La tradición segura del Beato Miguel Rua (2/2)

(continuación del artículo anterior)

2. Algunos rasgos de las virtudes teologales en don Rua

2.1. Don Rua hombre de fe
            Su amor a Dios estaba enraizado en la opción fundamental por Él: “…vivía en continua unión con Dios… A la estrechísima unión con Dios correspondía un completo desapego de las cosas del mundo y un desprecio de todo lo que no sirviera para glorificar a Dios y salvar las almas…”. Me parece que la unión con Dios era tan consumada en él que no tenía más que este pensamiento generoso, ardiente, continuo: amar y hacer amar a Dios, Dios siempre, Dios en todo, sin descanso en esto, nunca desviación, siempre esta uniformidad sublime. Dios. “Nada más que Dios”. Este amor a Dios era la motivación profunda de todas sus acciones y se concretaba en cumplir la voluntad de Dios con exactitud, prontitud, alegría y perseverancia. El amor a Dios motivaba todas sus acciones y sostenía su gran compromiso con la promoción y el cultivo de las vocaciones sacerdotales y religiosas.
            La fuente que alimentaba esta unión era la oración: “Don Rua encontraba su descanso en la oración” (P. Francesia). “Don Rua en la oración, en el contacto con Dios, en el descanso encontraba fuerzas renovadas para poner en práctica día a día lo que era el programa del padre hecho cien por cien suyo por su hijo fidelísimo: Busco almas y sólo almas”. Esta fuente se alimentaba en la Eucaristía y en el amor filial a la Virgen Auxiliadora. La vida de fe se expresaba en la íntima unión entre oración y acción, alimentada por la práctica y el espíritu de la oración mental, que para él era «el elemento esencial de la vida del buen religioso», hasta tal punto que incluso durante el temblor de un terremoto, mientras todos huían, «sólo él no se había movido y había permanecido allí, en su lugar de siempre, en su actitud de siempre». Con la meditación de la Palabra, era la Eucaristía el fuego animador. La Eucaristía, celebrada, adorada, visitada y guardada en el corazón: “Formemos un sagrario en nuestro corazón», repetía, «y estemos siempre unidos al Santísimo Sacramento”. Hacia la Eucaristía expresaba una fe y una piedad intensas, alimentadas por una serie de recomendaciones e instrucciones: visitas, adoración, genuflexiones, recogimiento.
            Don Rua como hombre de Dios y de fe se distinguía por un testimonio que se hacía creíble no tanto por la elocuencia, sino por la íntima convicción que se desprendía de sus palabras y sobre todo de su vida. Se nutría de un conocimiento de las Escrituras y de una gran familiaridad con los Padres de la Iglesia: fuentes a las que recurría en los textos originales griegos y latinos. Esta formación se manifestó desde adolescente en su empeño por enseñar el catecismo y la instrucción cristiana no sólo en sus formas ordinarias, sino también en las misiones y en los ejercicios espirituales, considerándolos elementos constitutivos de la misión salesiana a la que estaban vinculados todos sus miembros, como testimonia don. Amadei: “He encontrado en sus cartas declaraciones explícitas de que todos los sacerdotes, clérigos y coadjutores salesianos debían prestar de buen grado su trabajo en la catequesis porque, repetía, si descuidaban los catecismos estarían faltando a su vocación”. La labor de catequesis era la verdadera finalidad de la institución salesiana y la propagación de los oratorios, evitando el riesgo de reducirlos a meros centros de recreo o polideportivos. Este empeño en la propagación de la fe animó el gran frente de la acción misionera, otro elemento constitutivo del carisma salesiano, que sostuvo con intenso ardor apostólico y con considerable empleo de personas y recursos. Un gran instrumento de difusión del espíritu salesiano y de apoyo a las obras salesianas, especialmente en tierras de misión, fue la difusión del Boletín Salesiano.

2.2. El hombre de la esperanza
            La virtud de la esperanza mantenía viva la meta final, el paraíso, y al mismo tiempo sostenía el compromiso cotidiano de hacer el bien y combatir el mal, como repetía a menudo a los jóvenes: “Sed buenos, confiad en Dios y el paraíso será vuestro. Quería que la gente mereciera esta recompensa, sobre todo huyendo de la culpa y cumpliendo en todo momento la santa voluntad de Dios”. Esta esperanza se traducía diariamente en una confianza incondicional en la divina Providencia, como atestiguó el tercer sucesor de Don Bosco, el beato Felipe Rinaldi: “Hijo, seguidor del venerable Don Bosco, el siervo de Dios vivía al día, no capitalizaba, siendo principio del fundador confiar siempre en la Providencia, incluso en las cosas materiales”. Y don Barberis decía: ‘En las conversaciones, en las amonestaciones, en las cartas que escribía, la exhortación más insistente era la confianza en la divina Providencia. Recuerdo que una vez nos dijo: “Al Señor no le cuesta ningún esfuerzo proporcionarnos los medios necesarios; Él es tan bueno que, cuando ve la necesidad, lo hace”. Incluso en las más grandes penurias, siempre mantuvo una imperturbabilidad y tranquilidad que contagiaba también a los demás.

2.3. Hombre de caridad
            Su amor a Dios se manifestaba en su amor al prójimo: “Hablaba a los humildes como a los grandes, a los pobres como a los ricos, buscando siempre hacer el bien. De hecho, parecía que cuanto más humilde era una persona, más afablemente la trataba y buscaba su bien”. Este aspecto creció de manera especial tras la muerte de Don Bosco, considerándolo una herencia que había recibido de Don Bosco y que quería transmitir a las generaciones futuras:
            “La gran caridad que informaba el corazón de nuestro amado Don Bosco de santa memoria puso en marcha con el ejemplo y la palabra la chispa de amor que Dios bendito había puesto en el mío, y yo crecí electrizado por su amor, de modo que, si sucediéndole no pude heredar las grandes virtudes de nuestro santo fundador, su amor por sus hijos espirituales siento que el Señor me lo concedió. Todos los días, todos los momentos del día te los consagro… por eso rezo por ti, pienso en ti, actúo por ti como una madre por su hijo unigénito”. Se trata de un texto de gran valor que revela cómo la herencia espiritual recibida es fruto de una profunda comunión de almas, que enciende esa chispa vital que desencadena un fuego de verdadera caridad. Don Rua es consciente de la diferencia de dones entre él y Don Bosco, pero afirma con verdad que se ha transmitido el núcleo del espíritu: una caridad comunicada vitalmente y de palabra que impulsa a una vida ofrecida y consagrada a las personas con rasgos de amor maternal.
            El amor al prójimo se concretó en un amor ordenado, liberal y generoso, con especial predilección por los jóvenes más pobres y en situación de riesgo espiritual, moral y material, y con preferencia por las zonas geográficas más pobres y desamparadas, como el sur de Italia. La caridad la ejerció con gran dedicación en el ministerio de la reconciliación, hasta la extenuación, especialmente durante los ejercicios espirituales, porque decía: “Éstas son mis cosechas”. Del mismo modo, se entregaba al ministerio del consejo y del consuelo. Todos eran destinatarios de su amor, incluso sus enemigos y detractores. Su preocupación por el prójimo se inspiraba en una gran bondad y dulzura, típicas de la tradición salesiana y encaminadas a proteger la buena reputación de las personas y a neutralizar las expresiones perturbadoras de la calumnia y el juicio: “Con sus buenas maneras, sin ofender, trataba de sofocar desde el principio el discurso en cuanto se daba cuenta de que estaba mal dirigido. Cuando entonces captaba alguna crítica dirigida a una persona conocida, nunca dejaba de señalar, casi como para destruir el efecto de la propia crítica, las buenas cualidades, las obras, los méritos de la persona criticada”.
            Tenía un amor solícito y personalizado por cada hermano de la Congregación, con el corazón de un padre solícito y la mirada de un verdadero obispo de su rebaño: “Conocía uno por uno a los hermanos de cada casa, incluso a los más alejados, y se interesaba por las necesidades y el mayor provecho de cada uno, como si estuviera bajo su mirada en el Oratorio”. Un ejemplo concreto era el envío de ropa de repuesto para los hermanos comprometidos en el servicio militar. Esta amable paternidad sobresalía en el ejercicio de la caridad espiritual: «Lo encontraba siempre dispuesto a escucharme; con una sonrisa se interesaba por lo que estaba cerca de mi corazón, y sabía aconsejarme y guiarme de tal manera que mi alma estaba completamente en paz». El ejemplo de una vida vivida en la caridad le llevó a escribir a los hermanos enfrentados entre sí: “Amaos todos como hermanos, y rogad al Sagrado Corazón de Jesús que encienda en todos vosotros ese fuego sagrado que vino a traer a la tierra, el fuego de la caridad”.
            Ese amor tenía una forma de predilección por los jóvenes: “Se interesaba por la salud y las necesidades de cada uno…. Don Rua era para cada uno de nosotros el padre bueno, que vivía para nosotros, para que incluso los más humildes y mezquinos pudieran dirigirse libremente a Él”. Un amor que no conocía límites: misioneros, emigrantes, necesitados, obreros, miembros de la Familia Salesiana, jóvenes trabajadores, distinguiéndose por su activo interés en los conflictos laborales: “acudían a él obreros en paro, y él los recomendaba según las necesidades de las distintas industrias”. Todos los días, después de escuchar a tanta gente en el confesionario, pasaba muchas horas recibiendo a numerosas personas: “Todos los días observaba a muchas personas que yo mismo llevaba a la audiencia con el siervo de Dios, que venían a pedir ayuda material y moral, recomendaciones, etc.”. El siervo de Dios trataba a todos afablemente, se interesaba por sus casos y ayudaba a todos en la medida de sus posibilidades». Verdaderamente, como juraba don Saluzzo: “Su corazón estaba abierto a todo bien”.




La tradición segura del Beato Miguel Rua (1/2)

“Sed buenos, confiad en Dios y el paraíso será vuestro” (Beato Miguel RUA)

            El beato Miguel Rua (1837-1910), primer sucesor de Don Bosco, como han demostrado los estudios, las investigaciones y los congresos desarrollados con ocasión del centenario de su muerte, va más allá del estereotipo tradicional de ser una “copia de Don Bosco”, a veces con rasgos menos atractivos o incluso en oposición al fundador, para dar a conocer una figura más completa, armoniosa y simpática.
            Don Rua es la consagración y la exaltación de los orígenes salesianos. Fue testimoniado en los procesos: “Don Rua no debe ser colocado en las filas de los seguidores ordinarios de Don Bosco, ni siquiera de los más fervorosos, porque él precede a todos ellos como un perfecto ejemplar, y por esta razón todos aquellos que quieran conocer bien a Don Bosco deben también estudiarlo, porque el siervo de Dios hizo un estudio sobre Don Bosco que nadie más puede hacer”. Nadie como él comprendió e interpretó al fundador en su acción educativa, eclesial y en su espiritualidad. La vocación y el ideal de Don Rua fueron la vida, las intenciones, las obras, las virtudes, la santidad del padre y guía de su existencia juvenil, sacerdotal y religiosa. Don Rua sigue siendo de vital relevancia para el mundo salesiano.

            Cuando se trató de encontrar al director de la primera casa fuera de Turín, en Mirabello Monferrato en 1863, Don Bosco eligió a Don Rua “admirando en él, además de su conducta ejemplar, su infatigable trabajo, su gran experiencia y espíritu de sacrificio que se diría inenarrable, así como sus buenas maneras, tanto que era querido por todos”. Más directamente el P. Cerruti, después de afirmar que había encontrado en el joven director el retrato y la imagen del Padre (Don Bosco), atestigua: “Recuerdo siempre aquella incansable laboriosidad suya, aquella prudencia tan fina y delicada de gobierno, aquel celo por el bien no sólo religioso y moral, sino intelectual y físico de los hermanos y jóvenes que le estaban confiados. Estos aspectos resumen y encarnan el lema salesiano “trabajo y templanza”. Un verdadero discípulo de Don Bosco verbo et opere, en una admirable síntesis de oración y trabajo. Un discípulo que siguió a su maestro desde su más tierna infancia, haciéndolo todo a medias, asimilando de forma vital el espíritu de sus orígenes carismáticos; un hijo que se sintió engendrado por un amor único, como tantos de los primeros muchachos del Oratorio de Valdocco, que decidieron “quedarse con Don Bosco” y entre los que destacaron de forma paradigmática los tres primeros sucesores del padre y maestro de los jóvenes: don Miguel Rua, don Pablo Albera, don Felipe Rinaldi.

1. Algunos rasgos de la vida virtuosa de don Rua, expresión de continuidad y fidelidad
            Se trata de la tradición de quien recibe un don y a su vez lo transmite, tratando de no dispersar el dinamismo y la vitalidad apostólica, espiritual y afectiva que debe impregnar las instituciones y las obras. Don Bosco ya lo había intuido: “Si Dios me dijera: Prepárate que has de morir y elige un sucesor porque no quiero que fracase la Obra que iniciaste y pide para este sucesor cuantas gracias, virtudes, dones y carismas creas necesarios, para que pueda desempeñar bien su cargo, que yo se lo daré todo, te aseguro que no sabría qué pedir al Señor para este fin, porque ya veo que don Rua ya lo posee todo”. Era el fruto de una asidua frecuentación, de atesorar cada consejo, de un estudio continuo en observar y anotar cada acto, cada palabra, cada ideal de Don Bosco.

Conducta ejemplar
            Es significativo el testimonio del coadjutor salesiano Giuseppe Balestra, asistente personal de don Rua. Balestra estaba muy atento a los aspectos de la vida cotidiana y en ellos supo captar los rasgos de una santidad en plenitud que marcaría también su camino religioso. Todavía hoy en las habitaciones de Don Bosco se puede ver el sofá que durante 20 años fue la cama del Beato Miguel Rua. Habiendo sucedido a Don Bosco, y ocupado su lugar en esta habitación, Don Rua nunca quiso tener su propia cama. Por la noche, el Coadjutor Balestra extendía dos sábanas sobre ese sofá, en el que solía dormir Don Rua. Por la mañana, las sábanas estaban dobladas y el sofá recuperaba su forma habitual. “Tengo la convicción de que el siervo de Dios era un santo, porque en los 11 años que tuve la suerte de vivir a su lado y de observarle continuamente, he encontrado siempre y en todas las cosas la mayor perfección; de ahí mi convicción de que era fidelísimo en el cumplimiento de todos sus deberes y, por tanto, en la más exacta observancia de todos los Mandamientos de Dios, de la Iglesia y de las obligaciones de su propio estado”.

1.2. Trabajo incansable, laboriosidad infatigable y actividad extraordinaria
            Parece increíble que un hombre de cuerpo tan frágil, con una salud de todo menos florida, haya podido emprender una actividad tan intensa e incansable, tan vasta, interesándose por los sectores más diversos del apostolado salesiano, promoviendo y llevando a cabo iniciativas que, si en su momento parecieron extraordinarias y audaces, hoy son también una indicación y un acicate muy válidos. Esta laboriosidad incansable, rasgo típico de la espiritualidad salesiana, fue reconocida en Don Rua por Don Bosco desde su juventud, como atestigua don Lemoyne: “Es verdad, en el oratorio se trabaja mucho, pero no es el trabajo la causa de la muerte. Sólo hay uno aquí en el Oratorio que, sin la ayuda de Dios, debería morir de fatiga, y es don Rua, que siempre sigue trabajando más que los demás”.
            Esta dedicación al trabajo era una expresión del espíritu y de la práctica de la pobreza que distinguió singularmente la vida y las acciones de don Rua: “Amaba inmensamente la pobreza, que le era compañera muy grata desde la infancia y cuyo espíritu poseía a la perfección… La practicaba con alegría”. La práctica de la pobreza, expresada de muchas formas, subrayaba el valor del ejemplo de vida y de tener en cuenta la Providencia divina. Amonestaba: “Persuadíos de que a un fin mucho más elevado tienden mis exhortaciones, se trata de hacer que reine entre nosotros el verdadero espíritu de pobreza, al que estamos obligados por voto. Si no se cuida la economía, y se da demasiado a nuestro cuerpo en tratamientos, en vestidos, en viajes, en comodidades, ¿cómo podremos tener fervor en las prácticas de piedad? ¿Cómo estar dispuestos a los sacrificios inherentes a la vida salesiana? Sería imposible progresar realmente en la perfección, imposible ser verdaderos hijos de Don Bosco”.

1.3. Gran experiencia y prudencia de gobierno
            La prudencia define mejor que ninguna otra cualidad el perfil virtuoso del beato Miguel Rua: desde su más tierna infancia se propuso seguir a San Juan Bosco, apresurándose bajo su guía a abrazar el estado religioso; se formó a sí mismo mediante una asidua meditación y un diligente examen de conciencia; rehuyó la ociosidad, trabajó incansablemente por el bien y llevó una vida irreprochable. Y lo siguió siendo como sacerdote, educador, vicario superior y sucesor de Don Bosco.

            En el ámbito de una Congregación dedicada a la educación de los jóvenes introdujo en el proceso formativo la práctica del aprendizaje, un período de tres años durante el cual los jóvenes salesianos “eran enviados a las casas para desempeñar diferentes tareas, pero sobre todo como ayudantes o profesores, con el fin principal de que pudieran convivir con los jóvenes, estudiar su mentalidad, crecer con ellos, y esto bajo la guía y supervisión del catequista y Director”. Ofreció también indicaciones precisas y directrices claras en los más variados campos de la misión salesiana, con espíritu de vigilancia evangélica.
            Este ejercicio de prudencia se caracterizó por una docilidad al Espíritu y una marcada capacidad de discernimiento respecto a las personas llamadas a desempeñar cargos de responsabilidad, especialmente en el campo de la formación y del gobierno de las casas e inspectorías, respecto a las obras y a las diversas situaciones; como cuando, por ejemplo, eligió a don Pablo Albera como Visitador de las casas de América o a don Felipe Rinaldi como Prefecto General. “Inculcaba a todos los hermanos, especialmente a los directores y provinciales, la exacta observancia de las Reglas, el cumplimiento ejemplar de las prácticas piadosas y siempre el ejercicio de la caridad; y él mismo precedía a todos con el ejemplo, diciendo: ‘Un medio de ganarse la confianza de los empleados es no descuidar nunca los propios deberes”.
            La práctica de la prudencia, especialmente en el ejercicio del gobierno, produjo como fruto la confianza filial de los hermanos en él, considerándolo como un experto consejero y director del espíritu, no sólo para las cosas del alma, sino también para las cosas materiales: “La prudencia del siervo de Dios brilló de modo extraordinario al conservar celosamente el secreto confidencial, que enterraba en su alma. Observaba con la mayor cautela el secreto de la correspondencia personal: se trataba de una confesión general, y por eso los hermanos se acercaban a él con gran confianza, porque respondía a todos de la manera más delicada”.

1.4. “Sacerdote del Papa”
            Esta expresión del Papa Juan XXIII ante la urna de Don Bosco en 1959, expresa muy bien cómo Don Rua en la estela de Don Bosco en su caminar cotidiano veía y encontraba en el Papa la luz y la guía para su acción. “La Providencia reservó a don Rua pruebas aún más duras y yo diría heroicas de esta fidelidad y docilidad a Don Bosco. Durante su rectorado llegaron de la Santa Sede varios decretos que parecían romper tradiciones consideradas importantes y características de nuestro espíritu en la Congregación. Don Rua, aun sintiendo profundamente el golpe de las repentinas medidas y sintiéndose afligido por ellas, se hizo inmediatamente paladín de la obediencia a las disposiciones de la Santa Sede, invitando a los Salesianos, como verdaderos hijos de la Iglesia y de Don Bosco, a aceptarlas con serenidad y confianza».
            Este es uno de los elementos de maduración del carisma salesiano en la obediencia a la Iglesia y en la fidelidad al fundador. Ciertamente fue una prueba muy exigente, pero que forjó tanto la santidad de Don Rua como el sentire cum ecclesia y esa fidelidad al Papa de toda la Congregación y Familia Salesiana, que en Don Bosco eran notas características e imprescindibles. Obediencia hecha de fe, de amor, traducida en servicio humilde pero cordial, en espíritu de docilidad filial y fidelidad a las enseñanzas y directrices del Santo Padre.
            Es interesante constatar cómo incluso en el proceso de beatificación Don Rua fue a medias con Don Bosco, pero no según un estereotipo repetitivo, sino con originalidad, poniendo de relieve precisamente aquellos aspectos que en el proceso de Don Bosco habían suscitado las animadversiones más controvertidas: “Alguna sorpresa y perplejidad puede suscitar la conclusión más evidente a la que se llega comparando las dos Posiciones, es decir, el hecho de que las mismas virtudes más frecuentemente invocadas para delinear la santidad de Don Rua son las constantemente cuestionadas para impugnar la santidad de Don Bosco. Es cierto, en efecto, que son precisamente la prudencia, la templanza y la pobreza los «caballos de batalla» de las animadversiones recogidas en la Positio del Fundador”.

(continuación)




Los nuevos ambientes de la Postulación General Salesiana

El 4 de junio de 2024, los nuevos ambientes de la Postulación General Salesiana ubicadas en la comunidad «Ceferino Namuncurá» en Via della Bufalotta en Roma fueron inauguradas y bendecidas por el entonces Rector Mayor, Cardenal Ángel Fernández Artime.En el plan de reestructuración de la sede, el Rector Mayor con su Consejo decidió ubicar las salas relativas a la Postulación General Salesiana en esta nueva presencia salesiana en Roma.

            Desde Don Bosco hasta nuestros días reconocemos una tradición de santidad que merece atención, porque es la encarnación del carisma que se originó con él y que se ha expresado en una pluralidad de estados de vida y de formas. Se trata de hombres y mujeres, jóvenes y adultos, consagrados y laicos, obispos y misioneros que, en diferentes contextos históricos, culturales y sociales, en el tiempo y en el espacio, han hecho brillar con luz singular el carisma salesiano, representando un patrimonio que juega un papel eficaz en la vida y en la comunidad de los creyentes y para las personas de buena voluntad. La Postulación acompaña 64 Causas de Beatificación y Canonización relativas a 179 Santos, Beatos, Venerables, Siervos de Dios. Cabe señalar que cerca de la mitad de los grupos de la Familia Salesiana (15 de 32) tienen al menos una Causa de Beatificación y Canonización en curso.
Elproyecto de la obra fue elaborado y supervisado por el arquitecto Toti Cameroni. Una vez identificado el espacio para la ubicación de las salas de Postulación, originalmente compuesto por un largo y amplio pasillo y una gran sala, se pasó al estudio de su distribución, en función de las necesidades. Así se diseñó y realizó la solución final:

La biblioteca con estanterías a toda altura divididas en cuadrados de 40×40 cm que cubren completamente las paredes. El objetivo es recoger y almacenar las diversas publicaciones sobre personajes santos, sabiendo que las vidas y los escritos de los santos constituyen, desde la antigüedad, una lectura frecuente entre los fieles, suscitando la conversión y el deseo de una vida mejor: reflejan el esplendor de la bondad, la verdad y la caridad de Cristo. Además, este espacio es también muy adecuado para la investigación personal, la acogida de grupos y reuniones.

            De aquí pasamos al ambiente de la acogida, que pretende ser un espacio para la espiritualidad y la meditación, como en las visitas a los monasterios del Monte Athos, donde al huésped se le presentaba primero la capilla de las reliquias de los santos: allí se encontraba el corazón del monasterio y de allí procedía la incitación a la santidad de los monjes. En este espacio hay una serie de pequeñas vitrinas que iluminan relicarios u objetos de valor relacionados con la santidad salesiana. La pared de la derecha está revestida de paneles de madera reemplazables que representan a algunos santos, beatos, venerables y siervos de Dios de la Familia Salesiana.

            Una puerta conduce a la sala más grande de la postulación: el archivo. Un compactador de 640 metros lineales permite archivar un gran número de documentos relativos a los diversos procesos de beatificación y canonización. Bajo las ventanas se encuentra una larga cajonera: en ella se guardan imágenes litúrgicas y ornamentos.
            Un pequeño pasillo desde la acogida, donde se pueden admirar lienzos y pinturas en las paredes, conduce primero a dos despachos luminosos con mobiliario y después a la vitrina de las reliquias. También en este espacio, los muebles llenan las paredes, los armarios y cajones acogen las reliquias y los ornamentos litúrgicos.

Un almacén y una pequeña sala utilizada como zona de descanso completan las salas de postulación.
            La inauguración y bendición de estas salas nos recuerda que somos custodios de un patrimonio precioso que merece ser conocido y valorado. Además del aspecto litúrgico-celebrativo, debe valorizarse plenamente el potencial espiritual, pastoral, eclesial, educativo, cultural, histórico, social, misionero… de las Causas. La santidad reconocida, o en vías de reconocimiento, por una parte, es ya una realización de radicalidad evangélica y de fidelidad al proyecto apostólico de Don Bosco, a la que hay que mirar como un recurso espiritual y pastoral; por otra parte, es una provocación a vivir fielmente la propia vocación para estar disponibles a dar testimonio de amor hasta el extremo. Nuestros Santos, Beatos, Venerables y Siervos de Dios son la auténtica encarnación del carisma salesiano y de las Constituciones o Reglamentos de nuestros Institutos y Grupos en los tiempos y situaciones más diversas, superando esa mundanidad y superficialidad espiritual que minan de raíz nuestra credibilidad y fecundidad.
            La experiencia confirma cada vez más que la promoción y el cuidado de las Causas de Beatificación y Canonización de nuestra Familia, la celebración coral de acontecimientos relacionados con la santidad, son dinámicas de gracia que suscitan alegría evangélica y sentido de pertenencia carismática, renovando intenciones y compromisos de fidelidad a la llamada recibida y generando fecundidad apostólica y vocacional. Los santos son verdaderos místicos de la primacía de Dios en el don generoso de sí, profetas de la fraternidad evangélica, servidores de sus hermanos y hermanas con creatividad.
            Para promover las Causas de Beatificación y Canonización de la Familia Salesiana y conocer de cerca el patrimonio de santidad que floreció a partir de Don Bosco, la Postulación está disponible para acoger a personas y grupos que deseen conocer y visitar estos ambientes, ofreciendo también la posibilidad de mini-retiros con itinerarios sobre temas específicos y la presentación de documentos, reliquias, objetos significativos. Para más información, escriba a postulatore@sdb.org.

Galería fotográfica – Los nuevos ambientes de la Postulación General Salesiana

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Los nuevos ambientes de la Postulación General Salesiana
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El Buen Pastor da la vida: Don Elia Comini en el 80° aniversario de su sacrificio

            Monte Sole es una colina de los Apeninos boloñeses que hasta la Segunda Guerra Mundial tenía varios pequeñas localidades habitados a lo largo de sus crestas: entre el 29 de septiembre y el 5 de octubre de 1944, sus habitantes, en su mayoría niños, mujeres y ancianos, fueron víctimas de una terrible masacre a manos de las tropas de las SS (Schutzstaffel, «escuadrones de protección»; organización paramilitar del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán creada en la Alemania nazi). Murieron 780 personas, muchas de ellas refugiadas en iglesias. Cinco sacerdotes perdieron la vida, entre ellos Don Giovanni Fornasini, proclamado beato y mártir en 2021 por el Papa Francisco.

            Se trata de una de las masacres más atroces llevadas a cabo por las SS nazis en Europa durante la Segunda Guerra Mundial, que tuvo lugar en los alrededores de Monte Sole, en los territorios de Marzabotto, Grizzana Morandi y Monzuno (Bolonia) y conocida comúnmente como la «masacre de Marzabotto». Entre las víctimas había varios sacerdotes y religiosos, entre ellos el salesiano P. Elia Comini, que durante toda su vida y hasta el final se esforzó por ser un buen pastor y gastarse sin reservas, generosamente, en un éxodo de sí mismo sin retorno. Esta es la verdadera esencia de su caridad pastoral, que lo presenta como modelo de pastor que vela por el rebaño, dispuesto a dar la vida por él, en defensa de los débiles y de los inocentes.

«Recíbeme como víctima expiatoria»
            Elia Comini nació en Calvenzano di Vergato (Bolonia) el 7 de mayo de 1910. Sus padres Claudio, carpintero, y Emma Limoni, costurera, lo prepararon para la vida y lo educaron en la fe. Fue bautizado en Calvenzano. En Salvaro di Grizzana hizo la Primera Comunión y recibió la Confirmación. Desde muy pequeño mostró gran interés por el catecismo, los oficios religiosos y el canto en serena y alegre amistad con sus compañeros. El arcipreste de Salvaro, monseñor Fidenzio Mellini, de joven soldado en Turín había frecuentado el oratorio de Valdocco y había conocido a Don Bosco, que le había profetizado el sacerdocio. Monseñor Mellini estimaba mucho a Elías por su fe, su bondad y sus singulares capacidades intelectuales y le exhortó a convertirse en uno de los hijos de Don Bosco. Por esta razón lo dirigió al pequeño seminario salesiano de Finale Emilia (Módena), donde Elia cursó la escuela media y el gimnasio. En 1925 ingresó en el noviciado salesiano de Castel De’ Britti (Bolonia), donde emitió la profesión religiosa el 3 de octubre de 1926. En los años 1926-1928 frecuentó el liceo salesiano de Valsalice (Turín), donde entonces se encontraba la tumba de Don Bosco, como estudiante clérigo de filosofía. Fue en este lugar donde Elías inició un exigente camino espiritual, atestiguado por un diario que llevó hasta poco más de dos meses antes de su trágica muerte. Son páginas reveladoras de una vida interior tan profunda como poco perceptible en el exterior. En vísperas de la renovación de sus votos, escribiría: «Soy feliz más que nunca en este día, en vísperas del holocausto que espero sea de Tu agrado. Recíbeme como víctima expiatoria, aunque no lo merezca. Si crees, dame alguna recompensa: perdona mis pecados de la vida pasada; ayúdame a convertirme en santo.

            Completó su aprendizaje práctico como asistente de educador en Finale Emilia, Sondrio y Chiari. Se licenció en Letras en la Universidad Estatal de Milán. El 16 de marzo de 1935 fue ordenado sacerdote en Brescia. Escribió: «Pedí a Jesús: la muerte, antes que faltar a mi vocación sacerdotal; y el amor heroico por las almas». De 1936 a 1941 enseñó Literatura en la escuela de aspirantes «San Bernardino» de Chiari (Brescia), dando excelentes pruebas de su talento pedagógico y de su atención a los jóvenes. En los años 1941-1944 la obediencia religiosa lo trasladó al instituto salesiano de Treviglio (Bérgamo). Encarnó particularmente la caridad pastoral de Don Bosco y los rasgos de la bondad salesiana, que transmitía a los jóvenes con su carácter afable, su bondad y su sonrisa.

Triduo de pasión
            La dulzura habitual de su comportamiento y la entrega heroica al ministerio sacerdotal resplandecían claramente durante las breves estancias anuales de verano con su madre, que se quedaba sola en Salvaro, y en su parroquia de adopción, donde el Señor pediría más tarde al P. Elías la donación total de su existencia. Algún tiempo antes, había escrito en su diario: «El pensamiento de que debo morir persiste siempre en mí. ¡Quién sabe! Hagamos como el siervo fiel siempre preparado para la llamada, para dar cuenta de la administración’. Nos encontramos en el período comprendido entre junio y septiembre de 1944, cuando la terrible situación creada en la zona entre Monte Salvaro y Monte Sole, con el avance de la línea del frente aliada, la brigada partisana Stella Rossa asentada en las alturas y los nazis en riesgo de embotellamiento, llevó a la población al borde de la destrucción total.

            El 23 de julio, los nazis, tras el asesinato de uno de sus soldados, inician una serie de represalias: diez hombres asesinados, casas incendiadas. Don Comini hace todo lo posible por acoger a los familiares de los asesinados y ocultar a los buscados. También ayuda al anciano párroco de San Michele di Salvaro, monseñor Fidenzio Mellini: da catequesis, dirige ejercicios espirituales, celebra, predica, exhorta, toca, canta y hace cantar para mantener la calma en una situación que se encamina hacia lo peor. Luego, junto con el padre Martino Capelli, dehoniano, el padre Elias se apresura continuamente a ayudar, consolar, administrar los sacramentos y enterrar a los muertos. En algunos casos consigue incluso salvar a grupos de personas conduciéndolas a la rectoría. Su heroísmo se manifiesta con creciente claridad a finales de septiembre de 1944, cuando la Wehrmacht (Fuerzas Armadas alemanas) cede en gran parte el paso a las terribles SS.

            El triduo de pasión por Don Elia Comini y el Padre Martino Capelli comienza el viernes 29 de septiembre. Los nazis provocan el pánico en la zona de Monte Salvaro y la población se vuelca en la parroquia en busca de protección. Don Comini, arriesgando su vida, esconde a unos setenta hombres en una habitación contigua a la sacristía, cubriendo la puerta con un viejo armario. La treta tiene éxito. De hecho, los nazis, que registran tres veces las distintas habitaciones, no se dan cuenta. Mientras tanto, llegan noticias de que las terribles SS han masacrado a varias decenas de personas en «Creda», entre las que había heridos y moribundos necesitados de consuelo. El P. Elías celebra su última misa por la mañana temprano y luego, junto con el P. Martino, tomando el óleo santo y la Eucaristía, se apresuran a partir con la esperanza de poder ayudar todavía a algunos de los heridos. Lo hace libremente. De hecho, todo el mundo le disuade: desde el párroco hasta las mujeres del lugar. «No vaya, padre. Es peligroso». Intentan retener a Don Elías y al Padre Martino por la fuerza, pero toman esta decisión con plena conciencia del peligro de muerte. Don Elías dice: «Recen, recen por mí, porque tengo una misión que cumplir»; «¡Recen por mí, no me dejen solo!».
            Cerca de Creda di Salvaro, los dos sacerdotes son capturados; utilizados «como yeguas», son obligados a transportar municiones y, por la noche, son encerrados en el establo de Pioppe di Salvaro. El sábado 30 de septiembre, el padre Elia y el padre Martino gastan toda su energía en consolar a los numerosos hombres encerrados con ellos. El prefecto comisario de Vergato, Emilio Veggetti, que no conocía al padre Martino, pero conocía muy bien al padre Elia, intenta en vano obtener la liberación de los prisioneros. Los dos sacerdotes siguen rezando y consolándose. Por la noche, se confiesan mutuamente.
            Al día siguiente, domingo 1 de octubre de 1944, al anochecer, la ametralladora acribilla inexorablemente a las 46 víctimas de lo que pasaría a la historia como la «Masacre de Pioppe di Salvaro»: eran los hombres considerados no aptos para el trabajo; entre ellos, los dos sacerdotes, jóvenes y obligados dos días antes a realizar trabajos pesados. Los testigos que se encontraban a poca distancia, a vuelo de pájaro, del lugar de la masacre pudieron oír la voz de Don Comini dirigiendo las letanías y, a continuación, escucharon el ruido de los disparos. Don Comini, antes de caer muerto, dio la absolución a todos y gritó: «¡Piedad, piedad!», mientras el padre Capelli se levantaba del fondo del cañón y hacía amplios signos de la cruz, hasta caer boca arriba, con los brazos extendidos, en cruz. No se pudo recuperar ningún cuerpo. Al cabo de veinte días, se abrieron las rejas y las aguas del Reno arrastraron los restos mortales, perdiéndose por completo su rastro. En la Botte la gente moría entre bendiciones e invocaciones, entre oraciones, actos de arrepentimiento y perdón. Aquí, como en otros lugares, la gente moría como cristianos, con fe, con el corazón vuelto hacia Dios con la esperanza de la vida eterna

Historia de la masacre de Montesole
            Entre el 29 de septiembre y el 5 de octubre de 1944 fueron asesinadas 770 personas, pero en total las víctimas de nazis y fascistas, desde la primavera de 1944 hasta la liberación, ascendieron a 955, distribuidas en 115 localidades diferentes dentro de un vasto territorio que incluía los municipios de Marzabotto, Grizzana y Monzuno (y algunas porciones de territorios vecinos). De ellos, 216 eran niños, 316 mujeres, 142 ancianos, 138 víctimas reconocidas de los partisanos y cinco sacerdotes, cuya culpa a los ojos de los nazis consistía en haber estado cerca, con la oración y la ayuda material, de toda la población de Monte Sole durante los trágicos meses de guerra y ocupación militar. Junto al P. Elia Comini, salesiano, y al P. Martino Capelli, dehoniano, en aquellos trágicos días fueron asesinados también tres sacerdotes de la archidiócesis de Bolonia: el P. Ubaldo Marchioni, el P. Ferdinando Casagrande y el P. Giovanni Fornasini. La causa de beatificación y canonización de los cinco está en curso. Don Giovanni, el «Ángel de Marzabotto», cayó el 13 de octubre de 1944. Tenía veintinueve años y su cuerpo permaneció insepulto hasta 1945, cuando fue encontrado fuertemente torturado. Fue beatificado el 26 de septiembre de 2021. El P. Ubaldo murió el 29 de septiembre, asesinado por una ametralladora en el estrado del altar de su iglesia de Casaglia; tenía 26 años y había sido ordenado sacerdote dos años antes. Los soldados nazis le encontraron junto a la comunidad rezando el rosario. Lo mataron allí, al pie del altar. Los demás, más de 70, en el cementerio cercano. El P. Ferdinando fue asesinado de un tiro en la nuca el 9 de octubre, junto con su hermana Giulia; tenía 26 años.




La santidad salesiana

El Espíritu Santo continúa incesantemente la obra escondida en las almas, conduciéndolas a la santidad. No pocos miembros de la Familia Salesiana han llevado una vida digna del título de cristiana: consagrados y consagradas, laicos, jóvenes, han vivido su vida en la fe, llevando la gracia de Dios al prójimo. Corresponde a la Postulación General de los Salesianos de Don Bosco estudiar sus vidas y escritos y proponer a la Iglesia que reconozca su santidad.
Hace unos días se inauguró la nueva sede de la Postulación. Esperamos que la nueva estructura sea una oportunidad para un renovado compromiso con las causas de canonización, no sólo por parte de quienes trabajan directamente en las causas, sino también para todos aquellos que puedan dar su contribución. Dejémonos guiar en esto por el Postulador General para las Causas de los Santos, P. Pierluigi Cameroni.

Es necesario expresar una profunda gratitud y alabanza a Dios por la santidad ya reconocida en la Familia Salesiana de Don Bosco y por la que está en proceso de ser reconocida. El resultado de una Causa de Beatificación y Canonización es un acontecimiento de extraordinaria importancia y valor eclesial. De hecho, se trata de discernir la fama de santidad de un bautizado, que ha vivido las bienaventuranzas evangélicas en grado heroico o que ha dado su vida por Cristo.
Desde Don Bosco hasta nuestros días, se evidencia una tradición de santidad a la que hay que prestar atención, porque es la encarnación del carisma que nació de él y se expresó en una pluralidad de estados de vida y formas. Se trata de hombres y mujeres, jóvenes y adultos, consagrados y laicos, obispos y misioneros que, en contextos históricos, culturales y sociales de diferentes tiempos y espacios, han hecho resplandecer con singular luz el carisma salesiano, representando un patrimonio que desempeña un papel eficaz en la vida y en la comunidad de los creyentes y de las personas de buena voluntad.

El compromiso de difundir el conocimiento, la imitación y la intercesión de los miembros de nuestra familia que son candidatos a la santidad

Consejos para promover una Causa.

– Animad a la oración por intercesión del Beato y Venerable Siervo de Dios, a través de imágenes (también reliquias ex-indumentis), folletos, libros… para ser difundido en familias, parroquias, casas religiosas, centros de espiritualidad, hospitales para pedir la gracia de milagros y favores por intercesión del Beato, Venerable Siervo de Dios.

– Es particularmente eficaz la difusión de la novena Beato, Venerable Siervo de Dios, invocando su intercesión en diversos casos de necesidad material y espiritual.
Se subrayan dos elementos formativos: el valor de la oración insistente y confiada y el de la oración comunitaria. Recordemos el episodio bíblico de Naam el sirio (2 Re. 5,1-14), donde vemos varios elementos: la señal del hombre de Dios por parte de una doncella, el mandato de bañarse siete veces en el Jordán, la negativa indignada y resentida, la sabiduría e insistencia de los siervos de Naam, la obediencia de Naam, la obtención no sólo de la curación física sino de la salvación. Recordemos también la descripción de la primera comunidad de Jerusalén, cuando se afirma: «Todos ellos perseveraron y unánimes en la oración, junto con algunas mujeres, María, la madre de Jesús, y sus hermanos» (Hch 1, 14).

– Es aconsejable, cada mes, el día de la fecha de la muerte del Beato (Venerable) Siervo de Dios, cuidar un momento de oración y conmemoración.

– Publicar trimestral o cada cuatro meses un Página que informa sobre el camino de la Causa, aniversarios y eventos particulares, testimonios, agradecimientos… para enfatizar que la Causa está viva y acompañada.

– Organizar una Jornada Conmemorativa una vez al año, destacando aspectos particulares o aniversarios de la figura del Beato, (Venerable) Siervo de Dios, involucrando a grupos que están particularmente «interesados» en su testimonio (por ejemplo, sacerdotes, religiosos, jóvenes, familias, médicos, misioneros…).

– Recoge y documenta las gracias y favores que se atribuyen al Beato, (Venerable) Siervo de Dios. Es útil tener un cuaderno en el que anotar e informar las gracias solicitadas y las recibidas, como testimonio de la fama de santidad y de signos. En particular, si se trata de curaciones y/o supuestos milagros, es importante recopilar urgentemente toda la documentación médica que pruebe el caso y las pruebas que atestiguan la intercesión.

– Constituir un Comité que se comprometa a promover esta Causa también en vista de la Beatificación y Canonización. Los miembros de este Comité deben ser personas particularmente sensibles a la promoción de la Causa: representantes de la diócesis y de la parroquia de origen, responsables de grupos y asociaciones, médicos (para el estudio de supuestos milagros), historiadores, teólogos y expertos en espiritualidad…

– Promover el conocimiento a través de la escritura de biografías, ediciones críticas de escritos y otras producciones multimedia.

– Presentar periódicamente la figura del Beato, (Venerable) Siervo de Dios en el Boletín Parroquial y en el periódico diocesano, en el Boletín Salesiano.

– Tener un sitio web o un enlace dedicado al Beato, (Venerable) Siervo de Dios con su vida, datos y noticias relacionadas con la Causa de Beatificación y Canonización, solicitud de oraciones, notificación de gracias…

– Revisar y ordenar los ambientes en los que ha vivido. Organiza un espacio de exposición. Desarrollar un itinerario espiritual tras sus huellas, realzando lugares (lugar de nacimiento, iglesia, ambientes de vida…) y signos.

– Organizar un archivo con toda la documentación catalogada e informatizada relativa al Beato (Venerable) Siervo de Dios.

– Crear un fondo económico para apoyar tanto los gastos de la Postulación de la Causa como la labor de promoción y animación de la propia Causa.

– Promover obras de caridad y educación en nombre del Beato, (Venerable) Siervo de Dios, a través de proyectos, hermanamientos…

¡Presta especial atención a los supuestos milagros!

– Cuidar nuestra mirada «teológica» para captar los milagros que ocurren todos los días en nuestra vida y a nuestro alrededor.
– Orar y hacer rezar por los diversos casos que se presenten y pedir que, por intercesión de un Siervo de Dios o de un Venerable o de un Beato, el Señor intervenga con su gracia y obre no sólo un milagro objetivamente sobre la salud corporal, sino también una conversión verdadera y sincera.
– Hacer comprender mejor lo que es un milagro «demostrable» y para qué sirve en una Causa de canonización, mostrando no solo el aspecto científico, médico, sino también teológico.
– Designar a una persona encargada de comunicar y reportar gracias y supuestos milagros. Seguir una Causa para certificar un milagro es un compromiso muy grande para un promotor que debe demostrar verdadero amor por el Siervo de Dios.
– Concienciar de que debemos tener más fe en la intercesión de nuestros santos.
– Comunícate cuando pedimos una gracia para unirnos en oración. No te canses de orar.
– Sigue mejor y personalmente a las personas a las que entregas el material (novenas, estampitas, etc.) y también elige cuidadosamente los lugares donde hacerlo.
– Es importante sensibilizar a los fieles a una oración continua, sostenidos por una gran fe y siempre dispuestos a aceptar la voluntad de Dios. Podemos aprender al observar la vida y el sufrimiento de nuestros santos.
– Además de las oraciones, es importante estar cerca de las familias que tienen grandes problemas y regalarles algunas reliquias.
– En el caso de un supuesto milagro, es necesario proceder rigurosamente utilizando una metodología científica en la recolección de pruebas, testimonios, opiniones médicas, etc., y posiblemente ordenando toda la información en secuencia cronológica.

Un milagro se compone de dos elementos esenciales: el científico y el teológico. La segunda, sin embargo, presupone la primera.

Necesitas prepararte

1. Un informe breve y preciso sobre las circunstancias particulares del caso; Consiste en un caso cronológico de todos los elementos del hecho prodigioso, tanto los que se refieren a los elementos científicos como los teológicos. El caso cronológico implica: generalidad de los curados; síntomas de la enfermedad, cronología de los acontecimientos médico-científicos; indicación de las horas decisivas de recuperación, aclaración del diagnóstico y pronóstico del caso, destacando todas las investigaciones realizadas. Describa la terapia seguida, explique el modo de curación, es decir, cuándo se hizo la última observación antes de la curación, la integridad de la curación, presentada con gran detalle, y la permanencia de la curación.

2. Una lista de textos que pueden contribuir a la búsqueda de la verdad del caso (curados, familiares, médicos, enfermeras, personas que han rezado…).

3. Todos los documentos relacionados con el caso. Se requieren documentos médicos, clínicos e instrumentales (por ejemplo, registros médicos, informes médicos, pruebas de laboratorio e investigaciones instrumentales) para supuestas curaciones milagrosas.

Discernimiento inicial antes de iniciar una causa

En primer lugar, es necesario, por parte del Provincial y de su Consejo o del Superior o Jefe de un grupo, investigar y documentar con la mayor diligencia sobre la fama sanctitatis et signorum del candidato y la relevancia de la Causa, a fin de verificar la verdad de los hechos y la consiguiente formación de una certeza moral razonada. Además, es esencial que la Causa en cuestión afecte a una parte significativa del Pueblo de Dios y no sea la intención de un solo grupo, o de alguna persona. Todo esto implica un discernimiento inicial más motivado y documentado, para evitar la dispersión de energías, fuerzas, tiempos y recursos.
Por lo tanto, es esencial identificar a la persona adecuada (Vicepostulador) que se toma en serio la Causa y tiene el tiempo y la oportunidad de seguirla en todas sus etapas.
También hay que recordar que iniciar y continuar una Causa requiere una inversión considerable de recursos en términos de personas y contribuciones financieras.

Conclusión

La santidad reconocida, o en proceso de ser reconocida, por un lado, es ya la realización de la radicalidad evangélica y de la fidelidad al proyecto apostólico de Don Bosco, al que miramos como un recurso espiritual y pastoral; por otro lado, es una provocación para vivir fielmente la propia vocación para estar disponibles para dar testimonio del amor hasta el extremo. Nuestros Santos, Beatos, Venerables y Siervos de Dios son la auténtica encarnación del carisma salesiano y de las Constituciones o Reglamentos de nuestros Institutos y Grupos en los más diversos tiempos y situaciones, superando esa mundanidad y superficialidad espiritual que minan nuestra credibilidad y fecundidad desde la raíz. Los santos son verdaderos místicos de la primacía de Dios en la entrega generosa de sí mismos, profetas de la fraternidad evangélica, servidores de sus hermanos y hermanas con creatividad.

El camino de la santidad es un camino que hay que hacer juntos, en compañía de los santos. La santidad se experimenta juntos y se alcanza juntos. Los santos están siempre en compañía: donde hay uno, siempre encontramos muchos otros. La santidad de la vida cotidiana hace florecer la comunión y es generadora de «relaciones». La santidad se alimenta de las relaciones, de la confianza, de la comunión. Verdaderamente, como nos hace rezar la liturgia de la Iglesia en el prefacio de los santos:
«En su vida nos ofrecéis un ejemplo, en la intercesión una ayuda, en la comunión de gracia un vínculo de amor fraterno. Consolados por su testimonio, enfrentemos la buena batalla de la fe, para compartir la misma corona de gloria más allá de la muerte».




Luis Variara fundador fundado

Fundado en una mirada que marca toda una vida
            Luis Variara nació el 15 de enero de 1875 en Viarigi (Asti). Don Bosco había llegado a este pueblo en 1856 para predicar una misión. Y fue a Don Bosco a quien el padre, el 1 de octubre de 1887, confió a su hijo para que lo condujera a Valdocco. El Santo de los jóvenes moriría cuatro meses después, pero el conocimiento que Luis hizo de él bastó para marcarle de por vida. Él mismo recuerda así el suceso: “Era en la estación invernal y una tarde estábamos jugando en el gran patio del oratorio cuando de repente se oyó un grito de un lado a otro: “¡Don Bosco, Don Bosco!”. Instintivamente todos corrimos hacia el lugar donde apareció nuestro buen Padre, a quien sacaban a pasear en su carruaje. Le seguimos hasta el lugar donde debía subir al vehículo; inmediatamente se vio a Don Bosco rodeado por la muchedumbre de queridos chicos. Yo buscaba ansiosamente la manera de ponerme en un lugar donde pudiera verle a mis anchas, pues ansiaba conocerle. Me acerqué todo lo que pude, y mientras le ayudaban a subir al carruaje, me dirigió una dulce mirada, y sus ojos se posaron intensamente en mí. No sé lo que sentí en ese momento… ¡fue algo que no puedo expresar! Aquel día fue uno de los más felices para mí; estaba segura de que había conocido a un santo, y de que ese santo había leído en mi alma algo que sólo Dios y él podían saber.
            Pidió hacerse salesiano: entró en el noviciado el 17 de agosto de 1891 y lo terminó el 2 de octubre de 1892 con los votos perpetuos en manos del beato Miguel Rua, que le susurró al oído: “¡Variara, no varíes!”. Estudió filosofía en Valsalice, donde conoció al Venerable P. Andrea Beltrami. Aquí, en 1894, pasó el P. Miguel Unia, el famoso misionero que acababa de empezar a trabajar entre los leprosos de Agua de Dios, en Colombia. “Cuál no fue mi asombro y alegría”, cuenta don Variara, “cuando, entre los 188 compañeros que tenían la misma aspiración, fijando en mí su mirada, dijo: “Este es mío’”.
            Llegó a Agua de Dios el 6 de agosto de 1894. El lazareto tenía una población de 2.000 habitantes, 800 de los cuales eran leprosos. Se entrega totalmente a su misión. Dotado de cualidades musicales, organizó una banda que enseguida creó un ambiente festivo en la “Ciudad del Dolor”. Transformó la tristeza del lazareto en alegría salesiana, con música, teatro, deporte y el estilo de vida del oratorio salesiano.
            El 24 de abril de 1898 fue ordenado sacerdote y pronto demostró ser un excelente director espiritual. Entre sus penitentes había miembros de la Asociación de las Hijas de María, un grupo de unas 200 muchachas, muchas de las cuales eran leprosas. Ante esta constatación nació en él la primera idea de jóvenes consagradas, aunque leprosas. La Congregación de las Hijas de los Sagrados Corazones de Jesús y de María comenzó el 7 de mayo de 1905. Fue “fundado” en plena sumisión a la obediencia religiosa y, caso único en la historia de la Iglesia, fundó la primera comunidad religiosa formada por personas afectadas de lepra o hijos de leprosos. Escribió: “Nunca me he sentido tan feliz de ser salesiano como este año, y bendigo al Señor por haberme enviado a este lazareto, donde he aprendido a no dejarme robar el cielo”.
            Habían pasado diez años desde que llegó a Agua de Dios: una década feliz y llena de logros, entre ellos la terminación del jardín de infante “Don Miguel Unia”. Pero ahora comenzaba para el generoso misionero un período de sufrimientos e incomprensiones. Este período duraría 18 años, hasta su muerte en Cúcuta, Colombia, el 1 de febrero de 1923, a los 48 años de edad y 24 de sacerdocio.
            El P. Variara supo conjugar en sí mismo tanto la fidelidad al trabajo que el Señor le pedía, como la sumisión a las órdenes que su legítimo superior le imponía y que parecían apartarle de los caminos queridos por Dios. Fue beatificado por el Papa Juan Pablo II el 14 de abril de 2002.

Fundado en la amistad espiritual
            En Turín-Valsalice, el P. Variara conoció al Venerable Andrea Beltrami, sacerdote salesiano enfermo de tisis, que se había ofrecido como víctima a Dios por la conversión de todos los pecadores del mundo. Entre el P. Variara y el P. Beltrami nació una amistad espiritual, en la que se inspiró el P. Variara para fundar en Colombia la Congregación de las Hijas de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, a las que propuso la “consagración de víctimas”.
            El Venerable Andrea Beltrami es el precursor de la dimensión víctima-oblativa del carisma salesiano: “La misión que Dios me confía es orar y sufrir”, decía. “Ni curar ni morir, sino vivir para sufrir”, era su lema. Muy exacto en la observancia de la Regla, tenía una apertura filial hacia sus superiores y un ardiente amor a Don Bosco y a la Congregación. Su cama se convirtió en altar y cátedra, donde se inmolaba junto a Jesús y desde donde enseñaba a amar, a ofrecer y a sufrir. Su pequeña habitación se convirtió en todo su mundo, desde el que escribía y en el que celebraba su cruenta Misa: “Me ofrezco como víctima con Él, por la santificación de los sacerdotes, por los hombres del mundo entero”, repetía; pero su salesianidad le impulsaba también a relacionarse con el mundo exterior. Se ofrecía como víctima de amor por la conversión de los pecadores y por el consuelo de los que sufren. El P. Beltrami captó plenamente la dimensión sacrificial del carisma salesiano, querida por el fundador Don Bosco.
            Las hijas del P. Variara así escribieron del P. Beltrami: “Somos pobres jóvenes golpeadas por la terrible enfermedad de la lepra, violentamente arrancadas y separadas de nuestros padres, privadas en un solo instante de nuestras más vivas esperanzas y de nuestros más ardientes deseos… Sentimos la mano acariciadora de Dios en los santos alientos y en las piadosas industrias del P. Luigi Variara ante nuestros agudos dolores del cuerpo y del alma. Persuadidos de que es voluntad del Sagrado Corazón de Jesús y encontrándolo fácil de cumplir, comenzamos a ofrecernos como víctimas de expiación, siguiendo el ejemplo del P. Andrea Beltrami, salesiano».

Fundado en los Corazones de Jesús y de María
            Fundador … fundado, del Instituto de las Hijas de los Sagrados Corazones de Jesús y de María. En su vida encontró grandes dificultades, como en 1901, cuando se construía la casa “Don Miguel Unia”, pero se encomendó a la Virgen, escribiendo: “Ahora más que nunca confío en el éxito de esta obra, María Auxiliadora me ayudará”, “sólo tengo dinero para pagar una semana, así que … María Auxiliadora pensará, porque la obra está en sus manos”. En los momentos dolorosos, el padre Variara renovó su devoción a la Virgen, encontrando así la serenidad y la confianza en Dios para proseguir su misión.
            En los grandes obstáculos que encontró para fundar la Congregación de las Hijas de los Sagrados Corazones, el Padre Variara actuó de la misma manera que en otras ocasiones. En el momento en que tuvo que abandonar Agua de Dios. De la misma manera actuó cuando le dijeron que había contraído la lepra. “Algunos días”, confieso, “me asalta la desesperación, con pensamientos que me apresuro a desterrar invocando a la Virgen”. Y a sus hijas espirituales, lejanas y alejadas de su guía paterna, escribió: “… Jesús será vuestra fuerza, y María Auxiliadora extenderá su manto sobre vosotras”. “No me hago ilusiones”, escribió en otra ocasión, “lo dejo todo en manos de la Virgen”. “Que Jesús y María, mil veces bendecidos, vivan siempre en nuestros corazones”.




Beato Tito Zeman, mártir de las vocaciones

Un hombre destinado a la eliminación
            Tito Zeman nace en Vajnory, cerca de Bratislava (en Eslovaquia), el 4 de enero de 1915, el primero de los diez hijos de una familia sencilla. A los 10 años, curado repentinamente por intercesión de la Virgen, prometió “ser su hijo para siempre” y hacerse sacerdote salesiano. Comenzó a realizar este sueño en 1927, después de superar la oposición de su familia durante dos años. Había pedido a la familia que vendiera un campo para poder pagar sus estudios, y había añadido: “Si yo hubiera muerto, bien habríais encontrado el dinero para mi entierro. Por favor, usad ese dinero para pagar mis estudios”.
            La misma determinación vuelve constantemente en Zeman: cuando el régimen comunista se estableció en Checoslovaquia y persiguió a la Iglesia, el Padre Tito defendió el símbolo del crucifijo (1946), pagando con su despido de la escuela donde enseñaba. Habiendo escapado providencialmente a la dramática “Noche de los Bárbaros” y a la deportación de los religiosos (13-14 de abril de 1950), decide cruzar la cortina de hierro con los jóvenes salesianos hasta Turín, donde es acogido por el Rector Mayor, Don Pietro Ricaldone. Tras dos travesías con éxito (verano y otoño de 1950), la expedición fracasó en abril de 1951. El P. Zeman se enfrentó a una primera semana de torturas y a otros diez meses de detención preventiva, con nuevas y duras torturas, hasta el juicio del 20 al 22 de febrero de 1952. Después pasaría 12 años detenido (1952-1964) y casi cinco en libertad condicional, siempre espiado y perseguido (1964-1969).
            En febrero de 1952, el Fiscal General pidió para él la pena de muerte por espionaje, alta traición y cruce ilegal de fronteras, que le fue conmutada por 25 años de reclusión sin libertad condicional. Sin embargo, Don Zeman es calificado de “hombre destinado a la eliminación” y experimenta la vida en campos de trabajos forzados. Le obligan a moler uranio radiactivo a mano y sin protección; pasa largos periodos en régimen de aislamiento, con una ración de comida seis veces inferior a la de los demás. Enferma gravemente del corazón, los pulmones y los nervios. El 10 de marzo de 1964, tras haber cumplido la mitad de su condena, sale de la cárcel en libertad condicional por siete años. Está físicamente irreconocible y vive un periodo de intenso sufrimiento, también espiritual, debido a la prohibición de ejercer públicamente su ministerio sacerdotal. Muere, tras recibir la amnistía, el 8 de enero de 1969.

Salvador de vocaciones hasta el martirio
            El P. Tito vivió con gran espíritu de fe su vocación y la misión especial a la que se sentía llamado para trabajar por la salvación de las vocaciones, abrazando la hora de la “prueba” y del “sacrificio” y dando testimonio de su capacidad, debida también a la gracia recibida de Dios, para afrontar con conciencia cristiana, consagrada y sacerdotal, la ofrenda de su vida, la pasión de la cárcel y de la tortura y, finalmente, la muerte. Así lo atestigua el rosario de 58 cuentas, una por cada período de tortura, que confeccionó con pan e hilo, y sobre todo la referencia al Ecce homo, como Aquel que le hizo compañía en sus sufrimientos, y sin el cual no habría podido afrontarlos. Guardó y defendió la fe de los jóvenes en tiempos de persecución, para oponerse a la reeducación comunista y a la reconversión ideológica. Su camino de fe es un continuo “resplandor” de virtudes, fruto de una intensa vida interior, que se traduce en una misión valiente, en un país donde el comunismo pretendía borrar todo rastro de vida cristiana. Toda la vida del P. Tito se resume en animar a los demás a esa “fidelidad en la vocación” con la que él siguió decididamente la suya. El suyo fue un amor total a la Iglesia y a su propia vocación religiosa y misión apostólica. De este amor unitario y unificador brotan sus audaces empresas.

Testimonio de esperanza
            El heroico testimonio del Beato Tito Zeman es una de las más bellas páginas de fe que las comunidades cristianas de Europa del Este y la Congregación Salesiana escribieron durante los duros años de persecución religiosa por parte de los regímenes comunistas en el siglo pasado. En él brilló especialmente su compromiso con las jóvenes vocaciones consagradas y sacerdotales, decisivas para el futuro de la fe en aquellos territorios.
            Con su vida, el P. Tito se muestra como un hombre de unidad, que rompe barreras, media en los conflictos, busca siempre el bien integral de la persona; además, siempre considera posible una alternativa, una solución mejor, una no rendición ante las circunstancias desfavorables. En los mismos años en que algunos apostataron o traicionaron, y otros se desanimaron, él fortaleció la esperanza de los jóvenes llamados al sacerdocio. Su obediencia es creativa, no formalista. Actúa no sólo por el bien del prójimo, sino de la mejor manera posible. Así, no se limita a organizar las escapadas de los clérigos al extranjero, sino que los acompaña pagando en persona, permitiéndoles llegar a Turín, con la convicción de que “en la casa de Don Bosco” vivirían una experiencia destinada a marcar toda su vida. En la raíz está la conciencia de que salvar una vocación es salvar muchas vidas: en primer lugar, la de quien es llamado, después aquellas a las que llega la vocación obedecida, en este caso a través de la vida religiosa y sacerdotal.

            Es significativo que el martirio del P. Tito Zeman haya sido reconocido en el contexto del bicentenario del nacimiento de San Juan Bosco. Su testimonio es la encarnación de la llamada vocacional y de la predilección pastoral de Jesús por los niños y los jóvenes, especialmente por sus hermanos salesianos jóvenes, predilección que se manifestó, como en Don Bosco, en una verdadera “pasión”, buscando su bien, poniendo en ello todas sus energías, todas sus fuerzas, toda su vida con espíritu de sacrificio y de ofrenda: “Aunque perdiera mi vida, no la consideraría desperdiciada, sabiendo que al menos uno de aquellos a los que había ayudado se ha convertido en sacerdote en mi lugar”.




Zatti buen samaritano, para los enfermos, médicos y enfermeras (vídeo)

«Zatti-hospital»
Zatti y el hospital formaban una pareja inseparable. El padre Entraigas recuerda que cuando había una llamada telefónica, el coadjutor casi soltaba: “Zatti-Hospital”. Sin darse cuenta, expresaba la realidad inseparable entre su persona y el hospital. Se hizo responsable del hospital en 1913, tras la muerte del padre Garrone y la salida de Giacinto Massini de la Congregación, asumió poco a poco todas las tareas, pero era ante todo e inequívocamente el “enfermero” de San José. No avanzó en su preparación, sino que trató de perfeccionar lo que había aprendido empíricamente a través del estudio personal. Siguió estudiando durante toda su vida y, sobre todo, adquirió una gran experiencia a lo largo de sus 48 años de práctica en San José. El Dr. Sussini, que fue uno de los que más tiempo ejerció, tras afirmar que Zatti trataba a los enfermos «con santa vocación» añade: “Que yo sepa, el Sr. Zatti, desde que le conocí, siendo un hombre maduro, ya formado, no había descuidado su cultura general, ni sus conocimientos de enfermería y preparación farmacéutica”.
El padre De Roia habla así de la formación profesional de Zatti: «En cuanto a la formación cultural y profesional, recuerdo haber visto libros y publicaciones sobre medicina y haberle preguntado una vez cuándo los leía, y me contestó que lo hacía por la noche o durante la siesta de los pacientes, una vez que había terminado sus obligaciones en el hospital. También me dijo que el Dr. Sussini a veces le prestaba algunos libros y vi que a menudo consultaba el “Vademécum y recetarios”».
El Dr. Pietro Echay afirma que para Zatti «el Hospital era un Santuario». El padre Feliciano López describe así la posición de Zatti en el hospital, tras una larga asociación con él: “Zatti era un hombre de gobierno, sabía expresar claramente lo que quería, pero acompañaba sus acciones con dulzura, respeto y alegría. Nunca perdía los estribos, de hecho le quitaba importancia con buen humor, pero su ejemplo de laboriosidad era abrumador, y más que un director, sin título, se había convertido en una especie de trabajador universal; aparte de eso, avanzaba rápidamente en competencia profesional, hasta ganarse también el respeto de los médicos y aún más el de los subordinados: por eso nunca he oído decir que en aquel pequeño mundo de 60 o 70 pacientes ingresados, en los primeros tiempos varias monjas, mujeres que prestaban sus servicios y algunas enfermeras, no siempre reinaba la paz, y aunque, como es lógico, a veces había peleas, éstas no degeneraban gracias a la prudencia de Zatti, que sabía poner remedio a las desviaciones”.
El Hospital San José era un santuario especial del sufrimiento humano donde Artémides, en cada hermano y hermana necesitados, abrazaba y curaba la carne sufriente de Cristo, dando sentido y esperanza al sufrimiento humano. Zatti – y con él muchos hombres y mujeres de buena voluntad – encarnó la parábola del Buen Samaritano: se hizo prójimo, tendió la mano, levantó, curó. Para él, cada enfermo era como un hijo al que había que amar. Hombres y mujeres, grandes y pequeños, ricos y pobres, inteligentes e ignorantes, todos eran tratados con respeto y cariño, sin molestar ni rechazar a los insolentes y desagradables. Solía decir: “A veces te toca alguien con cara agradable, otras veces alguien desagradable, pero ante Dios todos somos iguales”.
Si había pobreza de medios, y si pobres eran muchos de los hospitalizados, sin embargo, Zatti en el hospital, dados los tiempos, los lugares y las situaciones de todos los hospitales, incluso los nacionales de la época, seguían las reglas correctas de sanidad e higiene. En aquella época se procedía con criterios más amplios, pero no hay prueba alguna de que el coadjutor salesiano, como enfermero, careciera de justicia y caridad hacia los enfermos. Estaba bien formado para su tarea y tenía mucha experiencia, sabía lo que tenía que hacer y los límites de su competencia, y no se recuerda ningún error, ninguna negligencia ni ninguna acusación contra él. El Dr. Sussini declaró: “En sus intervenciones con los enfermos siempre respetó las normas legales, sin excederse en sus competencias […]. Me gustaría señalar que en todas sus intervenciones consultaba a algunos médicos entre los que siempre estaban a su lado para apoyarle. Que yo sepa, no llevó a cabo ninguna intervención difícil […]. Es cierto que utilizaba las prescripciones higiénicas establecidas, aunque a veces, dada su gran fe, las consideraba excesivas. El escenario socioeconómico en el que el Sr. Zatti desarrollaba principalmente su trabajo era de bajo nivel económico y educativo. En su trabajo dentro del hospital, ponía en práctica los conocimientos de higiene y técnica que ya conocía y otros que aprendía preguntando a los profesionales. Fuera del hospital, su acción era más difícil, ya que cambiar el entorno existente era muy difícil y superaba sus esfuerzos”.
Luigi Palma amplía su consideración: “Era de dominio público en Viedma la discreción y prudencia del comportamiento del Sr. Zatti; por otra parte, cualquier abuso en esta materia se haría rápidamente de dominio público en un pequeño conglomerado como Viedma y nunca se supo nada de ello. El Sr. Zatti nunca se excedió en sus competencias. No creo que realizara operaciones difíciles. Si hubiera habido algún abuso, los médicos lo habrían denunciado, pero sólo elogiaron el trabajo del Sr. Zatti […]. El Sr. Zatti utilizó las precauciones higiénicas adecuadas. Lo sé porque me trató en varias ocasiones: inyecciones o pequeñas curas con toda la diligencia debida”.
A un hombre que dedicó toda su vida con enorme sacrificio a los enfermos, que fue buscado por ellos como una bendición, que se ganó la estima de todos los médicos que colaboraron con él y contra el que nunca pudo alzarse una voz de acusación, sería injusto echarle en cara algunas libertades que su experiencia y prudencia pudieron permitirle en alguna circunstancia particular: el ejercicio sublime de la caridad, incluso en este caso, valía más que la observancia de una prescripción formal.

Con el corazón de Don Bosco
En Zatti se hizo realidad lo que Don Bosco había recomendado a los primeros misioneros salesianos que partieron hacia Argentina: “Ocupaosespecialmente de los enfermos, los niños, los ancianos y los pobres, y os ganaréis la bendición de Dios y la buena voluntad de los hombres” Como un buen samaritano, Zatti acogió en la posada de su corazón y en el Hospital San José de Viedma a los pobres, a los enfermos, a los rechazados por la sociedad. En cada uno de ellos visitó a Cristo, curó a Cristo, alimentó a Cristo, vistió a Cristo, alojó a Cristo, honró a Cristo. Como atestiguó un médico del hospital: “El único milagro que he visto en mi vida es el del Sr. Zatti, por lo extraordinario de su carácter, su capacidad para servir al prójimo y su extraordinaria paciencia con los enfermos”.
Zatti era capaz de reconocer en cada hermano, en cada hermana, en cada persona especialmente pobre y necesitada que encontraba un don: era capaz de ver en cada uno de ellos el rostro resplandeciente de Jesús. Cuántas veces exclamaba al acoger a un pobre o a un enfermo: “¡Viene Jesús! – Cristo viene!”. Este mantener la mirada fija en Jesús, sobre todo en la hora de la prueba y en la noche del espíritu, será la fuerza que le permitirá no caer prisionero de sus propios pensamientos y miedos.
En el ejercicio de esta caridad, Zatti hizo resplandecer el abrazo de Dios a todo ser humano, especialmente a los últimos y a los que sufren, implicando el corazón, el alma y todo su ser, porque vivía con los pobres y para los pobres. No era un mero servicio, sino una manifestación tangible del amor de Dios, reconociendo y sirviendo en los pobres y los enfermos el rostro de Cristo sufriente con la dulzura y la ternura de una madre. Viviendo con los pobres practicó la caridad con espíritu de pobreza. No era un funcionario ni un burócrata, un proveedor de servicios, sino un auténtico operario de la caridad: y al ver, reconocer y servir a Cristo en los pobres y excluidos, también educaba a los demás. Cuando pedía algo, lo pedía para Jesús: “Dame ropa para un Jesús anciano”; “¡Dame ropa para un Jesús de 12 años!”
Imposible no recordar sus aventuras en bicicleta, sus incansables paseos, con su clásico guardapolvo blanco con los extremos anudados y atado a la cintura, saludado con tierno afecto por todos los que encontraba a su paso. En el lento avance de su bicicleta, tenía tiempo para todo: el saludo afectuoso, la palabra cordial, el consejo medido, alguna indicación terapéutica, la ayuda espontánea y desinteresada: sus grandes bolsillos estaban siempre llenos de medicamentos, que distribuía a manos llenas entre los necesitados. Acudía personalmente a quienes le llamaban, prodigando no sólo sus conocimientos médicos, que los poseía, sino también la confianza, el optimismo y la fe que irradiaban su constante, amplia y dulce sonrisa y la bondad de su mirada; el enfermo grave que recibía la visita del Sr. Zatti sentía el imponderable alivio que le proporcionaba la persona que estaba a su lado; el enfermo que moría en presencia de Zatti lo hacía sin angustia ni contorsión. La caridad dispensada tan generosamente en las embarradas calles de Viedma bien merecía que Artémides Zatti fuera recordado en la ciudad con una calle, un hospital y un monumento en su nombre.
Ejercía un apostolado a pequeña escala que daba la medida de su caridad, pero que le suponía mucho tiempo, trabajo, dificultades y molestias. Como su bondad y su buena voluntad al servicio de los demás eran conocidas por todos, todo el mundo acudía a él para las cosas más diversas. Los directores salesianos de las casas de la provincia le escribían para pedirle consejo médico, le enviaban hermanos para pedirle ayuda y confiaban a su hospital a personas de servicio que habían quedado incapacitadas. Las Hijas de María Auxiliadora no fueron menos que los salesianos a la hora de pedir favores. Los emigrantes italianos pedían ayuda, escribían a Italia, solicitaban prácticas. Los que habían sido bien atendidos en el hospital, como si se tratara de una expresión de gratitud, le enviaban familiares y amigos en busca de ayuda por la estima en que tenían sus cuidados. Las autoridades civiles tenían a menudo personas incapacitadas a las que atender y recurrían a Zatti. Los presos y otras personas, al verle en buenos términos con las autoridades, le recomendaban que pidiera clemencia para ellos o que les solucionara sus problemas.
Un hecho que expresa bien la fuerza de autoridad de Zatti para impactar en la vida de la gente con su testimonio evangélico y su palabra persuasiva es la conversión de Lautaro Montalva. Él, llamado el Chileno por su país de origen, era un revolucionario, explotado por los agitadores políticos habituales. Hizo circular revistas antirreligiosas. Abandonado al fin por todos, cayó en la pobreza y se vio reducido a la muerte, con una familia numerosa. Sólo Zatti tuvo el valor de entrar en su cuchitril de madera, resistir su primera reacción de rebeldía y ganárselo con su caridad. El revolucionario se confesó y pidió ser bautizado: sus hijos también fueron bautizados. Zatti le ingresó en el hospital. Poco antes de morir, había pedido al párroco: “¡Deme los sacramentos que debe recibir un cristiano!” La conversión de Montalva fue un logro de la caridad y el valor cristiano de Zatti.
Zatti hace de la misión al servicio de los enfermos su propio espacio educativo donde encarna a diario el Sistema Preventivo de Don Bosco – razón, religión, bondad amorosa – en la cercanía y asistencia a los necesitados, en ayudarles a comprender y aceptar las situaciones dolorosas de la vida, en dar testimonio vivo de la presencia del Señor.

Zatti enfermero
El perfil profesional de Artémides Zatti, que comenzó con una promesa, estaba arraigado en la confianza en la Providencia y se desarrolló una vez recuperado de su enfermedad. La frase “Creí, Prometí, Curé”, lema de su canonización, muestra la total dedicación que Zatti tuvo por sus hermanos enfermos, pobres y necesitados.
Este compromiso lo mantuvo a diario hasta su muerte en el hospital de San José, fundado por los primeros salesianos que llegaron a la Patagonia, y lo reiteraba en cada visita domiciliaria, urgente o no, que hacía a los enfermos que lo necesitaban.
En su bicicleta, en su despacho de administrador, en el quirófano, en el patio durante el recreo con sus “parientes” pobres, en las salas del hospital que visitaba todos los días, siempre era un enfermero; un santo enfermero dedicado a curar y aliviar, aportando la mejor medicina: la presencia alegre y optimista de la empatía.

Una persona y un equipo que hacen el bien
Fue la fe lo que impulsó a Artémides Zatti a una actividad incansable pero razonable. Su consagración religiosa le había introducido directa y completamente en el cuidado de los pobres, los enfermos y los necesitados de la salud y el consuelo misericordiosos de Dios.
El Sr. Zatti trabajó en el mundo de la sanidad junto a médicos, enfermeras, personal sanitario, Hijas de María Auxiliadora y las numerosas personas que colaboraron con él en el sostenimiento del hospital San José, el primero de la Patagonia argentina, en Viedma en la primera mitad del siglo XX.
La tuberculosis que contrajo a los 20 años no fue un obstáculo para perseverar en su elección profesional. Encontró en la figura del coadjutor salesiano el estilo de compromiso para trabajar directamente con los pobres. Su consagración religiosa, vivida en su profesión de enfermero, fue la combinación de su vida dedicada a Dios y a sus hermanos. Naturalmente, esto se manifestó en una personalidad peculiar, única e irrepetible. Artémides Zatti fue una buena persona, que trabajó directamente con los pobres, haciendo el bien.
El contacto directo con los pobres tenía como objetivo la salud, es decir, aliviar el dolor, soportar el sufrimiento, acompañar los últimos momentos de sus vidas, ofrecer una sonrisa ante lo irreversible, tender una mano con esperanza. Por esta razón, Zatti se convirtió en una “presencia-medicina”: curaba directamente con su agradable presencia.
Su principal biógrafo, el salesiano Raúl Entraigas, hizo un descubrimiento original. Identificó la síntesis de la vida de Artémides Zatti en la frase de un paisano: parece ser “el pariente de todos los pobres”. Zatti veía al propio Jesús en los huérfanos, los enfermos y los nativos. Y los trataba con tal cercanía, aprecio y amor, que parecía que todos eran sus parientes.

Formación para ayudar
Viendo las necesidades del pueblo, Zatti perfeccionó su profesión. Poco a poco se convirtió en jefe del hospital, estudió y validó sus conocimientos ante el Estado cuando éste se lo pidió. Médicos que trabajaron con Artémides, como el Dr. Molinari y el Dr. Sussini, atestiguan que Zatti poseía grandes conocimientos médicos, fruto no sólo de su experiencia sino también de sus estudios.
Don De Roia añade: “En cuanto a su formación cultural y profesional, recuerdo haber visto libros y publicaciones sobre medicina y, al preguntarle una vez cuándo los leía, me dijo que lo hacía por las noches o durante el descanso vespertino de los pacientes, una vez que había terminado todas sus obligaciones en el hospital”.
Al respecto, existe un documento, “Credencial Profesional”, expedido por la Secretaría de Salud Pública de la Nación Argentina con el número de matrícula profesional 07253. Se trata de sus estudios en la Universidad Nacional de La Plata en 1948, a la edad de 67 años. A ello se sumó una certificación previa en 1917 como “Idoneo” en Farmacia.
Su estilo de vida le llevó a un compromiso en el que se encontraba directamente con los pobres, los enfermos, los necesitados. Por eso la profesión de enfermero tenía un valor añadido: su presencia era un testimonio de la bondad de Dios. Esta sencilla forma de ver la realidad puede ayudar a comprender mejor la vida de Zatti, prestando especial atención al término “directamente”.
En esta perspectiva encontramos lo más genuino de Zatti, que hace hincapié en lo que se denomina “vida religiosa” o “consagración”. Por eso Artémides es un santo salesiano. Es un enfermero santo. Éste es el legado que deja a todos. Y éste es el reto que lanza a todos y que invita a recoger.

1908
Recuperada su salud, Zatti ingresó a la Congregación Salesiana como coadjutor. Comenzó a trabajar en la farmacia del hospital San José, el único de Viedma.
1911
Tras la muerte de Don Evasio Garrone, director del hospital, Zatti quedó a cargo de la farmacia y del hospital, el primero de la Patagonia. Trabajó allí durante cuarenta años.
1917
Es licenciado en Idóneo en Farmacia por la Universidad de La Plata.
1941
El edificio del hospital es demolido. Pacientes y profesionales se trasladan con Zatti a la escuela agrícola “San Isidro”.
1948
Zatti obtuvo su matrícula como enfermero en la Universidad de La Plata.

Zatti con los médicos: ¡era padre!
Entre los principales colaboradores de Zatti en el Hospital San José estaban losmédicos. Las relaciones eran delicadas, porque uno de los médicos era el director del hospital desde el punto de vista legal y tenía la responsabilidad profesional de los pacientes. Zatti tenía la responsabilidad organizativa y de enfermería y podían surgir desacuerdos. Después de los primeros años, llegaron varios médicos a Viedma, la capital de Río Negro, y Patagones y Zatti debía servirse de sus especialidades en el hospital sin despertar rivalidades. Actuó de tal manera que se ganó la estima de todos por su bondad y competencia. En la documentación, encontramos los nombres de los directores Dr. Riccardo Spurr y Dr. Francesco Pietrafraccia; luego Antonio Gumersindo Sussini, Ferdinando Molinari, Pietro Echay, Pasquale Attilio Guidi y Giovanni Cadorna Guidi, que darán testimonio de la santidad de Zatti; y finalmente Harosteguy, Quaranta y Cessi. Hubo sin duda otros, más de pasada, porque, tras un periodo de aprendizaje, los médicos aspiraban a lugares más céntricos y desarrollados. Se reconoce unánimemente que Zatti, como enfermero, era sumiso a las instrucciones y normas de los médicos: gozaba de gran prestigio entre todos por su bondad y no suscitaba quejas por los cuidados que dispensaba a los enfermos de su casa. El Dr. Sussini, que le siguió hasta su muerte, declaró: “Todos los médicos, sin excepción, le mostraban afecto y respeto por sus virtudes personales, su bondad, su misericordia y su fe pura, sincera y desinteresada”[i] .
El Dr. Pasquale Attilio Guidi precisó: “Siempre era correcto, seguía las instrucciones de los médicos. Recuerdo que el Dr. Harosteguy, que era bastante ‘protestón’, nervioso, cuando yo estaba presente durante una operación, a veces culpaba al Sr. Zatti de sus problemas; pero al final de la operación le daba una palmadita y le pedía disculpas. De ese modo entendimos que no había tanto agravio contra Zatti. Zatti era una persona respetada por todos”[ii] . La hija del Dr. Harosteguy y el Dr. Echay confirman el fuerte carácter de Harosteguy y sus arrebatos injustificados contra Zatti, que se lo ganó con su indulgencia. De hecho, fue el propio Dr. Harosteguy quien, cuando cayó enfermo, sólo permitió que Zatti le viera, gustándole y apreciando su presencia y cercanía.
El Dr. Molinari declaró: “El Sr. Zatti respetaba al cuerpo médico y seguía estrictamente sus instrucciones. Pero dado el gran número de pacientes que requerían exclusivamente su intervención, tuvo que actuar muchas veces de forma espontánea, pero siempre basándose en sus grandes conocimientos, su experiencia y según sus propios conocimientos médicos. Nunca se atrevió con una operación difícil. Siempre llamaba al médico. Los médicos sentíamos afecto, respeto y admiración por el Sr. Zatti. Este sentimiento era general […] Yo diría que los pacientes ‘adoraban’ al Sr. Zatti y confiaban ciegamente en él”[iii] .
El Dr. Echay hace esta singular observación: “Con todo el personal del hospital, Zatti era un padre; incluso con nosotros, los médicos más jóvenes, era un buen consejero”[iv] . En cuanto a las visitas que Zatti realizaba a la ciudad, el Dr. Guidi afirma: “Los médicos nunca vieron negativamente esta labor de Zatti, sino como una colaboración. […]. Los pacientes a los que atendía le levantaban un monumento”[v] .
Incluso los extraños siempre vieron estrechas relaciones de colaboración y estima entre Zatti y los médicos, como atestigua el padre López: “El comportamiento del Sr. Zatti hacia los médicos era considerado por éstos como cordial. Todos los médicos con los que hablé eran, sin excepción, sus admiradores”[vi] . Y el propio padre López: “Siempre ha existido fama de la amabilidad de Zatti hacia los médicos, su tolerancia y humanidad frente a la rudeza típica de muchos médicos; en particular, el doctor Harosteguy era un hombre violento y la virtud de Zatti hacia él se deduce porque se convirtió en admirador de Zatti, con matices de veneración”[vii]. Oscar García utiliza una expresión eficaz: “Los médicos colaboraron con el hospital en buena parte porque el Sr. Zatti estaba allí con una caridad que conmovía los corazones”[viii] . Su vida sacudió la indiferencia religiosa de algunos de ellos: “Cuando veo a Zatti mi incredulidad vacila”[ix] . En no pocos casos hubo conversiones y comienzos de vida cristiana.

Zatti y las enfermeras: ¡para nosotros lo fue todo!
El grupo más numeroso al servicio del hospital era el personal femenino. El San José tenía a veces hasta 70 camas. Es natural que se necesitaran enfermeras con formación profesional, ayudantes de cocina, lavanderas y planchadoras, limpiadoras y demás personal. Para las ocupaciones más humildes y corrientes no fue difícil encontrar personal, porque la población tenía muchas personas pobres y un puesto de trabajo en el hospital parecía especialmente deseable y seguro. Más difícil tenía que ser encontrar enfermeras para las que, quizás en todo el país y desde luego en la Patagonia, no había escuelas de formación. Zatti tuvo que ocuparse de sí mismo: elegir, formar, organizar, asistir a las enfermeras, procurarse los medios de trabajo, pensar en una recompensa, hasta tal punto que fue el iniciador en la formación del personal femenino del hospital.
La Providencia trajo al hospital a varias jóvenes buenas pero pobres que, tras ser atendidas y curadas, buscaban un lugar en la vida. Zatti se dio cuenta de su bondad y buena disposición; les mostró con su ejemplo y su palabra lo hermoso que era servir al Señor en sus hermanos enfermos; y entonces les hizo la discreta propuesta de quedarse con él y compartir la misión en el hospital. Las mejores sintieron la grandeza y la alegría de este ideal y se quedaron en San José. Zatti se encargó de prepararlas profesionalmente y -como buen religioso- se ocupó de su formación espiritual. Llegaron así a formar en grupo una especie de congregación sin votos, de almas elegidas que optaron por servir a los pobres. Zatti les daba todo lo que necesitaban para vivir, aunque de ordinario no les pagaba, y pensaba en un buen alojamiento  si querían dejar el servicio hospitalario. No hay que pensar que la situación de entonces requería todas las garantías que exigen hoy los centros hospitalarios. Para aquellas chicas, la solución ofrecida por Zatti desde el punto de vista material era envidiable no menos que desde el punto de vista espiritual. De hecho, eran felices y cuando se cerró el hospital San José, o antes, no fue difícil para ninguna de ellas encontrar un buen alojamiento. Siempre expresaban su gratitud.
El padre Entraigas recuerda 13 nombres del personal femenino que trabajó en el hospital en diferentes épocas. Entre los documentos se encuentran los informes de las enfermeras: Noelia Morero, Teodolinda Acosta, Felisa Botte, Andrea Rafaela Morales, Maria Danielis. Noelia Morero cuenta su historia, que fue idéntica a la de varias otras enfermeras. Llegó enferma al San José: “Aquí estuve enferma y luego empecé a trabajar hasta fines de 1944, cuando me trasladé al Hospital Regional Nacional de Viedma, que se inauguró en 1945 […]. Zatti era muy querido y respetado por todo el personal y los pacientes; era el ‘paño de lágrimas’ de todos. No recuerdo quejas de ningún tipo contra él. Cuando Zatti entraba en las habitaciones, parecía como si entrara ‘¡Dios en persona!’ No sabría cómo decirlo. Para nosotros lo era todo. No experimenté ninguna dificultad particular; como enferma, nunca me faltó nada: ni comida, ni medicinas, ni ropa. El Sr. Zatti se preocupaba especialmente de la formación moral del personal. Recuerdo que nos hacía aprender con lecciones prácticas, acompañándole cuando visitaba a los enfermos, y después de una o dos veces nos hizo hacerlo especialmente con los casos más graves”[x]

Película vista antes de la conferencia



Vídeo de la conferencia: Zatti el Buen Samaritano, para los enfermos, médicos y enfermeros
Conferencia pronunciada por el P. Pierluigi CAMERONI, Postulador General de la Sociedad Salesiana de San Juan Bosco en Valdocco, el 15.11.2023.




[i] Testimonio del Dr. Antonio Gumersindo Sussini. Positio – Summarium, p. 139 , § 561.

[ii] Testimonio de Attilio Guidi, farmacéutico. Conoció a Zatti de 1926 a 1951. Positio – Summarium, p. 99, § 386.

[iii] Testimonio del Dr. Ferdinando Molinari. Conoció a Zatti desde 1942 hasta 1951. Fue médico en el Hospital San José y le trató durante su última enfermedad. Pronunció el discurso oficial en la inauguración del monumento a Zatti. Positio – Summarium, p. 147, § 600.

[iv] Testimonio del Dr. Pedro Echay. Positio – Informatio, p. 108.

[v] Testimonio de Attilio Guidi. Positio – Summarium, p. 100, § 391.

[vi] Testimonio del Padre Feliciano López. Positio – Summarium, p. 171, § 694.

[vii] Ibid, p. 166, § 676.

[viii] Testimonio de Oscar García, empleado de la policía. Conoció a Zatti en 1925, pero trató con él principalmente después de 1935, tanto como dirigente de los ex combatientes como miembro del Círculo de Trabajadores. Positio – Summarium, p. 111, § 440.

[ix] Testimonio del Padre Feliciano López. Positio – Summarium, p. 181, § 737.

[x] Testimonio de Noelia Morero, enfermera. Positio – Informatio, p. 112.




El gran don de santidad de Artémides Zatti, salesiano coadjutor (vídeo)

            La crónica del colegio salesiano de Viedma recuerda que, según la costumbre, el 15 de marzo de 1951 por la mañana la campana anunció el vuelo al cielo del hermano coadjutor Artémides Zatti, e informó estas palabras proféticas: “Un hermano menos en la casa y un santo más en el cielo”.
            La canonización de Artémides Zatti, el 9 de octubre de 2022, es un don de gracia; el testimonio de santidad que el Señor nos da a través de este hermano que vivió su vida en la docilidad al Espíritu Santo, en el espíritu de familia típico del carisma salesiano, encarnando la fraternidad hacia sus hermanos y la comunidad salesiana, y la cercanía hacia los pobres y los enfermos y cualquier persona que encontró en su camino, es un acontecimiento de bendición que hay que acoger y hacer fructificar.
            San Artémides Zatti resulta ser un modelo, intercesor y compañero de vida cristiana, cercano a todos. En efecto, su aventura nos lo presenta como una persona que experimentó la fatiga cotidiana de la existencia con sus éxitos y sus fracasos. Basta recordar la separación de su país natal para emigrar a Argentina; la enfermedad de la tuberculosis que irrumpió como un huracán en su joven existencia, destrozando todo sueño y toda perspectiva de futuro; ver demolido el hospital que había construido con tantos sacrificios y que se había convertido en santuario del amor misericordioso de Dios. Pero Zatti siempre encontró en el Señor la fuerza para volver a levantarse y continuar su camino.

Testigo de esperanza
            Para los tiempos dramáticos que vivimos marcados por la pandemia, por tantas guerras, por la emergencia climática y sobre todo por la crisis y el abandono de la fe en tantas personas, Artémides Zatti nos anima a vivir la esperanza como virtud y como actitud de vida en Dios. Su historia nos recuerda cómo el camino hacia la santidad requiere muy a menudo un cambio de rumbo y de visión. Artémides, en diferentes etapas de su vida, descubrió en la Cruz la gran oportunidad de renacer y de volver a empezar:
            – cuando de niño, en el duro y fatigoso trabajo del campo, aprendió enseguida a afrontar las penurias y responsabilidades que le acompañarían siempre en su madurez;
            – cuando a los 17 años emigró con su familia a Argentina en busca de mayor fortuna;
            – cuando joven aspirante a la vida salesiana es golpeado por la tuberculosis, contagiado por un joven sacerdote al que ayudaba porque estaba muy enfermo. El joven Zatti experimenta en carne propia el drama de la enfermedad, no sólo como fragilidad y sufrimiento del cuerpo, sino también como algo que toca el corazón, que genera temores y multiplica las preguntas, haciendo surgir con preponderancia la pregunta por el sentido de todo lo que sucede y por el futuro que le espera, al ver que lo que soñaba y anhelaba, de pronto fracasa. Con fe se dirige a Dios, busca un nuevo sentido y una nueva dirección para la existencia, para la que no encuentra respuestas inmediatas ni fáciles. Gracias a la sabia y alentadora presencia del Padre Cavalli y del Padre Garrone, y leyendo las circunstancias de la vida con espíritu de discernimiento y obediencia, madura su vocación salesiana como hermano coadjutor, dedicando toda su vida al cuidado material y espiritual de los enfermos y a la asistencia de los pobres y necesitados. Decidió quedarse con Don Bosco, viviendo plenamente la vocación original del coadjutor;
            – cuando tuvo que afrontar pruebas, sacrificios y deudas para llevar a cabo su misión en favor de los pobres y los enfermos dirigiendo el hospital y la farmacia, confiando siempre en la ayuda de la Providencia;
            – cuando vio cómo el hospital, al que había dedicado tantas energías y recursos, era demolido para construir uno nuevo;
            – cuando, en 1950, se cayó de una escalera y aparecieron los síntomas de un tumor, que él mismo había diagnosticado lúcidamente, y que lo llevaría a la muerte, ocurrida entonces, el 15 de marzo de 1951: no obstante, siguió atendiendo la misión a la que se había consagrado, aceptando los sufrimientos de este último tramo de su vida.

El éxodo pascual: de Bahía Blanca a Viedma
            Con toda probabilidad, Artémides llegó a Bahía Blanca desde Bernal en la segunda quincena de febrero de 1902. La familia lo recibió con la pena y el cariño que uno puede imaginar. Sobre todo, su madre se dedicó a él con mucho amor para que recuperara las fuerzas y la salud, dada la extrema debilidad en que se encontraba, y quiso curarlo ella misma. Quien se opuso a esta solución fue el propio Artémides, quien, sintiéndose ahora íntimamente ligado a los salesianos, quiso obedecer lo decidido por los superiores de Bernal e ir a Junín de los Andes para cuidar de su salud. El pensamiento primordial e irrenunciable para él era el deseo de seguir la vocación para la que se había propuesto, ser sacerdote salesiano, y a pesar de la oscuridad sobre su futuro, por ella afrontaría todas las dificultades y sacrificios: pensaba renunciar incluso al cuidado de su madre y de su familia, temiendo que pudieran detenerlo en su propósito. Había conocido a Jesús, había escuchado su llamada y quería seguirle, aunque no fuera de la manera que él pensaba y deseaba.
            Los padres, para resolver el problema de su hijo, acudieron al consejero familiar el padre Carlo Cavalli, quien desaconsejó absoluta y providencialmente enviar a Artémides a Junín, un lugar demasiado lejano para sus débiles fuerzas. En cambio, como precisamente en esa época se había consolidado en Viedma la fama de médico del padre Evasio Garrone, el padre Cavalli, muy sabiamente, pensó que lo mejor era confiarle una buena cura. Incluso la distancia de sólo 500 km, con los medios de transporte de la época, hacía que esta solución valiera la pena. La familia aceptó, el buen párroco pagó el viaje en la Galera del Sr. Mora y Artémides, convencido por su director espiritual, partió hacia Viedma.
            La Galera, una especie de coche tirado por caballos, era el único transporte público de la época para viajar de Bahía Blanca a Viedma, cruzando el río Colorado. También se produjo el percance de que la Galera se despistó, por lo que los viajeros tuvieron que dormir a la intemperie y llegaron el martes y no el lunes como estaba previsto. El viaje debió ser muy penoso, aunque Artémides “todo lo cubre con el optimismo de un santo con hambre y sed de inmolación. Pero lo que sufrió el pobre hombre sólo Dios lo sabe”.

            He aquí el texto de la carta escrita por Artémides a su familia inmediatamente después de su llegada a Viedma.

            Queridos padres y hermanos
            Viedma, 5.3.902

Llegué a Viedma ayer por la mañana, después de un feliz viaje en la “Galera”, y hoy aprovecho la oportunidad de escribirles para contarles que me fue bien, como les dije, porque la “Galera” no estaba muy llena de gente y mercaderías. Sólo les diré que debíamos llegar el lunes a Patagones, pero como nos habíamos perdido, dormimos en el descampado y llegamos el martes por la mañana, donde, con gran alegría, encontré a mis hermanos salesianos. En cuanto a mi salud, fui examinado por el médico R.. D. Garrone me examinó y me prometió que en un mes estaría perfectamente sano. Con la ayuda de la Santísima Virgen María, nuestra buena Madre, y de D. Bosco, espero siempre lo mejor. Recen por mí y yo rezaré por ustedes y me despido atentamente

ARTÉMIDES ZATTI
            Adiós a todos

            Esta carta es una obra maestra de esperanza, una condensación de optimismo evangélico: es una parábola de la vida en la que, a pesar del espectro de la muerte que se cierne y del camino que se pierde, hay un horizonte que se abre al infinito. En esa noche, pasada en los campos de la tierra patagónica contemplando las estrellas, el joven Artémides emerge de su turbación, de su desaliento. Liberado de mirar sólo hacia abajo, puede levantar los ojos y mirar hacia el cielo para contar las estrellas; liberado de la tristeza y del miedo de no tener futuro, liberado del miedo de estar solo, del miedo a la muerte, tiene la experiencia de que la bondad de Dios es tan inmensa como un cielo estrellado y que las gracias pueden ser infinitas, como las estrellas. Así, por la mañana llega a Viedma como a la tierra prometida, donde “con gran júbilo” es acogido por los que considera ya hermanos, donde escucha palabras y promesas que hablan de curación, donde con plena confianza en “la ayuda de María nuestra Buena Madre y de Don Bosco”, llega a la ciudad donde prodigará su caridad el resto de su vida. Habiendo pasado los vados en las crecidas del Río Colorado, renace también con la esperanza de su salud y de su futuro.

El pariente de todos los pobres
            Artémides Zatti consagró su vida a Dios al servicio de los enfermos y los pobres, que se convirtieron en sus tesoros. A cargo del Hospital San José de Viedma, amplió el círculo de los que atendía llegando, en su inseparable bicicleta, a todos los enfermos de la ciudad, especialmente a los más pobres. Maneja mucho dinero, pero su vida es muy pobre: para el viaje a Italia con motivo de la canonización de Don Bosco, tuvo que pedir prestado su traje, su sombrero y su valija. Es amado y estimado por los enfermos; amado y estimado por los médicos que le otorgan la máxima confianza, y se rinden al ascendiente que brota de su santidad. ¿Cuál es el secreto de tanto ascendiente? He aquí: para él, cada enfermo era Jesús mismo. Al pie de la letra. Por su parte, no hay duda: trata a todos con la misma ternura con la que habría tratado al propio Jesús, ofreciendo su propia habitación en casos de urgencia, o incluso depositando allí un cadáver en momentos de necesidad. Continúa incansablemente su misión entre los enfermos con serenidad, hasta el final de su vida, sin tomarse nunca un descanso.
            Con su actitud recta nos devuelve la visión salesianade “saber permanecer” en nuestra tierra de misión para iluminar a los que corren el riesgo de perder la esperanza, para fortalecer la fe de los que se sienten fracasar, para ser signo del amor de Dios cuando “parece” que está ausente de la vida cotidiana.
            Todo ello le llevó a reconocer la singularidad de cada enfermo, con su dignidad y su fragilidad, sabiendo que la persona enferma es siempre más importante que la enfermedad, y por eso se preocupó de escuchar a los pacientes, su historia, sus angustias, sus miedos. Sabía que incluso cuando no es posible curar, siempre es posible curar, siempre es posible consolar, siempre es posible hacer sentir una cercanía que muestre interés por la persona antes que por su enfermedad. Se detiene, escucha, establece una relación directa y personal con el enfermo, siente empatía y emoción por él, se deja implicar en su sufrimiento hasta el punto de asumirlo como servicio.
Artémides experimentó la proximidad como expresión del amor de Jesucristo, el Buen Samaritano, que con compasión se hizo cercano a todo ser humano, herido por el pecado. Se sintió llamado a ser misericordioso como el Padre y a amar, en particular, a sus hermanos enfermos, débiles y sufrientes. Zatti estableció un pacto entre él y los necesitados de cuidados, un pacto basado en la confianza y el respeto mutuo, la sinceridad, la disponibilidad, para superar todas las barreras defensivas, poniendo en el centro la dignidad de la persona enferma. Esta relación con el enfermo tenía para Zatti su fuente inagotable de motivación y fuerza en la caridad de Cristo.
            Y vivió esta cercanía, tanto a nivel personal, como comunitaria: de hecho, generó una comunidad capaz de cuidar, que no abandona a nadie, que incluye y acoge especialmente a los más frágiles. El testimonio de Artémides de ser buen samaritano, de ser misericordioso como el Padre, era una misión y un estilo que implicaba a todos los que de alguna manera se dedicaban al hospital: médicos, enfermeros, cuidadores, religiosos, voluntarios que dedicaban un tiempo precioso a los que sufrían. En la escuela de Zatti, su servicio junto a los enfermos, realizado con amor y competencia, se convirtió en una misión. Zatti supo e inculcó la conciencia de que las manos de todos los que estaban con él tocaban la carne sufriente de Cristo y debían ser signo de las manos misericordiosas del Padre.

Salesiano coadjutor
            La simpática figura de Artémides Zatti es una invitación a proponer a los jóvenes la fascinación de la vida consagrada, la radicalidad del seguimiento de Cristo obediente, pobre y casto, el primado de Dios y del Espíritu, la vida fraterna en comunidad, el gastarse totalmente por la misión. La vocación del salesiano coadjutor forma parte de la fisonomía que Don Bosco quiso dar a la Congregación Salesiana. Florece más fácilmente allí donde se promueven vocaciones laicales apostólicas entre los jóvenes y se les ofrece un testimonio alegre y entusiasta de consagración religiosa, como el de Artémides Zatti.

Artémides Zatti ¡santo!
            Siguiendo las huellas de san Francisco de Sales, afirmador y promotor de la vocación a la santidad para todos, el testimonio de Artémides Zatti nos recuerda, como afirma el Concilio Vaticano II, que: “todos los fieles de cualquier estado y condición son llamados por el Señor, cada uno a su manera, a una santidad cuya perfección es la del mismo Padre celestial”. Tanto San Francisco de Sales como Don Bosco y Artémides hacen de la vida cotidiana una expresión del amor de Dios, recibido y correspondido. El testimonio de Artémides Zatti nos ilumina, nos atrae y también nos interpela, porque es la “Palabra de Dios” encarnada en la historia y cercana a nosotros.
            A través de la parábola de la vida de Artémides Zatti, destaca sobre todo su experiencia del amor incondicional y gratuito de Dios. Ante todo, no están las obras que realizó, sino el asombro de descubrirse amado y la fe en este amor providencial en cada estación de la vida. De esta certeza vivida brota la totalidad de la entrega al prójimo por amor de Dios. El amor que recibe del Señor es la fuerza que transforma su vida, dilata su corazón y predispone al amor. Con el mismo Espíritu, el Espíritu de santidad, el amor que nos cura y nos transforma Artémides:

            – de niño hace elecciones y realiza actos de amor en cada situación y con cada hermano y hermana que encuentra, porque se siente amado y tiene la fuerza de amar;
            – todavía adolescente en Italia, experimenta las dificultades de la pobreza y del trabajo, pero sienta las bases de una sólida vida cristiana, dando las primeras pruebas de su generosa caridad;
            -emigrando con su familia a Argentina, sabe conservar y hacer crecer su fe, resistiendo a un ambiente a menudo inmoral y anticristiano y madurando, gracias al encuentro con los Salesianos y al acompañamiento espiritual del Padre Carlo Cavalli, la aspiración a la vida salesiana, aceptando volver a los bancos de la escuela con chicos de doce años, él que ya tenía veinte;
            – se ofrece con pronta disponibilidad a asistir a un sacerdote enfermo de tuberculosis y contrajo la enfermedad, sin pronunciar una palabra de queja o recriminación, sino viviendo la enfermedad como un tiempo de prueba y purificación, soportando sus consecuencias con entereza y serenidad;
            – curado de manera extraordinaria, por intercesión de María Auxiliadora, tras hacer la promesa de dedicar su vida a los enfermos y a los pobres, vive su consagración apostólica como salesiano coadjutor con radicalidad evangélica y alegría salesiana;
            – vive el ritmo ordinario de sus días de modo extraordinario: práctica fiel y edificante de la vida religiosa en alegre fraternidad; servicio sacrificado a todas horas y con toda humildad a los enfermos y a los pobres; lucha continua contra la pobreza, en la búsqueda de recursos y bienhechores para hacer frente a las deudas, confiando exclusivamente en la Providencia; disponibilidad pronta para todas las desgracias humanas que piden su intervención; resistencia a toda dificultad y aceptación de todo caso adverso; dominio de sí mismo y serenidad alegre y optimista que se comunica a todos los que se acercan a él.

Setenta y un años de esta vida ante Dios y ante los hombres: una vida entregada con alegría y fidelidad hasta el final, encarnada en lo cotidiano, en las salas de los hospitales, en su bicicleta por las calles de Viedma, en los afanes de la vida concreta para atender demandas y necesidades de todo tipo, viviendo lo cotidiano con espíritu de servicio, con amor y sin clamores, sin reclamar nada, con la alegría de la donación, abrazando con entusiasmo su vocación de salesiano coadjutor y convirtiéndose en un reflejo luminoso del Señor.

Película vista antes de la conferencia



Vídeo de la conferencia: El gran don de santidad de Artemide Zatti
Conferencia pronunciada por el P. Pierluigi CAMERONI, Postulador General de la Sociedad Salesiana de San Juan Bosco en Turín-Valdocco, el 14.11.2023.






Beato Miguel Rua, una flor singular nacida en el jardín en la Compañía de la Inmaculada

            Domingo Savio llegó al Oratorio de Valdocco en el otoño de 1854, al final de la mortífera peste que había diezmado la ciudad de Turín. Inmediatamente entabló amistad con Miguel Rua, Juan Cagliero, Juan Bonetti y José Bongiovanni, con quienes fue a la escuela en la ciudad. Con toda probabilidad no sabía nada de la “Sociedad Salesiana” de la que Don Bosco había empezado a hablar a algunos de sus jóvenes en enero de ese año. Pero en la primavera siguiente tuvo una idea que confió a José Bongiovanni. En el Oratorio había chicos maravillosos, pero también había medio chicos que se portaban mal, y había chicos que sufrían, que se esforzaban en sus estudios, que añoraban su casa. Cada uno por su cuenta intentaba ayudarles. ¿Por qué no podrían los jóvenes más dispuestos unirse, en una “sociedad secreta”, para convertirse en un grupo compacto de pequeños apóstoles en la masa de los demás? José estuvo de acuerdo. Hablaron de ello con algunos. Les gustó la idea. Se decidió llamar al grupo la “Compañía de la Inmaculada”. Don Bosco dio su consentimiento: lo intentarán, redactarían un pequeño reglamento. Por las actas de la Compañía conservadas en los Archivos Salesianos, sabemos que los miembros que se reunían una vez a la semana eran unos diez: Miguel Rua (que fue elegido presidente), Domingo Savio, José Bongiovanni (elegido secretario), Celestino Durando, Juan B. Francesia, Giovanni Bonetti, Ángel Savio clérigo, José Rocchietti, Juan Turchi, Luis Marcellino, José Reano, Francisco Vaschetti. Falta Juan Cagliero, convaleciente de una grave enfermedad, que vive en casa de su madre. El artículo final de la Regla, que fue aprobado por todos, incluido Don Bosco, decía: “Una sincera, filial, ilimitada confianza en María, una singular ternura hacia Ella, una devoción constante nos hará superiores a todo obstáculo, tenaces en nuestros propósitos, estrictos con nosotros mismos, amorosos con el prójimo, exactos en todo”.

            Los miembros de la Compañía elegían para ‘curar’ a dos categorías de muchachos, que en el lenguaje secreto de las actas se llamaban ‘clientes’. La primera categoría estaba formada por los indisciplinados, los que se apresuraban a jurar y usaban las manos. Cada miembro acogía a uno de ellos y actuaba como su ‘ángel de la guarda’ durante el tiempo que fuera necesario (¡Miguel Magone tenía un ‘ángel de la guarda’ perseverante!). La segunda categoría eran los recién llegados. Les ayudaban los primeros días, cuando aún no conocían a nadie, no sabían jugar, sólo hablaban el dialecto de su país y añoraban su hogar. (Francisco Cerruti tenía a Domingo Savio como ‘ángel de la guarda’, y narró con simple encanto sus primeros encuentros).
            En las actas se puede ver el desarrollo de cada reunión: un momento de oración, unos minutos de lectura espiritual, una exhortación mutua a confesarse y comulgar; “luego se habla de los clientes encomendados”. Se exhorta a la paciencia y a la confianza en Dios para los que parecen totalmente sordos e insensibles; prudencia y dulzura para los que son fáciles de persuadir”.

            Comparando los nombres de los participantes en la Compañía de la Inmaculada con los nombres de los primeros ‘adscritos’ a la Pía Sociedad, se tiene la conmovedora impresión de que la ‘Compañía’ fue el ‘ensayo general’ de la Congregación que Don Bosco estaba a punto de fundar. Fue el pequeño campo donde germinaron las primeras semillas del florecimiento salesiano. La Compañía se convirtió en la levadura del Oratorio. Convirtió a muchachos corrientes en pequeños apóstoles con una fórmula muy sencilla: un encuentro semanal con una oración, la escucha de una buena página, la exhortación mutua a acudir a los Sacramentos, un programa concreto sobre cómo y a quién ayudar en el entorno donde vivían, una charla de buen contenido para compartir éxitos y fracasos de los días recién transcurridos. Don Bosco estaba muy contento. Y quiso que se trasplantara en cada obra salesiana que naciera, para que también allí fuera un centro de jóvenes comprometidos y de futuras vocaciones salesianas y sacerdotales. En las cuatro páginas de consejos que Don Bosco dio a Miguel Rua, que iba a fundar la primera casa salesiana fuera de Turín, en Mirabello (son una de las mejores síntesis de su sistema de educar, y se entregarán a todo nuevo director salesiano) leemos estas dos líneas: “Trata de iniciar la Sociedad de la Inmaculada Concepción, pero sólo serás su promotor y no su director; considérala como una obra de los jóvenes. En cada obra salesiana un grupo de jóvenes comprometidos, llamados como mejor nos parezca, ¡pero una fotocopia de la antigua ‘Compañía de la Inmaculada Concepción’! ¿No será éste el secreto que Don Bosco nos confía para hacer germinar de nuevo las vocaciones salesianas y sacerdotales? Es una certeza: la Congregación Salesiana se fundó y se expandió involucrando a los jóvenes, que se dejaron convencer por la pasión apostólica de Don Bosco y por su sueño de vida. Debemos contar a los jóvenes la historia de los comienzos de la Congregación, de la que los jóvenes fueron ‘cofundadores’. La mayoría (Rua, Cagliero, Bonetti, Durando, Marcellino, Bongiovanni, Francesia, Lazzero, Savio) fueron compañeros de Domingo Savio y miembros de la Compañía de la Inmaculada; y doce fueron fieles a Don Bosco hasta su muerte. Es de esperar que este hecho ‘fundacional’ nos ayude a implicar cada vez más a los jóvenes de hoy en el compromiso apostólico por la salvación de otros jóvenes.