Don Bosco con sus Salesianos

Si con sus muchachos Don Bosco bromeaba alegremente al verlos alegres y serenos, también con sus Salesianos revelaba en broma la estima que les tenía, el deseo de verlos formar con él una gran familia, pobre sí, pero confiada en la Divina Providencia, unida en la fe y en la caridad.

Los feudos de Don Bosco
En 1830 Margarita Occhiena, viuda de Francisco Bosco, hizo la división de los bienes heredados de su marido entre su hijastro Antonio y sus dos hijos José y Juan. Consistía, entre otras cosas, en ocho parcelas de tierra como prado, campo y viñedo. No sabemos nada preciso sobre los criterios seguidos por Mamá Margarita para repartir la herencia paterna entre los tres. Sin embargo, entre las parcelas había una viña cerca de los Becchi (en Bric dei Pin), un campo en Valcapone (o Valcappone) y otro en Bacajan (o Bacaiau). En cualquier caso, estas tres tierras constituyen los “feudos” que Don Bosco denomina a veces jocosamente como de su propiedad.

I Becchi, como todos sabemos, son la humilde aldea del caserío donde nació Don Bosco; Valcapponé (o Valcapone) era un lugar al este del Colle, bajo la Serra di Capriglio, pero abajo en el valle, en la zona conocida como Sbaruau (= hombre del saco), porque estaba densamente arbolada con unas cuantas chozas escondidas entre las ramas que servían de lugar de almacenamiento para los lavanderos y de refugio para los bandoleros. Bacajan (o Bacaiau) era un campo al este del Colle, entre las parcelas de Valcapone y Morialdo. He aquí los “feudos” de Don Bosco.
Las Memorias Biográficas dicen que durante algún tiempo Don Bosco había conferido títulos nobiliarios a sus colaboradores laicos. Así fue el Conde de los Becchi, el Marqués de Valcappone, el Barón de Bacaiau, las tres tierras que Don Bosco debió conocer como parte de su herencia. “Con estos títulos llamaba a Rossi, Gastini, Enria, Pelazza, Buzzetti, no sólo en casa sino también fuera, sobre todo cuando viajaba con algunos de ellos” (MB VIII, 198-199).
Entre estos “nobles” salesianos, sabemos con certeza, que el Conde de los I Becchi (o del Bricco del Pino) era Rossi José, el primer salesiano laico, o “Coadjutor” que amó Don Bosco como a un hijo afectuosísimo y le fue fiel para siempre.
Un día Don Bosco fue a la estación de Porta Nuova y Rossi José lo acompañó llevando su maleta. Llegaron cuando el tren estaba a punto de partir y los vagones estaban abarrotados de gente. Don Bosco, al no encontrar asiento, se dirigió a Rossi y, en voz alta, le dijo:
– ¡Oh, señor Conde, lamento que se tome tantas molestias por mí!
– Imagínese Don Bosco, ¡es un honor para mí!
Algunos viajeros que estaban en las ventanillas, al oír aquellas palabras “Señor Conde” y “Don Bosco”, se miraron asombrados y uno de ellos gritó desde la carroza:
– ¡Don Bosco! ¡Señor Conde! Suba aquí, ¡todavía quedan dos asientos!
– Pero no quiero molestarles, – respondió Don Bosco.
– ¡Que suban! Es un honor para nosotros. Recogeré mis maletas, ¡caben perfectamente!
Y así el “Conde I Becchi” pudo subir al tren con Don Bosco y la maleta.

Las bombas y una choza
Don Bosco vivió y murió pobre. Para comer se contentaba con muy poco. Incluso un vaso de vino era ya demasiado para él, y lo aguaba sistemáticamente.
“A menudo se olvidaba de beber porque estaba absorto en otros pensamientos, y eran sus vecinos de mesa los que se lo servían en el vaso. Y entonces, si el vino era bueno, buscaba inmediatamente agua “para que supiera mejor”, decía. Y añadía con una sonrisa: “He renunciado al mundo y al diablo, pero no a las pompas”, aludiendo a las trompetas que sacan agua del pozo” (MB IV, 191-192).
Incluso para el alojamiento sabemos cómo vivió. El 12 de septiembre de 1873 se celebró la Conferencia General de los Salesianos para reelegir un Ecónomo y tres Consejeros. En aquella ocasión Don Bosco pronunció palabras memorables y proféticas sobre el desarrollo de la Congregación. Luego, cuando le tocó hablar del Capítulo Superior, que a estas alturas parecía necesitar una residencia adecuada, dijo, en medio de la hilaridad universal: “Si fuera posible, me gustaría hacer una “sopanta” (léase: supanta = choza) en medio del patio, donde el Capítulo pudiera estar separado del resto de los mortales. Pero como sus miembros todavía tienen derecho a estar en esta tierra, ¡pueden quedarse ahora aquí, ahora allí, en diferentes casas, según les parezca mejor!” (MB X, 1061-1062).

Otis, botis, pija tutis
Un joven le preguntó un día cómo conocía el futuro y adivinaba tantas cosas secretas. Él le respondió:
– “Escúchame. El medio es éste, y se explica por: Otis, botis, pija tutis. ¿Sabes lo que significan estas palabras? Ten cuidado. Son palabras griegas, y, – deletreándolas, repitió: – O-tis, bo-tis, pi-ja tu-tis. ¿Lo entendéis?
– ¡Esto es un asunto serio!
– Yo también lo sé. Nunca he querido manifestar a nadie lo que significa este lema. Y nadie lo sabe, ni lo sabrá nunca, porque no me conviene contarlo. Es mi secreto con el que trabajo cosas extraordinarias, leo conciencias, conozco misterios. Pero si sois listos, podréis entenderlo.
Y repitió esas cuatro palabras, señalando con el dedo índice la frente, la boca, la barbilla y el pecho del joven. Acabó abofeteándole de repente. El joven se rio, pero insistió:
– ¡Al menos tradúceme las cuatro palabras!
– Yo puedo traducirlas, pero tú no entenderás la traducción.
Y bromeando le dijo en dialecto piamontés
– Quand ch’at dan ed bòte, pije tute (Cuando te peguen, recíbelos todos) (MB VI, 424). Y quería decir que, para llegar a ser santo, hay que aceptar todos los sufrimientos que nos depara la vida.

Patrono de los hojalateros
Todos los años, los jóvenes del Oratorio de San León de Marsella hacían una excursión a la villa del Sr. Olive, generoso benefactor de los Salesianos. En esa ocasión, el padre y la madre servían a los superiores a la mesa, y sus hijos a los alumnos.

En 1884, la excursión tuvo lugar durante la estancia de Don Bosco en Marsella.
Mientras los alumnos se divertían en los jardines, la cocinera corrió a avisar a la Señora Olive:
– Señora, la olla de sopa para los chicos está goteando y no hay manera de remediarlo. Tendrán que quedarse sin sopa.
La señora, que tenía mucha fe en Don Bosco, tuvo una idea. Llamó a todos los jóvenes:
– Escuchad -les dijo-, si queréis tomar la sopa, arrodillaos aquí y rezad una oración a Don Bosco para que la olla se estanque.
Obedecieron. Al instante, la olla dejó de gotear. Pero Don Bosco, al enterarse, se rio a carcajadas, diciendo:
– A partir de ahora llamarán a Don Bosco patrono de los hojalateros (MB XVII, 55-56).




Don Bosco y la Iglesia de la Sábana Santa

Le Saint Suaire de Turin, l’une des reliques les plus vénérées de la chrétienté, a une histoire millénaire entrelacée avec celle de la Maison de Savoie et de la ville savoyarde. Arrivé à Turin en 1578, il devint l’objet d’une profonde dévotion, avec des ostensions solennelles liées à des événements historiques et dynastiques. Au XIXe siècle, des figures comme saint Jean Bosco et d’autres saints turinois en promurent le culte, contribuant à sa diffusion. Aujourd’hui conservé dans la Chapelle du Guarini, le Suaire est au centre d’études scientifiques et théologiques. Parallèlement, l’église du Saint Suaire à Rome, liée à la Maison de Savoie et à la communauté piémontaise, représente un autre lieu significatif, où Don Bosco tenta d’établir une présence salésienne.

            La Santa Sindone (Saint Linceul) de Turin, improprement appelée Saint Suaire en français, appartenait à la Maison de Savoie depuis 1463, et fut transférée de Chambéry à Turin, la nouvelle capitale, en 1578.
            C’est cette même année qu’eut lieu la première Ostension, voulue par Emmanuel-Philibert en hommage au cardinal Carlo Borromeo, venu en pèlerinage à Turin pour la vénérer.

Les ostensions du XIXe siècle et le culte du Saint-Suaire
            Au XIXe siècle, les ostensions eurent lieu en 1815, 1842, 1868 et 1898. La première eut lieu lors du retour de la Maison de Savoie dans ses États, la deuxième pour le mariage de Victor-Emmanuel II avec Marie-Adélaïde de Habsbourg-Lorraine, la troisième pour le mariage d’Humbert Ier avec Marguerite de Savoie-Gênes, et la quatrième lors de l’Exposition universelle.
            Les saints turinois du XIXe siècle (Cottolengo, Cafasso et Don Bosco) avaient une grande dévotion envers le Saint-Suaire, à l’instar du bienheureux Sebastiano Valfré, apôtre de Turin pendant le siège de 1706.
            Les Mémoires biographiques nous assurent que Don Bosco l’a vénéré en particulier lors de l’Ostension de 1842. À l’occasion de celle de 1868, il emmena avec lui les garçons de l’oratoire pour le voir (MB II, 117 ; IX, 137).
            Aujourd’hui, l’inestimable toile, offerte par Humbert II de Savoie au Saint-Siège, est confiée à l’archevêque de Turin, «gardien pontifical», et conservée dans la somptueuse chapelle Guarini, derrière la cathédrale.
            À Turin, on trouve également, via Piave, à l’angle de via San Domenico, la Chiesa del Santo Sudario, construite par la confrérie du même nom et reconstruite en 1761. À côté de l’église se trouve le musée du Saint-Suaire et le siège de la Sodalité Cultores Sanctae Sindonis, un centre d’études auquel des savants salésiens ont apporté leur précieuse contribution, notamment le Père Noël Noguier de Malijay, Don Antonio Tonelli, Don Alberto Caviglia, Don Pietro Scotti et, plus récemment, Don Pietro Rinaldi et Don Luigi Fossati, pour n’en citer que les principaux.

L’église du Saint-Suaire à Rome
            Une église du « Santo Sudario » existe également à Rome, le long de la rue du même nom, qui va du Largo Argentina parallèlement au Corso Vittorio. Érigée en 1604 sur un projet de Carlo di Castellamonte, c’était l’église des Piémontais, des Savoyards et des Niçois, construite par la Confraternité du Saint-Suaire qui avait vu le jour à Rome à cette époque. Après 1870, elle devint l’église particulière de la Maison de Savoie.
            Pendant ses séjours à Rome, Don Bosco célébra plusieurs fois la messe dans cette église. Pour cette église et pour la maison adjacente il élabora un projet conforme au but de la confrérie alors disparue : se consacrer à des œuvres de charité en faveur de la jeunesse abandonnée, des malades et des prisonniers.
            La confrérie avait cessé ses activités au début du siècle et la propriété et l’administration de l’église avaient été transférées à la Légation sarde auprès du Saint-Siège. Dans les années 1860, l’église nécessitait d’importants travaux de rénovation, à tel point qu’en 1868 elle fut temporairement fermée.
            Mais dès 1867, Don Bosco avait eu l’idée de proposer au gouvernement de lui céder l’usage et l’administration de l’église, en offrant sa collaboration en argent pour achever les travaux de restauration. Prévoyant peut-être l’entrée prochaine des troupes piémontaises à Rome, il souhaitait y ouvrir une maison. Il pensa pouvoir le faire avant que la situation ne se précipite, rendant plus difficile l’obtention de l’approbation du Saint-Siège et le respect des accords par l’État (MB IX, 415-416).
            Il présenta alors la demande au gouvernement. En 1869, lors de son passage à Florence, il prépara un projet d’accord qu’il présenta à Pie IX en arrivant à Rome. Ayant obtenu l’assentiment de ce dernier, il passa à la demande officielle au ministère des Affaires étrangères. Malheureusement, l’occupation de Rome vint alors compromettre toute l’affaire. Don Bosco lui-même se rendit compte de l’inopportunité d’insister. En effet, qu’une congrégation religieuse ayant sa maison-mère à Turin prenne en charge, à cette époque, une église romaine appartenant à la Maison de Savoie, aurait pu apparaître comme un acte d’opportunisme et de servilité à l’égard du nouveau gouvernement.
            Après la brèche de la Porta Pia, par procès-verbal du 2 décembre 1871, l’Église du Très Saint Suaire fut annexée à la Maison Royale et désignée comme siège officiel du Grand Aumônier palatin. Suite à l’interdit de Pie IX sur les Chapelles de l’ancien palais apostolique du Quirinal, c’est précisément dans l’Église du Suaire que se déroulaient tous les rites sacrés de la Famille Royale.
            En 1874, Don Bosco tâta de nouveau le terrain auprès du gouvernement. Mais, malheureusement, des nouvelles intempestives diffusées par les journaux mirent définitivement fin au projet (MB X, 1233-1235).
            Avec la fin de la monarchie, le 2 juin 1946, l’ensemble du complexe du Suaire passa sous la gestion du Secrétariat Général de la Présidence de la République. En 1984, suite au nouveau Concordat qui sanctionna l’abolition des Chapelles palatines, l’Église du Suaire fut confiée à l’Ordinariat Militaire et elle est restée ainsi jusqu’à aujourd’hui.
            Quant à nous, il nous plaît de rappeler que Don Bosco a jeté les yeux sur cette église du Saint-Suaire, à la recherche d’une occasion favorable pour ouvrir une maison à Rome.




Don Bosco y los títulos de Nuestra Señora

La devoción mariana de Don Bosco nace de una relación filial y viva con la presencia materna de María, experimentada en cada etapa de su vida. Desde los pilares votivos erigidos durante su infancia en Becchi, pasando por las imágenes veneradas en Chieri y Turín, hasta las peregrinaciones realizadas con sus muchachos a los santuarios del Piamonte y Liguria, cada etapa revela un título diferente de la Virgen —Consolata, Dolorosa, Inmaculada, Virgen de las Gracias y muchos otros— que habla a los fieles de protección, consuelo y esperanza. Sin embargo, el título que definiría para siempre su veneración fue «María Auxiliadora»: según la tradición salesiana, fue la propia Virgen quien se lo indicó. El 8 de diciembre de 1862, Don Bosco confió al clérigo Giovanni Cagliero: «Hasta ahora», añadía, «hemos celebrado con solemnidad y pompa la fiesta de la Inmaculada, y en este día se iniciaron nuestras primeras obras de los oratorios festivos. Pero la Virgen quiere que la honremos bajo el título de María Auxiliadora: los tiempos corren tan tristes que necesitamos que la Santísima Virgen nos ayude a conservar y defender la fe cristiana.» (MB VII, 334)

Títulos marianos
            Escribir hoy un artículo sobre los “títulos marianos” con los que Don Bosco veneró a la Santísima Virgen durante su vida, puede parecer fuera de lugar. Alguien, de hecho, podría decir: ¿Acaso la Virgen no es una sola? ¿Qué sentido tienen tantos títulos si no es crear confusión? Y después de todo, ¿no es Nuestra Señora María Auxiliadora de Don Bosco?
Dejando para los expertos las reflexiones más profundas que justifican estos títulos desde un punto de vista histórico, teológico y devocional, nos contentaremos con un pasaje de “Lumen Gentium”, el documento sobre la Iglesia del Concilio Vaticano II, que nos tranquiliza, recordándonos que María es nuestra madre y que “por su múltiple intercesión sigue obteniéndonos las gracias de la salud eterna. Con su caridad maternal cuida de los hermanos de su Hijo que aún vagan y se encuentran en medio de peligros y aflicciones, hasta que son conducidos a la patria bendita. Por esto la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia bajo los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora” (Lumen Gentium 62).
Estos cuatro títulos admitidos por el Concilio, bien considerados, engloban en síntesis toda una serie de títulos e invocaciones con los que el pueblo cristiano ha llamado a María, títulos que hicieron exclamar a Alessandro Manzoni
“Oh Virgen, oh Señora, oh Tuttasanta, che bei nomi ti serba ogni loquela: più d’un popol superbo esser si vantaer in tua gentil tutela» (de «El nombre de María»).
La propia liturgia de la Iglesia parece comprender y justificar las alabanzas elevadas a María por el pueblo cristiano, cuando se pregunta: “¿Cómo cantaremos tus alabanzas, Santa Virgen María?”
Así pues, dejemos a un lado las dudas y vayamos a ver qué advocaciones marianas eran queridas por Don Bosco, incluso antes de que difundiera por el mundo la de María Auxiliadora.

En su juventud
            Los ermitas sagrados o tabernáculos esparcidos por las calles de las ciudades de muchas partes de Italia, las capillas campestres y los pilares que se encuentran en las encrucijadas de las carreteras o a la entrada de los caminos privados de nuestras tierras, constituyen una herencia de fe popular que aún hoy el tiempo no ha borrado.
Sería una ardua tarea calcular exactamente cuántas se pueden encontrar en las carreteras del Piamonte. Sólo en la zona de “Becchi- Morialdo»” hay una veintena, y no menos de quince en la zona de Capriglio.
En su mayoría son pilares votivos heredados de los antiguos y restaurados varias veces. También los hay más recientes que documentan una piedad que no ha desaparecido.
El pilar más antiguo de la región de Becchi parece datar de 1700. Se erigió en el fondo de la “llanura” hacia el Mainito, donde solían reunirse las familias que vivían en la antigua “Scaiota”, más tarde una granja salesiana, ahora en proceso de renovación.
Se trata del pilar de la Consolata, con una pequeña estatua de la Virgen Consoladora de los Afligidos, siempre honrada con flores campestres traídas por los devotos.
Juan Bosco debió de pasar muchas veces junto a ese pilar, quitándose el sombrero, quizá doblando la rodilla y murmurando un Ave María, como le había enseñado su madre.
En 1958, los Salesianos renovaron el viejo pilar y, con un solemne oficio religioso, lo inauguraron al culto renovado de la comunidad y de la población.
Esa pequeña estatua de la Consolata puede ser la primera efigie de María que Don Bosco veneró al aire libre en vida.

En la antigua casa
            Sin mencionar las iglesias de Morialdo y Capriglio, no sabemos exactamente qué imágenes religiosas colgaban de las paredes de la granja Biglione o de la Casetta. Sí sabemos que, más tarde, en la casa de José, cuando Don Bosco fue a alojarse allí, pudo ver dos viejas imágenes en las paredes de su dormitorio, una de la Sagrada Familia y otra de Nuestra Señora de los Ángeles. Así lo aseguró Sor Eulalia Bosco. ¿De dónde las sacó José? ¿Las vio Juan de niño? La de la Sagrada Familia sigue expuesta hoy en la habitación del medio del primer piso de la casa de José. Representa a San José sentado ante su mesa de trabajo, con el Niño en brazos, mientras la Virgen, de pie al otro lado, observa.
También sabemos que en la Cascina Moglia, cerca de Moncucco, Giovannino solía recitar oraciones y el rosario junto con la familia de los propietarios delante de un pequeño cuadro de Nuestra Señora de los Dolores, que aún se conserva en casa de los Becchi, en el primer piso de la casa de José, en la habitación de Don Bosco, encima de la cabecera de la cama. Está muy ennegrecido, con un marco negro perfilado en oro en el interior.
En Castelnuovo Juanito tenía entonces frecuentes ocasiones de subir a la Iglesia de Nuestra Señora del Castillo para rezar a la Santísima Virgen. En la fiesta de la Asunción, los aldeanos llevaban en procesión la estatua de la Virgen. No todos saben que esa estatua, así como la pintura del icono del altar mayor, representan a Nuestra Señora del Cinturón, la de los agustinos.
En Chieri, el clérigo estudiante y seminarista Juan Bosco rezó muchas veces en el altar de Nuestra Señora de las Gracias de la Catedral de Santa María de la Scala, en el del Santo Rosario de la Iglesia de San Domenico y ante la Inmaculada Concepción de la capilla del Seminario.
Así pues, en su juventud Don Bosco tuvo ocasión de venerar a María Santísima bajo los títulos de la Consolata, Nuestra Señora de los Dolores, Nuestra Señora de las Gracias, Nuestra Señora del Rosario y la Inmaculada.

En Turín
            En Turín, Juan Bosco ya había ido a la Iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles para el examen de admisión a la Orden Franciscana en 1834. Volvió allí varias veces para hacer los Ejercicios Espirituales, en preparación para las Sagradas Órdenes, en la Iglesia de la Visitación, y recibió las Sagradas Órdenes en la Iglesia de la Inmaculada Concepción, en la Curia Arzobispal.
Junto al Convito, habrá ciertamente rezado a menudo ante la imagen de la Anunciación, en la primera capilla de la derecha de la Iglesia de San Francisco de Asís. De camino al Duomo y entrando, como sigue siendo costumbre hoy, por el portal de la derecha, cuántas veces se habrá detenido un momento ante la antigua estatua de la Madonna delle Grazie, conocida por los antiguos turineses como “La Madòna Granda”.
Si luego pensamos en los viajes de peregrinación que Don Bosco solía hacer con sus bribones de Valdocco a los santuarios marianos de Turín en los tiempos del Oratorio itinerante, podemos recordar en primer lugar el Santuario de la Consolata, corazón religioso de Turín, lleno de recuerdos del primer Oratorio. A la “Consolà” llevó Don Bosco muchas veces a sus jóvenes. A la “Consolà” recurrió él mismo entre lágrimas a la muerte de su madre.
Pero no podemos olvidar las excursiones urbanas a Nuestra Señora del Pilone, a Nuestra Señora de Campagna, al Monte dei Cappuccini, a la Iglesia de la Natividad en Pozzo Strada, a la Iglesia de las Gracias en Crocetta.
El viaje de peregrinación más espectacular de aquellos primeros años del Oratorio fue a Nuestra Señora de Superga. Aquella iglesia monumental dedicada a la Natividad de María recordaba a los jóvenes de Don Bosco que la Madre de Dios es “como una aurora naciente”, preludio de la venida de Cristo.
Así pues, Don Bosco hizo experimentar a sus muchachos los misterios de la vida de María a través de sus títulos más hermosos.

En los paseos otoñales
            En 1850 Don Bosco inauguró los paseos “al aire libre” primero a los Becchi y alrededores, luego a las colinas del Monferrato hasta Casale, de Alessandria hasta Tortona y en Liguria hasta Génova.
En los primeros años su destino principal, si no exclusivo, fueron los Becchi y alrededores, donde celebraba con solemnidad la fiesta del Rosario en la pequeña capilla erigida en la planta baja de la casa de su hermano José en 1848.
Los años 1857-64 fueron los años dorados de las marchas otoñales, y los muchachos participaban en ellas en grupos cada vez más numerosos, entrando en los pueblos con la banda de música a la cabeza, acogidos festivamente por la gente y los párrocos locales. Descansaban en graneros, comían frugales comidas campesinas, celebraban devotos servicios en las iglesias y por las noches daban representaciones en un escenario improvisado.
En 1857, un destino de peregrinación fue Santa Maria de Vezzolano, santuario y abadía tan queridos por Don Bosco, situados bajo el pueblo de Albugnano, a 5 km de Castelnuovo.
En 1861 le tocó el turno al santuario de Crea, famoso en todo el Monferrato. En ese mismo viaje, Don Bosco volvió a llevar a los muchachos a la Madonna del Pozo, en San Salvatore.
El 14 de agosto de 1862, desde Vignale, donde se alojaban los jóvenes, Don Bosco condujo al feliz grupo en peregrinación al santuario de la Madonna delle Grazie a Casorzo. Pocos días después, el 18 de octubre, antes de abandonar Alejandría, fueron de nuevo a la catedral para rezar a Nuestra Señora de la Salve, venerada con tanta piedad por los alejandrinos, como feliz conclusión de su caminata.
También en la última caminata de 1864 en Génova, a la vuelta, entre Serravalle y Mornese, un grupo dirigido por el P. Cagliero peregrinó devotamente al santuario de Nostra Señora della Guardia, de Gavi.
Estas peregrinaciones eran vestigios de una religiosidad popular característica de nuestro pueblo; eran la expresión de una devoción mariana, que Juan Bosco había aprendido de su madre.

Y además…
            En los años sesenta, la advocación de María Auxiliadora empezó a dominar la mente y el corazón de Don Bosco, con la erección de la iglesia con la que había soñado desde 1844 y que luego se convirtió en el centro espiritual de Valdocco, la iglesia-madre de la Familia Salesiana, el punto irradiador de la devoción a Nuestra Señora, invocada bajo esta advocación.
Pero las peregrinaciones marianas de Don Bosco no cesaron por ello. Basta seguirle en sus largos viajes por Italia y Francia y ver con qué frecuencia aprovechaba la ocasión para una visita fugaz al santuario de la Virgen local.

De la Madonna di Oropa en Piamonte a la del Miracolo a Roma, del Boschettoa Camogli a la Madonna di Gennazzano, della Madonna del Fuocoa Forlì a la del Olmo a Cúneo, de la Madonna della Buona Speranza a Bigione a aquella de la Vittorie a Parigi.
Nuestra Señora de las Victorias, colocada en un nicho dorado, es una Reina de pie, que sostiene a su Divino Hijo con ambas manos. Jesús tiene los pies apoyados en la bola estrellada que representa el mundo.
Ante esta Reina de las Victorias de París, Don Bosco pronunció en 1883 un “sermón de caridad”, es decir, una de esas conferencias para obtener ayuda para sus obras de caridad en favor de la juventud pobre y abandonada. Fue su primera conferencia en la capital francesa, en el santuario que es para los parisinos lo que el santuario de la Consolata es para los turineses.
Fue la culminación de las andanzas marianas de Don Bosco, que comenzaron al pie de la columna de la Consolata, bajo la “Scaiota» dei Becchi”.




Santo Domingo Savio. Los lugares de la infancia

Santo Domingo Savio, el “pequeño gran santo”, vivió su breve pero intensa niñez entre las colinas del Piamonte, en lugares hoy cargados de memoria y espiritualidad. Con motivo de su beatificación en 1950, la figura de este joven discípulo de Don Bosco fue celebrada como símbolo de pureza, fe y dedicación evangélica. Recorramos los lugares principales de su infancia —Riva presso Chieri, Morialdo y Mondonio— a través de testimonios históricos y relatos vívidos, revelando el ambiente familiar, escolar y espiritual que forjó su camino hacia la santidad.

            El Año Santo de 1950 fue también el de la Beatificación de Domingo Savio, que tuvo lugar el 5 de marzo. El discípulo de Don Bosco, de 15 años, fue el primer santo laico “confesor” que subió a los altares a tan temprana edad.
            Aquel día, la Basílica de San Pedro estaba abarrotada de jóvenes que daban testimonio, con su presencia en Roma, de una juventud cristiana totalmente abierta a los ideales más sublimes del Evangelio. Se transformó, según Radio Vaticano, en un inmenso y ruidoso Oratorio Salesiano. Cuando el velo que cubría la figura del nuevo Beato cayó de los rayos de Bernini, un frenético aplauso se levantó de toda la basílica y el eco llegó hasta la plaza, donde se descubrió el tapiz que representaba al Beato desde la Logia de las Bendiciones.
            El sistema educativo de Don Bosco recibió aquel día su máximo reconocimiento. Quisimos volver a visitar los lugares de la infancia de Domingo, tras releer la detallada información de don Michele Molineris en esa Nueva Vida de Domingo Savio, en la que describe con su conocida seriedad documental lo que no dicen las biografías de Santo Domingo Savio.

En Riva cerca de Chieri
            Nos encontramos en primer lugar en San Giovanni di Riva junto a Chieri, la aldea donde nació nuestro “pequeño gran Santo” el 2 de abril de 1842, de Carlo Savio y Brigida Gaiato, el segundo de diez hijos, heredando del primero, que sólo sobrevivió 15 días después de su nacimiento, su nombre y su primogenitura.
            Su padre, como sabemos, procedía de Ranello, una aldea de Castelnuovo d’Asti, y de joven había ido a vivir con su tío Carlo, herrero en Mondonio, en una casa de la actual Via Giunipero, en el n.º 1, aún llamada “ca dèlfré” o casa del herrero. Allí, de “Barba Carlòto” había aprendido el oficio. Algún tiempo después de su matrimonio, contraído el 2 de marzo de 1840, se había independizado, trasladándose a la casa Gastaldi de San Giovanni di Riva. Alquiló una vivienda con habitaciones en la planta baja, aptas para cocina, almacén y taller, y dormitorios en el primer piso, a los que se accedía por una escalera exterior hoy desaparecida.
            Posteriormente, en 1978, los herederos de Gastaldi vendieron la casa de campo y la granja contigua a los Salesianos. Y hoy, un moderno centro juvenil, dirigido por antiguos alumnos y cooperadores salesianos, da memoria y nueva vida a la casita donde nació Domingo.

En Morialdo
            En noviembre de 1843, es decir, cuando Domingo aún no había cumplido los dos años, la familia Savio, por motivos de trabajo, se trasladó a Morialdo, la aldea de Castelnuovo vinculada al nombre de San Juan Bosco, que nació en Cascina Biglione, una aldea del distrito de Becchi.
            En Morialdo, los Savio alquilaron unas pequeñas habitaciones cerca del porche de entrada de la granja propiedad de Viale Giovanna, que se había casado con Stefano Persoglio. Más tarde, su hijo Persoglio Alberto vendió toda la granja a Pianta Giuseppe y familia.
            En la actualidad, esta granja es también, en su mayor parte, propiedad de los Salesianos que, tras restaurarla, la han utilizado para encuentros de niños y adolescentes y para visitas de peregrinos. A menos de 2 km del Colle Don Bosco, está situada en un entorno campestre, entre festones de viñas, campos fértiles y prados ondulados, con un aire de alegría en primavera y de nostalgia en otoño, cuando las hojas amarillentas se doran con los rayos del sol, con un panorama encantador en los días buenos, cuando la cadena de los Alpes se extiende en el horizonte desde la cima del Monte Rosa, cerca de Albugnano, hasta el Gran Paradiso, hasta Rocciamelone, bajando hasta Monviso, es verdaderamente un lugar para visitar y aprovechar días de intensa vida espiritual, una escuela de santidad al estilo de Don Bosco.
            La familia Savio permaneció en Morialdo hasta febrero de 1853, es decir, nueve años y tres meses. Domingo, que sólo vivió 14 años y meses, pasó allí casi dos tercios de su corta existencia. Por tanto, se le puede considerar no sólo alumno e hijo espiritual de Don Bosco, sino también su paisano.

En Mondonio
            Por qué la familia Savio abandonó Morialdo, sugiere el P. Molineris. Su tío el herrero había muerto y el padre de Domingo podía heredar no sólo las herramientas del oficio, sino también la clientela de Mondonio. Esa fue probablemente la razón del traslado, que tuvo lugar, sin embargo, no a la casa de Via Giunipero, sino a la parte baja del pueblo, donde alquilaron a los hermanos Bertello la primera casa a la izquierda de la calle principal del pueblo. La pequeña casa constaba, y sigue constando hoy, de una planta baja con dos habitaciones, adaptadas como cocina y taller, y una planta superior, encima de la cocina, con dos habitaciones y espacio suficiente para un taller con puerta a la rampa a la calle.
            Sabemos que los cónyuges Savio tuvieron diez hijos, tres de los cuales murieron muy jóvenes y otros tres, incluido el nuestro, no llegaron a cumplir los 15 años. La madre murió en 1871 a la edad de 51 años. El padre, que se quedó solo en casa con su hijo Juan, después de haber acogido a las tres hijas supervivientes, pidió hospitalidad a Don Bosco en 1879 y murió en Valdocco el 16 de diciembre de 1891.
            En Valdocco, Domingo había ingresado el 29 de octubre de 1854, permaneciendo allí, salvo breves periodos vacacionales, hasta el 1 de marzo de 1857. Murió ocho días después en Mondonio, en la pequeña habitación junto a la cocina, el 9 de marzo de ese año. Su estancia en Mondonio fue, por tanto, de unos 20 meses en total, y en Valdocco de 2 años y 4 meses.

Recuerdos de Morialdo
            De este breve repaso a las tres casas de los Savio, se desprende que la de Morialdo debe ser la más rica en recuerdos. San Giovanni di Riva recuerda el nacimiento de Domingo, y Mondonio un año en la escuela y su santa muerte, pero Morialdo recuerda su vida en familia, en la iglesia y en la escuela. “Minòt”, como le llamaban allí, cuántas cosas habrá oído, visto y aprendido de su padre y de su madre, cuánta fe y amor demostró en la pequeña iglesia de San Pietro, cuánta inteligencia y bondad en la escuela de Don Giovanni Zucca, y cuánta diversión y vivacidad en el patio de recreo con sus compañeros de aldea.
            Fue en Morialdo donde Domingo Savio se preparó para su Primera Comunión, que hizo en la iglesia parroquial de Castelnuovo el 8 de abril de 1849. Fue allí, cuando sólo tenía 7 años, donde escribió las “Memorias”, es decir, las intenciones de su Primera Comunión:
            1. 1. Me confesaré muy a menudo y comulgaré todas las veces que el confesor me lo permita;
            2. Quiero santificar los días de fiesta;
            3. Mis amigos serán Jesús y María;
            4. La muerte, pero no los pecados.
            Recuerdos que fueron la guía de sus actos hasta el final de su vida.
            El comportamiento, la forma de pensar y de actuar de un niño reflejan el entorno en el que vivió, y especialmente la familia en la que pasó su infancia. Por eso, si se quiere comprender algo sobre Domingo, siempre es bueno reflexionar sobre su vida en aquella granja de Morialdo.

La familia
            La suya no era una familia de agricultores. Su padre era herrero y su madre costurera. Sus padres no eran de constitución robusta. Los signos de la fatiga se podían ver en el rostro de su padre, mientras que la finura de líneas distinguía el rostro de su madre. El padre de Domingo era un hombre de iniciativa y coraje. Su madre procedía del no muy lejano Cerreto d’Asti, donde tenía un taller de costura “y con su habilidad nos quitaba el aburrimiento de bajar al valle a buscar telas”. Y seguía siendo costurera también en Morialdo. ¿Lo habrá sabido Don Bosco? Curioso, sin embargo, su diálogo con el pequeño Domingo, que había ido a buscarle a casa de los Becchi:
            – Bueno ¿Qué le parece?
            – Eh, me parece que hay buena tela
(en piamontés.: Eh, m’a smia ch’a-j’sia bon-a stòfa!).
            – ¿Para qué se puede utilizar esta tela?
            – Para hacer un hermoso vestido para regalarle al Señor.
            – Así pues, yo soy la tela: usted será el sastre, tómeme con usted (en piem.: ch’èmpija ansema a chiel) y hará un hermoso vestido para el Señor
” (OE XI, 185).
            Un diálogo impagable entre dos compatriotas que se entendieron a la primera. Y su lenguaje era el adecuado para el hijo de la modista.
            Cuando murió su madre, el 14 de julio de 1871, el párroco de Mondonio, Don Giovanni Pastrone, dijo a sus llorosas hijas para consolarlas: “No lloréis, porque vuestra madre era una mujer santa; y ahora ya está en el Paraíso”.
            Su hijo Domingo, que la había precedido en el cielo hace unos años, también le había dicho a ella y a su padre, antes de fallecer: “No lloréis, ya veo al Señor y a la Virgen con los brazos abiertos esperándome”. Estas últimas palabras suyas, atestiguadas por su vecina Anastasia Molino, presente en el momento de su muerte, fueron el sello de una vida gozosa, el signo manifiesto de esa santidad que la Iglesia reconoció solemnemente el 5 de marzo de 1950, dándole más tarde la confirmación definitiva el 12 de junio de 1954 con su canonización.

Foto en el frontispicio. La casa donde murió Domingo en 1857. Es una construcción de tipo rural que data probablemente de finales del siglo XVII. Reconstruida sobre otra casa aún más antigua, es uno de los monumentos más queridos por los mondonienses.




La “noche buena”

            Una noche, Don Bosco, entristecido por cierta indisciplina general que se notaba en el Oratorio de Valdocco entre los muchachos que estaban dentro, vino, como de costumbre, a decirles unas palabras después de la oración de la tarde. Se detuvo un momento en silencio sobre el pequeño pupitre, en la esquina de los soportales, donde solía dar a los jóvenes las llamadas “Buenas noches”, que consistían en un breve sermón vespertino. Mirando a su alrededor, dijo:
            – No estoy contento con vosotros. Es todo lo que puedo decir esta noche.
            Y descendió de su silla, escondiendo las manos en las mangas de su túnica, para no dejarse besar, como solían hacer los jóvenes antes de irse a descansar. Luego subió lentamente las escaleras hasta su habitación sin decir palabra a nadie. Aquella manera suya producía un efecto mágico. Se oyeron algunos sollozos reprimidos entre los jóvenes, muchos rostros se llenaron de lágrimas y todos se fueron a dormir pensativos, convencidos de haber disgustado no sólo a Don Bosco, sino también al Señor (MB IV, 565).

El toque de la tarde
            El salesiano Don Juan Gnolfo en su estudio: Las “Buenas Noches” de Don Bosco, señala que la mañana es el despertar de la vida y de la actividad, la tarde en cambio es propicia para sembrar en la mente de los jóvenes una idea que germina en ellos incluso en el sueño. Y con una atrevida comparación se refiere incluso al “tañido vespertino” de Dante:
            Era ya la hora que vuelve el deseo
            a los marineros y enternece el corazón…
            Es precisamente a la hora de la oración vespertina cuando Alighieri describe, de hecho, en el octavo Canto del «Purgatorio», a los Reyes en un pequeño valle mientras cantan el himno de la Liturgia de las Horas Te lucis ante terminum… (Antes que termine la luz, oh Dios, te buscamos, para que nos guardes).
            ¡Momento entrañable y sublime el de las “Buenas noches” de Don Bosco! Comenzaba con la alabanza y la oración de la noche y terminaba con sus palabras que abrían el corazón de sus hijos a la reflexión, a la alegría y a la esperanza. Realmente le importaba ese encuentro nocturno con toda la comunidad de Valdocco. El P. G. B. Lemoyne remonta su origen a Mamá Margarita. La buena madre, al acostar al primer niño huérfano que llegó de Val Sesia, le hizo algunas recomendaciones. De ahí derivaría en los colegios salesianos la hermosa costumbre de dirigir breves palabras a los jóvenes antes de enviarlos a descansar (MB III, 208-209). Don E. Ceria, citando las palabras del Santo al recordar los primeros tiempos del Oratorio: “Comencé a dar un sermón muy breve por la noche después de las oraciones” (MO, 205), piensa más bien en una iniciativa directa de Don Bosco. Sin embargo, si el P. Lemoyne aceptó la idea de algunos de los primeros discípulos, fue porque pensó que las «Buenas Noches» de Mamá Margarita cumplían emblemáticamente el propósito de Don Bosco al introducir esa costumbre (Anales III, 857).

Características de las “Buenas Noches”
            Una característica de las “Buenas Noches” de Don Bosco era el tema que trataba: un hecho de actualidad que impactara, algo concreto que creara suspenso y permitiera también preguntas de los oyentes. A veces él mismo hacía preguntas, estableciendo así un diálogo muy atractivo para todos.
            Otras características eran la variedad de temas tratados y la brevedad del discurso para evitar la monotonía y el consiguiente aburrimiento de los oyentes. Sin embargo, Don Bosco no siempre era breve, sobre todo cuando relataba sus famosos sueños o los viajes que había realizado. Pero solían ser discursos de pocos minutos.
            No se trataba, en definitiva, ni de sermones ni de lecciones escolares, sino de breves palabras afectuosas que el buen padre dirigía a sus hijos antes de enviarlos a descansar.
            Las excepciones a la regla causaban, por supuesto, una enorme impresión, como ocurrió la tarde del 16 de septiembre de 1867. Después de haber intentado todos los medios de corrección por parte de los superiores, algunos muchachos resultaron ser incorregibles y constituían un escándalo para sus compañeros.
            Don Bosco tomó la pequeña cátedra. Comenzó citando el pasaje evangélico en el que el Divino Salvador pronuncia palabras terribles contra los que escandalizan a los niños. Recordó las serias amonestaciones que había hecho repetidamente a aquellos escandalosos, los beneficios que habían obtenido en el colegio, el amor paterno con que se les había rodeado, y luego continuó:
            “Ellos creen que no son conocidos, pero yo sé quiénes son y podría nombrarlos en público. Si no los nombro, no piensen que no soy plenamente consciente de ellos…. Que, si quisiera nombrarlos, podría decir: Eres tú, o A… (y pronunciar nombre y apellido) un lobo que merodea entre sus camaradas y los aleja de los superiores ridiculizando sus advertencias… Eres tú, oh B… un ladrón que con tus discursos mancha la inocencia de los demás… Eres tú, oh C… un asesino que con ciertas figuras, con ciertos libros, arranca a sus hijos del lado de María… Eres tú o D… un demonio que estropea a sus compañeros y les impide asistir a los Sacramentos con tus burlas…”.
            Se nombraron seis. La voz de Don Bosco era tranquila. Cada vez que pronunciaba un nombre, se oía un grito ahogado del culpable que resonaba en medio del hosco silencio de los atónitos compañeros.
            Al día siguiente, algunos fueron enviados a casa. Los que se quedaron cambiaron de vida: ¡el “buen padre” Don Bosco no era un buen hombre! Y excepciones de este tipo confirman la regla de su «Buenas noches».

La clave de la moralidad
            No en vano, un día de 1875, Don Bosco, ante quienes se asombraban de que en el Oratorio no hubiera ciertos desórdenes de los que se quejaban en otros colegios, enumeró los secretos puestos en práctica en Valdocco, y entre ellos señaló el siguiente: “Un poderoso medio de persuasión para el bien es dirigir a los jóvenes, cada noche después de las oraciones, dos palabras confidenciales. Así se corta la raíz de los desórdenes incluso antes de que surjan” (MB XI, 222).
            Y en su precioso documento El Sistema Preventivo en la Educación de la Juventud, dejó escrito que las “Buenas Noches” del Director de la Casa podían llegar a ser “la clave de la moralidad, de la buena marcha y del éxito en la educación” (Constituciones de la Sociedad de San Francisco de Sales, p. 239-240).

            Don Bosco hacía que sus jóvenes vivieran el día entre dos momentos solemnes, aunque fueran muy diferentes, por la mañana la Eucaristía, para que el día no apagara su ardor juvenil, por la tarde las oraciones y las “Buenas Noches” para que antes de dormir reflexionaran sobre los valores que iluminarían la noche.




Don Rinaldi en I Becchi

El beato don Filippo Rinaldi, tercer sucesor de don Bosco, es recordado como una figura extraordinaria, capaz de unir en sí las cualidades de Superior y Padre, insigne maestro de espiritualidad, pedagogía y vida social, además de ser una guía espiritual incomparable. Su profunda admiración por don Bosco, a quien tuvo el privilegio de conocer personalmente, lo convirtió en un vivo testimonio del carisma del fundador. Consciente de la importancia espiritual de los lugares relacionados con la infancia de don Bosco, don Rinaldi dedicó especial atención a visitarlos, reconociendo su valor simbólico y formativo. En este artículo, recorremos algunas de sus visitas al Colle Don Bosco, en busca del vínculo especial que lo unía a estos lugares sagrados.

Por el santuario de María Auxiliadora
Con la inauguración del pequeño santuario de María Auxiliadora, querido frente a la Casita de Don Bosco por Don Pablo Albera, y precisamente a partir del 2 de agosto de 1918, cuando Mons. Morganti, Arzobispo de Rávena, asistido por nuestros Superiores Mayores, bendijo solemnemente la iglesia y las campanas, comenzó la presencia permanente de los Salesianos en I Becchi. Aquel día estaba también presente Don Felipe Rinaldi, Prefecto General, y con él Don Francisco Cottrino, primer director de la nueva casa.
            A partir de entonces, las visitas de Don Rinaldi a I Becchi se renovaron cada año a un ritmo constante, verdadera expresión de su gran afecto por el buen Padre Don Bosco y de su vivo interés por la adquisición y el arreglo adecuado de los lugares memorables de la infancia del Santo.
            De la escasa crónica de la casa salesiana de I Becchi es fácil deducir el cuidado y el amor con que Don Rinaldi promovió y siguió personalmente los trabajos necesarios para honrar a Don Bosco y servir adecuadamente a los peregrinos.
            Así, en 1918, Don Rinaldi, después de haber venido a I Becchi para la bendición de la iglesia, volvió allí el 6 de octubre junto con el Card. Cagliero para la fiesta del Santo Rosario, y aprovechó la ocasión para iniciar las negociaciones para la compra de la Casa Cavallo, detrás de la de Don Bosco.

Cuidado de las obras de la casita
            En 1919 hubo dos visitas de Don Rinaldi a I Becchi: una el 2 de junio y otra el 28 de septiembre, ambas con vistas a las obras de restauración que debían realizarse en la zona histórica de la Colina.
            Hubo tres visitas en 1920: la del 16-17 de junio, para negociar la compra de la casa Graglia y el prado de los hermanos Bechis; la del 11 de septiembre, para visitar las obras y la propiedad Graglia; y, por último, la del 13 del mismo mes, para asistir a la redacción del acta notarial de compra de la misma casa Graglia.
            Hubo dos visitas en 1921: el 16 de marzo, con el Arq. Valotti, para el proyecto de una carretera de acceso al Santuario y de un pilón y un cobertizo para peregrinos en la plazoleta; los días 12 y 13 de septiembre, con el Arq. Valotti y el Cav. Melle, con el mismo fin.

            En 1922 Don Rinaldi estuvo de nuevo dos veces en I Becchi: el 4 de mayo con el Card. Cagliero, Don Ricaldone, Don Conelli y todos los miembros del Capítulo General (incluidos los obispos salesianos), para rezar en la Casetta tras su elección como Rector Mayor; y el 28 de septiembre con sus más estrechos colaboradores.
            Llegó allí el 10 de junio de 1923 para celebrar la fiesta de María Auxiliadora. Presidió las Vísperas en el santuario, pronunció el sermón e impartió la bendición eucarística. En la Academia que siguió, entregó la Cruz “Pro Ecclesia et Pontifice” al Sr. Giovanni Febbraro, nuestro benefactor. Volvió allí en octubre con el Card. Juan Cagliero para la fiesta del Santo Rosario, celebrando la misa a las 7 de la mañana y llevando el Santísimo Sacramento en la procesión eucarística, a la que siguió la bendición impartida por el Cardenal.
            El 7 de septiembre de 1924, Don Rinaldi dirige la peregrinación de los Padres de Familia y de los Antiguos Alumnos de las Casas de Turín a I Becchi. Celebró la Santa Misa, pronunció el sermón y, después del desayuno, participó en el Concierto organizado para la ocasión. Volvió de nuevo el 22 de octubre del mismo año, junto con Don Ricaldone y los Sres. Valotti y Barberis, para resolver el espinoso asunto de la carretera al santuario, que planteaba dificultades a los propietarios de los terrenos adyacentes.
            En 1925, Don Rinaldi estuvo tres veces en I Becchi: el 21 de mayo para la inauguración de la placa a Don Bosco, el 23 de julio y el 19 de septiembre, acompañado esta vez también por el Card. Cagliero.
            El 13 de mayo de 1926, Don Rinaldi encabezó una peregrinación de unos 200 socios del Sindicato de Maestros Don Bosco, celebrando la misa y presidiendo su reunión. El 24 de julio del mismo año volvió, junto con todo el Capítulo Superior, para dirigir la peregrinación de los Directores de las Casas de Europa; y de nuevo el 28 de agosto con el Capítulo Superior y los Directores de las Casas de Italia.

Renovación del centro histórico
            De 1927 datan otras tres visitas de Don Rinaldi a I Becchi: la del 30 de mayo con Don Giraudi y el Sr. Valotti para definir las obras (construcción del pórtico, etc.); la del 30 de agosto con Don Tirone y los Directores de los Oratorios festivos; y la del 10 de octubre con Don Tirone y los jóvenes misioneros de Ivrea. En esta última ocasión, Don Rinaldi instó al entonces director, Don Fracchia, a colocar plantas detrás de la casa Graglia y en el prado del Sueño,
            El 12 de abril con Don Ricaldone para un examen de los trabajos realizados y en curso. – Los días 9 y 10 de junio con Don Candela y Don V. Bettazzi para la fiesta de María Auxiliadora y la inauguración del Pilone del Sogno. En esta ocasión cantó la Santa Misa y, tras las Vísperas y la Bendición Eucarística de la tarde, bendijo el Pilone del Sogno y el nuevo Pórtico, dirigiendo su palabra a todos desde la veranda. Por la noche, asistió a la iluminación. – El 30 de septiembre, vino con Don Ricaldone y Don Giraudi a visitar la localidad de “Gaj”. – El 8 de octubre regresó a la cabeza de la peregrinación anual de los jóvenes misioneros de Ivrea. Fue en ese año cuando Don Rinaldi expresó su deseo de adquirir la villa de Damevino para utilizarla como alojamiento de peregrinos o, mejor aún, para destinarla a los aspirantes a misioneros de los Hijos de María.
            La primera, el 10 de marzo, con Don Ricaldone, fue para visitar la villa Damevino y la casa Graglia (la primera de las cuales fue comprada más tarde ese mismo año). Como la beatificación de Don Bosco era inminente, Don Rinaldi quiso también que se instalara un pequeño altar al Beato en la cocina de la Casetta (lo que se realizó más tarde, en 1931). – La segunda, el 2 de mayo, fue también una visita de estudio, con Don Giraudi, el Sr. Valotti y el pintor Prof. Guglielmino. – La tercera, el 26 de mayo, para asistir a la fiesta de María Auxiliadora. – La cuarta, el 16 de junio, con el Capítulo Superior y todos los miembros del Capítulo General para la fiesta de Don Bosco. – La quinta, el 27 de julio, fue una breve visita con Don Tirone y Mons. Massa. – La sexta, por último, con Mons. Mederlet y los jóvenes misioneros de la Casa de Ivrea, por los que Don Rinaldi no ocultaba su predilección.
            En 1930, Don Rinaldi vino dos veces más a I Becchi: el 26 de junio para una breve visita de reconocimiento de las diversas localidades; y el 6 de agosto, con Don Ricaldone, el Sr. Valotti y el Cav. Sartorio, para buscar agua (que Don Ricaldone encontró entonces en dos lugares, a 14 y 11 metros del manantial llamado Bacolla).
            En 1931, año de su muerte el 5 de diciembre, Don Rinaldi acudió al menos tres veces a I Becchi: el 19 de julio, por la tarde. En aquella ocasión recomendó la conmemoración de Don Bosco el 16 de cada mes o el domingo siguiente. El 16 de septiembre, cuando aprobó y elogió el campamento recreativo preparado para los jóvenes de la Comunidad. El 25 de septiembre, y fue la última, cuando, con Don Giraudi y el Sr. Valotti, examinó el proyecto de los árboles que se plantarán en la zona (se llevará a cabo más tarde, en 1990, cuando comenzó la realización del proyecto de plantación de 3000 árboles en los diferentes lados del Colle dei Becchi, justo en el año de su beatificación).
            Sin contar las visitas anteriores, son 41 las visitas realizadas por Don Rinaldi a I Becchi entre 1918 y 1931.




Don Bosco y la música

            Para la educación de sus jóvenes, Don Bosco utilizaba mucho la música. Ya de niño le gustaba cantar. Como tenía una hermosa voz, el señor John Robert, cantor principal de la parroquia, le enseñó a cantar todavía. En pocos meses, Giovanni pudo entrar en la orquesta e interpretar partes musicales con excelentes resultados. Al mismo tiempo, empezó a practicar la «spinetta», que era el instrumento de cuerda pulsada con teclado, y también el violín (MB I, 232).
            Sacerdote en Turín, ejerció de profesor de música de sus primeros oratorianos, formando poco a poco verdaderos coros que atraían con sus cantos la simpatía de los oyentes.
            Tras la apertura del hospicio, puso en marcha una escuela de canto gregoriano y, con el tiempo, también llevó a sus jóvenes cantores a iglesias de la ciudad y de fuera de Turín para que interpretaran su repertorio.
            Compuso alabanzas sagradas como la del Niño Jesús, «Ah, cantemos al son del júbilo…». También inició a algunos de sus discípulos en el estudio de la música, entre ellos Don Giovanni Cagliero, que más tarde se hizo famoso por sus creaciones musicales, ganándose la estima de los expertos. En 1855 Don Bosco organizó la primera banda instrumental en el Oratorio.
            Sin embargo, ¡no iba con el buen Don Bosco! Ya en los años sesenta incluyó en uno de sus Reglamentos un capítulo sobre las escuelas nocturnas de música en el que decía, entre otras cosas:
«A todo alumno músico se le exige una promesa formal de no ir a cantar o tocar en teatros públicos, ni en ninguna otra diversión en la que la Religión y las buenas costumbres pudieran verse comprometidas» (MB VII, 855).

Música para niños
            A un religioso francés que había fundado un Oratorio festivo y le preguntó si era conveniente enseñar música a los niños, le respondió: «¡Un Oratorio sin música es como un cuerpo sin alma!».(MB V, 347).
            Don Bosco hablaba bastante bien el francés, aunque con cierta libertad gramatical y de expresión. A este respecto fue famosa una de sus respuestas sobre la música de los muchachos. El abad L. Mendre de Marsella, coadjutor de la parroquia de San José, le apreciaba mucho. Un día, se sentó a su lado durante un entretenimiento en el Oratorio de San León. Los pequeños músicos hacían de vez en cuando el taco. El abad, que sabía mucho de música, freía y chasqueaba cada desafinación. Don Bosco le susurró al oído en su francés: «Monsieur Mendre, la musique de les enfants elle s’écoute avec le coeur et non avec les oreilles » (Señor Abad Mendre, la música de los niños se escucha con el corazón y no con los oídos). Más tarde, el abad recordó esa respuesta innumerables veces, revelando la sabiduría y la bondad de Don Bosco (MB XV, 76 n.2).
            Todo esto no significa, sin embargo, que Don Bosco antepusiera la música a la disciplina en el Oratorio. Era siempre afable, pero no pasaba fácilmente por alto las faltas de obediencia. Durante algunos años había permitido a los jóvenes miembros de la banda dar un paseo y almorzar en el campo el día de Santa Cecilia. Pero en 1859, debido a algunos incidentes, empezó a prohibir tales diversiones. Los jóvenes no protestaron abiertamente, pero la mitad de ellos, incitados por un jefe que les había prometido obtener el permiso de Don Bosco, y esperando la impunidad, decidieron salir del Oratorio de todos modos y organizar un almuerzo por su cuenta antes de la fiesta de Santa Cecilia. Habían tomado esta decisión pensando que Don Bosco no se daría cuenta y no tomaría medidas. Así que fueron, en los últimos días de octubre, a comer a una posada cercana. Después de comer vagaron de nuevo por la ciudad y por la noche volvieron a cenar en el mismo lugar, regresando a Valdocco medio borrachos ya entrada la noche. Sólo el señor Buzzetti, invitado en el último momento, se había negado a unirse a aquellos desobedientes y avisó a Don Bosco. Éste declaró tranquilamente disuelta la banda y ordenó a Buzzetti que recogiera y guardara bajo llave todos los instrumentos y pensara en nuevos alumnos para iniciar la música instrumental. A la mañana siguiente, mandó llamar uno por uno a todos los músicos díscolos, lamentando ante cada uno de ellos que le hubieran obligado a ser muy estricto. Luego los devolvió a sus parientes o tutores, recomendando a algunos más necesitados a los talleres de la ciudad. Sólo uno de aquellos chicos traviesos fue aceptado más tarde, porque Don Rua aseguró a Don Bosco que era un muchacho inexperto que se había dejado engañar por sus compañeros. ¡Y Don Bosco lo mantuvo a prueba durante algún tiempo!
            Pero con las penas no hay que olvidar los consuelos. El 9 de junio de 1868 fue una fecha memorable en la vida de Don Bosco y en la historia de la Congregación. La nueva Iglesia de María Auxiliadora, que él había construido con inmensos sacrificios, fue finalmente consagrada. Los asistentes a las solemnes celebraciones se sintieron profundamente conmovidos. Una multitud desbordante abarrotaba la hermosa iglesia de Don Bosco. El Arzobispo de Turín, Mons. Riccardi, celebró el rito solemne de la consagración. En el oficio vespertino del día siguiente, durante las Vísperas Solemnes, el coro de Valdocco entonó la gran antífona musicada por el P. Cagliero: Sancta Maria succurre miseris. La multitud de fieles estaba entusiasmada. Tres poderosos coros lo habían interpretado a la perfección. Ciento cincuenta tenores y bajos cantaron en la nave cerca del altar de San José, doscientos sopranos y contraltos se situaron en lo alto de la barandilla bajo la cúpula, un tercer coro, formado por otros cien tenores y bajos, se situó en la orquesta que entonces daba a la parte trasera de la iglesia. Los tres coros, conectados por un dispositivo eléctrico, mantenían la sincronía a las órdenes del Maestro. El biógrafo, presente en la representación, escribió más tarde:
            En el momento en que todos los coros lograron una armonía, se produjo una especie de hechizo. Las voces se enlazaron y el eco las lanzó en todas direcciones, de modo que el público se sintió inmerso en un mar de voces, sin poder discernir cómo y de dónde procedían. Las exclamaciones que entonces se oyeron indicaban cómo todos se sentían subyugados por tan alta maestría. El mismo Don Bosco no podía contener su intensa emoción. Y él, que nunca en la iglesia, durante la oración, se permitía decir una palabra, dirigió sus ojos húmedos de lágrimas a un canónigo amigo suyo y en voz baja le dijo: «Querido Anfossi, ¿no crees que estás en el Paraíso?»
(MB IX, 247-248).




¿Dónde nació Don Bosco?

            En el primer aniversario de la muerte de Don Bosco, sus Antiguos Alumnos quisieron seguir celebrando la Fiesta del Reconocimiento, como cada año el 24 de junio, organizándola para el nuevo Rector Mayor, don Rua.
            El 23 de junio de 1889, después de haber colocado una lápida en la cripta de Valsalice donde estaba enterrado Don Bosco, el día 24, celebraron a don Rua en Valdocco.
            El profesor Alessandro Fabre, antiguo alumno de 1858-66, tomó la palabra y dijo entre otras cosas:
            “No se sentirá defraudado al saber, excelente Don Rua, que hemos decidido añadir como apéndice la inauguración el próximo 15 de agosto de otra placa, cuyo encargo ya se ha hecho y cuyo diseño se reproduce aquí, y que colocaremos en la casa donde nació y vivió durante muchos años nuestro querido Don Bosco, para que el lugar donde el corazón de aquel gran hombre que más tarde llenaría Europa y el mundo con su nombre, sus virtudes y sus admirables instituciones para que permanezca señalando a los contemporáneos y la posteridad siga siendo un lugar donde primero latió para Dios y para la humanidad”.
            Como puede verse, la intención de los Antiguos Alumnos era colocar una placa en la Casetta dei Becchi, considerada por todos la casa natal de Don Bosco, porque él siempre la había señalado como su hogar. Pero luego, al encontrar la Casetta en ruinas, fueron inducidos a retocar el borrador de la inscripción y colocar la placa en la cercana casa Joseph con la siguiente redacción dictada por el propio Prof. Fabre:
            El 11 de agosto, pocos días antes del cumpleaños de Don Bosco, los Antiguos Alumnos fueron a los Becchi para descubrir la placa. Felice Reviglio, coadjutor de San Agustín, uno de los primeros alumnos de Don Bosco, pronunció el discurso de la ocasión. Hablando de la Casita dijo: “La misma casa cerca de aquí donde nació, que está casi completamente en ruinas…” es «un verdadero monumento de la pobreza evangélica de Don Bosco».
            La “ruina completa” de la Casetta ya había sido mencionada en el Boletín Salesiano de marzo de 1887 (BS 1887, marzo, p. 31), y don Reviglio y la inscripción de la placa («una casa ahora demolida») se referían evidentemente a esta situación. La inscripción encubría lastimosamente el lamentable hecho de que la Casetta, que aún no era propiedad salesiana, parecía ahora inexorablemente perdida.
            Pero Don Rua no se dio por vencido y en 1901 se ofreció a restaurarla a expensas de los Salesianos con la esperanza de obtenerla más tarde de los herederos de Antonio y José Bosco, como ocurrió en 1919 y 1926 respectivamente.
            Al finalizar las obras se colocó una placa en la «Casita» con la siguiente inscripción EN ESTA HUMILDE CASITA, AHORA PIADOSAMENTE RESTAURADA, NACIÓ DON GIOVANNI BOSCO EL 16 DE AGOSTO DE 1815
            Entonces también se corrigió la inscripción de la casa de José como sigue: “Nacido aquí, en una casa ahora restaurada… etc.”, y se sustituyó la placa.
            Luego, cuando se celebró el centenario del nacimiento de Don Bosco en 1915, el Boletín publicó la foto de la Casita, precisando: “Es aquella donde nació el Venerable Juan Bosco el 16 de agosto de 1815. Fue salvada de la ruina a la que la voracidad del tiempo la había condenado, con una reparación general en el año 1901”.
            En los años 70, las investigaciones de archivo llevadas a cabo por el Commendatore Secondo Caselle convencieron a los Salesianos de que Don Bosco había vivido efectivamente de 1817 a 1831 en la Casetta comprada por su padre, su casa, como él siempre había dicho, pero que había nacido en la granja Biglione, donde su padre era agricultor y vivió con su familia hasta su muerte el 11 de mayo de 1817, en la cima de la colina donde ahora se alza el Templo a San Juan Bosco.
            La placa de la casa de José había sido modificada, mientras que la de la Casetta fue sustituida por la actual inscripción de mármol: ESTA ES MI CASA DON BOSCO
            La opinión recientemente expresada de que los Antiguos Alumnos, en 1889, con las palabras: “Nacido cerca de aquí en una casa ahora demolida” no se referían a la Casita de los Becchi.

Los topónimos de los Becchi
            ¿Vivía la familia Bosco en Cascina Biglione cuando nació Giovanni?
            Algunos han dicho que es lícito dudarlo, porque casi con toda seguridad vivían en otra casa propiedad de Biglione en “Meinito”. Prueba de ello sería el Testamento de Francesco Bosco, redactado por el notario C. G. Montalenti el 8 de mayo de 1817, donde se lee: “… en la casa del señor Biglione habitada por el testador en la región del Monastero borgata di Meinito…”. (S. CASELLE, Cascinali e Contadini del Monferrato: i Bosco di Chieri nel secolo XVIII, Roma, LAS, 1975, p. 94).
            ¿Qué se puede decir de esta opinión?
            Hoy en día, “Meinito” (o “Mainito”) no es más que el emplazamiento de una alquería situada al sur de Colle Don Bosco, más allá de la carretera provincial que va de Castelnuovo hacia Capriglio, pero en otros tiempos indicaba un territorio más extenso, contiguo al llamado Sbaraneo (o Sbaruau). Y Sbaraneo no era otra cosa que el valle situado al este del Colle.

            “Monastero”, pues, no sólo correspondía a la actual zona boscosa cercana a Mainito, sino que abarcaba una vasta extensión, desde Mainito hasta Barosca, hasta el punto de que la misma “Casetta” de los Becchi fue registrada en 1817 como “región de Cavallo, Monastero(S. CASELLE, o. c., p. 96).

            Cuando aún no existían mapas con parcelas numeradas, las granjas y fincas se identificaban a partir de topónimos, derivados de apellidos de antiguas familias o de accidentes geográficos e históricos.

            Servían como puntos de referencia, pero no se correspondían con el significado actual de “región” o “aldea” más que de forma muy aproximada, y eran utilizados con mucha libertad de elección por los notarios.
            El mapa más antiguo de Castelnovese, conservado en los archivos municipales y puesto amablemente a nuestra disposición, data de 1742 y se denomina “mapa napoleónico”, probablemente debido a su mayor utilización durante la ocupación francesa. Un extracto de este mapa, editado en 1978 con elaboración fotográfica del texto original por los Sres. Polato y Occhiena, que compararon los documentos de archivo con los lotes numerados en el Mapa Napoleónico, da una indicación de todas las tierras propiedad de la familia Biglione desde 1773 y explotadas por la familia Bosco de 1793 a 1817. De este “Extracto” se desprende que la familia Biglione no poseía tierras ni casas en Mainito. Por otra parte, no se ha encontrado hasta ahora ningún otro documento que demuestre lo contrario.

            Entonces, ¿qué significado pueden tener las palabras “en la casa del Sr. Biglione… en la región de Monastero de la aldea de Meinito”?

            En primer lugar, es bueno saber que sólo nueve días después, el mismo notario que redactó el testamento de Francesco Bosco, escribió en el inventario de su herencia: “… en la casa del señor Giacinto Biglione habitada por los pupilos innominados [hijos de Francesco] en la región de Meinito…”. (S. CASELLE, o. c., p. 96), promoviendo así en pocos cías a Mainito de “distrito” a “región”. Y luego es curioso constatar que incluso la Cascina Biglione propiamente dicha, en distintos documentos, aparece en Sbaconatto, en Sbaraneo o Monastero, en Castellero, etcétera, etcétera.
            Entonces, ¿cómo lo situamos? Teniendo todo en cuenta, no es difícil darse cuenta de que se trata siempre de la misma zona, elMonastero, que en su centro tenía Sbaconatto y Castellerò, al este el Sbaraneo, y al sur el Mainito. El notario Montalenti eligió “Meinito” como otros eligieron “Sbaraneo” o “Sbaconatto” o “Castellero”. Pero el lugar y la casa eran siempre los mismos.
            Por otra parte, sabemos que los señores Damevino, propietarios de Cascina Biglione de 1845 a 1929, poseían también otras fincas, en Scajota y Barosca; pero, como aseguran los ancianos del lugar, nunca tuvieron casas en Mainito. Sin embargo, habían comprado las propiedades que la familia Biglione había vendido al Sr. Giuseppe Chiardi en 1818.

            Sólo nos queda concluir que el documento redactado por el notario Montalenti el 8 de mayo de 1817, aunque no contenga errores, se refiere a la Cascina Biglione propiamente dicha, donde Don Bosco nació el 16 de agosto de 1815, murió su padre el 11 de mayo de 1817 y se construyó en nuestros días el grandioso Templo a San Juan Bosco.
            La existencia, por último, de una ficticia casa de Biglione habitada por la familia Bosco en Mainito y luego demolida no se sabe cuándo ni por quién ni por qué antes de 1889, como algunos han especulado, no tiene (al menos hasta ahora) ninguna prueba real a su favor. Los propios Antiguos Alumnos cuando colocaron en la lápida de Becchi las palabras “Nacido aquí en…” (véase nuestro artículo de enero) no podían referirse ciertamente a Mainito, ¡que está a más de un kilómetro de la casa de José!

Granjas, colono y arrendatarios
            Francisco Bosco, agricultor de la Cascina Biglione, deseoso de establecerse por su cuenta, compró tierras y la casa de los Becchi, pero la muerte le sorprendió el 11 de mayo de 1817, antes de que hubiera podido pagar todas sus deudas. En noviembre, su viuda, Margherita Occhiena, se instaló con sus hijos y su suegra en la “Casetta”, reformada a tal efecto. Hasta entonces, esa Casetta, ya contratada por su marido desde 1815 pero aún no pagada, consistía únicamente en “una crotta y un establo adyacente, cubiertos de tejas, en mal estado(S. CASELLE, Cascinali e contadini […], p. 96-97), y por tanto inhabitables para una familia de cinco miembros, con animales y aperos. En febrero de 1817 se había redactado el acta notarial de venta, pero la deuda seguía pendiente. Margarita tuvo que resolver la situación como tutora de Antonio, José y Juan Bosco, por entonces pequeños propietarios en los Becchi.
            No era la primera vez que la familia Bosco pasaba de la condición de capataces a la de pequeños propietarios y viceversa. El difunto comendador Secondo Caselle nos ha proporcionado abundante documentación al respecto.
            El tatarabuelo de Don Bosco, Giovanni Pietro, antes agricultor en la granja Croce di Pane, entre Chieri y Andezeno, propiedad de los Padres Barnabitas, en 1724 se convirtió en agricultor en la Cascina di San Silvestro, cerca de Chieri, perteneciente a la Prevostura di San Giorgio. Y que vivió en la Cascina di San Silvestro con su familia consta en los “Registros de la Sal” de 1724. Su sobrino, Filippo Antonio, huérfano de padre y acogido por el hijo mayor de Giovanni Pietro, Giovanni Francesco Bosco, fue adoptado por un tío abuelo, del que heredó una casa, un jardín y 2 hectáreas de terreno en Castelnuovo. Pero, debido a la crítica situación económica en que se encontraba, tuvo que vender la casa y la mayor parte de sus tierras y trasladarse con su familia a la aldea de Morialdo, como massaro de Cascina Biglione, donde murió en 1802.
            Paolo, su primogénito, se convirtió así en cabeza de familia y el capataz, según consta en el censo de 1804. Sin embargo, unos años más tarde, dejó la granja a su hermanastro Francesco y se fue a vivir a Castelnuovo, después de recibir su parte de la herencia y de comprar y vender. Fue entonces cuando Francesco Bosco, hijo de Filippo Antonio y Margarita Zucca, se convirtió en capataz de Cascina Biglione.

            ¿Qué se entendía entonces por “granja”, “capataz” y “arrendatario”?

            La palabra “cascina” (en piamontés: cassin-a) indica en sí misma una casa de labranza o el conjunto de una explotación agrícola; pero en los lugares de los que estamos hablando, se hacía hincapié en la casa, es decir, en el edificio de la explotación agrícola utilizado en parte como vivienda y en parte como casa rústica para el ganado, etc. El “massaro” –colono- (en piamontés: massé) es en sí mismo el arrendatario de la alquería y de las granjas, mientras que el “mezzadro” (en piamontés: masoé) es sólo el cultivador de las tierras de un señor con el que comparte las cosechas. Pero en la práctica, en aquellos lugares el massaro era también arrendatario y viceversa, por lo que la palabra massé no se utilizaba mucho, mientras que masoé indicaba generalmente también al massaro.
            El Sr. y la Sra. Damevino, propietarios de Cascina “Bion” o Biglione al Castellero de 1845 a 1929, poseían también otras explotaciones agrícolas, en Scajota y Barosca, y, según nos aseguró el Sr. Angelo Agagliate, tenían cinco massari o aparceros, uno en Cascina Biglione, dos en Scajota y dos en Barosca. Naturalmente, los distintos massari vivían en su propia granja.
            Ahora bien, si un campesino vivía, por ejemplo, en Cascina Scajota, propiedad de la familia Damevino, no se le llamaba “habitantre en la casa Damevino”, sino simplemente “alla Scajota”. Si Francisco Bosco hubiera vivido en la supuesta casa Biglione de Mainito, no se habría dicho, por tanto, que vivía “en la casa del señor Biglione”, aunque esta casa hubiera pertenecido a la familia Biglione. Si el notario escribió: “En la casa del señor Biglione habitada por el testador de abajo”, era señal de que Francesco vivía con su familia en Cascina Biglione propiamente dicha.
            Y esto es una confirmación más de los artículos anteriores que refutan la hipótesis del nacimiento de Don Bosco en Mainito “en una casa ahora demolida”.
            En conclusión, no se puede dar importancia exclusiva al significado literal de ciertas expresiones, sino que hay que examinar su verdadero significado en el uso local de la época. En este tipo de estudios, la labor del investigador local es complementaria a la del historiador académico, y especialmente importante, porque el primero, ayudado por un conocimiento detallado de la zona, puede proporcionar al segundo el material necesario para sus conclusiones generales, y evitar interpretaciones erróneas.




Don Bosco y “la Consolata”

            El pilón más antiguo de la zona de Becchi parece datar de 1700. Se erigió en el fondo de la llanura, hacia el “Mainito”, donde se reunían las familias que vivían en la antigua “Scaiota”. Luego se convirtió en una granja salesiana, que ahora ha sido renovada y convertida en una casa juvenil que acoge a grupos de jóvenes peregrinos al Templo y a la Casa de Don Bosco.
            Este es el pilar de la Consolata, con una estatua de la Virgen Consoladora de los Afligidos, siempre honrada con flores campestres traídas por los devotos. Juan Bosco debió de pasar muchas veces junto a ese pilar, quitándose el sombrero y murmurando un Ave María, como le había enseñado su madre.
            En 1958, los Salesianos restauraron el antiguo pilar y, con un solemne oficio religioso, lo inauguraron al culto renovado de la comunidad y de la población, según consta en la Crónica de ese año conservada en los archivos del Instituto “Bernardi Semeria”.
            Aquella estatua de la Consolata pudo ser, por tanto, la primera imagen de María Santísima que Don Bosco veneró en su infancia en su casa.

En la “Consolata” de Turín
            Ya como estudiante y seminarista en Chieri, Don Bosco debió de ir a Turín para venerar a la Virgen Consoladora (MB I, 267-68). Pero es seguro que, como nuevo sacerdote, celebró su segunda Santa Misa precisamente en el Santuario de la Consolata “para agradecer -como escribió- a la Gran Virgen María los innumerables favores que me había obtenido de su Divino Hijo Jesús” (MO 115).

            En los tiempos del Oratorio errante y sin morada fija, Don Bosco iba con sus muchachos a alguna iglesia de Turín para la Misa dominical, y la mayoría de las veces iban a la Consolata (MB II, 248; 346).
            En el mes de mayo de 1846-47, para agradecer a la Virgen Consoladora el haberles dado por fin un hogar estable, llevó allí a sus jóvenes a hacer la Santa Comunión, mientras los buenos Padres Oblatos de la Virgen María, que oficiaban en el Santuario, se prestaban a confesarlos (MB II, 430).
            Cuando, en el verano de 1846, Don Bosco cayó gravemente enfermo, sus muchachos no sólo mostraron su dolor con lágrimas, sino que, temiendo que los medios humanos no bastaran para su curación, se turnaban de la mañana a la noche en el Santuario de la Consolata para rogar a María Santísima que preservara a su amigo y padre enfermo.
            Hubo quien incluso hizo votos infantiles y quien ayunó a pan y agua para que la Virgen les escuchara. Fueron escuchados y Don Bosco prometió a Dios que hasta su último aliento sería para ellos.
            Las visitas de Don Bosco y sus muchachos a la Consolata continuaron. Invitado una vez a cantar una misa en el santuario con sus jóvenes, llegó a la hora convenida con la improvisada “Schola cantorum”, llevando consigo la partitura de una «misa» que había compuesto para la ocasión.
            El organista del santuario era el famoso maestro Bodoira, a quien Don Bosco invitó al órgano. Éste ni siquiera echó un vistazo a la partitura de Don Bosco, pero cuando se disponía a tocar la música, no la entendió en absoluto y, abandonando enfadado el puesto de organista, se marchó.
            Don Bosco se sentó entonces al órgano y acompañó la Misa siguiendo su composición tachonada de signos que sólo él podía entender. Los jóvenes, que antes se habían perdido ante las notas del famoso organista, continuaron hasta el final sin indicación alguna y sus voces plateadas atrajeron la admiración y la simpatía de todos los fieles presentes en el oficio (MB III, 148).
            Desde 1848 hasta 1854, Don Bosco acompañó a sus muchachos en procesión por las calles de Turín hasta la Consolata. Sus jóvenes cantaban alabanzas a la Virgen a lo largo del camino y luego participaban en la Santa Misa que él celebraba.
            Cuando murió Mamá Margarita, el 25 de noviembre de 1856, Don Bosco fue aquella mañana a celebrar la Santa Misa de sufragio en la capilla subterránea del Santuario de la Consolata, deteniéndose a rezar largamente ante la imagen de María la Consoladora, rogándole que fuera madre para él y sus hijos. Y María cumplió sus plegarias (MB V, 566).
            En el Santuario de la Consolata, Don Bosco no sólo tuvo ocasión de celebrar varias veces la Santa Misa, sino que un día también quiso servirla. Al entrar en el santuario para hacer una visita, oyó la señal de comienzo de la Misa y se dio cuenta de que faltaba el ministrante. Se levantó, fue a la sacristía, cogió el misal y sirvió la Misa con devoción (MB VII, 86).
            Y la asistencia de Don Bosco al Santuario nunca cesó, especialmente con ocasión de la Novena y de la Fiesta de la Consolata.

Estatuilla de la Consolata en la Capilla Pinardi
            El 2 de septiembre de 1847 Don Bosco compró por el precio de 27 liras una estatuilla de María Consoladora colocándola en la Capilla Pinardi.
            En 1856, cuando la Capilla estaba siendo demolida, don Francisco Giacomelli, compañero de seminario y gran amigo de Don Bosco, deseando conservar para sí lo que él llamaba el monumento más distinguido de la fundación del Oratorio, se llevó la estatuilla a Avigliana, a su casa paterna.
            En 1882, su hermana hizo construir en la casa un pilar con un nicho y colocó allí la preciosa reliquia.
            Cuando los Salesianos supieron, tras la extinción de la familia Giacomelli, de la existencia del pilar en Avigliana, consiguieron recuperar la antigua estatuilla, que el 12 de abril de 1929 volvió al Oratorio de Turín después de 73 años desde el día en que Don Giacomelli la había retirado de la primera capilla (E. GIRAUDI, L’Oratorio di Don Bosco, Turín, SEI, 1935, p. 89-90).
            Hoy la histórica estatuilla sigue siendo el único recuerdo del pasado en la nueva capilla Pinardi, constituyendo su tesoro más querido y preciado.
            Don Bosco, que difundió por todo el mundo el culto a María Auxiliadora, nunca olvidó su primera devoción a la Virgen, venerada desde su infancia en el pilar de Becchi, bajo la efigie de la “Consolata”. Cuando llegó a Turín como joven sacerdote diocesano, durante el período heroico de su “Oratorio”, recibió de la Virgen Consoladora en su Santuario luz y consejo, valor y consuelo para la misión que el Señor le había confiado.
            Por eso también es considerado con pleno título uno de los santos de Turineses.




Don Bosco y la lengua italiana

            El Piamonte a principios del siglo XIX era todavía una zona periférica en comparación con el resto de Italia. La lengua hablada era el piamontés. El italiano sólo se utilizaba en casos especiales, como llevar un vestido en ocasiones especiales. Las clases altas utilizaban más bien el francés en la escritura y recurrían al dialecto en la conversación.
            En 1822, el rey Carlos Félix aprobó un reglamento para las escuelas con disposiciones especiales para la enseñanza de la lengua italiana. Sin embargo, estas disposiciones no fueron muy eficaces, sobre todo por el método con que se aplicaron.
            No es de extrañar, por tanto, que el uso correcto de la lengua italiana también le costara no pocos esfuerzos a Don Bosco. No en vano, en el manuscrito de sus Memorias es fácil encontrar palabras piamontesas italianizadas o palabras italianas utilizadas en sentido dialectal, como en los siguientes casos:
            “Noté que […] aparecía un sfrosadore» (ASC 132 / 58A7), donde sfrosadore (piamontés: sfrosador) significa defraudador, e igualmente: “Don Bosco con sus hijos podría en cualquier momento excitar una revolución” (ASC 132 / 58E4), donde figli (piamontés: fieuj) significa jóvenes. Y así sucesivamente.
            Si Don Bosco pudo entonces escribir con propiedad de lenguaje, combinada con sencillez y claridad, se debe, entre otras cosas, al paciente uso del vocabulario que le aconsejaba Silvio Pellico (MB III, 314-315).

Una corrección
            Un ejemplo significativo lo encontramos en la corrección de una frase del primer sueño que describe en sus Memorias: “Hazte sano, fuerte y robusto”.
            Don Bosco, revisando el manuscrito, trazó una línea sobre la palabra “sano” y escribió en su lugar: “humilde” (ASC 132 / 57A7).
            ¿Qué oyó realmente Don Bosco en su sueño y por qué cambió entonces esa palabra? Se ha hablado de un cambio de significado hecho con fines didácticos, como parece haber sido costumbre de Don Bosco a veces al narrar y escribir sus sueños. Pero, ¿no podría tratarse más bien de una simple aclaración del significado original?
            A los 9 años Juancito Bosco sólo hablaba y oía en piamontés. Acababa de empezar a estudiar “los elementos de la lectura y la escritura” en la escuela de Don Lacqua, en Capriglio. En casa y en el pueblo sólo se hablaba en dialecto. En la iglesia, Juancito oía al párroco o al capellán leer el Evangelio en latín y explicarlo en piamontés.
            Por tanto, es más que razonable suponer que en sueños Juancito oyera tanto al “Venerable Hombre” como a la “Mujer de majestuoso aspecto” expresarse en dialecto. Las palabras que oyó en el sueño deben entonces ser recordadas en dialecto. No: “humilde, fuerte, robusto”, sino: “san, fòrt e robusto” en el característico acento local.
            En tales circunstancias, estos adjetivos no podían tener un significado puramente literal, sino figurado. Ahora bien, “san”, en sentido figurado, significa: sin maldad, recto en su conducta moral, es decir, bueno (C. ZALLI, Dizionario Piemontese-Italiano, Carmagnola, Tip. di P. Barbié, 2 a ed, 1830, vol. II, p. 330, usado en el Dizionario Piemontese-Italiano, Carmagnola, Tip. di P. Barbié, 2 a ed, 1830, vol. II, p. 330). II, p. 330, utilizado por Don Bosco); “fòrt e robust” significa valiente (fuerte, intrépido, etc.) y que está dotado de resistencia en el sentido físico y moral (C. ZALLI, o. c., vol. I, 360; vol. II, 309).
            Don Bosco no olvidaría nunca más esos tres adjetivos “san, fòrt e robust” y cuando escribió sus Memorias, aunque a primera vista los tradujo literalmente, pensándolo después, le pareció más oportuno precisar mejor el significado de la primera palabra. Que san (= bueno) para un niño de 9 años significaba obediente, dócil, no caprichoso, no altivo, en una palabra: ¡’humilde’!
            Se trataría, pues, de una aclaración, no de un cambio de significado.

Confirmación de esta interpretación
            Don Bosco, al escribir sus Memorias, subrayó con franqueza los defectos de su infancia. Dos pasajes tomados de las mismas Memorias lo confirman.
            El primero se refiere al año de su primera Confesión y Comunión para la que Mamá Margarita había preparado a su Juan: Don Bosco escribió: “Consideré y traté de practicar los consejos de mi piadosa madre; y me parece que desde aquel día ha habido alguna mejoría en mi vida, especialmente en la obediencia y sumisión a los demás, a la que antes había sentido gran repugnancia, queriendo siempre hacer mis reflexiones infantiles a los que me mandaban o me daban buenos consejos” (ASC 132 / 60B5).
            La otra se encuentra un poco más adelante, donde Don Bosco habla de las dificultades que encontró con su hermanastro Antonio para entregarse al estudio. Es un detalle divertido para nosotros, pero que delata el temperamento de Antonio y el de Juancito. Así, se cuenta que Antonio le dijo un día, al verlo en la cocina, sentado a la mesa, todo concentrado en sus libros: “Quiero terminar con esta gramática. He llegado a la mayoría de edad y nunca he visto estos libros”. Y añadía Don Bosco: “Dominado en aquel momento por la aflicción y la cólera, respondí lo que no debía. “Hablas mal -le dije-. ¿No sabes que nuestro burro es más grande que tú y que nunca fue a la escuela? ¿Quieres llegar a ser como él?”. Ante estas palabras montó en cólera, y sólo con mis piernas, que me servían muy bien, pude escapar y librarme de una lluvia de golpes y bofetadas” (ASC 132 / 57B5).
            Estos detalles permiten comprender mejor la advertencia del sueño y, al mismo tiempo, pueden explicar la razón de la “aclaración” lingüística antes mencionada.

            Al interpretar, por tanto, los manuscritos de Don Bosco será útil no olvidar el problema de la lengua, porque Don Bosco hablaba y escribía correctamente en italiano, pero su lengua materna era aquella en la que pensaba.

            En Roma, el 8 de mayo de 1887, en una recepción en su honor, cuando le preguntaron qué lengua le gustaba más, dijo: “La lengua que más me gusta es la que me enseñó mi madre, porque me costó poco esfuerzo aprenderla y me resulta más fácil expresar mis ideas en ella, ¡y luego no la olvido tan fácilmente como otras lenguas!” (MB XVIII, 325).