Don Bosco, la Salette, Lourdes

En este mes que nos recuerda las apariciones de Lourdes, aprovechamos para señalar el error en el que, hace algún tiempo, cayó el autor de una anti-hagiografía de Don Bosco en su intento de ridiculizar la devoción a María Auxiliadora.
Dicho ensayista escribió:
“En tal impregnación del culto mariano, de historia casi sub specie Mariae, sorprende no encontrar huellas, en la vida de Don Bosco, de acontecimientos tan importantes como las apariciones de La Salette (1846) y de Lourdes (1858); y sin embargo todo lo que sucedía en Francia en Turín fue muy resentido, mucho más que lo que se desplegó en Italia. No comprendo esta ausencia de ecos. ¿Fue el manto de María Auxiliadora y de la Consolata lo que formó una celosa barrera contra otras protecciones y descensos de la misma figura?”

Lo verdaderamente asombroso aquí es la sorpresa de un escritor que no desconoce las fuentes salesianas, porque Don Bosco habló y escribió repetidamente sobre las apariciones de La Salette y Lourdes. En 1871, es decir, unos tres años después de la consagración de la iglesia de María Auxiliadora y del compromiso de Don Bosco de difundir la devoción, él mismo recopiló y publicó como número de mayo de sus “Lecturas Católicas”, el opúsculo titulado: Aparición de la Santísima Virgen en el monte de La Salette. En este pequeño volumen de 92 páginas, que tuvo una tercera edición en 1877, Don Bosco describió la Aparición en todos sus detalles, pasando luego a otros hechos prodigiosos atribuidos a la Virgen.
Dos años más tarde, en 1873, publicó, como número de diciembre de las mismas “Lecturas Católicas”, el opúsculo titulado: Las Maravillas de Nuestra Señora de Lourdes. El número salió anónimo, pero iba precedido de un anuncio “A nuestros oportunos benefactores y lectores” firmado por Don Bosco.
En las Memorias Biográficas
Y eso no es todo. En las Memorias Biográficas, al describir la primera fiesta de la Inmaculada Concepción celebrada en la Casa Pinardi de Valdocco el 8 de diciembre de 1846, el biógrafo, P. Juan Bautista Lemoyne, afirma que la fiesta fue “animada aún más por la fama de una aparición de Nuestra Señora en Francia, en La Salette”; y continúa: “Este era el tema favorito de Don Bosco, repetido por él cien veces”.

A los hipercríticos la expresión “cien veces” les parecerá exagerada, pero quienes conocen nuestra lengua saben que para nosotros significa simplemente “muchas veces” (“te lo he repetido cien veces”). Y “muchas veces” no significa “pocas”, ni mucho menos “nunca”.
En las mismas Memorias encontramos escrito el 8 de diciembre de 1858:
“Contento Don Bosco con tales estímulos celebraba la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María. Tanto más cuanto que en este año un acontecimiento portentoso había hecho resonar en el mundo entero la gloria y la bondad de la Madre celestial y Don Bosco lo había narrado varias veces a sus jóvenes y más tarde había dado cuenta de ello a la prensa”. Se trataba, evidentemente, de Lourdes.
Hay más. Una crónica del año 1865 relata las “Buenas noches”, o sermón vespertino a los jóvenes, pronunciado por Don Bosco el 11 de enero de ese año:
“Quiero contaros cosas magníficas esta noche. Nuestra Señora se dignó aparecerse muchas veces en pocos años a sus devotos. Se apareció en Francia, en 1846, a dos niños pastores, donde, entre otras cosas, predijo la enfermedad de las patatas y de las uvas, tal como sucedió; y lamentó que la blasfemia, trabajar los días de fiestas, el permanecer en la iglesia como perros, hubieran encendido la ira de su Divino Hijo. Se apareció en 1858 a la pequeña Bernardita, cerca de Lourdes, recomendándole que rezara por los pobres pecadores…”.
Nótese que en ese año habían comenzado las obras de construcción de la iglesia de María Auxiliadora; sin embargo, Don Bosco no olvidó las apariciones marianas en Francia.
Basta con buscar en el Boletín Salesiano para encontrar muchas referencias a Lourdes y a la Salette.
¿Cómo puede insinuarse, entonces, que “el manto de María Auxiliadora” formaba como “una celosa barrera contra otras protecciones y descensos de la misma Figura?” ¿Cómo puede decirse que en la vida de Don Bosco faltan huellas de acontecimientos tan importantes como la Aparición de La Salette (1846) y Lourdes (1858)?
Nosotros, que vamos siembre en busca de la “curiosidad”, también hemos querido dejar constancia de esto, que revela como ciertos ensayos tienen muy poco que ver con un conocimiento histórico auténtico y serio.




Don Bosco y la Biblia

En un capítulo de la Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación promulgada por el Concilio Vaticano II, que aborda “La Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia”, invita a todos los fieles cristianos a leer con frecuencia el Libro Sagrado.

Es un hecho que, en la época de Don Bosco, en el Piamonte, en la catequesis parroquial y escolar, la lectura personal del texto bíblico aún no se practicaba lo suficiente no era aun suficientemente practicada. En lugar de recurrir directamente a ella, se estilaba hacer una catequesis sobre la doctrina católica con ejemplos tomados de los Compendios de la Historia Sagrada.

Y así se hizo también en Valdocco.

Todo esto no quiere decir que Don Bosco no leyera y meditara personalmente la Biblia. Ya en el seminario de Chieri tuvo a su disposición la Biblia de Martini, así como conocidos comentarios como los de Calmet. Pero es un hecho que cuando estaba en el Seminario se elaboraban sobre todo tratados de carácter doctrinal más que estudios bíblicos propiamente dichos, aunque los tratados dogmáticos incluían evidentemente citas bíblicas. El clérigo Bosco no se contentó con esto y se hizo autodidacta en la materia.

En el verano de 1836, Don Cafasso, que había sido requerido, le propuso enseñar griego a los internos del Colegio del Carmine de Turín, que habían sido evacuados a Montaldo por la amenaza del cólera. Esto le impulsó a tomarse en serio la lengua griega para hacerse apto para enseñarla.

Con la ayuda de un padre jesuita con profundos conocimientos de griego, el clérigo Bosco hizo grandes progresos. En sólo cuatro meses el erudito jesuita le hizo traducir casi todo el Nuevo Testamento, y luego, durante cuatro años más, cada semana revisaba alguna composición o versión griega que el clérigo Bosco le enviaba y él revisaba puntualmente con las observaciones oportunas. «De este modo», dice el propio Don Bosco, “pude traducir el griego casi tan bien como si lo haría con el latín”.

Su primer biógrafo asegura que el 10 de febrero de 1886, ya anciano y enfermo, Don Bosco recitaba en presencia de sus discípulos por entero algunos capítulos de las Epístolas de San Pablo en griego y latín.

Por las mismas Memorias Biográficas sabemos que el clérigo Juan Bosco, en verano, en Sussambrino, donde vivía con su hermano José, solía subir a lo alto del viñedo perteneciente a Turco y allí se dedicaba a aquellos estudios a los que no había podido asistir durante el año escolar, especialmente el estudio de la Historia del Antiguo y Nuevo Testamento de Calmet, la geografía de los Santos Lugares y los principios de la lengua hebrea, adquiriendo suficientes conocimientos.

Todavía en 1884, se acordaba del estudio que había hecho del hebreo y se le oyó en Roma entrar con un profesor de lengua hebrea en la explicación de ciertas frases originales de los profetas, haciendo comparaciones con los textos paralelos de varios libros de la Biblia. También trabajaba en una traducción del Nuevo Testamento del griego.

Don Bosco, por tanto, como autodidacta, fue un cuidadoso estudioso de los escritos bíblicos y llegó a conocerlos bien.

Un día, aun siendo estudiante de teología, quiso visitar a su antiguo maestro y amigo Don Giuseppe Lacqua que vivía en Ponzano. Éste, informado de la visita propuesta, le escribió una carta en la que le decía, entre otras cosas, “cuando venga a visitarme, acuérdese de traerme los tres pequeños volúmenes de la Santa Biblia”.

Esta es una prueba clara de que el clérigo Bosco los estudiaba.

Siendo un joven sacerdote, hablaba conversando con su párroco, el teólogo Cinzano, sobre la mortificación cristiana. Don Bosco le citó entonces las palabras del Evangelio: Si quis vult post me venire, abneget semetipsum, et tollat crucem suam quotidie et sequatur me. Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame. El teólogo Cinzano le interrumpió diciendo:

– Usted añade una palabra, esa quotidie (= todos los días) que no está en el evangelio.

Y Don Bosco:

Esta palabra no se encuentra en tres evangelistas, pero sí en el evangelio de San Lucas. Consulte el capítulo noveno, versículo 23, y verá que no añado nada.

El buen párroco, experto en disciplinas eclesiásticas, no había reparado en el versículo de San Lucas, mientras que Don Bosco sí le había prestado atención. Varias veces Don Cinzano relató este incidente con gusto.

El compromiso de Don Bosco en Valdocco

Don Bosco, en fin, demostró de muchas otras maneras este profundo interés y estudio de la Sagrada Escritura, e hizo mucho en Valdocco para dar a conocer su contenido a sus hijos.

Si se piensa en su edición de la Historia Sagrada, publicada por primera vez en 1847 y luego reimpresa en 14 ediciones y docenas y docenas de reimpresiones hasta 1964.

Si se piensa en todos sus otros escritos relacionados con la historia bíblica, como Maniera facile per imparare la Storia Sacra, publicado por primera vez en 1850; la Vida de San Pedro, que salió en enero de 1857 como fascículo de las “Letture Cattoliche”; la Vida de San Pablo, que salió en abril del mismo año como fascículo de “Letture Cattoliche”; la Vida de San José, que salió en el fascículo de marzo de 1867 de “Letture Cattoliche”; etc.

Don Bosco, en fin, conservaba en su Breviario máximas de la Sagrada Escritura, como la siguiente: “Bonus Dominus et confortans in die tribulationis” (Nah 1, 7).

Hizo pintar frases de las Sagradas Escrituras en las paredes del pórtico de Valdocco, como la siguiente: “Omnis enim, qui petit accipit, et qui quaerit invenit, et pulsanti aperietur” (Mt 7, 8).

Desde 1853 quiso que sus alumnos clérigos de filosofía y teología estudiaran diez versículos del Nuevo Testamento cada semana y los recitaran literalmente los jueves por la mañana.

En la apertura del curso todos los clérigos sostenían el volumen de la Biblia Vulgata latina y la abrían en las primeras líneas del Evangelio de San Mateo. Pero Don Bosco, después de haber recitado la oración, comenzaba a decir en latín el versículo 18 del capítulo 16 de Mateo: “Et ego dico tibi quia tu es Petrus, et super hanc petram aedificabo ecclesiam meam, et portae inferi non praevalebunt adversus eam”. Y yo te digo: Tú eres Pedro y sobre esta roca edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Realmente quería que sus hijos guardaran siempre esta verdad evangélica en sus mentes y corazones.