Don Bosco, la política y la cuestión social

¿Don Bosco hizo política? Sí, pero no en el sentido inmediato de la palabra. Él mismo decía que su política era la del Padre Nuestro: salvar las almas, los jóvenes
Pobres a quienes alimentar y educar.

Don Bosco y la política
Don Bosco vivió intensamente y con conciencia los problemas, también inéditos para él, de los grandes cambios culturales y sociales de su siglo, sobre todo en sus implicaciones políticas, y tomó una meditada opción que quiso que formara parte de su espíritu y caracterizara su misión.
Quiso conscientemente “no hacer política de partidos”, y dejó como legado espiritual a su Congregación el no hacerla, no porque fuera “apolítico”, es decir, ajeno a los grandes problemas humanos de su época y de la sociedad en la que vivía, sino porque quiso dedicarse a la reforma de la sociedad sin entrar en movimientos políticos. Por tanto, no estaba “desvinculado”; al contrario, quería que sus Salesianos estuvieran verdaderamente “comprometidos”. Pero es necesario aclarar el significado de este compromiso político.
El término “política” puede usarse en dos sentidos: en el primer sentido indica el campo de los valores y de los fines, que definen el “bien común” en una visión global de la sociedad; en el segundo sentido indica el campo de los medios y de los métodos que hay que seguir para alcanzar el “bien común”.
La primera acepción considera la política en el sentido más amplio de la palabra. A este nivel, todo el mundo tiene una responsabilidad política. La segunda acepción considera la política como una serie de iniciativas que, a través de partidos, etc., pretenden orientar el ejercicio del poder a favor del pueblo. En este segundo nivel la política está relacionada con una intervención en el gobierno del país, que va más allá del compromiso deseado por Don Bosco.
Reconoce en sí mismo y en los suyos una responsabilidad política que se relaciona con la primera acepción, en cuanto pretende ser un compromiso educativo religioso orientado a crear una cultura que informe cristianamente la política. En este segundo sentido Don Bosco hacía política, aunque la presentara bajo otros términos, como “educación moral y civil de la juventud”.

Don Bosco y la cuestión social
Don Bosco presintió la evolución social de su tiempo. “Fue de los pocos que comprendió desde el principio, y lo dijo mil veces, que el movimiento revolucionario no era un torbellino pasajero, porque no todas las promesas hechas al pueblo eran deshonestas, y muchas respondían a las aspiraciones universales y vivas del proletariado. Por otra parte, vio cómo las riquezas empezaban a convertirse en monopolio de capitalistas despiadados, y cómo los patronos imponían al obrero aislado e indefenso pactos injustos tanto en materia de salarios como de horas de trabajo; vio cómo a menudo se impedía brutalmente la santificación de las fiestas, y cómo estas causas debían producir tristes efectos: la pérdida de la fe en los obreros, la miseria de sus familias y la adhesión a máximas subversivas. Por eso, como guía y freno de las clases trabajadoras, consideraba una fiesta necesaria que el clero se acercara a ellas” (MB IV, 80).
Dirigirse a la juventud pobre con la intención de trabajar por la salvación moral y cooperar así en la construcción cristiana de la nueva sociedad era en él precisamente el efecto y la consecuencia natural y primaria de la intuición que tenía de esta sociedad y de su futuro.
Pero no hay que buscar la fórmula técnica en las palabras de Don Bosco. Don Bosco hablaba sólo del abuso de la riqueza. Habló de ello con tal insistencia, con tal fuerza de expresión y extraordinaria originalidad de concepto, que revela no sólo la agudeza de su diagnóstico de los males del siglo, sino también la intrepidez del médico que quiere curarlos. Indicó el remedio en el uso cristiano de la riqueza, en la conciencia de su función social. Se abusa mucho de la riqueza, repetía sin cesar, hay que recordar a los ricos su deber antes de que llegue la catástrofe.

Justicia y caridad
Mencionando el trabajo realizado en Turín por el Can. Cottolengo y Don Bosco, un profesor del Instituto de Ciencias Políticas de la Universidad de Turín admite el bien hecho por estos dos santos, pero luego expresa la opinión de que “este aspecto del movimiento caritativo piamontés, a pesar de los notables resultados obtenidos, ha sido históricamente negativo” porque más que cualquier otro habría contribuido a frenar el progreso implícito en la acción de las masas populares que reivindicaban sus derechos.
En su opinión, “la actividad de estos dos santos piamonteses estaba viciada por la concepción de fondo que movía a ambos, según la cual todo se abandonaba en las manos misericordiosas de una providencia divina” (ibíd.). Habrían permanecido ajenos a los movimientos reales de las masas y a sus derechos, ligados como estaban a la imagen de una sociedad compuesta, por la fuerza de las circunstancias, de nobleza y pueblo, de ricos y proletariado, donde los ricos debían ser misericordiosos y los pobres humildes y pacientes. En resumen, San J. B. Cottolengo y San J. Bosco no se habrían dado cuenta del problema del cambio de clases.
No puedo detenerme aquí a considerar el caso de Cottolengo. Sólo señalaré que su intervención respondió a una experiencia ardiente que le llevó inmediatamente a hacer algo, como había hecho el buen samaritano del Evangelio (Lc 10, 29 37). Ay si el buen samaritano hubiera esperado el cambio de la sociedad para intervenir. ¡El hombre del camino de Jericó habría muerto! “La caridad de Cristo nos impulsa” (2 Co 5,14) debía ser el programa de acción de san José Benito Cottolengo. Cada uno tiene una misión en la vida. La acción sobre los efectos del mal no niega el reconocimiento de la necesidad de ir a las causas. Pero sigue siendo lo más urgente. Y entonces el Cottolengo pensaba no sólo en esto, sino en mucho más.
La intervención de Don Bosco en la cuestión social estaba guiada por una opción fundamental: por los pobres, por los hechos y por el diálogo con aquellos que, aunque estuvieran del otro lado, podían ser inducidos a hacer algo.

La aportación de Don Bosco
Como sacerdote educador, Don Bosco hizo una opción de campo, por la juventud pobre y abandonada, y fue más allá de la idea puramente caritativa, preparando a esa juventud para que fuera capaz de hacer valer honestamente sus derechos.
Sus primeras actividades fueron principalmente en beneficio de los dependientes pobres de las tiendas y de los obreros de los talleres. Sus intervenciones, que hoy podrían calificarse de sindicalistas, le llevaron a entablar relaciones directas con los patronos de esos jóvenes para concluir con ellos “contratos de arrendamiento de obra”.
Luego, al darse cuenta de que esta ayuda no resolvía los problemas salvo en casos limitados, empezó a crear talleres de artes y oficios, pequeñas empresas en las que los productos acabados bajo la guía de un maestro artesano beneficiarían a los propios alumnos. Se trataba de organizar en la propia casa el aprendizaje, para que los jóvenes aprendices pudieran ganarse el pan sin ser explotados por sus patrones. Finalmente pasó a la idea de un maestro de artesano que no fuera el mismo patrón del taller ni un asalariado de la escuela, sino un religioso laico, maestro de artesano, que pudiera dar al joven aprendiz, desinteresadamente, a tiempo completo y por vocación, una formación profesional y cristiana completa.
Las escuelas profesionales que soñó, y que más tarde pusieron en práctica sus Sucesores, fueron una importante contribución a la solución de la cuestión obrera. No fue ni el primero ni el único en ese empeño; sin embargo, le dio su propio giro, sobre todo armonizando su institución con la naturaleza de los tiempos e impartiéndole su propio método educativo.
No es de extrañar, por tanto, que grandes sociólogos católicos del siglo pasado prestaran atención a Don Bosco. Mons. Charles Emil Freppel (1827-1891), obispo de Angers, hombre de gran cultura y miembro de la Cámara francesa, decía el 2 de febrero de 1884, en un discurso en el Parlamento sobre la cuestión obrera: “Vicente de Paúl solo ha hecho más por la solución de las cuestiones obreras de su tiempo que todos los escritores del siglo de Luis XIV. Y ahora mismo, en Italia, un religioso, Don Bosco, al que visteis en París, consigue preparar mejor la solución de la cuestión obrera que todos los oradores del Parlamento italiano. Esta es la verdad indiscutible” (cf. Journal officiel de la République française…. Chambre. Débats parlementaires, 3 février 1884, p. 280).

Un testimonio que no necesita comentarios….




El testamento de Don Bosco

            Con un testamento, como sabemos, una persona dispone de sus bienes para después de su muerte. No se podría pensar, por tanto, que lo que vamos a tratar sea un tema demasiado simpático. Sin embargo, sirve para que apreciemos mejor la gran serenidad y prudencia de Don Bosco. Ya de joven tenía siempre presente el pensamiento de la muerte y hablaba de ella con frecuencia.
            En el archivo central salesiano se conservan varios manuscritos sucesivos de su testamento ológrafo (ASC 112 – FdB n. 73).
            En Turín, en 1846, cayó tan enfermo que se temió por su vida. En los años 50 hubo quien intentó asesinarlo. Y Don Bosco siempre se mantuvo preparado para cualquier acontecimiento.
            El primer testamento ológrafo de Don Bosco que poseemos data del 26 de julio de 1856, cuando Don Bosco estaba a punto de cumplir 41 años y su madre aún vivía. Comenzaba con estas palabras: “En la incertidumbre de la vida en la que se encuentra todo hombre que vive en este mundo…, etc.”.
            Dejó el usufructo de sus bienes en Turín a Don Vittorio Alasonatti, ecónomo de la Casa di Valdocco, y la propiedad al clérigo Miguel Rua, que ya entonces era su mano derecha.
            Dejó la propiedad de Castelnuovo a sus parientes, teniendo en cuenta que su madre en vida debía seguir siendo usufructuaria de la misma. A la muerte de su madre, en noviembre de ese año, corrigió lo que había escrito: “Todo lo que poseo en Castelnuovo d’Asti, se lo dejo a mi hermano José…”.

Manuscritos posteriores
            En febrero de 1858, Don Bosco viajó por primera vez a Roma para entrevistarse con el Papa Pío IX y presentarle su proyecto de Sociedad Salesiana. Había decidido ir por mar y volver por tierra a través de la Toscana, los estados de Parma, Piacenza, Módena y Lombardía-Véneto. Partió la madrugada del 18 de febrero, después de una noche helada y nevada, acompañado de su fiel clérigo Miguel Rua.
            Sólo hizo el tramo Turín-Génova en tren. Después tuvo que embarcar en el Aventino, un barco de vapor que llegaba hasta Civitavecchia. De Civitavecchia a Roma viajó en coche correo. El 21 de febrero llegó a la ciudad de los Papas, donde fue huésped del conde De Maistre en Via del Quirinale 49, en las Quattro Fontane, mientras Don Rua se alojaba con los Rosminianos (MB V, 809-818).

            Pero antes de emprender ese viaje, Don Bosco había tramitado no sólo un pasaporte, sino también un testamento.
            Otra copia del testamento de Don Bosco lleva la fecha del 7 de enero de 1869. En él constituía su heredero universal y albacea, en lo que se refería a los bienes salesianos, al sacerdote Rua Miguel y, en caso de fallecimiento, al Sac. Cagliero Giovanni.
            El 29 de marzo de 1871 reconfirmó a Don Rua y Don Cagliero como sus herederos y, para las propiedades de Castelnuovo, a sus parientes. Ese mismo año, durante su enfermedad en Varazze, escribió una confirmación de su testamento anterior el 22 de diciembre de 1871 (MB X, 1334-1335).

El testamento de 1884
            En 1884 Don Bosco estaba a punto de partir para Francia por décima vez en busca de dinero para la Basílica del Sagrado Corazón en Roma. Su salud era precaria. El doctor Albertotti, que había sido llamado para disuadirlo del viaje, después de examinarlo había dicho:
            – Si llega a Niza sin morir, será un milagro.
            – Si no vuelvo, paciencia
-había respondido Don Bosco-, significa que arreglaremos las cosas antes de irnos, pero tenemos que irnos (MB XVII, 34).
            Y así lo hizo. En la tarde de aquel 29 de febrero hizo llamar a un notario y a los testigos y dictó su testamento, como si estuviera a punto de partir para la eternidad. Luego, haciendo venir a don Rua y a don Cagliero, y señalando el acta notarial sobre la mesa, les dijo:
            – Aquí está mi testamento…. Si no regreso, como teme el doctor, ya sabrán cómo están las cosas.
            Don Rua salió de la habitación con el corazón inflamado. El santo hizo señas a don Cagliero para que se detuviera y le dejó como regalo una cajita que contenía el anillo de boda de su padre.
            El 7 de diciembre de ese año Don Cagliero fue consagrado Obispo titular de Magida y partió para América el 3 de febrero de 1885, como Vicario Apostólico en la Patagonia.

El testamento espiritual de Don Bosco
            En el Archivo Central Salesiano se conserva también un manuscrito de las Memorias de Don Bosco que abarcan los años 1841-1886, conocido en la tradición salesiana como Testamento Espiritual de Don Bosco. Citamos un pasaje particularmente significativo
            “Habiendo expresado así los pensamientos de un Padre hacia sus amados hijos, me dirijo ahora a mí mismo para invocar la misericordia del Señor sobre mí en las últimas horas de mi vida.
            – Me propongo vivir y morir en la santa religión católica que tiene por cabeza al Romano Pontífice, Vicario de Jesucristo sobre la tierra.
            – Creo y profeso todas las verdades de la fe que Dios ha revelado a la santa Iglesia.
– Pido humildemente perdón a Dios por todos mis pecados, especialmente por cada escándalo dado a mi prójimo en todas mis acciones, en todas las palabras pronunciadas a destiempo; especialmente le pido perdón por el excesivo cuidado que he tenido de mí mismo bajo el engañoso pretexto de preservar mi salud…
            – Sé que vosotros, mis amados hijos, me amáis, y este amor, este afecto no se limita a llorar después de mi muerte; sino que rezad por el eterno reposo de mi alma…
            – Que vuestras oraciones se dirijan con especial propósito al Cielo para que yo encuentre misericordia y perdón en el primer momento en que me presente a la tremenda majestad de mi Creador
(F. MOTTO, Memorie…, Piccola Biblioteca dell’ISS, n. 4, Roma, LAS, 1985, p. 57-58).
            Es un documento que no necesita comentario.




Don Bosco y el diálogo ecuménico

            El ecumenismo es un movimiento surgido a principios del siglo XX entre las Iglesias protestantes, compartido después por las Iglesias ortodoxas y la propia Iglesia católica, que tiene como objetivo la unidad de los cristianos. El Decreto sobre el Ecumenismo del Concilio Vaticano II afirma que por Cristo Señor la Iglesia fue fundada una y única y que la división de las Iglesias no sólo contradice abiertamente la voluntad de Cristo, sino que es también un escándalo para el mundo. Nuestros tiempos, por tanto, difieren no poco en este aspecto de los de Don Bosco.

            Cuando se habla de “protestantes” en Piamonte, el pensamiento se dirige en primer lugar a la Iglesia evangélica valdense. Es bastante conocida la historia, a veces trágica y heroica, de esta pequeña iglesia popular que encontró refugio, un hogar estable y su centro religioso en los valles de Pinerolo. Menos conocido es el fuerte espíritu proselitista de los valdenses tras el Edicto de Emancipación firmado por el rey Carlos Alberto el 17 de febrero de 1848, que les concedió derechos civiles y políticos.

            Entre las iniciativas más conspicuas de su creciente propaganda anticatólica, en Piamonte, y luego en toda Italia, estuvo la de la prensa popular, que provocó en consecuencia una viva reacción del Episcopado y las correspondientes iniciativas apologéticas en defensa de la doctrina católica. En este campo, tras las directivas de la Santa Sede y de los Obispos piamonteses, Don Bosco se movió también fuertemente preocupado por preservar de la herejía a la juventud y al pueblo de nuestras tierras.

Las “lecturas católicas” de Don Bosco
            Se comprende que Don Bosco sintiera el deber de entrar en combate en defensa de la fe en el pueblo y entre la juventud. Se comprometió con valentía en la prensa popular católica porque pronto se dio cuenta de que los valdenses del Piamonte no eran más que la cabeza de puente del premeditado asedio protestante a Italia (G. SPINI, Risorgimento e Protestanti, Milán, Ed. Mondadori, 1989, pp. 236-253).
            A este respecto, el 30 de enero de 1988 apareció en “Il Secolo XIX” un artículo de N. Fabretti titulado: Don Bosco, un santo “joven”, en el que, entre otras cosas, se le declaraba: “ortodoxo hasta la intolerancia, violento contra los protestantes a los que considera, si no se convierten, hijos del diablo y condenados”, y “polemista furibundo… que con sus “Lecturas católicas” desacredita obsesivamente a Lutero y a los protestantes e insulta públicamente a los valdenses”. Pero estas vulgares acusaciones no tocan al verdadero Don Bosco.

            Las “Lecturas Católicas”, cuya publicación comenzó en marzo de 1853, eran folletos populares que Don Bosco hacía imprimir mensualmente para la educación religiosa de la juventud y del pueblo. Mediante una catequesis sencilla, a menudo narrativa, recordaba a sus lectores la doctrina católica sobre los misterios de la fe, la Iglesia, los sacramentos y la moral cristiana.

            En lugar de polemizar directamente con los protestantes, subrayaba las diferencias que nos separan de ellos, refiriéndose a la historia y a la teología tal como se conocían en la época. Será inútil, sin embargo, buscar en los opúsculos que imprimió, como Avisos a los católicos y El católico instruido en su religión, (“Lecturas católicas” 1853, nn. 1, 2, 5, 8, 9, 12) los elementos más destacados por la doctrina sobre la Iglesia actual. Más bien reflejan una catequesis que ahora requeriría clarificación e integración. El estilo apologético de Don Bosco, por tanto, reflejaba el de conocidos autores católicos en los que se inspiraba.
            Hoy, en un clima ecuménico, ciertas iniciativas pueden parecer desproporcionadas frente al peligro, pero hay que tener en cuenta el ambiente de la época en el que la polémica partía de los propios protestantes y “la controversia religiosa se sentía como una necesidad cotidiana para evangelizar al pueblo” (V. VINAI, Storia dei Valdesi, Vol. III, Turín, Ed. Claudiana, 1980, p. 46).
            De hecho, la literatura protestante anticatólica de la época presentaba al catolicismo como depositario del pecado, la hipocresía religiosa, la superstición y la crueldad hacia judíos y valdenses. Un conocido historiador protestante afirma a este respecto: «Podemos decir que en 1847 Italia estaba rodeada por una especie de cerco protestante, tendido a su alrededor por el episcopalismo anglicano, el presbiterianismo escocés y el evangelismo “libre” de Ginebra y Lausana, con el apoyo también del protestantismo americano. Dentro de la península, además de las comunidades tradicionales extranjeras, existen ya dos cabezas de puente, los valdenses y los “evangélicos” toscanos. Fuera, hay dos comunidades organizadas con prensa propia en Londres y Malta» (G. SPINI, o. c., p. 226).
            Pero esto no era suficiente. Don Bosco, además de los ataques de origen sospechoso sufridos por él, fue desacreditado en varios números de los años 1853-54 del semanario protestante “La Buona Novella”, con esquemas muy pesados contra él («La Buona Novella», Annata 1853-54, Anno III, n. 1, pp. 8-11; n. 5, pp. 69-72; n. 11, pp. 166-168, n. 13, pp. 193-198; n. 27, pp. 423-424).
            ¡Eran los tiempos del «enfrentamiento directo»!

¿Don Bosco intolerante?
            Ciertamente Don Bosco no merecía tales insultos. Louis Desanctis, sacerdote católico que se había pasado a la Iglesia valdense, dio un gran impulso a la evangelización protestante con su presencia en Turín, polemizando incluso con las publicaciones de Don Bosco. Pero cuando, por desavenencias internas, acabó abandonando a los valdenses y se pasó a una Sociedad Evangélica Italiana, tuvo mucho que sufrir. Fue entonces cuando Don Bosco le escribió para invitarle a su casa a compartir con él “pan y estudio”. Desanctis le contestó que nunca pensó encontrar tanta generosidad y amabilidad en un hombre que era abiertamente su enemigo. «No disimulemos -añadió-, V. S. combate mis principios como yo combato los suyos; pero mientras me combate demuestra que me ama sinceramente, tendiéndome una mano benéfica en el momento de la aflicción. Y así demuestra que conoce la práctica de esa caridad cristiana, que en teoría practican tan bien tantos…» (ASC, Colección Original nº 1403-04).

            Aunque después de Desanctis no se sintió capaz de extraer las consecuencias lógicas de su situación, esta carta que revela al verdadero Don Bosco sigue siendo significativa, ciertamente no “el ortodoxo hasta la intolerancia” o el “polemista furibundo” definido por el columnista de “Il Secolo XIX”, sino el hombre de Dios interesado sólo en la salvación de las almas.




Don Bosco y los animales

¿Amaba Don Bosco a los animales? ¿Están presentes en su vida? ¿Y qué relación tenía con ellos? Algunas preguntas que se intentan responder.

Pájaros, perros, caballos, etc.
            En el establo de la «Casita», donde Mamá Margarita se había trasladado con sus hijos y su suegra tras la inesperada muerte de su marido Francisco, había una vaquita un ternero y un burro. En un rincón de la casa, un gallinero.
            Juan, tan pronto como fue capaz, llevaba a pastar a la vaquita, pero le interesaba con más gusto por los nidos de los pájaros. Él mismo lo recuerda en sus “Memorias”: «Yo era muy hábil para atrapar pájaros, con trampas, con liga pegajosas, con lazos, y muy diestro en el conocimiento de los nidos» (MO 30).
            Los diversos incidentes de su “oficio” son bien conocidos. Recordamos la vez en que su brazo quedó atrapado en la grieta del tronco de un árbol, donde había descubierto un nido de herrerillos; o aquella otra vez en que vio cómo un cuco mataba a una nidada de ruiseñores. Otra vez vio a su urraca morir de glotonería tras tragarse demasiadas cerezas, con carozo incluido. Un día, para alcanzar a una cría que se encontraba en un viejo roble, resbaló y cayó pesadamente al suelo. Y un triste día, al volver de la escuela, encontró a su mirlo favorito, criado en una jaula y entrenado para gorjear melodías, muerto por el gato.
            En cuanto a las gallinas, de aquellos años data el hecho de la misteriosa gallina abandonada bajo la criba de la casa de sus abuelos en Capriglio y liberada por Juan entre risas de alivio. También de aquellos años es el incidente del pavo robado por un pícaro y devuelto con valentía y un toque de imprudencia infantil. De los años de Chieri es el truco del pollo en gelatina llevado a la mesa y salido de la olla vivo y graznando.
            Juan entabló una verdadera amistad con un perro de Sussambrino, el sabueso de caza de su hermano José. Lo adiestró para que mordiera los trozos de pan al vuelo y no se los comiera hasta que se lo ordenaran. Le enseñó a subir y bajar la escalera del granero y a hacer saltos y trucos de circo. El sabueso le seguía a todas partes y cuando Juan se lo llevó de regalo a unos parientes en Moncucco, la pobre bestia, invadida por la nostalgia, volvió sola a casa en busca de su amigo perdido.
            Como estudiante en Castelnuovo, Juan también aprendió a montar a caballo. En el verano de 1832, el preboste Don Dassano, que le daba clases en la escuela, le confió el cuidado del establo. Juan tenía que sacar el caballo a pasear y, una vez fuera del pueblo, saltaba sobre su lomo y lo hacía galopar.
            Como nuevo sacerdote, invitado a predicar en Lauriano, a unos 30 km de Castelnuovo, partió a caballo. Pero la cabalgata acabó mal. En la colina de Berzano, la bestia, asustada por una gran bandada de pájaros, se encabritó y el jinete acabó en el suelo.
            Don Bosco dio luego muchos otros paseos en sus andanzas por el Piamonte y salidas con los muchachos. Baste recordar la triunfal ascensión al Superga en la primavera de 1846 sobre un caballo enjaezado al más alto nivel, enviado especialmente a Sassi por instrucción de Don J. Anselmetti.
            Mucho menos triunfal fue la travesía de los Apeninos a lomos de un burro en el viaje a Salicetto Langhe en noviembre de 1857. El camino era estrecho y empinado, y la nieve muy alta. El animal tropezaba y se caía a cada paso y Don Bosco se veía obligado a desmontar y empujarlo hacia adelante. El descenso fue aún más aventurado y sólo el Señor sabe cómo pudo llegar al pueblo a tiempo para la sagrada misión.
            Aquel no fue el último viaje de Don Bosco en burro. En julio de 1862 recorrió de la misma manera seis kilómetros desde Lanzo a Sant’Ignazio. Y así, probablemente, en otras ocasiones.
            Pero uno de los paseos más gloriosos de Don Bosco fue el que hizo en octubre de 1864 de Gavi a Mornese. Llegó al pueblo a última hora de la tarde con el sonido festivo de las campanas. La gente salía de sus casas con las lámparas encendidas y se arrodillaba a su paso para pedirle la bendición. Era el hosanna del pueblo al santo de la juventud.

Los animales en los sueños de Don Bosco
            Si pasamos a considerar los sueños de Don Bosco, encontramos una gran variedad de animales domésticos y salvajes, pacíficos y feroces, que representan a los jóvenes y sus virtudes y defectos, al diablo y sus halagos, al mundo y sus pasiones.
            En el sueño del niño de 9 años, cuando los muchachos desaparecieron, se le aparecieron a Juanito multitud de cabritos, perros, gatos, osos y otros animales, todos los cuales se transformaron luego en mansos corderos. En el de los 16 años la majestuosa Señora le confió un rebaño; en el de los 22 volvió a ver a los jóvenes transformados en corderos; y finalmente en el de 1844, ¡los corderos se transformaron en pastores!
            En 1861 Don Bosco tuvo el sueño de un paseo por el Paraíso. En aquel viaje los jóvenes que le acompañaban se encontraron con lagos que debían cruzar. Uno de ellos estaba lleno de bestias feroces dispuestas a devorar a quien intentara cruzarlo.
            La víspera de la fiesta de la Asunción, en 1862, soñó que estaba en I Becchi con todos sus jóvenes, cuando apareció en el prado una serpiente de 7-8 metros de largo, horrorosa. Pero un guía le enseñó a atraparla con una cuerda, que más tarde cambió por un rosario.
            El 6 de enero de 1863 Don Bosco contó a los muchachos el famoso sueño del elefante que apareció en el patio de Valdocco. Era de un tamaño inmenso y divertía amistosamente a los muchachos. Los siguió hasta la iglesia, pero se arrodilló en dirección contraria con el hocico vuelto hacia la entrada. Luego salió de nuevo al patio y, de repente, su humor cambió y, con temibles bramidos, se abalanzó sobre los jóvenes para despedazarlos. Entonces la estatuilla de Nuestra Señora, que aún hoy se encuentra bajo el pórtico, cobró vida, se agrandó y abrió su manto para proteger y salvar a los que se refugiaban con ella.
            En 1864 Don Bosco tuvo el sueño de los cuervos que revoloteaban sobre el patio de Valdocco para picotear a los muchachos. En 1865 fue el turno de una perdiz y una codorniz, símbolos de la virtud y el vicio respectivamente. Luego vino el sueño de la majestuosa águila que descendía para apoderarse de un muchacho del Oratorio; y después otra vez el del gran gato con ojos de fuego.
            En 1867 le pareció ver a Don Bosco entrar en su habitación un gran sapo repugnante, el diablo. En 1872 contó el sueño del ruiseñor. En 1876 el de las gallinas, el del toro furioso, y también el del carro tirado por un cerdo y un enorme sapo.
            En 1878 vio en sueños un gato perseguido por dos sabuesos. Y así sucesivamente.

            Dejando a los expertos la discusión sobre estos sueños, sabemos sin embargo que tuvieron una gran función pedagógica en las casas de Don Bosco y que especialmente en algunos de ellos es difícil no ver una especial intervención de Dios.

El perro gris
            Pero si queremos llegar al umbral del misterio, debemos recordar al “Gris”, ese misterioso perro que tantas veces apareció para proteger a Don Bosco en momentos en que su vida corría peligro.
            En sus “Memorias” el mismo Don Bosco escribió sobre él: «El perro gris fue objeto de muchas habladurías y de diversas suposiciones. No pocos de vosotros lo habréis visto e incluso acariciado. Ahora, dejando a un lado las extrañas historias que se cuentan sobre este perro, vendré a vosotros con lo que es pura verdad» (MO 251). Y continúa contando los riesgos que corría al regresar a Valdocco a altas horas de la noche en los años cincuenta y cómo este gran perro aparecía a menudo de repente a su lado y le acompañaba a casa.
            Cuenta, por ejemplo, aquella noche de noviembre de 1854, cuando en la calle que va de la Consolata al Cottolengo (hoy Via Consolata y Via Ariosto, perpendiculares al Corso Regina), notó que dos merodeadores le seguían y ellos saltaron sobre él para asfixiarle, cuando apareció el perro, les atacó furiosamente y les obligó a emprender una huida precipitada. Como último recurso, cuenta del Gris que se le apareció una noche en la carretera de Morialdo a Moncucco, cuando se dirigía, solo, a Cascina Moglia para visitar a sus viejos amigos.
            Pero sus “Memorias”, escritas en los años 1873-75, no pudieron mencionar lo que realmente parece ser la última aparición del Gris, que tuvo lugar la noche del 13 de febrero de 1883. Mientras Don Bosco de Ventimiglia, no habiendo encontrado carruaje, se dirigía a pie bajo la lluvia torrencial a la nueva casa salesiana de Vallecrosia, justo cuando con su débil vista ya no sabía dónde poner los pies, su viejo amigo, el muy fiel Gris, al que no había visto desde hacía varios años, salió a su encuentro. El perro se le acercó festivamente y luego, precediéndole, avanzó por el barro y la espesa oscuridad para guiarle. Cuando llegó a Vallecrosia, y saludó a Don Bosco con la pata, desapareció (MB XVI, 35-36).
            Don Bosco, encontrándose en Marsella almorzando en la casa de los Olive, contó el suceso. La señora le preguntó entonces cómo era posible semejante aparición, porque el perro ya debía ser demasiado viejo. Y Don Bosco, sonriendo, le respondió: “¡Debe haber sido un hijo o un nieto de aquél!” (MB XVI, 36-37). Evadió entonces una pregunta embarazosa, pues no podía tratarse de un fenómeno natural, pero no dijo que fuera su imaginación. Era demasiado sincero para eso.
            Según los testimonios de José Buzzetti, Carlos Tomatis y José Brosio, que vivieron con Don Bosco desde los primeros días, el Gris se parecía a un perro de rebaño o a un sabueso guardián. Nadie, ni siquiera Don Bosco, supo nunca de dónde venía ni quién era su amo. Carlos Tomatis dijo algo más: “Era un perro con un aspecto verdaderamente formidable y a veces Mamá Margarita, al verlo, exclamaba: “¡Oh, qué bestia más fea! Parecía casi un lobo, con el hocico alargado, las orejas hacia arriba, el pelaje gris, un metro de altura” (MB IV, 712). No en vano inspiraba temor a quienes no lo conocían. Sin embargo, Card. Cagliero atestigua: “Vi a la querida bestia una tarde de invierno” (MB IV, 716).
            ¡Querida bestia!!! ¡para los amigos!…
            Una vez, en lugar de acompañar a Don Bosco a casa, le impidió salir. Era tarde y Mamá Margarita trató de disuadir a su hijo de salir, pero él estaba decidido y pensó en hacerse acompañar por algunos muchachos mayores. En la puerta de la casa encontraron al perro tumbado. “¡Oh, el Gris -dijo Don Bosco-, levántate y ven!”. Pero el perro, en vez de obedecer, emitió un aullido de miedo y no se movió. Dos veces intentó Don Bosco pasar y dos veces el Gris se lo impidió. Entonces intervino Mamá Margarita: «Se ‘t veule nen scoteme me, scota almeno ‘l can, seurt nen!» (Si no quieres hacerme caso, al menos hazle caso al perro, no salgas). Y el perro ganó. Más tarde se supo que unos sicarios esperaban fuera para quitarle la vida (MB IV, 714).
            Así que el Gris salvó varias veces la vida de Don Bosco. Pero nunca aceptaba comida ni ningún otro tipo de recompensa. Aparecía de repente y desaparecía en el aire cuando la misión estaba cumplida.
            Pero entonces, ¿qué clase de perro era el Gris? Un día de 1872, Don Bosco fue huésped de los Baroni Ricci en su casa de campo de Madonna dell’Olmo, cerca de Cuneo. La baronesa Azeglia Fassati, esposa del barón Carlos, sacó el tema del Gris y Don Bosco dijo: “Dejemos en paz al Gris, hace tiempo que no lo veo”. Hacía dos años que había dicho en 1870: «¡Este perro es verdaderamente algo extraordinario en mi vida! Decir que es un ángel, haría reír; pero tampoco se puede decir que sea un perro ordinario, porque el otro día lo volví a ver» (MB X, 386). ¿Podría haber sido ésa la ocasión de Moncucco?
            Pero en otra ocasión llegó a decir: «De vez en cuando me venía el pensamiento de buscar el origen de aquel perro… No sé otra cosa que aquel animal fue para mí una verdadera providencia» (MB IV, 718).
            ¡Como el perro de San Roque! Ciertos fenómenos escapan a la red de la investigación científica. Para los que creen ninguna explicación es necesaria; para los que no creen, ninguna explicación es posible.




Don Bosco y su madre

            En 1965 se conmemoró el 150 aniversario del nacimiento de Don Bosco. Entre las conferencias para la ocasión hubo una pronunciada por Mons. Giuseppe Angrisani, entonces Obispo de Casale, y Presidente Nacional de los Exalumnos Sacerdotes. El orador en su discurso, refiriéndose a Mamá Margarita, dijo de Don Bosco: “Afortunadamente para él esa madre estuvo a su lado durante muchos años, y pienso y creo no equivocarme al decir que el águila de los Becchi no habría volado hasta los confines de la tierra si la golondrina de la Serra di Capriglio no hubiera venido a anidar bajo la viga de la humildísima casa de la familia Bosco” (BS, sept. 1966, p. 10).
            La del ilustre orador era una imagen muy poética que, sin embargo, expresaba una realidad. No en vano, 30 años antes, G. Joergensen, sin querer profanar la Sagrada Escritura, se permitió comenzar su Don Bosco publicado por la SEI con las palabras: “En el principio estaba la madre”.
            La influencia materna en las actitudes religiosas del niño y en la religiosidad del adulto es reconocida por los expertos en psicología religiosa y es, en nuestro caso, más que evidente: San Juan Bosco, que siempre tuvo la mayor veneración por su madre, copió de ella un profundo sentido religioso de la vida. “Dios dominaba la mente de Don Bosco como un sol meridiano” (Pietro Stella).

Dios en la cima de sus pensamientos
            Es un hecho fácil de documentar: Don Bosco siempre tuvo a Dios en la cima de todos sus pensamientos. Hombre de acción, fue ante todo un hombre de oración. Él mismo recuerda que fue su madre quien le enseñó a rezar, es decir, a conversar con Dios:
            – Me hacía arrodillarme con mis hermanos por la mañana y por la noche, y todos juntos rezábamos nuestras oraciones (MO 21-22).
            Cuando Juan tuvo que abandonar el techo materno e ir a trabajar como peón a la granja de Moglia, la oración era ya su alimento y consuelo habituales. En aquella casa de Moncucco “los deberes de buen cristiano se cumplían con la regularidad de inveterados hábitos domésticos, siempre tenaces en las familias campesinas, muy tenaces en aquellos días de sana vida campestre” (E. Ceria). Pero Juan ya hacía algo más: rezaba de rodillas, rezaba a menudo, rezaba largamente. Incluso fuera de casa, mientras llevaba las vacas a pastar, se detenía de vez en cuando a rezar.
            Su mamá también le había inculcado en su corazón una tierna devoción a la Santísima Virgen. Cuando entró en el seminario, ella le dijo:
            – Cuando viniste al mundo, te consagré a la Santísima Virgen; cuando comenzaste tus estudios, te recomendé la devoción a esta nuestra Madre; y si llegas a ser sacerdote, recomienda y propaga siempre la devoción a María (MO, 89).

            Mamá Margarita, después de haber educado a su hijo Juan en la casita de los Becchi, después de haberle seguido maternalmente y de haberle animado en su duro camino vocacional, vivió diez años más a su lado, cubriendo una delicadísima función materna en la educación de aquellos jóvenes que había reunido, con un estilo que pervive en tantos aspectos de la praxis educativa de Don Bosco: conciencia de la presencia de Dios, laboriosidad que es sentido de la dignidad humana y cristiana, valentía que inspira obras, razón que es diálogo y aceptación del otro, amor exigente pero reconfortante.
            Sin duda alguna, por tanto, la madre desempeñó un papel singular en la educación y el apostolado temprano de su hijo, influyendo profundamente en el espíritu y el estilo de su obra futura.
            Don Bosco, hecho sacerdote y dedicado a la juventud, dio a su obra el nombre de Oratorio. No en vano el centro propulsor de todas las obras de Don Bosco se llamaba Oratorio. El título indica la actividad dominante, la finalidad principal de una empresa. Y Don Bosco, como él mismo confesó, dio el nombre de Oratorio a su “casa” para indicar claramente que la oración era el único poder con el que contaba.
            No disponía de ningún otro poder para animar sus oratorios, poner en marcha el hospicio, resolver el problema del pan cotidiano, sentar las bases de su Congregación. Muchos, lo sabemos, llegaron a dudar de su cordura.

            Lo que los grandes no entendían, lo entendían en cambio los pequeños, es decir, los jóvenes que, después de conocerle, ya no podían separarse de él. Veían en él la imagen viva del Señor. Siempre tranquilo y sereno, todo a su disposición, ferviente en la oración, gracioso en el hablar, paternal en guiarles hacia el bien, manteniendo siempre viva en todos la esperanza de la salvación. Si alguien, afirmaba un testigo, le hubiera preguntado a bocajarro: Don Bosco, ¿adónde va? él habría respondido: ¡Vamos al Paraíso!
            Este sentido religioso de la vida, que impregnaba todas las obras y escritos de Don Bosco, era una herencia evidente de su madre. La santidad de Don Bosco procedía de la fuente divina de la Gracia y tenía como modelo a Cristo, maestro de toda perfección, pero estaba enraizada en un valor espiritual materno, la sabiduría cristiana. El árbol bueno produce frutos buenos.

Ella se lo había enseñado
            La madre de Don Bosco, Margarita Occhiena, desde noviembre de 1846, cuando a los 58 años de edad, había dejado su casita de los Becchi, compartía con su hijo en Valdocco una vida de privaciones y sacrificios gastada por los chicos de la periferia de Turín. Habían pasado cuatro años y ahora sentía que sus fuerzas menguaban. Un gran cansancio había penetrado en sus huesos, una fuerte nostalgia en su corazón. Entró en la habitación de Don Bosco y le dijo: “Escúchame, Juan, ya no es posible seguir así. Cada día los chicos me hacen una. Ahora tiran mi ropa limpia tendida al sol en el suelo, ahora pisotean mis verduras en el huerto. Me rompen la ropa de tal manera que no hay forma de remendarla. Pierden calcetines y camisas. Se llevan las herramientas de la casa para sus diversiones y me hacen dar vueltas todo el día para encontrarlas. Yo, en medio de esta confusión, pierdo la cabeza, ¡Ya ves! Casi, casi, me vuelvo a los Becchi”.
            Don Bosco miró fijamente el rostro de su madre, sin hablar. Luego señaló el Crucifijo que colgaba de la pared. Mamá Margarita comprendió. Sus ojos se llenaron de lágrimas.
            – Tienes razón, tienes razón, exclamó; y volvió a sus quehaceres, durante otros seis años, hasta su muerte (G.B. LEMOYNE, Mamá Margarita, Turín, SEI, 1956, p. 155-156).
            Mamá Margarita alimentaba una profunda devoción a la Pasión de Cristo, a esa Cruz que daba sentido, fuerza y esperanza a todas sus cruces. Así se lo había enseñado a su hijo. Le bastaba una mirada al Crucifijo. Para ella, la vida era una misión que cumplir, el tiempo un don de Dios, el trabajo una contribución humana al plan del Creador, la historia humana algo sagrado porque Dios, nuestro Señor, Padre y Salvador, está en el centro, principio y fin del mundo y del hombre.
            Ella había enseñado todo esto a su hijo con la palabra y el ejemplo. Madre e hijo: una fe y una esperanza puestas sólo en Dios, y una ardiente caridad que ardió en su corazón hasta la muerte.




Don Bosco y los marenghi

            En 1849, el tipógrafo G. B. Paravia publicó Il sistema metrico decimale ridotto a semplicità preceduto dalle quattro operazioni dell’aritmetica ad uso degli artigiani e della gente di campagna editado por el sacerdote Bosco Juan. El manual incluía un apéndice sobre las monedas más utilizadas en Piamonte y las principales divisas extranjeras.
            Sin embargo, pocos años antes, Don Bosco sabía tan poco sobre las monedas nobiliarias en uso en el Reino de Cerdeña que confundió un doppia di Savoia con un marengo. Estaba en los comienzos de su actividad oratoria y hasta ese momento debió haber visto muy pocas monedas de oro. Al recibir un día una, corrió a gastarla en sus travesuras, encargando diversas mercancías por valor de un marengo. El tendero, práctico y honrado, le entregó las mercancías que había pedido y le dio el cambio de unas nueve liras.
            – Pero ¿cómo -preguntó Don Bosco- no te he dado un marengo?
            – No -respondió el tendero-, ¡tú moneda es una pieza de 28 y medio! (MB II, 93)
            Desde el principio en Don Bosco no hubo avidez de dinero, ¡sino sólo afán de bien!

Dobles de Saboya y marenghi
            Cuando en mayo de 1814 el rey Víctor Manuel I volvió a tomar posesión de sus Estados, quiso restablecer el antiguo sistema monetario basado en la Lira di Piemonte de veinte soldi de doce denari cada uno, sistema que había sido sustituido por el decimal durante la ocupación francesa. Hasta entonces, seis liras equivalían a un escudo de plata y veinticuatro a un doble de Saboya de oro. Por supuesto, no faltaban los submúltiplos, incluida la monedita de cobre conocida como Mauriziotto del valor de 5 soldi, llamada así porque llevaba la imagen de San Mauricio en el reverso.
            Pero la costumbre de contar en francos se había extendido tanto que en 1816 el Rey decidió adoptar también el sistema monetario decimal, creando la Lira nuova di Piemonte de un valor igual al franco, con relativos múltiplos y submúltiplos, desde la pieza de oro de 100 liras hasta la moneda de cobre de 1 céntimo.
            El doble de Saboya, sin embargo, siguió su curso durante muchos años más. Creado en 1755 por un edicto de Carlos Manuel III, se denominó, tras la creación de la nueva lira, pieza de veintinueve o veintiocho liras y media, precisamente porque correspondía a 28,45 nuevas liras. Se llamaba más comúnmente Galin-a (gallina) porque, mientras que en el anverso figuraba la imagen del Soberano con coleta, en el reverso aparecía un pájaro con las alas desplegadas, que el artista había querido que representara un águila, pero, panzudo como era, se parecía más a una gallina.
            Incluso la pieza de veinte francos, llamada marengo porque fue acuñada por Napoleón en Turín en 1800 tras la victoria de Marengo, también permaneció en circulación durante bastante tiempo junto con las monedas de oro de Saboya. Llevaba en el anverso el busto de Minerva y en el reverso el lema: LibertàEgalitéEridania. Correspondía a la moneda francesa llamada Napoleón de oro. El término “Eridania” designaba la tierra donde fluye el Po, el legendario Eridano.
            El nombre “marengo” también se utilizó indistintamente para la moneda de oro nuevo de 20 liras de Víctor Manuel I, mientras que “marenghino” era la moneda de oro de 10 liras, por tanto con la mitad del valor del marengo, acuñada posteriormente por Carlos Alberto. Marengo y marenghino eran términos que se utilizaban a menudo el uno para el otro, como franco y lira. Don Bosco también los utilizó así. En el prefacio del “Galantuomo” de 1860 (el almanaque-aguinaldo a los suscriptores de las “Letture Cattoliche”) hay un ejemplo. Don Bosco interpreta el papel de un vendedor de refrescos que sigue al ejército sardo en la guerra del 59. En la batalla de Magenta, él narra, pierde la bolsa de los soldi y el capitán de la compañía lo recompensa con una fortuna de “quince relucientes marenghini”.
            Escribiendo el 22 de mayo de 1866 escribe al Cav. Federico Oreglia, por el enviado a Roma para recoger ofrendas para la nueva iglesia de María Auxiliadora, le dice
            “En cuanto a tu estancia en Roma, quédese un tiempo ilimitado, es decir, hasta que tengas diez mil franchi para traer a casa para la iglesia y para pagar al panadero […].
 Dios le bendiga, Sig. Cavaliere, y bendiga sus fatigas y que cada una de sus palabras salve un alma y gane un marengo. Amén” (E 459).
            ¡Significativo augurio de Don Bosco a un generoso colaborador!

Napoleones con y sin sombrero
            A partir del 1 de mayo de 1866, además de la moneda de oro, correspondiente al napoleón de oro con la imagen de Napoleón con sombrero en el anverso, se emitió forzosamente en el ya constituido Reino de Italia un papel moneda del mismo valor nominal, pero con un valor real muy inferior. El pueblo lo llamó inmediatamente Napoleón con cabeza descubierta porque llevaba la efigie de Víctor Manuel II sin sombrero.
            Lo sabía bien Don Bosco cuando tuvo que devolver al conde Federico Calieri un préstamo de 1.000 franchi por el dado en 50 napoleones de oro. No dejo escapar la oportunidad de matar dos pájaros de un tiro, aprovechando la confianza que le habían concedido. En efecto, la condesa Carlota ya le había prometido una ofrenda para la nueva iglesia. Por ello escribió a la Condesa el 29 de junio de 1866: “Le diré que a partir de mañana vence mi deuda con el Conde y que debo ocuparme de pagar la deuda para adquirir el crédito. Cuando Ella estaba en la Casa Collegno, me decía que en esta fecha habría hecho una oblación para la iglesia y para el altar de S. Giuseppe, pero no fijó con precisión la suma. Por lo tanto, tenga la bondad de decirme
1) si su caridad implica que haga oblaciones en este momento para nosotros y cuáles;
2) adónde debería dirigir el dinero para el sig. Conde;
3) si el sig. Conde por casualidad ha pagado que se puede hacer con billetes, o, ya que es cosa razonable, que cambie los billetes en napoleones según lo que ha recibido” (E 477).
            Como se puede comprender fácilmente, Don Bosco confía en la oferta de la Condesa y le propone saldar su deuda con el Conde, si no perjudica a nadie, en napoleones de papel. La respuesta llegó y fue consoladora. El dinero debía enviarse a Cesare, el hijo del conde Callori, y podía ser en papel moneda. De hecho, Don Bosco escribió a Cesare el 23 de julio:
            “Antes de fin de mes llevaré a tu casa los mil franchi como me escribes y procuraré traer otros tantos napoleones pero todos con la cabeza descubierta. Porque si trajera cincuenta napoleones con el sombrero puesto, tal vez quemarían ya a Júpiter, Saturno y Marte» (E 489).
            Y poco después hará el muy conveniente arreglo, mientras la Condesa al mismo tiempo le da 1.000 franchi para el púlpito de la nueva iglesia (E 495). Si hay una deuda que pagar, ¡hay una Providencia que no faltará!

Dinero e hipotecas
            Pero Don Bosco no sólo manejaba marenghi y napoleones. En sus bolsillos se encontraba más frecuentemente las varias calderillas, monedas de cobre, que utilizaba para los gastos ordinarios, como tomar el coche cuando salía de Turín, hacer pequeñas compras y limosnas y quizás hacer algún gesto que hoy llamaríamos carismático, como cuando vertió en manos del maestro de obras Bozzetti los primeros ocho soldi para la construcción de la nueva iglesia de María Auxiliadora.
            Ocho soldi, equivalentes a 4 monedas de 10 céntimos u 8 monedas de 5, correspondían a una “mutta” del antiguo sistema, una moneda acuñada en cobre con algo de plata, con un valor inicial de 20 soldi piemontesi, pronto reducido a ocho soldi. Era la antigua lira piamontesa que vino al mundo de la mano de Victor Amadeus III en 1794 y no fue abolida hasta 1865. La palabra “mutta” -en piamontés mota (léase: muta)-, en sí misma, significa “terrón” o “bloque”. Llamaban “mote” al bloque hecho con corteza de roble, usados para el curtido del cuero y que, tras su uso, seguían utilizándose para quemar o mantener encendido un fuego. Estos bloques, que solían ser tan grandes como un gran pan, habían sido reducidas por la avaricia de los fabricantes a proporciones tan ínfimas que el populacho acabó llamando “mote” al lirette de Vittorio Amedeo.
            Según las “Memorias Biográficas”, ciertos fanáticos protestantes, para alejar a los muchachos del Oratorio de Don Bosco, los atraían diciéndoles: “¿Qué vais a hacer en el Oratorio? Venid con nosotros, os divertiréis cuanto queráis y os regalarán dos motess y un buen libro» (MB III, 402) Dos motess eran suficientes para merendar bien.
            Pero Don Bosco también conquistaba a la gente con sus motes. Un día se encontró sentado en el palco junto al cochero que juraba en voz alta para hacer correr a los caballos, y le prometió un mutta si se abstenía de maldecir durante todo el camino hasta Turín, y consiguió su propósito (MB VII, 189). Al fin y al cabo, con un mutta el pobre cochero podía comprarse al menos un litro de vino para beber con sus colegas, y al mismo tiempo atesorar las palabras que había oído contra el vicio de la blasfemia.

El santo de los millones
            Don Bosco manejó en su vida grandes sumas de dinero, reunidas al precio de enormes sacrificios, humillantes búsquedas, laboriosas loterías, incesantes peregrinaciones. Con ese dinero dio pan, vestido, alojamiento y trabajo a muchos chicos pobres, compró casas, abrió hospicios y colegios, construyó iglesias, puso en marcha no indiferentes iniciativas de imprenta y edición, lanzó las misiones salesianas en América y, finalmente, ya debilitado por los achaques de la vejez, erigió en Roma, en obediencia al Papa, la Basílica del Sagrado Corazón, obra que fue la causa no menos importante de su prematura muerte.
            No todos comprendieron el espíritu que le animaba, no todos apreciaron sus múltiples actividades y la prensa anticlerical se permitió insinuaciones ridículas.
            El 4 de abril de 1872 el periódico satírico turinés “Il Fischietto”, que apodaba a Don Bosco “Dominus Lignus”, decía que estaba dotado de “fondos fabulosos”. El 31 de octubre de 1886 el periódico romano “La Riforma”, órgano político de crispino, publicó un artículo sobre sus expediciones misioneras, en el que presentaba irónicamente al cura de Valdocco como “un verdadero industrial”, como el hombre que había comprendido “que el buen mercado es la clave del éxito de todas las más grandes empresas modernas”, y seguía diciendo: “Don Bosco tiene en él algo de esa industria que ahora quiere llamarse, por antonomasia, de los hermanos Bocconi”. Se trataba de los hermanos Ferdinando y Luigi Bocconi, creadores de los grandes almacenes abiertos en Milán en aquellos años y llamados más tarde “La Rinascente”. Luigi Pietracqua, novelista y dramaturgo dialectal, pocos días después de la muerte de Don Bosco firmó un soneto satírico en el periódico turinés “L Birichin”, que comenzaba de la siguiente manera:
            “Don Bòsch l’é mòrt — L’era na testa fin-a, Capace ‘d gavé ’d sangh d’ant un-a rava, Perchè a palà ij milion chiel a contava, E… sensa guadagneje con la schin-a!”.
            (Don Bosco ha muerto – Era un hombre astuto, Capaz de sacar sangre de un nabo, Porque contaba los millones a puñados, Y… sin ganárselos con su propio sudor).
            Y seguía ensalzando a su manera el milagro de Don Bosco que sacaba dinero a todo el mundo llenando su bolsa que había llegado a ser tan grande como una cuba (E as fasìa 7 borsòt gròss com na tina). Enriquecido de este modo, ya no necesitaba trabajar, se limitaba a engatusar a las gaviotas con oraciones, cruces y santas misas. El blasfemo sonsonete concluyó llamando a Don Bosco: “San Milion”.
            Los que conocen el estilo de pobreza en el que vivió y murió el Santo pueden comprender fácilmente que baja calidad era el humor de Pietracqua. Don Bosco fue, en efecto, un administrador muy hábil del dinero que le proporcionaba la caridad de los buenos, pero nunca guardó nada para sí. Los muebles de su pequeña habitación de Valdocco consistían en una cama de hierro, una mesita, una silla y, más tarde, un sofá, sin cortinas en la ventana, ni alfombras, ni siquiera una mesita de noche. En su última enfermedad, atormentado por la sed, cuando le proporcionaron agua de Seltz para aliviarle, no quiso beberla, creyendo que era una bebida cara. Fue necesario asegurarle que sólo costaba siete céntimos la botella. “Volvió a decir a don Viglietti: -Déjeme también a mí el placer de mirar en los bolsillos de mi ropa; ahí están mi cartera y mi monedero. Creo que no queda nada; pero si hay dinero, dáselo a Don Rua. Quiero morir para que se diga: Don Bosco murió sin un céntimo en el bolsillo” (MB XVIII, 493).
            ¡Así murió el Santo de los Millones!




Don Bosco y su fecha de nacimiento

Los archivos hablan del 16 de agosto: pero existe una curiosa y afectuosa interpretación.


Los datos del archivo
El Registro de Bautismos de la Parroquia de Sant’Andrea de Castelnuovo d’Asti habla claramente en la escritura latina del párroco P. Sismondo. Damos aquí la traducción española:
17 de agosto de 1815. – Bosco Giovanni Melchiorre, hijo de Francesco Luigi y Margherita Occhiena esposos Bosco, nacido ayer por la tarde y esta tarde bautizado solemnemente por el Reverendísimo Don Giuseppe Festa, Vicario. Los padrinos fueron Occhiena Melchiorre de Capriglio y Bosco Maddalena, viuda del difunto Secondo Occhiena, de Castelnuovo.
Giuseppe Sismondo, párroco y vicario Foraneo
”.

Así pues, según el Acta oficial del Bautismo oficial, Don Bosco nació la tarde del 16 de agosto de 1815. Sin embargo, Don Bosco en sus ‘Memorias’ afirma:
El día consagrado a María Asunta al cielo fue aquel de mi nacimiento, el año 1815; en Murialdo, una aldea de Castelnuovo d’Asti”.
La diferencia parece evidente, aunque Don Bosco no escribió que había nacido el 15 de agosto, sino simplemente “el día consagrado a María Asunta al cielo”.
Hasta la muerte de Don Bosco siempre se interpretó ese “día consagrado a María Asunta al cielo” en su acepción más obvia y esto es el “15 de agosto”, sin que Don Bosco hiciera ninguna observación al respecto.
Así se puede leer en el Boletín Salesiano de enero de 1879, así en el libro sobre Don Bosco y la Sociedad Salesiana publicado por Du Boys en París en 1884, así incluso en el pergamino depositado en la caja de Don Bosco el 2 de febrero de 1888 y firmado también por don. Rua.
Sin embargo, poco después de la muerte de Don Bosco, los Salesianos sintieron la urgencia de reunir todas las pruebas posibles sobre él con vistas a un proceso de beatificación y canonización. Fue en este clima de investigación cuando el salesiano de Castelnuovo d’Asti, Don Secondo Marchisio, se desplazó a Castelnuovo d’Asti, con la intención de interrogar a los ancianos de los Becchi, Castelnuovo y Moncucco sobre lo que recordaban de la juventud de Don Bosco. Tras unos tres meses de trabajo, el padre Marchisio regresó a Turín en octubre de 1888 con una gran cantidad de testimonios. Entre otras cosas, también se había preocupado de consultar los archivos parroquiales de Castelnuovo, donde había visto el acta de bautismo que indicaba el 16 de agosto, y no el 15, como fecha de nacimiento de Don Bosco.
Por tanto, es natural preguntarse si Don Bosco o su párroco cometieron un error, o si los familiares habían informado de una fecha por otra, como a veces ocurría, o si, como algunos especulan, Don Bosco ajustó deliberadamente la fecha para que su nacimiento cayera en el día de la Asunción. Para responder a estas preguntas, debemos recordar primero el ambiente popular de la época.

Nuestra Señora de agosto en el calendario del pueblo
En nuestros pueblos piamonteses, y no sólo en ellos, la gente solía indicar los días festivos no con una fecha del calendario sino con el nombre de un santo, de una fiesta, de un festival, de un acontecimiento.
El primero de enero se llamaba simplemente “il giorno della strenna(el día del aguinaldo)”, los últimos días de este mes “los días de la merla” (el día del mirlo), y así sucesivamente. El 3 de febrero era el día de la bendición de la garganta; el 6 de junio, en Turín, el día del milagro; el 23-24, la fiesta de San Juan; el 8 de septiembre, Nuestra Señora de septiembre, y así sucesivamente.
Entonces no había tanta preocupación como hoy por las fechas del calendario. Las fechas de nacimiento, bautismo y defunción sólo podían encontrarse en los registros parroquiales que, hasta el 1866, eran los únicos registros de nacimientos existentes y, además, hasta 1838, escritos únicamente en latín.
En esta situación, se puede entender que los tres días de mediados de agosto, 14-15-16, se denominaran simplemente “Nuestra Señora de agosto” (La Madòna d’agost).
La fiesta de la Asunción era una de las festividades más importantes y sentidas del año, y la devoción a la Madonna d’agost era una de las más arraigadas y celebradas en todo el Piamonte. Basta pensar que las catedrales de Asti, Ivrea, Novara, Saluzzo y Tortona están dedicadas a Nuestra Señora de la Asunción y que, aún hoy, en todas las diócesis piamontesas, no menos de 201 (¡doscientas una!) iglesias parroquiales están dedicadas a Nuestra Señora de la Asunción. Por citar sólo algunas, recordamos la parroquia de Arignano, Lauriano, Marentino, Riva presso Chieri y Villafranca d’Asti entre los pueblos más cercanos a Castelnuovo. Y no será inútil recordar que la diócesis de Acqui tiene 9 parroquias dedicadas a la Asunción, la de Alba tiene 10, Alessandria 9, Aosta 5, Asti 4, Biella 9, Casale 9, Cuneo 4, Fossano 3, Ivrea 12, Mondovì 18, Novara 34, Pinerolo 6, Saluzzo 12, Susa 7, Turín 16, Vercelli 18, Tortona 28, 16 de las cuales se encuentran en territorio piamontés.
Como se puede imaginar, la fiesta de Nuestra Señora en agosto se celebraba solemnemente en todas partes con procesiones y fiestas que duraban un mínimo de tres días. Incluso hoy en día en Castelnuovo Don Bosco, la fiesta de la Asunción (èl dì dla Madòna – nótese la similitud con la frase de Don Bosco “el día consagrado a María Asunta al cielo” -) se celebra con gran solemnidad. Tras una devota novena de oración, todos acuden a Nuestra Señora del Castillo para la procesión, tanto las autoridades como la gente del pueblo. Siguen ocho días de alegría con juegos y carrozas en la plaza. Ni que decir, la fiesta de San Roque, el 16 de agosto, no se considera una fiesta en sí misma, sino prácticamente fusionada con la de la Asunción.

La fecha del nacimiento de Don Bosco

Sólo considerando estas costumbres y devociones se puede llegar a comprender la fecha del nacimiento de Don Bosco. Mamá Margarita debió siempre haberle dicho a su hijo Juan: “Naciste el día de Nuestra Señora de Agosto”. Obviamente no tenemos constancia escrita de ello, pero quienes conocen el ambiente y lenguaje no pueden imaginar realmente una expresión diferente en sus labios. Y cuando en 1873, por orden de Pío IX, Don Bosco se dispuso por fin a compilar sus “Memorias”, italianizando, con uno de los muchos dialectalismos tan frecuentes en su escritura, la expresión piamontesa de su madre (a la Madòna d’agost), escribió: “El día consagrado a María Asunta al cielo fue el de mi nacimiento en el año 1815”.
Don Eugenio Ceria, biógrafo de Don Bosco, como buen piamontés, da a la frase la interpretación que hemos hecho nuestra: “Conviene recordar que en Piamonte de algo que sucedió un poco antes o un poco después del 15 de agosto se suele decir, sin precisar demasiado, lo que le sucedió a Nuestra Señora en agosto, y todos ven la fácil consecuencia”.

Certificado de nacimiento de Don Bosco

Don Michele Molineris, atento recopilador de costumbres locales, sigue siendo de la misma opinión, mientras que Don Teresio Bosco propone una nueva interpretación posible: “Su madre le había dicho muchas veces: – Naciste el día de Nuestra Señora -, y Don Bosco repitió durante toda su vida que había nacido el 15 de agosto de 1815, fiesta de la Asunción. ¿Nunca fue a consultar el registro parroquial donde está escrito que nació el 16 de agosto? ¿Un error de su madre? ¿Una distracción del párroco? Probablemente ni lo uno ni lo otro. En aquella época, los párrocos exigían a sus cristianos que llevaran a los recién nacidos al bautismo en las primeras veinticuatro horas. Muchos padres, para no arriesgar la vida del niño, se lo llevaban unos días más tarde, y para no provocar la ira del párroco, posponían el día del nacimiento. Así le ocurrió a Giuseppe Verdi, contemporáneo de Don Bosco, y a muchos otros. Y los niños creían más a las madres que a los registros”.
El autor de este artículo sabe que nació el 17 de agosto; sin embargo, los documentos del registro le asignan el 18 como día de nacimiento, por lo que no será el primero en negar la posibilidad de la hipótesis de Don Teresio de que Don Bosco podría haber nacido realmente el 15.
Lo que sigue siendo inaceptable en cambio es la hipótesis de que se tratara de un truco de Don Bosco, para poder, manipulando la fecha de su nacimiento, construir una leyenda, una especie de biografía ejemplar que hubiera tenido como primer hecho providencial el nacimiento del héroe el 15 de agosto, día exacto de la Asunción.
Don Bosco era sin duda un narrador muy hábil, que sabía colorear y amplificar los detalles de un hecho para suscitar el interés, el asombro o la hilaridad de sus jóvenes oyentes, o redondear las cifras para abrir la bolsa y hacerles reflexionar sobre el desarrollo imparable de su obra, pero no era un vendedor, ni un ingenuo. ¿Quién puede imaginarlo tan despistado como para ignorar que tarde o temprano se conocería la verdadera fecha de su nacimiento?
Más bien debería quedar claro, para quienes conocen al santo de los Becchi, que no era un hombre que se fijara en el significado “cronístico” de las fechas, sino en el religioso. Para él, la historia humana, incluso su historia personal, era historia sagrada, historia providencial de salvación. Veía un plan divino en su propia vida, y quería que su pueblo lo recordara para su estímulo.

Para resumir
Por tanto, podemos resumir y concluir diciendo que la fecha del 16 de agosto, proporcionada por el registro parroquial es, muy probablemente, la correcta; pero no se puede excluir completamente que Don Bosco naciera de hecho el día 15.
Sea como fuere, Don Bosco sabía que había nacido “en Nuestra Señora de agosto” y estaba contento por ello.
Las dos fechas del 15 y el 16 no estaban, en la comprensión popular de la época, sustancialmente separadas. Eran una única festividad, la de la Asunción. Por tanto, se podía hablar en ambos casos de un “día consagrado a María Asunta al cielo”.
No nos consta que Don Bosco hablara expresamente del “15 de agosto”, pero es posible, tanto más cuanto que no se puede excluir que creyera correcta esa fecha.
Ciertamente es lo que creían los discípulos antes de su muerte, interpretando en sentido estricto afirmaciones como ésta: “Nací en Nuestra Señora de Agosto” (No olvidemos que con Don Bosco, en conversaciones privadas, la mayoría todavía hablaba en piamontés).
La santa mamá Margarita, a su entrada en el seminario, también le había dicho: “Cuando viniste al mundo, te consagré a la Santísima Virgen María; cuando comenzaste tus estudios, te recomendé la devoción a esta Madre nuestra: ahora te recomiendo que seas todo suyo: ama los compañeros devotos de María; y, si llegas a ser sacerdote, recomienda y propaga la devoción de María”. Y así hizo Don Bosco toda su vida.
En una fría mañana de invierno, el 31 de enero de 1888, Don Bosco cerró su peregrinación terrenal a Valdocco al son del Ave María. Ese sería el final de un largo y agotador viaje emprendido en una calurosa tarde de verano en la “Señora Nuestra de agosto” en el Colina de los Becchi.




La mirada de Don Bosco

¿Pero quién lo creería? Con esa mirada, Don Bosco… ¡veía tantas cosas!
Un viejo sacerdote, antiguo alumno de Valdocco, escribió en 1889: “Lo que más destacaba en Don Bosco era su mirada, dulce pero penetrante hasta la oscuridad del corazón, que uno apenas podía resistirse a contemplar. Se puede decir que su mirada atraía, aterrorizaba, se posaba a propósito y que en mis viajes por el mundo nunca he conocido a una persona cuya mirada fuera más impresionante que la suya. Generalmente los retratos y los cuadros no dan cuenta de esta singularidad, y me hacen de él un aficionado”.
Otro antiguo alumno de los años 70, Pedro Pons, revela en sus recuerdos: “Don Bosco tenía dos ojos que traspasaban y penetraban la mente… Se paseaba hablando y mirando a todo el mundo con esos dos ojos que giraban en todas direcciones, electrizando los corazones de alegría”.
El salesiano Don Pedro Fracchia, alumno de Don Bosco, recordaba un encuentro que tuvo con el santo sentado en su escritorio. El joven se atrevió a preguntarle por qué escribía así, con la cabeza gacha y girado hacia la derecha, acompañando a la pluma. Don Bosco, sonriendo, le contestó: “La razón es ésta, ¡ya ves! De este ojo Don Bosco ya no ve, y de este otro poco, ¡poco!”. – “¿Ve poco? Pero entonces, ¿cómo es que el otro día en el patio, mientras estaba lejos de usted, me lanzó una mirada tan viva, tan brillante, tan penetrante como un rayo de sol?” – “Pero va allí… ¡Ustedes piensan y ven inmediatamente quién sabe qué…!”
Y sin embargo era así. Y los ejemplos podrían multiplicarse. Con su ojo escrutador, Don Bosco penetraba y adivinaba todo en los jóvenes: carácter, ingenio, corazón. Algunos de ellos intentaban a propósito huir de su presencia porque no soportaban su mirada. El padre Dominic Belmonte aseguraba haber sido testigo personal de este hecho: “Muchas veces Don Bosco miraba a un joven de una manera tan especial que sus ojos decían lo que su labio no expresaba en ese momento, y le hacía comprender lo que quería de él”.

A menudo seguía a un joven con la mirada en el patio, mientras conversaba con otros. De repente, la mirada del joven se encontraba con la de Don Bosco y el interesado comprendía. Se le acercaba para preguntarle qué quería de él y Don Bosco se lo susurraba al oído. Tal vez era una invitación a la confesión.
Una noche, un alumno no conseguía conciliar el sueño. Suspiraba, mordía las sábanas, lloraba. El compañero que dormía a su lado, despertado por esta agitación, le preguntó: “¿Qué te pasa? ¿Qué te pasa?” – “¿Qué me pasa? Anoche me miró Don Bosco”. – “¡Oh, hermosa! Y eso no es nada nuevo. ¡No hay necesidad de molestar a todo el dormitorio por eso!” – Por la mañana se lo contó a Don Bosco y éste le contestó: “¡Pregúntale lo que le dice su conciencia!”. Uno puede imaginarse el resto.

Más testimonios en Italia, España y Francia

Don Bosco a los 71 años – Sampierdarena, 16 de marzo de 1886

Don Michele Molineris, en su Vita episodica di don Bosco publicación póstuma en el Colle en 1974, da otra serie de testimonios sobre la mirada de Don Bosco. Nos referimos sólo a tres de ellos, también para recordar a este estudioso del Santo que, además del resto, tenía un conocimiento único de los lugares y las personas de la infancia de Juan Bosco. Pero vayamos a los testimonios que recogió.
El obispo Felice Guerra recordó personalmente la vivacidad de la mirada de Don Bosco, declarando que penetraba como una espada de doble filo hasta el punto de entumecer los corazones y conmover las conciencias. Y sin embargo “¡de un ojo no veía y el otro le servía de poco!”
El P. Juan Ferrés, párroco de Gerona en España, que vio a Don Bosco en 1886, escribió que “tenía unos ojos muy vivos, una mirada penetrante… Mirándole me sentí obligado a inclinarme y examinar cómo estaba de alma”.
El Sr. Accio Lupo, ujier del Ministro Francesco Crispi, que había introducido a Don Bosco en el despacho del estadista, lo recordaba como “un sacerdote demacrado…¡con ojos penetrantes!”.

Y, por último, recordamos impresiones recogidas de sus viajes por Francia. El cardenal Juan Cagliero relató el siguiente hecho que constató personalmente cuando acompañaba a Don Bosco. Tras una conferencia celebrada en Niza, Don Bosco salió del presbiterio de la iglesia para dirigirse a la puerta, rodeado por la multitud que no le dejaba caminar. Un individuo de aspecto sombrío se quedó inmóvil, mirándolo como si tramara algo no bueno. Don Cagliero, que no le quitaba ojo, inquieto por lo que pudiera ocurrir, vio acercarse al hombre. Don Bosco se dirigió a él: “¿Qué quiere? – ¿A mí? ¡Nada!” – “¡Sin embargo, parece que tiene algo que decirme!” – “No tengo nada que decirle” – “¿Quiere confesarse?” – “¿Confesarme? ¡Ni por asomo!” – “¿Entonces qué hace aquí?” – “Estoy aquí porque… ¡no puedo irme!” – “Entiendo … Señores, déjenme solo un momento”, dijo Don Bosco a los que le rodeaban. Los que lo rodeaban se retiraron, Don Bosco susurró unas palabras al oído del hombre que, cayendo de rodillas, se confesó allí mismo, en medio de la iglesia.
Más curioso fue el suceso de Tolón, ocurrido durante el viaje de Don Bosco a Francia en 1881.
Tras una conferencia en la iglesia parroquial de Santa María, Don Bosco, con una bandeja de plata en la mano, recorrió la iglesia pidiendo limosna. Un trabajador, cuando Don Bosco le presentó el plato, volvió la cara, encogiéndose de hombros con rudeza. Don Bosco, al pasar a su lado, le dirigió una mirada cariñosa y le dijo: “¡Que Dios le bendiga!” – El obrero se metió entonces la mano en el bolsillo y depositó un penique en el plato. Don Bosco, mirándole fijamente a la cara, le dijo: _ ¡Que Dios le recompense! El otro, haciendo de nuevo el gesto, le ofreció dos peniques. Y Don Bosco: _ ¡Oh, querido, que Dios te recompense cada vez más! El hombre, al oír esto, sacó su monedero y dio un franco. Don Bosco le dirigió una mirada llena de emoción y se marchó. Pero aquel hombre, casi atraído por una fuerza mágica, le siguió a través de la iglesia, entró tras él en la sacristía, salió tras él al pueblo y no dejó de estar detrás de él hasta que le vio desaparecer. ¡El poder de la mirada de Don Bosco!
Jesús dijo: “Los ojos son como la lámpara para el cuerpo; si tus ojos son buenos estarás totalmente en la luz”.
¡Los ojos de Don Bosco estaban totalmente en la Luz!




Los benefactores de Don Bosco

Hacer el bien a los jóvenes requiere no sólo dedicación, sino también grandes recursos materiales y financieros. Don Bosco solía decir “Confío ilimitadamente en la Divina Providencia, pero también la Providencia quiere ser ayudada por nuestros inmensos esfuerzos”; dicho y hecho.

            A sus misioneros que partían, el 11 de noviembre de 1875, Don Bosco les dio 20 preciosos “Recuerdos”. El primero era: “Buscad almas, pero no dinero, ni honores, ni dignidad”.
            Don Bosco mismo tuvo que ir en busca de dinero toda su vida, pero quería que sus hijos no se afanaran en buscar dinero, que no se preocuparan cuando les faltara, que no perdieran la cabeza cuando lo encontraran, sino que estuvieran dispuestos a toda humillación y sacrificio en la búsqueda de lo necesario, con plena confianza en la Divina Providencia que nunca les dejaría faltar. Y les dio el ejemplo.

“¡El Santo de los millones!”
            Don Bosco manejó en su vida grandes sumas de dinero, reunidas al precio de enormes sacrificios, humillantes búsquedas, laboriosas loterías, incesantes peregrinaciones. Con ese dinero dio pan, vestido, alojamiento y trabajo a muchos chicos pobres, compró casas, abrió hospicios y colegios, construyó iglesias, puso en marcha grandes iniciativas de imprenta y editoriales, lanzó misiones salesianas en América y, finalmente, ya debilitado por los achaques de la vejez, erigió la Basílica del Sagrado Corazón en Roma, obedeciendo al Papa.
            No todos comprendieron el espíritu que le animaba, no todos apreciaron sus múltiples actividades y la prensa anticlerical se permitió insinuaciones ridículas. El 4 de abril de 1872, el periódico satírico turinés “Il Fischietto” (“El silbato”) decía que Don Bosco tenía “fabulosos fondos”, mientras que, a su muerte, en el periódico “Il Birichin” (“El pícaro”), Luigi Pietracqua publicó un soneto blasfemo en el que calificaba a Don Bosco de astuto “capaz de sacar sangre de un nabo” y le definía como “el Santo de los millones” porque habría contado millones a puñados sin ganarlos con su propio sudor.
            Quienes conocen el estilo de pobreza en el que vivió y murió el Santo pueden comprender fácilmente lo injusta que era la sátira de Pietracqua. Don Bosco fue, sí, un hábil administrador del dinero que le proporcionaba la caridad de los buenos, pero nunca guardó nada para sí. El mobiliario de su pequeña habitación en Valdocco consistía en una cama de hierro, una mesita, una silla y, más tarde, un sofá, sin cortinas en las ventanas, ni alfombras, ni siquiera una pequeña alfombra. En su última enfermedad, atormentado por la sed, cuando le proporcionaron agua mineral para aliviarle, no quería beberla, creyendo que era una bebida cara. Fue necesario asegurarle que sólo costaba siete céntimos la botella. Unos días antes de morir, ordenó a don Viglietti que buscara en los bolsillos de su ropa y le diera a don Rua la cartera, para que pudiera morir sin un céntimo en el bolsillo.

Nobleza filantrópica
Las Memorias Biográficas y el Epistolario de Don Bosco proporcionan una rica documentación sobre sus benefactores. Encontramos allí los nombres de casi 300 familias nobles de las que es imposible dar aquí una lista.

            Ciertamente no debemos cometer el error de limitar los benefactores de Don Bosco únicamente a la nobleza. Obtuvo la ayuda y la colaboración desinteresada de miles de personas de la clase eclesiástica y civil, de la burguesía y del pueblo, empezando por esa incomparable benefactora que fue Mamá Margarita.
            Nos detenemos en una figura de la nobleza que se distinguió por apoyar la obra de Don Bosco, destacando la actitud sencilla y delicada y, al mismo tiempo, valiente y apostólica que supo mantener para recibir y hacer el bien.
            En 1866 Don Bosco dirigió una carta a la condesa Enrichetta Bosco di Ruffino, de soltera Riccardi, que llevaba años en contacto con el Oratorio de Valdocco. Era una de las Damas que se reunían semanalmente para reparar la ropa de los jóvenes internos. He aquí el texto:

“Benemerita Señora Condesa,
            No puedo ir a visitar a Vuestra Señoría como desearía, pero voy con la persona de Jesucristo oculta bajo estos harapos que le recomiendo para que en su caridad los remiende. Es algo pobre en el tiempo; pero espero que para usted sea un tesoro para la eternidad.
            Que Dios le bendiga a usted, a sus trabajos y a toda su familia, mientras tengo el honor de poder profesarme con toda estima
            de V.S.B. Obbl.mo servidor».
            Sac. Bosco Gio. Turín, 16 de mayo de 1866

Carta de Don Bosco a los benefactores

            En esta carta Don Bosco se disculpa por no haber podido ir en persona a visitar a la Condesa. A cambio le envía un fardo de ropa vieja de los chicos del Oratorio para …. remendar… ¡unas pobres cosas (en piamontés: basura) ante los hombres, pero un tesoro precioso para los que visten a los desnudos por amor a Cristo!
            Hay quien ha querido ver en las relaciones de Don Bosco con los ricos un espíritu cortesano interesado. ¡Pero aquí hay un auténtico espíritu evangélico!




Don Bosco y sus cruces cotidianas

La vida de Don Bosco tuvo grandes sufrimientos, pero los soportó con humildad y paciencia heroicas. Aquí queremos, en cambio, hablar de las cruces cotidianas, más pasajeras que aquéllas, pero no menos pesadas. Se trata de espinas que encontró en su camino a cada paso, espinas que en realidad aguijonearon su conciencia recta y su corazón sensible, que podrían haber desanimado a cualquiera menos a un paciente como a él. Daremos sólo algunos ejemplos de molestias de carácter principalmente económico que tuvo que soportar por culpa de otros.
Escribiendo el 25 de abril de 1876 una carta desde Roma a Don Miguel Rua, decía entre otras cosas: “Cuántas cosas, cuántos carruajes hechos y por hacer. Parecen cuentos de hadas”. Aquí el término «carrozzini» es un término piamontés utilizado por Don Bosco para indicar molestias ajenas que le traían cargas graves e inesperadas, de las que él no era la causa sino la víctima.

Tres casos significativos
El propietario de una fábrica de pasta a vapor, un tal abogado Luigi Succi de Turín, hombre muy conocido por sus obras de caridad, pidió un día a Don Bosco que le prestara su firma en una operación bancaria para retirar 40.000 liras. Como era un hombre rico del que había recibido muchos beneficios, Don Bosco cedió. Pero tres días después Succi murió, el pagaré caducó y Don Bosco avisó a sus herederos del compromiso de su difunto.
Testificó el Cardenal Juan Cagliero: “Estábamos cenando cuando entró Don Rua y le dijo a Don Bosco que los herederos no sabían ni querían saber nada de pagarés. Yo estaba sentado al lado de Don Bosco. Él tomaba su sopa y vi que entre cucharada y cucharada (ten en cuenta que era el mes de enero y el refectorio no tenía calefacción), le caían gotas de sudor de la frente al plato, pero sin aliento y sin interrumpir su modesta comida.
No había forma de hacer entrar en razón a aquellos herederos, y Don Bosco tuvo que pagar por ello. Sólo al cabo de unos diez años recuperó casi toda la suma asegurada con su firma.

Otra obra de caridad también le costó cara por la molestia que le causó. Un tal José Rua, de Turín, había inventado un dispositivo con el que elevar la custodia por encima del tabernáculo del altar en la iglesia y volverla a bajar a la mesa del altar, bajando y subiendo al mismo tiempo la cruz. Esto habría evitado los riesgos que corría el sacerdote al subir por la escalera para realizar esta función. Aquél parecía realmente un medio más sencillo y seguro de exponer el Santísimo Sacramento. Para favorecerlo, Don Bosco envió los diseños a la Sagrada Congregación de Ritos, recomendando la iniciativa. Pero la Congregación no aprobó el invento y ni siquiera quiso devolver los dibujos, alegando que tal era la práctica en tales casos. Finalmente, se hizo una excepción con él para librarle de una molestia más grave. Pero el Sr. Rua, al ver la pérdida nada despreciable de su industria, culpó de ello a Don Bosco, pleiteó contra él y exigió que el tribunal le obligara a pagar una cuantiosa indemnización. Afortunadamente, más tarde el magistrado resultó ser de una opinión muy diferente. Pero mientras tanto, durante el largo transcurso del litigio, los sufrimientos de Don Bosco no fueron pocos.

Una tercera molestia tuvo su origen en la caridad de Don Bosco. Había ideado una colecta especial en el invierno de 1872-1873. Aquel invierno fue particularmente duro, dadas las ya graves dificultades financieras públicas. Don Bosco, con el fin de procurarse medios de subsistencia para su obra en Valdocco, que en aquella época contaba con unos 800 jóvenes internos, escribió una circular enviada en sobre cerrado a los posibles contribuyentes, invitándoles a comprar boletos de diez liras cada uno como limosna y sorteando una valiosa reproducción de la Madonna di Foligno de Rafael.

Cruces que adornan la capilla Pinardi

Las autoridades públicas vieron en esta iniciativa una violación de la ley que prohibía las loterías públicas y demandaron a Don Bosco. Este, al ser interrogado, protestó diciendo que la lotería no tenía carácter especulativo, sino que consistía en un simple llamamiento a la caridad cívica, acompañado de una pequeña muestra de agradecimiento. El caso se alargó durante mucho tiempo y sólo terminó en 1875 con la sentencia del Tribunal de Apelación que condenaba “al sacerdote caballero Don Juan Bosco” a una fuerte multa por contravenir la ley de loterías. Aunque no cabía duda de que el fin que se había propuesto era loable, su buena fe no podía eximirle de la pena, ¡siendo el hecho material suficiente para establecer la contravención también porque “podía haber trascendido el fin que se proponía”!
Esta advertencia impulsó a Don Bosco a un último intento. Apeló al rey Víctor Manuel II, suplicando en virtud de un soberano perdón en favor de sus jóvenes sobre los que recaerían las consecuencias de la sentencia. Y el Soberano asintió graciosamente, concediendo el indulto. La concesión del indulto cayó en un momento en que Don Bosco estaba, entre otras cosas, todo inundado de gastos para su primera expedición de misioneros salesianos a América. Pero mientras tanto, ¡cuánta inquietud!
Aunque Don Bosco, en aras de la paz, trató siempre de evitar los litigios en los tribunales, aun así tuvo que soportarlos, obteniendo sólo a veces la absolución completa. “Summum jus summa iniuria” (rigurosa justicia, rigurosa injusticia) decía Cicerón, queriendo decir que demasiado rigor al juzgar es a menudo una gran injusticia.

El consejo del Santo
Don Bosco era tan ajeno a las discusiones y a los litigios que dejó escrito en su llamado Testamento Espiritual:
Con los extraños es necesario tolerar mucho, e incluso soportar el daño antes que llegar a discusiones.
Con las autoridades civiles y eclesiásticas hay que sufrir todo lo que se pueda honradamente, pero no llegar a discusiones ante los tribunales seculares. Puesto que, a pesar de los sacrificios y de toda buena voluntad, a veces hay que soportar discusiones y litigios, de modo que aconsejo y recomiendo que se someta la controversia a uno o dos árbitros con plenos poderes, abandonando la controversia a cualquier parecer de ellos.
De este modo se salvan las conciencias y se pone fin a asuntos, que de ordinario son muy largos y costosos, y en los que es difícil mantener la paz y la caridad cristiana
”.