Con Don Bosco. Siempre

No es indiferente celebrar un Capítulo General en un lugar u otro. Ciertamente, en Valdocco, en la “cuna del carisma”, tenemos la oportunidad de redescubrir la génesis de nuestra historia y reencontrar la originalidad que constituye el corazón de nuestra identidad de consagrados y apóstoles de los jóvenes.

En el marco antiguo de Valdocco, donde todo habla de nuestros orígenes, estoy casi obligado a recordar aquel diciembre de 1859, en el que Don Bosco tomó una decisión increíble, única en la historia: fundar una congregación religiosa con jóvenes.
Los había preparado, pero seguían siendo muy jóvenes. “Desde hace mucho tiempo pensaba en fundar una Congregación. Ha llegado el momento de concretarlo”, explicó con sencillez Don Bosco. “En realidad, esta Congregación no nace ahora: ya existía por ese conjunto de Reglas que siempre habéis observado por tradición… Ahora se trata de seguir adelante, de constituir normalmente la Congregación y de aceptar sus Reglas. Sabed, sin embargo, que sólo se inscribirán aquellos que, después de haber reflexionado seriamente sobre ello, quieran hacer a su debido tiempo los votos de pobreza, castidad y obediencia… Os dejo una semana para que lo penséis”.
Al salir de la reunión hubo un silencio inusual. Muy pronto, cuando las bocas se abrieron, se pudo constatar que Don Bosco había tenido razón al proceder con lentitud y prudencia. Algunos murmuraban entre dientes que Don Bosco quería hacer de ellos frailes. Cagliero medía a grandes pasos el patio preso de sentimientos contradictorios.
Pero el deseo de “permanecer con Don Bosco” prevaleció en la mayoría. Cagliero soltó la frase que se haría histórica: “Fraile o no fraile, yo me quedo con Don Bosco”.
A la “conferencia de adhesión”, que se celebró la noche del 18 de diciembre, asistieron 17 personas.
Don Bosco convocó el primer Capítulo General el 5 de septiembre de 1877 en Lanzo Torinese. Los participantes eran veintitrés y el Capítulo duró tres días enteros.
Hoy, para el Capítulo número 29, los capitulares son 227. Han llegado de todas las partes del mundo, en representación de todos los salesianos.
En la apertura del primer Capítulo General, Don Bosco dijo a nuestros hermanos: “El Divino Salvador dice en el santo Evangelio que donde hay dos o tres congregados en su nombre, allí está Él mismo en medio de ellos. Nosotros no tenemos otro fin en estas reuniones que la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas redimidas por la preciosa Sangre de Jesucristo”. Por lo tanto, podemos estar seguros de que el Señor estará en medio de nosotros y de que Él conducirá las cosas de tal manera que todos se sientan a gusto.

Un cambio de época
La expresión evangélica: “Jesús llamó a los que quiso consigo y los envió a predicar” (Mc 3,14-15), dice que Jesús elige y llama a los que quiere. Entre estos estamos también nosotros. El Reino de Dios se hace presente y aquellos primeros Doce son un ejemplo y un modelo para nosotros y para nuestras comunidades. Los Doce son personas comunes, con virtudes y defectos, no forman una comunidad de puros ni siquiera un simple grupo de amigos.
Saben, como ha dicho el Papa Francisco, que “Vivimos un cambio de época más que una época de cambios”. En Valdocco, en estos días, se respira un clima de gran conciencia. Todos los hermanos sienten que este es un momento de gran responsabilidad.
En la vida de la mayoría de los hermanos, de las inspectorías y de la Congregación hay muchas cosas positivas, pero esto no basta y no puede servir de «consuelo», porque el grito del mundo, las grandes y nuevas pobrezas, la lucha cotidiana de tantas personas -no sólo pobres sino también sencillas y laboriosas- se alza fuerte como petición de ayuda. Son todas preguntas que nos deben provocar y sacudir y no dejarnos tranquilos.
Con la ayuda de las inspectorías a través de la consulta, creemos haber identificado por un lado los principales motivos de preocupación y por otro los signos de vitalidad de nuestra Congregación, declinados siempre con los rasgos culturales específicos de cada contexto.
Durante el Capítulo proponemos concentrarnos en lo que significa para nosotros ser verdaderamente salesianos apasionados de Jesucristo, porque sin esto ofreceremos buenos servicios, haremos el bien a las personas, ayudaremos, pero no dejaremos una huella profunda.
La misión de Jesús continúa y se hace visible hoy en el mundo también a través de nosotros, sus enviados. Estamos consagrados para construir amplios espacios de luz para el mundo de hoy, para ser profetas. Hemos sido consagrados por Dios y puestos en seguimiento de su amado Hijo Jesús, para vivir verdaderamente como conquistados por Dios. Por eso, una vez más, lo esencial se juega todo en la fidelidad de la Congregación al Espíritu Santo, viviendo, con el espíritu de Don Bosco, una vida consagrada salesiana centrada en Jesucristo.
La vitalidad apostólica, como vitalidad espiritual, es compromiso a favor de los jóvenes, de los niños, en las más variadas pobrezas, por lo tanto no se puede detener a ofrecer sólo servicios educativos. El Señor nos llama a educar evangelizando, llevando Su presencia y acompañando la vida con oportunidades de futuro.
Estamos llamados a buscar nuevos modelos de presencia, nuevas expresiones del carisma salesiano en nombre de Dios. Esto se haga en comunión con los jóvenes y con el mundo, a través de «una ecología integral», en la formación de una cultura digital en los mundos habitados por los jóvenes y por los adultos.
Y es fuerte el deseo y la expectativa de que este sea un Capítulo General valiente, en el que se digan las cosas, sin perderse en frases correctas, bien confeccionadas, pero que no tocan la vida.
En esta misión no estamos solos. Sabemos y sentimos que la Virgen María es un modelo de fidelidad.
Es hermoso volver con la mente y con el corazón al día de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de 1887 cuando, dos meses antes de su muerte, Don Bosco dijo a algunos Salesianos que, conmovidos, lo miraban y escuchaban: “Hasta ahora hemos caminado sobre seguro. No podemos errar; es María quien nos guía”.
María Auxiliadora, la Virgen de Don Bosco, nos guía. Ella es la Madre de todos nosotros y es Ella quien repite, como en Caná de Galilea en esta hora del CG29: “Haced lo que Él os diga”.
Nuestra Madre Auxiliadora nos ilumine y nos guíe, como hizo con Don Bosco, a ser fieles al Señor y a no defraudar nunca a los jóvenes, sobre todo a los más necesitados.




Somos nosotros, don Bosco, hoy

«Tú llevarás a cabo el trabajo que estoy comenzando; yo haré los bocetos, tú dibujarás los colores» (Don Bosco)

Queridos amigos y lectores, miembros de la Familia Salesiana, en el saludo de este mes en el Boletín Salesiano me centraré en un evento muy importante que está viviendo la Congregación Salesiana: el 29° Capítulo General. En el camino de la Congregación Salesiana, cada seis años se lleva a cabo esta asamblea, la más importante que puede vivir la Congregación.
Muchas cosas forman parte de nuestra vida, y muchos eventos importantes este año jubilar nos está regalando; sin embargo, deseo centrarme en esto porque, aunque aparentemente está lejos de nosotros, nos concierne a todos.
Don Bosco, nuestro Fundador, era consciente de que no todo terminaría con él, sino que su obra sería solo el comienzo de un largo camino por recorrer. A los sesenta años, un día de 1875, le dijo a don Julio Barberis, uno de sus colaboradores más cercanos: “Tú llevarás a cabo el trabajo que estoy comenzando; yo haré los bocetos, tú dibujarás los colores […] Haré una copia aproximada de la Congregación y dejaré a aquellos que vendrán después de mí la tarea de embellecerla”.

Con esta feliz y profética expresión, don Bosco trazaba el camino que todos estamos llamados a seguir; y en su máxima expresión se está llevando a cabo el Capítulo General de los Salesianos de don Bosco en estos tiempos en Valdocco.

La profecía de los caramelos
El mundo de hoy no es el de don Bosco, pero hay una característica común: es un tiempo de profundas mutaciones. La humanización completa, equilibrada y responsable en sus componentes materiales y espirituales era el verdadero objetivo de don Bosco. Se preocupaba por llenar el “espacio interior” de los chicos, formar “cabezas bien hechas”, “ciudadanos honestos”. En esto es más actual que nunca. El mundo hoy necesita de don Bosco.
Al principio, para todos hay una pregunta muy simple: «¿Quieres una vida cualquiera o quieres cambiar el mundo?» Pero, ¿se puede aún hablar de metas e ideales, hoy? Cuando deja de correr, el río se convierte en un pantano. También el hombre.
Don Bosco no ha dejado de caminar. Hoy lo hace con nuestros pies.
Tenía una convicción respecto a los jóvenes: «Esta porción la más delicada y la más preciosa de la sociedad humana, sobre la cual se fundamentan las esperanzas de un futuro feliz, no es por sí misma de índole perversa… porque si a veces ocurre que ya están dañados a esa edad, lo son más bien por imprudencia, que no por malicia consumada. Estos jóvenes realmente necesitan una mano benéfica, que se ocupe de ellos, los cultive, los guíe…».
En 1882, en una conferencia a los Cooperadores en Génova: «Al retirar, instruir, educar a los jóvenes en peligro se hace un bien a toda la sociedad civil. Si la juventud está bien educada, con el tiempo tendremos una generación mejor». Es como decir: solo la educación puede cambiar el mundo.
Don Bosco tenía una capacidad de visión casi aterradora. Nunca dice “hasta ahora”. Siempre dice “de ahora en adelante”.
Guy Avanzini, eminente profesor universitario, continúa repitiendo: «La pedagogía del siglo veintiuno será salesiana, o no será».
Una noche de 1851, desde una ventana del primer piso, don Bosco lanzó entre los chicos un puñado de caramelos. Se encendió una gran alegría, y un chico, al verlo sonreír desde la ventana, le gritó: «¡Oh don Bosco, si pudiera ver todas las partes del mundo, y en cada una de ellas tantos oratorios!».
Don Bosco fijó en el aire su mirada serena y respondió: «Quién sabe si no debe llegar el día en que los hijos del oratorio no estén realmente esparcidos por todo el mundo».

Mirar lejos
Pero, ¿qué es un Capítulo General? ¿Por qué ocupar estas líneas en un tema que es específicamente de la Congregación Salesiana?
Las constituciones de vida de los Salesianos de don Bosco, en el artículo 146, definen así el Capítulo General:
El Capítulo General es el principal signo de la unidad de la Congregación en su diversidad. Es el encuentro fraterno en el cual los salesianos realizan una reflexión comunitaria para mantenerse fieles al Evangelio y al carisma del Fundador y sensibles a las necesidades de los tiempos y lugares.
A través del Capítulo General, toda la Sociedad, dejándose guiar por el Espíritu del Señor, busca conocer, en un momento determinado de la historia, la voluntad de Dios para un mejor servicio a la Iglesia
”.
El Capítulo General no es, por lo tanto, un hecho privado de los salesianos consagrados, sino una asamblea importantísima que a todos nos concierne, que toca a toda la Familia Salesiana y a aquellos que llevan a don Bosco dentro de sí, porque en el centro están las personas, la misión, el Carisma de don Bosco, la Iglesia y cada uno de nosotros, de ustedes.
En el centro está la fidelidad a Dios y a don Bosco, en la capacidad de ver los signos de los tiempos y de los diferentes lugares. Fidelidad que es un continuo movimiento, renovación, capacidad de mirar lejos y, al mismo tiempo, mantener los pies bien plantados en la tierra.
Por eso se han reunido alrededor de 250 hermanos salesianos, de todas partes del mundo, para orar, pensar, confrontarse y mirar lejos… en fidelidad a don Bosco.
Y luego, a partir de la construcción de esta visión, elegir al nuevo Rector Mayor, el sucesor de don Bosco y su Consejo General.
No es algo ajeno a tu vida, querido amigo/a que lees, sino dentro de tu existencia y en tu “afecto” a don Bosco. ¿Por qué te digo esto? Porque tú acompañas todo esto con tu oración. La oración al Espíritu Santo que ayude a todos los capitulares a conocer la voluntad de Dios para un mejor servicio a la Iglesia.

Creo que el CG29, estoy seguro, será todo esto. Una experiencia de Dios para limpiar otras partes del boceto que Don Bosco nos ha dejado, como siempre se ha hecho en todos los Capítulos Generales de la historia de la Congregación, siempre fieles a su diseño.
Seguros de que también hoy podemos seguir siendo iluminados para ser fieles al Señor Jesús en la fidelidad al carisma original, con los rostros, la música y los colores de hoy.
No estamos solos en esta misión y sabemos y sentimos que María, la Madre Auxiliadora de los cristianos, la Auxiliadora de la Iglesia, modelo de fidelidad, sostendrá los pasos de todos nosotros.




Siervos buenos, fieles y valientes

En este año Jubilar, en este mundo difícil, estamos invitados a ponernos de pie, reiniciar y recorrer en novedad de vida nuestro camino de hombres y de creyentes.

El profeta Isaías se dirige a Jerusalén con estas palabras: «Levántate, revístete de luz, porque viene tu luz, la gloria del Señor brilla sobre ti» (Is. 60,1). La invitación del profeta – a levantarse porque viene la luz – parece sorprendente, porque se grita al día siguiente del duro exilio y de las numerosas persecuciones que el pueblo ha experimentado.
Esta invitación, hoy, resuena también para nosotros que celebramos este año Jubilar. En este mundo difícil, también nosotros estamos invitados a ponernos de pie, reiniciar y recorrer en novedad de vida nuestro camino de hombres y de creyentes.
Tanto más ahora que hemos tenido la gracia, sí porque se trata de gracia, de celebrar en el recuerdo litúrgico la Santidad de Juan Bosco. No nos acostumbremos: don Bosco es un gran hombre de Dios, genial y valiente, un incansable apóstol porque discípulo enamorado profundamente de Cristo. ¡Para nosotros un padre!

En la vida tener un padre es importantísimo, en la fe, a la sequela de Cristo, es igual: tener un gran padre es un don inestimable. Lo sientes dentro de ti y su experiencia creyente mueve tu vida. Si es así para don Bosco, ¿por qué no puede ser así también para mí?
Una pregunta existencial que nos pone en movimiento y nos cambia, en el espíritu del Jubileo, convirtiéndonos en personas “renovadas”, “cambiadas”. Este es el sentido profundo de la fiesta de don Bosco que acabamos de celebrar, para todos nosotros: ¡imitar no solo admirar!
En este año Jubilar que estamos viviendo, con el tema de la Esperanza, presencia de Dios, que nos acompaña, don Bosco es un referente claro y fuerte. Hablando de la Esperanza don Bosco escribe, como he retomado en el texto de la Strenna para este año:
«El salesiano» – decía don Bosco, y hablando del salesiano habla a cada uno de nosotros que leemos – «está dispuesto a soportar el calor y el frío, la sed y el hambre, las fatigas y el desprecio cada vez que se trate de la gloria de Dios y de la salvación de las almas»; el sostén interior de esta exigente capacidad ascética es el pensamiento del paraíso como reflejo de la buena conciencia con la que trabaja y vive. «En cada uno de nuestros oficios, en cada uno de nuestros trabajos, pena o desagrado, nunca olvidemos que Él tiene minucioso cuidado de cada cosa más pequeña hecha por su santo nombre, y es de fe que a su tiempo nos compensará con abundante medida. Al final de la vida, cuando nos presentemos ante su divino tribunal, mirándonos con rostro amoroso, Él nos dirá: “Bien, siervo bueno y fiel; porque en lo poco has sido fiel, te haré dueño de lo mucho; entra en el gozo de tu Señor” (Mt 25,21)».
«En las fatigas y en los sufrimientos nunca olvides que tenemos un gran premio preparado en el cielo». Y cuando nuestro Padre dice que el salesiano agotado por el demasiado trabajo representa una victoria para toda la Congregación, parece sugerir incluso una dimensión de comunión fraterna en el premio, ¡casi un sentido comunitario del paraíso!
¡En pie, Salesianos! Así nos lo pide don Bosco.

«Salve, salvando salvados» Don Bosco ha sido uno de los grandes de la esperanza. Hay muchos elementos para demostrarlo. Su espíritu salesiano está todo impregnado de las certezas y de la operosidad características de este audaz dinamismo del Espíritu Santo.
Don Bosco supo traducir en su vida la energía de la esperanza en los dos aspectos: el compromiso por la santificación personal y la misión de salvación para los demás; o mejor – y aquí reside una característica central de su espíritu – la santificación personal a través de la salvación de los otros. Recordemos la famosa fórmula de las tres “S”: «Salve, salvando salvados». Parece un juego mnemotécnico dicho así simplemente, a modo de eslogan pedagógico, pero es profundo e indica cómo los dos aspectos de la santificación personal y de la salvación del prójimo están estrechamente ligados entre sí.
Monseñor Erik Varden afirma: «Aquí y ahora, la esperanza se manifiesta como un destello. Esto no quiere decir que sea irrelevante. La esperanza tiene un contagio bendecido que le permite difundirse de corazón a corazón. Los poderes totalitarios siempre trabajan para borrar la esperanza e inducir a la desesperación. Educarse en la esperanza significa ejercitarse en la libertad. En un poema, Péguy describe la esperanza como la llama de la lámpara del santuario. Esta llama, dice, “ha atravesado la profundidad de las noches”. Nos permite ver lo que es ahora, pero también prever lo que podría ser. Esperar significa apostar nuestra existencia a la posibilidad del devenir. Es un arte que hay que practicar asiduamente en la atmósfera fatalista y determinista en la que vivimos».
¡Que Dios nos conceda vivir así este año Jubilar!
Que todos podamos caminar en este mes con esta visión que “brilla en las tinieblas”, con la Esperanza en el corazón que es la presencia de Dios.
Les encomiendo, en este mes, la oración por nuestra Congregación Salesiana, que se reúne en Capítulo General, acompáñenos todos con su oración y su pensamiento, para que podamos ser fieles, como Salesianos, a lo que quería don Bosco.




La Devoción mariana en la perspectiva de don Bosco

San Juan Bosco tuvo una profunda devoción hacia María Auxiliadora, una devoción que tiene sus raíces en las numerosas experiencias de su intervención maternal, que comenzaron cuando solo tenía 9 años. Esta verdadera devoción no podía permanecer solo en el ámbito personal, y así Don Bosco sintió la necesidad de compartirla con los demás. En 1869 fundó la Asociación de María Auxiliadora (ADMA), que aún hoy continúa siendo una realidad espiritual vibrante. Cada 5-6 años, la asociación organiza Congresos internacionales en honor a María Auxiliadora. El último, el IX Congreso, se celebró en Fátima, Portugal, del 29 de agosto al 1 de septiembre 2024. Presentamos la intervención final del Vicario del Rector Mayor, don Stefano Martoglio.

Tomo la palabra con gusto en este Congreso Mariano, después de lo que hemos escuchado y vivido para reafirmar un acto de entrega personal e institucional, según el corazón de Don Bosco y la Fe de la Iglesia. Cerraremos estos días con uno de los aspectos espirituales que Don Bosco percibe y vive como importante a nivel personal y cualificante para su obra: la devoción mariana. Nos encomendamos a las manos maternales de María. Aquí ahora, en este lugar Santo de la presencia de María; a ella le pedimos que haga fecundos en la vida lo que hemos vivido, orado y escuchado aquí. Por lo tanto, lo que quiero decir, después de lo que hemos escuchado y vivido, es hacer memoria, comenzando desde el principio. Hacer memoria es importante: significa reconocer que esto no es nuestro, nos ha sido confiado, y que debemos entregarlo a otras generaciones. Con mucha simplicidad, quiero decir a mí mismo y a cada uno de nosotros algunos aspectos centrales de la Presencia de María en don Bosco, de su devoción y la nuestra.

1. María en los escritos de don Bosco, comencemos desde el principio.
La mujer “de majestuoso aspecto, vestida con un manto, que resplandecía por todas partes”, descrita en el sueño de los nueve años que tanto hemos meditado y pensado en este Bicentenario de este Sueño, es la Madonna querida por la tradición popular y la devoción común. De ella, Don Bosco subraya sobre todo la amabilidad maternal. Esta representación es la más acorde a su alma, que lo acompañará hasta el último aliento de vida.

En las Memorias del Oratorio se mencionan muchos de los aspectos y devociones típicas de la religiosidad popular: rosario en familia, Angelus, novenas y triduos, invocaciones y jaculatorias, consagraciones, visitas a altares y santuarios, fiestas marianas (Maternidad, Nombre de María, Madonna del Rosario, Dolorosa, Consoladora, Inmaculada, Madonna de las gracias…). Atención: cuando decimos aspectos típicos de la religiosidad popular, no decimos algo fácil ni “automático”. La religiosidad popular es la quintaesencia, el destilado, de la experiencia de siglos que nos es traída como un don; de la cual debemos apropiarnos.

Durante el período de estudios en Chieri, aparecen más elementos que conectan la devoción mariana con las elecciones espirituales del joven Bosco, sobre todo la maduración vocacional y el fortalecimiento de las virtudes que forman al buen seminarista. La Madonna del seminario es la Inmaculada (en todos los seminarios piemonteses, y en aquellos influenciados por la tradición lazarista, la capilla está dedicada a la Inmaculada desde el siglo XVII).
Este, precisamente, es el aspecto que caracteriza la piedad mariana del joven don Bosco (formado en la escuela de San Alfonso): la verdadera devoción, que se expresa sobre todo en una vida virtuosa, garantiza el patrocinio más poderoso que se pueda tener en vida y en muerte.

Lo escribirá también en El joven provisto en 1847: “Si sois sus devotos, además de colmaros de bendiciones en este mundo, tendréis el paraíso en la otra vida”.

Pero es sobre todo en el librito El mes de mayo consagrado a María SS. Inmaculada para uso del pueblo (1858), que el santo enmarca explícitamente y de manera insistente la devoción mariana popular y juvenil en un contexto orientado a un compromiso serio y concreto de vida cristiana vivida con fervor y amor.

Tres cosas que deben practicarse durante todo el mes: 1. Hacer todo lo posible para no cometer ningún pecado durante este mes: que sea todo consagrado a María. 2. Preocuparse mucho por el cumplimiento de los deberes espirituales y temporales de nuestro estado… 3. Invitar a nuestros parientes y amigos y a todos aquellos que dependen de nosotros a participar en las prácticas de piedad que se realizan en honor de María durante el mes”.

El otro tema, heredado de toda una tradición devota, es la conexión entre la devoción mariana y la salvación eterna: “Ya que el más bello ornamento del cristianismo es la Madre del Salvador, María Santísima, así a Vos me dirijo, oh clementísima Virgen María, estoy seguro de adquirir la gracia de Dios, el derecho al Paraíso, de recuperar, en resumen, mi dignidad perdida, si Vos oráis por mí: Auxilium christianorum, ora pro nobis”. Don Bosco está convencido de que María interviene como abogada eficaz y mediadora poderosa ante Dios.
Diez años más tarde (1868), para la inauguración de la iglesia de María Auxiliadora, el santo escribe y difunde un folleto titulado Maravillas de la Madre de Dios invocada bajo el título de María Auxiliadora. En esta obrita se subraya la dimensión eclesial, sobre la cual se va abriendo cada vez más la mirada de Don Bosco y se orientan sus preocupaciones misioneras y educativas.

Los títulos de Inmaculada y de Auxiliadora en el contexto eclesial de la época evocan luchas y triunfos, el “gran enfrentamiento” entre la Iglesia y la sociedad liberal. Se hace una lectura religiosa de los eventos políticos y sociales, en la línea de la reacción católica a la incredulidad, al liberalismo, a la descristianización.
Sin embargo, Don Bosco, para sus chicos y sus salesianos, continúa subrayando predominantemente la dimensión ascético-espiritual y apostólica de la piedad mariana. De hecho, la práctica del mes de María y de las diversas devociones busca determinar en los jóvenes la decisión de un mayor compromiso en su deber, de ejercer las virtudes, de un ardor ascético (mortificaciones en honor de María), de una caridad operativa y de una generosa acción de apostolado entre los compañeros. Es decir, Don Bosco tiende a asignar a la Inmaculada y a la Auxiliadora un papel determinante en la obra educativa y formativa y a valorar, en el clima del fervor mariano de la época, ejercicios virtuosos y prácticas devotas para llevar una vida de purificación del pecado y del apego a él y de creciente totalidad de donación de sí a Dios.

Por lo tanto: lucha contra el pecado y orientación hacia Dios, santificación de uno mismo y del prójimo, servicio de caridad, fuerza para llevar la cruz y compromiso misionero. Estos son los rasgos salientes de una devoción mariana que tiene muy poco de devocionalista y de sentimental (a pesar del clima de la época y los gustos populares que, de todos modos, Don Bosco valora).
¡Qué camino en don Bosco y del hombre de fe don Bosco! Entre lo que lleváis en el corazón, quisiera poner un acento: yo también, nosotros también debemos caminar en la devoción. No se está quieto, si no se avanza se retrocede… y nadie puede hacerlo en mi lugar.

2. María en la vida de don Bosco, expresiones cotidianas de la devoción de don Bosco y nuestra devoción

2.1. El sentido de una presencia
María es, en la vida de Don Bosco, una presencia percibida, amada, activa y estimulante, orientada al gran asunto de la salvación eterna y de la santidad. Él la siente cercana y se encomienda a ella, dejándose guiar y conducir por los caminos de su vocación (la sueña, la “ve”).

En Niza Monferrato en junio de 1885, Don Bosco se entretenía en el parlatorio con las madres capitulares de las Hijas de María Auxiliadora, con un hilo de voz, muy cansado. Se le pidió que dejara un último recuerdo. «Oh, entonces, ustedes quieren que les diga algo. Si pudiera hablar, ¡cuántas cosas les diría! Pero soy viejo, viejo caído, como ven; apenas puedo hablar. Solo quiero decirles que la Madonna los quiere mucho, mucho. Y, saben, ella está aquí en medio de ustedes. Entonces Don Bonetti, al verlo conmovido, lo interrumpió y comenzó a decir, únicamente para distraerlo:
– ¡Sí, así, así! Don Bosco quiere decir que la Madonna es su Madre y que ella los mira y los protege.
– No, no, retomó el Santo, quiero decir que la Madonna está aquí, en esta casa y que está contenta con ustedes, y que, si continúan con el espíritu de ahora, que es el deseado por la Madonna… El buen Padre se conmovía más que antes y don Bonetti tomó la palabra otra vez:
– ¡Sí, así, así! Don Bosco quiere decirles que, si siempre son buenos, la Madonna estará contenta con ustedes.
– Pero no, pero no, se esforzaba por explicar don Bosco, tratando de dominar su propia emoción. ¡Quiero decir que la Madonna está realmente aquí, aquí en medio de ustedes! La Madonna pasea en esta casa y la cubre con su manto. – Al decir esto extendía los brazos, levantaba los ojos llorosos hacia arriba y parecía querer persuadir a las hermanas de que la Madonna él la veía ir de un lado a otro como en su propia casa.

Es una presencia operativa: quien acompaña, sostiene, guía, anima; quien le ha sido dada: «Te daré la Maestra bajo cuya disciplina puedes volverte sabio, y sin la cual toda sabiduría se convierte en necedad». Una presencia que estimula a vivir conscientemente en la presencia de Dios en una tensión de totalidad: «Al pensar en Dios presente / haz que el labio, el corazón, la mente / sigan el camino de la virtud / oh gran Virgen María. / Sac. Gio Bosco» (oración escrita por el santo a los pies de una de sus fotografías).

Espléndido y esencial: ¡lo que no es presencia viva en mi vida es ausencia! El sentido de la Presencia, de la Providencia de Dios, de la acción de María. Un camino continuo para cada uno de nosotros y para todos nosotros juntos, Familia Salesiana.

2.2. La energía de la misión
Don Bosco conecta estrechamente a María con su vocación y su ministerio. Aquí es bueno retomar la presentación que Don Bosco hace del sueño de los nueve años: “Tomándome con bondad de la mano – mira – me dijo… Aquí está tu campo, aquí es donde debes trabajar. Hazte humilde, fuerte, robusto; y lo que en este momento ves suceder con estos animales, tú deberás hacerlo por mis hijos”. Es la misión de salvación/transformación/formación de los jóvenes, a través de la prevención, la educación, la instrucción, la evangelización, y un sólido conjunto de virtudes en el educador.
El Hijo de María enseña el método y el objetivo: “No con golpes, sino con mansedumbre y caridad deberás ganar a estos tus amigos. Así que, ponte inmediatamente a darles una instrucción sobre la fealdad del pecado y sobre la preciosidad de la virtud”.
La narración hecha en 1873-74 del antiguo sueño inspirador, se conecta con muchos otros relatos de intervenciones e inspiraciones interiores (los sueños) en los cuales nuestro santo ha referido a María un papel de animación, de guía y de apoyo de su anhelo y de su celo por la misión de salvación juvenil.
En este contexto deben ser colocados e interpretados aquellos que Don Bosco reconoce como intervenciones prodigiosas de María: las «gracias» concedidas a las personas (espirituales y corporales), su poderosa protección sobre el Oratorio y sobre la naciente Familia salesiana y su prodigioso desarrollo en beneficio de las almas.
Las gracias personales, el darnos cuenta de la presencia particular de Dios, por intercesión de María, que guía providencialmente la existencia personal e institucional. Si no percibes la Presencia, estás a merced del azar.

2.3. Estímulo a la santidad
Don Bosco vive la devoción mariana como estímulo y apoyo de la tensión hacia la perfección cristiana. En la misma perspectiva, él la inculca sabiamente a los jóvenes para promover en ellos la vida cristiana y estimularlos al deseo de santidad. Valorando la sensibilidad de sus chicos y los gustos populares de su piedad, Don Bosco supo transformar una tendencia devocional, matizada de sentimiento romántico, en un poderoso instrumento de formación espiritual (animando, corrigiendo, orientando).
María nunca nos deja donde nos encuentra. Como al inicio de los Signos del Evangelio de Juan, sabe que debemos ser guiados, acompañados… por un itinerario preciso: hagan lo que les dirá y llegarán allí donde YO los espero, nos dice don Bosco. Ver lo invisible.

3. Identidad salesiana y devoción mariana
Para concluir, les comparto, con sencillez, lo que vivimos como confraternidad, y que está en el centro de nuestra vocación. Me gusta concluir con esta parte, porque es la estructura de mi vida y de nuestra vida. Si me hace tanto bien a mí, a nosotros, seguramente hará bien a todos.
En primer lugar, las Constituciones, que delinean los rasgos característicos de nuestra devoción mariana. El artículo 8 (ubicado en el primer capítulo, relativo a los elementos que aseguran la identidad de la Congregación Salesiana) sintetiza el sentido de la presencia de María en nuestra Sociedad: ella ha indicado a Don Bosco su campo de acción, lo ha guiado y sostenido constantemente, y continúa entre nosotros su misión de Madre y Auxiliadora: nosotros «nos encomendamos a ella, humilde sierva en quien el Señor ha hecho grandes cosas, para convertirnos entre los jóvenes en testigos del amor inagotable de su Hijo».

El artículo 92 presenta el rol de María en la vida y en la piedad del salesiano: modelo de oración y de caridad pastoral; maestra de sabiduría y guía de nuestra familia; ejemplo de fe, de solicitud por los necesitados, de fidelidad en la hora de la cruz, de alegría espiritual; nuestra educadora hacia la plenitud de donación al Señor y al valiente servicio de los hermanos. Se deriva, por lo tanto, una devoción filial y fuerte, que se expresa en la oración (rosario diario y celebración de sus fiestas) y en la imitación convencida y personal.

La mejor síntesis, sin embargo, se encuentra a mi parecer en la Oración de encomienda a María SS. Auxiliadora que se recita diariamente en cada una de nuestras comunidades después de la meditación. Fue don Rua en 1894 quien la compuso, como expresión de consagración diaria en el compromiso de fidelidad y generosidad. Hoy ha sido revisada, pero conserva la misma estructura de aquella antigua y los mismos contenidos. He aquí el texto primitivo:

«Santísima e inmaculada Virgen Auxiliadora, nos consagramos enteramente a ustedes y les prometemos siempre obrar para la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas.

Les pedimos que dirijan sus miradas piadosas sobre la Iglesia, su augusto Cabeza, los Sacerdotes y los Misioneros, sobre la Familia Salesiana, nuestros parientes y benefactores y la juventud confiada a nuestros cuidados, sobre los pobres pecadores, los moribundos y las almas del purgatorio.

Enséñanos, oh Madre tierna, a reproducir en nosotros las virtudes de nuestro Fundador, en particular la angelical modestia, la profunda humildad y la ardiente caridad.

Haz, oh María Auxiliadora, que su poderosa intercesión nos haga victoriosos contra los enemigos de nuestra alma en vida y en muerte, para que podamos venir a hacerles corona con Don Bosco en el Paraíso. Así sea».
Como se puede ver, la versión actual no hace más que retomar, con algunos desarrollos, el texto de Don Rua. Creo que es bueno, de vez en cuando, retomarla y meditarla. Está estructurada en cuatro partes: promesa; intercesión; docilidad, encomienda.

En la primera parte (Santísima) se recuerda el fin último de nuestra consagración prometiendo orientar cada una de nuestras acciones únicamente al servicio de Dios y a la salvación del prójimo, en fidelidad a la esencia de la vocación salesiana.

En la segunda parte (Te pedimos) se condensa el sentido eclesial, salesiano y misionero de nuestra consagración, encomendando a la intercesión de María la Iglesia, la Congregación y la Familia Salesiana, los jóvenes, sobre todo los más pobres, todos los hombres redimidos por Cristo. Aquí se delinean bien la pasión que debe alimentar y caracterizar la oración salesiana: universalidad, eclesialidad, misionariedad juvenil.

En la tercera parte (Enséñanos) se concentran las virtudes que caracterizan la fisonomía típica del salesiano discípulo de Don Bosco: nos ponemos a la escuela de María para crecer en la unión con Dios, en la castidad, en la humildad y en la pobreza, en el amor al trabajo y a la templanza, en la ardiente caridad amorosa (bondad y donación ilimitada a los hermanos), en la fidelidad a la Iglesia y a su magisterio.

En la última parte (Haz, oh María Auxiliadora) nos encomendamos a la intercesión de la Virgen Auxiliadora para obtener la fidelidad y la generosidad en el servicio a Dios hasta la muerte y la admisión en la comunión eterna de los santos.

Esta excelente síntesis, que contiene un completo programa de vida espiritual y delinea los rasgos fisonómicos de nuestra identidad, puede servirnos hoy de referencia y de traza concreta para la verificación y la programación espiritual. ¡Y así sea para cada uno de nosotros!




Aguinaldo 2025. Anclados en la esperanza, peregrinos con los jóvenes

INTRODUCCIÓN. ANCLADOS EN LA ESPERANZA, PEREGRINOS CON LOS JÓVENES
1. ENCUENTRO CON CRISTO NUESTRA ESPERANZA PARA RENOVAR EL SUEÑO DE DON BOSCO
1.1 El Jubileo
1.2. El aniversario de la primera expedición misionera salesiana
2. El JUBILEO: CRISTO NUESTRA ESPERANZA
2.1. Peregrinos, anclados en la esperanza cristiana
2.2. Esperanza como camino hacia Cristo, camino hacia la vida eterna
2.3 Características de la esperanza
2.3.1 La esperanza, tensión continua, pronta, visionaria y profética
2.3.2 La esperanza es apuesta de futuro
2.3.3 La esperanza no es un asunto privado
3. LA ESPERANZA FUNDAMENTO DE LA MISIÓN
3.1. La esperanza es una invitación a la responsabilidad
3.2 La esperanza exige coraje a la comunidad cristiana en la evangelización
3.3. «Da mihi animas»: el «espíritu» de la misión
3.3.1 Las actitudes del enviado
3.3.2 Reconocer, repensar y relanzar.
4. UNA ESPERANZA JUBILAR Y MISIONERA QUE SE TRADUCE EN VIDA CONCRETA Y COTIDIANA
4.1 La esperanza fuerza en la vida cotidiana que exige testimonio
4.2 La esperanza es el arte de la paciencia
5. EL ORIGEN DE NUESTRA ESPERANZA: EN DIOS CON DON BOSCO
5.1 Dios es el origen de nuestra esperanza
5.1.1. Breve referencia al sueño
5.1.2. Don Bosco «gigante» de la esperanza
5.1.3. Características de la esperanza en Don Bosco
5.1.4. Los «frutos» de la esperanza en Don Bosco
5.2. La fidelidad de Dios: hasta el final
6. CON… MARÍA, ESPERANZA Y PRESENCIA MATERNA

INTRODUCCIÓN. ANCLADOS EN LA ESPERANZA, PEREGRINOS CON LOS JÓVENES

Queridas hermanas y hermanos pertenecientes a los diferentes grupos de la Familia Salesiana de Don Bosco, ¡reciban un cordial saludo al comienzo de este nuevo año 2025!

No sin emoción me dirijo a todos y cada uno en este tiempo de gracia marcado por dos acontecimientos importantes para la vida de la Iglesia y para nuestra Familia: el Jubileo del año 2025, que comenzó solemnemente el pasado 24 de diciembre con la apertura de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro en el Vaticano, y el 150 aniversario de la primera expedición misionera querida por nuestro padre Don Bosco, que partió el 11 de noviembre de 1875 hacia Argentina y otros países del continente americano.

Se trata de dos acontecimientos importantes que encuentran en la esperanza su punto de encuentro. De hecho, el papa Francisco ha indicado exactamente esta virtud como perspectiva al convocar el Jubileo; de la misma manera la experiencia misionera es un presagio de esperanza para todos: para los que se han ido (y se van) y para los que se han sido alcanzados por los misioneros.

El año que nos ha sido dado está, pues, lleno de ideas para nuestro crecimiento concreto y cotidiano, para que nuestra humanidad sea fecunda en la atención a los demás… Esto sólo sucederá en los corazones que ponen a Dios en el centro, hasta el punto de poder decir: «Antes que a mí te pongo a ti».

En este comentario mío intentaré resaltar estos elementos, para profundizar, en clave carismática, lo que la Iglesia está invitada a vivir a lo largo de este año, y subrayar lo que para nosotros, Familia de Don Bosco, debe guiarnos hacia nuevos horizontes.

1. ENCUENTRO CON CRISTO NUESTRA ESPERANZA PARA RENOVAR EL SUEÑO DE DON BOSCO

El título del Aguinaldo implica el entrelazamiento de dos acontecimientos: el jubileo ordinario del año 2025 y el 150° aniversario de la primera expedición misionera enviada por Don Bosco a Argentina.

La concomitancia, que me atrevo a definir como «providencial», de los dos acontecimientos hace del 2025 un año decididamente extraordinario para todos nosotros y para los Salesianos de Don Bosco todavía más. De hecho, en los meses de febrero, marzo y abril se celebrará el 29º Capítulo General que conducirá, entre otras cosas, a la elección del nuevo Rector Mayor y del nuevo Consejo General.

Acontecimientos globales y particulares, por tanto, que nos involucran de diferentes maneras y que queremos vivir con profundidad e intensidad. Porque es precisamente gracias a estos acontecimientos que podemos experimentar la alegría del encuentro con Cristo y la importancia de permanecer anclados en la esperanza.

1.1 El Jubileo

«¡Spes non confundit! ¡La esperanza no defrauda!»[1].

Así nos presenta el papa Francisco el Jubileo. ¡Qué maravilla! ¡Qué indicación tan «profética»!

El Jubileo es una peregrinación para volver a poner a Jesucristo en el centro de nuestra vida y de la vida del mundo. Porque él es nuestra esperanza. ¡Él es la Esperanza de la Iglesia y del mundo entero!

Todos somos conscientes de que hoy el mundo necesita esa esperanza que nos conecta con Jesucristo y con nuestros demás hermanos y hermanas. Necesitamos esa esperanza que nos hace peregrinos, que nos pone en movimiento y que nos hace caminar.

Hablamos de esperanza como redescubrimiento de la presencia de Dios: escribe el papa Francisco: «¡Que la esperanza les colme corazón!»[2], no sólo calienta el corazón, sino que lo llena, ¡lo llena hasta desbordar!

1.2. El aniversario de la primera expedición misionera salesiana

Y los corazones, de los participantes en la primera expedición misionera salesiana a Argentina hace 150 años, estaban llenos de esta esperanza desbordante.

¡Don Bosco desde Valdocco lanza su corazón más allá de todas las fronteras, enviando a sus hijos al otro lado del mundo! Los envía más allá de toda seguridad humana, los envía a continuar lo que él había comenzado. Se pone en camino con los demás, esperando e infundiendo esperanza. Simplemente los envía y los primeros hermanos (jóvenes) salen y van. ¿Dónde? ¡Ni siquiera lo saben! Pero confían en la esperanza, obedecen. Porque es la presencia de Dios la que nos guía.

En aquella obediencia plena de entusiasmo también nuestra esperanza actual encuentra nueva energía y nos empuja a salir como peregrinos.

Por eso hay que celebrar este aniversario: porque nos ayuda a reconocer un don (no una conquista personal, sino un don gratuito del Señor), nos permite recordar y, desde la memoria, sacar fuerzas para afrontar y construir el futuro.

Vivamos, pues, hoy, para hacer posible este futuro y hagámoslo de la única manera que consideramos grande: compartiendo con los jóvenes y con todas las personas de nuestros ambientes (empezando por los más pobres y olvidados) el viaje para ir al encuentro con Cristo, nuestra única Esperanza.

2. El JUBILEO: CRISTO NUESTRA ESPERANZA

Jubileo es caminar juntos, anclados en Cristo nuestra esperanza. Pero ¿qué significa realmente?

Retomo los elementos de la Bula que convocación del Jubileo 2025 que ponen de relieve algunas características de la esperanza.

2.1. Peregrinos, anclados en la esperanza cristiana

Estamos convencidos de que nada ni nadie podrá separarnos de Cristo[3]. Porque es a Él a quien queremos y debemos permanecer aferrados, anclados. No podemos caminar sin nuestra ancla.

El ancla de la esperanza es, por tanto, Cristo mismo, que lleva en la cruz, en presencia del Padre, los sufrimientos y las heridas de la humanidad.

El ancla, de hecho, tiene forma de cruz, por lo que también se representaba en las catacumbas para simbolizar la pertenencia de los fieles difuntos a Cristo Salvador.

Esta ancla ya está firmemente unida al puerto de la salvación. Nuestra tarea consiste en atar a ella nuestra vida, la cuerda que une nuestra nave al ancla de Cristo.

Navegamos sobre las agitadas olas del mar y necesitamos anclarnos a algo sólido. Pero la tarea ya no es la de echar el ancla y fijarla al fondo del mar. La tarea es atar nuestro barco a la cuerda que, por así decirlo, cuelga del Cielo, donde está firmemente fijada el ancla de Cristo. Al unirnos a esta cuerda, nos unimos al ancla de la salvación y hacemos cierta nuestra esperanza.

La esperanza es cierta cuando la barca de nuestra vida se ata a esa cuerda que nos une al ancla que está fijada en Cristo crucificado que está a la diestra del Padre, es decir, en la comunión eterna del Padre, en el amor del Espíritu Santo[4].

Todo está bien expresado en la oración litúrgica de la solemnidad de la Ascensión del Señor:

«Dios todopoderoso, concédenos exultar santamente de gozo y alegrarnos con religiosa acción de gracias, porque la ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria, y adonde ya se ha adelantado gloriosamente nuestra Cabeza, esperamos llegar también los miembros de su cuerpo»[5].

El escritor y político checo Václav Havel define la esperanza como un estado de ánimo, una dimensión del alma. No depende de una observación previa del mundo, no se trata de una predicción.

Byung-Chul Han añade: «La esperanza es una orientación del corazón que trasciende el mundo inmediato de la experiencia, es un anclaje en algún lugar más allá del horizonte.

Las raíces de la esperanza se encuentran en lo trascendente: por eso no es lo mismo tener Esperanza que estar satisfecho porque las cosas van bien.

Podríamos pensar que esperar es simplemente querer sonreírle a la vida para que ella a su vez te sonría, pero no, hay que profundizar más, hay que caminar esa cuerda que nos lleve hacia el ancla.

La esperanza es la capacidad de cada uno de nosotros de trabajar por algo porque es correcto hacerlo, no porque ese algo tenga un éxito garantizado. Podría ser un fracaso, podría salir mal: no esperamos que vaya bien, no somos optimistas. Trabajamos para que esto suceda. Por eso la esperanza no es lo mismo que el optimismo. La esperanza no es la creencia de que algo saldrá bien sino la certeza de que algo tiene sentido independientemente de su resultado.

Hacer algo porque tiene sentido: en eso consiste la esperanza, que presupone los valores y presupone la fe.

Esto es lo que le da a ella la fuerza para vivir y a nosotros la fuerza para probar algo una y otra vez, incluso en la desesperación»[6].

¿Pero cómo caminar permaneciendo anclado? El ancla te lastra, te frena, te fija. ¿A dónde lleva este camino? Lleva a la eternidad.

2.2. Esperanza como camino hacia Cristo, camino hacia la vida eterna

La promesa de la vida eterna, tal como se nos da a cada uno de nosotros, no pasa por alto el camino de la vida, no es un salto hacia arriba, no propone subirse a un cohete que despega del suelo y vuela hacia el espacio dejando abajo la calle, el polvo del camino, ni deja que el barco vaya a la deriva en medio del mar sin nosotros.

Esta promesa es precisamente un ancla que queda fijada en la eternidad, pero a la que permanecemos unidos por una cuerda que viene a estabilizar la nave que surca el mar. Y es precisamente el hecho de que esté fija en el Cielo lo que permite que la nave no permanezca quieta en medio del mar, sino que avance entre las olas.

Si el ancla de Cristo fijase al hombre en el fondo del mar, todos permaneceríamos quietos donde estamos, quizás tranquilos, sin problemas, pero quietos, sin viajar, sin avanzar. En cambio, precisamente el anclaje de la vida al Cielo significa que la promesa que inspira nuestra esperanza no detiene el camino, no da la seguridad de un refugio en el que encerrarse y detenernos, sino que nos da certeza para caminar y continuar el camino. La promesa de una meta cierta, ya alcanzada por Cristo para nosotros, hace que cada paso en el camino de la vida sea firme y decisivo.

Es importante entender el Jubileo como peregrinación, como una invitación a ponernos en movimiento, a salir de nosotros mismos para ir hacia Cristo.

Jubileo, pues, ha sido, siempre, sinónimo de camino. Si realmente deseas a Dios tienes que moverte, tienes que caminar. Porque el deseo de Dios, la nostalgia de Dios, te mueve a encontrarlo y, al mismo tiempo, te lleva a redescubrirte a ti mismo y a los demás.

«Nacemos para no morir nunca»[7].

Bellísimo y significativo es el título de la biografía de la sierva de Dios Chiara Corbella Petrillo. Sí, porque nuestra venida al mundo está orientada a la vida eterna. La vida eterna es una promesa que derriba la puerta de la muerte, abriéndonos al «cara a cara con Dios», para siempre. ¡La muerte es una puerta que se cierra y al mismo tiempo un portón que se abre de par en par al encuentro definitivo con Dios!

Sabemos cuán vivo estaba en Don Bosco el deseo del Cielo, propuesto y compartido gozosamente con los jóvenes del Oratorio.

2.3 Características de la esperanza

2.3.1 La esperanza, tensión continua, pronta, visionaria y profética

Gabriel Marcel[8], el llamado filósofo de la esperanza, nos enseña que la esperanza se encuentra en el tejido de una experiencia continua, esperar significa dar crédito a una realidad como portadora del futuro.

Eric Fromm[9] escribe que la esperanza no es una espera pasiva, sino una tensión continua y constante. Es como un tigre, agachándose y saltando sólo cuando es el momento preciso.

Tener esperanza significa estar alerta en todo momento, por todo lo que aún no ha sucedido. Las vírgenes que esperaban al novio con las lámparas encendidas esperaban, Don Bosco esperaba ante las dificultades y se arrodillaba para orar.

La esperanza está lista en el momento en que todo está a punto de nacer.

Está vigilante, atenta, en escucha, capaz de liderar la creación de algo nuevo, de dar vida al futuro en la tierra.

Por eso es «visionaria y profética». Focaliza nuestra atención en lo que aún no es, es la que ayuda a dar a luz algo nuevo.

2.3.2 La esperanza es apuesta de futuro

Sin esperanza no hay revolución, no hay futuro, sólo hay un presente hecho de optimismo estéril.

A menudo se piensa que quienes tienen esperanza son optimistas, mientras que los pesimistas son esencialmente su opuesto. No es así. Es importante no confundir esperanza con el optimismo. La esperanza es mucho más profunda, porque no depende de estados de ánimo, sensaciones o sentimentalismos. La esencia del optimismo es la positividad innata. El optimista vive convencido de que, de alguna manera, las cosas mejorarán. Para un optimista el tiempo está cerrado, no contempla el futuro: todo irá bien y ya está.

Paradójicamente, el tiempo también está cerrado para el pesimista: se encuentra atrapado en el presente como en una prisión, niega todo sin aventurarse a otros mundos posibles. El pesimista es tan testarudo como el optimista, ambos están ciegos ante las posibilidades, porque lo posible les es ajeno, les falta la pasión por lo posible.

A diferencia de ambos, la esperanza apuesta por lo que puede ir más allá de lo que podría ser.

Y, todavía, el optimista (como el pesimista) no actúa, porque toda acción implica un riesgo y como no quiere correr ese riesgo, se queda parado, no quiere experimentar el fracaso.

La esperanza, en cambio, se mueve para buscar, intenta encontrar una dirección, se dirige hacia lo que no conoce, toma rumbo hacia cosas nuevas. Esto es el peregrinar de un cristiano.

2.3.3 La esperanza no es un asunto privado

Todos llevamos esperanzas en nuestros corazones. No es posible no tener esperanza, pero también es cierto que podemos engañarnos, considerando perspectivas e ideales que nunca se realizarán, que no son más que quimeras y señuelos.

Gran parte de nuestra cultura, especialmente la occidental, está llena de falsas esperanzas que engañan y destruyen o pueden arruinar irremediablemente la existencia de individuos y sociedades enteras.

Según el pensamiento positivo, basta con sustituir los pensamientos negativos por otros positivos para vivir más felices. A través de este sencillo mecanismo los aspectos negativos de la vida se omiten por completo y el mundo aparece como un mercado de Amazon que nos proporcionará todo lo que queramos gracias a nuestra actitud positiva.

Concluyendo, si nuestro deseo de pensar en positivo fuera suficiente para ser felices, entonces cada uno sería el único responsable de su propia felicidad.

Paradójicamente, el culto a la positividad aísla a las personas, las vuelve egoístas y destruye la empatía, porque las personas están cada vez más ocupadas sólo con ellas mismas y no les interesa el sufrimiento de los demás.

La esperanza, a diferencia del pensamiento positivo, no evita la negatividad de la vida, no aísla sino que une y reconcilia, porque el protagonista de la Esperanza no soy yo, centrado en mi ego, atrincherado exclusivamente en mí mismo, el secreto de la Esperanza somos nosotros.

Por eso, hermanas de la Esperanza son el Amor, la Fe y la Trascendencia.

3. LA ESPERANZA FUNDAMENTO DE LA MISIÓN

3.1. La esperanza es una invitación a la responsabilidad

La esperanza es un don y, como tal, debe transmitirse a todas las personas que encontramos en nuestro camino.

San Pedro lo dice claramente: «Estad siempre dispuestos a dar respuesta a cualquiera que os pida razón de vuestra esperanza»[10]. Nos invita a no tener miedo, a actuar en la vida cotidiana, a dar razón –¡qué espíritu salesiano en esta palabra «razón»! – de esperanza. Esta es una responsabilidad del cristiano. Si somos mujeres y hombres de esperanza, ¡se nota!

«Dar respuesta de la esperanza que hay en nosotros», se convierte en anuncio de la «buena nueva» de Jesús y de su Evangelio.

Pero ¿por qué es necesario responder a quien nos pide cuentas de la esperanza que hay en nosotros? ¿Y por qué sentimos la necesidad de reencontrar la esperanza?

En la Bula que anuncia el Jubileo Spes non confundit, el papa Francisco recuerda que «todos, en realidad, necesitamos recuperar la alegría de vivir, porque el ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, no puede conformarse con sobrevivir o subsistir mediocremente, amoldándose al momento presente y dejándose satisfacer solamente por realidades materiales. Eso nos encierra en el individualismo y corroe la esperanza, generando una tristeza que se anida en el corazón, volviéndonos desagradables e intolerantes»[11].

Una observación que llama la atención, porque describe toda la tristeza que se puede sentir en nuestras sociedades y nuestras comunidades. Es una tristeza disfrazada de falsa alegría, que nos anuncian, prometen y aseguran constantemente los medios de comunicación, la publicidad, la propaganda de los políticos, muchos falsos profetas del bienestar. Estar satisfechos con el bienestar nos impide abrirnos a un bien mucho mayor, mucho más verdadero, mucho más eterno: lo que Jesús y los apóstoles llaman «la salvación del alma, la salvación de la vida»; un bien por el que Jesús nos invita a no temer perder la vida, los bienes materiales, las falsas seguridades que muchas veces se derrumban en un instante.

Sobre estas |cuestiones», más o menos expresadas (incluso por los jóvenes), tenemos la tarea de «dar razón». ¿Qué quiero para los jóvenes y para todas las personas que encuentro en mi camino? ¿Qué me gustaría pedirle a Dios por ellos? ¿Cómo me gustaría que cambiaran sus vidas?

Sólo hay una respuesta: la vida eterna. No sólo la vida eterna como estado sublime al que podemos llegar después de la muerte, sino la vida eterna posible aquí y ahora, vida eterna como la define Jesús: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo»[12], es decir, una vida definida, iluminada por la comunión con Cristo y, a través de Él, con el Padre.

Y tenemos la tarea de acompañar a las generaciones más jóvenes en este camino hacia la vida eterna, en la acción educativa que nos distingue. Una acción que para nosotros Familia Salesiana es una misión. ¿Y qué impulsa esta misión nuestra? Siempre Cristo, nuestra esperanza.

La misión educativa, de hecho, tiene en el centro la esperanza.

En última instancia, la esperanza de Dios nunca es esperanza sólo para sí misma. Es siempre esperanza para los demás: no nos aísla, nos hace solidarios y nos estimula a educarnos unos a otros en la verdad y en el amor.

3.2 La esperanza exige coraje a la comunidad cristiana en la evangelización

El coraje y la esperanza son una combinación interesante. De hecho, si es cierto que es imposible no tener esperanza, también lo es que para tener esperanza es necesario tener coraje. El coraje surge de tener la misma mirada de Cristo, capaz de esperar contra toda esperanza[13], de ver una solución incluso donde aparentemente no hay salida. ¡Y qué «salesiana» es esta actitud!

Todo esto requiere el coraje de ser uno mismo, de reconocer la propia identidad en el don de Dios e invertir las energías en una responsabilidad precisa. Conscientes de que lo que nos ha sido confiado no es nuestro y que tenemos la tarea de transmitirlo a las próximas generaciones. Este es el corazón de Dios, esta es la vida de la Iglesia.

Una actitud que encontramos en la primera expedición misionera.

Creo que es muy útil la referencia al artículo 34 de las Constituciones de los Salesianos de Don Bosco: destaca lo que está en el corazón de nuestro movimiento carismático y apostólico. Sugiero que cada uno de los grupos de nuestra compleja y hermosa Familia retome los mismos elementos que aquí ofrezco, releyendo sus respectivas Constituciones y Estatutos.

El artículo tiene por título Evangelización y catequesis y dice lo siguiente:

«“Esta Sociedad comenzó siendo una simple catequesis”. También para nosotros la evan­gelización y la catequesis son la dimensión fundamental de nuestra misión.

Como Don Bosco, estamos llamados, todos y en todas las ocasiones, a ser educadores de la fe. Nuestra ciencia más eminente es, por tanto, conocer a Jesucristo, y nuestra alegría más ínti­ma, revelar a todos las riquezas insondables de su misterio.

Caminamos con los jóvenes para llevarlos a la persona del Señor resucitado, de modo que, descubriendo en Él y en su Evangelio el sentido supremo de su propia existencia, crezcan como hombres nuevos.

La Virgen María es una presencia materna en este camino. La hacemos conocer y amar como a la Mujer que creyó y que auxilia e infunde esperanza».

Este artículo representa el corazón palpitante que perfila bien, también para este Aguinaldo, cuáles son las energías y oportunidades como cumplimiento y actualización del «sueño global» que Dios inspiró en Don Bosco.

Si vivir el Jubileo significa, ante todo, hacer que Jesús esté y vuelva a estar en primer lugar, el espíritu misionero es consecuencia de esta primacía reconocida, que fortalece nuestra esperanza y se traduce en esa caridad educativa y pastoral que hace anunciar a todos los persona de Jesucristo. Éste es el corazón de la evangelización y caracteriza la auténtica misión.

Es significativo recordar el comienzo de la primera encíclica de Benedicto XVI, Deus caritas est:

«No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva»[14].

Por tanto, el encuentro con Cristo es prioritario y fundamental, no la «simple» difusión de una doctrina, sino una profunda experiencia personal de Dios que nos empuja a comunicarlo, a hacerlo conocer y experimentar, convirtiéndonos en verdaderos «mistagogos» en la vida de los jóvenes.

3.3. «Da mihi animas»: el «espíritu» de la misión

Don Bosco tenía siempre ante sus ojos una frase que los jóvenes podían leer al pasar por su habitación, expresión que llamó especialmente la atención de Domingo Savio: «Da mihi animas cetera peaje».

Hay un equilibrio fundamental que une, en este lema, las dos prioridades que guiaron la vida de Don Bosco –y que significativamente llamamos «gracia de la unidad»–, que nos permiten salvaguardar siempre la interioridad y la acción apostólica.

Si faltara el amor de Dios en el corazón, ¿cómo podría haber verdadera caridad pastoral? Y al mismo tiempo, si el apóstol no descubriera el rostro de Dios en su prójimo, ¿cómo podría decirse que ama a Dios?

El secreto de Don Bosco es el de haber experimentado personalmente el único «movimiento de caridad hacia Dios y hacia los hermanos»[15] que caracteriza el espíritu salesiano.

3.3.1 Las actitudes del enviado

Hay dos sueños-clave en la vida de Don Bosco, en los que se evidencian las actitudes del apóstol, del enviado:

  • el «sueño de nueve años» en el que Jesús y María piden al pequeño Juan que se haga humilde, fuerte y robusto con la obediencia y la ciencia, recomendándole siempre la bondad para ganarse el corazón de los jóvenes y teniendo siempre a María como maestra y guía;
  • el «sueño de la pérgola de rosas», que indica la «pasión» de la vida salesiana que exige tener los «buenos zapatos» de la mortificación y la caridad.

3.3.2 Reconocer, repensar y relanzar.

Celebrar el 150 aniversario de la primera expedición misionera de Don Bosco representa un gran don para

  • Reconocer y agradecer a Dios.

El reconocimiento deja clara la paternidad de cada hermosa realización. Sin reconocimiento no hay capacidad de acoger. Cada vez que no reconocemos un don en nuestra vida personal e institucional, corremos grave riesgo de anularlo y «apropiarnos de él».

  • Repensar, porque «nada dura para siempre».

La fidelidad implica la capacidad de cambiar en la obediencia, hacia una visión que viene de Dios y de la lectura de los «signos de los tiempos». Nada es para siempre: desde el punto de vista personal e institucional, la verdadera fidelidad es la capacidad de cambiar, reconociendo en qué el Señor llama a cada uno de nosotros.

Repensar, entonces, se convierte en un acto generativo, en el que fe y vida se unen; un momento para preguntarnos: ¿qué quieres decirnos Señor con esta persona, con esta situación a la luz de los signos de los tiempos que, para ser leídos, exigen que tengamos el corazón mismo de Dios?

  • Relanzar, recomenzar cada día.

El reconocimiento nos lleva a mirar hacia adelante y acoger los nuevos desafíos, relanzando la misión con esperanza. Misión es llevar la esperanza de Cristo con la conciencia lúcida y clara, ligada a la fe, que nos haga reconocer que lo que veo y vivo «no es cosa mía».

4. UNA ESPERANZA JUBILAR Y MISIONERA QUE SE TRADUCE EN VIDA CONCRETA Y COTIDIANA

4.1 La esperanza fuerza en la vida cotidiana que exige testimonio

Santo Tomás de Aquino escribe: «Spes introducit ad caritatem»[16], la esperanza prepara y predispone a la caridad nuestra vida, nuestra humanidad. Una caridad que es también justicia, acción social.

La esperanza necesita testimonio. Estamos en el corazón de la misión, porque la misión no se trata de hacer cosas, ante todo, sino que es el testimonio de alguien que ha vivido una experiencia y la cuenta. El testigo es portador de una memoria, suscita preguntas en quienes lo encuentran, suscita asombro.

El testimonio de la esperanza requiere una comunidad, es obra de un sujeto colectivo y es contagioso, como lo es nuestra humanidad, porque el testimonio es vínculo con el Señor.

La esperanza en el testimonio de la misión debe construirse de generación en generación, entre adultos y jóvenes: este es el camino del futuro. En nuestra cultura, el consumismo se come el futuro, la ideología del consumo lo apaga todo en el «aquí y ahora», en el «todo y enseguida». Sin embargo, el futuro no puedes consumirlo, no puedes apropiarte de lo que es otro de ti, no puedes apropiarte del otro[17].

En la construcción del futuro, la esperanza es la capacidad de prometer y de mantener las promesas… algo espléndido y raro en nuestro mundo. Prometer es esperar, poner en movimiento, por eso –como hemos dicho– la esperanza es camino, es la energía misma del camino.

4.2 La esperanza es el arte de la paciencia

Cada vida, cada don, cada cosa necesita tiempo para crecer. Así que incluso los dones de Dios necesitan tiempo para madurar. Por eso, en nuestra época en la que, todo e inmediatamente, en nuestro «consumir» el tiempo y la vida, se nos pide que demos aliento y fuerza a la virtud de la paciencia: porque la esperanza se realiza en la paciencia[18]. De hecho, la esperanza y la paciencia están íntimamente relacionadas.

La esperanza implica la capacidad de esperar, de aguardar el crecimiento, ¡casi como si dijera que «una virtud lleva a otra»!

Para que la esperanza se haga realidad, para que se manifieste en sentido pleno, se necesita paciencia. Nada se manifiesta de forma milagrosa, porque todo está sometido a la ley del tiempo. La paciencia es el arte del labrador que siembra y sabe esperar a que el grano sembrado crezca y dé fruto.

La esperanza comienza en nosotros como espera, y se ejerce como espera vivida conscientemente en nuestra humanidad. La espera es una dimensión muy importante de la experiencia humana. El hombre sabe esperar, el hombre está siempre en una dimensión de espera, porque es la criatura que vive en el tiempo de manera consciente.

La espera humana es la verdadera medida del tiempo, una medida que no es numérica ni cronológica. Nos hemos acostumbrado a calcular la espera, a decir que hemos esperado una hora, que el tren llega cinco minutos tarde, que Internet nos hizo esperar catorce interminables segundos antes de responder a nuestro clic, pero cuando lo medimos así, distorsionamos la espera, la convertimos en una cosa, un fenómeno desligado de nosotros mismos y de lo que esperamos. Es como si la espera fuera algo en sí, en sí misma, sin relación. En cambio, la espera –estamos en el punto crucial– es una relación, es una dimensión del misterio de la relación.

Sólo quien tiene esperanza tiene paciencia. Sólo quien tiene esperanza es capaz de «soportar», de «sostener desde abajo» las diferentes situaciones que presenta la existencia. El que soporta aguanta, espera y logra soportarlo todo, porque su esfuerzo tiene el sentido de la espera, tiene la tensión de la espera, la energía amorosa de la espera.

Sabemos que el llamado a la paciencia y a la espera implican, a veces, la experiencia de la fatiga, del trabajo, del dolor y de la muerte[19]. Pues bien, fatiga, dolor y muerte desenmascaran la ilusión de poseer el tiempo, el sentido del tiempo, el valor del tiempo, el sentido y el valor de nuestra vida. Son experiencias negativas, pero también positivas, porque el cansancio, el dolor y la muerte pueden ser oportunidades para reencontrar el verdadero sentido del tiempo de la vida.

Y, una vez más, «dar razón de nuestra esperanza», convirtiéndose en anuncio de la «buena nueva» de Jesús y de su Evangelio.

5. EL ORIGEN DE NUESTRA ESPERANZA: EN DIOS CON DON BOSCO

Don Egidio Viganò ofreció a la Congregación y a la Familia Salesiana una interesante reflexión sobre el tema de la esperanza, inspirándose en nuestra rica tradición y destacando algunas características específicas del espíritu salesiano leído a la luz de esta virtud teologal. Lo hizo de manera particular, comentando el sueño de los diez diamantes de Don Bosco[20] para las participantes en el Capítulo General de las Hijas de María Auxiliadora.

Dada la profundidad de los contenidos propuestos, me parece útil recordar la contribución del VII Sucesor de Don Bosco para recordar lo que, siempre en la perspectiva de la esperanza, todos estamos llamados a vivir.

5.1 Dios es el origen de nuestra esperanza

5.1.1. Breve referencia al sueño

La narración de este extraordinario sueño que Don Bosco tuvo en San Benigno Canavese la noche del 10 al 11 de septiembre de 1881 es conocida por todos. Recordemos brevemente su estructura[21].

El sueño se desarrolla en tres escenas. En la primera el personaje encarna la fisonomía del salesiano. En la parte anterior de su manto brillan cinco diamantes, tres en el pecho – «Fe», «Esperanza» y «Caridad»- y dos en los hombros – «Trabajo» y «Templanza»-. En el lado posterior lucen otros cinco diamantes, en. Que se lee, respectivamente: «Obediencia», «Voto de Pobreza», «Premio», «Voto de Castidad» y «Ayuno»

Don Felipe Rinaldi define a este personaje de los diez diamantes: «El modelo del verdadero salesiano».

En la segunda escena el personaje muestra la adulteración del modelo: su manto «había perdido el color, estaba apolillado y roto. Donde antes estaban los diamantes, había ahora un deterioro profundo producido por la polilla y otros diminutos insectos».

Esta escena tan triste y deprimente muestra «el reverso del verdadero salesiano», el antisalesiano.

En la tercera escena aparece un «jovencito encantador con una túnica blanca bordada en oro y plata (. .. ) , con un aspecto majestuoso, pero dulce y amable». Es portador de un mensaje y exhorta a los salesianos a «escuchar», a «comprender», a mantenerse «fuertes y animosos», a «dar testimonio con las palabras y con la vida», a «ser cautos en la aceptación» y en la formación de las nuevas generaciones, y a hacer crecer sana su Congregación.

Las tres escenas del sueño son animadas y sugerentes. Nos presentan una síntesis ágil, personificada y dramatizada de la espiritualidad salesiana. El contenido del sueño implica sin duda, en la mente de Don Bosco, un importante cuadro de referencia para nuestra identidad vocacional.

Pues bien, el personaje del sueño – como se sabe– lleva sobre su frente el diamante de la esperanza, lo que indica la certeza de la ayuda de lo alto en una vida completamente creativa, comprometida en la planificación diaria de actividades prácticas para la salvación, sobre todo, de juventud. Junto a los demás símbolos vinculados a las virtudes teologales, emerge la fisonomía de una persona sabia y optimista por la fe que lo anima, dinámica y creativa por la esperanza que lo mueve, siempre orante y humanamente bueno por la caridad que lo impregna.

Correspondiente al diamante de la esperanza, en el reverso de la figura encontramos el diamante del «premio». Si la esperanza manifiesta visiblemente el dinamismo y la actividad del salesiano en la construcci6n del Reino, la constancia en sus esfuerzos y el entusiasmo de su dedicación se basan en la certeza de la ayuda de Dios, que le ¡lega por la mediaci6n e intercesi6n de los dos resucitados: Cristo y María, el diamante del «premio» destaca más bien una actitud constante de la conciencia que impregna y anima todo el esfuerzo ascético según la conocida máxima de Don Bosco: «¡Un pedazo de paraíso lo arregla todo!»[22] .

5.1.2. Don Bosco «gigante» de la esperanza

El salesiano –decía Don Bosco– «está dispuesto a soportar el calor y el frío, la sed y el hambre, el cansancio y el desprecio, siempre que se trate de la gloria de Dios y de la salvación de las almas»[23]; el apoyo interior de esta exigente capacidad ascética es el pensamiento del cielo como reflejo de la buena conciencia con la que trabaja y vive. «En todo cargo, trabajo, pena o disgusto, no olvidemos jamás que […] Dios lleva minuciosa cuenta aun de las cosas más pequeñas hechas por su santo nombre, y es de fe que en su día las recompensará con generosidad. Al fin de nuestra vida, cuando nos presentemos ante su divino tribunal, mirándonos con rostro lleno de amor nos dirá: “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor. Como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante. Pasa al banquete de tu Señor”»[24]. «No olvides en los trabajos y sufrimientos que tenemos preparado en el cielo un gran premio»[25]. Y cuando nuestro Padre dice que el salesiano víctima del exceso de trabajo representa una victoria para toda la Congregación, parece insinuar también una dimensión de comunión fraterna en el premio. ¡Casi un sentido comunitario del Paraíso!

El pensamiento y la conciencia continua del Paraíso es una de las ideas soberanas y uno de los valores de fervor de la típica espiritualidad y también de la pedagogía de Don Bosco. Es como un iluminar y profundizar el instinto fundamental del alma, que tiende vitalmente a su propio fin último.

En un mundo sujeto a la secularización y a la pérdida progresiva del sentido de Dios –sobre todo debido al bienestar y a cierto progreso– es importante resistir la tentación –para nosotros y para los jóvenes con los que caminamos– que nos impide elevar nuestra mirada hacia el paraíso y no nos hace sentir la necesidad de sostener y alimentar un compromiso de ascesis vivido en el trabajo cotidiano. En su lugar, va creciendo una mirada temporal, según un horizontalismo más o menos elegante, que cree saber descubrir el ideal de todo dentro mismo del devenir humano y en la vida presente. ¡Todo lo contrario de la esperanza!

Don Bosco ha sido uno de los grandes de la esperanza. Hay muchos elementos que lo demuestran. Su espíritu salesiano está enteramente impregnado de las certezas y la laboriosidad características de este dinamismo audaz del Espíritu Santo.

Hago una breve pausa para recordar cómo Don Bosco supo traducir en su vida la energía de la esperanza en dos frentes: el compromiso de santificación personal y la misión de salvación para los demás; o mejor dicho –y aquí reside una característica central de su espíritu– la santificación personal a través de la salvación de los demás. Recordemos la famosa fórmula de las tres «S»: «Salve, salvando sálvate»[26]. Parece un juego mnemotécnico dicho simplemente, como un eslogan pedagógico, pero es profundo e indica cómo las dos vertientes de la santificación personal y la salvación de los demás están estrechamente vinculados entre sí.

En el binomio «trabajo» y «templanza» percibimos que la esperanza fue vivida por Don Bosco como proyección práctica y cotidiana de una incansable diligencia de santificación y de salvación. Su fe le lleva a preferir, en la contemplación del misterio de Dios, su inefable plan de salvación. Ve a Cristo como el Salvador del hombre y el Señor de la historia; en su Madre, María, Auxiliadora de los cristianos; en la Iglesia, el gran Sacramento de la salvación; en la propia maduración cristiana y en la juventud necesitada, el vasto campo del «todavía-no». Por eso su corazón estalla en el grito: «Da mihi animas», ¡Señor, concédeme salvar a la juventud y quítame el resto! El seguimiento de Cristo y la misión juvenil se funden, en su espíritu, en un único dinamismo teologal que constituye la estructura portante de todo.

Sabemos bien que la dimensión de la esperanza cristiana combina la perspectiva del «ya» y del «todavía no»: algo presente y algo en construcción que, sin embargo, desde hoy comienza a manifestarse, aunque «todavía no» en plenitud.

5.1.3. Características de la esperanza en Don Bosco

La certeza del «ya»

Cuando preguntamos a la teología cuál es el objeto formal de la esperanza, responde que es la convicción íntima de la presencia de Dios que ayuda, que socorre y asiste; la certeza interior sobre el poder del Espíritu Santo; la amistad con Cristo victorioso que nos hace decir con san Pablo: «Todo lo puedo en aquel que me conforta» (Flp 4,13).

El primer elemento constitutivo de la esperanza es, por tanto, la certeza del «ya». La esperanza estimula la fe a ejercitarse en la consideración de la presencia salvadora de Dios en las vicisitudes humanas, de la potencia del

Espíritu en la Iglesia y en el mundo, de la realeza de Cristo sobre la historia, de los valores bautismales que iniciaron la vida de la resurrección en nosotros.

El primer elemento constitutivo de la esperanza es, por tanto, un ejercicio de fe en la esencia de Dios como Padre misericordioso y salvador, en lo que Jesucristo ya ha hecho por nosotros, en Pentecostés como inicio de la era del Espíritu Santo, en lo que ya está dentro de nosotros por el Bautismo, por los sacramentos, por la vida en la Iglesia, por la llamada personal de nuestra vocación.

Necesitamos reflexionar que la fe y la esperanza se intercambian en nosotros, sus dinamismos se estimulan y complementan mutuamente y nos hacen vivir en el clima creativo y trascendente del poder del Espíritu Santo.

La clara conciencia del «todavía no»

El segundo elemento constitutivo de la esperanza es la conciencia del «todavía no». No parece muy difícil de tenerla; sin embargo, la esperanza exige una conciencia clara no tanto de lo que es malo e injusto, sino de lo que falta a la estatura de Cristo en el tiempo y, por tanto, de lo que es injusto y pecado y también de lo que es inmaduro, parcial o raquítico en la construcción del Reino.

Esto supone, como marco de referencia, un conocimiento claro del plan divino de salvación, en el que se injerta la capacidad crítica y de discernimiento del que espera. Así, la crítica al hombre de esperanza no es simplemente psicológica o sociológica, sino trascendente, según la órbita teológica de la «nueva criatura»; también aprovecha los aportes de las ciencias humanas y las supera con creces.

Con la conciencia del «todavía no», quien espera percibe lo que está mal, lo que aún no está maduro, lo que es semilla del Reino de Dios y se compromete a hacer crecer el bien y a combatir el pecado con la perspectiva histórica de Cristo. La capacidad de discernir el «todavía no» se mide siempre por la certeza del «ya». Por eso, y diría especialmente en tiempos difíciles, quien tiene esperanza empuja y estimula su fe a descubrir los signos de la presencia de Dios y las mediaciones que nos guían en la órbita trazada por Él. Esta es una cualidad muy importante hoy en día: saber identificar las semillas para ayudarlas a eclosionar y crecer.

¿Cómo puedes tener esperanza si no tienes esta capacidad de discernimiento? No basta con poder percibir todo el peso del mal, también hay que ser sensibles a la primavera «que brilla por todas partes». Así que, en estos tiempos, que decimos difíciles (y realmente lo son, comparándolos con los que vivíamos antes de cierta tranquilidad), la esperanza nos ayuda a percibir que también hay mucho bien en el mundo y que algo está creciendo.

La laboriosidad salvífica

Un tercer elemento constitutivo de la esperanza es su exigencia operativa acompañada del compromiso concreto de santificación apostólica, de inventiva y de sacrificio. Necesitamos colaborar con el «ya» que está creciendo, es urgente avanzar para luchar contra el mal en nosotros mismos y en los demás, especialmente en la juventud necesitada.

El discernimiento del «ya» y del «todavía no» debe traducirse en la práctica de la vida, abriéndose a intenciones, proyectos, revisión, inventiva, paciencia y constancia. No todo saldrá «como esperábamos»: habrá fracasos, contratiempos, caídas, incomprensiones. La esperanza cristiana participa connaturalmente también en las tinieblas de la fe.

5.1.4. Los «frutos» de la esperanza en Don Bosco

De los tres elementos constitutivos de la esperanza que acabo de indicar se derivan algunos frutos particularmente significativos para el espíritu salesiano de Don Bosco.

La alegría

Del primer elemento constitutivo –la certeza del «ya»– deriva, como fruto más característico, la alegría. Toda esperanza verdadera explota en alegría.

El espíritu salesiano adquiere como afinidad propia la alegría de la esperanza. Incluso la biología sugiere algunos ejemplos. La juventud, que es esperanza humana (y por tanto sugiere una cierta analogía con el misterio de la esperanza cristiana), está ávida de alegría. Y vemos a Don Bosco traducir la esperanza en un clima de alegría para los jóvenes por salvarse. Domingo Savio, que creció en su escuela, dijo: «Hacemos consentir la santidad en estar siempre alegres». No se trata de una hilaridad superficial, propia del mundo, sino de un gozo interior, de un sustrato de victoria cristiana, de una sintonía vital con la esperanza, que explota en alegría. Una alegría que, en última instancia, brota de las profundidades de la fe y de la esperanza.

Hay poco que hacer. Si estamos tristes es porque somos superficiales. Entiendo que hay una tristeza cristiana: Jesucristo la vivió. En Getsemaní su alma se entristeció hasta la muerte, sudó sangre. Se trata, sin duda, de otro tipo de tristeza.

Sin embargo, la aflicción o melancolía por la que una religiosa tiene la impresión de no ser comprendida por nadie, de que los demás no la toman en consideración, de que tienen envidia o incomprensión de sus cualidades, etc. es una tristeza que no se debe alimentar. Esto debe contrastarse con la profundidad de la esperanza: Dios está conmigo y me quiere; ¿Qué importa que otros no me tengan en cuenta?

La alegría, en el espíritu salesiano, es clima cotidiano; deriva de una fe que espera y de una esperanza que cree, es decir, ¡de ese dinamismo del Espíritu Santo que en nosotros proclama la victoria que vence al mundo!… La alegría es indispensable para testimoniar con autenticidad lo que creemos y esperamos.

El espíritu salesiano es, ante todo y sobre todo, esto y no una reducción a justas observancias y mortificaciones. La esperanza nos llevará también a hacer muchas mortificaciones, ¡pero como entrenamiento de vuelo y no como mofas carcelarias! Por consiguiente: ¡de la esperanza tanta alegría!

El mundo busca superar su limitación y su desorientación con una vida llena de sensaciones excitantes. Cultivar la promoción y la satisfacción de los sentidos, la película picante, el erotismo, la droga, etc. Es una forma de escapar de una situación transitoria que parece no tener sentido, de buscar algo que se deslice hacia una «caricatura de trascendencia».

La paciencia

Otro «fruto» de la esperanza, que procede de la conciencia del «todavía no», es la paciencia. Toda esperanza conlleva una indispensable dotación de paciencia. La paciencia es una actitud cristiana, intrínsecamente ligada a la esperanza en su no breve «todavía no», con sus problemas, sus dificultades y sus oscuridades. Creer en la resurrección y trabajar por la victoria de la fe, siendo mortales e inmersos en lo transitorio, requiere una estructura interna de esperanza que conduce a la paciencia.

La expresión más sublime de la paciencia cristiana la experimentó Jesús, especialmente durante su pasión y muerte. Es una paciencia fecunda, precisamente por la esperanza que la anima. Aquí, en la paciencia, más que iniciativa y acción, se trata de aceptación consciente y de pasividad virtuosa que perdura con vistas a la realización del plan de Dios.

El espíritu salesiano de Don Bosco nos recuerda a menudo la paciencia. En la introducción a las Constituciones, Don Bosco recuerda, aludiendo a san Pablo, que los dolores que debemos soportar en esta vida no tienen comparación con la recompensa que nos espera: «Solía decir:

“¡Animo, pues! Que la esperanza nos sostenga cuando pudiera faltarnos la paciencia»[27]. «Sí; lo que sostiene la paciencia debe ser la esperanza del premio»[28].

También Madre Mazzarello insistía sobre este punto. Uno de sus primeros biógrafos, Fernando Maccono, afirma que la esperanza siempre la consoló sosteniéndola en sus sufrimientos, en sus enfermedades, en sus dudas, y la animó en la hora de la muerte: «Su esperanza era muy viva y activa. «Me parece –atestigua una Hermana– que esta virtud la animaba en todo y que procuraba infundirla en las demás. Nos exhortaba a llevar bien las pequeñas cruces diarias y a hacer todo con gran pureza de intención»[29].

La esperanza es la madre de la paciencia y la paciencia es la defensa y escudo de la esperanza.

La sensibilidad educativa

Del tercer elemento constitutivo de la esperanza –la «laboriosidad salvadora»– procede otro fruto: la sensibilidad pedagógica. Es una iniciativa de compromiso adecuado, tanto en el contexto de la propia santificación (seguimiento de Cristo) como en el contexto de la salvación de los demás (misión). Implica un compromiso práctico, medido y constante, traducido por Don Bosco en una metodología concreta que implica estas atenciones:

  • la cautela (o santa «astucia»): cuando se trata de tener iniciativas, de resolver problemas, Don Bosco lo da todo sin pretensiones de perfeccionismo, pero con humilde practicidad; repitió muchas veces esta frase: «Lo óptimo es enemigo de lo bueno»[30].
  • La audacia. El mal está organizado, los hijos de las tinieblas actúan con inteligencia. El Evangelio nos dice que los hijos de la luz deben ser más astutos y valientes. Por tanto, para trabajar en el mundo debemos armarnos de una genuina prudencia, es decir, de ese «auriga virtutum» [guía de las demás virtudes] que nos hace ágiles, oportunos y penetrantes en la aplicación de la verdadera intrepidez para hacer el bien.
  • La magnanimidad. No debemos limitar nuestra mirada dentro de las paredes de la casa. Hemos sido llamados por el Señor a salvar el mundo, tenemos una misión histórica más importante que la de los astronautas o los hombres de ciencia… Estamos comprometidos con la liberación integral del hombre. Nuestra alma debe abrirse a visiones muy amplias. Don Bosco quería que estuviéramos «a la vanguardia del progreso» (y cuando decía esta frase se refería a medios de comunicación social).

Conocemos la magnanimidad de Don Bosco al lanzar a los jóvenes a responsabilidades apostólicas; pensemos, por ejemplo, en los primeros misioneros que partieron hacia América. ¡Tanto los Salesianos como las Hijas de María Auxiliadora eran poco más que muchachos y muchachas!

Don Bosco se movía dentro de vastos horizontes. Ni Valdocco ni Mornese le bastaban; no podía permanecer sólo dentro de los límites de Turín, Piamonte, Italia o Europa. Su corazón latía con el de la Iglesia universal, porque se sentía casi investido con la responsabilidad de salvar a todos los jóvenes necesitados del mundo. Quería que los salesianos sintieran como propios todos los problemas juveniles más grandes y urgentes de la Iglesia para estar disponibles en todas partes. Y, si bien cultivó la magnanimidad de sus proyectos e iniciativas, fue concreto y práctico en su realización, con un sentido de la gradualidad y con la modestia de los comienzos.

Aquí la magnanimidad debe brillar siempre en el rostro del salesiano, como una nota de simpatía: no debe ser una cabecita sin visiones, sino tener grandeza de alma porque tiene un corazón habitado por la esperanza.

Péguy, con su agudeza un poco violenta, escribió: «Una capitulación es en esencia una operación en la que se empieza a explicar en lugar de poner en práctica. Los cobardes siempre han sido gente de muchas explicaciones». En el rostro salesiano debe brillar siempre, como nota de simpatía, también la mística de la decisión y el ardor humilde de la practicidad. Don Bosco era decidido en sus compromisos a hacer el bien, aunque no pudiera empezar por lo mejor; ¡decía que sus obras se iniciaban, quizás, en el desorden para tender luego hacia el orden!

La esperanza pone en el rostro del salesiano, junto a la profundidad de la contemplación, la alegría de la filiación divina, el entusiasmo de la gratitud y del optimismo (que provienen de la «fe»), también el coraje de la iniciativa, el espíritu de sacrificio, la paciencia, la sabiduría de la gradualidad pedagógica, la utopía de la magnanimidad, la modestia de la practicidad, la prudencia de la astucia y la sonrisa de la alegría.

5.2. La fidelidad de Dios: hasta el final

Hasta aquí hemos echado un vistazo a lo que Don Bosco y nuestros santos y beatos expresaron claramente en sus vidas. Son elementos que nos empujan a cada uno de nosotros personalmente, y como Familia Salesiana, a sacar a relucir o –por retomar las palabras de don Egidio Viganò– hacer brillar esa esperanza de la que estamos llamados a «dar razón», especialmente a los jóvenes y, entre estos, a los más pobres.

Ha llegado el momento de «echar un vistazo» un poco más allá de lo que es «inmediatamente visible» y tratar de conocer lo que espera nuestra vida y nos da el valor de esperar diligentemente mientras colaboramos a la venida del «día del Señor».

Por eso, retomando siempre el análisis franco e intenso del VII Sucesor de Don Bosco, centramos nuestra atención en la perspectiva del «premio».

El diamante «premio» se coloca junto con otros cuatro en la parte posterior del manto del personaje del sueño. Es casi un secreto, una fuerza que trabaja desde dentro, que nos da el empujón y nos ayuda a apoyar y defender los grandes valores que se ven en la parte de delante. Es interesante observar que el diamante del «premio» se sitúa debajo del de la «pobreza», porque ciertamente tiene una relación con las «privaciones» vinculadas a aquella.

En sus rayos leemos las siguientes palabras: «Si te deleita la grandeza del premio, que no te espante la multitud del trabajo». «El que conmigo padece, conmigo gozará». «Momentáneo es lo que padecemos en la tierra y eterno lo que deleitará a mis amigos en el cielo».

El verdadero salesiano tiene en su imaginación, en su corazón, en sus anhelos y en sus horizontes de vida, la visión del premio, como plenitud de los valores proclamados por el Evangelio. Por esta razón «siempre está alegre. Difunde esa alegría y sabe educar en el gozo de la vida cristiana y en el sentido de la fiesta»[31].

En la casa de Don Bosco y en nuestras casas salesianas se hablaba mucho del Paraíso. Era una idea permanente y omnipresente resumida en algunos dichos célebres: «Pan, trabajo y paraíso»[32]; «Un trocito de Paraíso lo arregla todo»[33]. Son frases recurrentes en Valdocco y Mornese.

Seguramente muchas Hijas de María Auxiliadora recordarán la descripción que hizo Madre Enriqueta Sorbone del espíritu de Mornese: «¡Aquí estamos en el paraíso, en casa hay un ambiente de paraíso!»[34]. Y ciertamente no fue por las privaciones o por la falta de problemas. Fue como la traducción espontánea, saltada del corazón, del cartel que Don Bosco había puesto: «Servite Domino in laetitia»[35].

También Domingo Savio había percibido el mismo clima de vida cálido y trascendente: «Aquí hacemos consistir la santidad en estar muy alegres»[36].

En las biografías de Domingo Savio, Francisco Besucco y Miguel Magone, Don Bosco, incluso describiendo su agonía, quiere subrayar esta alegría inefable, combinada con un verdadero anhelo del Paraíso. Mucho más que el horror de la muerte, sus muchachos sienten la atracción de la Pascua.

El pensamiento de la recompensa es uno de los frutos de la presencia del Espíritu Santo, es decir, de la intensidad de la fe, la esperanza y la caridad, las tres juntas, aunque esté más estrechamente ligada a la esperanza. Esta infunde en el corazón un gozo y una alegría que vienen de Arriba y encuentran una hermosa armonía con las mismas tendencias innatas del corazón humano que vemos cuando vivimos entre muchachos y chicas: la juventud intuye con mayor frescura que el hombre nace para la felicidad.

Pero ni siquiera hace falta ir a buscarlo entre los jóvenes. Tomemos un espejo y mirémonos: sólo necesitamos escuchar los latidos de nuestro corazón. Hemos nacido para alcanzar la felicidad, la esperamos incluso sin confesarlo.

La idea del Paraíso, siempre presente en la casa de Don Bosco, no es una utopía para ingenuos engaños, no es la zanahoria que engaña al caballo para que camine más rápido, es el ansia sustancial de nuestro ser; y es, sobre todo, la realidad del amor de Dios, de la resurrección de Jesucristo obrando en la historia; es la presencia viva del Espíritu Santo la que realmente empuja, de hecho, hacia el premio.

Don Bosco no desprecia ninguna alegría de los jóvenes. Al contrario, la despierta, la aumenta, la desarrolla. La famosa «alegría» en la que consiste la santidad no es sólo una alegría íntima, escondida en el corazón como fruto de la gracia. Ésta es su raíz. Se expresa también exteriormente, en la vida, en el patio y en el sentido de la fiesta.

¡Cómo preparaba las solemnidades religiosas, los onomásticos, las jornadas festivas del Oratorio! Incluso se preocupaba de organizar la celebración de su propia onomástica, no para él mismo, sino para crear en el ambiente una atmósfera de gozosa gratitud.

Pensemos en los valientes paseos otoñales: dos o tres meses para prepararlos, 15 o 20 días para vivirlos; luego los prolongados recuerdos y comentarios: una alegría muy repartida en el tiempo. ¡Qué imaginación y qué coraje! De Turín a Becchi, a Génova, a Mornese, a numerosas ciudades del Piamonte, con decenas y decenas de muchachos… la caminata, el juego, la música, el canto, el teatro: son elementos sustanciales del Sistema Preventivo que, también como método pedagógico, presupone una espiritualidad adecuada y explosiva, fruto de una fe, de una esperanza y de una caridad convencidas, valores del cielo aquí en la tierra.

El Paraíso siempre se asomaba al firmamento de Valdocco, de día y de noche, con o sin nubes. Ser testigo hoy de los valores del premio es una profecía urgente para el mundo y especialmente para la juventud. ¿Qué ha aportado la civilización técnico-industrial a la sociedad de consumo? Una enorme posibilidad de consuelo y placer, con la consiguiente y pesada tristeza.

Entre otras cosas leemos en las Constituciones de los Salesianos de Don Bosco –pero vale para todo cristiano– que, «el salesiano [es] un signo de la fuerza de la resurrección» y que «en la sencillez y laboriosidad de cada día» es «un educador que anuncia a los jóvenes «un cielo nuevo y una tierra nueva», avivando en ellos los compromisos y el gozo de la esperanza»[37].

En Mornese y en Valdocco no había ni comodidades ni dictaduras y todo respiraba espontaneidad y alegría. El progreso técnico ha facilitado hoy muchas cosas, pero la verdadera alegría del hombre no ha aumentado. En cambio, han aumentado la angustia y las náuseas, ha empeorado la falta de sentido de la existencia, algo que lamentablemente seguimos constatando –especialmente en las sociedades opulentas– con la trágica estadística de los suicidios de adolescentes y jóvenes.

Hoy, además de la pobreza material que aflige todavía a una gran parte de la humanidad, se hace urgente encontrar un modo de hacer que los jóvenes perciban el sentido de la vida, los ideales más elevados, la originalidad de Jesucristo.

Se busca la felicidad, tendencia humana fundamental, pero ya no se conoce el camino correcto y entonces va creciendo una inmensa desilusión.

Los jóvenes, también por la falta de adultos significativos, se sienten incapaces de afrontar el sufrimiento, el deber y el compromiso constante. El problema de la fidelidad a los ideales y a la propia vocación se ha vuelto crucial. La juventud se siente incapaz de asumir sufrimientos y sacrificios. Vive en una atmósfera en la que triunfa el divorcio entre amor y sacrificio, de tal manera que la búsqueda y consecución por sí sola del bienestar acaba por asfixiar la capacidad de amar y, por tanto, de soñar con el futuro.

Con razón, como decíamos, el diamante del premio se sitúa debajo del de la pobreza, como para indicarnos que ambos se complementan y apoyan mutuamente. De hecho, la pobreza evangélica implica una visión concreta y trascendente de toda la realidad con una perspectiva realista también de las renuncias, los sufrimientos, los contratiempos, las privaciones y las penas.

¿Cuál es la energía interior que hace afrontar todo con confianza y con cara alegre, sin desanimarse? Es, en definitiva, la sensación de la presencia del cielo en la tierra. Este sentido procede de la fe, de la esperanza y de la caridad, que nos hacen releer toda la existencia con la perspectiva del Espíritu Santo.

El mundo necesita urgentemente profetas que proclamen con sus vidas la gran verdad del Paraíso. ¡No es una evasión alienante, sino una realidad intensa y estimulante!

Por eso, en el espíritu de Don Bosco hay una preocupación constante por cultivar la familiaridad con el Paraíso, casi como si constituyera el firmamento de la mente, el horizonte del corazón salesiano: trabajamos y luchamos seguros de un premio, mirando a la Patria, a la casa de Dios, a la Tierra Prometida.

Es importante señalar que la perspectiva del premio no consiste simplemente en la consecución de una «recompensa», de una especie de consuelo por una vida vivida en medio de tantos sacrificios, de resistencias… ¡Nada de esto! Si fuera simplemente una «recompensa», parecería un chantaje. Pero Dios no actúa de esa manera. En su amor no puede dejar de ofrecerse al hombre. Esto –como afirma Jesús– es la vida eterna: el conocimiento del Padre. Donde «conocer» significa «amar», hacerse partícipe pleno de Dios, en continuidad con la existencia terrena vivida «en gracia», es decir, en el amor a Dios y a los hermanos y hermanas.

En este camino estamos invitados a dirigir nuestra mirada a María, que se hace presente como ayuda diaria, como Madre precursora y auxiliadora. Don Bosco está seguro de su presencia entre nosotros y quiere signos que nos lo recuerden.

Para ella construyó una Basílica, centro de animación y difusión de la vocación salesiana. Él quería su imagen en nuestros ambientes de vida; vinculó cada iniciativa apostólica a su intercesión y comentó con emoción su eficacia real y maternal. Recordemos, por ejemplo, lo que dijo a las Hijas de María Auxiliadora en la casa de Niza Monferrato: «¡La Virgen está realmente aquí, en medio de vosotras! La Virgen se pasea por esta casa y la cubre con su manto»[38].

Además de Ella, también buscamos otros amigos en la casa de Dios. Nuestros santos y beatos, empezando por los rostros que nos resultan más familiares y que forman parte del llamado «jardín salesiano».

No tomamos estas decisiones para dividir la gran casa de Dios en pequeños apartamentos privados, sino para sentirnos más cómodos en ella y poder hablar de Dios, del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo, de Cristo y de María, de la creación y de la historia, no con la inquietud de quien ha escuchado la elevada lección de un pensador denso, difícil y hasta hermético, sino con ese sentido de familiaridad y gozosa sencillez con el que se conversa con quienes fueron nuestros familiares, nuestros hermanos y nuestras hermanas, nuestros colegas y nuestros compañeros de trabajo. A algunos de ellos no los hemos conocido en vida, pero los sentimos cercanos y nos inspiran una confianza especial. Conversando con san José, con Don Bosco, con Madre Mazzarello, con Don Rua, con Domingo Savio, con Laura Vicuña, con Don Rinaldi, con Mons. Versiglia y don Caravario, con sor Teresa Valsè, con sor Eusebia Palomino, etc., es verdaderamente un diálogo «de casa», de familia.

Esto es lo que nos sugiere el diamante del premio: sentirnos en casa con Dios, con Cristo, con María, con los santos; sentir su presencia en la propia casa, en un clima de familia que da sentido de Paraíso al entorno de la vida diaria.

6. CON… MARÍA, ESPERANZA Y PRESENCIA MATERNA

Al final de este comentario no podemos dejar de volver nuestro corazón y nuestra mirada a la Virgen María, como nos enseñó Don Bosco.

La esperanza requiere confianza, capacidad de entregarse y abandonarse.

En todo esto tenemos una guía y una maestra en María Santísima.

Ella nos testimonia que esperar es abandonarse y entregarse, y esto es válido tanto para la existencia como para la vida eterna.

En este camino, la Virgen nos lleva de la mano, enseñándonos cómo confiar en Dios, cómo entregarnos libremente al amor transmitido por su Hijo Jesús.

La indicación y el «mapa de navegación» que nos presenta es siempre el mismo: «Haced lo que él os diga»[39]. Una invitación que asumimos en nuestra vida cada día.

En María vemos la realización del premio.

María encarna en sí misma la atracción y la concreción del Premio: Ella,

«terminado el decurso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial y fue ensalzada por el Señor como Reina universal con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores y vencedor del pecado y de la muerte»[40].

Podemos leer en sus labios algunas hermosas expresiones provenientes de san Pablo. Puesto que están inspiradas por el Espíritu Santo, Esposo de María, ciertamente son compartidos por Ella.

Aquí están:

Cristo Jesús, murió, más todavía, resucitó y está a la derecha de Dios y además intercede por nosotros ¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?; Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor»[41].

Queridos hermanas y hermanos, queridísimos jóvenes:

María Auxiliadora, Don Bosco y todos nuestros santos y beatos están cerca de nosotros en este año extraordinario. Que nos acompañen a vivir con profundidad las instancias del Jubileo, ayudándonos a poner en el centro de nuestra vida la persona de Jesucristo, «el Salvador anunciado en el Evangelio, que hoy vive en la Iglesia y en el mundo»[42].

Que nos impulsen, siguiendo el ejemplo de los primeros misioneros enviados por Don Bosco, a hacer siempre y en todas partes de nuestra vida un don gratuito para los demás, especialmente para los jóvenes y entre ellos los más pobres.

Finalmente, un deseo: que este año nos ayude a crecer en la oración por la paz, por una humanidad pacificada. Invocamos el don de la paz –el shalom bíblico– que contiene todos los demás y solo encuentra cumplimiento en la esperanza.

Un abrazo fraternal

Don Stefano Martoglio S.D.B.

Vicario del Rector Mayor. Roma, 31 dicembre 2024


[1] Francisco, Spes non confundit. Bula de convocación del Jubileo Ordinario del Año 2025, Ciudad del Vaticano 9 de de mayo de 2024.

[2] Ibidem.

[3] Cf. Rom 8,39.

[4] Cf. Rom 5,3-5

[5] Oración colecta de la Misa del día de la Ascensión, en Misal Romano, Libros litúrgicos, Madrid 2016, p. 363.

[6] Byung-Chul Han, El espíritu de la esperanza , Herder, Barcelona 2024, p. 18.

[7] Cristiana Paccini – Simone Troisi, Nacemos para no morir nunca. La historia de Chiara Corbella Petrillo, Ediciones Palabra, Madrid 2015.

[8] Gabriel Marcel, Philosophie der Hoffnung, List Verlag, München 1964.

[9] Erich Fromm, La revolución de la esperanza, Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México 1970.

[10] 1Pe 3,15.

[11] Francisco, Spes non confundit, 9.

[12] Jn 17,3.

[13] Cf. Rom 4,18.

[14] Benedicto XVI, Carta encíclica Deus caritas est, Ciudad del Vaticano, 25 de diciembre de 2005, 1.

[15] Const. SDB, 3.

[16] Tomás de Aquino, Summa theologiae, IIª-IIae q. 17 a. 8 co.

[17] Cf. E. Levinas, Totalidad e infinito. Ensayo sobre la exterioridad, Sígueme, Salamanca 1977.

[18] Para estas reflexiones he tomado de la rica reflexión del Abad general de la Orden de los Cistercienses M. G. Lepori, Capitoli dell’Abate Generale OCist al CFM 2024. Esperar en Cristo disponible en varios idiomas (también en español) en la web: www.ocist.org.

[19] Cf. Rom 5,3-5.

[20] E. Viganò, Un progetto evangelico di vita attiva, Elle Di Ci, Leumann (TO) 1982, 68-84.

[21] Cf. E. Viganò, Fisionomía del Salesiano, según el sueño del personaje de los diez diamantes, en ACS 300 (1981), 3-44. La narración completa del sueño se puede encontrar en ACS 300 (1981), 45-53; o también en MBe XV, 165-170.

[22] MBe VIII, 381.

[23] Const. SDB, 18.

[24] Juan Bosco, A los socios salesianos, en Constituciones y Reglamentos Generales, Editorial CCS, Madrid 2017, p. 227.

[25] MBe VI, 442.

[26] MBe VI, 409.

[27] MBe XII, 390.

[28] Ibidem.

[29] Fernando Maccono, Santa Maria D. Mazzarello. Confundadora y primera Superiora General de las Hijas de María Auxiliadora. Vol. I, Hijas de Maria Auxiliadora, Madrid 1980, p. 386.

[30] MBe X, 716.

[31] Const. SDB, 17.

[32] MBe XII, 505.

[33] MBe VIII, 381.

[34] Citado en E. Viganò, Descubrir el espíritu de Mornese, en ACS (1981), 64.

[35] Sal 99.

[36] MBe V, 258.

[37] Const. SDB, 63. Véase también, E. Viganò, «Rendere ragione della gioia e degli impegni della speranza, testimoniando le insondabili ricchezze di Cristo». Strenna 1994. Commento del Rettor Maggiore, Istituto Figlie di Maria Ausiliatrice, Roma 1993.

[38] MBe XVII, 478. Cf. G. Capetti, Il cammino dell’Istituto nel corso di un secolo. Vol. I, FMA, Roma 1972-1976, 122.

[39] Jn 2,5.

[40] LG, 59.

[41] Rom 8,34-39.

[42] Const. SDB, 196.




¡Qué regalo, el tiempo!

El inicio del nuevo año, en nuestra liturgia, está iluminado por la antiquísima bendición con la que los sacerdotes israelitas bendecían al pueblo: «El Señor te bendiga y te guarde. El Señor haga resplandecer su rostro sobre ti y te conceda gracia; el Señor vuelva su rostro hacia ti y te dé paz».

Queridos amigos y lectores del Boletín Salesiano, estamos al inicio de un año nuevo, así que expresémonos mutuamente los mejores deseos para el tiempo que vendrá, para el tiempo que llega, un regalo que contiene cada otro regalo en el que se desarrolla nuestra vida.
Llenemos, por lo tanto, este deseo de contenidos que lo iluminen. Demos la palabra a Don Bosco que, cuando llegó al seminario de Chieri, se detuvo en el reloj de sol que, aún hoy, se destaca en la pared del patio, y contaba: «Alzando la vista sobre un reloj de sol, leí este verso: Afflictis lentae, celeres gaudentibus horae». Aquí está, le dije al amigo, aquí está nuestro programa: mantengámonos siempre alegres y el tiempo pasará pronto (Memorias Biográficas I,374).
El primer deseo que nos intercambiamos, para vivirlo, es el que Don Bosco nos recuerda: vive bien, vive sereno y transmite serenidad a quienes te rodean, ¡el tiempo tendrá otro valor! Cada momento del tiempo es un tesoro; pero es un tesoro que pasa rápidamente. Siempre Don Bosco amaba comentar: «Los tres enemigos del hombre son: la muerte (que sorprende); el tiempo (que se le escapa), el demonio (que le tiende sus lazos)» (MB V,926).
«Recuerda que ser feliz no es tener un cielo sin tormentas, un camino sin accidentes, trabajo sin esfuerzo, relaciones sin decepciones» recomienda un antiguo deseo. «Ser feliz no es solo celebrar los éxitos, sino aprender lecciones de los fracasos. Ser feliz es reconocer que vale la pena vivir la vida, a pesar de todos los desafíos, malentendidos y períodos de crisis. Es agradecer a Dios cada mañana por el milagro de la vida».
Un sabio tenía en su estudio un enorme reloj de péndulo que a cada hora sonaba con solemne lentitud, pero también con gran estruendo.
«¿Pero no le molesta?» preguntó un estudiante.
«No» respondió el sabio. «Porque así, a cada hora, me veo obligado a preguntarme: ¿qué he hecho de la hora que acaba de pasar?».
El tiempo es el único recurso no renovable. Se consume a una velocidad increíble. Sabemos que no tendremos otra oportunidad. Por lo tanto, todo el bien que podamos hacer, el amor, la bondad y la amabilidad de las que somos capaces, debemos donarlas ahora. Porque no volveremos a esta tierra una vez más. Con un perpetuo velo de remordimiento en nuestro interior, sentimos que Alguien nos preguntará: «¿Qué has hecho de todo ese tiempo que te regalé?».

Nuestra esperanza se llama Jesús
En el nuevo tiempo que acabamos de comenzar, las fechas y los números de un calendario son signos convencionales, son signos y números inventados para medir el tiempo. En el paso del año viejo al nuevo año ha cambiado muy poco, y sin embargo, la percepción de un año que termina nos obliga a hacer siempre un balance. ¿Cuánto hemos amado? ¿Cuánto hemos perdido? ¿Cuánto hemos mejorado, o cuánto hemos empeorado? El tiempo que pasa nunca nos deja iguales.

La liturgia, en el surgimiento del nuevo año, tiene una forma propia de hacernos hacer un balance. Lo hace a través de las palabras iniciales del evangelio de Juan; palabras que pueden parecer difíciles pero que en realidad reflejan la profundidad de la vida: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio con Dios: todo fue hecho por medio de él, y sin él nada de lo que existe fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres; la luz brilla en las tinieblas, pero las tinieblas no la han recibido”. En el fondo de cada una de nuestras vidas resuena una Palabra más grande que nosotros. Esa es la razón por la que existimos, por la que el mundo existe, por la que todo existe. Esta Palabra, este Verbo, es Dios mismo, es el Hijo, es Jesús. El nombre de la razón por la que hemos sido hechos se llama Jesús.
Él es la verdadera razón por la que todo existe, y es en Él que podemos entender lo que existe. Nuestra vida no debe ser juzgada comparándola con la historia, con sus eventos y su mentalidad. Nuestra vida no puede ser juzgada mirando a nosotros mismos y a nuestra sola experiencia. Nuestra vida es comprensible solo si se la acerca a Jesús. En Él todo adquiere un sentido y un significado, incluso de lo que nos ha sucedido de contradictorio e injusto. Es mirando a Jesús que entendemos algo de nosotros mismos. Lo dice bien un salmo cuando afirma: “A tu luz vemos la luz”.
Esta es la forma de ver el Tiempo según el Corazón de Dios, y nosotros deseamos vivir este tiempo nuevo así.
El nuevo año traerá a todos nosotros, a la familia salesiana, a la Congregación, importantes eventos y novedades. Todo dentro del regalo del Jubileo que en la Iglesia estamos viviendo.
Dentro del espíritu del Jubileo dejemos que nos lleve la Esperanza que es la presencia de Dios en nuestra vida.
El primer mes de este nuevo año, enero, está salpicado de fiestas Salesianas que nos llevan a la Fiesta de Don Bosco, agradezcamos a Dios por esta delicadeza con la que nos permite comenzar el nuevo año.
Dejemos, por lo tanto, la última palabra a Don Bosco y fijemos este su aforismo, para que forje nuestro 2025: Hijitos míos, conserven el tiempo y el tiempo los conservará a ustedes por la eternidad (MB XVIII 482,864).




Llamado Misionero 2025

Queridos hermanos,

un saludo fraterno y cordial desde el “Sacro Cuore” de Roma.

En este día, 18 de diciembre, como cada año, en el recuerdo de la fundación de nuestra Congregación, en 1859, vengo a vosotros con este escrito que renueva el espíritu de los orígenes, el espíritu misionero que ha hecho, desde el principio, que la Congregación sea lo que es.

Este año, con emoción, doy voz al corazón de la Congregación, en el 150° aniversario de la primera expedición misionera. La celebración de este aniversario marca nuestro corazón y nuestra alma. Nos pide renovar el espíritu misionero que siempre ha estado en el corazón del carisma, para que, dando gracias por la fidelidad de Dios, dé energía para el futuro a la evangelización y a la Congregación.

Celebrar el 150 aniversario de la primera expedición misionera de Don Bosco representa un gran don para:

Dar gracias, para reconocer la gracia de Dios.
El reconocimiento hace evidente la paternidad de cada hermosa realización. Sin gratitud no hay capacidad de acoger. Cada vez que no reconocemos un don en nuestra vida personal e institucional, corremos el grave riesgo de anularlo y «apropiarnos de él».
Hablando del espíritu de la misión, estamos en el centro de la vida del discípulo: algo infinitamente más grande que nosotros, que es la dinámica fundacional y original de la Iglesia, para cada generación.

Repensar, porque «nada es para siempre».
La fidelidad implica también la capacidad de cambiar en la obediencia a una visión que viene de Dios y de la lectura de los «signos de los tiempos». Nada es para siempre: desde el punto de vista personal e institucional, la verdadera fidelidad es la capacidad de cambiar, reconociendo en qué el Señor nos llama a cada uno de nosotros.
Repensar, entonces, se convierte en un acto generativo, en el que fe y vida se unen; un momento para preguntarnos: ¿qué quieres decirnos Señor con esta persona, con esta situación a la luz de los signos de los tiempos que, para ser leídos, exigen que tengamos el mismo corazón de Dios?

Relanzar, empezar de nuevo cada día.
El reconocimiento nos lleva a mirar hacia adelante y acoger los nuevos desafíos, relanzando las misiones con esperanza. La actividad misionera es llevar la esperanza de Cristo con una conciencia lúcida y clara, ligada a la fe, que nos hace reconocer que lo que veo y vivo «no es algo mío», y me da la fuerza para seguir adelante, personal e institucionalmente.
Todo esto requiere el coraje de ser uno mismo, de reconocer la propia identidad en el don de Dios e invertir las energías en una responsabilidad precisa. Conscientes de que lo que nos ha sido confiado no es nuestro y que tenemos la tarea de transmitirlo a las próximas generaciones.
Este es el corazón de Dios, esta es la vida de la Iglesia.

El Santo Padre nos ha entregado recientemente una carta encíclica «Dilexit nos» sobre el amor humano y divino del corazón de Jesucristo. Este regalo del papa Francisco ilumina nuestro corazón misionero.

El Papa nos indica la acción social y el mundo entero como destino natural de la auténtica devoción al Sagrado Corazón. En el número 205 de la encíclica dice: «¿Qué culto sería para Cristo si nos conformáramos con una relación individual sin interés por ayudar a los demás a sufrir menos y a vivir mejor? ¿Acaso podrá agradar al Corazón que tanto amó que nos quedemos en una experiencia religiosa íntima, sin consecuencias fraternas y sociales?»

El papa Francisco nos dice claramente que quien tiene intimidad con el corazón del Señor no puede dejar de estar dotado de un espíritu misionero que abraza al mundo entero, ¡porque su corazón se ha ensanchado, ampliado! Hay una relación directa: cuanto más vivamos en la intimidad del Corazón de Cristo, más seremos capaces de llegar a los confines más lejanos de la tierra.

El corazón de Cristo me empuja a estar atento a las heridas del corazón de la humanidad.
En una palabra: el corazón de la misión es el corazón de Dios.

Qué fuerza y energía nos transmite el Santo Padre en este año que nos introduce en el 150 aniversario de la primera expedición misionera.

La historia continúa con nosotros. Hoy Don Bosco necesita salesianos que se pongan a disposición como «simples instrumentos» para realizar el sueño misionero. Este es mi llamado a los hermanos que sienten en lo más profundo de su corazón la llamada de Dios, dentro de nuestra común vocación salesiana, a estar disponibles como misioneros con un compromiso de por vida (ad vitam), dondequiera que el Rector Mayor los envíe.

Al último llamado de don Ángel, en diciembre de 2023 se unieron 48 salesianos de los que 24 fueron elegidos como miembros de la 155 expedición misionera. En este año que prepara el 150° de la primera expedición misionera, mi oración y mi deseo es que puedan ser aún más.

El diálogo con el Consejero General para las Misiones y la reflexión compartida en el seno del Consejo General, a partir del proyecto misionero presentado al Consejo (ACG 437, p. 66) me permite precisar las urgencias identificadas para 2025, donde quisiera que un número significativo de hermanos pudiera ser enviado:
– África del Norte, África del Sur (AFM), África Occidental Norte (AON), Mozambique;
– la nueva presencia que iniciaremos en Vanuatu;
– Albania y Rumania, para el «Proyecto Calabria-Basilicata» (IME);
– Chile, Mongolia, Uruguay y otras fronteras y cualquier urgencia.

Invito a los Inspectores, con sus los Delegados inspectoriales para la animación misionera, para que sean los primeros en ayudar a los hermanos a facilitar su discernimiento, invitándolos, después del diálogo personal, a ponerse a disposición del Rector Mayor para responder a las necesidades misioneras de la Congregación. Luego, el Consejero General para las Misiones continuará el discernimiento que conducirá a la elección de los misioneros para la próxima 156a expedición misionera, que se celebrará en Valdocco el 11 de noviembre de 2025.

Que el Señor bendiga y que la Virgen os acompañe a todos vosotros; Santa Navidad para todos y un buen año nuevo en nombre de la Esperanza, que es la presencia de Dios.

Roma, 18 de diciembre de 2024

don Stefano Martoglio
Vicario (ex. art. 143 cost. S.D.B.)
Prot. n. 24/0575




Un corazón grande como las playas del mar

Se nos regala un tiempo nuevo: del Corazón de Dios al corazón de la humanidad, en el espejo del gran corazón de Don Bosco.

Queridos amigos y lectores, en este número de diciembre me dirijo a vosotros con los mejores deseos para un nuevo año. De un tiempo nuevo que se nos regala para vivir con intensidad y con «novedad de vida», y hago mío, como deseo propicio y oportuno, el regalo que el Santo Padre nos ha hecho en estos días: la Carta Encíclica Dilexit Nos sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo.
Los salesianos estamos acostumbrados a cantar: «Dios te ha dado un corazón grande / como la arena del mar. / Dios te ha dado su espíritu: / ha liberado tu amor».
El Papa Pío XI, que le conoció bien, dijo que Don Bosco tenía una «hermosa particularidad»: era «un gran amante de las almas» y las veía «en el pensamiento, en el corazón, en la sangre de Nuestro Señor Jesucristo». Al fin y al cabo, en el escudo de armas de nuestra Congregación hay un corazón ardiente.
El Papa Francisco se presenta así en el nº 2 de Dilexit Nos: «Para expresar el amor de Jesús se utiliza a menudo el símbolo del corazón. Algunos se preguntan si todavía hoy tiene un significado. Pero cuando tenemos la tentación de navegar por la superficie, de vivir con prisas sin saber en el fondo para qué, de convertirnos en consumistas insaciables y esclavos de los engranajes de un mercado al que no le interesa el sentido de nuestra existencia, necesitamos recuperar la importancia del corazón».

Qué fuerte es esta indicación de nuestro Papa para mostrarnos una nueva forma de vivir, en un tiempo nuevo que se nos regala, el año que viene.
En el nº 21, el Papa Francisco escribe: «el núcleo de todo ser humano, su centro más íntimo, no es el núcleo del alma, sino de toda la persona en su identidad única, que es de alma y cuerpo. Todo se unifica en el corazón, que puede ser la sede del amor con todos sus componentes espirituales, psíquicos e incluso físicos. En definitiva, si el amor reina en él, la persona realiza su identidad de manera plena y luminosa, porque todo ser humano ha sido creado sobre todo para el amor, está hecho en sus fibras más profundas para amar y ser amado».
Y añade en el número 27 de la misma Encíclica: “Ante el Corazón de Jesús, vivo y presente, nuestra mente, iluminada por el Espíritu, comprende las palabras de Jesús. Así nuestra voluntad se pone en movimiento para practicarlas. Pero esto podría quedarse en una forma de moralismo autosuficiente. Escuchar y gustar al Señor y honrarle es cosa del corazón. Sólo el corazón es capaz de poner las demás facultades y pasiones y toda nuestra persona en actitud de reverencia y obediencia amorosa al Señor”.
No me extiendo más, esperando haber abierto vuestro apetito para leer esta espléndida Carta Encíclica, que no sólo es un gran regalo para vivir de un modo nuevo el tiempo que nos es dado, y que ya sería suficiente; es también una indicación profundamente «salesiana».
Cuánto escribió y trabajó Don Bosco en difundir precisamente la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, como amor divino que acompaña nuestra realidad humana.

Un impulso magnífico
En las Memorias Biográficas en el tomo VIII, 243 – 244, encontramos escrito lo siguiente, refiriéndose a Don Bosco: «La devoción al Sagrado Corazón, que ardía en su corazón, animaba todas sus obras, daba eficacia a sus discursos familiares, a sus sermones y al ejercicio de su ministerio, de modo que todos estábamos encantados y persuadidos por ella (dice el testimonio de don Bonetti). Parecía también que el Sagrado Corazón cooperaba con una ayuda sobrenatural en el cumplimiento de su ardua misión».
Este testimonio de la devoción de Don Bosco al Sagrado Corazón se identifica «plásticamente» con la Basílica del mismo nombre construida por Don Bosco en Roma a petición del Papa de la época.
El edificio material recuerda y nos recuerda a todos la «monumental» devoción de Don Bosco al Sagrado Corazón. Como con la Virgen, así con el Sagrado Corazón, la devoción de Don Bosco se manifiesta en las iglesias que construyó. Porque la devoción al Sagrado Corazón es la Eucaristía, el culto eucarístico.
El corazón de Don Bosco en constante amor a la Eucaristía es un magnífico impulso personal para hacerlo vivo y verdadero en el nuevo año. Un verdadero y profundo deseo para el nuevo año vivido en plenitud. Como continúa el himno: «Has formado hombres / de corazón sano y fuerte: / los has enviado al mundo a proclamar / el Evangelio de la alegría».
Quisiera concluir este breve mensaje, deseando a todos un Feliz Año Nuevo, con la imagen que el Papa Francisco trae a colación en las primeras páginas de la encíclica, refiriéndose a las enseñanzas de su abuela sobre el significado del nombre de las galletas de carnaval, las «mentiras» … porque cuando se hornean, la masa se hincha y por dentro vacía… por eso tiene un exterior que corresponde a un vacío interior; parecen por fuera pero no lo son, son «mentiras» (Dilexit nos n°7).
Que el Año Nuevo sea para todos nosotros pleno y rico en sustancia, concretándose en la acogida de Dios que viene entre nosotros.
Que su venida traiga paz y verdad, que lo que se ve desde fuera se corresponda con lo que hay dentro.
Mis mejores deseos para todos.




El camino de las rosas

“¡Oh! Don Bosco siempre camina sobre rosas.Pero no veían las espinas que desgarraban mis pobres miembros.Sin embargo, seguí adelante”.De espinas y rosas está entrelazada toda vida, como en el famoso sueño de Don Bosco de la enramada de rosas.La esperanza es la fuerza que, a pesar de las espinas, nos mantiene en pie.

Queridos lectores, amigos de la familia salesiana y bienhechores que ayudáis a la obra de Don Bosco en todas las situaciones y contextos, al haceros llegar un pensamiento a través del Boletín Salesiano, he elegido permanecer un poco más sobre el tema de la Esperanza, como hicimos el mes pasado.
No sólo por continuidad, sino sobre todo porque es un tema del que hay que hablar, porque todos lo necesitamos mucho. Es una declinación de la dulzura de Dios en nuestras vidas.
Pero cuando hablamos de esperanza, ante todo, recordemos que es un elemento de profunda humanidad, y un claro criterio de interpretación de la vida, en todas las religiones.
La esperanza tiene mucho que ver con la trascendencia y la fe, el amor y la vida eterna, señala el filósofo coreano Byung-Chul Han. Trabajamos, producimos y consumimos, señala este filósofo en sus escritos, pero en esta forma de vivir no hay apertura a lo trascendente, no hay Esperanza.
Vivimos en un tiempo privado de la dimensión de la celebración, aunque estemos llenos de cosas que nos aturden; un tiempo sin celebración es un tiempo sin esperanza. La sociedad del consumo y del espectáculo en la que vivimos corre el riesgo de hacernos incapaces de ser felices, de alegrarnos de la situación en la que nos encontramos. Incluso la situación más difícil siempre tiene migajas de luz.
La esperanza nos hace creyentes en el futuro, porque el lugar donde más intensamente se experimenta la esperanza es la trascendencia.
El escritor y político checo Vaclay Havel, presidente de Checoslovaquia en la época de la “revolución de terciopelo”, que muchos recordamos, definió la esperanza como un estado de ánimo, una dimensión del alma.
La esperanza es una orientación del corazón que trasciende el mundo inmediato de la experiencia; es un anclaje en algún lugar más allá del horizonte.
Las raíces de la esperanza están en lo trascendente, por eso no es lo mismo tener esperanza que estar satisfecho porque las cosas van bien.
Cuando hablamos de futuro lo hacemos en relación con lo que ocurrirá mañana, el mes que viene, dentro de dos años. El futuro es lo que podemos planificar, predecir, gestionar y optimizar.
La esperanza es la construcción de un futuro que nos une al futuro que no termina, a lo trascendente, a la dimensión Divina. Cultivar la esperanza es bueno para nuestro corazón porque pone energía en la construcción de nuestro camino hacia el Paraíso.

La palabra más pronunciada por Don Bosco
Don Alberto Caviglia escribió: “Si pasamos las páginas que registran las palabras y los discursos de Don Bosco, encontramos que la del Paraíso era la palabra que repetía en toda circunstancia como supremo argumento animador de toda actividad en el bien y de toda resistencia a la adversidad”.
“¡Un trozo de Paraíso lo arregla todo!” repetía Don Bosco en medio de las dificultades. Incluso en las modernas escuelas de gestión se enseña que una visión positiva del futuro se convierte en fuerza vital.
Cuando, viejo y decaído, atravesaba el patio con pasos de hormiga, los que se cruzaban con él le dirigían el habitual saludo distraído: “¿Adónde vamos, Don Bosco?”. Sonriendo, el santo respondía: “Al Paraíso”.
Cuánto insistía Don Bosco en esto: ¡El Paraíso! Hacía crecer a sus jóvenes con la visión del Paraíso en el corazón y en los ojos. Todos sabemos que podemos ser cristianos, incluso convencidos, pero no creer en el Paraíso.
Don Bosco nos enseña a unir nuestro más allá con el más acá. Y lo hace con la virtud de la Esperanza.
Llevémosla en nuestro corazón, y abramos nuestro corazón a la caridad, a nuestra humanidad que encarna aquello en lo que creemos profundamente.
Si recibes este breve escrito en el mes de noviembre, vive esta esperanza con nuestros Santos y con tus difuntos, todos unidos en un cordón que parte de nuestra vida cotidiana y nos lleva al infinito.
Como Don Bosco, vivid como si viéramos lo invisible, alimentados por la Esperanza que es la presencia Providente de Dios. Sólo quien es profundamente concreto, como lo era Don Bosco, es capaz de vivir mirando lo invisible.




Nuestro regalo anual

Tradicionalmente, como Familia Salesiana recibimos cada año el Aguinaldo; un regalo al comienzo del año, y en estas pocas líneas quiero mirar dentro de este regalo para acogerlo como se merece, sin perder nada de la frescura del regalo.

Un regalo, porque, ante todo, aguinaldo significa: ¡Te hago un regalo! Te doy algo importante para celebrar un tiempo nuevo, un año nuevo. Así lo pensó Don Bosco y así lo regaló a todos los jóvenes y adultos que estaban con él.
Este regalo, el aguinaldo, quiero hacéroslo para el comienzo del año nuevo, de un tiempo nuevo.
Hermoso e importante esto: un año nuevo, un tiempo nuevo es un recipiente en el que se contendrán todos los demás contenidos. El año que viene no es igual a los que has vivido hasta ahora, el año nuevo requiere una mirada nueva para vivirlo en plenitud; ¡porque el año nuevo no volverá! Cada tiempo es único porque somos diferentes del año pasado, de cómo éramos el año pasado.
El Aguinaldo es prepararse para este nuevo tiempo, empezar a mirar dentro de este nuevo año, destacando ciertas cosas que serán parte importante de este año.

El hilo rojo
El don del tiempo, de la vida; en la vida el don de Dios y todos los demás dones que hay en ella: las situaciones de las personas, las ocasiones, las relaciones humanas. Dentro de este modo providencial de ver el don del tiempo y de la vida, el strenna, regalo que Don Bosco… y después de él sus sucesores hacen cada año a toda la familia salesiana… es una mirada al nuevo año, al nuevo tiempo, para verlo con ojos nuevos.
El aguinaldo es una ayuda para ver el tiempo que viene fijándonos en un hilo rojo que guía este nuevo tiempo: el hilo rojo que nos regala el aguinaldo es la Esperanza. Esto también es importante. Seguro que el nuevo año nos depara muchas cosas, pero ¡no te despistes! Empieza a pensar en lo importante que es… ¡no te disperses, recoge!
El aguinaldo que nuestro Padre Ángel ha horneado para nosotros, como un vestido nuevo, destaca acontecimientos que todos viviremos, y los une con un hilo rojo, ¡La Esperanza!
Los acontecimientos que destaca el aguinaldo de 2025 son acontecimientos globales o particulares que nos implican, porque los vivimos bien:

El Jubileo ordinario del año 2025: un Jubileo es un acontecimiento de la Iglesia que, en la tradición católica, nos regala el Santo Padre. Vivir el Jubileo es vivir esta peregrinación que la Iglesia nos ofrece para volver a poner la presencia de Cristo en el centro de nuestras vidas y de la vida del Mundo. El Jubileo que el Papa Francisco tiene un tema generador: ¡Spes non confundit! ¡La esperanza no defrauda! ¡Qué maravilloso tema generador! Si algo necesita el Mundo en estos momentos difíciles es Esperanza, pero no la esperanza de lo que creemos que podemos hacer por nosotros mismos, a riesgo de que se convierta en una ilusión. La Esperanza del redescubrimiento de la Presencia de Dios. El Papa Francisco escribe: «¡La esperanza llena el corazón!». No sólo calienta el corazón, lo llena. ¡Llenarlo hasta desbordarlo!

La esperanza nos hace peregrinos, ¡el Jubileo es peregrinación! Te pone en movimiento por dentro, si no, no es Jubileo. Dentro de este acontecimiento eclesial que nos hace sentir Iglesia nosotros, como Congregación Salesiana y como Familia Salesiana, tenemos un aniversario importante: en 2025 se cumplirán

– el 150 aniversario de la primera expedición misionera a Argentina
Don Bosco, en Valdocco, lanza su corazón más allá de todas las fronteras: ¡envía a sus hijos al otro lado del mundo! Los envía, más allá de toda seguridad humana, los envía cuando ni siquiera tiene lo necesario para continuar lo que había comenzado.
¡Simplemente los envía! La Esperanza es obedecida, porque la Esperanza impulsa la Fe y pone en marcha la Caridad. Los envía y los primeros hermanos se ponen en camino y van, ¡a donde ni siquiera ellos conocían! De ahí nacimos todos, de la Esperanza que nos pone en camino y nos hace peregrinos.
Este aniversario debe celebrarse, como todos los aniversarios, porque nos ayuda a reconocer el Don, (no es de tu propiedad, te fue regalado) a recordar y a dar fuerza para el tiempo que viene de la energía de la Misión.
La Esperanza funda la Misión, porque la Esperanza es una responsabilidad que no puedes esconder ni guardarte para ti. No mantengas oculto lo que se te ha dado; ¡reconoce al dador y entrega con tu vida lo que se ha dado a las próximas generaciones! Esta es la vida de la Iglesia, la vida de cada uno de nosotros.
San Pedro, que veía lejos, escribe en su primera carta: «estad siempre dispuestos a responder a todo el que os pregunte por la esperanza que hay en vosotros» (1 Pe 3,15). Debemos pensar que responder no son las palabras, ¡es la vida la que responde!
Con la esperanza que hay en vosotros, vivid y preparaos para este nuevo año que comienza, un camino con los jóvenes, con los hermanos para renovar el Sueño de Don Bosco y el Sueño de Dios.

Nuestro escudo
«En mi estandarte brilla una estrella» se cantaba antaño. En nuestro escudo, además de la estrella, hay una gran ancla y un corazón ardiente.
He aquí algunas imágenes sencillas para empezar a mover nuestros corazones hacia el tiempo venidero, «Anclados en la esperanza, peregrinos con la juventud». Anclados es un término muy fuerte: el ancla es la salvación del barco en la tormenta, firme, fuerte, ¡arraigada en la Esperanza!
Dentro de este tema generador estará todo nuestro día a día: personas, situaciones, decisiones… lo «micro» de cada uno de nosotros que se suelda a lo «macro» de lo que viviremos todos juntos… entregando a Dios el don de este tiempo que se nos regala. Porque al Aguinaldo que todos recibiremos debes sumar tu parte; tu vida cotidiana que sabrás iluminar con lo que hemos escrito y recibirás, de lo contrario no es una Esperanza, no es en lo que se basa tu vida y no te pone en «movimiento» haciéndote Peregrino.
Confiamos este camino a la Madre del Señor, Madre de la Iglesia y Auxiliadora nuestra; Peregrina de la Esperanza con nosotros.