Mons. Giuseppe Malandrino y el Siervo de Dios Nino Baglieri

El pasado 3 de agosto de 2025, día en que se celebra la fiesta de la Patrona de la Diócesis de Noto, María Scala del Paradiso, monseñor Giuseppe Malandrino, IX obispo de la diócesis netina, regresó a la Casa del Padre. 94 años de edad, 70 años de sacerdocio y 45 años de consagración episcopal son cifras respetables para un hombre que sirvió a la Iglesia como Pastor con «el olor a oveja», como a menudo destacaba el Papa Francisco.

Pararrayos de la humanidad
Durante su experiencia como pastor de la Diócesis de Noto (19.06.1998 – 15.07.2007), tuvo la oportunidad de cultivar la amistad con el Siervo de Dios Nino Baglieri. Casi nunca faltaba una «parada» en casa de Nino cuando los motivos pastorales lo llevaban a Módica. En uno de sus testimonios, Mons. Malandrino dice: «…encontrándome al lado de Nino, tenía la viva percepción de que este amado hermano enfermo nuestro era verdaderamente un «pararrayos de la humanidad», según una concepción de los que sufren que me es muy querida y que quise proponer también en la Carta Pastoral sobre la misión permanente «Seréis mis testigos» (2003). Escribe Mons. Malandrino: «Es necesario reconocer en los enfermos y sufrientes el rostro de Cristo sufriente y asistirlos con la misma solicitud y con el mismo amor de Jesús en su pasión, vivida en espíritu de obediencia al Padre y de solidaridad con los hermanos». Esto fue plenamente encarnado por la queridísima madre de Nino, la señora Peppina. Ella, una mujer siciliana típica, con un carácter fuerte y mucha determinación, responde al médico que le propone la eutanasia para su hijo (dadas las graves condiciones de salud y la perspectiva de una vida de paralítico): «si el Señor lo quiere, se lo lleva, pero si me lo deja así, estoy contenta de cuidarlo toda la vida». ¿Era consciente la madre de Nino, en ese momento, de lo que le esperaba? ¿Era consciente María, la madre de Jesús, de cuánto dolor tendría que sufrir por el Hijo de Dios? La respuesta, si se lee con ojos humanos, no parece fácil, sobre todo en nuestra sociedad del siglo XXI donde todo es lábil, fluctuante, se consume en un «instante». El Fiat de mamá Peppina se convirtió, como el de María, en un Sí de Fe y de adhesión a esa voluntad de Dios que encuentra cumplimiento en saber llevar la Cruz, en saber dar «alma y cuerpo» a la realización del Plan de Dios.

Del sufrimiento a la alegría
La relación de amistad entre Nino y Mons. Malandrino ya había comenzado cuando este último era todavía obispo de Acireale; de hecho, ya en el lejano 1993, a través del Padre Attilio Balbinot, un camiliano muy cercano a Nino, le obsequió su primer libro: «Del sufrimiento a la alegría». En la experiencia de Nino, la relación con el Obispo de su diócesis era una relación de filiación total. Desde el momento de su aceptación del Plan de Dios sobre él, hacía sentir su presencia «activa» ofreciendo los sufrimientos por la Iglesia, el Papa y los Obispos (así como los sacerdotes y los misioneros). Esta relación de filiación se renovaba anualmente con motivo del 6 de mayo, día de la caída, visto luego como el misterioso inicio de un renacimiento. El 8 de mayo de 2004, pocos días después de que Nino celebrara el 36º aniversario de la Cruz, Mons. Malandrino fue a su casa. Él, en recuerdo de ese encuentro, escribe en sus memorias: «es siempre una gran alegría cada vez que la veo y recibo tanta energía y fuerza para llevar mi Cruz y ofrecerla con tanto Amor por las necesidades de la Santa Iglesia y en particular por mi Obispo y por nuestra Diócesis, que el Señor le dé cada vez más santidad para guiarnos por muchos años siempre con más ardor y amor…». Y también: «… la Cruz es pesada pero el Señor me concede tantas Gracias que hacen que el sufrimiento sea menos amargo y se vuelva ligero y suave, la Cruz se convierte en Don, ofrecida al Señor con tanto Amor para la salvación de las almas y la Conversión de los Pecadores…». Finalmente, cabe destacar cómo, en estas ocasiones de gracia, nunca faltaba la apremiante y constante petición de «ayuda para hacerse Santo con la Cruz de cada día». Nino, de hecho, quería absolutamente hacerse santo.

Una beatificación anticipada
Un momento de gran relevancia fueron, en este sentido, las exequias del Siervo de Dios el 3 de marzo de 2007, cuando el propio Mons. Malandrino, al inicio de la Celebración Eucarística, se inclinó con devoción, aunque con dificultad, para besar el ataúd que contenía los restos mortales de Nino. Era un homenaje a un hombre que había vivido 39 años de su existencia en un cuerpo que «no sentía» pero que desprendía alegría de vivir en 360 grados. Mons. Malandrino subrayó que la celebración de la Misa, en el patio de los Salesianos, convertido para la ocasión en «catedral» a cielo abierto, había sido una auténtica apoteosis (participaron miles de personas en lágrimas) y se percibía clara y comunitariamente que no se trataba de un funeral, sino de una verdadera «beatificación». Nino, con su testimonio de vida, se había convertido de hecho en un punto de referencia para muchos, jóvenes o no tan jóvenes, laicos o consagrados, madres o padres de familia, que gracias a su valioso testimonio lograban leer su propia existencia y encontrar respuestas que no lograban encontrar en otro lugar. También Mons. Malandrino ha subrayado varias veces este aspecto: «en efecto, cada encuentro con el queridísimo Nino fue para mí, como para todos, una fuerte y viva experiencia de edificación y un potente –en su dulzura– estímulo a la paciente y generosa donación. La presencia del Obispo le confería cada vez una inmensa alegría porque, además del afecto del amigo que venía a visitarlo, percibía la comunión eclesial. Es obvio que lo que recibía de él era siempre mucho más de lo poco que yo podía darle». El «clavo» fijo de Nino era «hacerse santo»: el haber vivido y encarnado plenamente el evangelio de la Alegría en el Sufrimiento, con sus padecimientos físicos y su donación total por la amada Iglesia, hicieron que todo no terminara con su partida hacia la Jerusalén del Cielo, sino que continuara aún, como subrayó Mons. Malandrino en las exequias: «… la misión de Nino continúa ahora también a través de sus escritos, Él mismo lo había anunciado en su Testamento espiritual»: «… mis escritos continuarán mi testimonio, seguiré dando Alegría a todos y hablando del Gran Amor de Dios y de las Maravillas que ha hecho en mi vida». Esto todavía se está cumpliendo porque no puede estar escondida «una ciudad asentada sobre un monte, ni se enciende una lámpara para ponerla debajo del almud, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en casa» (Mateo 5, 14-16). Metafóricamente se quiere subrayar que la «luz» (entendida en sentido amplio) debe ser visible, tarde o temprano: lo que es importante saldrá a la luz y será reconocido.
Volver a estos días –marcados por la muerte de Mons. Malandrino, por sus funerales en Acireale (5 de agosto, Madonna della Neve) y en Noto (7 de agosto) con la posterior sepultura en la catedral que él mismo quiso con fuerza que se reestructurara tras el derrumbe del 13 de marzo de 1996 y que fue reabierta en marzo de 2007 (mes en que murió Nino Baglieri)– significa recorrer este vínculo entre dos grandes figuras de la Iglesia netina, fuertemente entrelazadas y ambas capaces de dejar en ella una huella que no se borra.

Roberto Chiaramonte




Santa Mónica, madre de San Agustín, testigo de esperanza

Una mujer de fe inquebrantable, de lágrimas fecundas, escuchada por Dios después de diecisiete largos años. Un modelo de cristiana, esposa y madre para toda la Iglesia. Una testigo de esperanza que se ha transformado en una poderosa intercesora en el Cielo. El mismo Don Bosco recomendaba a las madres, afligidas por la vida poco cristiana de sus hijos, que se encomendaran a ella en sus oraciones.

En la gran galería de santos y santas que han marcado la historia de la Iglesia, Santa Mónica (331-387) ocupa un lugar singular. No por milagros espectaculares, no por la fundación de comunidades religiosas, no por empresas sociales o políticas relevantes. Mónica es recordada y venerada ante todo como madre, la madre de Agustín, el joven inquieto que gracias a sus oraciones, a sus lágrimas y a su testimonio de fe se convirtió en uno de los más grandes Padres de la Iglesia y Doctores de la fe católica.
Pero limitar su figura al papel materno sería injusto y empobrecedor. Mónica es una mujer que supo vivir su vida ordinaria —esposa, madre, creyente— de manera extraordinaria, transfigurando la cotidianidad a través de la fuerza de la fe. Es un ejemplo de perseverancia en la oración, de paciencia en el matrimonio, de esperanza inquebrantable frente a las desviaciones de su hijo.
Las noticias sobre su vida nos llegan casi exclusivamente de las Confesiones de Agustín, un texto que no es una crónica, sino una lectura teológica y espiritual de la existencia. Sin embargo, en esas páginas Agustín traza un retrato inolvidable de su madre: no solo una mujer buena y piadosa, sino un auténtico modelo de fe cristiana, una “madre de las lágrimas” que se convierten en fuente de gracia.

Los orígenes en Tagaste
Mónica nació en el año 331 en Tagaste, ciudad de Numidia, Souk Ahras en la actual Argelia. Era un centro dinámico, marcado por la presencia romana y por una comunidad cristiana ya arraigada. Provenía de una familia cristiana acomodada: la fe ya era parte de su horizonte cultural y espiritual.
Su formación estuvo marcada por la influencia de una nodriza austera, que la educó en la sobriedad y la templanza. San Agustín escribirá de ella: “No hablaré por esto de sus dones, sino de tus dones a ella, que no se había hecho a sí misma, ni se había educado a sí misma. Tú la creaste sin que ni siquiera el padre y la madre supieran qué hija tendrían; y la vara de tu Cristo, es decir, la disciplina de tu Unigénito, la instruyó en tu temor, en una casa de creyentes, miembro sano de tu Iglesia.” (Confesiones IX, 8, 17).

En las mismas Confesiones Agustín también relata un episodio significativo: la joven Mónica había adquirido la costumbre de beber pequeños sorbos de vino de la bodega, hasta que una sirvienta la reprendió llamándola “borracha”. Esa reprimenda le bastó para corregirse definitivamente. Esta anécdota, aparentemente menor, muestra su honestidad para reconocer sus propios pecados, dejarse corregir y crecer en virtud.

A la edad de 23 años, Mónica fue dada en matrimonio a Patricio, un funcionario municipal pagano, conocido por su carácter colérico y su infidelidad conyugal. La vida matrimonial no fue fácil: la convivencia con un hombre impulsivo y distante de la fe cristiana puso a prueba su paciencia.
Sin embargo, Mónica nunca cayó en el desánimo. Con una actitud de mansedumbre y respeto, supo conquistar progresivamente el corazón de su marido. No respondía con dureza a los arrebatos de ira, no alimentaba conflictos inútiles. Con el tiempo, su constancia dio fruto: Patricio se convirtió y recibió el bautismo poco antes de morir.
El testimonio de Mónica muestra cómo la santidad no se expresa necesariamente en gestos clamorosos, sino en la fidelidad cotidiana, en el amor que sabe transformar lentamente las situaciones difíciles. En este sentido, es un modelo para tantas esposas y madres que viven matrimonios marcados por tensiones o diferencias de fe.

Mónica madre
Del matrimonio nacieron tres hijos: Agustín, Navigio y una hija de la que no sabemos el nombre. Mónica derramó sobre ellos todo su amor, pero sobre todo su fe. Navigio y la hija siguieron un camino cristiano lineal: Navigio se hizo sacerdote; la hija emprendió el camino de la virginidad consagrada. Agustín, en cambio, pronto se convirtió en el centro de sus preocupaciones y de sus lágrimas.
Ya de niño, Agustín mostraba una inteligencia extraordinaria. Mónica lo envió a estudiar retórica a Cartago, deseosa de asegurarle un futuro brillante. Pero junto a los progresos intelectuales llegaron también las tentaciones: la sensualidad, la mundanidad, las malas compañías. Agustín abrazó la doctrina maniquea, convencido de encontrar en ella respuestas racionales al problema del mal. Además, comenzó a convivir sin casarse con una mujer de la que tuvo un hijo, Adeodato. Las desviaciones de su hijo llevaron a Mónica a negarle la acogida en su propia casa. Pero no por eso dejó de orar por él y de ofrecer sacrificios: “de mi madre, con el corazón sangrante, se te ofrecía por mí noche y día el sacrificio de sus lágrimas”. (Confesiones V, 7,13) y “derramaba más lágrimas de las que derraman las madres por la muerte física de sus hijos” (Confesiones III, 11,19).

Para Mónica fue una herida profunda: el hijo, que había consagrado a Cristo en el seno, se estaba perdiendo. El dolor era indecible, pero nunca dejó de esperar. El propio Agustín escribirá: “El corazón de mi madre, herido por tal herida, nunca se habría curado: porque no puedo expresar adecuadamente sus sentimientos hacia mí y cuánto mayor fue su trabajo al parirme en espíritu que el que tuvo al parirme en la carne.” (Confesiones V, 9,16).

Surge espontánea la pregunta: ¿por qué Mónica no bautizó a Agustín inmediatamente después de nacer?
En realidad, aunque el bautismo de niños ya era conocido y practicado, aún no era una práctica universal. Muchos padres preferían posponerlo hasta la edad adulta, considerándolo un “lavado definitivo”: temían que, si el bautizado pecaba gravemente, la salvación se vería comprometida. Además, Patricio, aún pagano, no tenía ningún interés en educar a su hijo en la fe cristiana.
Hoy vemos claramente que fue una elección desafortunada, ya que el bautismo no solo nos hace hijos de Dios, sino que nos da la gracia de vencer las tentaciones y el pecado.
Una cosa, sin embargo, es cierta: si hubiera sido bautizado de niño, Mónica se habría ahorrado a sí misma y a su hijo tantos sufrimientos.

La imagen más fuerte de Mónica es la de una madre que reza y llora. Las Confesiones la describen como una mujer incansable en interceder ante Dios por su hijo.
Un día, un obispo de Tagaste —según algunos, el mismo Ambrosio— la tranquilizó con palabras que han quedado célebres: “Ve, no puede perderse el hijo de tantas lágrimas”. Esa frase se convirtió en la estrella polar de Mónica, la confirmación de que su dolor materno no era en vano, sino parte de un misterioso designio de gracia.

Tenacidad de una madre
La vida de Mónica fue también un peregrinaje tras los pasos de Agustín. Cuando su hijo decidió partir a escondidas hacia Roma, Mónica no escatimó esfuerzos; no dio la causa por perdida, sino que lo siguió y lo buscó hasta que lo encontró. Lo alcanzó en Milán, donde Agustín había obtenido una cátedra de retórica. Allí encontró una guía espiritual en San Ambrosio, obispo de la ciudad. Entre Mónica y Ambrosio nació una profunda sintonía: ella reconocía en él al pastor capaz de guiar a su hijo, mientras que Ambrosio admiraba su fe inquebrantable.
En Milán, la predicación de Ambrosio abrió nuevas perspectivas a Agustín. Él abandonó progresivamente el maniqueísmo y comenzó a mirar el cristianismo con nuevos ojos. Mónica acompañaba silenciosamente este proceso: no forzaba los tiempos, no pretendía conversiones inmediatas, sino que oraba y lo sostenía y permanecía a su lado hasta su conversión.

La conversión de Agustín
Dios parecía no escucharla, pero Mónica nunca dejó de rezar y de ofrecer sacrificios por su hijo. Después de diecisiete años, finalmente sus súplicas fueron escuchadas — ¡y de qué manera! Agustín no solo se hizo cristiano, sino que se convirtió en sacerdote, obispo, doctor y padre de la Iglesia.
Él mismo lo reconoce: “Tú, sin embargo, en la profundidad de tus designios, escuchaste el punto vital de su deseo, sin preocuparte por el objeto momentáneo de su petición, sino cuidando de hacer de mí lo que siempre te pedía que hicieras.” (Confesiones V, 8,15).

El momento decisivo llegó en el año 386. Agustín, atormentado interiormente, luchaba contra las pasiones y las resistencias de su voluntad. En el célebre episodio del jardín de Milán, al escuchar la voz de un niño que decía “Tolle, lege” (“Toma, lee”), abrió la Carta a los Romanos y leyó las palabras que le cambiaron la vida: “Revestíos del Señor Jesucristo y no sigáis los deseos de la carne” (Rm 13,14).
Fue el comienzo de su conversión. Junto a su hijo Adeodato y algunos amigos se retiró a Cassiciaco para prepararse para el bautismo. Mónica estaba con ellos, partícipe de la alegría de ver finalmente escuchadas las oraciones de tantos años.
La noche de Pascua del 387, en la catedral de Milán, Ambrosio bautizó a Agustín, Adeodato y los demás catecúmenos. Las lágrimas de dolor de Mónica se transformaron en lágrimas de alegría. Siguió a su servicio, tanto que en Cassiciaco Agustín dirá: “Cuidó como si de todos hubiera sido madre y nos sirvió como si de todos hubiera sido hija.”

Ostia: el éxtasis y la muerte
Después del bautismo, Mónica y Agustín se prepararon para regresar a África. Deteniéndose en Ostia, a la espera del barco, vivieron un momento de intensísima espiritualidad. Las Confesiones narran el éxtasis de Ostia: madre e hijo, asomados a una ventana, contemplaron juntos la belleza de la creación y se elevaron hacia Dios, saboreando la bienaventuranza del cielo.
Mónica dirá: “Hijo, en cuanto a mí, ya no encuentro ningún atractivo para esta vida. No sé qué hago todavía aquí abajo y por qué me encuentro aquí. Este mundo ya no es objeto de deseos para mí. Había una sola razón por la que deseaba permanecer un poco más en esta vida: verte cristiano católico, antes de morir. Dios me ha escuchado más allá de todas mis expectativas, me ha concedido verte a su servicio y liberado de las aspiraciones de felicidad terrena. ¿Qué hago aquí?” (Confesiones IX, 10,11). Había alcanzado su meta terrenal.
Algunos días después, Mónica se enfermó gravemente. Sintiendo cercana su muerte, dijo a sus hijos: “Hijos míos, enterraréis aquí a vuestra madre: no os preocupéis de dónde. Solo os pido esto: recordadme en el altar del Señor, dondequiera que estéis”. Era la síntesis de su vida: no le importaba el lugar de la sepultura, sino el vínculo en la oración y en la Eucaristía.
Murió a los 56 años, el 12 de noviembre del 387, y fue sepultada en Ostia. En el siglo VI, sus reliquias fueron trasladadas a una cripta oculta en la misma iglesia de Santa Aurea. En 1425, las reliquias fueron trasladadas a Roma, a la basílica de San Agustín en Campo Marzio, donde aún hoy son veneradas.

El perfil espiritual de Mónica
Agustín describe a su madre con palabras bien medidas:
“[…] mujer en el aspecto, viril en la fe, anciana en la serenidad, maternal en el amor, cristiana en la piedad […]”. (Confesiones IX, 4, 8).
Y también:
“[…] viuda casta y sobria, asidua en la limosna, devota y sumisa a tus santos; que no dejaba pasar día sin llevar la ofrenda a tu altar, que dos veces al día, mañana y tarde, sin falta visitaba tu iglesia, y no para confabular vanamente y charlar como las otras viejas, sino para oír tus palabras y hacerte oír sus oraciones? Las lágrimas de tal mujer, con las que te pedía no oro ni plata, ni bienes perecederos o perecederos, sino la salvación del alma de su hijo, ¿podrías tú despreciarlas, tú que así la habías hecho con tu gracia, negándole tu socorro? Ciertamente no, Señor. Tú, antes bien, estabas a su lado y la escuchabas, obrando según el orden con que habías predestinado que debías obrar.” (Confesiones V, 9,17).

De este testimonio agustiniano, emerge una figura de sorprendente actualidad.
Fue una mujer de oración: nunca dejó de invocar a Dios por la salvación de sus seres queridos. Sus lágrimas se convierten en modelo de intercesión perseverante.
Fue una esposa fiel: en un matrimonio difícil, nunca respondió con resentimiento a la dureza de su marido. Su paciencia y su mansedumbre fueron instrumentos de evangelización.
Fue una madre valiente: no abandonó a su hijo en sus desviaciones, sino que lo acompañó con amor tenaz, capaz de confiar en los tiempos de Dios.
Fue una testigo de esperanza: su vida muestra que ninguna situación es desesperada, si se vive en la fe.
El mensaje de Mónica no pertenece solo al siglo IV. Habla todavía hoy, en un contexto en el que muchas familias viven tensiones, los hijos se apartan de la fe, los padres experimentan la fatiga de la espera.
A los padres, enseña a no rendirse, a creer que la gracia obra de maneras misteriosas.
A las mujeres cristianas, muestra cómo la mansedumbre y la fidelidad pueden transformar relaciones difíciles.
A cualquiera que se sienta desanimado en la oración, testifica que Dios escucha, aunque los tiempos no coincidan con los nuestros.
No es casualidad que muchas asociaciones y movimientos hayan elegido a Mónica como patrona de las madres cristianas y de las mujeres que oran por los hijos alejados de la fe.

Una mujer sencilla y extraordinaria
La vida de Santa Mónica es la historia de una mujer sencilla y extraordinaria a la vez. Sencilla porque vivió el día a día de una familia, extraordinaria porque fue transfigurada por la fe. Sus lágrimas y sus oraciones moldearon a un santo y, a través de él, influyeron profundamente en la historia de la Iglesia.
Su memoria, celebrada el 27 de agosto, víspera de la fiesta de San Agustín, nos recuerda que la santidad a menudo pasa por la perseverancia oculta, el sacrificio silencioso, la esperanza que no defrauda.
En las palabras de Agustín, dirigidas a Dios por su madre, encontramos la síntesis de su herencia espiritual: “No puedo decir lo suficiente de cuánto mi alma te debe a ella, Dios mío; pero tú lo sabes todo. Recompénsala con tu misericordia lo que te pidió con tantas lágrimas por mí” (Conf., IX, 13).

Santa Mónica, a través de los acontecimientos de su vida, alcanzó la felicidad eterna que ella misma definió: “La felicidad consiste sin duda en el logro del fin y se debe tener confianza en que a él podemos ser conducidos por una fe firme, una esperanza viva, una caridad ardiente”. (La Felicidad 4,35).




¡Hacia lo alto! San Pier Giorgio Frassati

“Queridos jóvenes, nuestra esperanza es Jesús. Es Él, como decía San Juan Pablo II, «quien suscita en vosotros el deseo de hacer de vuestra vida algo grande […], para mejoraros a vosotros mismos y a la sociedad, haciéndola más humana y fraterna» (XV Jornada Mundial de la Juventud, Vigilia de Oración, 19 de agosto de 2000). Mantengámonos unidos a Él, permanezcamos en su amistad, siempre, cultivándola con la oración, la adoración, la Comunión eucarística, la Confesión frecuente, la caridad generosa, como nos han enseñado los beatos Pier Giorgio Frassati y Carlo Acutis, que pronto serán proclamados Santos. Aspirad a cosas grandes, a la santidad, dondequiera que estéis. No os conforméis con menos. Entonces veréis crecer cada día, en vosotros y a vuestro alrededor, la luz del Evangelio” (Papa León XIV – homilía Jubileo de los jóvenes – 3 de agosto de 2025).

Pier Giorgio y Don Cojazzi
El senador Alfredo Frassati, embajador del Reino de Italia en Berlín, era el propietario y director del periódico La Stampa de Turín. Los Salesianos le debían un gran reconocimiento. Con motivo del gran montaje escandaloso conocido como “Los hechos de Varazze”, en el que se había intentado arrojar lodo sobre la honorabilidad de los Salesianos, Frassati los había defendido. Mientras incluso algunos periódicos católicos parecían perdidos y desorientados ante las graves y penosas acusaciones, La Stampa, tras una rápida investigación, se había adelantado a las conclusiones de la magistratura proclamando la inocencia de los Salesianos. Así, cuando de casa Frassati llegó la solicitud de un salesiano que se encargara de seguir los estudios de los dos hijos del senador, Pier Giorgio y Luciana, Don Paolo Albera, Rector Mayor, se sintió en la obligación de aceptar. Envió a Don Antonio Cojazzi (1880-1953). Era el hombre apto: buena cultura, temperamento juvenil y una excepcional capacidad comunicativa. Don Cojazzi se había licenciado en letras en 1905, en filosofía en 1906, y había obtenido el diploma de habilitación para la enseñanza de la lengua inglesa después de un serio perfeccionamiento en Inglaterra.
En casa Frassati, Don Cojazzi se convirtió en algo más que el ‘preceptor’ que seguía a los chicos. Se convirtió en un amigo, especialmente de Pier Giorgio, de quien diría: “Lo conocí a los diez años y lo seguí durante casi todo el bachillerato y la preparatoria con lecciones que en los primeros años eran diarias; lo seguí con creciente interés y afecto”. Pier Giorgio, convertido en uno de los jóvenes líderde la Acción Católica turinesa, escuchaba las conferencias y lecciones que Don Cojazzi impartía a los socios del Círculo C. Balbo, seguía con interés la Revista de los Jóvenes, subía a veces a Valsalice en busca de luz y consejo en los momentos decisivos.

Un momento de notoriedad
Pier Giorgio lo recibió durante el Congreso Nacional de la Juventud Católica italiana, en 1921: cincuenta mil jóvenes que desfilaban por Roma, cantando y orando. Pier Giorgio, estudiante de ingeniería, sostenía la bandera tricolor del círculo turinés C. Balbo. Las tropas reales, de repente, rodearon la enorme procesión y la asaltaron para arrebatar las banderas. Querían impedir desórdenes. Un testigo contó: “Golpean con las culatas de los fusiles, agarran, rompen, arrancan nuestras banderas. Veo a Pier Giorgio forcejeando con dos guardias. Acudimos en su ayuda, y la bandera, con la asta rota, queda en sus manos. Encarcelados a la fuerza en un patio, los jóvenes católicos son interrogados por la policía. El testigo recuerda el diálogo llevado con los modos y las cortesías que se usan en semejantes contingencias:
– ¿Y tú, cómo te llamas?
– Pier Giorgio Frassati de Alfredo.
– ¿Qué hace tu padre?
– Embajador de Italia en Berlín.
Asombro, cambio de tono, disculpas, oferta de libertad inmediata.
– Saldré cuando salgan los demás.
Mientras tanto, el espectáculo bestial continúa. Un sacerdote es arrojado, literalmente arrojado al patio con la sotana rasgada y una mejilla sangrando… Juntos nos arrodillamos en el suelo, en el patio, cuando aquel sacerdote harapiento levantó el rosario y dijo: ¡Muchachos, por nosotros y por los que nos han golpeado, oremos!».

Amaba a los pobres
Pier Giorgio amaba a los pobres, los iba a buscar en los barrios más lejanos de la ciudad; subía las escaleras estrechas y oscuras; entraba en los desvanes donde solo habitan la miseria y el dolor. Todo lo que tenía en el bolsillo era para los demás, como todo lo que guardaba en el corazón. Llegaba a pasar las noches al lado de enfermos desconocidos. Una noche que no regresaba a casa, el padre, cada vez más ansioso, llamó a la comisaría, a los hospitales. A las dos se oyó girar la llave en la puerta y Pier Giorgio entró. Papá explotó:
– Mira, puedes estar fuera de día, de noche, nadie te dice nada. ¡Pero cuando llegas tan tarde, avisa, llama por teléfono!
Pier Giorgio lo miró, y con la habitual sencillez respondió:
– Papá, donde yo estaba, no había teléfono.
Las Conferencias de San Vicente de Paúl lo vieron como un asiduo colaborador; los pobres lo conocieron como consolador y socorredor; los miserables desvanes lo acogieron a menudo entre sus sórdidas paredes como un rayo de sol para sus desamparados habitantes. Dominado por una profunda humildad, no quería que nadie supiera lo que hacía.

Giorgetto, hermoso y santo
A principios de julio de 1925, Pier Giorgio fue atacado y abatido por un violento ataque de poliomielitis. Tenía 24 años. En su lecho de muerte, mientras una terrible enfermedad le devastaba la espalda, todavía pensaba en sus pobres. En una nota, con una letra ya casi indescifrable, escribió para el ingeniero Grimaldi, su amigo: Aquí están las inyecciones de Converso, la póliza es de Sappa. La he olvidado, renuévala tú.
Al regresar del funeral de Pier Giorgio, Don Cojazzi escribe de improviso un artículo para la Revista de los Jóvenes: “Repetiré la vieja frase, pero sincerísima: no creía amarlo tanto. ¡Giorgetto, hermoso y santo! ¿Por qué me cantan en el corazón estas palabras insistentes? Porque las oí repetir, las oí pronunciar durante casi dos días, por el padre, por la madre, por la hermana, con una voz que siempre decía y nunca repetía. Y porque afloran ciertos versos de una balada de Deroulède: «¡Se hablará de él durante mucho tiempo, en los palacios dorados y en las casas de campo perdidas! Porque de él hablarán también las chozas y los desvanes, donde pasó tantas veces como ángel consolador». Lo conocí a los diez años y lo seguí durante casi todo el bachillerato y parte de la preparatoria… lo seguí con creciente interés y afecto hasta su transfiguración actual… Escribiré su vida. Se trata de la recopilación de testimonios que presentan la figura de este joven en la plenitud de su luz, en la verdad espiritual y moral, en el testimonio luminoso y contagioso de bondad y generosidad”.

El best-seller de la editorial católica
Animado e impulsado también por el arzobispo de Turín, Mons. Giuseppe Gamba, Don Cojazzi se puso a trabajar con ahínco. Los testimonios llegaron numerosos y cualificados, fueron ordenados y examinados con cuidado. La madre de Pier Giorgio seguía el trabajo, daba sugerencias, proporcionaba material. En marzo de 1928 sale la vida de Pier Giorgio. Escribe Luigi Gedda: “Fue un éxito rotundo. En solo nueve meses se agotaron 30 mil copias del libro. En 1932 ya se habían difundido 70 mil copias. En el lapso de 15 años, el libro sobre Pier Giorgio alcanzó 11 ediciones, y quizás fue el best-seller de la editorial católica en ese período”.
La figura iluminada por Don Cojazzi fue una bandera para la Acción Católica durante el difícil tiempo del fascismo. En 1942 habían tomado el nombre de Pier Giorgio Frassati: 771 asociaciones juveniles de Acción Católica, 178 secciones aspirantes, 21 asociaciones universitarias, 60 grupos de estudiantes de secundaria, 29 conferencias de San Vicente, 23 grupos del Evangelio… El libro fue traducido al menos a 19 idiomas.
El libro de Don Cojazzi marcó un punto de inflexión en la historia de la juventud italiana. Pier Giorgio fue el ideal señalado sin ninguna reserva: alguien que supo demostrar que ser cristiano hasta el fondo no es en absoluto utópico ni fantástico.
Pier Giorgio Frassati también marcó un punto de inflexión en la historia de Don Cojazzi. Aquella nota escrita por Pier Giorgio en su lecho de muerte le reveló de manera concreta, casi brutal, el mundo de los pobres. El mismo Don Cojazzi escribe: “El Viernes Santo de este año (1928) con dos universitarios visité durante cuatro horas a los pobres fuera de Porta Metronia. Aquella visita me proporcionó una lección y una humillación muy saludables. Yo había escrito y hablado muchísimo sobre las Conferencias de San Vicente… y sin embargo nunca había ido ni una sola vez a visitar a los pobres. En aquellas sucias chabolas a menudo se me salían las lágrimas… ¿La conclusión? Aquí está clara y cruda para mí y para vosotros: menos palabras bonitas y más obras buenas”.
El contacto vivo con los pobres no es solo una aplicación inmediata del Evangelio, sino una escuela de vida para los jóvenes. Son la mejor escuela para los jóvenes, para educarlos y mantenerlos en la seriedad de la vida. Quien visita a los pobres y toca con sus propias manos sus llagas materiales y morales, ¿cómo puede malgastar su dinero, su tiempo, su juventud? ¿Cómo puede quejarse de sus propios trabajos y dolores, cuando ha conocido, por experiencia directa, que otros sufren más que él?

¡No vegetar, sino vivir!
Pier Giorgio Frassati es un ejemplo luminoso de santidad juvenil, actual, «enmarcado» en nuestro tiempo. Él atestigua una vez más que la fe en Jesucristo es la religión de los fuertes y de los verdaderamente jóvenes, que solo ella puede iluminar todas las verdades con la luz del «misterio» y que solo ella puede regalar la perfecta alegría. Su existencia es el modelo perfecto de la vida normal al alcance de todos. Él, como todos los seguidores de Jesús y del Evangelio, comenzó por las pequeñas cosas; llegó a las alturas más sublimes a fuerza de sustraerse a los compromisos de una vida mediocre y sin sentido y empleando la natural terquedad en sus firmes propósitos. Todo, en su vida, le sirvió de escalón para subir; incluso aquello que debería haberle sido un tropiezo. Entre sus compañeros era el intrépido y exuberante animador de cada empresa, atrayendo a su alrededor tanta simpatía y tanta admiración. La naturaleza le había sido generosa en favores: de familia renombrada, rico, de ingenio sólido y práctico, físico apuesto y robusto, educación completa, nada le faltaba para abrirse camino en la vida. Pero él no pretendía vegetar, sino conquistar su lugar al sol, luchando. Era un hombre de temple y un alma de cristiano.
Su vida tenía en sí misma una coherencia que descansaba en la unidad del espíritu y de la existencia, de la fe y de las obras. La fuente de esta personalidad tan luminosa estaba en la profunda vida interior. Frassati rezaba. Su sed de Gracia le hacía amar todo lo que llena y enriquece el espíritu. Se acercaba cada día a la Santa Comunión, luego permanecía a los pies del altar, largo tiempo, sin que nada pudiera distraerlo. Rezaba en los montes y por el camino. Sin embargo, la suya no era una fe ostentosa, aunque las señales de la cruz hechas en la vía pública al pasar por delante de las iglesias eran grandes y seguras, aunque el Rosario se rezaba en voz alta, en un vagón de tren o en la habitación de un hotel. Pero era más bien una fe vivida tan intensa y sinceramente que brotaba de su alma generosa y franca con una sencillez de actitud que convencía y conmovía. Su formación espiritual se fortaleció en las adoraciones nocturnas de las que fue ferviente propugnador e infaltable participante. Realizó los ejercicios espirituales en más de una ocasión, obteniendo de ellos serenidad y vigor espiritual.
El libro de Don Cojazzi se cierra con la frase: «Haberlo conocido o haber oído hablar de él significa amarlo, y amarlo significa seguirlo». El deseo es que el testimonio de Piergiorgio Frassati sea “sal y luz” para todos, especialmente para los jóvenes de hoy.




Don Bosco y la Iglesia de la Sábana Santa

Le Saint Suaire de Turin, l’une des reliques les plus vénérées de la chrétienté, a une histoire millénaire entrelacée avec celle de la Maison de Savoie et de la ville savoyarde. Arrivé à Turin en 1578, il devint l’objet d’une profonde dévotion, avec des ostensions solennelles liées à des événements historiques et dynastiques. Au XIXe siècle, des figures comme saint Jean Bosco et d’autres saints turinois en promurent le culte, contribuant à sa diffusion. Aujourd’hui conservé dans la Chapelle du Guarini, le Suaire est au centre d’études scientifiques et théologiques. Parallèlement, l’église du Saint Suaire à Rome, liée à la Maison de Savoie et à la communauté piémontaise, représente un autre lieu significatif, où Don Bosco tenta d’établir une présence salésienne.

            La Santa Sindone (Saint Linceul) de Turin, improprement appelée Saint Suaire en français, appartenait à la Maison de Savoie depuis 1463, et fut transférée de Chambéry à Turin, la nouvelle capitale, en 1578.
            C’est cette même année qu’eut lieu la première Ostension, voulue par Emmanuel-Philibert en hommage au cardinal Carlo Borromeo, venu en pèlerinage à Turin pour la vénérer.

Les ostensions du XIXe siècle et le culte du Saint-Suaire
            Au XIXe siècle, les ostensions eurent lieu en 1815, 1842, 1868 et 1898. La première eut lieu lors du retour de la Maison de Savoie dans ses États, la deuxième pour le mariage de Victor-Emmanuel II avec Marie-Adélaïde de Habsbourg-Lorraine, la troisième pour le mariage d’Humbert Ier avec Marguerite de Savoie-Gênes, et la quatrième lors de l’Exposition universelle.
            Les saints turinois du XIXe siècle (Cottolengo, Cafasso et Don Bosco) avaient une grande dévotion envers le Saint-Suaire, à l’instar du bienheureux Sebastiano Valfré, apôtre de Turin pendant le siège de 1706.
            Les Mémoires biographiques nous assurent que Don Bosco l’a vénéré en particulier lors de l’Ostension de 1842. À l’occasion de celle de 1868, il emmena avec lui les garçons de l’oratoire pour le voir (MB II, 117 ; IX, 137).
            Aujourd’hui, l’inestimable toile, offerte par Humbert II de Savoie au Saint-Siège, est confiée à l’archevêque de Turin, «gardien pontifical», et conservée dans la somptueuse chapelle Guarini, derrière la cathédrale.
            À Turin, on trouve également, via Piave, à l’angle de via San Domenico, la Chiesa del Santo Sudario, construite par la confrérie du même nom et reconstruite en 1761. À côté de l’église se trouve le musée du Saint-Suaire et le siège de la Sodalité Cultores Sanctae Sindonis, un centre d’études auquel des savants salésiens ont apporté leur précieuse contribution, notamment le Père Noël Noguier de Malijay, Don Antonio Tonelli, Don Alberto Caviglia, Don Pietro Scotti et, plus récemment, Don Pietro Rinaldi et Don Luigi Fossati, pour n’en citer que les principaux.

L’église du Saint-Suaire à Rome
            Une église du « Santo Sudario » existe également à Rome, le long de la rue du même nom, qui va du Largo Argentina parallèlement au Corso Vittorio. Érigée en 1604 sur un projet de Carlo di Castellamonte, c’était l’église des Piémontais, des Savoyards et des Niçois, construite par la Confraternité du Saint-Suaire qui avait vu le jour à Rome à cette époque. Après 1870, elle devint l’église particulière de la Maison de Savoie.
            Pendant ses séjours à Rome, Don Bosco célébra plusieurs fois la messe dans cette église. Pour cette église et pour la maison adjacente il élabora un projet conforme au but de la confrérie alors disparue : se consacrer à des œuvres de charité en faveur de la jeunesse abandonnée, des malades et des prisonniers.
            La confrérie avait cessé ses activités au début du siècle et la propriété et l’administration de l’église avaient été transférées à la Légation sarde auprès du Saint-Siège. Dans les années 1860, l’église nécessitait d’importants travaux de rénovation, à tel point qu’en 1868 elle fut temporairement fermée.
            Mais dès 1867, Don Bosco avait eu l’idée de proposer au gouvernement de lui céder l’usage et l’administration de l’église, en offrant sa collaboration en argent pour achever les travaux de restauration. Prévoyant peut-être l’entrée prochaine des troupes piémontaises à Rome, il souhaitait y ouvrir une maison. Il pensa pouvoir le faire avant que la situation ne se précipite, rendant plus difficile l’obtention de l’approbation du Saint-Siège et le respect des accords par l’État (MB IX, 415-416).
            Il présenta alors la demande au gouvernement. En 1869, lors de son passage à Florence, il prépara un projet d’accord qu’il présenta à Pie IX en arrivant à Rome. Ayant obtenu l’assentiment de ce dernier, il passa à la demande officielle au ministère des Affaires étrangères. Malheureusement, l’occupation de Rome vint alors compromettre toute l’affaire. Don Bosco lui-même se rendit compte de l’inopportunité d’insister. En effet, qu’une congrégation religieuse ayant sa maison-mère à Turin prenne en charge, à cette époque, une église romaine appartenant à la Maison de Savoie, aurait pu apparaître comme un acte d’opportunisme et de servilité à l’égard du nouveau gouvernement.
            Après la brèche de la Porta Pia, par procès-verbal du 2 décembre 1871, l’Église du Très Saint Suaire fut annexée à la Maison Royale et désignée comme siège officiel du Grand Aumônier palatin. Suite à l’interdit de Pie IX sur les Chapelles de l’ancien palais apostolique du Quirinal, c’est précisément dans l’Église du Suaire que se déroulaient tous les rites sacrés de la Famille Royale.
            En 1874, Don Bosco tâta de nouveau le terrain auprès du gouvernement. Mais, malheureusement, des nouvelles intempestives diffusées par les journaux mirent définitivement fin au projet (MB X, 1233-1235).
            Avec la fin de la monarchie, le 2 juin 1946, l’ensemble du complexe du Suaire passa sous la gestion du Secrétariat Général de la Présidence de la République. En 1984, suite au nouveau Concordat qui sanctionna l’abolition des Chapelles palatines, l’Église du Suaire fut confiée à l’Ordinariat Militaire et elle est restée ainsi jusqu’à aujourd’hui.
            Quant à nous, il nous plaît de rappeler que Don Bosco a jeté les yeux sur cette église du Saint-Suaire, à la recherche d’une occasion favorable pour ouvrir une maison à Rome.




El título de Basílica del Templo del Sagrado Corazón de Roma

En el centenario de la muerte del P. Pablo Albera se puso de relieve cómo el segundo sucesor de Don Bosco realizó lo que podría describirse como un sueño de Don Bosco. En efecto, treinta y cuatro años después de la consagración del templo del Sagrado Corazón de Roma, que tuvo lugar en presencia del ya exhausto Don Bosco (mayo de 1887), el Papa Benedicto XVI – el Papa de la famosa e inaudita definición de la Primera Guerra Mundial como “matanza inútil” – confirió a la iglesia el título de Basílica Menor (11 de febrero de 1921). Para su construcción Don Bosco había “entregado su alma” (¡y también su cuerpo!) en los últimos siete años de su vida. Lo mismo había hecho en los veinte años anteriores (1865-1868) con la construcción de la iglesia de María Auxiliadora en Turín-Valdocco, la primera iglesia salesiana elevada a la dignidad de basílica menor el 28 de junio de 1911, en presencia del nuevo Rector Mayor P. Pablo Albera.

El hallazgo de la súplica
Pero, ¿cómo se llegó a este resultado? ¿Quién estaba detrás? Ahora lo sabemos con certeza gracias al reciente descubrimiento del borrador mecanografiado de la petición de este título por parte del Rector Mayor P. Paolo Albera. Está incluido en un folleto conmemorativo del 25 aniversario del Sagrado Corazón editado en 1905 por el entonces director, el P. Francesco Tomasetti (1868-1953). El mecanografiado, fechado el 17 de enero de 1921, tiene mínimas correcciones del Rector Mayor, pero lo que es importante, lleva su firma autógrafa.
Tras describir la obra de Don Bosco y la incesante actividad de la parroquia, probablemente tomada del antiguo archivo, el P. Albera se dirige al Papa en estos términos

Mientras la devoción al Sagrado Corazón de Jesús crece y se difunde por todo el mundo, y nuevos Templos son dedicados al Divino Corazón, también por la noble iniciativa de los Salesianos, como en S. Paolo en Brasil, en La Plata en Argentina, en Londres, en Barcelona y en otros lugares, parece que el Templo-Santuario primario dedicado al Sagrado Corazón de Jesús en Roma, donde tan importante devoción tiene una afirmación tan digna de la Ciudad Eterna, merece una distinción especial. El abajo firmante, por tanto, oído el parecer del Consejo Superior de la Pía Sociedad Salesiana, ruega humildemente a Vuestra Santidad se digne conceder al Templo-Santuario del Sagrado Corazón de Jesús en el Castro Pretorio de Roma el Título y los Privilegios de Basílica Minore, esperando que esta honrosa elevación acreciente la devoción, la piedad y toda actividad católicamente benéfica”.
La súplica, en buena copia, firmada por el P. Albera, fue probablemente enviada por el procurador P. Francesco Tomasetti a la Sagrada Congregación de los Brevi, que la acogió favorablemente. Rápidamente redactó el borrador del Breve Apostólico para conservarlo en el Archivo Vaticano, lo hizo transcribir por expertos calígrafos en rico pergamino y lo transmitió a la Secretaría de Estado para que lo firmara el titular del momento, el cardenal Pietro Gasparri.
Hoy, los fieles pueden admirar este original de la concesión del título solicitado bien enmarcado en la sacristía de la Basílica (ver foto).
No podemos sino dar las gracias a la Dra. Patrizia Buccino, estudiosa de arqueología e historia, y al historiador salesiano P. Giorgio Rossi, que difundieron la noticia. A ellos corresponde completar la investigación iniciada con la búsqueda en el Archivo Vaticano de toda la correspondencia, que también se dará a conocer al mundo científico a través de la conocida revista de historia salesiana “Ricerche Storiche Salesiane”.

El Sagrado Corazón: una basílica nacional de alcance internacional
Veintiséis años antes, el 16 de julio de 1885, a petición de Don Bosco y con el consentimiento explícito del Papa León XIII, monseñor Gaetano Alimonda, arzobispo de Turín, había exhortado calurosamente a los italianos a participar en el éxito de la “noble y santa propuesta [del nuevo templo] llamándola voto nacional de los italianos”.
Pues bien, el P. Albera, en su petición al pontífice, tras recordar el apremiante llamamiento del cardenal Alimonda, recordó que se había pedido a todas las naciones del mundo que contribuyeran económicamente a la construcción, decoración del templo y obras anexas (¡incluido el inevitable oratorio salesiano con hospicio!) para que el Templo-Santuario, además de un voto nacional, se convirtiera en una “manifestación mundial o internacional de devoción al Sagrado Corazón”.
A este respecto, en un trabajo histórico-ascético publicado con ocasión del I Centenario de la Consagración de la Basílica (1987), el estudioso Armando Pedrini la definió como: “Un templo por tanto internacional por la catolicidad y universalidad de su mensaje a todos los pueblos”, también en consideración de la “posición destacada” de la Basílica junto a la reconocida internacionalidad de la estación ferroviaria.
Así pues, Roma-Termini no es sólo una gran estación de ferrocarril con problemas de orden público y un territorio difícil de gestionar, del que se habla a menudo en los periódicos y al igual que las estaciones de ferrocarril de muchas capitales europeas. Sino que también alberga la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús. Y si por la tarde y por la noche la zona no transmite seguridad a los turistas, durante el día la Basílica distribuye paz y serenidad a los fieles que entran en ella, se detienen allí en oración, reciben los sacramentos.
¿Lo recordarán los peregrinos que pasarán por la estación de Termini en el no muy lejano año santo (2025)? Sólo tienen que cruzar una calle… y el Sagrado Corazón de Jesús les espera.

PS. Hay una segunda basílica parroquial salesiana en Roma, más grande y artísticamente más rica que la del Sagrado Corazón: es la de San Juan Bosco en Tuscolano, que se convirtió en tal en 1965, pocos años después de su inauguración (1959). ¿Dónde se encuentra? “Obviamente” en el barrio Don Bosco (a dos pasos de los famosos estudios de Cinecittà). Si la estatua del campanario de la basílica del Sagrado Corazón domina la plaza de la estación Termini, la cúpula de la basílica de Don Bosco, ligeramente inferior a la de San Pedro, sin embargo, la mira de frente, aunque desde dos puntos extremos de la capital. Y como no hay dos sin tres, hay una tercera espléndida basílica parroquial salesiana en Roma: la de Santa María Auxiliadora, en el barrio Appio-Tuscolano, junto al gran Instituto Pío XI.

Carta apostólica titulada Pia Societas, fechada el 11 de febrero de 2021, con la cual Su Santidad Benedicto XV elevó la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús al rango de Basílica.

Ecclesia parochialis SS.mi Cordis Iesu ad Castrum Praetorium in urbe titulo et privilegiis Basilicae Minoris decoratur.
Benedictus pp. XV

            Ad perpetuam rei memoriam.
            Pia Societas sancti Francisci Salesii, a venerabili Servo Dei Ioanne Bosco iam Augustae Taurinorum condita atque hodie per dissitas quoque orbis regiones diffusa, omnibus plane cognitum est quanta sibi merita comparaverit non modo incumbendo actuose sollerterque in puerorum, orbitate laborantium, religiosam honestamque institutionem, verum etiam in rei catholicae profectum tum apud christianum populum, tum apud infideles in longinquis et asperrimis Missionibus. Eiusdem Societatis sodalibus est quoque in hac Alma Urbe Nostra ecclesia paroecialis Sacratissimo Cordi Iesu dicata, in qua, etsi non abhinc multos annos condita, eximii praesertim Praedecessoris Nostri Leonis PP. XIII iussu atque auspiciis, christifideles urbani, eorumdem Sodalium opera, adeo ad Dei cultum et virtutum laudem exercentur, ut ea vel cum antiquioribus paroeciis in honoris ac meritorum contentionem veniat. Ipsemet Salesianorum Sodalium fundator, venerabilis Ioannes Bosco, in nova Urbis regione, aere saluberrimo populoque confertissima, quae ad Gastrum Praetorium exstat, exaedificationem inchoavit istius templi, et, quasi illud erigeret ex gentis italicae voto et pietatis testimonio erga Sacratissimum Cor Iesu, stipem praecipue ex Italiae christifidelibus studiose conlegit; verumtamen pii homines ex ceteris nationibus non defuerunt, qui, in exstruendum perficiendumque templum istud, erga Ssmum Cor Iesu amore incensi, largam pecuniae vim contulerint. Anno autem MDCCCLXXXVII sacra ipsa aedes, secundum speciosam formam a Virginio Vespignani architecto delineatam, tandem perfecta ac sollemniter consecrata dedicataque est. Eamdem vero postea, magna cum sollertia, Sodales Salesianos non modo variis altaribus, imaginibus affabre depictis et statuis, omnique sacro cultui necessaria supellectili exornasse, verum etiam continentibus aedificiis iuventuti, ut tempora nostra postulant, rite instituendae ditasse, iure ac merito Praedecessores Nostri sunt» laetati, et Nos haud minore animi voluptate probamus. Quapropter cum dilectus filius Paulus Albera, hodiernus Piae Societatis sancti Francisci Salesii rector maior, nomine proprio ac religiosorum virorum quibus praeest, quo memorati templi Ssmi Cordi Iesu dicati maxime augeatur decus, eiusdem urbanae paroeciae fidelium fides et pietas foveatur, Nos supplex rogaverit, ut eidem templo dignitatem, titulum et privilegia Basilicae Minoris pro Nostra benignitate impertiri dignemur; Nos, ut magis magisque stimulos fidelibus ipsius paroeciae atque Urbis totius Nostrae ad Sacratissimum Cor Iesu impensius colendum atque adamandum addamus, nec non benevolentiam, qua Sodales Salesianos ob merita sua prosequimur, publice significemus, votis hisce piis annuendum ultro libenterque censemus. Quam ob rem, conlatis consiliis cum VV. FF. NN. S. R. E. Cardinalibus Congregationi Ss. Rituum praepositis, Motu proprio ac de certa scientia et matura deliberatione Nostris, deque apostolicae potestatis plenitudine, praesentium Litterarum tenore perpetuumque in modum, enunciatum templum Sacratissimo Cordi Iesu dicatum, in hac alma Urbe Nostra atque ad Castrum Praetorium situm, dignitate ac titulo Basilicae Minoris honestamus, cum omnibus et singulis honoribus, praerogativis, privilegiis, indultis quae aliis Minoribus Almae huius Urbis Basilicis de iure competunt. Decernentes praesentes Litteras firmas, validas atque efficaces semper exstare ac permanere, suosque integros effectus sortiri iugiter et obtinere, illisque ad quos pertinent nunc et in posterum plenissime suffragari; sicque rite iudicandum esse ac definiendum, irritumque ex nunc et inane fieri, si quidquam secus super his, a quovis, auctoritate qualibet, scienter sive ignoranter attentari contigerit. Non obstantibus contrariis quibuslibet.

            Datum Romae apud sanctum Petrum sub annulo Piscatoris, die XI februarii MCMXXI, Pontificatus Nostri anno septimo.
P. CARD. GASPARRI, a Secretis Status.

***

La iglesia parroquial del Santísimo Corazón de Jesús en el Castillo Pretorio, en la ciudad, es honrada con el título y los privilegios de Basílica Menor.
Benedicto Pío XV

            Para perpetua memoria.
            La Piadosa Sociedad de San Francisco de Sales, fundada en Turín por el venerable Siervo de Dios Juan Bosco y hoy extendida por diversas regiones del mundo, es bien conocida por los grandes méritos que ha adquirido no solo dedicándose activa y diligentemente a la educación religiosa y honesta de los niños huérfanos, sino también al progreso de la causa católica tanto entre el pueblo cristiano como entre los infieles en misiones lejanas y difíciles. Los miembros de esta Sociedad tienen también en esta Nuestra Alma Ciudad una iglesia parroquial dedicada al Santísimo Corazón de Jesús, que aunque fundada hace no muchos años, especialmente por orden y bajo el auspicio de nuestro excelentísimo Predecesor León XIII, los fieles urbanos, con la ayuda de esos mismos miembros, la ejercitan en tal medida para la gloria de Dios y la alabanza de las virtudes, que rivaliza incluso con las parroquias más antiguas en honor y méritos. El mismo fundador de los miembros salesianos, el venerable Juan Bosco, comenzó la construcción de este templo en una nueva zona de la ciudad, aireada y muy poblada, que se encuentra en el Castillo Pretorio, y, como si lo erigiera en voto y testimonio de piedad del pueblo italiano hacia el Santísimo Corazón de Jesús, reunió especialmente fondos con gran dedicación de los fieles cristianos de Italia; sin embargo, no faltaron hombres piadosos de otras naciones que, encendidos por el amor al Santísimo Corazón de Jesús, contribuyeron generosamente con grandes sumas para la construcción y finalización de este templo. En el año 1887, el edificio sagrado, según el hermoso diseño del arquitecto Virginio Vespignani, fue finalmente terminado, solemnemente consagrado y dedicado. Más tarde, con gran esmero, los miembros salesianos no solo lo adornaron con varios altares, imágenes hábilmente pintadas y estatuas, y con todo el mobiliario necesario para el culto sagrado, sino que también enriquecieron el edificio con instalaciones para la juventud, según lo exigen nuestros tiempos, para su adecuada formación, lo que ha sido motivo de alegría para nuestros Predecesores y que nosotros aprobamos con no menor satisfacción. Por lo tanto, cuando el amado hijo Pablo Albera, actual rector mayor de la Piadosa Sociedad de San Francisco de Sales, en su propio nombre y en el de los religiosos a quienes preside, para que se aumente especialmente el honor del templo dedicado al Santísimo Corazón de Jesús y se fomente la fe y piedad de los fieles de esta parroquia urbana, nos suplicó humildemente que dignáramos conferir a dicho templo la dignidad, el título y los privilegios de Basílica Menor por nuestra bondad; nosotros, para añadir cada vez más estímulos a la fe de esta parroquia y de toda Nuestra Ciudad para un culto más intenso y amoroso al Santísimo Corazón de Jesús, y para manifestar públicamente la benevolencia con que seguimos a los miembros salesianos por sus méritos, hemos accedido con gusto a estas piadosas peticiones. Por ello, habiendo consultado con los Eminentísimos y Reverendísimos Señores Cardenales Prefectos de la Congregación de los Santos Ritos, por nuestro propio impulso, con conocimiento cierto y maduro juicio, y en virtud de la plenitud de la potestad apostólica, declaramos por el tenor de estas presentes Letras, y para siempre, que el templo dedicado al Santísimo Corazón de Jesús, situado en esta Nuestra Alma Ciudad y en el Castillo Pretorio, sea honrado con la dignidad y el título de Basílica Menor, con todos y cada uno de los honores, prerrogativas, privilegios e indulgencias que por derecho corresponden a las demás Basílicas Menores de esta Alma Ciudad. Ordenamos que estas Letras presentes sean firmes, válidas y siempre eficaces, y que produzcan íntegros sus efectos continuamente y se mantengan, y que sean plenamente favorables a quienes corresponda ahora y en el futuro; y que así se juzgue y defina, y que cualquier intento contrario sea nulo y sin efecto desde ahora, ya sea por cualquier autoridad, con conocimiento o por ignorancia. No obstante cualquier cosa en contrario.

            Dado en Roma, en San Pedro, bajo el anillo del Pescador, el día 11 de febrero de 1921, en el séptimo año de nuestro Pontificado.
P. CARD. GASPARRI, Secretario de Estado.




Las profecías de Malaquías. Los papas y el fin del mundo

As chamadas “Profecias de Malaquias” representam um dos textos proféticos mais fascinantes e controversos ligados ao destino da Igreja Católica e do mundo. Atribuídas a Malaquias de Armagh, arcebispo irlandês que viveu no século XII, essas previsões descrevem brevemente, através de enigmáticos lemas latinos, os pontífices desde Celestino II até o último papa, o misterioso “Pedro Segundo”. Embora sejam consideradas pelos estudiosos como falsificações modernas que remontam ao final do século XVI, as profecias continuam a suscitar debates, interpretações apocalípticas e especulações sobre possíveis cenários escatológicos. Independentemente de sua autenticidade, elas representam, ainda assim, um forte chamado à vigilância espiritual e à espera consciente do juízo final.

Malaquias de Armagh. Biografia de um “Bonifácio da Irlanda”
Malaquias (em irlandês Máel Máedóc Ua Morgair, em latim Malachias) nasceu por volta de 1094 perto de Armagh, de uma família nobre. Recebeu sua formação intelectual do erudito Imhar O’Hagan e, apesar de sua relutância inicial, foi ordenado sacerdote em 1119 pelo arcebispo Cellach. Após um período de aperfeiçoamento litúrgico no mosteiro de Lismore, Malaquias empreendeu uma intensa atividade pastoral que o levou a ocupar cargos de crescente responsabilidade. Em 1123, como Abade de Bangor, iniciou a restauração da disciplina sacramental; em 1124: nomeado Bispo de Down e Connor, prosseguiu a reforma litúrgica e pastoral e em 1132, tornado Arcebispo de Armagh, após difíceis disputas com os usurpadores locais, libertou a sé primacial da Irlanda e promoveu a estrutura diocesana sancionada pelo sínodo de Ráth Breasail.

Durante seu ministério, Malaquias introduziu reformas significativas adotando a liturgia romana, substituindo as heranças monásticas de clãs pela estrutura diocesana prescrita pelo sínodo de Ráth Breasail (1111) e promoveu a confissão individual, o matrimônio sacramental e a crisma.
Por essas intervenções reformadoras, São Bernardo de Claraval o comparou a São Bonifácio, o apóstolo da Alemanha.

Malaquias fez duas viagens a Roma (1139 e 1148) para receber o pálio metropolitano para as novas províncias eclesiásticas da Irlanda, e nessa ocasião foi nomeado legado pontifício. No retorno da primeira viagem, com a ajuda de São Bernardo de Claraval, fundou a abadia cisterciense de Mellifont (1142), a primeira de numerosas fundações cistercienses em terras irlandesas. Morreu durante uma segunda viagem a Roma, em 2 de novembro de 1148 em Claraval, nos braços de São Bernardo, que escreveu sua biografia intitulada “Vita Sancti Malachiae” [Vida de São Malaquias].

Em 1190, o Papa Clemente III o canonizou oficialmente, tornando-o o primeiro santo irlandês proclamado segundo o procedimento formal da Cúria Romana.

A “Profecia dos Papas”: um texto que surge quatro séculos depois
À figura deste arcebispo reformador foi associada, apenas no século XVI, uma coleção de 112 lemas que descreveriam outros tantos pontífices: desde Celestino II até o enigmático “Pedro Segundo”, destinado a assistir à destruição da “cidade das sete colinas”.
A primeira publicação dessas profecias data de 1595, quando o monge beneditino Arnold Wion as inseriu em sua obra Lignum Vitae, apresentando-as como um manuscrito redigido por Malaquias durante sua visita a Roma em 1139.
As profecias consistem em breves frases simbólicas que deveriam caracterizar cada papa através de referências ao nome, ao local de nascimento, ao brasão ou a eventos significativos do pontificado. A seguir, são apresentados os lemas atribuídos aos últimos pontífices:

109 – De medietate Lunae (“Da metade da lua”)
Atribuído a João Paulo I, que reinou por apenas um mês. Foi eleito em 26.08.1978, quando a lua estava no último quarto (25.08.1978), e morreu em 28.09.1978, quando a lua estava no primeiro quarto (24.09.1978).

110 – De labore solis (“Da fadiga do sol”)
Atribuído a João Paulo II, que liderou a Igreja por 26 anos, o terceiro pontificado mais longo da história depois de São Pedro (34-37 anos) e do Beato Pio IX (mais de 31 anos). Foi eleito em 16.10.1978, pouco depois de um eclipse solar parcial (02.10.1978), e morreu em 02.04.2005, poucos dias antes de um eclipse solar anular (08.04.2005).

111 – Gloria olivae (“Glória da oliveira”)
Atribuído a Bento XVI (2005-2013). O cardeal Ratzinger, engajado no diálogo ecumênico e inter-religioso, escolheu o nome de Bento XVI em continuidade com Bento XV, papa que trabalhou pela paz durante a Primeira Guerra Mundial, como ele mesmo explicou em sua primeira Audiência Geral de 27 de abril de 2005 (a paz é simbolizada pelo ramo de oliveira trazido pela pomba a Noé ao fim do Dilúvio). Essa conexão simbólica foi ainda reforçada pela canonização, em 2009, de Bernardo Tolomei (1272-1348), fundador da congregação beneditina de Santa Maria do Monte Oliveto (Monges Olivetanos).

112[a] – In persecutione extrema Sanctae Romanae Ecclesiae sedebit… [Durante a perseguição final à Santa Igreja Romana reinará…]
Este não é propriamente um lema, mas uma frase introdutória. Na edição original de 1595, aparece como uma linha separada, sugerindo a possibilidade de inserir outros papas entre Bento XVI e o profetizado “Pedro Segundo”. Isso contradiria a interpretação que identifica necessariamente o Papa Francisco como o último pontífice.

112[b] – Petrus Secundus [Pedro Segundo]
Referente ao último papa (a Igreja teve como primeiro pontífice São Pedro e terá como último outro Pedro) que guiará os fiéis em tempos de tribulação.
O parágrafo inteiro da profecia diz:
“In persecutione extrema Sanctae Romanae Ecclesiae sedebit Petrus Secundus, qui pascet oves in multis tribulationibus; quibus transactis, Civitas septicollis diruetur, et Iudex tremendus judicabit populum suum. Amen.”
“Durante a perseguição final à Santa Igreja Romana, reinará Pedro Segundo, que apascentará suas ovelhas em meio a muitas tribulações; passadas estas, a cidade das sete colinas [Roma] será destruída, e o Juiz terrível julgará o seu povo. Amém.”
“Pedro Segundo” seria, portanto, o último pontífice antes do fim dos tempos, com uma clara referência apocalíptica à destruição de Roma e ao juízo final.

Especulações contemporâneas
Nos últimos anos, as interpretações especulativas se multiplicaram: alguns identificam o Papa Francisco como o 112º e último pontífice, outros supõem que ele foi um papa de transição para o verdadeiro último papa, e há até quem calcule 2027 como a possível data do fim dos tempos.
Esta última hipótese baseia-se em um cálculo curioso: desde a primeira eleição papal mencionada na profecia (Celestino II em 1143) até a primeira publicação do texto (durante o pontificado de Sisto V, 1585-1590) passaram-se cerca de 442 anos; seguindo a mesma lógica, adicionando outros 442 anos desde a publicação, chegaríamos a 2027. Essas especulações, no entanto, carecem de fundamento científico, pois o manuscrito original não contém referências cronológicas explícitas.

A autenticidade contestada
Desde o surgimento do texto, numerosos historiadores expressaram dúvidas sobre sua autenticidade por diversas razões:
– ausência de manuscritos antigos: não existem cópias datáveis antes de 1595;
– estilo linguístico: o latim utilizado é típico do século XVI, não do XII;
– precisão retrospectiva: os lemas referentes aos papas anteriores ao conclave de 1590 são surpreendentemente precisos, enquanto os posteriores são muito mais vagos e facilmente adaptáveis a eventos posteriores;
– finalidades políticas: em uma época de fortes tensões entre facções curiais, uma lista profética como essa poderia influenciar o eleitorado cardinalício no Conclave de 1590.

A posição da Igreja
A doutrina católica ensina, como consta no Catecismo, que o destino da Igreja não pode ser diferente daquele de seu Chefe, Jesus Cristo. Nos parágrafos 675-677 descreve-se “A provação derradeira da Igreja”:

Antes do advento de Cristo, a Igreja deve passar por uma provação final que abalará a fé de muitos crentes. A perseguição que acompanha a peregrinação dela na terra desvendará o “mistério de iniquidade” sob a forma de uma impostura religiosa que há de trazer aos homens uma solução aparente a seus problemas, à custa da apostasia da verdade. A impostura religiosa suprema é a do Anticristo, isto e, a de um pseudomessianismo em que o homem glorifica a si mesmo em lugar de Deus e de seu Messias que veio na carne.
Esta impostura anticrística já se esboça no mundo toda vez que se pretende realizar na história a esperança messiânica que só pode realizar-se para além dela, por meio do juízo escatológico: mesmo em sua forma mitigada, a Igreja rejeitou esta falsificação do Reino vindouro sob o nome de milenarismo, sobretudo sob a forma política de um messianismo secularizado, “intrinsecamente perverso”.
A Igreja só entrará na glória do Reino por meio desta derradeira Páscoa, em que seguirá seu Senhor em sua Morte e Ressurreição. Portanto, o Reino não se realizará por um triunfo histórico da Igreja segundo um progresso ascendente, mas por uma vitória de Deus sobre o desencadeamento último do mal, que fará sua Esposa descer do Céu. O triunfo de Deus sobre a revolta do mal assumirá a forma do Juízo Final depois do derradeiro abalo cósmico deste mundo que passa.

Ao mesmo tempo, a doutrina católica oficial convida à prudência, baseando-se nas próprias palavras de Jesus:
«Surgirão cristos e falsos profetas, que enganarão muita gente » (Mt 24,11).
«Hão de surgir, de fato, falsos messias e falsos profetas, que farão grandes prodígios e maravilhas para enganar, se possível, até os eleitos» (Mt 24,24)
.

A Igreja sublinha, seguindo o Evangelho de Mateus (Mt 24,36), que o momento do fim do mundo não é conhecível pelos homens, mas somente por Deus. E o Magistério oficial – O Catecismo (n. 673-679) reitera que ninguém pode “ler” a hora do retorno de Cristo.

As profecias atribuídas a São Malaquias nunca receberam aprovação oficial da Igreja. No entanto, independentemente de sua autenticidade histórica, elas nos lembram uma verdade fundamental da fé cristã: o fim dos tempos acontecerá, como foi ensinado por Jesus.

Há dois mil anos, os homens refletem sobre este evento escatológico, muitas vezes esquecendo que o “fim dos tempos” para cada um coincide com o próprio fim da existência terrena. Que importa se o fim de nossa vida coincidirá com o fim dos tempos? Para muitos não será assim. O que realmente importa é viver autenticamente a vida cristã no cotidiano, seguindo os ensinamentos de Cristo e estando sempre prontos a prestar contas ao Criador e Redentor pelos talentos recebidos. Permanece sempre atual a advertência de Jesus: «Vigiai, portanto, pois não sabeis em que dia virá o vosso Senhor» (Mt 24,42).
Nessa perspectiva, o mistério do “Pedro Segundo” não representa tanto uma ameaça de ruína, mas sim um convite à constante conversão e à confiança no desígnio divino de salvação.




Don Pietro Ricaldone renace en Mirabello Monferrato

Don Pietro Ricaldone (Mirabello Monferrato, 27 de abril de 1870 – Roma, 25 de noviembre de 1951) fue el cuarto sucesor de Don Bosco al frente de los Salesianos, hombre de vasta cultura, profunda espiritualidad y gran amor por los jóvenes. Nacido y criado entre las colinas del Monferrato, llevó siempre consigo el espíritu de aquella tierra, traduciéndolo en un compromiso pastoral y formativo que lo convertiría en una figura de relevancia internacional. Hoy, los habitantes de Mirabello Monferrato quieren hacerlo regresar a sus tierras.

El Comité Don Pietro Ricaldone: renacimiento de una herencia (2019)
En 2019, un grupo de exalumnos y exalumnas, historiadores y apasionados de las tradiciones locales dio vida al Comité Don Pietro Ricaldone en Mirabello Monferrato. El objetivo –sencillo y ambicioso a la vez– fue desde el principio devolver la figura de Don Pietro al corazón del pueblo y de los jóvenes, para que su historia y su herencia espiritual no se pierdan.

Para preparar el 150º aniversario de su nacimiento (1870–2020), el Comité exploró el Archivo Histórico Municipal de Mirabello y el Archivo Histórico Salesiano, encontrando cartas, apuntes y antiguos volúmenes. De este trabajo nació una biografía ilustrada, pensada para lectores de todas las edades, en la que la personalidad de Ricaldone emerge de forma clara y cautivadora. Fundamental, en esta fase, fue la colaboración con Don Egidio Deiana, estudioso de historia salesiana.

En 2020 estaba prevista una serie de eventos –exposiciones fotográficas, conciertos, espectáculos teatrales y circenses– todos centrados en el recuerdo de Don Pietro. Aunque la pandemia obligó a reprogramar gran parte de las celebraciones, en julio de ese mismo año se llevó a cabo un evento conmemorativo con una exposición fotográfica sobre las etapas de la vida de Ricaldone, una animación para niños con talleres creativos y una celebración solemne, con la presencia de algunos Superiores Salesianos.
Aquel encuentro marcó el inicio de una nueva temporada de atención al territorio mirabellese.

Más allá del 150º: el concierto por el 70º aniversario de su muerte
El entusiasmo por la recuperación de la figura de Don Pietro Ricaldone llevó al Comité a prolongar su actividad incluso después del 150º aniversario.
Con motivo del 70º aniversario de su muerte (25 de noviembre de 1951), el Comité organizó un concierto titulado “Apresurar el alba radiante del día anhelado”, frase extraída de la circular de Don Pietro sobre el Canto Gregoriano de 1942.
En plena Segunda Guerra Mundial, Don Pietro –entonces Rector Mayor– escribió una célebre circular sobre el Canto Gregoriano en la que subrayaba la importancia de la música como vía privilegiada para reconducir los corazones de los hombres a la caridad, a la mansedumbre y sobre todo a Dios: “A alguno podrá causarle maravilla que, en tanto fragor de armas, yo os invite a ocuparos de música. Y sin embargo pienso, aun prescindiendo de alusiones mitológicas, que este tema responde plenamente a las exigencias de la hora actual. Todo aquello que pueda ejercer eficacia educativa y reconducir a los hombres a sentimientos de caridad y mansedumbre y sobre todo a Dios, debe ser practicado por nosotros, diligentemente y sin demora, para apresurar el alba radiante del día anhelado”.

Paseos y raíces salesianas: la “Passeggiata di Don Bosco”
Aunque nació como homenaje a Don Ricaldone, el Comité ha terminado por difundir nuevamente también la figura de Don Bosco y de toda la tradición salesiana, de la cual Don Pietro fue heredero y protagonista.
A partir de 2021, cada segundo domingo de octubre, el Comité promueve la “Passeggiata di Don Bosco” (Paseo de Don Bosco), rememorando la peregrinación que Don Bosco realizó con los muchachos desde Mirabello a Lu Monferrato del 12 al 17 de octubre de 1861. En aquellos cinco días se proyectaron los detalles del primer colegio salesiano fuera de Turín, confiado al Beato Miguel Rúa con Don Albera entre los profesores. Aunque la iniciativa no concierne directamente a Don Pietro, subraya sus raíces y el vínculo con la tradición salesiana local que él mismo continuó.

Hospitalidad e intercambios culturales
El Comité ha favorecido la acogida de grupos de jóvenes, escuelas profesionales y clérigos salesianos de todo el mundo. Algunas familias ofrecen hospitalidad gratuita, renovando la fraternidad típica de Don Bosco y de Don Pietro. En 2023 pasó por Mirabello un numeroso grupo de la Crocetta, mientras que cada verano llegan grupos internacionales acompañados por Don Egidio Deiana. Cada visita es un diálogo entre memoria histórica y alegría de los jóvenes.

El 30 de marzo de 2025, casi cien capitulares salesianos hicieron etapa en Mirabello, en los lugares donde Don Bosco abrió su primer colegio fuera de Turín y donde Don Pietro vivió sus años formativos. El Comité, junto con la Parroquia y la Pro Loco, organizó la acogida y realizó un video divulgativo sobre la historia salesiana local, apreciado por todos los participantes.
Las iniciativas continúan y hoy el Comité, guiado por su presidente, colabora en la creación del Camino Monferrino de Don Bosco, un itinerario espiritual de unos 200 km a través de las rutas otoñales recorridas por el Santo. El objetivo es obtener el reconocimiento oficial a nivel regional, pero también ofrecer a los peregrinos una experiencia formativa y de evangelización. Los paseos juveniles de Don Bosco, de hecho, eran experiencias de formación y evangelización: el mismo espíritu que Don Pietro Ricaldone defendería y promovería durante todo su rectorado.

La misión del Comité: mantener viva la memoria de Don Pietro
Detrás de cada iniciativa está la voluntad de hacer emerger la obra educativa, pastoral y cultural de Don Pietro Ricaldone. Los fundadores del Comité custodian recuerdos personales de infancia y desean transmitir a las nuevas generaciones los valores de fe, cultura y solidaridad que animaron al sacerdote mirabellese. En una época en que tantos puntos de referencia vacilan, redescubrir el camino de Don Pietro significa ofrecer un modelo de vida capaz de iluminar el presente: “Allí donde pasan los Santos, Dios camina con ellos y nada vuelve a ser como antes” (San Juan Pablo II).
El Comité Don Pietro Ricaldone se hace portavoz de esta herencia, confiando en que la memoria de un gran hijo de Mirabello continúe iluminando el camino para las generaciones venideras, trazando un sendero firme hecho de fe, cultura y solidaridad.




¿Sigue siendo necesario confesarse?

El Sacramento de la Confesión, a menudo descuidado en la vorágine contemporánea, sigue siendo para la Iglesia católica una fuente insustituible de gracia y renovación interior. Invitamos a redescubrir su significado original: no un rito formal, sino un encuentro personal con la misericordia de Dios, instituido por Cristo mismo y confiado al ministerio de la Iglesia. En una época que relativiza el pecado, la Confesión se revela como brújula para la conciencia, medicina para el alma y puerta abierta de par en par a la paz del corazón.

El Sacramento de la Confesión: una necesidad para el alma
En la tradición católica, el Sacramento de la Confesión –llamado también Sacramento de la Reconciliación o de la Penitencia– ocupa un lugar central en el camino de fe. No se trata de un simple acto formal o de una práctica reservada a unos pocos fieles especialmente devotos, sino de una necesidad profunda que atañe a todo cristiano, llamado a vivir en la gracia de Dios. En un tiempo que tiende a relativizar la noción de pecado, redescubrir la belleza y la fuerza liberadora de la Confesión es fundamental para responder plenamente al amor de Dios.

Jesucristo mismo instituyó el Sacramento de la Confesión. Después de su Resurrección, se apareció a los Apóstoles y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20, 22-23). Estas palabras no son un simbolismo: establecen un poder real y concreto confiado a los Apóstoles y, por sucesión, a sus sucesores, los obispos y presbíteros.

El perdón de los pecados, por tanto, no ocurre solo entre el hombre y Dios de modo privado, sino que pasa también a través del ministerio de la Iglesia. Dios, en su designio de salvación, ha querido que la confesión personal ante un sacerdote sea el medio ordinario para recibir Su perdón.

La realidad del pecado
Para comprender la necesidad de la Confesión, es preciso primero tomar conciencia de la realidad del pecado.
San Pablo afirma: “pues todos pecaron y están privados de la gloria de Dios” (Rom 3, 23). Y: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros” (1 Jn 1, 8).
Nadie puede considerarse inmune al pecado, ni siquiera después del Bautismo, que nos purificó de la culpa original. Nuestra naturaleza humana, herida por la concupiscencia, nos lleva continuamente a caer, a traicionar el amor de Dios con actos, palabras, omisiones y pensamientos.
Escribe san Agustín: “Es verdad: la naturaleza del hombre fue creada en origen sin culpa y sin vicio alguno; en cambio, la naturaleza actual del hombre, por la cual cada uno nace de Adán, necesita ya del Médico, porque no está sana. Ciertamente, todos los bienes que tiene en su estructura, en la vida, en los sentidos y en la mente, los recibe del sumo Dios, su creador y artífice. El vicio, en cambio, que oscurece y debilita estos bienes naturales, de modo que hace a la naturaleza humana necesitada de iluminación y de cuidado, no lo ha contraído de su irreprensible artífice, sino del pecado original que fue cometido con el libre albedrío.” (La naturaleza y la gracia).

Negar la existencia del pecado equivale a negar la verdad sobre nosotros mismos. Solo reconociendo nuestra necesidad de perdón podemos abrirnos a la misericordia de Dios, que nunca se cansa de llamarnos a Sí.

La Confesión: encuentro con la Misericordia Divina
El Sacramento de la Confesión es, ante todo, un encuentro personal con la Misericordia divina. No es simplemente una autoacusación o una sesión de autoanálisis; es un acto de amor por parte de Dios que, como el padre en la parábola del hijo pródigo (Lc 15, 11-32), corre al encuentro del hijo arrepentido, lo abraza y lo reviste de nueva dignidad.

El Catecismo de la Iglesia Católica afirma: “Los que se acercan al sacramento de la Penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de la ofensa hecha a Él y al mismo tiempo se reconcilian con la Iglesia, a la que hirieron con su pecado y que colabora a su conversión con la caridad, el ejemplo y la oración.” (CIC, 1422).

Confesarse es dejarse amar, sanar y renovar. Es acoger el don de un corazón nuevo.

¿Por qué confesarse con un sacerdote?
Una de las objeciones más comunes es: “¿Por qué debo confesarme con un sacerdote? ¿No puedo confesarme directamente con Dios?” Ciertamente, todo fiel puede –y debe– dirigirse directamente a Dios con la oración de arrepentimiento. Sin embargo, Jesús estableció un medio concreto, visible y sacramental para el perdón: la confesión a un ministro ordenado. Y esto es válido para todo cristiano, es decir, también para los sacerdotes, obispos, papas.

El sacerdote actúa *in persona Christi*, es decir, en la persona de Cristo mismo. Él escucha, juzga, absuelve y ofrece consejo espiritual. No se trata de una mediación humana que limita el amor de Dios, sino de una garantía ofrecida por Cristo mismo: el perdón se comunica visiblemente, y el fiel puede tener certeza de ello.

Además, confesarse ante un sacerdote exige humildad, una virtud indispensable para el crecimiento espiritual. Reconocer abiertamente las propias culpas nos libera del yugo del orgullo y nos abre a la verdadera libertad de los hijos de Dios.

No es suficiente confesarse solo una vez al año, como exige el mínimo de la ley eclesiástica. Los santos y maestros espirituales siempre han recomendado la confesión frecuente –incluso quincenal o semanal– como medio de progreso en la vida cristiana.

San Juan Pablo II se confesaba cada semana. Santa Teresa de Lisieux, aun siendo monja carmelita y viviendo en clausura, se confesaba regularmente. La confesión frecuente permite afinar la conciencia, corregir defectos arraigados y recibir nuevas gracias.

Obstáculos para la confesión
Lamentablemente, muchos fieles hoy descuidan el Sacramento de la Reconciliación. Entre los motivos principales encontramos:

Vergüenza: temer el juicio del sacerdote. Pero el sacerdote no está allí para condenar, sino para ser instrumento de misericordia.

Miedo a que los pecados confesados se hagan públicos: los sacerdotes confesores no pueden revelar a nadie, bajo ninguna condición (incluidas las máximas autoridades eclesiásticas), los pecados escuchados en confesión, ni siquiera, aunque les cueste la propia vida. Si lo hacen, incurren inmediatamente en excomunión *latae sententiae* (canon 1386, Código de Derecho Canónico). La inviolabilidad del sigilo sacramental no admite excepciones ni dispensas. Y las condiciones son las mismas, aunque la Confesión no haya terminado con la absolución sacramental. Incluso después de la muerte del penitente, el confesor está obligado a observar el sigilo sacramental.

Falta de sentido del pecado: en una cultura que minimiza el mal, se corre el riesgo de no reconocer ya la gravedad de las propias culpas.

Pereza espiritual: posponer la Confesión es una tentación común que lleva a enfriar la relación con Dios.

Convicciones teológicas erróneas: algunos creen erróneamente que basta con “arrepentirse en el corazón” sin necesidad de la Confesión sacramental.
La desesperación por la salvación: Algunos piensan que para ellos ya no habrá perdón de todos modos. Dice san Agustín: “Algunos, en efecto, después de haber caído en pecado, se pierden aún más por desesperación y no solo descuidan la medicina de arrepentirse, sino que se hacen esclavos de lascivias y deseos malvados para satisfacer apetitos deshonestos y reprobables, como si al no hacerlo perdieran incluso aquello a lo que les incita la lascivia, convencidos de estar ya al borde de la segura condenación. Contra esta enfermedad extremadamente peligrosa y dañina es útil el recuerdo de los pecados en los que cayeron también los justos y los santos.” (ibid.)

Para superar estos obstáculos es necesario pedir consejo a quien puede darlo, instruirse, rezar.

Prepararse bien para la confesión
Una buena confesión requiere una adecuada preparación, que comprende:

1. Examen de conciencia: reflexionar sinceramente sobre los propios pecados, ayudándose también con guías basadas en los Diez Mandamientos, los vicios capitales o las Bienaventuranzas.

2. Contrición: dolor sincero por haber ofendido a Dios, no solo miedo al castigo.

3. Propósito de enmienda: deseo real de cambiar de vida, de evitar el pecado futuro.

4. Confesión íntegra de los pecados: confesar todos los pecados mortales de modo completo, especificando su naturaleza y número (si es posible).

5. Penitencia: aceptar y cumplir la obra reparadora propuesta por el confesor.

Los efectos de la Confesión
Confesarse no produce solo una cancelación externa del pecado. Los efectos interiores son profundos y transformadores:

Reconciliación con Dios: El pecado rompe la comunión con Dios; la Confesión la restablece, devolviéndonos a la plena amistad divina.

Paz y serenidad interior: Recibir la absolución trae una paz profunda. La conciencia se libera del peso de la culpa y se experimenta una alegría nueva.
Fuerza espiritual: A través de la gracia sacramental, el penitente recibe una fuerza especial para combatir las tentaciones futuras y para crecer en las virtudes.

Reconciliación con la Iglesia: Puesto que todo pecado daña también al Cuerpo Místico de Cristo, la Confesión recompone también nuestro vínculo con la comunidad eclesial.

La vitalidad espiritual de la Iglesia depende también de la renovación personal de sus miembros. Los cristianos que redescubren el Sacramento de la Confesión se vuelven, casi sin darse cuenta, más abiertos al prójimo, más misioneros, más capaces de irradiar la luz del Evangelio en el mundo.
Solo quien ha experimentado el perdón de Dios puede anunciarlo con convicción a los demás.

El Sacramento de la Confesión es un don inmenso e insustituible. Es la vía ordinaria a través de la cual el cristiano puede volver a Dios cada vez que se aleja. No es una carga, sino un privilegio; no una humillación, sino una liberación.

Estamos llamados, pues, a redescubrir este Sacramento en su verdad y en su belleza, a practicarlo con corazón abierto y confiado, y a proponerlo con alegría también a aquellos que se han alejado. Como afirma el salmista: “¡Dichoso el hombre a quien se le perdona la culpa, y se le borra el pecado!” (Sal 32, 1).

Hoy, más que nunca, el mundo necesita almas purificadas y reconciliadas, capaces de testimoniar que la misericordia de Dios es más fuerte que el pecado. Si no lo hemos hecho en Pascua, aprovechemos el mes mariano de mayo y acerquémonos sin miedo a la Confesión: allí nos espera la sonrisa de un Padre que no deja de amarnos jamás.




Habemus Papam: León XIV

El 8 de mayo de 2025, memoria de la Bienaventurada Virgen del Rosario de Pompeya, fue elegido el cardenal Robert Francis Prevost (69 años) como 267º Pontífice. Es el primer Papa nacido en Estados Unidos y ha elegido el nombre de León XIV.


Presentamos su perfil biográfico esencial

Nacimiento: 14 de septiembre de 1955, Chicago (Illinois, EE. UU.)
Familia: Louis Marius Prevost (de origen francés e italiano) y Mildred Martínez (de origen español); hermanos Louis Martín y John Joseph
Idiomas: inglés, español, italiano, portugués y francés; lee latín y alemán
Apodo en Perú: «Latin Yankee», síntesis de su doble alma cultural
Nacionalidad: estadounidense y peruana

Formación
– Seminario menor agustino (1973)
– Licenciatura en Ciencias Matemáticas, Universidad de Villanova (1977)
– Máster en Teología, Catholic Theological Union, Chicago (1982)
– Licenciatura en Derecho Canónico, Pontificia Universidad Santo Tomás de Aquino – Angelicum (1984)
– Doctorado en Derecho Canónico, Pontificia Universidad Santo Tomás de Aquino – Angelicum (1987), con la tesis: «El papel del prior local de la Orden de San Agustín»
– Profesión religiosa: noviciado de Saint Louis de la provincia de Nuestra Señora del Buen Consejo de la Orden de San Agustín (1977)
– Votos solemnes (29.08.1981)
– Ordenación sacerdotal: 19.06.1982, Roma (por el arzobispo Jean Jadot)

Ministerio y principales cargos
1985-1986: Misionero en Chulucanas, Piura (Perú)
1987: Director de vocaciones y director de misiones de la Provincia Agustina «Madre del Buon Consiglio» de Olympia Fields, Illinois (EE. UU.)
1988: Enviado a la misión de Trujillo (Perú) como director del proyecto de formación común de los aspirantes agustinos de los vicariatos de Chulucanas, Iquitos y Apurímac
1988-1992: Director de la comunidad
1992-1998: Profesor de los profesos
1989-1998: Vicario judicial en la Arquidiócesis de Trujillo, profesor de Derecho Canónico, Patrística y Moral en el Seminario Mayor «San Carlos y San Marcelo»
1999: Prior provincial de la Provincia «Madre del Buen Consejo» (Chicago)
2001-2013: Prior general de los Agustinos durante dos mandatos (aproximadamente 2700 religiosos en 50 países)
2013: profesor de los profesos y vicario provincial en su provincia (Chicago)
2014: Administrador apostólico de la Diócesis de Chiclayo y obispo titular de Sufar, Perú (nombramiento episcopal el 03.11.2014)
2014: consagración episcopal, en la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe (12.12.2014)
2015: nombrado obispo de Chiclayo (26.09.2015)
2018: 2º vicepresidente de la Conferencia Episcopal del Perú (08.03.2018 – 30.01.2023)
2020: Administrador apostólico de Callao, Perú (15.04.2020 – 17.04.2021)
2023: Arzobispo ad personam (30.01.2023 – 30.09.2023)
2023: Prefecto del Dicasterio para los Obispos (30.01.2023 [12.04.2023] – 09.05.2025)
2023: Presidente de la Comisión Pontificia para América Latina (30.01.2023 [12.04.2023] – 09.05.2025)
2023: Creado cardenal diácono, titular de Santa Mónica de los Agustinos (30.09.2023 [28.01.2024] – 06.02.2025)
2025: Promovido cardenal obispo de la diócesis suburbana de Albano (06.02.2025 – 08.05.2025)
2025: Elegido Sumo Pontífice (08.05.2025)

Servicio en la Curia Romana
Fue miembro de los dicasterios para la Evangelización, Sección para la Primera Evangelización y las Nuevas Iglesias Particulares; para la Doctrina de la Fe; para las Iglesias Orientales; para el Clero; para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica; para la Cultura y la Educación; para los Textos Legislativos, y de la Comisión Pontificia para el Estado de la Ciudad del Vaticano

Que el Espíritu Santo ilumine su ministerio, como lo hizo con el gran san Agustín.
¡Recemos por un pontificado fecundo y lleno de esperanza!




Elección del 266º sucesor de san Pedro

Cada muerte o renuncia de un Pontífice abre una de las fases más delicadas de la vida de la Iglesia católica: la elección del Sucesor de san Pedro. Aunque el último cónclave tuvo lugar en marzo de 2013, cuando Jorge Mario Bergoglio se convirtió en el Papa Francisco, comprender cómo se elige a un Papa sigue siendo fundamental para entender el funcionamiento de una institución milenaria que influye en más de 1,3 mil millones de fieles y — de forma indirecta — en la geopolítica mundial.

1. La sede vacante
Todo comienza con la sede vacante, es decir, el período que transcurre entre la muerte (o renuncia) del Pontífice reinante y la elección del nuevo. La Constitución apostólica Universi Dominici Gregis, promulgada por Juan Pablo II el 22 de febrero de 1996 y actualizada por Benedicto XVI en 2007 y 2013, establece procedimientos detallados.

Comprobación de la vacancia
En caso de fallecimiento: el Cardenal Camarlengo — hoy el cardenal Kevin Farrell — constata oficialmente la muerte, cierra y sella el apartamento pontificio, y notifica el hecho al Cardenal Decano del Colegio cardenalicio.
En caso de renuncia: la sede vacante comienza en la hora indicada en el acto de dimisión, como ocurrió a las 20:00 del 28 de febrero de 2013 con Benedicto XVI.

Administración ordinaria
Durante la sede vacante, el Camarlengo administra materialmente el patrimonio de la Santa Sede, pero no puede realizar actos que corresponden exclusivamente al Pontífice (nombramientos episcopales, decisiones doctrinales, etc.).

Congregaciones generales y particulares
Todos los cardenales — electores y no electores — presentes en Roma se reúnen en la Sala del Sínodo para discutir asuntos urgentes. Las “particulares” incluyen al Camarlengo y tres cardenales elegidos por sorteo de forma rotativa; las “generales” convocan a todo el cuerpo cardenalicio y se emplean, entre otras cosas, para fijar la fecha de inicio del cónclave.

2. Quién puede elegir y quién puede ser elegido
Los electores
Desde el motu proprio Ingravescentem aetatem (1970) de Pablo VI, solo los cardenales que no hayan cumplido 80 años antes del inicio de la sede vacante tienen derecho a voto. El número máximo de electores está fijado en 120, aunque puede superarse temporalmente debido a consistorios cercanos.
Los electores deben:
– estar presentes en Roma al inicio del cónclave (salvo causas graves);
– prestar juramento de secreto;
– alojarse en la Domus Sanctae Marthae, la residencia creada por Juan Pablo II para garantizar dignidad y discreción.
El encierro no es un capricho medieval: busca proteger la libertad de conciencia de los cardenales y resguardar a la Iglesia de interferencias indebidas. Violar el secreto implica excomunión automática.

Los elegibles
En teoría, cualquier bautizado de sexo masculino puede ser elegido Papa, ya que el oficio petrino es de derecho divino. Sin embargo, desde la Edad Media hasta hoy, el Papa siempre ha sido elegido entre los cardenales. Si se eligiera a uno no cardenal o incluso a un laico, debería recibir inmediatamente la ordenación episcopal.

3. El cónclave: etimología, logística y simbolismo
El término “cónclave” proviene del latín cum clave, “con llave”: los cardenales quedan “encerrados” hasta la elección para evitar presiones externas. El encierro está garantizado por algunas reglas:
– Lugares permitidos: Capilla Sixtina (votaciones), Domus Sanctae Marthae (alojamiento), un recorrido reservado entre ambos edificios.
– Prohibición de comunicación: entrega de dispositivos electrónicos, bloqueo de señales, control anti-micrófonos.
– Secreto asegurado también por un juramento que prevé sanciones espirituales (excomunión latae sententiae) y canónicas.

4. Orden del día típico del cónclave
1. Misa “Pro eligendo Pontifice” en la Basílica de San Pedro la mañana del ingreso al cónclave.
2. Procesión en la Sixtina recitando el Veni Creator Spiritus.
3. Juramento individual de los cardenales, pronunciado ante el Evangeliario.
4. Extra omnes! (“¡Fuera todos!”): el Maestro de las Celebraciones litúrgicas pontificias despide a los no autorizados.
5. Primera votación (opcional) en la tarde del día de ingreso.
6. Doble votación diaria (mañana y tarde) con escrutinio al final.

5. Procedimiento de la votación
Cada ronda sigue cuatro momentos:
5.1. Praescrutinium. Distribución y llenado en latín de la papeleta “Eligo in Summum Pontificem…”.
5.2. Scrutinium. Cada cardenal, llevando la papeleta doblada, pronuncia: “Testor Christum Dominum…”. Deposita la papeleta en la urna.
5.3. Post-scrutinium. Tres escrutadores elegidos por sorteo cuentan las papeletas, leen en voz alta cada nombre, lo registran y perforan la papeleta con aguja e hilo.
5.4. Quema. Las papeletas y notas se queman en un horno especial; el color del humo indica el resultado.
Para ser elegido se requiere mayoría cualificada, es decir, dos tercios de los votos válidos.

6. El humo: negra espera, blanca alegría
Desde 2005, para hacer inequívoco la señal a los fieles en la Plaza de San Pedro, se añade un reactivo químico:
– Humo negro (fumata negra): ningún elegido.
– Humo blanco (fumata blanca): Papa elegido; también suenan las campanas.
Tras la fumata blanca, pasarán entre 30 minutos y una hora antes de que el nuevo Papa sea anunciado por el Cardenal Diácono en la Plaza de San Pedro. Poco después (entre 5 y 15 minutos), el nuevo Papa aparecerá para impartir la bendición Urbi et Orbi.

7. “Acceptasne electionem?” – Aceptación y nombre pontificio
Cuando alguien alcanza la mayoría necesaria, el Cardenal Decano (o el más antiguo por orden y antigüedad jurídica, si el Decano es el elegido) pregunta: «Acceptasne electionem de te canonice factam in Summum Pontificem?» (¿Aceptas la elección canónicamente hecha de ti como Sumo Pontífice?). Si el elegido acepta — ¡Accepto! — se le pregunta: «Quo nomine vis vocari?» (¿Con qué nombre quieres ser llamado?). La adopción del nombre es un acto cargado de significados teológicos y pastorales: evoca modelos (Francisco de Asís) o intenciones reformadoras (Juan XXIII).

8. Ritos inmediatamente posteriores
8.1 Vestidura.
8.2 Entrada en la Capilla del Llanto, donde el nuevo Papa puede recogerse.
8.3 Obediencia: los cardenales electores desfilan para el primer acto de obediencia.
8.4 Anuncio al mundo: el cardenal Protodiácono aparece en el balcón central con el célebre «Annuntio vobis gaudium magnum: habemus Papam!».
8.5 Primera bendiciónUrbi et Orbi” del nuevo Pontífice.

Desde ese momento toma posesión del cargo y comienza formalmente su pontificado, mientras que la coronación con el palio petrino y el anillo del Pescador se realiza en la Misa de inauguración (generalmente el domingo siguiente).

9. Algunos aspectos históricos y desarrollo de las normas
Siglos I–III. Aclamación del clero y del pueblo romano. En ausencia de una normativa estable, la influencia imperial era fuerte.
1059 – In nomine Domini. Colegio cardenalicio. Nicolás II limita la intervención laica; nacimiento oficial del cónclave.
1274 – Ubi Periculum. Clausura obligatoria. Gregorio X reduce maniobras políticas, introduce el encierro.
1621–1622 – Gregorio XV. Escrutinio secreto sistemático. Perfeccionamiento de las papeletas; requisitos de dos tercios.
1970 – Pablo VI. Límite de edad a 80 años. Reduce el electorado, favoreciendo decisiones más rápidas.
1996 – Juan Pablo II. Universi Dominici Gregis. Codificación moderna del proceso, introduce la Domus Sanctae Marthae.

10. Algunos datos concretos de este Cónclave
Cardenales vivos: 252 (edad media: 78,0 años).
Cardenales votantes: 134 (135). El Cardenal Antonio Cañizares Llovera, Arzobispo emérito de Valencia, España, y el Cardenal John Njue, Arzobispo emérito de Nairobi, Kenia, han comunicado que no podrán participar en el cónclave.
De los 135 cardenales votantes, 108 (80%) fueron nombrados por el Papa Francisco. 22 (16%) por el Papa Benedicto XVI. Los restantes 5 (4%) por el Papa san Juan Pablo II.
De los 135 cardenales votantes, 25 participaron como electores en el Cónclave de 2013.

Edad media de los 134 cardenales electores participantes: 70,3 años.
Años medios de servicio como cardenal de los 134 cardenales electores participantes: 7,1 años.
Duración media de un papado: aproximadamente 7,5 años.

Inicio del Cónclave: 7 de mayo, Capilla Sixtina.
Cardenales votantes en el Cónclave: 134. Número de votos requeridos para la elección: 2/3, es decir, 89 votos.

Horario de votaciones: 4 votos al día (2 por la mañana, 2 por la tarde).
Después de 3 días completos (por definir), la votación se suspende por un día entero («para permitir una pausa de oración, una discusión informal entre los electores y una breve exhortación espiritual»).
Siguen otras 7 papeletas y otra pausa hasta un día entero.
Siguen otras 7 papeletas y otra pausa hasta un día entero.
Siguen otras 7 papeletas y luego una pausa para evaluar cómo proceder.

11. Dinámicas “internas” no escritas
A pesar del riguroso marco jurídico, la elección del Papa es un proceso espiritual pero también humano influenciado por:
– Perfiles de los candidatos (“papables”): procedencia geográfica, experiencias pastorales, competencias doctrinales.
– Corrientes eclesiales: curial o pastoral, reformista o conservadora, sensibilidades litúrgicas.
– Agenda global: relaciones ecuménicas, diálogo interreligioso, crisis sociales (migrantes, cambio climático).
– Idiomas y redes personales: los cardenales tienden a reunirse por regiones (grupo de “latinoamericanos”, “africanos”, etc.) y a dialogar informalmente durante las comidas o en los “paseos” por los jardines vaticanos.

Un evento espiritual e institucional a la vez
La elección de un Papa no es un trámite técnico comparable a una asamblea societaria. A pesar de la dimensión humana, es un acto espiritual guiado esencialmente por el Espíritu Santo.
El cuidado de normas minuciosas — desde el sellado de las puertas de la Sixtina hasta la quema de las papeletas — muestra cómo la Iglesia ha transformado su larga experiencia histórica en un sistema hoy percibido como estable y solemne.
Saber cómo se elige a un Papa, por tanto, no es solo curiosidad: es comprender la dinámica entre autoridad, colegialidad y tradición que sostiene la institución religiosa más antigua aún operativa a escala mundial. Y, en una época de cambios vertiginosos, ese “humito” que se eleva del techo de la Sixtina sigue recordando que decisiones centenarias pueden aún hablar al corazón de miles de millones de personas, dentro y fuera de la Iglesia.
Que este conocimiento de los datos y procedimientos nos ayude a orar más profundamente, como se debe hacer antes de cada decisión importante que afecta nuestra vida.