3 Nov 2025, Lun

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En este pasaje, extraído de sus memorias de 1887, Don Juan Bosco plasma en la página la más inquietante de sus visiones oníricas: el descenso a las penas del infierno. El sueño, que tuvo la noche del 2 al 3 de abril, lo dejó agotado y tembloroso, tan fuerte fue la sensación de encontrarse ante el destino eterno de los pecadores. A través de ruidos telúricos, gritos inhumanos y figuras monstruosamente deformadas, el santo educador pretende advertir a los jóvenes sobre el destino que espera a quienes se jactan de los bienes terrenales y descuidan el alma. La narración, intensa y casi cinematográfica, culmina en una apremiante invitación a la oración y a la comunión frecuente, únicos remedios capaces de romper las cadenas del mal y orientar definitivamente la vida hacia la salvación.

En la mañana del día tres de abril, dijo don Bosco, a Viglietti que la noche precedente no había podido descansar, pensando en un sueño espantoso que había tenido durante la noche del día dos. Todo ello produjo en su organismo un verdadero agotamiento de fuerzas.
– Si los jóvenes, le decía, oyesen el relato de lo que vi, se darían a una vida santa o huirían espantados para no escucharlo hasta el fin. Por demás, no me es posible describirlo todo, pues sería muy difícil representar en su realidad los castigos reservados a los pecadores en la otra vida.
El Siervo de Dios vio las penas del infierno. Oyó primero un gran ruido, como de un terremoto. Por el momento no hizo caso, pero el rum fue creciendo gradualmente, hasta que oyó un estruendo horroroso y prolongadísimo, mezclado con gritos de horror y espanto, con voces humanas inarticuladas que, confundidas con el fragor general, producían un estrépito espantoso.
Desconcertado, observó alrededor para averiguar cuál pudiera ser la causa de aquella catástrofe, pero no vio nada de particular. El rumor, cada vez más ensordecedor, se iba acercando y, ni con los ojos ni con los oídos, se podía precisar qué sucedía.
Don Bosco continuó así su relato:
– Vi primeramente una masa informe que poco a poco fue tomando la figura de una cuba de fabulosas dimensiones: de ella salían los grito de dolor. Pregunté, espantado, qué era aquello y qué significaba lo que estaba viendo. Entonces los gritos, hasta allí inarticulados, se intensificaron más, haciéndose más precisos, de forma que pude oír estas palabras:
Multi gloriantur in terris et cremantur in igne (Muchos alardean en la tierra, pero arderán en el fuego).
Después vi dentro de aquella inmensa cuba personas indescriptiblemente deformes. Los ojos se les salían de las órbitas; las orejas casi separadas de la cabeza, colgaban hacia abajo; los brazos y las piernas estaban dislocados de un modo fantástico. A los gemidos human se unían angustiosos maullidos de gatos, rugidos de leones, aullidos de lobos y alaridos de tigres, osos y otros animales. Observé mejor y en aquellos desventurados reconocí a algunos. Entonces, cada vez más aterrado, pregunté nuevamente qué significaba tan extraordinario espectáculo. Se me respondió:
Gemitibus inenarrabilibus famem patientur ut canes (Los gentiles sufren un hambre indecible como los perros).
Entretanto, con el aumento del ruido, se hacía ante él más viva y más precisa la vista de las cosas; conocía mejor a aquellos infelices, le llegaban más claramente sus gritos, y su terror era cada vez más opresor. Entonces preguntó en alta voz:
– Pero ¿no será posible poner remedio o aliviar tanta desventura? ¿Todos estos horrores y estos castigos están preparados para nosotros? ¿Qué debo hacer yo?
– Sí, replico una voz, hay un remedio; sólo un remedio. Apresurarse a pagar las propias deudas con oro o con plata.
-Pero éstas son cosas materiales.
– No, aurum et thus (oro e incienso). Con la oración incesante y con la frecuente comunión se podrá remediar tanto mal.
Durante este diálogo los gritos se hicieron más estridentes y el aspecto de los que los emitían era más monstruoso, de forma que, presa de mortal terror, se despertó.
Eran las tres de la mañana y no le fue posible volver a cerrar los ojos.
En el curso del relato, un temblor agitaba todos sus miembros, su respiración era afanosa y sus ojos derramaban abundantes lágrimas.
(MB IT XVIII, 284-285 / MB ES XVIII, 251-252)