos en este año como Congregación y como Familia Salesiana.
Ciertamente también os pido que recéis por mí ante la perspectiva del nuevo servicio en la Iglesia que, como hijo de Don Bosco, acepto en obediencia, sin haberlo buscado ni deseado. Nuestro Amado Padre Don Bosco es testigo de esto ante el Señor Jesús.
Y desde aquí, desde la Basílica de María Auxiliadora, Ella, la Madre, nos seguirá acompañando. Creo, como Don Bosco en el sueño de los nueve años -del cual se cumplirá el próximo año el segundo centenario-, que “a su tiempo lo comprenderemos todo”. En nuestro Padre Don Bosco esto aconteció al final de su vida, ante el altar de María Auxiliadora en la Basílica del ‘Sagrado Corazón de Jesús’ que se había consagrado el día anterior, en aquel 16 de mayo de 1887. Lo ponemos todo en las manos del Señor y de su Madre.
Un saludo con inmenso afecto,

Prot. 23/0319
Turín, 12 de julio de 2023




Esto es amor…

Este es el bien simple y silencioso que hizo Don Bosco. Este es el bien que juntos seguimos haciendo.

Amigos, lectores del Boletín Salesiano: reciba como cada mes mi cordial saludo, un saludo que preparo dejando hablar a mi corazón, un corazón que quiere seguir mirando al mundo salesiano con esa esperanza y certeza que tenía el propio Don Bosco, de que juntos podemos hacer mucho bien y de que el bien que se hace hay que darlo a conocer.
Veo en muchos salesianos la “pasión” de Don Bosco por la felicidad de los jóvenes. Una fórmula que se ha hecho famosa intenta condensar el sistema educativo de Don Bosco en tres palabras: razón, religión, amor. Escuela, iglesia, patio. Una casa salesiana es todo esto realizado en piedra. Pero el oratorio de Don Bosco es mucho más. Es un arsenal de estimulación y creatividad: música, teatro, deporte y paseos que son verdaderas inmersiones en la naturaleza. Todo ello aderezado con un afecto real, paternal, paciente y entusiasta.

Valor de madre
Pues bien, mientras leo con dolor y preocupación la crónica de Sudán, donde la situación de todos es muy difícil, y también la de los salesianos, hoy me querría ofrecer otro hermoso testimonio, aunque esta vez no fui testigo presencial, sino que relato lo que me contaron.
La escena tiene lugar en Palabek (Uganda), donde, al mismo tiempo que llegaron los primeros refugiados hace cinco años, los Salesianos de Don Bosco quisimos ir con los primeros refugiados. La tienda de campaña era el alojamiento y la capilla para la oración y la celebración de la primera Eucaristía era la sombra de un árbol.
Cada día llegaban a Palabek cientos y cientos de refugiados de Sudán. Primero a causa del conflicto en Sudán del Sur. Años después, siguen llegando, ahora a causa del conflicto en Sudán (es decir, Sudán del Norte).
Lo que les estoy contando me lo refirió el Consejero General para las Misiones, que había ido unos días a Palabek para continuar acompañando esta presencia en un campo de refugiados en el que ya se han acogido a decenas de miles de personas.
Hace diez días llegó una mujer con once hijos. Sola, sin ninguna ayuda, había atravesado varias regiones llenas de peligros para ella y los niños; había caminado más de 700 kilómetros en el último mes y el grupo de niños iba en aumento. Y de esto es de lo que quiero hablar, porque esto es HUMANIDAD y esto es AMOR. Esta mujer llegó a Palabek con once niños a su cargo, y los presentó a todos como hijos suyos. Pero en realidad seis eran hijos de su vientre. Otros tres eran hijos de su hermano recientemente fallecido y de los que ella se había hecho cargo, y otros dos eran pequeños huérfanos que había encontrado en la calle, solos, sin nadie y, por supuesto, sin papeles (¿quién puede pensar en papeles y documentación cuando falta lo más esencial para la vida?), y se habían convertido en hijos adoptivos de esta mujer.
En algunas ocasiones, una madre que dio su vida por defender a su hijo ha sido calificada de “madre valiente”. En este caso, me gustaría otorgar a esta madre de once hijos el título de Madre Coraje, pero sobre todo el de una mujer que sabe muy bien -en las “entrañas de su corazón”- lo que es amar, incluso hasta el sufrimiento, porque vive y ha vivido en la más absoluta pobreza con sus once hijos.
Bienvenida a Palabek, Mamá valerosa. Bienvenida a la presencia salesiana. Sin duda se hará todo lo posible para que a estos niños no les falte comida, y luego un lugar donde jugar y reír y sonreír – en el oratorio salesiano – y un lugar en nuestra escuela.
Este es el bien sencillo y silencioso que hizo Don Bosco. Este es el bien que seguimos haciendo juntos porque, créanme, sentir que no estamos solos, tener la certeza de que muchos de ustedes ven con agrado y simpatía el esfuerzo que hacemos cada día en beneficio de los demás, también nos da mucha fuerza humana, y sin duda el Buen Dios la hace crecer.
Les deseo un buen verano. Sin duda el nuestro, el mío también, será más sereno y confortable que el de esta madre de Palabek, pero creo poder decir que al haber pensado en ella y en sus hijos, hemos tendido, de alguna manera, un puente.
Sean muy felices.




El Corazón de Oro de la Educación

Por qué la devoción al Sagrado Corazón de Jesús forma parte del ADN de la Congregación Salesiana


Una hermosa iglesia que costó “sangre y lágrimas” a Don Bosco, quien, ya consumido por la fatiga, gastó sus últimas energías y años en la construcción de este templo solicitado por el Papa.
Es un lugar querido por todos los salesianos por tantos diversos motivos.

La estatua dorada del campanario, por ejemplo, es un signo de gratitud: fue donada por antiguos alumnos de Argentina para agradecer a los Salesianos que habían venido a su tierra.
También porque en una carta de 1883, Don Bosco escribió la memorable frase: “Recordad que la educación es una cosa del corazón, y que sólo Dios es su maestro, y no podremos tener éxito en nada, si Dios no nos enseña el arte, y no nos da las llaves”. La carta terminaba: “Rezad por mí, y creed siempre en el Sagrado Corazón de Jesús”.
Porque la devoción al Sagrado Corazón de Jesús forma parte del ADN salesiano.
La fiesta del Sagrado Corazón de Jesús quiere animarnos a tener un corazón vulnerable. Sólo un corazón que puede ser herido es capaz de amar. Así, en esta fiesta, contemplamos el corazón abierto de Jesús para abrir también nuestros corazones al amor. El corazón es el símbolo ancestral del amor y muchos artistas han pintado con oro la herida del corazón de Jesús. Del corazón abierto irradia hacia nosotros el resplandor dorado del amor, y el dorado también nos muestra que nuestras fatigas y heridas pueden transformarse en algo precioso.
Cada templo y cada devoción al Sagrado Corazón de Jesús habla del Amor de ese corazón divino, el corazón del Hijo de Dios, por cada uno de sus hijos e hijas de esta humanidad. Y habla de dolor, habla de un amor de Dios que no siempre es correspondido. Hoy añado otro aspecto.

Estatua de Jesús bendiciendo, sobre el campanario de la Basílica del Sagrado Corazón de Roma

Creo que también habla del dolor de este Señor Jesús ante el sufrimiento de muchas personas, el descarte de otros, la inmigración de otras personas sin horizonte, la soledad, la violencia que muchas personas sufren.
Creo que se puede decir que habla de todo esto, y al mismo tiempo bendice, sin duda, todo lo que se hace en favor de los últimos, es decir, lo mismo que hacía Jesús cuando recorría los caminos de Judea y Galilea.
Por eso es un hermoso signo que la Casa del Sagrado Corazón sea ahora la sede de la Congregación.

Tantos corazones de plata
Una de estas alegres realidades que sin duda alegran al “mismísimo Corazón de Dios” es una que pude comprobar por mí mismo, a saber, lo que se está haciendo en la Fundación Salesiana Don Bosco en las islas de Tenerife y Gran Canaria. Estuve allí la semana pasada y, entre las muchas cosas que viví, pude ver a los 140 educadores que trabajan en los distintos proyectos de la Fundación (acogida, alojamiento, formación para el empleo y posterior inserción laboral). Y luego conocí a otro centenar de adolescentes y jóvenes que se benefician de este servicio de Don Bosco para los más pequeños. Al final de nuestro precioso encuentro, me hicieron un regalo.
Me conmovió porque ya en 1849 dos jóvenes, Carlo Gastini y Felice Reviglio, habían tenido la misma idea y, en gran secreto, ahorrando en comida y guardando celosamente sus pequeñas propinas, habían conseguido comprar un regalo para el onomástico de Don Bosco. La noche de San Juan habían ido a llamar a la puerta de la habitación de Don Bosco. Piense en su asombro y emoción al ser obsequiado con dos pequeños corazones de plata, acompañados de unas torpes palabras.
Los corazones de los jóvenes son siempre los mismos, e incluso hoy, en las Islas Canarias, en una pequeña caja de cartón con forma de corazón, colocaron más de cien corazones con los nombres de Nain, Rocio, Armiche, Mustapha, Xousef, Ainoha, Desiree, Abdjalil, Beatrice e Ibrahim, Yone y Mohamed y un centenar más, simplemente expresando algo que salía del corazón; cosas sinceras y de gran valor como éstas:
– Gracias por hacer esto posible.
– Gracias por la segunda oportunidad que me habéis dado en la vida.
– Sigo luchando. Contigo es más fácil.
– Gracias por devolverme la alegría.
– Gracias por ayudarme a creer que puedo hacer todo lo que me propongo.
– Gracias por la comida y el hogar.
– Gracias de todo corazón.
– Gracias por ayudarme.
– Gracias por esta oportunidad de crecer.
– Gracias por creer en nosotros, los jóvenes, a pesar de nuestra situación….
Y cientos de expresiones similares, dirigidas a Don Bosco y a los educadores que en nombre de Don Bosco están con ellos cada día.
Escuché lo que compartieron conmigo, oí algunas de sus historias (muchas de ellas llenas de dolor); vi sus miradas y sus sonrisas; y me sentí muy orgulloso de ser salesiano y de pertenecer a tan espléndida familia de hermanos, educadores y jóvenes.
Pensé, una vez más, que Don Bosco es más actual y necesario que nunca; y pensé en la delicadeza educativa con la que acompañamos a tantos jóvenes con gran respeto y sensibilidad hacia sus sueños.
Juntos recitamos una oración dirigida al Dios que nos ama a todos, al Dios que bendice a sus hijos e hijas. Una oración que hizo que cristianos, musulmanes e hindúes se sintieran a gusto. En ese momento, sin ninguna duda, el Espíritu de Dios nos abrazó a todos.
Me sentí feliz porque, al igual que Don Bosco acogió a sus primeros muchachos en Valdocco, lo mismo ocurre hoy en tantos Valdocco de todo el mundo.
Cuando hablamos del amor de Dios, para muchos es un concepto demasiado abstracto. En el Sagrado Corazón de Jesús, el amor de Dios por nosotros se ha hecho concreto, visible y perceptual. Para nosotros Dios ha tomado un corazón humano, en el Corazón de Jesús nos ha abierto su corazón. Así, a través de Jesús, podemos llevar a nuestros destinatarios al corazón de Dios.




María Auxiliadora en la ciudad del calor eterno

Una vez más he podido comprobar por mí mismo, viajando por el mundo salesiano, que María Auxiliadora – como prometió Don Bosco – es un faro de luz, un puerto seguro, el amor maternal de su hijo y de todos nosotros”.

Queridos amigos de Don Bosco, del Boletín Salesiano y de su precioso carisma, como hago a menudo quiero compartir con vosotros, en este mes de mayo, un acontecimiento que viví recientemente y que me tocó el corazón y, al mismo tiempo, me hizo reflexionar mucho sobre la responsabilidad que tenemos hacia la devoción a María Auxiliadora.
El día que Juan Bosco ingresó en el seminario, Mamá Margarita le dijo: “Cuando viniste al mundo, te consagré a la Santísima Virgen: cuando comenzaste tus estudios te recomendé la devoción a esta Madre nuestra: ahora te recomiendo que seas todo suyo: ama a los compañeros devotos de María; y si llegas a ser sacerdote, recomienda y propaga siempre la devoción a María”. Al terminar estas palabras mi madre se conmovió: yo lloraba: “Madre, le respondí, te doy las gracias por todo lo que has dicho y hecho por mí; estas palabras tuyas no serán dichas en vano y las tendré como un tesoro durante toda mi vida”.
Como recuerdan a menudo nuestras Memorias, Don Bosco se arrojó en los brazos de la divina Providencia, como un niño en los de su madre.

Una ciudad salesiana

A finales de marzo, cuando viajé de nuevo a Perú – a América Latina – quise ir al noroeste del país y visitar una ciudad y una presencia salesiana muy significativa. Por varias razones.
En primer lugar, porque Piura es llamada por los propios lugareños “la ciudad del calor eterno” o incluso “la ciudad donde el verano nunca termina”, ciertamente allí hace mucho calor y la humedad la hace aún más calurosa.
Pero al mismo tiempo es una ciudad muy salesiana. Más de un siglo de presencia aquí ha marcado el espíritu de la gente con un estilo educativo y relacional muy familiar, muy sencillo, en definitiva, muy salesiano.
Sobre todo, es una ciudad muy mariana, y en la órbita de las dos presencias salesianas es muy devota de María Auxiliadora.

Por último, me gustaría destacar el magnífico servicio educativo que se ha prestado desde el inicio de la presencia con el colegio Don Bosco y sobre todo, en las últimas décadas, con la presencia salesiana en Bosconia, una humilde y hermosa presencia en uno de los barrios más conflictivos, más periféricos y más pobres, y donde, gracias al compromiso de tantas personas (tanto de la sociedad civil como de la Iglesia) y sobre todo gracias al carisma de Don Bosco, esta parte de la ciudad sigue transformándose, dando oportunidades de formación profesional a cientos de chicos y chicas que, donde no habrían tenido ninguna oportunidad, hoy salen de esta casa salesiana con una profesión aprendida, practicada y capacitados para el mundo laboral.
En Bosconia existe incluso un magnífico centro médico salesiano dirigido por una rama de nuestra familia, las Hermanas Salesianas.
Creo que he descrito rápidamente lo que encontré en la “ciudad del calor eterno”. Todo es digno de mención, pero me conmovió especialmente la profunda devoción a María Auxiliadora. Casi inesperadamente -porque sólo un par de semanas antes había anunciado que me gustaría venir- me encontré a las 6 de la tarde de un día laborable normal en medio de una multitud de más de tres mil personas que se habían reunido para celebrar la Eucaristía en honor de nuestra Madre Auxiliadora.

Vi cientos de niños y jóvenes con sus padres, docenas y docenas de niños, niñas y adolescentes de los diversos oratorios salesianos locales, profesores, educadores, etc.
El “calor eterno de la ciudad” parecía poca cosa comparado con la fe, la devoción, la interioridad y la oración, el canto y todo lo demás que imaginé que llenaba los corazones de aquellas personas, igual que llenaba el mío.
Una vez más pude comprobar por mí mismo viajando por el mundo salesiano, que María Auxiliadora -como prometió Don Bosco- es un faro de luz, un refugio seguro, el amor maternal de su hijo y de todos nosotros, sus hijos e hijas. Ella es, en definitiva, la MADRE en la que nos abandonamos y que siempre nos conducirá a su amado Hijo. También vi esto en Piura.

La Virgen en el balcón
Y al mismo tiempo quisiera añadir otro pequeño comentario con una autocrítica necesaria para todos los que somos hijos e hijas de Don Bosco. Todo se reduce a esto: el espíritu de Dios llega donde quiere y toca los corazones de sus fieles de una manera que sólo Él sabe cómo hacerlo. Este es el caso de la devoción a la Madre del Hijo de Dios, y mi nota crítica es que no en todas las partes del mundo se ha dado a conocer a la Madre del Cielo, nuestra Madre Auxiliadora, de la misma manera, con la misma intensidad, con la misma pasión apostólica. Hay lugares en los que hemos desarrollado escuelas, en los que hemos dado pasos, en los que ciertamente hemos servido al bien de la gente, pero no hemos conseguido darla a conocer y hacerla amar.
Esto sería incomprensible para Don Bosco. Le diré que para mí es igualmente incomprensible e inaceptable. Porque, además, si en la familia de Don Bosco hubiera personas que no se refirieran a María Auxiliadora, serían otra cosa, pero no serían hijos e hijas de Don Bosco. Ella, la Madre, y la devoción a María Auxiliadora como Madre del Señor y madre nuestra no es opcional en el carisma salesiano, como no lo era para Don Bosco. Es, sencillamente, esencial. “María Santísima es la fundadora y será el sostén de nuestras obras”, solía repetir continuamente Don Bosco, “Ella será generosa con nosotros en dones temporales y espirituales, será nuestra guía, nuestra maestra, nuestra madre. Todos los bienes del Señor nos llegan a través de María”.
En uno de sus sueños, Don Bosco vio a una Señora muy noble vestida regiamente, que salía de su balcón gritando: “Hijos míos, venid, cobijaos bajo mi manto”.
Es mi ferviente deseo que Ella, la Madre del Hijo amado, Ella, la Auxiliadora de los Cristianos, siga siendo tan especial en todas partes del mundo como lo es en la “ciudad del calor eterno” (Piura-Perú).
Feliz Fiesta de María Auxiliadora a todos en todo el mundo.




Dios dio a Don Bosco un gran corazón …

sin fronteras, como las playas del mar. De ese corazón siento cada día el latido

Se llama Alberto. De ella, una joven madre, no sé el nombre.
Él vive en Perú. Ella vive en Hyderabad (India).
Lo que une a estas dos historias, a estas dos vidas, es que los conocí durante mi servicio, a Alberto en Perú y a la joven madre en la India la semana siguiente.
Lo que tienen en común es el precioso hilo de oro de la caricia de Dios a través de la acogida que les brindó Don Bosco en una de sus casas. El corazón de los salesianos cambió sus vidas, salvándolos de la situación de pobreza y quizás de muerte a la que estaban condenados. Y creo poder decir que el fruto de la Pascua del Señor pasa también a través de gestos humanos que curan y salvan.
Estas son las dos historias

Un joven agradecido
Hace unas semanas me encontraba en Huancayo (Perú). Me disponía a celebrar la Eucaristía con más de 680 jóvenes del movimiento juvenil salesiano de la Inspectoría, junto con varios centenares de personas de esa ciudad, a 3200 metros sobre el nivel del mar en la alta montaña peruana, y me dijeron que un antiguo alumno quería despedirse de mí. Había tardado casi cinco horas en llegar y otras cinco en regresar.
“Me alegrará mucho encontrarme con él y agradecerle su bonito gesto”, le contesté.
Justo antes de que comenzara la eucaristía, aquel joven se acercó a mí y me dijo que estaba muy contento de saludarme. “Me llamo Alberto y he querido hacer este viaje para dar las gracias en persona a Don Bosco porque los Salesianos me salvaron la vida”. Le di las gracias y le pregunté por qué me contaba esto. Continuó con su testimonio y cada palabra me llegaba más y más al corazón. Me dijo que era un chico difícil; que había dado muchos problemas a los salesianos que lo habían acogido en uno de los hogares para chicos con problemas. Añadió que habrían tenido docenas de razones para deshacerse de él porque “era un pobre diablo y sólo podía esperar algo malo del mundo y de la vida, pero tuvieron mucha paciencia conmigo”.
Continuó: “Logré abrirme camino, seguí estudiando y, a pesar de mi rebeldía, una y otra vez me dieron nuevas oportunidades, y hoy soy padre de familia, tengo una niña preciosa y soy educador social. Si no hubiera sido por lo que los salesianos hicieron por mí, mi vida sería muy diferente, tal vez incluso ya estaría muerto”.
Me quedé sin palabras y muy conmovido. Le dije que estaba muy agradecido por su gesto, sus palabras y su camino, y que su testimonio de vida era la mayor satisfacción para un corazón salesiano.
Hizo un gesto discreto y me señaló a un salesiano que estaba allí en ese momento, que había sido uno de sus educadores y uno de los que había tenido mucha paciencia con él. El salesiano se acercó sonriente y, creo que, con gran alegría en su corazón, me confirmó que efectivamente era así. Compartimos juntos el almuerzo y luego Alberto regresó con su familia.

Una mamá feliz
Cinco días después de este encuentro, me encontraba en el sur de la India, en el estado de Hyderabad. En medio de muchos saludos y actividades, una tarde me anunciaron que tenía una visita. Era una joven madre con su hija de seis meses que me esperaba en la recepción de la casa salesiana. Quería saludarme.
La niña era preciosa y, como no estaba asustada, no pude resistirme a tomarla en brazos y también a bendecirla. Nos hicimos algunas fotos de recuerdo, como había deseado la joven madre. Eso fue todo en este encuentro.
No hubo más palabras, pero la historia fue dolorosa y hermosa al mismo tiempo. Esa joven madre fue una vez una niña “desechada”, que vivía en la calle sin nadie. Es fácil imaginar su destino.
Pero un día, en la providencia del buen Dios, fue encontrada por un salesiano que había empezado a acoger a niños de la calle en el estado de Hyderabad. Fue una de las niñas que logró tener una casa junto a otras niñas. Junto con los educadores, mis hermanos salesianos se aseguraron de que todas las necesidades básicas estuvieran cubiertas y atendidas.
Así que esta niña, recogida de la calle, pudo florecer de nuevo, embarcarse en un viaje vital que la ha llevado a ser hoy esposa y madre y, algo increíblemente inestimable para mí, educadora en la gran escuela salesiana en la que nos encontramos en ese momento.
No pude evitar pensar en cuántas otras vidas como esta, salvadas de la desesperación y la angustia, hay en el mundo salesiano, cuántos de mis buenos hermanos y hermanas salesianos se arrodillan cada día para “lavar los pies” de los Jesús pequeños y grandes de nuestras calles.
Esta es la clave de cuántas vidas se pueden transformar para mejor.
¿Cómo no ver en estos dos hechos la “mano de Dios” que nos tiende a través del bien que podemos hacer? Y que somos todos los que, en cualquier parte del mundo, en cualquier situación de la vida y de profesión, creemos en la humanidad y creemos en la dignidad de cada persona, y creemos que debemos seguir construyendo un mundo mejor.
Escribo esto porque las buenas noticias también deben darse a conocer. Las malas noticias se difunden solas o encuentran gente interesada. Estas dos historias de la vida real, tan cercanas en el tiempo para mí, confirman una y mil veces lo valioso que es el bien que todos juntos buscamos hacer.
Y también lo que expresaba poéticamente una canción salesiana: “Yo digo que Juan Bosco está vivo, no penséis que un Padre así puede abandonarnos. No está muerto, el Padre vive, siempre ha estado ahí y permanece, él que se ocupó de los jóvenes abandonados y huérfanos, de los niños de la calle, solos, a los que ayudó a cambiar… Yo digo que Juan Bosco está vivo y ha emprendido mil iniciativas. ¿No ven su solicitud de padre trabajando ahora en todo el mundo? ¿No le oís entonar su canto a tantas hijas, a tantos hijos, que llevan estos reflejos del Padre que amamos? Él vive, cuando sus Salesianos son así.
Les deseo a todos una Feliz Pascua; y a los que se sienten alejados de esta certeza de fe, les deseo lo mejor, con mucha cordialidad.




Comprendí lo que sentía Don Bosco

Al día siguiente de la solemne celebración de Don Bosco, sentí una intensa emoción. Después de controles bastante estrictos, crucé el umbral del Instituto Penitenciario de Menores “Ferrante Aporti” de Turín, lo que antes se llamaba “La Generala”.

En una de las paredes hay una gran placa que recuerda las visitas de Don Bosco a los jóvenes encarcelados. Cuántas veces, con los bolsillos de su remendada sotana llenos de fruta, bombones, tabaco, había atravesado puertas pesadas como éstas, el Senado, el Centro Penitenciario, las Torres y luego aquí en la Generala, para visitar a sus “amigos”, los jóvenes presos. Hablaba del valor y la dignidad de cada persona, pero a menudo, cuando volvía, todo estaba destruido. Lo que parecían amistades incipientes habían muerto. Los rostros se habían endurecido de nuevo, las voces sarcásticas siseaban blasfemias. Don Bosco no siempre podía superar su abatimiento. Un día rompió a llorar. En la sombría habitación hubo un momento de vacilación. “¿Por qué llora ese sacerdote?”, preguntó alguien. “Porque nos quiere bien. Hasta mi madre lloraría si me viera aquí”.

El impacto de estas visitas en su alma fue tan grande que prometió al Señor que haría todo lo posible para que los chicos no fueran enviados allí. Así nacieron el oratorio y el sistema preventivo.

Muchas cosas han cambiado. Los hijos de Don Bosco no han abandonado el camino trazado por el Padre. Es tradicional que los capellanes sean salesianos. Entre los capellanes “históricos” está el querido P. Domenico Ricca, que se jubiló el año pasado tras más de 40 años de servicio. Otro salesiano, el P. Silvano Oni, ha ocupado su lugar, y los novicios salesianos, bajo la dirección del maestro del noviciado, van cada semana al encuentro de los jóvenes reclusos del Instituto Penitenciario, con una iniciativa llamada “el patio entre rejas”. Todos los “internos” son mucho más jóvenes que los novicios de Don Bosco. Y la gran mayoría no tiene parientes.

Por eso los salesianos amamos tanto a los jóvenes
Como Don Bosco, dejé hablar a mi corazón. También estaban allí los educadores que acompañan diariamente a estos jóvenes. Saludé a todos, incluidos los numerosos jóvenes extranjeros. Sentí que la comunicación era posible. Antes, tres novicios habían recitado una breve escena de la vida de Don Bosco. Luego me dieron la palabra y también dieron a los jóvenes la oportunidad de hacerme tres o cuatro preguntas. Y así fue. Me preguntaron quién era Don Bosco para mí, por qué era salesiano, qué era vivir lo que vivo y por qué había venido a verlos.

Les hablé de mí, de mi origen y de mi nacionalidad. “Soy español, nacido en Galicia, hijo de un pescador. Estudié teología y filosofía, pero sé mucho más de pesca porque mi padre me enseñó. Elegí ser salesiano hace 43 años, quería ser médico, pero entonces me di cuenta de que Don Bosco me llamaba para cuidar de las almas de los más jóvenes. Porque no hay jóvenes buenos y malos, sino jóvenes que han tenido menos, y como decía nuestro santo, en cada joven, incluso en el más desgraciado, hay un punto accesible a la bondad, y el deber primordial del educador es buscar este punto, el acorde sensible de este corazón, y hacer florecer una vida. Por eso los Salesianos amamos tanto a los jóvenes. Todos podemos cometer errores, pero si creéis en vosotros mismos, si confiáis en vuestros educadores, saldréis mejor. Mi sueño es encontrarme un día con todos vosotros en Valdocco, con los jóvenes a los que saludé ayer en la fiesta de nuestro Santo.

Durante la comida, un joven me preguntó si podía hacerme una pregunta en privado. Nos separamos un poco del gran grupo para no ser interrumpidos. “¿A qué se debe mi presencia aquí?”, me preguntó a bocajarro. Le dije: “Sinceramente, para nada y para mucho. Para nada, porque la prisión, el internamiento no puede ser un destino ni un lugar de llegada, sólo un lugar de paso. Pero, añadí, creo que te hará mucho bien porque te ayudará a decidir que ya no quieres volver aquí, que tienes la posibilidad de un futuro mejor, que después de unos meses aquí existe la posibilidad de ir a una de las comunidades de acogida que tenemos los Salesianos, por ejemplo, en Casale, no lejos de aquí…”.

En cuanto dije esto, el joven añadió, sin dejarme terminar: “Lo quiero, lo necesito, porque he estado en el lugar equivocado y con la gente equivocada”.

Hablamos. Ellos hablaron. Y comprendí cuan verdadero es lo que, como decía Don Bosco, en el corazón de cada joven siempre hay semillas de bondad. Ese joven, y muchos otros que conocí, son totalmente “salvables” si se les da la oportunidad adecuada, después de los errores que han cometido.

Volví a saludar a los jóvenes, uno por uno. Nos saludamos con gran cordialidad. Sus miradas eran limpias, sus sonrisas eran las sonrisas de jóvenes golpeados por la vida, jóvenes que habían cometido errores, pero llenos de vida. Percibí en los educadores un gran sentido de la vocación. Lo disfruté.

Al final del tiempo acordado, me despedí y uno de ellos se me acercó y me dijo: “¿Cuándo vuelves?”. Me emocioné. Sonreí y le dije: “La próxima vez que me invites, estaré aquí, y mientras tanto te esperaré, como Don Bosco, en Valdocco”.

Esto es lo que viví ayer.

Amigos del Boletín Salesiano, amigos del carisma de Don Bosco, como ayer, también hoy es posible llegar al corazón de cada joven. Incluso en las mayores dificultades, es posible mejorar, es posible cambiar para vivir honestamente. Don Bosco lo sabía y trabajó en ello toda su vida.




Hay mucha más “sed de Dios” de la que se puede pensar

Hoy hay tanta necesidad de escucha, de diálogo libre y gratuito, de encuentros personales que no juzguen ni condenen, y tanta necesidad de silencio y de presencia en Dios.

Queridos amigos del Boletín Salesiano, no hace mucho he asistido a los funerales del Papa emérito Benedicto XVI. Fue él mismo quien, un año después del inicio de su servicio como Pontífice, escribió la magnífica Encíclica “Deus Caritas est”, y en ella esta afirmación que me parece la esencia de la magnífica fragancia del pensamiento cristiano: “No se empieza a ser cristiano con una decisión ética o una gran idea, sino con el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus Caritas est, 1). Ciertamente esa Persona es Jesucristo.
Y partiendo de esta afirmación Benedicto XVI nos deja afirmaciones como éstas:
            – «Jesucristo es la Verdad hecha Persona, que atrae al mundo hacia sí.
            – La luz que irradia Jesús es la luz de la verdad. Cualquier otra verdad es un fragmento de la Verdad que es él y a la que se refiere.
            – Jesús es la estrella polar de la libertad humana: sin él, pierde su orientación, porque sin el conocimiento de la verdad, la libertad se desnaturaliza, se aísla y se reduce a una arbitrariedad estéril.
            – Con él, uno redescubre la libertad, la reconoce como creada para el bien y la expresa a través de acciones y comportamientos caritativos.
            – Por eso Jesús da al hombre pleno conocimiento de la verdad y le invita continuamente a vivir en ella.
            – Y nada más que el amor a la verdad puede impulsar la inteligencia humana hacia horizontes inexplorados.
            – Jesucristo, que es la plenitud de la verdad, atrae hacia sí el corazón de todo hombre, lo dilata y lo llena de alegría
».
En unas pocas frases, sólidas y densas, hay toda una enseñanza cristiana que dista mucho de ser una “moral” o un conjunto de normas frías y rígidas desprovistas de vida. La vida cristiana es ante todo un verdadero encuentro con Dios.

Y eso es lo que he afirmado en el título de este mensaje. En mi opinión y profunda convicción, hay mucha más “sed de Dios” de lo que imaginamos, de lo que parece. No es que quiera cambiar las estadísticas de los estudios sociológicos o dibujar una realidad ficticia. Ciertamente no pretendo hacerlo, pero sí quiero hacer comprender que en el “vis a vis”, en el encuentro “cara a cara” con la vida real de tantas personas, de tantos padres y madres, de tantas familias, de tantos adolescentes y jóvenes, lo que uno encuentra, muy a menudo, es una vida que no es fácil, una vida que hay que “curar” cada día, unas relaciones humanas en las que el amor es deseado y necesario y que hay que cuidar en cada pequeño gesto, en cada pequeño detalle, en cada acción. Y en este “cara a cara” hay tanta necesidad de escucha, de diálogo libre y gratuito, de encuentros personales que no juzguen ni condenen, y tanta necesidad de silencio y de presencia en Dios.
Lo digo con gran convicción. Aquí mismo, en Valdocco-Turín, donde me encuentro, me sorprende y me llena de alegría cuando un grupo de jóvenes toma la iniciativa de invitar a otros jóvenes a una hora de presencia, silencio y oración ante Jesús Eucaristía, es decir, una hora de adoración eucarística, y un centenar de personas -muchos jóvenes- responden a la cita. O en Roma, en el Sagrado Corazón nos reuníamos los jueves por la tarde, y jóvenes y parejas jóvenes, algunos con sus hijos, e incluso parejas de novios estaban presentes en ese momento porque sentían que sus vidas necesitaban ese encuentro con una Persona que da sentido a nuestras vidas.

Y lo he experimentado como ejemplo en muchos países y lugares. Por eso, con esta página le invito a hacer lo que haría Don Bosco. No dudó ni un momento en ofrecer a sus muchachos la experiencia de un encuentro con Jesús. Y ese Dios que es presencia, que es Dios-con-nosotros, como celebramos en Navidad, sigue siendo el mismo Dios que llama, que invita, que tranquiliza en cada encuentro personal, en cada momento de descanso en Él.

Recuerdo una de las muchas “sorpresas” de Don Bosco. Cuenta en sus Memorias: “Entraba en la iglesia desde la sacristía y vi a un joven elevado a la altura del sagrado Tabernáculo, detrás del coro, en el acto de adorar al Santísimo Sacramento, arrodillado en el aire, con la cabeza inclinada y apoyada en la puerta del Tabernáculo, en un dulce éxtasis de amor como un Serafín del Cielo. Le llamé por su nombre y pronto se despertó y bajó al suelo todo alterado, rogándome que no se lo revelara a nadie. Repito que podría contar muchos otros hechos similares para dar a conocer que todo el bien que hace Don Bosco se lo debe especialmente a sus hijos”.
¿Es posible que Jesús siga siendo el mismo Dios que quiere encontrarse con todos nosotros hoy y con muchos otros, o nos da vergüenza y miedo seguir por este camino? ¿Es posible que muchos de nosotros no nos atrevamos a invitar a otros a experimentar lo que nosotros vivimos y que se nos ha dado y ofrecido gratuitamente? ¿Es posible que porque se nos dice que esto no está de moda y que está pasado de moda, nos creamos demasiados mensajes negativos y perdamos la fuerza para dar testimonio de que muchos de nosotros seguimos disfrutando de cada encuentro personal con Aquel que es el Señor de la vida?

El Papa Benedicto estaba convencido de que su vida y su fe eran “justas” y esto es grandioso, un encuentro con su Señor, y así es como el Papa Francisco se despidió de él en las últimas palabras de su homilía: “Benedicto, fiel amigo del Esposo, que tu alegría sea perfecta al escuchar definitivamente y para siempre su voz”.
Sigamos pues promoviendo, amigos míos, esos encuentros de Vida que nos dan vida profunda, porque hay más “sed de Dios” de lo que se dice, de lo que se hace creer.